Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Revisé mi varita. Me quedaban quince hechizos. Mierda. Sólo tenía quince hechizos
para lo que restaba del mes. Y este año, el otoño se había adelantado. Lo que
significaba que tendría que elegir entre conjurar encantamientos para calentar mi
cuarto o usar mi ración mensual de magia para hacer las faenas de limpieza más
pesadas en El Profeta.
Apreté fuertemente mi boca y luché contra las ganas de gritar “Jódanse” a las decenas
de cubos de basura que ya había vaciado y al centenar de metros cuadrados de piso
que ya había barrido, porque el resultado final era que yo necesitaba ese trabajo.
Cuatro años en Azkaban no se desvanecían del recuerdo de nadie. Había solicitado
trabajo en no menos de veinte sitios, y había sido violentamente echado de dieciséis
de ellos. En los otros cuatro me habían arrojado encima a sus perros.
Al siguiente día, cuando me aparecí con una prueba por escrito de que había
encontrado trabajo –gracias a Hugo Greengras-, la decepción de Weasley era tan
evidente que casi me temí que me diera un puñetazo de pura frustración. Pero
entonces leyó que yo había sido contratado por El Profeta para cubrir el puesto del
conserje nocturno bajo un sueldo miserable; apenas sí sería algo más que un elfo
doméstico glorificado.
—El trabajo perfecto para el hurón cabroncete que eres —sonrió él. Si no podía
mandarme de regreso a Azkaban, se aseguraría de que mi vida afuera de la prisión
fuera un verdadero infierno.
Un piso más que limpiar y entonces podría salir. Ya era fin de semana. Joder, esa
noche me dolían las rodillas. Usando mi escoba como bastón, me incliné sobre ella
para aligerarme un poco de mi propio peso mientras recorría la oficina. Vacié todos los
cubos de basura, barrí todo el piso alrededor de cada escritorio. La mayor parte de la
gente ni siquiera se molestaba en arrojar la basura al cubo; tiraban sus porquerías al
mismo suelo. Dejen que el mortífago la recoja. Lo cual, yo hacía. Porque ese era
mi trabajo.
Y aquella cabrona de Brown. Su idea de diversión era mandarle a todo el mundo
cartas llenas de brillitos, por lo que yo tenía que invertir gran cantidad de mi tiempo en
barrer cerca de su escritorio. Brown escribía la columna de consultas sentimentales.
Sus consejos siempre eran pura mierda. Me pregunté cuántas vidas habría jodido con
sus insípidas respuestas.
Yo moría por decirle, al menos una sola vez, decirle en voz muy alta, delante de todo
el mundo: “No, maldito hijo de puta. ¿Qué te parece si te la chupo aquí mismo?
Porque los dos sabemos que no tengo el dinero para pagarte el ungüento, pero si no
lo compro, no puedo caminar. Considerando que mi boca en tu verga es la moneda en
cuestión, bájate tu puta cremallera ya mismo”.
Aquel último período en San Mungo me había causado un odio patológico hacia los
sanadores, quienes me pusieron en forma para que pudiera soportar el juicio. La
ironía de eso fue que parecía que las sutilezas escapan de su entendimiento.
Pertenecer al lado perdedor significaba hacerse de la vista gorda ante aquel viejo
adagio: nunca hechices a nadie por la espalda. Fui muy afortunado de que nadie me
hubiese asesinado… aunque, para ser francos, no podría haberlos culpado. Si mi
familia hubiera sido víctima de los abusos a los que aquel demente sometía a la
gente… Oh, esperen. Mi familia también estuvo, fue víctima de ello. Dado que los
sanadores estaban curándome de maldiciones que me habían arrojado los partidarios
de Potter, tuve la ligera sospecha de que mi sufrimiento de aquellas semanas fue poco
más que una venganza.
¿Un mortífago en agonía? Nah, él no tiene tanto dolor. Déjenlo que aguante otros
veinte minutos. Y, sí, soy paranoico, lo que para un Malfoy es otra manera de decir
“inteligente”. Una prueba de lo mucho que odiaba el hospital era que prefería ir a
chupar la verga de Chalmers en vez de regresar a ese lugar.
Destrabé mi rodilla y cojeé alrededor del escritorio de Brown, el cual estaba lleno de
montoncitos de brillantina morada. Murmurando “perra, perra, perra” entre dientes,
limpié la brillantina, me senté para recuperar el aliento, y leí la pila de correo para
obtener mi diversión diaria. Adoraba leer las cartas que recibía Brown. Lo único más
patético que las mismas cartas que le enviaban, eran las respuestas de ella. Que le
pagaran tan bien por escribir semejantes estupideces, era mucho más que
exasperante.
Inicialmente yo las leía sólo para reírme un rato, ya que la risa era algo que no existía
mucho en mi vida por esos días –la ironía amarga estaba a punto de ser tan bueno
como eso- y había aprendido a tomar placer en donde pudiera encontrarlo. Pero
después de un par de semanas, yo mismo había comenzado a escribir respuestas a
aquellas cartas a las que Brown todavía no contestaba, en parte para divertirme más,
y en parte porque, aparte de las cartas que le escribía a mi madre, esa se convirtió en
la única ocasión en la que podía expresar mi sentir. Recibir las mayores humillaciones
veinticuatro horas al día, siete días a la semana, nunca había sido mi fuerte, y mis
respuestas eran puro Draco Malfoy.
Querida Lavie.
Mi novio dice que soy una vaca. ¿Qué es lo que quiere decir con eso?
La Mugidora de Manchester.
Querida Manchester.
Inicialmente Brown había escrito “Querida Mugidora”, pero luego lo había tachado.
Merlín, sálvame de vivir entre idiotas.
En ese punto había insertado un corazoncito, el cual era el logotipo de su firma. Fingí
que me vomitaba para mi propia diversión.
Míralo directo a los ojos y dile: “Mi amor, no nos estamos comunicando. ¿Qué es con
exactitud lo que quieres decir cuando me llamas así? ¿Cuál es el significado de la
palabra “vaca” cuando te refieres a mí?” Te aseguro de que una vez que las líneas de
comunicación estén abiertas, su relación tendrá bases mucho más firmes y seguras.
Hazme saber cómo te va con esa conversación. Me importa mucho.
Lo que eso significa es que tú ya tienes a tu novio hasta la madre, y él está a punto de
botarte. Será mejor que seas tú quien ría al último, así que dale una buena patada en
el trasero y mándalo a la mierda, pero pronto. Esto es lo que tienes que decirle: “Es la
última vez que me insultas, tarado impasible. La puerta de este establo se ha cerrado
para ti.” Una vez que hayas mandado a la goma al pendejete éste, trabaja para
mejorar tu autoestima. Deja de ser un imán atrae-imbéciles.
Saludos,
Lavender.
Como un bono extra, dibujé un círculo con una diagonal atravesándolo, y la palabra
“imbécil” al centro.
¿Comunicación? ¿Con un hombre que le dice que es una vaca? Lanzarle una
maldición que lo dejara sin testículos se acerca más a lo correcto. ¿Qué era lo que
Lavender estaba pensando? Claro, la mujer seguramente era una vaca, pero, ¿por
qué tenía que soportar los insultos de este idiota? Si vas a insultar a alguien, al menos
que sea con una palabra que tenga más de cuatro letras. “Perra” tiene cinco letras en
total.
La siguiente carta era mucho muy diferente a las típicas chorradas que solían llegar.
Querida Lavie.
Soy un hombre de más de veinte años. Me casé muy joven. Mi esposa es una
persona maravillosa. Ella quiere que ya comencemos a tener familia, pero yo he
estado dándole largas, lo cual nos ha traído problemas y discusiones. Tengo todo lo
que pensé que necesitaba para ser feliz. Una casa bonita, un trabajo grandioso, una
esposa fantástica. Las cosas van muy bien. Honestamente, la idea de tener una vida
así fue lo que me mantuvo con vida durante la guerra. Quería tener hijos, pero
recientemente creo que me he sentido atraído por otros hombres, y eso me aterroriza.
¿Deberé comenzar una familia? Antes de casarme no tuve muchas experiencias
sexuales, y me he estado preguntando si será sólo que tengo curiosidad. Quiero decir,
tener curiosidad no significa que sea gay, ¿o sí?
Triste.
Bueno, yo podría.
Querido Triste.
¿Estás demente o qué? Por favor, que ni siquiera se te ocurra tener niños si tienes la
más ligera sospecha de que eres gay. Al menos que a tu esposa no le moleste
compartir tu verga. Con otros hombres. Sal a la calle, busca un hombre que se relama
ante la vista de tu trasero e invítalo a ir contigo. No es ninguna aritmancia. Si la mano
de otro hombre sobre tu pene te hace gritar “Sacúdemela ya en este instante o te
mato”, creo que está bastante claro para cuál lado bateas. Puedo asumir que tú y tu
esposa tienen algún tipo de acuerdo tácito para no engañarse mutuamente. En este
caso, son tonterías. Es mucho mejor que la “engañes” con uno en este momento, que
encontrarte a ti mismo en diez años escapándote a Londres para ligar hombres en
bares porque el sexo con tu esposa será como hacerlo con una botella de leche.
Puede ser que sólo tengas curiosidad, considerando que no tuviste mucha experiencia
sexual antes de casarte –lo cual yo asumí como su manera de decir que sólo había
sobado a su esposa y que eso fue lo más lejos que pudo llegar antes de su noche de
bodas- o puede ser que realmente seas gay. Si amas a tu esposa, hazle un favor y
descubre qué es exactamente lo que quieres. Ella es lo suficientemente joven como
para comenzar de nuevo con alguien más. ¿Así o más claro? Negar que eres gay y
después admitirlo ante tu esposa cuando tenga cuarenta y cinco años es garantía
segura de que lanzara en tu dirección al menos tres hechizos diferentes de castración.
Y yo no la culparía.
Saludos,
Lavander.
Mi querida Pansy. Su risa gutural, siempre surgiendo rápida cuando yo le decía una
broma…
Lentamente, abrí los ojos. Una enfermera estaba parada a mi lado. Los nudillos de la
mano con la que sostenía un orinal contra su estómago, brillaban de tan blancos.
Metí mi brazo marcado bajo las sábanas y le hice una seña con la mano del otro para
que se alejara. Cerré los ojos.
Una conmoción sonaba bien. En Azkaban me habían golpeado varias veces, y este
confuso dolor se sentía como la vez que un auror había quebrado una silla contra mi
cabeza. Abrí los ojos.
—Sí. Lo vio cuando lo trajeron vía chimenea, pero hubo una urgencia y lo llamaron.
Regresará en breve. Ha sido una noche atareada —resopló la enfermera—. Siempre
estamos muy atareados para sanar a los que son de la calaña de usted.
No había cambiado mucho. Continuaba siendo muy delgado; la bata del hospital le
quedaba holgada. La cicatriz, continuaba prominente, medio escondida debajo de una
capa de cabello oscuro, el cual ya había comenzado a teñirse con tonos de gris. La
única diferencia visible era la ausencia de sus anteojos marca Potter. El romance
que El Profetasostenía con él continuaba hasta ese día. Yo no tenía ni seis días de
haber salido de prisión cuando ya sabía que Potter se había casado con la
comadrejilla justo después de que me hubieran encerrado, que estaba en su último
año de residencia en San Mungo, que su esposa era la buscadora de las Holyhead
Harpies, que vivían en Hogsmeade y que tenían una perra labrador llamada Babitas.
—¡No estaba ebrio! —grité. Cristo, eso era lo único que me faltaba para que me
despidieran. Alguien corriendo rumores de que me emborrachaba en el trabajo.
—Siéntate —ordenó Potter—. Estás hecho un jodido desastre, Malfoy. ¿Qué te pasó
en el cuello?
Y así se sentía. Esos días había estado usando de ésas maquinillas para afeitar
muggles, las cuales eran muy baratas. No podía desperdiciar mi preciosa asignación
mensual en encantamientos para afeitar. Esa tarde, cuando me había afeitado, mis
manos estaban tan rígidas por culpa del frío que apenas sí podía sostener la
maquinilla, olvídate de blandirla con precisión.
—A ver. —Sanó las heridas con un leve floreo de su mano—. Ahora, sigue con la vista
la punta de mi varita.
Cada vez que nos habíamos encontrado no había habido nada entre nosotros más
que sólo enojo, perpetuamente cocido a fuego lento. Pero ignoré eso; entre más
obediente me portara, más rápido me iría a casa. Obedecí, tratando de no hacer
muecas por el esfuerzo de seguir la punta de la varita de Potter mientras iba y venía
por todo mi campo visual. Entonces, Potter tocó mi frente con ella y las punzadas
borrosas se detuvieron.
—Una ligera conmoción, pero nada que un par de días en cama no pueda curar. Accio
sujetapapeles. —Un sujetapapeles con un gran fajo llegó volando a través de la
puerta. Potter escribió un par de palabras y firmó el papel—. Aquí tienes un
comprobante para el trabajo. ¿Qué es lo que haces en El Profeta?
—¿Algo más que te esté molestando? He estado aquí más de doce horas y todavía
tengo un infartado y un caso de neumonía antes de que pueda irme a casa. Si tú estás
bien, entonces hemos terminado.
Me tendió la mano para despedirse. La última cosa que yo quería hacer era pasar más
tiempo ante la presencia de Potter, pero ya que estaba ahí, también podía sacar
ventaja de su habilidad si eso significaba posponer la mamada mensual de Chalmers.
Por otra parte, gustosamente prefería tragarme mi orgullo en vez de la asquerosa
corrida de aquel pervertido.
—Las rodillas me duelen mucho, especialmente la derecha. Debo haber caído sobre
ella.
Potter no dijo nada, pero su boca se tensó. Logré tragarme una réplica impertinente y
en vez de eso mascullé algo entre dientes que esperaba hubiera sonado como un “Por
favor” lo suficientemente amable.
—Coloca tus piernas colgando a un lado de la cama —ordenó Potter, con un tono que
decía “terminemos con esto de una vez”.
Hice un gesto de dolor cuando moví las piernas por encima del colchón. La boca de
Potter se tensó más.
—Claro —ladró Potter como respuesta y masculló “Hipogrifo” entre dientes. Agitó su
varita sobre mis rodillas con un rápido y somero movimiento. Luego, la agitó de nuevo.
Y otra vez.
—Enfermera Swift —llamó Potter, y la mujer que quería matarme asomó su cabeza
dentro del cuarto—. Dígale a Vickery que vea al paciente de la habitación diez, y a
Saunders, el de la habitación cinco, si me hace el favor.
—Muy seguro, enfermera. Gracias —añadió Potter con aire distraído, todavía agitando
su varita sobre mis rodillas y trazando complicados diseños con ella.
Con la boca formé la palabra “Jódete”, dirigiéndome hacia la enfermera antes de que
ella sacara la cabeza de mi cuarto.
—Vi eso, Malfoy. Abstente de abusar verbalmente de mi personal. La única razón por
la que no saco a patadas tu grosero trasero de aquí, es porque no estás “fingiendo”.
Tus rodillas están seriamente dañadas, Malfoy, y no es sólo por el golpe de esta
noche. Tienes una artritis de consideración en ambas rodillas. ¿Cómo puedes
caminar?
—No muy bien —admití, por alguna razón sintiéndome infantilmente reivindicado—.
Todo el tiempo me duelen, las hijas de puta.
—¿Esto se siente mejor? —La varita de Potter danzó por encima de mis rodillas con
una complicada serie de movimientos.
¡Por Jesucristo! Por primera vez en cuatro años, el dolor de mis rodillas desapareció.
Levanté la vista y lo único que pude hacer fue mirarlo fijamente.
Asentí.
—Pero me temo que es sólo temporal. Va a llevarse un largo tratamiento antes de que
podamos llegar al punto donde te sientas cómodo, al menos. Mándame una lechuza la
siguiente semana para darte una cita.
—Azkaban es muy frío durante el invierno, Potter —le respondí, tratando de mostrar
un vestigio de mi vieja y arrastrada manera de hablar.
—He tratado a muchas personas que han estado en Azkaban. Nadie tenía una artritis
tan grave como la que tú tienes en las rodillas. Necesito saber qué te ocurrió para
poder tratarte.
—Mi celda era una de las más húmedas de Azkaban. Permanecía inundada los doce
meses del año, y durante seis de esos meses la temperatura ambiente en el piso
estaba varios grados bajo cero. Podías patinar sobre el hielo. La hermana de mi
guardia fue asesinada por un mortífago. No yo, si es que te importa saberlo. Creo que
fue mi tía Bella, pero eso no importa. Si quería comer mis tres alimentos al día, tenía
que disculparme ante él durante una hora. De rodillas. Y luego, tenía que chupársela.
No me dejaba comer hasta que se corría. A veces, parecía tardar siglos. Ergo, las
rodillas jodidas.
La mandíbula de Potter había caído hasta algún lado del suelo cuando dije
“chupársela”, y no se cerró hasta que dejé de hablar.
—No me crees.
—El guardia tiene un lunar en la parte interior de uno de sus muslos. Su testículo
derecho es más grande que el izquierdo. También tiene una salchichita, no mayor de
diez centímetros. Erecta. Revisa eso, Potter. Verás que no estoy mintiendo. —El fuego
lento con el que se cocía nuestro enojo se había ido y ahora sólo había rabia ardiendo
sin control—. Quizá hasta permita que lo veas mientras viola al pobre infeliz que tenga
ahora bajo su cuidado. Lárgate a aliviar a tu infartado.
Potter palideció.
Yo no estaba avergonzado de mi confesión. Había comenzado a reevaluar lo que
anteriormente había creído que era el orgullo. El tipo de orgullo que solía fomentar –
los Malfoy no chupan vergas que no quieren chupar— significaba que sólo comería
dos días a la semana (afortunadamente, el guardia del fin de semana prefería los
coños). Por tanto, tuve que echar mano de un nuevo tipo de orgullo, uno que mantenía
el “Draco” en mí, intacto. Cada acto repugnante que hice, lo hice en el nombre de la
supervivencia. Cada semana me llegaba una carta de mi madre, y el simple hecho de
ver aquel “Querido Draco” escrito con su hermosa y refinada caligrafía, me recordaba
quién era yo. Que yoera alguien por quien valía la pena luchar. Sólo tenía que
recordar que yo era un Malfoy y que chupar aquellas vergas no significaba que yo
fuera menos Malfoy.
Y esa fue la verdad clave, a través de las mamadas, las golpizas y las humillaciones
diarias, lo que de alguna manera me mantuvo con vida. El orgullo se arrodilló junto a
mí y chupó a aquel guardia hasta dejarlo seco porque en cuatro años yo saldría de
ahí. Cada mamada era una mamada más cercana a la libertad. En mi último día, le
sonreí. Porque yo había ganado. Porque el guardia se había estado muriendo porque
yo me arrojara contra él en un ataque de rabia. Nada le habría proporcionado más
placer que el poder ejecutar un Avada Kadavra sobre mí en “defensa propia”.
Ese mismo orgullo ahora me ayudaría a soportar el tiempo que durara mi libertad
condicional, y me haría darle a la comadreja la misma sonrisa que le di al guardia y la
misma seña obscena justo antes de desaparecerme fuera de su oficina por última vez.
Ese mismo orgullo iba a sacarme de San Mungo y ayudarme a regresar a mi cuarto,
donde haría un hoyo en mi cama acompañado de un libro durante los siguientes dos
días, sin preocuparme por la maldita brillantina en el suelo, ni de los cubos de basura
llenos de asquerosidades, ni de que si mi rodilla aguantaría hasta el final de mi turno,
ni de que si Potter me creía o no. Podía coger sus impactadas sensibilidades y joderse
el culo con ellas.
¿Qué creía él que sucedía en Azkaban? ¿Qué los guardias y los prisioneros
organizaban veladas y torneos de canasta para pasar el tiempo? Me salí de la cama y
me paré junto a ella. Podía estar de pie sin caerme y no dolía. Eso era jodidamente
bueno. Arrojé mi bata del hospital al suelo, cogí mi ropa de la silla que estaba junto a
la cama y comencé a vestirme. Quizá podría conseguir dos lotes de ungüento si le
daba a Chalmers una mamada tan espectacular que lo hiciera pensar que su verga se
había mudado a Francia y estaba nadando en champán debajo del Arco del Triunfo.
Por mucho que me hubiera encantado salir como tromba de la habitación, me sentía
demasiado tembloroso por culpa de la conmoción. La indignación en su más alto
punto quedó olvidada, pero todavía era posible esforzarse por un poco de dignidad.
Algo más que había aprendido en Azkaban: la dignidad es una profecía que tiende a
cumplirse por su propia naturaleza.
Sin mirar a Potter ni una vez, me subí mis pantalones, me abroché el cinturón y elevé
mi cabeza lo más que pude.
—Vete al infierno, Potter —le dije mientras salía lentamente del cuarto, aunque iba
preguntándome si tendría las fuerzas suficientes para llegar hasta el Caldero
Chorreante.
Me llevé una mano húmeda hasta la frente y me limpié el sudor que tenía acumulado
ahí.
—Camino hasta el Caldero, uso la red flu hasta mi casa desde ahí —susurré y me
incliné contra la pared. Sentí que si no lo hacía, me caería.
—Ni siquiera traes una capa —masculló Potter, ayudándome a llegar hasta una silla—
. Quédate aquí y no te muevas. Si sientes que vas a desmayarte, pon la cabeza entre
las piernas.
--Knockturn Alley, el cuarto que está arriba de la librería de segunda mano de Mycroft
—murmuré. Potter jaló de mí hasta levantarme y me abrazó fuertemente. El tirón de la
aparición me arrastró del estómago hasta sacarlo de mí.
Capítulo 2
La peste a moho me golpeó una vez que mi estómago regresó a mí. Ah, estaba en
casa.
—¿Aquí es donde vives? —Potter sonaba mucho más que impresionado.
—Este encantamiento durará cuatro horas. Necesitarás conjurar otro o tus rodillas te
dolerán otra vez. ¿De acuerdo? Y quiero tu trasero en mi oficina la semana que viene.
El jueves a las cuatro.
El descanso del fin de semana me ayudó un poco. Podrás lastimar a un Malfoy, pero
te las verás muy duras para mantener al cabrón tirado por completo. Estaría mintiendo
si no admitía que, entre el constante dolor de cabeza y las nauseas persistentes,
arrastrarme hasta mi trabajo fue un infierno más difícil de lo usual. Como resultado de
eso, esa semana ni siquiera me preocupé por escribir ninguna carta. A Brown le debió
haber dado un ataque preguntándose por qué su trabajo se habría triplicado. Perra
estúpida. Seguramente mojaba las pantaletas pensando que de repente se había
vuelto más popular.
Cada noche pasé mi turno arrastrándome para poder terminar, demasiado cansado y
con la piel verde por las agallas de no comer nada más que un par de piezas de pan
humedecido con mermelada. Para el viernes, mis pantalones se me caían hasta las
caderas, y mis rodillas estaban tan jodidas como habían estado antes de que sufriera
la conmoción. De regreso a la agonía habitual, tuve que resignarme a visitar la Casa
de Penes y Pociones de Chalmers la tarde del siguiente día.
—Malfoy, cómo eres estúpido. Sabía que no podía confiar en ti. ¿Dónde diablos te
metiste el jueves? Aquí está como un puto congelador. Pensé que te había dicho
que…
—Deja de usar eso de inmediato. —Potter hizo un gesto con su cabeza hacia el
ungüento que reposaba en mi mesita de noche. El ungüento por el que prostituía mi
boca. Potter continuó gruñendo mientras se sentaba en mi cama y hacía más de esas
asombrosas cosas sobre mis rodillas con su varita—. Sé que te hace sentir mejor,
pero a la larga te producirá un daño permanente en las rodillas. El asunto es que no
sentirás los efectos adversos hasta que sean irreversibles. ¿Cómo diablos puedes
pagarlo?
—Te daré algo diferente. Gratis. No necesitas… —Se silenció durante los siguientes
quince minutos. Me recosté boca arriba y cerré los ojos, permitiendo que continuara
haciendo su magia. Ah, se sentía tan bien. Mejor que tener sexo. O, al menos, lo que
yo podía recordar de cómo era el sexo. El sexo real. No el prostituirme a mí mismo
por, bueno, por lo que necesitara en ese momento.
—Tu conmoción no está tan mal como pensé. Puedes regresar al trabajo el lunes, si
quieres hacerlo.
Los resortes de la cama rechinaron cuando Potter se levantó, y luego, sólo hubo
silencio. Abrí los ojos. Potter continuaba parado ahí, sólo mirándome.
—No tienes idea de lo raro que es esto. Escucharte decir que ignoras mis consejos
porque necesitas el dinero.
—No tienes idea de lo raro que es tenerte a ti sanándome en vez de que estés
tratando de matarme.
Potter se rió.
—No puedo —bostecé y me metí bajo las mantas—. Este mes mi cuota de hechizos
ya está muy reducida.
—¿Cuota de hechizos?
Flexioné mis rodillas y supe instantáneamente lo que Potter había estado haciendo
con su varita. Mis rodillas continuaban sin dolor. La habilidad de Potter como vencedor
de Señores Tenebrosos se había traducido hasta convertirlo en un sanador
grandiosamente bueno. Me levanté para hurgar un par de bolsas que estaban en la
mesa. Potter había comprado emparedados y sopa. Buen trabajo. Eso me ahorraría
un par de galeones.
—¿Podrías conjurar otra silla y calentar la sopa? —le pedí. Cuando me miró con las
cejas arqueadas, le recordé—: Cuota de hechizos.
—¿De qué se trata eso de tu cuota de hechizos? —Estaba mirando en otra dirección y
yo no podía verlo a los ojos.
—Sí, sí quiero —insistió él, pero no me miró a la cara, luciendo más que nunca sus
espantosos modales mientras se comía el emparedado.
—Ten cuidado con lo que deseas. Como sabes, tu Weasley es el oficial encargado de
mi libertad condicional. Él tiene la autoridad de limitar cuáles y cuántos hechizos
puedo usar. Dispongo de cien hechizos al mes. Nada defensivo, nada más que
simples encantamientos y conjuros, lo cual, esencialmente, quiere decir que soy un
squib con algo de ventaja. No puedo usar la aparición, y la red flu, solamente entre el
Callejón Diagon y el Callejón Knockturn. No salgo si no tengo que hacerlo, porque el
noventa por ciento de la población estaría encantada de verme retorciéndome bajo las
maldiciones más atroces conocidas por los magos… lo cuál sería, por
supuesto, antes de matarme. Prácticamente, soy un prisionero en este cuarto.
Trabajo, compro comida, y leo. Esa es la suma de la totalidad de mi existencia.
—Lo has entendido de una sola vez. Bravo, tiremos la casa por la ventana. Si me
mataras, dudo mucho que seas procesado. De hecho, si todavía no han declarado un
día en tu honor, el matarme seguramente provocará eso y más. ¿Quieres saber cuál
es mi repertorio de hechizos? Lo único que podría hacer es limpiarte las zapatillas o
afeitarte antes de que tú me avadakedavrees a mí. Cierto es que eso no nos lo
enseñaron en las clases de Defensa contra las Artes Oscuras. Encantamientos para
afeitar en treinta lecciones. Pero bueno, yo siempre creí que la educación de ese
colegio era de muy baja calidad.
Y así, regresamos al status quo. Si Potter se enojaba un poco más, mis ventanas se
harían añicos. ¿Cómo, en nombre de todos los dioses, Potter había podido sobrevivir
a la guerra y continuar siendo así de ingenuo?
No dijimos nada durante los siguientes minutos. Pansy habría estado mucho más que
divertida con todo eso: Potter y yo compartiendo una comida en mi cuarto de mala
muerte. En ese momento podía visualizar el artículo en El Profeta.
“El honorable Draco Malfoy, ex mortífago y actual paria, fue el anfitrión de un almuerzo
al que estuvo invitado Harry Potter, héroe de guerra y actual sanador. Los hábiles
hechizos ejecutados por la varita del señor Potter mantuvieron a raya a las ratas que
usualmente cohabitan con el señor Malfoy, y así, todos pudieron gozar de un alegre
rato de esparcimiento. Los emparedados no estaban tan mal, y la sopa estaba
caliente. Al menos un pollo ofrendó su vida para la realización del festín.”
—¿De qué te ríes?
—De lo que Pansy habría dicho si nos hubiera visto así. Tú y yo, a menos de un metro
de distancia, sin matarnos y almorzando juntos. Es medio alucinante, ¿no?
—Un poco —admitió él—. ¿Por qué Ron te limita el número de hechizos, Malfoy?
—No vas a quitar el dedo del renglón, ¿cierto? Como sea. Porque es un imbécil
vengativo que no puede desquitarse directamente con Voldemort, quien fue la persona
que realmente mató a Fred… o a George, o quienquiera que haya sido el que murió
(gracias por haber acabado con Voldemort, por cierto), así que se desquita conmigo.
Debiste haber visto su cara cuando se dio cuenta de que mi trabajo sería limpiar la
mierda de los demás. Prácticamente se orinó en sus pantalones cuando miró mi paga.
El hecho de que yo tenga que elegir entre estar caliente o rasurarme, hace su día más
feliz. Cien hechizos y/o encantamientos al mes. Haz la división. Son apenas tres
hechizos al día, y unos pocos más.
—Estás repitiéndote. Vete al diablo —le grité y me cubrí la cabeza con las mantas.
—Fred está muerto… eso lo ha hecho cambiar —dijo, lo suficientemente alto como
para obligarme a escucharlo aún sobre el peso de un par de mantas.
—“Él no es así” —lo remedé—. ¡Me lleva el maldito demonio si él no es así! Mandó a
Greg Goyle de regreso a Azkaban sólo porque no pudo encontrar trabajo. Se ahorcó
con sus sábanas al minuto de que cerraron la puerta de su celda. Yo tengo que
arrastrarme a la oficina de la comadreja una vez a la semana. Se da cuenta de que
apenas soy capaz de caminar, y creo que incluso se excita nada más al verme así de
tullido. Seguramente, en cuanto yo me voy, corre hacia el baño para poder pajearse a
gusto. Así que no me digas, no me digas…
—Gracias por ayudarme, Potter. Ahora sé un buen mártir y, por favor, lárgate de aquí.
—Me eché las mantas encima de la cabeza, tratando de no pensar en Pansy
muriendo como murió. Sola.
Cuando me desperté, tenue luz parpadeaba a través de las cortinas. Era el amanecer.
¿Potter me había puesto algo en el té o era simplemente que yo había estado tan
exhausto que pude haber dormido más o menos veinticuatro horas sin parar? El
cuarto estaba otra vez helado, la punta de mi nariz estaba absolutamente congelada.
Potter tenía que haber hecho su agosto conjurando encantamientos después de que
yo me dormí, porque me encontraba sofocado debajo de veinte kilos de edredones y
mantas que yo no poseía.
Levanté las caderas para bajarme los calzoncillos y luego doblé las rodillas. Jodido
Dios, podía doblar las rodillas. Mi erección se balanceó, rogando por atención. Era tan
increíblemente normal; una erección matutina era algo que todos los hombres de
veintitrés años debían tener, que casi lloré, porque esa no había sido mi normalidad
durante mucho tiempo.
—Por todos los malditos demonios —gemí cuando mi cuerpo se arqueó por encima de
la cama en un gesto de entrega, antes de hundirme de nuevo en la almohada—. Qué
bueno estuvo eso.
—Me alegro de oírlo, Malfoy —dijo Potter arrastrando la voz, justo antes de conjurar
otro encantamiento de calefacción.
Seguramente no debí de haberlo oído aparecerse, tan inmerso que estaba con mi
paja. No me sonrojé. No podía ni imaginarme que tendría que ocurrirme por aquellos
días para obligarme a sonrojarme. Busqué mi varita y usé uno de mis preciados
hechizos para conjurar un encantamiento limpiador.
—Muy felices —sonreí—. Y soy un Dios con los hechizos de limpieza, como podrás
imaginarte, considerando mi trabajo actual. Mira. —Me retiré las mantas para que él
pudiera echarle un vistazo a mis rodillas.
—Súbete los calzoncillos, Malfoy. Obviamente, tu polla está funcionando muy bien y
no necesita revisión.
Mientras Potter agitaba su varita encima de mis rodillas, lo observé. Como siempre lo
había hecho. Bueno, para ser honestos, nos observábamos mutuamente. Pasamos
casi siente años observándonos el uno al otro. Conocía la cara y el cuerpo de ese
hombre tan bien como los míos. Una tarde de nuestro sexto año, mientras cenábamos
en el Gran Comedor, Potter y yo nos mirábamos con un odio tan espeso que podías
cortarlo con un cuchillo y untar tu tostada con él, y Pansy comentó: “Es una bendición
que ustedes estén obsesionados el uno con el otro, porque si nada más fuera uno de
los dos el obsesionado, bueno… sería muy raro y muy triste.”
—Te ves muy mal —le repetí a Potter.
—Sí, lo sé —respondió él—. Tus rodillas están respondiendo, lo cual es una buena
señal. No es un daño irreversible. Existe un tratamiento para la artritis que parece
hecho justo a tu medida. Necesitarás sumergirte en una tina durante treinta minutos
todas las noches. Toma. —Sacó un pequeño vial de su bolsillo—. Pon tres gotas en el
agua caliente, y cuando digo caliente, justo a eso me refiero. También te ayudará con
tu hombro. —Se puso de pie—. Te daré más cuando se te termine. —Se sonrojó—.
Mándame una lechuza. Bueno, necesito ir a dormir un poco. Fue una mala noche…
Espera un minuto, ¿tienes tina en el baño, Malfoy?
Negué con la cabeza. Lo único que tenía era una ducha compartida, tan propensa a
llenarse de moho que a veces tenía que ducharme con zapatos.
—Cristo. A Ron va a darle un ataque, pero él se vendrá conmigo a casa. Tengo como
diez tinas ahí. Además, puedo encantar las chimeneas para mantenerlo caliente… sus
rodillas nunca se aliviarán si se queda aquí…
Me miró.
—Tal vez. Anoche perdí a alguien. Siempre me pongo mal cuando eso me sucede…
pero anoche… era un antiguo compañero. Michael Corner. ¿Lo recuerdas? Se
emborrachó hasta morir. Tenía tanto alcohol en el cuerpo que yo casi me embriagué
mientras estaba tratando de salvarlo.
Potter asintió.
—Lo siento. —¿Qué más podía decirle? Habíamos llegado al punto que casi me
sorprendía más cuando escuchaba que alguno de nuestros compañeros de
escuela continuabaestando vivo.
—Así que te vienes a casa conmigo. Sin discutir. Sin comentarios sarcásticos. Sin
nada. Te quedarás conmigo hasta que te encontremos otro lugar para vivir. Vas a
tener que hacer esta curación con la tina al menos durante tres meses si es que
quieres que tus rodillas sanen, así que necesitas vivir en un sitio con tina.
¿Comprendes? Y no tienes que chupármela para poder pagar. —La voz de Potter se
había estado elevando cada vez más, y al terminar, ya estaba gritando—. Esto es una
jodida mierda. ¿Mi mejor amigo? Ni siquiera puedo reconocerlo. Quiero decir, suena
como Ron, pero las cosas que dice… La gente continúa muriéndose, tú tienes que
hacer mamadas para poder comer… para poder caminar… y yo estoy tan harto de
esto… Creí que se terminaría cuando…
Se llevó las dos manos a la cara y se oprimió los ojos, como si estuviera
conteniéndose para no llorar, pero cuando se las retiró del rostro, no tenía lágrimas en
los ojos.
—¿Listo?
Ahí parado, con los hombros caídos y los ojos opacos por el cansancio, Potter lucía
muy vulnerable y muy viejo.
Esa última frase la había dicho a gritos, como si estuviera tratando de convencerme.
Cerró fuertemente los ojos y, cuando los abrió de nuevo, ya había conseguido
calmarse un poco.
—Ron cree que te lo mereces. Yo no estoy seguro de qué es lo que creo, pero sé que
estoy demasiado agotado como para disfrutar de tu sufrimiento, y tú estás demasiado
desesperado como para rechazar mi ayuda. Pienso que eso resume todo en pocas
palabras.
Cuatro años en Azkaban te hacen prácticamente a prueba de balas, pero tengo que
admitir haberme encontrado completamente impactado cuando Potter me apareció en
Grimmauld Place. Había asumido que nos estaríamos apareciendo en su casa de
Hogsmeade, pero más tarde me di cuenta de lo absurdo de esa idea. Como si su
esposa fuera a estar muy feliz de tener a un mortífago en su hogar. Muchas veces,
cuando niño, yo había visitado Grimmauld Place, mi madre mostrándole su precioso y
bien educado hijo a esa perfecta arpía, mi tía abuela. Me parece recordarme a mí
mismo recitando unos versos horribles mientras vestía un espantoso traje de
terciopelo azul. Mi madre no tenía muchos lapsos de mal gusto, pero cuando los tenía,
eran mucho más que espectaculares. No había estado ahí desde hacía más de quince
años, y, en ese entonces, la magia oscura había penetrado cada centímetro de la
casa y podía morderte la nuca cada vez que entrabas a una habitación. Pero ahora
todo eso había desaparecido, aunque continuaba siendo sombría, húmeda y fría, y los
corredores apestaban a ratas muertas.
—El primer cuarto de la derecha será el tuyo. Está en una esquina de la casa, y el sol
entra en él toda la mañana y toda la tarde. Se conserva tibio todo el día. Además,
tiene su propio baño.
—Pensé en darte uno de los cuartos de la planta baja, pero ésos no tienen baño. Así
que, me temo, tendrás que arreglártelas con las escaleras. Aquí es.
Abrió la puerta del cuarto que iba a ser mío durante las siguientes semanas. Apenas sí
podía reconocerlo. Cuando era niño, ese cuarto había sido una auténtica tumba,
cubierto con metros y metros de tapiz color morado oscuro que no había sido
cambiado desde finales de los 1800s. Alguien había quitado el papel tapiz de las
paredes, pintado el cuarto de color amarillo y, luego, colocado —bastante
torpemente— un estampado floral. Mediocre, pero mucho mejor que el morado
funeral. Me asomé en el baño en suite. Tenía una tina lo suficientemente grande como
para dos personas. Una cosa que tenían estos victorianos era que les gustaba
limpiarse los pecados a todo lujo.
—Gracias, Potter. Está bonito… muy de clase media y perfectamente plebeyo, pero
bonito.
—Vamos a compararlo con ese cuchitril dónde acabamos de estar, ahí donde los
alféizares de las ventanas están llenos de hoyos porque las ratas se lo pasan
royéndolos. Malfoy, si quieres sanar, te sugiero que te guardes tus comentarios
durante todo este tiempo. Los remordimientos que me hacen ayudarte podrían verse
completamente neutralizados por tu infalible habilidad para ser un hijo de puta. Pórtate
amable o te largas de aquí. Yo intentaré hacer lo mismo, ¿de acuerdo?
Derrotado, tuve que asentir lacónicamente. Al menos, Potter no me estaba pidiendo
mamadas para curarme.
—Mañana en la noche. Necesito estar ahí a las diez. Trabajo en el turno nocturno.
Era casi divertida la manera en que la voz de Potter sonaba tan segura cuando
impartía órdenes médicas. En la escuela nunca había sido así de confiado, era sólo un
chico torpe cuya ineptitud siempre escondía su poder. Constantemente yo lo había
subestimado por culpa de eso. Se sonrojaba, tartamudeaba, y de repente, hacía algo
como partirte en dos pedazos. Su destreza mágica siempre me impresionó. Fue mi
error. Fue el error de Voldemort.
—Te durará hasta que me despierte. Descansa las rodillas —me recordó y señaló
hacia la cama.
—No —dijo con algo de sorpresa—. Si tienes mucha hambre, en la cocina hay un
poco de pan, mantequilla y mermelada. No esperaba huéspedes, así que tendrás que
arreglártelas con tostadas. Iré de compras en un futuro próximo. ¿Puedes
preparártelas por ti mismo? Como te dije antes, fue una noche muy difícil. Necesito ir a
dormir. Te haremos tu primer tratamiento cuando despierte.
No estaba nada cansado, pero me quedé acostado ahí durante una hora hasta que
estuve seguro de que Potter estaría dormido. Entonces, me levanté y comencé a
husmear. Un surtido de raídas camisetas y calcetines sin par llenaban los cajones, y
varias camisas de vestir sin botones colgaban en el armario, tendidas precariamente
junto a un revoltijo de corbatas con diseños tan atroces que sospeché que Potter tenía
que haber estado borracho cuando fue a comprarlas. Pude distinguir su mal gusto
repartido por todo el cuarto como si fuera una snitch de veinticinco kilos de peso:
Potter me estaba dejando dormir en su propia habitación.
—¿Cómo estás, Malfoy? —Parpadeó y se pasó una mano a través del cabello. Era
sorprendente que pudiera hacer eso: atravesar con esos dedos tan bruscos la salvaje
mata de pelo que tenía en la cabeza.
—Estoy bien —bostezó en respuesta, demostrando que era obvio que no estaba bien,
que continuaba sintiéndose exhausto. Se apoyó en el marco de la puerta, deslizando
una mano bajo su camiseta para rascarse el estómago—. Necesitas tu tratamiento.
—¿Tratamiento? —repetí sin poner atención realmente, porque en lo único que podía
concentrarme era en esa “V” de vello oscuro que adornaba el estómago de Potter, la
cual, yo sabía muy bien, dirigía directamente hacia su pene. Maldita sea, mi primera
paja en años y ahora estaba desesperado, pensando seriamente en cómo serían las
partes privadas de Harry Potter.
El sexo en la prisión se había limitado a lo que dijera el cabrón que llevaba la batuta y
la varita, así que yo consideraba que mi vida sexual había dejado de existir durante
todos aquellos años; por lo tanto, no era sorprendente que cualquier persona
remotamente masculina y que no vistiera el uniforme de guardia de Azkaban, me
hiciera babear con ganas. Yo trabajaba solo, y a las únicas personas que veía fuera
del trabajo eran Chalmers y el maldito de Weasley. Y el día que uno de ésos cabrones
me la pusiera dura, sería el día de mi suicidio.
Levanté las rodillas para esconder la erección que tenía en ese momento y regresé mi
atención al libro.
—Duérmete otra hora. No voy a ir a ningún lado. Todavía me quedan dos capítulos
para terminar este libro.
Capítulo 3
—Snape dijo que no te quedaría cicatriz. —Potter señaló hacia la cicatriz de mi pecho.
—Te mintió. Antes solía molestarme, pero una vez que las cicatrices comenzaron a
ser abundantes, ya no me importó. ¿Quieres ver quién tiene más?
Estaba acostado dentro de la tina, completamente sumergido a excepción de la
cabeza mientras que Potter hacía algunos exámenes médicos en todo mi cuerpo. Me
sentía como un penitente en Lourdes. Si Potter se ponía una sotana y comenzaba a
murmurar Aves Marías, no me habría sorprendido.
—Te ganaría con los ojos cerrados. Ese maleficio ácido te dejó una fea cicatriz, ¿eh?
—murmuró mientras su varita se paseaba por encima de mi clavícula.
¿Qué caso tenía responder a eso? Todos nosotros nos habíamos arrojado
maldiciones los unos a los otros, nos habíamos mutilado y nos habíamos tratado de
matar. El hecho de que Potter y compañía lo hicieran en nombre de la luz y yo,
supuestamente, en nombre de la oscuridad, a estas alturas para mí ya era irrelevante.
Las personas "buenas" se suicidaban emborrachándose hasta morir, las personas
"malas", colgándose en sus celdas; Potter no parecía dormir mejor que yo. La mitad
de la guerra yo me lo había pasado despierto durante horas preguntándome si los que
estaban del lado "correcto" se sentirían menos asqueados y menos horrorizados de lo
que teníamos que hacer en batalla. Sospechaba que Potter y sus subordinados
sufrían la misma culpa paralizante y el mismo pavor que nosotros. Cuán depresivo era
darse cuenta de que todos nosotros habíamos quedado igual de asustados. Para
siempre.
—¿Cuánto me falta?
Durante un rato, Potter no respondió, pero luego dijo en voz tan baja que casi fue un
gruñido:
—Potter, las palabras que eliges para expresarte dejan mucho qué desear.
Antes de Azkaban yo nunca había sido muy modesto, y después de Azkaban podía
haber desfilado en cueros por el Callejón Diagon sin pestañear, pero eso era
inquietante. Gracias a Dios que el berrinche que Potter estaba teniendo era pequeño,
porque en uno de sus típicos arrebatos parecía un volcán a punto de hacer erupción.
Lo cual me venía bien, siempre y cuando continuara caminando por toda la casa en
ropa interior. Estaba demasiado delgado, pero el adolescente flacucho se había
convertido en un adulto nervudo en una manera que lo hacía verse atractivo, y debajo
de sus calzoncillos se dibujaba lo que parecía ser un muy lindo trasero. Pansy habría
estado más que divertida con eso.
El pensamiento de Pansy y yo riéndonos de mí, de que yo tuviera que conjurar
visiones vomitivas de Millicent para combatir erecciones inapropiadas, fue
interrumpido por una pregunta de Potter.
Que se jodiera. ¿Por qué las muertes provocadas por los ganadores son bien
aceptadas como el precio que hay que pagar por la victoria, mientras que las muertes
provocadas por los perdedores siempre serán consideradas como asesinatos?
—Por supuesto que no, pero, ¿por qué estás levantado a esta hora, estúpido? Apenas
pasa de las seis.
Aparentemente, Potter no era de los tipos que guardaban rencor. Al contrario de mí,
que alegremente podía odiar a cualquiera por un desaire hasta el siglo entrante.
—Seguro —me encogí de hombros, mi voz sonando sólo un poco tensa. Había estado
esperando que Potter me echara de la casa cuando llegara de cubrir su turno. Pero
supuse que su necesidad de salvarme era mayor que su necesidad de castigarme.
Podía comprender eso, considerando que mi necesidad de tenerlo a él para que me
sanara superaba, por mucho, mi necesidad de decirle que se podía meter por el culo
su lindo y calientito cuarto y sus movimientos de varita. Archienemigos que tiene que
joderse porque no hay más remedio, hagan fila de este lado, por favor.
—Es buena idea tomar algo antes de dormir —dije—. He estado despierto casi toda la
noche porque me funciona mejor dormir durante el día aún cuando no trabajo. Sólo
quiero terminar esta carta para mi madre y luego me iré a la cama.
Escribí "Te ama: Draco" seguido de varios "xoxo's". Subrayé dos veces las palabras
"Te ama".
—Entonces, ¿tu madre se las arregla bien? —preguntó, sirviéndome un vaso lleno de
whisky de fuego que luego me pasó.
Si "arregla" era la palabra clave para "vivir en el exilio y empeñar tus joyas para poder
comprar comida", entonces, sí. Gracias a Merlín mi madre siempre había sido una
aficionada a las joyas y mi padre le había consentido el vicio. Los abogados estaban
tratando de liberar las cuentas de banco de los Malfoy en Roma, pero el Ministerio no
dejaba de meter presión a los italianos para mantenernos en la pobreza. Como si la
pobreza fuera una manera de hacer penitencia.
—Está viviendo en Francia. Los del Ministerio no están interesados en ella per se,
pero si pone un pie en Inglaterra será arrestada. Tenemos dinero depositado en Italia
y eso es lo que quieren, así que si mi madre regresa a casa, la arrestarán para
mantenerla de rehén hasta que les suelte todo. Deja de fruncir el ceño, Potter. Así es
como funcionan las cosas, te guste o no. Cuando termine mi libertad condicional,
pienso alcanzarla en Francia. Salud.
—¿Cómo estuvo tu noche? —pregunté por cortesía. Dejarme el pescado y las patatas
había sido un detalle muy amable y completamente inesperado—. ¿Esta vez no hubo
mortífagos odiosos y bocazas con rodillas defectuosas molestando a tu personal?
—No esta noche —respondió él sonriendo ampliamente—. Sólo el surtido típico de
fracturas. Ah, y un niño de diez años que por accidente le puso orejas de burro a su
hermanita, y todo porque pensó que ella se estaba comportando como tal. ¿No es
gracioso cómo la magia accidental puede ser tan literal?
—Sí —respondí y le di otro sorbo al vaso. Potter podía tener el sentido de la moda de
un elfo doméstico, pero su gusto en bebidas no estaba del todo errado—. Cuando
tenía seis años me enfurecí y accidentalmente transformé a Greg en un cerdo de
verdad. Se había comido mi postre cuando yo no estaba mirando.
—Puedo apostarlo —afirmó Potter—. Debes haber sido un verdadero terror cuando
niño, Malfoy.
—Tengo que admitir que los elfos de mi casa suspiraron con alivio cuando me fui al
colegio. Me sorprende que tú no tengas todavía un ejército de mocosos, Potter.
Potter me estaba mirando con los ojos muy abiertos, y luego, chilló dentro de su vaso:
Oh, por todos los demonios. Una excelente razón por la que yo no debería beber
alcohol. La mayoría de las veces amo el sonido de mi voz, y cuando ya me he tomado
varios tragos siempre termino diciendo algo que no debo. Potter no podía haberse
horrorizado más si yo le hubiera dicho que nosotros dos éramos gemelos separados al
nacer.
—Así es, Potter. Soy rubio natural —dije sin mostrar expresión alguna, confiando en
que el humor salvaría lo que estaba convirtiéndose en lo que seguramente era uno de
los momentos más bochornosos de mi vida. Debí haber sabido que para Potter, todo
lo que no fuera femenino y en posición del misionero, sería motivo de excomulgación.
—Grandísimo imbécil, sólo estoy bromeando. Normalmente no suelo admitir las cosas
tan abiertamente por obvias razones, pero sí, soy gay. Si quieres comenzar a fumigar
tu cuarto, házmelo saber, porque mientras tú lo haces yo me iré por la chimenea
directo a mi nido de ratas libre de homofobia.
—Estoy… estoy bien con eso. De verdad. —Al fin, levantó los ojos hacia mí. Y no me
miró con el asco que yo me esperaba, sino con curiosidad y algo más que no pude
definir—. ¿Cuándo lo supiste? ¿Te despertaste un día y repentinamente lo supiste? —
Su dedo índice se paseaba una y otra vez por el borde de su vaso.
—Me desperté un día y vi a Oliver Wood en su uniforme de quidditch —dije con una
sonrisa maliciosa y levanté mi vaso.
¿Potter siempre había tenido ese sentido del humor y de alguna manera yo no me di
cuenta a pesar de mi constante escrutinio?
—¿Rojo y dorado? Todo lo que yo vi fue mucho cuero y un culo. Me masturbé con esa
imagen muchas más veces que las que estoy dispuesto a admitir.
Sus cejas se levantaron ante ese comentario pero enseguida sonrió y negó con la
cabeza.
El sol finalmente se abrió paso en el horizonte. Los dos observamos su camino dentro
de la cocina, los rayos ganando centímetro a centímetro, mientras bebíamos en medio
de un silencio nada incómodo. Un concepto casi imposible de ser comprendido por mi
mente de la misma manera que no podía comprender cómo podíamos haber
bromeado acerca de mis sesiones de masturbación en honor al culo extremadamente
bonito de Oliver Wood.
—¿Estás loco? ¿A mi padre? No lo admití ante mí mismo sino hasta que cumplí los
dieciséis. Los Malfoy no somos maricas. No debería sorprenderte que yo hubiera sido
un adolescente sarcástico y vil.
—Malfoy, también ahora eres sarcástico y vil, y no creo que vayas a dejar de serlo
nunca.
Le hice una seña obscena con un dedo, pero tenía una sonrisa en mi cara.
—En retrospectiva, sospecho que yo siempre supe que era gay. Las cartas que me
llegaban de casa todos los domingos eran una proverbial pesadilla. Centímetros y
centímetros dedicados a enlistar mis obligaciones familiares. No podías ignorar a mi
padre. No, en verdad.
Oh, mi chica…
—De que seas un marica declarado. De todas formas te amo. Que se jodan los
demás, cariño. Cuando la guerra termine, nosotros nos casaremos y podrás follarme
desde atrás, fingiendo que soy algún jovencito sexy de cabello oscuro que te acabas
de ligar. Tendremos tres niños sexys con ojos verdes y tres niñas rubias con ojos
grises de mirada traviesa. Tú tendrás tus novios y yo tendré los míos. Quizá hasta
podríamos compartirlos. De hecho, yo insistiría en eso porque, sabes, los que tú te
consigues realmente son los más guapos.
Nos reímos de eso, abrazándonos y llorando, porque de repente nos pareció que todo
iba a estar bien. Tontos, ingenuos de nosotros. Y todo podría haber estado bien. Si no
hubiera sido por la guerra, ella y yo habríamos tomado nuestro lugar en la sociedad
mágica y nos lo hubiéramos merecido.
De pronto, la cocina de Potter me pareció pequeña y claustrofóbica. La pérdida de
Pansy era suficientemente terrible sin recordar que, junto con ella, también se había
esfumado mi esperanza de continuar la línea de los Malfoy. Ni aun yo, con mis pelotas
de acero reforzadas en las gélidas celdas de Azkaban, podía encarar que mi apellido
muriera conmigo sin antes haberme beneficiado con varios vasos de whiskey de
fuego.
Me asusté con el tono ronco y bajo de su voz. El sol ya había salido por completo, el
whiskey de fuego ya había regresado a su lugar en la alacena y los dos vasos vacíos,
al aparador.
—Tú también te ves cansado. Siempre te ves cansado, Potter. ¿Por qué?
Asentí.
Potter me despertó a las seis tal como lo había prometido, y de inmediato me metió a
la tina. Una vez más, la camiseta interior y los calzoncillos estaban haciéndose notar,
y para combatir lo que aparentemente se había convertido en mi erección normal a la
hora del baño, conjuré en mi mente imágenes de una Millicent Bulstrode desnuda,
blandiendo un látigo y montando un hipogrifo. A grandes males, grandes remedios.
¿Por qué, por amor de Merlín, Potter no podía ponerse su ropa en vez de andar
caminando torpemente por todos lados en interiores? Me molestaba sobremanera
sentirme atraído por él. Si no fuera yo un objetivo ambulante podría conocer a otros
hombres y, posiblemente, follar con alguien de vez en cuando. Puse esas ridículas
ganas —las ganas de agarrar a Potter, arrojarlo contra una pared y frotarme contra él
como si fuera el último hombre sobre la Tierra— en el más alejado rincón de mi
cerebro y las sepulté ahí. Y luego, me deshice de la pala.
—Ese elixir hace crecer los cartílagos; desafortunadamente, no es tan eficiente como
el Crece-Huesos. Tienes los riñones severamente dañados. ¿Te duele cuando orinas?
—Sé que voy a odiar lo que vas a responderme, pero, ¿debo asumir que no tenías
este problema antes de ir a Azkaban?
—No, no lo tenía. De algún modo me perdí el capítulo diez de La Guía del Mortífago
para Jugar al Bridge. El guarda en turno aumentó su apuesta pero yo no me di cuenta
y aposté con dos corazones cuando debía haber sacado cuatro espadas…
—Malfoy…
Me giré.
—El burro hablando de orejas. Ya pasaron tus treinta minutos. ¿Por qué no te secas y
te acuestas en la cama? Veré que puedo hacer con tus riñones.
Era una batalla perdida, porque, ¿quién en su sano juicio querría pensar en Millicent
Bulstrode teniendo sexo con un hipogrifo?
¡Era ridículo! De entre toda la gente. ¡Potter! Jamás en la vida admitiría eso ante
nadie. No podría admitirlo ante nadie. Por supuesto, la opinión que tenía Potter sobre
mí era absolutamente fundamental. Lo que quiero decir es: ¿podía yo caer más bajo
de lo que ya había caído ante sus ojos? Encarémoslo. Alguna vez fuiste un mortífago,
todo lo demás palidece en comparación. Extrañamente, no me podía importar menos
si Potter pensaba que yo era un mortífago inmoral de mierda, pero lo que no quería
que creyera era que yo era un pervertido sexual. Me sequé en tiempo récord, girando
mi cuerpo para esconder otra nueva erección inducida por él. Hay sólo cierta cantidad
de imágenes de sexo Millicent/Hipogrifo que un hombre puede soportar sin ponerse a
vomitar con violencia. Me envolví firmemente una toalla alrededor de mi cintura,
caminé con rapidez hacia la cama y me dejé caer sobre ella, ahogando un "Ummp"
cuando aplasté mi erección contra el cubrecama.
—No necesitas hacer tanto alarde del buen trabajo que he hecho en ti, y menos
necesitas ponerte a correr de ese modo. Toma las cosas con calma.
¿Del buen trabajo que ha hecho en mí? Sofoqué un gemido y el abrumador deseo de
escarbar un agujero en ese maldito cubrecama.
—Claro —conseguí chillar con una voz que era tan tímida como un falsetto.
—Tus fieles lectores de El Profeta engullen hasta el más trivial detalle de tu vida. Me
sorprende no saber cual marca de papel sanitario usas. ¿Y tu perro se llama
Bamboleo? —Bufé con desagrado—. Seguramente es el nombre de perro más
patético que jamás había escuchado. Si algún día te salta directo a la yugular, no te
sorprendas. Yo lo haría si fuera perro y me pusieras Bamboleo…
—Si tú fueras perro, serías uno de esos terriers gruñones que muerden a toda la
gente sin pensarlo. Bamboleo está en la casa de George y Angelina. Ginny está de
gira; regresa hasta finales de la próxima semana. Bamboleo se va a la casa de
George cuando Ginny no está porque yo no puedo sacarlo a caminar durante las
noches que tengo que trabajar. Termino demasiado cansado. Yo me… me quedo aquí
cuando ella no está. Es más fácil aparecerse en San Mungo desde aquí, a diferencia
de Hogsmeade, especialmente desde que trabajo durante las noches. Regresaré a
Hogsmeade cuando Ginny vuelva a casa. Para entonces, tú ya deberás tener un
apartamento nuevo. Estaba pensando en aparecerme contigo la tarde del sábado
después de que hayamos dormido un rato.
Si eso no era una total mentira, yo dejaba de llamarme Malfoy. Cuando has
perfeccionado el arte de mentir, puedes olerlas a un kilómetro de distancia. ¿No
quería molestarse en aparecerse de Hogsmeade a San Mungo, pero en cambio, no
era un problema acarrearme a mí del brazo para ir a buscar apartamento? No tenía
que ser yo un puto genio en aritmancia —y resultaba que sí lo era— para saber que
algo estaba mal en esa ecuación.
Potter murmuró algo en latín y de nuevo ahí estaba ese alivio, esa disipación del dolor
que me hacían desear gritar aleluyas tan alto que podrían escucharme hasta Cardiff.
Había aprendido a aceptar cierto nivel de dolor, y de alguna forma ya ni siquiera lo
sentía. No, eso no es cierto, sí lo sentía, pero había sido tan permanente, como si de
repente me hubiera brotado otro brazo y, maldita sea, hubiera tenido que
acostumbrarme a él. Pero la ausencia del dolor era tan gloriosa que no podía
imaginarme siendo tan estoico otra vez.
—Potter —dije, abriendo apenas la boca—, dejando de lado por un breve minuto ese
asunto de los enemigos mortales que hemos tenido tú y yo, nunca jamás volveré a
despreciar tus habilidades mágicas. Te lo agradezco desde el fondo de mi corazón.
No puedo explicarte como… como…
Me apoyé en mis codos para incorporarme y lo miré. Tal vez lo odiaba, pero eso no
quería decir que no estuviera agradecido.
—De nada, Malfoy. —Potter tiró de la toalla que había enroscado alrededor de mi
trasero—. Nunca creí que tú me… ya sabes… bueno, que… que me agradecerías
algo.
Potter estaba tartamudeando, tragando y sonrojándose sólo por eso. Dios mío, ¿por
qué estaba sonrojado? A continuación siguió el inevitable tirón de su pelo, lo cual sólo
servía para que su cabello se parara en picos por toda su cabeza.
—Sí, eh, de nada. —Más sonrojos y tiró más de la toalla hacia arriba, lo que provocó
que la mitad inferior de mi culo quedara expuesto. Entonces, Potter se quedó mirando
con horror y tiró hacia abajo para cubrir lo que había descubierto y soltó—: Uh, lo
siento. —Luego, se sonrojó otra vez, todavía más—. Bueno. De acuerdo —masculló y
salió a toda prisa de la habitación.
Me vestí lentamente, más que sorprendido por la reacción de Potter. Con toda
seguridad un poco cortesía de mi parte no era así de impactante, ¿o sí?
Por favor, por favor, Merlín, que no sea por el asunto gay.
¿Potter estaría temeroso de que yo tomara sus cuidados médicos como una
proposición? ¿Habría notado mi erección? Me sonrojé por primera vez en años. Por
favor, Merlín, no permitas que Potter haya visto eso. Lo que tenía que hacer era
pajearme sin parar todas las noches antes de levantarme y pensar sin cesar en el
escenario de sexo protagonizado por Millicent y el hipogrifo para que así, mi pene se
comportara cuando Potter estuviese cerca de mí.
De verdad me urgía acostarme con alguien. Resultaba obvio que mis años en
Azkaban como el juguete sexual de aquel guarda no habían afectado mi libido, algo
por lo que estaba profundamente agradecido. Pero, ¿por qué Potter tenía que ser el
único masculino dentro de mi limitado radio que yo no detestaba con pasión?
No estaba en la cocina cuando bajé las escaleras, aunque tampoco estaba esperando
que así fuera. Supuse que esa noche era mi turno de preparar la cena. No era una
gran catástrofe. Durante el tiempo en la prisión había conseguido aprender algunas
habilidades básicas acerca de la cocina. Había sido asignado al destacamento de las
cocinas de Azkaban. Aparentemente, mi facilidad para Pociones les hacía suponer
que también sería bueno preparando alimentos.
Un ruido ahogado que parecía ser un bufido me indicó que Potter me había
escuchado, pero pasaron cuarenta y cinco minutos y él no bajaba. Para esa hora, yo
ya había terminado de comer. Nos topamos frente a frente cuando me dirigía a la
chimenea del salón para ir a trabajar. Parpadeó varias veces cuando me vio, como si
estuviera sorprendido de que todavía estuviera ahí.
—Potter, ¿está todo bien? Estás actuando extraño. Por supuesto, es difícil de decir…
—Sí, bien, estoy bien —protestó, enderezándose—. Será mejor que te vayas. No
querrás llegar tarde. Espera, ¿tus rodillas están bien?
—Sí, se sienten genial. No tan bien como antes de los nueve millones de mamadas,
pero están muy bien.
—No hagas eso —susurró. Puso una mano sobre mi hombro, y con su otra mano se
cubrió los ojos—. Por favor, no lo hagas.
Eso era jodidamente raro. Aunque echaba por tierra mi sospecha de que Potter fuera
un troll homofóbico y negado que todavía no podía admitirlo porque ser homofóbico
era demasiado anti-Gryffindor.
Eso era lo que yo odiaba de la gente como Potter. Siempre tienes que cambiar de
opinión respecto a ellos. Si los Slytherin nos comportábamos confusos era porque
tenía que haber una maldita buena razón. Como que quisieran meterse en tus
pantalones o algo así de normal.
—Potter, no seas idiota —lo reprendí. Su mano apretó mi hombro un poco más—.
Mírame.
Dejó caer la mano que tenía sobre la cara y… por las pelotas de Merlín, ¿de verdad
había dormido algo? Candil de la calle y oscuridad de su casa. Si las bolsas bajo sus
ojos fueran un poco más grandes necesitaría un sherpa de tiempo completo que le
ayudara a cargarlas.
—Creo que ya tienes demasiado peso sobre tus hombros. No necesitas cargar
también con lo mío. Como ya te dije, Azkaban te fortalece o te quiebra. Estoy un poco
roto y desportillado, lo reconozco, pero esencialmente sigo entero.
Llevé mi mano hasta su hombro y se lo apreté. Bendito Dios, estaba casi tan huesudo
como el mío. Me soltó del hombro y puso su mano sobre la mía, entrelazando
nuestros dedos.
—Yo… yo no lo sé ya. Creí que estaba bien, pero ahora, yo… yo sólo pienso y pienso
en Ron y en cómo la guerra lo ha cambiado. Y en Fred… ya sabes… en esas cosas…
Bueno, yo no sabía que quería decir con "esas cosas". Mis "cosas" se reducían a
conseguir dinero para pagar la renta y sobrevivir el inevitable ataque de algún lunático
con un hacha como parte de mi rutina.
—¿Cómo lo haces? ¿Cómo haces para que no llegue hasta ti? Lo que pasó en
Azkaban…
Potter era el maestro de las frases inconclusas. Eso era un poco desconcertante
porque antes yo nunca había tenido ningún problema para finalizar sus pensamientos.
Fruncí el ceño.
—Por supuesto que llega hasta mí. Lo único que yo hago es negarme a dejar
que llegue a mí, si entiendes lo que quiero decir. Ser un grandísimo hijo de puta ayuda
en cantidad.
Seguramente eso no era lo más sensible que podía haber dicho, pero era la verdad.
La reputación de los Slytherin de ser inherentemente crueles y despiadados era una
tontería. Lo que nosotros realmente éramos era ser inflexiblemente honestos, lo que
comúnmente era cruel. Excepto cuando estábamos mintiendo, por supuesto.
Potter comenzó a reír. Se rió tan fuerte que se debilitó y tuvo que apoyarse contra mí
para mantenerse de pie. Pude sentir toda la tensión abandonando su cuerpo mientras
soltaba risitas y risotadas.
—Sí, eso haría. —Le dio a mi mano un último apretón y luego se alejó por completo
de mí—. Mándame una lechuza si tus rodillas te dan algún problema.
—Sí.
—Regresa a la cama y toma un poco de poción para dormir sin soñar. Sé que he
dicho esto repetidamente durante el último par de días, pero realmente, realmente, te
ves como mierda.
—¿Mandón? ¿Un Malfoy? Nosotros no somos mandones, Potter. Dar órdenes es una
forma de arte que hemos perfeccionado a través de los siglos.
—Oh, por amor de Dios, vete a trabajar. Más bien lo que ustedes han perfeccionado a
través de los siglos ha sido cómo ser los mejores idiotas insufribles. Espera, una
última revisión. —Potter agitó su varita sobre mis rodillas—. Sólo por si acaso. Que
tengas una buena noche, Malfoy.
De algún modo conseguí atravesar el salón sin cojear y me transporté vía flu hacia el
trabajo. Cuando llegué tuve que acomodarme mi pene dentro de los pantalones. Esa
sonrisa de Potter era pura seducción.
Capítulo 4
Los cinco días siguientes se convirtieron en una rutina. Ahora que podía caminar de
verdad, completaba mi turno de ocho horas en sólo tres y luego me ponía con las
cartas, escribiendo varias docenas de irritadas respuestas a esa gente mayormente
despistada que sólo estaba en búsqueda de un poco de atención. También escribía
unas pocas misivas más amables (aunque todavía algo irritadas) para aquellos
desventurados que tenían problemas legítimos y que estaban tan desesperados que
no tenían más remedio que buscar la ayuda de Lavie Brown en El Profeta.
Obviamente, ella era su última esperanza, su único puerto en una noche de tormenta.
Si yo estuviera ardiendo en llamas ni siquiera estaría esperando que la zorra
subnormal convocara una cubeta de agua para arrojarla sobre mi cadáver humeante,
pero hay gente para todo.
Y pudiera ser que yo no tuviera ningún amigo (porque todos ellos estaban muertos),
pero encontraba bastante raro el hecho de que Potter pareciera tan carente de
amistades como lo estaba yo. Ninguna esposa le mandaba lechuzas, ninguna salida
por un trago con aquel cretino de Weasley y su irritante mujer. Potter parecía
perfectamente feliz dándome mis baños, agitando su varita sobre mis rodillas y friendo
salchichas mientras yo aplastaba las patatas. Eso era tan desconcertante que el
jueves dije algo durante el baño.
—Potter, ¿qué pasa? Nada de lechuzas, nada de vida social. Ni siquiera de parte de
tu esposa. Asumo que no tienes la conversación más avasallante del mundo, pero aún
así… Y tengo que admitir que aunque mi caso es suficiente como para convertirme en
una curiosidad médica (¿Cuántas horas puede permanecer un mago británico
relativamente normal arrodillado sobre el piso congelado de una prisión antes de
joderse las rodillas?), pero, de verdad, ¿por qué no tienes vida social? Tú no
eres así de aburrido.
Potter agachó la cabeza, una señal segura de que estaba tratando de poner en orden
sus pensamientos. Me quedé tendido ahí sin decir nada, esperando. Es lo curioso
acerca de los Gryffindors: si hubiera sido yo, le habría dicho que se fuera a la mierda
sin ni siquiera pensarlo, pero él, en cambio, realmente estaba pensando en cómo ser
educado mientras me mandaba amablemente a la mierda. Cuando levantó la cabeza,
fijó la mirada en una línea de azulejo que se alzaba a un metro por arriba de mí.
—Tuve un pequeño altercado con Ron por causa tuya, si de verdad te interesa
saberlo. Él hizo que toda la familia completa se enfureciera conmigo, además de todos
nuestros amigos. Hermione ha aprendido a mantenerse fuera cuando Ron y yo nos
peleamos, pero aparte de las insistentes llamadas por la red flu que me hace todas las
noches, no se ha acercado a mí. —Entonces Potter me miró directo a los ojos y la
amabilidad se largó por la ventana—. Y Ginny… no es asunto tuyo.
—Sí, mis bolas están lo suficientemente hervidas a estas alturas. ¿Por qué estás
haciendo esto? Y no me vengas con el patético sonsonete de que tienes que salvar
gente. Asumo que tienes un tipo de fetiche que apunta hacia esa dirección, pero esto
ya raya en lo psicótico. Una cosa es pasarme un poco de tónico gratis. Cederme tu
habitación y alimentarme, ya es otra muy diferente.
—Hemos terminado. Toma. —Alcanzó una toalla y la arrojó hacia mí. Levanté mi
mano y la atrapé en el aire—. No has perdido esa habilidad —murmuró antes de salir
del baño.
Los huevos estaban casi listos, así que me puse a tostar pan y a embarrarlo con
cuantiosas cantidades de mantequilla, de ese modo en el que a ambos nos gustaba
comernos las tostadas. Potter me sirvió una saludable ración sin decirme ni una
palabra. No fue sino hasta que él se zampó el remanente de su yema de huevo con su
último pedazo de pan, cuando por fin abrió la boca.
Yo había estado esperando esa pregunta desde la primera noche que me había
quedado ahí. Sentí curiosidad de saber por qué la pelea con Weasley por fin lo había
hecho reaccionar.
Aquel año que Voldemort había ganado poder, aprendí que esa gloria, como mi padre
y su equipo de compinches sedientos de poder la llamaban, carecía de valor en el
mundo de Voldemort. La compasión se volvió mucho más importante conforme la
guerra avanzaba; cuando conjuré un cruciatus sobre un indefenso muggle mientras la
huesuda mano de Voldemort aferraba el hombro de mi madre, la indudable indirecta;
cuando me paré ante las ruinas del castillo simplemente intentando sobrevivir y
observando a mi amigo de la niñez arremetiendo contra todos los desaires y
menosprecios que había sufrido a través de los años. Espero que esos tres segundos
de gloria valgan la pena antes de que mi cuerpo quede reducido a cenizas.
Por supuesto que ellos creyeron que había sido sólo un tipo de orgullo insufrible. Pero
no había sido nada de eso. Había sido sólo el instinto de supervivencia en su más
básico nivel. Y si eso significaba tener que conjurar cruciatus sobre indefensos
muggles en vez de que Voldemort lo hiciera sobre mi madre, que así fuera. Tengan
compasión de mí.
—¿Importa?
—Quizá. Quizá ahora sí. Porque parece que me están obligando a elegir entre él y tú.
—Dímelo.
Pelear o huir. Pelear o huir. Mi mente trabajaba a toda velocidad antes de que el
sentido común tomara el control. Con las rodillas echadas a perder y la amenaza de
regresar a Azkaban si utilizaba la aparición, no podía elegir ninguna de las dos
opciones. Dejé de empujarme contra él y de luchar contra su agarre. Tal vez no sería
capaz de enfrentarme a él físicamente, ni de hechizarlo y mucho menos de negar su
inexplicable hospitalidad, pero nunca en la vida me había negado a verlo directo a los
ojos y a sostenerle la mirada, y no iba a comenzar a hacerlo en ese momento.
—Por mi familia —dije una vez y confié en que me hubiera escuchado—. El motivo fue
mi familia —añadí—. Mi turno de preguntar. ¿Tú por qué estás haciendo esto?
—Porque… porque…
Sus dedos se clavaron en mis hombros, lo suficientemente duro como para causarme
moretones, y entonces, aflojó el agarre. Se dejó caer contra mí y comenzó a
abrazarme… No, era algo más desesperado que un abrazo; me apretó como si yo
fuera algún tipo de salvavidas. Seguramente yo estaba tan hambriento de cualquier
tipo de contacto humano —contacto real, no un pene en mi boca o una mano
apretándose sobre mi garganta— porque mis brazos se cerraron a su alrededor sin ni
siquiera pensar en eso.
—¿Y bien? —No iba a dejarlo pasar. Ahora necesitaba saberlo. ¿Por qué Draco
Malfoy, delincuente confeso, era capaz de tener la más mínima oportunidad contra
Ronald Weasley, Orden de Merlín, Primera Clase?
—Yo… —comenzó Potter, pero mantuvo su cabeza agachada por lo que no podía
verle la cara—. Ron se está convirtiendo en alguien que ya no conozco. Y sí, yo
también perdí a mi familia, pero él dice que no es igual porque nunca conocí a mis
padres. Pero por eso mismo a mí me parece que es peor. Está tan amargado y…
¡Joder! Ni siquiera sé cómo puedes caminar con semejante daño, y ver a otro ser
humano sufriendo así y no hacer nada al respecto, y limitar tus hechizos
convirtiéndote en un blanco fácil… ¡Cristo! Ni siquiera puedes correr si alguien trata de
lanzarte una maldición y…
Potter no dijo "la muerte de mis padres". Vaya, vaya, vaya… Snape había tenido
debilidad por Lily Potter. Contrario a todo lo aparente, al hombre sí le había latido el
corazón.
Nunca antes le había dicho eso a nadie en voz alta, y hasta yo podía ver la suprema
ironía que significaba el hecho de que la primera persona con la que tenía que
justificar mi comportamiento, fuese Harry Potter. Flexioné una rodilla y no sentí ningún
dolor. Que se pudriera mil veces en el infierno, pero el maldito tal vez se merecía que
yo se lo explicara.
—Desde que yo estaba de este tamaño —puse mi mano a un metro del suelo—… las
cenas en la Mansión Malfoy normalmente involucraban alguna charla diaria acerca de
cómo Dumbledore iba a destruir el mundo mágico tal como nosotros lo conocíamos.
De cómo mi padre y sus amigos eran la última línea de defensa en contra del
Armagedón. Sácate esa idea de la cabeza ahora. Él era mi padre, y hasta que cumplí
los diecisiete, yo confiaba en él y lo amaba. Todavía continúo amándolo. ¿Te parece
extraño que yo haya imitado sus ideales? Todo el tiempo estuve rodeado por gente
que repetía como loro lo mismo que él decía. Mi padre no era ningún donnadie. Las
personas lo honraban, lo celebraban. Básicamente, le lamían las botas. Se podría
decir que en esencia él era el Ministro de Magia. ¿Crees que ese grandísimo idiota de
Fudge hacía algo sin que mi padre le diera primero su aprobación? ¿Qué cosa, en
semejante escenario, iba a darme a mí alguna pista de que mi padre era alguien
jodidamente vil y, tal vez, hasta malévolo?
Potter negó con la cabeza y su rostro tenía esa expresión de obstinación tan típica en
él: ojos entrecerrados, mejillas sonrojadas, los brazos firmemente cruzados alrededor
de su torso y su boca casi desvanecida en una delgada y apretada línea.
—Estoy haciendo todo mi esfuerzo por no darte un buen golpe ahora mismo, Malfoy.
Estoy seguro de que…
—No todos tenemos la brújula de moral que tú tienes, Potter —lo interrumpí—. No soy
ningún jodido santo. Vivía en un mundo enclaustrado. Los amigos de mis padres
habían sido acólitos de Voldemort. ¿Realmente crees que yo escuché una sola
palabra acerca de las atrocidades cometidas en la Primera Guerra? Por supuesto que
no. Escuché acerca de políticas desastrosas promovidas por Dumbledore que nos
llevarían a fraternizar con los muggles, lo cual era el primer paso en la destrucción del
mundo mágico. ¿Recuerdas la manera en que tus parientes no mágicos te aceptaron
a ti?
—Recordarás, Potter, que yo quise darte la mano, gesto que tú rehusaste. ¿Crees que
yo habría hecho eso si en ese momento mi casa hubiera sido una central de
Voldemort? Mi padre negaba en público haber sido un mortífago, y en casa también lo
negó durante bastantes años. No fue sino hasta mucho después que yo me di cuenta
de que nos había mentido, y para entonces yo ya deseaba unirme a ellos. Había
pasado seis años observando a Dumbledore forzando todas las reglas por ti,
ignorando todo lo malo o incorrecto donde tú estuvieras involucrado. ¿Cómo demonios
se supone que iba a saber lo que estaba en juego? ¡Tú lo sabías, pero nadie más
aparte de ti! Todo lo que yo veía era un favoritismo descarado.
—Bien —espeté—. Como sea, Dumbledore tendría que darse las gracias a él mismo
por haberme hecho ingresar a las filas de Voldemort. No estoy diciendo que no lo
habría hecho de todas formas, pero…
Apenas dije eso, Potter se alejó de la mesa tan violentamente que su silla cayó hasta
el suelo. Me miraba con furia y su varita había hecho su aparición como si siempre
hubiera estado ahí. Olvídate de la nariz fracturada. A estas alturas estamos hablando
de la posibilidad muy real de enfrentar algún Imperdonable.
Abrió mucho la boca, pero antes de que pudiera decir nada, yo continué.
—Sí, títeres. Tú y tus amigos fueron los títeres de Dumbledore, y mis amigos y yo, los
de Voldemort. La juventud y la estupidez. Aquella vez que me encontraste en el baño
de Myrtle la Llorona —no podía ni recordar ese episodio sin estremecerme—, yo ya
estaba completamente desesperado. Un error más y dudo mucho que mis padres
hubieran escapado al castigo. Esa era la manera favorita de Voldemort para motivarte
a trabajar. Y si no cumplías, el castigo era ejemplar. Imagínate a ti mismo
preguntándote si tu madre se convertiría en la siguiente Alice Longbottom si no
conseguías que el armario lograra funcionar.
—Todo eso es una jodida mierda, Malfoy. Tú tenías la marca desde el verano anterior
a nuestro sexto año.
—Eso fue el primer presentimiento que tuve de que tal vez mi padre estaba
equivocado respecto a Dumbledore. Una vez más, te lo agradezco. Podrías haber
mentido en el Wizengamot. Snape estaba muerto, nadie podría haberte contradicho.
—No podía mentir —confesó Potter y entonces dejó caer la mano en la que tenía la
varita—. Sin importar lo mucho que quisiera hacerlo.
Potter no sonrió, pero sus hombros se relajaron hasta adquirir su habitual caída.
—No puedes imaginarte lo que vi durante ese año, lo que hice en nombre de la
supervivencia. Me vendí a ese demente, cierto, pero, ¿olvidar lo que había visto?
Solamente un supremo tarado habría elegido a Voldemort en vez de a ti. Soy venal,
malicioso, cruel y seguramente en algunas ocasiones también soy despiadado,
pero no soy un estúpido. Tú ganaste. De nuevo. Quizá fue la única vez en que tuviste
mi completo apoyo, y créeme, yo te apoyaba en serio. Ah, y gracias de nuevo por
salvarme la vida. Podrías haberme condenado a sufrir el mismo destino de Vince, pero
no lo hiciste. Yo te salvé de Voldemort, tú me salvaste de Vince. Yo diría que estamos
a mano.
¿Por qué me estaba justificando ante él? Después de mi cita con la Comadreja
regresaría ahí a empacar mis pocas cosas y a regresar de inmediato a mi agujero
mohoso pero libre de gente que estuviera juzgándome.
—Para cuando me di cuenta de que Voldemort no era el salvador del mundo mágico,
fue demasiado tarde. Tanto, que lo único que me interesaba salvar era a mí mismo. —
Levanté el brazo para que Potter pudiera ver mi marca, tan fresca y definida como el
día en que había sido grabada a fuego en mí—. Yo no tengo la fortaleza de Snape.
Hice lo que pude, cuando pude. Como en la Mansión, contigo. También hice cosas
que el Ministerio nunca sabrá, y las hice porque tenía que hacerlo. No tengo la menor
duda de que si tú hubieras estado en mis zapatos, te habrías negado. Decirle no a
Voldemort significaba un boleto en primera clase a la tortura y la muerte… si tenías
suerte de morir. Yo no soy así de valiente.
—Eres muy valiente. —Su voz sonaba tan rasposa y cansada como la mía. Hizo una
seña con su varita en dirección a mis rodillas.
—En la Mansión. Para hacer eso se necesitaba valentía. —Una mano se apoyó en mi
hombro y me empujó gentilmente de modo que caí de nuevo sobre mi silla. La otra
mano de Potter estaba tendida hacia mí en espera de que la tomara—. Gracias —
murmuró—. Por, ya sabes, lo que pasó en la Mansión.
—Lo hice por mi familia. Era sólo cuestión de tiempo antes de que matara a uno de
nosotros. Tú eras nuestra única esperanza.
Potter levantó su silla para poder volver a sentarse en ella, reparó los platos rotos, los
mandó levitando hacia el fregador y soltó un suspiro tan profundo que debió haber
provenido desde sus propios pies. Apoyó la barbilla sobre la palma de una mano y
suspiró otra vez mientras me observaba.
—Eres todo un caso, Malfoy. No lo dudes ni tantito —dijo Potter, pero no con enojo—.
Me encantaría beber algo, pero tengo que ir a trabajar esta noche y tú también. Cristo,
estoy exhausto —se quejó, pasando esos dedos rudos a través de su mata de pelo.
Una vez más, inexplicablemente, quise confortarlo, quise seguir esa mano con la mía
y darle un pequeño apretón en la nuca. Claramente me estaba volviendo loco, y entre
más pronto me largara a mi propio apartamento, mejor. Porque si no, lo siguiente que
estaría haciendo sería firmar mis cartas con un corazón en lugar de la "o" de "Draco".
Nunca pensé que realmente querría irme al trabajo, pero una hora o dos ante la
presencia de Potter y yo ya estaba que me moría por escaparme a El Profeta.
—¿Hemos… terminado de hablar, Potter? —De verdad deseaba que así fuera, porque
ya había hecho suficiente "desnudamiento de alma" como para una vida entera. Más
de eso iba en contra de los principios de un Slytherin.
—Claro. No puedo evitar recordar todos esos años con otro tipo de… —Meneó la
mano sin sentido.
—¿Qué esperas? —A veces Potter era tan tonto—. Yo fui responsable por mutilar a
uno de sus hermanos y estaba del lado de los que mataron al otro. Si yo estuviera en
sus zapatos, también me odiaría. Hablando de eso, a la primera oportunidad que
tenga, acabaré con él. Greg Goyle fue como un hermano para mí, y la complicidad de
Weasley en su muerte fue la misma que la mía en la de sus hermanos.
Potter levantó una mano y me tomó de la barbilla, acunándomela con su palma. Tuve
que tragarme un jadeo.
—Es por eso que soy sanador, Malfoy. Esto tiene que parar. Quizá el primer paso sea
sanar a los antiguos mortífagos.
Luché con todas mis fuerzas para no inclinar la cabeza contra aquella mano tibia.
—¿Tienes que parar esto tú solo? —susurré y, Cristo, ¿no era esa la noche de las
epifanías? Tuve el primer indicio de por qué la gente lo reverenciaba. No era tanto
porque fuera una especie de mártir, sino porque era así de valiente. Voluntariamente
ponía en peligro su amistad con Weasley por causa mía. Porque, ante sus ojos, eso
era lo correcto.
—No estoy haciendo esto porque sea una especie de magnánimo. Quiero que
ustedes dos se besen y se reconcilien porque él puede y hará de mi vida un infierno.
Si Weasley realmente quisiera ser desagradable —señalé— podía regresarme a
Azkaban porque no estoy viviendo en el agujero post-prisión que fue aprobado por él.
—No hará tal cosa. No tendría con qué justificarse ante la junta de libertad condicional
mientras tú estés viviendo conmigo —afirmó con la suprema seguridad de ser el héroe
de guerra.
—¿Qué? —Potter puso su cara de "estoy tan confundido pero, oye, así son las cosas".
—Sí, pero soy un cabrón vivo. Y que necesita irse a trabajar. —Empujé la silla para
acomodarla—. Mañana, a eso de las dos de la tarde tengo que ir a ver a tu Weasley
para que me dé por el culo como cada dos semanas. Estaré en casa alrededor de
las… —Ante la horrorizada expresión de su cara, dije—: Por amor de dios, Potter. Es
sólo una manera de hablar. Hasta yo tengo mis estándares, y primero me pondría a
cuatro patas para Fenrir Greyback antes de hacerlo para ese hijo de puta. Apuesto
que hasta tiene pecas en la polla. Si tengo suerte, podré regresar a dormir cuando
llegue a casa, asumiendo que Weasley no me arrojará una maldición en mi camino a
la puerta de su oficina. ¿Me despiertas a las siete? El sábado dormiremos hasta tarde
y luego buscaremos un cuartucho en suite apropiado por moi.
Capítulo 5
Potter de verdad tenía influencias. Weasley no me dijo ni "pío" cuando llegué a firmar
los documentos donde confirmo que soy un mortifaguito reformado y que no tengo
intenciones de cometer ningún tipo de maldición mortifáguea durante las siguientes
dos semanas. Weasley empujó el pergamino por encima de su escritorio hacia mí y
me arrojó un bolígrafo. Firmé, le arrojé el bolígrafo de regreso y empujé la declaración
jurada hacia él. Chapoteé en el casi irresistible deseo de regodearme ante él de tener
a Potter de mi lado, pero, aunque en algunas ocasiones pudiera ser
monumentalmente insensato, no soy estúpido. Así que todo lo que dije fue:
Consideré que esa situación era inmejorable y que no podía perder nada pasara lo
que pasara, que cuando regresé a Grimmauld Place dormí como un bebé hasta que
Potter me despertó para mi baño. Después, nos comimos nuestra cena y revisé El
Profeta, trazando un círculo alrededor de varios anuncios de apartamentos en la
sección de clasificados en anticipación a nuestra cacería de cuartos del día siguiente.
—Es de los Flint. ¿Recuerdas a Marcus Flint? El que tenía unos dientes que cualquier
dentista hubiera amado con locura.
—Tienes que tener una tina, Malfoy —gruñó Potter mientras golpeaba otra puerta
más.
—¿Parece como si esto fuera mi culpa? —respondí. Me dolían las rodillas, pero
primero muerto antes de decírselo a Potter. Sólo nos quedaban dos lugares más por
ver. Podía soportarlo. La mención que Potter había hecho al episodio con el hipogrifo
días antes en el hospital, me escoció. Qué típico. Aquel incompetente de Hagrid nos
salía con esas criaturas malévolas como si fueran gatitos de tres semanas de nacidos,
y yo era etiquetado como un mariquita porque no había hecho una reverencia lo
suficientemente profunda y la cosa ésa casi me había arrancado el brazo.
Un hombre de mediana edad, gordo y casi calvo, abrió la puerta que Potter acababa
de golpear. Vistiendo sólo una camiseta interior que no cubría muy bien su estómago,
el hombre llevaba en la mano un enorme tarro de cerveza lleno hasta el borde. Casi
se le cayó cuando vio quién estaba parado ante su puerta.
—No considero que tú necesites un lugar para dormir —le dijo el hombre a Potter—.
¿Es para él? —Me señaló con uno de sus pulgares.
¡Mi radar estaba gritando "No, no, no"! Potter sintió la misma vibra porque me hizo una
seña negativa con la cabeza y luego deslizó su mano por debajo de mi codo.
—¿Malfoy?
No podía responder porque la verdad era que si ese cuarto hubiera estado un poco
decente, yo lo habría alquilado. Porque no podía permitirme volver a sentir ese dolor.
Ahora que sabía lo que era caminar y no tener que apretar las mandíbulas y contener
una mueca o un gemido a cada paso… En Azkaban el dolor había sido gradual,
incrementándose semana a semana, con mi umbral de dolor aumentando y
aumentando para enfrentarse a cada nueva agonía. Pero Potter había destruido eso.
¿Y la idea de regresar a semejante infierno? ¿A vivir de nuevo con eso de manera
cotidiana? No. Yo habría chupado el pene de aquel imbécil y me habría obligado a
soportar los jadeos contra mi oreja que seguramente hubieran seguido a eso, porque
deseaba tan desesperadamente poder tener un baño con tina.
—No te dejaré alquilar ese cuarto —dijo, su voz era baja pero así hizo eco contra los
muros de aquel cavernoso pasillo—. No con ese… En el peor de los casos, puedes
quedarte en Grimmauld Place. Yo sólo lo uso de vez en cuando. Ginny regresa el
domingo siguiente, así que… Sí.
Yo no había llorado en años, así que, ¿por qué estaba encorvado en el rincón de un
pasillo asqueroso, luchando para no dejarme arrastrar y llorar hasta que se secasen
los ojos?
Potter hizo de nuevo esa cosa con su mano tomando mi barbilla y dijo:
—Vamos a hacerlo —dije con una voz que sonaba mucho más segura de lo que yo
me sentía.
Caminamos varios metros antes de que yo pusiera una mano sobre su hombro para
detenerlo.
A veces creo que ese asunto completo acerca de las cuatro casas teniendo diferentes
rasgos atribuidos a ellas es sólo un montón de mierda. Ahí tienes a Zacharias Smith,
por ejemplo. El imbécil más irritante y provocador que ha pisado la Tierra. Hasta
donde yo sabía, la mayoría de los Hufflepuffs no eran más que mobiliario humano. No
creo haber charlado con uno solo de ellos durante mis siete años en el colegio. Al
menos estoy seguro de jamás haber charlado con Smith, pero como siempre estaba
quejándose de algo, era imposible ignorar su molesta y aguda voz. Potter parecía
compartir mi desprecio, porque cuando Smith abrió la puerta, la mano de Potter casi
me aplastó el codo.
—Smith —gruñó.
—Potter —gruñó Smith en contestación. Era obvio que la antipatía era mutua.
Entonces, Smith me vio a mí. Me armé de valor; si él odiaba a Potter, su reacción
hacia mí sería…
—Malfoy —me saludó efusivamente, ofreciéndome su mano. Se la tomé en reacción
automática. No fue sino hasta más tarde cuando me di cuenta de que no había
saludado a Potter así.
Como todos los demás que había visto después de la guerra, Smith había cambiado
bastante. Continuaba teniendo esa voz chirriante y de tono alto que me mataba de
ansias, pero había echado carnes y, para mi buena suerte, estaba bastante bueno –si
es que no te molestan los rubios con caras rubicundas. Pero, por otra parte, ¿quién
estaba mirando su cara?
—Pasen, pasen. Tomen asiento. —Smith nos condujo hacia un sofá algo estropeado y
que estaba cubierto de pelo de gato—. Me imagino que no es una visita de cortesía.
¿Estás interesado en el cuarto? Espero que no seas alérgico a los gatos. En este
momento estoy cambiando de trabajo y un compañero para compartir los gastos me
vendría bastante bien.
—¿Te despidieron otra vez, Smith? —Un comentario mordaz bastante inusual de
parte de Potter. Eso se estaba poniendo divertido.
—No, Potter, de hecho, me despidieron por reducción en la plantilla, para que lo sepas
—resopló Smith—.Gringotts está recortando gastos. Todos los bancos lo están
haciendo.
A pesar del hecho de que era alto, había algo en Smith que me recordaba a un gallo
pendenciero. Cuando hablaba amenazadoramente tenía una tonta manera de empujar
la barbilla hacia fuera, lo que acompañaba con un movimiento hacia atrás de sus
hombros. Hombros que eran, hay que reconocerlo, bastante anchos y que insinuaban
montones de músculos debajo de su suéter, el cual, francamente, necesitaba ya de
una lavada.
Smith gesticuló hacia la puerta abierta y yo asomé la cabeza. El cuarto era oscuro y
no tenía muebles, pero cuando trabajas por la noche, la oscuridad es un valor
agregado. Quizá podría robarme un colchón y un tocador del ático de Grimmauld
Place. No necesitaba nada más.
Estaba a punto de abrir la boca para sellar el trato, cuando Potter habló.
—Tenemos muchos otros lugares qué ver, Smith. Gracias por tu tiempo. —Ese
"gracias" fue un poco más que un gruñido sofocado.
—¡Genial! —dijo Smith con una enorme cantidad de entusiasmo—. Oye, Malfoy, ¿te
gustaría cenar conmigo la semana que viene? ¿Para recordar viejos tiempos? —
Sonrió, ignorando completamente a Potter, y luego se relamió el labio inferior casi
imperceptiblemente mientras echaba una brevísima mirada hacia mi entrepierna.
Creo que Potter resolló o hipó o algo; en realidad no estaba poniendo nada de
atención. Smith tenía una bonita sonrisa, era todo dientes y carnoso labio inferior. El
viejo Zach Smith no se veía nada mal cuando se quedaba callado. Yo ensanché mi
sonrisa y ahí estuvo. Una mutua declaración. Un reconocimiento sexual de que oh,
sí… yo le gusto y si él juega sus cartas correctamente, entonces podría
corresponderle.
Por primera vez yo estaba a cargo. Tenía la sartén por el mango. Y aunque pudiera no
ser muy inteligente tener sexo con un potencial compañero de cuarto, sólo me estaba
invitando a cenar. Con una paja o dos de postre, a decir del brillo en los ojos de Smith.
—Te mandaré una lechuuuuuuuuuuuuu… —Mi voz fue bajando hasta desvanecerse
cuando Potter nos apareció a los dos de regreso a Grimmauld Place.
Potter no respondió, sólo se quedó ahí parado, envolviéndose con sus propios brazos
y tan furioso que yo esperaba que las sartenes y las ollas comenzaran a bailar en los
estantes en cualquier momento.
—¿Qué demonios sucede contigo? —mascullé entre dientes—. Era un cuarto, estaba
barato y tenía un baño. Y aunque a ti no te moleste jugar el papel de Don Generoso,
yo preferiría no seguir siendo tu obra de caridad del momento. —Tiré de una silla y me
senté en ella.
—¿Qué? —espeté.
—Es un completo idiota. —Potter siguió despotricando y marchando una y otra vez de
un lado a otro de la cocina—. Siempre fue un pesado y un maldito cobarde. Cuando
hicieron la primera evacuación de Hogwarts, dejó estampadas las huellas de sus
zapatos en las espaldas de varios niños de primer año en su prisa por huir del colegio.
Sacudió los brazos como un demente y luego se dejó caer pesadamente sobre la silla
más cercana a la mía.
—¿Y esto por qué…? ¿Y esto por qué es diferente a…? —Cerró la boca
abruptamente e hizo esa típica mueca suya de convertir los labios en una delgada
línea.
—Porque en esta ocasión, yo soy quien tiene el control, grandísimo ignorante. Smith
está ofreciendo, no tomando a la fuerza. —Me sentía tan enojado que no podía
soportar permanecer en el mismo sitio que él. Me levanté y me moví de la manera
equivocada, lo cual me dolió con ganas. Y eso, sólo me hizo enfurecer más. Llegué
hasta la entrada de la cocina arrastrando los pies y me colgué del quicio de la puerta,
tratando de disminuir la presión sobre mis rodillas—. Tú podrás haber tenido una vida
sexual muy activa, estando casado y todo eso, pero yo no he tenido sexo en cinco
años. Y no, no voy a considerar como sexo lo que tuve que hacer para sobrevivir o
para obtener un poco de ungüento o de comida. Y si mi primer acostón en cinco años
es con un imbécil de buen cuerpo como Smith…
Moviéndose tan rápido que no fue nada más que un borrón, Potter se empujó lejos de
la mesa y me atrapó contra el marco de la puerta, hombro contra hombro, cadera
contra cadera, oreja contra oreja.
Potter levantó una mano, la llevó hasta lo alto de mi cabeza y comenzó a acariciar mi
cabello. Con la otra mano acunó mi nuca, su pulgar acariciándome gentilmente de
arriba hacia abajo.
—No… No con él.
—¿Potter?
Era imposible ignorar el deseo gritando descaradamente por cada poro de su cuerpo.
Podía olerlo en él. Esa carta. ¿Potter era aquel tío que había estado considerando su
situación matrimonial porque creía que podía ser gay? Con el trabajo maravilloso y la
esposa maravillosa y la vida perfecta, y que aún así no era feliz. Y había estado
pensando en otros hombres. Y yo le había sugerido que experimentara con ellos. Y
ahí estaba Potter, tirando por la borda toda su heterosexualidad, la evidencia "yendo
en aumento" a cada momento, por así decirlo.
Dado que durante la última ocasión en la que yo no había tenido ninguna precaución
había terminado encarcelado durante cuatro años, cualquiera hubiera creído que
ahora yo estaría convertido en un chico un poco más tímido.
Aparentemente no.
—Sí —murmuró y giró su cabeza justo lo suficiente para poder depositar los besos
más breves y ligeros en la parte más suave de mi cuello, justo debajo de mi oreja. En
algún punto del evento, de preferencia cuando Potter estuviese dormido, yo tendría mi
bien merecido ataque de histeria. Porque Potter me estaba besando y estaba
moviendo su erección contra mi cadera con un bamboleo enloquecedoramente grácil,
y se empujaba, y gimoteaba como si nunca antes hubiera sentido cosa igual. Si yo
hubiera sido una mejor persona, habría defendido el honor de su esposa y lo habría
empujado lejos con un torturado "¡No, no debemos hacerlo!". Pero sucedió que lo
único que pude hacer fue descubrir cuán apabullantemente maravilloso se sentía eso,
y mucho más para él siendo resueltamente hetero, y que Smith estaba fuera de la
jugada porque nada de lo que él pudiera hacerme se sentiría ni la mitad de bien.
Recorrió mi pecho hacia abajo con sus dos manos, se dejó caer de rodillas frente a mí
y comenzó a desabrochar mis pantalones.
—P-p-po-po —tartamudeé, lo cual fue lo más que pude hacer debido a que estaba en
completo shock.
—¿Está bien?
Asentí y gemí cuando Potter sacó mi erección de mis calzoncillos y acarició la punta
con su pulgar.
Fue la mejor de las mamadas y, al mismo tiempo, la peor de las mamadas. A pesar de
que me gusta que me raspen un poco con los dientes, no me gusta así de mucho, y
cuando me removí y murmuré "Tus dientes", Potter consiguió retirarse un poco, pero
continuó siendo torpe, inepto y tosco. Pero no importaba. Justo ahí y en ese momento,
yo me enamoré de Harry Potter. No podía existir en el mundo nada más simbólico y
tan dolorosamente conmovedor que ese simple gesto de dejarse caer de rodillas
sobre el suelo. Porque el héroe de guerra que había vencido a Voldemort no estaba
por encima del hecho de ponerse de rodillas y colocar su boca sobre un mortífago
para sanar todas las cosas horribles que me había visto obligado a hacer durante los
últimos cuatro años. Su boca y su lengua eran tan gentiles y tan dulces que cuando
llegué al orgasmo, estaba sollozando.
—Vamos.
Después de subirme los pantalones, lo dirigí hacia el cuarto que él estaba ocupando
en ese momento; me imaginé que no querría follarme en la habitación que compartía
con su esposa. Él estaba imitando todo lo que yo hacía, así que cuando comencé a
desnudarme, él lo hizo también. No podía dejar de mirarlo disimuladamente, y Dios, sí,
era adorable. Todo tirante, enjuto y nervudo. Demasiado delgado, pero aún así,
insoportablemente hermoso.
Potter no se había molestado en hacer su cama aquella tarde, así que sólo nos
escabullimos debajo del montón de mantas y nos acomodamos de tal modo que
quedamos acostados mirándonos a la cara. Con un gesto casi idéntico al que yo le
había hecho un poco antes en el callejón Knockturn, Potter usó sus pulgares para
limpiar las lágrimas de mis mejillas. Su erección reposaba ardiente contra mi cadera, y
yo recorrí con un dedo provocador toda esa dureza. Potter suspiró de placer. Cuando
moví mi mano alrededor de su cadera para acunar su trasero, gimió con deleite. Le
facilité las cosas.
—Fóllame.
Asintió.
—Más de alguna vez debes haber tenido que meterle los dedos a alguien por el
trasero. Comienza con dos, luego sigue con tres, y usa mucho lubricante. También
úsalo para untarte la polla. Deslízala despacio hacia dentro, acomoda las caderas y
cuando yo te diga que te puedes mover, lo haces.
Potter soltó una risita y luego sentí cosquillas en el trasero, obviamente algún
encantamiento tipo condón que yo no conocía, y un momento después, sentí un dedo
gentil. Apoyé las rodillas sobre la cama para levantar el culo y me estremecí cuando
sentí dos dedos, y luego tres, y después, el calor y el peso de él. Dentro de mí. Joder.
Nada de qué preocuparnos. La mentira del año. Cristo, yo tenía tanto de qué
preocuparme. Porque obviamente Potter no podía ser como el promedio. Fue pésimo
(como en la mamada) y fue tan bueno (como en la follada). Tan bueno del tipo "Por
favor, ¿podría embotellármelo para ordenar una dotación de por vida?". ¿Ginny
Weasley-Potter sabía lo fenomenalmente suertuda que era, casada como estaba con
uno de los polvos más ardientes de Inglaterra?
Los Slytherin solemos ver el sexo como un "yo te produzco un orgasmo, luego, tú me
produces un orgasmo y todos felices". Mientras que todos tengamos al final de las
festividades una enorme y complacida sonrisa en la cara, no importa el orden y nadie
tiene derecho a quejarse. Pero con Potter no se trató de hacer que él se corriera
primero, o de que yo me corriera primero, ni de ningún primero en absoluto. Se trató
del colectivo, de los dos al mismo tiempo. Me descubrí a mí mismo arqueando el
cuerpo para encontrarme con él, y no lo estaba haciendo para nada por mí —lo cual
no era muy impactante—, sino que lo hacía más bien como para ofrecerme a mí
mismo para su gozo y placer. ¿Lo hice porque así lo demandaba ser el destinatario de
semejante pasión? ¿Tienes que enderezar al mundo porque está inclinado, y tienes
que otorgar con la misma pasión que te dan o todo se desmoronará? Aquello terminó
siendo un círculo "dar, tomar, dar, tomar, dar, tomar" y a su vez terminó siendo,
básicamente, un "Nirvana a la Potter".
Desperté porque Potter me estaba acariciando el pelo otra vez. Era claro que el
hombre tenía un fetiche con el cabello. Cuando vio que yo estaba despierto,
inmediatamente se fue sobre mi boca. Habíamos olvidado esa parte. A mí me gusta
besar, y aparentemente, a Potter también, y antes de un rato, aquel suave besuqueo
de "apenas estoy conociéndote" se fue por la borda. Gracias a Dios. Rudo y salvaje, lo
que estábamos haciendo era, más que besar, morder y lastimar, nuestras barbas
raspando la mejilla del otro mientras peleábamos por tener el control. Entonces, yo
rodé hasta quedar encima de él y nos frotamos el uno contra el otro como si fuéramos
dos adolescentes desesperados. Y luego la gente se pregunta por qué me gusta follar
con hombres. ¿Nirvana y lastimaduras? ¡Dios, eso no podía ponerse mejor!
—Potter, respóndeme con sinceridad. ¿Alguna vez le mandaste una carta a Lavender
Brown?
Tener pajas con otros hombres te puede poner en la categoría de fogoso, o también
puede considerarse como una tontería sin importancia en los vestidores después de
un juego. Pero, ¿hacer mamadas y meter la polla dentro del culo de otro? Como
mínimo, tenía que ser bisexual. Tenía que ser…
—Lavender Brown. ¿La de El Profeta? Tienes que estar bromeando. ¿A esa puta?
¿Quieres otro pedazo? —Me ofreció un trozo de tostada.
—¿Mmmm?
—¿Tú has estado con mucha gente? Quiero decir, yo sólo he estado con… ya sabes
—tartamudeó.
—¿Con tu esposa?
—Ajá.
—No con cientos de personas, pero sí con las suficientes —respondí sin ninguna
inflexión en mi voz. Las suficientes. Sí, cómo no. Suficientes para saber que lo que
había pasado entre él y yo había sido el tipo de polvo que era muchísimo más que un
polvo y que, por lo tanto, yo me quedaba sin palabras para nombrarlo.
—El sexo es bueno con ella, realmente bueno… cuando no estamos peleando —
finalizó, un tanto a la defensiva.
—Así de genial —dijo con algo de sorpresa. Como yo no respondí nada, él comenzó a
balbucear—: ¿No crees que fue genial? Porque yo pensé que sí, que fue genial y
todavía más que eso. No quieras pasarte de listo conmigo, Malfoy, porque…
Tomé su rodilla con mi mano y froté mi mejilla contra ella de manera que no tuviera
que verlo a los ojos.
Lo besé en la rodilla.
—Podrías derribarme con una maldita pluma. Nunca me habría imaginado… Que
morir e ir al cielo tuviera un significado totalmente… —Se sonrojó ante eso—. Estoy
sonando como un verdadero tonto. No lo digas —me advirtió.
—¡Oh, él tiene razón al menos en una cosa! —dije con fingida alegría.
—Sí lo era. Y estás olvidando que también era encantador. Existía una muy buena
razón por la que de facto yo era el cabecilla de los Slytherin, y no era simplemente
porque mi familia fuera millonaria.
—¡Auch!
—Cabrón —murmuró.
Terminamos con los encantamientos y con el baño. Tuve que sofocar una risita ante la
manifestación de la evidente influencia muggle en la crianza de Potter. Era uno de los
magos más poderosos del mundo, pero no usaba un encantamiento para secarme. En
vez de eso, me envolvía y me frotaba con una toalla con tanto cuidado como si fuera
un niño. Regresamos a su cuarto, tiramos una manta y un par de almohadas sobre el
suelo, y nos acostamos enfrente de un estupendo fuego cortesía de la varita de Potter.
Me abrazó fuertemente desde atrás, mi espalda contra su pecho; y el fuego, el calor
en mis rodillas, mi estómago lleno de tostadas con mantequilla y mermelada, y la
tibieza de Potter contra mí… todo eso junto era tan maravilloso que pude haberme
quedado dormido así.
—Yo ya quiero tener hijos, y ella quiere continuar jugando para las Harpies. Yo no
quiero esperar. He estado esperando toda mi vida para poder tener una familia.
Tuvimos una terrible pelea justo antes de que se fuera de gira.
—Me hubiera gustado tener un hijo varón. Ahora eso es debatible, por supuesto; mi
apellido morirá conmigo. Me he resignado a la realidad. —"Más o menos", añadí
mentalmente. Seguramente era lo mejor. Sospechaba que de todas formas yo habría
sido un padre terrible.
—No puedo imaginarme una vida sin niños —dijo Potter mientras acariciaba una de
mis tetillas.
Mi madre no me había escrito. Nunca, en los cinco años que habían pasado desde
que había sido arrestado, había dejado yo de recibir una carta suya la tarde de los
sábados.
Ignorando las soñolientas protestas de Potter, tomé mi varita y cojeé desnudo hacia
afuera del cuarto, sin ni siquiera molestarme en vestirme. Normalmente me siento todo
rígido cuando recién me levanto en la mañana, y ese día no fue la excepción. No me
importó. Me sujeté fuerte del pasamanos y bajé por las escaleras hacia la sala.
Usando mi valioso alijo de hechizos, conjuré un poderoso Lumos en cada habitación,
registrando con la mirada en busca de una carta. Nada. Navegando esas traicioneras
escaleras hacia la cocina, volví a hacer lo mismo. Nada.
Típico. No se apareció, pero sí bajó a toda velocidad por las escaleras, llegando ante
mí veinte segundos después y tan desnudo como yo.
Respiré profundamente tres veces. Él tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.
—No me llegó ninguna carta. ¡Ninguna maldita carta! Tienes que aparecerme en
Francia. Algo malo ha sucedido. Mi madre no me ha escrito.
Potter no comprendió nada, sólo se quedó parado ahí con un gesto confundido en la
cara. Comencé a estremecerme. No estaba seguro si era de frío o de miedo.
—Te lo suplico. Haré lo que sea. Por favor. Aparéceme en Francia. Nuestra finca está
localizada a las afueras de un pueblo muggle mugriento y empobrecido de Bretaña. Tú
eres lo suficientemente poderoso. Puedes aparecernos a los dos ahí. —Levanté mis
manos hacia él y lo tomé de los hombros—. Siempre me ha llegado una carta suya,
Potter. Todos los sábados. Durante cinco años. Te lo juro por la memoria de mi padre,
regresaré contigo. Necesito asegurarme de que ella esté bien; de que su carta no
llegó porque su lechuza se extravió o porque hacía mucho viento para volar o por lo
que sea. Regresaré contigo —repetí—. Te lo prometo.
Debo haber apretado demasiado mi agarre porque Potter hizo una mueca de dolor. Lo
solté pero me negué a romper el contacto visual con él.
Potter dudó por un segundo. Claro, todo eso podría ser una mentira. Reblandece la
mente del Gryffindor con sexo espectacular, gánate su confianza y luego invéntale
este cuento de tu madre en Francia como una manera de escapar del horrible trabajo
y de la denigrante libertad condicional. Ciertamente yo era muy capaz de hacer ese
tipo de engaño. Excepto que no estaba mintiendo y tenía tanto miedo que mis dientes
estaban castañeando.
—Ella es toda la familia que me queda, Potter. No estoy mintiendo. Regresaré contigo.
Te doy mi palabra.
Lo que fuera que valiera por esos días.
Gracias a los testículos de Merlín que Potter siempre sigue sus instintos, porque el
sentido común le habría dictado que saliera de la cocina riéndose de mí ante
semejante petición. Pero no lo hizo. Ni tampoco me dijo que todo estaría bien, porque
ambos sabíamos que en este mundo post-Voldemort las cosas
normalmente no estaban bien.
Capítulo 6
Le di a Potter las coordenadas como mejor las pude recordar y ambos aterrizamos
con fuerza en un campo que no quedaba lejos del castillo. Estoy seguro de que en el
siglo XV cuando el castillo fue construido, no estaba sólo a la última moda, sino que
era malditamente inexpugnable. El sello característico de los Malfoy. En el momento
presente, tres de las cinco torres presentaban diferentes estados de desintegración y
la mitad de las ventanas no existían. El sol ya había salido, por lo que, sí, el pasto ya
no estaba empapado; sin embargo, estaba jodidamente frío. Frío que se incrementaba
por culpa del horrible viento que soplaba a través del campo. Viendo lo altas que
estaban las hierbas, era una bendición que esa mañana no hubieran estado
completamente mojadas. Potter y yo nos habríamos empapado hasta la médula antes
de llegar a la mitad del camino a la verja si hubiéramos caminado a través de todos
esos arbustos enormes para llegar al castillo.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Potter, las primeras palabras que salían de su
boca desde que habíamos aterrizado en Francia.
Tenía que admitir que el edificio lucía deshabitado. No salía humo de ninguna de sus
numerosas chimeneas y la verja se sostenía sólo con la mitad de sus goznes.
—Sí, yo aprendí a volar en escoba en estos campos. Cuando era niño pasábamos
aquí varias semanas de cada verano.
—Seguramente se mantenía en pie gracias a la magia. Vamos. —Le hice una seña
para que me siguiera, impaciente—. Cuando mi padre murió, todo se debe haber
revertido a su estado original…
Potter y yo nos llevamos una mano a la garganta al mismo tiempo. Una protección
comenzó a sacarnos el aliento, a ahogarnos. Tiré de Potter hacia atrás antes de que
se asfixiara.
—Sí, yo diría que este es el sitio correcto. Las protecciones mortales son el primer
indicio.
Cerré los ojos y tendí mi mano hacia él. No podía mirarlo. No podía verlo mientras
debatía mentalmente las posibilidades de que eso fuera una trampa o una petición
sincera. Yo estaba a punto de suplicarle cuando sentí madera deslizándose contra mi
palma. Cerré los dedos a su alrededor. Una varita de verdad. Por primera vez en cinco
años, yo estaba aferrando una varita de verdad. Agaché la cabeza para esconder mi
enorme sonrisa de idiota.
La agité. Peleó contra mí, como si estuviera haciendo un puchero, pero entonces se
quedó quieta. Transformé la hoja de un árbol en una taza y luego la regresé a su
estado normal. La varita de Potter refunfuñó durante todo el proceso, pero hizo lo que
le indiqué.
—¿Funcionará?
—¿Qué?
Él negó con la cabeza y se movió hacia mí para indicarme que siguiéramos adelante.
—Algo relativamente inocuo: sufren de una violenta diarrea. Creo. La casa más
cercana está al menos a dos kilómetros de distancia de aquí. Mi padre tenía un
sentido del humor bastante retorcido.
Él me obsequió esa sonrisa tímida que siempre llegaba directo hasta mi polla.
—Gracias.
—¡Madre! —grité, zigzagueando por todo el lugar, gritando en cada puerta abierta.
Lindy. Era la elfina de mi madre. Antes de que pudiera abrir la boca, ella comenzó a
sollozar.
—Amo Draco, mi ama. Amo Draco, mi ama —una y otra vez, retorciéndose las manos
en la más profunda desesperación.
Me desprendí de su agarre y salté escaleras arriba. Ya pagaría por eso más tarde,
pero en ese momento no me importó una mierda. Corrí por el corredor hacia el ala sur
del castillo, y abrí la puerta de su cuarto. La música llenó el corredor con el monótono
un-dos-tres característico de un vals vienés.
Mi madre estaba bailando, ella sola, con una botella de ginebra en una mano, y la otra
mano sostenida en alto y ligeramente encorvada, como si estuviera haciendo una
pantomima grotesca donde danzaba con un compañero invisible y tuviera esa mano
posada en su hombro.
Potter llegó hasta mi lado y me colocó una mano firme sobre el hombro,
reteniéndome.
—Espera —susurró.
—Oh, Luciush, eres tan grashcioso, mi amor. ¿Un baile másh? Déjame tomar mi…
—¿Draco?
—¿Hash vishto mi varita por algún lado? —me preguntó en tono casual, como si yo
hubiera salido de aquel cuarto sólo durante cinco minutos y no hacía más de cinco
años.
Me quedé parado ahí, impactado. Mi boca debió de haber estado muy abierta porque
ella comenzó a regañarme.
De nuevo comenzó a dar tumbos por toda la habitación, pasando las manos por
encima de la superficie de las mesas, tirando al suelo floreros llenos de flores
marchitas, caminando entre la porcelana quebrada y canturreando fragmentos del
"Vals del Emperador" entre murmuraciones de "Yo shé que la pusse en algún lado,
dónde, darum-darum-dum-dum. En la cama, ¿tal vezh?"
Si no hubiera sido por Potter eso podría haber durado dios sabe cuánto porque yo
estaba tan horrorizado que me sentía prácticamente paralizado. Potter dio un paso
dentro de la brillante luz de la habitación y dijo:
—Señora Malfoy.
Mi madre se congeló y se giró lentamente. Yo no tenía idea si ella había decidido que
Potter era sólo una nueva fantasía o si consentía un efímera trozo de realidad.
—Estoy muy bien, gracias —respondió Potter. Comenzó a caminar hacia mi madre
muy lentamente—. Estábamos preocupados por usted—. Se acercó un poco más—.
Es que, ¿sabe? No le escribió usted a Draco.
—Oh, ¿no lo hice? —Frunció el ceño y se giró a verme—. ¿Qué día esh hoy?
—Domingo —dije en voz alta para atraer su atención hacia mí mientras Potter se
acercaba poco a poco.
—Me dishculpo por esho, cariño. —Levantó una mano y me pellizcó el lóbulo de la
oreja. Frunció más el ceño—. Estásh terriblemente delgado —me amonestó—. No te
queda bien eshtar tan delgado. Tu barbilla ya esh lo suficientemente afilada por shí
shola. Como shea, tu padre y yo estábamosh celebrando nueshtro aniversario de
bodas y perdimos la noción del tiempo. Veinticuatro añosh, Draco. —Echó un vistazo
lleno de cariño hacia su anillo de bodas.
—Maravilloso —dije con voz ronca. Potter la había rodeado y estaba acercándose
desde atrás, estaba casi junto a ella…
Mi madre se inclinó hacia mí –respiré profundamente y lo capté; la ginebra que
despedía su aliento era suficiente como para provocar burbujas en la pintura. Me dijo
en voz baja:
—Shabesh que tu padre odia a Harry Potter. Lo odia. Muéstrale la shalida antes de
que tu padre regreshe. Nos ayudó mucho aquella noche, pero tu padre le guarda
musho…
Potter tocó su cabeza con la punta de su varita y mi madre colapsó entre sus brazos.
Me senté en una silla junto a una de las ventanas y la acuné entre mis brazos. Casi no
pesaba nada; sus muñecas eran tan delgadas como las de un niño. Potter y Lindy
ordenaron la habitación. Repararon los floreros y los llenaron con rosas frescas, las
blancas con el centro rosa de tallo largo que eran las favoritas de mi madre.
Cambiaron la ropa de la cama, desempolvaron los muebles y cinco escobas barrieron
el suelo trabajando con furia.
—¿Mi madre está comiendo, Lindy? —pregunté después de que Lindy hubiera
terminado de colocar el cobertor de la cama con sus arrugadas manos.
—Cada vez menos, amo Draco. —Una lágrima resbalo por la mejilla de Lindy. Ella
había estado con mi madre toda su vida—. Le suplico que coma, usted debe creerme,
pero la ama no escucha a la pobre Lindy.
—Está bien. No es culpa tuya. —Traté de sonreír, pero mi sonrisa debió haber
parecido más como una mueca, porque Lindy comenzó a llorar otra vez—. Nada de
lágrimas —la amonesté—. El señor Potter, aquí presente, es un sanador y va a
ayudarla. ¿Podrías decirle a los elfos de la cocina que nos preparen un desayuno
caliente con mucha avena, salchichas y suficiente té recién hecho?
—Sí, amo Draco. Lindy se hará cargo de que usted y el señor Potter tengan el más
maravilloso desayuno. —Con una reverencia y lanzándole una última mirada
preocupada a mi madre, la elfina se desapareció del cuarto.
—Yo también me ponía así con Dobby —dijo Potter con tono comprensivo—. Pero
ahora que está muerto, me siento culpable de haberme portado tan desagradable con
él.
—Claro. Te veré a ti después de que la revise a ella. No podía creer lo rápido que te
movías.
—Malfoy.
Levanté la mirada hacia Potter. Estaba apretando el cepillo entre mis manos, y el
cabello de mi madre estaba tan cepillado que brillaba. Potter me lo quitó y lo colocó en
la mesita de noche.
—No puedo hacer más hasta haber comido algo y dormido un poco. Tu madre está
bien por ahora.
Tomamos nuestro desayuno en un saloncito que estaba en ese mismo piso, desde
donde yo podría escuchar a mi madre si me llamaba. Los recuerdos de haber
desayunado en la mesa de seis metros de largo que estaba en el gran comedor
parecían ridículos, a pesar de que habíamos hecho eso algunas de esas mañanas de
verano cuando yo era un niño y nunca me había parado a pensarlo dos veces.
—Creo que fue víctima de una psicosis provocada por el alcohol y la malnutrición.
Limpiaré su sistema de las toxinas. Necesita descansar hasta que se le pase la
intoxicación alcohólica y haga unas buenas comidas.
Potter dudó.
—Creo que sí. Su hígado está en buena forma, así que no ha estado haciendo esto
durante mucho tiempo. Tal vez por el aniversario, ¿no?
Asentí.
—Sé que no lo comprendes, pero mis padres se amaban el uno al otro. Aun después
de que fue la estupidez y la arrogancia de mi padre lo que destruyó nuestras vidas, mi
madre lo seguía amando. Y cuando mi padre se ahorcó… —Puse mi taza sobre la
mesa porque mis manos comenzaron a temblar violentamente. Potter me las cubrió
con las suyas.
Me desperté y estaba solo. El lugar junto al mío estaba helado; Potter se había
levantado ya desde hacía rato. Conforme me acercaba al cuarto de mi madre, pude
escuchar el timbre bajo de la voz de Potter canturreando algo en latín, algo diferente a
cualquier encantamiento que yo hubiera escuchado antes. Asomé mi cabeza a través
de la puerta con la intención de preguntarle si necesitaba ayuda. Potter tenía una
mano extendida encima del pecho de mi madre, justo sobre su corazón, y con la otra
sostenía la varita. Dos rayos de luz emanaban de ésta: una luz amarilla y cálida, y
otra, oscura y fea. Potter estaba parado rígidamente y tenía los ojos fuertemente
cerrados, como si estuviera en medio de algún dolor. El canturreo fue disminuyendo
hasta ser sólo un susurro, y luego se quedó en silencio a pesar de que yo podía ver
que continuaba moviendo los labios.
Eso siguió durante otros cinco minutos más y entonces Potter colapsó encima de mi
madre.
Usé su varita para levitarlo de regreso a nuestro cuarto, y luego regresé a ver cómo
estaba ella.
Su cabello continuaba siendo blanco, pero el color de su piel estaba más o menos de
una tonalidad más normal, un tono que envidiaba al rubor lechoso de los ingleses. Tiré
del cobertor para cubrirla hasta los hombros, y entonces despertó.
—Traté con todas mis fuerzas, Draco —gritaba entre sus desgarradores lamentos—.
Pero a veces finjo que todos estamos juntos de nuevo y… y… tu padre… está tan
joven y tan bello y los dos estamos tan enamorados. Y tú, mi querido hijo… Estoy tan
orgullosa de ti… Pero a veces no puedo fingir y es tan horrible que yo… que yo…
—Lo sé; yo también lo amaba. —No podía seguir escuchando eso—. Ahora,
duérmete. Desmaius.
—¿Y tu madre? —susurró, como si el simple hecho de hablar fuera un esfuerzo que
no pudiera lograr.
—Está bien. Justo la acabo de revisar.
Potter estaba demasiado cansado para hablar, pero apretó levemente mis dedos.
En algún momento pasado de mi vida tal vez habría sentido una tremenda satisfacción
al decir eso. ¿Pero ahora? Tenía que hacer todo mi esfuerzo para no vomitar.
—¡Te vi! No te molestes en negarlo. Estabas absorbiendo su muerte. Pude verla en ti.
Ahora comprendo por qué todo el tiempo pareces tan cansado.
—No seas estúpido. Quédate acostado y recupérate lo más que puedas. Tenemos
que aparecernos de regreso en Inglaterra mañana a más tardar o ambos estaremos
en Azkaban el martes por la mañana. Sí, soy plenamente consciente del sacrificio que
estás haciendo por mí, y que me parta un rayo si sé qué hacer contigo. No sé si
besarte o golpearte hasta matarte.
—Cállate. Te creo. Dijiste que su hígado estaba bien. ¿Eso fue mentira?
—Escúchame bien, Harry Potter. Tienes que dejar de hacer esto. No puedes jugar a
que eres dios. Sana a aquellos que puedas sanar, y a aquellos que no, déjalos partir.
Y no me vengas con uno de tus seis discursos diferentes acerca de cómo no fuiste
capaz de salvar a los que murieron en la guerra y que esta es una manera de reparar
aquellas pérdidas. —Potter se tensó ante eso. Yo había dado en el blanco—.
¿Necesito evocar el nombre del último mago que trató de engañar a la muerte? ¿Y
recordarte que fue lo que pasó cuando lo hizo?
Potter trató de girarse para encararme, pero no tuvo la energía para hacerlo.
Puse mi mano sobre su corazón. Grandísimo insensato. No podía evitar amarlo por
eso y maldecirlo por su estupidez.
—Sí, sí lo es. Es jugar a ser dios. Es demasiado parecido como para discutirlo.
¿Alguien más sabe que haces esto? ¿Aparte de mí?
—Tal vez algunos en San Mungo. Aparte de ellos, nadie más —murmuró.
—Te diré qué es lo que va a pasar. Tu habilidad para salvar a la gente que está al
borde de la muerte se hará del conocimiento público, si no es que lo ha hecho ya. Un
sanador le contará a su esposa, otra se lo dirá a su esposo, y entonces esa
información comenzará a regarse. La gente lo sabrá. El ministro lo sabrá. Te
halagarán, te convencerán con zalamerías y luego, te pedirán que salves a Fulanito, y
luego, a Menganito. Y muy pronto, todo el mundo te pedirá que salves a todo el
mundo.
—El ministro decidirá a quien debes salvar y a quien no. Asumiendo que tú todavía
continúes con vida en ese punto, porque he visto lo que esa cosa te hace. Casi te
mata, ¿no es cierto? —No me respondió nada, lo que quería decir que yo tenía
razón—. Si no aceptas lo que te pidan, presionarán a tus amigos. Si tienes hijos y si la
gente está lo suficientemente desesperada y tú eres lo suficientemente terco, y ambos
sabemos lo terco que puedes llegar a ser, puede que esa gente los use para
chantajearte. Secuestrándolos o qué se yo. O tomando a tus amigos como rehenes.
Te obligarán a jugar a ser dios hasta que eso te mate. —Estaba levantando la voz,
más y más, y me atrevería a decir que parecía más como si estuviese gritando y no
hablando—. Porque he visto lo seductor que puede ser jugar a ser dios, y la gente
jugará a ser dios por medio de ti. Y te obligarán a jugar a ser dios hasta que hayas
consumido tanta muerte que termine matándote. ¡Tienes que parar! ¡Tienes que dejar
que la vida y la muerte sigan su curso natural!
Tres minutos más tarde, Potter comenzó a llorar. Sin hacer ruido porque no tenía la
energía para nada más.
Más tarde nos quedamos dormidos. Cuando desperté, Potter estaba observándome.
El fuego iluminaba la habitación, y el color de su tez se veía mucho mejor a pesar de
que sus ojos continuaban estando rojos e hinchados.
—De nada. Aparte del demencial peligro en el que estarían tú y tus amigos si
continúas jugando a ser dios, el mundo mágico ha abusado de ti, cobrándote con
creces el simple acto de vivir. Has sacrificado a tu familia y tu juventud por el bien de
los demás; creo que ya es más que suficiente.
—Sí —accedió y suspiró—. ¿Sabes? Estamos a mano otra vez. Te salvé del cabrón
molesto de Smith, y tú me salvaste de otro encuentro de martirio arrasador
potencialmente fatal.
—¿A mano? No seas ridículo, Potter. Lo peor que me podía haber pasado si me
hubiera acostado con Smith, hubiera sido sufrir un caso grave de ladillas. Compáralo a
ti coqueteando otra vez con el suicidio. Necesitamos regresar a Inglaterra. ¿Crees que
puedes lograrlo?
La luna comenzaba a salir ya. Sería mejor si conseguíamos hacerlo de noche. Potter
asintió.
—Me despediré de mi madre y le daré instrucciones a Lindy para que me mande una
lechuza en caso de que ella comience a beber otra vez, y entonces podremos
desaparecernos. Tenemos seis noches antes de que tu esposa regrese. Cuando no
estemos trabajando o comiendo, nos dedicaremos a follar todo el tiempo. Vas a
quedarte bizco por todos los orgasmos que voy a exprimirte.
Potter se rió y me besó, dándome uno de esos besos rudos que eran todo lengua y
lastimaduras. Me soltó.
Una vez que nos aparecimos de regreso a Inglaterra, yo insistí en que me prometiera
que dejaría de jugar a ser dios, y le creí. Gryffindors. Puedes apostar que su palabra
vale oro.
Yo cumplí con mi palabra. Fuera del trabajo, los baños y de las comidas hechas a toda
prisa, follamos cada minuto de nuestro tiempo libre; fueron los cinco días más felices
de mi vida.
Sin esperar respuesta, se giró sobre sus talones y caminó en dirección a su oficina.
No podía ver a Hugo Greengrass sin preguntarme si algún gigante no se habría
colado en su árbol genealógico. Tenía que agachar la cabeza para mirarme, y yo me
consideraba alto. Astoria apenas me llegaba al hombro. Seguro había sacado más de
la señora Greengrass.
—Estás completamente jodido, Malfoy —me susurró Brown, el olor químico del
desastroso permanente que se había hecho esa misma tarde, desentonando con el
aroma de su empalagoso perfume.
Su hermana Daphne había sido una de esas chicas grandes que escogen amigas
pequeñas en lo que no es nada más que un ferviente masoquismo. Mientras que la
figurita de muñeca de Pansy se quedaba así y sólo le brotaban enormes tetas y
caderas, Daphne sólo aumentaba en estatura y en su forma redonda.
Así y toda la devoción que Daphne le profesaba, Pansy no era muy amable con ella.
Sin importar cuántas veces Daphne le suplicó que dejara de hacerlo, Pansy insistía en
llamarla con aquel horrible apodo que tenía de pequeña, "Reinita", como si la pobre
fuera una perrita spaniel gruñona y malhumorada.
Cuando los otros tres estuvimos parados enfrente de su escritorio, Hugo tosió varias
veces y jugueteó con su varita, pasándola a través de sus dedos en un tipo de tic
nervioso, como si estuviera tratando de atrasar la reunión. Un "Padre" apenas audible
sonó desde mi izquierda. Eso lo hizo reaccionar.
Decidí tentar mi suerte hasta el final. Si iba a ser despedido, al menos lo iba a hacer
con estilo.
—No seas tan tímido —chilló Brown—. Has estado respondiendo a mis cartas.
Escribiéndole a la gente las cosas más horribles. ¡En mi nombre!
—Tienes razón. —Conté hasta tres—. Debí haber usado un alias —dije arrastrando
las palabras. De nuevo conté hasta tres—. Nadie que te conozca podría haber creído
que de pronto hubieras aprendido a expresarte tan bien.
Se abalanzó sobre mí dispuesta a rasguñarme. Afortunadamente, uno no ha tenido a
Pansy Parkinson como mejor amiga sin aprender a defenderse de un ataque gatuno.
Después de todo, no era en las manos donde tenía artritis, por lo que de un solo
movimiento pude sostenerla de las muñecas y luego, arrojarla hacia atrás. El ruido
que hizo al golpearse contra la pared fue música para mis oídos. Me giré para encarar
al señor Greengrass.
—Señor, en mi defensa puedo decir que las respuestas de Lavender Brown son sólo
frases trilladas y clichés, y en el mejor de los casos. Cualquier cosa más complicada
que lo que hay que vestir para ir a una cita, está más allá de su capacidad. Su mal
disimulada hostilidad hacia aquellos lectores que son de… —¿cómo podía decir eso
sin provocar que se le cayeran los calzoncillos?—… gustos sexuales variados, la hace
no apta…
—De hecho, Lavender, el número de cartas que hemos recibido halagando tu trabajo
ha aumentado un diez por ciento desde que Draco comenzó a responder la mayoría
de las preguntas. Y eso sin contar que sus respuestas ni siquiera aparecen en la
edición del periódico. La pregunta aquí es: si Draco está escribiendo la mayoría de las
cartas, ¿qué es lo que haces tú durante todo el día? Estamos ante un cambio en
nuestros recursos humanos.
Brown era tonta, pero no tanto como para no darse cuenta de que estaban a punto de
ponerla de patitas en la calle.
Se dirigió a los dos. Naturalmente, yo dije sí porque "¿por qué no?". Ella dijo que sí
porque no le quedaba más remedio.
—Bien. ¿Hablamos sobre tu nueva columna? —le dijo Hugo a Lavender. Sin
molestarse en esperar respuesta de su parte, porque en realidad no era una petición,
Hugo se giró hacia su hija y dijo—: ¿Astoria?
Tan pronto como entramos, ella cerró la puerta y caminó hacia un aparador con una
impresionante colección de licores.
—Todo marchó exactamente como lo planeé. Bravo. La tendré fuera del periódico en
menos de seis meses. ¿Viste la permanente tan horrible que se hizo? ¿Algo de
beber?
Negué con la cabeza. Un vaso de algo con la cantidad mínima de alcohol y yo caería
desmayado sobre uno de los escritorios antes de las once de la noche.
—Como quieras. —Astoria se sirvió una enorme copa de Ogden's Finest y se tomó la
mitad de un solo trago. Se dirigió hacia un sofá que dominaba todo lo largo de la
pared—. Toma asiento.
Esperé hasta que los dos estuvimos sentados antes de preguntarle lo obvio.
—Bueno, ¿debo asumir que te debo a ti este fantástico cambio en mi fortuna? ¿No
queda ni un atisbo de aquella hermanita menor, tímida y cohibida?
—Ni un atisbo —aceptó Astoria con algo que parecía una sonrisa petulante. Sus
agallas me recordaron a Pansy.
—Daphne está…
—Bien y tan aburrida como siempre. Ahora que nos hemos desviado del tema,
¿puedo asumir que no estás casado?
Yo podía ver el atractivo en eso. Poder. Tener que complacer sólo a tus anunciantes.
¿A quién no le gustaría eso? Mi estimación hacia Hugo Greengrass bajó varios
puntos.
—¿Y?
La posibilidad de ser una vez más parte del mundo mágico, de una parte legítima de
él…
Astoria ni siquiera parpadeó, pero se arrojó el cabello por encima del hombro y puso
los ojos en blanco.
—Ya lo sé. Daphne solía verlos a ti y a Blaise Zabini en el baño de los perfectos y
luego me contaba todos los detalles, lengüetazo a lengüetazo. Eso no es un problema.
De hecho, es la razón principal detrás de mi proposición. Ya que yo tengo una
secretaria… —hizo una pausa—. Una devota secretaria.
Ahora sí veía claro. Una pantalla. Yo podría ser su pantalla, y ella sería la mía.
—Faith Goyle.
Faith Goyle era una versión femenina y juvenil de Greg —devota y leal en extremo—
pero con más cerebro y mejor figura.
—Quien vivirá con nosotros, ya que siempre suelo llevarme una enorme cantidad de
trabajo a la casa.
—Acepto si permites que también mi madre viva con nosotros. Está exiliada en
Francia. La quiero traer de regreso a Inglaterra, pero temo que el Ministerio la arreste.
—No. Quieren el dinero que tenemos en las cuentas bancarias de Italia. Es simple y
puro acoso.
—¿Dónde viviremos?
—El Ministerio puso la Mansión Malfoy en subasta otra vez. Aparentemente, es como
un elefante blanco: todo el mundo quisiera tenerla, pero es demasiado costosa en su
mantenimiento para cualquiera. Nadie quería comprarla y el Ministerio casi la regaló.
Mi padre me la acaba de comprar por una bagatela. Como regalo de bodas.
—Así es.
La mujer tenía ovarios del tamaño de una quaffle. Le echó un vistazo, arqueó una ceja
en un gesto de curiosidad, y luego le restó importancia con un impaciente movimiento
de su mano.
Por primera vez durante toda esa extraña reunión, Astoria parecía insegura. Jugueteó
con su copa por un rato, arrojándola hacia atrás y hacia adelante sobre su mano,
golpeteando sus uñas perfectamente arregladas contra el cristal. Entonces, se decidió.
—Sólo uno. Por tu propio bien, espero que sea un niño.
—Sí y no. Fui yo quien se dio cuenta de que eras tú el que jugaba con la sección de
consultas en tu tiempo libre. Basándome en las cartas que recibimos halagando tus
consejos y dado esos fragmentos que vi, no había manera de que esa perra fuera
quien estuviera escribiendo esas respuestas tan brillantes e irónicas. Sólo tuve que
sumar dos más dos. Luego se me ocurrió que tú eras la solución a mi problema, y que
tal vez yo era la solución al tuyo. ¿Lo soy?
—Puede ser, chica lista. ¿En dónde viviremos mientras está terminada la Mansión?
—¿Cuántos años tienes? ¿Veinte? ¿No crees que estás un poco vieja como para
dirigir un periódico?
La tomé de la blusa y tiré de ella hasta que estuvimos apenas a unos centímetros de
distancia.
—Jódeme y te mataré.
—Jódeme y te mataré.
Astoria era grandiosa, y para mi buena suerte, también era absolutamente mujer y
gay.
—¿Cuándo?
—Hay que arreglar unos papeles. El miércoles sería lo más pronto posible.
—Hecho.
—Hecho.
Cuando regresé a Grimmauld Place vía red flu la mañana siguiente, estaba a punto de
un ataque de nervios. Eufórico pero devastado ante el prospecto de escapar de mi
infierno post-Azkaban. Debido a Potter. Quien podía tocarme la nuca con un solo dedo
y yo no podía evitar rendirme ante él. Completamente. Todo el tiempo.
Y eso lo resolvió.
Lo encontré en lo que debió de haber sido el viejo cuarto de Black. El romance fatal
que Ginny Weasley sostenía con los empapelados de flores, no había alcanzado a
llegar ahí. Metida debajo de los aleros del techo, esa buhardilla con cara al norte
estaba sombría y húmeda en ese mes de octubre, dios sabría cómo se pondría en
pleno invierno. Dada la terrible relación entre Black y su madre, mi tía abuela, toda
una leyenda dentro de la familia, me pregunté si él habría elegido ese cuarto para
estar lo más lejos posible de las invectivas de la arpía o si lo habrían obligado a
quedarse ahí.
Las paredes estaban cubiertas con pósters descoloridos de bandas de rock muggles y
olían a hipogrifo, lo juro por dios. Prefiero no saber cómo llegaron a tener semejante
aroma.
Potter estaba sentado encima del colchón desnudo y tenía la cabeza entre las manos.
Dejé caer el pergamino sobre su regazo. Él lo tomó y lo hizo una bola, arrojándola al
piso y negándose a verme a la cara.
—Sé que esto va a sonar como si de repente me hubiera vuelto loco de atar, pero no
es así. Anoche, Astoria Greengrass me pidió que me casara con ella. Y acepté.
Ante eso, Potter levantó la mirada. No pude leer su expresión. Su cara estaba oculta
entre las sombras.
—Al menos de que haya malinterpretado completamente sus palabras, tu esposa ha
cedido. —Señalé al pergamino que estaba en el suelo—. Hijos. Familia. Es lo que
quieres —le recordé.
—Y tú. ¿Es esto lo que quieres? ¿Cómo vas a…? —Potter dejó la pregunta en el aire.
—Voy a cerrar los ojos y a meterla —dije arrastrando las palabras—. Astoria ha
accedido a darme un hijo. ¿Después de eso? Cada quién hará lo suyo.
—Sí —siseé.
¡Eso era el colmo! En cinco pasos yo había cruzado el cuarto, lo cogí de la ropa y
comencé a sacudirlo.
—Sí, aun así. Esto es una oportunidad para mí, grandísimo egoísta. Es mi única
oportunidad de tener una familia, y voy a tomarla. De volver a formar parte de este
mundo que tanto amo. Que me odia. Que escupe sobre mí. Y aquí está una pequeña
rendija de oportunidad que podría cambiar eso. Y a pesar de que si tu esposa hubiera
aceptado tus condiciones ahora o en diez años, el punto es que yo jamás podré darte
hijos, grandísimo imbécil. Jamás.
—No puedo darte hijos, y tú no podrás ser feliz sin ellos —repetí.
—No, tienes razón. —Me besó, presionando su boca abierta y caliente contra mi
cuello en esa manera lenta y provocadora que me volvía loco—. Draco —me llamó por
mi nombre por primera vez en su vida—. Nos quedan un día y una noche.
Di mi nombre —me exigió.
—Harry —susurré.
—Dilo cuando te corras. —Deslizó una mano bajo mi camisa y comenzó a acariciarme
un pezón.
Asentí y gemí.
Tuve mis momentos. Oscuros momentos, cuando cada vez que abría la boca, sólo
emitía un gruñido. Noches cuando no podía dormir sin haberme bebido primero un par
de copas de brandy. Cuando me arrepentía. El trato tan satisfactorio con Astoria, la
restauración de la Mansión Malfoy, mi reunión con mi madre, y el dolorosamente lento
pero asegurado éxito de mi reintegración al mundo mágico… todo eso no podía
compararse con una sonrisa tímida y una boca salvaje.
Mi madre se paró junto a mí y acarició la mejilla del bebé con su dedo sonrosado.
—Sí, lo es —mentí.
Fin
O no…
EPÍLOGO
Draco:
Saludos,
Harry.
Potter:
¡No puedo creer tu atrevimiento! ¿Existe en ese hospital algo llamado confidencialidad
médica? Ser el director de San Mungo no te da el derecho de andar husmeando en
mis expedientes.
Malfoy.
Draco:
Te duelen, ¿cierto?
Harry.
Sí.
No, el miércoles no. Ese día tengo una reunión fuera del país. Puedo verte el viernes a
la hora del almuerzo. Al mediodía.
Un examen médico y nada más. Esta lechuza se autodestruirá en cinco segundos.
Draco.
Draco:
Por supuesto que será sólo un examen médico y nada más, jodida reinona del drama.
En los últimos trece años te he visto sólo seis veces y siempre desde la distancia. Tu
virtud está a salvo conmigo. Esto es puramente profesional. Necesito pruebas para
despedir a Grayson, y basándome en tu manera de caminar, las he encontrado. Esta
lechuza se autodestruirá en cinco horas.
Harry.
—Estarán bien.
—Típico de ti decir eso. Pasar dos meses en Europa. ¡Ellos solos! ¡Y sólo tienen
dieciocho años! ¿Viajar en tren hasta San Petersburgo, fingiendo que son muggles?
¿Eurotunel? ¿Necesitamos más evidencia de que los muggles están locos? Les
ponen nombres a sus túneles. Desearía poder enojarme con Al por toda esta alocada
confabulación, pero la culpa es de Pi. ¿De dónde le viene esta fascinación por los
muggles? ¿Qué fue lo que hice mal? Los trasladores y la aparición son
suficientemente buenos para nosotros, ¿por qué para él no…? ¿Por qué no me
callas? Estoy despotricando. Van a llover quejas en la recepción de que hay un
hombre en la habitación 412 sufriendo un ataque de histeria.
—¿Y así te consideras un sanador? Más bien pareces terrorista. —Le di un pellizco en
el trasero—. Y no te atrevas a gritar por eso. No duele para nada. Sólo para que lo
sepas, nunca le perdonaré a tu hijo el ridículo apodo que le puso al mío. Pi. No puedo
soportarlo.
—¡Lo sé! Es por eso que me molesta tanto. Mi hijo es un Pi. Además, agradecería un
poco de honestidad de su parte. ¿Piensan que somos estúpidos o qué? Es obvio para
cualquiera con dos ojos que ellos están profundamente enamorados el uno del otro.
¿Creen que nos importa? Está claro que el apellido Malfoy estaba destinado a
desaparecer. Jugué con el destino y…
—Draco, ¿por qué estás tan gruñón? Nos lo dirán cuando tengan que decirlo. Con
respecto a su viaje, los dos llevan sus varitas consigo, los dos son muy listos... —Yo
estaba con el humor de una mamá gallina a la que le han quitado sus pollitos, así que
no dije nada, sólo lo miré con furia—… y cuando los abracé para despedirme de ellos,
les puse un encantamiento de localización a cada uno, así que no deberías
preocuparte. Ya vi que eso te hizo sonreír.
—¿Por qué no admites que la razón por la que estás tan gruñón es porque las rodillas
te están matando, y que ya es tiempo de que te sometas a esa cirugía de implantes de
la que hablamos? Haremos una operación, esperaremos seis meses, y luego haremos
la otra. Chang es una cirujana brillante, una pionera en combinar técnicas muggles
con la medicina mágica y…
—¿Entonces, qué dices? Por favor. No soporto verte sufrir este dolor.
Había estado postergando eso indefinidamente. Era hora. Aun con los encantamientos
de Harry, las rodillas me dolían cuando le hacía una mamada, y follarlo era
impensable. El sexo era tan necesario como respirar, al menos para mí, y cuando te
has relegado a no darle a tu pareja nada más que pajas porque moverse es toda una
agonía, entonces es hora de ir pensando en suicidarte. O de hacerte la maldita
cirugía. Asentí.
—¿Te acuerdas de aquel escándalo que te conté? ¿El que se estaba gestando en la
oficina de los aurores? —le pregunté a Harry mientras él conjuraba un poco de
cartílago temporal en mis rodillas—. Mañana tendrá la página principal del periódico.
Se va a armar la gorda. Creo que no voy a estar disponible durante mucho tiempo.
Levanté la mirada. Harry tenía ese tono en su voz. El tono que hacía que mi estómago
diera un vuelco y no en la manera buena como cuando sé que estoy a punto de recibir
una mamada.
—Ginny y yo nos estamos divorciando. —No tenía que haberme sorprendido, pero así
fue. Hacía siglos que no había nada entre ellos dos, pero como tenían a los niños y
eso—… Aunque no lo concretaremos hasta que Lily termine el colegio.
Había estado tan preocupado por Pi y Al, por la noticia que iba a revelarse al día
siguiente, y por las rodillas que me habían estado doliendo tanto, que no me había
parado a tomar nota de las ojeras que Harry estaba luciendo. Toqué su mejilla con
una mano.
—Lo siento. ¿Estar casada con el vencedor de señores oscuros no fue tan genial
como ella creyó que sería?
—Ni un poco. Para ella, mi aureola está bastante deslustrada. Pero seguimos siendo
jóvenes. Además, ella cree que soy gay.
—Diez puntos para Gryffindor. —Habría esperado que Harry se riera un poco ante
eso, pero no lo hizo—. En lo que a mí respecta, creo que tu aureola todavía sigue
estando muy brillante.
—Lo sé. —Me acarició la cadera con una mano tibia—. Me… me gustaría…
¿podemos…?
—Dra…
—¡No! Tú no sabes cómo es…
—Oh, por amor de dios. ¿Has olvidado que yo fui acusado de ser el heredero de
Slytherin?
—Eso no fue nada. ¡Nada! —Jesús, Harry a veces era tonto—. Eso sucedió en
Hogwarts y los que te despreciaron eran sólo doscientas personas, la mayoría de ellas
niños inmaduros. No voy a permitir que mi hijo sea vapuleado por todo el mundo sólo
porque su padre tiene un encaprichamiento contigo.
—¿Me deseaste durante todos esos años en los que no pudimos vernos?
—Ya te lo he dicho mil veces. Sí. Durante todos esos años me masturbaba sólo con tu
puro recuerdo.
—Lo sé —suspiró—. Sólo necesitaba escucharlo. Me siento tan solo, Draco. —Se
acomodó sobre mi hombro, algo que era muy inusual en él. Normalmente yo era el
que se acurrucaba contra él—. Quiero despertar contigo todas la mañanas y no sólo
porque suceda que los dos estamos en Nueva York asistiendo a convenciones
diferentes y nos estamos quedando en el mismo hotel. En realidad, estoy
verdaderamente harto de verte sólo en los hoteles. ¿Draco? —dijo en voz baja.
—Soy una persona con quien es horrible vivir. Pregúntale a Astoria. Esa mujer es una
santa.
—Ese jugoso cheque donado a la investigación sobre la licantropía ayudó mucho. Ron
sólo quiere que yo sea feliz, y él sabe que lo de Gin y yo ya no estaba funcionando.
¿Todavía lo odias? Por tu actitud, no parece.
Le di un suave coscorrón.
—Soy Slytherin. Por supuesto que lo odio. Simplemente que no me gano nada siendo
desagradable con él. Sólo sería contraproducente para mí, y eso es exactamente lo
que él está deseando. Mi meta a largo plazo es asesinarlo con pura amabilidad. —
Miré hacia Harry—. No estoy bromeando. Ya has visto lo frustrado que se pone
cuando yo me porto atento con él. Dos años más y apuesto a que conseguiré que le
dé un bonito y mortal ataque al corazón.
—Serás cabrón. Pero Ron es mucho más duro de roer de lo que crees. Cuando me
salga de la casa, ¿por qué no compro un apartamento cerca del tuyo? Ahora que lo
recuerdo, tú eres el dueño de todo el edificio donde está tu apartamento. Véndeme
uno. No tenemos que hacerlo público. Yo tampoco quiero que Pi o Al, o Lily
o Jamestengan que sufrir el rechazo social por culpa de esto.
—Mis hijos adoran a Pi. También James lo adora a pesar de que hace su mejor
esfuerzo por negarlo. Si Pi nos da su bendición, y sé que lo hará, los otros tres harán
lo mismo. Todo saldrá bien —dijo con confianza. Eso es lo que tenía Harry: una vez
que estaba determinado a conseguir algo, no podías detenerlo. Y yo que creía
que yo era terco—. Tengo una idea. ¿Por qué no pones tu apartamento dentro de la
subasta de caridad? Seguramente el impuesto deducible te será de utilidad y adorarás
la atención que te darán por la donación. Te gusta tanto la publicidad que me
sorprende que esto no se te hubiera ocurrido antes. Esto es lo que haremos: San
Mungo celebra su baile de caridad, tú donas tu apartamento para la subasta, yo pujo
por él, me lo gano y lo compro, y luego, me mudo ahí cuando el divorcio se haya
completado. San Mungo se quedará con mi dinero y El Profeta cacareará tu filantropía
a todo lo alto. Astoria tendrá publicidad para su diario, y yo te tendré a ti. Podremos
vivir juntos y nadie se dará cuenta. Astoria y Faith pueden quedarse con el
apartamento de arriba. Poco a poco tú y yo nos dejaremos ver juntos, luego, un poco
más, y luego, mucho más, y tarde o temprano la gente se acostumbrará a la idea y
nosotros estaremos juntos. Al fin.
El hecho de que esa conversación fuera casi la misma que Astoria y yo habíamos
tenido aquella vez que me propuso matrimonio, no me pasó desapercibido. Adoraba y
odiaba cuando Harry sufría esos accesos de valentía demencial.
Fin
Ahora sí, de verdad.