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INDICE

PRÓLOGO
CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 04

SANTA POR EL PUEBLO MARINO Y PARA EL PUEBLO MARINO


Carlos Carrillo 05
SUPAYPA WAWAN
Luis Bravo 07
REVELACIONES
Kristina Ramos 09
LA MORDIDA
Victor Grippoli 11
INYECCION LETAL
Gonzalo Del Rosario 13
LA GUERRA NO TIENE HEROES
Poldark Mego 15
SARITA, MI AMOR
Oswaldo Castro 17
NO MÁS CENICIENTAS
C.G. Demian 19
MORADO
Tania Huerta 21
LA PROFECIA DE TUPAC
Omar Luján 23
SEPULCRO INCAICO
Cristina Taborga 25
MENSAJE DE UN ROBOT
Julio Cevasco 27
EL JUICIO DE GRAU
Rodrigo Martinot 28

CONNY
Carlos Cavero 30

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EL BRUJO
Carlos Cabrel 32
PODER
Diana Huapaya 34
EL MENSAJERO DE SUPAY
Gabriel Britto Nuñez 36
AQUELLA EXTRAÑA
Alvaro Mayorca 38
LA BANDERA
Mariangela Ugarelli 40
HEROES NACIONALES
Carlos Enrique Saldivar 42
BIODATAS 45

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PROLOGO

Aeternum es una revista de literatura oscura, ya en su excelente primer número nos


lo había dejado claro en la portada. Pero ¿qué es la literatura oscura? Este es un
tema del cual me hubiera gustado hablar cuando prologué aquella sensacional
primera edición; por fortuna, hoy puedo hacerlo. Se habría de considerar que son
dos las vertientes de las cuales se ocupa Aeternum, una es la realista, otra es la
fantástica (la ciencia ficción entraría aquí), enfocadas ambas corrientes hacia el
terror, lo siniestro, lo tenebroso, en pocas palabras: lo oscuro. Esta es una revista
cuya meta es generar miedo, inquietud, perturbación en el lector, pero el terror no lo
es todo en Aeternum, hay mucho más, la ambientación, por ejemplo, que resulta
umbría o penumbrosa; o la intencionalidad, la transmisión, como dije, de temor o de
angustia. Y también se encuentra la temática, la cual, en esta oportunidad es:
Héroes y Santos peruanos en cuentos de fantasía oscura. Como no puede ser de
otra forma, veo que todos los relatos en esta edición son sobrenaturales. Hay una
premisa argumental que se desarrolla y, de pronto, es quebrada por un elemento o
fenómeno imposible. El reconocido escritor estadounidense Charles L. Grant es el
autor más citado con respecto a la acuñación del término «fantasía oscura», él la
define así: «un tipo de historia de terror en el que la humanidad se ve amenazada
por fuerzas más allá de la comprensión humana», y relacionaba este término con
obras más sangrientas que lo acostumbrado. También se habla que en la fantasía
oscura las criaturas fabulosas alcanzan mayor protagonismo, como en las obras de
Anne Rice o Neil Gaiman, lo cual se contrapone a la clásica historia de horror donde
los personajes principales son los seres humanos. Por otro lado, el término se ha
decantado hacia los terrenos de la fantasía épica o la fantasía heroica. Lo que nos
lleva directamente a Robert E. Howard, como antecedente de relevancia.
Ahora que hemos explicado de manera sucinta de qué trata la fantasía oscura,
pasemos a comentar en pocas pero contundentes palabras de qué va este nuevo
número de Aeternum. Ya se ha mencionado el tema. El volumen anterior estaba
dedicado a las madres; en esta oportunidad: a los héroes y santos nacionales. Se
entiende que es por la cercanía de las Fiestas Patrias, celebración que a muchos
nos llena de emoción y goce, porque es como un nuevo renacer para la nación, la
cual, en todo momento (por desgracia) se encuentra atrapada por los tentáculos de
la corrupción y todo tipo de taras sociales. No obstante, esa pequeña centella de
esperanza que brilla cada vez que nos sumimos en estas fechas de regocijo, las
cuales deberían servir para reflexionar por sobre todo, nos permite mirar el día a día
con fuerzas para seguir luchando por nuestro proyecto de una patria mejor, como
antaño lo hicieron los grandes hombres y mujeres de nuestra historia. Noto que varió
en la revista la cantidad de palabras, se han recibido cuentos de hasta dos páginas,
para brindar mayor radio de acción a las creaciones literarias. Claro que esta no es
una revista acogedora, sino todo lo contrario: sobrecogedora, llena de sangre,
vísceras, mártires vengadores, figuras religiosas asociadas con cultos ignominiosos,
tratos con el Diablo, tentaciones escabrosas, antiguas maldiciones y otros tópicos
que, con toda seguridad, serán del agrado de vosotros, lectores. Son ustedes los
que hacen que se hagan realidad volúmenes maravillosos como éste.
Lima, julio de 2018

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SANTA POR EL PUEBLO MARINO Y PARA EL PUEBLO MARINO
Carlos Carrillo
Mi abuela, como chalaca orgullosa, fue una gran devota de Sarita Colonia.
Siempre nos llevaba a todos los nietos y primos a visitar esa pequeña capilla
popular construida sobre lo que era una fosa común en el cementerio Baquíjano
y Carrillo del Callao, lugar donde supuestamente se encontraba la cripta de la
joven milagrosa.
Recuerdo todos esos domingos ingresando al cementerio con la abuela y su
tribu, recorriendo los caminos entre las tumbas, hasta llegar a la capilla de Sarita.
Recuerdo todas esas manifestaciones de doliente veneración a una santa que
realmente no lo era, pues hasta el día de hoy no es reconocida como tal por el
Vaticano. Ahora, años después, y habiendo recuperado la casa familiar en el
distrito de Bellavista, pienso que la Iglesia Católica tiene razones suficientes para
no declararla santa. Tal vez sus investigadores han encontrado lo mismo que yo,
tal vez conozcan su verdadera historia y su imagen real, no la que aparece en
las estampas, medallones, llaveros y cuadros que se venden en el mercado
cercano a la capilla.
Recorriendo la solitaria casa, escuchaba la voz de la abuela narrándonos sus
historias de aparecidos, almas en pena y sacerdotes sin cabeza que gustaban
de pescar en las cercanías del terminal marítimo en las oscuras noches de luna
nueva. También, nos contaba historias sobre Sarita Colonia, historias más
parecidas a las leyendas en torno a ella, aunque con algún cambio que en su
momento no llamaba la atención. Cómo lo del supuesto primer milagro en su
nativo Huaraz cuando Sarita cayó en un río y fue arrastrada por la corriente.
Según la leyenda popular, “un señor grande, con hábito blanco y barba rubia, la
levantó de las aguas”, pero, la abuela contaba que en realidad fue la madre de
Sarita quién quedó a merced del río y fue rescatada. “Pero no la rescató un rubio
vestido de blanco. Fue rescatada por un tritón”. Contestando la pregunta escrita
en nuestros ojos atónitos, la abuela explicaba: “El tritón parece una serpiente,
pero también tiene brazos de hombre y un rostro semejante al del pez borracho.
Y ese tritón hablaba y le dijo a la madre de Sarita que no iba a morir, pues tendría
una hija predestinada a servir a su pueblo”.
Siempre entendí que por lo de “servir a su pueblo”, la abuela se refería a las
conocidas manifestaciones de bondad y generosidad de Sarita, entregando
vestimenta y alimentos a los pobres distrito chalaco. La abuela siempre corregía
este punto “Chicos, Sarita entregaba peces y objetos de oro. Solamente eso”.
También puntualizaba que servía a su pueblo marino, aunque eso podría estar
haciendo alusión a los estibadores del puerto del Callao quienes fueron los
primeros en rendir culto a Sarita Colonia.
¿Y las diferentes versiones de la muerte de Sarita? Algunos aseguran que Sarita
murió al arrojarse al mar del Callao, escapando de unos delincuentes que

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pretendían violarla. Sin embargo, existen registros de su fallecimiento en el
hospital de Bellavista en diciembre del año 1940, a los 26 años de edad debido
a un caso de paludismo, que la familia de la presunta santa niega, señalando
que murió por una sobredosis de aceite de ricino. La abuela se reía de todas
esas versiones y nos contaba una y otra vez que Sarita no había muerto.
“Nuestra santa sólo durmió profundamente para tener las fuerzas necesarias y
salir en búsqueda de su pueblo marino”. Acto seguido la abuela empezaba a
hacer mímica de cómo Sarita se levantaba del sueño y se dirigía al puerto del
Callao, “rodeada de acólitos alegres que bailaban y cantaban como en una fiesta
de carnavales y ella se lanzaba al mar dónde era recibida por un grupo de
tritones. Luego, levantada sobre las aguas por los tritones, llamaba a los más
jóvenes a que la sigan y uno a uno iban saltando del muelle”. Esa escena siempre
me resultó bastante perturbadora.
Todas esas historias alternativas de Sarita Colonia quedaron como anécdotas
de la imaginación de la abuela para entretener a sus nietos, hasta que mis dos
hermanos mayores desaparecieron en circunstancias extrañas. Ello motivó a
que mis padres decidieran enviarme a vivir donde un pariente lejano fuera del
país y ellos mismos se mudaron a una provincia del norte, lugar en donde
murieron en un accidente mientras pescaban en altamar. Cuando mi abuela
murió recibí una notificación de un estudio de abogados y regresé a recuperar la
casa de Bellavista. La nieta preferida quedó como la única heredera.
Ahora de nuevo en la casa de la abuela, buscaba una habitación escondida. La
abuela había dejado instrucciones precisas que me entregaran una llave y
algunas indicaciones para encontrar la enigmática habitación. No demoré mucho
en hacerlo y ninguna de sus historias me preparó para lo que encontré al interior.
Era un espacio oscuro y estrecho donde ser guardaba un altar a la verdadera
Sarita Colonia. Una gran tiara dorada se encontraba sobre una mesa rodeada
de dos largos cirios. En toda su superficie se encontraban grabados con motivos
marinos entre los que destacaban los tritones tal como los había descrito la
abuela “mezcla de serpiente y pez borracho por sus ojos saltones”. Y sobre la
tiara colgaba una foto color sepia donde posaban dos mujeres: una era mi abuela
joven que se encontraba de pie, posando una mano sobre el hombro de la que
estaba sentada. La mujer sentada tenía el cabello negro y de alguna manera
tenía cierta semejanza a las imágenes de Sarita Colonia, pero la expresión rígida
de su mirada le daba un aspecto repelente. ¡Y sus manos apoyadas sobre su
regazo! ¡Se veían rugosas y parecía que entre sus dedos tenía membranas! Lo
comprendí todo, tal como pienso también debieron concluir los investigadores
del Vaticano que le niegan en declararla santa. El verdadero culto de Sarita
Colonia es el de un pueblo marino que adora ciertas deidades que habitan en las
profundidades de ríos y mares, un pueblo marino al que perteneció mi abuela
como sacerdotisa y del que yo probablemente sea la última descendiente.

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SUPAYPA WAWAN
Luis Bravo
El vientre se abrió de par en par. Un vientre incapaz de amar. Una mujer sin
rostro ni voluntad. Una mujer que, cansada de sufrir, le puso a su vida un punto
final. Pero claro, como todo suicida, no pensaba en su muerte como un cierre,
más bien como una obertura. La sangre de su garganta, abierta como las fauces
de un lobo, borboteaba sin cesar sobre un antiguo libro maldito. Su estómago
destrozado, con los intestinos emergiendo como gusanos de mosca en el
excremento, teñía con su purpúreo color las líneas marcadas en el suelo. De su
vagina, destrozada por dos tijeras —de un danzaq maldito— introducidas hasta
partirle la ingle, emergía el vino de la vida. El cual, formando un denso riachuelo,
se arrastró hasta unas palabras escritas en un lenguaje antiguo:
«Sunqu ch’aska qoyllur».
Las letras brillaron intensas, como el sol de la mañana o quizás, como el fuego
del averno, al cual estaba segura de acudir. Toda la sangre acumulada se fue
arremolinando en torno a una delgada sombra humana, un ente que poseía lo
que ella no. Decisión.
—Lo último que vi antes de morir fue a mi hijo asesinado por mi culpa. Lo primero
que veo al volver es a mi hija muerta, también por mi culpa.
La agonizante mujer sonrió al ver al demonio que logró arrebatar de las garras
de la muerte. Ella sonrió porque al fin, en la muerte, su vida había tenido algo de
valor.
—Supaypa wawan… —susurró la mujer con el último aliento de vida.
Los ojos negros y las facciones endurecidas de aquella doncella maligna se
vieron ensombrecidas cuando fijó la mirada en las lágrimas que escurrían por las
mejillas amoratadas de su hija. Dio un paso hacia el cadáver y se agachó. Vio
los labios cortados de la mujer, los pómulos amoratados, la nariz partida. Cerró
por un momento los ojos la recordar los golpes con los que los españoles le
arrebataron la vida. Aquella doncella abrió la boca hasta deformar su bello rostro,
el cual, ahora, se asemejaba al de un cocodrilo. Las fauces sanguinarias se
cerraron sobre el rostro de su hija, devorándolo sin piedad alguna, dando así el
ritual por concluido. Mama Tuta al fin le brindaría a ella la noche eterna.
Abrió los ojos y se puso de pie, la oscuridad que rodeaba su esbelto cuerpo
pronto se transformó en una vestimenta oscura, casi de porte militar. Las
imágenes que le brindó su hija con su carne fueron formándose en su mente.
Rencor y desidia. Una mezcla fatal.
Se dio cuenta que ahora el enemigo no era el español. Ahora el enemigo era
todo un sistema podrido, enraizado en el odio, el miedo y la manipulación.

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Era como si las mujeres hubieran olvidado su sagrado papel. Ellas traían la vida
al mundo, por lo cual, era también su deber el de traer la muerte. Un hombre no
es visionario ni estratega, no lo es, lamentablemente ella cometió el error de
seguir a Gabriel y no el de seguir su instinto.
Ella sonrió, la misma sonrisa que su hija, en el lecho de muerte, le regaló. Eran
otros tiempos, ya nadie recordaba su nombre, inclusive ya nadie le ponía de
nombre a su hija Micaela. Era una alegre noticia, el anonimato sirve muy bien
para el rebelde. No obstante había algo que ella aborrecía. Los débiles peruanos
se habían olvidado del sabor de la sangre en la boca, el insistente ardor del
cuchillo traspasándole la carne y el inmortal castigo de ver morir a quien más
amas frente a tus ojos, sin que nada puedas hacer.
Si ella tendría que sacrificarse para recordarles su valiente pasado lo haría, una
y mil veces. Ella se volvería el demonio que se pondría a copular con la muerte
en una marea sinfín de sangre. Ella encarnaría al apocalipsis, ella se volvería en
la más cruenta de todas las madres, una que daría a luz al más vil de todos los
hijos: el caos.
Sus negros ojos brillaron en la infinita oscuridad que comenzaba a acumularse
como un enjambre venenoso alrededor de ella. La noche le brindó una
premonición, se vio en el calor de la batalla, destrozando cuellos, pisoteando
cráneos. Ondeando al fin la bandera del Perú sobre una montaña de cadáveres
putrefactos.
—Cada muerte me acercará más a la victoria, sembraré las semillas del conflicto
en los vientres de cada mujer impura. Ja, ja, ja. ¡Haré que lamenten mi nombre!
Era lo justo.
El mundo la vio morir y no hizo nada. Ahora ella vería al mundo morir y no haría
nada. Sólo así el peruano despertaría de su sueño febril.
Sólo así, en la muerte, aprenderían lo que es vivir.

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REVELACIONES
Kristina Ramos

Andrés Avelino Cáceres Dorregaray fue mi abuelo, un hombre ejemplar dedicado


a su familia y a su patria.
Llevó a cabo diferentes campañas exitosas al interior del país, recuerdo con
mucho orgullo cada relato de mi madre sobre él, que ahora yo le cuento a mi
hija.
Mi querida Zoila heredó el arte de escribir de mi difunta madre y el talento militar
de mi abuelo. Su espíritu vivaz la ha llevado muy lejos y está a punto de publicar
su primer libro.
Hace unos días llegó de la capital muy emocionada queriendo conocer las raíces
de su bisabuelo y la llevé a pasear a la antigua casa que teníamos en Ayacucho.
Admirada por la belleza del lugar, su rostro reflejaba paz. Al cabo de unas horas
empezó a desempolvar las cajas en busca de información para escribir. Después
de pelear con el polvo y las arañas, encontró unos libros, las páginas amarillentas
evidenciaban el paso de los años, a lo que mi hija muy emocionada decidió
llevárselos junto con la ropa apolillada de mi abuelo.
Llegando al hotel, decidí leer algunos de los libros, abrí la maleta y escogí un
diario que me llamó mucho la atención, estaba forrado con cuero negro y tenía
tallados unos símbolos extraños.
Al abrirlo, grande fue mi sorpresa al ver unos dibujos horrendos como sacados
del mismo infierno. La curiosidad fue más grande, aproveché la ausencia de mi
hija y comencé a leer. Relataba pasajes de la vida militar de mi abuelo y conforme
fui avanzando me perdía entre símbolos y conjuros.
¡No podía creer lo que mis ojos contemplaban!
Por un instante, el clima se tornó denso, sentía como unos ojos se clavaban en
mí. Un frio intenso me recorrió todo el cuerpo, me quedé inmóvil por unos
segundos y una silueta negra pasó muy rápido delante de mí.
Quedé estupefacta, inmediatamente solté ese maldito diario y una voz gruesa
resonó por toda la habitación.
—¡Ha llegado el día!

Supe que era él, reconocí de inmediato su voz. La puerta se abrió y vi a Zoila
pálida con los ojos desorbitados, llena de tierra y en la mano derecha empuñaba
una de las medallas de mi abuelo.
Seguía desconcertada, no entendía nada, ella muy furiosa me empujó hacia la
pared, sus facciones cambiaron inmediatamente al punto de estar irreconocible.
Empecé a llorar, a suplicar que me soltara y no obtuve ninguna respuesta.
Cuando el reloj marcó las doce, un agujero negro se abrió en un espejo que

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colgaba de la pared, Zoila me aventó a un lado, recogió el diario e
inmediatamente recitó uno de los conjuros que ahí se encontraba.
Almas vastas e inhumanas cruzaban el umbral, envolviendo toda la habitación,
llenándola de oscuridad.
Cerré los ojos fuertemente y un viento helado envolvió todo mi cuerpo. Sentí
como mi alma se desprendía de mi ser mientras la mano de mi abuelo me tomaba
del brazo y me conducía al campo de batalla, a lo alto de la sierra peruana. El
frio era insoportable y caminábamos a través de la tormenta de sangre, los
vientos ciclónicos hacían más duro nuestro recorrido.
Vi como gente extraña quería apoderarse de nuestras tierras, matando a
nuestros compatriotas. Con lágrimas en los ojos y su voz entrecortada me explicó
del trato que tuvo que hacer con los seres del más allá y servirse de ciertos
artilugios para poder defender a los suyos.
De pronto, una verdadera legión de jarjachas avanzó, rasgando las gargantas de
los intrusos quienes horrorizados contemplaban a los espectros.
Danzaban en medio de la matanza mientras la luna iluminaba los verdes
campos, una sonrisa esbozo su rostro y sus ojos endemoniados reflejaban el
placer de desgarrarlos vivos.
Las horas pasaban lentamente, de pronto caí en un profundo abismo el silencio
me consumió, al borde de la locura sentí mi cuerpo contra el suelo, abrí los ojos
y me encontraba de nuevo en aquella habitación.
Mi hija yacía tendida en un rincón abrazada de aquel diario.
En las paredes estaba escrito con sangre la palabra: ¡Volveré!
Con mucha dificultad me puse de pie, abracé a mi pequeña y me percaté que a
su lado se encontraba un periódico, donde se reflejaba los conflictos que
atraviesa nuestra patria, como aún sufre nuestra gente y su sangre sigue siendo
derramada sin piedad.
Cuando Zoila despertó, me contó de sus sueños recurrentes y lo que la trajo
hasta aquí. Me dijo que la magia la llamaba, supo entonces que era su bisabuelo
quien ahora la necesitaba.
Sabía que era tiempo de abrir los portales, de traer de nuevo a los espectros
para que sacien su sed de sangre, tal como lo hizo él, EL BRUJO DE LOS
ANDES.

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LA MORDIDA
Victor Grippoli
El joven moreno de hábito gris y blanco caminaba ese día bajo el sol agobiante.
El paseo había sido más largo de lo previsto y ahora se encontraba en un lugar
de la campiña que no conocía. De todas formas no importaba, el verdor y la
alegría llenaron de goce el corazón de Martín de Porres.
Se sentó sobre un viejo tronco caído y colocó sobre el mismo a su fiel e
inseparable escoba de paja.
—Amiga mía… parece que nos vamos a quedar aquí un rato. Necesito estirar
las piernas un poco.
En ese instante un perro de aspecto decrépito se hizo presente. Le faltaba parte
de su pelaje debido a la sarna. Gracias a la parazoogésis, habilidad para hablar
con las bestias, el santo pudo entender los ladridos de tan simpático visitante.
—¡Martín! Tu fama te precede. Debido a eso, decidí rastrearte por estos
caminos, gracias al Señor te he encontrado. Debes venir conmigo. El hijo de mi
pobre amo ha sido asesinado, una mordida en su cuello y ha quedado vaciado…
al igual que mis ovejas amadas. ¡No ha quedado una viva! Mi patrón ha
enloquecido, ya no sale de la choza… ni me alimenta. El demonio ha caído sobre
estos lugares.
—Querido perro, iré contigo. Muéstrame el camino. Esta es una misión que me
encomienda nuestro Señor Jesús. No hay tiempo para reposar.
Llegaron a la pequeña choza aislada, en el establo se hallaba el cuerpo de un
pastorcillo indígena carente de vida y de sangre… su cuello mostraba dos
incisiones maléficas. El resto de las ovejas tenían las mismas marcas. Luego
entraron a ver al amo y este yacía en estado de shock. Martín le preguntó al
perro donde estaba el agua y le dio de beber al hombre, luego lo bendijo.
Después de erradicada la amenaza lo llevaría junto a las monjas para que lo
sanaran. Luego de dirigió a darle cristiana sepultura a su hijo.
—¿Ya sabes cómo vencer al mal? ¿Qué descubriste?
—Perro mío… esas marcas que viste son las propias de un vampiro. No es un
animal… ni humano. Ya los indios nuestros los habían combatido en la
antigüedad. Son ángeles caídos. Son las tropas del mismísimo Lucifer. Ignoro
los motivos que tenga para acechar este lugar de la campiña. Tal vez porque es
remoto y puede conseguir alimento con impunidad. Pero eso se ha acabado.
Hazme un favor. ¿Sabes si el amo tiene un buen cuchillo?
—Sí, claro. Tiene uno que da mucho miedo. ¿Con eso vas a pelear?
—No… tú solo dime donde está. Y llama a los pajarillos. Necesito saber si lo
vieron moverse en la noche y hacia donde se dirigía.
—Perfecto. Ya voy con ellos. —Acto seguido el cánido se perdió entre los
árboles.

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A la noche, la luna llena despuntaba en lo alto del firmamento sin nubes ni
estrellas. El moreno se mantenía estoico y de pie frente a la choza destartalada.
Su manto se mecía por el viento atroz y frío que de un momento a otro se había
desatado.
—¡Ahí viene! ¡Siento el batir de sus alas! —Su pelaje entero se erizó.
—Perro, vete. Este no es lugar para ti. Solo yo puedo enfrentarlo.
Al instante se hizo presente una criatura humanoide con rasgos de murciélago,
sus alas membranosas se alzaban desafiantes, sus ojos denotaban una
inteligencia demencial y antigua. Propia de seres inmortales que se han tornado
hacia la locura. Y su boca… la misma portaba los colmillos venenosos de satán.
—¿Qué hace aquí un pobre negrito? ¿Acaso piensas enfrentarte a las fuerzas
de la oscuridad? Yo soy líder entre los antiguos. Señor de fornicaciones, amo del
pecado. —El vampiro se transformó en un bello joven desnudo con un larguísimo
pelo negro, luego volvió a cambiar su apariencia hacia la de una voluptuosa
mujer de labios rojísimos. La misma se acercó a Martín y lo acarició dulcemente.
—¿No te tienta unirte a las filas del oscuro? Te prometo todo que desees, una…
cien mujeres como yo… u hombres de poderosos miembros. Sólo debes decirlo.
—Ella tocó su cuello abriendo las fauces, sus dientes perfectos tomaron la forma
de sendos y filosos colmillos capaces de destrozar la carne.
—Nada de lo que me ofrezcas puede seducirme, ofendes a las mujeres y
hombres tomando su forma, ante mis ojos sigues siendo un caído.
—No puedo morderte… algo santo… ahora lo huelo… ¡No eres un simple mortal!
¡Eres un enviado! ¡Pero no tienes armas! Sólo vas con esa ridícula escoba
vieja…
—Me es más que suficiente… —Martín había afilado la punta de su escoba con
el cuchillo del campesino. Con un rápido movimiento de sus mano tomo la misma
y la clavó en el pérfido corazón de la bestia.
Mientras que la sangre negra brotaba por el pecho del vampiro este cambió
varias veces de forma, su efigie se transformaba en mujeres de cabellos
trigueños, en incas antiguos, en negros esclavos. Luego volvió a su gigantesca
forma natural con sus alas membranosas elevándose en un mortal espasmo para
terminar desintegrándose en una nube de ceniza gris que se expandió por el
lugar.
A la mañana, Martín alimentaba a las pequeñas avecillas que se amontonaban
a su paso. El perro y su amo, milagrosamente recuperado le fueron a dar el adiós.
—Que tenga buen viaje mi amado negrito. ¡Muchas gracias! —pronunció el viejo.
El santo los saludó con la mano y sonrió. Tomó con la otra su escoba, ahora con
el mango quebrado y con paso sereno volvió hacia el camino polvoriento que lo
conduciría al pueblo.

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INYECCIÓN LETAL
Gonzalo Del Rosario
Daniel Alcides Carrión se equivocó de jeringa y se inoculó la verruga andina o
fiebre amarilla. En realidad, lo que se quería inyectar era un poco de morfina, de
la que le conseguía a su hermano Donato. Una dosis al día previa al sueño para
calmar el dolor de sienes y párpados por tanto investigar. Esta técnica la
aprendió de su experimentado amigo de sus épocas del residentado en el
Hospital Almenara, José Vito Córdova, connotado neurólogo y uno de los
primeros psicoanalistas del Perú, que como Freud necesitaba de las alas de
mariposa en sus fosas para poder operar y trabajar.
En cambio, Daniel era más tranquilo. La coca en dosis medidas lo ponía ágil,
creativo y poderoso, ya que si se pasaba un gramito terminaría en uno de esos
malos viajes al jirón Huatica; por eso se metía la morfina que lo relajaba, lo hacía
dormir, soñar, alucinar, vislumbrar, todas sus migrañas desaparecían y el
problema en el que se había enmarcado por las puras huevas desaparecería.
Ya en otras ocasiones había jugado con la idea de inyectarse la mismísima
verruga para escribir científicamente los síntomas. Esa era una medida muy
discutida en los cenáculos médicos universitarios, por esos días, pero ni Donato
ni José la secundaban; para ellos era mejor dejarse morir de placer a cada
pinchada, lentamente, como guardando los remos de una balsa y escapar con la
corriente, a reventarse un balazo en la sien, lanzarse desde el campanario de la
iglesia, o incluso al río o a la mar con los bolsillos llenos de piedras o con una
rueda de molino atorada en tu cuello.
Para sus dos únicos amigos la morfina o la coca eran mejores alicientes que
ahorcarse, aunque la otra vez su novia Claudia le había sujetado del cuello
mientras cabalgaba sobre su falo erecto y habrá sido su ausencia en Lima, habrá
sido que no tenía tiempo ni para masturbarse, pero aquellos últimos encuentros,
su novia se movió tan frenéticamente que le hizo eyacular una pronunciada
cantidad de semen, tanto que cuando se limpiaban no paraba de salir de su
mujer, qué tan arrecho estabas, le dijo riéndose, sí que me extrañaste. Daniel se
durmió acurrucado en los pechos de su amada con las marcas en su cuello aún
adolorido por las garras.
Sin embargo, esto era distinto, no sabía a quién recurrir, y si salía en ese estado
solo daría vergüenza. Cacheteó a Donato que se había quedado seco y
babeando en el sofá con la jeringa incrustada en su vena, pero tampoco
reaccionaba. Ahí sintió el primer hincón de la fiebre amarilla: sus fosas nasales
se secaron y dificultaban la respiración, luego tosió, le ardió como lija e intentó
escupir, pero no tenía saliva en su garganta. De pronto sus rodillas comenzaron
a temblar, y el suelo recibió ambas palmas. No se podía parar, se apoyó en el
cuerpo de su hermano que parecía ni siquiera respirar. Entonces escuchó esas
voces nuevamente, solo las oía si se pasaba de la dosis, pero esta vez no tenía

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sentido: eran sus antepasados, todas las almas de la gente que vivió en esa
zona, y todas las almas de quienes residieron con él en esa casa, y todas las
almas de las personas a quienes no logró salvar, gente humilde, mineros y
campesinos, llorando le preguntaban la razón si él había estudiado tanto, si
Daniel era el primero de su clase, por qué no nos pudiste salvar, le increpaban,
y Daniel mudo ya no percibía nada, ni su nariz ni su garganta, solo los ojos le
habían comenzado a picar, jamás debió metérsela de un envión, ese afán de
sentirlo todo de una vez, por qué no se dio cuenta antes, ojalá mañana rompan
la puerta y los salven porque no creo que Donato despierte a tiempo.
Daniel era fuerte y sobrevivió una semana y media más para contarles a todos
sus colegas médicos cómo se sentía morir y pudrirse de a pocos en vida. Muchos
de estos diálogos lindan con la locura y describen atrocidades y visiones. Sus
más allegados, Donato y José, decían que su voz había cambiado, que ese
timbre ronco y tenebroso no sonaba más a Daniel; y quizá las anotaciones de
los últimos días no hayan tenido sentido alguno, pero sirvieron para documentar
todo el proceso de su deceso, de su camino al infierno o a la gloria. Así se
extendió su leyenda, y porque siempre fue bien buena gente y dio su vida por la
medicina peruana, ahora felizmente ya nadie se acuerda de lo otro.

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LA GUERRA NO TIENE HEROES
Poldark Mego
Es difícil describir un campo de batalla, la visión de un terreno yerto plantado de
cadáveres, los olores mezclados de la pólvora y los fluidos humanos. La tristeza
desoladora que resquebraja cualquier corazón. Es bien sabido que ningún
sobreviviente siente, al principio, regocijo por la victoria, este sentimiento viene
después, cuando la mente ha logrado maquillar la barbarie y difuminar los
horrendos detalles para que los recuerdos sean más digeribles.
Francisco Bolognesi Cervantes no cumplió la promesa que le hizo a la
delegación chilena, no gastó ni un solo cartucho. Y aunque sí logró la victoria, el
precio fue exageradamente alto, como siempre ocurre en estos casos.
El ya de por sí amplio y yermo desierto de Arica era ahora basta tierra de muerte.
Los cadáveres de patriotas e invasores se extendían hasta fundirse en el
horizonte. Cualquier historiador apuntará que la bravura de los soldados
peruanos, siendo menos en número y recursos, se antepuso a la superioridad
chilena pero nada de eso ocurrió. La historia de aquella batalla era mejor
enterrarla, olvidarla, crear una nebulosa alrededor para que el recuerdo se
convierta en mito y se deforme hasta que la fantasía cobre mayor relevancia que
los hechos.
Bolognesi salió victorioso, acabó con todos los invasores a costa de la vida de
todas sus tropas. Ese fue el pacto. El coronel era el único sobreviviente.
La noche anterior a la batalla siempre es la misma, más oscura que otras, más
silenciosa. Como si el diablo supiera de la masacre en la víspera y hace callar al
mundo sólo para que las dudas que albergan los corazones de los desdichados
se escuchen con fuerza, hasta el punto de causar locura y abandono.
Las tropas peruanas ya eran presa de un pánico solapado, los que tenían se
abrazaban a sus fusiles, otros a la bebida o a los placeres. Lo que sea que
enmascare el miedo. El viejo coronel no era la excepción. Recluido en sus
aposentos, en total oscuridad, meditaba sobre las mínimas posibilidades que
tendría el ejército nacional y de qué manera podría hacer volver a casa a la
mayoría de los esposos. Porque después de una guerra siempre debe haber una
casa a la cual volver, sino nada de esto tendría sentido.
La penumbra lo envolvía como un manto que caía suave como el toque de la
muerte, casi imperceptible de no ser por aquel frio característico, que la parca
deja sentir cuando se anuncia. El viejo sospechó que no estaba solo en su
habitación y preguntó a la noche —¿Quién está ahí?— Y algo en la penumbra le
respondió.
—Conozco los temores que alberga tu corazón, ha sido tu miedo el que me ha
llamado y por ello vengo a ofrecerte una oportunidad de cambiar el destino.—
Contestó la voz de una niña, las sombras sólo permitían ver sus pies descalzos,
níveos como la nube más pura, más su rostro seguía oculto en la negrura

15
dejando resaltar dos esferas plateadas, que sin parpadear agoraban tiempos
nefastos.
El coronel, fiel católico y devoto, lo comprendió. Lo había visitado el diablo.
Un temor cerval recorrió los órganos del hombre de 63 años, y sintió que una
mezcla de trémula locura y desesperación intentaba salir de su cuerpo
desgarrando su carne y cordura. Era el efecto de estar frente al ángel caído.
Quiso orar, pensar en sus santos y en su cruz pero el efecto del amo del
inframundo nubló toda razón. Pese a que la oscuridad se hizo total en la
recamara, Bolognesi pudo ver completamente la tímida figura que Lucifer había
adoptado para presentarse ante él: una niña de tez nívea, cabellos castaños,
camisón blanco y ojos como perlas, la sonrisa de la diminuta figura hizo que el
coronel se desatara en risas enloquecidas mientras lloraba desconsolado.
—Mañana, morirás, no importa que pase… morirás. Sin embargo tienes dos
opciones.— La pequeña se detuvo frente a la longeva figura y posando un dedo
sobre la frente arrugada del coronel le mostró la caída de Arica en manos
chilenas, el repaso, la llegada de las tropas invasoras a Lima, la cantidad ingente
de muertos y secuelas que dejará la cruenta guerra. El Esfuerzo de Bolognesi
sería un sacrificio honorable y aunque terminaría como un héroe la derrota era
ineludible. Aquello lo sumió en la más profunda depresión.
Francisco Bolognesi miró directo a los ojos de aquella pura maldad decidido a
hacer lo que fuera por conseguir la anhelada victoria. —¿Qué quieres de mí?—
preguntó sospechando la respuesta.
La pequeña deformó sus rasgos hasta convertirlos en una masa de espanto
inenarrable. —Lo quiero todo.— Y ambos soltaron carcajadas matizadas de
profunda demencia sellando el pacto.
A la mañana siguiente no hubo disparo ni sable que matara al coronel. Bolognesi
raptado por un poder abrumador aniquiló con sus propias manos a invasores y
aliados hasta que no quedó nadie vivo. El diablo lo quería todo y él se lo dio sin
recapacitar, pues el único pensamiento que le dominaba era que sacrificar a mil
quinientos soldados patriotas con tal de derrotar al enemigo y evitar la caída de
la nación era un precio aceptable.
Hallándose abandonado de toda la luz, intentó rememorar su heroica frase pero
comprendió que no era ningún héroe. En ese momento el diablo, agradecido por
el sacrificio, se llevó su alma creando así una de los más extraños vacíos de la
historia peruana.

16
SARITA, MI AMOR
Oswaldo Castro
1
El portón se cierra detrás de mí y la claridad del día me nubla los ojos. La luz de
la calle es diferente a la que vi en el patio los últimos veinte años de mi vida. Es
un enorme reflector que atrae miradas indeseables y me siento señalado. Acabo
de cancelar la letra de cambio firmada hace mucho tiempo. Visto la ropa que me
confeccionó un amigo del taller de sastrería y tengo una muda completa en el
maletín de plástico que agarro con fuerza. En el bolsillo de la camisa cargo dinero
y la mano derecha aprisiona el papel con la dirección de un ex recluso. Parado
en la vereda el mundo exterior se despliega como una cuchillada. Los
vendedores ambulantes ofrecen chucherías a los familiares que avanzan lentos
en la cola de ingreso. El bullicio y los silbatos policiales poniendo orden me
destiemplan los tímpanos.
Miro a los costados y nadie ha venido a buscarme. Lo hago para darme
importancia y rabio por dentro sabiendo que soy un miserable sin familia. Siento
que mis huesos no pertenecen a una persona libre y que más bien han sido
prestados para salir del penal. Purgué condena por violar y asesinar a una
quinceañera.
Nunca me arrepentí de lo hecho y no me considero rehabilitado y menos
reinsertado en la sociedad. Las dos décadas tras las rejas terminaron de
endurecerme la piel, torcer el carácter y alejar el propósito de enmienda. Han
acentuado mi resentimiento con la humanidad y si antes fui una mala persona,
hoy soy una peor, llena de odio y con ganas de cobrar facturas. Las violaciones
que sufrí al ingresar me recuerdan el mal vivir de mis compañeros de celda. Tuve
que apuñalar y matar al chino Jo para ganarme el respeto y sobrevivir. Con los
años llegué a ser uno de los taitas del pabellón y mi ascenso en la jerarquía
carcelaria significó el acceso a drogas, negociados con los agentes
penitenciarios y el liderazgo entre los jóvenes recién ingresados. Los violaba y
conseguía sirvientes maricas. En esa aberración encontré la sublimación de mis
bajos instintos.
En la calle, y a punto de ser embestido por una moto taxi, cargo dos muertes,
veinte años perdidos y nada en la vida. Solo estoy casado con Sarita Colonia y
está tatuada en mi pectoral izquierdo, delante del corazón. La devoción que
profeso por ella, al igual que el resto de mis compinches, nació cuando el
colorado se curó de la tuberculosis. Una noche se le presentó y tosió con él. El
enfermo sostuvo que la aparición compartió la sangre de sus pulmones y expulsó
a la enfermedad. Los médicos no creyeron en el milagro y lo botaron a patadas
de la enfermería por farsante. Los otros sí y, a partir de entonces, las estampitas,
rosarios y rezos estuvieron intercalados con las fechorías que cometíamos.
Me enamoré a primera vista y casi maté en un ataque de celos. Mi rival amaneció
desangrándose en el baño y quedó claro el amor que sentía por ella. Los demás
la adoraban en silencio. En un acto sublime de amor me casé con ella, le soy fiel
y ninguna mujer merece mis sentimientos puros.

17
Subo a una combi con destino a San Juan de Miraflores donde me esperan.

2
Solo debo ser la contención, nada más.
Para mí es terrible haber estado encerrado tanto tiempo. Ando anquilosado, falto
de reacción y la cocaína distorsiona mis reflejos. La falta de práctica me
estupidiza y la noica hace lo demás. Me convierto en un manojo de nervios y la
tembladera se apodera de mi cuerpo. Qué vergüenza si se enteran.
Mis socios entran en la agencia bancaria y yo permanezco en la puerta,
aguardando y conteniendo a los guachimanes. Nunca imaginé que alguien
llamaría a la policía. En cuestión de segundos estamos rodeados por patrulleros
y el negro Lucho cae abatido. Fui tan incapaz que no me percaté de la jugada.
Ahora estoy huyendo entre los carros y no veo la ruta de escape segura. Para
mi desgracia, un policía me persigue y dos disparos han pasado zumbándome
las orejas. Doy vuelta en una esquina y desemboco en un pasaje, el que a su
vez muere en un callejón sin salida. La respiración del agente y las órdenes de
detenerme las escucho más cerca. Hago caso omiso porque Sarita Colonia, mi
amor, late bajo mi pecho y me cuida, haciéndome invencible. Ese es el regalo de
bodas que garantiza mi seguridad y su sonrisa protectora es mi luna de miel
eterna. Un desnivel del pavimento hace que pierda el equilibrio. Caigo
estrepitosamente, suelto el revólver y el mundo gira al revés. El sargento, un
hombre joven sudoroso y decidido a matarme, aparta el arma con el pie y me
apunta. Ve mi rostro derrotado y jala el gatillo. No se escucha el sonido mortal,
solo el quejido del mecanismo trabado.
—¡Maldita sea! —Reniega al mismo tiempo que Sarita Colonia, aparecida de
entre las paredes, lo mira pidiendo misericordia.
El policía, sorprendido por la aparición, tiene los dedos agarrotados para
destrabar la pistola. Aprovecho para recuperar el revólver. Dos segundos
después lo tengo de rodillas, listo para sacarlo de este mundo. Es el que mató al
negro, no tiene culpa y entiendo que cumplía con su trabajo. Acuso, sentencio y
me dispongo a ejecutar. Veo la mirada desencajada y a la vez resignada; no
implora piedad y morirá en su ley. No tengo dudas y el pulso es firme.
Súbitamente el celular del hombre timbra. Nos desconcertamos y me
desconcentro. Estoy perdiendo tiempo y en cualquier momento los refuerzos
policiales aparecerán por la boca del callejón y seré un delincuente menos en las
estadísticas de los noticieros. Debo disparar. Apunto a la cabeza y a su costado
distingo la silueta de una mujer cargando una criatura. Es un aviso, me digo y
salgo corriendo para perderme entre los brazos de mi Sarita, quien me espera
en el taxi que ha detenido.
El sargento ha vuelto a nacer. Se echa sobre el piso para recuperar fuerzas y
reiniciar el regreso hasta su unidad. El celular vuelve a sonar. Lo saca del bolsillo
y lee la pantalla: “Sarita, mi amor”. Es la forma como identifica a quien lo acaba
de hacer padre.

18
NO MÁS CENICIENTAS
C.G. Demian
Alberto buceaba cerca del fondo marino. El cronómetro le indicaba que todavía
le quedaba oxígeno para media hora. Se sintió feliz. Finalmente había
encontrado un lugar interesante que investigar. En su cabeza había fantaseado
desde siempre con encontrar un tesoro pirata. Cosas de niños, decían sus
padres. Cosas de adultos, pensó en aquel momento Alberto.
A sus treinta años era un experto submarinista. Había recorrido medio globo,
disfrutando de la belleza que se esconde bajo las aguas y, por supuesto,
esperanzado con la idea de encontrar un pecio repleto de riquezas. Era
consciente de que tenía mayores posibilidades de comprar un número premiado
en la lotería, pero como los sueños de tantas personas, estos no atienden a
razones.
De repente, el agua en torno a él se agitó de forma brusca, y la luz cambio. Todo
brilló por un instante a su alrededor. Alberto aguzó la vista y creyó descubrir un
objeto medio enterrado en el lecho marino. Alcanzó el lugar, desplazándose con
la gracilidad de una sirena. Estiró su mano derecha que, como todo su cuerpo,
estaba recubierta de neopreno. Limpió con delicadeza la superficie arenosa,
deslizando el guante una y otra vez a izquierda y derecha, hasta que consiguió
liberar el objeto. Lo asió con la mano y lo sostuvo frente a sus ojos. Tras las gafas
submarinas, la mirada de Alberto reflejaba decepción. Se había hecho ilusiones,
no podía negárselo a sí mismo.
Entre sus dedos, solo había un botín viejo, desgastado y carcomido. Un trasto
inservible que, de haberlo encontrado en tierra firme, habría tirado al contenedor
de basura. Sin embargo, se encontraba en el mar, y todo es más valioso allí
abajo. Incluso un zapato viejo. Se fijó con más detenimiento en las costuras y el
material. Tuvo la certeza de que había sido fabricado hacia al menos un siglo.
No se trataba de un tesoro, pero al menos era una antigüedad. Lástima que
estuviera tan mal conservado.
Deslizó los dedos dentro del zapato. Estaban llenos de arena. Sacudió la mano,
y parte de ella salió del calzado, a través de los numerosos agujeros que el
desgaste del tiempo había creado. Ahora pudo llegar hasta la suela, para luego
adentrarse hacia la puntera. Sintió una pieza dura e informe. La agarró con los
dedos índice y pulgar y la sacó del botín. Al observarla sintió una punzada de
repulsión. Se trataba de un hueso humano. De uno bastante grande que, sin
duda, formaba parte de un pie. Lo soltó y lo vio caer a cámara lenta hasta
estrellarse contra el suelo.
De nuevo miró el cronómetro. Habían transcurrido quince minutos; debía
regresar al barco. Guardó el tesoro en su cinturón y pataleó con fuerza para
subir. La luz del día se hacía más intensa a cada segundo, y ya divisaba la quilla
del barco, oscilando suavemente.
Entonces algo le presionó el tobillo. Un dolor agudo le recorrió la pierna, hasta
llegar a la cadera. El primer pensamiento de Alberto fue que un tiburón le había
mordido. Se dobló sobre sí mismo para mirarse los pies; allí no había ningún
tiburón. En realidad, no había nada. Solo aquel dolor, tan intenso como un viaje

19
en una montaña rusa. Trató de mover la pierna, pero le fue imposible. Unas
burbujas salieron de su boca, tomando el camino hacia la superficie. Alberto las
siguió con la vista, suplicando que lo llevaran con ellas, que no lo dejaran allí
abajo. Pronto se perdieron en el agua. De repente, Alberto se sintió tan
insignificante en medio del océano, como aquellas burbujas.
Volvió a mirar su pierna dolorida mientras trataba de sacudirla. Se horrorizó al
descubrir que unas manos fantasmagóricas lo tenían agarrado por el tobillo.
Unos ojos color esmeralda le miraban con el mismo odio que si le hubiera robado
todo lo que le pertenecía.
—Maldito ladrón.
Alberto escuchó esas palabras dentro de su cabeza. Se tapó los oídos, pero la
voz seguía repitiéndose como el eco de una montaña. Gritó. Una columna de
burbujas ascendieron desde su boca. Sin embargo, no encontró la paz que
buscaba. Un fuerte tirón le envió hacia el fondo a una velocidad vertiginosa.
Alberto pensó que quedaría enterrado en la arena del fondo marino. Pero estaba
equivocado. Se golpeó la cabeza contra una pieza de metal oxidado. Esta había
formado parte de un buque de guerra, atendiendo a los impactos de proyectil
que todavía eran visibles. El fantasma, que ahora se presentaba de cuerpo
completo, seguía destilando odio por su vaporosa piel. Su único pie estaba
cubierto por un calcetín mohoso y raído, que dejaba al descubierto un trozo de
piel blanca y velluda. Su otra pierna estaba seccionada a la altura de la
pantorrilla.
Alberto por fin comprendió que el botín que había encontrado pertenecía al
fantasma, pero era demasiado tarde. Su cronómetro le concedía dos minutos de
vida. Sin tiempo ni fuerzas para alcanzar la superficie, moriría asfixiado bajo la
atenta mirada de un espectro. Quién sabe, con el tiempo puede que llegaran a
hacerse amigos.
La botella de oxígeno quedó tan vacía como el alma de un demonio. Alberto se
echó las manos a la garganta. Su cuerpo luchaba por meter algo de aire en sus
pulmones, pero no había de dónde agarrarlo. Su sien palpitó con fuerza mientras
su estómago se contraía con rapidez. Su piel debía de estar poniéndose azul.
Era el final. Luego, perdió la conciencia y sus brazos cayeron inertes a los
costados de su torso.
De repente abrió los ojos. El espíritu permanecía con la mirada fija en él, pero ya
no destilaba odio, sino compasión.
—Sube a bordo del Huáscar, muchacho. El capitán Miguel Grau nunca abandona
a nadie en el mar, ni siquiera a un ladrón como tú.

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MORADO
Tania Huerta
Los gritos se escucharon durante la procesión, el mar de gente iba a ser su propio
infierno y su verdugo, al no dejar pasar la ayuda.
El Señor de los Milagros se reía desde su marco de oro. Los ángeles y
querubines que lo custodiaban, miraban asombrados tan dantesca escena.
Su madre le suplicaba que parase y la Magdalena no hacía más que llorar, como
ya era su costumbre.
Bajo las pesadas andas de la sagrada imagen, los cuerpos se retorcían, los
brazos y piernas se sacudían como un pulpo agónico.
Al fin, el Cristo moreno había hecho justicia, al fin, tras centenares de años, se
había cansado de aquellos hombres que lo sostenían.
Desde arriba, desde su altar, veía cada año las obscenas escenas, el licor a
raudales, la droga, los engaños que se producían tomando su nombre para estos
hechos.
Los hermanos cargadores se arrastraban cada octubre sobre su propio vómito,
ebrios de licor y lujuria. No importaba la religión, no importaban sus creencias,
todo se veía olvidado ante el color morado que empapaba Lima de fe.
Semi dioses por cargar las divinas andas, se vanagloriaban cometiendo el
pecado de soberbia ante humildes feligreses que se acercaban a profesarle su
amor verdadero al Señor moreno.
Las cantoras y sahumadoras no se salvaban de las garras del desenfreno. La
lujuria reinaba en esas noches, cuando después de guardar las andas, los
hermanos se reunían para festejar un año más de encubierta fe.
¿Pensarían aquellos mortales que se burlarían de Él, del hijo de Dios? ¿Que
podrían corromper las leyes dadas por Él en su propio templo?
Gran esfuerzo fue arrancarse cada clavo que lo unía a esa cruz pintada en aquel
lienzo, gran dolor el rasgar su piel por el esfuerzo.
Aun sangrando caminó, dejando un recorrido de santa sangre siguiendo sus
pasos. Se arrancó la corona de oro y los ornamentos puestos por el hombre y
lavó sus manos y pies en las aguas benditas de la iglesia.
Su templo, aun lucia vacío a la aurora, miró alrededor de su imagen. Cientos de
ornamentos de plata colgaban, cada uno en agradecimiento de un milagro
concedido. El nunca exigió eso, nunca fue material lo que pedía en retribución.
El oro y la plata se confundían en la casa de su padre, imágenes llenas de
riquezas mundanas.
Asqueado regresó a su altar, donde la Virgen de las Nubes lo veía apenada,
apenas la miró al regresar al lienzo, tomó su antigua posición sabiendo lo que
haría.

21
Llegó la mañana con sus cantos y alabanzas, la misa terminaba y se escuchaba
su himno en las bocas que más tarde solo estarían llenas de licor.
A los pies del anda, los hermanos de hábito morado, se saludaban unos a otros
y corrían a quien quisiera acercarse a Él.
La campanilla del capataz sonó ordenando que los hermanos tomaran posición
debajo del anda, sonó la segunda campanilla para que, en un solo movimiento,
la cuadrilla completa lo levante en sus hombros.
Lo sacaron de la iglesia entre vítores y llantos, entre alabanzas y cantos. El Señor
de los Milagros observaba la morada mancha humana que lo seguía.
Recordó como cientos de años antes, aquel negro angoleño había pintado su
imagen en ese muro para tener excusa para sus excesos, pues en nombre de
Él, sus amos le daban libertad, comida y licor por un día. Noches de desenfreno
carnal.
Desde ese momento, había sido una tradición en aquella hermandad imitar a
aquel esclavo en sus costumbres después de la procesión, emulando en su
hábito morado los golpes que el negro recibía en su piel y en aquella soga blanca
que les rodeaba el cuello, las cadenas de la esclavitud. Todo tenía significado.
Pero aquella centenaria burla no duraría para siempre.
Varias cuadras avanzaron, la tercera cuadrilla cargaba las casi dos toneladas
que pesaba el anda, los pasos de los hermanos eran lentos y pesados, la
multitud rugía en oración, el sahumerio llenaba el día con su humo oloroso a palo
santo, las cantoras entonaban el himno del Señor. Tan alto cantaban que no
escucharon cuando la madera del anda comenzó a crujir. El fervor casi ciego no
les dejó ver la sonrisa transfigurada en el rostro del Cristo de Pachacamilla que,
con un grito poderoso, hizo volar a los gallinazos del centro de Lima mientras sus
andas se partían y caían sobre aquellos que lo cargaban en hombros, de
aquellos que lo festejaban, de aquellos que le cubrían el rostro antes de
comenzar con sus bacanales.
Húmeros, clavículas y piernas se partieron aquel día, aquel día en que el morado
se llevó en la piel.

22
LA PROFECIA DE TUPAC
Omar Luján
Después de la conquista española Túpac Amaru fue ejecutado en Cuzco, no sin
antes ser bautizado. Justo en ese momento fue donde comenzó un suplicio, el
agua bendecida le quemo la cara como ácido, y al no seguir las tradiciones
andinas posteriores a la muerte su espíritu no llego a ukupacha, además el
bautizo antes de su muerte lo llevo a viajar errante en el inframundo caótico del
catolicismo.
Durante cien años busco una salida de aquel terrorífico lugar donde los hombres
son atormentados por sus castigos, donde habita un enorme can que al ladrar
hace caer granizó que se entierra en el cuerpo de los condenados, acompañado
de lluvia de fuego que levanta a los muertos para ser flagelados, su aliento como
vendaval hace colisionar las almas de los condenados para finalmente
estrellarlas contra las paredes llenas de aguijones, en el camino hay un río que
fluye inagotable con la sangre de los iracundos que diariamente intentan salir
despedazándose entre sí, el río desemboca en un acantilado donde las almas
convergen y al caer son devoradas por un monstruo alado de tres cabezas cada
una mira en diferentes direcciones en el tiempo: el caimán mira al pasado, el
chacal el presente y el cóndor hacia el futuro.
Túpac logró llegar al acantilado donde sería juzgado y devorado por la cabeza
de cóndor quien vio en su corazón la magnanimidad que había y su prometedor
futuro, este le dio la oportunidad de reencarnar enviando su alma al limbo donde
tendría que esperar paciente un cuerpo.
Mientras deambulaba por el limbo vio la crueldad con la que era tratada su gente,
para consolarse escribió poesía y elevó su canto a los dioses implorando su
favor, cien años más tuvo que esperar; porque a veces los dioses son crueles
segregando a lo que es imperfecto ante sus ojos y para desgracia de Túpac su
rostro quemado no era reconocido por ninguno de los dioses, para ellos era una
paria. Pero en esta anarquía divina la madre tierra reconoció su voz y
Pachamama lo devolvió a su vientre, donde encontró en José Gabriel
Condorcanqui el anfitrión perfecto, pues es sabido que los espíritus solo pueden
poseer aquel cuerpo que asemeja sus características físicas y mentales para
obtener el dominio, así Túpac se alojó en el cuerpo de José.
Y fue así que el marqués de Oropesa hizo a un lado su cargo y prestigio para
servir a algo mayor, algo que él mismo desconocía y que ahora lo controlaba. En
sus manos estaba el destino de la integración indígena, mestiza, criollos e
incluso españoles que apoyaron el movimiento liberal. Adoptando su antiguo
nombre ahora sería conocido como Túpac Amaru II quien lucharía contra los
opresores de su pueblo, derrotando sin dificultad al siempre déspota Antonio
Arriaga, en castigo ante esta ofensa las autoridades coloniales españolas
enviaron un grupo de mil doscientos soldados que igualmente cayeron ante los
rebeldes.
Sus recientes triunfos le avecinaban un futuro próspero y grandioso. Después de
lo que había pasado en el inframundo su recompensa sería sentarse
nuevamente en el trono como el gran gobernante Inca, pero el destino le tendría
una mala pasada, justo cuando sus hombres y él se dirigían a Cuzco para realizar

23
el ataque definitivo, el espíritu del cuerpo anfitrión despertó y una lucha en su
interior dio comienzo.
Los relatos de los hombres que lo acompañaba dicen que él se apretujaba la
cabeza con ambas manos, y gritaba “¡déjame, déjame! ¡Debo terminar con esto!”
y una segunda voz que parecía provenir del interior de un pozo, le respondía
“este es mi cuerpo y jamás será tuyo” la escena se prolongó por varios minutos
la lucha entre ambos espíritus por el control total termino por agotar el cuerpo de
José que se desplomo quedando inconsciente, sus hombres no tuvieron más
remedio que regresar a Tungasuca.
Cuando despertó José Gabriel ahora llamado Túpac Amaru II su rostro había
cambiado, su semblante que antes era agresivo y lleno de rencor se había
transformado en cálido y amable como lo había sido siempre, lo primero que hizo
fue preguntar sobre los recientes acontecimientos, al contarle sobre la rebelión
que encabezaba sus ojos no podían ocultar el asombro y el temor a la
repercusión, fue entonces que intento negociar pero ya era tarde y en abril de
1871 fue apresado.
Al ser interrogado para tratar de averiguar los nombres de sus aliados, el espíritu
de Túpac en unión con el de José respondieron, “Nosotros somos los únicos
conspiradores, y vuestra merced por haber agobiado al país con acciones
insoportables, somos culpables de haber querido liberar al pueblo de semejante
tiranía” aquella respuesta con ambas voces al unísono aterro tanto a Areche que
le mando a cortar la lengua.
Túpac Amaru II vio morir a su esposa, hijos y familiares antes de morir, ataron
sus extremidades a cuatro caballos para ser desmembrado, pero los caballos
tiraron por largo rato sin obtener resultado mientras el reía a carcajadas. Areche
quien ya pensaba que Túpac tenía pacto con el diablo, mando a cortarle la
cabeza, el verdugo acertó un golpe en el grueso cuello del hombre pero
extrañamente el hacha no lo cortó, y fue hasta el segundo intento después de
afilar el hacha que su cabeza fue separa del cuerpo.
Algunos dicen que antes de ser degollado y aunque no tenía lengua, una voz
duplicada clamo por justicia prometiendo que regresaría.
Si la profecía es cierta, y tomamos en cuenta que tardo doscientos años en volver
la primera vez, los espíritus de Túpac y José volverán en el 2071 para tomar
venganza y liberar a su pueblo.

24
SEPULCRO INCAICO
Cristina Taborga
La hoguera ardía rojo vivo. Algunos espectadores ya estaban conglomerándose
alrededor, luces doradas reflejadas en sus rostros. Esperaban con tranquilidad
los españoles en la plaza de Cajamarca. Presenciarían un evento al que ya se
habían acostumbrado, pero los pocos oriundos de lugar tenían los ojos pintados
con repugnancia. Grandes conquistadores discutían sus planes, esperando que
trajeran al prisionero. El acusado tenía según ellos, crímenes que justificaban tal
muerte. Se escuchaban murmullos de todos sus pecados.
—Es un hereje, un peligro para nuestro Dios Padre —susurraban.
—Yo escuché que mató a su hermano, Huáscar —decían—. ¡Fratricida!
El inca observaba humo desde los barrotes de la prisión a la que había sido
encomendado después de su juicio. Sabía que se aproximaba la otra vida, y no
estaba preocupado. Entre sus pensamientos nunca pasó la idea de morir
quemado. Eso lo dejaría fuera del mundo esperado. Sentado en el piso
polvoriento, escuchaba los aleteos y cantos de una urpi en el cielo. Cerró sus
ojos y transformó la piedra en pasto, y tierra fértil de su diosa. Su fantasía crecía
hasta que el sonido metálico que acompañaba a sus encarceladores lo regresó
a la realidad.
La multitud abrió una senda para el acusado Atahualpa, que caminaba con la
cabeza en alto con el orgullo de un emperador Inca. Esta determinación
desapareció de sus ojos y las facciones de su tez oscura se amargaron al ver la
hoguera que los esperaba. Intentó detenerse, pero sus captores tenían la
estatura de ventaja y lo arrastraron hasta el centro de la plaza. Se esforzaba para
comunicarse, pero el español que había aprendido seguía siendo muy
rudimentario, y sus balbuceos no llamaron la atención. La desesperación
endureció todo el cuerpo de Atahualpa, ya que no podía concebir extinguirse de
esa manera. Su fuerza vital moriría con su cuerpo. Ya no escuchaba el zumbido
de las masas, ni sus pasos en el camino. Su sonqu latía con magnitud, y por
momentos, era el único sonido que llegaba a sus oídos.
Los conquistadores españoles en los que tanto confió se hicieron visibles frente
a Atahualpa. El supuesto hombre de fe, Valverde, lo miraba con disgusto.
—No puedo morir así —explicaba el Inca—. No revivo después.
A lo mejor ese fue el único acto de piedad que Valverde tuvo a lo largo de su
vida. El Inca fue bautizado como Francisco, desgarrándole su cultura. La soga
que lo ejecutó le quebrantó el cuello y el espíritu, dejándolo flácido. Lo sepultaron
sepultado sin últimas palabras. Lamentablemente, para Atahualpa y los
españoles, le dieron un entierro común.
Descansaba su cuerpo horizontalmente, en una tumba sin alimentos ni cuencos
con chicha, sin prendas de lana esplendidas. Por encima de todo, fue sepultado
sin la máscara de oro que le correspondía por ser gran soberano del

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Tahuantinsuyo. Los españoles lo consideraban un común mortal, y fue enterrado
así. Sin saber que el espíritu de Atahualpa nunca podría descansar en paz, pues
de él emanaba una repugnancia excesiva por el modo en que su cuerpo había
sido tratado. El alma del último inca no viajó al otro mundo como tanto quería.
Con hambre y sed, la fuerza vital de Atahualpa fue en busca de su ayllu en
Cajamarca y no la encontró. Viajó hasta donde el agarre de su cuerpo podrido le
permitía, y aun así no había ningún indígena como él. Poco a poco, su alma fue
enloqueciendo por tal abandono de su gente, de rabia por tal degeneración de
su cultura. Tales fueron las sensaciones vivas del muerto que comenzó a tener
un agarre fijo en el mundo físico. Mientras más enfurecía, más poderosa se
volvía su fuerza vital. Entre pensamientos desequilibrados, una palabra resurgía.
La había aprendido con aquellos que lo capturaron, aquellos cuyos nombres ya
no se acordaba.
Entre la demencia y la furia entró a casas españolas y tiendas de soldados. Con
el rojo vivo del recuerdo de la hoguera las prendía en llamas con tan solo
tocarlas. Las personas salían corriendo, una que otra ya con el ardor en su piel.
Esa tez blanca que tanto querían se carbonizaba. Los gritos agonizantes eran el
combustible para el alma en pena de Atahualpa. Las llamas progresaban y
recolectaban la fuerza vital española.
La palabra rebotaba en su espíritu.
Esa palabra aprendida en un idioma que no era suyo.
Esa palabra que tanto deseaba.

Venganza

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MENSAJE DE UN ROBOT
Julio Cevasco
Hola. Mi nombre es Tere. Soy un robot y estoy desfasado. Cuando inició el
Internet la gente escribía en foros para que otros se distrajesen. Os hablo de
tiempos cavernarios de la red, cuando se oía el módem al conectarse; os hablo
de textos reales, no de los que colgaban cuando era fácil publicar y se publicaba
cualquier cosa; os hablo de escritos que sobrevivieron tanto, que los hombres no
recuerdan, pero que yo os haré recordar.
Uno de los más famosos es El cráneo de Santa Rosa. Se publicó en una
antología de cuentos de terror. La revista tuvo muchas descargas debido a que
el tema vendía, y no había nada en las librerías al uso. El cráneo narraba la
historia de unos críos peruanos que se reunieron en un callejón para llamar al
espíritu de Isabel Flores de Oliva. Dicen que los santos son realmente eso,
santos. Dicen que burlarse de lo sangrado se considera blasfemia, que es una
ofensa a Dios y a los que creemos en su palabra. Dicen que toda ofensa es
castigada, y lo que hicieron esos chicos no tardó en penarse. Después de invocar
al espíritu de Santa Rosa con huesos robados de su supuesta tumba, empezaron
a morir por un malestar. Los síntomas eran bostezo o cansancio. Cuando
despertaban tenían sequedad en los labios, y la saliva, poco a poco, comenzaba
a malograrse. Cambiaba de color. Se volvía negra como la cuenca de un cráneo.
Era una buena historia. Los personajes murieron, y sus cuerpos se consumieron
hasta convertirse en polvo negro en el interior de sus sepulcros. El punto es que
no quedó ahí. La revista en que se publicó era ciertamente pequeña, con llegada
a un nicho reducido que, poco a poco, empezó a caerse. ¿Qué sucedía? ¿Qué
sucedía? El cuento no era un cuento original. Era un texto colgado en los foros
de la época cavernaria, algo cambiado, escrito por un anónimo, pero que
escondía códices arcanos que propagaron el malestar. Así que estáis advertidos.
Cuidaos si alguna vez os topáis con él, ya que este tipo de maldiciones no tarda
en extenderse.
El cráneo de Santa Rosa se publicó en la revista xxxxxxx en su edición número
xx, mes xx del año xxxx, y desde entonces editores, correctores, maquetistas,
ilustradores, lectores… todos los que tenían contacto empezaban con bostezos,
con una modorra que los obligaba a acostarse temprano y, a la mañana
siguiente, sentían en la boca el sabor amargo. ¿Qué ocurrió después? La revista
cerró. Dejó de editarse porque los involucrados cayeron como si fueran moscas.
Así que os envío esto como advertencia, porque puede que os vayáis a topar
con él, porque las maldiciones son como pequeños virus de Internet encriptados
en palabras. Probablemente para despistaros el cuento no se llame El cráneo de
Santa Rosa, pero la historia estará ahí, explícita, así sea narrada dentro de otra
historia. Tened cuidado de si llega a vuestras manos y empezáis a bostezar, ya
que tal vez, al día siguiente, sintáis ese amargor molesto en la boca.
P.D. Si es así, que paséis felices fiestas. Es lo mínimo que se le puede desear a
un maldito.

27
EL JUICIO DE GRAU
Rodrigo Martinot

Cuentan los libros y reportes que, tras arribar los buques peruanos a Chiloé para
formar la escuadra aliada peruano—chilena del combate de Abtao, poco
después se les sumó la corbeta Unión, comandada por el capitán de fragata
Miguel Grau Seminario.

El plan consistía en realizar maniobras de represión en contra de la escuadra de


fragatas españolas invasoras mientras esperábamos los nuevos blindados
peruanos procedentes de Inglaterra —dijo el capitán Grau.
Sin pérdidas ni triunfos significativos, la flota siguió su camino hasta el sur, hacia
los canales de Chile. Sin embargo, una vez allí —el semblante del capitán se
ensombreció— el gobierno peruano no tuvo mejor idea que contratar al
contralmirante John Tucker para que comandara la expedición de la escuadra
peruana hacia las Filipinas con objetivo de atacar a los españoles.
Era evidente que aquella medida le había disgustado profundamente, sus gestos
manifestaban su amargura y enojo.
Encolerizados por dicha intervención —prosiguió—, algunos oficiales,
incluyéndome, protestamos ante la medida y presentamos nuestras renuncias.
En mala hora, pues aquel acto fue percibido como rebelde y designado como
alevoso. Fue entonces que la autoridad nos abatió y fuimos exiliados y
confinados en esta isla mientras se desarrolla el juicio por nuestra libertad.
A su alrededor, el personal militar que realizaba su servicio en la estación naval
de la isla San Lorenzo, compuesto por marineros y oficiales, lo escuchaban con
detenimiento. Se reunían todas las noches para fumar y contar historias que
habían llegado a sus oídos o anécdotas personales.
—Capitán, ¿y qué hay de las naves españolas? ¿Eran grandes? —preguntó uno
de los marineros más jóvenes.
—Sí —respondió Grau— eran imponentes, sin duda. Tenían alrededor de
ochenta cañones entre las dos fragatas, y varios de ellos de sesenta y ocho
libras.
Aquella declaración desató cierta conmoción entre los oyentes, quienes se
miraban unos a otros sorprendidos, ese par de fragatas tenían más cañones que
la fragata, corbetas, goleta y vapores peruanos y chilenas juntas.
—Sin embargo —siguió contando los hechos el capitán— nuestro
posicionamiento estratégico resultó tan amenazador y efectivo que no osaron
acercarse más de la cuenta. Cobardes… —dijo, culminando con la historia con
la mirada puesta en el vacío.
Los marinos y oficiales estaban sorprendidos por la valentía y la intrepidez del
capitán. Un murmullo comenzó a construirse entre los militares, llamando la
atención del capitán Grau, quien regresó a la realidad y pregunto: ¿Eh, qué
dicen?
Entonces uno de los oficiales, corpulento pero intimidado ante la presencia del
capitán, emergió por entre los marineros y, tras saludarlo, habló:
—¿Capitán, me permitiría contarle una historia?

28
—Por supuesto —respondió— y por favor, no se detenga.
—Bueno, todos los marinos que hemos trabajado aquí conocemos la leyenda, y
dice así: Era una chica muy hermosa, cuyo padre era comandante de la estación
naval en ese entonces. Según cuentan, salió a pasear con el consentimiento de
su padre, pero no regresó. Tiempo después encontraron porciones de su cuerpo
en el basurero. Nunca se supo qué fue lo que ocurrió, pero se acusó a un par de
marineros de haber abusado de ella y asesinarla, y se les ejecutó —dijo el
oficial—. Desde entonces son muchas las veces que, al momento de la guardia,
marinos alegan haber avistado a una hermosa chica de pelo rubio y vestido
blanco. Otras veces encontramos a algunos convulsionando y, cuando se les
estabiliza y regresan en sí, dicen haberla visto, a ella, a “la gringa”, como la
llamamos —terminó el relato el marino.
La sala se hallaba en completo silencio. Aguardaban la respuesta del capitán.
Pasaron unos instantes y finalmente respondió:
—Patrañas —dijo, poniéndose del todo serio—. No son más que un grupo de
maricas que sucumben ante la portentosa presencia de la isla. No me
sorprendería que se agarrasen a besos en las noches de frío —declaró.
De los marineros y oficiales, que comenzaban a manifestar su enojo y rabia
mediante expresiones y miradas, uno estuvo a punto de decir algo pero el capitán
Grau lo interrumpió, diciendo:
—Que alguien me alcance un abrigo, una lámpara y unos cigarros. Pasaré esta
noche a la intemperie para demostrar que son solo sandeces. ¡Y que sea de una
vez que no tengo todo el tiempo del mundo!
Entonces los marineros, excitados ante tremenda declaración y muestra de
coraje del capitán, no tardaron en alcanzarle los elementos que había requerido.
Así, sin más, salió de la estación no sin antes gritar a sus espaldas: ¡Caguetas!
Nadie durmió aquella noche. Las acciones del capitán habían creado tal
conmoción que una sensación de desasosiego invadía a toda la estación y a sus
ocupantes. Una discusión se desató entre oficiales y marinos, cuyo tema era la
gringa, el capitán y experiencias pasadas de marineros en guardia. Hasta que
por fin llegó la mañana.
Aún nadie había desayunado, era demasiada la inquietud que los turbaba.
Entonces se oyó el estruendo del portón principal al abrirse. El sonido de unos
pasos resonó en el pasillo y todos clavaron sus miradas en la puerta del salón.
Reinó el silencio. La puerta se abrió, revelando al capitán Miguel Grau, con rostro
demacrado y pálido como el papel. Sus brazos colgaban a sus lados y ya no
portaba la lámpara. Avanzó con pasos moribundos mientras mascullaba:
—Era mentira —y todos se miraron conmocionados, sin producir sonido
alguno— no tenía cabeza…

29
CONNY
Carlos Cavero
No solo era el Asperger el que ponía a Conny a diez metros emocionales del
todo el mundo sino también los rencores secos, pero aún vivos contra la abuela
que había fungido de madre. Y aquel rencor con nombre de chico: Carlos.
En las visitas al penal de cada domingo fue Carlos quien le había sonreído como
solo sonríen los chicos callados a los rostros bellos. Aquella mirada le repetía en
silencio eres hermosa eres hermosa eres hermosa. “La autista y el mudo”, fue el
único comentario de la abuela con funciones de madre al verlos juntos por
primera vez. Conny agradeció a la Sarita que Carlos fuese distraído: justo miraba
hacia otro lado y no leyó los labios de la perra vieja.
“No puedo”, dijo Carlos en lenguaje de señas desde la pantalla del teléfono,
“estoy en la universidad”, pero era tan bruto que ni siquiera se había molestado
en disimular el bonito departamento donde se oía una melodía latín pop. Era la
casa de Fabiola, qué duda cabía. Fabiola la ex, Fabiola la pituca, Fabiola el
primer amor, Fabiola con quien Carlos había conocido el sexo -algo que ni se
había dignado en pedirle a ella, su novia de casi un año-, Fabiola el rostro de la
crisis nerviosa y los Clonazepanes y la Sertralina.
“Tienes que orar, hija, Dios puede más que nosotros”, dijo mamá desde su
abrigada cama de celda. Sonaba como un híbrido entre sacerdotisa y consejera
de burdel, “aunque yo no sé qué chucha le ves a ese chibolo huevón, lo único
que tiene es que es guapito. Pero, carajo, hasta tu padre era guapo a esa edad,
y míralo ahora”.
Curiosamente, aquel rincón del Penal de Chorrillos donde lloraba Conny en el
pecho de mama se parecía mucho a la habitación de cartones y calaminas donde
había encontrado consuelo materno hasta su cumpleaños número ocho, cuando
la policía arrasó con la casa gritando groserías irreproducibles. Esposaron a
todos en el suelo -incluyendo a la profesora de colegio que visitaba con torta- y
rebuscaron por todas partes. Dos kilos con setecientos gramos de pasta básica
de cocaína más el arma que hacía seis meses había disparado contra otro
microcomercializador, dejándolo al borde de la muerte. Doce años de cárcel,
quizá nueve con buena conducta.
“Y lo que no puede el Señor, lo puede la Sarita”, dijo como cantando la oscura
compañera de celda: una somalí de veintidós años: bella y elegante como una
ballerina. Recordó Conny las historias de mamá sobre la burrier que había
viajado por el mundo entero como modelo de pasarela. Había llegado al penal
como una reina, ganando pronto el certamen de belleza y los corazones de
presidiarias, policías y visitantes. “A mí me salvó la vida”, continuó y mostró las
cicatrices de sus muñecas, “yo me quise matar el día que llegué aquí. La Sarita
se me apareció cuando yo estaba inconsciente y me tiró una cachetada. ‘¡Estás
viva por mí, estúpida negra! ¡Ahora te vas a la capilla y arrodillas a agradecerme
o vendré a matarte!’, me dijo. La cara me quedó ardiendo y tengo en mi celular
las fotos de la marca de su mano por si no me crees”.
Mamá se limitó a voltear los ojos porque esas eran tonterías propias de gente
sin fe en la verdadera Palabra de Dios. Se echó a dormir. “Lo siento, estoy
cansada. Cuando esta negra empieza con sus huevadas, prefiero dormirme para
no pelear. Con su permiso. Sigan nomás”.

30
Era ahora el pecho plano y firme de Faduma que la cobijaba. “Me haces llorar,
Conny, ya no puedo verte así”. Ella contestó gritando: “¡Entonces ayúdame!”
—Cómo puedo ayudarte. Yo solo te puedo consolar. Invocaría a la Sarita, pero
me da miedo. Los santos no son ni buenos ni malos, Conny, la bondad no existe
ni en el Cielo. Dios solo manda. Sarita me dijo que en realidad odia a los presos
y a las prostitutas, pero Dios le encomendó esa misión. Ella ya está harta, por
eso siempre nos humilla cuando la invocamos.
—Invócala.
—Conny.
—¡Invócala!
Faduma no había sido la belleza altiva y segura de sí misma que Conny creyó
ver al principio. Se quebraba rápido y carecía de voluntad. Era fácil ahora ver
cómo un noviecito danés la había convencido de viajar a Perú para recoger siete
kilos de cocaína de alta pureza a cambio solo de promesas de amor eterno.
Faduma era un títere disfrazado de muñeca.
La capilla se hallaba vacía. Las presas alrededor, cada una con sus niños y
familiares, iban abriendo paso a Conny y a Faduma mientras éstas se acercaban.
Una vez dentro y tras una brevísima oración, la noche cayó dentro de aquellos
muros como si fuesen de pronto las once de la noche. A través de los vitrales se
podía ver que era aún de día en el patio.
—Faduma, la suicida, la cobarde, la bonita sin cerebro.
Conny volteó hacia la mujer que ahora se hallaba al frente. Fue raro no sentir
emoción alguna ante la imagen que había venerado desde niña. Sarita era una
chola bajita y blancona con el cabello sucio como cualquier borracha del barrio.
Faduma se hallaba petrificada y solo atinó a cerrar los ojos con fuerza cuando la
santa se acercó a apretarle los pequeños senos. “No sé qué carajo me vas a
pedir ahora pero ya sabes cómo me gusta que me pagues”.
Mientras era testigo de cómo la santa aliviaba sus deseos con Faduma, solo
podía pensar en que era afortunada de no tener que pagar ningún precio por su
petición, aunque no se explicaba el porqué del llanto de la somalí: Sarita la tenía
en el piso y la desnudaba, pero no era nada que a ella pudiese afectarle.
Reconoció entonces en el rostro y los gemidos de Faduma el orgasmo forzado
del que le habían hablado en las charlas sobre violencia de género. Sarita se
relamía los dedos. “Ya está”, sentenció. Cuando Faduma se disponía a cerrar
las piernas, la santa la paralizó con una mirada. Disfrutaba verla así.
—Qué quieres que haga con Carlos -preguntó Sarita dando la espalda a una
Faduma aún llorosa y con las piernas abiertas. Conny pudo oler en su aliento la
vagina de su amiga.
—Nada. A él lo amo. A Fabiola mátala. Y también a mi abuela porque ella sabía
todo.
—¿Estás dispuesta a pagar por lo que pides?
—Hazme lo que quieras —contestó Conny.
Mientras se desabotonaba la blusa sin que Sarita se lo pidiera, pensó en cómo
jamás se había desvestido para Carlos aún. Sería una muestra de amor aun
mayor el conocer el sexo no con el hombre que amaba sino para recuperar el
corazón de éste.

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EL BRUJO
Carlos Cabrel

Hace un par de meses llegó el ejército chileno a Huamanga, y luego de un


descanso, comenzó a desplegar sus tropas por toda la región. Un destacamento
fue designado a resguardar el cuartel de Santa Catalina de Huamanga, dentro
del cual depositaron una considerable cantidad de fusiles, municiones, en incluso
cañones que serían utilizados para repeler a la resistencia peruana de la zona.

Frente al cuartel, hay un camino muy transitado, el cual es de paso obligado de


los campesinos para llevar sus productos de la chacra al mercado local, y desde
el primer día que llegaron, todo aquel que pasaba con su carga, debe dejar una
pequeña cuota de sus mercancías al capitán del destacamento chileno. Eso sí,
debemos devolver el saludo cordialmente, pues hay rumores de personas
desaparecidas por no corresponderlos, lo que nos ha llevado a un estado de
temor constante.

Hasta la fecha, se ha buscado contactar con una pequeña tropa peruana que
estaba dando lucha a los invasores chilenos en la región. Se corren rumores que,
al entrar en batalla, lo hacen de tal forma que parecía magia, el enemigo nunca
ve cuando atacan y desaparecen de la zona sin dejar rastro alguno de combate.
Los contactos de un pueblo cercano han informado que esta tropa se encontraba
cerca y que en un par de días llegaría a Huamanga.

Pasaron los dos días, y entraron al pueblo un discreto grupo de diez personas,
con unas cuantas llamas y alpacas. Quien los dirigía, tenía una mirada potente
y una curiosa barba. Sin esperar más, preguntó por los jefes del pueblo, y en una
reunión secreta, les informó que él y sus hombres son parte de la resistencia. Al
tanto de la situación, ordena a sus tropas esperar detrás del Cerro
Campanayocc, el cual se encuentra a unos kilómetros detrás del cuartel.

El capitán de la tropa, tan acostumbrado a las tácticas de guerra, no deja de lado


sus raíces ancestrales y místicas, así que pasa a saludar al Apu del lugar a la
mañana siguiente. Sube al Campanayocc, y en lo alto escucha como si
campanas tocaran mientras sopla el viento, susurrándole, hablándole, y él lo
entiende, el Apu no quiere coca ni chicha, hoy el Apu exige sangre, sangre de
invasores, convencido, regresa con su tropa.

Antes del atardecer, un campesino con dos llamas cargadas de leña pasa por el
cuartel, uno de los soldados lo invita a pasar llevándolo con el capitán chileno, el
cuál le pide que deje parte de su carga como tributo en la cocina, a lo que el
atemorizado campesino asiente, esperando con esto conservar su vida por un
tiempo más. Un soldado raso le muestra el camino. Pasaron por el patio interior,
y al notar lo callado del campesino, le comenta que necesitaban más “blancos
para practicar tiro” señalando con el dedo la pared posterior del patio mientras
esbozaba una sonrisa tenebrosa. Allí el pobre campesino ve dos bultos
ensangrentados de lo que antes fueron seres humanos, tanto el rostro como el
abdomen fueron despedazados por el impacto de las balas, los órganos podían
verse y las vísceras se deslizaban fuera hasta tocar el suelo, lo que hizo que el
pobre hombre, que ya se encontraba temblando, comience a tomarse el rostro y

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dar arcadas por el espectáculo, mientras el soldado soltaba una carcajada
maníaca.

Llegaron a la cocina. El campesino, con las pocas fuerzas que le quedaban por
aquel grotesco espectáculo, dejó la leña junto al horno. Antes de retirarse, el
soldado le preguntó su nombre, amenazándolo con que, si divulgaba lo que
observó, él sería el nuevo blanco para las prácticas de tiro. El campesino le dio
su nombre, Andrés. Fue un momento de superioridad en el que el soldado sintió
que se hacía más grande, o por lo menos eso era lo que él percibía. Andrés, con
una fuerza descomunal, había empalado la cabeza del soldado con un leño,
separándolo del cuerpo de un solo golpe elevándolo sobre él. Desde que observó
aquella brutal escena de sus compatriotas masacrados, estuvo acumulando una
rabia endemoniada.

Mientras tanto, en el patio se escuchan gritos y disparos, por lo que el capitán


chileno, sale de su oficina sacando su pistola del cinto, gritando y llamando a su
segundo, el cual sin piernas y arrastrándose por el piso, dejando partes de su
piel por el corredor, grita “¡demonios, son demonios!”. Sin más reparo, el capitán
sale por la ventana gritando a viva voz al guardia de la puerta que llamé a los
refuerzos que están en Huamanga, a lo que el soldado sale corriendo al ver el
rostro palidecido de su superior.

El capitán, curtido en batalla, sorprendido por el cuerpo desgarrado de su


segundo, se dirige hacia el patio interior que es de donde viene el rastro de
sangre, y ve una figura imponente que se yergue delante de él, —¿son las llamas
del campesino? —se preguntó para sí mismo observando que masticaba algún
alimento. Espantado, se dio cuenta que lo que estaba mordiendo el gigantesco
animal era la cabeza de uno de sus hombres. Horrorizado, tomó su pistola, y al
momento de apuntar al animal, sintió un dolor inmenso en el brazo, dejando caer
el arma, el segundo animal lo había mordió tan ferozmente que el antebrazo le
colgaba de sus ligamentos. Volteó para defenderse, pero terrible fue su sorpresa
al darse cuenta de que la segunda cabeza de la misma bestia se abalanzaba
directamente a su rostro. No tuvo tiempo de reponerse de la impresión, su
cerebro fue destapado por una mordida poderosa mientras sus sesos caían a las
fauces del animal.

Tal cual lo planearon, las tropas de Andrés ingresaron al cuartel una vez el sol
se ocultó, cada uno de ellos tenía el color de piel más oscuro que el otro, algunos
tenían piernas de carnero, otros unas pequeñas protuberancias como cuernos y
todos traían consigo una bestia enorme en forma de llama o alpaca con dos
cabezas. Sus ojos se tornaban de un color rojo encendido al ver que los soldados
aún respiraban, y se arrojaban en el acto para darse un festín. Al llegar los
refuerzos chilenos, encontraron a toda la tropa endemoniada de Andrés en un
banquete sangriento. Ninguno se salvó de tener el mismo brutal final, servir de
alimento a los demonios hasta su hartazgo. La sangre acumulada, se iba
escurriendo por el suelo, como si la tierra la absorbiera, a tal punto de no quedar
rastro alguno de la masacre. El Apu había aceptado la ofrenda del capitán
Andrés Avelino Cáceres, “El Brujo de los Andes”, y su tropa de demonios.

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PODER
Diana Huapaya
Las calles alrededor de la plaza de Armas estaban llenas de miedo, la brisa del
viento era tan fuerte, tan profunda, como si la misma naturaleza supiera lo que
se avecinaba para esa fría noche de junio. Personas de distintos estratos
sociales querían atestiguar el suceso que esperaban para poder albergar de paz
su alma. Caminaban llenas de sed de justicia, querían que aquel ser pague por
haber interrumpido su tranquilidad, había hecho mucho daño y merecía el peor
de los castigos. Dentro del tumulto se oían gritos. La mirada de cada uno
reflejaba ira, mucho enojo, indignación, pero, aunque querían ocultarlo también
podías reconocer el miedo. —“Mátenlo” —se escuchaba al unísono.
—¡Aún no llega el virrey! —pronunció agitado el fraile Macías después de correr
desde la entrada de la catedral
No sé si debamos esperarlo —tartamudeó el dignatario mientras pasaba sus
manos por su rostro lleno de temor—. Esta cosa puede matarnos en cualquier
momento ¡no sabemos cuánto tiempo podremos mantenerlo ahí encerrado!
—Lo necesario —susurró el obispo alterado—. La bestia solicitó la presencia de
la máxima autoridad y no podemos hacer nada si él no está aquí.
—La gente está desesperada, hay que hacer algo —espetó con terror.
—Todos queremos paz dignatario pero sino se calla, será la última vez que lo
veamos —dijo Macías
De pronto, fueron interrumpidos por gritos más alterados que se escuchaban
desde afuera. La llegada de Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla había
generado un pedazo de esperanza para el pueblo. Gente llorando, rogándole al
virrey casi como a un dios que por favor acabara con todo el infierno, éste había
prohibido que cualquier limeño hable del tema fuera de la ciudad y se había
asegurado plenamente de ello con sus comandantes ya que no dejó salir ni
entrar a nadie del pueblo por lo que nadie más que un habitante limeño sabía lo
que estaba pasando. —¡Abran el cuarto! —gritó el virrey cuando llegaba al
pasadizo de la catedral. Nadie se inmutó, nadie quería hacerlo—. ¡Ábranlo he
dicho! ¡Abran la puta puerta de una vez!
El fraile se armó de valor y empujó el tablón que estaba sosteniendo la puerta
para afuera. El virrey se acercó un poco y los demás lo siguieron. No podían ver
nada hasta que las luces se encendieron por si solas que causó un grito de
angustia entre ellos. El cuarto emanaba un frío inherente, esa sensación que
hace que se te escarapele el cuerpo. Sintieron una sombra detrás de suyo y
luego al frente como si jugara con ellos. De pronto vieron aparecer al joven
mulato en frente de ellos. Ese pobre chico que no tenía la culpa de nada y a la
vez de todo. La calma al ver esa figura humana se podía notar entre los
asistentes, pero no duraría nada en cuanto los ojos del hombre comenzaron a
salir de sus órbitas, sus dientes se convirtieron en púas afiladas y su rostro se
desfiguraba tal cual quemadura al sol. Sus extremidades se retorcían, y su
cabeza se hacía más grande, más ancha, más terrorífica. Sus pies y manos
parecían tentáculos, y la sonrisa que tenía te hacía temblar las piernas y querer
arrancarte los ojos.
El dignatario no aguantó el miedo y comenzó a correr, pero antes de siquiera
salir del cuarto, el demonio usó sus afiladas uñas y sus tentáculos para alcanzar
su sien y estrujarla de una palmada. Agitó sus extremidades y la cabeza del
pobre hombre salió volando por los aires. Los demás, dieron un susto de terror

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mientras la bestia sonreía buscando a su siguiente víctima. Ese demonio había
hecho la vida imposible a los limeños. Aparecía en varios lugares a la vez, solo
para asustar a los más pequeños quienes ya tenían los ojos hinchados de tanto
llorar. Tenía una fascinación por los animales. Sus favoritos eran los ratones, los
gatos y los perros, tanto así que los poseía para que ataquen de la peor forma a
las personas que atravesaban en su camino. Jóvenes descuartizados, muriendo
de la peor forma. Se lo veía levitar por las noches, y su forma favorita de atacar
era atrayendo a la gente con flores, flores que crecían más rápido que las
normales y que eran hermosas, tan hermosas como para ser tan buenas pues ni
bien llegabas a acercarte, tu alma y sangre era succionada por este ente
maligno. A veces aparecía en las puertas de los dormitorios, podías sentir su
presencia en las noches y como te miraba como dormías, buscando el momento
perfecto para apoderarse de ti.
—¡Ya basta! ¿Acaso no es suficiente con todas las personas que has venido
matando? —gritó con miedo el virrey.
El demonio giró hacia él mientras daba alaridos —¡Poder! —gritó el demonio con
la voz atrofiada como un dolor de garganta, casi parecía un susurro y un grito a
la vez. El obispo se desmayó al escucharlo.
Y es que eso era lo que buscaba el gran monstruo, el poder. Ese poder que
ayudó a conseguir a Cabrera y Bobadilla con vuestro pacto y que jamás cobró.
El solo quería poder, quería ser conocido, quería que lo recuerden por siempre
para dejarlos a todos tranquilos.
El virrey se acercó, susurró algo en su oído y de pronto el demonio volvió a su
forma humana, y cayó en el suelo. Macías salió del shock absoluto y se acercó
al cuerpo caído. —Pobre Martin, él solo era un pobre esclavo —dijo sollozando.
El virrey se reincorporó y miró hacia al moreno. —Tranquilo Macías, su memoria
quedará en este lugar para siempre. De pronto tomó el sable del dignatario y
atravesó con él, el corazón de Martin mientras apuñalaba cada parte de su
cuerpo tal cual carne molida.
Sin duda alguna, este fue el suceso más terrorífico que pasó en Lima, allí por la
época virreinal. No hay muchos escritos, tan solo un diario encontrado en el
convento dominico escondido y resguardado por el obispo. Tal vez te contaron
la historia un poco, tan solo un poco diferente. Después de esa noche,
incineraron los restos del pobre mulato. Nadie sabe exactamente qué fue lo que
le dijo el virrey al demonio, pero sí que al día siguiente dio un discurso general
para el pueblo. Desde ese momento nadie habló, pareciera como si nunca
hubiese pasado nada. El demonio quería poder, y eso tuvo o al menos algo
parecido. Las historias comenzaron a contarse de una forma diferente. De pronto
la figura de Martín de Porres, comenzó a ser venerada y relatos sobre milagros,
bilocación, amor a la naturaleza y los animales se escuchaban por las calles de
Lima y llegaron por toda la nación, Todos querían a conocer a Martín por la gran
humildad y por el infinito amor al prójimo que tenía, capaz de hasta venderse por
ayudar a alguien que lo necesite. Cuando todos se enteraron que había muerto,
pasó a ser San Martín de Porres beatificado por el obispo, fiel confidente del
fraile Macías y gran amigo del Virrey Jerónimo de Cabrera y Bobadilla como se
relatan en cualquier lugar de búsqueda, Venerado por miles con el paso de los
años, fieles seguidores. Tal vez esta fue la promesa del virrey de hace tanto
tiempo, tal vez eso era lo que quería del demonio, y lo consiguió. Pero cuántos
más fieles necesitará para llenarse de poder absoluto, tal vez esta noche pueda
al fin conseguir el suficiente para darle fin a su cometido.

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EL MENSAJERO DE SUPAY
Gabriel Britto Nuñez

Se escuchaban gritos de dolor en la plaza.

Cuatro caballos tiraban en direcciones contrarias. Una familia rodeada en la


plaza por los espectadores temerosos y sus verdugos sedientos de sangre. Tan
solo quedaba uno de ellos, quizá el más formidable…

Los esfuerzos fueron en vano, pues no podían ante tal excepcional hombre. Los
potros no pudieron arrancarle los miembros, pues no solo luchaba con su fuerza
enorme, también con la voluntad de no ver caer a su pueblo. Optaron por
decapitarlo y segundos antes de morir, pronunció aquellas palabras.

—¡Qhawaykuway! ¡Qhawaykuway! —le gritaba a sus verdugos mientras lo


miraban, él estaba con sed de venganza —¡Maypipas!... ¡Supay ñakay!

Gritó hasta que silenciaron decapitándolo, o al menos eso creyeron…

El cielo se nubló, la temperatura descendió con brusquedad. Los espectadores


aterrorizados por las últimas palabras de José Gabriel Condorcanqui,
desesperados por lo que sabían que iba a suceder, corrieron despavoridos. Pues
Supay era alguien de temer.

La neblina densa cegaba toda la plaza, poco a poco comenzaron a escucharse


gritos en todos lados. No había excepción, hombres, mujeres, niños. Se
escuchaban sus gemidos cada vez más intensos. Supay había aparecido no
para llevarse el alma de Condorcanqui. Estaba para regresarle lo que le
pertenecía, su último aliento por toda la eternidad. Con ese aliento lucharía hasta
el fin de los tiempos.

Casi media hora después, la neblina comenzó a disiparse, se podía apreciar los
cuerpos de sus enemigos regados por toda la plaza. La sangre aun
manteniéndose calientes como los baños termales de Machu Picchu.

La presencia del señor del inframundo desapareció, pero dejó en su lugar al


hombre que lo había llamado con ansias.

Los jinetes lograron huir en sus caballos a varios kilómetros de la plaza. Pero
eso no iba a evitar sus destinos. Pues el señor del inframundo reclamaba sus
almas con voracidad.

Lento fueron cayendo uno por uno. Sus cuerpos fueron atados enwarakas,
arrastrados por el hombre maldito.

36
Su historia trascendió con el pasar de los años. Va divagando, con sed de
venganza. Intentado consumar el dolor de la pérdida de su familia.

La inmortalidad, era el precio que tenía que pagar por su llamado. Túpac Amaru
II reclamaría a su paso las almas que le pertenecen a Supay.

Glosario:

-Qhawaykuway / Mírame.
-Maypipas / Donde sea.
-Supay / Diablo. Dios de la muerte y señor del inframundo.
-Ñakay / Maldecir.

37
AQUELLA EXTRAÑA
Alvaro Mayorca
Mi nombre es Ángela, nunca he sido una persona que se ande metiendo en la
vida ajena, a decir verdad, tampoco es de mi interés, pero hay algo que tengo
que compartir, porque me está matando por dentro.
Me refiero a aquella muchacha, la que se mudó hace varios meses por aquí. Al
principio no le di importancia, de hecho, ni siquiera la veía pues paraba metida
en su casa o escondida a las espaldas de su hermano mayor. Los chismes
comenzaron de inmediato, se decía toda clase de cosas sobre ella y su familia,
aunque nunca me quedó claro su verdadero nombre, algunos le decían Rosa y,
otros, Isabel, no sé.
Empezó cuando la vi por primera vez, me refiero a verla cara a cara. Yo salía de
mi casa muy temprano a hacer unos mandados para mi padre cuando me la
crucé, ella estaba sola en el jardín, recogiendo leña creo. Debo reconocer que
me impactó demasiado, su rostro era blanco y bello (a pesar de tener ciertas
manchas en las mejillas y frente), un mechón negro colgaba del lado izquierdo.
Recuerdo que intercambiamos miradas, fue solo un instante pero se sintió algo
poderoso allí, no lo sé, no quiero que piensen cosas raras de mí pero no dejé de
pensar en ella durante varios días. Su mirada daba vueltas en mi cabeza y lo
peor era que no podía preguntarle a nadie sobre ella, pues no tenía amigos.
“Tenía varios pretendientes en su anterior pueblo pero no lo toleró y se quemó
la cara con sal para verse fea”, me contó Raúl, un chico que decía que sus padres
conocían a los de Rosa (o Isabel). Al inicio me impactó su historia aunque era
demasiado absurda; sin embargo, recuerdo las manchas en el rostro de la
muchacha y dudé.
Sin embargo, las cosas se pusieron bastante inquietantes cuando una noche,
bien tarde, oí lamentos y quejidos provenientes de la casa de Rosa (o Isabel),
me pusieron la piel de gallina y esto se repitió por el resto de los días. Lo raro
era que al parecer, yo era la única que los escuchaba porque por las mañanas
nadie decía nada y cuando pregunté a mis padres y hermano, no me hicieron
caso.
Decidí hacer una locura. Una noche, me escabullí de mi casa y fui a verla a la
suya, era una noche fría, el cielo nublado y ningún ruido, salvo esos horridos
gemidos que se escuchaban apenas. Caminé por los jardines hasta llegar a su
vivienda, no había señal de vida, estaba oscuro todo, rodeé la casa, nada. De
pronto todo fue silencio, un silencio sepulcral que hizo que mi estómago se
retuerza. Pensé en regresarme a mi casa cuanto antes, en ese momento oí algo,
era una voz que murmuraba. Avancé un poco más y vi una luz prendida en la
parte de atrás de la casa, era como un anexo construido con madera, algo así
como una cabaña, me asomé por la ventana con bastante cuidado, mi corazón
se sacudía con fuerza. Dentro vi una silueta oscura arrodillada, como
lamentándose, era ella, Rosa (o Isabel) quien parecía suplicarle a alguien.
Observé el resto del lugar, no había nadie más, cuando regresé la mirada hacia

38
Rosa, ahora ella estaba de pie y sostenía un látigo, continuaba hablando sola
con la cabeza gacha, “soy tuya, soy tu esclava”, pude escuchar y aunque no lo
crean, se empezó a dar de latigazos en la espalda. Uno tras otro mientras lloraba
y hablaba, fue un momento desesperante, sentí un escalofrío inusual que
recorrió mi cuerpo y la terrible sensación que algo me observaba. Miré hacia el
otro extremo del cuarto, lo vi, algo horrible estaba de pie en una esquina, con
ojos penetrantes clavados en mí. Fue lo peor que vi en mi vida, sentí un golpe
fuerte en el pecho. No pude evitar dar un grito seco, Rosa (o Isabel) volteó, caí
de espaldas y corrí, aunque lo intenté no lo pude dejar atrás, esa mirada me
siguió.
Tuve pesadillas todos los días siguientes, soñaba con esa mirada, la mirada de
aquella cosa terrorífica o de esa muchacha, Rosa o Isabel, ya no importaba. Me
consolaba a mí misma pensando en que ya pasaría, que solo era por unos días
pero no fue así; más aún, empeoró. Las voces y lamentos empezaron a sonar
en mis oídos, retumbaban dentro de mí todas las noches, a veces hasta de día.
Estaba a punto de enloquecer por esas malditas voces, me recluí en mi casa sin
querer hablar con nadie pues a donde iba veía esos ojos infernales.
Llevo semanas sin comer ni dormir y mi familia está muy preocupada, escribo
esto con dificultad; sin embargo, sé muy bien lo que tengo que hacer y es
enfrentar ese miedo, volver a ese lugar y saber la verdad. Hoy iré con la poca
fuerza que me queda.
Actualización:
Encontré estos escritos de mi hermana, realmente no sabía que existían pero
me han ayudado a entender todo el problema. Encontraron a mi hermana tirada
en el pasto cerca de aquella cabaña, estaba ida y solo repetía “lo he visto y
existe, lo he visto y existe”. No ha vuelto a ser la misma, la tuvimos que internar
en un sanatorio mental luego de haber estado días sin reaccionar en mi casa,
los doctores dicen que sufrió un impacto traumático que la dejó en ese estado.
Por momentos recobra la conciencia pero solo atina a decir “viene por nosotros,
lo he visto”. La tal Rosa (o Isabel) se mudó a la ciudad hace meses, he oído que
ahora pertenece a una especie de secta y asesinó mediante magia negra a un
capitán holandés, quien dirigía una flota naval. Absurdo pero a estas alturas…
Al día de hoy solo espero que mi hermana se recupere alguna vez, que sea lo
que haya visto deje de asediarla en sus sueños.

39
LA BANDERA

Mariangela Ugarelli

Mientras todos dormían en Arica, yo estaba despierto. Veía manchas brillantes


que bailaban sinuosos bailes cerca de mí. Supongo que era eso, el “fuego”, las
manchas brillantes que queman. Un hombre estaba ahora al lado mío
discutiendo con una figura que me costaba descifrar. Un ser con las ropas de mi
propio color. Las telas colgaban del cuerpo de la figura, manipuladas por los fríos
vientos que recibíamos en el desierto. El hombre me hizo avanzar hacia la figura
que no logré dibujar en mi mente. Una nube, neblina, ilusión. La figura comenzó
a canturrear en voz baja y a tomar puñados de arena del suelo, los arrojaba
sobre sí como látigos. Una cascada de arena caía frente a sí, una delicada seda
de arena se deshacía desde sus manos, en los dedos de viento. Se acercó con
un fruto rojizo y con la pulpa me marcó el rostro. Detrás de una nube de polvo,
de arena, de aire, la mujer vestida de blanco, desapareció.

La mañana despertó con el cavernoso grito de los cañones. Todos nos


desesperamos con esos ruidos, recibiendo los golpes de sus ondas que el
hombre no puede percibir. Lima trastabilló. Callao cayó al suelo del puro
estruendo y tratamos de ayudarlo a levantarse. Sentíamos cercano el momento
de salir, el momento de abalanzarnos contra nuestros hermanos, montados por
otros hombres con otras ropas.
—Tienen otros colores —me dijo Lima una vez. Al menos eso le dijo una de las
parihuanas que dicen pueden ver los colores que nosotros vemos grises.
—Tienen diferentes colores los hombres de los dos lados. Las banderas pintan
colores diferentes en el aire.
Era lo poco que sabíamos sobre los que se enfrentaban. No sabíamos descifrar
sus símbolos, ni había muchas otras especies por ahí que pudieran hacerlo.
Estábamos la mayoría del tiempo acampando. Y cuando no, estábamos en el
campo de batalla, para matar o morir.

Cuando la luz entraba era la hora de salir. Abrieron las puertas y ahí estaban los
hombres prestos a ensillar y llevarnos al campo. Antes que me ensillaran, una
voz me susurró algo que no entendí. Cerré los ojos por un momento y vi a la
mujer de la arena del día anterior, las nubes de polvo de múltiples colores y grises
también. La belleza de la noche. Pero ahora era de día y era hora de correr y de
vencer bajo la bandera blanca y gris que flotaba como un fantasma sobre
nosotros.

Salimos al campo y la batalla comenzó. Yo cerré los ojos y corrí, confiando en


mi anónimo jinete y su habilidad para conducirme en este sangriento juego de
humanos que no termino de comprender. Los disparos se cruzaban con golpes,
con embates, bayonetas, sangre. Podía escuchar el quejido de mis hermanos
cayendo al suelo, crujiendo debajo de los cascos de los otros. Cerré los ojos
nuevamente preparándome para más golpes y, posiblemente, lo peor. Si caía mi
jinete, estaba muerto. Pero eso no fue lo que sucedió.

Cuando abrí los ojos ya no estaban mis hermanos frente a mí. Podía escuchar
el ruido pero el campo estaba abierto, vacío. ¿Por qué estábamos corriendo

40
hacia allí? ¿Huíamos? Yo lo prefería. Corrí más y más rápido, tratando de eludir
el rumor ininteligible que nos perseguía. Lo que mi jinete quería importaba poco
en ese instante. En lo alto, veía flamear la bandera que las parihuanas dicen es
blanquirroja. Corrimos hasta llegar a un peñasco. Estábamos rodeados,
perdidos. Nos matarían y se llevarían la bandera. Miré hacia abajo. Una caída
que parecía infinita. Detrás, la turba que venía por aquel pedazo de tela. Frente
a esto, mi jinete volteó hacia el peñasco. Quería saltar. Yo no. Quise retroceder,
evitar la muerte que esperaba allá en las rocas puntiagudas. Pero en ese
momento perdí el control. Recordé a la mujer y los polvos de colores. Estaba allí.
Tenía arena sobre su mano, arena que sopló hacia mí. No podía ver…

…Todo el mundo describe el salto pero nadie lo que quedó después. Como una
rosa de piedra, el panorama era profundo al centro, donde se concentraba la
sangre. Al medio, Alfonso Ugarte, hecho pedazos, los miembros atravesados por
las piedras. Y Alma también estaba ahí. El caballo blanco estaba cubierto de
sangre, imitando a la bandera que cubría su cuerpo como un sudario. Al menos
eso es lo que yo vi, desde arriba y los que pienso pensó Alma, quizá. Las
parihuanas no somos entrometidas pero me contaron lo de la mujer otros
flamencos, me dijeron que la vieron. ¿Era peruana o chilena? No sé, me
responden. No sé por qué brujearon al caballo. Yo solo te digo lo que vi desde
arriba y un poco de lo que me contaron, un poco fantasía, un poco lo que vi.
Desde arriba, la flor blanquirroja hacía fluir la sangre como ríos, como raíces…

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HÉROES NACIONALES
Carlos Enrique Saldivar

Hay quienes dicen que todo se inició con un asalto perpetrado por dos chalacos,
el cual terminó con las vidas de tres inocentes, incluyendo la de una niña de
cuatro años. Lo cierto es que a mí me parece que todo comenzó mucho antes,
desde que el primer delincuente desapareciera sin dejar rastro y luego le
siguieran otros, hechos pedazos, en las calles limeñas y del interior del país. Por
supuesto, tales acontecimientos sin explicación nos alegraron a muchos, ¿a qué
ciudadano de bien no le contenta la muerte de un criminal, aunque este sea un
fenecimiento inexplicable? Yo me consideraba y aún me considero un peruano
de bien, un patriota, alguien que ama a su país y en más de una ocasión se ha
visto asediado por esas lacras sociales que asolan a la nación sin que un
Gobierno corrupto, unido a otros inútiles aparatos del Estado, pueda hacer nada
por evitar tal hampa.
No obstante, como dije, aquello que resulta inexplicable no siempre termina
siendo la mejor opción para refocilarse de lo lindo. Los seres humanos solemos
buscar una solución racional a aquello que sucede a nuestro alrededor. Aun los
más creyentes se preguntaban porque tantos delincuentes fallecían. De pronto
había diez, veinte, treinta, que aparecían muertos en pistas, veredas y otros
lares.
La explicación surgió de repente, y no tenía nada que ver con aquello que
podía insertarse dentro de lo que considerábamos «lo real». Lo sucedido tenía
un origen sobrenatural y eso nos asustó a todos, incluso a los más locos y
fanáticos, pero logramos acostumbrarnos a aquello que acontecía, poco a poco,
y sin tanto temor.
Esto es lo que pasó: los héroes nacionales —sí, aquellos que aparecen en los
textos de historia, en los documentales de la TV nacional y en las propagandas
de radio, televisión, periódicos y otros medios durante las fiestas patrias—
habían, de un momento a otro, cobrado vida. No, es incorrecto decir que
resucitaron. Aunque sí, así fue de algún modo. Sus fantasmas o, mejor dicho,
sus espectros retornaron a la Tierra, vinieron desde el Más Allá (si es que existe
algún lugar más allá que se parezca al Cielo) para resguardar la integridad de
los buenos, para combatir la criminalidad con toda clase de armas. Empezaron
hace un mes, su labor se hacía más efectiva con el paso de los días. Ya eran
cientos los hampones hechos trizas.
Aclaro: por los relatos de los testigos se deducía que no eran seres de carne
y hueso, nuestros héroes y santos nacionales eran apariciones que se volvían
en cierto instante tangibles y combatían a los facinerosos de los modos más
terribles. Hubo un tiempo en que aparecían de la nada para salvar a las víctimas
de robo, secuestro, intento de homicidio u otros, pero ahora buscan a los
malhechores en sus casas o guaridas (que no suelen ser lo mismo) para
arrebatarles la vida en el acto. Los peruanos, los buenos, como he mencionado,
nos sentíamos protegidos y alegres por tremenda labor carente de elucidación,

42
empero, creíamos que algún ser superior, algún dios había mandado a esos
héroes y santos para salvar al Perú de las garras de la delincuencia. Había algo
de milagroso en ello, algo de divino, eso no lo dudábamos, y nos poníamos a
pensar enseguida en la vida después de la muerte y en tantas cosas que nos
brindaban la esperanza de vivir en armonía.
José de San Martín parecía liderar a estos fabulosos personajes que surgieron
para mejorarnos la vida; les clavaba a los malos pequeños escudos de metal y
astas de banderas. Túpac Amaru II utilizaba una espada para cortarles brazos y
piernas, además contaba con varios caballos para destrozarlos a coces. A su
lado estaba Micaela Bastidas, quien los mutilaba también y les arrancaba la
lengua para desangrarlos. María Parado de Bellido los torturaba hasta la muerte
de mil y una maneras. José Olaya ahogaba a los narcos del puerto y a quienes
navegaban infringiendo la ley, por ejemplo, transportando droga. Simón Bolívar
con un hacha decapitaba a los que se lo merecían. José Abelardo Quiñones se
encargaba de aquellos que cometían actos ilícitos en las alturas, podían meterse
en los aviones o recorría los cielos en el suyo para estrellarse una y otra vez en
las bases de los narcos, ubicadas en lo más intrincado de la Selva. Miguel Grau
también acababa con aquellos bribones que habitaban en las costas o planeaban
huir por alta mar. Francisco Bolognesi los destripaba con un sable. Alfonso
Ugarte, montado en un caballo, los atrapaba y los lanzaba desde grandes
alturas. Pedro Ruiz Gallo usaba complicados artefactos, algunos eran objetos
voladores que detonaban y mataban a los forajidos; también utilizaba complejas
invenciones que cortaban en pedazos o electrocutaban. Andrés Avelino Cáceres
los apedreaba hasta la muerte, a veces con rocas enormes. Daniel Alcides
Carrión les inyectaba toda clase de virus letales que los asesinaban en cuestión
de horas, o también en minutos. Pedro Paulet les disparaba cohetes en miniatura
que les reventaban las caras, las extremidades y los estómagos. Leoncio Prado
les disparaba con pistolas de su época hasta que los eliminaba. Mariano Melgar
escribía poemas tenebrosos donde describía cómo los criminales habían de
morir y así pasaba; su imaginación no tenía límites. San Martín de Porres era el
más peligroso de todos, su crueldad era extremada. Nadie se le escapaba
porque podía estar en varios lugares a la vez, odiaba en especial a los
torturadores de animales; y a todos los bandidos los crucificaba hasta que se
quedaban sin sangre o los sometía horrorosos tormentos propios de la
inquisición.
Por supuesto, ante tanto revuelo nacional, lo que uno menos espera es que
los héroes nacionales (así llamados por la prensa, aparecidos el 28 de julio de
2018) vengan a cazarlo. Claro, sabía que hasta los ladronzuelos de celulares,
que los microcomercializadores de droga e incluso los pandilleros menores de
edad eran blancos fijos de estas ánimas vengadoras. No obstante, ¿cómo iba a
imaginar que su radio de acción se ampliaría? Yo no planeé todo esto, sucedió
de un instante a otro y, cabe decir, no fue mi culpa. Mariela me atormentaba, me
decía que yo era muy renegón y que iba a dejarme. Yo adoraba a mi enamorada
y no permitiría ello.

43
No recuerdo cómo fue, me hallaba borracho, primero la insulté horrible, y eso
fue todo. Otro día le metí una cachetada. El día que cogió sus cosas y se marchó
sin avisar la seguí y tuve que contenerme, le pedí perdón y no cometí la tontería
de pegarle de nuevo, me sentí muy arrepentido, incluso me asusté cuando ella
me dijo que le había hecho un tremendo daño y que llamaría a los héroes
nacionales.
Me refugio en mi pequeño departamento, donde he pasado ratos felices junto
a Mariela. Ellos surgen de la nada, son varios, son todos, ¿por qué a mí? ¿Solo
por una pequeña bofetada? Van a atraparme, el implacable San Martín de Porres
tiene en las manos una filuda escoba, va a lastimarme con esta, pero una mano
rosada me coge y me saca de allí veloz, me conduce por diversos parajes que
no puedo identificar, hasta a un sitio agreste, un lugar alejado junto a un pozo.
Me desmayo.
Despierto, me hallo desnudo y amarrado a un árbol. La reconozco, por su
figura de monja: Isabel Flores de Oliva. Espantado, le digo que por favor, no
quiero morir.
—Descuida, no morirás, pero sufrirás bastante —dijo. Y sentí el primer
latigazo.

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BIODATAS

Luis Bravo: (Trujillo, Perú) Escritor peruano, publicó en la revista digital El


Narratorio, en las ediciones 22 y 24, con los títulos «La Cruzada Oscura» y
«Serenata de Auto-destrucción» (2018). Además su cuento «El miasma
oscuro»,fue publicado en la revista digital Historias Pulp, en su Antología de
Microrelatos Un Mundo Bestial y participa en la antologia Volumen #2 Alien con
el cuento «Eternity» de la misma revista. Asimismo ha sido publicado en la
revista digital El círculo de Lovecraft, Número 7, con su cuento «Hay sangre en
el agua» y en el Número 8 con su cuento «El camino del olvidado». Publicó la
Revista Virtual Aeternum incluyendo su cuento “Renacer” en la Antología Sin
Vientre (2018) Publicó la revista Orbi Occultatum que incluye su cuento “Al Final
de los Tiempos” (2018).
Gabriel Britto Nuñez (Lima, 1995) Artista marcial, especialidad Wing Chun Kung
Fu, estudiante de medicina tradicional china. Su cuento "La corbata de mi padre"
fue publicado en la Revista Viirtual Molok (2018), también publicó su cuento "Día
negro/Noche blanca" en la antología Sin Vientre de la Revista Aeternun (2018).

Carlos Cabrel (Lima,1984) Amante de los relatos de terror más que de las
películas. Soy un principiante en lo que a escribir relatos se refiere, ya que este
es el primero que me animo a redactar, y no niego que me ha encantado. Como
Ingeniero Ambiental, el viajar por trabajo es muy habitual, y trato de escuchar los
relatos e historias de las zonas donde me quedo a descansar. Creo que eso
estimula mucho más que una película de horror.

Carlos Carrillo Mora (Perú, 1967). Magíster en Finanzas y Licenciado en


Economía, ambos de la Universidad del Pacífico, y también autor de “Para
Tenerlos Bajo Llave”, libro de cuentos que en su tercera edición (2007) fue
censurado en una conocida librería peruana. A la fecha, algunos de los cuentos
han sido adaptados en formato de cortometraje y en puestas escénicas. Ha
publicado cuentos en las antologías: “Abofeteando a un cadáver”, “Horrendos y
fascinantes: Antología de cuentos peruanos sobre monstruos”, “Tenebra:
Muestra de cuentos peruanos de terror”, “Horror Bizarro: Antología de Literatura
Grotesca” y “Horror Queer”. También ha publicado en las revistas “Nictofilia N°
2: Dossier Horror Erótico” y “Nictofilia N° 3: Dossier Steampunk + Terror”.

Oswaldo Castro (Lima, Perú), Médico-Cirujano. Gastroenterólogo. Colaborador


de Escribideces-Oswaldo Castro (Facebook) con Fantasmas extemporáneos,
Fantasmas trashumantes (relatos breves) y Fantasmas desubicados
(microrelatos). Publicaciones en Voces polisémicas: (2017), The Wax (2017),
Ucronías Perú (2017), El Narratorio (2017, 2018), Penumbria (2018), Historias
Pulp (2018), Revista miNatura (2018), Cuenta Artes (2018). Al borde de la

45
caverna (2018), Círculo de Lovecraft (2018), Revista Ibidem (2018), Revista
Poiesis (2018), Revista Molok (2018), El Gato descalzo (2018).
Carlos Cavero (Lima, 1978) es un narrador, poeta y artista plástico. Ganador
del Primer Premio en los Juegos Florales Toulouse-Lautrec 1998 y el cuarto lugar
en Voces y Silencios 2018, ha venido alimentando su universo literario con base
en lecturas y episodios de la vida real que él se esfuerza en bañar de irrealidad.
Escribir significa renunciar al mundo real más que representarlo, de modo que la
creación de un lenguaje implica necesariamente armar un mundo propio. Ha
publicado el poemario Capturas de escafandra el 2018 y continuará con la trilogía
el 2019, esta vez en clave de novela. https://www.facebook.com/carloszcavero/
Julio Cevasco Alcázar (Lima, 1985), es un escritor y traductor peruano que ha
publicado en la revista Relatos Increíblesentre 2015 y 2017. Su relato de
terror La carretera oscura fue valorado como uno de los mejores en el segundo
número. También publicó los relatos Reencuentro en la antología de
terror Tenebra(Lima, 2017), Pistis: la virgen de huesos, en Fuenlabrada
Distópica (Madrid, 2018) y El descenso de Conrad Crow(Lima, 2018)
en Manuscritos de R’Lyeh. Estudia filología hispánica e historia en Münster,
Alemania.
Gonzalo del Rosario (Trujillo-Perú-1986) Periodista cultural y docente de
Literatura. Es autor de los libros de narrativa breve: Cuentos pa’ kemarse (2008),
Losocialystones (2010) y Mishky Stories (2011), así como de la novela corta Ven
ten mi muerte (2012). Integró el híbrido cine-literario Tv-out (2009); y seleccionó
a los autores de la antología Sobrevolando (2014). Sus cuentos han sido
difundidos en revistas peruanas como Perro Negro, Plesiosaurio, Mutantres y
Nictofilia, y en las antologías Horror Bizarro, Horror Queer y Tenebra; así como
en publicaciones extranjeras: Monolito, Miseria, Penumbria, El Narratorio y
Fantastique (México), Axxxon, The Wax y Extrañas noches (Argentina),
Demencia (Colombia), Mal de ojo (Chile), Letralia (Venezuela); y en el fanzine
#3 “Restos” del colectivo Lo fantástico de la UAB (Catalunya). Desde 2015
dirige la revista virtual de creación literaria Alienation.
C. G. Demian (España, 1976) Nací en Valencia. He publicado más de cien
relatos cortos en mi blog https://cgdemian.blogspot.com/ Cuatro de ellos han sido
dramatizados en un programa de radio de difusión nacional llamado «La rosa de
los vientos». En 2014 se filmó un corto basado en un micro relato titulado
«Come». En 2017 publiqué, en formato digital, mi primera antología de relatos
titulada «24 obras de terror». En 2018 he publicado, también en digital, un relato
largo titulado «Salvación» y una antología de terror «Escritos con mucho mimo»,
que tiene como tema los mimos, en colaboración con otros dos escritores. Estos
libros pueden descargarse en mi web https://cgdemian.wixsite.com/escritor
Durante este el mes de julio, publicaré un libro que contendrá cuatro relatos
largos titulado «Cuatro fases lunares».

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Víctor Miguel Grippoli (Montevideo, 1983) Artista plástico, docente y escritor.
Participa en la antología "Cuentos Ocultistas" (2016) Editorial Chutulhu. Revista
Letras y Demonios Número 1 (2016) Revista Letras y Demonios Número 2, 4, 5
(2017) (2018) Nictofilia Número 2 (2017), Nictofilia número 3 (2018) Antología
Horror Bizarro (2017) Editorial Chutulhu. "Antología Horror Queer" (2018)
Editorial Chutulhu. Revista literaria Luna “Antología de ciencia ficción” (2018)
"Antología poética" (2018) Editorial Solaris. "Entre las lágrimas de acero" (2018)
Editorial Solaris. “Laberinto de Posibilidades” (2018) Editorial Solaris. “Puertas
del Infinito” Volumen 1 y 2 (2018) Editorial Solaris. “Los conectores de dios”
(2016) Editorial autores de Argentina y Editorial Solaris. Publica en papel en
edición artesanal “El último rayo del día” “Ganderion. Soldado del Infinito” (2018)
Editorial Solaris. “Laberinto de posibilidades” Versión física por Amazon.
Diana Huapaya Castro: (Lima,1997) Estudiante de Ingeniería de sistemas. Sin
publicaciones
Tania Huerta (Lima, Perú) Publicó el cuento «El Pelado Jairo» en la
antología Horror Queer , así como «Aconitum» en la antología Steampunk Terror
de Editorial Cthulhu (2018)y los cuentos “Abuela” y “Plantación”en la antología
Literal de Editorial Autónoma (2018). Su cuento “Piedra Negra” fue publicado en
la Antologia 13 Cuentos Peruanos sobre Objetos Malditos de la Editorial El Gato
Descalzo. Publicó la Revista Virtual Aeternum incluyendo su cuento
“Fraternidad” en la Antología Sin Vientre (2018) Publicó la revista Orbi
Occultatum que incluye sus cuentos “Inocencia” y “Alas Marchitas” (2018) Es
dueña del Blog Pies Fríos en la Espalda
(http://piesfriosenlaespalda.blogspot.pe/).
Omar Luján (Mexico) Actualmente radico en Pachuca Hgo. México. Siempre me
ha gustado leer, dibujar y escribir, creo fielmente que estas actividades se
complementan. Hasta ahora he colaborado en algunas revistas virtuales como
Historias Pulp, Revista Literaria Ibídem, Revista Fantastique, entre otras. En
publicaciones impresas, con la Editorial Cthulhu participe en una antología que
lanzara la publicación impresa en el mes de julio, y con una poesía en una
editorial española. Sigo escribiendo y esperó publicar muy pronto mi primer libro.
Rodrigo Martinot Miock, habitando actualmente en la ciudad de Lima y peruano
de nacionalidad. Ha publicado los siguientes relatos: “Acompañado” en antología
digital San Valentín Oscuro (2018), “Un regalo a mamá” en la antología Sin
Vientre (2018) del primer número de la revista digital “Aeternum”, “Rigor Mortis”
en la 28va entrega de la revista literaria digital “El Narratorio“(2018), “Incursión
en las montañas” en el primer número de la revista literaria digital “Ibídem”
(2018), “Un juego de luces” en “Onomatopeyas” la tercera antología de
microrelatos de Historias Pulp.

Poldark Mego: (Lima, 1985) Licenciado en Psicología. Relatos en las siguientes


antologías: “Literal” (2017) “Maleza” (2017) “Lima en Letras” (2018) “Es-cupido”

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(2018) “Un Mundo Bestial” (2018) “Cuentos peruanos sobre objetos malditos”
(2018) “Terror en la mar” (2018) “Un San Valentín oscuro” (2018) “Cuenta Artes”
(2018) “El Narratorio” (2018) “Cerdofilia” (2018) Miembro del Taller de Escritura
Creativa Lima. Publicó la Revista Virtual Aeternum incluyendo su cuento “El
Sotano” en la Antología Sin Vientre (2018) Publicó la revista Orbi Occultatum que
incluye sus cuentos “Gul(a)” y “Sor Ana” (2018) Es dueño del blog Pandemia Z
(www.facebook.com/pandemiaz)

Kristina Ramos: (Huancayo - Perú, 1987) Estudió Psicología. Su cuento


"Sanguijuelas" fue publicado en la antología y la audiorrevista "Un Mundo
Bestial" de la revista digital Historias Pulp (2018) también publicó su cuento
"Sangriento San Valentín" en la antología "Un San Valentín Oscuro"(2018). El
relato "Canto a Satán" ha sido publicado en la quinta edición de la Revista Letras
y Demonios (2018), el cuento “Cloacas” publicado en la revista The Wax (2018)
y el cuento "La Carnicería" fue publicado recientemente en la antología "El
monstruo el humano" de Editorial Cthulhu(2018). Publicó la Revista Virtual
Aeternum incluyendo su cuento “Amores que Matan” en la Antología Sin Vientre
(2018) Publicó la revista Orbi Occultatum que incluye sus cuentos “Misterio
Marino” y “Viuda Negra” (2018)
Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982). Director de la revista Argonautas y del
fanzine El Horla; miembro del comité editorial del fanzine Agujero Negro,
publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Director de la revista Minúsculo
al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los Premios Andrómeda de
Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de
Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del
Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft.
Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura
2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Publicó los libros de cuentos Historias
de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010); y el relato El otro
engendro (2012). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos
de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016) y Tenebra:
muestra de cuentos peruanos de terror (2017).
Maria Cristina Taborga, de nacionalidad Boliviana. Ha publicado los siguientes
relatos: Carta de Advertencia, en la antología virtual San Valentín Oscuro (2018),
y en el primer número de la revista Aeternum, Sin vientre, con el relato La Cena
Mariangela Ugarelli es Bachiller en Literatura Hispánica por la Universidad
Católica del Perú. Se ha presentado en coloquios de diversos temas desde el
Quijote hasta Ricardo Palma. Ha publicado reseñas en revistas independientes
como Láudano, periódicos (El Dominical de El Comercio) y revistas virtuales
Asimismo, uno de sus cuentos sido en la antología 13 Cuentos de Objetos
Malditos Peruanos de Edita el Gato Descalzo. Además, ha ilustrado la portada
de la revista Penumbria en su edición dedicada a H. P. Lovecraft. Actualmente
se encuentra preparando la sustentación de su tesis de Licenciatura dedicada a

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lo fantástico en un texto de Leopoldo Lugones “La Palabra Secreta: Cuentos
Fatales como alegoría literaria del mito del eterno retorno para el funcionamiento
de los fantástico”. Ha sido becada para realizar su doctorado en la universidad
Johns Hopkins, hacia donde partirá este mismo año.

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