Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Campbell
Contrato con un multimillonario
Volúmenes 1-3
1. Un encuentro inquietante
Siento que me levantan. En un abrir y cerrar de ojos, estoy aquí pegada al hombre
de blanco, firmemente sujetada a diez centímetros del suelo, sin poder hacer ni un
movimiento. Nuestros rostros se rozan.
¡Es realmente muy guapo! ¡Y ese perfume!
Pegada a él, mi corazón acelerado se desboca. Además del estrés, una inquietud
completamente inapropiada sube en mí, mientras una de sus manos baja a lo largo de mi
espalda.
Si al verlo hubiera sabido que terminaría en sus brazos…
Charlotte, mi mejor amiga, es una optimista incorregible, del tipo que siempre ve la
mitad llena del vaso. Después de haber transcrito y enviado por mail la entrevista de Ian
Christiansen, la llamé por teléfono.
- Bueno, resumiendo, fuiste auxiliada por un galán, que mandaste de paseo por una
razón obscura…
- ¡Tenía que entregar un artículo y no tenía siquiera el tema!
Ella continúa como si no la hubiera interrumpido.
- Y resulta que este hombre sublime es tu jefe, lo que ciertamente, te pone en una
situación no muy cómoda, pero, se apresura repentinamente, compensas todo al conseguir
una entrevista con un tipo que sólo ha dado dos o tres a lo largo de su carrera. ¡Eso es lo
que se llama un día con altibajos!
-Sí, y estoy exhausta. ¡Y siento que me costará trabajo conciliar el sueño! Mañana
por la mañana, debo ir a las oficinas del grupo para la junta de redacción y no me atrevo a
imaginar cómo me van a recibir. Puedes estar segura de que Cyprien ya le habrá contado a
todo el mundo lo que pasó.
- Cyprien, ¿el periodista que te coquetea?
Puedo siempre contar con ella para recordar los detalles molestos.
- Cyprien le coquetea a todo lo que lleve una falda y que tenga menos de treinta
años.
- No importa, si le gustas, ¿puede apoyarte, no? ¡Después de todo, no fuiste grosera
con tu jefe a propósito!
- ¡Charlotte, soy periodista, se supone que debo reconocer a Darius Winthrope, el
genio de los negocios que fundó el grupo para el cual trabajo! Oh Dios mío…
Me golpeo la frente y me quejo, fulminada por la amplitud de mi metida de pata.
- Y el artículo que entregaste, ¿es bueno? me pregunta mi amiga.
- No lo sé. Estoy tan preocupada que no tengo ninguna idea.
- Ah, ¿tan guapo era? dice irónica.
- ¡Estoy hablando en serio!
- Yo también, hermosa, yo también…
Cuando se trata de hombres, Charlotte es incorregible. Según ella, soy demasiado
seria y no comprende que la gente no sea tan relajada como ella sobre ese tema. Por
supuesto, ¡cuando ella entra a cualquier lugar, todos los hombres voltean! Ella es alta,
pelirroja, una piel lechosa increíble, ojos verdes sublimes… Adoro a mi amiga, pero no
tiene ni idea de lo que viven las chicas normales como yo.
- Entonces, ¿tan guapo era? insiste.
- ¡Charlotte!
Estoy exasperada.
- Es guapo pues.
Cuando empieza a insistir así, sé que sólo hay una forma de detenerla: cediendo.
Suspiro ruidosamente.
- Sí, es guapo.
Al mismo tiempo que hablamos, miro en Internet las fotos de mi jefe. Estoy
sorprendida de que no haya muchas, pero en las diez que se despliegan en mi pantalla,
reconozco al hombre que me tomó en sus brazos hoy: estatura viril, pero esbelta, mirada
enloquecedora, boca sensual… Es realmente muy guapo. Y no soy la única que piensa lo
mismo, viendo a las chicas magníficas que cuelgan de su brazo en cada foto. Un pellizco
desagradable me hace pensar que mi estado emocional no se debe únicamente a mi
situación profesional, pero decido guardarlo para mí. ¡Si se lo cuento a Charlotte, no
acabaríamos nunca!
- ¿Y tu casting, por cierto?
Me acabo de acordar que ella tenía que hacer un casting para la próxima película de
un joven director francés en boga. Siempre quiso ser actriz y se mudó a París un año antes
que yo para realizar su sueño. Con su físico, encontró rápidamente un agente y empezó
como extra, luego con pequeños papeles y, desde hace algunos meses, trata de pasar a las
ligas mayores.
- No lo sé.
- ¿Te fue bien?
- Creo que mi interpretación le gustó a la encargada del casting, me dijo que
correspondía a lo que el director buscaba. Espero la respuesta en los siguientes días.
- Estoy segura de que te hablarán, tienes talento.
- Ya veremos, responde prudente. Bueno, en cuanto a ti, ¡deberías ir a ducharte,
sobarte el tobillo y dormir! Mañana será otro día.
- Sí, tienes razón. ¿Nos vemos mañana por la noche?
- ¡De acuerdo! Hasta mañana.
- Hasta mañana.
- ¡Juliette!
- ¿Qué?
- ¡No olvides tirar tus chanclas! me lanza jocosa, antes de colgar.
Suspiro y voy a darme un baño de tina caliente. Mi tobillo ya no me duele tanto y,
una vez con el agua hasta la barbilla, siento que mi cuerpo se relaja con gozo. La fatiga me
invade bruscamente. Me quedo en la tina todavía otros veinte minutos, me pongo una
mascarilla de chocolate, deliciosamente regresiva, como para reencontrar mi indolencia
bien amada, luego salgo y me seco. Antes incluso de que la tina se vacíe totalmente, ya
estoy bajo mis sábanas. Tengo apenas el tiempo de lanzar una última mirada a las fotos de
Darius Winthrope en mi computadora que olvidé apagar y me duermo, con una mirada
dorada flotando en mi espíritu.
Al día siguiente, llego muy temprano para la junta de redacción, a pesar de mi
tobillo que me hace todavía cojear un poco. Logré dormir seis horas aproximadamente,
pero abrí los ojos antes de que sonara mi despertador, angustiada por la idea de que me
regañaran a causa de mi crimen contra el gran patrón. Tengo los rasgos en tensión y temo
que mi atuendo falsamente relajado no engañe a nadie. Me puse el único par de jeans
estrechos que poseo, una blusa blanca, el saco de un traje sastre oscuro y un par de
zapatillas rojas. No existe error posible. Como de costumbre, me puse un poco de rímel en
mis pestañas y nada más.
Cuando salgo del elevador, me encuentro de frente a Cyprien, quien me escruta de
arriba para abajo sin responder a mi pobre sonrisa.
Oh no… Estoy segura de que ya le dijo a todo el mundo.
- ¿Dormiste bien, Coutelier?
¿Coutelier? ¡Siempre me había llamado por mi nombre!
- Eh… Sí, sí, gracias. Vengo por la junta de redacción. Y tú, Cyprien, ¿cómo estás?
digo valientemente.
- Dime… A propósito de tu pifia de ayer, ¿ya pensaste lo que vas a decir? me
pregunta ignorando mi saludo.
Inmediatamente, una bola de angustia viene a posarse en un hueco de mi estómago.
- Ah, ¿eso se sabe?
- Por supuesto, ¿qué es lo que crees? responde levantando los ojos al cielo.
Evidentemente, yo no dije nada, paro sabes bien que la responsable editorial del grupo es
como uña y mugre con Winthrope, entonces…
- ¡¿Ingrid Eisenberg lo sabe?!
Estoy aterrada.
Una periodista incapaz de reconocer a su propio jefe, ¡qué vergüenza…!
Cyprien adquiere un tono dulce repentinamente.
- Lo siento, Juliette.
- Gracias…
- De nada. Vamos, todo va a estar bien.
Se acerca a mí y pone su mano sobre mi brazo, protector. Hoy no puedo rechazar un
poco de ayuda pero esta cercanía me incomoda. Aun así no protesto.
¡No es el momento de rechazar el apoyo! Visto lo que pasó la última vez…
- Gracias, Cyprien, eres muy amable.
- No te preocupes, aquí estoy, me tranquiliza apretando un poco más su mano.
Un poco molesta a pesar de todo, le pongo fin a esa efusividad.
- Bueno. Voy a refrescarme un poco antes de la reunión.
- Ok, responde quitando su mano después de un último apretón. Nos vemos allá. Te
sentarás a mi lado, ¿de acuerdo? Lanza con un guiño.
- Sí, de acuerdo.
Me alejo. De ansiosa, paso a estar realmente angustiada.
Ni una sola palabra sobre mi entrevista con Ian Christiansen. Lo que faltaría, que
la hayan rechazado.
Me precipito hacia el baño de mujeres, el corazón se me sale por la boca. ¿Por qué
no reconocí a mi jefe?
¡Porque caíste en éxtasis frente a él, como una chiquilla! me responde la
consciencia.
Las manos puestas sobre el lavabo, mirándome a los ojos en el espejo, hago un
resumen rápido.
Bueno, cometí una torpeza enorme al enviar de paseo al patrón. No llevé a la
redacción el artículo que se me había encomendado, pero llevé uno mejor. (Este hombre es
sin embargo sublime.) No me queda más que blandir mi valor e ir a la junta de redacción y
defenderme. Y si no sale bien…
Al evocar esta perspectiva, mis ojos se humedecen, pero contengo mis lágrimas sin
ninguna piedad.
Si no sale bien, trabajaré con más ahínco para probarles que se equivocaron.
Respiro, me echo agua fría al rostro. Paso algunos minutos más para reparar mi
rímel corrido, luego salgo para buscar un poco de café. Frente a la máquina expendedora,
decido que necesito un poco de dulzura y escojo un capuchino.
- ¿Señorita?
Todo mi cuerpo se tensa. ¡Esta voz! Apenas me atrevo a voltear. Dibujo como
puedo una sonrisa en mi rostro y opero un cambio repentino de cara, con mi vaso de café en
la mano.
Frente a mí, más sexy que nunca, está Darius Winthrope, aquel que puede destruir
mi embrión de carrera (o que ya la destruyó…). Vestido con un traje elegante con un corte
perfecto, azul oscuro, avanza hacia mí, despreocupado, y con una sonrisa calurosa en los
labios.
¡Es tan joven! ¿Cómo es posible que se encuentre a la cabeza de un imperio como
éste? Sus labios…
- Constato con placer que su tobillo no parece dolerle.
- N… no, en efecto. Escuche, necesito disculparme por…
- Y evitó traer zapatos de tacón, es muy prudente.
Me siento enrojecer hasta la raíz de mis cabellos.
¡Se burla de mí!
Me lanza una mirada divertida.
- Siento muchísimo haberme despedido tan groseramente, créame que…
- Entiendo.
- Nunca debí tratarlo así y… ¿Qué?
Sorprendida, me interrumpo.
¿Acaba de decirme que lo entiende? Es cierto que no parece estar enojado
conmigo…
Es como si sus ojos me clavaran en mi lugar. Ya no son color miel, sino un poco
rojizos. Esos ojos, por encima de esa sonrisa irónica, son perturbadores. Y muy seductores.
- No es muy habitual que una joven auxiliada se rebele como usted lo hizo, pero sé
porqué reaccionó de esa manera. La tenacidad es una cualidad para una periodista. Y me
gusta que mis periodistas tengan cualidades, me explica.
- Oh. Gracias.
Apenas puedo responderle, tan estupefacta estoy. Me cuesta trabajo entender.
- Se lo ruego. Acabo de ver a Ingrid, quien me habló de la entrevista que usted
obtuvo con Ian Christiansen. ¡Bravo, es un golpe maestro!
- ¿La señora Eisenberg la aceptó?
Los ojos rojizos están perplejos.
- ¡Por supuesto que la aceptó! Es muy difícil acercarse a Ian, había rechazado todas
nuestras peticiones de entrevistas y, como lo conozco un poco, estoy autorizado para decir
que nunca cede fácilmente.
Ahora que sé que mi entrevista me ha salvado el pellejo, no puedo evitar mirarlo. Es
la primera vez que conozco a un hombre tan seductor, tan sexy. No lleva corbata y su
camisa inmaculada deja ver su piel bronceada y seguramente muy suave, por donde sería
tan placentero pasar los labios…
- ¿Señorita?
Me sobresalto.
¿Estás loca o qué? ¿Qué te pasa?
Espero no haberme quedado boquiabierta contemplándolo demasiado tiempo. Una
cosa es segura: no escuché ni una sola palabra de lo que me dijo. En todo caso, él parece
estar muy divertido.
- Como le decía, mañana por la noche, daré una velada en donde están invitados
todos mis colaboradores regulares. Su entrevista exclusiva es digna de los más grandes,
¿me complacería siendo uno de los nuestros esa noche?
- ¿Yo? ¡Por supuesto!
No lo pensé ni un segundo. ¿Cómo no decirle que sí a este hombre? Satisfecho, me
sonríe y me tiende la mano. La tomo y, como la primera vez, con ese contacto, mi cuerpo
entero es recorrido por un largo escalofrío. Nuestras miradas se cruzan y sus ojos, que se
han vuelto dorados, son de una dulzura conmovedora.
- Estoy muy contento por verla mañana por la noche, señorita Coutelier.
¿Sabe cómo me llamo?
- Gracias, señor Winthrope.
¡Está feliz por volverme a ver mañana por la noche!
Estoy muy consciente que se trata de pura cortesía de parte de un hombre de
educación refinada, pero no puedo evitar alegrarme. Suelta mi mano, muy a mi pesar, y me
lanza la sonrisa más encantadora del universo.
- Le haré llegar la invitación. Hasta mañana.
Me quedo sin voz mientras se aleja. Su paso grácil y rápido me hace
irremediablemente pensar en un felino. ¡Guau! Voy hacia la junta de redacción como si
fuera en una nube.
Cyprien está ostentosamente ofendido por no haber tomado el asiento que ya había
reservado para mí a su lado, pero ni modo. Sospecho que exageró las posibles
consecuencias de mi error para acercarse a mí y no me parece muy elegante de su parte que
se haya aprovechado así de las circunstancias. Tan pronto como la junta se terminó,
encuentro una esquina aislada en el espacio abierto para ponerme a trabajar. Tengo decenas
de llamadas que hacer. Estoy encantada, esta vez, me encargaron un reportaje sobre los
entretelones de Roland-Garros, la vida de la ciudad deportiva y sus pequeños secretos
desconocidos por el gran público. Necesito contactar a los masajistas, a los organizadores, a
las edecanes…
Después de varias horas de trabajo, encuentro por fin algunos minutos para llamar a
Charlotte. Si tengo que ir a una velada muy elegante, necesito de su ayuda. Ella no
responde al teléfono, pero le dejo un mensaje que la motivará a devolverme la llamada.
«Charlotte, necesito de ti. Mi jefe me invitó a una velada profesional. ¿Te acuerdas?
¡Ah! Y también: ¡mi entrevista fue aceptada! ¡Besitos!»
Con eso, sin duda, tendré rápidamente a mi amiga del otro lado del auricular.
Sobreexcitada, casi corro hasta mi casa.
En el vestíbulo de mi edificio, abro el buzón y descubro mi invitación. En un lujoso
papel vitela marfil está impreso un mensaje sobrio que hace latir mi corazón rápidamente:
Darius Winthrope tiene el placer de invitarle
Al cocktail ofrecido el 31 de mayo en el Minipalais,
Avenida Winston-Churchill, París,
En honor de su compañía Winthrope Press.
A partir de las diecinueve horas, atuendo formal exigido.
Y bajo los caracteres de imprenta, agregado con pluma:
Un auto vendrá a buscarla. No venga acompañada.
¿No venga acompañada? Esto me deja sin voz. Después de algunos segundos, me
sacudo y trepo la escalera hasta mi pequeño apartamento confortable.
Mientras me quito mis zapatillas, veo la lucecita de mi contestadora que parpadea.
Sólo hay dos tipos de personas que se obstinan en marcarme a mi línea fija: mis padres o
vendedores. Y los vendedores no dejan mensajes. Presiono el botón «lectura».
«¡Querida, es mamá! ¿Cómo te va? Aquí, Jean y yo estamos bien y planeamos ir a
visitarte en algunas semanas, pero no es por eso que te llamo. Me encontré a la mamá de
Adam, ¡parece que regresa a Francia en estos días! Imagino que tendrás noticias de él muy
pronto. Bueno, llámame chiquita, te mando un gran abrazo. ¡Besos!»
¡Adam en Francia!
Salto de alegría en mi minúsculo salón. Mayor que yo por dos años, Adam es un
compañero de la infancia y mi mejor amigo. Casi crecimos juntos. Nuestros padres eran
vecinos, hasta que los míos se separaron y tuvimos que cambiar de casa. Fue una tragedia
para nosotros dos, aunque seguimos viéndonos en la misma escuela secundaria, luego en la
misma preparatoria. Es como un hermano para mí. Desde que cumplió la mayoría de edad,
su vida es un inmenso viaje alrededor del mundo, y puedo contar con los dedos de una
mano las veces que lo he visto sin su mochila al hombro. Lo último que sabía era que
estaba en América latina…
¡Pero Adam, sé amable, no me llames mañana, no estoy libre, voy a un cocktail
ofrecido por el hombre más guapo del planeta!
Después de haber borrado el mensaje de mi madre, me tiro en el sofá, sumergida en
todas estas emociones. Cuando Charlotte me llama por fin, es con un tono casi histérico que
le suplico que venga a ayudarme para prepararme para el cocktail chic de Darius
Winthrope. Maquillaje, vestido, consejos prudentes… Ella acepta riendo.
3. Un cocktail que termina mal… ¡o no!
- ¡Es casi una pena que envíe un auto para recogerte, hubieras tenido mucho éxito
en el metro!
Charlotte se burla de mí, pero en realidad está orgullosa. Llegó a mi casa al
comenzar la tarde, cargada con una valija con llantitas llena de vestidos, zapatos de tacón y
maquillaje, firmemente convencida de hacer de mí una invitada digna de ese nombre para
el cocktail de esta noche. Con sus consejos, ayer, me dormí temprano. Hoy, después de su
llegada, tomé un verdadero curso acelerado de elegancia mundana. Pareciera que Charlotte
hubiese siempre esperado la ocasión para pasarme su sabiduría: ¡una verdadera sesión de
cambio de imagen! Pero valía la pena, e incluso necesité algunos segundos para poder
reconocerme en el espejo. Soy yo, maquillada perfectamente, con un elegante vestido y
zapatos de tacón.
Después de probarme varios vestidos, Charlotte y yo optamos por uno de seda
negra, por encima de la rodilla, demasiado sencillo, si no fuera por su escote en la espalda.
Sobrio a primera vista, ¡pero enormemente sexy si se le mira dos veces! Un par de zapatos
nude muy chic completan perfectamente mi indumentaria. Hubiera preferido algo más
clásico, pero bajo la mirada autoritaria de Charlotte no negocié. Para perfeccionar todo, me
hizo un chongo suave, que embellece mi cabeza y me maquilló. Tengo los ojos resaltados
por el negro y los labios destacados por un gloss transparente. Charlotte se inclinaba por un
lápiz labial, pero me conozco, bajo el efecto del estrés, ¡soy capaz de corrérmelo hasta la
mitad de la mejilla sin querer!
Sí, me veo elegante y… sí, me veo seductora. Es raro, ¿las demás personas me
verán seductora?
¿A él le pareceré seductora?
Mientras que domestico mi reflejo en el espejo, llaman por el interfono. Charlotte
responde.
- ¡Tu carroza llegó, princesa!
- ¿Ya?
Charlotte levanta las cejas.
- Adoro tu compañía, pero no hicimos todo esto para que te quedaras en casa a
beber té, ¡ya vete!
- ¡Otra vez, muchas gracias!
- De nada, estás sublime, ¡se va a ir de espaldas cuando te vea!
- ¿Pero de qué estás hablando?
Me molesto, pero mis mejillas se encienden. ¡Espero que mi rubor cubra este
enrojecimiento!
- Así es, así es…
Charlotte ni siquiera se toma la molestia de responderme y me empuja hacia la
salida. Ya en la escalera, escucho que se precipita hacia la ventana para verme partir. Eso
es, tengo pánico escénico.
¿Me hablará esta noche? ¿Por qué me pidió que fuera sola? ¿Ése es el auto?
Frente a mí, un sedán con chofer. Escucho un silbido admirativo por encima de mí.
Inclinada en la ventana de mi apartamento, Charlotte está tan estupefacta como yo.
- ¡Ah sí, no te olvides! ¡Cuando regreses me llamas y me cuentas todo! Agrega
señalándome con un dedo imperioso.
No respondo nada, impresionada por el chofer imperturbable que me abre la
portezuela. Farfullo un gracias mientras me instalo en el asiento en cuero. Nunca había
conocido tanto lujo, todo es perfecto, hasta el mini bar que abro sin atreverme a tomar nada.
Champaña, agua espumosa, jugo de frutas y licores fuertes. Tengo la impresión de estar en
una película en donde yo sería la heroína. A través de los vidrios polarizados, miro la
ciudad desfilar, saboreando este momento.
¡Cuidado, Juliette, despierta, es un cocktail profesional, no una cita romántica, y
eres periodista a destajo, nada más!
Necesito bajar de mi nube antes de bajar del auto. Y aquí estoy en la avenida
Winston-Churchill. El chofer se estaciona frente al Grand Palais. Sale y viene a abrirme la
portezuela. No tengo ninguna idea de lo que me espera, pero el lugar es asombroso.
¡Espero dar una buena imagen!
Entro y me dirijo hacia el Minipalais. Ya hay mucha gente, lo que me tranquiliza,
podré pasar inadvertida. En la entrada un mayordomo sonriente me pide mi invitación que
saco de la cartera de piel que me prestó mi amiga. Todo ha sido privatizado para la ocasión.
El mayordomo me indica que puedo entrar.
Simple y llanamente es grandioso. Las columnas monumentales, la sublime terraza
bajo el peristilo, la gran sala, las esculturas… Me falta el aliento. Un mesero se aproxima y
me propone una copa de champaña. Mi primer impulso es el de rechazarlo, pero me doy
cuenta de que la copa me dará aplomo y acepto agradecida. La champaña es deliciosa y,
con la copa en la mano, deambulo lentamente para descubrir el espacio y sobre todo a los
invitados. Reconozco a unos periodistas entre quienes está Cyprien Ridon, en gran
conversación con un gigante barbudo que reconozco es un jugador de rugby muy famoso.
Algunas celebridades están presentes, conductores de televisión, algunos políticos e
incluso… si, ¡algunas estrellas de cine! ¡Distingo a una célebre actriz inglesa, con un
vestido oscuro, dos actores franceses y un director de cine español en plena discusión! A
donde quiera que voltee encuentro a una personalidad.
Todo el mundo viste elegantemente y le agradezco mentalmente a Charlotte.
Atravieso la muchedumbre para dirigirme a la gran terraza, que da a la avenida, enfrente
del Petit Palais. Los muros y el suelo están cubiertos por mosaicos. Bebo mi champaña,
fingiendo que estoy acostumbrada a todo este lujo. Otro mesero pasa a mi lado, me ofrece
discretamente su charola. Pongo en ella mi copa vacía y tomo otra. Una brisa ligera me
acaricia la espalda, lo que me recuerda que mi vestido no es tan serio.
En el interior, la muchedumbre se mueve: Darius Winthrope acaba de llegar.
Vestido en esmoquin, se ve increíble. Me parece todavía más elegante vestido así.
Sonriente, saluda a sus invitados, les dice algo amable a cada uno de ellos. De repente, mi
corazón se estruja: frente a un cantante de éxito, se voltea hacia una rubia grácil que se
encontraba detrás de él. Le sonríe todo el tiempo y se porta protector, hace las
presentaciones.
Obviamente está acompañado, ¿qué era lo que creías?
Curiosa, observo a la joven. Parece con apenas más edad que yo, pero visiblemente
se ve muy cómoda en este entorno. Lleva un vestido inspirado en los años 1920 con tirantes
muy finos, color verde agua, y que le va perfectamente. Sus cabellos rubios ceniza, que
sólo caen por sus hombros, la hacen parecer un hada extraviada en un cocktail chic. Está
espectacular. Tengo ganas de esconderme, pero no puedo quedarme simplemente en la
terraza toda la velada.
¿Y porqué no?
Él la toma por la cintura para llevarla a otro grupo.
Me doy cuenta de que ya bebí mi segunda copa de champaña. Sería prudente comer
algo, ¡no se trata de embriagarme!
Al interior, el buffet es fantástico. Pastelillos delicados, sushis miniatura, golosinas,
todo se ve apetitoso. Frente a mí, una mujer muy alta de vestido largo se sirve con gracia.
Para evitar equivocaciones, imito lo que hace. Da cualquier manera, todo está delicioso. La
gran mujer se voltea.
¡Ingrid Eisenberg!
Visiblemente sorprendida por verme ahí, me saluda con un gesto de la cabeza.
Respondo de la misma manera, pero me doy cuenta, apenada, que me quedé con la boca
abierta. ¡Esta mujer, que siempre vi en traje sastre, con sus enormes anteojos de carey,
autoritaria e incluso un poco seca, se transformó en una criatura de un glamour y de una
clase increíbles! Esta noche no lleva anteojos y, por primera vez, sus ojos azules no tienen
ese aire glacial, pero casi dulce. Sus cabellos grises y cortos están en perfecta armonía con
su maquillaje ligero y su vestido negro entallado subraya su silueta impecable. ¡Estoy
atónita!
La responsable editorial de Winthrope Press sonríe frente a mi rostro estupefacto y
se aleja diciéndome:
- Su entrevista no estaba nada mal, señorita Coutelier, continúe así.
¡Guau! ¡Creo que voy a desmayarme! Maldición, necesito agua.
Creo que he bebido demasiado y, sobre todo, comienzo a sentirme un poco
incómoda. Busco con la mirada alguien a quien poder acercarme, pero aparte de Cyprien,
quien ya ha desaparecido, no existe nadie a quien pueda atreverme a abordar. Pequeños
grupos se han formado según sus afinidades, y el ruido de sus conversaciones subraya mi
aislamiento. Algunas exclamaciones alegres se escuchan: un chef de renombre hace su
entrada para supervisar la colocación de unas copelas humeantes. ¡Todo es de un gran
refinamiento!
Siento repentinamente como un escalofrío entre mis dos omóplatos desnudos. Por
reflejo, volteo y veo a Darius Winthrope que me observa. Le sonrío tímidamente y me
esfuerzo por parecer relajada, como si hubiese simplemente ido a servirme del buffet, entre
dos conversaciones animadas.
¡Dios mío, viene hacia mí!
Con su paso ligero, atraviesa los pequeños grupos formados por los invitados,
saluda a alguien, deja una pequeña palabra al pasar, ¡pero es hacia mí a quien se dirige!
Tengo frío, tengo calor, apenas me atrevo a mirarlo. En su esmoquin impecable, es más
perturbador y su mirada salvaje que no me deja acaba por inquietarme.
Cuando por fin llega cerca de mí, ya no sé cómo saludarlo, con una inclinación de la
cabeza, con un apretón de manos… Tengo que recordar sobre todo a la rubia hermosa que
lo acompaña. Lanzo una mirada rápida atrás de él pero no la veo. Antes de que pueda
reaccionar, ya tomó mi mano en la suya. Una dulce electricidad me recorre el brazo.
- Señorita Coutelier, buenas noches.
- Buenas noches señor Winthrope. Gracias por haberme invitado. ¡Y gracias
también por el auto!
Con desdén, aparta mis agradecimientos con un gesto de la mano.
- No fue nada. ¿Se la está pasando bien? Parece un poco perdida, agrega
gentilmente.
- No conozco a casi nadie.
- Usted me conoce a mí. Venga, vamos a la terraza.
Sin esperar mi respuesta, me toma por el brazo y me lleva. Siento que nos miran. Mi
vestido me da la sensación repentina de estar desnuda a medias. Al llegar a la terraza, las
pocas personas que ahí están se alejan más o menos discretamente y, pronto, nos
encontramos solos. A causa de la brisa o del pánico escénico, tiemblo.
Él lo nota enseguida y se quita su saco para ponerlo sobre mis hombros. Incómoda,
protesto.
- No, no, no es necesario, ¡quédeselo!
Frunce el ceño.
- Está fuera de discusión que al mirarla temblar no haga nada. Aunque lamente
cubrir su hermoso vestido.
Y de nuevo, me sonrojo…
- Mi saco es demasiado grande para usted, pero me encanta verla con él puesto…
- Gracias señor Winthrope.
Hago todo lo que puedo para parecer relajada, a pesar de que tengo las mejillas
encendidas. Sonríe de nuevo, un poco irónicamente, me parece. Sus ojos se han vuelto de
un café cálido bajo la luz de la noche. Sin su saco, con sólo su camisa y su moño, es
increíblemente sexy. Su pantalón queda un poco bajo sobre sus caderas y hace resaltar su
vientre plano. Se quita sus mancuernillas al mismo tiempo que conversamos.
- Me tomé el tiempo para leer la entrevista que realizó…
¿Qué pensará de ella?
Estoy sorprendida y halagada de que un hombre de su importancia haya leído mi
prosa, pero si muero de ganas de escuchar sus consejos sobre mi entrevista, temo su
veredicto. Enrolla las mangas de su camisa, descubriendo sus antebrazos morenos,
musculosos, y de los que me encantaría sentir su firmeza.
- Estaba muy bien.
Me sonríe todo el tiempo y se acerca un poco más a mí. Me estremezco.
- Usted no es únicamente hermosa, es brillante.
¿Qué? ¿Qué acaba de decir? ¿Se está burlando de mí?
Sus ojos me miran fijamente sin pestañear y sin dejar de sonreír. Parece estarse
divirtiendo. Mis oídos zumban.
Se está divirtiendo conmigo…
- Espero que su carrera esté a la altura de su talento.
- Yo también. Quiero decir… ¡gracias!
Se carcajea.
¡Pero qué tonta!
- Es usted adorable...
Busco qué responder cuando algunas voces subidas de tono le hacen voltear la
cabeza hacia el salón donde se han juntado ya todos los invitados.
Una pareja acaba de entrar y lo menos que se puede decir, es que la mujer desentona
con el resto de los convidados. Rubia platinada, lleva un mini vestido rosa que no esconde
gran cosa de su cuerpo quemado por los rayos ultravioletas. En cuanto a su acompañante,
me recuerda a alguien, pero no puedo recordar a quién. De unos treinta años, es un tipo
atractivo, pero parece estar ebrio y su rostro arrugado indica que ese estado no le es
excepcional.
- Disculpe, me quedaría a hablar con usted con gran placer, pero tengo asuntos que
atender.
- Por supuesto, entiendo.
¡No, quédese un poco más!
Me toma de nuevo la mano y la mantiene algunos segundos en la suya. El tiempo se
detiene.
- Disfrute la fiesta.
Y se va. Recuerdo justo a tiempo que tengo todavía su saco.
- ¡Espere, su saco!
Voltea.
- Consérvelo. Me lo regresará más tarde, agrega sonriendo de nuevo.
Me derrito.
Me quedo sola en la terraza. Algunos invitados me lanzan algunas miradas curiosas,
pero nadie se me acerca. Voy a aislarme en un rincón oscuro y observo discretamente a
Darius Winthrope y a los que acaban de llegar. Parece contrariado y, si saludó a la pareja,
está visiblemente molesto por su presencia. Pronto, una mujer de unos sesenta años con una
cara increíblemente altanera y que lleva un vestido de diseñador, los alcanza. Trato de
comprender lo que se dicen. La zorra de rosa se mantiene pegada a su acompañante,
indiferente a la conversación.
Visiblemente, la dama entrada en años y el joven no son empleados del grupo, nadie
se hubiera permitido llegar en ese estado ni así acompañado… noto también que la
sexagenaria se dirige a Darius Winthrope con una mueca desdeñosa, que me sorprende
enormemente.
¿Pero quiénes son estos personajes?
De repente, me toman por la cintura. Me sobresalto.
- Entonces, querida mía, ¿hacemos migas con el gran jefe?
- ¡Cyprien! ¡Me asustaste!
- No hay por qué, sólo quiero tu bien.
Su aliento cargado de alcohol me azota el rostro. Él también abusó de los cocteles.
Me ofrece una copa de champaña, su otro brazo sigue en mi cintura. Trato de liberarme
pero ignora mi tentativa y no afloja su abrazo.
- Toma guapa. Vamos a brindar por nuestros éxitos, me sopla al oído.
- Gracias, pero…
- ¡Por nosotros dos! dice al entrechocar nuestras dos copas.
Con la copa al borde de los labios, espera a que beba también. Finjo tomar un sorbo,
incómoda.
¡Y no hay nadie en la terraza, lo que me faltaba!
- No parece estar contento, el gran jefe. Tengo que decirte que su primo tiene un
placer malsano por entrometerse en sus veladas.
- ¿Su primo?
- Su primo, repite Cyprien señalando al hombre ebrio con su copa vacía.
Después señala a la zorra rubia y a la mujer con el vestido de diseñador:
- La amante del primo… ¡y la tía! También está la prima en el rincón, seguramente.
No respondo nada. Sé que Darius Winthrope es huérfano y me parece haber leído en
alguna parte que fue recogido por la hermana de su madre. ¿Podría ser ella la mujer con el
rostro tan duro?
Cyprien vuelca de nuevo su atención sobre mí.
- Te he visto, te las has arreglado bien.
- ¿Perdón?
- Con el jefe. Mis respetos. No lo hubiera dicho, pero sabes cómo hacerlo. Oh, ¿pero
qué es esto?
La mano que había puesto sobre mis caderas y que subió por debajo del saco del
esmoquin encontró el escote de mi vestido. Su contacto húmedo me congela. Estoy
paralizada, sin poder hacer ni un movimiento.
- ¡Cyprien, detente! ¡Te lo ruego!
Justo a nuestro lado se encuentra un grupo de personas, pero nadie parece haber
escuchado y no me atrevo a hacer un escándalo. Con lágrimas en los ojos, trato de bloquear
la mano que se pasea en mi espalda y que, a pesar de mis esfuerzos, baja inexorablemente
hacia mis bragas…
- ¡Señor Ridon!
La voz cargada de cólera de Darius me libera. Como por arte de magia, la mano
inquisidora desaparece. En la penumbra, a nuestra izquierda, Darius Winthrope se
aproximó sin hacer un solo ruido y parece listo para saltar sobre Cyprien, quien se aleja
enseguida.
Con su camisa arremangada, Darius Winthrope da unos pasos hacia adelante, con
los puños cerrados como un boxeador antes del combate. Sus ojos lanzan destellos. No es
de cólera, es de rabia que trata ostentosamente de contener. Me asusta incluso un poco.
¡Mientras que no se peleen aquí! Aquí no…
- Señor Ridon, le voy a pedir que abandone la fiesta. Inmediatamente.
El tono de su voz es cortante y no admite ninguna discusión. Cyprien, lívido, no
trata ni siquiera de justificarse y abandona la terraza.
- Juliette, ¿está usted bien?
Su repentina dulzura me libera y me deshago en lágrimas, abatida y aliviada al
mismo tiempo.
Casi tiernamente, me toma en sus brazos y es en su camisa que me desahogo. Al
abrigo de mi salvador, me doy cuenta hasta qué punto tuve miedo. Jamás había tenido que
enfrentar una situación parecida y entiendo en este momento el sentido de la palabra
«petrificada». Con la nariz tapada, trato de hablar entre dos sollozos.
- No podía hacer absolutamente nada… Gracias por haber intervenido.
- Juliette, estoy muy afligido. Venga conmigo, no nos quedemos aquí.
En el espacio de un segundo, dudo, pero la idea de quedarme en la velada está por
encima de mis fuerzas y acepto sin chistar. A través de mi mirada anegada en lágrimas,
creo ver que me hace pasar por un lugar curiosamente desierto y, muy rápido, estamos
enfrente de una limusina negra.
4. ¿Primer beso?
El sol baila ya sobre los muros cuando me despierto. Me estiro y me doy cuenta por
lo enorme de la cama de que no estoy en casa. ¡Me siento precipitadamente, constato que
estoy desnuda y, en un instante, recuerdo la fiesta de la víspera! Pero después de nuestra
llegada a este palacio, pierdo la memoria. El recuerdo de un beso me vuelve vagamente a la
memoria, pero ¿realmente sucedió o lo soñé? En todo caso, me parece haber escuchado a
Darius desearme buenas noches y estoy segura de que me dormí enseguida.
Decido levantarme. Sobre un sillón, cerca de la cama, fue dispuesta una bata limpia
que me pongo enseguida. La tela es muy suave y huele maravillosamente bien.
Todo es suntuoso: el precioso mobiliario, el equipamiento high-tech, la decoración
refinada, las flores frescas… y la vista es fenomenal. Asombrada, me quedo inmóvil,
admirando el techo de los inmuebles haussmanianos, los parques de los alrededores, las
vitrinas de las tiendas chics y la muchedumbre que se apura, allá abajo.
¿La muchedumbre? ¿Pero qué hora es?
Febril, busco mis cosas y las encuentro en el inmenso baño. Puestas sobre una silla,
se encuentran mi vestido y mi cartera, pero también mi ropa interior. Me ruborizo. Todo fue
lavado, planchado y cuidadosamente doblado. No recuerdo en absoluto el haberme
desvestido.
¿Pero entonces quién…?
Molesta, saco esta pregunta de mi espíritu. Saco mi teléfono de la cartera: es casi
mediodía. Alrededor de mí, la decoración es sobria, pero las instalaciones son simplemente
alucinantes. Mármol negro, grandes espejos y ropa de baño de un blanco inmaculado. La
ducha, que parece haber sido hecha para recibir al menos a tres personas, posee unos
comandos dignos de una nave espacial: es posible recibir varios tipos de masajes, existe
igualmente una función sauna… Pero lo que no tiene comparación es la tina gigantesca,
provista de unas llaves cuyo color parece ser el del oro. Sobre uno de los largos rebordes,
veo una pila de toallas, así como una pequeña hoja con un mensaje escrito a mano. Curiosa,
lo tomo.
Encontrará ropa un poco más casual , en la entrada de mi suite. Concédame el
placer de acompañarme para el brunch en el restaurante del hotel. D.W.
¡Un brunch con Darius Winthrope!
Emocionada y un poco ansiosa, termino de extasiarme en el lujo que me rodea y me
meto en la ducha.
Algunos minutos más tarde, descubro un carrito sobre el cual está colgado un
vestido del mismo azul que mis ojos, tallado en un jersey de una calidad increíble. Me lo
pongo y constato que el corte es impecable. Mi cintura es subrayada, el escote hace resaltar
mi pecho sin ostentación y la caída de la tela es fantástica. ¡Hay incluso unos zapatos que
combinan! Me siento otra mujer. Por debajo del carrito, observo un bolso de lujo, sobre el
que está colgado otro mensaje en el que me indica que está a mi disposición para llevar mi
ropa personal.
Impaciente por encontrarme con Darius Winthrope, me ato los cabellos
rápidamente, meto mis cosas en ese sublime bolso y bajo al restaurante.
Un maître d’hôtel me guía hasta su mesa. Atravieso la sala, impresionada por el
decorado, pero sin sentirme demasiado incómoda gracias a mi vestimenta completamente
adecuada.
Darius Winthrope, vestido con un traje y una camisa oscura inmensamente sexy,
trabaja con una Tablet de última generación, cuyo modelo desconozco. A mi llegada, se
levanta y su sonrisa parece iluminar toda la pieza.
- Señorita Coutelier. ¡Está usted esplendorosa!
- Es gracias a este vestido. Le ofrezco mis disculpas por anoche.
- No se disculpe. ¿Durmió bien?
- Sí. Gracias otra vez.
- Debe tener hambre.
Me hace sentar a su lado. Apenas instalada, nos sirven un copioso brunch.
- ¿Usted también durmió aquí? pregunto tímidamente.
- Vivo aquí. La suite en la que se quedó me la reservan por año.
- ¿Tomé su recámara?
- No tiene que disculparse, le digo. Créame, no vi ningún inconveniente en saberla
en mi cama. ¿Prefiere café o té?
Sus palabras resuenan extrañamente en mis oídos y debo sacudirme mentalmente
para responderle.
- Café, gracias.
La cafeína no estará de más para conservar mi lucidez ya que, de nuevo, siento que
caigo en la influencia de sus ojos y tengo que hacer la pregunta que me quema los labios:
- Cuando me desperté, estaba…
Me mira un poco inquieto.
- ¿Se sentía mal?
- ¡No, no, no es eso! Yo estaba… Bueno, no tenía nada sobre mí.
Parece aliviado. Su mirada se hace caramelo, dulce y quemante al mismo tiempo.
- Usted se quedó dormida de golpe y, a decir verdad, tuve que actuar en el
momento. No quería que pasara una mala noche con su indumentaria, ni que una mucama
la despertara. Espero que perdone mi iniciativa. No he abusado en ningún momento de la
situación, créame señorita Coutelier.
- Le creo.
Sí, le creo. Pero saber que sus ojos se pasearon sobre mi cuerpo desnudo mientras
estaba inconsciente me provoca una tensión completamente inapropiada entre mis piernas.
Siento mis mejillas encenderse. En frente de mí, Darius Winthrope me sonríe.
- Está usted magnífica.
¿Qué? Habla de este momento o de…
La situación es realmente extraña: yo, Juliette Coutelier, almuerzo con Darius
Winthrope en un palacio, ¡después de haber pasado la noche en su cama! Sin él,
desafortunadamente…
El café está delicioso y despierta mi apetito. Tomo un cuernito, luego una copa de
frutas frescas. Todo es suculento.
- Estoy encantado de que haya aceptado acompañarme, ya que me encantaría
proponerle algo.
- ¿Sí?
Intrigada, hago un esfuerzo por no mirar sus manos, cuyos movimientos ágiles me
suben la temperatura.
- Me gustaría conocerla mejor.
¿A qué se refiere?
- No soy un hombre que se contente con sólo un poco, entonces le propongo una
especie de… contrato moral.
- No le entiendo.
¡Es lo menos que podría decir!
Levanta una mano. Mi vientre se enciende.
- Déjeme terminar, ya entenderá. Usted me gusta, pero me gustan las situaciones
claras y soy ferozmente monógamo, así pues sólo acepto relaciones exclusivas. Además,
soy un personaje público y, si mis relaciones no son secretas, espero de la mujer que me
acompañe una discreción absoluta. Absoluta, repite.
Estoy anonadada.
¿Entendí bien lo que acaba de decir?
- Por otra parte, mis responsabilidades me obligan a viajar constantemente, usted
tendría que pensar en ese parámetro. Sin una cierta disponibilidad de su parte, nada sería
posible.
Me quedo silenciosa.
- ¿No responde nada?
- ¿Usted me está proponiendo lo que creo que me está proponiendo? Logro al fin
articular.
Se muerde los labios, conteniendo una risa.
- ¿Y qué cree usted que le estoy proponiendo?
- Una… ¿relación?
- Así es. Pero tener una relación conmigo tiene ciertas implicaciones y prefiero ser
completamente honesto con usted. Tendría que viajar por todo el mundo, participar en
ciertas reuniones mundanas. Pero no tema, le regalaré ropa y accesorios apropiados para
cada ocasión.
Inconscientemente, acaricio la tela de mi vestido.
- En otros términos, eso significa que usted escogerá como tengo que vestirme en
público, ¿es así?
- ¿No le gustó la ropa que escogí para usted esta mañana?
- No es la cuestión…
Es verdad que es agradable, evidentemente. ¡Pero de cualquier forma…!
- ¿No le gustaría que le llevara a su domicilio un guardarropa entero? ¿No le
gustaría saber que usted será una de las mujeres más elegantes en cada evento al que
iríamos?
- Pero…
- Yo sabría cómo sublimar su figura, téngame confianza, agrega con la voz
cambiada.
Esta alusión al hecho de que ya me ha visto desnuda me perturba, pero su propuesta
me aterra.
- Señor Winthrope… lo siento, pero… nos conocemos apenas, y no estoy segura de
poder… ni siquiera de querer…
Deja de sonreír y, tiernamente, toma mi mano. Su mirada de miel hace vacilar mi
voluntad.
- Sé que todo esto es inhabitual, sin embargo me gustaría que lo pensara. Me
gustaría sinceramente que pudiéramos conocernos mejor y, a causa de mi situación, tengo
que tomar ciertas precauciones. Créame, estoy afligido por comenzar con consideraciones
tan poco sensibles. Siento que hay algo muy fuerte entre nosotros y sólo espero que nos dé
una oportunidad.
Aprieta mi mano en la suya. Percibo que por muy curioso que pueda parecer, este
hombre parece realmente querer una relación conmigo, pero la perspectiva de someterme
de esa manera a su voluntad me perturba.
- Acepto pensarlo, pero no le prometo nada.
- Eso ya es mucho.
Se prepara para agregar algo más cuando sus ojos se levantan hacia una alta mujer
rubia en traje sastre oscuro que avanza hacia nosotros. Es una cuarentona elegante, bonita,
aunque un poco estricta con su chongo apretado. Me saluda con un gesto de la cabeza. Le
sonrío, a pesar de mis celos al verla inclinarse sobre Darius Winthrope para hablarle al
oído. Él se levanta.
- Tengo que ir a arreglar un asunto urgente. Pénélope la llevara en el momento en el
que lo desee. Piense en mi propuesta, la buscaré en cuanto me sea posible.
¡Y me deja plantada aquí! Sorprendida, lo miro alejarse suavemente.
Es realmente guapo.
- ¿Puedo ayudarla en algo, señorita? Me pregunta la mujer del traje sastre.
Su sonrisa benévola disuelve inmediatamente mi hostilidad.
- Sí, gracias, creo que quiero regresar a mi casa.
- Le llamo inmediatamente al chofer.
Algunos minutos más tarde, estoy de nuevo en un sedán, conducida por el mismo
chofer del día anterior. En mi cabeza, vuelvo a repasar la conversación que acabo de tener
con Darius Winthrope, todavía estupefacta por su increíble propuesta. Al llegar a la entrada
de mi edificio, me entrego a lo evidente: soy incapaz de tomar una decisión por el
momento. Utilizaré entonces mi estrategia habitual y olvidar todo esto atiborrándome de
trabajo. Tendré tal vez las ideas más claras después. Regresaré entonces a Roland-Garros
para redactar mi artículo sobre los entretelones del torneo, después regresaré a trabajar
sobre el tema que me gustaría proponer a la más prestigiosa revista femenina de Winthrope
Press, Shooting.
A media tarde, acabé todo lo que tenía que hacer y, una vez mi computadora
apagada, decido llamar a Charlotte. Tengo cosas que contarle. Con el primer timbrazo de su
teléfono, ella responde.
- ¡Te tardaste mucho! Entonces, ¡¿qué pasó en tu fiesta?!
- Nadie me puso una charola entre las manos pidiéndome que sirviera los canapés,
así que imagino que tenía la apariencia de una invitada.
- ¡Cómo eres tonta, claro que parecías una invitada! ¡Hablaste con tu anfitrión?
- Sí, sí.
Afortunadamente mi mejor amiga no puede verme, ya que siento mi rostro
encenderse en unos segundos.
- «¿Sí, sí? » repite suspicaz.
- Si, hablamos. Momentos después, Cyprien, ya sabes, el periodista, había bebido y
me manoseó. Entonces Darius Winthrope lo sacó dela fiesta y nos bebimos una copa.
- ¡¿No?! ¡Eso es mucho de tu caballero en armadura dorada! ¿Se besaron?
La siento emocionada del otro lado de la línea. A pesar de la confianza absoluta que
le tengo en mi amiga, mi instinto me impide repentinamente contarle el fin de la velada, y
sobre todo la propuesta del contrato. Por el momento, es un secreto que nos une, a él y a mí,
y que no quiero compartir con nadie más.
- Yo estaba un poco alterada, de momento… ¡hizo que me llevaran a mi casa! Se
comportó como un perfecto caballero, agregué enseguida, sabiendo que Charlotte puede
portarse muy protectora conmigo.
- Bien, ¿y van a volverse a ver?
- Creo que sí.
- ¡Eso es genial! Además, ¡no es cualquier persona!
Oh no, no es cualquier persona…
- ¡Ya era tiempo de que sacaras la cabeza de tu computadora un poco para
interesarte en un tipo guapo!
Ella continúa en el mismo tono durante varios minutos, antes de pasar a sus últimas
conquistas amorosas. Mis ojos se detienen en el bolso que contiene la ropa que llevaba
puesta ayer. Y mientras escucho distraídamente a Charlotte, no puedo evitar hacerme una
pregunta: ¿debo aceptar ese contrato?
5. Negociaciones
Vestida con unos jeans, con una blusa rosa y zapatillas beige, llego a la casa matriz
de Winthrope Press para asistir a la reunión de redacción de la revista femenina. Mi noche
fue agitada, no paré de pensar en todo lo que me pasó desde hace algunos días, en el
contrato que me propone este hombre cuya sonrisa más pequeña me provoca lanzarme a sus
pies.
Sé que me prometió que no me volvería a cruzar con Cyprien Ridon, pero al entrar
al edificio, la angustia me oprime con la idea de poderme topar de frente con ese tipejo. Me
dirijo hacia el elevador para ir al quinto piso. Cuando se detiene, mi corazón se acelera
mientras se abren sus puertas. Dos secretarias de redacción que conozco un poco entran.
Suspiro aliviada, pero su conversación atrae repentinamente mi atención.
- ¡Sin embargo, debió haber pasado algo turbio para que Cyprien fuera enviado a
Madrid de un día para otro!
- Pasar de VirGo a la redacción de un semanal deportivo local español, no es lo que
yo llamaría una promoción.
- Sobre todo porque el redactor en jefe no quiso decir nada, está en busca de un
remplazo…
- En todo caso, te voy a decir, yo no lo lamentaría.
- ¡Me sorprendes!
Darius Winthrope no había mentido: no volvería a cruzarme con Cyprien. Me siento
aliviada y, al mismo tiempo, experimento una clase de vértigo al saber que sólo necesitó un
día para obtener lo que quería.
Llego al quinto piso. Paso a la máquina de café antes de entrar a la sala de
reuniones. Voy a necesitar de toda mi determinación para obtener la paga que codicio y
tengo que estar concentrada.
Dos horas más tarde, salgo victoriosa: ¡convencí a la redactora en jefe! Tengo su
aval para mi serie de semblanzas de actrices jóvenes todavía poco conocidas. Pienso
haberla persuadido de que varias de ellas son las estrellas de mañana. Y lo creo. De entre
esas jóvenes actrices se encuentra por supuesto mi Charlotte y hay que estar ciego para no
ver que es sólo una cuestión de tiempo antes de que se vuelva famosa.
Mi teléfono vibra. Al dirigirme a la salida del edificio, leo rápidamente el mensaje
de texto que acabo de recibir, esperando confusamente un mensaje de Darius Winthrope.
[¡Hola! ¿Estarás libre para el almuerzo? Charlotte me dijo dónde encontrarte, pero
los gorilas de la entrada me prohíben el paso.]
¡Adam!
¡Mi madre tenía razón, mi amigo de la infancia acaba de llegar! Mi corazón se
acelera. Adam es como un hermano para mí, incluso si, hoy, su vida es tan aventurera como
la mía razonable. Con veintiséis años, ya atravesó toda Asia y se consagra después de eso a
viajar por el continente americano. Por sus últimas noticias, supe que era obrero agrícola en
México. No lo he visto desde hace un año y medio y por eso corro a su encuentro.
¡Para variar, tendré cosas sorprendentes que contarle!
Es él, no hay duda: cabellos largos, vueltos rubios bajo el sol, tez bronceada, su
eterna mochila a sus pies, es fiel a sí mismo. Guapo como un astro y vestido como un típico
pendenciero, incluso en pleno París. Camisa tejida, sin duda sacada de un mercado
artesanal exótico, pantalón remendado, zapatos de andarín… ¡Nos lanzamos a nuestros
brazos, riendo como unos niños!
Me da grandes besos en las mejillas, yo hago lo mismo. Imposible separarnos.
¡Estoy tan contenta por volver a verlo!
De repente, retrocede, me toma las manos y me observa con sus ojos risueños.
- ¡Sabes que ya pareces una adulta así!
- Detente…
Sin saber porqué, algo me hace lanzar una mirada de lado y, repentinamente
turbada, veo a Darius Winthrope que baja de su limusina, llevando con gran clase un traje
de un corte impecable.
¡Cada vez que lo veo, me parece aún más guapo!
Mis manos continúan en las de Adam, hago un movimiento de duda.
¿Debo ir a hablarle? O ¿tengo que dejarlo dar el primer paso?
En el momento exacto en que estoy a punto de pedirle a Adam que me espere,
Darius Winthrope voltea la cabeza y nos ve.
Su rostro se congela inmediatamente. Con una mirada dura, ve a Adam, luego a mí,
luego a nuestras manos que continúan juntas. Como si hiciese algo malo, suelto las manos
de Adam. Sin darme el tiempo de explicarle lo que pasa, doy algunos pasos en dirección de
Darius Winthrope, pero éste, voltea su mirada y, sin prestarme ninguna atención,
desaparece en el edificio del grupo.
Estupefacta, no sé cómo reaccionar. Dudo en si perseguirlo, pero su desdén me ha
cortado las piernas.
- Juliette, ¿estás bien?
¡Adam… el pobre, viene únicamente a verme y yo lo olvido en un puñado de
segundos! Soy una amiga de infancia deplorable.
- Eh, ¡sí, sí!
- ¿Qué pasa?
Siento de nuevo mi teléfono vibrar. Un número desconocido que me envía un
mensaje de texto.
[Entiendo mejor sus dudas con respecto al contrato moral. D.W.]
Noto que se ha tomado la pena de conseguir mi número de teléfono sin que yo se lo
haya dado, pero el tenor de su mensaje me consterna. Escribo en mi teléfono
frenéticamente:
[Es un amigo de infancia, nada más.]
Casi enseguida, una respuesta me llega:
[¿No puede ser más original?]
¡No tengo nada que reprocharme, es injusto! ¿Por quién me toma?
[Lo lamento, mi vida no es muy original.]
- ¿Juliette?
¡Adam!
- Espera, tengo que arreglar esto y enseguida iremos a almorzar, ¿de acuerdo?
- ¿Qué es lo que pasa?
- Te lo explicaré. Dame sólo un minuto.
Adam se alza de hombros y se aleja, pero distingo que está inquieto. Dudo en si
llamar directamente a Darius Winthrope cuando mi teléfono vibra de nuevo.
[Parecen ser muy cercanos…]
Esta vez ha ido demasiado lejos, estoy furiosa y decido ya no justificarme. Después
de todo, ¡no tengo nada que reprocharme!
[Sí lo somos. Nos entendemos y nos tenemos confianza. Pero comprendo que eso
sea algo que usted no comprenda.]
¡Paf!
Pero al instante de haber enviado mi mensaje, la angustia me corroe. ¿Y si yo fui
demasiado lejos? ¿Si ya no me responde?
Piedad, que me responda…
Los segundos se escurren y miro obstinadamente mi teléfono, que se niega a vibrar.
No me atrevo a voltear hacia Adam. Espero. Cuando, por fin, veo la pantalla que anuncia
un nuevo mensaje, respiro de nuevo.
[Estoy disponible al inicio de la tarde. Ajustemos cuentas rápidamente.]
¿Ajustemos cuentas rápidamente? ¿Soy un negocio que concluir o qué?
Pero qué importa cómo lo dijo, me siento aliviada y acepto «ajustar cuentas».
[Muy bien. ¿Dónde lo veré?]
[Enviaré un auto a buscarla.]
No puedo evitar sacudir la cabeza. Enviarme un auto implica que le diga en dónde
estaré con Adam. Decido hacerlo marinar un poco.
[Le enviaré la dirección en una hora.]
Y apago mi teléfono. Aliviada y no poco orgullosa de mí, voy a tomar el brazo de
Adam, quien entonces me pregunta:
- ¿Algún problema?
- No, no te preocupes. ¿Te gustaría una verdadera comida parisina?
- ¿Un croque-monsieur con una cerveza fría?
- No, ¡sushis y té verde!
No tengo ganas de hablar de Darius Winthrope con Adam por el momento…
También, le pido que me cuente sus últimas aventuras y como son muchas, se toma todo el
tiempo de la comida para llegar a su fin. Como siempre, estoy fascinada por sus aventuras
diarias y su manera de ver la vida.
Cuando vuelvo a encender mi teléfono para enviarle la dirección del restaurante a
Darius Winthrope veo que no respondió a mi último mensaje.
- Es un hombre, ¿verdad?
Adam es casi cómico con su aire de desaprobación.
- Sí, papá.
- ¿Es con él con quien te enviabas mensajes hace rato? me pregunta sin hacer caso
de mi burla.
- Sí.
- No parecía ser algo sencillo.
- Sólo un pequeño malentendido, es todo.
- Mmm.
Cuando se trata de hombres, Adam se siente mi padre. Logro eludir el tema hasta
que comprende que el enorme sedán con chofer frente a la fachada del restaurante japonés
está ahí por mí.
- ¿Y quién es, ese tipo?
Sin pensarlo respondo:
- Es una buena persona.
- En serio, ¿un sedán con chofer?
Adam escruta el vehículo. Por mi parte, sé que una discusión complicada me espera,
pero al mismo tiempo, estoy locamente impaciente por encontrarme con este hombre
sublime, también, despacho vergonzosamente a mi mejor amigo.
- ¿Qué? Es práctico. Vamos, te llamo después y hacemos una cena con Charlotte,
¿está bien?
- Bien, llámame. ¡Y cuídate mucho!
- ¡Claro que sí! Es muy bueno volver a verte. ¡Nos vemos!
Nos abrazamos como los amigos que somos y me introduzco en el auto. Ahora que
ya vi cómo se puso celoso, entiendo mejor las razones de su «contrato moral». Durante el
trayecto, trato de preparar lo que voy a decirle, luego decido improvisar cuando sea el
momento. Tengo la impresión de vivir una vida que no es la mía desde hace dos días.
Al abrirme la portezuela, el chofer me anuncia que el «señor Winthrope me espera
en su suite».
Atravesar el vestíbulo del palacio me procura sensaciones curiosas: conozco ya los
lugares, pero hoy, mi vestimenta me produce el efecto de una señal enviada al resto del
mundo para denunciar la incongruencia de mi presencia. Tengo la impresión de que todo el
mundo me mira con desaprobación. Cuando Darius Winthrope me abre su puerta, me
refugio en su casa sin dudar. Un poco desconcertado, alza las cejas y trata de disimular una
sonrisa.
- ¿Alguien la sigue?
Me siento una idiota, pero después de nuestro intercambio de mensajes rabiosos, me
siento aliviada al ver que puedo hacerlo sonreír, aunque sea a mis expensas. No todo está
perdido. Pero necesito hacerle comprender que sus sospechas me hirieron.
- Es sólo que no me siento muy cómoda en el vestíbulo.
- Y aquí, ¿se siente usted mejor?
Pienso en esa cama en donde dormimos él y yo sin poder evitar pensar en lo que
pasaría si lo hiciéramos al mismo tiempo.
¡Juliette! ¡No es el momento!
Tomo mi valor con las dos manos:
- Usted me había dicho que podía tomarme el tiempo para reflexionar sobre ese…
contrato y hoy, ¡usted se comportó como si yo lo traicionara!
Mi voz se fue hacia los agudos. Le lanzo una mirada inquieta. Él me escucha,
imperturbable.
- Prosiga.
- Su reacción fue injusta. ¡Solamente me encontré con un amigo de la infancia que
no había visto desde hace más de un año! Si acepto ese contrato del cual usted me habló,
¿quién me dice que las cosas serán diferentes? ¿Quién me dice que no dudará de mí por
cualquier cosa?
- Es justamente el interés de ese contrato: evitar los malos entendidos.
- ¿Y el resto? Usted tiene que viajar frecuentemente, y usted quiere que yo esté
disponible, ¿pero cómo podré partir de un día para otro si estoy trabajando en un artículo?
¿O ir a una junta de redacción? Y usted habla de eventos públicos, ¡pero no sabré cómo
comportarme ni conoceré a nadie! ¡Todo el mundo sabrá que yo sólo estoy ahí para
acompañarlo! ¿Cómo puedo aceptar todas esas condiciones? Eso puede hacerse
seguramente en su mundo, pero en el mío…
Darius Winthrope me deja hablar, sus ojos rojizos directos sobre mí. Sin que pueda
hacer nada, el pánico se apodera de mí. Hasta que lo formulo, no me había dado cuenta de
lo aterradoras que son todas esas condiciones, porque me muero de ganas de decirle que
«sí» a este hombre, pero lo que me propone está tan alejado de mi realidad que todo me
parece imposible entre él y yo.
Como si sintiera mi desasosiego, me toma por la mano y me hace sentarme sobre la
cama.
Me siento totalmente perdida, por un lado, un deseo que no sé controlar y por el
otro, la certeza de que no podría estar nunca a la altura de sus expectativas.
- Me doy cuenta de que le pido tal vez mucho de un solo golpe.
¿Eh?
Darius Winthrope me mira, soñador. Como maquinalmente, su pulgar acaricia la
palma de mi mano, procurándome una sensación eléctrica que poco a poco inflama mi
cuerpo.
- ¿Y si me deja mostrarle lo que podría ser su vida si usted aceptara ese contrato?
- Usted quiere decir… ¿Como una clase de período de prueba?
Sus ojos chispean como la champaña.
¡Dios, cómo es bello!
No puedo evitar mirarlo. Nunca me había codeado con un hombre tan seductor. La
sombra de una sonrisa resalta sus labios sensuales cuando me mira de soslayo, con un aire
completamente sexy:
- Pruébeme.
Es insoportable.
Su voz baja una octava y hace vibrar todas las fibras de mi cuerpo.
- Señor Winthrope…
- Darius.
- Darius… De acuerdo.
- ¿Y con qué está de acuerdo?
- Con… probarlo.
Pronunciar esas palabras me trastorna. El color de su iris cambia y su ámbar se
vuelve más oscuro.
- Juliette.
¡Me atrae hacia él y me besa por fin! Primero dulce y tierno, nuestros besos se
hacen más intensos.
Lentamente, Darius se arrodilla frente a mí. Besa mis manos, una después de la otra
y las guía hacia el primer botón de su camisa. Yo lo miro, incierta, pero cierra los ojos y se
queda inmóvil. Dócil, desabrocho uno a uno los botones, descubriendo un torso musculoso
sin excesos y un vientre plano, sublime, que no puedo evitar acariciar. La respiración de
Darius se acelera y cuando levanto la cabeza, está mirándome. Creo entender que él teme
apresurarme, lo que me tranquiliza enormemente.
Como si comprendiera lo que espero, me besa de nuevo, acaricia mis labios con su
lengua, luego la desliza en mi boca. Gimo. Nunca había sentido tales sensaciones, y cuando
pone sus manos en mis muslos, me estremezco. Me mira, y como para responder a una
pregunta que nunca ha hecho, asiento. ¡Tengo muchas ganas de que haga, lo que quiera
hacer conmigo!
Entonces, lentamente, retira mi saco, luego mi blusa. Me besa de nuevo. Mi cerebro
está en ebullición. Paso mis brazos alrededor de sus hombros y acaricio su nuca, sus
cabellos, de una suavidad increíble. Me parece que la punta de mis dedos se ha vuelto
hipersensible.
Cuando retrocede, ya desabrochó mi sostén sin que me percatara. Siempre atento a
mis reacciones, hace deslizar los tirantes a lo largo de mis brazos, me besa el cuello, luego
lo lame con pequeños movimientos de su lengua. Sintiendo cosquillas y excitación al
mismo tiempo, río ahogadamente. Siento que sonríe mientras oprime su torso desnudo
contra mi pecho. En el momento en el que la punta endurecida de mis senos entra en
contacto con sus pectorales, emite un ligero gruñido sin dejar de inclinarse sobre mí,
obligando a recostarme sobre mi espalda. El calor de su piel sobre mis senos me enloquece,
quisiera retenerlo contra mí, apretujarme contra él y no dejarlo ir nunca. Pero si me deja
apretarme algunos segundos contra su cuerpo, se aleja enseguida para pasear de nuevo su
lengua sobre mi piel, haciendo nacer un escalofrío que dirige sin piedad hacia mis senos.
Con dulzura y habilidad, me quita mis jeans y mis zapatillas para dejarme
únicamente mis bragas de algodón blanco. Su mirada dorada se pasea sobre mi cuerpo,
como maravillada por lo que descubre. Toma mi cintura con sus dos manos, haciendo
enseguida estremeceré mi vientre, luego baja sobre mis caderas y al fin, lentamente, separa
mis muslos. No lo resisto. Cierro los ojos, un poco incómoda de que esté de esta forma
arrodillado entre mis piernas. Con cuidado, desliza un dedo bajo la tela fina y comienza a
acariciarme. Su contacto es tan suave que podría no saber que se encuentra allí, pero mi
sexo reacciona enseguida, se licúa, se hace acogedor.
¿Es un mago? Podría tener un orgasmo solo así…
Escondo mi rostro en mis antebrazos. Deja de acariciarme y sube para tomar mis
pezones entre sus labios. Se pone a mordisquearlos, procurándome un placer al límite del
dolor. Mis senos nunca habían estado tan duros. Toma luego mis muñecas y descubre mi
rostro, para luego bajar de nuevo a mi pecho extendido y da unos lengüetazos sobre cada
uno de mis pezones, haciéndome gemir rítmicamente.
Repentinamente, se pone a chupar la punta de mis senos. Como por reflejo, me
arqueo violentamente. Desliza entonces una mano en el hueco de mi espalda y, mientras
continúa chupándome los senos ya al borde de la explosión, baja al fin mis bragas a lo largo
de mis piernas. El sólo contacto del aire me arranca un grito.
Estoy al borde de la combustión espontánea y cuando regresa entre mis piernas, ya
no cubro mi rostro, agarro con mis manos la sábana sobre la que estoy acostada, adivinando
lo que me espera y que de tanto desearlo lo temo. Tengo miedo de que no le guste… de que
no me ame.
Sin darme cuenta, cierro mis muslos. Siento sus manos cálidas ponerse sobre ellos e
indicarme con una simple presión lo que quiere que haga. Obedezco.
Siento su aliento sobre mí, luego su boca contra mi sexo, que besa como había ya
besado mi cuello, mis senos… Se aleja para mordisquear suavemente el interior de mis
muslos, ahí en donde la piel es más suave y más fina. Durante ese tiempo, sus manos ya
tomaron posesión de mis piernas y las abren completamente. Me parece que me quemo por
dentro. Mis senos se estremecen cada vez que sus dientes se acercan a mi piel.
Siento sus manos envolver mis rodillas y bajar por mis pantorrillas para aprisionar
firmemente mis tobillos.
Ya no puedo más, y aunque no me esté tocando gimo, suplicante. Conservo mis
ojos cerrados, pero siento su mirada sobre mí. Tengo las manos por encima de mi cabeza,
crispadas sobre la tela, las piernas separadas y los tobillos inmovilizados.
De repente, me enciendo. Su lengua recorre mi sexo lentamente, lo descubre, lo
visita… No puedo contener mis gritos. La presión en mis tobillos se hace más fuerte,
impidiéndome escapar a su voluntad.
Su caricia encendida me hace tomar consciencia del poder del placer que una mujer
puede sentir. Siento mi clítoris irradiar todo mi cuerpo, de la punta de mi cabeza hasta los
dedos de mis pies, pasando por mis nalgas, mis senos, mi vientre que se ahueca, mi espalda
que se arquea.
Él acelera, su caricia se hace más precisa, más firme, luego, haciéndome gemir por
la frustración, desacelera de nuevo, se pierde.
El placer se ancla en mí, parece sumergirse hasta las profundidades de mi cuerpo
para ir a despertar las más minúsculas terminaciones nerviosas. Mi voz se hace más ronca.
Tengo la impresión de flotar. Atravieso París con una sonrisa en los labios y tengo
ganas de cantar todo el tiempo. Ayer, hice el amor con el hombre más bello del mundo,
creo haber vivido uno de los momentos más bellos de mi vida y una parte de mí tiene ganas
de que todo el mundo lo sepa. Pero el hombre en cuestión es del tipo discreto y debo
guardar para mí la increíble experiencia que me hizo vivir y que me provoca todavía
temblar de excitación. Me hubiera podido quedar en sus brazos hasta el fin de los tiempos
después de mi tercer orgasmo, pero sus ocupaciones de hombre de negocios lo llevaron
desafortunadamente al exterior.
Vuelvo a verlo en la memoria, torso desnudo, una camisa en la mano, proponerme
vernos de nuevo la noche siguiente.
¡Esta noche!
¡No puedo creer que tenga ganas de volver a verme tan pronto! ¡Es tan sexy! Se fue
después de darme un beso y decirme que podía quedarme todo el tiempo que quisiera, y
confieso que la idea de quedarme ahí para siempre me cruzó por la cabeza.
Respirar su aroma y recostarme en la huella aún tibia de su cuerpo…
Pero después de su partida, mi consciencia profesional tomo el control y regresé a
mi casa, razonablemente, para ponerme en contacto con las jóvenes actrices que debo
entrevistar pronto. No pude acordar más que dos entrevistas, pero recibí la llamada de la
asistente de Ingrid Eisenberg, quien me informaba que ésta quería verme. ¡A pesar de todos
mis intentos, no pude sacarle a la asistente la razón por la cual la responsable editorial de
Winthrope Press deseaba entrevistarse conmigo! De cualquier forma, cuando Ingrid
Eisenberg le pide a uno que vaya a su oficina, hay que ir.
Y heme aquí, muy temprano en la mañana, a punto de llegar al seno del grupo de
prensa.
Mi pequeña nube flota tan alto en el cielo que no me he preocupado por nada hasta
este momento, pero estando en el elevador, la realidad me alcanza y empiezo a preguntarme
seriamente. ¿Para qué me quiere ver?
La asistente de Ingrid Eisenberg, una pequeña mujer sin edad, cabello rubio bien
cortado y un conjunto gris rata, levanta la cabeza cuando franqueo la puerta de su oficina y
me sonríe profesionalmente.
- ¿Juliette Coutelier?
- Sí, buenos días.
- Buenos días. Un minuto, por favor.
Anuncia mi llegada y me pide entrar a la gran sala de espera, donde se encuentra la
responsable editorial. Sentada detrás de un gigantesco escritorio de diseñador hecho de
vidrio y de metal oscuros, está de nuevo vestida con su uniforme profesional: traje sastre
elegante, pero estricto, collar grueso de diseñador y anteojos grandes que pone sobre su
cabeza cada vez que no necesita leer.
La saludo y me siento sobre la silla que me señala con la mano. Intimidada, espero
que la entrevista comience. Ingrid Eisenberg lanza una mirada a su computadora ultra
moderna.
- Señorita Coutelier, la redactora en jefe de nuestra revista femenina Shooting , me
informa que usted le había propuesto una serie de entrevistas a jóvenes actrices. ¿Ya
empezó a trabajar en ese artículo?
- Eh… sí, señora.
¿A dónde quiere llegar?
Ingrid Eisenberg está tan distante que no puedo saber lo que me espera.
A ella le gustó tu entrevista con Ian Christiansen, cálmate Juliette.
- Lástima.
¡¿Qué?! ¡Va a rechazar mi artículo!
- Tendrá que entregarlo más tarde. Un puesto se libera en el seno de la redacción de
Shooting, me gustaría proponérselo y, si acepta, tendrá que encargarse de los proyectos en
curso.
Estoy boquiabierta. Ingrid Eisenberg me mira, esperando visiblemente una reacción
de mi parte.
- ¿Un puesto?
- ¡Sí, un puesto! Responde impaciente. Estaría usted encargada de entrevistar a las
celebridades con quien las citas ya están agendadas. Si llega a entregar un trabajo de la
misma calidad que el de Ian Christiansen, consideraría incluso confiarle una sección entera.
¿Está interesada?
¿Podría tener una sección? ¡En la más glamorosa de las revistas femeninas! ¡No
puedo creerlo!
- ¡Por supuesto!
- Perfecto. Vaya entonces con mi asistente que va a hacerle firmar su contrato. Ella
le dará también la lista de las personalidades cuya entrevista ya está prevista, así como una
lista de contactos. Puede retirarse, me despacha sin otra forma de proceso, volteándose
hacia la pantalla de su computadora.
- Gracias, señora. Adiós, señora.
Como una sonámbula, sin caer demasiado en cuenta de lo que me pasa, regreso con
su asistente, que me da efectivamente un contrato y una cartera que debe contener todo el
resto. Mientras leo atentamente las condiciones en las que está previsto que realice mi
trabajo desde ahora, ella me informa que, a partir de mañana, tengo que entrevistar a una
actriz en gira promocional. Todo va demasiado rápido. Tengo que concentrarme para
terminar mi lectura, luego firmo el contrato, tomo la cartera y me despido apenas de la
asistente de Ingrid Eisenberg antes de salir de la oficina, aturdida. Por supuesto, lo que me
pasa es maravilloso, pero…
¿De la noche a la mañana, paso de periodista a destajo a miembro de la redacción
de esta revista de ensueño? ¿Y coincidentemente, justo después de haberme acostado con
Darius Winthrope?
Mi mente une los dos eventos. Es una coincidencia demasiado extraña como para
que la ignore.
¡Pero claro, es lógico! ¡Es él quien le pidió que me contratara! Fue muy capaz de
mandar a Cyprien fuera de Francia para castigarlo, ¿por qué no me recompensaría por
haberme acostado con él?
Me siento humillada y estúpida por haber creído que podría interesarse en mí por lo
que soy.
De hecho, sólo soy un capricho entre muchos más, que se permitió para pasar el
tiempo. Y para agradecérmelo, me ofrece un puesto de periodista. ¡Forzosamente, debe
esperar que una vez promovida, le estaré muy agradecida y estaré aún más disponible para
él! ¡¿Pero por quién me toma?! Y yo que lo creía un caballero, ¡pero qué zoquete!
Furiosa, decido ir a entregarle el fondo de mi pensamiento y me meto al elevador,
apretando el botón del último piso con brusquedad.
¡Y el día en que se canse de verme, ¿me hará mudar al otro lado del planeta?!
Estoy casi ebria por la rabia cuando salgo del elevador, reconociendo apenas a la
mujer alta que ya había visto en el hotel, pasando sin detenerme frente al escritorio de la
recepcionista.
- ¿Señorita? ¡Señorita! ¿A dónde va?
Ignoro las llamadas desesperadas de la recepcionista y me precipito sobre la puerta
doble sobre la que está escrito «Darius Winthrope, Presidente», en el fondo del pasillo.
Entro sin llamar a la puerta y me encuentro frente a él, en plena discusión con un hombre
asiático. La pieza es impresionante, increíblemente pulcra, inmensa y casi enteramente de
vidrio.
- ¿Así que usted cree que puede comprar todo?
Primero, Darius Winthrope está visiblemente atónito por verme llegar así, pero veo
en un instante la cólera invadir su cara perfecta. Se levanta, rodea su imponente escritorio
bajo la mirada inquisitiva de su interlocutor y viene hacia mí.
Incluso furioso, es tan sexy. Mi espíritu bromista me envía flashes de nuestros
momentos íntimos: sus manos en mi vientre, sus caderas entre las mías…
¡Alto!
Me toma por el brazo y me dirige firmemente a la salida.
- Ignoro que mosca le picó, señorita Coutelier, pero el señor Aikawa es un cliente
muy importante y estamos en una cita, vaya a tener su crisis en otra parte.
En un segundo, me ha sacado por la puerta.
¡Súper! ¡Comprada y despachada en el mismo día!
- Señorita…
Otra vez esta mujer. Esta vez, su sonrisa no tiene ninguna dulzura, sigue cortés, pero
el tono de su voz es glacial. No lo dudo ni un segundo.
- No se preocupe, ya me voy.
Abandono el lugar, no sin antes azotar violentamente la puerta. Decido regresar a
mi casa caminando para calmarme y aclarar mis ideas. Atravieso todo el edificio con un
paso forzado, recogiendo a mi paso algunas miradas sorprendidas. Yo tan discreta
habitualmente, debo parecer una loca, mis mejillas están encendidas, tengo ganas de llorar
y de gritar al mismo tiempo. Me siento traicionada, humillada y… terriblemente triste con
la idea de haberme creído todo esto.
¡Cómo soy estúpida! ¡Ya parece que un hombre como él podría fijarse en una
pequeña periodista como yo! ¡Cómo se habrá burlado de mí con esta historia del
compromiso!
Saco de mi cabeza sin piedad todos los recuerdos que vuelven como puñaladas. Su
belleza asombrosa en Roland-Garros, su solicitud adorable, su porte en esmoquin, su
sensualidad y su fuerza varonil, su deferencia, su habilidad para darme placer…
¡Es suficiente! ¡Deja ya de lastimarte! ¡Ilusiones y mentiras, nada más! ¡Quiso
pagarte por «eso»!
Estoy corriendo casi, mordiéndome los labios para evitar hablar en voz alta en la
calle cuando, repentinamente, un sedán oscuro se detiene a mi altura. El vidrio polarizado
baja y Darius Winthrope me lanza, con una voz que no tolera ninguna discusión:
- ¡Déjese de niñerías y suba inmediatamente!
No tengo el tiempo para preparar una respuesta ya que su chofer me está abriendo la
portezuela. Entro. Nos quedamos solos en el habitáculo.
Noto que Darius Winthrope no tuvo tiempo para ponerse su saco, su camisa
ajustada deja adivinar sus pectorales sublimes, pero cuando me cruzo con su mirada, las
ganas de encogerme en el asiento me invaden.
Está realmente enojado.
Su mirada ya no es de miel, es de metal, frío y cortante, y hace visiblemente
esfuerzos sobrehumanos para conservar la calma. Me obligo a mantener un rostro
hermético.
¡Después de todo, yo también tengo buenas razones para estar molesta!
- Juliette, ¿va a decirme lo que le pasa? ¡Lo que pasó entre nosotros no le autoriza
ese comportamiento! Usted interrumpió una cita de negocios extremadamente importante,
es inadmisible y no toleraré ese tipo de actitudes, ¿lo entendió?
- ¿Y además, usted me quiere enseñar lo que es inadmisible y lo que no? ¡Lo que
me faltaba!
Literalmente estoy espumando de rabia. Darius parece sorprendido por mi reacción.
- ¿Pero de qué está usted hablando?
- ¡Oh, por favor, si trata de decirme que no tenía ninguna idea, es todavía peor de lo
que pensaba!
- ¡Deje de hablar con enigmas y explíquese claramente!
Al levantar el tono de su voz me calma instantáneamente. Se hace hacia atrás sobre
el asiento de cuero beige y espera que hable. Sus muslos musculosos tensan la tela de su
pantalón y no puedo evitar admirar la perfección de su cuerpo.
¡Concéntrate, no te puedes distraer!
- Me parece insultante que me ofrezca un puesto de periodista justo después de… ya
sabe. No sé por quién me toma, pero ¡no estoy en venta!
- No entiendo una sola palabra de lo que me dice.
Su reacción me toma desprevenida. Frunce el ceño, pero parece calmarse un poco.
Por mi parte, mis manos tiemblan, tengo calor y me siento acorralada.
- Usted le pidió a la señora Eisenberg que me propusiera un puesto. Justo después
de haberme tenido en su cama. ¿Hace siempre eso o es un tratamiento reservado a las
chicas como yo?
- ¿A las chicas como usted? Repite, sinceramente sorprendido. ¿Usted realmente
cree que mi vida privada dicta mis decisiones profesionales? ¿Y que como presidente de la
compañía tengo el tiempo de intervenir en la gestión del personal?
- Ya lo había hecho con Cyprien Ridon, le digo, victoriosa.
Darius cierra los ojos y lanza un suspiro, impaciente.
- ¡Ese señor era culpable por haberla acosado sexualmente frente a mis ojos!
¿Quería que no hiciese nada? ¿Preferiría encontrárselo en nuestras oficinas?
- No, pero…
- Lo siento, pero son sus sospechas las que son insultantes. No tengo el hábito de
pagar a las mujeres para obtener sus favores, ¡figúrese usted! ¡Y si nombré a Ingrid
Eisenberg como responsable editorial, es porque tiene toda mi confianza para escoger a
quien contratar en la redacción!
Me doy cuenta de que me dejé llevar rápidamente. Darius Winthrope levanta los
ojos al cielo y sacude la cabeza, pero creo ver un destello de luz en sus ojos.
¿Lo divierto?
- ¿Es verdad? ¿No es usted quien le pidió que me diera un puesto?
- Para nada, responde, más tranquilo, observando mi reacción con un aire irónico.
¡Oh Dios mío, qué vergüenza! ¡Le grité, lo interrumpí en una de sus citas de
negocios e hice un escándalo! ¡Y todo esto sin razón!
Ya no sé en dónde meterme cuando me doy cuenta de mi error. Tengo miedo de
haber echado todo a perder. Me quedo muda, consternada por lo que hice.
- Juliette, tendrá que aprender a confiar en mí, declara Darius tomándome la mano.
Sin atreverme a creerlo, levanto los ojos hacia él. Él me mira con indulgencia y su
boca esboza una sonrisa.
- Y también tendrá que tener confianza en su capacidad.
Me siento aliviada, pero avergonzada por mi comportamiento.
- Lo siento muchísimo, no… no sé qué me pasó, de verdad creí que… Oh por
Dios…
Darius me toma una mano. Un estremecimiento me recorre enseguida el brazo, mi
hombro, hasta hacer reaccionar la punta de mis senos. No puedo evitar apretar esos dedos
que, ayer, me acariciaron hasta hacerme gritar de placer.
- En todo caso, lo menos que puedo decir, es que usted me sorprendió, ¡y eso no
sucede frecuentemente!
¿Es un cumplido?
- Pero lo que pase entre nosotros no debe nunca interferir en nuestras vidas
profesionales, agrega con autoridad.
- Se lo prometo, estoy muy apenada, ¡me siento tan estúpida!
- Olvidemos esto. Ahora, ya sé que tan impulsiva puede ser. Usted podría usar tal
vez este rasgo de su carácter para sorprenderme en otras cosas… agrega, juguetón.
Me aferro a su mano como alguien en altamar lo haría. Su otra mano se acaba de
poner en mi nuca y me atrae hacia él. Me abandono inmediatamente. Una corriente
eléctrica parece atravesarme de lado a lado y cuando me besa, me invade un temblor
incontrolable. Al sentir mi piel trémula entre sus dedos, Darius retrocede y me sonríe de
manera increíblemente sexy, mirándome de arriba hacia abajo con su mirada de ámbar
cálido que enciende enseguida el incendio latente en el hueco de mis caderas. Cuando me
atrapa por la cintura para hacerme sentar sobre sus rodillas, no opongo ninguna resistencia
y me hundo en él. Él toma mi rostro con sus dos manos y su lengua penetra de nuevo en mi
boca ávida de él.
7. ¿Irme o quedarme?
¡Afortunadamente para mí conozco muy bien a la célebre actriz que tengo que
entrevistar en un rato! Debo de haber visto todas sus películas y admiro su trabajo desde
hace ya algunos años, casi me sé de memoria su biografía y todo eso me será útil, visto el
poco tiempo del que dispongo para preparar la entrevista.
¡Uf! Bueno, ¡espero que todo salga bien!
Tengo al mismo tiempo impaciencia y miedo. He trabajado a brazo partido desde
esta mañana… ya que anoche, estaba en los brazos de Darius Winthrope, lo que no le ha
ayudado mucho hoy a mi concentración. Comprometida, rechazo firmemente la tentación
de recordar nuestro encuentro para hacer la última verificación de mis preguntas, cuando
suena la alerta de mensaje en internet.
¡Un correo de Darius!
No puedo evitar sonreír al hacer clic en su correo.
Juliette,
¿Conoce usted Nueva York? Tengo que ir por una semana para arreglar algunos
negocios. Arrégleselas para estar libre, ¡la llevaré conmigo!
Besos,
D.W.
Postdata: Tengo un recuerdo muy vivo de nuestros últimas relaciones y estoy
impaciente por verificar la exactitud de mi memoria.
¡Él también!
Estoy encantada por su postdata, pero su invitación repentina me sumerge en la
turbación. Con las manos encima del teclado no sé qué responderle. Por supuesto, tengo
muchas ganas de ir a Nueva York con Darius Winthrope. En Nueva York o a otro lado,
para ser honesta. Pero al mismo tiempo, ya formo parte de la redacción de un mensual
femenino para el cual tengo que preparar una serie de entrevistas, lo que implica contactar a
agregados de prensa, agendar citas, hacer investigaciones… lo que es difícilmente
compatible con una escapada neoyorkina, ¡sobretodo algunos días después de haber
firmado mi contrato!
Y si respondo «sí» cada vez que me pida liberarme para seguirlo, ¿no tomará el
hábito de verme disponible a todo momento? ¿En qué se convertirá el embrión de mi
carrera? ¿Es realmente el tipo de relación que quiero?
Mi mirada recae en el reloj de mi computadora.
¡Maldición, ya son las trece horas!
Ya se me hizo tarde para alcanzar a Adam y a Charlotte. Ya que no puedo tomar
una decisión, decido exponerle mi dilema a Darius.
Darius,
No conozco Nueva York y me encantaría conocer esa ciudad, sin embargo… tal vez
lo ignore, pero tengo que entregar una entrevista por mes para una revista y a cause de
eso, me es difícil viajar de improvisto, tengo que trabajar. ¿Me odiaría si rechazo su
oferta?
¡Estoy encantada de saber que no me ha olvidado!
Pienso en usted,
Juliette.
Justo después de haber enviado el correo, apago mi computadora, pongo mis notas y
mi grabadora en mi bolso, sin olvidar mi teléfono celular, luego corro para encontrarme con
mis amigos, que ya deben estar impacientes debido a mi falta de puntualidad.
Afortunadamente, después de eso, Charlotte nos habló del último rodaje para el que
fue contratada. Ella, que estaba feliz por aparecer como extra para uno de sus directores
preferidos, al final tuvo que actuar de espaldas a la cámara durante toda la escena, ¡con el
pretexto ridículo de que su rostro reflejaba demasiada luz! Adam y yo compartíamos el
mismo punto de vista: su belleza opacaba a la actriz principal. Continuamos hablando de
esta forma degustando un sabroso postre y luego nos separamos sin ya hablar de Darius.
Pero la reacción de Adam me molesta un poco. No era precisamente lo que había
esperado.
En el fondo tiene razón, sólo lo conozco desde hace unos días. Debería tal vez
rechazar su invitación.
Por una curiosa fortuna, la célebre actriz que debo encontrar recibe a los periodistas
en el palacio donde justamente se aloja Darius Winthrope. Me apresuro para llegar con el
fin de tener tiempo para releer tranquilamente mis notas antes de la entrevista. A mi
llegada, le pregunto al recepcionista en dónde se encuentra la suite que alberga a la estrella
y a su equipo, luego me dirijo al bar del hotel. Preocupada por evitar cualquier distracción,
escojo una mesa alejada del gabinete en donde Darius y yo nos habíamos instalado, pido un
té y, en poco tiempo, estoy absorta en mis fichas.
- De ninguna manera. Ya me rehusé varias veces a encontrarme con su cliente, no es
enviando a su abogado como hará que cambie de idea.
¡Darius!
No me atrevo a moverme. La voz de Darius Winthrope proviene del fondo de la
sala, vibrante de cólera. Se encuentra en el gabinete que opté por evitar.
Nuestro gabinete…
- Dígale a Michael Winthrope que mi decisión es definitiva. Y que si continúa
insistiendo, también tendrá que hablar con mis abogados.
¿Michael Winthrope? ¡Yo creía que no tenía familiares vivos!
Movida por la curiosidad, saco enseguida mi iPhone para hacer una búsqueda rápida
en Internet. Perpleja, descubro que existe un Michael Winthrope, profesor de literatura
americana en la universidad pública de Nueva York.
Frunzo el ceño, intrigada.
Maquinalmente, verifico mis correos y veo que ya recibí una respuesta de Darius,
que no puedo evitar leer enseguida.
Querida Juliette mía,
Comprendo sus escrúpulos, pero mire… tengo muchas ganas de tenerla a mi lado
en Nueva York. No tema, ¡lejos de mí está la idea de proponerle unas vacaciones! Mientras
arreglo mis transacciones inmobiliarias, usted tendrá todo el tiempo para acercarse a
estrellas internacionales. Piénselo. Usted no se ocupará de nada de lo que no desee
ocuparse.
Sea razonable y acepte. Por usted, por mí, por nosotros.
Besos,
D.W.
¿Cómo no sonreír?
Su argumento sobre acercarme a celebridades internacionales da en el blanco,
incluso si tengo perfecta consciencia de que lo hace para convencerme a cualquier precio.
Además, el hecho de que su manera de hacerlo sea con absoluto interés me halaga.
Por un instante, dudo en levantarme para ir a discutir de todo esto con él, cuando la
mujer altanera que Cyprien Ridon había señalado como la tía de Darius entra como una
tromba, el rostro duro. Ella se dirige sin vacilar hacia el gabinete en donde se encuentra
Darius y, antes siquiera de llegar, vocifera:
- ¡Darius! ¡Acabo de recibir la llamada de un abogadillo!
No puedo evitar tratar de escuchar, consciente de que lo que escucho es una
conversación privada.
- Me aflige mucho que haya sido importunada, tía, pero ya me ocupé de ese
problema.
- ¿En verdad? ¿Entonces cómo es posible que sigamos escuchando hablar de esa
gente? Ya te lo había dicho, ¡no es más que un montón de gorrones! ¡Jamás dieron
muestras de vida cuando tus irresponsables padres murieron y, ahora que eres rico,
aparecen de pronto, blandiendo su parentesco como si eso fuera suficiente para recobrar el
tiempo! ¿En dónde habían estado, cuando tus padres te dejaron solo en el mundo sin
haberse preocupado por heredarte nada?
- Todo eso lo sé, tía…
El tono mohíno de Darius me revuelve el estómago.
- ¡Sí, y sin embargo no has hecho nada por callar a esos advenedizos! Fui yo quien
te recogió y quien te dio una educación. Sin mí, no serías quien eres ahora. No lo olvides
nunca.
El peso del subtexto de esta última frase me congela la sangre sin que comprenda
muy bien el porqué. Por un instante, creo que Darius no va a responder nada.
- Cómo lo olvidaría, si me lo recuerda en todo momento. Ahora, discúlpeme, tengo
cosas que hacer.
Su voz es cortante como la hoja de un cuchillo y la tensión es palpable en la
atmósfera tan acogedora del bar.
- Un té ruso, ordena secamente la voz femenina.
Me doy cuenta con espanto que Darius se despide y que si me quedo en donde
estoy, seguramente me verá.
¡Se va a dar cuenta de que escuché todo! ¡Ya le hice una escena por nada, no
quiero agregar otra cosa!
Aterrorizada, abandono precipitadamente el bar para esconderme atrás de una
columna en el vestíbulo del hotel.
Con el corazón desbocado, me quedo en mi escondite unos largos minutos, tratando
de poner en orden mis pensamientos. Todo se mezcla en mi cabeza. Sí, tengo muchas ganas
de pasar una semana con Darius en Nueva York, pero como lo dijo Adam (mejor dicho,
como lo gritó), apenas conozco a este hombre. La discusión que sorprendí entre su tía y él
no hace más que confirmármelo: la única cosa que se sabe de Darius Winthrope, es que el
sería el único representante del apellido, ahora bien… un cierto Michael Winthrope busca
insistentemente verlo. Además, él y su tía parecen llevar una relación más que ambivalente
y la animosidad que emana de ellos me hace pensar si en realidad fue ella quien lo recogió
siendo un niño.
¿Por qué tantos misterios alrededor de su pasado? ¿Qué es lo que busca ocultar?
Acompañarlo a Nueva York sería tal vez la ocasión para sacar todo a la luz, pero es tan
secreto…
Contra todas esas dudas, sólo puedo oponer la increíble gentileza que ha mostrado
conmigo hasta este momento y, seamos completamente honestos, su belleza y su
sensualidad. ¡Con él, experimento emociones y sensaciones que nunca antes había sentido!
El recuerdo del roce de su piel viene de nuevo y hace que mi cuerpo reaccione enseguida.
Cierro los ojos y, en un instante, puedo casi sentir las caricias de sus manos sobre mi piel.
¡Es increíble, incluso ausente, me produce reacciones!
Charlotte tiene razón: ¡por primera vez, estoy a punto de olvidar mi trabajo!
Verifico la hora y constato que es hora de ir al encuentro de esta actriz para
entrevistarla. Y mientras me dirijo al elevador, no puedo evitar rememorar el correo de
Darius y preguntarme qué es lo que sería verdaderamente más razonable: ¿rechazar su
invitación para quedarme a trabajar en París, como lo hubiera hecho si no lo hubiera
conocido? ¿O irme con él a Nueva York para aprender a conocerlo y tal vez para tener la
ocasión de conocer a las estrellas americanas?
Sacudo la cabeza. ¿Debo realmente trastocar mi vida por este hombre que conozco
apenas?
8. La fruta prohibida
***
***
Después de dos días, mi cuerpo se ha acostumbrado al desfase horario, pero sigo tan
impresionada por la magnificencia del Plaza. Sin embargo sigo tomando mis notas y, cada
día, cuando Darius sale a encontrarse con sus socios financieros, arquitectos y abogados, yo
trabajo, hago contactos al mismo tiempo que exploro la ciudad de Nueva York, a donde no
hubiera pensado jamás que vendría. ¡O, en todo caso, no en estas condiciones! Creo estar
viviendo un cuento de hadas. Darius insistió para procurarme un guardarropa completo, a
pesar de mis protestas. Después de ásperas negociaciones, conseguí escoger yo misma mi
vestimenta, en un showroom privado para la ocasión. Tomé lo justo necesario para la
duración de nuestra estancia, pero tengo que reconocer que todo me va perfectamente.
Ignoro si fue él quien escogió todo o si su asistente, Pénélope lo ayudó, pero es suficiente
con ponerme cualquiera de los conjuntos que escogí para tener la impresión de convertirme
en una versión mejorada de mí misma.
Tenemos que vernos para almorzar juntos. Darius insistió para que me llevara el
chofer, o por lo menos en taxi, pero a mí me gusta explorar Nueva York sola, tomar el
metro, descubrir las avenidas inmensas y las callecitas animadas. Mientras admiro la vitrina
de una adorable pastelería, me doy cuenta del reflejo de un hombre que ya había visto
ayer… Mi corazón se estruja. Darius y yo habíamos salido para pasearnos y para tomar una
copa. El individuo en cuestión estaba en el vestíbulo del hotel cuando salimos y ahí seguía
a nuestro regreso. Lo vi alejarse después de habernos observado dirigirnos al elevador. Es
un hombre blanco, de edad madura, que llevaba una chaqueta deslucida… un tipo de
hombre como hay miles en las calles de Nueva York, pero es tan raro encontrar dos veces
al mismo hombre, y sobre todo un hombre que finge estar leyendo el periódico. Como el
día anterior.
Si fuera un detective privado, no sería tan visible.
Esta reflexión no me tranquiliza en lo absoluto. No entiendo porqué un profesional
de la vigilancia estaría detrás de mí… ¡Entonces seguramente es un criminal o un
maniático! Con el corazón desbocado, trato de continuar con mi paseo, como si nada
pasase. Me obligo a no acelerar, deambulando como lo he hecho todos los días. Sólo que
ahora me dirijo hacia una arteria más frecuentada. Después de algunos minutos de paseo,
llego por fin a una gran avenida. Los taxis amarillos circulan a toda velocidad, pero
desafortunadamente para mí, ninguno está libre, todos tienen su letrero apagado. Continúo
andando, acechando de vez en cuando la sombra de este hombre que sigue atrás de mí y
algún taxi coronado por un letrero luminoso.
¡Por fin uno, rápido!
Como una verdadera neoyorkina (a más bien como una francesa aterrada), grito
«¡Taxi!» levantando bien alto mi mano.
¡Lo logré!
Un auto se detiene contra la acera. Sin pensarlo, me introduzco al habitáculo
cargado de aromas de incienso. El conductor es un hombre encantador, con acento indio me
parece. Le doy la dirección del restaurante japonés en donde debo encontrar a Darius y
emprendemos el camino. Lanzo una última mirada al tipo extraño, esperando con todas mis
ganas el haberme equivocado sobre él. Y en efecto, por mucho que escruté la acera, no vi
ninguna huella de mi desconocido… Aliviada, me siento confortablemente y aprovecho el
trayecto para sacar mi bloc de notas y mi directorio de contactos neoyorkinos.
¡A trabajar!
Después del almuerzo, regresaré al hotel para tratar de obtener una o dos citas. ¡Pero
por ahora, voy a encontrarme con este hombre fabuloso con quien comparto las noches y
una parte de los días! Antes incluso de que el taxi comience a frenar, lo veo, en plena
conversación con un hombre de traje y de cabellos blancos. Debe tratarse del hombre de
negocios que debía ver esta mañana. El taxi frena para estacionarse a su altura, pero le pido
al chofer avanzar un poco más para no interrumpirlos. Mientras pago el viaje y bajo del
auto, Darius se despidió de su interlocutor. Lo alcanzo, no pudiendo contener una sonrisa
radiante que me sube a los labios. En su traje serio de negocios tan chic, es todavía más
impresionante.
– Está usted radiante hoy, creo que podría devorarla toda entera y cruda, dice Darius
al recibirme.
Halagada, río, pero decidida a no dejarme llevar por esta cuesta peligrosa.
– ¿Tiene antojo de sushi?
– No, es usted y lo que hemos hecho juntos anoche, susurra en voz baja
atrayéndome hacia él para besarme febrilmente.
Una vez más, me derrito y mi boca se ofrece a la suya con avidez.
9. En medio de las estrellas
***
De regreso a mi suite, me encuentro cara a cara con Pénélope, quien hace instalar en
el salón un gran perchero con ruedas, en el que están suspendidos varios vestidos de noche
magníficos. Preocupada por sacarme el mejor partido y hacerme sentir cómoda, la
concienzuda asistente particular de Darius escogió para mí diferentes modelos de grandes
diseñadores. Después de dos horas de probarme varios atuendos bajo la mirada de
Pénélope, creo que hemos alcanzado nuestro objetivo.
– Juliette, éste le va realmente bien. Está usted magnífica. Mírese.
Me empuja frente al espejo de cuerpo entero que un empleado del palacio instaló en
la pieza. Levanto los ojos sobre mí y…
…
Apenas puedo reconocer a la mujer que está frente a mí. Su tez luminosa está
acentuada por el violeta oscuro y suave del vestido escotado. El corte depurado del vestido
resalta su silueta sin ocultarla demasiado: el escote es sobrio, pero sus hombros
descubiertos le dan un porte increíble a su cabeza. Lo largo del vestido, a media pantorrilla,
me recuerda a los vestidos de cocktail de los años 1950, pero la abertura de lado, hasta la
altura del muslo, agrega un toque de audacia y de modernidad al conjunto.
Pénélope entra repentinamente a mi campo de visión y, suavemente, me levanta los
cabellos.
– ¿Ya lo ve? Peinada de esta forma, su nuca se destaca. Vamos a hacerle un
maquillaje sencillo. Algunas joyas, zapatos altos y usted quedará sublime.
Mi rostro estupefacto la hace sonreír. Por primera vez, su caparazón de profesional
se resquebraja.
Tengo la impresión de estar viviendo en un sueño. Esto es también «el contrato»
que firmé con Darius: que alguien me alistara hasta el punto de no reconocerme en un
espejo…
***
A las diecinueve horas, como habíamos convenido, estoy lista. Pénélope me ayudó
a prepararme. ¡Confiada, la dejé guiarme y no lo lamento! Ella conoce perfectamente los
gustos de Darius, me siento entonces al abrigo de cualquier paso en falso. Cuando él llega,
Pénélope se retira, no sin antes estrecharme la mano, como para darme valor.
¡Tengo uno de esos pánicos escénicos!
En el momento en el que me ve, Darius se detiene en seco. Mi corazón también. Él
está vestido con un esmoquin, es magnífico. Maquinalmente, doy un paso hacia él, mi
pierna derecha se descubre enseguida a través de la abertura del vestido.
– Juliette… está usted…
¿Qué?
Sin agregar ya nada, avanza ahora hacia mí, me toma las manos y me hace dar una
vuelta con un aire de asombro. Cuando me encuentro de nuevo frente a él, me siento
segura. Tomándome dulcemente por el mentón, pone un beso en mis labios, pasea sus
dedos a lo largo de mi cuello, hasta el nacimiento de mi pecho, luego me toma por la
cintura y me pega contra él para murmurar en mi oído:
– Me costará mucho trabajo esperar el fin de la velada para darle lo que no le pude
dar en la mañana…
***
En la limusina que nos lleva hasta la famosa fiesta, Darius deja de besarme para
mirarme intensamente con sus ojos dorados.
– Juliette, me gustaría volver a hablar del contrato moral sobre el que me había
prometido pensar.
– Eh… sí.
Sí, ese famoso contrato que me compromete con la discreción, la fidelidad, llevar la
vestimenta que él escogerá para mí… con muy buen gusto, tengo que decir… Si me pide
una respuesta definitiva ahora, creo que mis nervios van a ceder.
Tensa, espero lo que sigue.
– Hasta ahora, me parece que las cosas van muy bien, pero esta noche, por primera
vez, vamos a ir juntos a una fiesta mundana. Me parece notar que tiene pánico escénico.
– Jamás he frecuentado a ese tipo de personas, es normal. ¿Puede imaginarlo? ¡Voy
a conocer a gente que sólo he visto a través de la pantalla de un cine! ¡Es increíble!
El rostro de Darius se endurece y, sin mirarme, me recuerda sus exigencias.
– Probablemente no estaré a su lado toda la velada, entonces… trate de conservar
una actitud conforme a nuestro… acuerdo, aunque éste continúe en suspenso.
– ¿Podría ser más preciso?
– Ya que es necesario decir las cosas: aunque se encuentre con su actor favorito, le
pido evitar flirtear. Por otra parte, le recuerdo que se trata de una oportunidad muy seria
para su carrera, agrega con una sonrisa un poco hastiada.
¡No puedo creerlo! ¡Darius Winthrope, el hombre de los ojos de oro, el genio de los
negocios más atractivo del planeta en plena crisis de celos! La ocasión es demasiado buena
como para no aprovecharla y, a pesar de mi pánico que no deja de aumentar, no puedo
evitar bromear:
– Bien. ¡Pero si me cruzo con Brad Pitt sin Angelina Jolie, no respondo!
– Estarán juntos esta noche, me responde fríamente.
¡OH DIOS MÍO!
Trago saliva, estupefacta. Al borde del pánico, tomo la mano de Darius. Viendo mi
terror, entrecruza sus dedos con los míos y trata de tranquilizarme. La sonrisa tierna que me
ofrece me derrite y le sonrío de regreso, con mi corazón que me retumba.
***
***
***
Vestida esta vez con un saco un poco más elegante, el tío interesado de Darius está
sentado en uno de los sillones puestos a disposición de los visitantes en el vestíbulo del
palacio. Instalado como si se tratara de su salón particular, lee una novela y sólo levanta los
ojos para inspeccionar a las personas que llegan.
De un solo golpe, el furor me invade. Este hombre abandonó a Darius cuando era
niño y hoy que es rico, reaparece en su vida para acosarlo con la esperanza de sacarle
dinero: tal indecencia me desagrada. Es principalmente por culpa de él que a Darius le
cuesta tanto trabajo tener confianza y que está tan solo en el mundo, convencido de que las
personas cercanas a él son susceptibles de traicionarlo. De repente, me doy cuenta de que
las personas en quienes tiene más confianza son Ingrid Eisenberg y su asistente Pénélope.
Dos mujeres con quienes no tiene una relación de seducción, sino una relación profesional
en donde él ocupa la posición superior…
Dicho de otra manera, más o menos lo contrario de lo que yo soy… Súper…
Y además, si Darius no ha regresado todavía esta noche, ¡sospecho que tiene
relación con la discusión que tuvimos a propósito de ese maldito Michael Winthrope
durante el almuerzo! Que se permita espiar a Darius en el vestíbulo del palacio, ya que no
dudo ni por un segundo que es lo que hace, me pone simplemente fuera de mí.
¡Qué tipo tan desagradable!
Me dirijo hacia él. El sonido de mis tacones le hace levantar la cabeza y entiende
enseguida lo que pretendo hacer, pero se queda congelado en su sillón.
– ¡¿No tiene vergüenza?!
Mi voz desentona en el ambiente tranquilo del vestíbulo, pero no me importa, tengo
la intención de decirle mi forma de pensar. Me mira, abre la boca, pero no le doy el tiempo
para responder nada.
– ¡Es lamentable, lo que hace! ¡Deje de seguir a Darius, déjelo tranquilo! ¡Es
cuando era niño que tenía que haberse interesado por él, ahora es demasiado tarde! No
quiere saber nada de usted y tiene toda la razón. Usted es asqueroso, agrego con un tono de
desprecio.
Mi diatriba parece haberlo conmocionado.
¡Qué mejor! ¡Que se vea como es, es lo que merece!
– Voy a indicarlo en la recepción, más le vale irse de aquí antes de que lo obliguen a
hacerlo.
Pero mientras doy media vuelta para ejecutar mi amenaza, el tío de Darius se
levanta y me toma por el brazo.
– ¡No, espere! Usted no puede hacer eso, dice en español con un ligero acento
americano.
– ¿Ah, no? digo con un tono de desafío, mire lo que hago.
Bruscamente, me libero y me dirijo hacia un conserje que observa la escena, listo
para intervenir.
– Señorita, se lo ruego, puedo explicárselo. Deme… veinte minutos, no más. Si no
la convenzo, me iré. Por favor.
Es una verdadera súplica la que me dirige. Turbada, me quedo en mi lugar. Michael
Winthrope se acerca a mí e insiste:
– Escúcheme, se lo suplico. Es una cuestión de vida o muerte…, agrega después de
un titubeo.
¿De vida o muerte? ¿De qué está hablando?
Mi curiosidad se ha despertado. Lo pienso rápidamente. Estoy convencida de que
este tipejo está aquí porque es un interesado. No existe ninguna razón que justifique el
abandonar a un niño de cuatro años que acaba de perder a sus padres.
No veo qué excusa válida podría darme.
Pero al mismo tiempo, ¿qué son veinte minutos? Sobre todo para saber más del
hombre que ha cambiado mi vida desde que lo conocí.
– Muy bien. Pero vayamos a un lugar más discreto.
Nos dirigimos a uno de los bares del palacio. Jazz de fondo musical, decoración
chic y lujosa, el contexto es por lo menos extraño, teniendo en cuenta la situación. Decido
optar por el mezzanine: la vista sobre el vestíbulo me permitirá observar el eventual regreso
de Darius. No quiero que me sorprenda en plena conversación con su tío. Rápidamente, nos
instalamos y un mesero viene casi enseguida a tomar nuestra orden: un agua mineral para
mí y un vaso de escocés para mi interlocutor. Pienso en esta frase que mi padre decía a
veces: «No es en el fondo de un vaso que un hombre encuentra el valor.»
Glacial, sonrío con un aire burlón y me instalo en el fondo de mi sillón, lista para
escuchar lo que Michael Winthrope tenga que decirme. Miro ostentosamente la hora en mi
teléfono, que coloco a la vista cerca de mi vaso.
– Cuando mi hermano y mi cuñada murieron en ese accidente de avión…
¿Un accidente de avión? Otro detalle que ignoraba.
… No era más que un hombre muy joven, tenía 22 años. Acababa de conocer a mi
mujer, Shelley. Había visto a Darius siendo un bebé, pero enseguida mi hermano se fue a
vivir a Francia con toda su familia, él trabajaba muy duro, pero no ganaba suficiente dinero
como para venir a visitarnos. Y yo seguía siendo estudiante, entonces…
– Y hoy, su sobrino es multimillonario y usted es sólo un profesor universitario,
entonces… digo burlona.
– Me gano muy correctamente mi vida y, aunque sólo soy un profesor, estoy feliz
así y mi vida va muy bien, me responde mi interlocutor calmadamente. Si me falta algo, no
es lo que usted cree, agrega con una voz que se quiebra.
Y aquí vamos. Si quieres enternecerme, tendrás que esforzarte más…
– Con mi hermano, John, incluso si hacía varios años que no nos habíamos visto,
seguimos en contacto, al menos una vez al año. Después de varios meses sin noticias suyas,
comprendí que algo no andaba bien.
O que la cercanía ya se había roto, a pesar de lo que me cuentas.
– Traté de comunicarme con su familia política, sin ningún éxito. Finalmente me
decidí a llamar a la policía francesa y es en ese momento en el que me enteré… de que mi
hermano había muerto con su esposa. Su avión de turismo se había estrellado. Habían
muerto instantáneamente, con su piloto. Estaba deshecho.
Los hombros de Michael Winthrope se hunden progresivamente. Esforzándome por
conservar un rostro imperturbable, escucho, ya sin interrumpirlo.
– Quise contactar a mi sobrino, Shelley y yo hablamos de traerlo con nosotros. ¡Le
juro que lo intenté! Agrega con los ojos anegados en lágrimas. Pero… fuimos tratados
como parias. La cuñada de John me decía que mi hermano se drogaba, que golpeaba a su
mujer y a su hijo, que había arrastrado a su familia a la decadencia y que él era el
responsable de su accidente de avión… Ella siempre se negó a que yo pudiera entrar en
contacto con mi sobrino, bajo el pretexto de que yo era como…
El hombre que me mira de frente parece haber envejecido diez años. Traga saliva
con dificultad, como si lo que fuera a decir le desgarrara la garganta.
– ¡Bajo el pretexto de que yo era como mi hermano, un veneno para su familia!
termina por lanzar, visiblemente tenso por el esfuerzo.
Es la misma manera en la que Darius me habla de él…
El parecido entre los dos hombres me golpea de pronto, mientras que Michael
Winthrope parece luchar contra las lágrimas.
– Créame, señorita, intenté varias veces entrar en contacto con mi sobrino, pero esta
mujer… ¡esta mujer! Siempre fue una barrera. Y enseguida, fue Darius él mismo quien
rechazó que nos encontráramos, entonces… con el tiempo me he resignado. Pero hoy, si
trato de contactar a su novio, no es para sacarle dinero.
¿Mi novio? ¿Parecemos novios?
La equivocación de Michael me conmueve tanto como su aspecto lamentable. Es
evidente que este hombre también carga un fardo, pero las palabras de Darius sobre él
resuenan todavía en mis oídos y sigo desconfiada.
– ¿Por qué está tratando de contactar a Darius, entonces?
– Shelley y yo tenemos tres hijos de 17, 15 y 12 años. Mary, Bethany y John Junior.
Hace un año, Bethany cayó enferma. Gravemente enferma.
Esta vez, ya no puede contener sus lágrimas e incluso yo, me siento terriblemente
apenada por el espectáculo de este hombre de edad madura derrumbándose frente a mí.
– Se le diagnosticó un linfoma.
– Lo siento.
– Gracias, responde maquinalmente. Mi pequeña hija sufre todos los días y su única
esperanza, es obtener un trasplante de médula ósea.
Afectada por el giro que toma la discusión, no sé qué responder. La leucemia es una
enfermedad cruel y esta muchacha es la prima de Darius…
– Toda la familia se hizo los exámenes y nadie es compatible, dice ya sin sollozos.
Nadie podría simular un tal dolor. No estoy frente a un traidor potencial, ni ante un
hombre interesado, estoy frente a un padre desesperado.
– Quisiera que Darius acepte hacerse las pruebas de compatibilidad. No quiero
obligarle a retomar el contacto, no me interesa su dinero y si no quiere verme o hablarme,
lo aceptaré. Pero mi pequeña Bethany va a morir y él es su única esperanza…
Con el rostro descompuesto por la pena y la angustia, une sus manos en una irrisoria
oración. Absorbida por la compasión, le tiendo una mano a la cual se aferra como un
hombre que se estuviera hundiendo.
– Se lo suplico, no se lo pido por mí, sino por mi hija. Háblele, explíquele… Mire,
agrega, febril, hurgando torpemente en el bolsillo de su chaqueta. Es ella, es mi pequeña.
En la foto que me extiende, una hermosa adolescente de cabello oscuro me mira,
con aire grave. Su rostro muy delgado es encantador, pero las grandes ojeras oscuras velan
tristemente sus ojos magníficos, dorados como los de su primo.
–Su hija es muy hermosa, digo torpemente.
– Esta foto data de hace algunos meses. Ella ha cambiado un poco desde ese
entonces, precisa su padre con una voz extrañamente lejana.
– Escuche, señor Winthrope…
La mirada llena de esperanza que me lanza me estruja el corazón, pero mi instinto
de periodista me compele a mantener la cabeza fría.
– No puedo prometerle nada, pero voy a pensarlo y… si me da un número de
teléfono en el que pueda localizarlo, lo mantendré al tanto. ¿De acuerdo?
– ¡Gracias, gracias! balbucea. ¡Se lo agradezco mil veces! Aquí está mi tarjeta, no
dude en llamarme, ¡a cualquier hora!
Me extiende su tarjeta y cuando la tomo, aprovecha para darme un apretón de
manos, frenético.
– Muy bien. Lo llamaré, sin falta. Me tengo que ir ahora, agregué, viendo que no me
soltaba la mano.
– ¡Oh, por supuesto! Perdóneme. Llámeme, ¿de acuerdo?
– Se lo prometo. Adiós, señor Winthrope.
Rápidamente, me despido. Necesito reflexionar.
***
De regreso al palacio, las dos suites siguen desiertas, decido entonces llamar a
Charlotte. Es la tarde en Francia y con un poco de suerte, mi mejor amiga podría tomar la
llamada.
¡Si solamente pudiera contarle todo!
Pero vista la reacción de Darius cada vez que le pregunto sobre su familia, no dudo
que tome a mal el que yo le cuente su pasado a Charlotte.
Sobretodo que ahora, ya he hablado con su tío…
Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo, bajo el pretexto de protegerlo, es una
traición pura y simple del contrato moral que exige de sus «socias».
Sí, bueno, al mismo tiempo, ¡¿tenía que esperar la catástrofe sin hacer nada?!
Marco el número de mi amiga, quien descuelga rápidamente:
– ¡Juliette, querida mía! Entonces, ¿cómo te va en Nueva York? ¿Está todo bien?
Sólo el hecho de escuchar el sonido de la voz de Charlotte me hace bien.
– Sí, sí, sólo tenía ganas de hablar contigo.
– ¿Estás segura? Tienes una voz extraña…
– Claro que no, es la diferencia horaria, es de noche aquí. Y a ti, ¿cómo te va?
– Bueno, pues como siempre: casting, casting, casting. Por el momento, ninguna
gran noticia, pero si te cruzas con Tarantino o Spielberg, no dudes en pasarles mi número,
bromea.
Suelto una carcajada.
– No, no me he cruzado con ellos, pero pude haberlo hecho. En cambio… saqué una
entrevista con David Bitsen, ¡digo con una voz falsamente indiferente!
– ¡¿Qué?!
Paso algunos minutos convenciendo a Charlotte de que no me estoy burlando de
ella. Cuando por fin acepta creer el relato de la fiesta de la víspera, está estupefacta.
– ¡Wow! Tu Darius conoce a gente importante… ¿Y cómo están las cosas entre
ustedes?
Titubeo por un instante, pero no puedo permitirme agregar una traición a la traición.
Discúlpame, Charlotte.
– Todo está muy bien.
– ¿Es todo? ¡Vamos, cuéntame!
– Salimos, él trabaja, yo también, nos conocemos mejor. ¡Y el sexo es fabuloso!
agrego torpemente.
– Me estás ocultando algo.
– ¡Claro que no!
¡No es verdad! Necesito aprender a mentir correctamente, ¡soy muy mala!
Charlotte insiste todavía un poco, pero viendo que me contento con ser evasiva y
que sólo le cuento sobre el hotel y mi descubrimiento de la ciudad, renuncia a preguntarme
más.
– Ok, como quieras. Sabes que si necesitas hablar, sólo tienes que marcarme. Soy
Charlotte, tu mejor amiga de este lado de la línea, te llamo luego, termina con un tono entre
afligido y ofendido.
– Sólo tenía ganas de escucharte un poco, te contaré todo a mi regreso, pero te
aseguro que todo está bien.
Si sólo es el pasado de Darius el que está minado con bombas de tiempo… entonces
no pasa nada especial… Desgracias…
Intercambiamos todavía algunas frases antes de colgar. Lamento haber eludido las
preguntas de Charlotte, pero me siento mal con respecto a Darius por haber contado
cualquier cosa hasta el momento. Me prometo mentalmente pedir perdón más tarde a mi
amiga.
Por el momento, tengo otro problema: ¿debo decirle a Darius sobre mi conversación
con Michael Winthrope? ¿No debería mejor tomarme el tiempo para verificar la veracidad
de lo que me contó a propósito de su hija Bethany? La idea es tentadora, pero implica que
investigue a espaldas de Darius. Y si realmente tiene una prima atacada por la leucemia,
¿cómo haré para explicarle todo sin que se sienta traicionado? La perspectiva de confesarle
mi conversación con su tío me llena de aprensión. Al ver su reacción cuando le dije que él
nos seguía, me sorprendería que tomara nuestra pequeña «charla» con serenidad…
Bravo Juliette, bien hecho: tienes que escoger entre mentir o traicionar. Sin contar
que tal vez estamos hablando de la vida de la prima de Darius.
A menos que se trate de un timo cruel. Maquinalmente, escribo «Bethany
Winthrope» en Google. Una serie de fotos aparece y en una de ellas, en donde la chica se
encuentra sonriente y victoriosa al lado de un caballo bayo, sostiene una copa plateada.
«Bethany Winthrope se lleva el primer premio de la competición ecuestre junior del
Estado» anuncia el pie de foto del retrato. Parecería que todo es real. De repente, pongo el
dedo sobre un detalle que me perturba: la manera que tuvo Michael Winthrope de hablar de
la tía de Darius… Él la odia. Y tengo que reconocer que las dos veces que me he
encontrado a esa mujer, siempre me ha dado una impresión muy desagradable. Pensativa,
me dirijo a la increíble terraza que tiene una vista directa sobre Central Park, con la vaga
esperanza de que el aire fresco me ayude a encontrar una solución.
Totalmente absorbida por mis reflexiones, no escucho enseguida los pasos detrás de
mí. Y cuando me doy cuenta de que ya no estoy sola en el balcón, Darius ya está pegado a
mí y me rodea con sus brazos. Me sobresalto.
– ¿La asusté?
– Un poco…
Aprieta más su abrazo y hunde por un instante su rostro en mis cabellos deshechos.
No digo una sola palabra, pero me dejo ir contra él, los ojos fijos en la sombra del parque
que está más abajo.
– La extrañé, Juliette.
Cierro los ojos. Mi garganta se cierra bajo el efecto de la culpabilidad. Pero el
contacto de su gran cuerpo musculoso contra el mío no me es indiferente.
– Yo también lo extrañé…
Es verdad, me hubiera gustado que regresara más temprano. Hubiéramos salido a
cenar, después a ver un espectáculo, hubiéramos hecho el amor… En lugar de eso…
– Mi cita de negocios se prolongó más allá de lo que había previsto, me siento
afligido. ¿Me podría perdonar?
Suavemente, Darius besa el lóbulo de mi oreja, haciéndome estremecer, luego baja
a lo largo de mi cuello, y mordisquea todo haciendo deslizar sus manos hacia mis caderas.
Lentamente, me hace girar sobre mí misma. Me encuentro frente a él, pero en el momento
en que estoy a punto de anunciarle que tengo algo que decirle, me sonríe con tanta ternura
que todo mi valor me abandona. Intercambiamos un beso y Darius me lleva al interior,
siempre sonriendo. Desafortunadamente, veo mi computadora al mismo tiempo que él, y en
la pantalla se encuentra la foto de su joven prima: el pie de foto no da lugar a ninguna duda
sobre su identidad. Cuando Darius se voltea hacia mí, sus ojos tienen un resplandor
metálico que me paraliza.
13. Después de la tormenta…
Cortando la palabra sin seguir de otra forma, declara, con tono definitivo:
- Todavía eres joven, tienes fe en la naturaleza humana y ese sentimiento te honra,
pero cualquier cosa que este hombre te haya dicho, no es más que una estrategia para
obtener algo. Y no obtendrá nada de mí. Nada. Doy por terminada esta conversación.
Esta vez, soy yo quien se molesta.
Consideras que soy idiota, por creer lo que me dicen!
- Entonces la discusión se cierra porque mi opinión es inútil y tú siempre tienes la
razón. ¿Comprendí bien? Pregunto fríamente.
- Juliette, no lo tomes a mal, te lo pido. Te pedí que no te involucraras porque no
estás preparada para todo esto, Intenta explicarme, sorprendido por mi vehemencia.
- ¿Para todo esto? ¡Pero ni tú sabes de quien hablas! ¡No me dejaste terminar una
sola frase! Hablo de tu tío, ¡Yo! no digo que entienda toda tu historia. Simplemente digo,
que la situación merece que le des un mínimo de atención.
- No sé realmente bien de que se trata, agrega Darius, con tono glacial.
Su respuesta no hace más que ponerle fuego a la pólvora. Primero él no quiere
escucharme y luego corre el riesgo ¡de negarle a su prima la única oportunidad de
sobrevivir!
- Cuando pienso que me habías convencido de acompañarte pidiéndome darte mi
confianza ¡Eso fue lo que hice! Agregué apuntando el dedo índice tembloroso hacia él.
¿Entonces, tú? ¿Dónde dejaste la confianza en mí?
Darius no dice nada. Frunció el ceño y miró hacia otro lado. Toda su actitud expresa
el rechazo y la desconfianza.
No tiene ninguna confianza en mí… Ninguna.
La realidad es cruel, pero tengo que afrontarla.
- Ya veo. Debo concederle toda mi confianza, pero usted, usted permanece a la
defensiva.
Darius no responde nada, pero esta vez, sus ojos se elevan sobre mí. Jamás su color
ámbar me había parecido tan duro, tan mineral. Con la garganta apretada, decidí irme,
esperando a que él me siguiera, pero no se movió. Cuando me doy cuenta de que me dejará
ir mientras que simplemente trato de permitirle salvar una vida, experimento una ira de
rabia que me hace cerrar de golpe la puerta de mi habitación mucho más fuerte de lo que
me hubiera gustado. Me parece como si el golpe resonara largos segundos después en el
espacio refinado de la suite…
Poco tiempo después, me doy cuenta de que Darius abandonó el lugar y me
desmorono en mi cama, en lágrimas.
***
Cuando por fin Charlotte descuelgue su teléfono… Estoy tan débil que me pongo a
llorar. Había intentado recobrar mis ánimos para hablarle a mi mejor amiga, pero estoy
sumergida por mis emociones.
- Charlotte, Oh, ¡Si supieras! Articulé laboriosamente a través de mis sollozos.
- ¿Juliette? ¿Eres tú? Maldición, ¿Juliette, estás bien? ¿Qué es lo que pasa? Juliette,
habla, ¡que me asustas!
El pánico proveniente de la voz de mi amiga me provoca un efecto de eléctroshock.
Pero, es una discusión, ¡Nadie ha muerto!
Inevitablemente, este pensamiento me recordaba que aun así mi discusión con
Darius me afectaba más de lo que hubiese podido imaginar, mi prioridad no era esa: una
chica muy enferma necesita de mí.
- Espera, necesitas respirar.
Pongo el teléfono y tomo tres o cuatro grandes respiraciones y, decidida, explico lo
que sucede a Charlotte, quien permanece en París:
- Tuve un desencuentro con Darius.
- Oh… ¿En serio?
- Más bien, sí. Me fui dando un portazo.
- Ah, ya veo. ¿Me puedes contar?
- Es una larga historia, ¿tienes tiempo?
- Sí, no te preocupes, salí de una audición, tengo tiempo.
- ¿Te fue bien?
- No sé mucho, pero te contaré más tarde, ¡vamos! Te escucho.
Cierro los ojos y respiro profundo antes de sumergirme en el tema. Necesito hablar
con mi amiga, pero en lo posible, debo tratar de preservar lo que todavía puede existir entre
Darius y yo, lo que implica no hablar demasiado al respecto.
- De hecho… a Darius no le gusta que uno sea demasiado curioso con respecto a su
pasado. Creo que vivió momentos difíciles, cuando era niño, y quedó un poco…
- ¿Traumatizado? ¿Bloqueado?
- Algo parecido, en fin, él está muy a la defensiva cada vez que hablamos del tema.
- Hum… continúa.
- Quise respetar eso, pero de hecho… no sé, por una serie de circunstancias, termino
por abreviar, terminamos discutiendo por un pariente suyo, al cual no ha visto desde hace
tiempo y del que desconfía enormemente, por razones… uh…
- todo eso es muy misterioso, ¿no quieres decirme exactamente que es lo que
ocurre?
Charlotte me corta un poco molesta.
- Es su tío. Él quiere establecer contacto con Darius, pero éste piensa que solo es
para sacarle dinero. Pero a mí, su tío me dijo que su hija iba a morir si no se le hacía una
prueba de médula ósea. ¡Lo hubieras visto, estaba totalmente conmocionado! ¡No han
encontrado un donador compatible en la familia y lo único que quiere, es que Darius
también se haga la prueba!
- ¿Y él se negó? Me interroga Charlotte, visiblemente indignada.
- ¡No! ¡En fin, no sé…, él no me dejo explicarle bien de qué se trataba!
A pesar de mis esfuerzos, mi voz se interrumpe y es llorando que le cuento mi
altercado con Darius.
- Pensaba que me buscaría para disculparse o por lo menos dejarme terminar, pero
si él dejó la suite sin decir nada. Él no querrá saber más de mí, no podré continuar esta
relación sabiendo que por su obstinación posiblemente le habrá costado la vida a esta chica
¡Es horrible, Charlotte, es horrible, No sé qué hacer!
- Vuelve a casa.
¿Entendí bien?
Aturdida, me trago mis lágrimas.
- ¿Qué? ¿Qué dijiste?
- Vuelve a casa. Eso te hará reflexionar y además, estás demasiado perturbada por
hacer lo que crees que está bien. No veo cómo podrías seguir conviviendo con él, actuar
como si todo fuera normal. Vuelve, Entre mis ahorros y el tuyo podremos pagar el boleto.
No te quedes sola en ese estado.
- Pero… ¿y su prima?
- Tu misma lo has dicho, él se niega a escucharte. Si te vas, puede ser que se dé
cuenta que él también tiene algo que perder si no te deposita su confianza.
Sé que Charlotte tiene sin duda razón, pero la angustia me mata.
¿Y si soy yo quien lo pierda?
- O bien, le dejas una nota. Cuando vea que te has ido, la leerá. ¡No te preocupes!
- Ok… Ok, volveré. Gracias, Charlotte.
Unos minutos más tarde, vuelvo a colgar, más calmada. Aunque tengo miedo de lo
que voy a hacer, sé que mi mejor amiga tiene razón. Debo demostrarle a Darius que no
estoy lista para aceptarlo todo y que él también debe dar un paso hacia mí.
¡Y más allá de esta historia, hay una cuestión de vida o muerte!
Con este pensamiento me doy coraje. Rápidamente, lleno mi maleta con la ropa que
traje conmigo dejando encima la que Darius me ofreció. Luego enciendo mi computadora y
comienzo a redactar el largo e-mail explicativo que cuento con enviarle.
***
Todo pasó muy rápido desde que Darius aceptó hacerse el test de compatibilidad de
médula ósea. Apenas algunos días más tarde, los resultados estaban listos: es compatible
con su joven prima. Cuando supo la noticia, Darius suspiró, pero no dudó ni un segundo y
aceptó donar su médula ósea para efectuar el implante, bajo ciertas condiciones; son esas
condiciones las que ahora debo anunciarle a Michael Winthrope. A petición de Darius,
Penélope me acompaña. Al principio, estaba un poco molesta de que no me confiara la
responsabilidad completa del trato con su tío, pero finalmente, dada la intensidad de lo que
estábamos atravesando, no me desagradó tener a la eficaz asistente de Darius a mi lado.
Tenemos una cita en la cafetería del hospital de Brooklyn, uno de los hospitales
públicos de Nueva York, donde se encontraba Bethany Winthrope. Desde nuestra entrada,
su padre, pálido de angustia, dejó la mesa donde esperaba y se arrojó a nuestro encuentro.
De su ansiedad no hay dudas, estoy aliviada de que Penélope esté presente como testigo.
Si Darius aún tiene dudas, su relato terminará por convencerlo.
- Buenos días. ¿Entonces?, suelta Michael Winthrope, visiblemente a la espera.
Es inútil alargar el suspenso.
Cuando Penélope regresa con dos grandes cafés, le agradezco haciéndole una seña
con la cabeza. Esta mañana, las dos esperamos a que Darius regrese del quirófano. El
doctor que se ocupa de Bethany necesita una extracción en los huesos de la pelvis y, aun si
esta intervención es benigna, no puedo evitar pensar en los riesgos inherentes a toda
anestesia general.
Darius partió al quirófano con una sonrisa, relajado y sereno. Una vez que tomó la
decisión, asumió todo con mucha calma, mientras que a mí la angustia me invadía. Creo
que logré disimular ante él mi miedo a perderlo, pero, después de su partida, no hizo falta
mucho tiempo para que su asistente se diera cuenta de lo que sentía.
- Tome Juliette, me dice mientras me extiende un gigantesco vaso térmico. Es un
café con caramelo, yo le llamo «una mano de hierro en guante de terciopelo».
Su broma me arranca una sonrisa.
- Muchas gracias, Penélope. Es exactamente lo que me hace falta.
- No te preocupes, el profesor Scott es uno de los mejores y es una intervención
rutinaria. Darius no corre ningún riesgo.
- Lo sé, pero…
- Sí, continúa en mi lugar, cuando se trata de nuestras personas queridas, siempre es
una prueba.
Las dos dejamos escapar el mismo suspiro cargado de inquietud por Darius. La
mirada que intercambiamos entonces, es casi la que podrían intercambiar dos amigas. Esta
mujer no es simplemente una asistente devota, los lazos que la unen a Darius son más
fuertes que una relación profesional y, cuando se levanta para volver a inflar su almohada,
comprendo todo el afecto que le tiene. Las lágrimas me vienen a los ojos. Me apresuro a
tragar un sorbo ardiente de esta bebida deliciosa, rogando porque Penélope no me vea
llorar.
Me sorprendería que disfrutara de toda esta sensiblería.
Por desgracia para mí, la asistente de Darius se gira antes de que haya podido
reponerme del todo. Ante mis ojos enrojecidos su reacción es espontánea: me quita el vaso
de las manos, se inclina hacia mí y me abraza. Su aroma es suave, ligeramente dulce, un
toque de dulzura puesto sobre su traje un poco austero.
¡Por ningún motivo me desplomaré como una cosita frágil!
De cualquier manera, derramo algunas lágrimas, pero su abrazo me hace bien y
rápidamente recobro mis fuerzas.
- Discúlpeme, debe encontrarme muy emotiva, me disculpo, un poco molesta.
- Conmovida, no emotiva. Usted se preocupa por Darius y no puedo molestarme
con usted por eso; me tranquiliza levantándose.
Entonces me entrega mi vaso, agarra el suyo y toma una silla para sentarse a mi
lado. Las dos bebemos nuestro café con caramelo esperando el regreso de Darius.
***
Esta mañana, Darius no puede estar mejor. Sentado en su cama, con el semblante
resplandeciente, envía mensajes desde su teléfono ultra moderno. Ayer, a su regreso del
quirófano, todavía con el efecto de la anestesia, un poco pálido y con los ojos cerrados
sobre esta cama de hospital, me pareció extrañamente juvenil. Al despertar, sonrió al
verme, una bella sonrisa, un poco fatigada, que conmovió inmediatamente mi corazón.
Incluso vuelto vulnerable por la intervención, estaba tan apuesto… Penélope se quedó un
poco, interrogando al personal médico, dando instrucciones. Luego, al constatar que todo
estuviera bien, desapareció discretamente sin que haya tenido la oportunidad de
agradecerle, para mi gran alivio, el encontrar a Darius sano y salvo.
Hoy, si bien traigo un té verde para nuestro convaleciente, igualmente me preocupé
por traer un gran café de caramelo para Penélope, esperando que no sea una bebida
reservada para los tiempos difíciles y que así comprenda que le estoy agradecida por haber
permanecido a mi lado como lo hizo ayer.
A mi llegada, ella se levanta enseguida y se prepara para despedirse, cuando le
extiendo el vaso térmico. Sorprendida, ella levanta las cejas y me agradece calurosamente.
Darius me guiñe un ojo.
Ya está, hice un punto.
Penélope se queda aún algunos minutos, luego sale de la habitación, discreta como
de costumbre. En pijama de seda color azul marino, Darius se ve más apuesto que nunca y
yo muero de ganas de deslizarme con él bajo sus sábanas. Evidentemente, no soy la única
con esos pensamientos porque el beso que me da es todo, menos el de un convaleciente.
Inmediatamente, se encienden mis sentidos y muero de ganas por desabrochar su pijama.
- ¿Estás bien?, le pregunto, luego de haber recuperado mi aliento.
- Perfectamente bien, estoy ansioso por salir de aquí.
Saboreo con felicidad el tuteo, haciendo sonar suavemente ese «tú» que me deleita
en cada ocasión. Darius y yo nos tuteamos en privado y en público continuamos
hablándonos de «usted». Lo que hace a ese «tú» aún más delicioso de pronunciar, como un
secreto entre él y yo.
Darius apaga su celular y me invita a sentarme con él al borde de su cama, lo que
hago inmediatamente. Cuando pone su mano sobre mi muslo siento, como siempre, una
corriente eléctrica recorrerme todo el cuerpo. Ya han sido varios días que estamos
atrapados dentro de un torbellino médico y me hace falta su cuerpo…
- ¿Juliette, tienes noticias de Bethany?, me pregunta Darius, de pronto más serio.
Aun cuando hizo hospitalizar a su prima, pagando sus gastos, en el Mont-Sinai, el
cual tiene mucha mejor reputación que el hospital en el que estaba hasta ahora, es la
primera vez que me pregunta sobre ella así de directamente.
Puede ser que, finalmente, acepte acercarse a su familia…
- Hoy fue realizado el trasplante, pero se tendrá que esperar algunos días antes de
saber si resultó bien. En todo caso, ella volvió a tener esperanza, y su padre también; te
están muy agradecidos por todo lo que has hecho.
Darius no responde nada y me jala hacia él. No me puedo resistir y me acurruco con
felicidad contra su torso poderoso.
Hum… aún no está para hoy.
A pesar de mis esfuerzos, siempre rechaza todo contacto con su tío y su prima, pero
por el momento, no tengo el corazón para reprochárselo. ¡Después de todo, tiene todo el
derecho de ir a su ritmo, luego de haber aceptado soportar una intervención para salvar a
alguien a quien nunca había conocido!
Él me besa en el cuello y yo me dejo llevar hacia él, mientras él desliza
descuidadamente una mano por mi espalda baja, prendiendo enseguida un incendio en mi
vientre. Una vez más, intercambiamos un beso ardiente. Darius mordisquea mis labios,
juega con mi lengua y termina por arrancarme un fuerte gemido, poco adecuado para una
habitación de un hospital. De pronto, me toma de la nuca y me besa aún más
profundamente; todo mi cuerpo comienza a temblar. La espera es insoportable y me parece
que mis nervios van a reventar por la tensión. El mismo Darius parece de pronto tener
fiebre.
Tocan a la puerta, él me suelta y yo me levanto precipitadamente. Cuando la
enfermera entra a la habitación, me parece que mi excitación es tan visible como indecente,
pero la joven de blanco, rechoncha y amable, no parece notar nada. Simplemente trae un
medicamento para Darius y deja la habitación de inmediato. No puedo evitar pensar en que
aprovechamos del contexto para hacernos, los dos, pruebas sanguíneas y yo tomé el tiempo
para que me prescribieran un anticonceptivo. Ardo en deseos por saborear el placer libre de
restricciones con Darius, por probar su piel, por sentirlo en mí, cálido y vivo…
- Juliette, he tomado una decisión.
¿Eh? ¿Qué? ¿Cuál?
- Me parece que nos ganamos unas pequeñas vacaciones bajo el sol; sobre todo yo,
agrega burlón.
Yo sonrío.
- ¿Tú? ¡No has hecho más que dormir! ¡Soy yo quien necesita más reposo!
El ríe y sus ojos burbujean como champaña. Tengo curiosidad por saber todo lo que
planeó en su cama de hospital.
- ¡Desde que salga, mañana por la mañana, partimos a Hawái, mi pequeña y querida
Juliette!
Ahí tengo una villa que seguro te gustará. ¡Estaremos solos, no habrá ninguna cita
profesional, sólo nosotros y el océano! ¡Sumergida, desocupada y ya verás, tendré
oportunidad de mostrarte mis talentos culinarios!
Me quedé sin voz. La idea de pasar un tiempo a solas con Darius, bajo el sol, me
encanta y me siento un poco nerviosa de pensar en ir desde Nueva York a Hawái, yo que
nunca he viajado.
Al verme muda, Darius inclina la cabeza y frunce las cejas.
- ¿Qué pasa? ¿No tienes ganas de ir? ¿Tienes entrevistas?
- No, no… es sólo que… es tan repentino, estoy sorprendida… pero…
- ¡Ah no, esta vez sin peros, estoy convaleciente, necesito reposo, no puedes
negarme eso!
¿Cómo decir «no» a tales argumentos?
Darius me mira y nace una sonrisa de sus labios sensuales, sabe que ya acepté. Me
jala de nuevo hacia él y caigo literalmente sobre la cama, boca abajo sobre su cuerpo
impaciente. El ardor que se apodera de nosotros, ya no tiene nada que ver con lo que hemos
pasado en estos últimos días…
15. Solos en el mundo
Al llegar a la playa, Darius amarra su bote, mientras yo voy a ducharme para quitar
de mi piel todo rastro de sal. La playa está desierta y se beneficia de lujosas instalaciones
perfectamente integradas al paisaje que parece ser un paraíso sobre la tierra. Darius compró
esta isla hace varios años y la hizo acondicionar respetando la flora y la fauna. El puente
está hecho de madera, así como las regaderas y la magnífica villa, la cual se encuentra en
las alturas de la isla y a la cual se accede a pie, a través de la vegetación exuberante, o en un
automóvil eléctrico, para evitar toda contaminación. Ése es el único vehículo motorizado de
la isla, además del pequeño bote, el cual utilizamos para ir a bucear, y el avión que se
utiliza para las llegadas y salidas. En la playa de arena fina y blanca, entre los cocoteros,
están sujetas algunas hamacas. El agua de la ducha es simplemente calentada por el sol y,
en un cofre de madera y metal, que parece haber sido depositado allí por el océano después
de un naufragio, se encuentra, de hecho… un mini-bar que funciona con la energía solar.
Desde hace dos días, pasamos nuestras tardes en esta playa, bañándonos, bebiendo agua de
coco fresca, buceando y… reencontrándonos.
Entro a la regadera y abro la llave. El agua corre sobre mi piel, la cual ya está un
poco irritada por la sal. La sensación de bienestar es inmediata. Movida por una inspiración
repentina, desato el sostén de mi bañador, tengo ganas de sentir el agua chocar con mis
senos, los rayos del sol, filtrados por las altas hojas de las palmeras, son más suaves y sus
caricias tibias son casi amigables. Enjuago cuidadosamente mi cabello, abro la boca y
saboreo el agua que cae sin interrupción. Escucho la puerta abrirse detrás de mí, pero no me
giro. En esta isla sólo estamos Darius y yo, como dos Robinsons abandonados a sí
mismos... Sus manos estrechan mi cintura y coloca su cabeza sobre la mía.
- ¡Eh, te estas robando mi agua!
Cuando atravieso el enorme salón del hotel Plaza, cuyo portero me saluda ahora
inclinando la cabeza, siento mi teléfono vibrar.
Una hora más tarde, tengo mi entrevista y la respuesta a mi pregunta: ¡David Bitsen
no trabajaba en su papel, está intentando seducirme!
¡Cuando pienso que Darius lo consideraba su amigo!
Impactada, debo recurrir a todo mi autocontrol para conducir la entrevista hasta su
término, aparentando obstinadamente no entender las intenciones del actor. Pero, cuando
llega el momento de despedirse y que le extiendo prudentemente la mano, por encima de la
mesa, éste se apodera rápidamente de ella para llevarla a sus labios, agradeciéndome con
una sonrisa enamorada.
De repente, un flash me deslumbra. Retiro mi mano, balbuceando un
agradecimiento por haberme concedido la entrevista y me apresuro a abandonar el sitio.
Salgo precipitadamente del bar, casi empujando a un paparazzi que está pegado a la vitrina,
luego, tomo un taxi para regresar al Plaza, ansiosa por encontrar a Darius lo más pronto
posible. Además de las ansias que siento de lanzarme a sus brazos, estoy impaciente de
saber cómo le fue en su encuentro con su joven prima Bethany.
***
- ¿Darius?
Entro tímidamente a su suite, después de tocar la puerta. Me parece haber
escuchado que entrara, pero no responde a mi llamado. Avanzo hacia el gran salón y él está
ahí, siempre tan apuesto, con un curioso peluche en la mano. Está sentado en un lujoso
sillón, frente al ventanal que ofrece una vista panorámica a la quinta avenida. Los músculos
de su mandíbula están tensos, su mirada está fija en la actividad intensa de la gran arteria,
muy abajo.
La mano de Darius está sobre mi espalda baja, cálida y suave. Siento mi respiración
hacerse más lenta, poco a poco, siento mi cuerpo, disperso por el placer, retomar su
integridad… Esta mañana, nos dimos algunas horas de libertad, las cuales, por supuesto,
consagramos a hacer el amor. Como siempre, el sexo con Darius es fenomenal. Cada vez,
me parece que descubro otra dimensión de placer físico. Giro la cabeza para mirarlo. Está
acostado de lado, con la cabeza puesta en una mano, sus ojos color miel recorren mi cuerpo
desnudo, con una ligera sonrisa en los labios. Le respondo la sonrisa y me giro sobre la
espalda, acurrucándome contra él, admirando su rostro perfecto, inclinado hacia mí. En
silencio, desliza su mano sobre mi piel, dibujando el contorno de mis senos, de mi vientre,
para subir a mis hombros, a lo largo de mis brazos… Mis ojos se cierran con su caricia.
- Gracias, Juliette, por ser quien eres…
¿Por ser quien que soy?
Abro los ojos, Darius me sonríe. Con su voz dulce y cálida, retoma:
- Desde que te conozco, mi vida cambió, sabes…
¡¿En serio?!
Estoy conmovida por lo que me acababa de decir. Desde que nos conocimos, mi
vida se convirtió en una verdadera aventura, experimento sensaciones que nunca había
conocido, voy a lugares que nunca antes pensé ir, conozco gente maravillosa… Nunca
habría imaginado que Darius pudiese experimentar algo semejante. Ahora sin palabras,
continúa pasando su mano sobre mí, jugando con mi piel, divirtiéndose al trazar en ella un
camino granulado que me hace estremecer. Pero cuando me dispongo a responderle, mi
estómago repentinamente se hace notar reclamando sus derechos… Bastante ruidosamente.
Confundida, me sonrojo de inmediato. Darius suelta una carcajada poniendo su mano sobre
mi vientre.
¡Qué vergüenza!
- Ordenaré un desayuno, ya que es solicitado con tanta autoridad.
- Oh no, lo siento…
Frente a su risa espontánea, no puedo evitar sonreír, pero de todas maneras estoy
apenada.
- No tengas pena, te hice hacer demasiado ejercicio esta mañana, añade, malicioso.
Esta vez, siento que estoy colorada. Es verdad que nuestra mañana estuvo muy…
agitada. Se levanta, desnudo, magnífico, aún bronceado. Darius llama a la recepción y
ordena. Hipnotizada por su belleza, con un pequeño suspiro de disgusto lo veo ponerse su
bata.
- Me ducharé y vestiré, quédate en la cama si quieres.
- Mmm… tendré que levantarme también, tengo una entrevista en dos horas.
Él deposita un beso sobre mis labios y desaparece. En espera de que el room service
toque la puerta de su suite, me estiro sobre las sábanas frescas, respirando el perfume de
Darius, quejándome por la idea de tener que dejar la cama para ir a trabajar.
***
Un poco más tarde, con el cabello todavía húmedo, me siento en la mesa frente a
Darius para tomar un desayuno abundante pero refinado. Como de costumbre, organizó las
cosas a lo grande y, además del té, el café, los pancakes, las frutas frescas, el caviar y su
crema, en resumen, todo lo que hace falta para saciar nuestro apetito, también podemos
brindar con el coctel Mimosa - jugo de naranja y champaña - perfectamente equilibrado,
que nos dejó el camarero. Darius debe contestar algunos mensajes mientras yo unto a
conciencia unos blinis muy calientes.
Hum… está delicioso
Darius, con el teléfono al oído, sonríe viéndome devorar todo lo que se encuentra en
la mesa. Después de unos quince minutos, por fin cuelga su teléfono móvil con un suspiro.
- Discúlpame.
- Por favor, sé que es tarde.
Elude la cuestión del horario de manera despreocupada. Cuando se ocupa su
posición, es verdad que no se está sometido a las mismas imposiciones que los mortales
comunes. Los socios financieros de Darius nunca son tan poderosos como él y, aunque
demuestra cortesía a toda costa, generalmente ellos se adaptan a su uso del tiempo.
Mientras él también se sirve generosamente, Darius me confía:
- Le pedí a Pénélope que contrate un equipo de detectives privados.
- ¿Ah sí?, digo, estupefacta.
¿Tan rápido?
- Sí, en cuanto regrese a París, me encontraré con ellos para darles instrucciones. Es
tiempo de que ponga las cosas en claro.
Entre el momento en que tomó la decisión de aclarar las zonas sombrías de su
pasado y la contratación, entonces habrán pasado apenas unos cuantos días. Obviamente,
Darius no pierde el tiempo. Yo muevo la cabeza, de nuevo seria.
- Tienes razón, Darius, espero que estas personas sepan contestar a tus preguntas.
- Yo también lo espero, contraté a los mejores, no hay razón que no encuentren,
añade descuidadamente, como hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere.
No puedo evitar el desearle a esos detectives privados que tengan talento. Mientras
bebo a sorbos una taza de café dulce y afrutado, como me gusta, Darius me pregunta a
quién debo entrevistar esta tarde.
- ¡Estoy realmente contenta, se trata de Meryl Streep! Conseguí la cita por medio de
su agregada de prensa.
- ¡Bravo!, dice Darius, visiblemente impresionado. ¿Cómo hiciste para lograr esa
hazaña?
- Durante el evento al cual fuimos invitados, Susan Sarandon no dejaba de
presentarme famosos, también me había prometido decirles algunas palabras a sus
conocidos en mi favor… ¡y ahí está! Adoro a Meryl Streep, y no soy la única: tiene tres
premios Oscar, ¿te das cuenta?
- Sí, es una actriz excepcional… y una mujer muy culta.
- ¡¿La conoces?!
Me quedo atónita. ¡Me parece que Darius ha conocido a todo el planeta! Sabía, por
supuesto, que tenía contactos en el medio del cine, pero Meryl Streep…
- Nos hemos cruzado varias veces, me responde con desapego.
Yo estoy muda. Darius suelta una risa ante mi asombro.
- Vamos, Juliette, en algunos minutos, tú también podrás decir que conociste a
Maryl Streep. Deberíamos irnos, agrega levantándose.
Me sacudo y hago lo mismo. Debo ir a mi suite para buscar mi dictáfono y mis
notas antes de reunirme con la estrella en el hotel cinco estrellas donde debe recibirme para
la entrevista. Mientras me apresuro para partir, esperando dejar el hotel al mismo tiempo
que Darius, éste me toma por la cintura y me besa en plena boca.
- Debo irme de inmediato, pero hubiese querido no perderme esto, murmura Darius,
antes de soltarme e irse rápidamente, dejándome sin aliento y con las piernas temblorosas.
¡Siempre me provoca el mismo efecto, es impresionante!
Observo a Darius salir de la habitación con un traje de diseñador. En el último
momento, me lanza un guiño para despedirse de mí. Mirada de miel, paso firme y hombros
cuadrados… hago un gesto de pesar al verlo desaparecer. Necesito algunos segundos para
recuperar totalmente la compostura y cuando entro al corredor que lleva a mi suite
particular, me cruzo con Pénélope. Con los brazos cargados de los últimos periódicos
anglófonos y francófonos, viene para armar el expediente de prensa de Darius. Sonriente, la
saludo calurosamente.
Pero para mi sorpresa, la asistente de Darius apenas me responde, con el rostro
huraño.
Debe haber recibido una mala noticia… o tiene dolor de cabeza.
Decido pasar a comprarle un remedio después de mi entrevista. Pénélope fue tan
gentil conmigo durante la hospitalización de Darius que quiero hacerle favores cada que
tengo la ocasión. Ya preparada para mi reencuentro con Maryl Streep, voy rápidamente a
buscar mi material y a ponerme un pequeño abrigo elegante de lana, encima de mi vestido
ajustado.
Para conocer a la que encarnó al diablo en Prada, es mejor apostar por los valores
seguros.
Muy rápidamente, tomo el ascensor y salgo del Plaza para tomar un taxi. A penas
me he instalado cuando mi teléfono suena. Tomo el tiempo para indicarle mi destino al
chofer, quien resulta ser mujer, antes de fijarme en quién busca localizarme. Charlotte.
No, más tarde linda.
Rechazando su llamada, le envío un SMS para decirle que le hablaré más tarde y
comienzo a releer mis notas para poder entrevistar a Meryl Streep sin tener mis ojos fijos en
mi cuaderno.
***
Continuará...
¡No se pierda el siguiente volumen!