Está en la página 1de 107

Phoebe P.

Campbell
Contrato con un multimillonario

Volúmenes 1-3
1. Un encuentro inquietante

Siento que me levantan. En un abrir y cerrar de ojos, estoy aquí pegada al hombre
de blanco, firmemente sujetada a diez centímetros del suelo, sin poder hacer ni un
movimiento. Nuestros rostros se rozan.
¡Es realmente muy guapo! ¡Y ese perfume!
Pegada a él, mi corazón acelerado se desboca. Además del estrés, una inquietud
completamente inapropiada sube en mí, mientras una de sus manos baja a lo largo de mi
espalda.
Si al verlo hubiera sabido que terminaría en sus brazos…

Algunos minutos antes…


Cuando el responsable de las actividades deportivas del grupo Winthrope Press me
llamó para pedirme que reemplazara a un periodista enfermo. Por supuesto que acepté.
Incluso si el tenis (y el deporte en general) no es mi especialidad, como nueva periodista a
destajo, acepto todo lo que me proponen. Es algo que también me gusta de esta profesión:
el descubrimiento de universos desconocidos. Además, ¡trabajar en el seno de la prestigiosa
revista masculina VirGo, ya es algo! Y aquí estoy, sólo algunos meses después de haber
obtenido mi título, en Roland-Garros.
¡Estoy en Roland-Garros con un gafete de prensa en el saco de mi traje!
Si no fuera porque soy muy seria, creo que andaría por todos lados gritando de
alegría. El partido no tardará en terminarse e, incluso para ser el primer día, el ambiente es
todavía relajado, no soy la única persona provista con una grabadora esperando un
comentario original dicho por el vencedor.
Amontonada con mis colegas y competencia en el espacio dedicado a la prensa,
espero con mi traje sastre nuevo que las dos esperanzas del tenis mundial hayan terminado
su último set. Todos siguen los pormenores del partido en la pantalla gigante que ahí se
encuentra, hacen comentarios o checan su equipo. Yo no puedo evitar mirar discretamente
al hombre de blanco que se encuentra a algunos metros de mí.
Alto, cabello oscuro, de una belleza arrolladora, tiene una prestancia impresionante.
Habla por teléfono, tranquilo y serio, caminando cien pasos por la sombra, justo en la
entrada del Club de Palcos. Su camisa clara contrasta con su piel bronceada e, incluso
oculto por sus lentes oscuros, su rostro es perturbador. Mentón pronunciado, boca
sensual… Lo que más me atrae, es su andar confiado y su cuerpo delgado, pero
indudablemente varonil, resaltado por su pantalón elegante y de un corte perfecto.
Un clamor me saca de mi ensoñación. ¡El partido ha terminado! ¿Quién ganó? El
joven checo. Muy bien. Después de mirar rápidamente la pantalla, constato que su
adversario, un uruguayo de rostro taciturno, toma su tiempo para recoger sus cosas. Trato
de acercarme al vencedor y me precipito con los demás periodistas.
- ¡Martin! ¡Martin!
Todo el mundo lo llama, le hace preguntas en inglés, algunos en checo. Entiendo
porque todas mis colegas mujeres llevan zapatillas o zapatos planos y no zapatos de tacón
como yo…
¡Quería parecer una profesional, pero parece que estuviera aquí por error!
¡Es un verdadero tumulto! ¡El joven tenista se abre paso entre la muchedumbre de
periodistas, lanza una o dos respuestas al pasar y todo el mundo corre tras él! No me atrevo
a dar de codazos y de repente, la pesadilla, mi tacón derecho se rompe. Atribulada, tropiezo
y trato de asirme al saco del periodista que se encuentra delante de mí, pero éste se sacude
brutalmente, sin siquiera voltear, caigo al suelo apretando contra mí mi grabadora. Si la
suelto la aplastarán.
- ¡Atención, Juan Perèz está llegando!
- ¡Juan, ¿Un comentario?!
Paralizada, veo a la muchedumbre de periodistas dar media vuelta y precipitarse en
mi dirección, sin una sola mirada para mí, los ojos fijos en el perdedor del partido.
¡Ah, me van a aplas…!
Siento que me levantan. En un abrir y cerrar de ojos, estoy aquí pegada al hombre
de blanco, firmemente sujetada a diez centímetros del suelo, sin poder hacer ni un
movimiento. Nuestros rostros se rozan.
La horda de periodistas pasa de largo sin prestarnos un poco de atención, gritando
preguntas en inglés y en español esta vez.
¡Es realmente muy guapo! Y ese perfume…
Pegada a él, mi corazón acelerado se desboca. Además del estrés, una inquietud
completamente inapropiada sube en mí, mientras una de sus manos baja a lo largo de mi
espalda. Al hacer mi cabeza hacia atrás, cruzo mi mirada espantada en el reflejo de sus
lentes oscuros y por fin reacciono.
«¡Bájeme enseguida!»
Su mano se coloca en la hendidura de mi espalda mientras me baja cuidadosamente
sobre el suelo. Doy un grito.
«¡Ay!»
Mi tobillo derecho me duele atrozmente.
- ¿Le duele? Dice enseguida, sosteniéndome por el brazo.
- Me duele un poco el tobillo.
- Vamos a ver.
Y sin preguntar mi opinión, me levanta de nuevo y me lleva hacia el puesto de
auxilio.
- ¡Espere, quiero recoger mi zapato!
- Ya no le servirá de nada. De cualquier forma, el tacón está roto.
Todo el mundo nos mira, estoy mortificada. Perdí mis entrevistas, sólo tengo un
zapato y un desconocido me está cargando.
- ¡Bájeme, debo regresar al trabajo!
Con todo este estrés, mi voz era chillona. Seguro le lastimé los tímpanos.
- Ni hablar. Tal vez tenga un esguince, sería muy imprudente caminar, primero
tienen que revisarla.
- Ya lo veré más tarde, bájeme le digo… por favor, agregué para atenuar la dureza
de mi tono.
- No, me responde simplemente, con un intento de sonrisa en los labios. Si usted
fuera una jugadora de tenis, su entrenador la animaría a retirarse para salvar el resto de la
temporada…
Un médico deportivo, ¡sí que tengo suerte! Este tipo es realmente encantador, pero
me está impidiendo realizar mi trabajo, ¡y no necesito mi tobillo para hacer una entrevista!
- ¡Escuche, bájeme enseguida o grito! ¡Usted está tal vez acostumbrado a tratar con
deportistas, pero yo soy periodista y soy perfectamente capaz de ir a trabajar con mi tobillo
torcido!
Para apoyar mi afirmación, comienzo a agitar mis piernas y a retorcerme para
zafarme. Primero, sus brazos se cierran aún más sobre mí, pero finalmente, se decide a
bajarme. Cuando veo que ha dejado de sonreír, lamento por un instante haber sido tan
rígida, pero no tengo opción, tengo que llevar algo a la redacción.
- Gracias.
- Usted se equivoca, me espeta con firmeza. Además, con sólo un zapato, se podría
lastimar aún más los pies.
Maldición, es verdad…
- Encontraré un par de tenis, no se preocupe por mí.
Quedo satisfecha con mi respuesta y le ofrezco mi mano para despedirme. Él
reprime una sonrisa y se quita sus lentes oscuros.
¡Oh, Dios mio!
Me quedo sin voz, hipnotizada. No puedo quitar mis ojos de los suyos...
Traspasados por un rayo de luz de sol, son dorados como la miel y me gustaría tanto
sumergirme completamente en ellos. Mientras me quedo ahí, con la boca abierta frente a
esa mirada increíble, me da un apretón de manos.
Este simple contacto me hace tiritar a pesar del calor. Espero que no se dé cuenta de
nada, pero si mis piernas no responden no es a causa de mi tobillo.
- Como usted quiera, señorita. Pero insisto: que le revisen ese tobillo. Y vaya a
buscar un par de zapatos inmediatamente, agrega, autoritario.
Me doy apenas cuenta de que mi mano sigue en la suya y que debía retirarla, pero
sigo bajo el embrujo de sus ojos color miel. En un sobresalto de lucidez, mi mirada se
aparta al fin y, mientras busco una salida honorable, con mi mano en la suya, veo a Ian
Christiansen, el célebre jugador sueco. Esta antigua gloria del tenis ganó el día anterior la
final en la categoría de más de cincuenta años del Torneo de Leyendas, jugando en dobles
con un jugador francés.
¡Es tal vez mi única oportunidad de llevar algo interesante a la redacción!
La profesional que vive en mí toma el control. Suelto su mano tibia y firme,
balbuceo un vago agradecimiento y me voy, cojeando a toda velocidad hacia el jugador de
tenis, ceñudo como es su costumbre.
Efectivamente, corro el riesgo de herirme si continúo, pero necesito alcanzar a Ian
Christiansen. Sé que tiene fama de rechazar sistemáticamente cualquier entrevista, pero ni
modo, tengo que intentarlo. En el tiempo en el que ocupaba el primer lugar del tenis
mundial, daba las más cortas conferencias de prensa del circuito y permanecía
prácticamente en silencio sobre los platós de la televisión.
¡Ay!
Mientras voy saltando sobre un pie para que no me deje el jugador, veo a Cyprien
Ridon, uno de los periodistas del grupo Winthrope Press, quien viene hacia mí.
- Juliette, ¿qué pasó?
- No es nada, yo... ¡se me rompió un tacón y me torcí un poco el tobillo, pero estoy
bien, de veras! Le respondo rápidamente, estresada.
Cyprien tiene alrededor de cincuenta años. Visiblemente le cuesta trabajo
desenvolverse en esta realidad y a veces se comporta como el joven prometedor que debió
ser... pero que ya no es, desde hace mucho. Me toma por la cintura.
- Recárgate en mí.
Me libero casi enseguida. Después de haber estado con mi bello desconocido, el
brazo de Cyprien Ridon alrededor de mí casi me repugna.
- Estoy bien, gracias.
- Eh, bueno...
Retrocede un poco ofendido.
- Dime, ¿qué pasó hace rato? me pregunta, suspicaz.
- ¿Hace rato? ¿A qué te refieres?
- Con Winthrope.
No entiendo nada, pero al evocar el apellido del gran jefe, una angustia sorda me
oprime. Lanzo una mirada inquisidora a Cyprien, que frunce el ceño, el rostro severo.
- Los vi a los dos, antes de que te pusieras a saltar a toda velocidad, como si
estuvieras huyendo de él. ¿Te estaba regañando?
Estoy estupefacta.
Ese tipo, el hombre guapo con los ojos dorados, es... ¿mi jefe? Oh no...
- No me digas que el hombre de blanco, ¿es él? ¿Era Winthrope? Oh, mierda...
Cyprien me mira fijamente. Me toma por el brazo y me aprieta con fuerza, pero
estoy tan sorprendida que no opongo resistencia esta vez.
- ¡Por supuesto que era Winthrope! me escupe al rostro al hablar, ¿no lo
reconociste? ¡No me digas que fuiste grosera con él!
Revivo mentalmente la escena y me desmorono. Pero también siento que Cyprien se
aprovecha de esto para acercarse más a mí.
- Sabes, si necesitas que hable bien de ti...
Libero mi brazo y retrocedo.
- Justamente, tengo una entrevista que hacer, si me disculpas, Cyprien, tengo... que
irme.
Espantada, me doy cuenta de que ya le perdí el rastro a Christiansen y que no tengo
ninguna idea de la dirección que tomó. Dejo ahí a Cyprien y me alejo lo más rápido que
puedo, teniendo en cuenta mi pie descalzo y mi tobillo adolorido, tratando de hacerlo con
dignidad. Viendo las sonrisas divertidas a mi paso, creo que no lo he logrado del todo.
Soy de lo peor, no tengo ninguna información que llevar más que el resultado del
partido, ningún comentario de ninguno de los jugadores, se me rompió un tacón, torcí mi
tobillo, soy incapaz de terminar mi día y, la cereza del pastel, fui más que grosera con mi
empleador... Buen balance para un día de trabajo.
Tengo ganas de llorar.
Desesperada y avergonzada, me dirijo trastabillando hacia una de las salidas del
complejo. En el camino, me doy el tiempo para comprar un par de chanclas grabadas con
«Roland-Garros», que me pongo de inmediato. Con mi traje sastre, es bastante ridículo,
pero aun así más discreto que andar con un sólo zapato. Quiero regresar a casa y olvidar
este día, mi carrera, mi ego devastado, esos ojos dorados, todo. Prácticamente corro,
tratando de ahogar mis lágrimas cuando unos gritos me hacen voltear la cabeza.
¡Ian Christiansen!
Mi corazón se detiene completamente. Ok, tengo la nariz roja, estoy en chanclas, mi
corazón da de bandazos, pero quien no arriesga no gana.
Si es la última oportunidad de salvar mi carrera, nadie podrá decir que no luché.
No entiendo lo que dijo, pero parece furioso y, en un español aceptable, regaña al
encargado de un puesto de comida que se encuentra al exterior del complejo. Respiro
profundamente, checo mi grabadora y avanzo con toda la seguridad de la que puedo hacer
acopio.
Cuando me acerco, entiendo apenas que Ian Christiansen quiere una hamburguesa
vegetariana y que el puesto de comida no tiene en su menú. Es la primera vez que veo a
Christiansen en este estado. Es famoso sobre todo por ser glacial y callado.
¡Debe tener muchas ganas de su hamburguesa vegetariana!
Me doy cuenta de que la suerte me sonríe al fin: hace algunos días con Charlotte, mi
mejor amiga, fuimos a probar uno de esos food trucks que tienen en su menú unas
hamburguesas vegetarianas exquisitas. Temblorosa, localizo el camión en cuestión con mi
IPhone y, afortunadamente, ¡está en este barrio!
Hago acopio de todo mi valor y me aproximo a la antigua estrella del tenis. Cuando
estoy cerca de él, respiro y digo en una exhalación:
- Puedo acompañarlo a un lugar en el que encontrará lo que quiere. Es delicioso y
está muy cerca.
Calla repentinamente y voltea hacia mí, sus fosas nasales tiemblan.
- ¿Hamburguesas vegetarianas? ¿Y dice que son deliciosas? ¿Con tofu?
- Con tofu.
- Perfecto.
¡No puedo creer lo que escucho! Voy a tener a Ian Christiansen para mí por algunos
minutos y le hago un favor. Pero se ve tan impresionante que no me atrevo a mentirle.
- Señor Christiansen, debo advertirle...
Me mira fijamente con sus ojos grises acero, imperturbables. Sin una palabra. Trago
saliva con dificultad y me lanzo al agua.
- Yo... lo siento, soy periodista.
Creo percibir un temblor en la comisura de sus labios. ¿Una sonrisa? Me mira de
arriba para abajo, su mirada se detiene en mis chanclas y se alza de hombros.
- Ni modo. ¿Vamos?
¡Gané!
Me pondría a bailar en este momento, pero no tengo tiempo, necesito llevar a Ian
Christiansen al food truck que le prometí, preparando mentalmente las preguntas que voy a
hacerle. Esperando que acepte responder sin utilizar únicamente monosílabos.
En el trayecto, aprovecho para mirarlo tranquilamente. No es muy alto, pero sí muy
seco, muy musculoso y bien conservado. Su reciente victoria en dobles era realmente
impresionante, teniendo en cuenta la intensidad del partido.
¡Y una pregunta, una! ¿Cómo hace, Ian Christiansen, para conservar una forma
tan deslumbrante?
Deslumbrante, es la palabra. Si no tuviese que indicarle el camino, creo que ya me
hubiera dejado muy atrás. ¡No es fácil correr en chanclas y cojeando con un tobillo torcido!
De cualquier manera, si tiene hambre, es mejor esperar a que haya comido para
entrevistarlo. Comer libera endorfinas, eso debería hacerlo más amable. ¡Aquí está el food
truck!
Preocupada por poner a mi jugador de tenis con la mejor disposición, decido tomar
cartas en el asunto y llamar a la joven dueña del negocio.
- ¡Señorita! ¡Señorita! ¿Puede ayudarme? Estoy con Ian Christiansen y quiere una
hamburguesa vegetariana.
Ella me mira, desconcertada, y me responde con una sonrisa.
- Sí, le puedo proponer cinco hamburguesas diferentes, ¿le doy la carta?
- Lo sé, ya he venido antes, pero no es todo...
- ¿Sí? Dice, alzando las cejas.
- Soy periodista a destajo y estoy obligada a hacer una entrevista sino me
despedirán.
- Lo siento. Pero no entiendo qué es lo que puedo hacer.
- ¡La mejor de las hamburguesas vegetarianas que haya preparado nunca! Si está
contento, me responderá, estoy segura.
Mi propia desfachatez me sorprende, pero después de haber sido grosera con mi
jefe, necesito urgentemente esta entrevista.
La joven cocinera me sonríe amablemente. Me siento aliviada: ella entendió.
- La mejor hamburguesa vegetariana, ¿eh? ¡Señor, acérquese!
Ian Christiansen, con el rostro sombrío, avanza y pasa su orden. No escucho, pero el
diálogo me parece exageradamente largo. ¿Va a aceptar? Cruzo los dedos para que no se
vaya. Pero no, toma un vaso con una bebida de hibisco y va a sentarse a una de las mesitas
dispuestas en semicírculo alrededor del camión.
Yo también ordeno y espero, parada, que nuestra comida llegue. Por fin, me llevan
mi sándwich y una especie de hamburguesa-monstruo: pan, tofu, legumbres variadas,
germen, nueces, salsas... Respetuosamente, llevo mi ofrenda a Christiansen. Toma la
charola, despectivo, y da una gran mordida.
¡Qué le guste, por favor, qué le guste!
Mastica pausadamente, traga, se voltea hacia mí y dice:
- Entonces, ¿me hará la entrevista?
2. Una invitación seductora

Charlotte, mi mejor amiga, es una optimista incorregible, del tipo que siempre ve la
mitad llena del vaso. Después de haber transcrito y enviado por mail la entrevista de Ian
Christiansen, la llamé por teléfono.
- Bueno, resumiendo, fuiste auxiliada por un galán, que mandaste de paseo por una
razón obscura…
- ¡Tenía que entregar un artículo y no tenía siquiera el tema!
Ella continúa como si no la hubiera interrumpido.
- Y resulta que este hombre sublime es tu jefe, lo que ciertamente, te pone en una
situación no muy cómoda, pero, se apresura repentinamente, compensas todo al conseguir
una entrevista con un tipo que sólo ha dado dos o tres a lo largo de su carrera. ¡Eso es lo
que se llama un día con altibajos!
-Sí, y estoy exhausta. ¡Y siento que me costará trabajo conciliar el sueño! Mañana
por la mañana, debo ir a las oficinas del grupo para la junta de redacción y no me atrevo a
imaginar cómo me van a recibir. Puedes estar segura de que Cyprien ya le habrá contado a
todo el mundo lo que pasó.
- Cyprien, ¿el periodista que te coquetea?
Puedo siempre contar con ella para recordar los detalles molestos.
- Cyprien le coquetea a todo lo que lleve una falda y que tenga menos de treinta
años.
- No importa, si le gustas, ¿puede apoyarte, no? ¡Después de todo, no fuiste grosera
con tu jefe a propósito!
- ¡Charlotte, soy periodista, se supone que debo reconocer a Darius Winthrope, el
genio de los negocios que fundó el grupo para el cual trabajo! Oh Dios mío…
Me golpeo la frente y me quejo, fulminada por la amplitud de mi metida de pata.
- Y el artículo que entregaste, ¿es bueno? me pregunta mi amiga.
- No lo sé. Estoy tan preocupada que no tengo ninguna idea.
- Ah, ¿tan guapo era? dice irónica.
- ¡Estoy hablando en serio!
- Yo también, hermosa, yo también…
Cuando se trata de hombres, Charlotte es incorregible. Según ella, soy demasiado
seria y no comprende que la gente no sea tan relajada como ella sobre ese tema. Por
supuesto, ¡cuando ella entra a cualquier lugar, todos los hombres voltean! Ella es alta,
pelirroja, una piel lechosa increíble, ojos verdes sublimes… Adoro a mi amiga, pero no
tiene ni idea de lo que viven las chicas normales como yo.
- Entonces, ¿tan guapo era? insiste.
- ¡Charlotte!
Estoy exasperada.
- Es guapo pues.
Cuando empieza a insistir así, sé que sólo hay una forma de detenerla: cediendo.
Suspiro ruidosamente.
- Sí, es guapo.
Al mismo tiempo que hablamos, miro en Internet las fotos de mi jefe. Estoy
sorprendida de que no haya muchas, pero en las diez que se despliegan en mi pantalla,
reconozco al hombre que me tomó en sus brazos hoy: estatura viril, pero esbelta, mirada
enloquecedora, boca sensual… Es realmente muy guapo. Y no soy la única que piensa lo
mismo, viendo a las chicas magníficas que cuelgan de su brazo en cada foto. Un pellizco
desagradable me hace pensar que mi estado emocional no se debe únicamente a mi
situación profesional, pero decido guardarlo para mí. ¡Si se lo cuento a Charlotte, no
acabaríamos nunca!
- ¿Y tu casting, por cierto?
Me acabo de acordar que ella tenía que hacer un casting para la próxima película de
un joven director francés en boga. Siempre quiso ser actriz y se mudó a París un año antes
que yo para realizar su sueño. Con su físico, encontró rápidamente un agente y empezó
como extra, luego con pequeños papeles y, desde hace algunos meses, trata de pasar a las
ligas mayores.
- No lo sé.
- ¿Te fue bien?
- Creo que mi interpretación le gustó a la encargada del casting, me dijo que
correspondía a lo que el director buscaba. Espero la respuesta en los siguientes días.
- Estoy segura de que te hablarán, tienes talento.
- Ya veremos, responde prudente. Bueno, en cuanto a ti, ¡deberías ir a ducharte,
sobarte el tobillo y dormir! Mañana será otro día.
- Sí, tienes razón. ¿Nos vemos mañana por la noche?
- ¡De acuerdo! Hasta mañana.
- Hasta mañana.
- ¡Juliette!
- ¿Qué?
- ¡No olvides tirar tus chanclas! me lanza jocosa, antes de colgar.
Suspiro y voy a darme un baño de tina caliente. Mi tobillo ya no me duele tanto y,
una vez con el agua hasta la barbilla, siento que mi cuerpo se relaja con gozo. La fatiga me
invade bruscamente. Me quedo en la tina todavía otros veinte minutos, me pongo una
mascarilla de chocolate, deliciosamente regresiva, como para reencontrar mi indolencia
bien amada, luego salgo y me seco. Antes incluso de que la tina se vacíe totalmente, ya
estoy bajo mis sábanas. Tengo apenas el tiempo de lanzar una última mirada a las fotos de
Darius Winthrope en mi computadora que olvidé apagar y me duermo, con una mirada
dorada flotando en mi espíritu.
Al día siguiente, llego muy temprano para la junta de redacción, a pesar de mi
tobillo que me hace todavía cojear un poco. Logré dormir seis horas aproximadamente,
pero abrí los ojos antes de que sonara mi despertador, angustiada por la idea de que me
regañaran a causa de mi crimen contra el gran patrón. Tengo los rasgos en tensión y temo
que mi atuendo falsamente relajado no engañe a nadie. Me puse el único par de jeans
estrechos que poseo, una blusa blanca, el saco de un traje sastre oscuro y un par de
zapatillas rojas. No existe error posible. Como de costumbre, me puse un poco de rímel en
mis pestañas y nada más.
Cuando salgo del elevador, me encuentro de frente a Cyprien, quien me escruta de
arriba para abajo sin responder a mi pobre sonrisa.
Oh no… Estoy segura de que ya le dijo a todo el mundo.
- ¿Dormiste bien, Coutelier?
¿Coutelier? ¡Siempre me había llamado por mi nombre!
- Eh… Sí, sí, gracias. Vengo por la junta de redacción. Y tú, Cyprien, ¿cómo estás?
digo valientemente.
- Dime… A propósito de tu pifia de ayer, ¿ya pensaste lo que vas a decir? me
pregunta ignorando mi saludo.
Inmediatamente, una bola de angustia viene a posarse en un hueco de mi estómago.
- Ah, ¿eso se sabe?
- Por supuesto, ¿qué es lo que crees? responde levantando los ojos al cielo.
Evidentemente, yo no dije nada, paro sabes bien que la responsable editorial del grupo es
como uña y mugre con Winthrope, entonces…
- ¡¿Ingrid Eisenberg lo sabe?!
Estoy aterrada.
Una periodista incapaz de reconocer a su propio jefe, ¡qué vergüenza…!
Cyprien adquiere un tono dulce repentinamente.
- Lo siento, Juliette.
- Gracias…
- De nada. Vamos, todo va a estar bien.
Se acerca a mí y pone su mano sobre mi brazo, protector. Hoy no puedo rechazar un
poco de ayuda pero esta cercanía me incomoda. Aun así no protesto.
¡No es el momento de rechazar el apoyo! Visto lo que pasó la última vez…
- Gracias, Cyprien, eres muy amable.
- No te preocupes, aquí estoy, me tranquiliza apretando un poco más su mano.
Un poco molesta a pesar de todo, le pongo fin a esa efusividad.
- Bueno. Voy a refrescarme un poco antes de la reunión.
- Ok, responde quitando su mano después de un último apretón. Nos vemos allá. Te
sentarás a mi lado, ¿de acuerdo? Lanza con un guiño.
- Sí, de acuerdo.
Me alejo. De ansiosa, paso a estar realmente angustiada.
Ni una sola palabra sobre mi entrevista con Ian Christiansen. Lo que faltaría, que
la hayan rechazado.
Me precipito hacia el baño de mujeres, el corazón se me sale por la boca. ¿Por qué
no reconocí a mi jefe?
¡Porque caíste en éxtasis frente a él, como una chiquilla! me responde la
consciencia.
Las manos puestas sobre el lavabo, mirándome a los ojos en el espejo, hago un
resumen rápido.
Bueno, cometí una torpeza enorme al enviar de paseo al patrón. No llevé a la
redacción el artículo que se me había encomendado, pero llevé uno mejor. (Este hombre es
sin embargo sublime.) No me queda más que blandir mi valor e ir a la junta de redacción y
defenderme. Y si no sale bien…
Al evocar esta perspectiva, mis ojos se humedecen, pero contengo mis lágrimas sin
ninguna piedad.
Si no sale bien, trabajaré con más ahínco para probarles que se equivocaron.
Respiro, me echo agua fría al rostro. Paso algunos minutos más para reparar mi
rímel corrido, luego salgo para buscar un poco de café. Frente a la máquina expendedora,
decido que necesito un poco de dulzura y escojo un capuchino.
- ¿Señorita?
Todo mi cuerpo se tensa. ¡Esta voz! Apenas me atrevo a voltear. Dibujo como
puedo una sonrisa en mi rostro y opero un cambio repentino de cara, con mi vaso de café en
la mano.
Frente a mí, más sexy que nunca, está Darius Winthrope, aquel que puede destruir
mi embrión de carrera (o que ya la destruyó…). Vestido con un traje elegante con un corte
perfecto, azul oscuro, avanza hacia mí, despreocupado, y con una sonrisa calurosa en los
labios.
¡Es tan joven! ¿Cómo es posible que se encuentre a la cabeza de un imperio como
éste? Sus labios…
- Constato con placer que su tobillo no parece dolerle.
- N… no, en efecto. Escuche, necesito disculparme por…
- Y evitó traer zapatos de tacón, es muy prudente.
Me siento enrojecer hasta la raíz de mis cabellos.
¡Se burla de mí!
Me lanza una mirada divertida.
- Siento muchísimo haberme despedido tan groseramente, créame que…
- Entiendo.
- Nunca debí tratarlo así y… ¿Qué?
Sorprendida, me interrumpo.
¿Acaba de decirme que lo entiende? Es cierto que no parece estar enojado
conmigo…
Es como si sus ojos me clavaran en mi lugar. Ya no son color miel, sino un poco
rojizos. Esos ojos, por encima de esa sonrisa irónica, son perturbadores. Y muy seductores.
- No es muy habitual que una joven auxiliada se rebele como usted lo hizo, pero sé
porqué reaccionó de esa manera. La tenacidad es una cualidad para una periodista. Y me
gusta que mis periodistas tengan cualidades, me explica.
- Oh. Gracias.
Apenas puedo responderle, tan estupefacta estoy. Me cuesta trabajo entender.
- Se lo ruego. Acabo de ver a Ingrid, quien me habló de la entrevista que usted
obtuvo con Ian Christiansen. ¡Bravo, es un golpe maestro!
- ¿La señora Eisenberg la aceptó?
Los ojos rojizos están perplejos.
- ¡Por supuesto que la aceptó! Es muy difícil acercarse a Ian, había rechazado todas
nuestras peticiones de entrevistas y, como lo conozco un poco, estoy autorizado para decir
que nunca cede fácilmente.
Ahora que sé que mi entrevista me ha salvado el pellejo, no puedo evitar mirarlo. Es
la primera vez que conozco a un hombre tan seductor, tan sexy. No lleva corbata y su
camisa inmaculada deja ver su piel bronceada y seguramente muy suave, por donde sería
tan placentero pasar los labios…
- ¿Señorita?
Me sobresalto.
¿Estás loca o qué? ¿Qué te pasa?
Espero no haberme quedado boquiabierta contemplándolo demasiado tiempo. Una
cosa es segura: no escuché ni una sola palabra de lo que me dijo. En todo caso, él parece
estar muy divertido.
- Como le decía, mañana por la noche, daré una velada en donde están invitados
todos mis colaboradores regulares. Su entrevista exclusiva es digna de los más grandes,
¿me complacería siendo uno de los nuestros esa noche?
- ¿Yo? ¡Por supuesto!
No lo pensé ni un segundo. ¿Cómo no decirle que sí a este hombre? Satisfecho, me
sonríe y me tiende la mano. La tomo y, como la primera vez, con ese contacto, mi cuerpo
entero es recorrido por un largo escalofrío. Nuestras miradas se cruzan y sus ojos, que se
han vuelto dorados, son de una dulzura conmovedora.
- Estoy muy contento por verla mañana por la noche, señorita Coutelier.
¿Sabe cómo me llamo?
- Gracias, señor Winthrope.
¡Está feliz por volverme a ver mañana por la noche!
Estoy muy consciente que se trata de pura cortesía de parte de un hombre de
educación refinada, pero no puedo evitar alegrarme. Suelta mi mano, muy a mi pesar, y me
lanza la sonrisa más encantadora del universo.
- Le haré llegar la invitación. Hasta mañana.
Me quedo sin voz mientras se aleja. Su paso grácil y rápido me hace
irremediablemente pensar en un felino. ¡Guau! Voy hacia la junta de redacción como si
fuera en una nube.
Cyprien está ostentosamente ofendido por no haber tomado el asiento que ya había
reservado para mí a su lado, pero ni modo. Sospecho que exageró las posibles
consecuencias de mi error para acercarse a mí y no me parece muy elegante de su parte que
se haya aprovechado así de las circunstancias. Tan pronto como la junta se terminó,
encuentro una esquina aislada en el espacio abierto para ponerme a trabajar. Tengo decenas
de llamadas que hacer. Estoy encantada, esta vez, me encargaron un reportaje sobre los
entretelones de Roland-Garros, la vida de la ciudad deportiva y sus pequeños secretos
desconocidos por el gran público. Necesito contactar a los masajistas, a los organizadores, a
las edecanes…
Después de varias horas de trabajo, encuentro por fin algunos minutos para llamar a
Charlotte. Si tengo que ir a una velada muy elegante, necesito de su ayuda. Ella no
responde al teléfono, pero le dejo un mensaje que la motivará a devolverme la llamada.
«Charlotte, necesito de ti. Mi jefe me invitó a una velada profesional. ¿Te acuerdas?
¡Ah! Y también: ¡mi entrevista fue aceptada! ¡Besitos!»
Con eso, sin duda, tendré rápidamente a mi amiga del otro lado del auricular.
Sobreexcitada, casi corro hasta mi casa.
En el vestíbulo de mi edificio, abro el buzón y descubro mi invitación. En un lujoso
papel vitela marfil está impreso un mensaje sobrio que hace latir mi corazón rápidamente:
Darius Winthrope tiene el placer de invitarle
Al cocktail ofrecido el 31 de mayo en el Minipalais,
Avenida Winston-Churchill, París,
En honor de su compañía Winthrope Press.
A partir de las diecinueve horas, atuendo formal exigido.
Y bajo los caracteres de imprenta, agregado con pluma:
Un auto vendrá a buscarla. No venga acompañada.
¿No venga acompañada? Esto me deja sin voz. Después de algunos segundos, me
sacudo y trepo la escalera hasta mi pequeño apartamento confortable.
Mientras me quito mis zapatillas, veo la lucecita de mi contestadora que parpadea.
Sólo hay dos tipos de personas que se obstinan en marcarme a mi línea fija: mis padres o
vendedores. Y los vendedores no dejan mensajes. Presiono el botón «lectura».
«¡Querida, es mamá! ¿Cómo te va? Aquí, Jean y yo estamos bien y planeamos ir a
visitarte en algunas semanas, pero no es por eso que te llamo. Me encontré a la mamá de
Adam, ¡parece que regresa a Francia en estos días! Imagino que tendrás noticias de él muy
pronto. Bueno, llámame chiquita, te mando un gran abrazo. ¡Besos!»
¡Adam en Francia!
Salto de alegría en mi minúsculo salón. Mayor que yo por dos años, Adam es un
compañero de la infancia y mi mejor amigo. Casi crecimos juntos. Nuestros padres eran
vecinos, hasta que los míos se separaron y tuvimos que cambiar de casa. Fue una tragedia
para nosotros dos, aunque seguimos viéndonos en la misma escuela secundaria, luego en la
misma preparatoria. Es como un hermano para mí. Desde que cumplió la mayoría de edad,
su vida es un inmenso viaje alrededor del mundo, y puedo contar con los dedos de una
mano las veces que lo he visto sin su mochila al hombro. Lo último que sabía era que
estaba en América latina…
¡Pero Adam, sé amable, no me llames mañana, no estoy libre, voy a un cocktail
ofrecido por el hombre más guapo del planeta!
Después de haber borrado el mensaje de mi madre, me tiro en el sofá, sumergida en
todas estas emociones. Cuando Charlotte me llama por fin, es con un tono casi histérico que
le suplico que venga a ayudarme para prepararme para el cocktail chic de Darius
Winthrope. Maquillaje, vestido, consejos prudentes… Ella acepta riendo.
3. Un cocktail que termina mal… ¡o no!

- ¡Es casi una pena que envíe un auto para recogerte, hubieras tenido mucho éxito
en el metro!
Charlotte se burla de mí, pero en realidad está orgullosa. Llegó a mi casa al
comenzar la tarde, cargada con una valija con llantitas llena de vestidos, zapatos de tacón y
maquillaje, firmemente convencida de hacer de mí una invitada digna de ese nombre para
el cocktail de esta noche. Con sus consejos, ayer, me dormí temprano. Hoy, después de su
llegada, tomé un verdadero curso acelerado de elegancia mundana. Pareciera que Charlotte
hubiese siempre esperado la ocasión para pasarme su sabiduría: ¡una verdadera sesión de
cambio de imagen! Pero valía la pena, e incluso necesité algunos segundos para poder
reconocerme en el espejo. Soy yo, maquillada perfectamente, con un elegante vestido y
zapatos de tacón.
Después de probarme varios vestidos, Charlotte y yo optamos por uno de seda
negra, por encima de la rodilla, demasiado sencillo, si no fuera por su escote en la espalda.
Sobrio a primera vista, ¡pero enormemente sexy si se le mira dos veces! Un par de zapatos
nude muy chic completan perfectamente mi indumentaria. Hubiera preferido algo más
clásico, pero bajo la mirada autoritaria de Charlotte no negocié. Para perfeccionar todo, me
hizo un chongo suave, que embellece mi cabeza y me maquilló. Tengo los ojos resaltados
por el negro y los labios destacados por un gloss transparente. Charlotte se inclinaba por un
lápiz labial, pero me conozco, bajo el efecto del estrés, ¡soy capaz de corrérmelo hasta la
mitad de la mejilla sin querer!
Sí, me veo elegante y… sí, me veo seductora. Es raro, ¿las demás personas me
verán seductora?
¿A él le pareceré seductora?
Mientras que domestico mi reflejo en el espejo, llaman por el interfono. Charlotte
responde.
- ¡Tu carroza llegó, princesa!
- ¿Ya?
Charlotte levanta las cejas.
- Adoro tu compañía, pero no hicimos todo esto para que te quedaras en casa a
beber té, ¡ya vete!
- ¡Otra vez, muchas gracias!
- De nada, estás sublime, ¡se va a ir de espaldas cuando te vea!
- ¿Pero de qué estás hablando?
Me molesto, pero mis mejillas se encienden. ¡Espero que mi rubor cubra este
enrojecimiento!
- Así es, así es…
Charlotte ni siquiera se toma la molestia de responderme y me empuja hacia la
salida. Ya en la escalera, escucho que se precipita hacia la ventana para verme partir. Eso
es, tengo pánico escénico.
¿Me hablará esta noche? ¿Por qué me pidió que fuera sola? ¿Ése es el auto?
Frente a mí, un sedán con chofer. Escucho un silbido admirativo por encima de mí.
Inclinada en la ventana de mi apartamento, Charlotte está tan estupefacta como yo.
- ¡Ah sí, no te olvides! ¡Cuando regreses me llamas y me cuentas todo! Agrega
señalándome con un dedo imperioso.
No respondo nada, impresionada por el chofer imperturbable que me abre la
portezuela. Farfullo un gracias mientras me instalo en el asiento en cuero. Nunca había
conocido tanto lujo, todo es perfecto, hasta el mini bar que abro sin atreverme a tomar nada.
Champaña, agua espumosa, jugo de frutas y licores fuertes. Tengo la impresión de estar en
una película en donde yo sería la heroína. A través de los vidrios polarizados, miro la
ciudad desfilar, saboreando este momento.
¡Cuidado, Juliette, despierta, es un cocktail profesional, no una cita romántica, y
eres periodista a destajo, nada más!
Necesito bajar de mi nube antes de bajar del auto. Y aquí estoy en la avenida
Winston-Churchill. El chofer se estaciona frente al Grand Palais. Sale y viene a abrirme la
portezuela. No tengo ninguna idea de lo que me espera, pero el lugar es asombroso.
¡Espero dar una buena imagen!
Entro y me dirijo hacia el Minipalais. Ya hay mucha gente, lo que me tranquiliza,
podré pasar inadvertida. En la entrada un mayordomo sonriente me pide mi invitación que
saco de la cartera de piel que me prestó mi amiga. Todo ha sido privatizado para la ocasión.
El mayordomo me indica que puedo entrar.
Simple y llanamente es grandioso. Las columnas monumentales, la sublime terraza
bajo el peristilo, la gran sala, las esculturas… Me falta el aliento. Un mesero se aproxima y
me propone una copa de champaña. Mi primer impulso es el de rechazarlo, pero me doy
cuenta de que la copa me dará aplomo y acepto agradecida. La champaña es deliciosa y,
con la copa en la mano, deambulo lentamente para descubrir el espacio y sobre todo a los
invitados. Reconozco a unos periodistas entre quienes está Cyprien Ridon, en gran
conversación con un gigante barbudo que reconozco es un jugador de rugby muy famoso.
Algunas celebridades están presentes, conductores de televisión, algunos políticos e
incluso… si, ¡algunas estrellas de cine! ¡Distingo a una célebre actriz inglesa, con un
vestido oscuro, dos actores franceses y un director de cine español en plena discusión! A
donde quiera que voltee encuentro a una personalidad.
Todo el mundo viste elegantemente y le agradezco mentalmente a Charlotte.
Atravieso la muchedumbre para dirigirme a la gran terraza, que da a la avenida, enfrente
del Petit Palais. Los muros y el suelo están cubiertos por mosaicos. Bebo mi champaña,
fingiendo que estoy acostumbrada a todo este lujo. Otro mesero pasa a mi lado, me ofrece
discretamente su charola. Pongo en ella mi copa vacía y tomo otra. Una brisa ligera me
acaricia la espalda, lo que me recuerda que mi vestido no es tan serio.
En el interior, la muchedumbre se mueve: Darius Winthrope acaba de llegar.
Vestido en esmoquin, se ve increíble. Me parece todavía más elegante vestido así.
Sonriente, saluda a sus invitados, les dice algo amable a cada uno de ellos. De repente, mi
corazón se estruja: frente a un cantante de éxito, se voltea hacia una rubia grácil que se
encontraba detrás de él. Le sonríe todo el tiempo y se porta protector, hace las
presentaciones.
Obviamente está acompañado, ¿qué era lo que creías?
Curiosa, observo a la joven. Parece con apenas más edad que yo, pero visiblemente
se ve muy cómoda en este entorno. Lleva un vestido inspirado en los años 1920 con tirantes
muy finos, color verde agua, y que le va perfectamente. Sus cabellos rubios ceniza, que
sólo caen por sus hombros, la hacen parecer un hada extraviada en un cocktail chic. Está
espectacular. Tengo ganas de esconderme, pero no puedo quedarme simplemente en la
terraza toda la velada.
¿Y porqué no?
Él la toma por la cintura para llevarla a otro grupo.
Me doy cuenta de que ya bebí mi segunda copa de champaña. Sería prudente comer
algo, ¡no se trata de embriagarme!
Al interior, el buffet es fantástico. Pastelillos delicados, sushis miniatura, golosinas,
todo se ve apetitoso. Frente a mí, una mujer muy alta de vestido largo se sirve con gracia.
Para evitar equivocaciones, imito lo que hace. Da cualquier manera, todo está delicioso. La
gran mujer se voltea.
¡Ingrid Eisenberg!
Visiblemente sorprendida por verme ahí, me saluda con un gesto de la cabeza.
Respondo de la misma manera, pero me doy cuenta, apenada, que me quedé con la boca
abierta. ¡Esta mujer, que siempre vi en traje sastre, con sus enormes anteojos de carey,
autoritaria e incluso un poco seca, se transformó en una criatura de un glamour y de una
clase increíbles! Esta noche no lleva anteojos y, por primera vez, sus ojos azules no tienen
ese aire glacial, pero casi dulce. Sus cabellos grises y cortos están en perfecta armonía con
su maquillaje ligero y su vestido negro entallado subraya su silueta impecable. ¡Estoy
atónita!
La responsable editorial de Winthrope Press sonríe frente a mi rostro estupefacto y
se aleja diciéndome:
- Su entrevista no estaba nada mal, señorita Coutelier, continúe así.
¡Guau! ¡Creo que voy a desmayarme! Maldición, necesito agua.
Creo que he bebido demasiado y, sobre todo, comienzo a sentirme un poco
incómoda. Busco con la mirada alguien a quien poder acercarme, pero aparte de Cyprien,
quien ya ha desaparecido, no existe nadie a quien pueda atreverme a abordar. Pequeños
grupos se han formado según sus afinidades, y el ruido de sus conversaciones subraya mi
aislamiento. Algunas exclamaciones alegres se escuchan: un chef de renombre hace su
entrada para supervisar la colocación de unas copelas humeantes. ¡Todo es de un gran
refinamiento!
Siento repentinamente como un escalofrío entre mis dos omóplatos desnudos. Por
reflejo, volteo y veo a Darius Winthrope que me observa. Le sonrío tímidamente y me
esfuerzo por parecer relajada, como si hubiese simplemente ido a servirme del buffet, entre
dos conversaciones animadas.
¡Dios mío, viene hacia mí!
Con su paso ligero, atraviesa los pequeños grupos formados por los invitados,
saluda a alguien, deja una pequeña palabra al pasar, ¡pero es hacia mí a quien se dirige!
Tengo frío, tengo calor, apenas me atrevo a mirarlo. En su esmoquin impecable, es más
perturbador y su mirada salvaje que no me deja acaba por inquietarme.
Cuando por fin llega cerca de mí, ya no sé cómo saludarlo, con una inclinación de la
cabeza, con un apretón de manos… Tengo que recordar sobre todo a la rubia hermosa que
lo acompaña. Lanzo una mirada rápida atrás de él pero no la veo. Antes de que pueda
reaccionar, ya tomó mi mano en la suya. Una dulce electricidad me recorre el brazo.
- Señorita Coutelier, buenas noches.
- Buenas noches señor Winthrope. Gracias por haberme invitado. ¡Y gracias
también por el auto!
Con desdén, aparta mis agradecimientos con un gesto de la mano.
- No fue nada. ¿Se la está pasando bien? Parece un poco perdida, agrega
gentilmente.
- No conozco a casi nadie.
- Usted me conoce a mí. Venga, vamos a la terraza.
Sin esperar mi respuesta, me toma por el brazo y me lleva. Siento que nos miran. Mi
vestido me da la sensación repentina de estar desnuda a medias. Al llegar a la terraza, las
pocas personas que ahí están se alejan más o menos discretamente y, pronto, nos
encontramos solos. A causa de la brisa o del pánico escénico, tiemblo.
Él lo nota enseguida y se quita su saco para ponerlo sobre mis hombros. Incómoda,
protesto.
- No, no, no es necesario, ¡quédeselo!
Frunce el ceño.
- Está fuera de discusión que al mirarla temblar no haga nada. Aunque lamente
cubrir su hermoso vestido.
Y de nuevo, me sonrojo…
- Mi saco es demasiado grande para usted, pero me encanta verla con él puesto…
- Gracias señor Winthrope.
Hago todo lo que puedo para parecer relajada, a pesar de que tengo las mejillas
encendidas. Sonríe de nuevo, un poco irónicamente, me parece. Sus ojos se han vuelto de
un café cálido bajo la luz de la noche. Sin su saco, con sólo su camisa y su moño, es
increíblemente sexy. Su pantalón queda un poco bajo sobre sus caderas y hace resaltar su
vientre plano. Se quita sus mancuernillas al mismo tiempo que conversamos.
- Me tomé el tiempo para leer la entrevista que realizó…
¿Qué pensará de ella?
Estoy sorprendida y halagada de que un hombre de su importancia haya leído mi
prosa, pero si muero de ganas de escuchar sus consejos sobre mi entrevista, temo su
veredicto. Enrolla las mangas de su camisa, descubriendo sus antebrazos morenos,
musculosos, y de los que me encantaría sentir su firmeza.
- Estaba muy bien.
Me sonríe todo el tiempo y se acerca un poco más a mí. Me estremezco.
- Usted no es únicamente hermosa, es brillante.
¿Qué? ¿Qué acaba de decir? ¿Se está burlando de mí?
Sus ojos me miran fijamente sin pestañear y sin dejar de sonreír. Parece estarse
divirtiendo. Mis oídos zumban.
Se está divirtiendo conmigo…
- Espero que su carrera esté a la altura de su talento.
- Yo también. Quiero decir… ¡gracias!
Se carcajea.
¡Pero qué tonta!
- Es usted adorable...
Busco qué responder cuando algunas voces subidas de tono le hacen voltear la
cabeza hacia el salón donde se han juntado ya todos los invitados.
Una pareja acaba de entrar y lo menos que se puede decir, es que la mujer desentona
con el resto de los convidados. Rubia platinada, lleva un mini vestido rosa que no esconde
gran cosa de su cuerpo quemado por los rayos ultravioletas. En cuanto a su acompañante,
me recuerda a alguien, pero no puedo recordar a quién. De unos treinta años, es un tipo
atractivo, pero parece estar ebrio y su rostro arrugado indica que ese estado no le es
excepcional.
- Disculpe, me quedaría a hablar con usted con gran placer, pero tengo asuntos que
atender.
- Por supuesto, entiendo.
¡No, quédese un poco más!
Me toma de nuevo la mano y la mantiene algunos segundos en la suya. El tiempo se
detiene.
- Disfrute la fiesta.
Y se va. Recuerdo justo a tiempo que tengo todavía su saco.
- ¡Espere, su saco!
Voltea.
- Consérvelo. Me lo regresará más tarde, agrega sonriendo de nuevo.
Me derrito.
Me quedo sola en la terraza. Algunos invitados me lanzan algunas miradas curiosas,
pero nadie se me acerca. Voy a aislarme en un rincón oscuro y observo discretamente a
Darius Winthrope y a los que acaban de llegar. Parece contrariado y, si saludó a la pareja,
está visiblemente molesto por su presencia. Pronto, una mujer de unos sesenta años con una
cara increíblemente altanera y que lleva un vestido de diseñador, los alcanza. Trato de
comprender lo que se dicen. La zorra de rosa se mantiene pegada a su acompañante,
indiferente a la conversación.
Visiblemente, la dama entrada en años y el joven no son empleados del grupo, nadie
se hubiera permitido llegar en ese estado ni así acompañado… noto también que la
sexagenaria se dirige a Darius Winthrope con una mueca desdeñosa, que me sorprende
enormemente.
¿Pero quiénes son estos personajes?
De repente, me toman por la cintura. Me sobresalto.
- Entonces, querida mía, ¿hacemos migas con el gran jefe?
- ¡Cyprien! ¡Me asustaste!
- No hay por qué, sólo quiero tu bien.
Su aliento cargado de alcohol me azota el rostro. Él también abusó de los cocteles.
Me ofrece una copa de champaña, su otro brazo sigue en mi cintura. Trato de liberarme
pero ignora mi tentativa y no afloja su abrazo.
- Toma guapa. Vamos a brindar por nuestros éxitos, me sopla al oído.
- Gracias, pero…
- ¡Por nosotros dos! dice al entrechocar nuestras dos copas.
Con la copa al borde de los labios, espera a que beba también. Finjo tomar un sorbo,
incómoda.
¡Y no hay nadie en la terraza, lo que me faltaba!
- No parece estar contento, el gran jefe. Tengo que decirte que su primo tiene un
placer malsano por entrometerse en sus veladas.
- ¿Su primo?
- Su primo, repite Cyprien señalando al hombre ebrio con su copa vacía.
Después señala a la zorra rubia y a la mujer con el vestido de diseñador:
- La amante del primo… ¡y la tía! También está la prima en el rincón, seguramente.
No respondo nada. Sé que Darius Winthrope es huérfano y me parece haber leído en
alguna parte que fue recogido por la hermana de su madre. ¿Podría ser ella la mujer con el
rostro tan duro?
Cyprien vuelca de nuevo su atención sobre mí.
- Te he visto, te las has arreglado bien.
- ¿Perdón?
- Con el jefe. Mis respetos. No lo hubiera dicho, pero sabes cómo hacerlo. Oh, ¿pero
qué es esto?
La mano que había puesto sobre mis caderas y que subió por debajo del saco del
esmoquin encontró el escote de mi vestido. Su contacto húmedo me congela. Estoy
paralizada, sin poder hacer ni un movimiento.
- ¡Cyprien, detente! ¡Te lo ruego!
Justo a nuestro lado se encuentra un grupo de personas, pero nadie parece haber
escuchado y no me atrevo a hacer un escándalo. Con lágrimas en los ojos, trato de bloquear
la mano que se pasea en mi espalda y que, a pesar de mis esfuerzos, baja inexorablemente
hacia mis bragas…
- ¡Señor Ridon!
La voz cargada de cólera de Darius me libera. Como por arte de magia, la mano
inquisidora desaparece. En la penumbra, a nuestra izquierda, Darius Winthrope se
aproximó sin hacer un solo ruido y parece listo para saltar sobre Cyprien, quien se aleja
enseguida.
Con su camisa arremangada, Darius Winthrope da unos pasos hacia adelante, con
los puños cerrados como un boxeador antes del combate. Sus ojos lanzan destellos. No es
de cólera, es de rabia que trata ostentosamente de contener. Me asusta incluso un poco.
¡Mientras que no se peleen aquí! Aquí no…
- Señor Ridon, le voy a pedir que abandone la fiesta. Inmediatamente.
El tono de su voz es cortante y no admite ninguna discusión. Cyprien, lívido, no
trata ni siquiera de justificarse y abandona la terraza.
- Juliette, ¿está usted bien?
Su repentina dulzura me libera y me deshago en lágrimas, abatida y aliviada al
mismo tiempo.
Casi tiernamente, me toma en sus brazos y es en su camisa que me desahogo. Al
abrigo de mi salvador, me doy cuenta hasta qué punto tuve miedo. Jamás había tenido que
enfrentar una situación parecida y entiendo en este momento el sentido de la palabra
«petrificada». Con la nariz tapada, trato de hablar entre dos sollozos.
- No podía hacer absolutamente nada… Gracias por haber intervenido.
- Juliette, estoy muy afligido. Venga conmigo, no nos quedemos aquí.
En el espacio de un segundo, dudo, pero la idea de quedarme en la velada está por
encima de mis fuerzas y acepto sin chistar. A través de mi mirada anegada en lágrimas,
creo ver que me hace pasar por un lugar curiosamente desierto y, muy rápido, estamos
enfrente de una limusina negra.
4. ¿Primer beso?

Me instalo en el lujoso asiento de cuero suave y Darius Winthrope se sienta a mi


lado.
- Bebamos una copa.
¿Podría ser que le gusto? Mi maquillaje esta seguramente corrido, debo parecer un
panda. No, sólo se compadece de mí.
Como si me leyera el pensamiento, me toma por la barbilla y, con su pulgar, limpia
suavemente el rímel estropeado por mis lágrimas. Clava su mirada dorada en la mía y, en el
espacio de un instante, creo realmente que va a besarme, pero suelta mi rostro y reacomoda
simplemente el saco sobre mis hombros.
- Espero que no me juzgue con rigor por este penoso evento.
- No tengo nada que reprocharle.
- Cuando ofrezco una fiesta, estimo que es mi deber el que mis invitados pasen un
momento agradable. Sobre todo mis invitadas especiales, agrega.
Esta vez, me lanzo al agua.
- ¿Yo era una invitada especial?
- No envío un auto con chofer a todo el mundo.
- De hecho, había pensado que, tal vez, lo había hecho para que no viajara en
metro… para que no desentonara demasiado al llegar.
Estupefacto, me mira y se carcajea.
- Es usted encantadora, pero no, no era la razón.
Un poco ofendida por su risa, cambio de tema.
- Si odio a alguien, es únicamente a Cyprien.
- No tendrá que verlo más.
- ¿Hará que lo elimine un asesino a sueldo?
Otra vez, se carcajea.
El tono de su voz cuando habla de mi agresor no es de los más tranquilizadores,
pero dudo que reaccione como un padrino de la mafia. Bueno, eso espero…
- ¿Eliminarlo? Es una idea que no me había pasado por la cabeza. Lo pensaré.
- ¡¿Qué?!
Esta vez, soy yo quien está sorprendida, pero comprendo por sus ojos destellantes
que está bromeando. Río.
- ¡Estuve a punto de creerle!
- Ya veo. Estoy encantado por escuchar su risa.
Esta velada pudo ser un fiasco absoluto, pero bromear con un hombre de la clase de
Darius Winthrope en su limusina es una buena manera de terminarla.
- Esto me hace bien, sí. ¿Alguien más vio lo que pasó? Preferiría que nadie me
hablara del tema en la redacción.
- Si alguien vio lo que pasó y no intervino, dígamelo.
Su rostro se cierra. Visiblemente, toma su papel de protector muy en serio. Me
siento halagada, pero no quiero contarle los hechos y los gestos de mis colegas como si
fuera una niña. Trato de endurecer mi voz para responderle:
- ¿Sabe? Creo que puedo manejar la situación.
- Se trata de mi compañía, señorita Coutelier, y en mi empresa, no hay lugar para el
acoso sexual.
¿Qué se puede responder a eso?
Siento de nuevo un nudo en la garganta. Más calmado, retoma:
- Lo que le pasó esta noche no es anodino, y puede que no concilie fácilmente el
sueño o que sienta angustia. Si eso sucede, no dude en hablarme.
- Gracias. Estaré bien.
Con su cabeza inclinada hacia mí, pone su mano en mi antebrazo y, muy seriamente
dice:
- Insisto. Hábleme.
- De acuerdo. Digo con un hilo de voz.
Ignoro si es su autoridad tranquilizante o la ternura de su gesto, pero no puedo
contener mis lágrimas. Volteo la cabeza y finjo ver como desfila París a través del vidrio
polarizado. Como por descuido, Darius Winthrope deja su mano sobre mí. El calor de ese
contacto se extiende en mi cuerpo como una onda bienhechora.
Pero pronto, la limusina se estaciona delante de uno de los palacios más lujosos de
la capital.
¡Nunca había entrado en un edificio parecido!
Me abren la portezuela, desciendo. Darius Winthrope está a mi lado y me toma por
el brazo.
Contengo la respiración al entrar al vestíbulo iluminado por magníficas lámparas.
Mis tacones resuenan sobre el mármol pulido mientras nos dirigimos hacia el bar en donde
sólo algunos clientes conversan en un ambiente apelmazado. Nos instalamos hasta el fondo,
en uno de sus elegantes gabinetes. Tan pronto como me siento en uno de sus sillones
confortables, siento como una inmensa fatiga me invade.
- ¿Se siente bien, señorita Coutelier? Se encuentra muy pálida.
- Lo siento, yo…
¿Qué me está pasando?
La champaña que bebí y mi infortunio me consumieron las últimas fuerzas. Apenas
puedo percibir cuando Darius Winthrope se precipita hacia mí.
- ¡Juliette! Quédese conmigo…
Escucho inquietud en su voz. El contacto de su mano cálida y firme sobre mi mejilla
me hace abrir los ojos. Me ayuda a reincorporarme.
- No me siento muy bien.
- Venga, apóyese en mí.
Mi mirada se cruza con la suya dorada, llena de una solicitud que me turba. Mis
emociones están fuera de todo control, estoy a flor de piel y a punto de desvanecerme.
Una vez más, me levanta y me lleva. Escucho que le dice algo a no sé quién, como
en una bruma. Mi rostro se pierde en su cuello, me concentro en los latidos de su corazón,
cuyo ritmo regular me calma. De repente, el contacto con unas sábanas frescas me saca de
mi letargo. Me encuentro en una recámara inmensa. Darius Winthrope está a mi lado.
- ¿Cómo se siente?
Me incorporo sobre la cama y constato que se trata de una suite. Mi cabeza me da
vueltas un poco, pero sobretodo me siento agotada.
- Lo siento. ¿Podría llamarme un taxi?
- No está en condiciones. Quédese aquí.
- Pero…
- Si necesita cualquier cosa, en cualquier momento, llame a este número, dice
poniendo una tarjeta de visita sobre uno de los dos burós en madera laqueada.
Sus ojos me perturban tanto que me da vergüenza ser tan poco dueña de mí misma.
Reúno mis fuerzas para intentar levantarme, pero DariusWinthrope baja a mi altura y su
hermoso rostro se acerca al mío.
- No se preocupe, todo está bien. ¿De acuerdo? Buenas noches, Juliette.
No respondo nada, estoy como hipnotizada. Darius me da un beso en los labios. Mi
cuerpo entero se estremece con ese contacto. Cierro los ojos. Una ola de calor me invade y
cuando mi cabeza toca por fin la almohada, tengo todavía la sensación de sus labios sobre
los míos.
***

El sol baila ya sobre los muros cuando me despierto. Me estiro y me doy cuenta por
lo enorme de la cama de que no estoy en casa. ¡Me siento precipitadamente, constato que
estoy desnuda y, en un instante, recuerdo la fiesta de la víspera! Pero después de nuestra
llegada a este palacio, pierdo la memoria. El recuerdo de un beso me vuelve vagamente a la
memoria, pero ¿realmente sucedió o lo soñé? En todo caso, me parece haber escuchado a
Darius desearme buenas noches y estoy segura de que me dormí enseguida.
Decido levantarme. Sobre un sillón, cerca de la cama, fue dispuesta una bata limpia
que me pongo enseguida. La tela es muy suave y huele maravillosamente bien.
Todo es suntuoso: el precioso mobiliario, el equipamiento high-tech, la decoración
refinada, las flores frescas… y la vista es fenomenal. Asombrada, me quedo inmóvil,
admirando el techo de los inmuebles haussmanianos, los parques de los alrededores, las
vitrinas de las tiendas chics y la muchedumbre que se apura, allá abajo.
¿La muchedumbre? ¿Pero qué hora es?
Febril, busco mis cosas y las encuentro en el inmenso baño. Puestas sobre una silla,
se encuentran mi vestido y mi cartera, pero también mi ropa interior. Me ruborizo. Todo fue
lavado, planchado y cuidadosamente doblado. No recuerdo en absoluto el haberme
desvestido.
¿Pero entonces quién…?
Molesta, saco esta pregunta de mi espíritu. Saco mi teléfono de la cartera: es casi
mediodía. Alrededor de mí, la decoración es sobria, pero las instalaciones son simplemente
alucinantes. Mármol negro, grandes espejos y ropa de baño de un blanco inmaculado. La
ducha, que parece haber sido hecha para recibir al menos a tres personas, posee unos
comandos dignos de una nave espacial: es posible recibir varios tipos de masajes, existe
igualmente una función sauna… Pero lo que no tiene comparación es la tina gigantesca,
provista de unas llaves cuyo color parece ser el del oro. Sobre uno de los largos rebordes,
veo una pila de toallas, así como una pequeña hoja con un mensaje escrito a mano. Curiosa,
lo tomo.
Encontrará ropa un poco más casual , en la entrada de mi suite. Concédame el
placer de acompañarme para el brunch en el restaurante del hotel. D.W.
¡Un brunch con Darius Winthrope!
Emocionada y un poco ansiosa, termino de extasiarme en el lujo que me rodea y me
meto en la ducha.
Algunos minutos más tarde, descubro un carrito sobre el cual está colgado un
vestido del mismo azul que mis ojos, tallado en un jersey de una calidad increíble. Me lo
pongo y constato que el corte es impecable. Mi cintura es subrayada, el escote hace resaltar
mi pecho sin ostentación y la caída de la tela es fantástica. ¡Hay incluso unos zapatos que
combinan! Me siento otra mujer. Por debajo del carrito, observo un bolso de lujo, sobre el
que está colgado otro mensaje en el que me indica que está a mi disposición para llevar mi
ropa personal.
Impaciente por encontrarme con Darius Winthrope, me ato los cabellos
rápidamente, meto mis cosas en ese sublime bolso y bajo al restaurante.
Un maître d’hôtel me guía hasta su mesa. Atravieso la sala, impresionada por el
decorado, pero sin sentirme demasiado incómoda gracias a mi vestimenta completamente
adecuada.
Darius Winthrope, vestido con un traje y una camisa oscura inmensamente sexy,
trabaja con una Tablet de última generación, cuyo modelo desconozco. A mi llegada, se
levanta y su sonrisa parece iluminar toda la pieza.
- Señorita Coutelier. ¡Está usted esplendorosa!
- Es gracias a este vestido. Le ofrezco mis disculpas por anoche.
- No se disculpe. ¿Durmió bien?
- Sí. Gracias otra vez.
- Debe tener hambre.
Me hace sentar a su lado. Apenas instalada, nos sirven un copioso brunch.
- ¿Usted también durmió aquí? pregunto tímidamente.
- Vivo aquí. La suite en la que se quedó me la reservan por año.
- ¿Tomé su recámara?
- No tiene que disculparse, le digo. Créame, no vi ningún inconveniente en saberla
en mi cama. ¿Prefiere café o té?
Sus palabras resuenan extrañamente en mis oídos y debo sacudirme mentalmente
para responderle.
- Café, gracias.
La cafeína no estará de más para conservar mi lucidez ya que, de nuevo, siento que
caigo en la influencia de sus ojos y tengo que hacer la pregunta que me quema los labios:
- Cuando me desperté, estaba…
Me mira un poco inquieto.
- ¿Se sentía mal?
- ¡No, no, no es eso! Yo estaba… Bueno, no tenía nada sobre mí.
Parece aliviado. Su mirada se hace caramelo, dulce y quemante al mismo tiempo.
- Usted se quedó dormida de golpe y, a decir verdad, tuve que actuar en el
momento. No quería que pasara una mala noche con su indumentaria, ni que una mucama
la despertara. Espero que perdone mi iniciativa. No he abusado en ningún momento de la
situación, créame señorita Coutelier.
- Le creo.
Sí, le creo. Pero saber que sus ojos se pasearon sobre mi cuerpo desnudo mientras
estaba inconsciente me provoca una tensión completamente inapropiada entre mis piernas.
Siento mis mejillas encenderse. En frente de mí, Darius Winthrope me sonríe.
- Está usted magnífica.
¿Qué? Habla de este momento o de…
La situación es realmente extraña: yo, Juliette Coutelier, almuerzo con Darius
Winthrope en un palacio, ¡después de haber pasado la noche en su cama! Sin él,
desafortunadamente…
El café está delicioso y despierta mi apetito. Tomo un cuernito, luego una copa de
frutas frescas. Todo es suculento.
- Estoy encantado de que haya aceptado acompañarme, ya que me encantaría
proponerle algo.
- ¿Sí?
Intrigada, hago un esfuerzo por no mirar sus manos, cuyos movimientos ágiles me
suben la temperatura.
- Me gustaría conocerla mejor.
¿A qué se refiere?
- No soy un hombre que se contente con sólo un poco, entonces le propongo una
especie de… contrato moral.
- No le entiendo.
¡Es lo menos que podría decir!
Levanta una mano. Mi vientre se enciende.
- Déjeme terminar, ya entenderá. Usted me gusta, pero me gustan las situaciones
claras y soy ferozmente monógamo, así pues sólo acepto relaciones exclusivas. Además,
soy un personaje público y, si mis relaciones no son secretas, espero de la mujer que me
acompañe una discreción absoluta. Absoluta, repite.
Estoy anonadada.
¿Entendí bien lo que acaba de decir?
- Por otra parte, mis responsabilidades me obligan a viajar constantemente, usted
tendría que pensar en ese parámetro. Sin una cierta disponibilidad de su parte, nada sería
posible.
Me quedo silenciosa.
- ¿No responde nada?
- ¿Usted me está proponiendo lo que creo que me está proponiendo? Logro al fin
articular.
Se muerde los labios, conteniendo una risa.
- ¿Y qué cree usted que le estoy proponiendo?
- Una… ¿relación?
- Así es. Pero tener una relación conmigo tiene ciertas implicaciones y prefiero ser
completamente honesto con usted. Tendría que viajar por todo el mundo, participar en
ciertas reuniones mundanas. Pero no tema, le regalaré ropa y accesorios apropiados para
cada ocasión.
Inconscientemente, acaricio la tela de mi vestido.
- En otros términos, eso significa que usted escogerá como tengo que vestirme en
público, ¿es así?
- ¿No le gustó la ropa que escogí para usted esta mañana?
- No es la cuestión…
Es verdad que es agradable, evidentemente. ¡Pero de cualquier forma…!
- ¿No le gustaría que le llevara a su domicilio un guardarropa entero? ¿No le
gustaría saber que usted será una de las mujeres más elegantes en cada evento al que
iríamos?
- Pero…
- Yo sabría cómo sublimar su figura, téngame confianza, agrega con la voz
cambiada.
Esta alusión al hecho de que ya me ha visto desnuda me perturba, pero su propuesta
me aterra.
- Señor Winthrope… lo siento, pero… nos conocemos apenas, y no estoy segura de
poder… ni siquiera de querer…
Deja de sonreír y, tiernamente, toma mi mano. Su mirada de miel hace vacilar mi
voluntad.
- Sé que todo esto es inhabitual, sin embargo me gustaría que lo pensara. Me
gustaría sinceramente que pudiéramos conocernos mejor y, a causa de mi situación, tengo
que tomar ciertas precauciones. Créame, estoy afligido por comenzar con consideraciones
tan poco sensibles. Siento que hay algo muy fuerte entre nosotros y sólo espero que nos dé
una oportunidad.
Aprieta mi mano en la suya. Percibo que por muy curioso que pueda parecer, este
hombre parece realmente querer una relación conmigo, pero la perspectiva de someterme
de esa manera a su voluntad me perturba.
- Acepto pensarlo, pero no le prometo nada.
- Eso ya es mucho.
Se prepara para agregar algo más cuando sus ojos se levantan hacia una alta mujer
rubia en traje sastre oscuro que avanza hacia nosotros. Es una cuarentona elegante, bonita,
aunque un poco estricta con su chongo apretado. Me saluda con un gesto de la cabeza. Le
sonrío, a pesar de mis celos al verla inclinarse sobre Darius Winthrope para hablarle al
oído. Él se levanta.
- Tengo que ir a arreglar un asunto urgente. Pénélope la llevara en el momento en el
que lo desee. Piense en mi propuesta, la buscaré en cuanto me sea posible.
¡Y me deja plantada aquí! Sorprendida, lo miro alejarse suavemente.
Es realmente guapo.
- ¿Puedo ayudarla en algo, señorita? Me pregunta la mujer del traje sastre.
Su sonrisa benévola disuelve inmediatamente mi hostilidad.
- Sí, gracias, creo que quiero regresar a mi casa.
- Le llamo inmediatamente al chofer.
Algunos minutos más tarde, estoy de nuevo en un sedán, conducida por el mismo
chofer del día anterior. En mi cabeza, vuelvo a repasar la conversación que acabo de tener
con Darius Winthrope, todavía estupefacta por su increíble propuesta. Al llegar a la entrada
de mi edificio, me entrego a lo evidente: soy incapaz de tomar una decisión por el
momento. Utilizaré entonces mi estrategia habitual y olvidar todo esto atiborrándome de
trabajo. Tendré tal vez las ideas más claras después. Regresaré entonces a Roland-Garros
para redactar mi artículo sobre los entretelones del torneo, después regresaré a trabajar
sobre el tema que me gustaría proponer a la más prestigiosa revista femenina de Winthrope
Press, Shooting.
A media tarde, acabé todo lo que tenía que hacer y, una vez mi computadora
apagada, decido llamar a Charlotte. Tengo cosas que contarle. Con el primer timbrazo de su
teléfono, ella responde.
- ¡Te tardaste mucho! Entonces, ¡¿qué pasó en tu fiesta?!
- Nadie me puso una charola entre las manos pidiéndome que sirviera los canapés,
así que imagino que tenía la apariencia de una invitada.
- ¡Cómo eres tonta, claro que parecías una invitada! ¡Hablaste con tu anfitrión?
- Sí, sí.
Afortunadamente mi mejor amiga no puede verme, ya que siento mi rostro
encenderse en unos segundos.
- «¿Sí, sí? » repite suspicaz.
- Si, hablamos. Momentos después, Cyprien, ya sabes, el periodista, había bebido y
me manoseó. Entonces Darius Winthrope lo sacó dela fiesta y nos bebimos una copa.
- ¡¿No?! ¡Eso es mucho de tu caballero en armadura dorada! ¿Se besaron?
La siento emocionada del otro lado de la línea. A pesar de la confianza absoluta que
le tengo en mi amiga, mi instinto me impide repentinamente contarle el fin de la velada, y
sobre todo la propuesta del contrato. Por el momento, es un secreto que nos une, a él y a mí,
y que no quiero compartir con nadie más.
- Yo estaba un poco alterada, de momento… ¡hizo que me llevaran a mi casa! Se
comportó como un perfecto caballero, agregué enseguida, sabiendo que Charlotte puede
portarse muy protectora conmigo.
- Bien, ¿y van a volverse a ver?
- Creo que sí.
- ¡Eso es genial! Además, ¡no es cualquier persona!
Oh no, no es cualquier persona…
- ¡Ya era tiempo de que sacaras la cabeza de tu computadora un poco para
interesarte en un tipo guapo!
Ella continúa en el mismo tono durante varios minutos, antes de pasar a sus últimas
conquistas amorosas. Mis ojos se detienen en el bolso que contiene la ropa que llevaba
puesta ayer. Y mientras escucho distraídamente a Charlotte, no puedo evitar hacerme una
pregunta: ¿debo aceptar ese contrato?
5. Negociaciones

Vestida con unos jeans, con una blusa rosa y zapatillas beige, llego a la casa matriz
de Winthrope Press para asistir a la reunión de redacción de la revista femenina. Mi noche
fue agitada, no paré de pensar en todo lo que me pasó desde hace algunos días, en el
contrato que me propone este hombre cuya sonrisa más pequeña me provoca lanzarme a sus
pies.
Sé que me prometió que no me volvería a cruzar con Cyprien Ridon, pero al entrar
al edificio, la angustia me oprime con la idea de poderme topar de frente con ese tipejo. Me
dirijo hacia el elevador para ir al quinto piso. Cuando se detiene, mi corazón se acelera
mientras se abren sus puertas. Dos secretarias de redacción que conozco un poco entran.
Suspiro aliviada, pero su conversación atrae repentinamente mi atención.
- ¡Sin embargo, debió haber pasado algo turbio para que Cyprien fuera enviado a
Madrid de un día para otro!
- Pasar de VirGo a la redacción de un semanal deportivo local español, no es lo que
yo llamaría una promoción.
- Sobre todo porque el redactor en jefe no quiso decir nada, está en busca de un
remplazo…
- En todo caso, te voy a decir, yo no lo lamentaría.
- ¡Me sorprendes!
Darius Winthrope no había mentido: no volvería a cruzarme con Cyprien. Me siento
aliviada y, al mismo tiempo, experimento una clase de vértigo al saber que sólo necesitó un
día para obtener lo que quería.
Llego al quinto piso. Paso a la máquina de café antes de entrar a la sala de
reuniones. Voy a necesitar de toda mi determinación para obtener la paga que codicio y
tengo que estar concentrada.
Dos horas más tarde, salgo victoriosa: ¡convencí a la redactora en jefe! Tengo su
aval para mi serie de semblanzas de actrices jóvenes todavía poco conocidas. Pienso
haberla persuadido de que varias de ellas son las estrellas de mañana. Y lo creo. De entre
esas jóvenes actrices se encuentra por supuesto mi Charlotte y hay que estar ciego para no
ver que es sólo una cuestión de tiempo antes de que se vuelva famosa.
Mi teléfono vibra. Al dirigirme a la salida del edificio, leo rápidamente el mensaje
de texto que acabo de recibir, esperando confusamente un mensaje de Darius Winthrope.
[¡Hola! ¿Estarás libre para el almuerzo? Charlotte me dijo dónde encontrarte, pero
los gorilas de la entrada me prohíben el paso.]
¡Adam!
¡Mi madre tenía razón, mi amigo de la infancia acaba de llegar! Mi corazón se
acelera. Adam es como un hermano para mí, incluso si, hoy, su vida es tan aventurera como
la mía razonable. Con veintiséis años, ya atravesó toda Asia y se consagra después de eso a
viajar por el continente americano. Por sus últimas noticias, supe que era obrero agrícola en
México. No lo he visto desde hace un año y medio y por eso corro a su encuentro.
¡Para variar, tendré cosas sorprendentes que contarle!
Es él, no hay duda: cabellos largos, vueltos rubios bajo el sol, tez bronceada, su
eterna mochila a sus pies, es fiel a sí mismo. Guapo como un astro y vestido como un típico
pendenciero, incluso en pleno París. Camisa tejida, sin duda sacada de un mercado
artesanal exótico, pantalón remendado, zapatos de andarín… ¡Nos lanzamos a nuestros
brazos, riendo como unos niños!
Me da grandes besos en las mejillas, yo hago lo mismo. Imposible separarnos.
¡Estoy tan contenta por volver a verlo!
De repente, retrocede, me toma las manos y me observa con sus ojos risueños.
- ¡Sabes que ya pareces una adulta así!
- Detente…
Sin saber porqué, algo me hace lanzar una mirada de lado y, repentinamente
turbada, veo a Darius Winthrope que baja de su limusina, llevando con gran clase un traje
de un corte impecable.
¡Cada vez que lo veo, me parece aún más guapo!
Mis manos continúan en las de Adam, hago un movimiento de duda.
¿Debo ir a hablarle? O ¿tengo que dejarlo dar el primer paso?
En el momento exacto en que estoy a punto de pedirle a Adam que me espere,
Darius Winthrope voltea la cabeza y nos ve.
Su rostro se congela inmediatamente. Con una mirada dura, ve a Adam, luego a mí,
luego a nuestras manos que continúan juntas. Como si hiciese algo malo, suelto las manos
de Adam. Sin darme el tiempo de explicarle lo que pasa, doy algunos pasos en dirección de
Darius Winthrope, pero éste, voltea su mirada y, sin prestarme ninguna atención,
desaparece en el edificio del grupo.
Estupefacta, no sé cómo reaccionar. Dudo en si perseguirlo, pero su desdén me ha
cortado las piernas.
- Juliette, ¿estás bien?
¡Adam… el pobre, viene únicamente a verme y yo lo olvido en un puñado de
segundos! Soy una amiga de infancia deplorable.
- Eh, ¡sí, sí!
- ¿Qué pasa?
Siento de nuevo mi teléfono vibrar. Un número desconocido que me envía un
mensaje de texto.
[Entiendo mejor sus dudas con respecto al contrato moral. D.W.]
Noto que se ha tomado la pena de conseguir mi número de teléfono sin que yo se lo
haya dado, pero el tenor de su mensaje me consterna. Escribo en mi teléfono
frenéticamente:
[Es un amigo de infancia, nada más.]
Casi enseguida, una respuesta me llega:
[¿No puede ser más original?]
¡No tengo nada que reprocharme, es injusto! ¿Por quién me toma?
[Lo lamento, mi vida no es muy original.]
- ¿Juliette?
¡Adam!
- Espera, tengo que arreglar esto y enseguida iremos a almorzar, ¿de acuerdo?
- ¿Qué es lo que pasa?
- Te lo explicaré. Dame sólo un minuto.
Adam se alza de hombros y se aleja, pero distingo que está inquieto. Dudo en si
llamar directamente a Darius Winthrope cuando mi teléfono vibra de nuevo.
[Parecen ser muy cercanos…]
Esta vez ha ido demasiado lejos, estoy furiosa y decido ya no justificarme. Después
de todo, ¡no tengo nada que reprocharme!
[Sí lo somos. Nos entendemos y nos tenemos confianza. Pero comprendo que eso
sea algo que usted no comprenda.]
¡Paf!
Pero al instante de haber enviado mi mensaje, la angustia me corroe. ¿Y si yo fui
demasiado lejos? ¿Si ya no me responde?
Piedad, que me responda…
Los segundos se escurren y miro obstinadamente mi teléfono, que se niega a vibrar.
No me atrevo a voltear hacia Adam. Espero. Cuando, por fin, veo la pantalla que anuncia
un nuevo mensaje, respiro de nuevo.
[Estoy disponible al inicio de la tarde. Ajustemos cuentas rápidamente.]
¿Ajustemos cuentas rápidamente? ¿Soy un negocio que concluir o qué?
Pero qué importa cómo lo dijo, me siento aliviada y acepto «ajustar cuentas».
[Muy bien. ¿Dónde lo veré?]
[Enviaré un auto a buscarla.]
No puedo evitar sacudir la cabeza. Enviarme un auto implica que le diga en dónde
estaré con Adam. Decido hacerlo marinar un poco.
[Le enviaré la dirección en una hora.]
Y apago mi teléfono. Aliviada y no poco orgullosa de mí, voy a tomar el brazo de
Adam, quien entonces me pregunta:
- ¿Algún problema?
- No, no te preocupes. ¿Te gustaría una verdadera comida parisina?
- ¿Un croque-monsieur con una cerveza fría?
- No, ¡sushis y té verde!
No tengo ganas de hablar de Darius Winthrope con Adam por el momento…
También, le pido que me cuente sus últimas aventuras y como son muchas, se toma todo el
tiempo de la comida para llegar a su fin. Como siempre, estoy fascinada por sus aventuras
diarias y su manera de ver la vida.
Cuando vuelvo a encender mi teléfono para enviarle la dirección del restaurante a
Darius Winthrope veo que no respondió a mi último mensaje.
- Es un hombre, ¿verdad?
Adam es casi cómico con su aire de desaprobación.
- Sí, papá.
- ¿Es con él con quien te enviabas mensajes hace rato? me pregunta sin hacer caso
de mi burla.
- Sí.
- No parecía ser algo sencillo.
- Sólo un pequeño malentendido, es todo.
- Mmm.
Cuando se trata de hombres, Adam se siente mi padre. Logro eludir el tema hasta
que comprende que el enorme sedán con chofer frente a la fachada del restaurante japonés
está ahí por mí.
- ¿Y quién es, ese tipo?
Sin pensarlo respondo:
- Es una buena persona.
- En serio, ¿un sedán con chofer?
Adam escruta el vehículo. Por mi parte, sé que una discusión complicada me espera,
pero al mismo tiempo, estoy locamente impaciente por encontrarme con este hombre
sublime, también, despacho vergonzosamente a mi mejor amigo.
- ¿Qué? Es práctico. Vamos, te llamo después y hacemos una cena con Charlotte,
¿está bien?
- Bien, llámame. ¡Y cuídate mucho!
- ¡Claro que sí! Es muy bueno volver a verte. ¡Nos vemos!

Nos abrazamos como los amigos que somos y me introduzco en el auto. Ahora que
ya vi cómo se puso celoso, entiendo mejor las razones de su «contrato moral». Durante el
trayecto, trato de preparar lo que voy a decirle, luego decido improvisar cuando sea el
momento. Tengo la impresión de vivir una vida que no es la mía desde hace dos días.
Al abrirme la portezuela, el chofer me anuncia que el «señor Winthrope me espera
en su suite».
Atravesar el vestíbulo del palacio me procura sensaciones curiosas: conozco ya los
lugares, pero hoy, mi vestimenta me produce el efecto de una señal enviada al resto del
mundo para denunciar la incongruencia de mi presencia. Tengo la impresión de que todo el
mundo me mira con desaprobación. Cuando Darius Winthrope me abre su puerta, me
refugio en su casa sin dudar. Un poco desconcertado, alza las cejas y trata de disimular una
sonrisa.
- ¿Alguien la sigue?
Me siento una idiota, pero después de nuestro intercambio de mensajes rabiosos, me
siento aliviada al ver que puedo hacerlo sonreír, aunque sea a mis expensas. No todo está
perdido. Pero necesito hacerle comprender que sus sospechas me hirieron.
- Es sólo que no me siento muy cómoda en el vestíbulo.
- Y aquí, ¿se siente usted mejor?
Pienso en esa cama en donde dormimos él y yo sin poder evitar pensar en lo que
pasaría si lo hiciéramos al mismo tiempo.
¡Juliette! ¡No es el momento!
Tomo mi valor con las dos manos:
- Usted me había dicho que podía tomarme el tiempo para reflexionar sobre ese…
contrato y hoy, ¡usted se comportó como si yo lo traicionara!
Mi voz se fue hacia los agudos. Le lanzo una mirada inquieta. Él me escucha,
imperturbable.
- Prosiga.
- Su reacción fue injusta. ¡Solamente me encontré con un amigo de la infancia que
no había visto desde hace más de un año! Si acepto ese contrato del cual usted me habló,
¿quién me dice que las cosas serán diferentes? ¿Quién me dice que no dudará de mí por
cualquier cosa?
- Es justamente el interés de ese contrato: evitar los malos entendidos.
- ¿Y el resto? Usted tiene que viajar frecuentemente, y usted quiere que yo esté
disponible, ¿pero cómo podré partir de un día para otro si estoy trabajando en un artículo?
¿O ir a una junta de redacción? Y usted habla de eventos públicos, ¡pero no sabré cómo
comportarme ni conoceré a nadie! ¡Todo el mundo sabrá que yo sólo estoy ahí para
acompañarlo! ¿Cómo puedo aceptar todas esas condiciones? Eso puede hacerse
seguramente en su mundo, pero en el mío…
Darius Winthrope me deja hablar, sus ojos rojizos directos sobre mí. Sin que pueda
hacer nada, el pánico se apodera de mí. Hasta que lo formulo, no me había dado cuenta de
lo aterradoras que son todas esas condiciones, porque me muero de ganas de decirle que
«sí» a este hombre, pero lo que me propone está tan alejado de mi realidad que todo me
parece imposible entre él y yo.
Como si sintiera mi desasosiego, me toma por la mano y me hace sentarme sobre la
cama.
Me siento totalmente perdida, por un lado, un deseo que no sé controlar y por el
otro, la certeza de que no podría estar nunca a la altura de sus expectativas.
- Me doy cuenta de que le pido tal vez mucho de un solo golpe.
¿Eh?
Darius Winthrope me mira, soñador. Como maquinalmente, su pulgar acaricia la
palma de mi mano, procurándome una sensación eléctrica que poco a poco inflama mi
cuerpo.
- ¿Y si me deja mostrarle lo que podría ser su vida si usted aceptara ese contrato?
- Usted quiere decir… ¿Como una clase de período de prueba?
Sus ojos chispean como la champaña.
¡Dios, cómo es bello!
No puedo evitar mirarlo. Nunca me había codeado con un hombre tan seductor. La
sombra de una sonrisa resalta sus labios sensuales cuando me mira de soslayo, con un aire
completamente sexy:
- Pruébeme.
Es insoportable.
Su voz baja una octava y hace vibrar todas las fibras de mi cuerpo.
- Señor Winthrope…
- Darius.
- Darius… De acuerdo.
- ¿Y con qué está de acuerdo?
- Con… probarlo.
Pronunciar esas palabras me trastorna. El color de su iris cambia y su ámbar se
vuelve más oscuro.
- Juliette.
¡Me atrae hacia él y me besa por fin! Primero dulce y tierno, nuestros besos se
hacen más intensos.
Lentamente, Darius se arrodilla frente a mí. Besa mis manos, una después de la otra
y las guía hacia el primer botón de su camisa. Yo lo miro, incierta, pero cierra los ojos y se
queda inmóvil. Dócil, desabrocho uno a uno los botones, descubriendo un torso musculoso
sin excesos y un vientre plano, sublime, que no puedo evitar acariciar. La respiración de
Darius se acelera y cuando levanto la cabeza, está mirándome. Creo entender que él teme
apresurarme, lo que me tranquiliza enormemente.
Como si comprendiera lo que espero, me besa de nuevo, acaricia mis labios con su
lengua, luego la desliza en mi boca. Gimo. Nunca había sentido tales sensaciones, y cuando
pone sus manos en mis muslos, me estremezco. Me mira, y como para responder a una
pregunta que nunca ha hecho, asiento. ¡Tengo muchas ganas de que haga, lo que quiera
hacer conmigo!
Entonces, lentamente, retira mi saco, luego mi blusa. Me besa de nuevo. Mi cerebro
está en ebullición. Paso mis brazos alrededor de sus hombros y acaricio su nuca, sus
cabellos, de una suavidad increíble. Me parece que la punta de mis dedos se ha vuelto
hipersensible.
Cuando retrocede, ya desabrochó mi sostén sin que me percatara. Siempre atento a
mis reacciones, hace deslizar los tirantes a lo largo de mis brazos, me besa el cuello, luego
lo lame con pequeños movimientos de su lengua. Sintiendo cosquillas y excitación al
mismo tiempo, río ahogadamente. Siento que sonríe mientras oprime su torso desnudo
contra mi pecho. En el momento en el que la punta endurecida de mis senos entra en
contacto con sus pectorales, emite un ligero gruñido sin dejar de inclinarse sobre mí,
obligando a recostarme sobre mi espalda. El calor de su piel sobre mis senos me enloquece,
quisiera retenerlo contra mí, apretujarme contra él y no dejarlo ir nunca. Pero si me deja
apretarme algunos segundos contra su cuerpo, se aleja enseguida para pasear de nuevo su
lengua sobre mi piel, haciendo nacer un escalofrío que dirige sin piedad hacia mis senos.
Con dulzura y habilidad, me quita mis jeans y mis zapatillas para dejarme
únicamente mis bragas de algodón blanco. Su mirada dorada se pasea sobre mi cuerpo,
como maravillada por lo que descubre. Toma mi cintura con sus dos manos, haciendo
enseguida estremeceré mi vientre, luego baja sobre mis caderas y al fin, lentamente, separa
mis muslos. No lo resisto. Cierro los ojos, un poco incómoda de que esté de esta forma
arrodillado entre mis piernas. Con cuidado, desliza un dedo bajo la tela fina y comienza a
acariciarme. Su contacto es tan suave que podría no saber que se encuentra allí, pero mi
sexo reacciona enseguida, se licúa, se hace acogedor.
¿Es un mago? Podría tener un orgasmo solo así…
Escondo mi rostro en mis antebrazos. Deja de acariciarme y sube para tomar mis
pezones entre sus labios. Se pone a mordisquearlos, procurándome un placer al límite del
dolor. Mis senos nunca habían estado tan duros. Toma luego mis muñecas y descubre mi
rostro, para luego bajar de nuevo a mi pecho extendido y da unos lengüetazos sobre cada
uno de mis pezones, haciéndome gemir rítmicamente.
Repentinamente, se pone a chupar la punta de mis senos. Como por reflejo, me
arqueo violentamente. Desliza entonces una mano en el hueco de mi espalda y, mientras
continúa chupándome los senos ya al borde de la explosión, baja al fin mis bragas a lo largo
de mis piernas. El sólo contacto del aire me arranca un grito.
Estoy al borde de la combustión espontánea y cuando regresa entre mis piernas, ya
no cubro mi rostro, agarro con mis manos la sábana sobre la que estoy acostada, adivinando
lo que me espera y que de tanto desearlo lo temo. Tengo miedo de que no le guste… de que
no me ame.
Sin darme cuenta, cierro mis muslos. Siento sus manos cálidas ponerse sobre ellos e
indicarme con una simple presión lo que quiere que haga. Obedezco.
Siento su aliento sobre mí, luego su boca contra mi sexo, que besa como había ya
besado mi cuello, mis senos… Se aleja para mordisquear suavemente el interior de mis
muslos, ahí en donde la piel es más suave y más fina. Durante ese tiempo, sus manos ya
tomaron posesión de mis piernas y las abren completamente. Me parece que me quemo por
dentro. Mis senos se estremecen cada vez que sus dientes se acercan a mi piel.
Siento sus manos envolver mis rodillas y bajar por mis pantorrillas para aprisionar
firmemente mis tobillos.
Ya no puedo más, y aunque no me esté tocando gimo, suplicante. Conservo mis
ojos cerrados, pero siento su mirada sobre mí. Tengo las manos por encima de mi cabeza,
crispadas sobre la tela, las piernas separadas y los tobillos inmovilizados.
De repente, me enciendo. Su lengua recorre mi sexo lentamente, lo descubre, lo
visita… No puedo contener mis gritos. La presión en mis tobillos se hace más fuerte,
impidiéndome escapar a su voluntad.
Su caricia encendida me hace tomar consciencia del poder del placer que una mujer
puede sentir. Siento mi clítoris irradiar todo mi cuerpo, de la punta de mi cabeza hasta los
dedos de mis pies, pasando por mis nalgas, mis senos, mi vientre que se ahueca, mi espalda
que se arquea.
Él acelera, su caricia se hace más precisa, más firme, luego, haciéndome gemir por
la frustración, desacelera de nuevo, se pierde.
El placer se ancla en mí, parece sumergirse hasta las profundidades de mi cuerpo
para ir a despertar las más minúsculas terminaciones nerviosas. Mi voz se hace más ronca.

¡Oh Dios mío!


Repentinamente, suelta mis tobillos y aprovecha el arco que dibujo con mi cuerpo
para tomar mis caderas con las dos manos y así mantenerme a la altura de su boca, sin
piedad por mi pudor.
Apenas su lengua entra en contacto con mi carne franca exploto de placer. Me
escucho gritar, pero él no se detiene, Sus dos manos me toman por las nalgas, y continúa,
hasta que me vengo por segunda vez, con sollozos nerviosos en la voz.
Sólo entonces, me coloca de nuevo en la cama, con cuidado.
Jamás esta práctica me había puesto en un estado semejante… Un poco confundida,
me doy cuenta de que la cama está empapada. Pero cuando él se reincorpora, percibo una
erección de buen tamaño que deforma su pantalón y olvido mi confusión. Me siento
orgullosa por haber provocado un deseo semejante en este hombre. Cierro los ojos y,
jadeante, siento que me levanta para recostarme en medio de la cama. Lo escucho
desvestirse y desgarrar algo.
Curiosa, abro los ojos y lo veo de pie junto a mí, desnudo, espléndido.
Rápidamente, se pone un preservativo y se inclina de nuevo sobre mí, atento y seguro de sí
mismo. Tengo ganas de él como nunca antes había tenido ganas de ningún hombre y
cuando me penetra, lentamente, profundamente, me parece que del fondo de mi vientre
fluyera lava en fusión, de nuevo.
¿Cómo es eso posible?
No deja de mirarme mientras lo siento ir y venir dentro de mí, encendiendo un
fuego incontrolable en mi cuerpo entero.
¡Si continúa, me quemaré!
Gimo cada vez más fuerte y pierdo el control, mis brazos se aferran a sus hombros
musculosos y mis piernas lo rodean por su cintura para buscar de mejor manera sus caderas,
su sexo. Su pecho poderoso se cubre de un sudor que me gustaría beber hasta la última
gota. Jamás había sentido una fiebre parecida. Mis gemidos se convierten poco a poco en
gritos, que trato de ahogar con mi mano derecha, pero Darius, enseguida, me toma por las
muñecas para ponerlas por encima de mi cabeza. Sus grandes manos cálidas me sostienen
los brazos, estoy enteramente a su merced. No puedo evitar mirar su vientre musculoso
entre mis muslos. El espectáculo de su cuerpo ocupado haciéndome el amor me excita más
allá de todo lo que había experimentado hasta ese momento. Este hombre es un dios vivo,
descubro sensaciones cuya existencia ignoraba. Tengo ganas de que me tome toda entera,
de que haga de mí lo que le plazca, quiero que me arranque un último orgasmo, que ya
siento rugir desde el fondo de mi cuerpo.
- Juliette…
De repente, acelera y ahí está, todo mi cuerpo se consume, estoy descompuesta por
el placer. No puedo evitar gritar su nombre, mis ojos clavados en los suyos. El color de su
iris es el de un incendio y cuando gime, su pupila se dilata y me traga entera.
6. Desilusión e ilusiones

Tengo la impresión de flotar. Atravieso París con una sonrisa en los labios y tengo
ganas de cantar todo el tiempo. Ayer, hice el amor con el hombre más bello del mundo,
creo haber vivido uno de los momentos más bellos de mi vida y una parte de mí tiene ganas
de que todo el mundo lo sepa. Pero el hombre en cuestión es del tipo discreto y debo
guardar para mí la increíble experiencia que me hizo vivir y que me provoca todavía
temblar de excitación. Me hubiera podido quedar en sus brazos hasta el fin de los tiempos
después de mi tercer orgasmo, pero sus ocupaciones de hombre de negocios lo llevaron
desafortunadamente al exterior.
Vuelvo a verlo en la memoria, torso desnudo, una camisa en la mano, proponerme
vernos de nuevo la noche siguiente.
¡Esta noche!
¡No puedo creer que tenga ganas de volver a verme tan pronto! ¡Es tan sexy! Se fue
después de darme un beso y decirme que podía quedarme todo el tiempo que quisiera, y
confieso que la idea de quedarme ahí para siempre me cruzó por la cabeza.
Respirar su aroma y recostarme en la huella aún tibia de su cuerpo…
Pero después de su partida, mi consciencia profesional tomo el control y regresé a
mi casa, razonablemente, para ponerme en contacto con las jóvenes actrices que debo
entrevistar pronto. No pude acordar más que dos entrevistas, pero recibí la llamada de la
asistente de Ingrid Eisenberg, quien me informaba que ésta quería verme. ¡A pesar de todos
mis intentos, no pude sacarle a la asistente la razón por la cual la responsable editorial de
Winthrope Press deseaba entrevistarse conmigo! De cualquier forma, cuando Ingrid
Eisenberg le pide a uno que vaya a su oficina, hay que ir.
Y heme aquí, muy temprano en la mañana, a punto de llegar al seno del grupo de
prensa.
Mi pequeña nube flota tan alto en el cielo que no me he preocupado por nada hasta
este momento, pero estando en el elevador, la realidad me alcanza y empiezo a preguntarme
seriamente. ¿Para qué me quiere ver?
La asistente de Ingrid Eisenberg, una pequeña mujer sin edad, cabello rubio bien
cortado y un conjunto gris rata, levanta la cabeza cuando franqueo la puerta de su oficina y
me sonríe profesionalmente.
- ¿Juliette Coutelier?
- Sí, buenos días.
- Buenos días. Un minuto, por favor.
Anuncia mi llegada y me pide entrar a la gran sala de espera, donde se encuentra la
responsable editorial. Sentada detrás de un gigantesco escritorio de diseñador hecho de
vidrio y de metal oscuros, está de nuevo vestida con su uniforme profesional: traje sastre
elegante, pero estricto, collar grueso de diseñador y anteojos grandes que pone sobre su
cabeza cada vez que no necesita leer.
La saludo y me siento sobre la silla que me señala con la mano. Intimidada, espero
que la entrevista comience. Ingrid Eisenberg lanza una mirada a su computadora ultra
moderna.
- Señorita Coutelier, la redactora en jefe de nuestra revista femenina Shooting , me
informa que usted le había propuesto una serie de entrevistas a jóvenes actrices. ¿Ya
empezó a trabajar en ese artículo?
- Eh… sí, señora.
¿A dónde quiere llegar?
Ingrid Eisenberg está tan distante que no puedo saber lo que me espera.
A ella le gustó tu entrevista con Ian Christiansen, cálmate Juliette.
- Lástima.
¡¿Qué?! ¡Va a rechazar mi artículo!
- Tendrá que entregarlo más tarde. Un puesto se libera en el seno de la redacción de
Shooting, me gustaría proponérselo y, si acepta, tendrá que encargarse de los proyectos en
curso.
Estoy boquiabierta. Ingrid Eisenberg me mira, esperando visiblemente una reacción
de mi parte.
- ¿Un puesto?
- ¡Sí, un puesto! Responde impaciente. Estaría usted encargada de entrevistar a las
celebridades con quien las citas ya están agendadas. Si llega a entregar un trabajo de la
misma calidad que el de Ian Christiansen, consideraría incluso confiarle una sección entera.
¿Está interesada?
¿Podría tener una sección? ¡En la más glamorosa de las revistas femeninas! ¡No
puedo creerlo!
- ¡Por supuesto!
- Perfecto. Vaya entonces con mi asistente que va a hacerle firmar su contrato. Ella
le dará también la lista de las personalidades cuya entrevista ya está prevista, así como una
lista de contactos. Puede retirarse, me despacha sin otra forma de proceso, volteándose
hacia la pantalla de su computadora.
- Gracias, señora. Adiós, señora.
Como una sonámbula, sin caer demasiado en cuenta de lo que me pasa, regreso con
su asistente, que me da efectivamente un contrato y una cartera que debe contener todo el
resto. Mientras leo atentamente las condiciones en las que está previsto que realice mi
trabajo desde ahora, ella me informa que, a partir de mañana, tengo que entrevistar a una
actriz en gira promocional. Todo va demasiado rápido. Tengo que concentrarme para
terminar mi lectura, luego firmo el contrato, tomo la cartera y me despido apenas de la
asistente de Ingrid Eisenberg antes de salir de la oficina, aturdida. Por supuesto, lo que me
pasa es maravilloso, pero…
¿De la noche a la mañana, paso de periodista a destajo a miembro de la redacción
de esta revista de ensueño? ¿Y coincidentemente, justo después de haberme acostado con
Darius Winthrope?
Mi mente une los dos eventos. Es una coincidencia demasiado extraña como para
que la ignore.
¡Pero claro, es lógico! ¡Es él quien le pidió que me contratara! Fue muy capaz de
mandar a Cyprien fuera de Francia para castigarlo, ¿por qué no me recompensaría por
haberme acostado con él?
Me siento humillada y estúpida por haber creído que podría interesarse en mí por lo
que soy.
De hecho, sólo soy un capricho entre muchos más, que se permitió para pasar el
tiempo. Y para agradecérmelo, me ofrece un puesto de periodista. ¡Forzosamente, debe
esperar que una vez promovida, le estaré muy agradecida y estaré aún más disponible para
él! ¡¿Pero por quién me toma?! Y yo que lo creía un caballero, ¡pero qué zoquete!
Furiosa, decido ir a entregarle el fondo de mi pensamiento y me meto al elevador,
apretando el botón del último piso con brusquedad.
¡Y el día en que se canse de verme, ¿me hará mudar al otro lado del planeta?!
Estoy casi ebria por la rabia cuando salgo del elevador, reconociendo apenas a la
mujer alta que ya había visto en el hotel, pasando sin detenerme frente al escritorio de la
recepcionista.
- ¿Señorita? ¡Señorita! ¿A dónde va?
Ignoro las llamadas desesperadas de la recepcionista y me precipito sobre la puerta
doble sobre la que está escrito «Darius Winthrope, Presidente», en el fondo del pasillo.
Entro sin llamar a la puerta y me encuentro frente a él, en plena discusión con un hombre
asiático. La pieza es impresionante, increíblemente pulcra, inmensa y casi enteramente de
vidrio.
- ¿Así que usted cree que puede comprar todo?
Primero, Darius Winthrope está visiblemente atónito por verme llegar así, pero veo
en un instante la cólera invadir su cara perfecta. Se levanta, rodea su imponente escritorio
bajo la mirada inquisitiva de su interlocutor y viene hacia mí.
Incluso furioso, es tan sexy. Mi espíritu bromista me envía flashes de nuestros
momentos íntimos: sus manos en mi vientre, sus caderas entre las mías…
¡Alto!
Me toma por el brazo y me dirige firmemente a la salida.
- Ignoro que mosca le picó, señorita Coutelier, pero el señor Aikawa es un cliente
muy importante y estamos en una cita, vaya a tener su crisis en otra parte.
En un segundo, me ha sacado por la puerta.
¡Súper! ¡Comprada y despachada en el mismo día!
- Señorita…
Otra vez esta mujer. Esta vez, su sonrisa no tiene ninguna dulzura, sigue cortés, pero
el tono de su voz es glacial. No lo dudo ni un segundo.
- No se preocupe, ya me voy.
Abandono el lugar, no sin antes azotar violentamente la puerta. Decido regresar a
mi casa caminando para calmarme y aclarar mis ideas. Atravieso todo el edificio con un
paso forzado, recogiendo a mi paso algunas miradas sorprendidas. Yo tan discreta
habitualmente, debo parecer una loca, mis mejillas están encendidas, tengo ganas de llorar
y de gritar al mismo tiempo. Me siento traicionada, humillada y… terriblemente triste con
la idea de haberme creído todo esto.
¡Cómo soy estúpida! ¡Ya parece que un hombre como él podría fijarse en una
pequeña periodista como yo! ¡Cómo se habrá burlado de mí con esta historia del
compromiso!
Saco de mi cabeza sin piedad todos los recuerdos que vuelven como puñaladas. Su
belleza asombrosa en Roland-Garros, su solicitud adorable, su porte en esmoquin, su
sensualidad y su fuerza varonil, su deferencia, su habilidad para darme placer…
¡Es suficiente! ¡Deja ya de lastimarte! ¡Ilusiones y mentiras, nada más! ¡Quiso
pagarte por «eso»!
Estoy corriendo casi, mordiéndome los labios para evitar hablar en voz alta en la
calle cuando, repentinamente, un sedán oscuro se detiene a mi altura. El vidrio polarizado
baja y Darius Winthrope me lanza, con una voz que no tolera ninguna discusión:
- ¡Déjese de niñerías y suba inmediatamente!
No tengo el tiempo para preparar una respuesta ya que su chofer me está abriendo la
portezuela. Entro. Nos quedamos solos en el habitáculo.
Noto que Darius Winthrope no tuvo tiempo para ponerse su saco, su camisa
ajustada deja adivinar sus pectorales sublimes, pero cuando me cruzo con su mirada, las
ganas de encogerme en el asiento me invaden.
Está realmente enojado.
Su mirada ya no es de miel, es de metal, frío y cortante, y hace visiblemente
esfuerzos sobrehumanos para conservar la calma. Me obligo a mantener un rostro
hermético.
¡Después de todo, yo también tengo buenas razones para estar molesta!
- Juliette, ¿va a decirme lo que le pasa? ¡Lo que pasó entre nosotros no le autoriza
ese comportamiento! Usted interrumpió una cita de negocios extremadamente importante,
es inadmisible y no toleraré ese tipo de actitudes, ¿lo entendió?
- ¿Y además, usted me quiere enseñar lo que es inadmisible y lo que no? ¡Lo que
me faltaba!
Literalmente estoy espumando de rabia. Darius parece sorprendido por mi reacción.
- ¿Pero de qué está usted hablando?
- ¡Oh, por favor, si trata de decirme que no tenía ninguna idea, es todavía peor de lo
que pensaba!
- ¡Deje de hablar con enigmas y explíquese claramente!
Al levantar el tono de su voz me calma instantáneamente. Se hace hacia atrás sobre
el asiento de cuero beige y espera que hable. Sus muslos musculosos tensan la tela de su
pantalón y no puedo evitar admirar la perfección de su cuerpo.
¡Concéntrate, no te puedes distraer!
- Me parece insultante que me ofrezca un puesto de periodista justo después de… ya
sabe. No sé por quién me toma, pero ¡no estoy en venta!
- No entiendo una sola palabra de lo que me dice.
Su reacción me toma desprevenida. Frunce el ceño, pero parece calmarse un poco.
Por mi parte, mis manos tiemblan, tengo calor y me siento acorralada.
- Usted le pidió a la señora Eisenberg que me propusiera un puesto. Justo después
de haberme tenido en su cama. ¿Hace siempre eso o es un tratamiento reservado a las
chicas como yo?
- ¿A las chicas como usted? Repite, sinceramente sorprendido. ¿Usted realmente
cree que mi vida privada dicta mis decisiones profesionales? ¿Y que como presidente de la
compañía tengo el tiempo de intervenir en la gestión del personal?
- Ya lo había hecho con Cyprien Ridon, le digo, victoriosa.
Darius cierra los ojos y lanza un suspiro, impaciente.
- ¡Ese señor era culpable por haberla acosado sexualmente frente a mis ojos!
¿Quería que no hiciese nada? ¿Preferiría encontrárselo en nuestras oficinas?
- No, pero…
- Lo siento, pero son sus sospechas las que son insultantes. No tengo el hábito de
pagar a las mujeres para obtener sus favores, ¡figúrese usted! ¡Y si nombré a Ingrid
Eisenberg como responsable editorial, es porque tiene toda mi confianza para escoger a
quien contratar en la redacción!
Me doy cuenta de que me dejé llevar rápidamente. Darius Winthrope levanta los
ojos al cielo y sacude la cabeza, pero creo ver un destello de luz en sus ojos.
¿Lo divierto?
- ¿Es verdad? ¿No es usted quien le pidió que me diera un puesto?
- Para nada, responde, más tranquilo, observando mi reacción con un aire irónico.
¡Oh Dios mío, qué vergüenza! ¡Le grité, lo interrumpí en una de sus citas de
negocios e hice un escándalo! ¡Y todo esto sin razón!
Ya no sé en dónde meterme cuando me doy cuenta de mi error. Tengo miedo de
haber echado todo a perder. Me quedo muda, consternada por lo que hice.
- Juliette, tendrá que aprender a confiar en mí, declara Darius tomándome la mano.
Sin atreverme a creerlo, levanto los ojos hacia él. Él me mira con indulgencia y su
boca esboza una sonrisa.
- Y también tendrá que tener confianza en su capacidad.
Me siento aliviada, pero avergonzada por mi comportamiento.
- Lo siento muchísimo, no… no sé qué me pasó, de verdad creí que… Oh por
Dios…
Darius me toma una mano. Un estremecimiento me recorre enseguida el brazo, mi
hombro, hasta hacer reaccionar la punta de mis senos. No puedo evitar apretar esos dedos
que, ayer, me acariciaron hasta hacerme gritar de placer.
- En todo caso, lo menos que puedo decir, es que usted me sorprendió, ¡y eso no
sucede frecuentemente!
¿Es un cumplido?
- Pero lo que pase entre nosotros no debe nunca interferir en nuestras vidas
profesionales, agrega con autoridad.
- Se lo prometo, estoy muy apenada, ¡me siento tan estúpida!
- Olvidemos esto. Ahora, ya sé que tan impulsiva puede ser. Usted podría usar tal
vez este rasgo de su carácter para sorprenderme en otras cosas… agrega, juguetón.
Me aferro a su mano como alguien en altamar lo haría. Su otra mano se acaba de
poner en mi nuca y me atrae hacia él. Me abandono inmediatamente. Una corriente
eléctrica parece atravesarme de lado a lado y cuando me besa, me invade un temblor
incontrolable. Al sentir mi piel trémula entre sus dedos, Darius retrocede y me sonríe de
manera increíblemente sexy, mirándome de arriba hacia abajo con su mirada de ámbar
cálido que enciende enseguida el incendio latente en el hueco de mis caderas. Cuando me
atrapa por la cintura para hacerme sentar sobre sus rodillas, no opongo ninguna resistencia
y me hundo en él. Él toma mi rostro con sus dos manos y su lengua penetra de nuevo en mi
boca ávida de él.
7. ¿Irme o quedarme?

¡Afortunadamente para mí conozco muy bien a la célebre actriz que tengo que
entrevistar en un rato! Debo de haber visto todas sus películas y admiro su trabajo desde
hace ya algunos años, casi me sé de memoria su biografía y todo eso me será útil, visto el
poco tiempo del que dispongo para preparar la entrevista.
¡Uf! Bueno, ¡espero que todo salga bien!
Tengo al mismo tiempo impaciencia y miedo. He trabajado a brazo partido desde
esta mañana… ya que anoche, estaba en los brazos de Darius Winthrope, lo que no le ha
ayudado mucho hoy a mi concentración. Comprometida, rechazo firmemente la tentación
de recordar nuestro encuentro para hacer la última verificación de mis preguntas, cuando
suena la alerta de mensaje en internet.
¡Un correo de Darius!
No puedo evitar sonreír al hacer clic en su correo.
Juliette,
¿Conoce usted Nueva York? Tengo que ir por una semana para arreglar algunos
negocios. Arrégleselas para estar libre, ¡la llevaré conmigo!
Besos,
D.W.
Postdata: Tengo un recuerdo muy vivo de nuestros últimas relaciones y estoy
impaciente por verificar la exactitud de mi memoria.
¡Él también!
Estoy encantada por su postdata, pero su invitación repentina me sumerge en la
turbación. Con las manos encima del teclado no sé qué responderle. Por supuesto, tengo
muchas ganas de ir a Nueva York con Darius Winthrope. En Nueva York o a otro lado,
para ser honesta. Pero al mismo tiempo, ya formo parte de la redacción de un mensual
femenino para el cual tengo que preparar una serie de entrevistas, lo que implica contactar a
agregados de prensa, agendar citas, hacer investigaciones… lo que es difícilmente
compatible con una escapada neoyorkina, ¡sobretodo algunos días después de haber
firmado mi contrato!
Y si respondo «sí» cada vez que me pida liberarme para seguirlo, ¿no tomará el
hábito de verme disponible a todo momento? ¿En qué se convertirá el embrión de mi
carrera? ¿Es realmente el tipo de relación que quiero?
Mi mirada recae en el reloj de mi computadora.
¡Maldición, ya son las trece horas!
Ya se me hizo tarde para alcanzar a Adam y a Charlotte. Ya que no puedo tomar
una decisión, decido exponerle mi dilema a Darius.
Darius,
No conozco Nueva York y me encantaría conocer esa ciudad, sin embargo… tal vez
lo ignore, pero tengo que entregar una entrevista por mes para una revista y a cause de
eso, me es difícil viajar de improvisto, tengo que trabajar. ¿Me odiaría si rechazo su
oferta?
¡Estoy encantada de saber que no me ha olvidado!
Pienso en usted,
Juliette.
Justo después de haber enviado el correo, apago mi computadora, pongo mis notas y
mi grabadora en mi bolso, sin olvidar mi teléfono celular, luego corro para encontrarme con
mis amigos, que ya deben estar impacientes debido a mi falta de puntualidad.

- ¡Hola! me lanza Charlotte, alegre como siempre.


- ¡Empezábamos a desesperarnos! bromea Adam viéndome llegar con el cabello
desordenado, la apariencia aturdida.
Adam y Charlotte ya comenzaron a almorzar. En este restaurante vietnamita que
siempre frecuentamos, le mesera nos conoce tan bien que cuando le hago un gesto ella
entiende rápidamente el “como siempre, por favor”, y desaparece enseguida para traerme
después mi ensalada con rollos de huevo.
- Lo siento, tuve que…
- ¡TRABAJO! terminan en coro.
- Ya conocemos tu excusa, bromea Charlotte fingiéndose hastiada.
- Sí, hay cosas que no cambian, agrega Adam.
- Pues no, replico con una gran sonrisa, ¡hubo un cambio!
- ¿Ah sí? dice mi mejor amiga parpadeando con sus hermosos ojos verdes.
Muero de ganas por contarles mi nueva oportunidad profesional y, como lo
esperaba, los dos están muy contentos por mí.
- ¡Entonces, mis felicitaciones! Y por lo de tu entrevista, tengo que decirte que estoy
incluso un poco celosa.
Como yo, Charlotte es una gran admiradora de la actriz que debo ver en… apenas
unas tres horas.
- ¡Lo sé! ¡No puedes saber cómo me siento! Y tengo además otra cosa que
contarles…
Enardecida por su entusiasmo, decido repentinamente confiarles que Darius me
propone acompañarlo a Nueva York. Ya imagino que Adam me animará a aprovechar esta
oportunidad de viajar y que Charlotte estará encantada de ver cómo van las cosas. Pero
cuando termino de contarles, Charlotte hace su famoso silbido admirativo, que me hace reír
a pesar de mi turbación, y Adam no está tan contento por mí como lo hubiera creído.
- ¡Juliette, no puedes irte al otro lado del Atlántico con este tipo!
Incluso Charlotte está sorprendida por la sequedad del tono de Adam.
- ¿Y porqué no? ¿Te encuentras bien? ¡Siempre nos dices que tenemos que viajar!
- ¡Pero ella lo conoce apenas! ¿Quién es ese tipo? Haces de él tanto misterio que por
supuesto que es sospechoso.
- ¿Misterios? ríe Charlotte. ¿Estás loco? Es Darius Winthrope, el joven
multimillonario, le prensa, su inmobiliaria… detalla, con un aire falsamente desenvuelto.
Adam me mira, boquiabierto.
- ¿En serio? EL Darius Winthrope?
- Así es, confirma Charlotte antes de dirigirse a mí.
- Vete a Nueva York, así acabarán de conocerse allá.
- Así es… ¡Yo, lo que sé, es que hace dos días, Juliette estaba toda alterada a causa
de él y que él arregló el problema haciendo una demostración de riqueza con una pretensión
increíble!
- Deja de hablar de mí como si no estuviera aquí, intervengo, molesta. ¡Y no estaba
toda alterada!
- Sí, estabas completamente estresada por sus mensajes de texto, ¡y no me digas que
te parece normal que un tipo envíe un auto con chofer en lugar de ir por ti!
Me quedo muda frente a la virulencia de Adam. Es Charlotte quien responde en mi
lugar, con una voz dulce.
- De hecho, es normal para él.
- Pues sí, eso no tiene nada de excepcional en su mundo, aseguré, aliviada.
- No importa, deberías pensarlo antes de irte al otro lado del mundo con un hombre
que conoces desde hace tan poco tiempo, punto.
Adam puntúa su frase azotando sus palillos en la mesa, luego guarda silencio, los
ojos sombríos. Charlotte y yo intercambiamos una mirada y mi amiga se alza de hombros.
- Ok, ya entendimos, no confías en Winthrope. Pero podrías tener confianza en
Juliette…
Charlotte, ¡te adoro!
Adam levanta entonces la cabeza y, con un aire un poco incómodo, responde:
- ¡Pero por supuesto que confío en Juliette! Sólo me gustaría que te cuidaras, es
todo.
Su cara de perro regañado me arranca una sonrisa.
- Lo prometo. Ahora, para que te perdone, ¿nos compras el postre?
- ¡Yo no soy el multimillonario!
- Adam, suspira Charlotte.
- Ok, de acuerdo, dice levantando las manos. ¿Qué se les antoja chicas?

Afortunadamente, después de eso, Charlotte nos habló del último rodaje para el que
fue contratada. Ella, que estaba feliz por aparecer como extra para uno de sus directores
preferidos, al final tuvo que actuar de espaldas a la cámara durante toda la escena, ¡con el
pretexto ridículo de que su rostro reflejaba demasiada luz! Adam y yo compartíamos el
mismo punto de vista: su belleza opacaba a la actriz principal. Continuamos hablando de
esta forma degustando un sabroso postre y luego nos separamos sin ya hablar de Darius.
Pero la reacción de Adam me molesta un poco. No era precisamente lo que había
esperado.
En el fondo tiene razón, sólo lo conozco desde hace unos días. Debería tal vez
rechazar su invitación.
Por una curiosa fortuna, la célebre actriz que debo encontrar recibe a los periodistas
en el palacio donde justamente se aloja Darius Winthrope. Me apresuro para llegar con el
fin de tener tiempo para releer tranquilamente mis notas antes de la entrevista. A mi
llegada, le pregunto al recepcionista en dónde se encuentra la suite que alberga a la estrella
y a su equipo, luego me dirijo al bar del hotel. Preocupada por evitar cualquier distracción,
escojo una mesa alejada del gabinete en donde Darius y yo nos habíamos instalado, pido un
té y, en poco tiempo, estoy absorta en mis fichas.
- De ninguna manera. Ya me rehusé varias veces a encontrarme con su cliente, no es
enviando a su abogado como hará que cambie de idea.
¡Darius!
No me atrevo a moverme. La voz de Darius Winthrope proviene del fondo de la
sala, vibrante de cólera. Se encuentra en el gabinete que opté por evitar.
Nuestro gabinete…
- Dígale a Michael Winthrope que mi decisión es definitiva. Y que si continúa
insistiendo, también tendrá que hablar con mis abogados.
¿Michael Winthrope? ¡Yo creía que no tenía familiares vivos!
Movida por la curiosidad, saco enseguida mi iPhone para hacer una búsqueda rápida
en Internet. Perpleja, descubro que existe un Michael Winthrope, profesor de literatura
americana en la universidad pública de Nueva York.
Frunzo el ceño, intrigada.
Maquinalmente, verifico mis correos y veo que ya recibí una respuesta de Darius,
que no puedo evitar leer enseguida.
Querida Juliette mía,
Comprendo sus escrúpulos, pero mire… tengo muchas ganas de tenerla a mi lado
en Nueva York. No tema, ¡lejos de mí está la idea de proponerle unas vacaciones! Mientras
arreglo mis transacciones inmobiliarias, usted tendrá todo el tiempo para acercarse a
estrellas internacionales. Piénselo. Usted no se ocupará de nada de lo que no desee
ocuparse.
Sea razonable y acepte. Por usted, por mí, por nosotros.
Besos,
D.W.
¿Cómo no sonreír?
Su argumento sobre acercarme a celebridades internacionales da en el blanco,
incluso si tengo perfecta consciencia de que lo hace para convencerme a cualquier precio.
Además, el hecho de que su manera de hacerlo sea con absoluto interés me halaga.
Por un instante, dudo en levantarme para ir a discutir de todo esto con él, cuando la
mujer altanera que Cyprien Ridon había señalado como la tía de Darius entra como una
tromba, el rostro duro. Ella se dirige sin vacilar hacia el gabinete en donde se encuentra
Darius y, antes siquiera de llegar, vocifera:
- ¡Darius! ¡Acabo de recibir la llamada de un abogadillo!
No puedo evitar tratar de escuchar, consciente de que lo que escucho es una
conversación privada.
- Me aflige mucho que haya sido importunada, tía, pero ya me ocupé de ese
problema.
- ¿En verdad? ¿Entonces cómo es posible que sigamos escuchando hablar de esa
gente? Ya te lo había dicho, ¡no es más que un montón de gorrones! ¡Jamás dieron
muestras de vida cuando tus irresponsables padres murieron y, ahora que eres rico,
aparecen de pronto, blandiendo su parentesco como si eso fuera suficiente para recobrar el
tiempo! ¿En dónde habían estado, cuando tus padres te dejaron solo en el mundo sin
haberse preocupado por heredarte nada?
- Todo eso lo sé, tía…
El tono mohíno de Darius me revuelve el estómago.
- ¡Sí, y sin embargo no has hecho nada por callar a esos advenedizos! Fui yo quien
te recogió y quien te dio una educación. Sin mí, no serías quien eres ahora. No lo olvides
nunca.
El peso del subtexto de esta última frase me congela la sangre sin que comprenda
muy bien el porqué. Por un instante, creo que Darius no va a responder nada.
- Cómo lo olvidaría, si me lo recuerda en todo momento. Ahora, discúlpeme, tengo
cosas que hacer.
Su voz es cortante como la hoja de un cuchillo y la tensión es palpable en la
atmósfera tan acogedora del bar.
- Un té ruso, ordena secamente la voz femenina.
Me doy cuenta con espanto que Darius se despide y que si me quedo en donde
estoy, seguramente me verá.
¡Se va a dar cuenta de que escuché todo! ¡Ya le hice una escena por nada, no
quiero agregar otra cosa!
Aterrorizada, abandono precipitadamente el bar para esconderme atrás de una
columna en el vestíbulo del hotel.
Con el corazón desbocado, me quedo en mi escondite unos largos minutos, tratando
de poner en orden mis pensamientos. Todo se mezcla en mi cabeza. Sí, tengo muchas ganas
de pasar una semana con Darius en Nueva York, pero como lo dijo Adam (mejor dicho,
como lo gritó), apenas conozco a este hombre. La discusión que sorprendí entre su tía y él
no hace más que confirmármelo: la única cosa que se sabe de Darius Winthrope, es que el
sería el único representante del apellido, ahora bien… un cierto Michael Winthrope busca
insistentemente verlo. Además, él y su tía parecen llevar una relación más que ambivalente
y la animosidad que emana de ellos me hace pensar si en realidad fue ella quien lo recogió
siendo un niño.
¿Por qué tantos misterios alrededor de su pasado? ¿Qué es lo que busca ocultar?
Acompañarlo a Nueva York sería tal vez la ocasión para sacar todo a la luz, pero es tan
secreto…
Contra todas esas dudas, sólo puedo oponer la increíble gentileza que ha mostrado
conmigo hasta este momento y, seamos completamente honestos, su belleza y su
sensualidad. ¡Con él, experimento emociones y sensaciones que nunca antes había sentido!
El recuerdo del roce de su piel viene de nuevo y hace que mi cuerpo reaccione enseguida.
Cierro los ojos y, en un instante, puedo casi sentir las caricias de sus manos sobre mi piel.
¡Es increíble, incluso ausente, me produce reacciones!
Charlotte tiene razón: ¡por primera vez, estoy a punto de olvidar mi trabajo!
Verifico la hora y constato que es hora de ir al encuentro de esta actriz para
entrevistarla. Y mientras me dirijo al elevador, no puedo evitar rememorar el correo de
Darius y preguntarme qué es lo que sería verdaderamente más razonable: ¿rechazar su
invitación para quedarme a trabajar en París, como lo hubiera hecho si no lo hubiera
conocido? ¿O irme con él a Nueva York para aprender a conocerlo y tal vez para tener la
ocasión de conocer a las estrellas americanas?
Sacudo la cabeza. ¿Debo realmente trastocar mi vida por este hombre que conozco
apenas?
8. La fruta prohibida

Nueve de la mañana, bebo mi segunda taza de café, la mirada perdida y el


pensamiento lleno de bruma. Frente a mí, la computadora encendida. El día anterior,
entrevisté a Lesley Bride, una actriz muy famosa, para la revista femenina Shooting, del
prestigioso grupo editorial Winthrope Press para el que trabajo desde hace poco tiempo.
Por primera vez en mi vida, me encontré de frente con uno de mis ídolos, quien
respondió gentilmente a todas mis preguntas, luego regresé a casa, aún estupefacta por sus
confidencias sobre su miedo a envejecer… Pasé la mitad de la noche organizando mi
artículo, aunque de cualquier forma no podía dormir.
Hoy, despertarme es difícil, pero me siento orgullosa de mí. Y todo este trabajo
tendrá el mérito de hacerme olvidar…
¡Detente! ¡No pienses en él!
Si me concentré tanto en el trabajo, es también para sacar a Darius Winthrope de mi
cabeza. Él y yo comenzamos una relación y, ayer, me pidió que lo acompañara a Nueva
York por una decena de días. No sé qué debo hacer. Según mi mejor amigo, conozco a
Darius desde realmente muy poco tiempo para seguirlo de esta manera. Pero Adam siempre
ha sido muy protector conmigo… Y mi mejor amiga, no comparte esa opinión: Charlotte
piensa que acompañar a Darius sería una buena oportunidad para conocerlo mejor y…
¡Ya dije «detente»! Estás cansada, no es el mejor momento para tomar una
decisión.
Me obligo a releer una última vez mi artículo antes de enviarlo por correo
electrónico a la redacción, luego voy a tomar una ducha antes de ponerme mi ropa favorita
para ir a correr: mallas, playera y chamarra deportiva, sin olvidar mi iPod. Correr me hace
siempre mucho bien, me despeja la cabeza y eso pone las cosas en perspectiva.
Me hago una cola de caballo en la parte superior de mi cabeza, me pongo mis tenis
y bajo los escalones de cuatro en cuatro.
Abro la puerta de mi edificio, lista para empezar, cuando una figura alta se
materializa frente a mí. Doy un grito por la sorpresa.
– Soy yo, Juliette.
– ¿Darius?
Si el plan era no pensar en él, he fracasado… Es demasiado guapo que apenas
puedo soportarlo.
Sublime, se encuentra enfrente de mí, vestido como de costumbre con uno de sus
trajes de corte perfecto, esbelto y varonil al mismo tiempo. Su mirada dorada brilla y sólo
puedo tener un deseo: dar un pequeño paso para encontrarme entre sus brazos. Su boca
sensual esboza una sonrisa.
– Creo que tendrá que cambiarse de ropa, aunque la cola de caballo le va
perfectamente bien.
– ¿Perdón?
– Me la llevo, nos vamos en algunas horas.
– ¿Qué quiere decir con que me lleva?
– A Nueva York.
Seguro de sí mismo, no parece tener la menor duda de que aceptaré su invitación.
Entonces, realmente quiere que lo acompañe.
Me quedo sin palabras. ¡Por supuesto que quiero ir con él! Pero, ¿y si Adam tuviera
razón? ¿Qué se yo de este hombre aparte, por supuesto, que es guapísimo y sexy como el
infierno? Y también que hace maravillosamente el amor… Lo que no puedo comprender, es
porqué quiere que sea yo, pequeña periodista un poco bonita, quien lo acompañe… Debe
estar inundado por las propuestas de mujeres mucho más seductoras que yo.
Además, parece que oculta cosas.
Me viene entonces a la memoria la escena a la que asistí anoche sin querer:
contrariamente a lo que dice su biografía oficial, Darius Winthrope tendría todavía
familiares, del lado paterno… y su tía materna, quien lo educó, parece mantener con él una
relación bastante tortuosa.
¿Por qué mentir sobre el tema de su familia? ¿Y por qué esas tensiones?
– ¿Juliette?
Con una sonrisa sexy en el rostro, llama mi atención con una voz dulce.
– Juliette, acompáñeme, téngame confianza.
Entre cansancio y sorpresa, vacilo en responderle, ya que temo hablar de más.
Darius ignora que sorprendí la discusión con su tía, ayer, y no quiero decírselo. Arranco mi
mirada de la influencia de sus ojos increíbles y percibo su coche con chofer estacionados un
poco más adelante en mi calle.
Me doy cuenta de que tengo que dar una respuesta en este momento.
¿Ni siquiera tengo veinticuatro horas para pensarlo?
Pasé la mitad de la noche trabajando y necesito prepararme para un vuelo de ocho
horas para después sufrir el desfase horario, ¡todo esto tratando de mantener mi nuevo
empleo! Me siento contra la pared. A mí que me gusta evaluar los pros y los contras antes
de tomar una decisión, todo esto es demasiado precipitado, y la seguridad de Darius me
parece repentinamente insoportable.
– Darius, no puedo irme así nada más.
Como si hubiera anticipado mi reacción, no deja de sonreír y me responde con toda
tranquilidad:
– ¿Y eso por qué?
– Bien, porque… primero que nada, ¡nadie viaja así nada más porque sí, tengo un
trabajo, cosas que hacer, no sé!
– Le digo que podrá trabajar allá. Creo que si trae entrevistas de estrellas
internacionales, su responsable editorial no tendrá más que felicitarla. Venga, le prometo
que no se arrepentirá.
Ya previó todo, por supuesto. ¡Oh Dios mío, esos ojos!
Bajo su mechón oscuro, están fijos en mí sus ojos, mezcla sutil de dulzura y de
voluntad. Me obligo a no corresponderle la sonrisa, decidida a no ceder tan fácilmente,
cuando un pensamiento angustioso me atraviesa el espíritu.
– Pero, ¡no tengo visa!
Darius ríe gentilmente, sabe que ha ganado.
– No se preocupe por eso, Pénélope se encargó de todo ayer, no habrá ningún
problema.
¿Qué? ¡Desde ayer ya estaba seguro de que aceptaría! ¡Qué insensato!
De nuevo, me enojo contra él. Voy a reclamarle cuando me toma por la cintura. El
contacto de sus manos cálidas y firmes me perturba. No puedo resistir, tengo demasiadas
ganas de que me bese. Cierro los ojos, levanto la cabeza hacia su rostro y cuando nuestras
bocas se unen, todo desaparece. Pero de repente, deja de besarme y pasa enfrente de mí
para entrar con un paso vivo hacia el corredor del edificio, tomándome la mano para
llevarme tras de sí. Apenas la puerta se cierra detrás de nosotros, se voltea hacia mí, toma
mi otra mano y me golpea contra el muro, con los brazos por encima de mi cabeza. Me
sigue sonriendo, cómplice, lanza una mirada para verificar que estamos solos y me besa de
nuevo. Pero esta vez, él pasea su lengua sobre mis labios, comenzando en mi vientre un
incendio cuya intensidad me sorprende. Suelta mis muñecas y sus manos bajan a lo largo de
mi cuerpo, para ir a posarse al borde de mi espalda. Sin pensarlo, anudo mis brazos
alrededor de su nuca y me pego a él. Siento su respiración acelerarse. Me levanta del suelo
y enrollo mis piernas alrededor de su cintura musculosa. Todo mi cuerpo está en ebullición
cuando pone una mano sobre mi rostro y me mira con sus ojos de fiera de los que ya
conozco su resplandor animal.
– Juliette, ten paciencia…
Recuerdo en ese momento que estamos en la entrada de mi edificio y, confundida,
quito mis piernas de su cintura y bajo al suelo, mientras que él sostiene mi equilibrio
vacilante con cuidado.
Vamos, es tiempo de lanzarte al agua.
Seguir buscando excusas para no hacer este viaje sería hipócrita: tengo ganas de ver
lo que pasará entre nosotros y, sí, estoy lista para tomar riesgos. Tomo una gran bocanada
de aire y suelto finalmente:
– Deme sólo el tiempo para preparar mi equipaje.
– No es necesario, compraremos todo lo que necesite estando allá. Venga.
– De ninguna manera. Es ridículo, sólo necesito unos veinte minutos y estaré lista.
De cualquier forma, necesito mi teléfono y mi computadora. Tomar lo demás será
instantáneo.
Él suspira pero me suelta y me deja alejarme. Voy hasta mi apartamento, tomo el
tiempo para cambiarme y cuando bajo de nuevo, con un simple vestido e algodón color
chocolate y mis zapatillas habituales, un bolso de mezclilla sobre el hombro, me espera,
indolentemente recargado contra la pared, las manos en los bolsillos. Es tan parecido a un
cliché de revista de moda que me detengo un instante para memorizar lo que bien podría
ilustrar la palabra «sexy» en mi diccionario personal.
Sacudiendo la cabeza, abandona su pose y se acerca para tomar mi bolso antes de
conducirme hasta su auto. Una vez sentados uno al lado del otro, oprime sobre un botón: el
vidrio que separa el habitáculo de la limusina del espacio del chofer sube. Estamos solos,
libres para retomar las cosas en el mismo punto en el que las dejamos en el pasillo de mi
edificio…

***

El vuelo en avión privado ya me había asombrado, pero nuestras suites en el hotel


Plaza, en la Va Avenida, en Nueva York, son simplemente… ¡pasmosas!
Tenemos un piso para nosotros solos, ocupado por dos suites comunicadas entre
ellas por una inmensa terraza. ¡Cada suite es un verdadero apartamento de lujo, cada una
con una habitación increíble, un baño, un salón gigantesco, una pieza hecha para organizar
cenas mundanas, una cocina! No puedo creerlo. La decoración es clásica, un poco
recargada, pero de buen gusto y, sobretodo, estamos en el palacio mítico que albergó a la
realeza, a las estrellas, a escritores… y en el que fueron filmadas numerosas películas,
como Gatsby el Magnífico, que me encantó. Darius se desenvuelve en estos lugares como si
se trataran de su casa, relajado y sin el cansancio producido por el viaje. Por mi parte, tengo
que concentrarme en mantener mis ojos abiertos y la boca cerrada. Ir a Nueva York con
Darius como un capricho es tan excitante que no pude dormir durante las ocho horas de
vuelo, a pesar de todo el confort de su avión de lujo. Para mi cuerpo, es el inicio de la
noche, pero para la Gran Manzana, estamos a la mitad del día.
Darius se aisló un instante en la increíble terraza con vista sobre Central Park para
hacer unas llamadas telefónicas.
¡Mientras no se le ocurra que vayamos a visitar algo!
Tengo muchas ganas de usar el baño para tomar una larga ducha caliente y probar
sus múltiples opciones. ¡Y dormir por fin! Cuando Darius viene para alcanzarme, estoy
sentada sobre una cama inmensa, con el teléfono con cobertura internacional que me regaló
entre las manos. Quisiera grabar en su memoria los números de mis amigos más cercanos,
pero esta tarea me parece irrealizable.
Suavemente, toma el teléfono de mis manos y se arrodilla enfrente de mí.
– Juliette, debería dormir un poco, se ve muy cansada.
– Pero, ¿y usted?
– Tengo que echarle un ojo al terreno que pretendo comprar, será muy aburrido.
Descanse, regresaré a buscarla para la cena.
– De acuerdo.
Pone el teléfono sobre una consola coronada con un elegante y gigantesco ramo de
lirios y hace que me levante. Tiernamente, pone sus labios sobre los míos y me toma en sus
brazos. Me abandono, anido mi cara contra su camisa. Me besa ligeramente en el lóbulo de
mi oreja, haciéndome sonreír de placer, y murmura:
– Más tarde, espero tener el placer de reunirme con usted bajo las sábanas.
– Mmm…
No pude evitar gemir.
Oh sí, ¡yo también!
Después de una última serie de besos, me suelta de sus brazos y se aleja, atrapando
su saco al salir.
– Regreso en algunas horas. Ordenaremos la cena en alguna de las suites. ¡Duerma
bien!

***

Después de dos días, mi cuerpo se ha acostumbrado al desfase horario, pero sigo tan
impresionada por la magnificencia del Plaza. Sin embargo sigo tomando mis notas y, cada
día, cuando Darius sale a encontrarse con sus socios financieros, arquitectos y abogados, yo
trabajo, hago contactos al mismo tiempo que exploro la ciudad de Nueva York, a donde no
hubiera pensado jamás que vendría. ¡O, en todo caso, no en estas condiciones! Creo estar
viviendo un cuento de hadas. Darius insistió para procurarme un guardarropa completo, a
pesar de mis protestas. Después de ásperas negociaciones, conseguí escoger yo misma mi
vestimenta, en un showroom privado para la ocasión. Tomé lo justo necesario para la
duración de nuestra estancia, pero tengo que reconocer que todo me va perfectamente.
Ignoro si fue él quien escogió todo o si su asistente, Pénélope lo ayudó, pero es suficiente
con ponerme cualquiera de los conjuntos que escogí para tener la impresión de convertirme
en una versión mejorada de mí misma.
Tenemos que vernos para almorzar juntos. Darius insistió para que me llevara el
chofer, o por lo menos en taxi, pero a mí me gusta explorar Nueva York sola, tomar el
metro, descubrir las avenidas inmensas y las callecitas animadas. Mientras admiro la vitrina
de una adorable pastelería, me doy cuenta del reflejo de un hombre que ya había visto
ayer… Mi corazón se estruja. Darius y yo habíamos salido para pasearnos y para tomar una
copa. El individuo en cuestión estaba en el vestíbulo del hotel cuando salimos y ahí seguía
a nuestro regreso. Lo vi alejarse después de habernos observado dirigirnos al elevador. Es
un hombre blanco, de edad madura, que llevaba una chaqueta deslucida… un tipo de
hombre como hay miles en las calles de Nueva York, pero es tan raro encontrar dos veces
al mismo hombre, y sobre todo un hombre que finge estar leyendo el periódico. Como el
día anterior.
Si fuera un detective privado, no sería tan visible.
Esta reflexión no me tranquiliza en lo absoluto. No entiendo porqué un profesional
de la vigilancia estaría detrás de mí… ¡Entonces seguramente es un criminal o un
maniático! Con el corazón desbocado, trato de continuar con mi paseo, como si nada
pasase. Me obligo a no acelerar, deambulando como lo he hecho todos los días. Sólo que
ahora me dirijo hacia una arteria más frecuentada. Después de algunos minutos de paseo,
llego por fin a una gran avenida. Los taxis amarillos circulan a toda velocidad, pero
desafortunadamente para mí, ninguno está libre, todos tienen su letrero apagado. Continúo
andando, acechando de vez en cuando la sombra de este hombre que sigue atrás de mí y
algún taxi coronado por un letrero luminoso.
¡Por fin uno, rápido!
Como una verdadera neoyorkina (a más bien como una francesa aterrada), grito
«¡Taxi!» levantando bien alto mi mano.
¡Lo logré!
Un auto se detiene contra la acera. Sin pensarlo, me introduzco al habitáculo
cargado de aromas de incienso. El conductor es un hombre encantador, con acento indio me
parece. Le doy la dirección del restaurante japonés en donde debo encontrar a Darius y
emprendemos el camino. Lanzo una última mirada al tipo extraño, esperando con todas mis
ganas el haberme equivocado sobre él. Y en efecto, por mucho que escruté la acera, no vi
ninguna huella de mi desconocido… Aliviada, me siento confortablemente y aprovecho el
trayecto para sacar mi bloc de notas y mi directorio de contactos neoyorkinos.
¡A trabajar!
Después del almuerzo, regresaré al hotel para tratar de obtener una o dos citas. ¡Pero
por ahora, voy a encontrarme con este hombre fabuloso con quien comparto las noches y
una parte de los días! Antes incluso de que el taxi comience a frenar, lo veo, en plena
conversación con un hombre de traje y de cabellos blancos. Debe tratarse del hombre de
negocios que debía ver esta mañana. El taxi frena para estacionarse a su altura, pero le pido
al chofer avanzar un poco más para no interrumpirlos. Mientras pago el viaje y bajo del
auto, Darius se despidió de su interlocutor. Lo alcanzo, no pudiendo contener una sonrisa
radiante que me sube a los labios. En su traje serio de negocios tan chic, es todavía más
impresionante.
– Está usted radiante hoy, creo que podría devorarla toda entera y cruda, dice Darius
al recibirme.
Halagada, río, pero decidida a no dejarme llevar por esta cuesta peligrosa.
– ¿Tiene antojo de sushi?
– No, es usted y lo que hemos hecho juntos anoche, susurra en voz baja
atrayéndome hacia él para besarme febrilmente.
Una vez más, me derrito y mi boca se ofrece a la suya con avidez.
9. En medio de las estrellas

- Necesito levantarme, Juliette…


– ¿Ya?
Acurrucada contra el sublime cuerpo desnudo de Darius, estoy en el paraíso. Esta
mañana, me despertó con sus caricias… y henos aquí, ya casi es mediodía, acostados uno al
lado del otro. Él juega con mis cabellos y yo, la cabeza reclinada sobre su torso, respiro el
perfume de su piel, los ojos cerrados.
No tengo ganas de moverme. Si me quedo aquí, ¿tal vez olvide que se tiene que ir?
Suavemente, su mano cálida baja hacia mi hombro y, con una suave presión, me
lleva tiernamente a la realidad. Gimiendo, abro mis párpados.
Esos abdominales… ¿Cómo hace para tener ese cuerpo?
Claramente delineados, incluso en descanso, sus músculos cuadriculan su vientre
plano y ligeramente bronceado hasta el lindero con la sábana que cae en su bajo vientre,
volviendo el panorama aún más excitante. La mano de Darius acentúa su presión.
Resignada, me arrodillo sobre la cama, frente a él.
– ¿En verdad ya se tiene que ir?
– ¿Usted no tiene nada qué hacer? me pregunta levantándose sobre un codo.
Sus ojos salvajes me miran fijamente. Confundida, siento mis senos endurecerse
bajo la intensidad de su mirada. Me sonrojo. Mi apariencia desconcertada parece divertirlo.
Su pecho se estremece, sacudido por la risa que pronto lo inunda.
– ¡Es usted adorable, Juliette!
Casi inconscientemente, hago una mueca escéptica.
– Adorable y muy atractiva…
Con un solo movimiento, se levanta y me da un beso en la boca, mientras que con
su índice derecho, hace estremecer la punta de mi seno. Aprieto los muslos. Pero Darius se
aleja y, antes de que comprenda qué es lo que pasa, ¡me encuentro sola!
¿Qué? ¿Es todo?
Me volteo, lista para protestar.
– Lo siento, Juliette, pero tengo una cita de negocios en una hora.
Me siento contrariada. Y frustrada. Darius, completamente desnudo, consulta
indolentemente sus mensajes en el teléfono celular dirigiéndose hacia el baño.
Evidentemente, aprovecho para admirar la perfección de su cuerpo.
– ¿Le gusta el espectáculo?
Sin voltearse, desaparece en el pasillo, pero por el sonido de su voz, sé que sonríe.
Casi al instante, escucho el ruido de la ducha y las ganas de unirme a ella me taladran.
Dudo.
Si sólo tiene una hora antes de irse, podría no apreciarlo.
Espero un instante, al acecho, esperando que me llame en vano. Me levanto y me
pongo una de las suaves batas que nos otorga el palacio y, cuando lo escucho salir del baño,
me decido a alcanzarlo. Me recibe con una mirada de caramelo, frotándose vigorosamente
los cabellos, una toalla de baño alrededor de su cintura. Algunas gotas de agua chorrean
todavía sobre su piel, siguiendo las líneas de su musculatura perfecta. Estoy bajo su
encanto, pero lo observo relajadamente recargada contra la pared.
– Esta noche, estamos invitados a una velada privada organizada por un amigo. Le
pediré a Pénélope que la ayude a escoger su atuendo y pasaré a buscarla al hotel, esté pues
lista a las diecinueve horas, me indica mientras se sigue preparando.
Una vez más, su tendencia por querer vestirme a su gusto me molesta, pero como sé
que está apurado y esta invitación me intriga, acallo mis escrúpulos por el momento.
– ¿Qué tipo de velada será? pregunto, viendo que no me quiere dar más
información.
– Del tipo «industria del cine».
– ¿La industria del cine? ¿Habrá productores? ¿Habrá también actores?
Mi curiosidad se ha despertado, no puedo evitar hacerle preguntas.
– Tengo que vestirme, métase a la ducha, enseguida le explicaré, promete
abandonando el baño para dirigirse al vestidor.
Impaciente por saber más, apuro mi ducha. Cuando salgo de nuevo, está
anudándose la corbata, y aun así se dio el tiempo para escogerme un vestido de lino blanco
casi virginal. Si no hubiera tenido tantas ganas de saber de la fiesta, seguramente hubiera
protestado, pero me pongo el vestido sin decir nada, esperando la continuación. Al terminar
de anudar su corbata, Darius continúa:
– Habrá principalmente actores, podría usted aprovechar para hacer algunos
contactos. Lo ve, no la engañé: ¡también está aquí para trabajar!
– Pero…
– Pénélope le traerá su vestido de noche y la ayudará a prepararse, puede tenerle
confianza.
Como ya terminó de arreglarse, con autoridad hace que me voltee para subir la
cremallera de mi vestido.
– Esté en su suite a las diecisiete horas, pasaré a buscarla dos horas después y
llegaremos juntos a la fiesta. Le va a encantar.
Su aliento se acercó a mi oído y su voz grave me hace estremecer.
– Y después de la velada, le prometo darle lo que no le di esta mañana, murmura en
el hueco de mi cuello.
¡Que deje de jugar con mis nervios!
Mis piernas flaquean. Darius me deposita un beso en mi hombro y se aleja para
pedir un auto a la recepción. Aprovecho para recobrar la calma y terminar de prepararme.
Hoy, necesito descubrir la actualidad de las estrellas neoyorkinas para estar segura de
entrevistar a las personas correctas… ¡y de hacerles las preguntas adecuadas! Consciente de
que seguramente tendré que andar por las calles de la ciudad, me pongo unas zapatillas de
cuero.
¡Si tengo que pasar la noche en zapatos de tacón, me parece lo adecuado!
Cuando Darius cuelga, estoy lista. Decido abandonar el palacio al mismo tiempo
que él, con la esperanza de poderle sacar alguna información suplementaria. En el elevador,
mientras anudo mis cabellos en un chongo bastante flojo, continúo con mis preguntas, con
un tono relajado:
– ¿Y la fiesta en dónde se llevará a cabo exactamente?
– Ya lo verá. Pero le prometo una cosa, ¡el lugar no la decepcionará!
Bueno, parece imposible sacarle algo. Ya veré más tarde si puedo obtener alguna
información con su asistente.
Atravesamos el grandioso vestíbulo del Plaza en silencio. Sé que ya está
preocupado por sus responsabilidades de hombre de negocios. Pero repentinamente, siento
una especie de malestar difuso e, irresistiblemente, mi mirada se posa en una silueta cerca
de la entrada, sobre la izquierda.
¡Regresó!
El maniaco de ayer… y de antier. Estoy a punto de prevenir a Darius cuando algo
me detiene. Mientras ayer creía que era claro que me estaba siguiendo, hoy no es a mí a
quien observa como hipnotizado, sino a Darius.
¿Qué es lo que pasa? ¿Quién es ese enfermo?
Darius, que acaba de contestar una llamada, se despide con un guiño y se apura para
instalarse en su auto. El chofer cierra la portezuela y va a instalarse frente al volante.
Atenta, continúo observando al hombre misterioso que nos ha seguido y que mira el sedán
de Darius, con apariencia contrariada. Suspira tan fuertemente que casi lo escucho, a pesar
de la decena de metros que nos separa y da media vuelta. Sin pensarlo, le piso los talones y
empiezo a seguirlo.
¡Necesito saber qué es lo que pasa!
Ayer, ¿podría ser que sólo me haya seguido para poder encontrar la huella de
Darius? ¿Darius está en peligro? Las preguntas se atropellan en mi cabeza, pero no tengo
tiempo. Por primera vez en mi vida, estoy persiguiendo a alguien. El hombre se resigna
visiblemente a alejarse del Plaza. Prudente, me quedo a una distancia respetable. Si me
siguió, sabe quién soy y mi vestido blanco no me da ninguna ventaja. En mi bolso, tengo un
suéter de cachemira gris perla. Ya tengo calor, pero ni modo. Me lo pongo, esperando pasar
inadvertida. El desconocido se dirige hacia una entrada del metro en la calle 57.
¡Afortunadamente ya sé moverme en el metro neoyorkino!
Tomo un boleto, espero en el andén. El hombre, con las manos en los bolsillos de su
chaqueta descolorida, mira obstinadamente el suelo, con un aire sombrío. Cuando entra en
una rama de la línea B, hago lo mismo y voy a esconderme al fondo del vagón, sin perderlo
de vista.
El trayecto dura tres cuartos de hora, con dos cambios de línea, lo que me ocasiona
sudores fríos, pero finalmente, no lo he perdido cuando por fin sale del metro, en la avenida
Flatbush, en pleno corazón de Brooklyn. Parece totalmente absorbido por sus pensamientos
y no ha levantado la cabeza ni una sola vez en todo el viaje. Continúo siguiéndolo, un
centenar de metros detrás de él. Atravesamos la Plaza Hillel y comprendo entonces que mi
maniaco se dirige al Brooklyn College. No necesito continuar con mi persecución al
interior del edificio, es demasiado riesgoso.
De cualquier forma, ya tengo suficiente información por el momento.

***

De regreso a mi suite, me encuentro cara a cara con Pénélope, quien hace instalar en
el salón un gran perchero con ruedas, en el que están suspendidos varios vestidos de noche
magníficos. Preocupada por sacarme el mejor partido y hacerme sentir cómoda, la
concienzuda asistente particular de Darius escogió para mí diferentes modelos de grandes
diseñadores. Después de dos horas de probarme varios atuendos bajo la mirada de
Pénélope, creo que hemos alcanzado nuestro objetivo.
– Juliette, éste le va realmente bien. Está usted magnífica. Mírese.
Me empuja frente al espejo de cuerpo entero que un empleado del palacio instaló en
la pieza. Levanto los ojos sobre mí y…

Apenas puedo reconocer a la mujer que está frente a mí. Su tez luminosa está
acentuada por el violeta oscuro y suave del vestido escotado. El corte depurado del vestido
resalta su silueta sin ocultarla demasiado: el escote es sobrio, pero sus hombros
descubiertos le dan un porte increíble a su cabeza. Lo largo del vestido, a media pantorrilla,
me recuerda a los vestidos de cocktail de los años 1950, pero la abertura de lado, hasta la
altura del muslo, agrega un toque de audacia y de modernidad al conjunto.
Pénélope entra repentinamente a mi campo de visión y, suavemente, me levanta los
cabellos.
– ¿Ya lo ve? Peinada de esta forma, su nuca se destaca. Vamos a hacerle un
maquillaje sencillo. Algunas joyas, zapatos altos y usted quedará sublime.
Mi rostro estupefacto la hace sonreír. Por primera vez, su caparazón de profesional
se resquebraja.
Tengo la impresión de estar viviendo en un sueño. Esto es también «el contrato»
que firmé con Darius: que alguien me alistara hasta el punto de no reconocerme en un
espejo…

***

A las diecinueve horas, como habíamos convenido, estoy lista. Pénélope me ayudó
a prepararme. ¡Confiada, la dejé guiarme y no lo lamento! Ella conoce perfectamente los
gustos de Darius, me siento entonces al abrigo de cualquier paso en falso. Cuando él llega,
Pénélope se retira, no sin antes estrecharme la mano, como para darme valor.
¡Tengo uno de esos pánicos escénicos!
En el momento en el que me ve, Darius se detiene en seco. Mi corazón también. Él
está vestido con un esmoquin, es magnífico. Maquinalmente, doy un paso hacia él, mi
pierna derecha se descubre enseguida a través de la abertura del vestido.
– Juliette… está usted…
¿Qué?
Sin agregar ya nada, avanza ahora hacia mí, me toma las manos y me hace dar una
vuelta con un aire de asombro. Cuando me encuentro de nuevo frente a él, me siento
segura. Tomándome dulcemente por el mentón, pone un beso en mis labios, pasea sus
dedos a lo largo de mi cuello, hasta el nacimiento de mi pecho, luego me toma por la
cintura y me pega contra él para murmurar en mi oído:
– Me costará mucho trabajo esperar el fin de la velada para darle lo que no le pude
dar en la mañana…

***

En la limusina que nos lleva hasta la famosa fiesta, Darius deja de besarme para
mirarme intensamente con sus ojos dorados.
– Juliette, me gustaría volver a hablar del contrato moral sobre el que me había
prometido pensar.
– Eh… sí.
Sí, ese famoso contrato que me compromete con la discreción, la fidelidad, llevar la
vestimenta que él escogerá para mí… con muy buen gusto, tengo que decir… Si me pide
una respuesta definitiva ahora, creo que mis nervios van a ceder.
Tensa, espero lo que sigue.
– Hasta ahora, me parece que las cosas van muy bien, pero esta noche, por primera
vez, vamos a ir juntos a una fiesta mundana. Me parece notar que tiene pánico escénico.
– Jamás he frecuentado a ese tipo de personas, es normal. ¿Puede imaginarlo? ¡Voy
a conocer a gente que sólo he visto a través de la pantalla de un cine! ¡Es increíble!
El rostro de Darius se endurece y, sin mirarme, me recuerda sus exigencias.
– Probablemente no estaré a su lado toda la velada, entonces… trate de conservar
una actitud conforme a nuestro… acuerdo, aunque éste continúe en suspenso.
– ¿Podría ser más preciso?
– Ya que es necesario decir las cosas: aunque se encuentre con su actor favorito, le
pido evitar flirtear. Por otra parte, le recuerdo que se trata de una oportunidad muy seria
para su carrera, agrega con una sonrisa un poco hastiada.
¡No puedo creerlo! ¡Darius Winthrope, el hombre de los ojos de oro, el genio de los
negocios más atractivo del planeta en plena crisis de celos! La ocasión es demasiado buena
como para no aprovecharla y, a pesar de mi pánico que no deja de aumentar, no puedo
evitar bromear:
– Bien. ¡Pero si me cruzo con Brad Pitt sin Angelina Jolie, no respondo!
– Estarán juntos esta noche, me responde fríamente.
¡OH DIOS MÍO!
Trago saliva, estupefacta. Al borde del pánico, tomo la mano de Darius. Viendo mi
terror, entrecruza sus dedos con los míos y trata de tranquilizarme. La sonrisa tierna que me
ofrece me derrite y le sonrío de regreso, con mi corazón que me retumba.

***

¡Increíble, todo es increíble!


Cuando la limusina se estacionó frente a un viejo teatro aparentemente en desuso,
cerca de Broadway, pensé por un instante que Darius me estaba haciendo una broma. Pero
un servicio de seguridad muy discreto hizo su aparición desde que salimos del vehículo
para abrirnos las puertas dobles del establecimiento. Al interior, nada de polvo ni sillones
viejos y vencidos: todo fue redecorado con gusto. Las plantas son tan abundantes que por
un instante, hubiera podido creerme en un jardín. La luz es tenue, resaltando la decoración
moderna y señorial. Sobre el balcón que antes acogiera a los espectadores, un DJ pone
música ambiental decididamente moderna, pero cuyo volumen sonoro permita conversar
sin alzar la voz. Unos sillones confortables y sofás mullidos están dispuestos de manera que
forman una serie de pequeños salones entre los cuáles los invitados pueden deambular de
acuerdo a sus afinidades y a sus conversaciones. Los invitados, justamente…
Dejo a Darius dirigirme a través de la multitud de celebridades ya que no puedo
reaccionar por la impresión. Sucesivamente, nos cruzamos con Matt Damon y Ben Affleck,
los dos en esmoquin y quienes discuten como los dos viejos amigos que son. Scarlett
Johansson, siempre tan deslumbrante, lleva un vestido anaranjado bastante sencillo, pero
realzado por enormes aretes de diamantes.
– ¡Darius! ¡My old friend!
– ¡David!
Estupefacta, miro a Darius y a David Bitsen abrazarse. La estrella planetaria y mi
caballero parecen extasiados por encontrarse e intercambian algunas palabras en inglés,
luego Darius me toma la mano y hace las presentaciones.
– David, te presento a la joven de la que te había hablado.
– Encantado, señorita.
– Igualmente encantada… señor.
David Bitsen se carcajea.
– Llámame David. O incluso Dave. Darius, tu acompañante es soberbia.
¡Puedo morirme ya! Pero antes me desmayaré.
Pero el discurso de Darius en la limusina me regresa a la memoria.
No puedo pasar la velada entera con la boca abierta. ¡Sacúdete, Juliette!
10. Tiernas confidencias

- ¡Bye, Darius! ¡Bye, Juliette!


David Bitsen insistió en acompañarnos él mismo hasta la limusina. Después de
despedidas muy calurosas, nos instalamos en el interior del vehículo.
¡Por fin solos!
Pasé una noche loca, pero excelente. De hecho, ya son casi las dos de la mañana y
estoy exhausta. Con la portezuela apenas cerrada, me aproximo a Darius y pongo mi cabeza
sobre su hombro.
– ¿Pasó una buena velada? me pregunta rodeándome con su brazo.
– Fantástica. ¿Y usted?
– Yo también. Pero tengo que confesarle que estuve distraído toda la noche.
– Distraído, ¿a qué se refiere?
– Por culpa de usted. ¡Este vestido le cae por el trasero de una forma que podría
condenar a un santo y no dejé de pensar en el momento en que podríamos estar solos!
Mi corazón da un bandazo.
– ¿Ah sí? No me di cuenta de eso, usted estaba más bien distante conmigo esta
noche, le respondo un poco más fríamente de lo que hubiera querido.
Aunque entiendo su voluntad por permanecer siendo discreto en sociedad, me
hubiera gustado que Darius hubiese sido un poco más demostrativo. Unas dos o tres veces
en la noche me sentí un poco aislada en medio de todas esas personas hermosas, ricas y
célebres, y su presencia a mi lado me hubiera llenado de seguridad.
– Juliette, ya sabía usted que no podía quedarme a su lado toda la velada. Y luego vi
que Susan Sarandon la acogió bajo sus alas. Y me parece que ella le presentó a una buena
parte de los invitados. ¿Pudo establecer contactos?
¿Entonces, me observó?
– Eh… sí, ya tengo algunas citas.
– Hizo muy bien en proponerle primero una entrevista a David. Fue inteligente
hacerse adular por la persona que daba la fiesta. Me impresionó esta noche. Sobre todo por
no lanzarse a los brazos de un ex James Bond, agrega bromeando.
Halagada, me doy cuenta de que no me perdió de vista ni un solo instante. Me
acurruco aún más contra él. Pero algo no deja de intrigarme…
– ¿Cómo se convirtieron en amigos, usted y David Bitsen?
– ¿Le gustó? reacciona enseguida. Porque usted me reprocha el haber estado
distante, ¡pero podría ser yo quien hubiese sido particularmente desatendido esta noche!
Sé que quiere hacerme rabiar, pero mi respuesta, indignada y sincera, surge sin
embargo:
– ¡Para nada! Usted era el hombre más guapo de la fiesta, ¡ninguno de esos actores
le llega a los talones!
Mi grito sincero hace estallar una carcajada en Darius. Me mira con sus ojos que
parecen burbujear como el delicioso champán que nos sirvieron esta noche.
– Gracias por ese voto de confianza.
– ¡Deje de burlarse de mí!
– Jamás me burlaría de usted.
No estoy tan segura de eso, pero como inclina la cabeza hacia mí para besarme, no
respondo nada. Toda la velada, soñé con el momento en el que Darius posaría de nuevo sus
labios sobre los míos y… es tan rico que como me lo había imaginado. Su brazo me
mantiene pegada a él y casi puedo sentir su corazón latir contra el mío, que se acelera de
nuevo. Como mis hombros están desnudos, el contacto de su mano cálida sobre mi piel me
hace pensar en otras caricias, más audaces. Tengo ganas de él.
Pero el trayecto entre Broadway y el palacio no es tan largo, sobre todo a esta hora
de la madrugada, y llegamos muy pronto frente a la entrada del Plaza. Entramos en el
vestíbulo casi desierto. En el camino hacia nuestro piso, no puedo evitar preguntarle sobre
los lazos que lo unen a David Bitsen.
– No me respondió hace rato: ¿cómo es que se convirtieron en amigos ustedes dos?
Pero esta vez, Darius se cierra. No afloja su abrazo, pero claramente sentí cómo se
ponía tenso y su bello rostro se ha crispado.
¡Oh no, todo era tan perfecto hasta aquí!
Me cede el paso para dejarme entrar en la cabina del elevador, sin una palabra.
Recuerdo entonces que entre las diferentes «cláusulas» del famoso contrato de Darius,
había algo a propósito de su pasado, ¡que no debería tratar de conocer! Me descompongo.
Aunque muero de ganas por saber todo de este hombre, no quiero bajo ninguna
circunstancia obligarlo a revelarme cualquier cosa en contra de su voluntad. Ya no me
atrevo a decir nada. Lo escucho suspirar.
– No es nada, su curiosidad es natural.
– Pero me había pedido abstenerme de cuestionarlo sobre su pasado, dije con una
voz vacilante.
– Sí. Y lo recuerda.
Sus ojos color cobre parecen indagar todo mi ser. Me acaricia la mejilla y besa cada
uno de mis ojos. Su dulzura me tranquiliza. El elevador se detiene. Hemos llegado a
«nuestra casa», a nuestro piso. Abre la puerta de su suite y, de nuevo, me cede el paso. Una
colación se encuentra dispuesta, sin duda ordenada por Pénélope, en el salón que conduce a
la recámara en donde dormimos.
Es muy amable, pero no creo poder comer algo.
Si ya no tengo ganas de llorar, mi garganta sigue anudada. Darius pone una mano
entre mis omóplatos y me guía hasta un sillón sobre el que me instala. Luego, mientras
deshace su moño, se pone enfrente de mí. Ansiosa, guardo silencio. Su rostro enarbola una
expresión extraña que se encuentra entre la concentración y la duda… Espero lo peor.
Lo que decida decirme, no puede ser algo bueno.
– Yo tenía 26 años y me encontraba aquí, en Nueva York, en la construcción de un
edificio de negocios de lujo que había mandado hacer. Mi carrera ya había iniciado desde
hacía algunos años, pero sólo era conocido por los profesionales del negocio inmobiliario.
Además, agrega con una sonrisa irónica, si me prestaban atención era porque estaban
convencidos de que me arruinaría en algunos meses… Pero bueno. Ese día, escuché una
discusión entre un joven obrero y un capataz. El joven había pedido su tarde libre, pero el
capataz negaba habérsela concedido y amenazaba con despedirlo si no regresaba a trabajar.
Me acerqué y comprendí que si el joven quería la tarde libre era para poder presentarse a
una audición.
Atenta, no me pierdo ni una sola palabra.
¡Me costaba trabajo imaginarme a Darius en una construcción!
– Yo… me sentí conmovido por la energía que ponía en tratar de convencer a su
capataz y le concedí la tarde para que se ausentara. Era demasiado tarde para como para
tratar de llegar a su audición en metro, entonces lo llevé en auto.
Con la mirada perdida, Darius sonríe, sumergido en sus recuerdos.
– Ese joven apasionado, ya lo habrá adivinado, era David Bitsen. Y la audición, era
para el papel principal en El fin de los mundos, la película que lo catapultó.
Estoy fascinada por lo que me cuenta. Darius levanta sus ojos hacia mí, con el
rostro un poco más relajado, pero con un resplandor de duda en sus ojos.
– Es inútil decirle que tuvo que ser remplazado en la construcción, agrega con esa
sonrisa nostálgica. Pero algunos años más tarde, nos cruzamos en una gala de caridad, y fue
allí que nos convertimos en amigos. De hecho muy cercanos con el paso del tiempo. Y así
fue, ya sabe todo, termina con un tono falsamente desenvuelto.
Aunque su historia me parece anodina, es evidente que contar ese pedazo de su
pasado le requirió un verdadero esfuerzo. Es evidente, claro, que se trata de una gran
muestra de confianza. Sé que tiene secretos y que no siempre fue este hombre privilegiado,
con una vida fácil. Contar cosas no le es habitual. Conmovida por lo que acaba de pasar, no
me atrevo a hacer ningún comentario, pero, movida por una inspiración repentina, me
levanto para sentarme en sus piernas y lo beso. Darius responde a mi beso con pasión. Su
lengua contra la mía despierta de nuevo mis ganas de él. Cuando su mano se posa sobre mi
muslo descubierto por mi vestido abierto, un estremecimiento me recorre, encendiendo mi
bajo vientre. Continuamos así por varios minutos, jugando con el deseo que sentimos el
uno por el otro. Con su lengua, se abre paso suavemente entre mis labios, luego se retira y
regresa, varias veces. En respuesta, mi boca se entreabre y me sorprendo chupando
dulcemente su lengua, aplicada y atenta a su reacción. Un gruñido callado se escapa de su
garganta y lo siento endurecerse contra mis caderas. Continúo mi vaivén hasta que
retrocede su cabeza. Sus ojos han tomado este famoso resplandor salvaje. Con los labios
entreabiertos, le regreso la mirada, probablemente más excitada de lo que estaba hoy por la
mañana. Tengo ganas de que me arranque el vestido, que me tome sobre este sillón o sobre
el suelo, poco importa. Darius cierra los ojos por un instante.
– Es usted realmente muy hábil para hacer hablar a las personas, Juliette…
¿Mmm?
– Nunca había contado esta anécdota.
– Usted es muy hábil para contar.
Entre otras cosas…
Darius me sonríe, como un ángel-demonio, y me replica:
– Sí, noté que mi historia no la dejó indiferente.
No respondo nada y me contento con aproximar de nuevo mi boca a la suya.
Siento de nuevo su sexo vibrar, lo que me excita aún más. Sin dejarle opción,
recomienzo mi pequeño juego y acaricio entre mis labios húmedos toda su lengua.
Darius se porta dócil durante algunos segundos, luego retrocede de nuevo la cabeza,
bruscamente. Su respiración se precipita, sé que está muy excitado, lo que no hace más que
aumentar mi propia fiebre. Con un solo movimiento, me levanta y se pone en marcha. Creo
por un instante que me va a dejar caer sobre la cama de nuestro cuarto, pero es hacia el
baño de mármol blanco que se dirige. El recuerdo de su cuerpo escurriendo agua me excita
todavía un poco más y, en el trayecto, aprovecho para quitarme los zapatos y para deshacer
mi chongo rápidamente. Darius acelera el paso sin parecer percatarse de que he empezado a
desabotonar su camisa.
En el espléndido baño, sigo en sus brazos, Darius me baja con cuidado sobre el
mármol inmaculado. Febriles, nos besamos apasionadamente mientras seguimos
desvistiéndonos. Hago deslizar la camisa blanca de Darius mientras él baja la cremallera de
mi vestido, liberando mis senos. Excitada, me pego a él mientras termina de desvestirme.
En poco tiempo, sólo traigo puestas unas bragas de seda negra. Siento las manos de Darius
pasearse sobre mi cuerpo para ponerlas, muy pronto y con señorío, sobre mis nalgas. Ese
contacto me hace estremecer. Darius deja de besarme y me murmura al oído:
– Desde esta mañana, muero de ganas por estar bajo la ducha con usted.
Entonces…
– ¿Le hubiera gustado que me metiera con usted?
–Teníamos poco tiempo, me responde Darius, misterioso.
– Sí, por supuesto… Suspiré haciendo una mueca de lamento.
La sonrisa que le inspira mi gesto decepcionado me da ganas de morderle la boca.
Con un solo movimiento, baja para quitarme mis bragas y me levanta de nuevo, llevándome
sobre uno de sus hombros. Sorprendida, doy un grito.
– ¡Veamos si hubiéramos podido hacer algo conveniente esta mañana! exclama
Darius.
Sin que tenga el tiempo de darme cuenta de nada, estoy sentada en el borde del
lavabo. El contacto del mármol frío contra mis nalgas desnudas me invade. Pero Darius
sólo toma unos segundos para liberar su erección impresionante antes de ponerse un
preservativo. Imperioso, separa mis muslos y me penetra. La sensación de vaivén sin
piedad de su sexo me arranca gritos de placer. Sus manos agarran mis nalgas. Con cada
movimiento de su pelvis, parece que mi cuerpo se abre un poco más para recibirlo más
profundamente en mí. No puedo dejar de gritar cada vez más fuerte. Me cuelgo de sus
hombros en tensión por el esfuerzo para no ser lanzada hacia atrás bajo sus embates.
Acelera un poco más la cadencia. Su aliento se hace más grave. Me parece que nuestras
carnes estuvieran fusionándose, el placer es casi insoportable, hecha raíces en el hueco de
mi vientre para progresivamente expandirse por todo mi cuerpo y, de un solo golpe, me
convierto en goce. Mi cabeza se echa hacia atrás y pierdo definitivamente todo control: me
escucho apenas gritar mientras el orgasmo me sacude entera.
Cuando regreso al piso, Darius me rodea con sus brazos.
– La próxima vez, ¿vendrá a reunirse conmigo en la ducha? me pregunta, pícaro,
todavía dentro de mí, tan duro.
– Mmm…
Todavía bajo el efecto de la violencia de mi orgasmo, no puedo más que gemir para
asentir.
Iría a cualquier lado, todo el tiempo, si es para tener tanto placer.
Me quedo asida a él, sin ninguna intención de poner término a este abrazo lleno de
ternura. Darius acaricia suavemente mi piel, cierro los ojos. Si pudiera, ronronearía de
placer… Nos quedamos así entrelazados algunos minutos, hasta que Darius sugiere:
– ¿Qué le parece tomar una ducha rápida antes de ir a dormir?
– Mmm…
– Tomaré eso por un «sí».
Siempre con dulzura, se retira y me toma en sus brazos para llevarme bajo la ducha,
que hace funcionar antes de alcanzarme. El agua caliente que escurre sobre mi cuerpo
parece llevarse con ella toda la fatiga que me había invadido. Veo a Darius quitarse el
preservativo de su pene que sigue erecto. El espectáculo de su cuerpo desnudo me trastorna.
Sin pensarlo, tomándolo por la mano, lo atraigo bajo la ducha conmigo y comienzo a besar
su torso musculoso, luego a mordisquear su piel hasta hacerlo estremecer. Cerrando los
ojos, respiro un instante su aroma dulce y viril.
Mmm, huele tan rico…
Siento sus músculos contraerse bajo su piel. Darius extendió el brazo para tomar
uno de los frascos puestos a disposición por el hotel. Pronto, un delicado perfume invade la
espaciosa cabina de la ducha. Darius vertió un poco de jabón líquido en su mano y empieza
a masajearme con el producto. Sus caricias se hacen cada vez más amplias, sus manos se
deslizan sobre mi piel, enjabona suavemente mi espalda, luego baja hasta mis nalgas, que
acaricia en círculos, una mano de cada lado. Él roza, amasa, moldea, hace deslizar la punta
de sus dedos en mis relieves, cada vez más audaz. Mi bajo vientre se crispa. Froto mi rostro
contra sus pectorales poderosos, apreciando la firmeza de su cuerpo magnífico. Una de sus
manos sube a lo largo de mi espalda hasta mi nuca, que agarra suavemente, pero con
firmeza. Me mantiene contra él, con la frente fija en el delicioso hueco de su clavícula, ahí
en donde la piel es particularmente suave.
Con su otra mano, continúa acariciándome las nalgas, las palpa, las separa, se
aventura hasta mi intimidad todavía sensible. Gimo dulcemente. Sin poder evitarlo, siento
mi espalda arquearse para facilitarle el paso. Continúa así por varios minutos,
pacientemente. Me aferro a sus hombros, arqueada hasta el límite, gimiendo más fuerte
cada vez que sus dedos se deslizan en el hueco de mi pelvis hasta llegar a mi sexo, que
acaricia con un simple ir y venir, rozando apena mi clítoris inflamado. Su movimiento es al
mismo tiempo delicado e impúdico.
Si continúa, creo que me vendré de nuevo.
Pero no puedo venirme de nuevo sin haberle dado placer. Me obligo a retirarme de
su caricia para tomar otro frasco de jabón líquido. Vacío en la palma de mi mano el líquido
cremoso de un color blanco nacarado, de perfume sutil, y comienzo a enjabonar el cuerpo
de Darius, que sigue pasando sus manos sobre mí, concentrándose en mis nalgas.
Nunca había notado este interés, ¡pero me gusta!
Juego con la espuma untuosa sobre su torso, sus brazos, bajo hacia su intimidad. Su
respiración se acelera ligeramente mientras que mis dedos, ligeros, rozan su verga erecta.
La acaricio delicadamente en toda su extensión antes de tomarla con firmeza.
– Juliette…
Levanto la cabeza hacia él, sin soltarlo. A través del espeso vapor de aroma
refinado, nos vemos apenas, pero el brillo dorado de sus ojos llega hasta mí. Lentamente,
sin dejar de mirarnos, llevo mi mano a lo largo de su sexo. Nuestras dos epidermis se
resbalan una contra la otra, sin esfuerzo. Acentúo un poco más la presión y acelero
progresivamente. Darius abandona mis nalgas para apoyarse contra los muros de la ducha,
los brazos abiertos. En esta posición, parece una estatua. Con las piernas plantadas en el
suelo para asegurar su estabilidad, los brazos en cruz, todos sus músculos en tensión,
empuja su pelvis hacia mí, entregando sin reservas su virilidad magnífica a mis caricias, al
principio tímidas, luego cada vez más dueñas de sí. Cerró los ojos, aprovechando con
voluptuosidad mi iniciativa, dejándome por fin ocuparme de él sin chistar. Me siento
orgullosa y poderosa. Esta vez, soy yo quien dirige y me da placer también jugar con él,
desacelerando mi vaivén antes de acelerar de nuevo, utilizando algunas veces una mano,
otras las dos. Concentrada, escucho las variaciones de su respiración para llevarlo mejor
allá a donde quiero llevarlo. Sus gemidos se hacen más profundos, más graves… No quiero
que eso termine demasiado rápido, entonces suelto un poco la presión, desacelero de nuevo.
Abre los ojos y me sonríe, divertido.
– Usted es una perversa y una sádica, Juliette, declara con una voz ronca.
– No tiene la menor idea de cuánto, replico en un suspiro.
Bajo un súbito impulso, retiro mi mano y me pego contra él para arrodillarme
lentamente, resbalándome contra él. Mis senos endurecidos parecen enviar descargas
eléctricas a lo largo de cada uno de mis nervios. Al fin, deslizo su sexo entre ellos para
finalmente encontrarme cara a cara con el objeto de todos mis deseos. El agua caliente hizo
desaparecer todo rastro de espuma. Rodeando de nuevo con mis dedos su carne palpitante,
levanto los ojos hacia él. Siempre en la misma posición, me mira intensamente. Sé que esta
vez, se ha entregado a mí, que ha dejado en mis manos la dirección de los sucesos. Su
confianza me halaga y me llena de seguridad. Sin dejar de mirarlo, le doy un pequeño
lengüetazo a su piel. Gime, pero pone enseguida su mano sobre mi hombro.
– Juliette, todavía no podemos.
Es verdad, no sin preservativo…
Tomo entonces su pene con las dos manos, arrodillada frente a él. El agua crepita a
mi alrededor, el vapor se hace aún más espeso. Sin perder el tiempo, lo acaricio así, con mis
dos manos, con los ojos fijos en su espléndida erección. Siento el fuego de su mirada sobre
mí. Su mano abandona mi hombro para volver a apoyarse contra la pared. Su vientre plano,
sublime, se crispa ligeramente. Su respiración se acelera. Continúo lentamente pero con un
ritmo constante. Quiero llevarlo al borde de la explosión y para eso, tengo que espiar todas
sus señales. Sus músculos se tensan cada vez más, me acerca sus caderas, su miembro me
toca casi la cara y la tentación se hace insostenible. Acelero progresivamente, envolviendo
la totalidad de su virilidad con mis dos manos, acariciando la punta en cada ir y venir, lo
que lo hace gemir más fuerte. Acerco mi cara a su piel y beso la parte superior de sus
muslos, sin dejar de acariciarlo. Paseo mi lengua por la raíz de su erección, apretando y
acelerando un poco más mi caricia. Darius cambia entonces de posición, pone una mano
contra el muro que está frente a él y con la otra guía mi cabeza para que mi lengua ejerza
una presión más grande en la base de su miembro que se estremece. De repente, lo escucho
dar un grito ronco y retrocedo enseguida.
Del sexo erguido de Darius, que sostengo con mis manos, surge su venida
magnífica, que guío sin pensarlo entre mis senos. Levanto los ojos hacia él. Tiene los ojos
cerrados, su rostro es otro por la voluptuosidad. Luego abre los ojos, suspira
profundamente, tomándome por los hombros, me levanta a su altura.
– Gracias a usted, Juliette, fue fantástico.
Me sonrojo frente a ese cumplido. El agua que sigue escurriendo se llevó con ella
una parte del semen de Darius, pero queda suficiente para que lo note. Alza ligeramente las
cejas y dibuja entonces una «D» con su dedo índice, sobre mis senos.
– Tendrá que lavarse de nuevo…
¿Eso quiere decir que vamos a volver a empezar como hace rato?
Con esta perspectiva, es todo mi cuerpo quien se inflama y parece gritar de
entusiasmo. Haber tenido su verga sublime bajo los ojos me ha provocado un deseo cuya
intensidad es casi terrorífica.
Darius comienza a pasear su dedo índice sobre mis senos, hasta su punta que se
endurece enseguida, diciéndole hasta qué punto estoy excitada. El agua crepita sobre
nuestros cuerpos, el vapor se hace denso, espeso, casi pesado. Darius toma mis pezones
entre sus dedos y se pone a jugar con ellos, los pellizca suavemente, los estira, los amasa…
Parece que una corriente eléctrica me atraviesa. El placer está al límite del dolor y cada vez
que acentúa la presión de sus dedos, mi bajo vientre reacciona. Pronto, me pongo a temblar,
acentuando todavía más las sensaciones de mis pezones que cayeron en la trampa de sus
dedos.
Con autoridad, me hace dar vuelta para que le dé la espalda y me arrellane contra su
cuerpo, continuando su juego con mis senos, pero dejando de vez en cuando sus extremos
para envolverlos con sus manos, sopesándolos, apretándolos, acariciándolos, luego
tomándolos para exponerlos al chorro crepitante de la ducha. Me muerdo los labios para
ahogar un grito ligero. Parece como si minúsculas bocas me mordisquearan. Me dejo ir
completamente contra él y siento, debajo de mi cintura, que su erección renace. Pone
entonces uno de sus antebrazos poderosos sobre mi pecho, manteniéndome prisionera
contra él mientras disminuye la fuerza del chorro luego de que toma de nuevo un frasco. La
punta de mis senos me quema bajo la presión de su brazo. Parece que sus dedos jugaran
todavía conmigo, mi pecho está tan sensible que cualquier contacto es suficiente para hacer
que todo mi cuerpo se estremezca.
De repente, una sensación de frío me retuerce contra él. Acaba de verter
directamente el gel de baño sobre mis senos, recubriéndolos casi totalmente. Hipnotizada,
miro sus manos que retoman la posesión de mí, extendiendo la substancia nacarada,
obteniendo una espuma blanca y espesa por la fuerza de sus movimientos. Darius se pone a
lavarme cada vez con más vigor y, extrañamente, esta caricia casi ruda, me hace poco a
poco perder la cabeza. Levanta mis brazos, frota mis axilas, fricciona mi espalda, mi
vientre, luego mis nalgas, pasa la mano contra mi sexo, juega un instante con él, abriéndolo
con un dedo hábil, caricia furtiva. Luego abandona mi bajo vientre, sordo a mis gemidos de
protesta, y pasa a mis piernas, que enjabona enérgicamente. Estoy casi en trance en la
humedad de la espaciosa cabina de la ducha, recubierta por una espuma resbalosa con
efluvios embriagantes, todos mis sentidos están en alerta. Ignoraba que podía experimentar
tantas sensaciones al mismo tiempo, ¡es increíble! Un delicado perfume de rosas en polvo
alcanza a mi nariz. Reconozco el champú que no he dejado de utilizar hasta el momento,
tanto me seduce su aroma delicioso.
Esta vez, es con dulzura que Darius me lava los cabellos, largamente. Me amasa el
cráneo, la nuca, toma mi cabeza con sus manos, hunde sus dedos en mi cabellera
empapada. Mi cabeza oscila entre sus manos expertas, me abandono totalmente con los
ojos cerrados. Tengo la impresión de estar flotando. Estoy cubierta por la espuma, de los
pies a la cabeza, pero eso no le es suficiente, Darius vuelve a friccionarme, esta vez con
más ternura. Con sus manos, dibuja un mapa nuevo de mis zonas erógenas. Cada parte de
mi cuerpo parece ahora dotado de nuevas terminaciones nerviosas, que sus dedos
imperiosos excitan cada vez más con cada caricia.
Pero me abandona repentinamente, quitando sus manos de mi piel. Podría llorar de
frustración, pero mi garganta no deja escapar más que un pequeño grito ahogado. Toma el
grifo de la ducha, parece pensar antes de escoger el reglaje del chorro multidireccional,
luego me atrapa por la nuca como se hace algunas veces con los gatitos. Empieza a
enjuagar suavemente mis cabellos, haciendo que incline mi cabeza hacia atrás. Hace correr
el agua entre mis labios entreabiertos. Bebo con avidez, sacando la lengua para dirigir
mejor la caída del agua. Ahora, con la cabeza hacia atrás, enjuaga mis hombros, luego mis
senos. Con el dedo pulgar, regula la temperatura y la fuerza del chorro, gracias a los
comandos integrados al grifo de la ducha. El agua se enfría, golpea mi pecho que se tensa.
Por un instante, temo que me bañe con agua fría, pero no, hace subir la temperatura cuando
comienzo a agitarme, luego, siempre tomada por la nuca, me aleja un poco de él para
enjuagarme la espalda.
El chorro baja progresivamente, la mano de Darius me ordena inclinarme hacia
adelante. Confiada, aunque un poco molesta, cedo. El chorro de agua se hace entonces más
preciso, más intenso. Desliza entre mis nalgas e inunda mi sexo. No puedo evitar separar
ligeramente las piernas para cederle el paso, pero enseguida, Darius me reincorpora y
selecciona rápidamente un programa automático. Muchos minúsculos chorros de agua
caliente surgen de las paredes, rociando cada parte de mi cuerpo. Darius me aprieta
firmemente contra él, calando con un movimiento su miembro duro entre mis nalgas, y
acerca el grifo de la ducha a mi bajo vientre, con la presión máxima dirigida precisamente
sobre mi clítoris henchido y casi a punto de explotar.
Mi orgasmo es inmediato, lanzo un grito. Me parece que todo mi cuerpo explota en
un millar de pequeñas gotas hirvientes, todas brillantes por mi placer.
Jamás había conocido estas sensaciones y bajo la violencia de mi orgasmo, mis
piernas flaquean.
11. Desamparada

Al despertar, estoy sola en la cama deshecha, completamente desnuda. Todavía


dormida, me estiro lánguidamente antes de lanzarle una mirada a mi teléfono celular para
checar la hora. Por el silencio que reina en la suite, creo que Darius ya se ha ido. Lamento
haberme perdido su partida, pero es verdad que después de la noche tórrida que tuvimos,
estaba algo… ¡exhausta!
¡Ya son casi las diez! Mira, un mensaje.
Todavía acurrucada bajo las sábanas, leo el mensaje de texto que Darius me envió.
[Usted dormía como un ángel esta mañana. No tuve el corazón para despertarla.
Que pase un lindo día Juliette. Besos.]
Sonrío de felicidad. La ternura de ese mensaje acaba por sacarme del sueño y me
levanto, de muy buen humor. Me dirijo hacia el baño más pequeño (no en donde hicimos el
amor anoche) y río dulcemente sintiendo que algunos de mis músculos están adoloridos.
¡Sin duda, la noche estuvo agitada!
Hoy, tengo que preparar mis futuras entrevistas, no tengo tiempo que perder.
Después de haberme vestido, peinado y luego ligeramente maquillado, meto mi
computadora en mi bolso y decido ir a trabajar frente a un gran café, en uno de esos coffee
shops chics de Manhattan. Todos están provistos de un acceso internet gratuito, será
perfecto para efectuar mis investigaciones y acordar mis primeras citas.
En el ascensor, inspecciono discretamente mi vestimenta, pero el guardarropa que
me compró Darius es tan elegante que será realmente difícil no estar impecable. Hoy, me
decidí por un vestido de mezclilla, más bien casual pero de un corte irreprochable, así
como por un par de botas italianas de cuero, de color tabaco. Mi bolso está combinado y me
puse un saco rosa que agrega un toque de alegría al conjunto. Me siento bonita y llena de
energía.
Afuera, el clima es fresco, pero agradable. Me decido rápidamente por un pequeño
pero elegante establecimiento. Y mentiría si dijera que los red velvet cakes dispuestos en la
vitrina no influenciaron mi elección. Tomo pues un gran café y una rebanada de ese pastel
rojo oscuro, de chocolate, luego me instalo en una mesa individual sobre la que pongo mi
agenda y mi computadora. Tengo primero que enviar un correo electrónico a la agregada de
prensa de David Bitsen para acordar nuestra cita. Enseguida, necesitaré leer toda su
actualidad para encontrar las preguntas pertinentes que le haré. Y tendré que evitar
preguntarle sobre el inicio de su carrera, aún si muero de ganas de tener su versión de su
encuentro con Darius Winthrope.
Dos horas más tarde, no he encontrado absolutamente nada sobre la amistad que une
al célebre actor y al exitoso hombre de negocios, pero empiezo a tener una buena idea de la
manera en la que articularé mi entrevista. El misterio que envuelve la vida de Darius ya no
me sorprende realmente pero como he avanzado suficiente, me autorizo a hacer una
pequeña investigación un poco particular. Desde la vigilancia de ayer, tengo un
presentimiento que necesito verificar. El hombre misterioso se dirigió al Brooklyn College,
cuyo sitio en internet indica que forma parte de la Universidad pública de Nueva York. Mis
sospechas se confirman: existe un Michael Winthrope que es profesor de literatura
extranjera, podría ser que se tratase de la misma persona.
¿Sería él? ¿El tío de Darius que quiere reunirse con él? Vamos a ver si puedo
encontrar cómo es físicamente.
Exploro en su totalidad el sitio del Brooklyn College, miro todas las fotos puestas
en línea, busco los organigramas para encontrar el nombre de los profesores, pero a pesar
de examinar a detalle los diferentes cursos, no encuentro nada. Desesperanzada, reviso sin
mucho entusiasmo el canal de YouTube de la escuela. Los videos de estudiantes son
mayoritarios, pero existen algunas discusiones o debates en los cuales han participado
algunos profesores. Apago el sonido de mi computadora y hago desfilar los diferentes
módulos frente a mis ojos. De repente, sé que lo he encontrado: algunos meses antes, un
autor italiano de renombre vino a dar una conferencia y, entre sus interlocutores, ¡se
encontraba aparentemente un cierto Pr. S. Winthrope! El corazón me dio un vuelco,
reproduzco el video.
¡Sin lugar a dudas es él! ¡Es el tipo!
Febril, hago desfilar el video y, rápidamente, ya no tengo más dudas, se trata de mi
hombre misterioso. Sorprendida, me doy cuenta de que Michael Winthrope tiene sin duda
la intención de obligar a Darius a una confrontación que él rechaza. En mi cabeza resuena
todavía la conversación que sorprendí hace apenas algunos días sin que Darius lo supiera:
no solamente es el hombre que no quiere encontrar, sino que además, éste lo busca con el
único fin de sacarle dinero.
¡Tengo que alertarlo!
Incluso si sé que existe el peligro de que Darius reaccione mal, no puedo solamente
callar lo que sé. Tengo que protegerlo. Mi decisión está tomada: le envío un mensaje de
texto para preguntarle si podemos comer juntos. Algunos minutos más tarde, me propone
alcanzarlo para una comida rápida y me pregunta en qué barrio me encuentro. Apenas le
envío mi respuesta y me dice que su chofer está en camino para ir a buscarme. Sonrío. Su
galantería es a veces un poco anticuada para un hombre de su edad, pero debo reconocer
que eso tiene su encanto.

***

El sedán me deja justo enfrente de un pequeño restaurante vegetariano de moda.


La próxima vez que me digan que los Estados Unidos es el país de la hamburguesa,
me reiré a carcajadas.
Darius ya está a la mesa frente a un platillo apetitoso. Siempre elegante, no trae sin
embargo corbata. El cuello de su camisa está un poco abierto y se dobló las mangas,
dejando ver sus antebrazos musculosos y ligeramente bronceados. Es increíblemente
seductor.
– Tengo menos de una hora para comer, se excusa.
– No hay problema.
– Le aconsejo este curry vegetariano. ¿Quiere probarlo?
Espontáneamente, dirige su tenedor hacia mí, proponiéndome un bocado. Aproximo
mi boca y me da de comer. Nuestras miradas se cruzan y veo que está pensando lo mismo
que yo. Sonreímos al mismo tiempo.
Los sabores son picantes, pero sin exceso, las legumbres son crocantes y la salsa
cremosa, ¡es delicioso!
– Mmm, sí, voy a pedir lo mismo.
Él le hace una indicación a la mesera que trae rápidamente otro plato. Empiezo a
comer en silencio, sin saber cómo abordar el tema que me preocupa.
– Parece preocupada, Juliette.
¡Maldición, qué idiota! Pido que nos reunamos aquí y no digo ninguna palabra…
es tanto como tener escrito «tengo un problema» sobre la frente. La próxima vez…
No tengo realmente escapatoria, entonces me resigno a responder. Inútil darle
vueltas al asunto. De cualquier forma, lo que tengo que decir no es muy agradable. Tomo
aire y me lanzo al agua.
– Sí, he… notado que el mismo hombre se ha encontrado frecuentemente alrededor
del hotel en donde estamos y…
Apenas he comenzado y Darius interrumpe lo que está haciendo y baja su tenedor.
Me escucha, atento, con las cejas ligeramente fruncidas.
No es eso algo que me tranquilice.
– De hecho, creo que usted conoce a ese hombre…
– Explíquese, se limita a decir con un tono seco.
– Creo que se llama Michael Winthrope.
Esta vez, Darius se ve realmente enfadado.
– ¿Y por qué cree usted que se llama así?
Mi cerebro funciona a toda máquina. No es pertinente confesarle que escuché una
conversación privada entre él y su tía. Improviso.
– Lo escuché presentarse cuando hablaba por teléfono. ¿Quién es? no puedo evitar
preguntar.
– Juliette…
– Sé que usted no quiere que le pregunte sobre su pasado, pero este hombre también
me ha seguido. ¡Dígame al menos si es peligroso!
– ¡¿La ha seguido?!
Darius parece conmocionado por lo que acabo de decirle. Lo veo pensar por un
instante y, al fin, se decide.
– Bien, voy a decirle lo que necesita saber, nada más. Usted no tiene nada que temer
de este hombre. Se trata de mi tío paterno, el hermano de mi padre. Y me sigue, lo que
quiere es sacarme dinero.
– Dios mío… lo siento.
Aunque ya sabía todo eso, escucharlo decírmelo hace las cosas más reales. Pongo
mi mano sobre la suya. Con un aire un poco sorprendido, me mira y veo que mi gesto lo
desestabiliza.
¿Pero nadie se ha tomado la molestia de consolarlo?
Su mano, al principio crispada sobre la mesa, se relaja progresivamente hasta
abrirse y tomar la mía para apretarla furtivamente.
– Lo siento, repito.
De nuevo, siento que está sorprendido por mi empatía. La tensión evidente de sus
hombros se relaja imperceptiblemente. Me decido entonces a preguntarle con una voz
dulce, lista para dar marcha atrás inmediatamente si se niega a responder.
– ¿Este hombre ya lo ha lastimado?
Darius suspira, cierra los ojos y lanza repentinamente:
– Sí. De una cierta manera. A la muerte de mis padres, yo tenía apenas cuatro años.
Mi padre era un especie de… extravagante un poco fantasioso, su familia había ya cortado
los lazos y cuando me encontré huérfano, ellos no quisieron… hacer nada. Ni siquiera
vinieron para la ceremonia funeraria. Mi tía materna fue la única que se propuso para ser mi
tutora.
Su relato es lanzado con una voz fría, desencarnada, como si contara la historia de
cualquier otra persona. Ella me recuerda el tono apagado que tenía frente a su tía mientras
discutían, en París. Mi corazón se estruja.
– Le estoy agradecido por haber aceptado esta carga, pero mi tía nunca fue muy…
cercana a mí. Pasé toda mi infancia en internados. Fui en ellos el alumno más joven durante
varios años, y cuando tuve por fin compañeros de mi edad… ya había aprendido a apreciar
la soledad. Y a habituarme a la disciplina severa de estas escuelas.
Recuerdos dolorosos parecen atropellarse bajo su frente habitualmente serena.
Lanzando un suspiro que parece no poder abrirse paso, un camino, concluye rápidamente:
– Brevemente, a los dieciséis años me harté, pedí mi emancipación y mi tía aceptó.
Mi verdadera vida empezó en ese momento. Y cuando me volví rico y un poco célebre,
extrañamente, los Winthrope salieron de su agujero.
Es horrible… Por un lado, una tía sin amor y del otro… una familia interesada
únicamente por el dinero. Pobre Darius.
Tengo ganas de tomarlo entre mis brazos, pero Darius suelta mi mano y vacía su
vaso con agua de un solo sorbo. Se acabaron las confidencias.
– Usted me disculpará Juliette, tengo que regresar a trabajar. Y usted debería hacer
lo mismo, agrega, de nuevo reservado. En lo que concierne a Michael Winthrope, se trata
de mi vida privada y esa la resuelvo solo. Nos vemos en la noche.
El beso que me da en la frente resuena en mi cabeza como una puerta que se cierra.
Me parece claro que este hombre tiene siempre con él al niño herido que fue…
¿Cómo se puede enviar a un niño de cuatro años a un internado? ¡Es cruel!
Por el momento, todo lo que puedo hacer, es respetar su necesidad de espacio,
aunque eso me desgarre el corazón. Cuando salgo del restaurante, apenas algunos minutos
después que él, busco otro coffee shop en donde instalarme, para sumergirme en el trabajo,
mi estrategia habitual con un eficacidad a toda prueba para olvidar mis preocupaciones.

***

Logré armar varias entrevistas, dos agregadas de prensa ya me contactaron, estoy


bastante contenta conmigo. Me doy cuenta repentinamente que la clientela del coffee shop
ha cambiado. La gente ha dejado de pedir bebidas calientes para sentarse frente a copas de
vino y rebanadas de tartas. Sorprendida, me doy cuenta de que la noche ha empezado y me
apuro para guardar mis cosas para tomar un taxi y regresar al Plaza. Desgraciadamente,
cuando llego a nuestro piso, esperando encontrar a Darius, un silencio pesante reina. Nadie.
Verifico mis mensajes en mi teléfono, pero nada. Decido no demorarme en el hecho de que,
hasta ahora, siempre nos habíamos reunido al principio de la noche y saco mi computadora
de mi bolso. Si necesito matar el tiempo, lo haré avanzando en el trabajo.
Me absorbo más de una hora en mis investigaciones cuando la alarma de mi
mensajería Internet me saca de concentración. Enseguida, voy a checar, esperando un
correo electrónico de Darius. Jamás creí que un mensaje de felicitación de Ingrid Eisenberg
podría decepcionarme, pero es el caso. La responsable editorial de la revista femenina para
la que tengo que realizar las entrevistas de las estrellas está francamente entusiasta con la
idea de publicar pronto una entrevista con David Bitsen. Ella me da igualmente el número
del fotógrafo que debo contactar para los retratos que ilustrarán mi artículo. Anoto todo. Ya
son casi las veintiuna horas. No puedo seguir fingiendo que nada pasa: Darius cena en otra
parte y no me avisó. El miedo de perderlo me tuerce el estómago. Mientras estoy apagando
mi computadora, ahora ya inútil, mi barbilla se pone a temblar.
Nunca debí haberle hablado de su tío… ¡Qué estúpida!
Me hago entrar en razón:
Era necesario que se lo dijera, no podía fingir no ver nada. ¡Oh, qué
rompecabezas!
Aspiro profundamente. Me niego a conformarme. Si él no me llama, yo le voy a
hablar.
Después de todo, cuando se tiene un impedimento, lo menos que se puede hacer, es
avisar, ¡aunque uno se llame Darius Winthrope!
Evidentemente, regreso a los mensajes. Cuelgo enseguida. Inútil enviarle un
mensaje, debe sospechar que me estoy preguntando en dónde está.
¿Y con quién…?
Sacudo la cabeza para quitarme este pensamiento que acaba de clavar sus garras en
mi corazón.
No es necesario inventarse películas, es sólo una cita de negocios que se prolongó,
eso pasa.
Me esfuerzo para no pensar que la cita en cuestión puede estarse desarrollando en
un bar refinado con una mujer de negocios elegante y sexy sin ningún temor en la mirada,
como pueden serlo las neoyorkinas según la idea que ya me hago de ellas… Mujeres
seguras de sí mismas, acostumbradas a tomar iniciativas…
¡STOP!
Es necesario que cambie de ideas, y sobre todo que no me quede encerrada en esta
suite esperando a Darius. Tuvo seguramente un impedimento y no debo olvidar que su día
estuvo muy pesado. Decido salir y ver una película. Tendré mi teléfono a la mano en modo
silencioso y si me contacta, lo sabré enseguida. Pero mientras espero… ¡Fuera! Me pongo
rápidamente un abrigo de lana color camello, me retoco el maquillaje y salgo hacia el
elevador. En la recepción, me indican cómo ir a al cine más próximo y podría pedir un auto.
¡Después de todo, tengo que aprovecharlo!
Pero en el vestíbulo, mientras me dirijo hacia un conserje de traje, percibo de nuevo
a aquel por quien las desgracias han llegado: ¡Michael Winthrope!
12. Un terrible dilema

Vestida esta vez con un saco un poco más elegante, el tío interesado de Darius está
sentado en uno de los sillones puestos a disposición de los visitantes en el vestíbulo del
palacio. Instalado como si se tratara de su salón particular, lee una novela y sólo levanta los
ojos para inspeccionar a las personas que llegan.
De un solo golpe, el furor me invade. Este hombre abandonó a Darius cuando era
niño y hoy que es rico, reaparece en su vida para acosarlo con la esperanza de sacarle
dinero: tal indecencia me desagrada. Es principalmente por culpa de él que a Darius le
cuesta tanto trabajo tener confianza y que está tan solo en el mundo, convencido de que las
personas cercanas a él son susceptibles de traicionarlo. De repente, me doy cuenta de que
las personas en quienes tiene más confianza son Ingrid Eisenberg y su asistente Pénélope.
Dos mujeres con quienes no tiene una relación de seducción, sino una relación profesional
en donde él ocupa la posición superior…
Dicho de otra manera, más o menos lo contrario de lo que yo soy… Súper…
Y además, si Darius no ha regresado todavía esta noche, ¡sospecho que tiene
relación con la discusión que tuvimos a propósito de ese maldito Michael Winthrope
durante el almuerzo! Que se permita espiar a Darius en el vestíbulo del palacio, ya que no
dudo ni por un segundo que es lo que hace, me pone simplemente fuera de mí.
¡Qué tipo tan desagradable!
Me dirijo hacia él. El sonido de mis tacones le hace levantar la cabeza y entiende
enseguida lo que pretendo hacer, pero se queda congelado en su sillón.
– ¡¿No tiene vergüenza?!
Mi voz desentona en el ambiente tranquilo del vestíbulo, pero no me importa, tengo
la intención de decirle mi forma de pensar. Me mira, abre la boca, pero no le doy el tiempo
para responder nada.
– ¡Es lamentable, lo que hace! ¡Deje de seguir a Darius, déjelo tranquilo! ¡Es
cuando era niño que tenía que haberse interesado por él, ahora es demasiado tarde! No
quiere saber nada de usted y tiene toda la razón. Usted es asqueroso, agrego con un tono de
desprecio.
Mi diatriba parece haberlo conmocionado.
¡Qué mejor! ¡Que se vea como es, es lo que merece!
– Voy a indicarlo en la recepción, más le vale irse de aquí antes de que lo obliguen a
hacerlo.
Pero mientras doy media vuelta para ejecutar mi amenaza, el tío de Darius se
levanta y me toma por el brazo.
– ¡No, espere! Usted no puede hacer eso, dice en español con un ligero acento
americano.
– ¿Ah, no? digo con un tono de desafío, mire lo que hago.
Bruscamente, me libero y me dirijo hacia un conserje que observa la escena, listo
para intervenir.
– Señorita, se lo ruego, puedo explicárselo. Deme… veinte minutos, no más. Si no
la convenzo, me iré. Por favor.
Es una verdadera súplica la que me dirige. Turbada, me quedo en mi lugar. Michael
Winthrope se acerca a mí e insiste:
– Escúcheme, se lo suplico. Es una cuestión de vida o muerte…, agrega después de
un titubeo.
¿De vida o muerte? ¿De qué está hablando?
Mi curiosidad se ha despertado. Lo pienso rápidamente. Estoy convencida de que
este tipejo está aquí porque es un interesado. No existe ninguna razón que justifique el
abandonar a un niño de cuatro años que acaba de perder a sus padres.
No veo qué excusa válida podría darme.
Pero al mismo tiempo, ¿qué son veinte minutos? Sobre todo para saber más del
hombre que ha cambiado mi vida desde que lo conocí.
– Muy bien. Pero vayamos a un lugar más discreto.
Nos dirigimos a uno de los bares del palacio. Jazz de fondo musical, decoración
chic y lujosa, el contexto es por lo menos extraño, teniendo en cuenta la situación. Decido
optar por el mezzanine: la vista sobre el vestíbulo me permitirá observar el eventual regreso
de Darius. No quiero que me sorprenda en plena conversación con su tío. Rápidamente, nos
instalamos y un mesero viene casi enseguida a tomar nuestra orden: un agua mineral para
mí y un vaso de escocés para mi interlocutor. Pienso en esta frase que mi padre decía a
veces: «No es en el fondo de un vaso que un hombre encuentra el valor.»
Glacial, sonrío con un aire burlón y me instalo en el fondo de mi sillón, lista para
escuchar lo que Michael Winthrope tenga que decirme. Miro ostentosamente la hora en mi
teléfono, que coloco a la vista cerca de mi vaso.
– Cuando mi hermano y mi cuñada murieron en ese accidente de avión…
¿Un accidente de avión? Otro detalle que ignoraba.
… No era más que un hombre muy joven, tenía 22 años. Acababa de conocer a mi
mujer, Shelley. Había visto a Darius siendo un bebé, pero enseguida mi hermano se fue a
vivir a Francia con toda su familia, él trabajaba muy duro, pero no ganaba suficiente dinero
como para venir a visitarnos. Y yo seguía siendo estudiante, entonces…
– Y hoy, su sobrino es multimillonario y usted es sólo un profesor universitario,
entonces… digo burlona.
– Me gano muy correctamente mi vida y, aunque sólo soy un profesor, estoy feliz
así y mi vida va muy bien, me responde mi interlocutor calmadamente. Si me falta algo, no
es lo que usted cree, agrega con una voz que se quiebra.
Y aquí vamos. Si quieres enternecerme, tendrás que esforzarte más…
– Con mi hermano, John, incluso si hacía varios años que no nos habíamos visto,
seguimos en contacto, al menos una vez al año. Después de varios meses sin noticias suyas,
comprendí que algo no andaba bien.
O que la cercanía ya se había roto, a pesar de lo que me cuentas.
– Traté de comunicarme con su familia política, sin ningún éxito. Finalmente me
decidí a llamar a la policía francesa y es en ese momento en el que me enteré… de que mi
hermano había muerto con su esposa. Su avión de turismo se había estrellado. Habían
muerto instantáneamente, con su piloto. Estaba deshecho.
Los hombros de Michael Winthrope se hunden progresivamente. Esforzándome por
conservar un rostro imperturbable, escucho, ya sin interrumpirlo.
– Quise contactar a mi sobrino, Shelley y yo hablamos de traerlo con nosotros. ¡Le
juro que lo intenté! Agrega con los ojos anegados en lágrimas. Pero… fuimos tratados
como parias. La cuñada de John me decía que mi hermano se drogaba, que golpeaba a su
mujer y a su hijo, que había arrastrado a su familia a la decadencia y que él era el
responsable de su accidente de avión… Ella siempre se negó a que yo pudiera entrar en
contacto con mi sobrino, bajo el pretexto de que yo era como…
El hombre que me mira de frente parece haber envejecido diez años. Traga saliva
con dificultad, como si lo que fuera a decir le desgarrara la garganta.
– ¡Bajo el pretexto de que yo era como mi hermano, un veneno para su familia!
termina por lanzar, visiblemente tenso por el esfuerzo.
Es la misma manera en la que Darius me habla de él…
El parecido entre los dos hombres me golpea de pronto, mientras que Michael
Winthrope parece luchar contra las lágrimas.
– Créame, señorita, intenté varias veces entrar en contacto con mi sobrino, pero esta
mujer… ¡esta mujer! Siempre fue una barrera. Y enseguida, fue Darius él mismo quien
rechazó que nos encontráramos, entonces… con el tiempo me he resignado. Pero hoy, si
trato de contactar a su novio, no es para sacarle dinero.
¿Mi novio? ¿Parecemos novios?
La equivocación de Michael me conmueve tanto como su aspecto lamentable. Es
evidente que este hombre también carga un fardo, pero las palabras de Darius sobre él
resuenan todavía en mis oídos y sigo desconfiada.
– ¿Por qué está tratando de contactar a Darius, entonces?
– Shelley y yo tenemos tres hijos de 17, 15 y 12 años. Mary, Bethany y John Junior.
Hace un año, Bethany cayó enferma. Gravemente enferma.
Esta vez, ya no puede contener sus lágrimas e incluso yo, me siento terriblemente
apenada por el espectáculo de este hombre de edad madura derrumbándose frente a mí.
– Se le diagnosticó un linfoma.
– Lo siento.
– Gracias, responde maquinalmente. Mi pequeña hija sufre todos los días y su única
esperanza, es obtener un trasplante de médula ósea.
Afectada por el giro que toma la discusión, no sé qué responder. La leucemia es una
enfermedad cruel y esta muchacha es la prima de Darius…
– Toda la familia se hizo los exámenes y nadie es compatible, dice ya sin sollozos.
Nadie podría simular un tal dolor. No estoy frente a un traidor potencial, ni ante un
hombre interesado, estoy frente a un padre desesperado.
– Quisiera que Darius acepte hacerse las pruebas de compatibilidad. No quiero
obligarle a retomar el contacto, no me interesa su dinero y si no quiere verme o hablarme,
lo aceptaré. Pero mi pequeña Bethany va a morir y él es su única esperanza…
Con el rostro descompuesto por la pena y la angustia, une sus manos en una irrisoria
oración. Absorbida por la compasión, le tiendo una mano a la cual se aferra como un
hombre que se estuviera hundiendo.
– Se lo suplico, no se lo pido por mí, sino por mi hija. Háblele, explíquele… Mire,
agrega, febril, hurgando torpemente en el bolsillo de su chaqueta. Es ella, es mi pequeña.
En la foto que me extiende, una hermosa adolescente de cabello oscuro me mira,
con aire grave. Su rostro muy delgado es encantador, pero las grandes ojeras oscuras velan
tristemente sus ojos magníficos, dorados como los de su primo.
–Su hija es muy hermosa, digo torpemente.
– Esta foto data de hace algunos meses. Ella ha cambiado un poco desde ese
entonces, precisa su padre con una voz extrañamente lejana.
– Escuche, señor Winthrope…
La mirada llena de esperanza que me lanza me estruja el corazón, pero mi instinto
de periodista me compele a mantener la cabeza fría.
– No puedo prometerle nada, pero voy a pensarlo y… si me da un número de
teléfono en el que pueda localizarlo, lo mantendré al tanto. ¿De acuerdo?
– ¡Gracias, gracias! balbucea. ¡Se lo agradezco mil veces! Aquí está mi tarjeta, no
dude en llamarme, ¡a cualquier hora!
Me extiende su tarjeta y cuando la tomo, aprovecha para darme un apretón de
manos, frenético.
– Muy bien. Lo llamaré, sin falta. Me tengo que ir ahora, agregué, viendo que no me
soltaba la mano.
– ¡Oh, por supuesto! Perdóneme. Llámeme, ¿de acuerdo?
– Se lo prometo. Adiós, señor Winthrope.
Rápidamente, me despido. Necesito reflexionar.

***

De regreso al palacio, las dos suites siguen desiertas, decido entonces llamar a
Charlotte. Es la tarde en Francia y con un poco de suerte, mi mejor amiga podría tomar la
llamada.
¡Si solamente pudiera contarle todo!
Pero vista la reacción de Darius cada vez que le pregunto sobre su familia, no dudo
que tome a mal el que yo le cuente su pasado a Charlotte.
Sobretodo que ahora, ya he hablado con su tío…
Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo, bajo el pretexto de protegerlo, es una
traición pura y simple del contrato moral que exige de sus «socias».
Sí, bueno, al mismo tiempo, ¡¿tenía que esperar la catástrofe sin hacer nada?!
Marco el número de mi amiga, quien descuelga rápidamente:
– ¡Juliette, querida mía! Entonces, ¿cómo te va en Nueva York? ¿Está todo bien?
Sólo el hecho de escuchar el sonido de la voz de Charlotte me hace bien.
– Sí, sí, sólo tenía ganas de hablar contigo.
– ¿Estás segura? Tienes una voz extraña…
– Claro que no, es la diferencia horaria, es de noche aquí. Y a ti, ¿cómo te va?
– Bueno, pues como siempre: casting, casting, casting. Por el momento, ninguna
gran noticia, pero si te cruzas con Tarantino o Spielberg, no dudes en pasarles mi número,
bromea.
Suelto una carcajada.
– No, no me he cruzado con ellos, pero pude haberlo hecho. En cambio… saqué una
entrevista con David Bitsen, ¡digo con una voz falsamente indiferente!
– ¡¿Qué?!
Paso algunos minutos convenciendo a Charlotte de que no me estoy burlando de
ella. Cuando por fin acepta creer el relato de la fiesta de la víspera, está estupefacta.
– ¡Wow! Tu Darius conoce a gente importante… ¿Y cómo están las cosas entre
ustedes?
Titubeo por un instante, pero no puedo permitirme agregar una traición a la traición.
Discúlpame, Charlotte.
– Todo está muy bien.
– ¿Es todo? ¡Vamos, cuéntame!
– Salimos, él trabaja, yo también, nos conocemos mejor. ¡Y el sexo es fabuloso!
agrego torpemente.
– Me estás ocultando algo.
– ¡Claro que no!
¡No es verdad! Necesito aprender a mentir correctamente, ¡soy muy mala!
Charlotte insiste todavía un poco, pero viendo que me contento con ser evasiva y
que sólo le cuento sobre el hotel y mi descubrimiento de la ciudad, renuncia a preguntarme
más.
– Ok, como quieras. Sabes que si necesitas hablar, sólo tienes que marcarme. Soy
Charlotte, tu mejor amiga de este lado de la línea, te llamo luego, termina con un tono entre
afligido y ofendido.
– Sólo tenía ganas de escucharte un poco, te contaré todo a mi regreso, pero te
aseguro que todo está bien.
Si sólo es el pasado de Darius el que está minado con bombas de tiempo… entonces
no pasa nada especial… Desgracias…
Intercambiamos todavía algunas frases antes de colgar. Lamento haber eludido las
preguntas de Charlotte, pero me siento mal con respecto a Darius por haber contado
cualquier cosa hasta el momento. Me prometo mentalmente pedir perdón más tarde a mi
amiga.
Por el momento, tengo otro problema: ¿debo decirle a Darius sobre mi conversación
con Michael Winthrope? ¿No debería mejor tomarme el tiempo para verificar la veracidad
de lo que me contó a propósito de su hija Bethany? La idea es tentadora, pero implica que
investigue a espaldas de Darius. Y si realmente tiene una prima atacada por la leucemia,
¿cómo haré para explicarle todo sin que se sienta traicionado? La perspectiva de confesarle
mi conversación con su tío me llena de aprensión. Al ver su reacción cuando le dije que él
nos seguía, me sorprendería que tomara nuestra pequeña «charla» con serenidad…
Bravo Juliette, bien hecho: tienes que escoger entre mentir o traicionar. Sin contar
que tal vez estamos hablando de la vida de la prima de Darius.
A menos que se trate de un timo cruel. Maquinalmente, escribo «Bethany
Winthrope» en Google. Una serie de fotos aparece y en una de ellas, en donde la chica se
encuentra sonriente y victoriosa al lado de un caballo bayo, sostiene una copa plateada.
«Bethany Winthrope se lleva el primer premio de la competición ecuestre junior del
Estado» anuncia el pie de foto del retrato. Parecería que todo es real. De repente, pongo el
dedo sobre un detalle que me perturba: la manera que tuvo Michael Winthrope de hablar de
la tía de Darius… Él la odia. Y tengo que reconocer que las dos veces que me he
encontrado a esa mujer, siempre me ha dado una impresión muy desagradable. Pensativa,
me dirijo a la increíble terraza que tiene una vista directa sobre Central Park, con la vaga
esperanza de que el aire fresco me ayude a encontrar una solución.
Totalmente absorbida por mis reflexiones, no escucho enseguida los pasos detrás de
mí. Y cuando me doy cuenta de que ya no estoy sola en el balcón, Darius ya está pegado a
mí y me rodea con sus brazos. Me sobresalto.
– ¿La asusté?
– Un poco…
Aprieta más su abrazo y hunde por un instante su rostro en mis cabellos deshechos.
No digo una sola palabra, pero me dejo ir contra él, los ojos fijos en la sombra del parque
que está más abajo.
– La extrañé, Juliette.
Cierro los ojos. Mi garganta se cierra bajo el efecto de la culpabilidad. Pero el
contacto de su gran cuerpo musculoso contra el mío no me es indiferente.
– Yo también lo extrañé…
Es verdad, me hubiera gustado que regresara más temprano. Hubiéramos salido a
cenar, después a ver un espectáculo, hubiéramos hecho el amor… En lugar de eso…
– Mi cita de negocios se prolongó más allá de lo que había previsto, me siento
afligido. ¿Me podría perdonar?
Suavemente, Darius besa el lóbulo de mi oreja, haciéndome estremecer, luego baja
a lo largo de mi cuello, y mordisquea todo haciendo deslizar sus manos hacia mis caderas.
Lentamente, me hace girar sobre mí misma. Me encuentro frente a él, pero en el momento
en que estoy a punto de anunciarle que tengo algo que decirle, me sonríe con tanta ternura
que todo mi valor me abandona. Intercambiamos un beso y Darius me lleva al interior,
siempre sonriendo. Desafortunadamente, veo mi computadora al mismo tiempo que él, y en
la pantalla se encuentra la foto de su joven prima: el pie de foto no da lugar a ninguna duda
sobre su identidad. Cuando Darius se voltea hacia mí, sus ojos tienen un resplandor
metálico que me paraliza.
13. Después de la tormenta…

- ¿¡Cómo pudiste haberme hecho eso!?


Frente a mí, con los puños cerrados, Darius no es más que furia. Sabía que él no iba
a recibir de buen modo lo que le iba a decir, pero no me hubiese imaginado tal hostilidad…
Sin embargo, yo no tengo motivos para reprocharme. Por supuesto, que desde que
entablamos nuestra relación, el contrato moral el cual él me pidió que tuviese en cuenta,
una discreción absoluta así como un respeto total en su vida privada.
¡Pero no es como si yo lo hubiese investigado!
Desde nuestra llegada a Nueva York, todo estaba perfecto entre nosotros, descubrí
lo que podía ser una relación con un hombre excepcional, experimenté hasta mis
sensaciones más desconocidas… Además, me encontré con estrellas de cine, incluso
algunas de ellas me hicieron cita para entrevistas, no puedo imaginar tan bella estancia.
Excepto por ese hombre extraño que no nos perdía el rastro. Finalmente, me enteré por el
propio Darius que se trataba de su tío paterno y que después de haber abandonado
cobardemente a su sobrino cuando era huérfano, ahora trata de acercarse a él porque es
multimillonario. Así que, cuando lo percibí en el pasillo del hotel, admito que perdí los
estribos y le ordené que dejara a Darius en paz. Pero claro, resultó ser que no era el dinero
de Darius lo que Michael Winthrope esperaba. Su hija, gravemente enferma, necesita un
trasplante de médula ósea y lo único que quiere es que Darius se haga una prueba de
compatibilidad.
Pero en cuanto le dije que había hablado con su tío, Darius se puso furioso.
- Déjame explicarte…
- ¡No hay nada que explicar! ¡Te he dicho que se trata de mi vida privada y que yo
me las arreglaría solo! Hiciste caso omiso a mi petición, violando el contrato moral que nos
une, ¡poniéndote en contacto con él!
¡Pero no tienes por qué hablarme de ese modo!
- Por el contrato, simplemente dije que lo reflexionaría, no me comprometí,
respondí lo más serena posible.
¡Prohibido!, Darius me miró fijamente. El acero cobrizo de sus ojos se hizo
cortante.
Vamos Juliette, es hora de que entiendas.
- Michael Winthrope no está aquí por dinero.
La ira de Darius volvía a arder, iluminando sus ojos con un brillo metálico.
- Exactamente, ¿qué fue lo que te dijo? Ya que él no va a plantarse aquí para
reclamar una maleta llena de billetes. ¿Quieres saber cómo él va a proceder, Juliette? Todos
lo hacen de la misma manera.
Darius me toma del brazo y aproxima su cara hacia la mía. Yo dejo que lo haga,
asustada, pero a la vez curiosa de escuchar su versión.
- Primero, hablará de «reencuentros», «sentimientos», «remordimientos» y después
hablará de «lazos familiares», «olvido», «perdón»… Luego hablará de su vida, de sus
dificultades, de sus hijos, sobre su divorcio, ¿qué se yo? Darius se deja llevar, soltándome
para caminar en círculos impaciente. Este tipo de personas no pide nada Juliette, esperan a
que uno se los proponga. Pero créeme, ellos no renuncian jamás.
Él corta el vuelo de su conversación con un tono irónico. Comprendo su
desconfianza y siento que es el resultado de experiencias aun dolorosas. Pero, ¿si se
equivocara esta vez?
Ojalá que al menos llegue a escucharme aunque sea una vez.
Suavemente, me aproximo a él e intento tomarlo de la mano, pero él se voltea hacia
mí, con el rostro cerrado.
Nadie dijo que sería fácil. ¡Vamos!.
- Darius, tu tío no está interesado en el dinero, te lo aseguro.
Ignorando su sonrisa irónica y sus ojos elevados al cielo, prosigo.
- Si él quiere contactarte, no es por él.
- Juliette, ¡suficiente! No quiero saber lo que éste individuo te dijo.
- ¡Pero espera, en fin! Su hija es…
- He dicho ¡«NO»!

Cortando la palabra sin seguir de otra forma, declara, con tono definitivo:
- Todavía eres joven, tienes fe en la naturaleza humana y ese sentimiento te honra,
pero cualquier cosa que este hombre te haya dicho, no es más que una estrategia para
obtener algo. Y no obtendrá nada de mí. Nada. Doy por terminada esta conversación.
Esta vez, soy yo quien se molesta.
Consideras que soy idiota, por creer lo que me dicen!
- Entonces la discusión se cierra porque mi opinión es inútil y tú siempre tienes la
razón. ¿Comprendí bien? Pregunto fríamente.
- Juliette, no lo tomes a mal, te lo pido. Te pedí que no te involucraras porque no
estás preparada para todo esto, Intenta explicarme, sorprendido por mi vehemencia.
- ¿Para todo esto? ¡Pero ni tú sabes de quien hablas! ¡No me dejaste terminar una
sola frase! Hablo de tu tío, ¡Yo! no digo que entienda toda tu historia. Simplemente digo,
que la situación merece que le des un mínimo de atención.
- No sé realmente bien de que se trata, agrega Darius, con tono glacial.
Su respuesta no hace más que ponerle fuego a la pólvora. Primero él no quiere
escucharme y luego corre el riesgo ¡de negarle a su prima la única oportunidad de
sobrevivir!
- Cuando pienso que me habías convencido de acompañarte pidiéndome darte mi
confianza ¡Eso fue lo que hice! Agregué apuntando el dedo índice tembloroso hacia él.
¿Entonces, tú? ¿Dónde dejaste la confianza en mí?
Darius no dice nada. Frunció el ceño y miró hacia otro lado. Toda su actitud expresa
el rechazo y la desconfianza.
No tiene ninguna confianza en mí… Ninguna.
La realidad es cruel, pero tengo que afrontarla.
- Ya veo. Debo concederle toda mi confianza, pero usted, usted permanece a la
defensiva.
Darius no responde nada, pero esta vez, sus ojos se elevan sobre mí. Jamás su color
ámbar me había parecido tan duro, tan mineral. Con la garganta apretada, decidí irme,
esperando a que él me siguiera, pero no se movió. Cuando me doy cuenta de que me dejará
ir mientras que simplemente trato de permitirle salvar una vida, experimento una ira de
rabia que me hace cerrar de golpe la puerta de mi habitación mucho más fuerte de lo que
me hubiera gustado. Me parece como si el golpe resonara largos segundos después en el
espacio refinado de la suite…
Poco tiempo después, me doy cuenta de que Darius abandonó el lugar y me
desmorono en mi cama, en lágrimas.
***

Cuando por fin Charlotte descuelgue su teléfono… Estoy tan débil que me pongo a
llorar. Había intentado recobrar mis ánimos para hablarle a mi mejor amiga, pero estoy
sumergida por mis emociones.
- Charlotte, Oh, ¡Si supieras! Articulé laboriosamente a través de mis sollozos.
- ¿Juliette? ¿Eres tú? Maldición, ¿Juliette, estás bien? ¿Qué es lo que pasa? Juliette,
habla, ¡que me asustas!
El pánico proveniente de la voz de mi amiga me provoca un efecto de eléctroshock.
Pero, es una discusión, ¡Nadie ha muerto!
Inevitablemente, este pensamiento me recordaba que aun así mi discusión con
Darius me afectaba más de lo que hubiese podido imaginar, mi prioridad no era esa: una
chica muy enferma necesita de mí.
- Espera, necesitas respirar.
Pongo el teléfono y tomo tres o cuatro grandes respiraciones y, decidida, explico lo
que sucede a Charlotte, quien permanece en París:
- Tuve un desencuentro con Darius.
- Oh… ¿En serio?
- Más bien, sí. Me fui dando un portazo.
- Ah, ya veo. ¿Me puedes contar?
- Es una larga historia, ¿tienes tiempo?
- Sí, no te preocupes, salí de una audición, tengo tiempo.
- ¿Te fue bien?
- No sé mucho, pero te contaré más tarde, ¡vamos! Te escucho.
Cierro los ojos y respiro profundo antes de sumergirme en el tema. Necesito hablar
con mi amiga, pero en lo posible, debo tratar de preservar lo que todavía puede existir entre
Darius y yo, lo que implica no hablar demasiado al respecto.
- De hecho… a Darius no le gusta que uno sea demasiado curioso con respecto a su
pasado. Creo que vivió momentos difíciles, cuando era niño, y quedó un poco…
- ¿Traumatizado? ¿Bloqueado?
- Algo parecido, en fin, él está muy a la defensiva cada vez que hablamos del tema.
- Hum… continúa.
- Quise respetar eso, pero de hecho… no sé, por una serie de circunstancias, termino
por abreviar, terminamos discutiendo por un pariente suyo, al cual no ha visto desde hace
tiempo y del que desconfía enormemente, por razones… uh…
- todo eso es muy misterioso, ¿no quieres decirme exactamente que es lo que
ocurre?
Charlotte me corta un poco molesta.
- Es su tío. Él quiere establecer contacto con Darius, pero éste piensa que solo es
para sacarle dinero. Pero a mí, su tío me dijo que su hija iba a morir si no se le hacía una
prueba de médula ósea. ¡Lo hubieras visto, estaba totalmente conmocionado! ¡No han
encontrado un donador compatible en la familia y lo único que quiere, es que Darius
también se haga la prueba!
- ¿Y él se negó? Me interroga Charlotte, visiblemente indignada.
- ¡No! ¡En fin, no sé…, él no me dejo explicarle bien de qué se trataba!
A pesar de mis esfuerzos, mi voz se interrumpe y es llorando que le cuento mi
altercado con Darius.
- Pensaba que me buscaría para disculparse o por lo menos dejarme terminar, pero
si él dejó la suite sin decir nada. Él no querrá saber más de mí, no podré continuar esta
relación sabiendo que por su obstinación posiblemente le habrá costado la vida a esta chica
¡Es horrible, Charlotte, es horrible, No sé qué hacer!
- Vuelve a casa.
¿Entendí bien?
Aturdida, me trago mis lágrimas.
- ¿Qué? ¿Qué dijiste?
- Vuelve a casa. Eso te hará reflexionar y además, estás demasiado perturbada por
hacer lo que crees que está bien. No veo cómo podrías seguir conviviendo con él, actuar
como si todo fuera normal. Vuelve, Entre mis ahorros y el tuyo podremos pagar el boleto.
No te quedes sola en ese estado.
- Pero… ¿y su prima?
- Tu misma lo has dicho, él se niega a escucharte. Si te vas, puede ser que se dé
cuenta que él también tiene algo que perder si no te deposita su confianza.
Sé que Charlotte tiene sin duda razón, pero la angustia me mata.
¿Y si soy yo quien lo pierda?
- O bien, le dejas una nota. Cuando vea que te has ido, la leerá. ¡No te preocupes!
- Ok… Ok, volveré. Gracias, Charlotte.
Unos minutos más tarde, vuelvo a colgar, más calmada. Aunque tengo miedo de lo
que voy a hacer, sé que mi mejor amiga tiene razón. Debo demostrarle a Darius que no
estoy lista para aceptarlo todo y que él también debe dar un paso hacia mí.
¡Y más allá de esta historia, hay una cuestión de vida o muerte!
Con este pensamiento me doy coraje. Rápidamente, lleno mi maleta con la ropa que
traje conmigo dejando encima la que Darius me ofreció. Luego enciendo mi computadora y
comienzo a redactar el largo e-mail explicativo que cuento con enviarle.
***

¡Esta vez, todo está listo!


Le he dicho todo: porqué abordé a su tío, como se extendió nuestra discusión, lo que
entendí de esto y… cuánto lo apreciaba, pero que no estaba lista para sacrificar todo en
nombre de los sentimientos que tenía hacia él. Con miedo y aunque me faltó valor, envío
mi e-mail sin reflexionar, tome mi maleta y partí de la suite lo más rápido posible. En el
corredor, casi choco con Pénélope, que saludo brevemente antes de subirme en el ascensor.
Afortunadamente, la asistente de Darius no trata de hablarme, Y rápidamente me pongo en
ruta hacia el aeropuerto, por última vez, en uno de los famosos taxis amarillos de Nueva
York.
***

Necesito en primer lugar encontrar la compañía aérea que podría ofrecerme un


boleto para el próximo vuelo a París. Rastreo el tablero de salidas para encontrar los
números de vuelos que podrían dirigirme con seguridad antes de ir al mostrador
correspondiente.
Con suerte, estaré dentro del avión en dos o tres horas.
Mi teléfono suena, una vez más, es Darius. Desde que dejé el palacio, me ha
llamado ya cinco veces sin dejarme mensaje. No he contestado ni una vez.
Si es para volver a escuchar su explicación de que soy demasiado ingenua, mejor
no.
Me desgarra la idea de dejar a este hombre increíble, pero por el momento, quiero
avanzar por haberse negado a escucharme. No puedo impedirme pensar en su joven prima
que lucha contra la enfermedad, con sus grandes ojos dorados como aquellos de Darius,
sombreados por grandes iris, en la desesperación de su padre… La evocación de su drama
me impide concentrarme sobre mi propia pena de corazón. Decidida en volver a mi casa,
me dirijo con paso firme hacia una taquilla libre.
- ¡Juliette!
¡Darius!
En camisa, es Darius Winthrope quien corre hacia mí a través del gigantesco
vestíbulo del aeropuerto JFK. Su belleza me paraliza en el lugar, tanto como la expresión
de su rostro. Un instante, me pregunto si no pasó algo grave.
Cuando llega cerca de mí, me toma enseguida de las manos, y sin aparentar necesita
retomar la respiración, me suelta:
- Leí tu e-mail, Juliette, no te vayas, ven, vamos a hablar.
Bajo el impacto, obedezco. Es la primera vez que lo veo en público sin chaqueta.
Ligeramente desaliñado por su carrera, me arrastra para que lo siga al bar más elegante del
aeropuerto, provocando sobre su paso cierta emoción en la población femenina que va
transitando. Por reflejo, pero todavía un poco atónita, me agarro de su mano.
¡Si, él es bello, lo sé, pero es a mí a quien el vino a buscar!
Una vez sentados al final de la sala, Darius esboza un suspiro. Observo con pausa
que no suelta mi mano para nada. Sus ojos tienen de nuevo el color dorado, cálido y
fascinante. De repente, una pregunta me atraviesa el alma:
- ¿Pero cómo supiste que yo estaría aquí?
- Pénélope se cruzó contigo cuando llevabas tu maleta, ella me llamo enseguida. Ya
sea que te fueras a otro hotel, o que volvieras a París. ¡Intenté llamarte, pero no contestaste
ninguna de mis llamadas! Agrega él, con un tono de reproche en su voz.
No respondí nada, decidí dejarlo abordar primero aquello que nos condujo a esta
situación. Delante de mi silencio, él suspira y toma la palabra:
- Como te he dicho, leí tu e-mail. Quedé escéptico en cuanto a la sinceridad de
Michael Windthrope, pero acepto.
Quedo sin voz. ¿Podría ser que yo haya convencido a Darius Winthrope en persona?
- ¿Aceptaste… hacerte el test de compatibilidad?
- Si. Pero lo hago por ti. Solamente por ti, agregó con un tono de voz seco,
endulzado por la mirada cariñosa que me lanza.
Estoy soñando despierta…
- En efecto, prosiguió Darius, cuando supe que te habías ido, yo… no lo reflexioné,
quería tenerte de vuelta a toda costa. Y en el camino, leí tu e-mail.
- ¿Confías en mí?
Darius sacude la cabeza, vacila, pero de repente, enreda sus dedos entre los míos y
finalmente me responde:
- Es en Michael Winthrope en quien no confío. Pero tu mensaje me ha conmovido
y… por ti, acepté hacer un esfuerzo. Me haré esa prueba. Si resulta negativa, nos
quedaremos aquí. Si es positiva, lo pensaremos. Pero niego todo contacto con esta rama de
mi familia, añade de repente.
- De acuerdo.
Me sonríe, visiblemente aliviado.
¡Imposible resistirse a los hoyitos que se destacan en su cara!
Nuestros dedos siempre entrelazados, intercambiamos una larga mirada. Me siento
aliviada de encontrar a Darius más sereno y termino por sonreírle al paso.
- Juliette… comienza él, con una voz cálida, volvamos… ¿Tú quieres?
Ese pequeño «tú», lanzado como inadvertido, provoca en mí un verdadero tornado
emocional. Sacudo la cabeza antes de poderle responder.
- Sí, volvamos, tú y yo.
14. Una donación muy generosa

Todo pasó muy rápido desde que Darius aceptó hacerse el test de compatibilidad de
médula ósea. Apenas algunos días más tarde, los resultados estaban listos: es compatible
con su joven prima. Cuando supo la noticia, Darius suspiró, pero no dudó ni un segundo y
aceptó donar su médula ósea para efectuar el implante, bajo ciertas condiciones; son esas
condiciones las que ahora debo anunciarle a Michael Winthrope. A petición de Darius,
Penélope me acompaña. Al principio, estaba un poco molesta de que no me confiara la
responsabilidad completa del trato con su tío, pero finalmente, dada la intensidad de lo que
estábamos atravesando, no me desagradó tener a la eficaz asistente de Darius a mi lado.
Tenemos una cita en la cafetería del hospital de Brooklyn, uno de los hospitales
públicos de Nueva York, donde se encontraba Bethany Winthrope. Desde nuestra entrada,
su padre, pálido de angustia, dejó la mesa donde esperaba y se arrojó a nuestro encuentro.
De su ansiedad no hay dudas, estoy aliviada de que Penélope esté presente como testigo.
Si Darius aún tiene dudas, su relato terminará por convencerlo.
- Buenos días. ¿Entonces?, suelta Michael Winthrope, visiblemente a la espera.
Es inútil alargar el suspenso.

- Son compatibles, el trasplante puede ser programado, le dije sin pausas.


- ¡Gracias a Dios!
El tío de Darius cierra los ojos, por un instante creo que casi va a caer de rodillas,
pero se recupera y, de repente, me abraza, al estilo americano, ¡es el más fuerte de los
abrazos que he sentido!
- ¡Oh gracias, gracias, señorita!
- No hay de qué…
Mis pies ya no tocan el suelo. Cuando por fin me suelta, voltea hacia Penélope, con
el visible propósito de abrazarla a ella también, pero, sin esperar, ella señala la mesa que él
acaba de dejar y le dice, tranquila, pero firmemente:
- Sentémonos un instante, por favor, tenemos que discutir los detalles.
- Ah sí, seguro, seguro…
Visiblemente un poco conmocionado, Michael Winthrope obedece, dócil. Nos
sentamos los tres y, sin esperar, Penélope toma la palabra. Sentada al lado de ella, no puedo
evitar admirarla. Su perfil delicado no ha perdido nada de su frescura, a pesar de sus
cuarenta años. Rubia, con ojos grises, elegante, su profesionalismo que en ocasiones se
convierte en austeridad, no merma en nada su encanto nórdico. Sentada muy recta sobre su
silla, con sus largas piernas cruzadas, explica la situación con un tono tranquilizador pero
seguro:
- Darius Winthrope está completamente dispuesto a hacer la donación de médula
ósea para curar a su hija. No obstante, quiere aclarar ciertas cosas.
- La escucho, dice Michael Winthrope, ligeramente a la defensiva.
- El implante tendrá lugar en el hospital Monte-Sinai. Tomando en cuenta la
posición de M. Winthrope, este establecimiento será mejor para enfrentar los posibles
intentos de la prensa para obtener información. Por supuesto, que todos los gastos
inherentes a esta decisión serán asumidos por nosotros, añade Penélope Ricœur,
observando la reacción de nuestro interlocutor.
- Si los médicos no tienen ninguna objeción porque mi hija sea trasladada, yo
tampoco tendré ninguna, dice él, simplemente.
Su respuesta parece satisfacer a Penélope. Yo no pude evitar respirar, ligeramente
aliviada.
Si ella piensa que él tiene buena fe, todo será más fácil.
- Bien, retoma ella, no obstante, el Sr. Winthrope desea que usted se comprometa a
no buscar entrar en contacto con él durante el procedimiento… ni después.
Veo bien que esta condición apena a Michael, pero visiblemente podría acceder a
cualquier cosa, con tal que su hija sea salvada. Comprensivamente, le sonrío y, movida por
una inspiración repentina, tomo la palabra antes de que él responda:
- Usted sabe que la situación es compleja, le ruego que no se moleste. Lo único que
importa por el momento es Bethany. No se preocupe, la vida siempre triunfa, agrego
tocándole la mano.
Si el trasplante fracasa, me asombraría de que el tío y el sobrino lograran crear
algún día un lazo afectivo, pero si la chica sana… la deuda de Michael Winthrope frente a
Darius será tal, que él no querrá más que probarle su agradecimiento, y no creo que Darius
se mantenga insensible a esa situación.
Retrocediendo contra el respaldo de la silla, le echo un ojo a Penélope, un poco
ansiosa por su reacción. Ésta, al principio, parece perfectamente indiferente, luego me lanza
una mirada llena de comprensión.
¡Funcionó!
Michael Winthrope recobró el color. Se gira hacia la asistente de su sobrino y
declara, con la mirada sincera:
- Dígale a mi sobrino que cualesquiera que sean las condiciones, las acepto y le
agradezco con todo mi corazón por lo que se dispone a hacer. ¿Hay alguna otra cosa antes
de que vaya a anunciarle la buena noticia a mi hija?
- Terminamos. Le transmitiré su mensaje al Sr. Winthrope.
- Entonces, si me disculpan; concluye Michael Winthrope levantándose.
Penélope y yo nos levantamos también, e intercambiamos despedidas educadas, las
cuales me parecen casi fuera de lugar. Cuando el tío de Darius se despide de mí, inclinando
la cabeza, no puedo evitar tomarlo de una mano.
- Vamos a hacer todo lo que sea posible para que la situación de Bethany se arregle.
Tenga confianza, le digo con mis ojos clavados en los suyos.
- Gracias, Juliette, muchas gracias por todo lo que ya estás haciendo, me responde
conmovido.
Cuando se aleja para ir a encontrar a su hija, no puedo evitar pedir el deseo de que
el trasplante resulte un éxito, que la joven prima de Darius sea salvada y que, quizás, él la
conozca algún día…
***

Cuando Penélope regresa con dos grandes cafés, le agradezco haciéndole una seña
con la cabeza. Esta mañana, las dos esperamos a que Darius regrese del quirófano. El
doctor que se ocupa de Bethany necesita una extracción en los huesos de la pelvis y, aun si
esta intervención es benigna, no puedo evitar pensar en los riesgos inherentes a toda
anestesia general.
Darius partió al quirófano con una sonrisa, relajado y sereno. Una vez que tomó la
decisión, asumió todo con mucha calma, mientras que a mí la angustia me invadía. Creo
que logré disimular ante él mi miedo a perderlo, pero, después de su partida, no hizo falta
mucho tiempo para que su asistente se diera cuenta de lo que sentía.
- Tome Juliette, me dice mientras me extiende un gigantesco vaso térmico. Es un
café con caramelo, yo le llamo «una mano de hierro en guante de terciopelo».
Su broma me arranca una sonrisa.
- Muchas gracias, Penélope. Es exactamente lo que me hace falta.
- No te preocupes, el profesor Scott es uno de los mejores y es una intervención
rutinaria. Darius no corre ningún riesgo.
- Lo sé, pero…
- Sí, continúa en mi lugar, cuando se trata de nuestras personas queridas, siempre es
una prueba.
Las dos dejamos escapar el mismo suspiro cargado de inquietud por Darius. La
mirada que intercambiamos entonces, es casi la que podrían intercambiar dos amigas. Esta
mujer no es simplemente una asistente devota, los lazos que la unen a Darius son más
fuertes que una relación profesional y, cuando se levanta para volver a inflar su almohada,
comprendo todo el afecto que le tiene. Las lágrimas me vienen a los ojos. Me apresuro a
tragar un sorbo ardiente de esta bebida deliciosa, rogando porque Penélope no me vea
llorar.
Me sorprendería que disfrutara de toda esta sensiblería.
Por desgracia para mí, la asistente de Darius se gira antes de que haya podido
reponerme del todo. Ante mis ojos enrojecidos su reacción es espontánea: me quita el vaso
de las manos, se inclina hacia mí y me abraza. Su aroma es suave, ligeramente dulce, un
toque de dulzura puesto sobre su traje un poco austero.
¡Por ningún motivo me desplomaré como una cosita frágil!
De cualquier manera, derramo algunas lágrimas, pero su abrazo me hace bien y
rápidamente recobro mis fuerzas.
- Discúlpeme, debe encontrarme muy emotiva, me disculpo, un poco molesta.
- Conmovida, no emotiva. Usted se preocupa por Darius y no puedo molestarme
con usted por eso; me tranquiliza levantándose.
Entonces me entrega mi vaso, agarra el suyo y toma una silla para sentarse a mi
lado. Las dos bebemos nuestro café con caramelo esperando el regreso de Darius.
***

Esta mañana, Darius no puede estar mejor. Sentado en su cama, con el semblante
resplandeciente, envía mensajes desde su teléfono ultra moderno. Ayer, a su regreso del
quirófano, todavía con el efecto de la anestesia, un poco pálido y con los ojos cerrados
sobre esta cama de hospital, me pareció extrañamente juvenil. Al despertar, sonrió al
verme, una bella sonrisa, un poco fatigada, que conmovió inmediatamente mi corazón.
Incluso vuelto vulnerable por la intervención, estaba tan apuesto… Penélope se quedó un
poco, interrogando al personal médico, dando instrucciones. Luego, al constatar que todo
estuviera bien, desapareció discretamente sin que haya tenido la oportunidad de
agradecerle, para mi gran alivio, el encontrar a Darius sano y salvo.
Hoy, si bien traigo un té verde para nuestro convaleciente, igualmente me preocupé
por traer un gran café de caramelo para Penélope, esperando que no sea una bebida
reservada para los tiempos difíciles y que así comprenda que le estoy agradecida por haber
permanecido a mi lado como lo hizo ayer.
A mi llegada, ella se levanta enseguida y se prepara para despedirse, cuando le
extiendo el vaso térmico. Sorprendida, ella levanta las cejas y me agradece calurosamente.
Darius me guiñe un ojo.
Ya está, hice un punto.
Penélope se queda aún algunos minutos, luego sale de la habitación, discreta como
de costumbre. En pijama de seda color azul marino, Darius se ve más apuesto que nunca y
yo muero de ganas de deslizarme con él bajo sus sábanas. Evidentemente, no soy la única
con esos pensamientos porque el beso que me da es todo, menos el de un convaleciente.
Inmediatamente, se encienden mis sentidos y muero de ganas por desabrochar su pijama.
- ¿Estás bien?, le pregunto, luego de haber recuperado mi aliento.
- Perfectamente bien, estoy ansioso por salir de aquí.
Saboreo con felicidad el tuteo, haciendo sonar suavemente ese «tú» que me deleita
en cada ocasión. Darius y yo nos tuteamos en privado y en público continuamos
hablándonos de «usted». Lo que hace a ese «tú» aún más delicioso de pronunciar, como un
secreto entre él y yo.
Darius apaga su celular y me invita a sentarme con él al borde de su cama, lo que
hago inmediatamente. Cuando pone su mano sobre mi muslo siento, como siempre, una
corriente eléctrica recorrerme todo el cuerpo. Ya han sido varios días que estamos
atrapados dentro de un torbellino médico y me hace falta su cuerpo…
- ¿Juliette, tienes noticias de Bethany?, me pregunta Darius, de pronto más serio.
Aun cuando hizo hospitalizar a su prima, pagando sus gastos, en el Mont-Sinai, el
cual tiene mucha mejor reputación que el hospital en el que estaba hasta ahora, es la
primera vez que me pregunta sobre ella así de directamente.
Puede ser que, finalmente, acepte acercarse a su familia…
- Hoy fue realizado el trasplante, pero se tendrá que esperar algunos días antes de
saber si resultó bien. En todo caso, ella volvió a tener esperanza, y su padre también; te
están muy agradecidos por todo lo que has hecho.
Darius no responde nada y me jala hacia él. No me puedo resistir y me acurruco con
felicidad contra su torso poderoso.
Hum… aún no está para hoy.
A pesar de mis esfuerzos, siempre rechaza todo contacto con su tío y su prima, pero
por el momento, no tengo el corazón para reprochárselo. ¡Después de todo, tiene todo el
derecho de ir a su ritmo, luego de haber aceptado soportar una intervención para salvar a
alguien a quien nunca había conocido!
Él me besa en el cuello y yo me dejo llevar hacia él, mientras él desliza
descuidadamente una mano por mi espalda baja, prendiendo enseguida un incendio en mi
vientre. Una vez más, intercambiamos un beso ardiente. Darius mordisquea mis labios,
juega con mi lengua y termina por arrancarme un fuerte gemido, poco adecuado para una
habitación de un hospital. De pronto, me toma de la nuca y me besa aún más
profundamente; todo mi cuerpo comienza a temblar. La espera es insoportable y me parece
que mis nervios van a reventar por la tensión. El mismo Darius parece de pronto tener
fiebre.
Tocan a la puerta, él me suelta y yo me levanto precipitadamente. Cuando la
enfermera entra a la habitación, me parece que mi excitación es tan visible como indecente,
pero la joven de blanco, rechoncha y amable, no parece notar nada. Simplemente trae un
medicamento para Darius y deja la habitación de inmediato. No puedo evitar pensar en que
aprovechamos del contexto para hacernos, los dos, pruebas sanguíneas y yo tomé el tiempo
para que me prescribieran un anticonceptivo. Ardo en deseos por saborear el placer libre de
restricciones con Darius, por probar su piel, por sentirlo en mí, cálido y vivo…
- Juliette, he tomado una decisión.
¿Eh? ¿Qué? ¿Cuál?
- Me parece que nos ganamos unas pequeñas vacaciones bajo el sol; sobre todo yo,
agrega burlón.
Yo sonrío.
- ¿Tú? ¡No has hecho más que dormir! ¡Soy yo quien necesita más reposo!
El ríe y sus ojos burbujean como champaña. Tengo curiosidad por saber todo lo que
planeó en su cama de hospital.
- ¡Desde que salga, mañana por la mañana, partimos a Hawái, mi pequeña y querida
Juliette!
Ahí tengo una villa que seguro te gustará. ¡Estaremos solos, no habrá ninguna cita
profesional, sólo nosotros y el océano! ¡Sumergida, desocupada y ya verás, tendré
oportunidad de mostrarte mis talentos culinarios!
Me quedé sin voz. La idea de pasar un tiempo a solas con Darius, bajo el sol, me
encanta y me siento un poco nerviosa de pensar en ir desde Nueva York a Hawái, yo que
nunca he viajado.
Al verme muda, Darius inclina la cabeza y frunce las cejas.
- ¿Qué pasa? ¿No tienes ganas de ir? ¿Tienes entrevistas?
- No, no… es sólo que… es tan repentino, estoy sorprendida… pero…
- ¡Ah no, esta vez sin peros, estoy convaleciente, necesito reposo, no puedes
negarme eso!
¿Cómo decir «no» a tales argumentos?
Darius me mira y nace una sonrisa de sus labios sensuales, sabe que ya acepté. Me
jala de nuevo hacia él y caigo literalmente sobre la cama, boca abajo sobre su cuerpo
impaciente. El ardor que se apodera de nosotros, ya no tiene nada que ver con lo que hemos
pasado en estos últimos días…
15. Solos en el mundo

¡Qué bello es esto… es increíblemente bello!


Aunque sea mi tercera zambullida desde que llegamos, hace sólo dos días, no me
acostumbro a la hermosura de los fondos marinos: peces multicolores, delfines graciosos,
arrecifes de coral… El agua transparente y la arena blanca que reflejan la luz del sol
permiten una visibilidad extraordinaria. Al principio, estaba renuente, un poco ansiosa, al
nunca antes haber buceado con equipo, pero gracias a los consejos de Darius, quien practica
este deporte desde hace años, todo es tan fácil, ¡y ya no siento ningún temor antes de
lanzarme al agua!
Siento una mano colocarse en mi pantorrilla. Me giro: Darius me señala algo. ¡Se
trata de dos tortugas marinas, enormes y apacibles! Lentamente, teniendo cuidado de no
asustarlas, nadamos hacia ellas para verlas más de cerca; son gigantescas. Si recuerdo bien
las explicaciones apasionadas de Darius con respecto a la fauna submarina, debe tratarse de
dos tortugas laúdes, las más grandes que existen. Darius me hace una seña para que no me
mueva. Se dirigen hacia nosotros y percibo, mientras se aproximan, que efectivamente se
trata de dos adultas que probablemente se acercan al tamaño máximo... Los reptiles de casi
dos metros vienen hacia nosotros, su danza acuática es conmovedora.
Un poco aterrador… una tonelada de tortuga nos hace frente…
Estando un poco nerviosa por la cercanía de los mastodontes, tomo la mano de
Darius. Éste me mira y me sonríe a través de su máscara. Él aprieta mi mano con la suya y
me pregunta si deseo salir a la superficie. Le hago señal de que no y, como él, me dejo
absorber por el espectáculo de las dos bestias, quienes, sin volver a prestarnos atención,
pasan por encima de nosotros, impasibles. Levanto la cabeza y admiro su color azul oscuro,
sus lindas manchas blancas y su curiosa cabeza de viejo.
Qué lindo es...
Después de su paso, nos quedamos varios minutos bajo el agua, explorando los
alrededores, jugando a perseguir un banco de peces multicolores, luego subimos a la
superficie, a la lancha de motor de Darius. Fácilmente subo a bordo a pesar del peso del
equipo náutico, con la escalera del barco sumergiéndose a una buena profundidad en el
agua tibia.
- ¡Fue increíble! ¡Increíble!
- Eres una verdadera sirena, me contesta Darius risueño.
- No lo creo, no, pero es fantástico ver todo esto. ¡Adoro el buceo!
No logro contener tanto entusiasmo, cada día, salgo del agua maravillada por la
belleza de la naturaleza. Darius me ayuda a quitarme el equipo de buceo, luego se quita el
suyo y baja su traje de buzo hasta sus caderas. Su piel ya está bronceada, gotas finas de
agua salada se deslizan sobre su vientre perfectamente marcado. Sé que si paso mi lengua
por él, tendrá el sabor salado del océano... Su cabello mojado parece más oscuro, mientras
que sus ojos dorados, atravesados por un rayo de sol, se ven más luminosos que nunca.
Es el ser más bello que jamás haya visto.
Confundida, permanezco inmóvil olvidando quitarme mi traje de buzo. Darius se
acerca hacia mí, depositando un ligero beso sobre mi nariz refrescada por las profundidades
y baja mi cremallera para luego pasar sus manos calurosas sobre mi piel casi temblorosa.
De nuevo, me besa, dándome esta vez un largo beso que me calienta totalmente. Aprovecho
para pasar mis manos sobre sus bíceps, de los cuales me gusta sentir el firme movimiento
bajo su piel suave. Sus músculos se estremecen bajo la palma de mis manos mientras que él
me libera de mi traje. Rápidamente, lo ayudo y dejo mi traje de buceo, quedándome en
bikini. Como siempre, Darius quería ofrecerme un traje de baño carísimo, pero le insistí en
llevar algo más simple, uno de esos trajes de dos piezas que llevan todas las jóvenes de
Hawái: unas bragas de baño muy escotadas, detenidas por dos lazos anudados sobre las
caderas y un alto triángulo, igualmente anudado detrás de la nuca y sobre la espalda.
Darius también se quita su traje y nos ponemos de frente, medio-desnudos. Él lleva
un bóxer negro, muy sencillo, cuyo corte resalta su cuerpo de ensueño. Deslizo mis manos
hasta su espalda ancha y poderosa, sus manos descienden hasta mis caderas. Nuestras
lenguas se enredan, casi ardiendo, probando el sabor salado de nuestras bocas. El recuerdo
de la noche anterior provoca una agitación en mi vientre bajo y el contacto de su piel contra
la mía termina por perturbarme. Me pego a él y, rápidamente, nuestras respiraciones se
aceleran, mientras siento que él se endurece. Su deseo por mí no hace más que aumentar el
mío, tengo ganas de él, pero de pronto, él retrocede.
- Juliette, espera…
- ¿Pero, por qué?
Estoy indignada por que me rechace, cuando sé que él tiene tantas ganas de hacer el
amor como yo.
- Te vas a quemar… Vamos a la playa, así podremos enjuagarnos y te pondré
protector solar.
Contrariada, observo mi piel, bien protegida por el protector solar desde el
comienzo de nuestra estancia, ha conservado su tono claro; pero Darius tiene razón: si me
quedo en el sol después de haber buceado, me arriesgo a atrapar una insolación y encima de
su pequeño bote no hay sombra. Así que me resigno, con pesar.
- ¡Pff, también me gustaría poder quedarme en el sol sin tener que untarme
protector!
- Si fuera ése el caso, no tendría el placer de acariciarte todo el día, me consuela
sonriendo; además adoro tu piel lechosa, añade mordiéndome ligeramente el hombro.
Suelto un pequeño grito, pero, mientras arranca el bote para volver a la playa, es con
una sonrisa con la que pruebo el sabor de las gotas de agua que salpicaban sobre mi rostro.
***

Al llegar a la playa, Darius amarra su bote, mientras yo voy a ducharme para quitar
de mi piel todo rastro de sal. La playa está desierta y se beneficia de lujosas instalaciones
perfectamente integradas al paisaje que parece ser un paraíso sobre la tierra. Darius compró
esta isla hace varios años y la hizo acondicionar respetando la flora y la fauna. El puente
está hecho de madera, así como las regaderas y la magnífica villa, la cual se encuentra en
las alturas de la isla y a la cual se accede a pie, a través de la vegetación exuberante, o en un
automóvil eléctrico, para evitar toda contaminación. Ése es el único vehículo motorizado de
la isla, además del pequeño bote, el cual utilizamos para ir a bucear, y el avión que se
utiliza para las llegadas y salidas. En la playa de arena fina y blanca, entre los cocoteros,
están sujetas algunas hamacas. El agua de la ducha es simplemente calentada por el sol y,
en un cofre de madera y metal, que parece haber sido depositado allí por el océano después
de un naufragio, se encuentra, de hecho… un mini-bar que funciona con la energía solar.
Desde hace dos días, pasamos nuestras tardes en esta playa, bañándonos, bebiendo agua de
coco fresca, buceando y… reencontrándonos.
Entro a la regadera y abro la llave. El agua corre sobre mi piel, la cual ya está un
poco irritada por la sal. La sensación de bienestar es inmediata. Movida por una inspiración
repentina, desato el sostén de mi bañador, tengo ganas de sentir el agua chocar con mis
senos, los rayos del sol, filtrados por las altas hojas de las palmeras, son más suaves y sus
caricias tibias son casi amigables. Enjuago cuidadosamente mi cabello, abro la boca y
saboreo el agua que cae sin interrupción. Escucho la puerta abrirse detrás de mí, pero no me
giro. En esta isla sólo estamos Darius y yo, como dos Robinsons abandonados a sí
mismos... Sus manos estrechan mi cintura y coloca su cabeza sobre la mía.
- ¡Eh, te estas robando mi agua!

Darius estalla en risa.


- ¿« Tu agua »? ¡Mire nada más!
Me giro hacia él y salto en sus brazos. No sé si es el mar, el sol, el hecho de
compartir este tiempo a solas con él, o la prueba que acabamos de atravesar, pero cada
segundo que pasamos juntos es más maravilloso que el anterior. De pronto, cuando mis
piernas están entrelazadas a su cintura, recuerdo que aún tiene un hematoma, como último
rastro del trasplante de medula ósea que le queda, habiendo desaparecido toda fatiga.
- ¿No te hago daño?
- ¿Qué?
- Tu hematoma.
- No, para nada. No te preocupes, no es nada.
- Mmm….
Dulcemente, me sonríe y me coloca en el suelo. Sin duda, sabe bien, de la boca de
Penélope, cuánto me preocupé por él. Después de un último beso, terminamos de
enjuagarnos y me pongo de nuevo mi bañador, antes de irnos a descansar a una estera sobre
la arena, a la sombra de los cocoteros.
Darius me invita a sentarme para ponerme protector solar en la espalda, mientras yo
me ocupo del resto de mi cuerpo. Sentir sus manos acariciarme reanima un poco mi
excitación. Atento a no olvidar ningún centímetro cuadrado de mi piel delicada, él envuelve
mis hombros con sus palmas, hace penetrar la crema, y una vez que termina, marca su
trabajo con un ligero beso en mi cuello.
¡Es tan atento!
De pronto, reflexiono en que toda esa ternura que me da, cruelmente le falto en su
infancia. Cada vez que pienso en su estancia en el orfelinato, al que fue enviado con solo
4 años, tratado con disciplina de hierro, mi corazón se oprime. Por otro lado, supongo que
culpa a su familia paterna de tener malas intenciones que no tienen. Mientras me ve doblar
en cuatro un pareo de seda para deslizarlo bajo su espalda, para que pueda recostarse más
cómodamente, Darius sacude la cabeza, enternecido, pero visiblemente un poco exasperado
por todas estas precauciones.
- Juliette, es suficiente, estoy bien, me dice firmemente retirando el pareo para
ponerlo donde yo debería poner la cabeza; no es por mí por quien hace falta preocuparse, es
más bien por Bethany.
Ahora habla de ella sin problema.
Feliz por esa señal de apertura, me precipito a darle noticias de su familia, con
quienes tengo contacto por vía SMS, discretamente, desde nuestra salida de Nueva York.
- El trasplante se realizó como fue previsto y desde entonces todo ha salido bien, los
médicos tienen buena esperanza.
Indiferente, Darius menea la cabeza, luego se recuesta sobre la estera colocada
sobre la arena suave. Cruzando las manos debajo de su cabeza, parece absorberse en la
contemplación del cielo, con sus ojos pasando de color ámbar a oro cada vez que un rayo
de sol atraviesa las hojas gruesas de los cocoteros. No puedo evitar pensar en los ojos de su
joven prima, con el mismo extraño color…
- ¿Sabes que se parece a ti?, le pregunto, prudentemente.
- Lo noté en la foto que tenías sobre tu computador, me responde; es la primera vez
que veo alguien más con…
Pasa rápidamente su mano sobre sus ojos, con un gesto extraño, como si hablara de
una discapacidad.
- Cuando estuve en el internado, de pequeño, continuamente ocurrió que me hacían
a un lado por eso… entre otras cosas, añade finalmente.
Me giro sobre el vientre, oponiéndome, indignada:
- ¿Cómo se puede rechazar a alguien que tiene los ojos tan bellos?
- Tú tienes hermosos ojos azules, magníficos, me dice sonriendo. Yo tengo ojos
raros... Pueden dar miedo, sobre todo a los niños impresionable, que andan en banda y que
son más o menos maltratados.
- ¿Pero no tenías amigos cuando estabas en el orfanato?, le pregunto, feliz de que al
fin acepte confiar un poco.
- No, cuando llegué, era el más pequeño de todos, nadie se interesaba en un niño de
4 años, ni siquiera los profesores, puedo decir. Así que me acostumbré a estar solo y
luego… me convertí en el que no habla, el que lee solo en su rincón, con sus ojos raros, el
que se queda en navidad en el orfanato, ése al que nadie quiere...
- ¿Qué? ¡¿Tu tía te dejaba en el orfanato en navidad?!
Me siento conmovida.
- Me enviaba un paquete, contesta Darius con una voz neutra.
- ¿Un paquete? ¡Es absurdo!
- No la juzgues demasiado rápido. Mis padres eran visiblemente… especiales.
Tenerme bajo su responsabilidad, sin duda fue un trauma para ella. Parece que me les
parezco mucho a los dos, así que verme crecer, era difícil… Y ella nunca tuvo lo que le
llaman « instinto maternal », incluso con sus propios hijos. Además, durante el accidente,
también perdió a un amigo muy querido, el piloto. Para nadie fue fácil.
- Ella era el adulto y tú el niño…
Él no responde nada ya que parece considerar el tema agotador, pero algo me
inquieta en cuanto a lo que me acababa de contar.
- ¿Tú te recuerdas de tus padres?, decido preguntarle.
- No, no mucho, pero quizás es mejor así.
- ¿Cómo?, no pude evitar preguntar.
Darius se endereza antes de responder:
- Obviamente, no eran personas recomendables. ¿Vienes? Tengo hambre, vamos a
almorzar, me dice, poniéndole punto final a nuestra conversación.
Sensible al hecho de que haya aceptado hablar de él sin protestar, no insisto y
también me levanto. Además, yo también tengo hambre y esta tarde, debo preparar mi
encuentro con David Bitsen, el actor súper famoso y amigo de Darius, para la entrevista
planeada en algunos días, cuando estemos de regreso en Nueva York.
Tomados de la mano, yo en pareo de seda y él en traje de baño, nos sumergimos
entre las palmeras donde resuenan los cantos de los ibis rojos. Discretamente, observo a
Darius, a quien su barba naciente le da un aspecto pendenciero, terriblemente sexy.
Subimos hacia las alturas de la pequeña isla y, cuando parece que las palmeras se
transforman en una jungla exuberante, de pronto desembocamos en el jardín a la inglesa
que rodea la villa. En cada ocasión, pierdo el aliento: la vista hacia el resto de la isla es
magnífica, el cielo está despejado, el océano color turquesa...
Podría quedarme aquí, con él, toda la eternidad.
La villa está amueblada con materiales naturales y tiene enormes ventanales de cada
lado, con el fin de disfrutar el paisaje a los alrededores. La cocina veraniega, donde vamos
a preparar nuestra comida, está totalmente abierta, permitiéndonos disfrutar de la agradable
brisa perfumada, al mismo tiempo que cocinamos. Nos decidimos por una ensalada fresca y
pescado cocido en limón y agua de coco, una receta que Darius me enseñó. Él sale al jardín
para ir a recolectar algunos cocos para nuestra preparación. Mientras yo exprimo limones
verdes, lo miro caminar con un paso tranquilo, con un machete en la mano, todavía con su
bañador negro. Su piel bronceada por el sol resalta su musculatura de deportista. Cuando
regresa, con dos cocos en una mano y el machete en la otra, casi suelto el exprimidor
asombrada por su belleza. Bajo su cabellera color marrón, sus ojos parecen tener el mismo
color del sol y la barba que nace en su rostro varonil le da un toque a su apariencia de «
Robinson Crusoé ». Cuando entra en la cocina, ya partió el primer coco y me lo extiende,
con un aire radiante:
- Pruébalo, ya verás, es delicioso.
Yo obedezco y rozo su mano al tomar el fruto. Con ese simple contacto, una
descarga eléctrica atraviesa mi cuerpo. El jugo es fresco, poco dulce, es delicioso... Darius
observa cómo bebo el agua de coco y, de repente, con la mirada cambiada, me toma por la
cintura para besarme. Siento cómo saborea el agua de coco en mi lengua, lo cual me altera
más. Sus manos cálidas por el sol se deslizan sobre mi piel y me hacen estremecer. Me
pego a él, buscando el contacto con su piel y músculos, mientras que sus dedos suben a lo
largo de mi columna vertebral para deshacer los nudos que sujetan el bikini.
Sus manos descienden hacia mis caderas y desenlazan los nudos que sostienen la
parte baja de mi bikini. Me encuentro completamente desnuda, de pie frente a él, quien aún
lleva puesto su bañador, el cual no esconde en nada su erección que ahora es impresionante.
Me estremezco e, impaciente, deslizo mis manos por debajo del elástico, en busca de sus
glúteos sublimes, musculosos, suaves, no me canso de acariciarlos, de aferrarme a ellos;
también mientras él me penetra.
Tengo tantas ganas…
La respiración de Darius se acelera. Con un movimiento rápido, él también se
deshace de su bañador. Aquí estamos los dos desnudos en la cocina exterior de su villa,
completamente solos en su isla privada… Cada vez que pienso en el sitio en el cual nos
encontramos, experimento un extraño sentimiento de plenitud.
Podría vivir así por siempre.
Darius se aleja con algunos pasos, con una pequeña sonrisa en sus labios.
Comprendo que se dirige a la habitación y le sonrío. No intercambiamos ni una palabra. Sin
tomarme de la mano, retrocede lentamente, magnífico. Su tono bronceado bajo su cabello
oscuro parece aclarado por sus ojos dorados, luminosos… Su musculatura, después de
solamente dos días de actividad deportiva, ya está ligeramente más desarrollada, pero
siempre igual de elegante.
¡Dios mío, parece una escultura!
No puedo dejar de mirar su sexo, maravillosamente extendido hacia mí. Cuando
levanto los ojos, él me observa con su mirada felina, sensual y atenta a cualquiera de mis
gestos o expresiones. Nuestras miradas se cruzan de nuevo y la intensidad de su deseo me
atraviesa. Yo me deshago, mi vientre bajo se convierte en lava fundida. En segundos,
pienso en el volcán del archipiélago, el Kilauea, el cual Darius quisiera mostrarme. Los
sonidos del palmeral llegan hasta mí: sonidos de animales, ruidos de las hojas... Sin que me
haya dado cuenta, llegamos al umbral de la habitación, cuyo ventanal está totalmente
abierto. Un perfume de flores exóticas invade el espacio, resaltado por una fragancia menos
fuerte, pero más animal...
Darius me tiende por fin la mano, yo me le uno, y cuando nuestras pieles entran en
contacto, es como una explosión de todos mis sentidos.
Me vuelve completamente loca...
Con sus manos entrelazadas a las mías, me atrae hacia él. La punta de su sexo roza
suavemente mi vientre, mientras su boca se apodera de la mía. Un gemido se escapa de mi
garganta. La brisa perfumada de la isla me acaricia la piel, mientras Darius comienza a
deslizar sus manos sobre mi piel. Nunca antes sentí tal encanto, me parece que ya somos
uno mismo con la isla.
Darius me invita a sentarme en el borde de la cama king size. Las sábanas de seda
son frescas y contrastan deliciosamente con el calor de mi amante, quien acaba de instalarse
entre mis muslos abiertos, acercando mi pelvis a la suya, sujetando sus manos en mi
espalda baja. Nuestras caderas se encuentran al mismo tiempo que nuestras lenguas se
enredan. Bajo sus manos, mi piel se estremece, recorrida por una onda incontenible. Siento
su sexo rozar el mío, quedando al borde de mi intimidad, lista para entregarse. Impaciente
por sentirlo dentro de mí, avanzo mi pelvis a su encuentro, pero Darius retrocede
suavemente, guardando el control.
¿Pero por qué?
De nuevo, gimo, pero esta vez de frustración.
- ¿Algo no va bien? Me pregunta sonriente y juguetón.
Su barba naciente le da un aspecto más salvaje, más rudo, sin embargo suavizado
por su adorable sonrisa. Sus ojos de fiera me hacen pensar en la mirada de un águila. Mi
intimidad se contrae, mis senos están hinchados, me parece que mi interior está ardiendo y
pienso en una sola cosa: sentirlo dentro mí, que me haga el amor dulcemente, furiosamente,
apasionadamente... Quiero disfrutar de su cuerpo y que él disfrute del mío. En el exterior,
un ave lanza un fuerte chillido.
Darius me recuesta sobre la seda natural, permaneciendo entre mis piernas, con su
sexo todavía rozando el mío. Me besa, luego hace lo mismo en cada uno de mis pezones,
acariciando mis muslos abiertos. Un rayo de sol golpea mi rostro, bañándome con su calor.
Cierro los ojos. Darius se endereza y empieza a acariciarme los senos, jugando con ellos,
endureciendo cada vez más su punta ya erecta. Cada contacto se vuelve casi insostenible,
enviando descargas de placer puro a todo mi cuerpo que se pone a temblar por los impactos
repetidos.
¡Oh, Dios mío!
Intento acercarme una vez más a su erección, pero me mantiene a distancia. De
pronto, siento su boca sobre mi vientre, voluptuosa caricia condimentada por el contacto
extraño de su barba diminuta; dulzura y rudeza, delicadeza y virilidad. Entonces, besa el
interior de mis muslos, mordiendo ligeramente mi piel, pasea sus mejillas, ásperas y suaves
a la vez, sobre mi piel frágil, haciéndome estremecer. Siento mi espalda arquearse, arrugar
la seda resbalosa. Mis manos se dirigen hacia sus hombros, suben a su nuca musculosa, la
punta de mis dedos toca el borde de su cabellera, la cual está un poco desordenada; pero
Darius, sin dejar de aproximarse a mi intimidad ardiendo, atrapa mis muñecas y las
mantiene sobre mis caderas excitadas.
De pronto, el placer me sumerge: siento su lengua acariciar mi sexo aún tímido,
engatusarlo como se hace con un animal. Yo me abro para él, líquida, ardiente y gimiendo,
cediendo el paso hacia mi clítoris, sobre el cual su lengua se funde rápidamente, suave pero
despiadadamente precisa. En un instante, mis muslos se cierran, intentando en vano escapar
del maremoto que siento llegar. Darius no cede. Su corta barba raspa mi piel y ese rudo
contacto aumenta mi excitación. Me escucho gritar y, en apenas unos segundos, atravieso
por un increíble orgasmo, mi pelvis se levanta, sacudida por espasmos incontrolables. El
interior de mis muslos me quema, mi sexo arde, mis senos continúan enviando descargas
eléctricas a mi espalda y, por un instante, verdaderamente siento que me voy a desmayar,
con el cerebro cargado de todas las sensaciones que este hombre provoca en mí.
Difícilmente me doy cuenta de que Darius se incorporó, pero siento sus manos
alrededor de mi cintura, que sostienen y acompañan mis sobresaltos. Una ola de placer más
violenta que las otras casi me lanza contra él. Aún temblorosa, siento sus brazos rodearme y
me refugio contra su torso. Su espalda se cubre de gotas de sudor que me gustaría recoger
con la punta de mi lengua, como lo hice esta mañana con el rocío sobre la fruta del jardín.
En mi vientre, aún se siente ese ardor, esa necesidad aún insatisfecha. Y de nuevo, siento su
pene endurecido que me roza, se desliza contra mi sexo que está más mojado, pero continúa
negándose. Y a lo lejos, me escucho balbucear:
- Tengo ganas, ganas de ti…
Darius no responde nada, pero toma mi rostro entre sus manos y me mira,
intensamente. Su iris son dos lagunas de oro, podría sumergirme en ellos si mis nervios no
estuvieran excitados. Decido entonces hacerle vivir la misma frustración que él me provoca
y comienzo por besarlo. Luego, froto mi rostro contra su barba, hasta hacerme enrojecer las
mejillas. Darius aleja su rostro, sonriendo dulcemente.
- Te vas a lastimar, suavemente...
- No me importa, tómame o continúo.
- No.
¡¿Qué?!
Estoy impactada. ¿Darius se niega a hacerme el amor? Pero su mirada permanece
juguetona. Cuando se levanta frente a mí, entiendo lo que quiere que haga. Con el rostro
levantado, no dejo de mirar sus ojos color oro, los cuales me observan atentamente. Juego
un instante a no saber lo que desea, cuando sólo debo avanzar para saborear su piel tensa.
Sin bajar la mirada, entreabro mis labios y asomo la punta de mi lengua. Darius aprieta su
mandíbula y su respiración se hace más rápida. Yo también, decido hacerlo esperar.
Avanzo un poco más mi lengua, rozo su sexo y me pongo a lamerlo rápidamente,
ligeramente, con los ojos aún fijos en los suyos. Lo veo sonreír un poco, sabe que quiero
jugar con él como él juega conmigo. Todo en él es magnífico, su piel bronceada, sus
músculos estremecidos, su barba de aventurero y sus ojos increíbles, intensos… Tengo
ganas de ver esa mirada volverse borrosa de placer.
Nunca antes había visto a un hombre tan bello y él está justo aquí… desnudo, ante
mí.
Entonces deslizo su piel contra mi lengua, hasta devorarlo todo. Darius sigue
mirándome y sé que verme darle esta caricia le produce más placer. Bajo la mirada y,
concentrada, deslizo su sexo entre mis labios húmedos. Juego con él, alejo mi cabeza hasta
tenerlo al borde de mis labios, provocando el extremo de su pene con mi lengua,
conduciendo su carne palpitante hasta el fondo de mi garganta. Darius gime con voz ronca:
- Oh, Juliette…
Acelero, agarrándome de sus glúteos desnudos, tan duros como el mármol. Mi boca
va y viene alrededor de su sexo, cada vez más rápido, cada vez más profundo y, cuando lo
siento al borde del orgasmo, con su vientre contraído por el placer, con sus caderas
manteniendo, para mi gran pesar, el ritmo que él quiere imponer, yo bajo la velocidad. Mi
lengua pasea a lo largo de su pene, lánguida, voluptuosa, hasta sus testículos inflados, con
los cuales juego durante unos segundos, antes de llevármelo al fondo de la garganta. Tengo
ganas de hacerlo venirse dentro de mi boca, pero mi cuerpo tiene otras intenciones.
Retrocedo progresivamente, liberando lentamente su sexo, enrollando mi lengua alrededor
de su carne, todo mientras levanto la mirada. Su rostro está transformado, su mirada fija en
la mía lanza relámpagos y su boca sensual permanece entreabierta.
Colocando mis manos sobre la cama, detrás de mí, retrocedo para admirarlo mejor.
Todo en él transpira sexo, las ganas y la frustración están mezcladas en un coctel que
percibo repentinamente... deliciosamente explosivo. Una sonrisa traviesa nace de pronto en
la sombra de su barba de tres días.
- Tss, tss, Juliette…
Su tono falsamente desaprobador me arranca una pequeña risa, tan nerviosa como
alegre. Sé que tomará la dirección de los acontecimientos, lo cual no me desagrada.; y, en
efecto, Darius literalmente se lanza sobre mí, yo suelto un grito de sorpresa. En menos
tiempo de lo que me lleva decirlo, él está sobre mí, mordiendo tiernamente mi hombro, el
cual agarra para ponerme boca abajo sin que yo pueda hacer nada al respecto. Agarrando
mi cabello, mantiene suavemente mi cabeza contra la sábana de seda, mientras que su otra
mano se desliza entre mis piernas. Excitada, me escucho jadear. Creo que me dará placer
con su mano, pero ésta se contenta con pasar por mi sexo para fijar su palma sobre mi pubis
y, de repente, siento que me elevo. Darius se coloca entre mis piernas, las cuales separa con
las suyas, luego retira su mano. Entonces suelta mi cabello para tomar mi cintura entre sus
manos y lo siento deslizar su sexo contra el mío, aún sin penetrarme. Me parece que esta
tortura dura varios minutos. Cada vez que su pene acaricia mi clítoris, gimo de placer y,
cada vez que roza el borde de mi sexo, grito de frustración, con el rostro perdido en la seda
natural de la cama. Por fin, me penetra y llega hasta el fondo de mi intimidad. Siento su
cuerpo contra mis glúteos, sus manos sobre mi piel y el delicioso ardor de su piel provoca a
la mía cada vez que él se mueve en mí.
Tomándome firmemente por la cintura, me obliga a ejecutar ese mismo movimiento
de vaivén que me hace perder la cabeza. Me apoyo en mis antebrazos, balanceándome al
ritmo que me ordena con una simple presión. Siento que mi vientre se abre cada vez más.
Mi espalda se arquea para recibirlo mejor y sentirlo cada vez más potente, extendido hacia
mí. Ya no me detengo. Escucho a Darius gemir:
- Sí, continúa, continúa….
Mi cuerpo se cubre con una fina capa de sudor. Los perfumes que desprenden las
palmeras me parecen más fuertes, más primitivos. Los sonidos de los animales se mezclan
con los nuestros. Me muerdo los labios, luchando contra el gozo que llega, que inflama mi
vientre y la punta de mis senos, parece reunir toda su energía antes de estallar en mí…
¡No tengo que hacerlo, todavía no!
Si me vengo ahora, no podré continuar y conducirlo a él hasta el orgasmo. Continúo
moviéndome, gimiendo cada vez más fuerte. Las manos de Darius sueltan mi cintura y se
inclina hacia mí. Me arqueo aún más para acompañar su movimiento y continúo
balanceándome en él. Una de sus manos se apoya contra la cama, al nivel de mi hombro
izquierdo, y la otra se desliza bajo mi brazo derecho para agarrar la punta de mi seno. Grito
de placer y de sorpresa a la vez.
- Continúa, no pares, me dice casi sin aliento.
Obedezco, pero mis gemidos se vuelven súplica.
¡Oh dios mío Dios, me voy a venir!
Darius continúa acariciando mis senos un instante con su mano derecha, luego la
desliza entre mis piernas abiertas. No puedo retener un gemido. Sus dedos se posan sobre
mi clítoris inflado al extremo, mientras yo acelero todavía más el ritmo, sin poder evitar ir
al encuentro del orgasmo fenomenal que siento crecer en mí. Darius ni siquiera necesita
acariciarme, su mano simplemente permanece pegada contra mi sexo, fusionada. Mi mano
izquierda se agarra de su muñeca, cuyos tendones se marcan en relieve sobre sus músculos
resaltados por el esfuerzo. Darius está inclinado sobre mí, duro como roca, pero lo escucho
gemir también. Mis gemidos se hacen más graves, parecen surgir desde lo más profundo de
mi cuerpo que se quema. Sobre mi espalda, siento gotas ardientes caer y salpicarme cada
vez que mis glúteos entran en contacto con el vientre bajo de Darius. Mi placer llega, me
parece que golpea en mí como el trueno que anuncia una tormenta de verano.
Ya no puedo contenerme...
De pronto, Darius gime más fuerte y exclama:
- ¡Vamos, cariño, vamos!
Finalmente me vengo, gritando de placer, encajada en el hueco de su cuerpo. Todos
mis músculos están tensos y siento que algo cede en mi interior. A lo largo de mis muslos,
un líquido caliente fluye. La visión de una lluvia tropical atraviesa mi mente. La mano de
Darius está aún entre mis piernas y me mantiene en la misma posición, mientras me relajo y
mi cuerpo vacila. Apenas me doy cuenta de que Darius se vino también, aún inclinado
sobre mí, proyectando una última vez su cuerpo contra el mío, en mi interior, para llevarme
una vez más al orgasmo.
Luego, juntos, lentamente, como dos felinos entumecidos de cansancio, nos
dejamos caer de costado, aún conectados uno con el otro, sobre la cama, donde la sábana
húmeda, caliente y arrugada nos recibe para nuestra mayor felicidad. Darius me rodea con
su brazo, sopla sobre mi nuca para alejar mi cabello y me oprime contra él, mientras yo
cierro los ojos, agotada, satisfecha y sorprendida por todo ese placer.
16. Regreso a la civilización

- ¿Entonces, nos veremos dentro de tres días?


-¡Me interesa!, suelta Adam, con su mejilla pegada a la de Charlotte,
resplandeciente como siempre.
Cuando regresamos a la civilización, Darius y yo, descubrí los mensajes telefónicos
cada vez más preocupados de mis dos amigos y me di cuenta, confundida, de que había
olvidado avisarles que mi escape neoyorquino se había transformado un poco, y que mi
regreso a París diferiría algunos días… Me apresuré a acordar con ellos una cita virtual para
tranquilizarlos. Al verlos sobre mi computador, los dos frente a la webcam, encantados de
estar en contacto conmigo, comprendí cuánto los extrañaba. Necesité al menos dos horas
para contarles todas mis aventuras, así como el giro que tomó mi relación con Darius.
Adam es un poco desconfiado (incluso realmente de mala fe por el momento), pero
Charlotte me escuchó, muy sonriente, explicar cómo logré convencer a Darius de que
suavizara sus principios acerca de su familia paterna. Y, por más que quise tomar una
actitud indiferente para describirles la isla paradisiaca, en la cual acabo de pasar varios días
de ensueño absoluto, ni el mismo Adam pudo mantenerse impasible.
Tengo suerte de tener a esos dos.
Habíamos acordado vernos a mi regreso, pero Charlotte me ordenó que le enviara
un e-mail para que le contara acerca de la entrevista que será dentro de dos horas, con
David Bitsen, el actor famoso y amigo de Darius. Por el guiño que me lanzó, sé que
también quiere que le diga un poco más sobre mi estancia a solas con él...
- ¡Les mando un fuerte abrazo!
- Nosotros también, responden enseguida mis amigos, enviándome besos a través de
la pantalla.
Yo hago lo mismo y terminamos por cortar la conexión. Sentada en traje sobre mi
cama, todavía llevo puesta la bata delicada que exhibe el monograma del palacio donde
residimos, cada quién en una suite lujosa. Me queda todavía un poco de tiempo antes que
tener que prepararme, así que decido consultar mis últimos mails. Michael Winthrope no
me ha llamado desde que partí a Hawái y espero tener noticias de su hija, vía internet.

¡Ah, me envió un e-mail!


Un poco ansiosa, abro el mensaje, es breve. El tío de Darius me agradece una vez
más por haberlo ayudado y me pide que haga clic en un link misterioso, lo que hago
inmediatamente.
- Buenos días, soy Bethany. Grabé este mensaje para usted, Juliette, pero también
para mi primo mayor, Darius, quien aceptó donar su médula ósea para salvarme la vida.
Estupefacta, miro a Bethany, muy delgada, con la piel pálida, con ojeras, pero con
una sonrisa radiante en sus labios, quien se dirige a Darius desde su cama de hospital donde
filmó para transmitir su mensaje. Su petición es simple: ella le pide a Darius que acepte
conocerla, a ella sola, sin nadie más y sólo por algunos minutos.
- ¡De todos modos, estoy aún demasiado débil para retenerlo más tiempo!, añade.
Su broma parece cruel, pero en sus ojos dorados percibo una llama vacilante, pero
muy presente: prueba sutil de que se trata de una pequeña broma con la intención, tanto de
tranquilizar a su primo, como de desafiarlo amablemente. Conmovida por su mensaje, le
reenvío el link a Darius advirtiéndole de lo que se trata y suplicándole que acepte ver el
video.
¿Aceptarás el desafío?
Esperando su respuesta, la cual puede tardar un poco sabiendo que ya partió para
sus citas de negocios, yo también me apresuro a prepararme para ir a entrevistar a David
Bitsen, quien me citó en uno de los numerosos bares elegantes de Manhattan.
***

Cuando atravieso el enorme salón del hotel Plaza, cuyo portero me saluda ahora
inclinando la cabeza, siento mi teléfono vibrar.

¡Un mensaje de Darius!


Aliviada, sonrío: Darius vio el video de Bethany y me propuso acompañarlo para ir
a visitarla dentro de dos horas. Le respondo inmediatamente.
[Disculpa, pero no puedo: ¡debo entrevistar a David Bitsen! Todo saldrá bien, te
mando un beso.]
[Ok. Yo también te mando un beso, en todos lados.]
Su respuesta me hace sonreír instantáneamente de placer y me recuerda a la noche
anterior… Entonces decido ir a mi entrevista a pie, para calmar un poco los ardores de mi
cuerpo, el cual arde cada vez que mi mente evoca mis encuentros con Darius.
***

Mira, se puso cerca de la vitrina…


Me reúno con David Bitsen en el bar muy selecto donde debe transcurrir la
entrevista. Su rostro está cubierto por unos grandes lentes de sol y su cabello se disimula
con un gorro. Para mi asombro, no se escondió al final del salón, por el contrario, escogió
una mesa que da hacia la ventana.
¡Si hizo eso, quiere decir que sabe que no corre ningún riesgo con la multitud!
- ¡Buenos días, querida Juliette! ¡Está radiante!, me dice, dándome un abrazo muy «
californiano ».
Es verdad que, si bien mi piel de porcelana necesita más tiempo para broncearse, ya
tengo algunas pecas en la punta de la nariz, lo que me da una apariencia « soleada », según
Darius; y la blusa color mandarina que me puse hoy, yo lo sé, resalta aún más esta
apariencia.
- Buenos días, David. Gracias. ¿Cómo está?
- Muy bien, encantado de volver a verla.
Mientras la top model que hace función de camarera viene a tomar mi orden, frente
a la encantadora sonrisa del actor, saco mi dictáfono y el block de notas donde están
redactadas mis preguntas. Una vez servido mi café grande, decido entrar en el tema de
lleno:
- ¿Le molesta si comenzamos enseguida?
- Soy todo suyo, Juliette, haga de mí lo que desee, me responde David Bitsen
brevemente.
Ocupada en encender mi dictáfono, al principio no presto atención a sus palabras,
pero cuando levanto la cabeza, él se ha quitado los lentes de sol y me mira fijamente con
sus ojos azul cobalto. Su sonrisa irónica provoca en mí un ligero malestar.
- ¿En este momento se prepara para su próxima película, creo?
- Sí, es una película de acción, con una hermosa historia de amor al mismo
tiempo… Una historia incluso ardiente, agrega con sus ojos aún clavados en mí.
Yo trago saliva, comienzo a interrogarme sobre las intenciones de David Bitsen,
pero para su próximo papel, se supone que encarnará a un mercenario, un hombre
mujeriego… ¿Quizás tiene como técnica meterse en el papel de sus personajes durante todo
el día? Decido continuar la entrevista sin dejarme desarmar, profesional y segura de mí
misma; al menos en apariencia, porque en mi interior no me siento cómoda, desestabilizada
por la actitud perturbadora de la estrella internacional y amigo del hombre con quien tengo
una relación.
***

Una hora más tarde, tengo mi entrevista y la respuesta a mi pregunta: ¡David Bitsen
no trabajaba en su papel, está intentando seducirme!
¡Cuando pienso que Darius lo consideraba su amigo!
Impactada, debo recurrir a todo mi autocontrol para conducir la entrevista hasta su
término, aparentando obstinadamente no entender las intenciones del actor. Pero, cuando
llega el momento de despedirse y que le extiendo prudentemente la mano, por encima de la
mesa, éste se apodera rápidamente de ella para llevarla a sus labios, agradeciéndome con
una sonrisa enamorada.
De repente, un flash me deslumbra. Retiro mi mano, balbuceando un
agradecimiento por haberme concedido la entrevista y me apresuro a abandonar el sitio.
Salgo precipitadamente del bar, casi empujando a un paparazzi que está pegado a la vitrina,
luego, tomo un taxi para regresar al Plaza, ansiosa por encontrar a Darius lo más pronto
posible. Además de las ansias que siento de lanzarme a sus brazos, estoy impaciente de
saber cómo le fue en su encuentro con su joven prima Bethany.
***

- ¿Darius?
Entro tímidamente a su suite, después de tocar la puerta. Me parece haber
escuchado que entrara, pero no responde a mi llamado. Avanzo hacia el gran salón y él está
ahí, siempre tan apuesto, con un curioso peluche en la mano. Está sentado en un lujoso
sillón, frente al ventanal que ofrece una vista panorámica a la quinta avenida. Los músculos
de su mandíbula están tensos, su mirada está fija en la actividad intensa de la gran arteria,
muy abajo.

- Darius, ¿estás bien?


Entonces, levanta sus ojos hacia mí. Mi corazón se estrecha al instante. Por primera
vez, el dorado de sus ojos me parece apagado, su rostro parece preocupado; se ve fatigado,
como un león agotado por la sequía.
- Estoy bien, Juliette. ¿Y tú? ¿Cómo está David?
Quería poder explicarle lo que había pasado, pero frente a esa expresión fatigada, no
tuve el corazón para tomar el riesgo de causarle un pesar.
- Yo estoy bien y David Bitsen también. ¿Y Bethany?, me decido, sin embargo, a
preguntarle.
Tal vez se enteró de que el trasplante fue un fracaso…
- Hasta ahora, todo está bien. Hay que esperar.
¿Pero entonces qué pasa?
Espero algunos instantes, esperando que Darius me explique la razón de su estado,
pero éste se voltea de nuevo y retoma su posición inicial, con los ojos perdidos en la
circulación neoyorquina. Un discreto roce detrás de mí me indica que Pénélope está
seguramente en la habitación, ocupada en arreglar u organizando el final de nuestra
estancia. Renunciando por el momento a saber qué le pasa a Darius, me dirijo al encuentro
de su fiel asistente. Vestida con un elegante vestido color gris opaco, con el cabello
cuidadosamente levantado en chongo, ésta termina de revisar los correos dirigidos a Darius.
A mi entrada, ella sonríe. Adivino por su expresión dulce que adivinó lo que vengo a buscar
de ella.
- Buenos días, Juliette. ¿Puedo hacer algo por usted?
Desde la estancia de Darius en el hospital, Pénélope ha bajado la guardia conmigo.
Estoy encantada de haber ganado, un poco, su confianza.
- Buenos días, Pénélope, a decir verdad… sí. ¿Podría ayudarme a entender lo que
pasa? Darius tiene el semblante de haberse enterado de una mala noticia, pero me dijo que
su prima soportó bien el trasplante… Quisiera ayudarlo, pero no sé cómo.
La indecisión se puede leer en el rostro, habitualmente indiferente de Pénélope, pero
el cariño que le guarda a Darius le gana y se decide a orientarme.
- Él le dijo la verdad: Bethany Winthrope está bien por el momento y los médicos
son optimistas.
- ¿Entonces?
- El Sr. Winthrope se entrevistó con su tío, agrega finalmente. Vino aquí hace poco
y hablaron por un buen rato.
Por el efecto de la sorpresa, abro grandes los ojos.
- ¿Qué pasó? ¡¿No me digas que Michael Winthrope le pidió algo?!
No me atrevo a creer que algo parecido haya podido pasar, pero después de haber
visto el estado de Darius, la duda me oprime.
- No, me tranquiliza Pénélope. Hablaron, pero yo creo que… por lo que pude oír,
Darius se enteró de cosas sobre su familia que… ciertamente tuvieron consecuencias.
Prefiero no decirle más al respecto, discúlpeme.
- Yo entiendo, Pénélope, no se preocupe. Gracias.
Aun cuando permanezco confusa, no puedo molestarme con Pénélope por su
fidelidad incondicional a Darius, ¡sobre todo después del comportamiento lamentable de
David Bitsen! Regreso al salón, donde Darius sigue en la misma posición. Para intentar
sacarlo de su mutismo, me arrodillo frente a él, entonces aparta la vista de la circulación
para mirarme y me sonríe tristemente.
- Darius…, comienzo, tomando su mano libre, mientras la otra sostiene aún ese
pequeño oso de peluche color marrón. No sé de qué te enteraste hoy, pero ofreciste tu
médula ósea a Bethany y estoy segura de que ella y toda su familia te están agradecidos…
- Sí, su padre estaba emocionado, en efecto, me responde Darius.
- ¿Dónde encontraste ese pequeño oso?, le pregunto señalando el peluche.
Darius observa el juguete y se queda silencioso por un instante antes de
responderme:
- Fue Michael Winthrope quien me lo dio, me lo había comprado para mis 4 años.
Me quedo sin voz.
Cuatro años… la edad en la que Darius perdió a sus padres.
Michael Winthrope, calificado por la tía materna de Darius como un monstruo sin
corazón, interesado únicamente en el dinero de su sobrino, conservó el regalo de
cumpleaños que contaba con regalarle a éste último… Darius prosigue:
- Me habló de mis padres. Fue la primera vez que escuché cosas positivas respecto a
ellos. Confieso que ya no sé muy bien qué pensar, agrega, soltando mi mano para frotar su
cara.
Está afectado.
Quisiera tomarlo en mis brazos, besarlo, incluso hacerle el amor para que olvide
todas sus preocupaciones… pero cuando me aproximo para abrazarlo, Pénélope tose para
llamar nuestra atención.
- ¿Sí, Pénélope?, dice Darius con una voz firme, perfectamente controlada.
- La señora Saintier al teléfono, le informa Pénélope con tono neutro.
¡La tía de Darius!
Éste suelta un suspiro, pero extiende la mano, tomando el auricular que le trae su
asistente. Me levanto con la intención de marcharme, pero Darius me hace una señal para
que me quede a su lado. Sorprendida, me siento en un sillón, un poco apartada, e intento
enfocar mi atención en una guía turística.
- Buenos días, tía.
La voz de Darius es mucho más seca que las ocasiones anteriores que lo escuché
dirigirse a Alix de Saintier. Permanece silencioso mientras que la otra parece explayarse en
el otro lado de la línea.
- Sí, decidí prolongar mi estancia, en efecto, pero no creo tener cuentas que
entregarle.
¡Oh, esto está caliente!
Observo a Darius con discreción. Aún mira hacia afuera, pero esta vez, sus ojos se
elevan al cielo color plomo y su expresión parece mostrar una ira intensa, aún contenida,
pero que podría estallar en cualquier momento. El oso de peluche está puesto sobre la mesa
baja tallada que está frente a él.
- Esas « raíces podridas », como usted dice, son las mías, y pretendo manejar a mi
manera las solicitudes eventuales de mi familia paterna. Añade Darius, cortante.
¿Raíces podridas? ¿Pero cómo se atreve?
Con la idea de que hable así de los Winthrope, siento que la indignación me invade
y más cuando pienso en que es a Darius también a quien su tía denigra de esa manera tan
insultante.
- Sé lo que usted piensa de los Winthrope y de mis padres en particular, tía, es inútil
que me lo repita. Ahora, si me disculpa, tengo cosas que hacer.
Y sin más formalidades, Darius pone fin a la conversación.
Tengo la impresión de que a su tía no le gustará esto.
Levanto los ojos hacia él.
- ¿Darius, estás bien?
Él se levantó y, dándome la espalda, se mantiene de pie frente al enorme ventanal.
Aún sin ver su rostro, adivino el estado de tensión extrema en el cual se encuentra. Después
de algunos segundos de un pesado silencio, me responde, con una voz más suave:
- Estaré bien. Pero creo que necesitaré revisar un poco la opinión que tenía de mi
familia hasta ahora.
Mi corazón da un vuelco. Sé que seguramente se trata de un momento terriblemente
difícil para él, pero estoy segura de que es algo bueno. Me levanto para acercarme a él, paso
mis brazos a su alrededor y apoyo mi cabeza en su espalda.
- Estaré aquí para ti, murmuro, contrariada.
Él aprieta mis manos con las suyas, me atrae más hacia él. El contacto con su
cuerpo siempre me altera tanto. Pierdo mi rostro en la tela suave de su camisa italiana, con
mi frente pegada a sus músculos anudados.
- Crecí sin ningún recuerdo de mis padres… Todo lo que sé de ellos fue contado por
mi tía. Toxicómanos, inconstantes, irresponsables, agresivos, colapsa con una voz sorda.
Eso es lo que eran, según ella; y hoy, el hermano de mi padre me mostró el retrato de un
hombre y una mujer afectuosos, brillantes… divertidos…
- Oh, Darius, lo siento.
- Lo sé.
Con una mano, desata mis brazos y se gira de frente a mí. De pie, delante de este
cielo nublado, se ve sublime. Sus ojos recuperaron un color luminoso, vívido, vibrante…
Muero de ganas por besarlo. Me alzo sobre la punta de los pies y deposito un ligero beso
sobre su boca. Él me sonríe.
- Creo que tendré que ir al encuentro con mi pasado, Juliette, me confía con una voz
grave, tiene demasiadas zonas oscuras.
Sin poder evitarlo, mis ojos se llenan de lágrimas.
- Sé que descubrirás todo lo que debes saber, y nada podrá ser peor que eso con lo
que creciste.
Viendo mis lágrimas, me toma entre sus brazos y me levanta para besarme
calurosamente. Con los brazos alrededor de su cuello, me cuelgo de él, como si mi vida
dependiera de ello.
17. Un gran vacío

La mano de Darius está sobre mi espalda baja, cálida y suave. Siento mi respiración
hacerse más lenta, poco a poco, siento mi cuerpo, disperso por el placer, retomar su
integridad… Esta mañana, nos dimos algunas horas de libertad, las cuales, por supuesto,
consagramos a hacer el amor. Como siempre, el sexo con Darius es fenomenal. Cada vez,
me parece que descubro otra dimensión de placer físico. Giro la cabeza para mirarlo. Está
acostado de lado, con la cabeza puesta en una mano, sus ojos color miel recorren mi cuerpo
desnudo, con una ligera sonrisa en los labios. Le respondo la sonrisa y me giro sobre la
espalda, acurrucándome contra él, admirando su rostro perfecto, inclinado hacia mí. En
silencio, desliza su mano sobre mi piel, dibujando el contorno de mis senos, de mi vientre,
para subir a mis hombros, a lo largo de mis brazos… Mis ojos se cierran con su caricia.
- Gracias, Juliette, por ser quien eres…
¿Por ser quien que soy?
Abro los ojos, Darius me sonríe. Con su voz dulce y cálida, retoma:
- Desde que te conozco, mi vida cambió, sabes…
¡¿En serio?!
Estoy conmovida por lo que me acababa de decir. Desde que nos conocimos, mi
vida se convirtió en una verdadera aventura, experimento sensaciones que nunca había
conocido, voy a lugares que nunca antes pensé ir, conozco gente maravillosa… Nunca
habría imaginado que Darius pudiese experimentar algo semejante. Ahora sin palabras,
continúa pasando su mano sobre mí, jugando con mi piel, divirtiéndose al trazar en ella un
camino granulado que me hace estremecer. Pero cuando me dispongo a responderle, mi
estómago repentinamente se hace notar reclamando sus derechos… Bastante ruidosamente.
Confundida, me sonrojo de inmediato. Darius suelta una carcajada poniendo su mano sobre
mi vientre.
¡Qué vergüenza!
- Ordenaré un desayuno, ya que es solicitado con tanta autoridad.
- Oh no, lo siento…
Frente a su risa espontánea, no puedo evitar sonreír, pero de todas maneras estoy
apenada.
- No tengas pena, te hice hacer demasiado ejercicio esta mañana, añade, malicioso.
Esta vez, siento que estoy colorada. Es verdad que nuestra mañana estuvo muy…
agitada. Se levanta, desnudo, magnífico, aún bronceado. Darius llama a la recepción y
ordena. Hipnotizada por su belleza, con un pequeño suspiro de disgusto lo veo ponerse su
bata.
- Me ducharé y vestiré, quédate en la cama si quieres.
- Mmm… tendré que levantarme también, tengo una entrevista en dos horas.
Él deposita un beso sobre mis labios y desaparece. En espera de que el room service
toque la puerta de su suite, me estiro sobre las sábanas frescas, respirando el perfume de
Darius, quejándome por la idea de tener que dejar la cama para ir a trabajar.
***

Un poco más tarde, con el cabello todavía húmedo, me siento en la mesa frente a
Darius para tomar un desayuno abundante pero refinado. Como de costumbre, organizó las
cosas a lo grande y, además del té, el café, los pancakes, las frutas frescas, el caviar y su
crema, en resumen, todo lo que hace falta para saciar nuestro apetito, también podemos
brindar con el coctel Mimosa - jugo de naranja y champaña - perfectamente equilibrado,
que nos dejó el camarero. Darius debe contestar algunos mensajes mientras yo unto a
conciencia unos blinis muy calientes.
Hum… está delicioso
Darius, con el teléfono al oído, sonríe viéndome devorar todo lo que se encuentra en
la mesa. Después de unos quince minutos, por fin cuelga su teléfono móvil con un suspiro.
- Discúlpame.
- Por favor, sé que es tarde.
Elude la cuestión del horario de manera despreocupada. Cuando se ocupa su
posición, es verdad que no se está sometido a las mismas imposiciones que los mortales
comunes. Los socios financieros de Darius nunca son tan poderosos como él y, aunque
demuestra cortesía a toda costa, generalmente ellos se adaptan a su uso del tiempo.
Mientras él también se sirve generosamente, Darius me confía:
- Le pedí a Pénélope que contrate un equipo de detectives privados.
- ¿Ah sí?, digo, estupefacta.
¿Tan rápido?

- Sí, en cuanto regrese a París, me encontraré con ellos para darles instrucciones. Es
tiempo de que ponga las cosas en claro.
Entre el momento en que tomó la decisión de aclarar las zonas sombrías de su
pasado y la contratación, entonces habrán pasado apenas unos cuantos días. Obviamente,
Darius no pierde el tiempo. Yo muevo la cabeza, de nuevo seria.
- Tienes razón, Darius, espero que estas personas sepan contestar a tus preguntas.
- Yo también lo espero, contraté a los mejores, no hay razón que no encuentren,
añade descuidadamente, como hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere.
No puedo evitar el desearle a esos detectives privados que tengan talento. Mientras
bebo a sorbos una taza de café dulce y afrutado, como me gusta, Darius me pregunta a
quién debo entrevistar esta tarde.
- ¡Estoy realmente contenta, se trata de Meryl Streep! Conseguí la cita por medio de
su agregada de prensa.
- ¡Bravo!, dice Darius, visiblemente impresionado. ¿Cómo hiciste para lograr esa
hazaña?
- Durante el evento al cual fuimos invitados, Susan Sarandon no dejaba de
presentarme famosos, también me había prometido decirles algunas palabras a sus
conocidos en mi favor… ¡y ahí está! Adoro a Meryl Streep, y no soy la única: tiene tres
premios Oscar, ¿te das cuenta?
- Sí, es una actriz excepcional… y una mujer muy culta.
- ¡¿La conoces?!
Me quedo atónita. ¡Me parece que Darius ha conocido a todo el planeta! Sabía, por
supuesto, que tenía contactos en el medio del cine, pero Meryl Streep…
- Nos hemos cruzado varias veces, me responde con desapego.
Yo estoy muda. Darius suelta una risa ante mi asombro.
- Vamos, Juliette, en algunos minutos, tú también podrás decir que conociste a
Maryl Streep. Deberíamos irnos, agrega levantándose.
Me sacudo y hago lo mismo. Debo ir a mi suite para buscar mi dictáfono y mis
notas antes de reunirme con la estrella en el hotel cinco estrellas donde debe recibirme para
la entrevista. Mientras me apresuro para partir, esperando dejar el hotel al mismo tiempo
que Darius, éste me toma por la cintura y me besa en plena boca.
- Debo irme de inmediato, pero hubiese querido no perderme esto, murmura Darius,
antes de soltarme e irse rápidamente, dejándome sin aliento y con las piernas temblorosas.
¡Siempre me provoca el mismo efecto, es impresionante!
Observo a Darius salir de la habitación con un traje de diseñador. En el último
momento, me lanza un guiño para despedirse de mí. Mirada de miel, paso firme y hombros
cuadrados… hago un gesto de pesar al verlo desaparecer. Necesito algunos segundos para
recuperar totalmente la compostura y cuando entro al corredor que lleva a mi suite
particular, me cruzo con Pénélope. Con los brazos cargados de los últimos periódicos
anglófonos y francófonos, viene para armar el expediente de prensa de Darius. Sonriente, la
saludo calurosamente.
Pero para mi sorpresa, la asistente de Darius apenas me responde, con el rostro
huraño.
Debe haber recibido una mala noticia… o tiene dolor de cabeza.
Decido pasar a comprarle un remedio después de mi entrevista. Pénélope fue tan
gentil conmigo durante la hospitalización de Darius que quiero hacerle favores cada que
tengo la ocasión. Ya preparada para mi reencuentro con Maryl Streep, voy rápidamente a
buscar mi material y a ponerme un pequeño abrigo elegante de lana, encima de mi vestido
ajustado.
Para conocer a la que encarnó al diablo en Prada, es mejor apostar por los valores
seguros.
Muy rápidamente, tomo el ascensor y salgo del Plaza para tomar un taxi. A penas
me he instalado cuando mi teléfono suena. Tomo el tiempo para indicarle mi destino al
chofer, quien resulta ser mujer, antes de fijarme en quién busca localizarme. Charlotte.
No, más tarde linda.
Rechazando su llamada, le envío un SMS para decirle que le hablaré más tarde y
comienzo a releer mis notas para poder entrevistar a Meryl Streep sin tener mis ojos fijos en
mi cuaderno.
***

¡Genial! ¡Estuvo completamente impresionante!


Pasé dos horas conversando con una hermosa persona y al momento de despedirnos,
ella me estrechó la mano de una manera muy calurosa para agradecerme por haberle
permitido pasar un buen rato.
¡Ella me agradeció! ¡A mí!
Creo que acabo de conseguir la más bella entrevista de mi carrera, desde luego
corta, pero de todas maneras… Me siento orgullosa de mí misma, segura de llevar conmigo
algo que alegrará a mi supervisora de editorial y que le interesará a los lectores. Entusiasta,
por una vez confiada, decido regresar a mi suite para transcribir la entrevista y enviársela
enseguida a Ingrid Eisenberg por e-mail. Estoy muy impaciente para esperar y, además
tengo muchas ganas de saber lo que piensa de mis entrevistas anteriores. Sin embargo,
tomo el tiempo para buscar una herboristería para adquirir una infusión contra las jaquecas
para Pénélope, esperando haber acertado. Luego, atravieso de nuevo Manhattan en un taxi
amarillo. No me canso de descubrir esta ciudad.
Si un día tuviese que vivir fuera de París, me encantaría que sea en Nueva York
Pero el recuerdo de algunos días anteriores con Darius en su isla privada me
atraviesa la mente… Calor, mar, sol y él medio desnudo, relajado, disponible, hermoso
como un dios… Con la frente apoyada sobre el vidrio, sueño con ese paréntesis encantado.
O Hawái…
Durante el tiempo que transcurrió para llegar al Plaza, tuve el tiempo para recordar
nuestros encuentros en el océano, el agua cristalina, las comidas de pescados a la parrilla
capturados por Darius con un arpón, la villa en las alturas de la isla… Es con una gran
sonrisa con la que atravieso el vestíbulo del lujoso hotel, haciendo surgir del mismo modo
otras sonrisas en los rostros de aquellos con los que me cruzo.
Una vez en mi suite, enciendo mi computador en el salón, voy a la cocina contigua
para hacerme un té y me instalo. Conectando mis audífonos en el dictáfono, me dispongo a
transcribir las declaraciones de Meryl Streep, haciendo únicamente cortas pausas para beber
mi té caliente en pequeños sorbos. Todo está aún fresco en mi mente, por lo que avanzo
bastante rápido. Solamente me fue necesaria hora y media para terminar todo.
Aún es temprano, ¿pero es posible que Darius ya esté de regreso?
Envío mi entrevista por e-mail a Ingrid Eisenberg, previniéndola de que el fotógrafo
que convoqué para la ocasión, le hará llegar él mismo las fotografías de la actriz; me estiro.
Impaciente de compartir mi alegría profesional con él, me levanto para ir a ver si Darius
está en su suite. Movida por una repentina inspiración, decido cambiarme de ropa y opto
por algo más colorido, más alegre, más acorde con mi humor. Entonces me pongo un
hermoso vestido con un lindo estampado verde luminoso, audaz, justo lo que necesito.
Espero secretamente que Darius me encuentre a su gusto. A última hora, pienso en tomar
también la infusión que compré para su asistente personal.
En un comienzo, tímidamente, toco a la puerta doble. Ninguna respuesta. Vacilo un
instante, pero como sé que Pénélope vendrá forzosamente a ocuparse de la planeación del
día siguiente de Darius, entro para depositar el paquete de hierbas medicinales.
- ¿Darius? ¿Pénélope?
Aún ninguna respuesta.
Ni modo.
Pero cuando llego a la cocina para dejar mi remedio, una impresión confusa me
paraliza. Frunzo el ceño y me inmovilizo, tratando de entender lo que me inquieta de este
modo, coloco el paquete de infusión sobre el plan de trabajo perfectamente ordenado y doy
la media vuelta. Lentamente, avanzo hasta la mitad del salón. Las revistas y periódicos
depositados por Pénélope esta mañana siguen ahí, pero en desorden, lo que indica que
Darius debió haber pasado por aquí antes de volver a irse.
Raro…
Perpleja, me siento todavía un poco incómoda, como si algo no encajara. ¡Las
flores! Ya no hay flores en la suite. Buscando comprender, me decido a echar un ojo en la
habitación que ocupa Darius, ¡y de pronto!... ¡En el vestidor abierto, todos los trajes han
desaparecido! Peor aún, al pie de la cama, su equipaje parece esperar a que alguien venga a
recogerlo. No entiendo nada. Con el corazón latiendo fuerte y un nudo en la garganta, saco
mi teléfono y marco el número de Darius. Nadie contesta.
¿Pero qué pasa?
Esta vez, estoy al borde del pánico. Intento de igual manera llamar a Pénélope, pero
ella también me manda a buzón de voz. Es casi corriendo como regreso al salón, esperando
encontrar algo, una nota, una carta, que pudiera explicar todo. En pocos segundos me
imagino lo peor, un accidente, un deceso... Pero no, habría sido prevenida por Darius, por
Penélope, o incluso el mismo personal del hotel. En el salón, reviso todas las mesas, cada
mesita de noche, incluso levanto los cojines de los sillones, desesperada por no encontrar
nada. En mi precipitación tropiezo con la consola de madera preciosa, sobre la cual fueron
lanzadas algunas revistas People, las cuales se deslizan al suelo, haciendo un abanico. Y
ahí, congelada de miedo, veo las portadas: desplegándose en la primera página, mostrando
en cada una un gran título impactante, la foto de una pareja que parece intercambiar
palabras dulces, tomándose de la mano… Es David Bitsen y yo, al final de la entrevista.

¡Maldición, el paparazi! ¡Oh no!

Me quedo horrorizada. En la foto, jurarían que el actor y yo intercambiamos


miradas amorosas, mano con mano… ¡y en todas las leyendas, estoy nombrada como su
nueva novia francesa! ¡Varias revistas incluso proponen que se trata de una propuesta de
matrimonio!
De pronto, mi mente hace el vínculo entre esas portadas de revista, el armario vacío,
las maletas hechas: ¡Darius se fue! Me parece que un bloque de hielo crece en la boca de mi
estómago. Es una catástrofe. Entre las cosas que Darius espera de mí, las tres más
importantes, según su punto de vista, son la honestidad, la fidelidad y la discreción… Y la
foto se presta evidentemente a malentendidos; está claro que debió pensar que traicioné
esas tres « cláusulas » del contrato moral al que me pidió suscribirme al inicio de nuestra
relación. Perpleja por lo que me acontece, mis rodillas se derrumban y me hundo en un
sillón, en lágrimas.
Darius…

Continuará...
¡No se pierda el siguiente volumen!

También podría gustarte