Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Una definición clásica del acompañamiento es la que da el Padre Antonio Royo Marín,
dominico: “El acompañamiento es el arte de conducir a las almas, progresivamente, desde los
inicios de la vida espiritual hasta la suma de la perfección cristiana”. San Juan de Ávila concibe
el acompañamiento “como un proceso de mediación capaz de despertar a la persona a la
experiencia de Dios y de conducirla a la entrega desde una fe adulta y desde la libertad de los
hijos de Dios”. Y el diccionario de espiritualidad dice: “La dirección o acompañamiento
espiritual en la Iglesia Católica es la ayuda que un cristiano presta a otro cristiano a través de sus
consejos, de cara a mejorar la vivencia de su fe, aumentando sus virtudes (principalmente las
sobrenaturales, pero también las humanas), así como su disponibilidad para cumplir la voluntad
de Dios”. También podemos decir que la finalidad del acompañamiento es ayudar a evangelizar
el corazón y todas las zonas de la persona. Caminar hacia Dios implicar dejarse evangelizar,
“asimilar” a Cristo, dejarse cristificar para que él sea quien viva en mí. “Ya no soy yo, es Cristo
quien vive en mí” (Gl 2,20). A partir de estas definiciones podemos decir que el
acompañamiento es una mediación eclesial, una ayuda humana y espiritual para madurar y
crecer en la fe y en la fidelidad al plan de Dios.
Las Lauras o ermitañas que vivian en la ciudad de Jerusalén, eran mujeres que desde los
primeros siglos del cristianismo se retiraban a orar en soledad. Dado que para la mujer era
peligroso irse al desierto vivían en la ciudad, en torno a una comunidad, una vida solitaria y
austera que les ayudase en el camino de oración; convirtiéndose en madres y maestras
espirituales. Nuestro fundador, Pierre-Marie Delfieux, ha querido “recuperar” esta figura de
“ermitañas en la ciudad” y en nuestras comunidades hay hermanas que son “petite laure”; es
decir, viven cerca de la comunidad cenobítica y participan a ciertos actos comunitarios; pero
llevan una vida más solitaria, con el fin de favorecen la vida de silencio, soledad y oración.
Los santos, en general, han sido acompañados y acompañantes, y por eso hablan desde la
experiencia y desde la sabiduría. San Juan de la Cruz dice: ¡“Cuántas personas se quedan
“enanas” por falta de un buen guía”! Y santa Teresa insiste en ello. Ella nos da un buen ejemplo
de cómo en la vida espiritual “gobernarse” así mismo es arriesgado, incluso peligroso. A Teresa
la vemos, a lo largo de su vida, con una gran solicitud buscando quien le ayude a comprender la
acción de Dios en su vida, para dar una respuesta desde la verdad a todas sus vivencias y
llamadas del Señor. El discernimiento es muy importante, y esta sabiduría viene de otro gran
santo español, como lo es san Ignacio de Loyola. El papa Francisco, como buen jesuita, en la
Evangelii gaudium “La Alegría del Evangelio” en los nnº 169-173, trata el tema del
acompañamiento y como título dice: “El acompañamiento personal de crecimiento”. He puesto
el texto íntegro para que ustedes puedan meditarlo y profundizarlo.
“En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez, obsesionada por los
detalles de la vida de los demás, desde una curiosidad malsana y enfermiza; la Iglesia necesita la
mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro, cuantas veces sean
necesarias. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden
hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia
tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos- en este «arte del
acompañamiento», para que todos aprendan a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del
otro (cf. Ex 34, 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de “projimidad”,
con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que al mismo tiempo sane, libere y
aliente a madurar en la vida cristiana.
Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien
podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de
Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar
donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran
siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería
contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las
personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto, ante Dios, es gracia, es un
misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir
y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus
acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su
culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los
fatalismos ni la pusilanimidad. Siempre invita a la sanación, a cargar la camilla, a abrazar la cruz,
a dejarlo todo y a salir de nuevo a anunciar el Evangelio. El propio deseo de dejarnos
acompañar exponiéndonos con total sinceridad nuestra vida, ante quien nos acompaña, nos
enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar la manera de
despertar su confianza, su apertura y su disposición para sanarnos y crecer en humanidad y
espiritualidad.
Quien acompaña tiene que ser persona de fe, de oración, de escucha, discernimiento y
discreción. Con un gran amor a las Sagradas Escrituras, porque ellas son la fuente principal de
donde procede toda luz y sabiduría para acompañar. También un gran amor a la Iglesia. Es
necesaria cierta formación teológica, pastoral y espiritual. El acompañamiento exige secreto
profesional, esto es un principio de ética fundamental.
¿A qué se compromete la persona que acompaña? A estar atenta para percibir la acción de
Dios en la persona acompañada. Y ¿cómo discernir la acción de Dios? Esto requiere una gran
intuición entre lo que la persona dice y los signos del Espíritu, a través de los acontecimientos y
de la luz recibida en la oración. Compartir la acción de Dios en la oración es muy importante en
el acompañamiento cara un buen discernimiento.
El acompañar requiere un compromiso serio, pues el compromiso no consiste solamente en el
tiempo dedicado a la persona; sino que, de alguna manera, se lleva a la persona en la oración y
te sientes responsable de su crecimiento espiritual. Ser padre, madre, espiritual, significa
engendrar a la persona para Dios, de aquí la preocupación y el desvelo por las Iglesias, como
dirá Pablo. Es decir, la preocupación y ocupación por las personas acompañadas. Sobre todo,
orar mucho por ellas y quererlas; pero siempre desde un amor espiritual que es mucho más
humano y divino. Dice san Vicente de Paúl: “No me basta amar a Dios, si mi prójimo no le
ama”. El rol de la persona que acompaña es despertar y motivar a que Dios sea el centro de la
vida del acompañado, que ame a Dios con todo su ser, que le busque a él y solamente a él.
La misión de la persona que acompaña, ante todo, es la de saber escuchar; es alguien con quien
yo puedo formular, desde la sencillez y libertad, lo que pienso, deseo y vivo. Y al verbalizarlo,
tiene cierta resonancia en mí y me ayuda a encontrarme con mi propio yo, con mi ser más
profundo, porque puedo decir: “yo”, y al formular mis pensamientos en voz alta, ante otra
persona, su resonancia me hacer reflexionar y ver las cosas de otra manera. Esto es importante.
La persona que acompaña es como un espejo delate de quien yo me pongo y expongo, para
que me vea y conozca en mi propia realidad, sin caricaturas ni máscaras. A nadie le gusta
quedarse “al desnudo” y que conozcan su pobreza, sus faltas y pecados… pero si quieres crecer
has de ser transparente y dejarte mirar en tu propia desnudez humana y espiritual.
La escucha es la cualidad más necesaria en el acompañamiento. Si no sabes escuchar no
pretendas acompañar. Es importante dejar que la persona se exprese hasta el final de lo que
ella quiere decir, sin interrumpirla ni consolarla rápidamente. Las caricias no ayudan a avanzar
en la vida ni los paños calientes curan las enfermedades. Es necesario dejar que los diversos
sentimientos, emociones, dudas, enfados, rebeldías, incluso contra Dios, puedan expresarse;
sabiendo acogerlas y situándolas en su contexto y situación concreta que vive la persona. No
hay que tomar las cosas en primer grado, sino analizar el por qué se da esa situación. Buscar y
discernir las causas para ir a la raíz, porque es la única manera de avanzar en el camino de la fe y
de la verdad.
Cuando consolamos a las personas antes de tiempo, impedimos que de ellas salgan las
emociones y el llanto, y todo ello es muy necesario. No “sequemos” rápidamente las lágrimas,
es bueno llevar pañuelos… y autorizar a la persona a que llore. Acoger las emociones y el llanto
del otro no es fácil, nos da miedo, cierto pudor, y por eso enseguida queremos poner la
“tapadera” de la consolación; esto nunca se debe hacer. Si la persona que acompaña no sabe
hacer frete a esta situación, quiere decir que ella tiene problemas sin solucionar y, de alguna
manera, se ve reflejada en esa emoción y en ese llanto, que intenta apagarlo. También puede
ser por falta de formación y de experiencia. Un hecho real, es que los hombres -en general-,
ante una persona que llora se desarman, no saben muy bien cómo proceder. Sin embargo, la
mujer ante tales situaciones tiene otra capacidad de reacción y otras herramientas que le
ayudan a mejor controlar tales emociones. Realmente, en estos casos y momentos, lo más
sencillo es dejar a la persona que llore, autorizarla y decirle que está en todo su derecho de
hacerlo, esto le ayudará. En estos momentos, es bueno y conveniente tener un gesto de
cercanía, de empatía; pero evitando la compasión y la fusión. Es la persona la que tiene que
pasar por esa trayectoria, por esa vivencia y no la persona que acompaña. Hay que saber
guardar la buena distancia para que haya una continuidad serena y fructífera; sin confusiones
afectivas ni manipulaciones. Hay gestos afectuosos que se pueden tener entre amigos; pero no
con la persona que nos acompaña. Todos somos frágiles, y quien acompaña debe guardar su rol,
su autoridad; para evitar la dependencia y las ataduras afectivas. Acompañar es educar para la
madurez y la libertad, desde el verdadero amor evangélico y no desde la sumisión ni fusión
afectiva.
Otro punto importante es no dar consejos ni recetas y menos mencionar hechos de otras
personas. Todo esto no hará sino confundir al acompañado sin dejarle expresarse. Y por
supuesto, no hablar de uno mismo; tendencia que todos tenemos: te comprendo, porque yo
viví la misma situación, sí a mí me pasó algo parecido… Este tipo de reflexiones hay que
desterrarlas categóricamente. Puedes decir: te comprendo, me pongo en tu lugar, me siento
cerca; pero deshecha, de una vez por todas, a mí me pasó…. Sí, conozco una persona que…,
conozco alguien que vivió esta misma situación…. Pues esto es la ocasión para no escuchar al
otro, sino para y hablar de tus cosas o experiencias. La persona no ha venido a escucharte, sino
a ser escuchada. Y recordamos de nuevo que quien no sabe escuchar, no puede acompañar. Ya
hemos dicho que la escucha en el acompañamiento es esencial. (Explicar la experiencia del
pastor protestante)
Y esto nos tendría que servir, para todo dialogo y confidencia. Hay que saber distingue entre los
momentos de la comunicación entre amigos, tertulias, confidencias de igual a igual, y lo que es
el acompañamiento espiritual. Lo uno y lo otro, es muy diferente.
Una vez que la persona ha dicho cuanto desea, con paz y tranquilidad, juntos hay que discernir,
ayudar a tomar decisiones; pero nunca imponer tu punto de vista ni deseo, sino ayudar a
clarificar, orientar y proponer no imponer. Anteriormente he dicho que no tenemos que dar
consejos, y sobre todo si no te los piden; esto es otra de las deformaciones muy comunes. Es
mejor: sugerir, proponer, indicar, despertar; porque se da más libertad a la persona. ¡Cuidado
con la manipulación! La persona es sagrada…hija, e hijo de Dios, creado para ser libre, no la
conviertas en propiedad, mi propiedad. Como dice el papa: “la persona es tierra sagrada ante
la cual debemos descalzarnos”.
“Hacer lo que él os diga”. Estas palabras de María son fundamentales en el acompañamiento:
haz lo que tu conciencia te diga a la luz de la oración y de la escucha de la Palabra. Es verdad
que para esto hay que tener una conciencia formada, pues no todas las personas tienen una
formación adecuada ni una conciencia recta. Esto lo dice el Concilio Vaticano II. Ver y vivir los
acontecimientos desde la fe y la obediencia a Dios. Porque no se obedece a la persona que
acompaña, sino que se obedece a la voluntad de Dios buscada y discernida conjuntamente. La
persona que acompaña debe desaparecer para que Jesús se haga visible, pues ella solamente es
una mediación. El Espíritu Santo es el verdadero acompañante, como ya dijimos al principio. Y
esto lo tienen que tener muy claro acompañante-acompañados.
La reformulación, es algo a lo que no estamos muy acostumbrados, pero que en el
acompañamiento es esencial. Es decir, reformulo aquello que la persona ha dicho, para ver si
ella se ha sentido comprendida en lo que ha querido decir, y si la persona que acompaña ha
comprendido bien el mensaje que le ha querido transmitir. Porque una cosa es lo que decimos,
otra lo que queríamos decir, y otra lo que mi interlocutor ha comprendido. De aquí la necesidad
de la reformulación. Esto también deberíamos aplicarlo en los grupos de reflexión.
Pero, ¿qué es la reformulación? A partir del prefijo re- que nos indica la re-formulación,
estamos formulando nuevamente algo que ha sido dicho y que quiero saber si realmente he
comprendido bien lo que mi interlocutor quería decirme. De aquí la reformulación. Por
ejemplo: si he comprendido bien lo que tú quieres decirme es que… De esta manera se verifica
si he comprendido bien el mensaje y si la persona se siente comprendida.
En ciertos contextos, reformular puede tratarse de volver a decir lo mismo, pero con otras
palabras. Por ejemplo: Un argentino entra en una tienda en España y pregunta por un
“celular ”: ante el desconcierto del vendedor, este va a reformula la consulta y pregunta si lo
que quiere es un “móvil”, ya que ése es el concepto que se utiliza en España para referirse al
dispositivo conocido en Argentina como “celular ”. Entonces dirá: “si he comprendido bien lo
que usted quiere es un móvil, ¿no? En este caso, podemos advertir que reformular no siempre
consiste en modificar la esencia de algo, sino que también puede tratarse de un cambio en la
manera de comunicarlo.
Oración de sanación
Señor, Jesús, que el amor de tu corazón me invada. Enséñame a recordar que si existo es porque
he sido deseado, creado por Ti, y amado por Ti, desde toda la eternidad.
Recorre mi vida desde el principio, en que fui concebido en el seno de mi madre, hasta este
momento, y sáname de todas las heridas que han “quebrado” mi corazón, mi afectividad, mi
memoria, mi imaginación, mi inteligencia, mi voluntad.
Líbrame de toda atadura afectiva, de toda cadena, ídolo y sabandija que me esclaviza.
Con el Espíritu Santo, quiero vivir en la verdad y la libertad, queriéndome tal como soy,
aceptando mi propia historia, y desde este amor y libertad amar y servir a mis hermanos en
humanidad.
Jesús, por la acción de Espíritu Santo, para la gloria del Padre, quiero darme enteramente a Ti,
en cuerpo, alma y espíritu.
Gracias, Padre, por haberme creado y hecho comprender que la vida es un don maravilloso.
Quiero acoger este don con amor y, a su vez, volverlo a dar como don para mis hermanos y
hermanas en humanidad. Te pido que mi vida sea un don para los demás. Sana mi yo enfermo y
todo mi ser. El patrimonio que quiero dejar en herencia para la humanidad es el amor, la
verdad, la paz de Dios Padre y la libertad de quien se sabe amado del Padre. Amén.
Mateo 23,16-24 “¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: No es nada el que alguno jure
por el templo; pero el que jura por el oro del templo, contrae obligación”.
Mateo 23,24 “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!”
Isaías 9,16 “Porque los que guían a este pueblo lo extravían; y los guiados por ellos
son confundidos”. Isaías 56,10 “Sus centinelas son ciegos, ninguno sabe
nada. Todos son perros mudos que no pueden ladrar, soñadores
acostados, amigos de dormir.”
Malaquías 2,8 “Pero vosotros os habéis desviado del camino, habéis hecho tropezar a
muchos en la ley, habéis corrompido el pacto de Leví, dice el SEÑOR de los
ejércitos”.
Jeremías 5,31 “Los profetas profetizan falsamente, los sacerdotes gobiernan por su
cuenta, y a mi pueblo así le gusta. Pero ¿qué haréis al final de esto?”
Isaías 9,16 “Porque los que guían a este pueblo lo extravían; y los guiados por ellos
son confundidos.”
Sor Carmen Herrero
Quiero compartir un hecho vivido en acompañamiento que realmente me trabajó y costó
comprenderlo. Y con el que no estaba de acuerdo.
El acompañamiento era con una mujer que vivía en pareja desde hacía muchos años. La
persona me compartía ciertas vivencia y dificultades que, bajo mi punto de vista, eran para
compartirlas con su compañero y mejorar su relación haciendo la verdad de su propia vida y
convivencia. La respuesta era siempre la misma. Ah no, eso yo lo se lo puedo decir A…de
ninguna de las maneras, perdería la imagen que tengo ante él. La realidad de esta relación es
que vivía con una máscara continuamente, la que le generaba indecibles problemas físicos y
psicológicos, sin quererlos aceptar. Ella se hacia la víctima, era su manera de actuar y
conducirse, sin darse cuenta de que ella misma era la victima de su propio funcionamiento: vivía
en la mentira de lo que era, escondiendo ciertas realidades del pasado y del presente. Por otro
lado, mujer religiosa, rezadora, a su manera; pero sim entrar en la vivencia profunda de lo que
significa vivir en verdad, en la verdad de lo que soy y de lo que puedo dar al otro.
Este hecho me llevo a hablar con varios matrimonios y descubrí que no siempre existe la
transparencia y la verdad en el matrimonio. Tal vez, por mi falta de experiencia me quedé un
tanto desilusionada. Hasta con el cónyuge podemos vivir en la doblez, en la mentira…Entonces,
¿dónde está eso de ser uno? Punto de reflexión.