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El rol del docente de filosofía en el nivel medio

“Explicarle alguna cosa a alguien, es primero demostrarle


que no puede comprenderla por si mismo.”
El maestro ignorante; Ranciere.

Muchas veces se suele hacer la harta distinción entre el profesor de filosofía y el filósofo.
Podemos hablar de dos figuras distintas, pero no podemos negar el carácter educador que
tiene todo filósofo, por más que él asegure que no tiene interés alguno en enseñar a alguien.
A Sócrates no le interesó ser maestro de nadie, tampoco imaginó ser un exponente en la
dialéctica. Zaratustra no pretendía ser profeta de ninguna persona, pero con sus acciones dio
cuenta de una moral del superhombre.
Si siempre se hace esta distinción será porque muchas veces no se identifican una con otra
figura.
A esto se contrasta, por lo que observé en experiencias pedagógicas, que los estudiantes
hacen una simbiosis entre la imagen de profesor y el filósofo como una misma persona. Ven
al docente de filosofía como una especie de Sócrates. Podría tratarse de una analogía inocente
o no. Pero suelen considerarlo como el loco, aquel que va “en contramano”. Aquel que juega
a hacerse el tonto y hace preguntas “obvias”.
Hablar del rol docente de filosofía, es al mismo tiempo, pensar su formación profesional, el
reconocimiento que tiene por parte de los estudiantes y las responsabilidades que éste asume
ante ellos. Es pensar qué lugar ocupa en la educación, en el aula o en la institución en general.
También es una cuestión de poder. Cabe destacar que existe un oficio de alumno, y otro oficio
del docente. Que muchas veces son relaciones de poder en pugna y contradicción. O en
palabras de Hegel: “una lucha por el reconocimiento”. No obstante, no es solamente hablar
de todo lo que positivamente puede, sino de sus limitaciones, frustraciones, y reconocer el
“no-poder” del educador 1en algunas ocasiones. Porque en los procesos de enseñanza también
nos encontramos con resistencias, cuestiones que se nos escapan de las manos, impotencias.
La educación no se da de manera automática y unidireccional. Si vamos al caso, el que decide
aprender es solamente el estudiante.
La tarea docente no consiste en “formar” un tipo de sujeto, cual fabricante o creador. El
docente, desde las experiencias pedagógicas que tuve la suerte de transitar, más que nada

1
Philippe Meirieu, “Frankenstein educador”, Editorial Laertes.
debería ser un facilitador de ciertas herramientas para el estudiante, una especie de ventana
que de a conocer un abanico de perspectivas o posibilidades dispuestas en el mundo.
Creo que a partir de la concepción que uno tiene sobre la educación, recién allí construye su
tarea o rol docente, su lugar en toda institución y también el alcance que éste tiene en el
“aprender”. Pero también, toda construcción no se da de manera aislada e individual. Se
construye con un “otro”. El rol docente no solo le pertenece o es autoproclamado, como había
dicho anteriormente, se precisa de otro que me reconozca.
Y si hablamos del profesor de filosofía, su marca distintiva tiene que ser su pensar crítico y
creadora en el aula, es decir, debe proponerse en acto una práctica reflexiva junto con sus
estudiantes. En eso consiste su “actitud crítica transformadora”2, condición sine quanon de
todo docente de filosofía y filósofo a la vez.
Deconstruir la tarea docente dentro de una institución escolar que tiende a regular
comportamientos y establecer jerarquías entre las personas, que impone órdenes y postula
una serie de obediencias es todo un desafío. ¿Es posible pensar un docente que acompañe
(sólo eso) y esté abierto a la creatividad (una pretensión ambiciosa en estos tiempos) cuando
todavía se ajusta al dispositivo de la calificación? Toda evaluación es importante para un
diagnóstico de con qué nos encontramos en el aula, y ayudan a saber si uno está practicando
de manera adecuada, pero quien tiene la última palabra al fin de cuentas pareciera ser el
profesor. Y la nota es un sello de eso. Algunos lo usarán como un mecanismo disciplinador,
como decir: “esto te pasa por actuar de tal forma”, o condenatorio, como “vos sos un 6”.
Otros lo usarán con “buena fe”. Pero de todas formas, no deja de ser una manera de perpetuar
la filosofía del mérito.
Sostengo que pensar un nuevo rol, o un rol más ampliado, si se quiere, exige replantearnos
la idea de calificación. Ya que si queremos ir en busca de la “autonomización”, es decir,
entender la autonomía, no como algo consumado definitivamente, sino como una conquista,
un proceso que se da de manera progresiva3, debemos dejar de lado la nota. Ya que muchas
veces, los estudiantes piensan y actúan bajo estos condicionantes. “La nota es su Dios” les
decía a mis estudiantes.

2
Alejandro Cerletti, Walter Kohan; “La filosofía en la escuela. Caminos para pensar su sentido”.
3
Idea que trabaja Meirieu.
Además, no solo debemos ser críticos con los contenidos si queremos “criticidad” en el grupo
de clase, sino con todo el espacio que nos circunda. Poner en cuestión las condiciones
materiales en las que se da el proceso de educación: el hecho de “aprender” sentados,
ubicados ordenadamente durante 80 minutos, con recreos intermedios de 10 o 15 minutos,
con evaluaciones acordadas, con calificaciones “ganadas” o “sentenciadas”, con el apuro de
recorrer un programa en un determinado tiempo, en definitiva, examinar todas estos factores
que llevan a la escolarización secundaria, es de alguna manera, suponer que otra educación
de la filosofía es posible.
Y por último, pensar el trabajo docente no sólo como una presencia permanente del profesor
hacia el estudiante, sino como una ausencia a la vez. Si queremos que los estudiantes se
atrevan a hacer “uso de la razón” de manera libre debemos dar lugar a ese espacio. En ciertos
tiempos, debemos ausentarnos, dar una retirada. Pero para que se pueda llevar a cabo eso,
hay que construir un “espacio de seguridad” donde el adolescente se sienta desinhibido y no
tenga miedo a equivocarse, donde el expresar una opinión en voz alta no sea un riesgo de “a
todo o nada”.
Invito a que replanteemos la tarea del docente de filosofía: no es algo que se adquiere como
cualquier objeto de propiedad, sino que es una construcción permanente. El título docente no
es más que una “acreditación” o “tarjeta de admisión” que da cierto status, pero no sirve de
nada si uno no es consciente que la autoridad, la estima y el reconocimiento se crea de manera
colectiva. A partir de allí, el rol no se limita a una mera cuestión técnica o ejecutiva que uno
tiene dentro de la institución, sino que el panorama se amplía, y uno ya no sólo cumple una
función, sino que asume todo un compromiso.
Biografía

 Jacques Ranciere, “El maestro ignorante”, Editorial Laertes, Barcelona 2002.


 Philippe Meirieu, “Frankenstein educador”, Editorial Laertes.
 Alejandro Cerletti, Walter Kohan; “La filosofía en la escuela. Caminos para pensar su
sentido”.

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