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FORMACION AL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Formación para la Fraternidad Teresiana Piedras Vivas 14/11/2015


Lo hemos trabajado en tres veces, terminado el 27/02/2016
“¿Podrá guiar un ciego a otro ciego?
¿No caerán los dos en el hoyo?”
(Lc 6,39).

• ¿QUÉ ES EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL?


El acompañamiento espiritual puede definirse en breves palabras como: “un buscar, juntos-
acompañado y acompañante-, la voluntad de Dios”. De aquí que el discernimiento sea una de
las claves esenciales del acompañamiento.

Una definición clásica del acompañamiento es la que da el Padre Antonio Royo Marín,
dominico: “El acompañamiento es el arte de conducir a las almas, progresivamente, desde los
inicios de la vida espiritual hasta la suma de la perfección cristiana”. San Juan de Ávila concibe
el acompañamiento “como un proceso de mediación capaz de despertar a la persona a la
experiencia de Dios y de conducirla a la entrega desde una fe adulta y desde la libertad de los
hijos de Dios”. Y el diccionario de espiritualidad dice: “La dirección o acompañamiento
espiritual en la Iglesia Católica es la ayuda que un cristiano presta a otro cristiano a través de sus
consejos, de cara a mejorar la vivencia de su fe, aumentando sus virtudes (principalmente las
sobrenaturales, pero también las humanas), así como su disponibilidad para cumplir la voluntad
de Dios”. También podemos decir que la finalidad del acompañamiento es ayudar a evangelizar
el corazón y todas las zonas de la persona. Caminar hacia Dios implicar dejarse evangelizar,
“asimilar” a Cristo, dejarse cristificar para que él sea quien viva en mí. “Ya no soy yo, es Cristo
quien vive en mí” (Gl 2,20). A partir de estas definiciones podemos decir que el
acompañamiento es una mediación eclesial, una ayuda humana y espiritual para madurar y
crecer en la fe y en la fidelidad al plan de Dios.

El primer “acompañante” es el Espíritu Santo. LosEl Espíritu Santo es esencial en la búsqueda de


la voluntad de Dios; ya que esta es la finalidad del acompañamiento: buscar y vivir la voluntad
del Padre, la cual conduce a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad protagonistas en el
acompañamiento son tres: El Espíritu Santo, acompañado y acompañante. El Espíritu es el
verdadero y principal acompañante. . De aquí que en todo acompañamiento la primera acción
es la invocación al Espíritu, el “hacerle” presente con la convicción de que él es quien nos indica
el camino a seguir. Por esto, tanto el acompañado como el que acompaña tiene que estar
totalmente abiertos a su acción divina. La persona que acompaña tiene que desaparecer,
purificar sus deseos y proyectos personales respecto a la persona que acompaña. La historia nos
muestra los errores cometidos, la manipulación de las conciencias. Me decía una persona:
“necesito ser acompaña en el proceso vocacional; pero no dirigida y forzada a elegir un tipo de
vida religiosa que no va conmigo”. Cuántos sacerdotes han forzado la conciencia y la
orientación de jóvenes sin formación ni personalidad en una orientación de vida un tanto
interesada sin realmente escuchar la llamada personal y concreta.

En nuestros días, no se utiliza el término de “director” ni dirección espiritual, porque no se


dirige a nadie, sino que se acompaña, se hace camino con y se va al paso de, pues cada persona
tiene su propio ritmo, ya que nada debe imponerse; simplemente se proponer, se indicar, se
sugiere. Acompañar, como ya hemos dicho, es ayudar a la persona a crecer en libertad y
madurez. Despertar en la persona el deseo de conocer y vivir la Palabra de Dios; de crecer en la
vida interior, en la vida de oración, en la respuesta generosa al plan que Dios tiene para ella: la
santidad; porque esta es la primera y principal vocación del cristiano. Acompañar es educar
para la interioridad y el compromiso. También se utiliza el término de padre y madre espiritual.
Porque el acompañamiento no está solamente reservado a los sacerdotes, hablaremos de ello.
Ahora bien, hemos de distinguir lo que es el acompañamiento y el sacramento de la
reconciliación, éste reservado únicamente a los sacerdotes. Se ha dado una gran confusión
entre ambos, en nuestros días está algo más clarificado, si bien no para todos. El papa Francisco
en la exhortación “La Alegría del Evangelio”, habla de la necesidad que hay de formar a los laicos
para esta misión de acompañamiento. Y en la escuela ignaciana, especialista en esta materia,
constantemente forman a laico para esta misión. Hay muchos laicos que dan los ejercicios
espirituales y acompañan.

• EL ACOMPAÑAMIENTO, ¿ES NECESARIO PARA CRECER LA VIDA CRISTIANA?

El Acompañamiento, forma parte de la espiritualidad clásica. El acompañamiento espiritual se


viene haciendo desde los Padres del desierto. De ellos nos viene el nombre de padre espiritual.
De maestro y discípulo. La Iglesia, que siempre ha sido, y sigue siendo patriarcal, ha ignorado a
las “Madres del desierto” o “Ammas del desierto” que eran verdaderas mujeres de oración y
sabiduría, ejerciendo también una misión de acompañamiento y de consejo. Esta figura de
“madre espiritual”, actualmente, se está recuperando y valorizando en la Iglesia, ¡a Dios gracias!

Las Lauras o ermitañas que vivian en la ciudad de Jerusalén, eran mujeres que desde los
primeros siglos del cristianismo se retiraban a orar en soledad. Dado que para la mujer era
peligroso irse al desierto vivían en la ciudad, en torno a una comunidad, una vida solitaria y
austera que les ayudase en el camino de oración; convirtiéndose en madres y maestras
espirituales. Nuestro fundador, Pierre-Marie Delfieux, ha querido “recuperar” esta figura de
“ermitañas en la ciudad” y en nuestras comunidades hay hermanas que son “petite laure”; es
decir, viven cerca de la comunidad cenobítica y participan a ciertos actos comunitarios; pero
llevan una vida más solitaria, con el fin de favorecen la vida de silencio, soledad y oración.
Los santos, en general, han sido acompañados y acompañantes, y por eso hablan desde la
experiencia y desde la sabiduría. San Juan de la Cruz dice: ¡“Cuántas personas se quedan
“enanas” por falta de un buen guía”! Y santa Teresa insiste en ello. Ella nos da un buen ejemplo
de cómo en la vida espiritual “gobernarse” así mismo es arriesgado, incluso peligroso. A Teresa
la vemos, a lo largo de su vida, con una gran solicitud buscando quien le ayude a comprender la
acción de Dios en su vida, para dar una respuesta desde la verdad a todas sus vivencias y
llamadas del Señor. El discernimiento es muy importante, y esta sabiduría viene de otro gran
santo español, como lo es san Ignacio de Loyola. El papa Francisco, como buen jesuita, en la
Evangelii gaudium “La Alegría del Evangelio” en los nnº 169-173, trata el tema del
acompañamiento y como título dice: “El acompañamiento personal de crecimiento”. He puesto
el texto íntegro para que ustedes puedan meditarlo y profundizarlo.
“En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez, obsesionada por los
detalles de la vida de los demás, desde una curiosidad malsana y enfermiza; la Iglesia necesita la
mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro, cuantas veces sean
necesarias. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden
hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia
tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos- en este «arte del
acompañamiento», para que todos aprendan a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del
otro (cf. Ex 34, 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de “projimidad”,
con una mirada respetuosa y llena de compasión, pero que al mismo tiempo sane, libere y
aliente a madurar en la vida cristiana.

Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien
podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de
Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar
donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran
siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería
contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las
personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.

Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de


acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de
comprensión, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de
los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar
que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que
hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha
nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila
condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden
encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las
ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha
sembrado en la propia vida. Pero siempre con la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba
santo Tomás de Aquino: que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien
algunas de las virtudes «a causa de algunas inclinaciones contrarias» que persisten. Es decir, la
organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente «in habitu», aunque los
condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos hábitos virtuosos. De ahí que haga
falta «una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio».
Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de tomar
decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa
paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: “El tiempo es el mensajero de Dios”.

El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto, ante Dios, es gracia, es un
misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir
y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus
acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su
culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los
fatalismos ni la pusilanimidad. Siempre invita a la sanación, a cargar la camilla, a abrazar la cruz,
a dejarlo todo y a salir de nuevo a anunciar el Evangelio. El propio deseo de dejarnos
acompañar exponiéndonos con total sinceridad nuestra vida, ante quien nos acompaña, nos
enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar la manera de
despertar su confianza, su apertura y su disposición para sanarnos y crecer en humanidad y
espiritualidad.

El auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del


servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y Tito es ejemplo de este
acompañamiento y formación en medio de la acción apostólica. Al mismo tiempo que les confía
la misión de quedarse en cada ciudad para «terminar de organizarlo todo» (Tt 1,5; cf. 1 Tm 1,3-
5), les da criterios para la vida personal y para la acción pastoral. Esto se distingue claramente
de todo tipo de acompañamiento intimista, de autorrealización aislada. Los discípulos
misioneros acompañan a los discípulos misioneros”.

• TEXTOS BIBLICOS QUE ILUMINAN LA MISIÓN DEL ACOMPAÑAMIENTO


Hacer camino con. La misión de quien acompaña es hacer camino con el otro. El modelo de
acompañamiento lo tenemos en el evangelio de (Jn 24,13-35). Los discípulos camino de Emús.
Los discípulos después de lo ocurrido en Jerusalén respecto a Jesús de Nazaret, vuelven a su
aldea, desorientados, tristes, abatidos y decepcionados. Jesús sale al encuentro, se interesa por
su estado de ánimo, recorre el camino con ellos, los escucha, dialoga y les va aclarando los
hechos vividos recordándoles las Escrituras. Este es el papel de la persona que acompaña:
“hacer camino con”, “hacer memoria de”, interesarse por lo que el otro vive y darle la
oportunidad de expresarse, de decir sus miedos, sus dudas, angustias y dificultades para,
juntos, encontrar el verdadero sentido de los acontecimientos a la luz de la Palabra. La palabra
de Dios siempre debe de estar presente en el acompañamiento, para que ella ilumine los
acontecimientos de la vida. “Lámpara es tu palabra, luz en mi sendero” (Sal 118, 105). A los
discípulos de Emús la fracción del pan fue lo que les abrió los ojos para reconocer a Jesús .
Muchos son los medios que tenemos para reconocer a Jesús; pero los esenciales son: la palabra,
la eucaristía, la oración y el prójimo.
El pasaje de Emús nos ilumina en este camino. “Jesús hace camino con ellos” (Lc 24,13-25). Una
vez el objetivo logrado, Jesús desaparece, pues los discípulos deben caminar solos. Esto tiene
que hacer también la persona que acompaña. El camino a recorrer es personal, y nadie puede
hacerlo en mi lugar, es el mío, y me pertenece recórrelo a mí y únicamente a mí. Aquí hay que
tener un gran discernimiento, para saber en qué momento debe retirarse la persona que
acompaña; con la finalidad de que se pueda reconocer a Cristo y no haya interferencias ni
apegos. Quien acompaña tiene que tener claro que su misión es mostrar a Cristo y desaparecer.
La misión de Juan Bautista puede iluminarnos y ayudarnos en esta reflexión de
acompañamiento. “Al día siguiente Juan estaba otra vez allí con dos de sus discípulos, y vio a
Jesús que pasaba, y dijo: He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1,35). Saber mostrar a Cristo y
desaparecer, para que la persona crezca desde la libertad, y se “vincule” únicamente a Cristo.
Esta es la misión de quien acompaña. Nunca crear ataduras ni dependencias afectivas. “Libres
nos quiere Dios”, dirá Teresa de Jesús. Criterio esencial.
Otro texto del evangelio de Juan nos aclarar el tema del acompañamiento. Leyendo y orando el
Juan 5,1-18 “El paralítico de Betesaida”, me surgió la siguiente reflexión. Comprendí que solos
poco podemos hacer, y que todos necesitamos las mediaciones para sumergimos en la piscina;
es decir, para poder ser sanados de nuestra parálisis, y caminar con determinación por el
camino de la verdad, la libertad y el amor. Valores fundamentales que debemos asimilar si
realmente queremos crecer en la fe y vivir el evangelio.
El acompañamiento es un camino de sanación. Todos estamos enfermos, todos tenemos
diversas heridas y algunas parálisis que nos impide caminar; pero todo ello se va sanando, en el
transcurso del acompañamiento, camino de interiorización y de ir haciendo la verdad en mi
vida; porque una de las exigencias del acompañamiento es “hacer” la verdad en mi vida. Como
diría teresa de Ávila: “caminad en verdad”. De aquí la sinceridad de reconocer y de exponer la
realidad de mi existencia, de mi “enfermedad”, de mi carencia, como la reconoció el paralitico:
“No tengo a nadie”. Las carencias en la vida también son heridas, y a veces enfermedades que
paralizan. Y, ¿quién no tiene carencias? Carencias de amor, de estima de sí mismo, de
reconocimiento, de amistad, por enumerar algunas. Cada quien conoce las suyas. “Dice Jesús al
paralitico: ¿Quieres curarte? El paralitico le respondió: Señor, no tengo quien me meta en la
piscina cuando se agita el agua; mientras yo voy, otros descienden antes que yo. Jesús le dijo:
Levántate, toma tu camilla y anda” (Jn 5,1-11). Indudablemente que el paralitico deseaba
curarse, pero no tenía los medios adecuados a su alcance y lo confiesa abiertamente.
En este pasaje evangélico nos dice la importancia de confesar tu propia realidad: “no tengo a
nadie”, “no puedo”, “esta dificultad es mayor que yo”, “me supera”, “no tengo fuerza de
voluntad”; “imposible de superar tal o tal situación o de responder a tal o tal exigencia”. Pero
Jesús te dice: ¿Quieres curarte? El deseo es esencial, (esto ya lo hemos trabajado en la tertulia
teresiana). El deseo es el motor, la fortaleza de la vida que unido a la fe mueve montañas. Sin el
deseo nada se hace en la vida. Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Esto también
te lo dice a ti y a mí, hoy y ahora. Quien acompaña tiene este deber de animar y estimular a que
la persona coja su “camilla”, es decir, su propia vida y se ponga a caminar busque los medios
para ser curado; pues a ella le corresponde, y no a la persona que acompaña, de coger su vida
“entre sus manos”. El acompañamiento es un ayudar para que la persona se ponga “en pie”, en
camino, para que avance, se supere y alcance la meta que es la santidad en su estado propio. La
santidad es la primera vocación del cristiano y ella exige una respuesta. Luego veremos otros
textos bíblicos fundamentales en el acompañamiento.
• MIRADA OBJETIVA
La persona que acompaña tiene que ser objetiva y leer los acontecimientos con una mirada
serena, clara y parcial. Realidad que la persona acompañada no tiene porque está implicada
afectivamente en el hecho, en la situación concreta, en el acontecimiento que vive. El
acompañante no se identifica con el hecho que vive el acompañado ni afectivamente está
cogido, por esto su mirada es más clara, más justa y objetiva; porque no está “tocado” ni por la
afectividad ni por la emoción y sentimientos. La persona que acompaña tiene que guardar la
justa distancia, la necesaria para hacer el buen discernimiento y ayudar a la persona a que sea
objetiva, clara y realista; tanto en la exposición de sus ideas como en los problemas y
dificultades que pueden presentarse, como en su experiencia orante.
La persona que acompaña no decide a la plaza del otro, su tarea es simplemente ayudar a la
reflexión, a la búsqueda del querer de Dios para la persona, y juntos intentar ver, a la luz de la
Palabra, cuál es el camino, el proyecto de vida marcado por Dios para ella. En esto hay que estar
muy vigilantes, pues la manipulación se puede dar fácilmente y proyectar los propios deseos en
la otra persona.
La responsabilidad de quien acompaña está en acompañar a la persona en toda su integridad:
con sus heridas y vulnerabilidad humana y espiritual, para juntos poder hacer un camino de
sanación, de liberación y de discernimiento en las decisiones que deben tomar. También debe, y
esto es muy importante, estimular, valorizar y ayudar a descubrir y reconocer las maravillas de
Dios en ella. Esta toma de conciencia de su grandeza será la mejor ayuda para a avanzar en el
camino trazado, en esa madurez humana y espiritual que hemos dicho al principio. Trabajo muy
básico e importante es ayudar a la persona a quererse tal como es, con su propia historia, es la
suya y a partir de ella tienen que caminar. Sin este trabajo y postura de aceptación no habrá
crecimiento en la vida espiritual y se corre el peligro de dar vueltas sobre sí mismo, en lugar de
abrirse a los demás y centrarse en Dios. Saberse amada de Dios y amarse a mismo son
esenciales para un sano equilibrio humano y espiritual. Quien acompaña tienen que estar muy
atento para revaloriza la persona, es la pedagogía del estímulo, del aliento, del ánimo, de ese
estar en camino… Ser positivos es primordial para la evolución de la persona, tanto a nivel
humano como espiritual.
• ALGUNOS REQUISITOS PARA EL ACOMPAÑAMIENTO
El primer requisito es sentir la necesidad y querer se acompañado. La persona, ante todo, debe
querer ser acompañada y, desde el deseo y la convicción de que el acompañamiento es algo
bueno para ella, buscar la persona que cree puede ayudarle.
Enumeremos algunas exigencias necesarias para comenzar un acompañamiento:
• Desearlo y pedirlo en plena libertad, incluso si no tengo una idea clara de lo que es el
acompañamiento, poco a poco lo voy adquiriendo.
• Deseo y determinación para buscar y hacer la verdad en mi vida, teniendo como mediación a la
persona que me acompaña, a la cual me confío plenamente desde la sinceridad y libertad.
• Fidelidad en la regularidad de los encuentros. Ser fiel y respetar el tiempo que se decidan
(cada quinces días, una hora, etc.)
• Confianza, transparencia, sinceridad y sencillez. Si no tienes confianza en la persona no
empieces un acompañamiento, busca otra.
• Hay que darse un cierto tiempo de “prueba”, para ver si encajo con la persona, esto es
importante, dado que tiene que ser en plena libertad y confianza; y también he de sentirme
acogido/a y comprendido/a. Es aconsejable que se dé cierta conexión humana y espiritual.
(Ejemplo: si tengo una espiritualidad definida, seguro que alguien que viva esa misma
espiritualidad puede comprenderme y ayudarme mejor).
• Después de un tiempo prudencial de “ensayo”, se da la confirmación por ambas partes, pues el
acompañamiento se hace de acuerdo entre dos personas. (También puede pasar que la persona
a quien se le haya pedido el acompañamiento, después de un tiempo, no vea necesario una
continuidad, por distintas razones). Ambas tienen que ser muy libres.
• El acompañamiento puede ser puntual o prolongado (para discernir algo concreto, o cuando la
persona cree que lo necesita. Este acompañamiento tiene connotaciones y matices diferentes
que el acompañamiento continuado. El verdadero acompañamiento exige una continuidad, una
regularidad.
• ¿Cuánto tiempo debo continuar con la misma persona que me acompaña? cada persona, es
única. Desde mi experiencia personal como acompañada y acompañante: más de cuatro o cinco
años seguidos no lo haría. De lo contrario el acompañamiento puede desvirtuarse y convertirse
en una rutina.
• Cuando hay una continuidad, cada persona necesita un discernimiento del tiempo apropiado
que se decide de mutuo acuerdo. Quincenal, mensual, en caso de gran necesidad puede darse,
sobre todo al principio, semanal; en general es una vez al mes. En esto como en todo, el
discernimiento es muy importante, pues cada persona y situación es diferente y necesita su
atención propia.
• No confundir el acompañamiento con la amistad. No voy a contar las cosas a un amigo, a una
amiga, eso es diferente, pues el acompañamiento es un ministerio eclesial y se hace en nombre
de la Iglesia, y como tal se ha de vivir por ambas partes. Como dice el papa Francisco: “el
auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del
servicio a la misión evangelizadora”.
• El acompañamiento no es un desahogo psicológico, sino una búsqueda de la voluntad del Señor,
para responder al plan que él tiene en mi vida. También entra el compartir las tristezas y las
alegrías de la vida; pero atención, no voy a dar “el parte”, la información, de lo sucedido desde
mi última entrevista. Esto es más para el sicólogo que se sitúa a otro nivel y trabaja con otras
herramientas. Bien que en el acompañamiento se tiene en cuenta la sicología personal y sus
necesidades humanas, se tiene que tener claro la diferencia que se da entre lo que significa un
seguimiento terapéutico y el acompañamiento espiritual.
• Es aconsejable, tener un cuaderno donde puede anotar, al menos las ideas centrales de aquello
que comparto y recibo como respuesta. Les aseguro que esto, cara el futuro, es muy positivo.
Releer las notas puede ayudarnos en momentos difíciles y también en los momentos de acción
de gracias. Esta opción es totalmente personal y libre; pero desde mi experiencia aconsejo
hacerlo, sobre todo en los principios.
• Prepara la entrevista: es importante reflexionar en aquello que voy a decir antes del encuentro.
Un encuentro se prepara, no se improvisa. Un encuentro preparado, reflexionado y orado,
tendrá un resultado más positivo y profundo. No vayamos nunca a lo que salga, si así se actúa,
el fracaso está asegurado.
• Ir a lo esencial, no irse por las ramas; porque el acompañamiento hay que ir a la raíz de las
cosas, ya que es la única manera de hacer la verdad en mi vida y poder caminar desde la
libertad. No quieras adornar las realidades ni los hechos con florituras ni con rodeos, “la verdad
os hará libres” (Jn 8,32), y hacia la verdad hemos de caminar.
Hay que distinguir y tener claro, entre lo que es el sacramento de la reconciliación, y el
acompañamiento espiritual.
• EXIGENCIAS Y CUALIDADES DE LA PERSONA QUE ACOMPAÑA
La primera exigencia: la persona que acompaña tiene que tener la formación necesaria y ser
enviada, por la autoridad competente, -sea a nivel diocesano, el obispo, o de parte de los
superiores, en el caso de ser religioso, religiosa.
Segunda: para acompañar, se tiene que tener la experiencia de ser acompañado. Esta
experiencia es fundamental. Porque si no se tiene la experiencia de ser acompañado no sabrás
acompañar.
Cualidades: capacidad de acogía y escucha. Las dos disposiciones fundamentales para el
acompañamiento son la acogida y la escucha. Ellas son indispensables para que la persona
acompañada se sienta a gusto y pueda compartir y expresarse con toda lealtad y sinceridad.
Sentirse acogida y escuchada permite decir: “yo”. De aquí que la capacidad de escucha es
esencial, imprescindible para el acompañamiento. Citamos de nuevo al Papa Francisco que dice:
“necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar que es más que oír”. La persona cuando se
siente acogida, escuchada y comprendida es cuando puede decir lo que lleva en su corazón:
interrogantes, sufrimientos, dudas, problemas, así como alegrías, gozos, deseo y proyectos. Para
que se dé un verdadero encuentro espiritual es necesaria una cierta empatía, cierta proximidad;
sin caer en el extremo de la fusión, ni de la amistad posesiva y manipuladora.
Cada persona requiere una atención particular, quien acompaña tiene que tener entrañas de
misericordia, gran capacidad de hospitalidad, de bondad, de respeto y misericordia. La persona
que acompaña no juzga; pero su deber es ayudar a clarificar, a caminar en verdad. A iluminar la
conciencia entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo mejor, entre la imperfección y la
perfección. Nunca debe imponer su criterio y mucho menos guiar a la persona por intereses
personales. Quien acompaña es el testigo de un Dios silencioso, una mediación y referencia
eclesial, y no personal.
La formación en este tema es muy necesaria. “Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un
ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo” (Mt 15,1-14). Como ya hemos dicho el
acompañamiento “es un ministerio eclesial, una misión pastoral, un envío”. Nosotras, monjas
de Jerusalén, no podemos acompañar a nadie, sino es con la autorización de la priora. Y no
todas las Hermanas pueden acompañar, ni tienen la formación adecuada para esta misión de
acompañamiento.

Quien acompaña tiene que ser persona de fe, de oración, de escucha, discernimiento y
discreción. Con un gran amor a las Sagradas Escrituras, porque ellas son la fuente principal de
donde procede toda luz y sabiduría para acompañar. También un gran amor a la Iglesia. Es
necesaria cierta formación teológica, pastoral y espiritual. El acompañamiento exige secreto
profesional, esto es un principio de ética fundamental.

¿A qué se compromete la persona que acompaña? A estar atenta para percibir la acción de
Dios en la persona acompañada. Y ¿cómo discernir la acción de Dios? Esto requiere una gran
intuición entre lo que la persona dice y los signos del Espíritu, a través de los acontecimientos y
de la luz recibida en la oración. Compartir la acción de Dios en la oración es muy importante en
el acompañamiento cara un buen discernimiento.
El acompañar requiere un compromiso serio, pues el compromiso no consiste solamente en el
tiempo dedicado a la persona; sino que, de alguna manera, se lleva a la persona en la oración y
te sientes responsable de su crecimiento espiritual. Ser padre, madre, espiritual, significa
engendrar a la persona para Dios, de aquí la preocupación y el desvelo por las Iglesias, como
dirá Pablo. Es decir, la preocupación y ocupación por las personas acompañadas. Sobre todo,
orar mucho por ellas y quererlas; pero siempre desde un amor espiritual que es mucho más
humano y divino. Dice san Vicente de Paúl: “No me basta amar a Dios, si mi prójimo no le
ama”. El rol de la persona que acompaña es despertar y motivar a que Dios sea el centro de la
vida del acompañado, que ame a Dios con todo su ser, que le busque a él y solamente a él.
La misión de la persona que acompaña, ante todo, es la de saber escuchar; es alguien con quien
yo puedo formular, desde la sencillez y libertad, lo que pienso, deseo y vivo. Y al verbalizarlo,
tiene cierta resonancia en mí y me ayuda a encontrarme con mi propio yo, con mi ser más
profundo, porque puedo decir: “yo”, y al formular mis pensamientos en voz alta, ante otra
persona, su resonancia me hacer reflexionar y ver las cosas de otra manera. Esto es importante.
La persona que acompaña es como un espejo delate de quien yo me pongo y expongo, para
que me vea y conozca en mi propia realidad, sin caricaturas ni máscaras. A nadie le gusta
quedarse “al desnudo” y que conozcan su pobreza, sus faltas y pecados… pero si quieres crecer
has de ser transparente y dejarte mirar en tu propia desnudez humana y espiritual.
La escucha es la cualidad más necesaria en el acompañamiento. Si no sabes escuchar no
pretendas acompañar. Es importante dejar que la persona se exprese hasta el final de lo que
ella quiere decir, sin interrumpirla ni consolarla rápidamente. Las caricias no ayudan a avanzar
en la vida ni los paños calientes curan las enfermedades. Es necesario dejar que los diversos
sentimientos, emociones, dudas, enfados, rebeldías, incluso contra Dios, puedan expresarse;
sabiendo acogerlas y situándolas en su contexto y situación concreta que vive la persona. No
hay que tomar las cosas en primer grado, sino analizar el por qué se da esa situación. Buscar y
discernir las causas para ir a la raíz, porque es la única manera de avanzar en el camino de la fe y
de la verdad.
Cuando consolamos a las personas antes de tiempo, impedimos que de ellas salgan las
emociones y el llanto, y todo ello es muy necesario. No “sequemos” rápidamente las lágrimas,
es bueno llevar pañuelos… y autorizar a la persona a que llore. Acoger las emociones y el llanto
del otro no es fácil, nos da miedo, cierto pudor, y por eso enseguida queremos poner la
“tapadera” de la consolación; esto nunca se debe hacer. Si la persona que acompaña no sabe
hacer frete a esta situación, quiere decir que ella tiene problemas sin solucionar y, de alguna
manera, se ve reflejada en esa emoción y en ese llanto, que intenta apagarlo. También puede
ser por falta de formación y de experiencia. Un hecho real, es que los hombres -en general-,
ante una persona que llora se desarman, no saben muy bien cómo proceder. Sin embargo, la
mujer ante tales situaciones tiene otra capacidad de reacción y otras herramientas que le
ayudan a mejor controlar tales emociones. Realmente, en estos casos y momentos, lo más
sencillo es dejar a la persona que llore, autorizarla y decirle que está en todo su derecho de
hacerlo, esto le ayudará. En estos momentos, es bueno y conveniente tener un gesto de
cercanía, de empatía; pero evitando la compasión y la fusión. Es la persona la que tiene que
pasar por esa trayectoria, por esa vivencia y no la persona que acompaña. Hay que saber
guardar la buena distancia para que haya una continuidad serena y fructífera; sin confusiones
afectivas ni manipulaciones. Hay gestos afectuosos que se pueden tener entre amigos; pero no
con la persona que nos acompaña. Todos somos frágiles, y quien acompaña debe guardar su rol,
su autoridad; para evitar la dependencia y las ataduras afectivas. Acompañar es educar para la
madurez y la libertad, desde el verdadero amor evangélico y no desde la sumisión ni fusión
afectiva.
Otro punto importante es no dar consejos ni recetas y menos mencionar hechos de otras
personas. Todo esto no hará sino confundir al acompañado sin dejarle expresarse. Y por
supuesto, no hablar de uno mismo; tendencia que todos tenemos: te comprendo, porque yo
viví la misma situación, sí a mí me pasó algo parecido… Este tipo de reflexiones hay que
desterrarlas categóricamente. Puedes decir: te comprendo, me pongo en tu lugar, me siento
cerca; pero deshecha, de una vez por todas, a mí me pasó…. Sí, conozco una persona que…,
conozco alguien que vivió esta misma situación…. Pues esto es la ocasión para no escuchar al
otro, sino para y hablar de tus cosas o experiencias. La persona no ha venido a escucharte, sino
a ser escuchada. Y recordamos de nuevo que quien no sabe escuchar, no puede acompañar. Ya
hemos dicho que la escucha en el acompañamiento es esencial. (Explicar la experiencia del
pastor protestante)
Y esto nos tendría que servir, para todo dialogo y confidencia. Hay que saber distingue entre los
momentos de la comunicación entre amigos, tertulias, confidencias de igual a igual, y lo que es
el acompañamiento espiritual. Lo uno y lo otro, es muy diferente.
Una vez que la persona ha dicho cuanto desea, con paz y tranquilidad, juntos hay que discernir,
ayudar a tomar decisiones; pero nunca imponer tu punto de vista ni deseo, sino ayudar a
clarificar, orientar y proponer no imponer. Anteriormente he dicho que no tenemos que dar
consejos, y sobre todo si no te los piden; esto es otra de las deformaciones muy comunes. Es
mejor: sugerir, proponer, indicar, despertar; porque se da más libertad a la persona. ¡Cuidado
con la manipulación! La persona es sagrada…hija, e hijo de Dios, creado para ser libre, no la
conviertas en propiedad, mi propiedad. Como dice el papa: “la persona es tierra sagrada ante
la cual debemos descalzarnos”.
“Hacer lo que él os diga”. Estas palabras de María son fundamentales en el acompañamiento:
haz lo que tu conciencia te diga a la luz de la oración y de la escucha de la Palabra. Es verdad
que para esto hay que tener una conciencia formada, pues no todas las personas tienen una
formación adecuada ni una conciencia recta. Esto lo dice el Concilio Vaticano II. Ver y vivir los
acontecimientos desde la fe y la obediencia a Dios. Porque no se obedece a la persona que
acompaña, sino que se obedece a la voluntad de Dios buscada y discernida conjuntamente. La
persona que acompaña debe desaparecer para que Jesús se haga visible, pues ella solamente es
una mediación. El Espíritu Santo es el verdadero acompañante, como ya dijimos al principio. Y
esto lo tienen que tener muy claro acompañante-acompañados.
La reformulación, es algo a lo que no estamos muy acostumbrados, pero que en el
acompañamiento es esencial. Es decir, reformulo aquello que la persona ha dicho, para ver si
ella se ha sentido comprendida en lo que ha querido decir, y si la persona que acompaña ha
comprendido bien el mensaje que le ha querido transmitir. Porque una cosa es lo que decimos,
otra lo que queríamos decir, y otra lo que mi interlocutor ha comprendido. De aquí la necesidad
de la reformulación. Esto también deberíamos aplicarlo en los grupos de reflexión.
Pero, ¿qué es la reformulación? A partir del prefijo re- que nos indica la re-formulación,
estamos formulando nuevamente algo que ha sido dicho y que quiero saber si realmente he
comprendido bien lo que mi interlocutor quería decirme. De aquí la reformulación. Por
ejemplo: si he comprendido bien lo que tú quieres decirme es que… De esta manera se verifica
si he comprendido bien el mensaje y si la persona se siente comprendida.
En ciertos contextos, reformular puede tratarse de volver a decir lo mismo, pero con otras
palabras. Por ejemplo: Un argentino entra en una tienda en España y pregunta por un
“celular ”: ante el desconcierto del vendedor, este va a reformula la consulta y pregunta si lo
que quiere es un “móvil”, ya que ése es el concepto que se utiliza en España para referirse al
dispositivo conocido en Argentina como “celular ”. Entonces dirá: “si he comprendido bien lo
que usted quiere es un móvil, ¿no? En este caso, podemos advertir que reformular no siempre
consiste en modificar la esencia de algo, sino que también puede tratarse de un cambio en la
manera de comunicarlo.

Veamos un caso muy característico vivido en el acompañamiento de personas mayores, tanto


hospitalizadas como en residencias de mayores. Después del saludo normal, en seguida
comienza la persona: “me siento triste, mis hijos no vienen a verme, ni me llaman por teléfono,
aquí me han dejado; a mis nietos hace tiempo que no los veo. ¡Con lo que yo he hecho por
todos, y ahora, ya ve! ¿Cuál es el mensaje quiere pasar esta persona? ¿Cómo actuarían ustedes?
¿Cómo hacer la reformulación? Yo la haría así: “Si he comprendido bien, lo que usted quiere
decirme es que se siente, sola, incluso abandonada de sus hijos, y que a sus nietos los echa
mucho en falta, porque hace tiempo que no vienen a visitarla”. No repito lo que ella me ha
dicho, pero la reformulación es para ver si realmente he comprendido el mensaje que ella
quiere transmitirme. Porque en el acompañamiento hay que intuir el mensaje que encierran las
palabras. En realidad, lo que le hace sufrir a esta persona, es la ausencia de los suyos, y por
consecuencia se siente sola y abandona. Ante estos hechos no intentemos consolar
rápidamente y defender a la familia diciendo: no piense eso es que…. Con el trabajo que tiene,
etc… si así reaccionamos la persona no se siente tomada en serio en lo que vive y dice; es más,
se puede sentir herida porque defiendes a las personas, es decir a su familia, que para ella es
causa de sufrimiento. Hay que dejarle que exprese su sufrimiento, y una vez expresado,
entonces sí que podemos ayudarle a que supere ese dolor de abandono. De esta manera se
sentirá comprendida y acompañada. En este momento podemos poner un cierto bálsamo entre
lo que ella vive y los suyos, nunca acentuar la herida; pero no minimizar su sufrimiento que nos
transmite. En el acompañamiento hay que tomar en serio a la persona, con todo lo que ella
vive. Acompañar es todo un arte… lo dice el papa Francisco y la experiencia te lo enseña.
Es a partir de esta comprensión cuando empieza el verdadero acompañamiento, esa “visitación”
de Dios, pues el acompañamiento es una visitación, ya que mi interlocutor tiene alguien con
quien compartir su sufrimiento.
• EL ACOMPAÑAMIENTO ES SANADOR

• Por la acción del Espíritu Santo que sana


• Por el hecho de buscar con sinceridad a Dios y ponerlo en el centro de mi vida
• Porque el acompañamiento es ante todo hacer la verdad en mi vida, pues nada esclaviza tanto
como vivir en la mentira, en una doble vida, en la confusión y el pecado, que en definitiva es el
desamor a Dios, el darle la espalada y caminar siempre en la sombra, en la oscuridad.
(A nivel sicológico está comprobado de que el desorden moral genera ciertas enfermedades: las
envidias, el egoísmo, los celos, la ira, el rencor, el odio, la avaricia, la venganza, un perdón no
dado; estas pasiones se vuelven contra la misma persona, creando estados patológicos
incurables; difíciles de diagnosticar y curar a través de la medicina. Esto en el plano humano,
pero cuando se tiene una conciencia espiritual más “fina” esto todavía se acentúa más en la
persona. De aquí que el acompañamiento sea sanador porque voy nombrando a las cosas por
su nombre, e intento poco a poco hacer la verdad en mi mida, es decir, responder a las
exigencias del evangelio y saliendo del mundo de la oscuridad, como es el pecado y todas las
pasiones desordenadas, para caminar en la luz, en la verdad y la libertad de hijos de Dios. A
partir de ahí todo cambia en mí porque me abro a la gracia y a la conversión constante y
permanente que me va sanando, devolviendo a la vida.

Si realmente llegásemos a comprender que vivir en la verdad es vivir en equilibrio sicológico,


emocional y espiritual, se dejaría el mundo de la mentira, que no hace sino esclavizar a la
persona, y escogeríamos vivir en la verdad. Las “defensas” más saludable para un buen
equilibrio de vida es el orden interior, porque el orden lleva a la paz y a la unidad interior. El
acompañamiento favorece y ayuda a este equilibrio, cuando ambas partes: acompañado-
acompañante se lo toman en serio y ponen en medio y en el centro la acción del Espíritu Santo.

Oración de sanación
Señor, Jesús, que el amor de tu corazón me invada. Enséñame a recordar que si existo es porque
he sido deseado, creado por Ti, y amado por Ti, desde toda la eternidad.
Recorre mi vida desde el principio, en que fui concebido en el seno de mi madre, hasta este
momento, y sáname de todas las heridas que han “quebrado” mi corazón, mi afectividad, mi
memoria, mi imaginación, mi inteligencia, mi voluntad.
Líbrame de toda atadura afectiva, de toda cadena, ídolo y sabandija que me esclaviza.
Con el Espíritu Santo, quiero vivir en la verdad y la libertad, queriéndome tal como soy,
aceptando mi propia historia, y desde este amor y libertad amar y servir a mis hermanos en
humanidad.
Jesús, por la acción de Espíritu Santo, para la gloria del Padre, quiero darme enteramente a Ti,
en cuerpo, alma y espíritu.
Gracias, Padre, por haberme creado y hecho comprender que la vida es un don maravilloso.
Quiero acoger este don con amor y, a su vez, volverlo a dar como don para mis hermanos y
hermanas en humanidad. Te pido que mi vida sea un don para los demás. Sana mi yo enfermo y
todo mi ser. El patrimonio que quiero dejar en herencia para la humanidad es el amor, la
verdad, la paz de Dios Padre y la libertad de quien se sabe amado del Padre. Amén.

PALABRAS BÍBLICAS CLARIFICADORAS

Mateo 23,16-24 “¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: No es nada el que alguno jure
por el templo; pero el que jura por el oro del templo, contrae obligación”.
Mateo 23,24 “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!”
Isaías 9,16 “Porque los que guían a este pueblo lo extravían; y los guiados por ellos
son confundidos”. Isaías 56,10 “Sus centinelas son ciegos, ninguno sabe
nada. Todos son perros mudos que no pueden ladrar, soñadores
acostados, amigos de dormir.”
Malaquías 2,8 “Pero vosotros os habéis desviado del camino, habéis hecho tropezar a
muchos en la ley, habéis corrompido el pacto de Leví, dice el SEÑOR de los
ejércitos”.
Jeremías 5,31 “Los profetas profetizan falsamente, los sacerdotes gobiernan por su
cuenta, y a mi pueblo así le gusta. Pero ¿qué haréis al final de esto?”
Isaías 9,16 “Porque los que guían a este pueblo lo extravían; y los guiados por ellos
son confundidos.”
Sor Carmen Herrero
Quiero compartir un hecho vivido en acompañamiento que realmente me trabajó y costó
comprenderlo. Y con el que no estaba de acuerdo.
El acompañamiento era con una mujer que vivía en pareja desde hacía muchos años. La
persona me compartía ciertas vivencia y dificultades que, bajo mi punto de vista, eran para
compartirlas con su compañero y mejorar su relación haciendo la verdad de su propia vida y
convivencia. La respuesta era siempre la misma. Ah no, eso yo lo se lo puedo decir A…de
ninguna de las maneras, perdería la imagen que tengo ante él. La realidad de esta relación es
que vivía con una máscara continuamente, la que le generaba indecibles problemas físicos y
psicológicos, sin quererlos aceptar. Ella se hacia la víctima, era su manera de actuar y
conducirse, sin darse cuenta de que ella misma era la victima de su propio funcionamiento: vivía
en la mentira de lo que era, escondiendo ciertas realidades del pasado y del presente. Por otro
lado, mujer religiosa, rezadora, a su manera; pero sim entrar en la vivencia profunda de lo que
significa vivir en verdad, en la verdad de lo que soy y de lo que puedo dar al otro.
Este hecho me llevo a hablar con varios matrimonios y descubrí que no siempre existe la
transparencia y la verdad en el matrimonio. Tal vez, por mi falta de experiencia me quedé un
tanto desilusionada. Hasta con el cónyuge podemos vivir en la doblez, en la mentira…Entonces,
¿dónde está eso de ser uno? Punto de reflexión.

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