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8.6. LOS GRANDES RETOS DEL FINAL DE SIGLO ANTE LOS AVANCES DE LA LIBERTAD O EL
DESARROLLO ECONÓMICO Y TÉCNOLÓGICO.
Algunos autores han destacado los importantes cambios que experimentó la sociedad
española en el último cuarto de siglo XX, coincidiendo con la transición y consolidación
democrática. Las tendencias dominantes en las sociedades occidentales fueron irrumpiendo
progresivamente desde la década de los años sesenta y se acabaron imponiendo en los ochenta.
Nuestra integración en los modelos y patrones occidentales experimentó un notable impulso
con la superación de las dos crisis del petróleo y el ingreso de España en la entonces Comunidad
Económica Europea (CEE). Entonces sobrevino unos años de bonaza económica en los que nuestro
país elevó su nivel de vida, avanzó notablemente en el Estado del Bienestar y la sociedad de
consumo, produciéndose un importante avance en infraestructuras viales, desarrollo urbano…
A comienzos de los años noventa el hundimiento del bloque comunista dio un impulso
definitivo a la imposición de los planteamientos neocapitalistas y la expansión de la
globalización. En el campo de las ideas esto fue definitivo para la consolidación del
postmodernismo en el que los principios y la razón sucumben ante el individualismo, hedonismo
y los sentimientos. Este proceso ha ido paralelo a un despegue de la secularización junto a otras
corrientes (feminismo, laicismo…) que rompen con los postulados de la tradición cristiana,
manifestando un rechazo directo de todo lo relacionado con la religión. Siguiendo al filósofo
Julián Marías, J. Mª Martínez se planteaba en esa década de los noventa qué podía ocurrir si una
sociedad destruye sus propias raíces; en aquella sociedad de fines de siglo la práctica religiosa
iba cada vez a menos.
Si bien estos aspectos se incrementarán en las dos primeras décadas del siglo XXI, estaban ya
presentes en el final del XX. Obviamente, todo esto ha influido en el desarrollo de las iglesias
evangélicas en la etapa que nos corresponde.
En primer lugar, nos encontramos con las dos caras de una moneda. Por un lado, la
implementación de las libertades y en concreto de la de religión ha sido beneficiosa para la
expansión de las iglesias protestantes, como se ha visto. Pero, por otro, esta libertad no siempre
resulta de convicciones plenamente democráticas de respeto hacia todas las convicciones, sino
de la indiferencia o rechazo hacia lo religioso. En este sentido la libertad ha llegado en un
momento tardío que algunos catalogan de postcristiano. Esto es, además, un fenómeno peligroso
porque puede acabar en un recorte o desaparición de esta libertad. A esto habría que añadir que
durante estas décadas irrumpieron en España un número de sectas cada vez mayor que
popularmente se confundían, sin ningún fundamento, con el protestantismo.
En segundo lugar, la elevación del nivel de vida ha calado en el creyente medio lo que ha
supuesto en no pocos casos desde la pérdida de la combatividad anterior, hasta el desarrollo de
la indiferencia o el acomodamiento que relega a Dios o los compromisos espirituales a segundos
planos de su vida. Esto ha provocado, paradójica y paralelamente a la expansión, ejemplos de
estancamiento y envejecimiento de iglesias; también es cierto que en un mundo que experimenta
cambios tan rápidos, se pueden encontrar estas situaciones por incapacidad de dar respuesta a
los nuevos tiempos.
Finalmente, al aplicar el postmodernismo a nuestros entornos la repercusión es evidente: el
sentimiento se impone a las convicciones; se extiende lo que gusta, aunque las raíces sean
débiles. Cualquier situación de cambio que no gusta, provoca conflictos o salidas más o menos
en masa. La argumentación y el conocimiento pasa a un segundo plano; las diferencias, por
importantes que sean, pasan a ser secundarias. En semejante contexto es evidente que lo
pentecostal-carismático tienda a generalizarse, aunque se producen polarizaciones y
confrontaciones en diferentes direcciones.
Si unimos los dos últimos aspectos (elevación del nivel de vida + postmodernismo)
comprendemos el hecho de que la sociedad se vuelva más permisiva en lo moral y ético (lo que
degenera en la corrupción) y más indiferente ante el hecho religioso: si los pecados de las
sociedades repercuten en la vida de las iglesias de sus respectivos tiempos, es fácil entender la
raíz de algunos de los principales problemas que sufren las congregaciones.
Y otra conclusión era evidente: si el elemento religioso cae en picado en una sociedad (como
la española), ésta se convierte no en terreno para la apologética sino en campo de misión, aunque
como algunos han apuntado, sea más duro al tratarse de una sociedad postcristiana e inmunizada
contra el Evangelio el cual se observa como algo tradicionalista o como freno del progreso.
Pese a todo ello y a que la libertad religiosa mantenía matices que se debían perfeccionar
(organización clases de ERE, Seguridad Social de los pastores...), ha permitido un
desenvolvimiento de las iglesias protestantes desconocido en nuestra historia.