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En la biblioteca:

Tú y yo, que manera de quererte


Todo les separa y todo les acerca. Cuando Alma
Lancaster consigue el puesto de sus sueños en King
Productions, está decidida a seguir adelante sin aferrarse
al pasado. Trabajadora y ambiciosa, va evolucionando en
el cerrado círculo del cine, y tiene los pies en el suelo. Su
trabajo la acapara; el amor, ¡para más tarde! Sin embargo,
cuando se encuentra con el Director General por primera
vez -el sublime y carismático Vadim King-, lo reconoce
inmediatamente: es Vadim Arcadi, el único hombre que ha
amado de verdad. Doce años después de su dolorosa
separación, los amantes vuelven a estar juntos. ¿Por qué
ha cambiado su apellido? ¿Cómo ha llegado a dirigir este
imperio? Y sobre todo, ¿conseguirán reencontrarse a
pesar de los recuerdos, a pesar de la pasión que les
persigue y el pasado que quiere volver?
¡No se pierda Tú contra mí, la nueva serie de Emma
Green, autora del best-seller Cien Facetas del Sr.
Diamonds!

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En la biblioteca:

Todo por él
Adam Ritcher es joven, apuesto y millonario. Tiene el
mundo a sus pies. Eléa Haydensen, una joven virtuosa y
bonita. Acomplejada por sus curvas, e inconsciente de su
enorme talento, Eléa no habría pensado jamás que una
historia de amor entre ella y Adam fuera posible.
Y sin embargo… Una atracción irresistible los une. Pero
entre la falta de seguridad de Eléa, la impetuosidad de
Adam y las trampas que algunos están dispuestos a
tenderles en el camino, su historia de amor no será tan
fácil como ellos quisieran.

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En la biblioteca:

Poseída
Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuenta
sombras de Gre!

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En la biblioteca:

Muérdeme
Una relación sensual y fascinante, narrada con talento
por Sienna Lloyd en un libro perturbador e inquietante,
a medio camino entre Crepúsculo y Cincuenta sombras
de Grey.

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Lucy Jones
MR FIRE Y YO
Volumen 10
1. Cautiva

Mientras abro los ojos, siento un dolor en la nuca.


Durante algunos segundos, todo es borroso: no comprendo
qué sucede.

¿Dónde estoy?

Poco a poco, los recuerdos vuelven: Clothilde, Daniel,


Hugo, Ray y yo estamos en una calle de Ginebra y un auto
se detiene a la misma altura que nosotros; alguien me
atrapa por el brazo para hacerme subir a la fuerza,
mientras grito el nombre de Daniel. Y nada más.

¿Desde hace cuánto tiempo estoy aquí? ¿Dónde está


Daniel? ¿Por qué me secuestraron?

Un dolor intenso me arranca un gemido cuando intento


enderezarme. La habitación se mueve un poco, a
continuación, voy cobrando consciencia de mi alrededor.

Estoy sola, en una habitación que no conozco. El


mobiliario es muy escaso. Además de la cama en la que
estoy recostada, sólo hay un buró y en un rincón un
inodoro y un lavabo. Solamente hay una ventana, opuesta a
la cama. Reina un desagradable olor a guardado. Cuando
me siento un poco más estable, decido levantarme y
caminar hacia la ventana. Me levanto después de muchos
intentos: el golpe que recibí fue realmente violento.
Cuando logro echar un vistazo al exterior, me doy cuenta
de que estoy varios pisos sobre el suelo. Aquí no hay
ningún balcón que me pueda ayudar a escapar. También
observo que ya no estoy en la ciudad; los campos se
extienden hasta perderse de vista delante de mí.

¿Cómo voy a salir de aquí?

— Ya se despertó. Muy bien.

Me sobresalto. No escuché la puerta de la habitación


abrirse. Frente a mí, se encuentra un hombre alto y ancho
de hombros. Me asustan sus ojos negros, porque no leo en
ellos ninguna expresión. Solamente son fríos. Trato de
observarlo a pesar de mi temor. Su cabello es muy corto y
negro, su frente es amplia y sus cejas pobladas. Su nariz
se ve pequeña en contraste con sus labios carnosos. No
tiene barba y su color es muy oscuro, lo que hace más
visible la cicatriz que le atraviesa la mejilla izquierda, de
la oreja al mentón. Instintivamente, doy unos pasos hacia
atrás y me pego a la pared, sin perderlo de vista. Me
sonríe. No puedo evitar los escalofríos del terror que me
provoca.

Parece un felino. Una bestia calmada, pero lista para


abalanzarse.

Si me pasó por la mente la idea de escaparme, ahora sé


que es inútil intentarlo. No sólo por el gran tamaño del
hombre que tapa la puerta de entrada de la habitación,
sino también porque vi la empuñadura del revólver que
brilla en su cinturón.

— ¿Quién es usted? ¿Qué es lo que quiere de mí? Le


pregunté con voz temblorosa.
— Paciencia. Lo sabrá muy pronto. Mientras tanto,
usted es mi… invitada. Póngase cómoda, me respondió
con una voz dulce.

Paradójicamente, esa dulzura no tiene nada de


tranquilizador. Nuestras miradas se cruzan de nuevo. No
veo más que vacío. Parece que este hombre no siente
nada.

— Volveré para traerle de comer, me dijo antes de


salir y cerrar la puerta con llave.
— ¡Esperé! Grité, súbitamente alarmada por la idea de
quedarme sola.
Pero el hombre desapareció.

Lógicamente, me despojó de mi Smartphone. Me doy


cuenta que ni siquiera sé qué día es. ¿Me desmayé mucho
tiempo? Es de día, pero no soy capaz de saber si es
temprano o tarde. La angustia me retuerce el estómago:
¿mis amigos lograron escapar de sus agresores? La última
vez que los vi, a Clothilde le estaban apuntando y los
demás se golpeaban. ¿Qué les habrá pasado?

¡Espero que estén sanos y salvos!

De nuevo, me siento sobre la cama forzándome a no


moverme. Mi dolor de cabeza terminará por calmarse y
entonces podré pensar en un plan.

Para tratar de calmarme, trato de imitar una técnica de


meditación que vi en la televisión. Sentada con mi traje
sastre, debo respirar tranquila y profundamente dejando
en blanco mi mente.

¡El inventor de este método anti estrés nunca estuvo


cautivo!

Lejos de «quedar en blanco», mi mente se llena de todo


tipo de imágenes escalofriantes. Al imaginarme a Daniel
sin vida en un mar de sangre, me pongo a llorar.
¿Por qué pasa todo esto?

La respuesta más lógica me lleva a una pareja: Diane


Wietermann, la madre de Daniel y Benoît de Saint-André,
el tío de la ex prometida de Daniel. Cuando recuerdo la
primera vez que vi a Daniel, me doy cuenta de que nada
podía hacerme imaginar que me esperaba esta situación.

Daniel Wietermann es el hombre que amo por encima


de todo, pero amar a un Wietermann, es aceptar a su
familia y su entorno. Y no es nada fácil.

Daniel viene de una familia muy rica que dirige la casa


Tercari, una prestigiosa joyería de lujo. Daniel reemplazó
a su madre Diane Wietermann, hace poco. Esta mujer, de
un carisma incontestable, tiene también un carácter
desagradable. Desde luego supo abrirse paso entre los
hombres, pero lo logró por la vía del oportunismo y de un
espíritu combativo sin límites. Esta actitud hizo que fuera
odiada por algunos de sus hijos. Agathe, la hermana de
Daniel, para desafiar a su madre, dejó de hablar desde
hace muchos años. También está Jérémie, el hermano
mayor. Estaba gravemente enfermo y por miedo al
escándalo, su madre prefirió internarlo en una institución
médica especializada. Así fue como escondió a su hijo de
la prensa, privándolo de todos sus derechos en la empresa
Tercari. Recurrir a eso para calmar el odio y el rencor.
Hace algunas semanas Jérémie nos secuestró en la casa.
Encontró la muerte en el tiroteo que provocó la
intervención de la policía. El peor momento de mi vida.

Hasta ahora…

A menudo, me pregunto cómo hace Daniel para


soportar un ambiente familiar como este. Además de ser
estratega y hombre de negocios habituado a administrar
millones todos los días, Daniel comparte algunos rasgos
de carácter con su madre. Muy secretamente, se forjó un
caparazón que me ha llevado tiempo perforar. Al
principio de nuestra relación, me enojaba por su frialdad,
pues no entendía que simplemente, no estaba habituado a
expresar sus sentimientos.

La ambición de Diane Wietermann es tal, que no se


limita a ser una tirana con su familia. Tercari tiene un
principal competidor: la casa Saint- André. Las dos
joyerías libran, desde hace varios años, una guerra sin
piedad con medios de comunicación interpuestos. Por eso,
desde hace mucho tiempo, pasaron de la prensa
especializada a la prensa de sociedad. Fue así como
Diane no dudó en arreglar el matrimonio de Daniel con
Clothilde de Saint André, actual directora de la casa Saint
André. Ellos rompieron en cuanto se dieron cuenta de que
los manipulaban. Diane no era la única que había
planeado todo eso; a Benoît de Saint-André también le
hubiera gustado tener un pie en Tercari, por medio de su
sobrina. Además de que este hombre poco agradable es
desde hace algún tiempo, ¡amante de Diane Wietermann!

Dos grandes enemigos a la vista de todos, que son


más que amigos en privado. ¡Sería más romántico si los
dos protagonistas no fueran tan antipáticos!

Daniel y yo tuvimos la certeza hace muy poco, al


descubrir que Diane y Benoît se quedaban en la misma
suite de un hotel en Suiza. Yo estaba tan intrigada de
verlos juntos, que me metí en su habitación para saber qué
hacían ahí. Así fue como encontré a Diane y a Benoît
conspirando para comprar una mina de Diamantes en
África del Sur con el dinero de Tercari. Su objetivo es
asociarse y arruinar a Daniel y a Clothilde para poder
retomar el control de sus empresas.

Lógicamente, no esperaba encontrarme encerrada en su


suite y tener que pasar por el balcón para salir… No sabía
tampoco, en ese momento, que el hotel pertenecía a
Daniel. ¡Me lo dijo cuándo me dio la mano al bajar la
escalera!

¡Rara vez había experimentado tanta vergüenza! ¡Qué


historia!
Sin embargo, Daniel lo tomó bien. Nos reímos mucho
de mi desventura; hasta pienso que lo impresioné, porque
aceptó compartir conmigo sus dudas, sus miedos, así
como información sobre las artimañas de su madre.

En ese momento, por primera vez, tuve realmente la


impresión de formar una pareja con Daniel. ¡Cuánto lo
extraño!

Los minutos pasan en esta habitación vacía. No tengo


nada más que hacer que pensar y repensar estos hechos en
mi cabeza. A la pregunta «¿por qué?» se une «¿por qué
yo?», a la cual no encuentro ninguna respuesta. Me cubrí
con la fina colcha que recubre la cama. Tengo hambre y
frío. Mi secuestrador no da señales de vida. No hay
ningún ruido. Por la ventana, veo como cae la noche. Lo
más frustrante es no saber exactamente dónde estoy y qué
fecha es. Tengo ganas de abalanzarme sobre la puerta para
tratar de salir pero sé que sería peligroso e inútil. En
lugar de eso, miro atentamente la pared, imaginando que
estoy en otro lugar.

Daniel me abraza. Estoy bien. Estoy segura. Me besa,


al principio tiernamente, con los labios y poco a poco con
más pasión. Mis manos desabotonan la camisa de Daniel y
se la quito. Mis palmas lo empujan y lo recuestan,
mientras él sonríe y me desabrocha el sostén. Enseguida,
tengo ganas de él. Yo…

— ¡Como!

Abro los ojos, de regreso a la habitación vacía. Tengo


la impresión de que me despertaron con un baño helado.
Durante un segundo, me siento completamente perdida. La
penumbra invadió el lugar. Bajo la luz pálida del techo,
mi secuestrador me observa con una mirada malvada.

¿Hay modo de que sepa lo que soñé?

Es absurdo, pero me sonrojo por el pensamiento. El


secuestrador puso delante de mí una charola sobre la cual
se encuentran dos pedazos de pan negro, queso y una
manzana. Parece que no quiere salir de la habitación y
espera a que coma. Muerdo un pedazo de pan cuyo gusto
particular me sorprende. Nunca había probado algo así.

Entiendo por qué sólo conocía el chocolate como


especialidad suiza…

Indudablemente, mis pensamientos son absurdos. Como


esta situación. De nuevo, a pesar de mi angustia, trato de
entender qué hago aquí:

— Por favor, ¡es claramente un error! ¿Puede decirme


por qué me secuestró?
Me ignora, sin embargo, continúo:

— ¡Respóndame! ¡Tengo derecho a saberlo!

Mi secuestrador se apresura a salir. No sé exactamente


qué me sucede, pero me precipito hacia él.

— ¿Por qué estoy aquí? Le grité al rostro del hombre


que me aterra.

El hombre entra de nuevo en la habitación y me empuja


contra la pared. Me caigo hacia atrás tirando la charola.
La violencia del golpe me marea. Mi secuestrador se toma
el tiempo de levantar los restos de comida y de dirigirme
de nuevo la palabra. Me contempla con desprecio:

— No tienes nada que exigir, me dice fríamente. No


eres nadie aquí. Puedo matarte si lo deseo.

Se da vuelta para salir y todo mi cuerpo empieza a


temblar. Comienzo a darme cuenta del horror de mi
situación. Hasta ahora, sola en esta habitación, me parecía
que el tiempo pasaba lento. Ahora comprendo que mi
detención tiene un propósito, pero no tengo idea de cuál
sea.

La pregunta que me asalta progresa de nuevo: ¿a quién


le beneficia mi secuestro? ¿Ese hombre podría ser el
intermediario del que Benoît de Saint-André hablaba a
Diane Wietermann en la conversación en la que los
sorprendí? ¿Está ligado a los asuntos turbios del tío de
Clothilde? Pero, en ese caso ¿por qué secuestrarme a mí?
O ¿será un capricho de Diane Wietermann para alejarme
de su hijo? Ella nunca me quiso, ni tampoco me
consideraba digna de frecuentar a su hijo. Sería una
locura, pero de parte de esa mujer ¡Ya nada me
sorprende!

Por más que busco, nada lógico me viene a la mente.


Debe ser tarde cuando termino por caer de cansancio, al
mismo tiempo estoy abrumada y aterrada.

¿Cuál es el plan de este hombre? ¿Qué va a hacerme?

La última imagen que recuerdo antes de dormir


profundamente sin soñar, es la cara sonriente de Daniel, a
la que me aferro como un ahogado a una boya.

***

Al día siguiente me despierta el ruido de la puerta de la


habitación. Pasé una noche horrible, soñando con la
muerte de Daniel. Estoy sudando. Miro a mi alrededor,
asustada. Mi secuestrador colocó otra charola en medio
de la habitación. Un tazón de agua caliente y una bolsa de
té. Tengo un pensamiento fugaz del desayuno continental
del hotel donde me quedo con Daniel.

A diferencia de ayer, escucho al hombre que habla en


la habitación contigua a la mía. Desafortunadamente la
pared es muy gruesa para poder distinguir la
conversación. Sin embargo, supongo que habla por
teléfono porque sólo escucho una voz.

Desde que conozco a la familia Wietermann, mi forma


de pensar ha cambiado mucho. ¡En el pasado nunca me
hubiera hecho este tipo de preguntas! Pero también es
verdad que no me hubieran secuestrado…

Mi estómago se tuerce y hace ruidos: tengo hambre. Mi


acceso de rabia de ayer me privó de comida. Traté de
beber un poco, pero el té tan amargo me hizo hacer
muecas. De pronto, escucho pasos que se aproximan. El
miedo regresa a mí como una ola. Casi dejo escapar la
taza, pero logro milagrosamente colocarla entera en la
charola. Al momento que gira el picaporte, me apretujo
contra la pared al final de la cama. Me agarro de la colcha
para controlar el temblor de mis manos.

Mi secuestrador me encara. Su mirada basta para


reducir a nada todos mis esfuerzos por calmarme. En mi
terror, un solo nombre me viene a los labios:

— Daniel… murmuré muchas veces seguidas como en


un mantra.

Como él me ignora, yo también lo haré.

— Conmovedor, replica mi secuestrador, secamente,


pero no es tu novio quien me interesa.

Recoge la charola y sale, cerrando la puerta con llave


detrás de él.

¿Será una pizca de información? El hombre dice que no


está interesado en Daniel. De hecho eso vuelve más
inevitable la pregunta a la que no tengo respuesta: «¿Por
qué secuestrarme a mí?».

¡No tiene sentido! Si no es Daniel el afectado por mi


secuestro, entonces quién ¿mis padres?

Una idea así me parece aberrante y horrible; mis


padres son personas «normales». Una pareja de futuros
jubilados sin historias que viven a doscientos kilómetros
de París. No puedo imaginar que los pudieran amenazar o
pedirles algo. Ellos ya habían estado profundamente
afectados al enterarse por televisión que yo formaba parte
del secuestro que le costó la vida al hermano de Daniel.
¡Tal vez Papá no sobreviviría! ¡Ojalá que me
equivoque!

Pego mi oreja contra la pared esperando escuchar la


conversación de mi secuestrador y saber de qué se trata.
La conversación se vuelve clara.

— La chica está bien… Todavía no he hablado con


él… Verlo esta tarde… Petición de rescate… Veremos si
realmente le importa.

El silencio vuelve. No lejos de ahí suena una puerta.


¿El hombre salió? Verifico mecánicamente que la puerta
de mi habitación esté bien cerrada con llave. Lo contrario
hubiera sido hermoso. Trato de poner todo mi peso sobre
ella, pero nada la hace ceder.

¿A quién tiene que ver mi secuestrador?

Ignoro cuanto tiempo pasó hasta que escucho de nuevo


el sonido de la puerta. Mi secuestrador habla, pero esta
vez mucho más fuerte. Parece enojado.

— ¿Cómo que cenó con su sobrina ayer? ¡No trate de


jugar conmigo, Saint-André! ¡No tiene sentido! ¿Se atreve
a burlarse?
Antes de que yo hubiera podido extraer cualquier
conclusión, el hombre abre la puerta de la habitación y se
precipita sobre mí. Me atrapa por el cuello y me sacude:

— ¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas?


— Julia… Julia Belmont, balbuceo, muerta de miedo.

El hombre me suelta. Caigo débilmente sobre la cama,


todavía conmocionada. Me observa sin decir una palabra.
Tengo la sensación de que no entiende lo que acaba de
escuchar. De pronto, lanza una injuria y sale de la
habitación azotando la puerta.

Sólo hay una explicación para esta extraña actitud: el


hombre pensaba haber secuestrado a Clothilde de Saint-
André. Trataba de pedir rescate a Benoît para que pudiera
recuperar a su sobrina…

De repente, esta historia se vuelve «lógica»: Clothilde


es una rica heredera. Aún si Saint-André vale mucho
menos que Tercari, imagino que mi secuestrador quería
asegurarse de que Benoît le pagaría si secuestraba a
Clothilde…

En otras circunstancias, la idea de que nos pudieran


confundir a Clothilde y a mí, me hubiera hecho morir de
risa.
Clothilde y Daniel pertenecen al mismo entorno y se
conocen desde hace mucho tiempo. Su historia pudo haber
terminado en nupcias, pero no estaban enamorados uno
del otro. La primera vez que vi a Clothilde fue un
momento muy penoso. Una vez que ignoraba donde estaba
Daniel, lo encontré en una foto al lado de su ex novia en
una revista sobre la jet- set. Yo estaba devastada. ¿Cómo
pudo Daniel mentirme así? Supe hasta después, que
Clothilde y Daniel se encontraron por casualidad en la
misma gala de caridad y los fotógrafos se aprovecharon.
Pero cuando estuve tranquila en ese sentido, lo que
constaté después sobre Clothilde de Saint-André no me
hizo gracia. Daniel me confió que ella tenía conocimiento
de un importante desvío de fondos en Tercari. Ella había
husmeado antes y había descubierto que la persona que se
servía de las cajas de la empresa no era otra más que
Diane Wietermann. En lugar de simplemente contarle a
Daniel, amenazó con publicar la información si no le
cedían su sociedad de acciones. Daniel comparte el
mismo temor por el escándalo que su madre, pero era
impensable para él doblegarse. Entonces hizo
investigaciones y terminó por descubrir que su madre y el
tío de Clothilde estaban ligados en un complot a mayor
escala.

Fui yo quien le reveló esa parte de la historia a


Clothilde, en presencia de Daniel. La confrontación fue…
complicada; no solamente porque ella no nos creía, sino
porque además, ella me hizo ver que no pertenecíamos «al
mismo círculo». Daniel y yo tuvimos que orillarla a la
duda para que pudiera aceptar acompañarnos al hotel,
porque deseaba hablar con su tío. Desafortunadamente,
Diane y él ya se habían ido para cuando regresamos. Ahí
fue el turno de impresionarnos de Ray, el chofer de
Daniel. Ese hombre, es, antes que nada, un ángel guardián
muy especial y logró obtener, no sé cómo, la lista de las
últimas llamadas que recibió Benoît de Saint-André en su
teléfono. Entonces, nos dirigimos hacia una calle en
Ginebra frente a un edificio… y, me secuestraron.

Pero mi secuestrador se equivocó de persona, y ahora,


tiene un rehén «inútil» en las manos…

¿Qué va a pasarme ahora que se dio cuenta de su


error?

Tengo que salir de aquí, no importa de qué forma. Es


mi única oportunidad de sobrevivir. Comienzo a
inspeccionar más de cerca la ventana. La salida me parece
muy lejana para poder alcanzarla, pero estoy lista para
todo. Golpeo el vidrio, que resiste. Insisto. Lógicamente
este golpe no va a tardar en alertar a mi guardián.
No me importa, haré todo lo posible por salir de aquí.

Golpeo el vidrio con la energía de la desesperación. El


hombre entra de prisa y sin cuidado en la habitación, con
los rasgos deformados por la rabia. En cuanto se abre la
puerta, me precipito contra él. El choque lo hace vacilar.
Trato de deslizarme por un lado para escaparme, pero es
más rápido: me toma por la cintura y me inmoviliza en
menos de un segundo. El desánimo me invade, pero aún
tengo fuerza para gritar el nombre de Daniel lo más fuerte
que puedo.

No espero ningún milagro…

Es en ese momento que sucede lo imposible. Un grito


me responde:

— ¡Julia!

¡Es la voz de Daniel!

¿Me estoy volviendo loca? ¿Cómo es esto posible?

El hombre parece tan sorprendido como yo. Leo


incredulidad en sus ojos. Al instante siguiente, un tumulto
invade la habitación: Daniel aparece, seguido por Hugo,
Ray y una decena de hombres que no conozco. Todos
están fuertemente armados. Ahora atado y amordazado, mi
secuestrador se ve indefenso.

Daniel parece aliviado, pero sus rasgos cansados y su


color pálido demuestran que se preocupó demasiado. Me
abraza. Incapaz de contenerme más, rompo en llanto en
sus brazos.

— Perdóname, le digo entre sollozos incontenibles.


— Shh… me dice tiernamente mientras me acaricia el
cabello. No tienes de qué disculparte, Julia. Todo está
bien ahora. Todo terminó…

Me calma durante un buen momento. No quiero


soltarlo.

Si esto no es más que un sueño, ¡no quiero que


termine!

Pero los besos de Daniel en mis labios son reales. Me


cuesta trabajo convencerme, pero la pesadilla terminó de
verdad.

— Señor, sin duda la señorita Julia debe ir al médico,


dijo Ray.
— Sí, tienes razón, respondió Daniel.
— ¡No quiero dejarte!
Casi grité esas palabras.

— No temas, mi Julia, te llevaremos al hotel. Tienes


que descansar, pero no te dejaré sola ni un minuto. ¿Cómo
te sientes? Me pregunta Daniel, preocupado.
— Tengo hambre… sed… y frío también, balbuceé
antes de caer en la inconsciencia.

***

Cuando abro los ojos estoy en nuestra suite del hotel.


Apenas muevo la cabeza, Daniel está junto a mí y me toma
la mano.

— Julia, ¿me escuchas?


— Sí, Daniel, murmuré. Tuve una pesadilla horrible…
me habían secuestrado y…
— Shh…

Entonces, me doy cuenta de que no fue un sueño; vuelve


a mi cabeza mi último recuerdo. Me desmayé en los
brazos de Daniel. De golpe, recobro la consciencia:

— ¿Qué me sucedió Daniel? El hombre que me


secuestró… ¡pensaba que era Clothilde! ¡Me amenazó con
matarme!

Me pongo a temblar de frío, de miedo… Sería incapaz


de revivir las cosas.

— Tranquilízate, me exhorta Daniel con una voz suave.


Todo está bien ahora. ¿Te sientes lo suficientemente fuerte
para levantarte?

Como para probarle que sí, trato de dar un paso al


frente… pero mis piernas apenas me sostienen.

— ¡Paciencia mi Julia! Voy a pedir que nos traigan de


comer. Todavía estás muy débil.
— ¿Cuántos días estuve secuestrada?
— Dos días, me informa Daniel.
— ¡Solamente!
— No Julia, ¡es demasiado! ¡Estaba muerto de
preocupación!
— Llegaste en buen momento, le dije temblando. Un
minuto más tarde y… ¿Cómo me encontraste, Daniel?
— Gracias a Hugo.
2. Espiada

La sorpresa debe verse en mi rostro.

— No entiendo, le digo a Daniel. ¿Qué tiene que ver


Hugo en esta historia?

Hugo es un amigo de Daniel, es mi compañero de


apartamento en París. No lo conozco muy bien;
«descubrí» su existencia durante mi visita a Francia.
Cuando pensaba entrar en un apartamento vacío, un joven
me abrió la puerta.

Ese día me asusté: al regresar de Nueva York,


cansada por el cambio de horario ¡encuentro un
desconocido en mi sala!

Todo es la consecuencia de un sueño de adolescente


que no pudo concretarse. Sarah, mi mejor amiga y yo,
debimos compartir un apartamento en la capital durante
nuestros estudios. Pero antes le presenté a Tom, un colega
neoyorquino. Se enamoraron y Sarah se mudó con él del
otro lado del Atlántico.
Sarah, mi bohemia, mi viajera… Estás muy cerca de
casarte! ¡Todavía no lo puedo creer!

Pero ese enamoramiento improvisado dejó un lugar


disponible en el apartamento. Fui a buscar a Daniel y no
lo pensé; Sarh y yo habíamos dejado una suma importante
en pago de la renta. No me imaginé entonces que la
propietaria encontraría tan rápido a alguien a quien
rentarle. Supe después que Hugo es un viejo amigo de
Daniel…

— Tengo que confesarte algo Julia, me dice Daniel


poniéndose serio. Hace algunas semanas le pedí a Ray
que colocara un chip GPS en tu celular.
— ¿Pero por qué? ¿No confías en mí? Me sorprendo.

Esta obsesión de estar siempre vigilándome me


hubiera molestado mucho al inicio de nuestra relación,
pero comprendí que Daniel es así y me alegro, después
de la desventura que acabo de vivir…

— Claro que sí, me responde Daniel, pero el día que


no te encontré en el aeropuerto, creí volverme loco con la
idea de que algo te hubiera pasado… me explica.
— Me acuerdo.

Tiene algunos meses de eso. Fui llevada a urgencias


cuando bajé del avión, porque me sentía mal. Daniel no lo
sabía. Todavía tengo los mensajes que me envió ese día.
Pasó por todas las fases: enojo «están atrasados», enojo
«¿por qué se fue sin avisarme?», decepción («pensé que
era sincera, Julia»), después el miedo, seguido
rápidamente por el pánico.

Sé que Daniel tuvo miedo ese día.

— Quise evitar que volviera a pasar. Hasta ayer, nunca


había tenido necesidad de activar el chip.
— ¿Entonces, es gracias a eso que me encontraste?

Desafortunadamente no… me dice pasando la mano


sobre su cara. Eso nos tomó mucho tiempo.

— Explícame, le pregunto intrigada.


— Normalmente, el chip debe activarse
automáticamente. El programa que instaló Ray es muy
sofisticado y permite detectar el aparato donde quiera que
esté. Si tu terminal se hubiera apagado o lo hubieran
lanzado en alguna parte, podríamos saber dónde fue
encendido por última vez. Eso nos hubiera dado
información valiosa.

Me pregunto dónde consigue Ray gadgets así. ¿Quién


es realmente el chofer de la familia Wietermann?
— ¿Y no funcionó? Deduzco.
— No, porque el chip ya no estaba en tu celular.
— ¿En serio? No toqué nada; la tecnología no es mi
fuerte…
— Lo sé bien Julia. Tienes otras habilidades… me
dice con su voz romántica, que me hace instantáneamente
sonrojarme.

Daniel aprovecha la situación para robarme un beso y


termina su frase:

— ¡Escalas de maravilla los balcones de los hoteles!,


por ejemplo.

Rompemos en carcajadas. Recupero mi aliento y me


acerca hacia él para acercarme a sus brazos.

— ¿Cómo logró el chip salirse del teléfono? ¿El


secuestrador lo quitó?
— No fue él. Hugo lo hizo.

Me separo un poco de Daniel para verlo a los ojos.

¿Está bromeando? ¿Por qué Hugo haría algo así?


¿Cuándo? ¿Y cómo lo supo Daniel? Mientras Daniel me
explica más detalles, más la situación me parece
confusa…
Me sobo las sienes para aliviar un comienzo de
migraña.

— ¿Quieres que te pida un café? Me pregunta Daniel.


— No gracias. ¡Quisiera comprender!
— ¿Recuerdas que habíamos visto a Hugo en Ginebra
un poco antes de tu secuestro? Me pregunta Daniel.
— Sí. Por ejemplo, no entendía que hacía allá.
— Yo tampoco. Hasta que le llamé en el auto, me dijo
que estaba en París. Después me vio y huyó.
— Ya recordé.
— Después de que el auto te secuestró, nuestros
agresores se fugaron de prisa. Sólo eran una distracción.
Ray intentó rápidamente localizarte por el chip. No lo
logró. Primero pensó que era un problema técnico y
regresamos al hotel para tratar de arreglarlo.
— Entonces, ellos no les hicieron daño, exclamé con
un suspiro de alivio. ¿Clothilde está bien también?
— Si, siéntete tranquila. Tenemos que bajar a verla.
Quiero que le cuentes lo que te sucedió.

Apruebo con la cabeza esperando a que termine de


hablar.

— Recibí una llamada de Hugo mientras estábamos


rumbo al hotel. Comenzó a disculparse por «irse tan
repentinamente». Tartamudeaba, no encontraba las
palabras adecuadas. Después me preguntó cómo estabas.
— Curioso inicio de conversación, comente.
— También lo pienso. Aún si no confiaba mucho, no
tenía ninguna pista para encontrarte. Si el «problema» que
tenía Ray con el chip no se resolvía, sabía que teníamos
muy pocas probabilidades de encontrarte.

Inmediatamente, la imagen de esa habitación siniestra


se revela y se impone en mí. Me estremezco y Daniel me
toma en sus brazos y me aprieta contra él. Él continúa:

— Entonces decidí contarle de tu secuestro a Hugo.


Estaba como loco en el teléfono; no dejaba de decirme:
«yo no quería eso Daniel, te lo aseguro, ¡yo no quería
eso!».

Ese pensamiento aún estremece a Daniel, que aprieta


los puños.

— ¿Y qué fue lo que hiciste? Le pregunté con voz baja.


— Logré que se calmara y me dijera lo que sabía.
Entonces me dijo que había cambiado el chip de GPS
instalado por Ray, por otro, la última vez que dormiste en
París.
— ¿Pero para qué? Grité. ¡No tiene sentido!
— Mi madre se lo pidió.
¡Cada vez se pone mejor! ¿Cuándo terminará esta
locura?

— ¿Qué necesidad de tu madre de tenerme localizada


con el celular? Le pregunto, perpleja.
— Eso, Hugo no me lo dijo. Se negó a contestar mis
preguntas. Lo amenacé con hacerlo confesar… pero se
resistió. Sin embargo, aceptó ayudarnos a salvarte con la
condición de que yo no tratara de investigar más.
— ¿Por qué no llamaste a tu madre para aclararlo
todo? Le pregunto, exasperada.
— No logro localizarla.
— ¡Qué familia de locos! Discúlpame Daniel, sé que
no debería hablar así, agrego mientras me sonrojo.
— Claro que sí, replica Daniel indignado. Te entiendo
perfectamente. Mi madre nos debe una explicación.
— ¿Y Hugo?
— Sin duda no voy a dejar que Hugo conspire a mis
espaldas sin tratar de saber por qué, pero era urgente
saber dónde estabas, me dice Daniel acariciándome la
mejilla.

Coloco mi cabeza contra su pecho y me tomo el tiempo


para escuchar su corazón. Mis pesadillas, en las que mi
novio terminaba en un mar de sangre, se borran a medida
que este latido regular las disipa. Me doy cuenta hasta qué
punto tuve miedo cuando constato que me aferro a él;
todavía no me siento tranquila…

Podría pasar el resto de mi vida en sus brazos, pero


todavía faltan preguntas por responder.

— Entonces, ¿me encontraron gracias al chip de Hugo?


— No fue tan sencillo, si no, créeme que habríamos
llegado antes. Encontramos tu celular en el césped, a
varios cientos de metros del hotel en el que te tenían
detenida. Tu secuestrador lo debió tirar antes de llegar a
su destino. Aquí está, me dice mientras me extiende el
aparato.

La pantalla está rota; no soportó la caída, sin saber


bien por qué, me pongo a llorar.

Pero sólo es plástico, ¡es reemplazable!

— ¡Se guarda tanta información en un smartphone! Es


estúpido, pero tengo la impresión de que me robaron una
parte de mi misma. Discúlpame Daniel, le digo inhalando.
Son los nervios.
— No te preocupes, pasaste por un momento muy
difícil. Tu reacción es normal. Durante algunos días,
puedes reaccionar de modo desproporcionado a cosas
pequeñas. Cálmate y recupera tu aliento, me dice mientras
me mece suavemente.
Después de un momento de silencio, Daniel me dice:

— Lo siento mucho, ¿sabes?

¡Lo que faltaba! ¿Por qué se disculpa?

— ¡Me salvaste la vida!


— No tan rápido, replica amargamente. Debí intervenir
la primera noche, pero no sabíamos exactamente dónde
estabas. Hugo y Ray me convencieron de esperar a que
amaneciera para entrar.
— Hicieron bien, te lo aseguro, Daniel.
— Ese hombre es muy peligroso. ¡Me preocupé tanto
por ti!

De nuevo me invade el miedo.

— Ya terminó Julia, ya terminó… me asegura Daniel.


— ¿Quiénes eran los hombres que venían con Ray y
contigo? Le pregunté para pensar en otra cosa y distraer
mi angustia.
— Hugo nos acompañaba. ¿No lo viste? Se asombra
Daniel.
— Con el barullo… además no esperaba verlo ahí.
— Los demás son personas de confianza, contratadas
por Ray: un grupo de militares retirados, habituados a
actuar en este tipo de situaciones.
¡Cuando pienso que requería la discreción de este
hombre! Ray es tal vez uno de los personajes más
misteriosos que rodean a Daniel.

Estoy muy cansada. Daniel llegó al episodio de mi


liberación y por el momento no tengo ganas de saber más.
Cada segundo que paso a su lado me demuestra cuánto lo
extrañé y cuánto lo necesito. Coloco mi cabeza en la
almohada y acerco a Daniel hacia mí. Mis labios atrapan
los suyos en su beso apasionado. Rápidamente le quito la
camisa mientras él me quita una a una mi ropa. Nuestros
cuerpos desnudos se buscan, se encuentran, se reconocen.
Los dos sabemos que no es el momento de alargar las
cosas. Necesito sentirme suya, pertenecerle. El placer
llega rápidamente, a la vez fugaz y liberador.

Mientras me duermo en los brazos de mi amado, tengo


la sensación de haber encontrado mi lugar.

El trauma del secuestro existe, no lo puedo negar;


¡tuve tanto miedo! Pero Daniel está a mi lado para
ayudarme a superarlo.

***

Cuando abro los ojos, tengo de nuevo la desagradable


sensación de estar perdida en el tiempo. Afortunadamente,
reconozco enseguida la habitación. En el lugar de Daniel
encuentro una caja negra y plana, que tiene una nota:

«Mi Julia:

Espero que este Smartphone pueda reemplazar al que


esta historia te hizo perder. Ray logró recuperar toda tu
información (no lo revisé). Te dejo jugar con él y
familiarizarte. Un asunto urgente me obliga a
ausentarme, pero sólo será por unas horas.

Espérame, mi diamante en bruto.

D.»

Sostengo en mi mano una maravilla tecnológica. Se


trata de un teléfono de alta categoría, que todavía no está a
la venta en Europa. Ignoro como hizo Daniel para
conseguirlo, incluso se tomó el tiempo de personalizarlo e
incrustarle dos diamantes muy discretos en la parte baja
de la pantalla. Al girarlo, percibo en la superficie negra
mate una inscripción grabada. Es una cita de Sacha Guitry
que me hace sonreír: «¡Estabas tan hermosa esa noche
en el teléfono!»

Esta frase puede parecer anticuada en la época de los


mensajes instantáneos y de las webcams, sin embargo, me
parece que corresponde a cierta realidad de nuestra
relación. Daniel y yo tenemos vidas tan diferentes que no
cuento el tiempo que paso esperando una señal detrás del
auricular.

¿Qué imagen tiene de mí cuando no escucha más que


mi voz? Ahora tengo la respuesta.

Enciendo el aparato y analizo sus funciones. Daniel


tiene razón; Ray pudo salvar todas mis fotos, mis
contactos y no falta ni un solo mensaje.

¡Qué alivio!

Miro con alegría las fotos que Daniel y yo nos


tomamos en nuestro paseo romántico en Ginebra: la
alegría se refleja en cada foto. Una vez más, el miedo de
perderlo me invade y no puedo retener una lágrima que
corre en silencio por mi mejilla.

Sarah y Tom aparecen en las fotos más antiguas. La


primera salida que tuvieron juntos y una de las últimas
que pasamos los tres. No imaginaba que unas semanas
más tarde, ¡vería a mi amiga acostada en una cama de
hospital!

¿Qué idea de querer a toda costa conducir en una


ciudad tan alocada como Nueva York, cuando no se tiene
la costumbre?

Ese día, Sarah estaba contrariada; tenía miedo de


haberse equivocado, aceptando tan pronto la petición de
matrimonio de Tom. ¿Por eso se accidentó? Reconozco
que a pesar de que me llenó de alegría, el anuncio también
me asombró mucho. Se dice que los opuestos se atraen y
es especialmente cierto con Sarah y Tom: él es hogareño y
ella viajera; Sarah es extrovertida, bastan cinco minutos
para conocerla a donde vaya, mientras que Tom es más
reservado. Imagino que encontraron cierto equilibrio y
eso es muy bueno.

Hacen una bella pareja y están muy enamorados.


¡Tienen tanto a su favor!

Mientras recorro maquinalmente mis mensajes,


encuentro uno que recibí un poco antes de llegar a Suiza:

[Zorra, te lo advertí: ¡quédate con los de tu especie!]

¿Quién puede enviarme un mensaje tan lleno de odio?

Primero pensé que se trataba de Clothilde, queriendo


reconquistar a toda costa a Daniel, entonces hubiera
intentado alejarme con amenazas. Pero desde que conocí a
Clothilde, está hipótesis me parece improbable; esta
mujer puede ser altiva, también hostil, es verdad que a
veces me recuerda un poco a Diane Wietermann pero ella
también es franca y directa. Si quisiera realmente que yo
saliera de la vida de Daniel, no dudaría un segundo en
decírmelo.

Aún si no me importara su opinión, no me permitiría


que me alejaran de Daniel tan fácilmente.

Según Sarah y Tom, el autor de este mensaje no puede


ser nadie más que la hermana de Daniel, Agathe. Por
mucho tiempo consideré esa idea absurda, pero
pensándolo bien:

A Sarah no le cae muy bien Agathe porque cree que se


interesa demasiado por su futuro marido. No sé qué
pensar: Tom se alejó de Agathe, tanto porque le molestaba
a Sarah y también porque el mismo comenzaba a
preguntarse si estaba bien de la cabeza.

Los dos me juran que vieron escribir a Agathe este


mensaje. Les creo, ¿pero con qué finalidad?

En cuanto a Sarah piensa que dejar de hablar durante


años no es un signo de salud mental.
No se equivoca del todo… pero también significa
gran fuerza de voluntad.

La pregunta que permanece es: ¿quién me envió el


SMS?

Agathe es un misterio del cual le tengo que hablar a


Daniel tarde o temprano. Sé que él es muy protector con
su hermana aunque ella sea más grande que él. No quiero
que parezca que los quiero separar. A pesar de mis dudas
no le hablé del último mensaje.

¿Para qué me quiere Agathe? ¿Y Diane, ya que me


interrogo sobre los Wietermann? ¿Para qué le pidió a
Hugo cambiar el chip de mi teléfono? Estoy realmente
perdida…

Decido cambiar mis ideas tratando de hablar con


Sarah. Al marcar su número, me doy cuenta que ella no
sabía nada del secuestro.

Corro el riesgo de preocuparla. ¿Servirá para algo?

Mientras me pregunto todas estas cosas, el aparato se


pone a vibrar en mi mano. El rostro de mi mejor amiga
aparece en la pantalla. Suelto un grito de sorpresa.
¿Será telepatía de amigas? Sarah siempre ha estado
allí para mí.

Contesto la llamada sonriendo.

— ¡Hola, querida! ¿Cómo estás?


— ¡Hola, amiga! Me responde con voz jovial. ¿Te
interrumpo?
— ¡Nunca! ¿Cómo está el clima en Nueva York?
— Hace frío: está comenzando el invierno. Aquí
apenas comienza el día. ¿Te comenté que trabajo otra vez
para la galería de arte que visitamos?
— ¡Genial! Es en parte mi culpa si dejaste el puesto la
última vez, confieso.

Estaba a punto de dejar Nueva York después de haber


sorprendido a Daniel en un restaurante en compañía de
Clothilde. Pensaba que me engañaba y estaba muy mal.
Cuando ella comenzó a trabajar en una pequeña galería
esa misma mañana, Sarah había dejado todo para venir a
consolarme.

— No digas tonterías, responde mi mejor amiga.


Estaba preocupada por ti: ¡ningún trabajo vale más que tú!
Pero, cuéntame qué aventuras has vivido con el apuesto
Daniel.
Titubeo por un momento, un segundo de más. No se
puede engañar al oído agudo de mi amiga:

— Julia, ¿pasa algo?


— ¡Para nada! Todo está bien.
— ¿Siguen en Ginebra?
— Sí. Damos largos paseos en los muelles del lago
Leman. ¡Es agradable portarnos como novios «normales»!
— ¡No lo creo! Pero dime, ¿debo pensar que tu
millonario también sabe ser moderado? Bromea Sarah.
— ¡Ah, no! ¡Para nada! Le contesto riendo.
— Mientras rompa las leyes en la cama…
complementa Sarah, coqueta.
— No tengas ninguna duda de eso…

Mi voz se vuelve algo soñadora. Sarah se echa a reír:

— ¡Cielos! Han transformado a mi dulce ingenua en…


— ¡En enamorada! No me canso del cuerpo de ese
hombre: de su piel, de sus manos, de:
— ¡Para! ¡Ya entendí! ¡Mis castos oídos no pueden
escuchar más! Expresa Sarah falsamente asombrada.

Reímos hasta no poder más por un buen rato. En ese


momento bendije la tecnología por acercarme a mi amiga
aunque se encuentre a miles de kilómetros. Agradecí en
silencio a Daniel y a Ray por darme mi nuevo celular.
— ¿Has sabido algo de Agathe? Me pregunta Sarah con
voz seria.
— Es curioso que me preguntes, acabo de revisar mis
mensajes y releí el que crees que me envió.
— No es que crea, Tom la vio escribirlo, rectifica mi
amiga.
— Te creo… pero no sé qué la motiva.
— Está loca, agrega Sarah.
— Sin duda… Tengo que contárselo a Daniel.
— Mantenme al tanto ¿sí? Me pide Sarah. Te volveré a
llamar porque estoy segura de que no me has dicho todo.
— Sarah, te aseguro que…
— Tengo que irme, pero te conozco, querida. ¡Hay algo
que no me has dicho! Dice Sarah y cuelga.

Miro sonriendo mi teléfono.

Sarah es realmente mi mejor amiga.

De pronto, un sonido fuerte me hace levantar la cabeza.


La puerta de la suite se abre en ráfaga y aparece Daniel,
visiblemente molesto. Empuja a un hombre desgarbado y
mal rasurado al que reconozco enseguida: ¡Hugo!

— Daniel ¿qué sucede? Le pregunto poniéndome de


pie.
— No te preocupes Julia, intenta ignorar la mirada
hostil que le lanza Hugo. Nuestro amigo quería dejar
Suiza siendo que no ha visitado nada, ¡le propuse venir
con nosotros!

Daniel cierra con llave la puerta sobre la mirada


impotente de Hugo. Finalmente, alza la cabeza y dirige
una sonrisa triste:

— Buenos días Julia ¿cómo estás?


3. Un verdadero mafioso

Pasmada por la escena algo surrealista que acabo de


presenciar, me quedo en silencio. Miro a Hugo que se
sienta lo más lejos posible de Daniel. Ya no nos mira y
observa un punto imaginario más allá de la ventana.

— Harías bien en decirnos qué haces realmente en


Suiza, dice Daniel con una voz amenazante. Estoy seguro
que Julia también quiere saber por qué seguías la pista de
su celular.
— No puedo decir nada, responde Hugo con voz baja.
— ¿Por qué Hugo? Le pregunto, esperando que acepte
hablarme a mí.

Pero ni siquiera me mira.

Es lógico: finalmente sólo compartimos apartamento


por dos días. No soy nadie para él.

Daniel se molesta. Todo en su actitud muestra que está


listo para abalanzarse, que le gustaría atacar a Hugo para
hacerlo confesar.
Sé que no le hará nada. Daniel es capaz de ajustar
cuentas con Hugo, pero sabe que no obtendrá la
información que necesita de ese modo.

Sin embargo, después de unos momentos, Hugo toma la


palabra:

— ¿Puedes darme una habitación en tu hotel? Ya que te


interesa tanto que me quede con ustedes. Pregunta
dirigiéndose a Daniel.
— Le pedí a Ray que compartiera su suite contigo. Ya
dejó allí tu maleta.
— Ray es un poco viejo para mí, pero no es mala
elección… lanza Hugo libremente provocador. Me
gustaría hacerme un tratamiento de belleza, si no les
molesta.
— Le pediré a Ray que te escolte, dice Daniel tomando
su celular.

No le deja opción. Me sorprende: Daniel piensa de


verdad en todo. Aparentemente, Hugo piensa lo mismo,
aunque parece muy molesto. Ray toca la puerta pocos
segundos después.

— Te doy una hora, le dijo Daniel. Después aceptarás


ayudarnos, imagino que tienes la información pertinente
para compartirnos.
Daniel y yo lo miramos. Parece igual de obstinado,
pero se resigna súbitamente.

— Efectivamente, tengo cosas qué decirles, anuncia al


salir de la habitación, seguido por Ray.

Una vez cerrada la puerta, Daniel y yo nos miramos.


Me doy cuenta que estoy en ropa interior, no recuerdo
habérmela puesto. Todo lo que pasó después de mi
liberación es borroso y confuso en mi mente. Me desmayé
en los brazos de Daniel, después desperté en el hotel. Sé
que un medico me examinó mientras estaba medio
consciente, pero de nuevo me desmayé. El hecho de haber
hablado con Daniel y con Sarah en cuanto desperté me
hizo mucho bien. Me recuperé mientras que Daniel tiene
mal aspecto. Camina a lo largo de la habitación,
obsesionado con Hugo:

— ¡Tiene qué decirnos lo que sucede! ¿A qué juega?


— ¿Y a qué juega tu madre!
— Eso, ya lo sabemos, replica Daniel: tiene un
complot con Benoît de Saint-André.
— Pero ¿yo qué tengo que ver en eso? A mi celular le
puso un chip, ¡no al de Clothilde! ¡Estoy tan
impresionada! ¿Por qué hizo eso? Me pregunto aún
cansada por toda esta aventura.
Daniel parece no saber más que yo y lo lleva muy mal.
Sé que la situación le pesa. Cuando pasa cerca de mí,
tomo su mano y la aprieto.

— Cálmate, Daniel. Hugo nos dijo que hablará. Dale


un poco de tiempo. Me dijiste que te ayudó a encontrarme:
¡significa que está de nuestro lado!

Puede ser, pero no confío en él.

Lo sé, pero necesitas dejarlo un poco, le digo mientras


lo invito a sentarse junto a mí.

Observo su rostro: se relaja. Parece haber


comprendido lo que trato de decirle. Lo beso tiernamente.
Me regresa el beso, me da un segundo, después un tercero.
Me desviste lentamente y me cubre de besos. Parece que
quiere cubrir cada centímetro de mi cuerpo. Me dejo
llevar por el placer. Las caricias de Daniel me calman y
me abrazan. Enseguida quiero que me haga el amor y
Daniel se da cuenta. Llena mi deseo con paciencia y
fogosidad.

Apenas tengo el tiempo de ponerme una falda y un


suéter. Es hora de ver a Hugo en el salón de té. En el
ascensor, Daniel me toma la mano y me dice con una voz
suave:
— No puedo imaginar las pruebas que acabas de vivir,
mi Julia, y es en parte mi culpa.
— ¡No! Replico.
— Es culpa de mi familia, lo que me incluye. Te pido
perdón.
— Daniel, no… no necesito tus disculpas, le digo
mientras lo beso y las puertas se abren.

Aún así, debo reconocer que tiene razón en un punto:


nada de esto hubiera pasado sin las intrigas de Diane
Wietermann.

Hugo nos espera. Una taza vacía está frente a él. Daniel
y yo pedimos bebidas. El silencio reina. Hacen falta
algunos minutos para que Hugo se sienta lo
suficientemente en confianza para hablar. Saborea un
segundo café y ordena un tercero.

— Primero que nada, les repito, que no puedo


explicarles mis motivos. No quiero preguntas al respecto.

A mi lado, Daniel cierra los puños.

Entiendo su confusión: la única cosa de la que está


seguro, es que su madre le pidió a Hugo seguir la pista
del celular de su novia. ¡No se pueden exigir
explicaciones!
— Por otro lado, continúa Hugo mirándome, prometí
ayudar a Daniel. Entonces hice investigaciones. Conozco
la identidad del hombre que te secuestró.
— ¿Quién es? Lo interrumpe Daniel bruscamente, y
¿por qué?
— ¡Calma, Daniel! Bromea Hugo. Se trata de un
traficante de armas llamado Tarrik Baptista. Es ucraniano,
pero trabaja internacionalmente en su área. Está en todos
lados, siempre que se trate de tráfico de armas o de
piedras preciosas.
— Entonces, es el «intermediario» del cual hablaba
Benoît… le digo a Daniel quien afirma con la cabeza.
— ¿Te refieres a Benoît de Saint-André, el tío de
Clothilde? Es efectivamente un contacto de Tarrik desde
hace algunos meses, según lo que sé.
— Estás bien informado, dime, murmura Daniel,
desconfiado.
— Trabajé con Ray. ¡Siempre es tan eficaz! Se
perfecciona con el tiempo, tu hombre mil usos…

Me fastidió. Me cae muy bien Ray y no me gusta que


hablen de él como «un hombre mil usos». Si no hubiera
estado ahí, sé que mi relación con Daniel hubiera
evolucionado de forma diferente.

Daniel también está contrariado, lo leo en sus ojos. Sin


embargo, Hugo continúa:
— Tarrik es un hombre muy peligroso. La policía de
varios países lo está buscando, pero es astuto; nunca ha
sido condenado, aún si es sospechoso de muchos
crímenes, entre ellos, asesinatos.

Me estremezco tomando la mano de Daniel. Me abraza


protectoramente, sin dejar de mirar a Hugo. Para recobrar
la compostura, me obligo a resumir:

— Entonces, Tarrik Baptista es un traficante de armas


peligroso. Sirve de intermediario a Benoît de Saint-André
y lo suple de piedras preciosas . Debe haber habido un
problema entre ellos; eso explicaría por qué pensó que yo
era Clothilde de Saint-André.
— ¿Qué quieres decir? Me pregunta Daniel. Con que te
te confundió con Clothilde.
— Pienso que sí. Lo escuché hablar en la habitación
contigua; enseguida entró a la habitación, donde me
retenía, gritando que le dijera mi nombre.

Regresan los escalofríos.

Necesito calmarme. Ahora ya no tengo nada que


temer.

Observo la mirada aterrada de Daniel. En los ojos del


hombre que amo, lo que acabo de vivir me parece aún
peor. Sonrío para tratar de calmarlo.

— ¿Dónde está él ahora? Le pregunta Daniel a Hugo.


— Después de la lberación de Julia, dejé que Ray se
ocupara.

¿Qué quiere decir? No lo…

Daniel parece aliviado:

— No tienes nada de qué preocuparte, me dice con una


voz tranquilizadora.
— Él no está…

No puedo terminar mi frase, pero Daniel niega con la


cabeza:

— Claro que no, pero ahora ese hombre lo pensará dos


veces antes de secuestrar a alguien.
— Además, agrega Hugo, perdió mucha credibilidad
con este asunto. No fue lo suficientemente prudente,
porque logramos notarlo fácilmente. Pero sobre todo,
actuó muy rápido y se equivocó de blanco… ¡No es una
actitud muy profesional! En ese medio, eso no se perdona.
— ¿Pero eso no lo hace aún más peligroso? Le
pregunto con una vocecita.
— Tienes razón, responde Daniel. Denme un segundo,
debo llamar a Ray, dice marcando un número en su
celular.

Unos segundos después, tenemos la confirmación de


que los hombres que Ray contrató para liberarme tienen
bien vigilados los movimientos de mi ex secuestrador.

— Sin embargo, precisa Ray en el teléfono, no actuó


solo. Nuestros agresores, sus cómplices, podían
preguntarse dónde estaba si no lo hubiéramos soltado.
— ¿Cómo se las arregló? Pregunta Daniel.
— Mis hombres le hicieron creer que había logrado
escaparse, responde Ray.
— Muy bien, comenta Daniel.

Hugo aprueba con un gesto de la cabeza.

Me costó trabajo creer lo que escucho. ¿En qué


mundo de locos viven todos? ¿Qué hay que haber visto
para pensar cosas así?

Daniel nota mi desoncierto pero no dice nada. Pregunta


una última cosa a Ray:

— ¿Sabes en dónde está Clothilde ahora? Me imagino


que tuvieron que ver una foto para identificarla. Puede que
sea la siguiente en la lista.
— No tema, la señorita Saint-André está custodiada
por un hombre de confianza. No corre peligro. Por cierto,
está llegando al hotel.
— Gracias Ray. Avíseme en cuanto tenga noticias.
— Muy bien señor, concluye Ray antes de colgar.

Levanto la cabeza en el momento en que Clothilde pasa


por la puerta giratoria del hotel. Está sola en el vestíbulo,
pero no tiene nada de la joven perdida que pudiéramos
imaginar en ese tipo de circunstancias. Clothilde de Saint-
André tiene el mundo a sus pies, y está consciente de ello.

No es una cuestión de dinero, sino de actitud. Emana


seguridad. Parece decirnos que conoce los usos y
costumbres de las altas esferas. Aún si sé que es
ridículo, no puedo evitar sentir un poco de envidia:
¡todo parece simple para ella!

Aún no nos ha visto, lo que me permite observarla.


Clothilde trae unos jeans perfectamente ajustados y una
blusa blanca simplemente genial. Sus botas altas llaman la
atención, así como su abrigo de cuello alto de piel. En
cualquier otro, esa ropa se vería insignificante. No en
Clothilde. En cuanto nos encuentra, su rostro cambia; una
sonrisa resplandeciente la vuelve más cordial, tal vez más
falsa…
No logro descifrar a esta mujer…

Clothilde se precipita sobre mí y me toma en sus


brazos, cuidando de alejar mi mano de la de Daniel.

— ¡Julia, estás sana y salva! ¡Qué alivio!

¿Se trata de un acto preparado o de un gesto sincero


y amigable? No lo sé.

También estoy aliviada de que no tenga nada. La última


imagen que tuve de Clothilde fue cuando le apuntaban con
un revolver. Saluda de beso a Daniel y Hugo, y sin
preguntar, se sienta con nosotros.

— ¿Cómo estás, Clothilde?


— ¡Maravillosamente bien! Las suites de tu hotel son
realmente magníficas, le dice a Daniel con el tono de un
cliente a su prestador de servicios.
— Se lo diré al director, responde enseguida.

Se pelean, se buscan… Ella no pierde ocasión de


provocarlo. Él siempre es muy frío, como si mantuviera
su distancia. Es curioso observarlos.

Clothilde pide un café sin mirar al mesero y no se


preocupa de los demás; coloca su teléfono y su bolsa
sobre la mesa, casi tira nuestros vasos vacíos.

Sonrío al ver a Daniel fruncir las cejas.

Estoy casi aliviada de constatar que ella le fastidia.

— ¿Pudiste encontrar a tu tío? Le pregunto a Clothilde.

En el momento en que me secuestraron, Clothilde,


Daniel y yo nos dirigíamos a la dirección de donde
provenía la última llamada recibida por Benoît de Saint-
André. La información obtenida por Ray no había sido
muy útil porque nos había llevado a un edificio.

Ahora que lo pienso, creo que mi secuestrador debió


seguirnos desde el hotel. Pues nadie sabía hacia dónde
nos dirigíamos.

— Sí. De hecho Benoît todavía tiene una habitación


aquí, pero Diane regresó a Francia ayer, me responde
Clothilde.

Echo un vistazo a Daniel.

— No la ví, responde a la pregunta que no hice.

Nos sonreímos. Estoy segura que piensa en mis


«habilidades» de investigadora y en mi fuga por el balcón
de la suite de Benoît.

— ¿Lograste obtener algo de información? Pregunta


Daniel a Clothilde.
— Nada, pero confiesa que hubiera sido muy delicado
preguntarle directamente: «Querido tío, ¿me puedes decir
más sobre el comercio de diamantes que está
presumiblemente destinado a hundir la empresa familiar?»

Clothilde nunca creyó en la implicación de su tío en


ningún tráfico. A petición de Daniel, le conté todo de la
conversación en la que sorprendí a Diane y a su tío. A mi
lado, Daniel lanza un suspiro profundo. Entonces decido
hacerla reaccionar:

— Es una pena que no nos creyeras Clothilde, porque


me dí cuenta que a costa mía, eras tú el blanco de mi
secuestrador.

Me mira, boquiabierta.

— No entiendo tu punto, Julia.


—Es muy simple, pensó que eras tú.
— ¡Imposible! Exclama Clothilde.

Escucho reír a Hugo.

Estoy feliz de saber que todo eso te hace reír, le digo a


Hugo, displicente.

Personalmente, guardo un recuerdo muy delicado.

Daniel me toma en sus brazos.

No lo tomes a mal, Julia, se disculpa Hugo. Me río


porque, para Clothilde es impensable confundirla contigo.
¿No es así, querida amiga?

La ex prometida de Daniel se sonroja. Yo pensaba que


no era posible incomodarla. Daniel sonríe también.
Clothilde busca sus palabras:

— ¡Es absurdo! ¿Por qué ese hombre habría querido


secuestrarme?
— Como garantía, esperando que tu tío le pagara lo
que le debe, responde fríamente Daniel.
— ¡Todavía faltaría estar seguros de que se conocen!
Replica Clothilde con un tono inseguro.
— ¿Te dice algo el nombre de Torrik Baptista?

Clothilde se paraliza y abre mucho los ojos.

—Yo… no, bueno sí, he escuchado ese nombre…


balbucea.
— Dinos lo que sabes, por favor, le pido a Clothilde.
Este hombre es realmente peligroso.

Con su simple evocación, tiemblo de la cabeza a los


pies, a pesar de la presencia de Daniel. Entonces hace un
gesto inesperado, me besa tiernamente el cuello. Un dulce
calor me invade de pronto. Clothilde nos mira con
desprecio.

Es nueva esta demostración de afecto en público…


¿Daniel me besó para hacerme sentir bien o para que lo
vea su ex prometida? Dudo un poco, pero le doy el
beneficio de la duda…

Una vez que está segura de que todas las miradas están
sobre ella, Clothilde toma la palabra:

— Conozco a Tarrik desde la infancia. Mi padre y él


eran grandes amigos. Cuando mis padres murieron, vino a
visitar a Benoît para proponerle que continuara trabajando
para Saint-André.
— ¿Como traficante de armas oficial? Pregunta Hugo,
cínicamente.
— Claro que no, replica Clothilde, indignada. ¡Tío B.
Es un comerciante internacional muy reconocido en su
área!
— ¿Tío B.? Murmuramos en coro.
— Es el nombre que aparece en todos los regalos que
me ha envíado a lo largo de estos años… murmura
Clothilde. Pero nunca lo he visto.
— ¡Bromeas! Exclama Hugo. ¿Cómo es posible?
— Benoît me tuvo mucho tiempo alejada de los
negocios, dice Clothilde. Hasta apenas hace cinco años
que soy parte del universo de la empresa familiar.
— Es verdad, confirma Daniel. Contrariamente a mí,
Clothilde tuvo que aprender todo «en el campo de
trabajo» rápidamente para no ser comida por la
competencia; es decir por Tercari, completa con una
sonrisa.
— Admitamos, refunfuña Hugo. Hace cinco años, ¿tu
tío dejó las riendas, no? Debió presentarte a «Tío B.»,
dice mientras hace un ademán de comillas con las manos.
— Para nada. Cuando llegué al puesto más alto de la
empresa, Benoit me explicó que las actividades de Tarrik
habían evolucionado y que ya no trabajaba con Saint-
André. Nunca lo conocí.
— Eso podría explicar por qué pensó que eras tú,
analicé.
— ¿No tiene internet? Antes de secuestrar a alguien,
una simple búsqueda permite al menos conocer el rostro,
¿no? Alega Hugo.
—Tienes razon, le digo a Hugo, pero de lo que estoy
segura, es de que no estaba bien preparado y que actuó
con la mayor precipitación. Estaba muy molesto cuando
supo quién era. Noté que estaba alarmado, creo que se dio
cuenta de que cometió un error. Incluso pensé que iba a…
— De acuerdo, ya entendimos, exclama Clothilde,
dispersando mi angustia con un gesto de la mano.

Tal soltura me afecta, y Daniel está indignado:

— ¿Cómo te atreves a mostrar tan poca compasión?


Exclama Daniel molesto.

Lo mira con sus grandes ojos estupefactos, antes de


dirigirse directamente a mí:

— Lamento lo que acaba de pasar, murmura apenada.


Sin embargo, ahora que sé de quién se trata, estoy segura
de que no me hubiera hecho daño, agrega con fuerza.

Estoy lejos de estar convencida…

Mi escepticismo debe leerse en mi rostro, porque


Clothilde cree prudente agregar:

— Tu secuestrador no puede ser el hombre que


conozco con el sobrenombre de Tío B.
— Sin duda, pero tu «Tío B.» es el secuestrador de
Julia; lo verifiqué, dijo Hugo.
— Entonces, estoy segura de que no puedes haberte
equivocado ¿verdad? Dijo Clothilde con un tono
desafiante.
— Esta vez no.

Observo a Clothilde y a Hugo, parecen niños grandes


en el patio de la escuela.

Ninguno de los dos tiene conciencia de lo que viví.


Estuve a punto de morir y ellos se pelean.

Daniel vió mis rasgos fruncirse, porque corta la


disputa:

— Cálmense los dos, exclama Daniel. ¿Se dan cuenta


de que están dando un espectáculo?

Daniel me aprieta la mano, como si eso pudiera disipar


mi molestia.

— Ustedes no conocen a Benoît como yo lo conozco,


declara Clothilde. Él me crió. Hizo todo por mí desde el
accidente de mis padres…

Recuerdo haber leído esta información en internet.


Clothilde es visiblemente muy cercana a su tío. A pesar de
todo lo que le dijimos sobre los negocios turbios en los
que parece estar involucrado este hombre, permanece
impecable a los ojos de su sobrina.
— Es un hombre de convicción, continúa Clothilde. Me
transmitió los valores con que me apoyo día a día. Sé bien
lo que piensan, sobre todo tú, dice mirando a Daniel.
— No dije nada, se defiende.
— Sé bien, lo interrumpe, que usé métodos no muy
buenos. Tú mismo lo llamaste chantaje. Pero en el mundo
de los negocios, no hay nada que pueda enseñarte.
— Admitamos, concede Daniel, buen juego.
— Benoît no puede ser el rufián que tanto dicen,
recalca Clothilde viéndonos a cada uno a los ojos.
Durante años, lo ví luchar para hacer prosperar su
empresa, sin olvidar a las personas que lo rodeaban.
Siempre escogió a sus colaboradores con cuidado. No le
daría su confianza a cualquiera. Se rodea sólo de los
mejores.
— ¿Como «Tío B.»? Pregunta Hugo, sarcástico.
— Me rehuso a creer que mi tío está ligado de alguna
manera a un traficante de la peor calaña. No tienes
ninguna prueba.
— ¿Señorita de Saint-André?

Ray acaba de atravesar la puerta del salón de té.


Escuchó las últimas frases de Clothilde, parada atrás de
Daniel. Sostiene un sobre en la mano. Interrumpimos para
observalo.

— También investigué un poco. Me gustaría que


consultara aquí, por favor, le dice entregándole el sobre.

Clothilde saca varias fotos. Reconozco inmediatamente


el hombre en la primer foto.

— Es su secuestrador ¿no es así? Pregunta Ray, aunque


conozca la respuesta.

Lo afirmo y Clothilde continúa pasando las fotos.


Frente a nuestros ojos se desarrolla una entrevista entre
Tarrik Baptista y Benoît de Saint-André. Los dos hombres
se vieron en París, en Londres y Ginebra, si juzgamos por
los elementos visibles en las fotos. Sonríen y se dan
palmadas en la espalda. No tenemos la menor duda sobre
el rostro de Benoît. Diane Wietermann aparece igualmente
en varias ocasiones. Sobre el primer plano de la última
foto, vemos a Benoît entregarle un maletín a cambio de
dinero a Tarrik. La última muestra el maletín abierto.
Contiene armas.

La conclusión se impone sola. Benoît hace


efectivamente, negocios con un rufián. Clothilde coloca la
foto sobre las otras y levanta la cabeza. Está palida.

— No es posible… murmura, indefensa.

No me simpatiza realmente, pero entiendo su impacto.


Todas las certezas que había construido en su vida
terminan por desmoronarse frente a nuestros ojos. Incluso
Hugo se calla cuando hace unos momentos estaba
abiertamente agresivo con Clothilde.

Daniel no nos mira. Espera los sucesos siguientes para


reaccionar.

Escogió no decir nada para no herirla. Ya la escuché


ponerse en guardia contra su tío, pero no se aprovecha
de la situación para decirle: «ves, teníamos razón.»
Daniel es un buen hombre.

Clothilde retoma la conversación, con una voz delgada:

— ¿Este hombre es… lejos de hacerme daño o se


arriesga a hacerse responsable para reparar su error? Le
pregunta a Ray.
— Está vigilado desde cerca. Además me sorprendería
que intentara algo; no se atrevería a llamarle a su tío para
precisarle que finalmente logró capturar a la víctima
correcta…

Ray parece seguro. La incongruencia de una llamada


así le arranca una sonrisa a Clothilde:

— Benoît rehusaría por supuesto pagar un rescate: no


soporta a los amateurs, declara ella sonriendo.

Esta mujer tiene agallas. Logra sonreír aún teniendo


a la vista la prueba de que el hombre al que le tenía más
confianza no es finalmente aquel que pensaba.

— Estas fotos generan otro problema, dice de pronto


Daniel mirando a Ray.
— Si, el señor tiene razón. La señora Diane aparece en
esta, en esa, en aquella, dice Ray señalando tres fotos.
— ¿Cuándo fueron tomadas? Pregunta Daniel.
— Entre ayer y hoy, precisa Ray.
— Parece que Benoît y mi madre ponen en marcha el
plan del que hablaban durante la conversación donde los
sorprendiste, dice Daniel mirándome.
— Necesitamos terminar con esto lo más rapidamente
posible, declara Clothilde.

Mirándola, tengo la convicción de que ganamos una


aliada.

La sobrina de Benoît de Saint-André está de nuestro


lado, aunque eso le haya costado las ilusiones.
4. Juntos

Nos quedamos en silencio durante varios minutos. El


mesero nos sirvió más café, té y chocolates. Clothilde
toma uno antes de dirigirse a mí.

— ¿Puedes resumirme otra vez de qué trató su


conversación por favor, Julia? Me preguntó con una voz
temblorosa.
— Diane y Benoît quieren comprar una mina de
diamantes y arruinar a la vez a Tercari y a Saint-André.
Le respondo.
— Pero ¿por qué? Pregunta Clothilde consternada.
¡Eso no tiene sentido!
— Pienso que todo comenzó en el momento que
tomamos la gestión de las empresas en nuestras manos,
dice Daniel; se sintieron excluidos, casi al mismo tiempo,
de dos imperios que dirigían sin tener que rendirle cuentas
a nadie. Recuerda, en esa época tú me contaste las
irregularidades que no comprendías.

Miro a Daniel. Cuando los imaginaba evocar


recuerdos entre ellos, no pensaba en este tipo de cosas.
Clothilde y Daniel no son más que socios de trabajo. En
eso no hay nada de romántico.

Clothilde mueve la cabeza mirando hacia otro lado.


Necesita tiempo para poder digerir la noticia.

— Propongo invitarlos a cenar al restaurante del hotel.


Nos vemos en dos horas. Estaremos más cómodos para
hablar frente a un buen platillo, sugiere Daniel.
— ¿No sería mejor que cenáramos sólo nosotros? Le
pregunta Clothilde a Daniel.

¡No tiene vergüenza! ¡Justo cuando empezaba a


caerme bien!

Hugo mira a Clothilde con una sonrisa irónica. Pero se


queda callado. Sin duda, la idea de cenar, vigilado por
Daniel, no le agrada mucho.

— No le oculto nada a Julia, precisa Daniel.


— Sin duda vamos a evocar datos confidenciales,
insiste Clothilde.
— No lo creo, replica Daniel.

Pero Clothilde no tarda en reintentarlo e incluso busca


mi aprobación:

— Julia, no lo tomes mal, pero sin duda, Daniel y yo


tendremos que evocar aspectos muy técnicos de nuestro
trabajo. Podría ser aburrido…
— No pretendo cenar sin Julia, replica Daniel,
definitivamente.
— Muy bien… Deja a Clothilde, dice frunciendo las
cejas. ¡Pero a Hugo no!
— Oh, oh, agrega Hugo, yo dije que no quiero hablar
más. Tengo que irme.
— ¡Quédate aquí! Le dice Daniel.

Hugo se molesta. Mira hacia la salida y después cruza


la mirada inflexible de Daniel.

Todavía estoy impresionada por la autoridad natural


que emana de Daniel.

— ¿De qué se trata? Pregunta Clothilde intrigada, no


entiendo.
— Hugo espía el teléfono de Julia, con ayuda de un
chip de geolocalización, desde hace varias semanas,
declara Daniel.
— ¿Y por qué lo sabes? Pregunta Clothilde, con una
sonrisa irónica.

Conoce bien a Daniel para hacer esta pregunta,. ¿Él


también la espió?

— Sin duda porque el chip que había colocado en el


teléfono de Julia ya no respondía, completa Hugo mientras
ríe sarcásticamente.
— Ya basta, exclamé mirándolos a todos, uno por uno.

Tomo la mano de Daniel en la mía.

— Daniel me habló del chip. Hugo, espero que estés


consciente de que si se hubiera quedado en su lugar, eso
hubiera permitido a Daniel encontrarme más rápidamente.
— Si aprecias tanto ser espiada… murmura Clothilde.
— Es mi problema, la interrumpo mirándola fijamente
a los ojos. Hugo, por favor ¿quieres decirle a Clothilde
por qué seguías el rastro de mi celular?
— Diane Wietermann, responde Hugo, lacónico.

Clothilde mira a Hugo con los ojos muy abiertos.

— ¿Perdón? Se exclama, ¿pero por qué?


— Me niego a decirle más. No retomaré la
conversación, Daniel. Si me disculpan, dice Hugo
sonriendo, tengo que arreglarme para nuestra cena de
cuatro… porque el gran Daniel lo decidió así.

Después de habernos guiñado el ojo, Hugo se aleja con


pasos resueltos.

— ¿Estás seguro de que fue tu madre? Pregunta


Clothilde a Daniel.
— Muy seguro. Pero ignoro sus motivos, responde.
— Sabes, Daniel, puedo confesártelo ahora, tu madre
nunca me pareció tan simpática.

Diane Wietermann es tan antipática que logra que


coincidamos en algo Clothilde y yo… ¡Increíble!

Nos echamos a reír los tres.

— Ahí hay un misterio, dice Clothilde, pero Hugo es


terco; no dirá nada.
— Lo sé. Entonces te propongo cenar entre amigos.
— De acuerdo, dice Clothilde levantándose. Los dejo,
enamorados. Tal vez seré la única soltera heterosexual de
la noche, pero no es una razón para no arreglarme. Si yo
fuera tú Julia, cuidaría celosamente a Daniel: ¡Hugo es un
seductor!

Se aleja, teniendo cuidado de que volteen a admirarla


hombres solitarios.

Clothilde experimenta un placer astuto al informarme


de la orientación sexual de Hugo, aparentando que es la
única razón por la cual Daniel me deja vivir con Hugo en
París.
— Extrañamente no es de Hugo de quien me tengo que
cuidar… murmuré.
— No tienes nada que temer, me dice Daniel
besándome en el cuello, ni de

Clothilde ni de Hugo. Te lo aseguro.

— Aprendí a desconfiar de tu familia, le dije en voz


baja.
— Lo sé, responde Daniel. ¿Pero crees que puedas
pasar una buena tarde?
— Claro, le respondo sonriendo, pero tengo
inconveniente para esta tarde; un grave problema.
— ¿Cuál? Me pregunta Daniel, juguetón.
— No tengo nada que ponerme, exclamé en un gemido
teatral.

Daniel se echa a reír.

— Tenemos que remediarlo. ¿Ray?


— Diga, señor.
— ¿Le puedo confiar a usted y a Candice, la delicada
tarea de encontrarle ropa a Julia para esta tarde?
— Eh, sí… Con la ayuda de Candice, estoy seguro de
que la encontraremos.
— ¡Perfecto! Llamaré a Candice para avisarle.
— ¿Candice está en Ginebra? Le pregunto a Daniel.
— Lógicamente, porque es mi asistente. ¿Olvidas que
dirijo una joyería de lujo? Me pregunta Daniel.
— Por supuesto que no… respondo sonrojándome.
— Te aseguro, que no tengo ganas de trabajar antes de
la cena… me avisa

Daniel con una sonrisa coqueta.

Salimos del salón de té y sin apurarnos, volvemos a la


suite. Una vez la puerta cerrada, Daniel me besa
fogosamente.

— Tenemos algo de tiempo antes de que Ray regrese


con tu vestido. ¿Qué te parece si nos bañamos? Propone
Daniel metiendo sus manos en mi suéter.
— Con gusto, le digo mirándolo a los ojos.

Me quito la falda con una lentitud calculada. Me siento


sobre la cama para quitarme las medias sin dejar de mirar
a Daniel. Termino de desvestirme y me quito el sueter con
un gesto ampliado. Sin glamour. Me quedo en sostén y en
tanga en el borde de la cama.

Los ojos de Daniel brillan. Mi novio se lanza sobre mí


con apetito. Me dejo llevar.

— Hola Mr. Fire, murmuro.


— Mi diamante en bruto, me dice besándome primero
el cuello, después el pecho.

***

Ray toca la puerta cuando Daniel y yo compartimos


tranquilamente una copa de champaña. Daniel se viste
rápidamente mientras entro en el baño.

Finalmente voy a bañarme…

Un momento después, Daniel cuelga un vestido al lado


de la regadera. Es hermoso: satín negro suelto, cae hasta
el inicio de la rodillas. Piedras semipreciosas adornan el
cuello. Finos tacones completan la vestimenta.

No es la primera vez que Daniel envía a Candice y a


Ray a hacer este tipo de compras. Me pregunto cómo
hace Candice para siempre dar en el clavo. Tiene muy
buen gusto.

— Estás espléndida, me dice Daniel mirandome


satisfecho, al salir del baño.
— ¿Le gusto, señor Wietermann? Coqueteo, dando una
ligera vuelta.
— ¡Ah sí! Me dice abrazándome. Te prometo
disfrutarlo plenamente en un momento.
— No puedo esperar, ronronée dirigiéndome hacia la
puerta.

El resplandor de admiración que veo brillar en los ojos


de Daniel me llena. Miro casi con tristeza cerrarse la
puerta de la suite detrás de nosotros. De pronto, esta cena
me pesa.

¡Cómo me gustaría pasar la tarde sola con él!

Daniel me toma la mano en el ascensor y alza mi


mentón.

— Todo saldrá bien, me asegura Daniel.


— Lo sé, le respondo moviendo la cabeza.

El restaurante es tan lujoso como el resto del palacio.


La decoración es sobria pero elegante, y la sala, aunque
grande, da una impresión convivial y tranquila. Además, a
pesar de estar lleno, el lugar está acomodado de manera
que cada mesa quede aislada de las mesas de al lado.

Para hacer un escándalo aquí hay que quererlo


verdaderamente. Entiendo por qué Daniel aprecia este
lugar.

Al entrar, noto la placa en la pared: el restaurante ha


sido premiado muchas veces por la calidad de sus
platillos. Qué mejor. Tengo hambre.

Clothilde y Hugo ya se acomodaron. Cuando Daniel y


yo nos sentamos, me parece sorprender un guiño de ojo
que hace Clothilde para llamar la atención de Daniel, pero
no puedo asegurarlo.

Tengo que vigilarla…

Daniel siente mi tensión y me toma suavemente la


mano.

Curiosa cena: tener frente a mí la ex prometida de mi


novia y un compañero de apartamento que me espía…

Mientras vienen a tomarnos la orden, cada uno se


concentra en su carta: paté de hígado de ganso, caviar,
aves… Los platillos son más apetitosos unos que otros. Es
difícil no sentir antojo leyendo la carta de los postres. Se
impone un silencio incómodo, después Clothilde se
decide a hablar:

— Daniel, ¿cómo era tu madre cuando eras pequeño?


— ¿Qué quieres decir?
— No lo tomes a mal, dice mirándolo indirectamente,
pero me pregunto cómo mi tío pudo encapricharse con
ella.
— Me pregunto lo mismo respecto a Benoît, pero qué
te puedo decir, el amor es ciego…

Daniel se echó a reír. Tiene un rostro impasible, pero


sus ojos destellantes no engañan a nadie.

— Tienes razón, Daniel, pasé mucho tiempo a tu lado


para comprobarlo, replica con un suspiro que rompe el
corazón.
— ¿Julia? ¿También te sientes un poco aislada esta
tarde? Me pregunta Hugo fingiendo ignorar completamente
a Clothilde y a Daniel.
— Bueno, ya que lo dices Hugo… tienes razón.
¿Quieres que nos vayamos a otro lado? Respondo
fingiendo indignación.
— ¿Por qué no?… Es terrible, las viejas parejas no
paran de revivir el pasado… dice Hugo pedantemente.

No puedo contener más tiempo mi risa, que dispara la


de los demás. La actitud que siente Hugo está muy lejos de
ser la de Daniel; ¡casi tuve que acosarlo para que me
hablara de Clothilde! En cuanto a ella, está claro que
también se está divirtiendo.

Una vez calmado, Hugo retoma la conversación.


— La pregunta de Clothilde no es sin ninguna intención
Daniel. ¿Cómo los competidores de toda la vida pudieron
enamorarse?
— ¡No vivo en sus cabezas! Replica Daniel.
— Claro, ¿pero tienes una opinión sobre eso? ¿Qué
edad tenías cuando comenzaron su relación? Le pregunta a
Clothilde y Daniel.
— Aproximadamente 16 años ¿no? Responde Daniel
mirando a Clothilde.
— Exacto, eso no pasó ayer… Dice Clothilde.
— ¿La prensa de sociedad nunca se enteró? Pregunta
bruscamente Hugo.
— Me pregunté lo mismo, le digo sonrojándome. Leí
muchos artículos y en ninguna parte se menciona una
conexión entre Diane y Benoît. Siempre han sido muy
discretos. Creo que lo ven como un juego.

La hostilidad que leo en los ojos de Clothilde, muestra


lo que piensa de este tipo de publicaciones.

No son mis publicaciones favoritas…

¿Cómo explicarle que es por culpa de una foto de


Daniel y ella en una de esas revistas de escándalos, que
leí esos artículos en internet? Prefiero quedarme en
silencio. Nuestros platillos llegan y comemos en silencio.
— Con el tiempo aprendí que mi madre no emprende
algo sin razón, declara de pronto Daniel.

Los miramos sorprendidos. Tales declaraciones de la


parte de un hijo, aún del tipo de mujer que es Diane,
asombran. Daniel se da cuenta y se modera un poco:

— No me malinterpreten, es mi madre y la respeto por


lo que es, es decir, una mujer de negocios temible.
— Entonces, ¿quieres decir que manipula a Benoît?
¿No es un poco contradictorio con la imagen del malvado
traficante de armas que me describiste? Argumenta
Clothilde sarcástica.
— Nunca dije que manipulara a tu tío, rectifica Daniel.
Parece que mi madre y tu tío tienen un proyecto en común,
si creemos en la discusión en la que Julia los sorprendió.

Hugo y yo movemos la cabeza. Clothilde no dice nada.

— ¿Quién dice que no son simplemente novios? Tu


madre es una mujer bella y Benoît un hombre de…
carácter, le digo confusa.

Daniel me sonríe y me da la mano.

— ¿Es una declaración? ¿Soy muy joven para tí, Julia?


Me pregunta Daniel sonriendo.
— ¡Claro que no! Exclamo, avergonzada.
— ¡Vamos Julia! Te está molestando, dice Clothilde
golpeándome suavemente el brazo. Además, es verdad
que mi tío es un hombre apuesto.
— Es muy posible que mi madre y Benoît estén
enamorados uno del otro. No tiene nada de delirante:
tienen la misma edad, se mueven en el mismo medio,
tienen amigos en común…

Como Clothilde y Daniel… ¿Qué quiere decir


exactamente?

— Hay relaciones que se construyen en esas bases,


dice Daniel mirando a

Clothilde, tomando mi mano entre la suya. Si a eso


agregamos el secreto que han guardado por años…

— ¿Benoît es un amante sin igual? Propone Hugo por


pura provocación.

La mirada sombría de Clothilde hace que se detenga.

— Bromeo… murmura.

¿Por qué Benoît? ¿Por qué Diane es una amante de


excepción? Daniel es increíble en la cama y él también
esconde su sensualidad ardiente bajo una frialdad
aparente. Lógicamente, me niego a creerlo, pero sería
genial, un rasgo de familia…

Mi pie se acerca al de Daniel. Con la punta de mi


zapato me divierto subiendo ligeramente su pantalón.
Daniel gira hacia mí y se me queda viendo profundamente.
Lleva mi mano a sus labios y me da un beso en la punta de
los dedos.

— Lamento regresar a asuntos menos novelescos y


poco imaginativos, declara Clothilde molesta probando un
sublime soufflé de fresa, pero encuentro curioso que los
últimos dirigentes de dos casas competidoras quieran
hacerlas caer. ¡Se trata del trabajo de varios años!
Admitiendo que desaprueben nuestra forma de administrar
Tercari y Saint-André, hay recursos jurídicos, me
imagino.

Daniel no pidió postre. Termina su café antes de


responder.

Estoy seguro que conspiran contra nosotros, dice


Daniel mirándonos a

Clothilde y a mí, es verdad que desconozco las razones


de mi madre; Tercari es «su bebé». Trabajó duro para su
desarrollo. En cuanto a Benoît, ¿estás de acuerdo que
siempre quiso apropiarse de Tercari? Incluso tú lo
intentaste, no hace mucho tiempo.

Me cuesta creerlo: ¡Clothilde de Saint-André se


sonroja.!

Clothilde hace un gesto de la mano, objetando:

— Sabes, igual que yo…


— Que así es el mundo de los negocios, sí, ya me lo
dijiste, la interrumpe

Daniel.

— Exactamente, continúa Clothilde, molesta ahora.


Además para comprar una mina de diamantes, se necesita
un gran capital. Aún invirtiendo los fondos de Tercari, de
los cuales no dispone. Diane no tiene suficiente dinero
para ello.
— ¡Es por eso que se alió con tu tío! Replica Daniel.
Le dimos al clavo.
— Saint-André no puede financiar ese proyecto. Ni una
parte, dice Clothilde sin mirarnos.
— Sé que sus finanzas están en números rojos.
— Tu sabes que nos dejamos seducir por los medios,
dice Clothilde. La situación es catastrófica. De hecho:
Saint-André está en quiebra, murmura Clothilde.

Daniel mira a Clothilde sin decir una palabra. Me


aclaro la garganta:

— Entonces tu tío busca obtener fondos participando


en el tráfico de armas con el hombre que finge servir de
intermediario para comprar una mina de diamantes.
Resumí. Le debe dinero. El hombre me secuestró
pensando que te secuestraba a ti.
— Eso no explica por qué la madre de Daniel intenta
lastimar a su «bebé», agrega Clothilde.
— Me pregunto si esto puede tener una conexión con
que espíe el celular de Julia, menciona Daniel.

Daniel mira a Hugo. No le pregunta nada, pero por


primera vez, Hugo parece incómodo.

— Ya te lo dije Daniel, hice lo que tu madre pidió.


Sólo puse otro chip en tu teléfono, me dice mirándome.
— Pero, ¿por qué? Se enoja Daniel.
— Porque me lo pidió. No puedo decir nada más. Lo
siento, amigo, dice tristemente.
— ¿Sabes al menos para qué lo hizo? ¿Por qué está
enojada con Julia?
— No diré nada más, dice Hugo levantándose. Les
deseo buena noche.
La partida de Hugo enfría el final de la cena.

Estoy cada vez más perdida: ¿qué puede saber Hugo?


¿Qué tengo qué ver en eso?

El teléfono de Clothilde vibra. Consulta su SMS y


levanta la cabeza.

— Tengo que dejarlos yo también, nos dice Clothilde.


Mis amigos me invitan a terminar la velada con ellos. Los
invitaría pero supongo que tienen planes…
— Precisamente, exclama Daniel. Buenas noches,
Clothilde.

¿Él la despide o ella se va? No sabría decirlo. No


intenta saber quiénes son los amigos de Clothilde. Sin
embargo, creo que son amigos que tienen en común.

Alrededor nuestro, la sala está vacía. Estamos solos en


el lugar, sólo hay cuatro hombres que cenan en una
esquina.

— ¿Quieres un café? Me propone Daniel.


— Con mucho gusto.
— Espera que llegue la taza de café humeante y me
pregunta:
— ¿Qué pensaste de esta reunión, Julia?
— Fue, extraña.
— ¿Verdad que sí? Replica Daniel sonriendo.
— Tengo la impresión de que todos saben algo, pero
nadie dice nada, le confieso.
— Si, creo que es eso. También lo sentí.
— ¿Por qué Hugo no dice lo que sabe?
— Es lógico que tiene miedo.
— ¿De tu madre?
— Puede que sea muy… persuasiva, dice Daniel.
— Lo sé, respondo reprimiendo un escalofrío. Sin
embargo ¡me secuestraron!

Tu madre le pide a Hugo que me espíe. El tío de


Clothilde es amante de tu madre. Aparentemente es
traficante de armas y a pesar de las fotos, de las pruebas,
ella admite apenas la implicación de su tío en esta
historia… ¡Es una locura!

Daniel me interrumpe besándome largamente. Me


abraza y eso me hace mucho bien.

El hecho de decirlo de nuevo, aviva mi temor. Me doy


cuenta de que el terror que sentí durante mi secuestro
no va a pasar tan pronto.

— ¿Qué haremos ahora? Le pregunto a Daniel.


— Desbaratar los planes de mi madre y de Benoît.
Pero no esta noche. Es nuestra noche y propongo que la
disfrutemos. Ven, salgamos.

Volvimos al vestíbulo de la mano.

— ¿Qué quieres hacer ahora? Me pregunta Daniel.


¿Quieres caminar un poco?
— Sí, no tengo ganas de acostarme enseguida.
— ¿Ah si? Me dice viéndome con ojos coquetos. Qué
lastima… murmura deslizando un beso en mi cuello.

No puedo retener una risa que nace de mi garganta. El


aire fresco me hace bien, después de una comida copiosa
y algunas copas. Clothilde acaba de tomar un taxi para ir
con sus amigos y Hugo fue a tomar una copa al bar del
hotel.

¡Al fin un poco de intimidad!

Daniel me abraza y me besa, antes de poner su abrigo


en mis hombros. El viento glacial de la tarde penetra mi
vestido y me hace estremecer. Mis zapatos finos rechinan
con cada paso que doy. Siento crecer el deseo por el
hombre que está a mi lado. Existe entre nosotros una
conexión inexplicable; me basta con levantar la mirada
hacia él para que comprenda mi antojo. Uno al lado del
otro, nuestros cuerpos se comprenden sin que tengamos
necesidad de hablar.

— Mi diamante en bruto, murmura Daniel. Ignoro


cuanto tiempo podré aguantar antes de lanzarme sobre ti y
arrancarte la ropa, me dice con una mirada seductora.
— Entonces regresemos, le dije con voz pícara.

Pero al contrario de lo que espero, Daniel me lleva al


centro de la ciudad:

— Para nada. Me doy cuenta de que nunca hemos ido a


bailar solos.
— Es cierto, pero… No estoy segura de tener ganas de
bailar. A menos de que estemos desnudos… Le digo,
acercándome a él.
— Al contrario, creo que es una gran idea. Quiero ver
cómo te mueves en la pista, mi bella Julia.
— Tomamos un taxi y viajamos durante diez minutos.
Reconozco Carouge, el distrito moderno de Ginebra. El
auto se detiene frente a la puerta de la discoteca Monte
Cristo. Daniel se acerca a la fila de espera y saluda de
mano al vigilante. Pasamos frente a todos, bajo las
miradas disgustadas de otros clientes potenciales.

Otro privilegio reservado para Daniel Wietermann…

Me siento algo nerviosa al entrar en el lugar; no tengo


ganas de estar en un lugar tan repleto. Sin embargo, estoy
agradablemente sorprendida, no hay tanto ruido y el
ambiente es bueno. Las parejas o los grupos de amigos
están sentados alrededor de las mesas. La música está
muy presente sin llegar a molestar. En el centro del lugar
hay una mini pista de baile sobre un estrado. Está muy
oscuro. Sólo la ropa clara, como la camisa blanca de
Daniel, brillan en la penumbra. Daniel pide champaña.
Bebemos una copa primero, después otra. Vacío las mías
de un trago. La bebida se me sube deliciosamente a la
cabeza.

Daniel me lleva hacia la pista. Todo el mundo nos


mira. Comienzo a moverme lascivamente frotándome
contra él. Bailamos pegados durante varios minutos de
manera cada vez más sensual. Me cuesta trabajo
contenerme ¿Es el público, a la vez mirón e indiferente?
¿Es la penumbra del lugar que nos abriga, sin esconder
nada? El deseo aumenta en mí, sin que yo haga nada para
apagarlo. Daniel siente mi excitación y juega con ella. Sus
movimientos se vuelven inquietantes. Siento sus manos en
mi cuerpo. Me rozan, me sorprenden, me abrazan y se
mezclan con sus besos ardientes.

La música resuena en mis oídos y se extiende hasta mis


venas. Tengo la sensación de que nuestros cuerpos son
uno en esta pista donde somos los únicos que bailamos.
Daniel se coloca detrás de mí y me pego a él. Siento un
ardor contra mis nalgas. Me gusta saber que tiene ganas de
mí. Siempre me siento orgullosa de suscitar el deseo del
hombre que amo. Le tomo la mano y lo llevo a nuestra
mesa, donde hay otras copas esperándonos. Las bebemos
de un trago y nos devoramos con los ojos, me acerco a
Daniel para besarlo.

Sus labios tienen el sabor de la champaña amarga y


afrutada a la vez. Casi me parece sentir su lengua
burbujear sobre la mía. Soy una ola de deseo. A él le
excita verme así, estremecida, demandante. Es hora de
irnos.

Aunque pasamos media hora en la discoteca, al salir,


las copas se elevan a nuestro paso; hasta creo que nos
aplauden. ¡Nuestra escena de baile causó sensación! Las
mujeres miran enamoradas a Daniel y los hombres me
desvisten con la mirada. El ambiente cambió desde que
llegamos; parece que el calor subió y les despertó el
deseo.

¿Nosotros solos despertamos el deseo de tantas


personas?

Una vez afuera, el aire fresco me hace bien. Muero de


ganas de regresar al hotel. Pero Daniel tiene otra idea. A
algunos metros de la entrada de la discoteca, entramos en
un callejón sombrío. Los cafés, los parques, los
restaurantes están del otro lado. Se escucha el ruido de las
calles aledañas, pero aquí no hay más que oficinas. De
pronto Daniel me lleva hacia un patio vacío.

— ¿Dónde estamos? Le pregunté, a la vez excitada y


asustada, con la idea de que pudieran sorprendernos.
— No te preocupes, este edificio de oficinas me
pertenece. Nadie nos molestará, dijo Daniel sonriendo
antes de arrodillarse frente a mí.

Cuando sube mi falda, tiemblo aún más fuerte. Me


desliza mi tanga con una mezcla de lentitud y brusquedad.
Rápidamente el aliento caliente de Daniel calienta mi
entrepierna. Su boca se coloca en mi intimidad y pierdo
toda la noción del tiempo y el espacio. Cierro los ojos y
me concentro en el placer. Daniel pone un fuego especial
cuando me prueba. Sus movimientos, siempre precisos y
hábiles, son ávidos y desordenados. Se interrumpe, para
que pueda recuperar un poco la consciencia. La mirada
que me lanza es un poco alocada y leo toda su pasión y el
deseo que le inspiro. Pero no quiero que se detenga,
atrapo su cabeza y la aprieto contra mi húmeda intimidad.

— ¡Más! Murmuro para mi placer, que siento subir a la


base de mi vientre y por las caricias que Daniel me ofrece
que siento como pequeñas descargas eléctricas.

De pronto, intensifica el ritmo de sus caricias y agarra


mis nalgas. Siento sus uñas que mueven mi carne y su
lengua que me roza con ferocidad. El orgasmo explota en
mi vientre y tengo que morderme la lengua para retener un
grito. Tengo la impresión de haber vivido una explosión,
todo mi cuerpo tiembla por varios segundos.

Daniel levanta mi tanga y la coloca dentro de su bolsa,


antes de levantarse. Me toma en sus brazos para calmar
mis sobresaltos de éxtasis.

— ¿Estás bien? Me pregunta, sonriendo.


— Sí, le murmuré al oído.
— ¡Muy bien! Porque todavía no termino contigo. Ven
por aquí, me lleva por un pasillo privado que no se podía
ver desde donde yo estaba.

Estaba muy ocupada para pensar en mi alrededor…

Nos paseamos sobre calles deslizantes. Alrededor


nuestro se encuentran casas de ciudad con patiecitos
floreados.

Me pregunto a dónde me lleva Daniel. ¿Alguna de


estas casas le pertenece?
No tuve la oportunidad de preguntarle. Pasamos una
puerta y regresamos a la calle. El ruido del ambiente me
lastima. Me paralizo.

— Tengo ganas de ti, me susurra Daniel.


— Entonces regresemos, le dije tan excitada como él,
pero necesitamos un taxi…
— No es necesario, el hotel está justo allá.

No había notado que Daniel nos trajo por un atajo.


Pasamos frente al portero, casi corriendo. Daniel me
coloca frente al ascensor antes de apropiarse de mi boca.

¿Se atreverá? Claro que se atreverá.

Los ojos de Daniel brillan cuando aprieta el botón


«Stop». Le respondo con una gran sonrisa. Una vez que se
detiene el elevador, Daniel me despoja de mis zapatos y
mi sostén, con la lentitud que lo caracteriza.

— Ver tus senos agitarse frente a mí con la música, me


volvía loco, dice Daniel.

Se apresura a tomar con sus labios la punta de mis


senos y suelto un suspiro. Su lengua se divierte erizándolo
y mordiéndolo suavemente. Doy un grito de sorpresa
cuando se lanza hacia mi otro seno para hacerlo vivir la
misma experiencia. Estoy extasiada. No sé que hacer, si
motivar a Daniel para que continúe así, que es tan
delicioso y es difícil de aguantar o suplicarle que se
detenga, que me tome y por fin calme el fuego que
encendió.

Toma la decisión de voltearme y colocarme contra la


pared del ascensor. Con la falda arriba hasta la cadera,
ofrezco la vista de mis nalgas a Daniel que se extasía; las
halaga, las acaricia y finalmente me da unas nalgadas, yo
gimo cada vez más fuerte, a medida que aumenta la
intensidad. Me encorvo un poco para incitarlo a cambiar
de actividad. Bastan unos segundos para convencerlo.

Al fin, escucho el ruido del cinturón desabrochado y de


la tela que cae. Echo un vistazo y percibo el sexo firme de
mi amante. Ver su deseo aumenta el mío.

De pronto un impulso me obliga a voltearme y


arrodillarme. Tomo su miembro con mi mano. Lo siento
palpitar en mi palma y eso me agrada. Lo beso antes de
tomarlo con la boca. Daniel gime y se coloca contra el
muro. Ignoro desde hace cuanto estamos aquí, pero no
tengo ganas de que esto termine. Quiero despertarle aún
más el deseo. Quiero que se venga como nunca antes.
Siento, como se sacude tiernamente, hasta que me toma de
la mano para que pueda acomodarme.
Es un hombre lleno de deseo que me besa antes de
girarme de nuevo y colocarme contra la puerta. Al mismo
tiempo que me penetra, Daniel posa sus dientes sobre mi
hombro. El dolor inesperado se mezcla con el placer
retenido por mucho rato. Estoy feliz de sentirlo por fin en
mí. Él espera unos momentos antes de ponerse en
movimiento. El ritmo lento que Daniel le da a su pubis me
hace gritar de felicidad. Esta vez, domina perfectamente
lo que hace. Se toma su tiempo para llevarme al orgasmo.
Sabe que va a lograrlo y lo hace con la paciencia de un
conquistador. Cada uno de sus vaivenes aumenta el deseo
de hacerme gritar. Casi aúllo cuando llego al clímax.

Daniel aún no termina. Deja que mi cuerpo se destense


y me da besos en la nuca. Se retira y coloca su sexo contra
mis nalgas. Suavemente, me deja guiarlo hacia otros
placeres. Atrapo su sexo y dejo a su miembro duro e
imponente entrar en lo más profundo de mí. Esta vez, yo
elijo el ritmo de la penetración. Primero lentamente, para
habituarme a este intruso. Me muevo con cuidado, pero mi
cuerpo es quien comanda. Acelero el ritmo, para la
alegría de mi amante, quien suspira cada vez más fuerte.
El dolor fugaz del principio dejó lugar a un hambre
inextinguible. Siento venir un nuevo orgasmo.

Quiero llegar al clímax de nuevo. Mi vientre lo


reclama. Llevo a Daniel en un baile alocado, donde esta
vez, nuestros cuerpos son sólo uno. En el momento en que
alcanzamos el clímax, la sensación es tan fuerte que no sé
dónde me encuentro ¿en el ascensor o en la pista de la
discoteca?
5. Atrapada

A la mañana siguiente, me despierta un rayo de sol. Me


estiro sonriendo, con los ojos cerrados; quiero guardar el
recuerdo, por un instante más, de las imágenes de la noche
maravillosa que pasamos juntos Daniel y yo.

¡Es hermoso sentirse deseada!

Oscilo entre sueño y realidad buscando a mi novio con


las manos. Pero a mi lado, la cama está vacía.
Desilusionada, abro los ojos. Daniel no está. Miro la
hora: son casi las 11. Sentada en la orilla de la cama, lo
busco con la mirada. ¿Tal vez trabaja hoy en la oficina?
Me pongo una de sus camisas colocadas al lado de la
cama y me dirijo hacia la oficina. Nada me indica que
hubiera ido a trabajar hoy; Daniel salió. Me enojo
conmigo misma.

¿Es razonable dormir tanto?

Estoy medio dormida, por lo que me toma varios


minutos ver la nota en la mesa.
«Buenos días Bella Durmiente,

Después de la noche que acabamos de vivir, no soy


tan cruel como para despertarte. Nos vemos a medio día
en el restaurante del hotel.

Mientras tanto, pórtate bien, mi diamante en bruto.

D.»

Es lógico. Daniel no puede pasarse la vida flojeando


en la cama. ¡Tiene una empresa que dirigir! Antes de
llegar al baño, enciendo mi laptop para checar mis
correos. Como la mayoría de mis amigos, no me comunico
más que por correo, teléfono celular o SMS. Pasar un día
sin ver mi correo electronico es impensable. Sin embargo,
no soy tan «adicta» como Sarah y Tom por ejemplo; pasan
tiempo considerable en las redes sociales. Sarah ha
viajado mucho. Sus contactos son sus compañeros de
viaje, conocidos en todo el mundo. Tom es diferente,
utiliza las redes sociales para curar su timidez, a pesar de
que trata con clientes todos los días, tiene dificultad para
hacer amigos. Para Tom, comenzar a hablar es más fácil
detrás de un teclado. Es un poco «geek», felizmente Sarah
lo ha ayudado a salir de su caparazón.

No hay correos. No tengo tiempo de navegar por


internet esta mañana. Me queda menos de una hora antes
de la cita. El hecho de saber que pronto estaré de nuevo
con Daniel me hace sentir bien. Me tomo el tiempo de
escoger mi ropa con cuidado. Finalmente opto por una
falda arriba de las rodillas con medias opacas, un sueter
de cuello V ceñido al cuerpo. Me maquillo ligeramente y
una vez que estoy satisfecha del resultado, bajo al
restaurante.

Es exactamente medio día cuando el capitán de


meseros me indica la mesa que Daniel reservó. Todavía
no llega. Me instalo y pido un jugo de frutas mientras
espero.

Al cabo de media hora, saco mi teléfono para llamarle


a Daniel. La llamada entra pero Daniel no responde.

Tal vez se prolongó su reunión. No creo que tarde.

— Reviso de nuevo mis correos. El día que una


aplicación me permitió ver mis correos, tanto como en la
laptop como en mi teléfono, terminó mi libertad. Me dijo
un hombre sonriente sentado en una mesa cercana a la mía.

Le sonrío.

— Me gusta estar conectada, confieso.


— Es parte de su generación, me imagino.
— Sin duda, contesto sin mirarlo.

El hombre debe tener la misma edad que Daniel, pero


es su único punto en común. Tiene entradas en la cabeza y
está pasado de peso. Aún sentado, parece que no es muy
alto.

Su físico no me molesta, pero me gustaría que me


dejara tranquila…

— ¿Está sola? Pregunta el hombre que se levantó y


espera de pie frente a mi mesa.
— Por el momento sí, le digo frunciendo las cejas,
pero espero a un amigo.
— ¿La puedo invitar a mi mesa?

Por supuesto que no

Me siento incómoda. Este hombre me inoportuna, nunca


supe tratar a este tipo de personas.

— Señorita ¿pasa algo? Pregunta el mesero que se


acerca para ver qué sucede.

El hombre se aleja.

— No, no hay ningún problema. Le deseo buen


provecho, me dice regresando a su lugar.
— Gracias, le dije al mesero sonriéndole.
— Por nada, me dijo el mesero. ¿Gusta otro jugo de
frutas o va a ordenar?

¿Por qué Daniel tarda tanto? No es su estilo.

— Le agradezco, voy a esperar un poco más.


— Por supuesto. ¿Le sirvo más jugo?
— Sí, por favor.

Espero treinta minutos más, con los ojos clavados en


mi celular. Daniel no me responde.

¿Y si le pasó algo?

Comienzo a ponerme nerviosa. Miro a mi alrededor sin


entender lo que sucede.

Mi teléfono vibra en la mesa. Es Sarah, apenas son las


siete de la mañana en Nueva York.

¿Qué sucede?

— ¿Sarah?
— Buen día, Julia. ¿Cómo estás?
— Bien y tú… ¡es temprano en Nueva York!
— Si, claro, pero no sabes: estoy en París.
— ¿Qué? Pero ¿por qué? ¿Desde cuando? ¿Y la
galería?
— Lo sé, fue muy rápido. Tom y yo llegamos ayer. Le
voy a presentar a mis padres.

Me quedo en silencio, mientras asimilo lo que mi


amiga acaba de decir.

— ¿Presentaciones oficiales? Eso significa que…


— ¡SÍ! Dice Sarah muy emocionada.¡ El matrimonio
está a la orden de día!

¿A la orden del día? ¿Como para una reunión?


¿Dónde está Daniel?

— Sarah, ¡estoy muy feliz por ustedes! ¿Cuándo será?


— Bueno… Daniel y tú ¿estárán disponibles dentro de
tres semanas?

Me quedo boquiabierta.

— Sarah, ¿es muy pronto,no?


— Tom y yo hemos discutido mucho sobre esto y el
matrimonio es algo lógico. No queremos esperar más.
— Entiendo. Nada podría hacerme más feliz que su
felicidad. ¿Entonces está dicho? ¿Puedo decirte:
«felicidades»?
— Sí, todavía quieres ser mi dama de honor ¿verdad?
— Claro que sí.

Estoy feliz de escucharla tan contenta. Todavía queda


un poco de tiempo, ellos habían prolongado su decisión
de casarse porque Sarah tenía miedo de comprometerse
de por vida. De hecho había pensado que había una
relación entre Tom y Agathe, ¡la hermana de Daniel! Pero
finalmente resolvieron ese asunto. Estoy contenta de que
mi amiga ya esté segura de sus sentimientos.

— ¿Ya te retiraron el yeso?

Sarah tuvo un accidente de auto en Nueva York hace


poco. Aunque sus heridas fueron poco graves, hay que
darles tiempo para que cicatricen.

— Sí, exacto, Julia. ¡Estoy tan feliz!


— Lo sé querida, yo también estoy feliz.
— Pero tienes una voz delgada. ¿Estás segura de que
todo está bien? La última vez te noté extraña.
— Si, no te preocupes…
— ¡Julia! ¿Qué sucede?

Respiro profundamente y lo suelto. Le cuento todo: el


secuestro, el miedo, el sabotaje de Daniel, el papel de
Hugo y la cena con Clothilde.
— ¡Julia! ¡Como siempre, nada normal con los
Wietermann! Y ¿Hugo te espía?

¡Es increíble!

— Exactamente. Además, Daniel no ha llegado.


— ¿En serio?
— Lo espero desde hace dos horas para comer, pero
no llega.
— ¿No te avisó? ¿Nada de correo, ni SMS?
— Nada. No entiendo.
— Deberías ir a tu habitación y preguntar también en la
recepción; tal vez te dejó un mensaje. Tal vez ya no tiene
batería o su teléfono no funciona bien…

No estoy convencida; Daniel tiene muchas maneras


de contactarme más directamente. Pudo haber enviado a
Ray al hotel por ejemplo…

Sin embargo, no tengo otras opciones más que las que


Sarah me propone, ya que Daniel no responde en el
teléfono. Cuelgo y le prometo que la mantendré al tanto.
En la recepción, no me espera ningún mensaje. Miro en el
vestíbulo del hotel esperando ver llegar a Daniel con su
desenvoltura habitual, sonriéndome y disculpándose por
el retraso. No hay nadie además del portero, que me
sonríe amigablemente.
¡Debe pensar que haberme ayudado a bajar de un
balcón varios pisos sobre el suelo crea lazos!

Muda, por un impulso me acerco a él:

— Buenos días señorita ¿todo está bien?


— Buenos días… Dígame ¿hoy vio al señor
Wietermann?
— Así es. Dos veces de hecho, si contamos que fue y
regresó.
— ¿Cómo que regresó? Le pregunto tratando de
contener la sorpresa de mi voz.
— Regresó a las 12:15 aproximadamente, parecía
apurado.

¿Por qué no vino a verme al restaurante?

— ¿Le dijo algo?


— No señorita, tomó el ascensor.
— ¿Y cuando… cuando bajó?

No quiero dar la impresión de desestabilidad, pero lo


hago.

Daniel ¿dónde estás? ¿Por qué no llegaste como


acordamos?
— Alrededor de media hora después. Tenía su maleta.
— ¿Cómo dijo?

Esta vez no me interesa esconder mi reacción. Estoy


atónita. Una pareja baja de un taxi con varias maletas. El
portero me deja para ir ayudarlos. Me dirijo hacia el
ascensor tratando de no correr. Cuando las puertas se
cierran, cierro los ojos para no pensar en lo que vivimos
dentro de estas paredes, Daniel y yo.

Mis manos tiemblan tanto que me cuesta abrir la puerta.


La habitación está vacía, excepto mi maleta y mi
computadora, todavía encendida en la mesa.

¡De verdad se fue! ¡Sin decir nada! ¿Por qué?

Me siento mareada. Caigo sobre la cama, ya no puedo


sentarme. No puedo creer lo que me sucede.

¿Qué pudo pasar? Todo iba perfectamente: no


entiendo nada.

Las imágenes de nuestra última noche ruedan en mi


cabeza: la pasión, la ternura, el olor de su piel…

No puedo imaginar no ver, escuchar, tocar a Daniel


nunca más…
De pronto, mi celular vibra y la pantalla de mi
computaodra se enciende. Recibí un mensaje publicitario
de una compañía aérea.

Nada sorprendente, cuando veo el número de


trayectos de avión que he hecho en estos últimos días…

Algo me llama la atención cuando levanto la cabeza.


En mi pantalla el puntero del ratón se mueve. Me
precipito a la oficina y observo diferentes programas
abrirse y cerrarse solos.

¿Qué sucede? ¿Un pirata? ¿Con qué finalidad?

Mi teléfono suena de nuevo; es Sarah.

— Julia, ¿encontraste a Daniel?


— No, no lo encontré… Se fue.
— ¡Imposible!
— Sus cosas ya no están.
— ¿Pero sabes en dónde está?
— No, le respondo casi sin voz.

Sarah hace una pausa.

— Julia, disculpa que te lo diga, pero te estás


comportando muy rara en este momento. Daniel acaba de
irse sin avisarte, pero no estás devastada… No entiendo.
— Pasa algo muy extraño, Sarah.
— Si, en efecto. Dice Sarah, consternada.

Estoy literalmente subyugada por mi pantalla. Parece


que alguien trata de tomar el poder desde lejos de mi
computadora. Sin embargo, no entiendo en qué se divierte
mi pirata; todo va rápido en la pantalla. Creo que apagaré
todo esperando poner fin a esta intrusión, hasta que veo
que mi mensajería está abierta.

Es el único programa que soy capaz de identificar


con certeza. Lo demás no lo entiendo.

Termino por contarle mi problema a Sarah:

— No te muevas, voy a buscar a Tom, seguro podrá


ayudarte.

Escucho a Sarah hablar con Tom, después viene Tom a


decirme:

— Julia, no apagues tu computadora, si no el pirata


hará realmente lo que quiera.
— Ya lo hace, le digo consternada. ¿Por qué hace eso?
— Si me dices que tu sistema de recepción de correos
está abierto, creo que lo hace para enviar mensajes
haciéndose pasar por ti.
— ¿Puede hacer eso? Pero, ¿por qué?
— ¿Todo sigue moviéndose en el escritorio?
— En mi pantalla, sí…
— Es eso, ve a ver en tus elementos enviados, me pide
Tom.
— ¿El pirata puede saber que estoy aquí?
— Sí, pero es el único medio de saber lo que hace en
tu computadora.

Voy a buscar los últimos mensajes enviados. Y vaya


sorpresa: descubro un mensaje dirigido a Daniel, cuyo
motivo es «Adiós».

Tom me pide seleccionarlo.

Tengo miedo de saber qué contiene…

El mensaje aparece en todo su horror:

De: Julia Belmont


A: Daniel Wietermann

Mi querido Daniel:
Te escribo este correo después de haberlo pensado
mucho. Nunca creí hacerlo pero no puedo guardármelo
más: no soporto la presión que tu familia y tus
allegados ejercen sobre mí. Sentirme constantemente
espiada por tu madre o aún verme confrontada a tu ex
son cosas que no tendría que soportar en una relación
«normal».
Es por eso, que tomé la decisión de terminar con
nuestra relación, Daniel. Quiero recuperar mi libertad,
volar de nuevo con mis propias alas.
Espero que encuentres la mujer que te convenga y
corresponda a los criterios de tu madre.
Julia

En cuanto termino de leer el mensaje, mi computadora


se apaga bruscamente.

Continuará... ¡
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En la biblioteca:

Mr Fire y yo – Volumen 1
La joven y bella Julia está en Nueva York por seis meses.
Recepcionista en un hotel de lujo, ¡Nada mejor para
perfeccionar su inglés! En la víspera de su partida, tiene
un encuentro inesperado: el multimillonario Daniel
Wietermann, alias Mister Fire, heredero de una
prestigiosa marca de joyería. Electrizada, ella va a
someterse a los caprichos más salvajes y partir al
encuentro de su propio deseo… ¿Hasta dónde será capaz
de ir para cumplir todas las fantasías de éste hombre
insaciable?
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