Está en la página 1de 11

La conversión desde la mirada de un niño pobre

Provincia NORANDINA
Ecuador, 8 al 12 de marzo

EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA EL TERCER DÍA

Las miradas
de Jesús en Mc

Primer ejercicio: Lectura pausada


de este texto: (página 1 y 2)

Mirar como miró Jesús… ponernos en sus zapatos. De eso se trata esta aproximación al Jesús de
Mc. No es un estudio exhaustivo… es solo tratar de introducirse en el texto sin prejuicios y hacerse
compañero de Jesús y descubrir en sus miradas, su sentir.

Dicho de otro modo: esta es una invitación a fijar nuestra mirada en Jesús. Como dice José María
Arnaiz: “…los ojos permiten el juego de las miradas. La del creyente en Jesús, una mirada
contemplativa y agradecida de aquel que en su corazón sabe de quién se ha fiado. Y la de Jesús en
él, mirada que llena de alegría y de paz, y que hace que la vida rezume abundancia y plenitud. De
este cruce nace la fe viva, personalizada y confiada. ”

Mirar..contemplar… dejarse mirar.

PETICIÓN
"Pido al Dios de nuestro Señor Jesús, al Padre glorioso, que les conceda el don espiritual de
comprender su revelación para que conozcan, de verdad, quien es Él... Le pido que ilumine la
mirada interior de su corazón, para que conozcan a qué esperanza les ha llamado" (Ef 1,17-18a)
CARACTERÍSTICAS DE LAS MIRADAS DE JESÚS.

1º) La mirada de Jesús refleja de una manera privilegiada la mirada de Dios, pues se fija sobre todo
en las personas concretas, pero con una particular
atención a los más necesitados.

2º) La mirada de Jesús es capaz de tener un especial


esmero por cada persona, viéndola como algo único e
irrepetible. El bosque no le impide ver las ramas.

3º) Es una mirada capaz, al mismo tiempo, de prestar


atención a grupos numerosos, con una visión amplia. No
se queda en un punto concreto, sino que tiene una mirada panorámica, de conjunto (“mirando a
la muchedumbre” (Mt 5, 1). Según Marcos, Jesús tenía costumbre de “mirar en torno” (Mc 3,5).

4º) Una de las particularidades de la mirada de Jesús es su gran capacidad para observar las cosas
pequeñas y habituales, que suelen pasar desapercibidas, y a partir de aquí extraer un enseñanza
para la vida, porque su mirada es una mirada “contemplativa”, que va lo hondo del
acontecimiento y la persona (en Lc 12, 24-29 se fija en los cuervos y los lirios. En Lc 14, 7, observa
cómo los invitados cogen los primeros puestos).

5º) La mirada de Jesús es una mirada asimismo capaz de descubrir lo exterior para, desde allí,
pasar a lo interior y acabar en la mirada espiritual (“con los ojos de Dios”): en Mc 5, 38-40
descubre que donde los demás veían muerte sólo había sueño, posibilidad de vida. En Mt 9, 4,
conoce las auténticas intenciones de la persona. Un texto clave para descubrir la mirada de Jesús:
Lc 21, 1-3.

6º) La mirada de Jesús tiene la capacidad de romper los prejuicios, sobre todo cuando mira a los
ojos. Y esa mirada de Jesús que llega a lo profundo transforma nuestro corazón y nuestra mirada,
y nos lleva, más allá de nuestros prejuicios, a un mundo nuevo de posibilidades inéditas, descubre
y revela lo mejor de cada uno de nosotros/as (Jn 1, 45-48: del Natanael con prejuicios dirá “éste es
un verdadero israelita, en el que no hay doblez alguna”).

En el evangelio de Mc

El llamado inicial al discipulado

Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las
redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: ---Veníos conmigo y os haré pescadores
de hombres. Al punto, dejando las redes, le siguieron. [19] Un trecho más adelante vio a
Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca.
Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los
jornaleros, se fueron con él. (Mc 1,16-20)
El seguimiento comienza cuando alguien se siente llamado personalmente por El y acoge su
llamada. Este encuentro personal es absolutamente necesario. Jesús nos mira a cada uno de
manera personal.

Para el discípulo, el maestro no es modelo, es CAMINO. En Mc, el discípulo está llamado a


observar, mirar, entender y acompañar a Jesús, a descubrir su modo de actuar, lo que busca, la
manera de expresarse, los gestos que hace, las
palabras que pronuncia en determinadas
circunstancias. Los mismos evangelios muestran
que los discípulos tuvieron grandes dificultades
para aceptar el modo de vivir de Jesús. (Cfr. Fijos
los ojos en Jesús Aleixandre- Velasco-Pagola)

La presentación de los discípulos en el relato del


Evangelio de Marcos, después de su seguimiento,
insiste en sus defectos, y se acentúan a medida que
avanza la narración. Marcos insiste en la
incomprensión de los discípulos, en la cobardía, en la traición (Pedro y Judas), y en el abandono
final. Un pequeño ejemplo: los discípulos de Juan, cuando éste es decapitado, recogen su cadáver
y le dan sepultura (Mc 6,29); en cambio, los discípulos de Jesús brillan por su ausencia, en los
momentos de la muerte de Jesús.

En el día a día del evangelio

Domingo Montero afirma que en el Evangelio hay


que prestar atención a todo: a las palabras y a los
silencios (Mc 15,5; Mt 26,23); a las obras y a los
gestos.
Segundo ejercicio:
Momentos de oración con distintas
miradas de Jesús

Te presentamos cuatro miradas distintas de Jesús, acompañadas de una pequeña pauta de


oración. La idea es que no simplemente leas el texto, sino que
sean instrumentos que te ayuden a tener momentos de oración
profunda. No es necesario que ores las cuatro miradas. Elije
aquella(s) que sea(n) más motivadora (s) para ti).

¿Cómo era la mirada de Jesús?

A Jesús no sólo no hay que perderle de vista (Hb 12, 1-2), sino que
tampoco hay que perder de vista su mirada ni su punto de mira, el corazón. Los evangelios
conservan diferentes «miradas» de Jesús; si los ojos son el reflejo del alma, a través de ellas
podremos llegar a conocer los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,6), para interiorizarlos y
hacerlos propios. Y todos necesitamos ese cruce de miradas clarificador, pues en la mirada de
Cristo se percibe la profundidad de un amor eterno e infinito que toca las raíces más profundas del
ser.

Contemplar la mirada de Jesús nos servirá, también, para aprender a mirar cristianamente la
realidad. Te aconsejo colirio para ungir tus ojos y poder ver, advirtió el Testigo fiel al ángel de la
Iglesia de Laodicea(Apoc 3, 18). Contemplar la mirada de Jesús puede surtir en nosotros los
efectos de ese colirio clarificador.

1. La mirada al «Joven» rico: Una mirada de cariño perdida. A pesar de que el relato lo
transmitan los tres evangelios sinópticos, la mirada la
conserva sólo el de san Marcos (10,21). Un hombre rico
busca caminos de salvación. Su pregunta -¿Qué he de
hacer para conseguir la vida eterna? (Mc 10, 17)- deja
entrever el desconcierto de la gente piadosa de aquel
tiempo ante las variadas interpretaciones de la Ley. Se
acerca a Jesús, llamándole Maestro bueno, porque
sabemos que eres veraz..., y que enseñas con sinceridad
el camino de Dios (Mc 12,14).
Pero Dios ya había hablado; por eso Jesús le remite a la palabra de Dios: los
mandamientos (Mc 10, 19). Expresamente recuerda los mandamientos de la
«segunda tabla», los llamados mandamientos sociales. Y es que a Dios no hay que
buscarle por sendas ocultas: El nos sale permanentemente al encuentro en el
prójimo. La reacción del hombre -Todas esas cosas las he observado desde la
adolescencia (Mc 10, 20)- parecía poner fin a la cuestión: podía estar tranquilo, estaba
en el buen camino.

Sin embargo, todo comienza a partir de ahí. Conmovido y cautivado por la honestidad
y sinceridad de aquel hombre, Jesús, mirándole, sintió cariño por él y le dijo: «Una
cosa te falta. Vende cuanto tienes y dalo a los pobres... y luego sígueme» (Mc 10, 21).
Al mero cumplimiento de la Ley, Jesús ofrece la plenitud de la Ley (cf Mt 5, 17). La
propuesta, exigente sin duda, va envuelta en una mirada de cariño, que, si reconoce y
celebra el bien hecho, es, sobre todo, estímulo para nuevas conquistas: liberarse para
seguirle. El v. 22 es sombrío, la luz que se había encendido en la mirada y con la
mirada de Jesús, se apagó inmediatamente. Quien se acercó corriendo (Mc 10, 17), se
retiró entristecido y disgustado (Mc 10, 22).

Si Jesús le hubiera pedido un aumento sustancial de sus limosnas, probablemente no


se habría echado atrás; pero le pidió... ¡hacerse limosna! Aquel hombre cumplía «los»
mandamientos sin cumplir «el» mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas (Ex
20, 3-4). El final del encuentro es decepcionante, ¿por qué? Quizá porque aquel
hombre oyó sólo las palabras radicales de Jesús, pero no le miró a los ojos. De haberlo
hecho, habría descubierto que esa tarea imposible para los hombres, no lo es para
Dios. Pues Dios lo puede todo (Mc 10,27). Y Jesús es esa mano tendida por Dios para
hacer posible lo imposible.

 Detente un momento. Revive la escena. Tú eres ese joven rico a quien Jesús mira
con cariño. Ve tu fidelidad de tantos años. Se complace en ella. Hoy te pide un
paso más: “hacerte limosna” sobre todo para los niños y jóvenes pobres.
 ¿Qué le dices tú al Señor?
2. Mirada airada. No es una mirada fácil de asimilar, quizá por eso los evangelios de
Mateo (19, 9-14) y Lucas (6, 6-11) la han omitido; sin embargo es una mirada real y
evangélica (Mc 3, 1-6).

La actitud hipócrita, inhumana e impía de aquellos legalistas fariseos apenó


profundamente a Jesús, que «les miró con ira» (Mc 3,5). Nos resulta difícil encajar
esta mirada en quien se manifiesta «manso de corazón» (Mt 11,29) y declara
«bienaventurados a los mansos» (Mt 5, 4). Nos resulta difícil encajar esta mirada en
quien prohíbe airarse contra su hermano (Mt 5, 22)... Nos resulta difícil encajar esta
mirada..., y sin embargo es una mirada de Jesús.

No es la ira del arrebato pasional e irracional, sino la del dolor por la ausencia de
compasión; expresión de una humanidad dolorida por la falta de humanidad,
sofocada con el pretexto de observancias religiosas. La ira de Jesús prolonga y evoca
la ira de Dios en el Antiguo Testamento, que no es sino un antropomorfismo (un modo
humano de hablar) para expresar el dolor de Dios y su no indiferencia ante el
deterioro del hombre por el pecado. La mirada airada de Jesús expresa la decepción
por unos guías ciegos, que no sólo confunden a Dios sino que lo deforman y no
comprenden que la gloria de Dios es que el hombre viva.

La mirada airada de Jesús es una mirada revulsiva, para sacar a aquellos hombres de
una religiosidad ritual, que se nutría de observancias, y colocarlos en el camino de la
fe, que «se actúa en la caridad» (Gal 5, 6). También nosotros necesitamos contemplar
esta mirada airada, porque puede que aún participemos de aquella dureza de corazón
que Jesús, apenado, descubrió en sus contemporáneos.

 Para en la lectura y ten un momento de oración.


 Contempla esa mirada airada. ¿Qué la motiva? ¿Qué está en juego en ella?
 ¿Podría airarse también Jesús contigo por vivir más de ritos y observancias que de
compasión por el dolor de los demás? ¿Descubres en ti algún síntoma de falta de
humanidad?

3. La mirada a la mujer. En una cultura como la judía, en la que la mujer era


considerada una realidad devaluada. «Bendito
seas, tú, Señor, porque no me has hecho gentil,
mujer o esclavo», rezaba tres veces al día todo
varón israelita, la actitud de Jesús resultó
llamativa: no rehuyó su encuentro; más aún, no
dudó en dejarse acompañar en su ministerio
público por un grupo de mujeres, que le fueron
fieles hasta la muerte (Lc 8, 1-3; Mc 15, 40-41) y
aún después (Mc 16, 1-8).

Desde su celibato por el Reino, Jesús no dudó en acercarse a la mujer y mirarla con
buenos ojos y sentimientos de profunda humanidad. De hecho, el mundo femenino
ocupa un puesto relevante en el Evangelio. Buena parte de los milagros tienen como
destinatarios a mujeres: la suegra de Pedro (Mc 1, 29-31), la hemorroísa (Mc 5, 25-
34), la hija de Jairo (Mc 5, 21-24.35-43), la hija de la sirofenicia (Mt 15, 22-28 la mujer
encorvada (Lc 13, 11-13)...; y el «lenguaje femenino» inspira no pocas parábolas: la de
la levadura (Mt 13, 33), la de la dracma perdida (Lc 15, 8-9), la de los dolores y alegrías
del parto (Jn 16, 21), la de las diez doncellas (Mt 25,1ss); la de la viuda insistente Lc 18,
1-8)... Jesús miró con compasión a la mujer cananea (Mt 15, 28) y la viuda de Naín (Lc
7, 13) con dignidad y misericordia a la pecadora pública (Lc 7, 13) y a la adúltera (Jn 8,
1-11); con confianza a la samaritana (Jn 4, 1ss); con amor a las hermanas de Lázaro (Jn
11, 5); con ternura a María Magdalena (Jn 20,11-17); con generosidad a la pobre viuda
(Mc 12, 41-44)... ¡Y cómo miraría a su madre! Los evangelios son parcos al respecto.
Pero sabemos algo significativo: para ella, para María, fue su última mirada, desde la
cruz (Jn 19,26-27).

La mirada de Jesús hacia la mujer fue una mirada surgida de un «corazón limpio» (Mt
5, 8): libre y liberadora, adulta y madura (no dura), dignificadora, estimulante,
responsabilizadora, afectiva y sin prejuicios..., que ama, enseña a amar y genera amor.
Una mirada de la que todos tenemos que aprender.

 De los textos evangélicos que se señalan, de miradas a mujeres, elije uno que
quieras meditar más a fondo. Revive la escena y estate atento a lo que esa mirada
suscita en ti.
 Mi mirada, ¿tiene las prioridades del Maestro?

4. Mirada compasiva. Antonio Pagola, afirma que para recuperar la espiritualidad de


Jesús es necesario recuperar esta mirada.

Las tradiciones sobre Jesús han conservado el


recuerdo de su mirada compasiva a los enfermos,
leprosos y desquiciados y, sobre todo, su mirada
conmovida a las gentes. « Al desembarcar, vio mucha
gente, sintió compasión de ellos y curó a sus
enfermos» 1; «Al ver a la gente, sinti ó compasión de
ellos porque estaban cansados y abatidos, como

1
Mateo 14, 14
ovejas sin pastor» 2. Al entrar en Naín, se encuentra con que llevan a
enterrar al hijo único de una viuda: « el Señor, la vio, se conmovió y le
dijo: No llores» 3. Johan Baptist Metz ha recordado que, frente a la
«mística de ojos cerrados» más propia de la espiritualidad de Oriente,
volcada sobre todo en la atención a lo interior, quien se inspira en
Jesús está llamado a cultivar una « mística de ojos abiertos » y una
espiritualidad de responsabilida d absoluta hacia los que sufren.

Esta mirada al que sufre nos libera de ideologías que bloquean nuestra
compasión o de marcos normativos que nos hacen vivir con la
conciencia tranquila. Esa mirada nos arranca de la indiferencia, nos
recuerda nuestra propia condición vulnerable, despierta en nosotros la
solidaridad fraterna 4.

En casi todos los caminos espirituales se privilegia la importancia de la


«consciencia», la «atención al aquí y al ahora», la «experiencia de
unidad», el «silencio interior»… y con raz ón 5. Sin embargo, me atrevería
a decir que el camino más eficaz para sintonizar con la espiritualidad de
Jesús es aprender a mirar detenidamente el rostro del otro con
compasión.

 ¿Cómo resuena en ti esta frase de J.B. Metz: “Quien se inspira en Jesús


está llamado a cultivar una « mística de ojos abiertos » y una
espiritualidad de responsabilidad abs oluta hacia los que sufren? ”¿Qué
implicancias puede tener para tu vida?
 Mirar el rostro del otro con compasión. En tu caso concreto, ¿mirar a
quién?
 A la luz de la mirada de Jesús, lee la s historias de Cristian y los niños
víctimas del huracán Mitc . Folleto: MIRADAS, páginas 21-22 y 30- 32.
 Mi mirada, ¿tiene las prioridades del Maestro?

2
Mc, 6,34
3
Lucas 7, 13. Los evangelistas emplean el término «splanchnizomai» que expresa una reacción visceral, una
conmoción entrañable.
4
Joan-Carles MélichÉtica de la compasión, Herder, Barcelona, 2010; José María Castillo, La sensibilidad de
Jesús, en Varios, El grito de los excluidos. Seguimiento de Jesús y teología, Estella, Verbo Divino, 2006,
153-172.
5
Ver la hermosa síntesis de WilligisJäger, Sabiduría eterna. El misterio que se esconde detrás de todos los
caminos espirituales, Verbo Divino, Estella, 2010.
Tercer ejercicio:
Recreación de Mc 6, 30-46

3.1 Leo el texto de Mc 6, 30- 46, me sitúo junto a Jesús.

3.2 Disfruto de esta recreación que hace Dolores Aleixandre del texto evangélico

Denles ustedes de comer


Padre, hoy me he encontrado con que una multitud venida de todas partes me habla seguido
hasta el desierto, y he visto que estaban hambrientos de escucharte y verte y tocarte a través de
mí. Por eso he sabido que eras Tú quien me llamaba a realizar para ellos un signo de tu compasión
y de tu solicitud.
Los hice recostar sobre la hierba, como un pastor que conduce a su rebaño junto a una fuente
tranquila, y me dispuse a servirles el banquete que Tú mismo habías preparado. No había mucho
que repartir, y sorprendí en algunos el gesto ávido de retener lo poco que tenían para comerlo en
soledad y a escondidas. Dije a mis discípulos: "Denles ustedes de comer" pero ellos, como casi
siempre, reaccionaron haciendo cálculos a partir de sus posibilidades: "no tenemos", "esto es
poco", "despídelos", "que vayan ellos mismos a comprar..." Ante cualquier imprevisto, se miran a
sí mismos, miden sus propias fuerzas y se agobian por sus carencias, olvidándose de mirar hacia Ti,
Abba, que eres el manantial inagotable de todo don.
Un Padre que nos cuida
Por eso, cuando cogí en mis manos los panes y los pececillos y levanté mis ojos hacia el cielo,
estaba queriendo orientar su mirada hacia Ti, de quien lo recibimos todo.
Luego pronuncié sobre aquellos alimentos la bendición, para arrancarlos de la esfera de la
posesividad y devolverlos a su verdadero ser que es el de circular, y partirse, y generar vida,
energía y convivialidad.
Cuando empezaron a repartirlos, la gente comenzó
también a ofrecer lo poco que tenía, a desapropiarse de lo
que llevaban y a cambiar la preocupación por su sustento
por el gozo de compartir con otros. La carencia estaba
siendo vencida por el derroche y la gratuidad, y eso los
igualaba, derretía muros invisibles de categorías y
distancias, rompía la frontera entre extranjeros y hermanos.
Era tu vida la que estaba circulando entre ellos, Abba, y
en ese momento comprendí mejor que este deseo que me
invade tantas veces de entregarles mi misma vida como alimento, como las madres a sus hijos
pequeños, surge de Ti y fluye de tus propias entrañas.
No es la primera vez, Padre, en que me siento enviado a hablar de Ti como de un hogar abierto en
el que esperas a tus hijos a mesa puesta, con un banquete que Tú mismo has preparado y en el
que abundan manjares espléndidos y vinos de solera. Pero tu invitación no despierta en ellos
deseo ni expectación, y te diría que hasta les abruma tu desmesura.
Intento explicarles que tu sueño es traer a todos tus hijos e hijas en torno a tu casa y
reencontrar ahí su fraternidad perdida, sofocada por jerarquías estratificadas y absurdas
categorías de superioridad e inferioridad, pureza e impureza, relevancia o insignificancia. Les digo
que pueden sentarse a tu mesa aunque tengan los pies polvorientos del camino, porque Tú te
encargarás de lavárselos con el cuidado con que lo haría una madre, pero siento que la sola
posibilidad de encontrarte a sus pies y no subido en un trono fulgurante, les desconcierta y les
turba.
Te presento en mis parábolas como el amo ausente que, cuando llega y encuentra a los de su casa
aguardándole, se conmueve tanto de su espera tan fiel que él mismo se pone el delantal y les sirve
la cena. O como el novio que se retrasa, pero que llega al fin con su séquito de amigos y las
muchachas que le esperaron con las lámparas encendidas, entran con él en su festín de bodas. Me
siento a comer con los que son tenidos por gentuza y provoco un escándalo que se exacerba
cuando les digo: "Así es el Padre de ustedes".
Hacia una nueva tierra
Me pregunto por qué se resisten tanto a relacionarte con la fiesta, el banquete, la danza y la
mesa compartida y, en cambio, tienden el oído a quienes les hablan de tu poderío, tu justicia
implacable, tus imperativos o tu omnisciencia que escruta hasta sus mínimas faltas.
Les digo que Tú esperas impaciente a que se vaya llenando la sala de tu festín y te quedas
desolado al ver que anochece, la sala está vacía y sólo van llegando los pretextos inútiles de los
que declinan tu invitación. Pero ellos se aferran a un ídolo impasible e invulnerable, exilado en un
cielo lejano y que sólo interviene en sus vidas para imponerles ayunos y lutos.
Les hablo de tu amor y tu perdón como de un pan entregado de balde, y me recuerdan que el
maná se guardaba en el arca recubierta de oro por dentro y por fuera, protegida por las alas
extendidas de los querubines.
Les cuento historias en las que, lo mismo que el maná guardado para el día siguiente se llenaba
de gusanos, ahora los ladrones, la polilla, el orín o la muerte
inesperada van a destruir lo que acumulan afanosamente en
graneros y bolsas. Pero tienen tatuado a fuego el instinto de
precaución y la obsesión por prevenir el mañana, y cuando
les invito a vivir descargando en ti sus ansiedades y agobios,
me miran como si hubiera perdido el juicio.
Les invito a admirar la libertad de los pájaros y a
contemplar los lirios, vestidos por ti con más esplendor que
el rey Salomón, pero el cálculo y la codicia les empaña los
ojos y les impiden prestar atención a lo que no esté referido
a su interés inmediato.
Ahora, impregnados todavía con el espíritu de la Pascua he encargado a los míos que preparen
todo lo necesario para la cena. Cuando estemos reunidos en tu nombre, Abba, para recordar que
tú sacaste de Egipto a nuestros padres y los introdujiste en la tierra que mana leche y miel, te
pediré, una vez más, que los saques de la servidumbre de la posesión y los conduzcas, más allá de
sus ambiciones, a esa tierra tuya de la fiesta compartida.
Ahí estaré yo en medio de ellos, partiéndoles tu pan y reuniéndoles en tu Nombre. Y dejándoles
como memorial que sigan dando de comer a otros en recuerdo mío".
 ¿Te sientes identificado (a) en algunas de las situaciones que va describiendo Jesús a
su Padre? ¿En cuáles de modo especial?
 Acoge aquello del texto que te produce más gozo espiritual. Disfrútalo. Alaba al
Señor y agradece.
 Pide también perdón
 Termina el día bendiciendo al Padre por todo lo que te ha revelado en el día de hoy.
Puedes utilizar las palabras de Jesús que están a continuación. Puedes hacer
síntesis y proyectar según lo que han visto tus ojos y tu corazón.

« Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues
tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar.»Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos
que ven lo que ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyeron, pero no lo oyeron. (Lc.
10. 21-24)

También podría gustarte