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1. Introducción
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misma, a realizarse ilimitadamente permaneciendo ella misma. Se vive a sí
misma como llamada a un futuro; la conciencia es llamada a la esperanza. En
ella vive el hombre su propia existencia como ser en esperanza, como proyecto
que realizar; mira siempre más allá del presente hacia sus posibilidades en el
futuro, que se anuncia en la vivencia misma de su espíritu.
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Hubo un tiempo, según Karl Marx, en que los filósofos se limitaron a
contemplar pasivamente el mundo, en lugar de transformarlo en un lugar justo
y fraternal. El juicio de Marx en torno a los filósofos es certero, hasta cierto
punto, pero esta crítica no puede lanzarse a los educadores, pues los
educadores nunca se han limitado a contemplarlo desde la pasividad, desde la
cómoda butaca de observador imparcial, sino que han tratado de transformarlo
con sus manos, a través de su acción cotidiana en el mundo.
A estas alturas, sabemos de sobras que las grandes utopías, las utopías
de verdad, no se forjan en los escritos filosóficos, sino en la acción constante y
tenaz. Donde hay acción educativa, hay voluntad de cambio, hay deseo de
transformación.
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porque la felicidad humana jamás puede colmarse con deseos de baja
intensidad.
4. Pedagogía de la liberación
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lo que nos gusta), ni con el rechazo de cualquier norma o de cualquier
autoridad; y menos aún con la huida o la renuncia.
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vida es limitado y de que no sabe cuándo terminará su existencia, entonces
cae en la cuenta del carácter serio que tiene la existencia humana.
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columnas vertebrales de cualquier proyecto vital. Ser libre requiere voluntad —
esto es, fuerza e ímpetu— entendimiento y reflexión, y finalmente, memoria.
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mantienen en un estado de minoría de edad es una exigencia en la acción
educativa.
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articular un lenguaje y transmitir unos contenidos que la tengan en cuenta. Si
uno actúa irresponsablemente, sin considerar la debilidad ajena, puede
provocar algún daño a ese ser vulnerable.
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H. ARENDT, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península,
Barcelona, 1966, p. 208.
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Obrar responsablemente es actuar considerando las consecuencias de
los propios actos no solo hic et nunc, sino en el futuro inmediato y en el lejano.
Como dice Dietrich Bonhoeffer: “Hay que dirigir valientemente la mirada al
próximo futuro, hay que considerar seriamente las consecuencias de la
acción, así como intentar un examen de los propios motivos, del propio
corazón. El ‘debe’ no puede sacar el mundo de quicio sino realizar lo necesario
en el lugar dado con la vista puesta en la realidad” 2.
2
D. BONHOEFFER, Ética, Estela, Barcelona, 1968, p. 163.
3
H. JONAS, El principio de responsabilidad, Paidós, Barcelona, 1995, p. 215.
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educadores institucionales— cuida a ese niño de un modo responsable, es
decir, si desarrolla de un modo adecuado su deber-hacer.
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Ibídem, p. 357.
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Hans Jonas lo expresa así: “La responsabilidad instituida por naturaleza,
es decir, la que existe por naturaleza, no depende […] de un asentimiento
anterior; es una responsabilidad irrevocable, irrescindible; y es una
responsabilidad global. La responsabilidad instituida artificialmente, instituida
mediante el encargo y la aceptación de una tarea, la responsabilidad de un
oficio, por ejemplo […], posee un contenido y un tiempo que quedan
circunscritos por la tarea; la aceptación contiene un elemento de elección, a la
que es posible renunciar, de igual manera que la otra parte puede dispensar el
deber”5.
5
Ibídem, p. 167.
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profesionalidad —en el sentido moral— depende directamente del ejercicio de
esta responsabilidad.
Esto significa que el motor de la acción educativa no soy yo, sino el otro.
O dicho de otro modo, no debe regularse por el principio de autonomía, sino
por el de heteronomía. El otro marca el ritmo, el compás, y determina las
necesidades que el educador debe tratar de paliar. Cuando la madre escucha
las necesidades de su hijo, cuando el maestro escucha la llamada de su
discípulo y ambos responden a la interpelación ajena, se produce la acción
educativa responsable. Pero, si el maestro es incapaz de comprender esta
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llamada, discurre sin referencias y su acción resulta irresponsable. Ello pide al
educador cautela, prudencia y capacidad de escucha, es decir, atención.
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D. BONHOEFFER, Ética, Estela, Barcelona, 1968, p. 159.
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