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ENTRE DESGARRAMIENTOS Y ALTERNATIVAS EMERGENTES.


APROXIMACIONES CRÍTICAS AL TEJIDO SOCIAL
ANTE LA CRISIS CIVILIZATORIA
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Índice

Prólogo ....................................................................................... 9
Raúl Zibechi

Introducción .............................................................................. 15
María Eugenia Sánchez y José de J. Legorreta

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada .................... 25


María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera

Una aproximación epistemológica desde el Sur


para el estudio de socialidades, tejidos sociales
y entramados comunitarios emergentes .................................. 73
Stefano Sartorello y Cristina Perales Franco

Aproximaciones al tejido social: un concepto en disputa ...... 109


José de J. Legorreta, Marcela Gómez Álvarez y Fabrizio Lorusso
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Crisis del sistema-mundo,


el Estado y las transiciones estructurales.............................. 143
David Martínez Mendizábal y Mario Iván Patiño
Rodríguez-Malpica

Crisis del sistema-mundo: expulsiones, rupturas


y emergencia de entramados sociales..................................... 175
Jorge Armando Gómez Alonso y Guadalupe Fernández Aguilera

La perspectiva de conflictos: una herramienta


para trascender las violencias en el contexto
de los desgarramientos civilizatorios ..................................... 209
Gerardo Pérez Viramontes

Semblanzas de los autores ...................................................... 253


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Aproximaciones al tejido social: un concepto en disputa

José de J. Legorreta, Marcela Gómez Álvarez y Fabrizio Lorusso

Introducción

En las últimas décadas los temas de “reconstrucción del tejido so-


cial” y “nuevas formas de socialidad” han proliferado en las narrati-
vas de discursos políticos, en medios de comunicación, proyectos de
intervención social e investigaciones, especialmente en contextos de
violencia. Sin embargo, casi nunca se explica, ni mucho menos se
problematiza, lo que se entiende por tales expresiones. El mismo
término tejido social, ampliamente presente en América Latina, re-
sulta igualmente equívoco, pues aunque ha sido usado de manera
general para expresar síntomas de fragmentación en las formas de
convivialidad en comunidades urbanas y rurales, una mirada atenta
muestra la escasa coincidencia entre los sentidos, supuestos y accio-
nes sociales sobreentendidos cuando se habla de “reconstrucción del
tejido social”. Es por ello que el presente artículo quiere analizar crí-
ticamente esos supuestos, ubicándolos en el contexto de lo que algu-
nos autores llaman colapso civilizatorio. Para tal efecto explorare-
mos significados, perspectivas y debates, a partir de la articulación

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JOSÉ DE J. LEGORRETA, MARCELA GÓMEZ ÁLVAREZ Y FABRIZIO LORUSSO

con otras categorías de análisis, como socialidades, comunidad, te-


rritorio, comunalidad, y con la sociología relacional.
En vista de lo anterior, en un primer momento plantearemos la re-
lación entre la crisis civilizatoria y nuevas formas de socialidad; se-
guidamente expondremos el debate latinoamericano sobre el tejido
social, a partir de la revisión y el análisis de textos de diversa índole.
En un tercer momento se destacará la relación entre tejido social y
territorio; en el apartado subsiguiente se planteará la relación y pro-
blemática entre comunidad, comunalidad y tejido social. Finalmente,
el texto concluye con una somera exposición de los aportes de la so-
ciología relacional, específicamente en la comprensión de la “rela-
ciones” y las propuestas que desde allí podrían sumar al debate sobre
tejido social, y a la articulación con diversos linajes teóricos de las
ciencias sociales.

Crisis civilizatoria y nuevas formas de socialidad

En la actualidad asistimos a una profunda crisis civilizatoria, donde


las estructuras económicas y políticas, así como los referentes cultu-
rales e institucionales del patrón moderno-colonial, se están resque-
brajando, a la par que se erosionan las relaciones, instituciones, ima-
ginarios y formas de vida consolidadas en la modernidad capitalista
(Sánchez, 2019). La amplitud y profundidad de esta crisis se ha radi-
calizado desde el último tercio del siglo XX, debido a la globaliza-
ción neoliberal, la cual —mediante su lógica expansiva de devasta-
ción— se ha revelado incompatible con la preservación de la vida tal
como la conocemos (Lander, 2019). Las violencias derivadas de este
colapso civilizatorio se han exacerbado en los sectores más pobres y
vulnerables, esto es, en la mayoría de la humanidad, agudizando las
carencias, las desigualdades y las violencias.
Uno de los síntomas más sentidos de esta crisis ha sido la desor-
ganización y el colapso de las formas de convivialidad enarboladas
por la modernidad como el Estado-nación y la familia patriarcal, que
con su estela de símbolos y valores dieron cierta estabilidad y sentido
a los vínculos sociales en gran parte del mundo occidental, así como

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

en los pueblos colonizados, y en décadas recientes, en experiencias


organizativas populares y movimientos sociales que se identifican/
autodenominan como “comunitarios” (Torres, 2013, p. 15). Sin em-
bargo, justamente por razones de sobrevivencia, en los últimos años
han emergido y proliferado grupos y proyectos colectivos de lo más
disímbolo: unos tendientes a reconstituir o crear formas de vida soli-
darias, de cuidado mutuo y del entorno alternos al patrón mundial de
poder hegemónico; otros abocados a sobrevivir e imponerse en una
lógica hostil, competitiva y violenta, donde los beneficiarios han
sido los triunfadores formales e informales del sistema: grandes cor-
poraciones, carteles del narcotráfico, entre otros (Bauman, 2003).
Estas nuevas formas de relacionalidad y pertenencia han tornado
obsoletas e inadecuadas las perspectivas y nociones habituales con
las que se solía nombrar y explicar la vida social. Es por eso que en
las últimas décadas algunos analistas y actores han ensayado o pro-
puesto otros términos para aludir a esas formas inéditas de relacio-
nalidad, como el de “red”, “entramados” o “tejido”, mientras otros
han intentado resemantizar, resignificar o modificar conceptos anti-
guos como el de “comunidad” y el de “socialidad” (Vargas-Cetina,
2015; Ayora, 2003; de Marinis, 2008). Socialidad se ha usado re-
cientemente de modo indistinto y como sinónimo de sociabilidad,
para hacer referencia a la cualidad o tendencia de los seres humanos
a estar-en-común. Sin embargo, aunque “socialidad” y “sociabili-
dad” comparten cierto aire de familia, tienen sus diferencias.
En el ámbito académico, sociabilidad posee una genealogía ras-
treable por lo menos desde el siglo XVIII. Sin embargo, la referencia
obligada de sus antecedentes sociológicos es sin duda Georg Sim-
mel, quien hacia finales del siglo XIX y principios del XX posicionó
el término como categoría analítica para referirse a la cualidad o ten-
dencia de los seres humanos a estar-en-común (Simmel, 2002; Pani
y Salmerón, 2008; Carretero, 2017; Chapman, 2015). A diferencia
de este término, el uso reciente —socialidad— no alude tanto a la
sustancialidad de la relación en sí, como a las formas inéditas de
vida asociativa signadas por su fluidez, precariedad, movilidad, afec-
tividad y hasta por la violencia (Maffesoli, 1990). Quizá éste sea un

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elemento importante que ayude a entender el posicionamiento del


término en el habla común y hasta especializada, donde socialidad
aparece por lo general en expresiones compuestas que denotan no-
vedad: “socialidades alternas”, “nuevas formas de socialidad”, “otras
formas de socialidad”, etcétera. Una somera revisión del uso de estas
expresiones permite identificar, por lo menos, tres aspectos por los
que se vincula socialidad con algo novedoso.
En primer lugar, como lo ha expresado a lo largo de su obra Mi-
chael Maffesoli, socialidad integra elementos que la modernidad
dejó fuera: lo sensible, lo lúdico, el imaginario y lo afectivo (Chihu
y López, 2000). En segundo lugar, como estas formas de relaciona-
lidad ocurren en tensión y conflicto con el orden totalizante, racional
y canónico de la modernidad, socialidad se usa, entonces, tanto para
evocar las luchas de actores y sujetos por resistir y sobrevivir a esas
violencias, como también para referirse a las recomposiciones de la
convivialidad en esos contextos (Díaz, Grassi y Minii, 2011). En ter-
cer lugar, la expresión “nuevas formas de socialidad” también está
siendo usada para designar un complejo de sistemas relacionales co-
producidos e interpenetrados, donde los entramados sociales son
parte y efecto de una mutua co-constitución ecosistémica entre seres
humanos, instituciones, artefactos, nuevas tecnologías, imaginarios
y medio ambiente (Latour, 2008; García, 2010; Durand y Sundberg,
2019). Desde este enfoque, hablar de nuevas formas de socialidad
refiere a “un entramado de relaciones interpersonales, cara-a-cara o
virtuales, donde lo material, lo emocional-sensible, lo simbólico y lo
imaginario están inextricablemente unidos” (Girola, 2017, p. 54).
De acuerdo a lo anterior, hablar de nuevas formas de socialidad
lleva a referirse a un entramado complejo de relaciones socio-natu-
rales más allá del reduccionismo cosificante, abstracto, moderno y
racional, que permite visibilizar recomposiciones de la convivialidad
que resisten a violencias diversas en que se revelan los desgarra-
mientos civilizatorios. Esta peculiar concepción sobre socialidad re-
sulta heurísticamente útil para identificar el sentido y uso que autores
y proyectos suponen cuando hablan de tejido social. En este orden
de ideas, la simple recomposición de estructuras de relacionalidad

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previas a su ruptura o deterioro, no pueden considerarse per se for-


mas nuevas de socialidad, no obstante que toda relacionalidad es di-
námica, y de alguna manera, siempre cambiante. Finalmente, cabe
advertir que socialidad, al igual que todas las expresiones y catego-
rías con que ha trabajado la teoría sociológica (“sociedad”, “comu-
nidad”, “asociación”, “estructura”, “masa”, etcétera) son metáforas
y no conceptos unívocos (Urry, 2001), por lo que la pertinencia de
estas metáforas deberá ser evaluada desde su utilidad, para ver y ex-
plicar las dinámicas y sentidos de ser o estar en común, en el con-
texto de la crisis civilizatoria actual.

El debate la noamericano sobre el tejido social

El debate sobre las nuevas formas de socialidad se ha expresado en


un amplio espectro del reciente pensamiento social latinoamericano,
mediante la expresión tejido social. Sin embargo, hasta ahora no
existen trabajos sistemáticos que expongan y discutan los usos, ca-
racterísticas y alcances de tal noción en el ámbito de las ciencias so-
ciales. Esta carencia nos ha llevado a revisar 86 textos alusivos al
tema, entre los que se encuentran reportes de investigación, ensayos
inéditos, informes gubernamentales y artículos de prensa,14 con el
fin de caracterizar el uso discursivo, político y cognitivo en el que
está inmersa dicha expresión.

14 Este trabajo documental fue realizado por un grupo de investigación sobre tejido
social de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México durante 2019, in-
tegrado por Ana Carvajal, Patricia Moreno, Marcela Gómez y José Legorreta.
El punto de partida fue un texto elaborado por Noemí Gómez del ITESO, desde
el cual se hizo una primera aproximación conceptual al término tejido social.
La investigación del equipo de la Ibero continuó con la ampliación de las re-
flexiones, a partir de una amplia revisión documental. Uno de los objetivos fue
ubicar con más claridad el uso de la noción. Para ello se hicieron fichas biblio-
gráficas, mapas conceptuales, tablas de Excel y gráficos. Cabe señalar que du-
rante este proceso se realizaron encuentros grupales que nos acercaron a
discusiones y reflexiones colectivas respecto al tema en cuestión. Es importante
mencionar que la ruta de trabajo estuvo orientada por una serie de preguntas,

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Un primer dato que arroja la revisión de esas fuentes es que tejido


social es una expresión netamente latinoamericana, cuya presencia
destaca de manera particular en países como Colombia, México,
Guatemala, Honduras y Bolivia, aunque también encontramos refe-
rencias esporádicas en algunos países europeos y en Estados Unidos.
El uso de tal expresión tiene sus peculiaridades en cada región; por
ejemplo, en Colombia tejido social es usado habitualmente para des-
tacar las fracturas en la confianza y socialidad causadas por la vio-
lencia armada y la política extractivista (Uribe, 2001). Situaciones
similares se mencionan en las publicaciones sobre tejido social de
países como Guatemala y Honduras, donde la represión y la violen-
cia armada desencadenaron rupturas del sentido colectivo y la soli-
daridad en las comunidades (Beristain, Giorgia, Páez, Pérez y Fer-
nández, 1999; Beristain, Esquivel y Riera, 1993). El caso mexicano
no ha sido la excepción, y más bien ratifica la vinculación entre vio-
lencia y destrucción de las localidades, lo cual se expresa en la rup-
tura de la confianza interpersonal e institucional, y por ende, en la
imposibilidad de pensar un “nosotros” (Aguirre y Castro, 2015;
Aguirre y Nochebuena, 2015).
Un segundo dato atañe a la contemporaneidad de la expresión. La
revisión bibliográfica permite identificar que si bien el término tejido
social ya era utilizado desde finales del siglo XX, en lo que va del
XXI ha experimentado un incremento significativo en declaraciones
y publicaciones de todo tipo. Entre las varias hipótesis que se aducen
para explicar este fenómeno, algunos sugieren que ello se debe a la
exacerbación de las violencias derivado de la crisis civilizatoria

entre las que destacan las siguientes: ¿En qué contextos se usa la expresión?,
¿cuáles son los usos sociales del término?, ¿qué resquebraja el tejido social o
cómo se busca reconstruirlo?, ¿qué papel juegan las identidades en el tejido so-
cial?, ¿qué función tiene hablar de tejido social en contextos de violencia, dis-
criminación y pobreza?, ¿quién o quiénes suelen aparecer como sujetos del
tejido social y cuáles son sus características?, ¿qué tipo de convivialidad evoca
la expresión? y ¿qué función desempeña la localidad espacio territorio en el te-
jido social? El amplio diálogo suscitado en el grupo, a la luz de varias investi-
gaciones particulares de los participantes, posibilitó una resignificación de la
categoría desde una perspectiva crítica y decolonial.

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

arriba mencionada (Almeida y Sánchez, 2014; Briceño-León, 2007;


Sánchez, 2019). De acuerdo con esto, se puede afirmar que tejido
social se usa como una categoría para visibilizar problemáticas so-
ciales históricas y sistémicas, ligadas al desplazamiento, al conflicto
armado, a la delincuencia, al racismo/colonialismo, al extractivismo
y a la violencia de género, siendo situaciones que afectan profunda-
mente los vínculos, y en general, la posibilidad de ser o estar en co-
mún.
Tanto en investigaciones académicas como en experiencias co-
munitarias y proyectos de intervención, se suele hablar de tejido so-
cial para destacar su rupturas o afectaciones en general, tal como se
puede apreciar en el siguiente cuadro.

Fuente: Elaboración propia.


86 materiales revisados.
En el material revisado hay seis textos que refieren en una sola ocasión alguna expresión para hablar
de la afectación del tejido social (desarticulación, desintegración, grieta, etcétera) que no se reflejan en
esta gráfica.
*Los materiales revisados no mencionan ninguna expresión para hablar de la afectación del Tejido
Social.

A la variedad de calificativos para describir la afectación del te-


jido social, corresponden otros tantos para aludir a su reconstrucción.
En cualquier caso, uno de los elementos importantes en estos discur-

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sos es que los procesos de ruptura o reconstrucción del tejido social


se ubican en contextos marcados por diversos tipos de violencias.
En la variedad de las fuentes revisadas es claro que el sentido y
naturaleza sobre lo que es tejido social está dado por cómo se con-
ciba el “orden” social, y por ende, la naturaleza de las violencias
que lo alteran. Al respecto podemos identificar por lo menos tres
perspectivas: 1. Tejido social como formas de interacción previa-
mente instituidas e institucionalizadas por el orden legal y el “sen-
tido común” que permiten la convivencia. 2. Tejido social como re-
cuperación y recreación de valores, actitudes, interacciones e
ideales comunitarios, sofocadas por la sociedad individualista-fun-
cional de la modernidad. 3. Tejido social como formas nuevas y al-
ternas de socialidad, que al tiempo que denuncian resistiendo a las
atrofias y violencias del “orden” social, epistémico y colonial de la
modernidad, generan, reconocen y promueven formas complejas y
emancipatorias de socialidad. Consideremos brevemente cada una
de ellas.

Tejido social como formas de interacción previamente instituidas e


institucionalizadas por el orden legal y el “sentido común” que per-
miten la convivencia.

Esta perspectiva se encuentra presente de manera preponderante en


discursos gubernamentales, políticas públicas y algunos reportes de
experiencias de intervención social avocadas únicamente a reconsti-
tuir convivialidad. Uno de los objetivos implícitos y explícitos de
este tipo de discursos es generar las condiciones sociales para res-
taurar el orden preexistente, mediante la recuperación de espacios
públicos, el remozamiento del mobiliario urbano, la impartición de
talleres, cursos y clínicas para poblaciones de escasos recursos, y la
intensificación de patrullaje policial, entre otras medidas. Este tipo
de estrategias carecen de contextualizaciones y análisis estructurales,
históricos o culturales, pues su foco de atención son las disfunciones
inmediatas de poblaciones y territorios que representan un riesgo, ya
sea a la presencia y acción del Estado, como al orden público.

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

La concepción de tejido social en este tipo de discursos opera,


por lo general, en un razonamiento simple: “la violencia y la des-
composición social son resultado de la ruptura del tejido social; por
lo tanto, la solución es la reconstrucción de dicho tejido”. Como se
puede inferir, aquí tejido social es un recurso instrumental, retórico
omniexplicativo, y sanador de gran cantidad de problemas, cuya sim-
ple enunciación conjura la búsqueda de explicaciones sobre la com-
pleja situación de violencia (Herrerías, 2017), al mismo tiempo que
consolida o instala supuestos e imágenes erróneas sobre lo social, al
sugerir, por ejemplo, que la sociedad es una especie de organismo
armónico al que el conflicto le es ajeno y externo, y que cuando hay
problemas, independientemente de sus causas y envergaduras, estos
se solucionan reconstruyendo tejido social.
Otra trampa ideológica que puede insinuar esta peculiar concep-
ción de tejido social, es la idea de que los tejidos sociales —al igual
que la vida comunitaria— constituyen formas “naturales” de sociali-
dad, por lo que su alteración se plantea como la causa de todos los
males. Esta concepción pierde de vista que unas y otras formas de
interacción son construcciones sociales, y que no existen formas na-
turales ni arquetípicas de socialidad transhistóricas o transculturales.
En este sentido resulta atinada la advertencia de Daniel Álvaro
cuando afirma que “esta oposición —entre la supuesta naturalidad
o artificialidad del vínculo social— continúa y continuará intacta
mientras no se someta a crítica el sistema de significaciones en la
cual se halla inscrita y de la cual depende su eficacia explicativa”
(Álvaro, 2010, p. 19).
Esta concepción mítico-ideológica sobre tejido social —como ha
afirmado Carlos Bravo (2010)— oscurece más de lo que ilumina,
pues invisibiliza el hecho de que hay comunidades en las que la vio-
lencia ha deteriorado el “tejido social”, pero hay otras en las que el
crimen organizado se ha dedicado a “reconstruirlo” a su manera, y
muy eficientemente. Hay regiones en las que la descomposición del
“tejido” tiene que ver con la ausencia de autoridades públicas, mien-
tras en otras éste se ha dañado precisamente por las acciones de la
autoridad; existen localidades en las que autoridad y el crimen orga-

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nizado son indistinguibles, y eso tiene efectos —para bien o para


mal— en las relaciones sociales; también hay sitios en que los pro-
blemas locales no tienen que ver con que haya más o menos redes de
sociabilidad (Bravo, 2010).
Vale hacer mención que esta perspectiva mítico-ideológica del te-
jido social no desaparece totalmente en los enfoques críticos que tra-
taremos a continuación, donde al hablar de tejido social evocan, de
diversas maneras y en grados diferentes, un ideal de armonía, una
especie de “retórica cálida y optimista” de la relación social, cuyos
supuestos éticos, políticos y filosóficos ameritan un análisis que por
ahora excede los objetivos del presente artículo.

Tejido social como restauración y recreación de valores, actitudes,


interacciones e ideales comunitarios, sofocadas por la violencia y
las disfuncionalidades de la sociedad individualista- de la moderni-
dad.

Beristain, Esquivel y Riera (1993) y Torres (2013) plantean que el


tejido social se caracteriza por relaciones signadas por un alto grado
de intimidad personal y compromiso moral, y en contextos de repre-
sión y guerra, su reconstrucción genera sentido de “comunidad” y la
presencia de un “nosotros”, desde el cual se pueden gestionar espa-
cios comunes y de confianza. Por su parte, Henao (1998) afirma que
los vínculos sociales y su vasta red de nudos y tramas son los que
posibilitan la estructuración del tejido social. Coinciden en ello los
trabajos de Castro y Gachón (2001), Chávez y Falla (2004) y Villa e
Insuasty (2016), quienes conciben el tejido social compuesto por un
entramado de relaciones dinámicas, cotidianas, en un espacio local y
social determinado, en el cual los actores implicados cumplen una
función de apoyo y soporte mutuo, participando y organizándose
para obtener algún fin determinado. Otros autores como Garzón,
Amaya y Castellanos (2004), plantean que los procesos de socializa-
ción y participación solidaria son los que favorecen el desarrollo in-
dividual y colectivo, permitiendo la generación de valores y el mejo-
ramiento de la calidad de vida de las personas.

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

Los estudios de este tipo enfatizan que la reconstrucción del tejido


social no se orienta necesariamente a la creación de socialidad ex ni-
hilo, sino a la preservación de órdenes socioculturales preexistentes,
así como de vínculos fundados en marcos de sentido e identidades
colectivas heredadas, como es el caso de los pueblos originarios y de
algunas comunidades campesinas. Es a partir de estos elementos que
se trazan planes de vida comunes y rutas de acción conjunta, que a
su vez fungen como soporte emocional, cultural e identitario de co-
lectividades localmente situadas.
Por otra parte, es importante enfatizar que los artículos sobre te-
jido social considerados en este enfoque, lo describen a partir de lo
que consideran sus rasgos distintivos. Es así como el tejido social es
presentado como una complejidad de relaciones flexibles, dinámicas
y diversas, entretejidas por lazos afectivos, recíprocos y cooperati-
vos, mediante los cuales se posibilita la confección de acuerdos éti-
cos y vínculos más o menos estables, que permiten a diversas colec-
tividades afrontar la satisfacción de necesidades comunes y el
bienestar de otros(as), tanto en el plano material como espiritual.
Esta perspectiva sobre tejido social hace una crítica a las formas de
interacción hegemónica en las sociedades urbanas contemporáneas
marcadas por la funcionalidad, el anonimato, el individualismo. Pero
sin duda, su crítica más aguda se hace patente en los diagnósticos
que exhiben la inoperancia del sistema normativo, policial y de jus-
ticia, típico de las sociedades latinoamericanas, donde el poder le-
galmente instituido, cuando se hace presente, opera —por lo gene-
ral— en contubernio con poderes fácticos de todo tipo, desde el
crimen organizado hasta caciquismos y monopolios. En otros casos,
los estudios hacen una crítica a las situaciones de violencia derivadas
de la hegemonía de grupos paramilitares, guerrilleros o del narcotrá-
fico.
El inmediatismo de las urgencias a resolver y el localismo de este
tipo de análisis, les lleva a soslayar con frecuencia enfoques de tipo
estructural, condicionamientos epistémicos, históricos, raciales, de
género y sexuales, que también confluyen en las violencias inscritas
en las “disfunciones” y “rupturas” del tejido social.

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Tejido social como formas nuevas y alternas de socialidad, que al


tiempo que denuncian resistiendo a las atrofias y violencias del “or-
den” social, epistémico y colonial de la modernidad, generan, reco-
nocen y promueven formas complejas y emancipatorias de sociali-
dad.

A diferencia del enfoque anterior, estos estudios sobre la “recons-


trucción/construcción” del tejido social se presentan explícitamente
como una manera de contrarrestar formas de poder asimétricas, de-
siguales, patriarcales y violentas, típicas del proyecto moderno/colo-
nial (Escobar, 2018; Esteva, 2012; Gutiérrez, 2011; Núñez, 1996;
Valencia, 2014; Torres 2013; Zibechi, 2015). Desde esta perspectiva,
varios autores apuestan por la necesidad de descolonizar y despa-
triarcalizar el sistema dominante, problematizando la racionalidad
hegemónica/masculina (Escobar, 2018; Esteva, 2012; Gutiérrez,
2011; Sayak, 2014; Zibechi, 2015), cuestionando los efectos del neo-
liberalismo (Escobar, 2018; Gutiérrez, 2011; Zibechi, 2015) o resis-
tiéndose a éste desde tejidos sociales con gran potencialidad para
comunidades y autonomías (Calveiro, 2019), y afianzar el reconoci-
miento de un “pluriverso”, es decir, un mundo donde quepan muchos
mundos (Escobar, 2018; Zibechi, 2007). De acuerdo a estas miradas,
la reconstrucción/construcción del tejido social se orienta a suscitar
alternativas de desarrollo y estilos de vida emancipatorios, de nuevas
socialidades tendientes al “buen vivir”, “al vivir bien”, que se levan-
tan en un intento por existir de maneras localizadas, organizadas, re-
conociendose y haciendose visibles en medio de prácticas que este
proyecto civilizatorio ha ido dejando en desuso, que son portadoras
de saberes, haceres y vivires que emergen desde la praxis, y que his-
tóricamente han estado en los márgenes (Zibechi, 2007; Gutiérrez et
al., 2016).
Cabe hacer mención que en los artículos situados en esta perspec-
tiva, tejido social se presenta como una realidad social eminente-
mente relacional, cuyo valor y sentido sólo es apreciable a partir de
su posicionamiento frente a los diversos factores de poder que sus-
tentan la normalización de la violencia e inferiorización de los “ex-

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

traños” frente al patrón de dominación moderno-colonial, situación


que resulta frecuente en contextos de precariedad y pobreza (Estrada
y Pequeño, 2007), y donde existen configuraciones hegemónicas de
la masculinidad (Sayak, 2014).
Un dato destacable de los estudios crítico decoloniales es que re-
construir no equivale a re-hacer formas de socialidad normalizadas
en contextos asimétricos de dominación, sino que más bien aluden a
la recreación de condiciones y disposiciones para establecer vínculos
de confianza, solidaridad y cuidado entre individuos, tendientes a
generar redes inéditas de socialidad (Romero 2006; Mendoza y Gon-
zález 2016). En este sentido, los autores mencionados enfatizan que
tal propósito resulta prácticamente imposible de alcanzar atenién-
dose a las condiciones políticas, sociales y culturales prevalecientes,
pues la inoperancia y los vicios de esas condiciones son las que han
generado y fomentan la fragmentación social y la violencia. Por ello
es que varios autores afirman que la reconstrucción del tejido social
se orienta a promover la generación de alternativas de desarrollo y
estilos de vida emancipatorios, para los cuales no necesariamente se
depende de instituciones políticas ni de poderes fácticos para su con-
secución, sino de grupos, individuos o comunidades que se asumen
como gestores y sujetos en la construcción de acuerdos, vínculos y
proyectos propios.
Recapitulando, vista en la pluralidad de sus usos y sentidos, tejido
social resulta una expresión esquiva, polisémica y hasta ideológica.
Por ello es importante no aislarla de los supuestos y marcos de refe-
rencia a partir de los cuales se enuncia y pretende explicar la realidad
y objetivos de determinados proyectos de investigación e incidencia
social. En este sentido, tejido social puede aludir al “orden” socio-
cultural y legal instituido, o bien, al conjunto de valores, actitudes,
interacciones e ideales comunitarios desgarrados por violencias de
diverso tipo. Pero también puede hacer referencia a formas de socia-
lidad emergentes, que a diferencia del antropocentrismo de las otras
perspectivas, integran de manera compleja diversos sistemas vitales,
espiritualidades, tradiciones y localidades, mediante las cuales se re-
siste, al tiempo que se anticipan posibilidades alternas de futuro. En

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todos los casos, la “relación”, o más bien, las relaciones, se revelan


como el punto axial de toda socialidad. Sin embargo, a diferencia de
los tradicionales enfoques académicos sociológicos que operan con
categorías universales y abstractas, tejido social resulta práctica-
mente ininteligible sin su contextualización. La estrecha relación con
que aparece vinculado el tejido social a lo comunitario y al territorio,
viene a confirmar lo que hemos dicho, como expondremos a conti-
nuación.

Comunidad, comunalidad y tejido social

En la mayoría de las narrativas sobre tejido social, el tema de la co-


munidad está presente en su amplia variedad de usos y significados,
ya sea aludiendo a una experiencia, a un tipo de vínculo, un valor, un
concepto, una utopía o un modo de vida. Sin embargo, al igual como
sucede con la noción de tejido social, también el de comunidad casi
nunca se explica ni problematiza. En esta profusión de usos la pala-
bra comunidad se emplea como sustantivo (comunidad indígena, co-
munidades de desplazados), como adjetivo (educación comunitaria,
radio comunitaria, vida comunitaria), y en otras ocasiones, simple-
mente como elemento de contraste para destacar situaciones de vio-
lencia, ruptura y desintegración de vecindarios, barrios o pueblos;
también se usa para denunciar el colapso de las formas de socialidad
insolidarias, violentas e individualistas, típicas del capitalismo.
Si bien desde el siglo XIX los temas de la comunidad y lo comu-
nitario han proliferado en contextos donde han colapsado formas de
vida asociativa basadas en lazos de parentesco, intimidad y con-
fianza, como fue teorizado por Tönnies, Durkheim y Weber, los con-
textos en los cuales hoy es recuperada y posicionada en las narrativas
del tejido social latinoamericano son diferentes. No se trata tanto de
entender la disolución de las formas comunitarias como efecto de la
industrialización, la implantación del Estado nacional y la emergen-
cia de lo social (Torres, 2013), sino más bien, lo que preocupa es en-
tender el colapso de esas formas de “comunidad ciudadana” suscita-

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

das por la modernidad. En la narrativa social latinoamericana tam-


poco resuena el radical desencanto de la comunidad como efecto del
colapso de regímenes totalitarios como el nazismo, el fascismo o el
comunismo, los cuales expresaron en extremo la lógica “comunita-
ria” de mismidad y homogeneidad basada en la raza, la sangre o el
partido, facetas de la comunidad de las que se han ocupado vasta-
mente Nancy, Esposito y Blanchot, entre otros autores (Legorreta,
2017).
En América Latina, más bien, asistimos a un entramado contex-
tual de la modernidad-colonial y capitalista, donde la recuperación y
recreación de procesos, prácticas y proyectos comunitarios emergen
de manera profusa como formas de resistencia a múltiples violencias
derivadas del fracaso de la ciudadanización del proyecto liberal-na-
cional,15 del clientelismo y asistencialismo autoritario, de la inviabi-
lidad del individualismo consumista neoliberal, de la depredación de
territorios, pueblos y modos de vida por el capitalismo extractivista,
y de la indefensión de grupos e individuos ante la criminalidad orga-
nizada.
Desde esta perspectiva, el debate por la comunidad presente en
experiencias y proyectos de reconstrucción del tejido social afines al
enfoque decolonial, aparece como interpelación y resistencia al ca-
pitalismo, al mismo tiempo que como crítica y propuesta alternativa.
Una importante expresión de esta concepción es la de entramados
comunitarios expuesta por Raquel Gutiérrez (2011). Con dicha ex-
presión la autora se refiere a

las diversas y enormemente variadas configuraciones colectivas hu-


manas, unas de larga data, otras más jóvenes, que dan sentido y
“amueblan” lo que en la filosofía clásica se ha designado como “es-

15 De acuerdo con Aníbal Quijano (2014), ni el liberalismo decimonónico ni los


precarios e intermitentes sistemas democráticos del SIGLO XX en América La-
tina pretendieron una amplia revolución social que igualara a todos; por el con-
trario, la organización del Estado-nación se hizo sobre la simulación de la
ciudadanización de todos, preservando la racialización y patrones de poder co-
loniales.

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pacio social-natural”, es decir, el espacio de reproducción de la vida


humana no directa ni inmediatamente ceñido a la valorización del
capital, no plenamente dominado por sus leyes, aunque casi siempre
cercado y agredido por ellas (p. 35).

De acuerdo con esta concepción, los entramados comunitarios se re-


fieren a múltiples constelaciones de relaciones y reproducción de la
vida social, entre las que caben la diversidad de tejidos sociales no
plenamente sujetos a la acumulación del capital, la política estado-
céntrica, y los intereses y dinámicas de las corporaciones trasnacio-
nales. A diferencia del carácter difuso o ambiguo que con frecuencia
conlleva la noción de tejido social respecto a su sentido ético-polí-
tico, la noción de entramados comunitarios es explícita y puntual,
pues se trata de una expresión que permite entender y explicar la si-
tuación actual desde un antagonismo fundamental: entramados co-
munitarios vs coaliciones transnacionales. Este antagonismo heu-
rístico también ha sido esgrimido con gran potencial por las
comunidades de los pueblos originarios supervivientes, o reconstrui-
das en resistencia al capitalismo (Torres, 2002).
Para algunos exponentes destacados de estas comunidades, sus
formas de vida colectiva divergen radicalmente de las formas occi-
dentales, donde la comunidad es ante todo aritmética, es decir, un
simple agregado de individuos. Por ejemplo, la concepción comuni-
taria indígena alude más bien a lo que Floriberto Díaz llama la “in-
manencia de la comunidad”, o sea, “a su energía subyacente y ac-
tuante entre los seres humanos entre sí, y de estos con todos y cada
uno de los elementos de la naturaleza” (como se cita en Robles y
Cardoso, 2007, p. 30). Esta diferencia sustancial con la concepción
de lo común en Occidente, es lo que lleva a dichos autores a distinguir
esta forma alterna de vida mediante el concepto de “comunalidad”.
De acuerdo con este enfoque, en la comunalidad se relacionan
“personas con historia, pasada, presente y futura, que no sólo se pue-
den definir concretamente, físicamente, sino también espiritualmente
en relación” (p. 30). En la comunalidad es la integración entre seres
humanos, naturaleza y espiritualidad el elemento constitutivo del en-

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

tramado comunitario. De ahí que algunos autores se refieran a este


complejo tejido como “entramado socionatural comunitario”, el cual
enmarcan en un claro posicionamiento ontológico y epistémico que
permita abonar a la idea de un buen vivir (Gómez y Sartorello, 2020),
perspectiva que por otra parte resulta articulable con la concepción
de nuevas formas de socialidad a las que hemos hecho mención en el
segundo apartado de este trabajo. Este talante positivo de lo comuni-
tario es resaltado en la bibliografía revisada por contraste, respecto a
contextos de riesgo, agresión y violencia. Pero es justamente esta
carga axiológica positiva de la comunidad lo que también suscita
sospechas y escepticismo entre algunos analistas, en tanto dicho pre-
supuesto de valor fácilmente legitima estructuras de poder injustas,
e invisibiliza diferencias, tensiones y conflictos (Esposito, 2009; Al-
meida y Sánchez, 2014; Torres, 2013).
Un dato más o menos constante es la coherencia que guarda el
uso mítico-ideológico de tejido social con una concepción de comu-
nidad en donde ésta se sobreentiende como grupos concretos de po-
bladores delimitados por un territorio histórico o por una circuns-
cripción estatal administrativa que es objeto de intervenciones de
políticas públicas específicas. Al respecto, Alfonso Torres (2012)
apunta a que esta concepción de comunidad se asocia comúnmente a

un territorio pequeño (barrio, localidad) o una población homogénea


(pobladores, beneficiarios de un programa, usuarios de un servicio),
generalmente pobre o marginal, que comparte alguna propiedad (ne-
cesidades, intereses, ideales). Dicha imagen unitaria y esencialista
de comunidad, invisibiliza las diferencias, tensiones y conflictos
propios de todo colectivo o entidad social (p. 13).

Esta concepción utilitarista de comunidad, prevaleciente en gran


parte de discursos políticos, no es la dominante en la mayoría de los
textos y discursos sobre tejido social. Si bien, como hemos reiterado,
en los textos revisados no se explica ni problematiza lo que es la co-
munidad, no es difícil identificar que tal noción es usada para dar
cuenta de formas de socialidad que como apunta Torres, están sig-

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nada por “vínculos, significados compartidos y ambientes orientados


a la solidaridad, la reciprocidad, el compromiso mutuo y la produc-
ción de un sentido de pertenencia, con el poder de cuestionar o cons-
tituirse como alternativa a la racionalidad capitalista” (Torres, 2014).
Finalmente es importante mencionar que en la revisión bibliográ-
fica sobre tejido social es notoria la ausencia de otros sentidos de co-
munidad, que cada vez más se encuentran articuladas con las semán-
ticas y experiencias comunitarias arriba mencionadas. Tal es el caso
de las comunidades virtuales, las comunidades emocionales de ta-
lante individualista, y las comunidades tipo gueto, que resisten la
pluralidad e interculturalidad en aras de una supuesta “pureza” ét-
nico, religiosa o tradicionalista (Bauman, 2003). Este mismo sentido
tampoco está presente en la “comunidad nacional imaginada” (An-
derson, 1993), a pesar de que ella opera de manera constante, no
sólo en el imaginario social de amplias colectividades, sino también
de manera intermitente y selectiva en muchas colectividades, me-
diante el entramado institucional del aparato estatal, programas so-
ciales y políticas públicas.

Tejido social y territorio

En la revisión bibliográfica sobre tejido social, las problemáticas so-


ciales siempre aparecen vinculadas a territorios específicos, los cua-
les son percibidos y vividos de manera ambivalente: por un lado,
como lugares atravesados por fragilidades derivadas de múltiples
violencias, y por otro, como espacios generadores de identidad, per-
tenencia, protección, solidaridad y formas alternas de vida. En todos
los casos, la narrativa sobre tejido social aparece situada en espacios
histórico-concretos, habitados por grupos e individuos que no obs-
tante sus entornos de violencia y la fractura de sus vínculos alentados
por la apatía, el conformismo, la desconfianza y el miedo (Torres,
2013), intentan revincularse entre ellos, con la tierra y con valores
que favorezcan relaciones humanas cooperativas, comunitarias y de
resistencia.

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

En gran parte de la literatura revisada, el territorio o la localidad


se presenta como un factor que facilita la construcción de prácticas
rutinarias, a partir de las cuales se configuran identidades individua-
les y colectivas bajo una idea de normalidad cotidiana, de formas de
vida, hábitos y roles, como organización social en el tiempo y el es-
pacio (Rodríguez y Cabedo, 2017). En este mismo sentido, algunos
autores sostienen que la experiencia en común de un grupo en un es-
pacio determinado no sólo genera sentimientos de arraigo y sentido
de pertenencia, sino que además posibilita la consolidación de valo-
res, marcos de sentido y actitudes que derivan en la construcción de
relaciones sociales con sus liderazgos, sistemas de autoridad, sabe-
res, tradiciones y significados compartidos (Estrada y Pequeño,
2007; Peña, 2012; Sousa, 2012). En síntesis, el territorio es donde se
genera la unidad constitutiva del tejido social.
En lo arriba expuesto, el territorio es presentado como factor que
posibilita la generación de relaciones, identidades y resolución de
conflictos. Sin embargo, llama la atención que no destaque con la
misma fuerza cómo los grupos también determinan la manera de
comprender, imaginar y vivir el territorio. Dicho en otras palabras, si
bien las narrativas sobre tejido social aluden a lo territorial de manera
relacional, gran parte de ellas lo presentan en un solo sentido, es de-
cir, el territorio como soporte de procesos de proximidad, solidari-
dad, distanciamiento, producción y reproducción de prácticas socia-
les (Genestier, 2006). Sólo en las perspectivas críticas y decoloniales
la territorialidad se comprende como parte integrante de la comple-
jidad relacional de tejidos sociales. Por ejemplo, Escobar (1999)
afirma que el territorio es un espacio multidimensional básico para
la creación y recreación tanto de racionalidades como de prácticas
económicas, culturales y políticas. En este mismo sentido, como
mencionan Navarro, Gutiérrez, Gago y Sctulwark (2019), el territo-
rio toma la misma dimensión de lo humano en la construcción de lo
común, en tanto resulta vital en el proceso expansivo de autonomía
política, material, y en la producción y reproducción de la vida. Aquí
el territorio es visto como vehículo para la construcción de horizon-
tes de acción y de vida, por lo que existe un llamado político a “con-

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vivencia en el territorio” y no de “dominio sobre el territorio”, en


tanto bien común.
Esta perspectiva interrelacional del territorio se encuentra en mu-
chas temáticas comunitarias. Como ha señalado Torres (2013), lo
comunitario se encuentra sostenido por un territorio que es apropiado
y reapropiado en la vida cotidiana por una pluralidad de sujetos que
desde su diversidad de intereses, espiritualidades y conflictos inte-
ractuantes, lo vivifican y resignifican por medio de sus relaciones y
rituales. Desde esta perspectiva, el territorio no es puramente un lu-
gar geográfico o una mercancía de intercambio ajena a los individuos
y grupos que la habitan, sino que forma parte del ecosistema de rela-
ciones, valores, identidades y formas de vida. De ahí que la manera
como se habita el espacio expresa las posibilidades, las característi-
cas y condiciones de existencia diferenciadas de los grupos sociales,
lo que a su vez determina los tipos de vínculos con los que se com-
pone el tejido social (Estrada y Pequeño, 2007; Insúa, 2011; Peña,
2012; Sayak, 2014; Sousa, 2012). En este orden de ideas, el tejido
social urbano es ilustrativo. Las ciudades latinoamericanas caracte-
rizadas por altos índices de segregación socioespacial, concentración
de poder y riqueza, así como de desigualdad económica, política y
social, generan un alto grado de violencia que ha tornado el espacio
urbano en un territorio inseguro donde existe miedo generalizado
(Briceño-León, 2007). Esta situación ha llevado consigo la transfor-
mación de las formas de habitar y relacionarse con/en la ciudad, lo
cual tiene múltiples consecuencias, por ejemplo:

–se profundiza la desigualdad, marginación, estigmatización y se-


gregación espacial de grupos sociales específicos (Briceño-León,
2007; Kaztman, 2007);
–se incrementa el interés por la seguridad, la privatización de espa-
cios públicos y el apoyo de acciones extrajudiciales (Briceño-León,
2007; Ferretti y Arreola, 2013);
–se da una salida de las élites de lo público, en términos de espacios
y prestaciones, que conlleva muchas veces la pérdida de calidad de
estos, lo que a su vez reduce las posibilidades de “interacción, so-

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

ciabilidad informal y construcción de códigos comunes” entre per-


sonas de distintos estratos socioeconómicos (Kaztman, 2007).

Lo anterior no facilita la localización de mecanismos de cohesión


e integración social en los espacios urbanos, por lo que varios autores
han propuesto algunas orientaciones específicas para identificar tales
mecanismos: a) Insúa centra su atención en la organización barrial y
la reapropiación de espacios públicos por parte de grupos sociales
marginados, segregados e invisibilizados (Insúa, 2011); b) otros, en
cambio, priorizan el fortalecimiento del Estado de Derecho, me-
diante el cual se puede responder a las necesidades y demandas ciu-
dadanas, propendiendo al control de los problemas sociales, la mo-
nopolización de la violencia, la transformación del sistema policial y
de justicia, y la regulación del uso del suelo, elementos que repercu-
tirán en la confianza social hacia el Estado (Briceño-León, 2007;
Frúgoli y Talhari, 2014); c) por su parte, Ferretti y Arreola (2012)
llaman la atención sobre la emergencia de nuevos paradigmas de
análisis y planeación, encaminados a potenciar escenarios de cohe-
sión, así como a transformar estructuras morfológico-espaciales con
potencial para reconstruir tejidos dispersos.
Por lo que respecta a territorios rurales, en la bibliografía revisada
los temas de la localidad y del territorio también aparecen estrecha-
mente relacionados a contextos de violencia, expulsión y migración,
en los cuales se evidencian dinámicas de fragmentación y desinte-
gración de formas tradicionales, tanto en el plano material como en
el simbólico (Agudelo, 2012; Sepúlveda, 2014; Villa, 2006). En este
tipo de escenarios las propuestas de reconstrucción del tejido social
suelen asociarse al rescate de la sabiduría y a la relocalización de las
prácticas indígenas y campesinas, planteando con ello formas de ser,
hacer y vivir, desde las cuales se resalta la importancia de la creación
de proyectos autónomos (Chávez y Falla, 2004; Escobar, 2018; Nú-
ñez, 1996; Torres 2013; Zibechi, 2015). Por otro lado, se asocian a la
movilización de la memoria para superar traumas, explorar viven-
cias, incentivar el diálogo y suscitar una reflexión que permita ir te-
jiendo sus propias historias, al tiempo que construyen una historia

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colectiva en la cual pueden encontrarse y construir vínculos (Beris-


tain et al., 1999; Beristain, Esquivel y Riera, 1993).
En suma, los procesos de construcción/reconstrucción del tejido
social siempre aparecen territorializados. Algunos enfoques no re-
ducen dicha territorialidad a una dimensión puramente geográfica o
en términos de propiedad, sino que implican el reconocimiento de
una historia y cultura común, que al tiempo que evoca el pasado, es-
boza formas posibles y deseables del futuro. Estas últimas son, por
lo general, contrarias a las impuestas desde el proyecto moderno/co-
lonial/capitalista, que de acuerdo con autores/as decoloniales, rompe
las posibilidades de vida colectiva (Escobar, 2018; Gutiérrez, 2011;
Zibechi, 2015).

Otros aportes teóricos para la comprensión del tejido social

Como ya se ha mencionado, en muchas referencias sobre tejido so-


cial no hay una suficiente profundización teórica-conceptual de dicha
noción. Algunos textos sólo hacen alusiones genéricas a autores ins-
piradores como Foucault, Geertz, Henao, Torres, Castilla, Castro y
Gachón, pero no ahondan ni en el concepto ni en sus posibilidades
heurísticas y hermenéuticas. Quizá eso se deba a que la mayoría de
los trabajos provienen de proyectos de intervención y transformación
social, donde los objetivos radican en la resolución de problemas y
la incidencia social, y no tanto en establecer elaboraciones teóricas o
problematizaciones sobre ellos (Villasante, 1999). Otra razón puede
ser que el aparato conceptual heredado resulte desfasado o incluso
ciego para dar cuenta de nuevos fenómenos (Wallerstein, 2010; Me-
jía, 2010).
Pese a lo anterior, es posible identificar esfuerzos —en algunos
autores de la década de los noventa del siglo pasado— por aludir a
las vertientes teóricas de las que abrevan. Por ejemplo, Diego Fer-
nando Henao (1998) hablaba de “redes” para referirse al conjunto de
relaciones sociales de un individuo o grupo que involucra diversos
ámbitos: personal familiar, comunitario e institucional. Este autor no

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

hace distinción entre “red” y “tejido”, sino que los usa de manera in-
distinta. Ese manejo es posible porque él tiene una concepción de
red referida a relaciones “cara-a-cara” que construyen la cotidianidad
y configuran socialidad, sentidos de pertenencia, identidades y la
vida humana en su conjunto. Esta idea de red dista de aquella otra
sustentada por una amplia escuela, según la cual el término remite a
procesos en que se privilegia la comunicación mediada por tecnolo-
gías digitales y de la información, basadas en la microelectrónica
(Castells, 2009). La perspectiva relacional de “red” sustentada por
Henao (1998), también fue compartida en esa época por Tomás Vi-
llasante (1999), quien publicó una obra de gran influencia en pro-
yectos de trabajo social, en la cual proponía la organización y poten-
ciación de las redes sociales para mejor-vivir. Finalmente, en esa
misma década están los trabajos del colombiano Alfonso Torres Ca-
rrillo (1997, 2006), quien incorporó la noción de “tejido social” y
“tejido asociativo” para hablar de la organización popular.
Estos tres pioneros en la incorporación de la metáfora del tejido
social en la socio-praxis, como le llamó Villasante (1999), se carac-
terizaron por ser investigadores con una sólida formación teórica,
pero también con una acuciante preocupación por la eficacia de la
acción participativa de movimientos y organizaciones sociales. Otra
característica de los autores mencionados fue el esfuerzo por incor-
porar vertientes teóricas postestructuralistas como las de Deleuze y
Guattari, epistémicas, como las de Prigogine y Morín, así como a al-
gunos autores que en sentido amplio, poco más tarde, serán ubicados
en el vasto espectro de los estudios decoloniales, como es el caso de
Fals Borda y Martin-Barbero, entre otros.
A diferencia de esta primera generación, autores subsiguientes
retomaron la metáfora del tejido omitiendo incluso referencias gené-
ricas a autores o vertientes teóricas inspiradoras; en su lugar centra-
ron su atención en la utilidad de la expresión para dar cuenta de ex-
periencias encaminadas a la transformación social. De ser cierta esta
hipótesis, se puede afirmar que la crítica que frecuentemente se hace
a la debilidad teórica de la expresión tejido social no es infundada
(Bravo, 2010; Herrerías, 2017), lo cual hemos podido corroborar en

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la revisión bibliográfica sobre tejido social. Por ejemplo, ningún ar-


tículo muestra indagación de contraste o diálogo con algún enfoque
o teoría sociológica, y prácticamente nadie problematiza los alcan-
ces, ambigüedades o límites de la expresión tejido social, y ni si-
quiera aparecen intentos de posicionar o clarificar la manera en que
entienden dicho tejido en comparación a otras investigaciones o ex-
periencias de intervención social. Esta situación se torna una asigna-
tura pendiente, que lleva a cuestionarnos si existe alguna tradición
sociológica que aporte elementos para la comprensión del tejido so-
cial, si hay algún enfoque o teoría del bagaje de las ciencias sociales
que potencie —o cuando menos respalde— la popularización de te-
jido social y la suplantación de esa expresión, en vez de nociones
académicas como la de interacción social o comunidad, por mencio-
nar sólo algunas.
Una primera mirada de los diversos enfoques sobre tejido social a
que hemos hecho mención en este texto, es que el tema de la “rela-
ción” es un elemento nodal de dicha mirada, como dato primero para
la comprensión de redes y entramados de relaciones, y no como un
derivado de estructuras o interacciones. Es obvio que hacer una revi-
sión exhaustiva en las teorías sociológicas sobre los temas a los que
alude la expresión tejido social es una tarea que aquí no se puede
acometer, por lo que, a manera de ensayo, en este apartado nos acer-
camos a la propuesta del sociólogo italiano Pierpaolo Donati (2018),
en virtud de que su propuesta de “sociología relacional” asume como
eje y objeto de su reflexión justamente el tema de la relación social
que resulta central en la conceptualización. Es importante mencionar
que su propuesta se inscribe en una reflexión sociológica conceptual
y teórica con varias limitaciones; por ejemplo, no toma en cuenta
factores como el poder, el conflicto y la asimetría que caracterizan
las relaciones sociales, especialmente en el Sur global. Sin embargo,
hacer de la “relación” la clave de lectura de lo social, resulta suge-
rente para la comprensión del tejido social.
Para Donati (2018), la relación social es una categoría básica que
designa “la más pequeña unidad del tejido social, y por tanto, del
análisis sociológico” (p. 432). De este modo, la sociedad es com-

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APROXIMACIONES AL TEJIDO SOCIAL: UN CONCEPTO EN DISPUTA

prendida a través de su relacionalidad, y no a través de individuos o


sistemas. Así la sociedad aparece hecha de relaciones, no como una
entidad que “tiene” relaciones. De acuerdo al autor, “el análisis rela-
cional conduce a la observación de la sociedad como una red de re-
des de relaciones que cambia a través de los procesos de morfostasis
y morfogénesis” (p. 441), 16 que puede ser entendido como una su-
perposición de “tejidos” con sus procesos de reconfiguración y re-
creación. La morfogénesis se refiere a la generación de formas so-
ciales “emergentes”, que trascienden o exceden los elementos
singulares que las originan. Esto sucede tanto con las relaciones so-
ciales, que son una realidad per se, independiente de las partes que
la forman, como también con el tejido social, que mantiene las ca-
racterísticas básicas de éstas. Entonces, características tales como
historicidad, complejidad, emergencia, contingencia17 y posibilidad
de ser narradas e interpretadas (hermenéutica), son propias de las re-
laciones sociales, de las redes y las redes de redes que tejen entre
ellas, o sea, del entramado relacional que metaforizamos y entende-
mos como tejido social.
Donati (2018) considera “patologías” sociales ciertas formas de
ruptura, salida o distorsión de las relaciones, por ejemplo, hacia el
puro individualismo, el funcionalismo impersonal o con la emergen-
cia de sistemas sociales que no permiten la producción de sentido en
las relaciones, lo cual define una crisis de integración social y sisté-
mica. Aunque el uso del término “patología” evoca tradiciones so-
ciológicas que reforzaban la norma y el statu quo a través de la es-
tigmatización de la “desviación social”, a partir de lógicas de poder
y homologación, lo que enfatiza es el reconocimiento diagnóstico de
que en sociedades desintegradas se va afirmando una normatividad
hegemónica contraria a la cohesión social que propone afrontar me-

16 De acuerdo con Javier Ros, “la morfogénesis es el proceso que tiende a elaborar
y cambiar las formas, la estructura o el estado de un sistema, mientras que la
morfostásis se refiere a los procesos internos que en un sistema complejo tien-
den a preservar su forma, estructura o estado” (Ros, 2014, p. 59).
17 Es decir, la no-necesidad o la posibilidad siempre existente de “ser de otra ma-
nera”.

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diante recomposiciones axiológicas de las relaciones y de sus redes,


o en otras palabras, a través de reconfiguraciones de los tejidos so-
ciales.
En el contexto de proyectos de incidencia basados en la metodo-
logía de la investigación-acción, se revela la relación entre la con-
ceptualización y la materialidad del tejido social, por un lado, y las
prácticas sociales que según Donati (2018) se concretan en la activa-
ción de redes que generan cambios y promocionan actores sociales
interesados en la resolución de un problema, así como las instancias
intermediarias (por ejemplo, trabajadores sociales, acompañantes,
organizaciones mediadoras, supervisores, promotores, etcétera), mis-
mas que fomentan este proceso de reconfiguración y lo guían traba-
jando con y desde las relaciones.

El tejido de la realidad social, o sea, cualquier cosa que constituya


un ‘hecho social’, no es ni la acción (sencilla o agregada), ni un su-
puesto sistema con sus mecanismos impersonales, ni simple comu-
nicación, sino la relación social. Es la estructura en proceso (¿en
evolución?) sui generis de las relaciones que caracteriza la emer-
gencia de toda forma social (Donati, 2018, p. 434).

En efecto, el carácter dinámico, emergente y complejo de las rela-


ciones sociales y sus redes, es parte de lo que se ha destacado dentro
de la literatura latinoamericana, mediante la expresión tejido social.
Sin embargo, especialmente desde la visión crítica y decolonial so-
bresalen diferencias importantes, ya que esas “redes de redes” no se
limitan a lo interhumano, a lo epistemológico y a la relación-con-se-
paración entre lo humano y lo natural, como aduce el planteamiento
de Donati (2018), sino que también integran y conceptualizan —de
manera continua, completa y “pluriversal”— la complejidad de sis-
temas vitales que son a la vez naturales, territoriales, simbólicos,
culturales, espirituales, cognitivos y estructurales.
En este orden de ideas, las prácticas, individuales y colectivas, así
como las socialidades, generan y recrean relaciones, o sea, fenóme-
nos y formas sociales emergentes y entretejidas, las cuales simbólica

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y materialmente pueden hacerse portadoras de posibilidades eman-


cipatorias y de resistencia, de cambio social, reconocimiento y re-
distribución de poder. Desde un punto de vista analítico y epistemo-
lógico, es posible también hablar en plural de “tejidos sociales”,
referidos a diversos sujetos y actores sociales, siendo muchas las po-
sibles redes de relaciones o los contextos relacionales distintos o
parcialmente superpuestos, en que se puede estar implicado.

Conclusiones

En lo expuesto en las páginas precedentes, destaca el hecho de que


no existe un enfoque o teoría predominante, ni un solo tipo de acer-
camiento práctico o empírico para comprender o trabajar las variadas
realidades que se engloban bajo el concepto de “tejido social”, por
lo cual entendemos como abierta y en evolución la discusión sobre
su naturaleza, definición y alcance como categoría explicativa.
Una revisión y un análisis preliminar del uso, de la historia y de
ciertos abordajes teóricos relacionados con el tejido social, constitu-
yen un intento para ubicar y definir mejor tal expresión, conside-
rando también sus dimensiones éticas, políticas y contextuales, las
cuales en su uso común no aparecen de manera explícita o lo sufi-
cientemente problematizada. Sin embargo, una revisión simple de
diversas fuentes latinoamericanas de las dos últimas décadas, mues-
tra que el uso de la expresión tejido social se ha incrementado para
visibilizar procesos y problemáticas sociales en contextos de violen-
cia. A diferencia de nociones clásicas como las de “comunidad” y
“sociedad”, tejido social tiene la virtud no sólo de describir, sino
también de proponer formas alternas de convivialidad ancladas a la
solidaridad, al apoyo mutuo y a formas de socialidad que permiten
plantear la idea de un “nosotros”, y la posibilidad de estar-en-común,
atendiendo con ello tanto a la satisfacción de necesidades de seguri-
dad, confianza y consumo, como a necesidades culturales y espiri-
tuales. Otra virtud de la expresión es que va más allá de su carga me-
tafórica, abstracta y conceptual, por lo que resulta útil y significativa

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en referencia a problemáticas localizadas en un territorio específico.


Desde las perspectivas decoloniales, el territorio no es una referencia
puramente geográfica, sino también un referente fundamental de
identidad, memoria, acuerdos, proyectos societales y experiencias
vitales. Es a partir de esta mirada que el tejido social territorializado
hace posible hablar de la producción y reproducción de prácticas so-
ciales, económicas y políticas, que son apropiadas y reapropiadas en
la vida cotidiana por los sujetos. Del mismo modo, es a partir de allí
que también se puede identificar la emergencia de identidades colec-
tivas, de formas de vida y epistemes que se significan como lugares
otros y formas otras de ser, vivir y de relacionarse.
En la literatura revisada, la expresión tejido social alude, por lo
general, a un conjunto de vínculos y lazos como expresión de la in-
terconexión y el devenir de las relaciones sociales. Ciertas perspec-
tivas —como la decolonial— resultan destacables, en cuanto inte-
gran en lo relacional no sólo las esferas sociohumanas, sino también
los territorios, culturas, identidades, saberes, epistemologías y espi-
ritualidades. De este modo, las redes de relaciones comprenden un
contexto relacional complejo, cambiante e histórico, donde el tejido
social se constituye de relaciones materiales, virtuales, emocionales,
espirituales, mentales y epistemológicas. Cabe subrayar que esta vi-
sión de relacionalidad conlleva el riesgo de hipostasiar el término te-
jido social, por lo que se hace necesario no perder de vista que se
trata de una metáfora de “amplio espectro”, que evoca distintas in-
terpretaciones y semánticas, así como múltiples campos de aplica-
ción e incidencia cargados de valores y normatividades diferentes, e
incluso, opuestas.
En esta perspectiva, el concepto de entramados comunitarios apa-
rece como la posibilidad de poner al descubierto una reflexión sobre
lo político, que se ancla a la construcción de “lo común” y que ocurre
desde la cotidianidad y lo subalterno. Esta perspectiva, como lo plan-
tean Gutiérrez (2011) y otros autores, nos permite visibilizar miradas
diversas, tendientes a la comprensión de procesos cotidianos que
exaltan la existencia de experiencias propias, de lenguajes que bus-
can nombrar procesos de lucha y anhelos tejidos desde las tramas de

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lo comunitario (Gutiérrez, Navarro y Linsalata, 2016), que de diver-


sos modos resultan antagónicos a la modernidad–capitalista.
Por otro lado, en los términos de la sociología relacional de Do-
nati (2018), el tejido de la sociedad es entendido como un conjunto
de redes de relaciones sociales, siendo éstas un fenómeno de natura-
leza emergente y compleja, histórica y hermenéutica, que es el centro
de la reflexión conceptual y teórica del sociólogo mencionado, así
como el eje de los proyectos de incidencia basados en el análisis re-
lacional y contextual.
Para finalizar, se hace necesario mencionar que el tejido social, al
estar constituido por un complejo de relaciones, no está exento del
conflicto, de las dinámicas difusas del poder y de las relativas resis-
tencias, pues todo tejido es inacabado y se reconfigura continua-
mente, generando cambios y tensiones. Estos aspectos son funda-
mentales en el proceso de deconstrucción de la categoría misma,
porque aportan elementos sustanciales para seguir pensando en pre-
sentes y futuros posibles, en alternativas que nos permitan afrontar y
tomar posición frente a la crisis civilizatoria.

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Derivado de la pandemia COVID-19,


esta obra se terminó de imprimir y encuadernar
en xxxx de 2021 en los talleres IGRAF
impresiones gráficas finas.
Ferrocarril San Rafael Mz 28 Lt. 18
Colonia Las Peñas, Iztapalapa CDMX C.P. 09750

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