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RESEÑA DE LA OBRA CÓMO SOBREVIVEN LOS MARGINADOS DE LARISSA LOMNITZ

Maximiliano Korstanje (CV)

La siguiente reseña tiene como objetivo discutir críticamente parte del libro de Larissa Adler de
Lomnitz, titulado Cómo Sobreviven Los Marginados editado por Siglo XXI.

En la sección introductoria de su trabajo, Lomnitz intenta plantear el problema definiendo su


objeto de estudio; en este caso la marginalidad y la relación de ésta con la migración y el
sistema de reciprocidad. Más específicamente, para la autora el patrón de asentamiento y el
ocupacional configuran redes de solidaridad específicas. Si bien la marginalidad, debe ser
definida según parámetros económicos estructurales, Lomnitz sugiere la hipótesis de una falta
de vinculación al sistema vigente.

Los migrantes llegan del campo directamente (con o) sin escalas intermedias, y reciben la
ayuda originalmente de algún familiar en la ciudad, así se instalan en espacios geográficos
comunes, dando origen a lo que se conoce como la “barriada”; Aquellos no emparentados
directamente, se integran a esta red de relaciones por medio del “compadrazgo”. Todos
aquellos que se vinculan en las barriadas, comparten una misma ocupación (casi siempre no
calificada); la inestabilidad sufrida desde lo laboral, es suplida por un incremento en el
intercambio de las diferentes redes. Cada red, puede definirse acorde a un espacio
determinado en donde los individuos establecen verdaderos lazos de reciprocidad, confianza y
solidaridad.

Por otro lado, es conveniente, sostiene Lomnitz separar analíticamente los conceptos de
pobreza y marginalidad. Mientras el primer término hace referencia a una noción estructural
donde ciertos elementos (sectores) de la economía desplazan a otros, la pobreza, tiene
relación directa con la falta de insumos necesarios para la subsistencia desde un punto de vista
cuantitativo (posesión).

De por sí, todo desarrollo industrial implica cierta marginalidad ya que presupone una
especialización en la tarea y una división entre la producción industrial y agro-pecuaria. Pero
Lomnitz, es consciente de la operalización de término que ella considera pertinente en el
estudio del problema; y en ese sentido crea uno nuevo: la marginalidad de pobreza.

Según, la autora “las naciones industrializadas han inventado diferentes tecnologías sociales
para tratar de incorporar a estas poblaciones sobrantes en sus sistemas económicos. En los
países subdesarrollados la marginalidad reviste formas más agudas, ya que, generalmente no
han logrado implementar sistemas de seguridad social efectivos para toda la población, ni
instituir modelos de ocupación plena de tipo estatal” (pp. 18)

En el caso puntual de México, Lomnitz asegura, “Según un grupo de economistas mexicanos, la


sociedad de este país se enfrenta a un problema básico: la enorme disparidad que existe entre
sus miembros, respecto a la participación en la producción, el ingreso, el consumo y las
decisiones económicas“. (pp. 19)

Gran parte de la población agraria, marginada migra a las ciudades buscando puestos de
trabajo de escasa calificación. La mayoría de ellos son absorbidos por la industria de la
construcción. La participación en un sistema de competitividad industrial exige recursos
humanos con una alta calificación y manejo de conocimientos, que los asalariados rurales
carecen. En este contexto de complejidad y pauperización, Lomnitz conduce uno de los
trabajos más serios en la materia (a pesar de las propias limitaciones que exige la postura).
Desde un punto de vista metodológico, la autora descarta la idea que apunta a señalar a la
marginalidad como un estadio transitorio producto específico de un proceso migratorio previo;
como así también la idea, de que levantando las zonas geográficas “afectadas” se solucionaría
el problema.

Asimismo, Lomnitz ataca el principio de “la cultura de la pobreza”, por considéralo como una
forma ideológica de control social; el pobre no lo es producto de su cultura, sino por el
contrario de mecanismos estructurales (económicos y sociales) que lo han llevado a ese
estado. “Al desentenderse en cierto modo de la base económica y de la organización social, se
hace aparecer la cultura, es decir, el conjunto de mecanismos de defensa de los pobres frente
a una situación objetiva difícil, como si fuera una causa de sí misma: el pobre no puede salir de
la pobreza porque su cultura se lo impide. Si fuera más limpio, más estudioso, más sobrio, más
honrado, quizá progresaría” (pp. 24)

El desarrollo teórico escogido por Lomnitz lleva a diagramar su investigación según el siguiente
esquema analítico: la supervivencia a un medio está determinada según el actor pueda
entablar lazos de reciprocidad y ayuda mutua con sus semejantes. Esta se institucionaliza,
formando verdaderos grupos de interés. La red de intercambio se suscita a su vez por medio
de lazos de parentesco y de familia específicos.

Los migrantes llegan por primera vez a la ciudad llamados por un familiar o conocido, en donde
son reducidos geográficamente a ghetos; se crea una red de intercambio entre los más
próximos (los vecinos) quienes a su vez “se limitan a brindarse seguridad”. En las barriadas,
coexisten dos instituciones la economía de mercado que ha llevado al migrante a la
marginación, y las solidaridades de su grupo de pertenencia propias que le garantizan su
subsistencia.
En este sentido, Lomnitz desarrolla su trabajo bajo elementos claves: la cercanía física y la
confianza. Esta última permite entablar un diálogo o intercambio recíproco, crea una voluntad
colectiva de cumplir con las deudas o convenios entre las partes, familiaridad suficiente para
no ser rechazado. En la barriada del Cóndor, dice Lomnitz, prima la reciprocidad simétrica, es
decir un regalo es entregado como símbolo de superioridad y el receptor, a la vez entrega otro
favor de igual valía para neutralizar ese intento de autoridad. La autora, al respecto, escribe “al
producirse la desigualdad, el resultado es una diferenciación de poder: quienes antes fueron
iguales pasan ahora a depender uno del otro. Una condición básica para establecer una
relación de confianza en l barriada es la igualdad de carencias entre los contrayentes de la
relación” (pp. 28)

La explicación al problema planteado no es otra que el teorema del nicho ecológico, que
Lomnitz explica de la siguiente manera “al llegar a la ciudad, los migrantes no encuentran
cabida en el sistema laboral industrial y se convierten en marginados. Sin embargo, el
subsistema no rechaza totalmente a los migrantes, sino que solamente les veda el acceso a las
fuentes de trabajo incorporadas al sistema económico industrial. Los migrantes rurales
sobreviven, se multiplican y sus colonias proliferan en torno a las grandes metrópolis de
América Latina, lo cual significa que los marginados han encontrado un nuevo nicho ecológico
en simbiosis con el medio urbano” (pp. 30)

Antropológicamente hablando, en cerrada del Cóndor, la vida con respecto al trabajo y a la


familia versa en una estricta jerarquización de tareas con respecto al género. El hombre asigna
a la mujer un papel sustituto al de madre, y ésta no puede exigirle o presionarle desde un
punto de vista emocional. El cuatismo (de cuates) o amiguismo, se constituye como un sistema
de solidaridad específico a los hombres en el cual se comparten ciertas intimidades y ayudas
como así también ratos de entretenimientos y diversiones. Al no poder volcar su lazo afectivo
hacia su marido, la mujer deposita su emotividad en sus hijos o en sus hermanos varones. De
esta manera, en la barriada, la mujer tiene una “personalidad” fuerte (aunque estoica y
sufrida) y se convierte en parte importante de lo que sostiene a la familia. El hombre, pasa a
ser considerado, como un “inmaduro” cuyos “arranques” debe aguantar como lo hace una
madre con su hijo “pequeño”. Sin embargo, la naturaleza de esta clase de familias mexicanas
no autoriza a hablar de familias disgregadas. En efecto, existe una fuerte solidaridad entre los
miembros de la familia, y en consecuencia la mayoría de ellas (nucleares en su composición)
son estables. Geográficamente, las familias se ubican en forma extensa, es decir dos o tres
familias nucleares comparten una misma unidad habitacional (unidad doméstica con arreglo al
parentesco, cercanía y función). Entre las familias nucleares, predominan las completas
(76.6%) en relación a las incompletas (23.4%).

No viene al caso nombrar o enumerar, cada una de las combinaciones posibles para las
diferentes clases de unidades domésticas en la barriada Del Cóndor, pero si tocar el tema del
patrón residencial, que hace referencia a los criterios de instalación espaciales. En efecto,
como ya hemos mencionado, cada individuo “nuevo” que entra por primera vez a la barriada,
sigue pautas y normas bien específicas. Los criterios de asentamiento varían de acuerdo a cada
una de ellas, por ejemplo en el Distrito Federal, cuenta Lomnitz, la tendencia es a instalarse en
forma neo-local, si ambos carecen de recursos económicos, el hombre migra sólo y se hospeda
temporariamente en casa de “amigos”. Similares resultados se encuentran en Monterrey. Pero
en estudios conducidos sobre barrios periféricos en la ciudad de Londres, revela por el
contrario que los migrantes se asientan de acuerdo a criterios matri-locales. En el Cóndor,
predomina la patrilocalidad aunque después primen otros como colaterales o de
compadrazgo. Según los datos presentados por Lomnitz, el 76% de las familias nucleares
inician su vida en la ciudad, como miembros de una unidad extensa de techo clásica, aunque
sólo el 24.9% continúan en esa modalidad con el transcurso del tiempo.

Asimismo, las redes de intercambio también merecen una mención especial en el excelente
desarrollo que hace Lomnitz, sobre la cuestión de la marginalidad. La autora comienza ese
capítulo cuestionando la definición clásica de red, y discutiendo la aplicación de la noción al
estudio de su problema. Obviamente, cada red, para Lomnitz está definida por un sistema de
intercambio específico que conllevan a una estructural social de mayor complejidad.
Taxonómicamente, las redes a su vez se subdividen en egocéntrica, exocéntricas. En el primer
caso, el intercambio puede efectuarse mediante una relación diádica entre dos o más partes
que además es recíproca y obedece a los siguientes criterios: a) distancia social, b) distancia
física, c) distancia económica y d) distancia psicológica. La autora presupone, que en contextos
de marginalidad la consanguinidad no es un factor determinante en la reciprocidad, sino que
por el contrario la proximidad geográfica es capaz de entablar verdaderos flujos de
continuidad en las relaciones entre los actores. Asimismo, la distancia psíquica implica
familiaridad y esta a su vez confianza.

Por el contrario, la noción egocéntrica, supone la idea de que todos deben interactuar todo
con todos. En estos casos, las relaciones deben exceder los campos físicos de la propia barriada
extendiéndose en territorio y magnitud. Para Lomnitz, la forma exocéntrica retribuye las
relaciones en forma simétrica asegurando cierta estabilidad institucional. Aunque esto pueda
ser un tema algo polémico, Lomnitz sostiene “es indudable, por lo demás, que las redes de
intercambio representan un importante elemento de solidaridad (y por lo tanto de solidez)
para la estabilidad de las unidades domésticas. Aquellas redes que mantienen una elevada
intensidad de intercambio durante un tiempo prolongado tienden a volverse autosuficientes y
sus integrantes tienden a reforzar sus relaciones sociales mediante el cuatismo y el
compadrazgo. En otro casos, las relaciones diádicas externas a la red permiten a cualquiera de
sus integrantes cambiar de red según las circunstancias y necesidades” (pp. 144)

En esta explicación, Lomnitz condensa todos los datos que ha expuesto al momento. En forma
sumariada, los alcances de su investigación podrían resumirse de la siguiente manera: Las
funciones exocéntricas tienden a generar modelos de reciprocidad (según Sahlins
generalizada) cuyo continuum está supeditado por las redes familiares. Aunque este no sea un
criterio exclusivo de esta clase de redes, el parentesco y la confianza crean lazos más estables
en comparación a otras tipologías. Pero esta clase de asociaciones no excluye, a su vez, otras
diádicas entre ciertos integrantes del grupo y otros grupos. En referencia a lo expuesto,
Lomnitz clasifica los siguientes bienes como plausibles de ser intercambiados en un complejo
de redes: información, asistencia o recomendación laboral, préstamos financieros, apoyo
moral, y otros servicios.
Los cambios de afiliación institucional se dan por el intercambio diádico el cual no presupone
ningún tipo de identidad o fidelidad. El individuo, así escoge su grupo de pertenencia acorde a
la satisfacción de sus propias necesidades o la expectativa de satisfacerlas. Bajo este contexto,
las relaciones se dan en un constante dinámica, debido a que las restricciones impuestas por el
medio son muchas y por ende muchas las estrategias para la propia subsistencia.

Pero lo expuesto al momento no resuelve la pregunta que lleva precisamente el título de la


obra. ¿Cómo sobreviven los marginados?.

La autora va a responder textualmente a esta pregunta de la siguiente manera “la tesis de este
libro sostiene que el marginado vive gracias a una organización social sui generis, en que la
falta de seguridad económica se compensa mediante redes de intercambio recíproco de
bienes y servicios. Estas redes representan de hecho un sistema de seguro cooperativo
informal que incluye entre sus múltiples funciones la de alojar y alimentar a los migrantes
durante el período inicial de su adaptación a la ciudad, y la de mantener a los pobladores de
barriadas durante los frecuentes períodos de desempleo o incapacitación. Además, las redes
otorgan un apoyo emocional y moral al individuo marginado, y centralizan su vida cultural,
frente a la virtual ausencia de cualquier otro tipo de participación organizada en la vida de la
ciudad o la nación. Podemos afirmar, por lo tanto, que la red de intercambio recíproco
constituye la comunidad efectiva del marginado urbano, en las barriadas latinoamericanas”
(pp.223)

Los aportes del texto reseñado son varios, y pueden encuadrarse dentro de la tipología de
estudios migratorios urbanos. No obstante, todos ellos pueden clasificarse en dos grandes
grupos o perspectivas: a) la perspectiva metodológica-espistemológica y b) la perspectiva
empírico-práctica.

Para la perspectiva metodológica, Lomnitz demuestra que la etnografía es una herramienta


fiable e útil que no sólo puede estudiar tranquilamente fenómenos urbanos sino que puede
además ser combinada con otros métodos como encuestas o cuestionarios estandarizados. En
este sentido, la antropología no necesariamente debe dedicarse a estudiar poblaciones lejanas
y rurales, sino que puede (según Lomnitz) ocuparse de fenómenos urbanos.

Desde una perspectiva empírica, el trabajo de campo de Lomnitz describe y explica la


formación de redes de reciprocidad en contextos de marginalidad y discriminación. La
investigadora, identifica 45 redes de intercambio en tipos de unidades domésticas en la
barriada del Cóndor. En este sentido, existe un patrón de asentamiento espacial surgido de
factores estructurales específicos cuyo principio no es otro que la “inseguridad económica”.
Quizás a diferencia de otras ciudades latinoamericanas, en Barriada del Cóndor, el migrante
llega sin escala previa ni paso por la ciudad, sino que se dirige directamente a las periferias.
Con ello derriba un antiguo prejuicio, traído tal vez por la misma Escuela de Chicago, en
considerar que los marginados poseen una escasa sociabilidad y solidaridad por el sólo hecho
de serlo, arguyendo características culturales propias de su grupo las cuales los han llevado a
tal situación.

En la creación del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Chicago en


1892 se encuentra el primer antecedente sobre el uso del método etnográfico por parte de la
sociología, y la puerta de entrada a la conformación de la antropología urbana. Los primeros
integrantes de esta escuela, tenían una formación diversa y heterogénea, hecho que coadyuvó
para que se utilizaran los métodos “culturalistas” de Franz Boas al estudio de los fenómenos
urbanos.

La principal preocupación de la Escuela de Chicago, en una primera instancia, versaba en


comprender a la ciudad como un organismo viviente, y estudiar su proceso de crecimiento
aplicando las tesis de Darwin y Newton; en consecuencia, la ciudad crece
desproporcionalmente en cuanto a sus sectores y en ese crecimiento se van observando
diferentes espacios con diferentes dinámicas internas. A lo físico se le superpone una
característica social. A esta fase se la conoció como teoría de las partes naturales y fue desde
1920 a 1940; como forma derivada de la teoría de las áreas naturales, hacia fines del 40 surge
la idea de “desorganización social”.

Tanto para una como para la otra, los individiduos comienzan a perder su “solidaridad” en
detrimento de la anomia, la desconfianza y la disgregación. Una segunda postura sobre el
mismo tema, hará referencia a que la disgregación no es un producto inherente del
crecimiento sino del cambio social o los procesos de crisis institucionales. A esta postura se le
ha criticado precisamente el confundir aspectos de su propio “etnocentrismo de clase” y
proyectarlo al campo de estudio, suponiendo que ciertos grupos no tenían valores morales. En
su segunda etapa, la escuela de Chicago va a focalizar en las dinámicas sociales propias de la
ciudad; sobre todo aquellas vinculadas a la marginalidad y al origen de las diversas sub-
culturas. En este sentido, Shaw y Mckay van a cuestionar la idea de que los grupos marginales
carecen de valores y normas (como se pensaba), arguyendo que los grupos poseen sistemas
normativos y de valores morales propios que tienden a la propia integración. (Shaw y Mckay,
1942)

Estos patrones o guías culturales abren la posibilidad a numerosas patologías sociales como lo
son la violencia, la delincuencia, la drogadicción y la prostitución entre otras tantas. Tal como
Lomnitz, plantea y demuestra su hipótesis de trabajo, en los sectores marginados (al igual que
en cualquier otro grupo) existen mecanismos endógenos y profilácticos que permiten crear
relaciones sociales en un sentido integrador (egocéntrico) y en otro disgregador (egocéntrico).
En el primer caso, las prácticas tienden a ser integradoras para con la propia red mientras que
en el segundo sólo se constituye como una relación temporaria y ocasional.
Esta discusión, puede llevarse al campo de la crítica cultural de Castells, a la misma Escuela de
Chicago. Precisamente, el autor cuestiona la posición romántica de la Escuela de Chicago al
sostener (con Dewey) que si bien existen diferencias entre lo rural y lo urbano, estas no son
más que la expresión de las estructuras económicas capitalistas y no de relatividades o
diferencias cultura.

Existe una “variación concomitante” entre el ambiente y la forma cultural interna, que no
necesariamente se corresponde por su semejanza. En este sentido, dice Castells, Redfield y
Wirth han estado más preocupados por un “prejuicio romántico”, como el de suponer que el
mundo urbano es anómico y desorganizado y el rural armónico y religioso, que de estudiar
realmente los fenómenos de la vida urbana. No existe ningún continuum, ni mucho menos
evidencia empírica de un pasaje de la sociedad rural a la urbana. La propuesta de Castells nos
lleva pensar lo urbano, ya no desde el punto de vista del desembarco de la modernidad, ni
desde el mito ideológico de la “cultura urbana”, sino por el estudio de las estructuras históricas
y económicas que fundamentan estos procesos. Como bien lo dice, no existe una cultura de la
urbanidad regida por valores específicos, sino un proceso histórico-económico que la ha
condicionado y creado. (Castells, 199:136)

Por el contrario, según Cohen nuestra adaptabilidad al medio nos sugiere que existen ciertos
problemas que deben ser resueltos por determinados mecanismos. Entre estos obstáculos
algunos tendrán solución otros no, la subcultura proporciona aquellos elementos que la
cultura no nos da, para poder sobrepasar estos problemas. Cuando los problemas se
institucionalizan, una solución innovadora a ellos, generan un castigo, ya que en ellos surgen
mecanismos más complejos como lo son el prestigio y el poder, y la solidaridad.

En efecto, el hecho de escoger ante determinado problema un rango de soluciones


“aceptables” que no contradigan las normas del grupo, proporciona un sentimiento de
solidaridad. Pero Cohen, presupone de antemano que un individuo cambiará su grupo de
pertenencia si éste no puede proveerle los medios afines para solucionar un conflicto
específico. Esto explica el surgimiento de diversas sub-culturas y su relación con los sistemas
de solidaridad como la amistad o el parentesco. La desintegración se sucede cuando el sujeto
no encuentra respuestas en su grupo para hacer frente a sus problemas más inmediatos; pero
a la vez, esto supone una nueva integración hacia otra dirección o subcultura, dando como
resultado la hipótesis de la subcultura. (Cohen, 2002)

Desde nuestra perspectiva, consideramos el aporte de Lomnitz como uno de los estudios más
serios en el tema de la marginalidad y las redes de intercambio en las zonas periféricas a las
grandes urbes. Su libro ya editado hace un tiempo, debe ser considerado por planificadores,
asistentes sociales, antropólogos, sociólogos, psicólogos y todos aquellos que hagan del tema
de la migración y el desarrollo social su objeto de estudio.

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