Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
José Ortega Valcárcel - Los Horizontes de La Geografía - Teoría de La Geografía PDF
José Ortega Valcárcel - Los Horizontes de La Geografía - Teoría de La Geografía PDF
PRÓLOGO 9
HISTORIA E HISTORIAS
DE LA GEOGRAFÍA
duce una reflexión intelectual sobre ese saber. El caso más sobresaliente co-
rresponde con la cultura griega clásica. Hizo de esta sabiduría un ámbito
de reflexión. Es lo que otorga su especial atractivo a la época griega clási-
ca en la que se imagina un espacio intelectual para la misma, al que dieron,
incluso, nombre: geografía.
Identificaron y acotaron un área de reflexión intelectual sobre el espa-
cio terrestre. En relación con él propusieron no sólo el nombre sino múlti-
ples conceptos, términos, objetivos, perspectivas, curiosidades. Dieron for-
ma a un tipo de saber. Trascendieron el saber del espacio en un saber so-
bre el espacio. Eso significa la invención de la geografía por los griegos clá-
sicos. Propusieron una representación intelectual del espacio terrestre. La
geografía griega identifica esta representación.
Con ello, proporcionaron los fundamentos para un saber sobre el es-
pacio y para una cultura específica sobre el mismo. Formularon, de forma
directa, cuestiones referidas al entorno terrestre e hicieron de éste un obje-
to de observación. Elaboraron conceptos, términos, y enunciaron ideas, hi-
pótesis, sobre el mismo. Dieron forma a una imagen del mundo que exce-
día de la simple experiencia. Esa propuesta y esa cultura son el fundamen-
to de una representación del mundo que subyace durante milenios en la
cultura occidental.
Desde esta perspectiva, la geografía moderna forma parte de una cul-
tura que arraiga y que se identifica con la experiencia griega. Estos víncu-
los intelectuales y culturales son los que, por una parte, explican la habitual
tendencia a confundir la geografía moderna con sus antecedentes o prece-
dentes, y por otra justifican la consideración de esta tradición por parte de
los geógrafos. No como historia de la geografía, sino como una aproxima-
ción a las formas históricas de representación del mundo y a las concep-
ciones intelectuales sobre las que se sustentaban.
Se trata de valorar los esfuerzos realizados por los griegos clásicos y
por las sociedades que se reconocen herederas de su legado, para dar for-
ma a esa representación del espacio terrestre. Es una gran aventura inte-
lectual cuya problemática posee un indudable atractivo e interés. Durante
milenios, las sociedades herederas de ese legado clásico mantuvieron una
concepción equivalente. La representación del mundo, y dentro de ella de
la Tierra, constituye el objetivo de lo que los griegos denominaron geogra-
fía. Ese objetivo, con otros nombres, persistió a lo largo de la Edad Media
y en la Moderna. El fundamento de ese saber es cosmográfico.
Es cierto que, a pesar de lo distante de sus postulados, y a pesar de la
comunidad del nombre, formularon objetivos y elaboraron conceptos que
nos parecen próximos. Tendemos, de forma errónea, a identificarlos con los
nuestros. Propendemos a considerar su trabajo como equivalente a la geo-
grafía moderna, como una simple etapa en el desarrollo de ésta.
Prácticas y saberes de carácter espacial, lo mismo que la cultura geo-
gráfica que definen los griegos clásicos, forman parte de lo que muchos
consideran las tradiciones de la geografía moderna. Ésta les debe el nom-
bre. Y como tal geografía pertenece a una cultura de la representación del
espacio terrestre. Sin embargo, la geografía moderna no es una disciplina
Los griegos de época clásica convierten este saber práctico del espacio en
una representación del espacio. Inventan -es decir, descubren- esta repre-
sentación del espacio terrestre. Crean una cultura que se distingue del simple
saber espacial, de carácter práctico, que podemos identificar en todas la so-
ciedades humanas, y sobre el cual se eleva la construcción intelectual de los
griegos. Ellos configuran el primer esfuerzo de representación del mundo, más
allá de la simple cultura práctica. Los griegos le dan un nombre: geografía.
Esta representación es una invención griega. Una más de las que sur-
gen en los siglos mágicos del pensamiento clásico, sobre la que se constru-
ye un cultura del espacio.
Convirtieron el universal saber del espacio en un saber sobre el espacio.
Los griegos descubren este objeto porque i maginan una representación de la
realidad, es decir, del entorno conocido, más allá de la percepción etnocén-
trica, para identificar y acotar este saber reflexivo sobre la Tierra como ob-
jeto. Ideaban y trataban de darle objeto y objetivos de acuerdo con las ne-
cesidades prácticas y exigencias sociales de la época en que se produce, a
partir del siglo iv antes de nuestra Era.
El esfuerzo por definir esta representación, por dotarle de contenidos
y perfiles, no produce una geografía en el sentido moderno del término. Los
griegos no crean una disciplina geográfica, ni establecen un perfil profesio-
nal relacionado con ella. No hacen geografía física, ni climatología, ni geo-
grafía urbana o geografía regional, como algunos autores pretenden, en un
ejercicio de notable anacronismo.
Los griegos tratan de dar forma, indagan y reflexionan sobre un con-
junto de fenómenos que atañen a la Tierra. Lo hacen desde perspectivas
muy diversas, en el marco de una eclosión intelectual admirable, caracteri-
zada por la curiosidad y por la aproximación metódica y racional al mun-
do de la experiencia, al conjunto del cosmos y a la Naturaleza. Es una nue-
va forma de relación con el mundo, con la naturaleza. Macrocosmos, es de-
cir el universo, y microcosmos, esto es el hombre y su entorno, forman par-
te de ese esfuerzo de representación del entorno.
En ese contexto intelectual, en ese mundo movido por la pasión de co-
nocer y caracterizado por la actitud crítica, por el método racional, por la se-
cularización del saber, adquiere sentido la definición de la geografía como re-
daría nombre a este campo del saber griego. Constaba de tres partes, una
la tierra); la segunda, Hypomnemata geographica (Memorias geográficas), que
En el mismo momento en que los rayos del sol llegaban al fondo del
una lectura directa del ángulo (Szabo y Maula, 1986).
cido y, sobre todo, el del imperio romano coetáneo. Dos criterios subyacen,
implícitos, en su trabajo: la identificación de los grandes marcos territoria-
les, por lo que prescinde de los menores, atendiendo a su ubicación y si-
tuación respecto del resto del Ecúmene. Y la caracterización de los mismos
de acuerdo con un cierto tipo de representación geográfica. Cuentan, tanto
elementos étnicos como económicos, políticos y físicos, de acuerdo con una
tradición asentada.
El proceso descriptivo o de análisis empleado muestra esta prioridad
concedida a la identificación y caracterización de los espacios territoriales.
Recurre para ello a criterios que tienen en cuenta, tanto la Naturaleza como
el grado de desarrollo de los pueblos o sociedades. Es un elemento esencial
para él, en la medida en que este componente ordenador humano compen-
sa ampliamente las posibles insuficiencias o rigores del espacio natural.
Una concepción que él mismo se encarga de resaltar en sus plantea-
mientos teóricos sobre la geografía: «Las partes que son frías y montañosas
son habitadas con dificultad debido a su naturaleza, pero cuando existen bue-
nos administradores, también se civilizan los lugares donde antes se vivía mal
y que eran presa de los ladrones.» Pondrá como ejemplo el de su país: «De
esta manera los griegos, aunque se establecieron sobre montes y rocas, sin em-
bargo vivían perfectamente debido a su previsión con respecto al gobierno, las
artes, y al conocimiento de todo lo que es necesario para vivir» (II, 5, 26).
Estrabón constituye el mejor exponente del esfuerzo intelectual por de-
finir este tipo de representación geográfica. Es el que mejor ilustra el trán-
sito del simple saber práctico sobre el espacio a la elaboración de una re-
presentación específica del espacio, a través del discurso. No sólo por el
contenido de su obra sino por el esfuerzo que realiza por delimitar dicha
representación. Quiere liberarla de las ataduras o dependencia de otras ra-
mas del saber, desde la astronomía a la geometría, que condicionaban el sig-
nificado de la geografía en los autores precedentes.
Por ambas vías, por la de la consideración de la Tierra como cuerpo
celeste y por la de una concepción del espacio terrestre como escenario de
la acción humana, los griegos construyen una elaborada representación
de la Tierra. Ésta aparece como una entidad o unidad, a la que otorgan ras-
gos y caracteres definitorios y descriptivos.
La geografía en el mundo antiguo fue, ante todo, una obra griega, in-
cluso en pleno período de dominio romano. Lo esencial de las aportaciones
geográficas corresponden con esta tradición griega. La obra de los autores
latinos no significa más que una recopilación de datos, cuya calidad va de-
creciendo. Pierden el carácter de aportación directa, al limitarse a recoger
informaciones de muy dispar cronología, al hacerlo sin criterio crítico. Se
pierde el carácter creador, como resaltaba Plinio el Viejo. Las noticias fide-
dignas se mezclan con las fantásticas y el rigor de la exposición, propio de
los autores griegos, es sustituido por la yuxtaposición informal.
La obra De situ orbis, de un autor reputado como geógrafo, caso de
Pomponio Mela (siglo i de la Era), no pasa de ser una enumeración de lu-
gares y tierras, con escaso orden y sin concepción o concepto que la sus-
tente. Su fama no se corresponde con la calidad de su obra, en la que in-
tervienen informaciones de épocas muy diversas, escasas sobre las tierras
conocidas, más abundantes sobre los bordes del Ecúmene, aunque de esca-
sa o nula fiabilidad. Mela acepta e incorpora leyendas sin discriminación
respecto de las informaciones fidedignas.
Plinio el Viejo, incorporado por muchos autores entre los geógrafos,
porque introduce, en su Historia Natural, informaciones sobre fenómenos
que hoy interesan a la geografía, es un simple recolector de datos. En su
obra, que responde al concepto de una enciclopedia, como el propio Plinio
resalta al enunciar su objetivo: reunir todo lo que corresponde a lo que los
LA TRADICIÓN COSMOGRÁFICA:
DEL ISLAM A LA EUROPA CRISTIANA
diano terrestre, sabían que las tierras ecuatoriales estaban habitadas, y po-
seían cálculos astronómicos de latitudes y longitudes más exactos que los
manejados por el geógrafo griego.
Les atrajo la variedad de territorios y países y se ocuparon de éstos en
sus obras históricas y crónicas. Les deslumbró, sobre todo, lo maravilloso,
lo excepcional, lo fantástico, lo fabuloso, asentado sobre un aparente sus-
trato territorial identificable. Es el fundamento de un género peculiar de
relato. De indudable interés geográfico pero que en ningún caso constitu-
ye una obra geográfica ni sus autores son geógrafos. No existe una geo-
grafía ni geógrafos al modo como la concibieron y practicaron los clásicos.
No existe un campo de conocimiento definido y entendido como geo-
grafía. El calificativo de geografía y geógrafos corresponde a la historio-
grafía moderna, que ha aplicado esos términos de forma indiscriminada a
toda obra en la que se manejaran informaciones de carácter territorial o
cosmográfico, o que tratase de cuestiones sobre las que se centran las dis-
ciplinas geográficas modernas. De modo equivalente, se ha atribuido el tí-
tulo de geógrafo a todo autor que, a lo largo de la Edad Media, aportara
informaciones consideradas, hoy, como geográficas. Se ha confundido la
geografía con las fuentes para hacer geografía.
Esto ha conducido a etiquetar como geógrafos a autores cuyo propó-
sito, explícito, era otro. Historiadores, viajeros, polígrafos, cosmógrafos,
han sido incluidos en la nómina de los geógrafos. Historias, crónicas, guías
de viaje, relatos de viajeros, han sido convertidos en obras geográficas. La
geografía aparece como un inmenso cajón de sastre, de acuerdo con una
difusa idea de lo que es este campo de conocimiento y de la confusión en-
tre éste y su objeto.
Para los contemporáneos y para los autores de tales obras, no se tra-
taba de geografía, ni ellos se consideraban geógrafos. Son obras que per-
tenecen a otros géneros, a otros marcos intelectuales y culturales. Mantu-
vieron una tradición intelectual, la de la representación cosmográfica del
mundo, en la que se inserta la representación del mundo conocido, de
acuerdo con los patrones clásicos.
Una larga tradición que surge temprano, desde el siglo segundo islámi-
co, configura un conjunto de saberes y prácticas que se suelen englobar
como geografía árabe medieval. En ella se incluyen las obras administrati-
vas con información diversa sobre cuestiones que afectan al gobierno del te-
rritorio islámico, de carácter económico, de índole agraria, relacionadas con
las obras públicas o con las comunicaciones y el correo, entre otros. Distin-
guen una primera etapa, la del esplendor del imperio abasida. Da origen a
lo que se ha denominado como tratados de los caminos y los reinos (al-ma-
salik wa al-mamalik), una corriente de obras de amplio cultivo islámico.
Se integran también obras de carácter cosmográfico y corográfico.
Las primeras en relación con la representación de la Tierra, en la senda
de Ptolomeo. Viene a ser la traducción lógica de la geografía cosmográfi-
ca de Ptolomeo. Lo que los árabes conocen como surat al-ard (figura de
la Tierra). Uno de los campos de mayor progreso e innovación respecto
de la tradición clásica. En ella, los autores islámicos abordaron cuestiones
LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRAFICAS
Los árabes accedieron a Ptolomeo y sus obras, que traducen y que uti-
lizan para la determinación astronómica y para la navegación y represen-
tación cartográfica. Conocen la Synthaxis mathematica, traducida al árabe
por Trabir al Magsthi. Una obra conocida por los árabes como Almagesto,
según unos por referencia al traductor árabe, y con más probabilidad de-
bido al nombre griego con que se conoció también a esta obra, Ho megas
astronomer (El gran astrónomo).
Conocedores de la obra cosmográfica de Ptolomeo desde el siglo IX,
diversos autores árabes llevan a cabo la medida del arco de meridiano, de
acuerdo con los procedimientos establecidos por los griegos (Morelon,
1997). Sus cálculos les proporcionaron como valor del grado de meridiano
56 millas y dos tercios y para la circunferencia terrestre un total de 20.000
millas árabes. Cálculo de considerable precisión (Kennedy, 1997), lo que
suponía corregir el muy defectuoso de Posidonio, aceptado y transmitido
por Ptolomeo, que reducía en casi un tercio la circunferencia de la Tierra.
Lo que les permitió contrastar sus propios cálculos con la evaluación de
Posidonio, que recoge Ptolomeo.
De igual modo procedieron a establecer la longitud y latitud por medio
de observaciones astronómicas, de acuerdo con los procedimientos indica-
dos por Ptolomeo, y obtuvieron las coordenadas geográficas de numerosos
lugares de acuerdo a los cálculos astronómicos, que corregían las mane-
jadas por el autor griego, establecidas por los datos de viajeros. Una labor
destacada emprendida desde el siglo x, en la que sobresale un autor como
Al Khwarizmi -el Algorismi de los cristianos-, autor de Kitab surat al-ard
(Libro o tratado sobre la figura de la Tierra). Establecieron para ello un me-
ridiano de base, bien el propuesto por Ptolomeo, en el extremo occidental
de las Islas Afortunadas (Canarias), bien el utilizado en la astronomía india,
Ujjain, el legendario Arin de la Edad Media, que se suponía situado en el
centro del Ecúmene, desarrollado 90° al Este y al Oeste de dicho lugar, y en
el Ecuador. De tal modo que se le concebía como el centro de la Tierra.
Una labor y cálculo equivalentes se atribuye a Arab al-Zarqali, el Azar-
quiel de los cristianos, un astrónomo sevillano del siglo XII. Las coordena-
das geográficas que asigna a diversos lugares en sus tablas, denotan una
corrección significativa de las dimensiones que Ptolomeo daba al Medite-
rráneo. Ponen de manifiesto su conocimiento de las fuentes clásicas y la
mayor precisión de los cálculos astronómicos exigidos para tales correc-
ciones. Sus tablas astronómicas, conocidas como Tablas Toledanas, serán
el principal instrumento astronómico de la Edad Media.
En este mismo campo desarrollaron y adaptaron los cálculos de Pto-
lomeo referidos a los astros y sus movimientos, eclipses y declinaciones.
Una parte esencial de la literatura cosmográfica y astronómica medieval es
árabe, a través del foco de Bagdad, primero, y del foco andalusí, más tar-
con el uso de las cartas náuticas, por parte de los marinos islámicos. Se ha
dicho que con anterioridad a su difusión entre los navegantes cristianos,
de acuerdo con la experiencia adquirida en la navegación por el índico,
donde esas cartas, de probable influencia china, con los perfiles litorales,
insertos en una cuadrícula menuda, eran habituales desde el siglo XII . Si-
milar origen tiene el timón de codaste, conocido en el Mediterráneo orien-
tal desde ese mismo siglo, y la vela latina, entre otros elementos técnicos
La notable producción cosmográfica y astronómica, que prolonga y
de la navegación (Vernet, 1948; Grosset-Grange, 1997).
dos geógrafos islámicos de la Edad Media. Sin duda porque, como él mis-
mo destaca de su obra, se basó en la observación directa y fue fruto de
una amplia experiencia viajera por el mundo musulmán. Proporciona
una rica, variada y precisa información, recogida con una manifiesta
sensibilidad hacia las cuestiones «geográficas». Circunstancia que otor-
ga a su trabajo un valor y un aire de autenticidad del que carecen otras
obras contemporáneas y posteriores. Convierte su obra en una inestima-
ble fuente histórica, sensible hacia problemas y aspectos que tienen que
ver con el espacio ( Hill, 1996). Su prestigio es equivalente al de un gran
viajero
Otros autores continúan el mismo género, mezcla de literatura viaje-
ra y corográfica. Mohammad ben Yusuf Al Warrak, escritor del siglo x, de-
dicado tanto al género itinerario como a la historia, es incluido entre los
autores «geográficos» por su Tratado sobre los caminos y reinos de África.
Al-Razí Ahmed ben Mohammad, el «moro Rasís» de los cristianos, au-
tor del siglo x, forma parte de este grupo. Se le atribuye una Descripción
de Córdoba, y una Descripción geográfica de España según la denominación
otorgada por la historiografía moderna. La última es la única de que se tie-
ne referencia, a través de una traducción cristiana del siglo XIII . El antece-
dente está en Isidoro de Sevilla y se corresponde con el género que culti-
De este género destacan unos pocos autores, los que han sido consi-
derados por la historiografía moderna como «grandes» geógrafos islámicos.
Lo que les distingue respecto de la pléyade de narradores es la riqueza de
sus informaciones y, en general, el carácter directo de las mismas.
Comparten la pretensión o intención de dar una imagen del conjunto
del espacio conocido o, al menos, del espacio islámico. En los más desta-
cados es evidente un conocimiento de la herencia cultural geográfica gre-
colatina y un prurito de fidelidad, vinculado a la experiencia directa. Com-
parten su cualidad de viajeros y el método itinerario propio de este tipo de
literatura. Sus obras no dejan de ser itinerarios ni de constituir miscelá-
neas en que se mezclan cuestiones dispares.
ducen, desde el siglo XII , pero con gran intensidad en el siglo XIII , las nue-
vas ideas, hablan de la Tierra como globo o esfera, extienden imágenes
plausibles de la redondez del planeta.
Se transmite la imagen del mundo con su estructura continental tri-
partita, y su multiplicidad territorial de países y regiones. Se incorporan a
las viejas descripciones del pasado los territorios y países próximos con-
temporáneos. Cada autor o recopilador introduce aquellos que le son más
conocidos, más inmediatos.
Se interesan por una imagen o representación del mundo vinculada
con la naturaleza y respaldada por el prestigio de los antiguos y su sabi-
duría. Ahondan en una representación cuyos rasgos básicos les son cono-
cidos. Los fragmentos de los textos antiguos y los textos árabes, les permi-
ten ampliar su esquemática imagen del mundo y acceder a elementos no-
vedosos como la redondez de la Tierra. La tierra es redonda, dicen, y el
hombre podría darle la vuelta si no encontrara obstáculos, del mismo
modo que la mosca rodea una manzana. Resaltan que si se hiciese un agu-
jero de parte a parte de este globo se vería el cielo a través de él.
Son elementos que traslucen una cierta dimensión de asombro y por-
tento. Los mismos que animan una tardía literatura de viajes, en la que
conviven el culto a las maravillas y la descripción de lo exótico.
como «el que departió del cerco de la tierra mejor que otro sabio fasta la
su sazón». Otras muchas obras del mundo clásico, de astronomía, de cos-
mografía, matemáticas, entre otros campos, pasan en ese momento del ára-
be al latín.
La tarea culmina en el siglo XIII, en el entorno de este monarca caste-
llano, en el que expertos árabes, hebreos y cristianos proceden a una labor
de recopilación, traducción y elaboración de un amplio conjunto de obras,
que plasma en traducciones, compilaciones y nuevas producciones, como
los Libros del Saber de Astronomía. Los Libros del Saber compendiaban la
historia del cielo y la geografía astronómica. Recogían el conocimiento cos-
mográfico oriental, e incorporaban el saber teórico-práctico sobre la cons-
trucción de los instrumentos de precisión para la observación y el cálculo,
desde el astrolabio al reloj.
Conocimientos astronómicos y cosmográficos heredados de la Anti-
güedad, fueron recogidos y corregidos, en su caso, por árabes y judíos,
principales protagonistas de esta labor. Jehuda ben Mosseh Ibn Cohen
y Juan Daspe tradujeron del árabe el Libro de la Ochava Sphera e de sus
XLVIII figuras, de Al Sufí. Fernando de Toledo tradujo el Libro de la Alça-
hefa, de Ar Zarquiel, con las rectificaciones introducidas por Bernardo el
Arábigo, referido a la construcción del astrolabjo. D. Abrahem Jehudah ben
Mosseh Ha Cohen pasó del árabe al romance el Libro complido de los in-
dicios de las estrellas. Rabí Samuel Ha Leví escribió el Libro del Relogio de
la Candela, en la que incluía el Libro de las Armiellas, que trata del mejo-
• CAPÍTULO 5
dios al grado, equivalentes a 78,75 km-, valor muy inferior al real, pro-
porcionaba las magnitudes terrestres. Se accedía a la distribución de las
tierras conocidas con la hipótesis del océano exterior, que abría a la Euro-
pa de finales de la Edad Media nuevas perspectivas.
Un saber que transita, por necesidad, por el filtro de los expertos, de los
capacitados para introducirse en los textos clásicos y para interpretarlos
desde el punto de vista conceptual y técnico. Las obras de carácter cosmo-
gráfico se multiplicaron en el último siglo de la Edad Media y se convier-
ten en obras de referencia para los navegantes.
Los europeos de la Baja Edad Media disponían de una interpretación
y teoría del cosmos, de su estructura, de sus movimientos, de los fenóme-
nos más significativos derivados de una y otros, de su valor para determi-
nar la altura de los astros. Disponían de instrumentos y método para una
práctica cartográfica más precisa. Sirvieron para orientar las estrategias
que, en ese siglo, intentaban romper o evitar el aislamiento introducido por
la expansión otomana, en las relaciones con las Indias. La geografía cos-
mográfica aparecía, con indudable oportunidad, en el mundo occidental.
Era una herramienta de manifiesto valor económico y estratégico.
La nueva imagen del mundo, que aportaba la Geografía de Ptolomeo,
daba consistencia a los proyectos de acceso a los mercados orientales por
el sur de África. La llegada al extremo sur de este continente, en diciembre
de 1487, por parte del portugués Bartolomé Díaz, supuso la confirmación
de la viabilidad del proyecto de alcanzar el Oriente, la India y los territo-
rios de las especias, el oro y las perlas, dando la vuelta al continente afri-
cano. Era el objetivo principal de las exploraciones atlánticas estimuladas
desde la corte portuguesa, bajo el impulso de Enrique el Navegante. Hasta
el punto de que para algunos autores actuales es esta actividad la que mar-
caría el inicio de la geografía moderna (Livingstone, 1996).
Permitía, de modo más osado, sustentar los proyectos de alcanzarlos
por el Oeste, siguiendo el círculo de los paralelos, tal y como habían pos-
tulado algunos autores clásicos y como había expresado Estrabón. La aven-
tura colombina tiene así los ingredientes decisivos y clave para su com-
prensión. La naturaleza genovesa de Cristóbal Colón descubre los intereses
profundos que mueven, en esos siglos, la exploración geográfica.
Detrás de ésta aparecen las potencias italianas, cuya presencia activa
es una característica en la Castilla atlántica, de finales de la Edad Media,
y en Portugal. Sin su aporte económico, social y político, no sería inteligi-
ble la actividad marítima que se desarrolla en esa época. La tradición clá-
sica recuperada hacía posible plantear y acometer, con fundamentos ra-
cionales de viabilidad, el viaje por el círculo terrestre hacia el Oriente por
Occidente, a través del mar exterior, del océano, como habían sostenido los
geógrafos del mundo antiguo.
El viaje significó un acontecimiento decisivo en la historia de la Hu-
manidad y para el desarrollo de la geografía moderna; un acontecimiento
de efectos paradójicos. Por una parte, consolidaba y prestigiaba el saber geo-
gráfico que habían inventado los griegos. Por otra, provocaba una comple-
ta revisión de su concepción del mundo, dimensiones de éste y distribución
cen lo mismo con la obra de Ortelius, que comparten tanto los atlas como
las tabulae, es decir, las cartas regionales, cartografía más propia de publi-
cistas o editores que de cartógrafos, más cerca de la obra de artesanía me-
dieval que de la producción moderna.
Es una cartografía que se mantiene en la tradición ptolemaica, aun-
que apunta los rasgos esenciales de lo que será la moderna cartografía, que
se perfila a finales del siglo XVII en Francia. El signo del cambio es paten-
te en la obra de N. Sanson d'Abbeville, autor de la Géographie du Roi, Atlas
nouveau contenant toutes les parties du monde, en 3 volúmenes, compues-
ta por un total de 320 cartas iluminadas. En ella se dan los primeros atis-
bos de las nuevas concepciones cartográficas. La representación de los ele-
mentos físicos y de los límites territoriales y el creciente rigor en la repre-
sentación esbozan el tránsito a la moderna cartografía. Un progreso que se
produce en la propia Francia, entre los siglos XVII y XVIII , de la mano de los
Cassini, geodestas y cartógrafos de la corte.
Con éstos, en el siglo XVIII , dará nacimiento la cartografía moderna,
de estricto carácter geodésico y técnico. Se basa en el perfeccionamiento de
las proyecciones y en la austeridad en el dibujo. El mapa pierde su di-
mensión pictórica y su composición decorativa, para valorar la precisión y
objetividad. Se introduce la tercera dimensión, no sólo con la considera-
ción de las altitudes, cuya medida se convierte en un objetivo definido, sino
con métodos gráficos para su representación adecuada, desde las tintas
hipsométricas a las curvas de nivel.
Significa un salto cualitativo de primer orden, del que deriva la carto-
grafía tal y como la entendemos. La cartografía cambia de arte a ciencia,
al mismo tiempo que se convierte en una herramienta clave del poder mo-
derno, en un símbolo del Estado (Barnes, 1992). Supuso la definitiva se-
paración de la cartografía y la geografía. Un salto y un progreso que tiene
que ver con las transformaciones intelectuales de esos siglos. Tardará más
en darse en la concepción geográfica. Durante varios siglos, las obras que
incorporan el término geografía, así como las consideradas como propias
de este campo, en la historiografía moderna, muestran, ante todo, la ca-
rencia de definición en que se debate este tipo de conocimientos. Bajo el
paraguas geográfico se cobijan conocimientos y prácticas dispares, que res-
ponden a la tradición geográfica antigua y medieval.
3. Corografías y topografías
pacial, la Tierra. En relación con ella esbozaron una descripción del mis-
mo que trasciende la evidencia cotidiana y un sistema de términos para esa
descripción. Construyeron una imagen del conjunto y de sus partes, que
desborda lo inmediato del saber del espacio, la contingencia de la prácti-
ca, en una representación totalizadora y comprensiva. Constituye una pe-
culiar forma de cultura sobre el espacio que, con el nombre de «geografía»,
condiciona la aproximación al entorno terrestre de las sociedades occiden-
tales e islámicas.
La particular interpretación que unas y otras hacen del legado greco-
latino les permite desarrollar un conjunto de hábitos, de imágenes, de se-
guridades y de interrogantes, que tienden a interpretar o completar la re-
presentación del mundo o cosmos heredada. Podemos calificarlas como
«tradiciones» de la cultura geográfica occidental hasta el siglo XVIII . Lo que
se denomina «geografía», en esos siglos, se identifica con esta cultura. No
corresponde con una disciplina, ni siquiera con un campo de conocimien-
to. Lo que se denomina geografía pertenece al mundo de la práctica y de
la cultura sobre el espacio y a un variado género literario de viajes, des-
cripciones exóticas, imágenes fantásticas, que pertenecen a un mundo de
maravillas.
Los intensos cambios que afectan a las sociedades europeas a partir
del siglo XVIII, técnicos, materiales e intelectuales, constituyen el funda-
mento del mundo moderno. Su manifestación más relevante es la aparición
y desarrollo de la ciencia en su acepción actual, y de las ciencias como
campos de conocimiento articulados dentro de ella. Unos y otros se pro-
yectan sobre la cultura geográfica en su contenido y comprensión.
En su contenido hicieron posible un conocimiento completo del en-
torno terrestre resolviendo los vacíos de la «terra ignota». Completaban la
representación del mundo de los antiguos. Hicieron factible plantear de
nuevo la auténtica naturaleza de los fenómenos «geográficos», aspecto en
el que desempeña un papel determinante el conocimiento de las tierras
americanas (Capel, 1994). En su concepción, porque los postulados del co-
nocimiento científico pueden ser aplicados al objeto de dicha cultura. Se
puede formular el trascender desde la geografía como simple cultura geo-
gráfica, a la geografía como una disciplina científica.
Es decir, dar forma a una disciplina científica de carácter geográfico. Un
sensible e intenso esfuerzo que tiene como objetivo marcar la ruptura entre
tradición milenaria y geografía moderna. Un sensible e intenso esfuerzo in-
telectual se orienta, a lo largo del siglo XIX , a dar forma a un «espacio del sa-
ber»: la geografía. Se trata del proceso de fundación de la geografía.
En la tradición geográfica representa la gran ruptura respecto de la
herencia milenaria grecolatina y respecto del simple saber práctico del es-
pacio. Es una ruptura epistemológica que supone la incorporación de la
geografía al movimiento de la modernidad. Se manifiesta en la búsqueda
de una nueva articulación de saberes, de términos, de conceptos, de sím-
bolos, de premisas. Se plantea con la pretensión de construir un discurso
estructurado y fundado, dentro del campo de la ciencia, en su acepción
moderna.
LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFIA
L CAPÍTULO 6
regla práctica y ética del trabajo científico, que se instaura desde mediados
del siglo. Se desarrolla, a lo largo de esta centuria, una nueva actitud y una
nueva concepción del trabajo científico, que ejemplifican, al terminar el si-
glo, autores como A. de Humboldt «figura emblemática del viaje científico
ilustrado» (Bourget y Licoppe, 1997).
Se trataba de asociar la exigencia de exactitud con la abundancia de
observaciones, la multiplicación de medidas. Se conciben campañas repe-
tidas para conseguirlas en períodos diferentes. Se busca sistematizar tales
observaciones para conseguir evaluar los menores cambios y sus alteracio-
nes locales. Se introduce la cartografía como un instrumento de registro
preciso, de carácter espacial, de las observaciones. Distinguir, medir, orde-
nar, comparar, se convierten en prácticas intelectuales básicas.
La convicción en la regularidad y orden de la naturaleza significa des-
terrar cualquier pretensión de que el azar regula los fenómenos naturales;
«bajo el azar aparente de las variaciones reina en la naturaleza el orden de
las leyes que descubre el laboratorio» (Bourget y Licoppe, 1997). El azar,
la anomalía, empujan a nuevas observaciones más precisas que permitan
vincular el fenómeno anómalo a un factor físico determinado, despejando
el margen de incertidumbre. Una nueva actitud metodológica marca el de-
sarrollo del espíritu científico.
Hay una relación directa entre los presupuestos filosóficos que sus-
tentan la actitud de los sabios, filósofos y naturalistas ilustrados, y su dis-
posición respecto del uso de instrumentos y en relación con la medida y
cuantificación. Ponen en evidencia una «nueva ética de la precisión y de
la exactitud» (Bourget y Licoppe, 1997). Un cambio perceptible tiene lu-
gar en la sensibilidad científica y en las representaciones de la naturale-
za, en la comunidad sabia del siglo ilustrado. La creación de un sistema
de medida universal no es sino un producto más de este espíritu nuevo
(De Lorenzo, 1998).
La descripción adquiere un valor metódico esencial en el ámbito de la
observación, como evidencia el carácter de los textos y la sistemática utiliza-
ción de los dibujos. Unos y otros fueron empleados de acuerdo con criterios
precisos, según se percibe en el uso del alzado, la sección, el perfil de aque-
llos objetos de descripción. La diferenciación facilitó la sistematización de las
observaciones. Éstas se separan según criterios de orden, similitud, diferen-
cia: desde las astronómicas a las etnográficas. El amplio cuerpo original de
la Historia Natural se desgaja en numerosos campos de conocimiento.
La definición de los modernos campos científicos se fragua en ese
período, entre ellos los de las ciencias sociales o humanas, que aparecen
como un notorio símbolo de las nuevas actitudes. Las ciencias humanas
configuran un nuevo discurso intelectual, en relación con un nuevo obje-
to, el Hombre, producto caracterizado de la modernidad. Se convierte en
un objeto específico de interés que promueve una atención especial a
cuestiones como la estructura doméstica y social, las creencias, los ritos,
en sus distintas manifestaciones, las relaciones personales y sociales, la
actividad productiva, el intercambio, la vivienda y el poblamiento, entre
conviene dejar al indígena como es; domarle más que civilizarle, asocián-
dolo a la obra de colonización como elemento productor, como instru-
mento de trabajo. El indígena de quien se trata principalmente en estas
controversias, es el negro africano... No debe asimilarse el negro al blan-
co; éste es el amo, el explotador; aquél el siervo, el explotado.»
La ideología colonial era transparente: «Si han de predominar los sen-
timientos humanitarios, déjense la colonias, porque ninguna utilidad han
de reportar a la metrópoli.» Su cínica justificación también: «Por otra par-
te, no hay motivo para tales sensiblerías, porque en todos los países civili-
zados, en los campos y en la ciudades, hay millares, millones de blancos
que viven tan esclavos del trabajo duro y penoso como puede vivir el ne-
gro de África que desmonta tierras, o labora en las plantaciones, o sirve de
bestia de carga al explorador o al viajero.» Términos en los que se expre-
saba L. Hubert en su primera lección sobre colonización en la Sorbona
(Beltrán y Rózpide, 1909).
La acción colonial era estimulada desde el patriotismo nacional en
cada país, en una confrontación que oponía, a la hora del reparto, a unas
potencias con otras. Se hará perceptible en el caso de África, «disputada»
y «repartida» en la conferencia, convocada al efecto, en 1876, por el rey de
Bélgica. Sancionada, con posterioridad, en la denominada Conferencia
de Berlín de 1885, cuya convocatoria correspondió al gobierno alemán, con
la ayuda del de Francia.
Aunque el tema aparente de esta última fue el estatuto de la cuenca del
Congo, y el reconocimiento de una autoridad política sobre la misma, un
verdadero Estado del Congo, así como las garantías internacionales para el
acceso comercial y para el proselitismo religioso en el mismo, de hecho, la
Conferencia de Berlín significó el reconocimiento internacional del reparto
colonial. El protagonismo de los diversos Estados y la confrontación nacio-
nal entre ellos aparece como el telón de fondo de la Conferencia.
Los acuerdos sancionaron el proceso de ocupación, así como las «re-
glas» del mismo. Las reglas tenían como objetivo evitar conflictos entre las
potencias, garantizar las relaciones económicas a través del comercio, po-
sibilitar la acción de las misiones religiosas de las distintas agrupaciones e
iglesias cristianas, y establecer los mecanismos de atribución de los terri-
torios ocupados.
Entregaba a la monarquía belga la explotación del inmenso Estado del
Congo, más próxima a la expoliación y la esclavitud que a la de la procla-
mada civilización. Los abusos colonialistas en el Estado del Congo, del rey
belga, impondrán la transferencia de dicho Estado del Congo a Bélgica, como
consecuencia de las prácticas coloniales denunciadas en él. El rey de Bélgica
se vio obligado a cederlo a su país, forzado por las presiones internacionales,
de sectores escandalizados con las condiciones a que habían quedado redu-
cidas las poblaciones indígenas, convertidas en fuerza de trabajo esclava.
El nacionalismo burgués era, en efecto, el motor activo de la expan-
sión colonial. Y, como consecuencia, de un cierto tipo de desarrollo geo-
gráfico, según reconocía el presidente de la Royal Geographical Society de
Londres en 1885: «Los franceses en Asia y África, y los rusos en el Asia
geografía.
Ritter proponía una geografía para la Historia, una disciplina para ex-
plicar el devenir histórico de las sociedades humanas, a partir de los he-
chos geográficos. Un proyecto que, en su formulación y en sus presupues-
tos, recogía una vieja tradición arraigada en la cultura occidental, la que
corresponde con el pensamiento astrológico. Lo presentaba como un obje-
tivo para la geografía científica. Para Ritter, se trataba de hacer lo que él
denominó geografía general comparada.
yores garantías de acierto» (Terán, 1957). Lugares comunes que siguen vi-
gentes. La geografía moderna arranca de Varenio, que «define los proble-
mas y el marco de la geografía científica», y de Humboldt y Ritter, que «es-
tablece la moderna geografía física científica» (Sala y Batalla, 1996).
Corresponde con una idea de que la tradición geográfica moderna
«encuentra sus orígenes, a comienzos del siglo pasado, en las propuestas
de Humboldt y Ritter, y que se prolonga claramente hasta las formula-
ciones regionales o corológicas de la primera mitad de nuestra centuria»
( Ortega Cantero, 1987). De este modo, se hace de ellos la clave de una
geografía regionalista y del paisaje, y de concepciones epistemológicas
propias del idealismo alemán neokantiano. Para este autor, Humboldt y
Ritter constituyen el referente intelectual de concepciones geográficas ca-
racterizadas por el subjetivismo, en particular respecto de la considera-
ción del paisaje. Los vincula, incluso, con la concepción del paisaje de la
generación del 98.
Sin embargo, frente a esta concepción tradicional de los orígenes de
la moderna geografía, hay que resaltar que los proyectos de Humboldt y
Ritter, ni son coincidentes ni tienen inmediata continuidad en el desarro-
llo de la geografía. Aspecto destacado por diversos autores actuales al tra-
tar la evolución de la geografía (Capel, 1981; Claval, 1976). Ninguna de las
dos propuestas, la de Humboldt y la de Ritter, tuvo eco inmediato. Ningu-
na de ellas sirvió de embrión para la configuración del moderno proyecto
de disciplina geográfica. Las propuestas de Humboldt y Ritter no cristali-
zan como tales y, en esta perspectiva, no se da una vinculación directa en-
tre sus respectivos proyectos y el que sustenta la geografía moderna. Son
fenómenos aislados, y se vinculan más al final de una tradición cultural
que a la fundación de la geografía moderna.
La incorporación de ambos autores a la historia de la moderna dis-
ciplina resulta más del interés en proporcionarle una noble genealogía
que de la realidad de una comprobable influencia. Porque la conciencia
de la ruptura que suponía la nueva geografía respecto del conocimiento
geográfico anterior es general a finales del siglo pasado. Asimismo lo es
el identificar la nueva geografía como una disciplina científica, como un
conocimiento ajustado a los patrones de la ciencia. De tal modo que el
corte entre lo anterior y la nueva geografía se identifica con ese tránsito
de lo precientífico a la ciencia. De la mera cultura geográfica a una dis-
ciplina científica.
Contraponer los contenidos y forma de las viejas formas del conoci-
miento geográfico con el nuevo es una constante del discurso geográfico
en los últimos decenios del siglo XIX y en los primeros del siglo XX. «No es
ya la geografía una insulsa enumeración de ciudades, islas y cordilleras...
ni siquiera una descripción pintoresca de los accidentes físicos y de las
instituciones políticas de las naciones... porque no comprende sólo la des-
cripción de fenómenos o la exposición de hechos que le son propios, sino
además el examen de sus causas y consecuencias y la determinación en
cuanto sea posible de las leyes superiores por que se rigen», según reco-
gía, sintetizando una opinión generalizada entonces, uno de los primeros
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
m*!*
;
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
En el último cuarto del siglo XIX y en los inicios del siglo XX se perfila
el proyecto geográfico moderno, desde la definición del objeto geográfico
hasta la formulación de los objetivos que le son propios. Se trata de un es-
fuerzo por darle a la geografía contornos propios y por construir un marco
teórico para la disciplina. El proyecto se enuncia como antropogeografía o
geografía humana. No se contrapone, como pudiera inducirse de la deno-
minación elegida, a la Geografía Física, sino que se construye sobre ella,
convertida en el soporte del conjunto.
La pretensión era delimitar un área propia; salvar a la geografía de lo
que habrá de ser su más permanente y constante sambenito, de espigar en
todas las demás ciencias. El esfuerzo más lúcido es, precisamente, el de do-
tar a la geografía de una «esfera de trabajo específica», en el marco de la dis-
tribución convencional del conocimiento científico. En ese aspecto, la bús-
queda de un marco teórico como las «relaciones Hombre-Medio» otorgaba
a la geografía, además de una presunción científica, un campo propio.
Los decenios de 1870 y 1880 aparecen como decisivos, como el perío-
do en que cristalizan propuestas que articularán la geografía moderna, el
de la definición de los objetivos de la geografía, que proporcionan a ésta
lo que, en términos de Kuhn, puede considerarse paradigma de la disci-
plina durante más de un siglo. La geografía se formula como una disciplina
de la interrelación entre naturaleza y sociedad, asentada en el principio de
las relaciones entre el hombre y el suelo, entendidas, en principio, como las
influencias del suelo sobre el Hombre. La nueva geografía «parte del sue-lo y no de la sociedad».
las leyes de validez universal, que dan razón de los vínculos entre el Hom-
bre y el Medio y sus distintas manifestaciones o variaciones geográficas. Las
que deben permitir prever sus consecuencias, adelantarse a sus efectos, pre-
venirlos o evitarlos.
Las leyes científicas expresan una relación de causalidad entre los fac-
tores o variables determinantes o independientes, y los elementos condicio-
nados, las variables dependientes. Reunidas determinadas condiciones o
circunstancias se pueda afirmar que se derivarán efectos también determi-
nados y, por tanto, previsibles. La determinación causal representa sólo el
rasgo más sobresaliente de una filosofía del conocimiento que, en el siglo
pasado, es el fundamento de la propia ciencia positiva, tal como se la con-
cebía en esa época.
La geografía, por razones de origen, por razones conceptuales y cultu-
rales, no podía ser sino causal y por tanto determinista. Se encuentra de
forma generalizada y sistemática en los primeros geógrafos modernos. Hay
en las historias de la geografía más tradicionales y en la práctica teórica de
los geógrafos una especie de síndrome de culpa, a modo de pecado original
de la geografía moderna, vinculado, en este caso, al determinismo geográ-
fico. Especie de culpa que acompaña a la geografía a partir de las críticas
que recibe desde ámbitos diversos y, sobre todo, por parte del historiador
L. Febvre.
Se olvida que ese rasgo pertenece a la propia naturaleza de la ciencia
moderna y que anida en la cultura europea muy profundamente, sin duda
con anterioridad a su formulación geográfica. Que la geografía no hizo sino
incorporar a su propia definición, tanto la determinación científica como la
cultural. El determinismo geográfico o natural, tal y como lo entienden y
formulan los geógrafos de la primera generación moderna, pertenecía al
acervo cultural y científico contemporáneo.
En los últimos decenios del siglo XIX se consolida una actitud compar-
tida en el sentido de que era posible construir una disciplina «científica»
cuyo objeto eran las influencias del Medio -environment- en la Sociedad.
Se abordó desde presupuestos y enfoques diversos, de acuerdo con la pro-
cedencia y formación de los principales protagonistas de ese esfuerzo, en
relación con su trasfondo cultural y filosófico, y en virtud del contexto ideo-
lógico en que se desenvuelven. La definición de un proyecto geográfico mo-
derno se ve afectada por todos estos condicionantes, que marcan el perfil
inicial y el desarrollo de la geografía moderna en el siglo XX .
no siempre fuera compartida por todos los geógrafos. En uno y otro caso
se trataba de definir no sólo el estatuto de la geografía como ciencia, sino
también de establecer su sistemática. Había que configurar el cuerpo de
doctrina, los componentes y ramas, los vínculos objetivos y metodológicos
entre ellas, la estructura del conocimiento geográfico, y los objetos sobre
los que cada una se constituye. Y había que asegurarse un «nicho» profe-
sional.
En la divergencia intervienen sensibilidades distintas que responden a
formaciones diferentes. La actitud de los geógrafos de adscripción «física»,
como es el caso de los norteamericanos, es clara. Abogan por configurar una
geografía de las relaciones entre el Medio y los seres vivos, entre el Medio y
el Hombre, por tanto, de carácter general. Así la formula W. Davis, principal
adalid de esta concepción. Reclamaba, de forma directa, una «geografía
científica», considerada desde la óptica de una disciplina con cuerpo teóri-
co explícito. Cuando Davis propugna una geografía «científica» lo hace des-
de un específico entendimiento del conocimiento científico, el del positivis-
mo. Propugnaba mantenerse fiel a los orígenes.
La disposición de los geógrafos de formación «histórica», representada
por los franceses, en una primera instancia, pero también por una crecien-
te parte de los alemanes e italianos, se decanta hacia la geografía como
ciencia de la organización del espacio. Enunciado que debemos entender
como ciencia de la configuración o distribución de los fenómenos geográfi-
cos, así como de su apariencia o fisonomía, como paisaje.
La sutilidad de los matices no distancia excesivamente a autores como
Vidal de la Blache y A. Hettner, principales abanderados de esta geografía de
la localización, que propugnará, más tarde, R. Hartshorne en Estados Uni-
dos. Comparten el perfil básico del concepto de ciencia, y la idea de una geo-
grafía científica. No obstante, resultan mucho más permeables a propuestas
epistemológicas alternativas al positivismo, de raíz idealista. La doble sensi-
bilidad, de formación por un lado, de filosofía por otro, orienta las dos prin-
cipales propuestas que se manifiestan en el primer tercio del siglo XX.
El debate se perfila en esos años entre dos opciones. Situar la geografía
como una disciplina de la extensión de los fenómenos físicos y sociales sobre
la superficie terrestre, una concepción compartida y extendida, dentro y fue-
ra de ella. O hacer de ella una disciplina de la «relación» entre el sustrato
abiótico y el orgánico, tal y como se formulaba en sus decenios iniciales.
En el primer sentido se desarrolla el proyecto intelectual de A. Hettner
y de la mayor parte de la geografía europea. En el segundo se centra la for-
mulación americana, en torno a las posturas de W. M. Davis, que reivindi-
caba ese patrón para la Geografía en 1906: «El campo entero de la Geo-
grafía es el estudio de la relación entre la Tierra y la vida.» Una concepción
que el geógrafo americano se limitaba a enunciar en el marco de un deba-
te ya configurado en los primeros años del siglo XX.
Frente a las objeciones de que tal concepción no consideraba los fenó-
menos de localización, contemplados como inherentes a la geografía, ar-
güían que estaban comprendidos en su propuesta. Entendían que ésta ase-
guraba la coherencia de los mismos, al acotarlos, evitando que pudieran
LA GEOGRAFÍA MODERNA:
REGIONES Y PAISAJES
Marcan los distingos sutiles que permiten separar la geografía de las disci-
plinas sistemáticas. Al tiempo que sustituyen influencias por relaciones. De
las influencias del Medio sobre el Hombre que definen la primera formula-
ción de la geografía moderna, a las relaciones del Medio y el Hombre, de
acuerdo con la propuesta de L. Febvre, en un marco preciso, «concreto» y en
una perspectiva temporal. Es decir, en condiciones históricas determinadas.
Así lo evidencia el discurso de Deffontaines varios lustros más tarde: «La
geografía humana no trata de estudiar influencias, sino relaciones. Con esta
precisión queremos dejar bien sentado que en la geografía no hay determi-
nismo. Ninguna fuerza cósmica, ni siquiera esa tan incontrastable que in-
cluimos dentro del amplio concepto de clima, obra sobre el hombre con una
fuerza excluyente de cualquier otra... El hombre no representa un papel de
mera pasividad. Se adapta activamente. Y al adaptarse con su actividad crea
otra forma de relaciones entre las condiciones físicas y su vida social. Se pasa
5. Un proyecto frágil
FILOSOFÍA Y CIENCIA.
RACIONALISMO E IRRACIONALISMO
R
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA 189
cuáles no lo son, por ser metafísicos y por carecer de sentido. Para el posi-
tivismo, la ciencia se distingue porque no se plantea cuestiones ontológicas
sobre la naturaleza de las cosas, ni sobre la sustancia de las mismas.
La ciencia trata exclusivamente de los fenómenos observables, de los
datos de la experiencia, de lo que es positivo, es decir, material. La ciencia
tiene que ver con lo observable. La ciencia se ocupa, desde esta perspecti-
va, de las regularidades observables de los fenómenos; no de su finalidad ni
de su entidad u ontología, o de lo que las cosas son en sí. El objeto de la
ciencia son los fenómenos, los hechos, los datos empíricos.
A finales de ese mismo siglo, la depuración de los postulados del em-
pirismo inicial y la crítica a la filosofía del conocimiento de Kant condu-
ce a una reafirmación del origen puramente sensorial del conocimiento.
En su expresión más radical no aceptaba las nuevas teorías sobre la es-
tructura de la materia basadas en el átomo, en la medida en que éste no
era observable. Es el empiriocriticismo, como lo denomina R. Avenarius
(1843-1896), cuyo más conocido representante es E. Mach (1838-1916),
un matemático y filósofo austriaco. Los datos de observación constitu-
yen, para esta corriente del positivismo, el punto de partida y de llegada,
del proceso de conocimiento, en el cual las teorías constituyen un mero
instrumento.
En el primer tercio del siglo XX, la crítica a las concepciones iniciales
del positivismo, y la puesta de manifiesto de las insuficiencias del empirio-
criticismo, en relación con los nuevos desarrollos de la ciencia, impulsaron
la elaboración de una nueva propuesta para la filosofía del conocimiento.
Se produce, sobre todo, en el ámbito científico y filosófico de lengua ale-
mana. Esta reflexión epistemológica cristaliza en lo que se conoce como po-
sitivismo lógico, que constituye una formulación renovada y transformada
de la herencia positivista. Representa una inversión de los postulados tra-
dicionales de la filosofía empirista. Supone la incorporación de los enfoques
racionalistas en el positivismo.
Un notable grupo de científicos y filósofos de la ciencia, de lengua ale-
mana, vinculados con las universidades de Berlín y de Viena, se constituyen
como un colectivo, que se da a conocer como Círculo de Viena. Der Wiener
Kreis es el término empleado por este grupo de filósofos y científicos en un
opúsculo editado en 1929. Las nuevas propuestas hacen hincapié en el pa-
pel de los enunciados teóricos -las teorías científicas-, es decir, la di-
mensión analítica, en el sentido de Galileo. Destacan, sobre todo, por la im-
portancia que conceden al lenguaje formalizado, en particular al de las ma-
temáticas y la lógica.
La tradición positivista se manifiesta en el papel que asignan a la ex-
periencia como clave del proceso de conocimiento. Es lo que denominan
proceso de verificación. Se trata de la comprobación experimental de los
enunciados teóricos y, por consiguiente, de su validación. Son los rasgos
5. Método e ideología
Las filosofías positivas coinciden, a lo largo del tiempo, en un plantea-
miento que entra en abierta contradicción con sus postulados de liberación
de toda influencia ideológica, y que les confiere el carácter de una verda-
dera filosofía, algo más que un simple método de investigación. Como
apuntaba Johnston, «el positivismo lógico comprende cientificismo, políti-
cas científicas y valores como la libertad, así como una concepción positi-
vista de la ciencia. Constituye una ideología, tanto como una filosofía y una
metodología» (Johnston, 1983).
1. La racionalidad dialéctica
La razón dialéctica es entendida como el necesario complemento de la
razón analítica para abordar la realidad, que es, ella misma, dialéctica. Des-
de la convicción de que «tendremos que convenir en que toda razón es dia-
léctica, lo que por nuestra parte estamos en aptitud de admitir, puesto que
la razón dialéctica nos parece ser la razón analítica puesta en marcha»
(Lévi-Strauss, 1957). Materialismo y dialéctica dan forma, en mayor o me-
nor medida, al pensamiento racionalista que identificamos como raciona-
lismo dialéctico. Dos componentes básicos distinguen esa racionalidad: la
herencia materialista de la modernidad y el método dialéctico.
Materialismo y dialéctica constituyen la base de una epistemología
científica moderna que pretende dar una respuesta al problema persistente
de la modernidad: las relaciones entre sujeto y objeto, entre sociedad y na-
turaleza. Una respuesta desde el presupuesto de que objeto y método no son
independientes sino que actúan el uno sobre el otro (Bosserman, 1968). Son
filosofías que reúnen la concepción materialista y la lógica dialéctica.
El materialismo representa una corriente intelectual del pensamiento
occidental que arraiga en la filosofía clásica grecolatina, con Demócrito y
tica aparece como un eje primordial que enlaza algunos de los más fértiles
y relevantes desarrollos de la cultura científica en ese siglo.
La dialéctica representa una forma del pensamiento racional, que se
sustenta en la consideración de la realidad como un conjunto o totalidad,
que excede la mera agregación de componentes. Desde una óptica dialécti-
ca es la totalidad la que da sentido e identidad a cada componente indivi-
dual. Esta perspectiva de totalidad es central en el pensamiento dialéctico.
Es por lo que la dialéctica se fundamenta en la consideración de la totali-
dad o conjunto como núcleo de partida del proceso de conocimiento. Des-
de una consideración dialéctica, el conjunto explica y permite identificar y
entender sus componentes. Son partes de un sistema de relaciones, ele-
mentos de dicho sistema. El pensamiento dialéctico enfatiza, en relación
con esta perspectiva dominante, la dimensión relacional que vincula a los
objetos y que se sobreimpone a ellos.
Asimismo considera la realidad como movimiento, como transforma-
ción. Valora, en primer término, el proceso, es decir, el cambio, en la vieja
tradición de Heráclito. La dialéctica resalta la dinámica, se interesa por los
procesos, la génesis, la evolución, el cambio, el sistema de vínculos que ca-
racteriza el mundo real. El pensamiento dialéctico busca en esos procesos
y sistemas de relaciones las acciones que se producen entre ellos, las reac-
ciones a que dan lugar, las contradicciones que acompañan el desarrollo del
mundo real. Los componentes físicos de los mismos tienen un valor secun-
dario.
La dialéctica privilegia una perspectiva dinámica del análisis. La con-
cepción dialéctica no pretende la descripción de una situación estática ni
de una estructura fija. El interés del análisis dialéctico, el centro del mis-
mo, lo constituye la secuencia o proceso en que que evoluciona y se trans-
forma el conjunto, se modifican las relaciones que vinculan los componen-
tes, se generan nuevos vínculos. El interés dialéctico busca las relaciones
contradictorias con la situación preexistente, el modo en que se configura
una nueva totalidad. El proceso es el centro del análisis dialéctico, es el eje
de la concepción dialéctica.
De acuerdo con los postulados de G. W. Hegel (1770-1831), el filósofo
que desarrolla de forma más acabada el pensamiento dialéctico, la dialécti-
ca es la expresión de la propia realidad. Pone en evidencia el carácter con-
tradictorio inherente a ésta.
La dialéctica aparece como la lógica analítica en acción, realizada, como
resaltaba Lévi-Strauss: «Para nosotros la razón dialéctica es siempre consti-
tuyente: es la pasarela sin cesar prolongada y mejorada que la razón analíti-
ca lanza por encima de un abismo del que no percibe la otra orilla... El tér-
mino de razón dialéctica comprende así los esfuerzos perpetuos que la razón
analítica tiene que hacer para reformarse, si es que pretende dar cuenta y ra-
zón del lenguaje, de la sociedad, del pensamiento» (Lévi-Strauss, 1957). La
razón dialéctica viene a resumirse como la razón analítica en acción.
La unidad entre instancia teórica e instancia de observación, entre suje-
to y objeto, constituye una constante del pensamiento materialista moderno.
La razón dialéctica es, en cierta forma, una razón de la práctica, una razón
213
F
LA FUNDACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
vincula con el mundo material, es decir, con la práctica social. De ésta sur-
ge, para el marxismo, el conocimiento, y la propia práctica social permite
contrastar la verdad o realidad de las ideas. La práctica social, identificada
con el proceso de producción y reproducción social, constituye para el mar-
xismo el elemento que resuelve el problema de la verdad y del conocimien-
to verdadero. Se proyecta en su concepción del conocimiento científico.
Las pequeñas crisis que surgen de estos conflictos pueden ser resuel-
teoría del modo de regulación.
tas o pueden derivar en nuevas crisis y divergencias, sin que alteren sus-
tancialmente el marco estructural en que se desenvuelven. Pueden incidir
sobre dicha estructura, alterando la misma, provocando su modificación
paulatina o, incluso, determinando una crisis de mayor alcance. De esta re-
lación dialéctica se deriva el cambio social. La disponibilidad del individuo
o agente para aceptar las normas o pautas del sistema social, en relación
con sus propias aspiraciones e interés, incide no sólo en su reproducción
sino que induce su transformación.
La teoría del modo de regulación plantea los problemas de estas rela-
ciones entre agentes y estructuras concediendo a los agentes individuales un
5.2
CAPÍTULO 13
FILOSOFÍAS DE LA SUBJETIVIDAD:
LA CRÍTICA AL RACIONALISMO
M
228 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
que alimentan los nuevos enfoques y postulados críticos de las ciencias so-
ciales en ese período. Unas y otras, más o menos sutilmente influidas por
una cultura de la subjetividad, de la experiencia intuitiva, de la compren-
sión global, de la percepción consciente.
Los componentes destacados de estas filosofías del Sujeto o de la sub-
jetividad son variados. En primer lugar, la justificación de un conocimien-
to no sujeto a la obtención de leyes. En segundo término, la reivindicación
del mundo de la subjetividad frente a la objetividad universalista. En últi-
mo término y, frente a los postulados metodológicos analíticos, la afirma-
ción de un conocimiento instantáneo, empatético, global, totalizador. Son
los rasgos que distinguen y vinculan a estas filosofías, que surgen en el úl-
timo tercio del siglo XIX y primero del siglo XX , como las grandes corrien-
tes del pensamiento de nuestro tiempo.
i
240 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA
terminar el primer tercio del siglo actual y que adquiere especial resonan-
cia después de la segunda guerra mundial, los que primero definen el mar-
co de la crítica. Representa un movimiento de reacción frente al predomi-
nio de una cultura que se construye sobre la primacía de lo económico. Lo
que explica la orientación de sus autores, en la primera y segunda genera-
ción de dicha «Escuela», desde T. W. Adorno (1903-1969), H. Marcuse
(1898-1979) y W. Benjamin (1892-1940), hasta E. Fromm, hacia campos
como la psicología, la política, las cuestiones sociales y culturales.
Se trata de un movimiento intelectual que utiliza la herencia marxista,
que recurre a los postulados freudianos y que maneja la filosofía kantiana.
El común denominador de estos autores es la crítica del capitalismo mo-
derno y de sus soportes teóricos y epistemológicos. Aborda, en particular, el
racionalismo científico o positivo. Desde los presupuestos marxistas inicia-
les, los autores evolucionan hacia un pensamiento crítico respecto del ca-
pitalismo, pero alternativo al marxista. La formulación histórica marxista
del capitalismo, vinculada con el conflicto de clases como motor de la his-
toria, es sustituida por la interpretación del capitalismo en el marco del
conflicto entre Sociedad y Naturaleza.
Estos autores abordan la crítica del capitalismo como un sistema so-
cial de dominio, impuesto sobre la naturaleza y sobre el conjunto social,
apoyado en el uso de la razón positiva. La interpretación del capitalismo
desde la perspectiva del dominio constituye un rasgo fundamental de la con-
cepción crítica de esta escuela. De acuerdo con ella, la ciencia y la técnica
constituyen el eje y el soporte de ese dominio.
La crítica sistemática a la modernidad, identificada con la cultura del
capitalismo, se dirige a sus diversos componentes. Contempla la relación
con la naturaleza, la configuración del individuo -el hombre unidimensio-
nal de Marcuse-, y sustenta una visión de la razón científica como simple
instrumento de control y dominio de la naturaleza y del ser humano, al ser-
vicio del capitalismo. La denuncia del dominio tecnocrático como instru-
mento para «justificar o aplazar» los cambios sociales surge desde esta Es-
cuela, frente al racionalismo positivo en que se sustenta el capitalismo. Se
trata, por tanto, de una crítica anticapitalista.
La idea marxiana de que las formas de conocimiento se insertan en el
proceso de transformación de la Naturaleza por obra del trabajo humano,
y que de él surge el criterio de validez objetiva de dicho conocimiento, son
invertidas por Adorno y la escuela de Frankfurt. Convierten la transforma-
ción de la naturaleza en simple dominio de la misma por el trabajo huma-
no, impulsado por una racionalidad técnica, de orden instrumental (Well-
mer, 1992). La razón, para el capitalismo, tiene un carácter instrumental, es
una razón práctica, como dice Horkheimer, autor perteneciente, también, a
la segunda generación de dicha Escuela.
Desde postulados próximos a este movimiento intelectual arrancan
otros autores relacionados, en el ámbito personal y político, con la iz-
quierda europea de la segunda mitad del siglo XX. Forman parte del am-
plio grupo intelectual francés que se manifiesta a partir de 1960, en cam-
pos relacionados con la cultura y las ciencias sociales. M. Foucault, J. De-
como una relación de signos o semiótica, con sus propias reglas. Éstas afec-
tan o involucran tanto al significante -el signo- como al significado - la
cosa-. Derrida, como Foucault, pone el acento en la importancia esencial
del lenguaje, hasta hacer de éste la clave de las categorías que modelan la
sociedad. La idea fundamental es que el lenguaje modela la realidad; más
aún, para Derrida, el lenguaje es la realidad.
Representa la crítica de la teoría social basada en el análisis económi-
co o en las estructuras políticas. La comprensión de la realidad se sustenta
en el lenguaje.Una condición del lenguaje y del texto que hace de éste un
producto a de-construir, de acuerdo con la terminología que el mismo De-
rrida introduce. El texto, cada texto, cada discurso, debe ser sometido a un
proceso de de-construcción que permita descubrir las condiciones de su
producción. El posmodernismo se identifica con la «de-construcción», según
la expresión de Derrida.
«De-construir» significa descubrir los presupuestos no explícitos que
subyacen en los códigos aceptados, las teorías, el pensamiento formulado,
los sistemas de valores y de conocimiento que han prevalecido durante si-
glos asociados a la sociedad industrial capitalista. Constituye un postulado
de la nueva cultura que se aplica también a la ciencia. Ésta queda reduci-
da a la condición de simple relato, uno más.
Lyotard resalta que «el saber no se reduce a la ciencia, ni siquiera al co-
nocimiento». Convierte la ciencia en un «subconjunto de conocimientos». Rei-
vindica, en definitiva, el saber narrativo. La postura anticientífica forma par-
te de la filosofía del posmodernismo, acompaña su radical oposición al racio-
nalismo moderno. Para Lyotard, «el saber científico es una clase de discurso».
Resaltan la importancia del lenguaje en la orientación del desarrollo
científico y la transmisión del conocimiento, en la medida en que «las cien-
cias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje». Para Lyo-
tard, el lenguaje condiciona la propia investigación y por tanto orienta ésta
de acuerdo con sus exigencias. Sólo el saber que se pueda expresar en el
lenguaje dominante -en este caso el lenguaje de máquina- se desarrolla-
rá, mientras que el que no se adapte o no pueda ser traducido se dejará a
un lado (Lyotard, 1992).
El uso ha conducido la práctica posmoderna a una creciente y exclu-
yente ocupación en el texto y en el lenguaje, incluso en la geografía, como
ejemplifica la obra Postmodern Cities and Spaces (Watson y Gibson, 1995).
Una concepción reivindicada también como el soporte de la geografía (Bar-
nes y Duncan, 1992).
El desplazamiento desde las estructuras económicas o sociales hacia el
ámbito del discurso, del texto -del lenguaje en definitiva- y de la cultura
caracteriza uno de los rumbos más significativos en el cambio teórico de
los años sesenta. El texto, concebido como una categoría reflexiva, con sus
reglas, que puede ser analizado. De-construir significa descubrir que toda
obra está «envuelta en un sistema de citas de otros libros, de otros textos,
de otras frases, como un nudo en una red» (Foucault, 1976).
Desde una perspectiva teórica significa que la cultura y el lenguaje se
convierten en el único o primer nivel de explicación de la realidad. Consi-
deran que son la cultura y el lenguaje los que modelan la realidad. Entien-
den que la mayor parte de los caracteres o fenómenos de la realidad que
contemplamos como naturales son meras construcciones sociales. Desde la
diferenciación sexual a la propia naturaleza.
El postestructuralismo se perfila como una crítica a la racionalidad
de la Ilustración. Alimenta una corriente intelectual en la que destacan au-
tores como J. Baudrillard y J. F. Lyotard, de acentuado antirracionalismo.
Se distinguen por la denuncia del discurso científico. Rechazan las teo-
rías estructurales, las concepciones de carácter universal. Denuncian los
presupuestos sobre los que se ha construido el mundo moderno, es decir,
el sujeto racional, la razón y el conocimiento científico, identificado con
la verdad.
Esta cultura, surgida en la proximidad o dentro de los círculos ideoló-
gicos de izquierda, como una crítica al capitalismo y al racionalismo posi-
tivo y tecnocrático en que se apoya el sistema social capitalista se transfor-
ma, de forma progresiva, en una crítica ideológica y política, a las filoso-
fías, ideologías y prácticas de los movimientos de izquierda. Se convierte en
una crítica a la izquierda, a sus discursos y a sus fundamentos teóricos,
en particular al marxismo, identificados con la modernidad. La crítica de-
riva hacia la modernidad como cultura racionalista y científica. Por extensión,
hacia el racionalismo y la ciencia.
La historia de los dos últimos siglos aparece como una experiencia dra-
mática que ha roto la esperanza en la ciencia y la razón y ha generado des-
confianza y angustia ante el futuro. Resaltar las contradicciones del desa-
rrollo moderno y del discurso de la modernidad constituye una constante
de una parte del pensamiento occidental desde finales del siglo pasado. Se
convierte en una crítica global a las concepciones históricas progresistas, al
primado de la ciencia y de la razón: «Hemos podido comprobar -nuestro
siglo ha sido pródigo en demostraciones- que la Historia progresiva en la
que tantas veces se ha confiado no es más que una superstición que arras-
tra consigo un número elevado de equívocos y desatinos; entre éstos se en-
cuentran los que se refieren al indiscutible primado de la ciencia -con sus
consabidos y extremosos apremios teóricos y metodológicos- y la bene-
factora mediación de la técnica, al rendido tributo reclamado para el cam-
bio y el futuro y a la indisimulada exaltación del profetismo revoluciona-
rio» (Ortega Cantero, 1987).
De acuerdo con esta perspectiva crítica, la modernidad descansa, bajo
el discurso progresista y optimista ilustrado, sobre un dinámico tigre que
utiliza ciencia y razón para su propio desenvolvimiento. Es el capitalismo
industrial. La razón deviene instrumental como la ciencia, al servicio de un
sistema social cuyo eje es la producción de mercancías y beneficio, en el
marco de una competencia feroz entre sus agentes.
Se presentaron como necesarias y obligadas servidumbres del pro-
greso, como la franquicia a pagar en la vía de la liberación. Eran el lado
oscuro de la modernidad que acompañaba la instauración de la sociedad
moderna. Es lo que se ha denominado destrucción creativa. Sin embargo,
para estos críticos, la explotación, la opresión, la desigualdad, la miseria,
la violencia, la guerra, acompañan el excepcional proceso de construc-
ción de las sociedades capitalistas, como una necesidad, no como un ac-
cidente.
El dominio de la naturaleza por el Hombre ha adquirido dimensiones
totales, en el ámbito del conocimiento y de la técnica. El avance científico
no se ha detenido. No obstante, sus beneficios, ni alcanzan a todos ni ase-
guran el bienestar general, ni han roto las cadenas del sufrimiento huma-
no. Por el contrario, han supuesto la aparición de nuevos riesgos derivados
de ese mismo dominio técnico sobre la naturaleza, cuyo equilibrio se ve
amenazado, cuyos recursos desaparecen. Las desgarraduras derivadas del
proyecto modernista en su encarnación capitalista se traducen en aliena-
ción, individualismo, fragmentación, contradicciones entre producción y
consumo. Acompañan el desarrollo capitalista como criatura suya. Argu-
mentos que forman parte del pensamiento crítico desde la Escuela de
Frankfurt.
El postestructuralismo viene a retomar o impulsar una vieja corriente
crítica y reacción social frente a las desmesuras del desarrollo capitalista.
Los nuevos brotes de una vieja corriente se asientan, no obstante, en un
nuevo contexto social.
5. Posmodernidad y capitalismo
y Bricmont, 1997).
esta creciente reacción y distanciamiento frente al posmodernismo (Sokal
y alemana, y con los postulados de las filosofías del sujeto. Se suele olvidar
que la región como concepto geográfico moderno se incorpora y delimita
en los momentos iniciales, a finales del siglo pasado, en estrecha relación
con la construcción conceptual del medio geográfico.
Para estos autores, y para los geógrafos que comparten esta misma fi-
losofía, la geografía moderna, practicada hasta entonces, de igual manera
que la geografía antigua o medieval, no llega a sobrepasar el estadio de me-
ros conocimientos clasificatorios y de localización cartográfica. Recoger in-
formación y proyectar en términos cartográficos los nuevos conocimientos
vinculados con la expansión colonial constituyen el eje del trabajo que se
ciencia de que era necesaria una verdadera fundación de la misma como tal
disciplina científica se enmarca en un contexto histórico: el de la comuni-
dad científica americana, con un potente, aunque enquistado, colectivo geo-
gráfico positivista, identificado con el desarrollo de la geografía americana
hasta el decenio de 1920.
Este colectivo es reforzado por la presencia, en Estados Unidos, de una
comunidad científica y filosófica renovada y consistente, en parte de origen
europeo, vinculados con el denominado Círculo de Viena. Todas las nuevas
propuestas, así como los trabajos que las sustentan, comparten los postula-
dos críticos del positivismo lógico o se identifican, desde una perspectiva
intelectual y cultural, en la arraigada tradición positivista.
El nuevo intento ofrece una nota bien distintiva, la de situar en el cen-
tro y hacer visible el problema epistemológico. Porque la geografía que sur-
ge de este envite, la geografía analítica, se presenta como «la» alternativa,
apropiada en orden a situar a la geografía entre las ciencias modernas, y
una filosofía, el papel esencial del método como definidor de la ciencia, que-
daba recogida en la principal obra teórico-metodológica de la geografía ana-
lítica, Explanation in Geography, elaborada por D. Harvey, un destacado re-
presentante de la geografía positivista hasta ese momento (Harvey, 1969).
La aportación novedosa del neopositivismo es conceptual. La geogra-
fía habla hoy del espacio y de la organización del espacio en mayor medi-
da que del medio y del paisaje. El espacio se ha convertido, consciente o in-
conscientemente, en el eje del discurso y de la práctica geográficos; de la
práctica teórica y de la practica empírica, incluso en aquellos que no com-
parten los postulados neopositivistas. Aparece el espacio como un concep-
to operativo, instrumental, adecuado, tanto en una apreciación intelectual
como en una consideración metodológica.
La nueva geografía se asienta sobre la premisa de que existen estruc-
turas espaciales generadas por la actividad humana, y que tales estructuras
ejercen una influencia directa sobre los procesos geográficos: «la gente ori-
gina procesos espaciales de acuerdo con sus necesidades y deseos, procesos
que dan lugar a estructuras espaciales que, a su vez, influyen y modifican
los procesos geográficos» (Abler, Adams y Gould, 1971). La problemática es-
pacial aparece como esencialmente geográfica.
El neopositivismo aportaba a la geografía una concepción de la distri-
bución en el espacio de los fenómenos y objetos, apoyada en fundamentos
teoréticos obtenidos de otras ciencias, sociales y físicas. La geografía neo-
positivista se presenta como una disciplina de las relaciones espaciales, que
contempla el espacio desde una perspectiva geométrica, desde el análisis de
la localización e interacción espaciales, a través de la construcción de mo-
delos interpretativos: Models in Geography, de P. Hagget y R. Chorley, será
una de las obras clave de las nuevas geografías, desde su aparición en 1967.
La construcción de esquemas teóricos para el análisis de la realidad espa-
cial constituye el eje de la nueva geografía; de modo especial en el campo
de la geografía económica. El análisis de los flujos y la organización de los
elementos geográficos en el espacio se aborda a través de modelos explica-
tivos, de carácter teórico: modelo gravitatorio, modelo de potenciales, to-
mados de la física.
Los ejes de esta ciencia del espacio aparecen como teorías de la distri-
bución espacial, desde la Central Place Theory o la Land Use Theory, a las teo-
rías de la localización industrial, de la estructura interna de la ciudad y de la
interacción espacial. La recuperación de numerosas propuestas y formula-
ciones teóricas, más o menos elaboradas, de autores del siglo XIX y de la pri-
mera mitad del siglo XX , de carácter espacial, constituye un rasgo destaca-
do de la «nueva» geografía analítica. La obra de J. von Thünen (1783-1850),
sobre la distribución de los usos agrícolas del suelo, publicada en el primer
tercio del siglo XIX , y la de W. Christaller, elaborada un siglo más tarde, so-
bre la organización de los lugares centrales, o centros de servicios, en el sur
de Alemania, se convierten en puntos de referencia para la nueva geografía.
Los problemas de localización aparecen como foco central de la geogra-
fía analítica, como resaltaba W. Bunge en los inicios del decenio de 1960:
«La Geografía es la ciencia de la localización.»
lizados, sea para asentar el proceso de inferencia inductiva, sea como ins-
trumentos de verificación de la teoría.
La anomalía de esa exclusión no escapaba a los más lúcidos represen-
tantes del neopositivismo geográfico, que planteaban la posibilidad de una
elaboración teórica regional a partir de las individualidades regionales. No
obstante, la región quedó reducida a la condición de herramienta intelec-
tual. Un concepto operativo, clasificatorio, para identificar o delimitar pro-
blemas ad hoc; concepción compartida, por otra parte, en la comunidad geo-
recen, ante todo, como una reacción a los postulados sociales de esta geo-
grafía renovada. El hecho de que la geografía coremática se funde en una
concepción estrictamente social de la geografía ha sido motivo de reac-
ción entre los geógrafos que disienten de la consideración del espacio
como producto social y que propugnan una concepción naturalista (Le-
coeur, 1995). Razones objetivas, epistemológicas y teóricas, se mezclan
con razones ideológicas y conceptuales, en la crítica de la nueva geogra-
fía coremática. Una propuesta que ha mantenido el impulso de las geo-
grafías analíticas y teoréticas y que aparece como una de las formulaciones
de renovación de la geografía moderna más consistente. A ello ha contri-
buido también el desarrollo de las nuevas técnicas aplicadas o aplicables
a la práctica geográfica.
traste con las geografías del positivismo, se sustentan sobre las filosofías
idealistas del sujeto. Tras las geografías vinculadas a la región, al paisaje y
a los lugares, laten las filosofías de corte idealista e irracionalista, que do-
minan en el pensamiento occidental en el primer tercio del siglo actual.
tido en objeto geográfico, hasta llegar a identificar paisaje y región. Sin em-
bargo, la propuesta del paisaje como objeto de la geografía tiene un desarro-
llo independiente, en relación con una profunda corriente cultural de ámbito
germánico. El paisaje no es un descubrimiento de los geógrafos ni un objeto
elaborado por éstos. El paisaje de que habla Humboldt y al que se refiere Vi-
dal de la Blache tiene el carácter de fisonomía física y no se corresponde con
el concepto que prevalece con posterioridad en la geografía (Buttimer, 1980).
El paisaje llega de la mano de artistas, escritores, filósofos e histo-
riadores, en el marco de una filosofía que no todos los geógrafos com-
parten. La reticencia de A. Hettner respecto de este concepto es ilustrati-
va de la desconfianza en el campo geográfico hacia el paisaje como obje-
to de la geografía.
El paisaje, lo que los alemanes denominan Landschaft, es un concepto
cultural, más allá de la noción pictórica, producto de la cultura alemana,
que forma parte de la tradición filosófica germana (Hard, 1969). El paisaje
es un destacado elemento en la interpretación histórica del pueblo alemán,
que aparece con claridad en Hegel, como un elemento central de su Filoso-
fía de la Historia. Su incorporación a la geografía se inicia en Alemania, con
autores como S. Passarge (1867-1958) y O. Schlüter (1872-1959).
El paisaje que se introduce en la geografía de principios de siglo es un
concepto cultural y responde a una consideración cultural del entorno, a
una percepción cultural del mismo. De perfil idealista, es un concepto que
se imbrica bien con las filosofías existenciales y vitalistas. Se vincula a la
percepción individual y social. En la simbiosis sociedad y medio, el paisaje
descubre la personalidad del grupo social ( Hard, 1969).
En las relaciones Hombre-Medio, el paisaje identifica el componente
cultural. Los alemanes distinguen, por ello, entre un paisaje originario, el
Urlandschaft, o paisaje original, de carácter natural, o Naturlandschaft, y un
paisaje cultural, producto de la dialéctica entre pueblo y territorio, de ca-
rácter histórico, el Kulturlandschaft. En éste trasciende la singularidad his-
tórica del grupo humano que ocupa el espacio regional.
La geografía del paisaje se perfiló como el estudio de los componentes
fisonómicos que diferencian cada unidad de la superficie terrestre, entendi-
dos como el fruto de un proceso histórico de transformación, protagonizado
por la comunidad regional a lo largo del tiempo. El paisaje se identifica con
el resultado de las relaciones Hombre-Medio y se manifiesta como la expre-
sión visual y sintética de la región, que sintetiza la realidad geográfica.
cia los estudios regionales, pero también hacia un tipo de geografía cultu-
ral o humana. Es una geografía de carácter historicista, que busca descu-
brir la génesis de los paisajes, como producto de un proceso de adaptación
de los grupos sociales o comunidades a su medio, de acuerdo con sus ca-
racterísticas culturales, étnicas o sociales. No ponen en entredicho ni nie-
gan el valor fundamental del medio geográfico, en cuanto medio físico.
Comparten la idea generalizada en los inicios de la geografía moderna de
que «toda geografía es... geografía física» (Sauer, 1931).
La geografía cultural, iniciada en Alemania, cultivada en Francia e in-
corporada a Estados Unidos, bajo el impulso de C. Ortwin Sauer (1889-
1975), responde a los mismos presupuestos que el regionalismo geográfico.
Influido, como los geógrafos regionalistas en general, por las filosofías del
sujeto, que sustentan la antropología de F. Boas, y la sociología de W. Dil-
they, se orienta, en el primer tercio del siglo XX , hacia una geografía que
destaca los componentes culturales del paisaje.
Como apunta el propio Sauer, «dirige su atención a aquellos elemen-
tos de cultura material que confieren carácter al área» (Sauer, 1931). Se ins-
cribe en la concepción regionalista. El objetivo final y el horizonte en que
se mueve tienen que ver con la clasificación regional y se identifica con la
corología. Es decir, se orienta a entender la diferenciación en áreas de la su-
perficie terrestre. Pero resalta el componente cultural a través de la morfo-
logía del paisaje.
De acuerdo con una concepción historicista, concibe el paisaje como la
manifestación de una cierta unidad cultural en un área determinada. Uni-
dad producida por la específica adaptación del grupo humano, definido por
sus técnicas, creencias, valores, a un medio geográfico determinado. Adap-
tación cambiante con el tiempo, de tal modo que el paisaje adquiere una di-
mensión histórica, profunda. Constituye el resultado de una acumulación y
combinación de sucesivas formas de adaptación y elaboración cultural.
Este acento en la historia constituye un rasgo distintivo del enfoque
cultural. Reconstruir las etapas sucesivas de las condiciones de formación
de los paisajes es un objetivo declarado y una exigencia metodológica. Cir-
cunstancias que hacen de esta orientación una ecología cultural. Así lo plan-
teaban distintos geógrafos de la primera mitad del siglo XX .
El enfoque ecológico aparece tanto entre los geógrafos alemanes, como
en los anglosajones y franceses. Aparecía, incluso, como una forma de aco-
tar el campo geográfico frente a las disciplinas físicas y sociales competi-
doras (Barrows, 1923). Un enfoque que distingue la obra de M. Sorre, en
Francia, desde la perspectiva preferente de «todos los elementos del medio
geográfico y [de] todas las respuestas del organismo» (Sorre, 1971). Enfo-
que que él mismo ubica en el ámbito de la ecología humana, subtítulo de
su obra fundamental.
La geografía del paisaje y, en general, la geografía regionalista en la que
se inscribe, se distinguen por su interés definido por las singularidades te-
rrestres, regionales, y su proceso histórico de formación. Renuncian a la
pretensión de establecer generalizaciones y formular leyes geográficas. Des-
tacan, precisamente, su disconformidad con estos objetivos mantenidos por
los geógrafos de orientación positivista, cuya concepción de la geografía se
atrinchera en la relación medio sociedad. Abordan esta relación desde una
perspectiva causal y directa: evaluar las influencias del medio geográfico
-físico- sobre la sociedad y el individuo.
La divergencia de objetivos tiene que ver con una concepción filosó-
fica. Relegan la práctica científica a un segundo término y postulan, o
bien una ciencia distinta, o bien un conocimiento comprensivo más rela-
cionado con el arte que con la práctica científica. El regionalismo geo-
gráfico y la geografía cultural comparten este alejamiento de los presu-
puestos de la ciencia.
nes pueden estar definidas por un único criterio de definición, por varios
de ellos o por una combinación compleja de los mismos de carácter in-
tegral o totalizador. Son estas últimas, a las que denominaban regiones
compage, las que se identifican en mayor medida con el concepto regio-
nal europeo. Son las «regiones verdaderas», según consideraban algunos
de los geógrafos americanos.
Elaboraron una tipología regional que tiene que ver con el objetivo y
que condiciona el método de análisis. El problema del análisis de las re-
giones complejas, de los espacios en los que la totalidad de sus caracteres
forma parte de la definición del complejo regional, surge, sin que se llegue
a una respuesta satisfactoria, al tratar de establecer el método de estudio de
las mismas.
El carácter de totalidad que se otorga a la región así concebida, y que
engloba tanto los caracteres físicos como los sociales, genera un problema
epistemológico que los críticos resaltan: el concepto de totalidad supone
que el conjunto representa más que la suma de los componentes. Como dice
uno de los geógrafos americanos más representativos el «estudio omnívoro
de la totalidad espacial es indiscriminado, fútil e incluso peligroso» (Whit-
tlesey, 1954). La denuncia del esquema regional o «método común, usado
tan a menudo en los estudios regionales alemanes, de comenzar con el pa-
sado geológico, y avanzar a través de los caracteres físicos y bióticos, hasta
los aspectos sociales del área», aparece entre los geógrafos americanos re-
gionalistas.
En consecuencia, se abogó por otras alternativas. En unos casos, por
un método de estudio de carácter funcional, de tal modo que la totalidad
aparezca como el resultado de los vínculos funcionales que unen a los dis-
tintos componentes regionales. En otros, por la aplicación selectiva y orien-
tada del método regional, determinado por la relevancia de los problemas
en el marco de la región. La secuencia y listado de los elementos a analizar
son el resultado de la propia investigación regional.
La elaborada formulación de los geógrafos regionalistas americanos,
como las proclamas de algunos geógrafos regionalistas franceses, a favor
de concentrar el análisis regional en la dimensión social y prescindir de
la parte física, como forma de resolver la inconsistencia de la estructura
regional y la dualidad metodológica, coincidían en poner de manifiesto la
debilidad del denominado método regional y la crisis de la geografía re-
gional.
La crisis regional ha supuesto de forma general el paulatino declive de
los estudios regionales tradicionales en la práctica totalidad de las comuni-
dades geográficas. Un efecto que señalaban a mediados de la pasada déca-
da Johnston y Claval. Ha sido una crisis fraguada dentro de la propia geo-
grafía como consecuencia de las dificultades epistemológicas y conceptua-
les aludidas. Ha sido, también, la consecuencia de una crítica externa, des-
de el neopositivismo.
nos, que puede ser decodificado, comprendido como un texto que puede ser
leído. El discurso geográfico se convierte en materia de interpretación des-
de la perspectiva del lenguaje, como un texto más. Son contemplados como
elabora, por tanto, una reflexión abstracta sobre el espacio ni sobre la geo-
grafía a la luz de los presupuestos marxistas. Esta orientación aparece, en
cambio, entre los geógrafos anglosajones.
El punto central de este interés por fundamentar una geografía de raíz
marxista está, desde el decenio de 1970, en la preocupación por aprehender
los procesos con los que el capital construye su propio espacio. Es desde la
perspectiva de una reflexión sobre el espacio del capital y del capital en el
espacio de donde surgen las elaboraciones teóricas sobre las que se apoyan
quienes pretenden construir una teoría social del espacio para la geografía.
La atención prestada al espacio económico y a los fenómenos de desigual-
dad en el desarrollo se encuentra en la base de esta indagación geográfica.
Los nuevos enfoques hacen posible plantear una geografía desde los
postulados críticos del marxismo, sobre todo en el ámbito anglosajón: des-
de las propuestas y análisis de D. Harvey y D. Massey a las de N. Smith. El
geógrafo americano ha sido el que de modo más continuado y consciente
ha abordado el objetivo de construir un marco teórico para la geografía,
como disciplina social, en la tradición marxista. El «materialismo geográfi-
co-histórico», según lo denomina este autor, es la expresión conceptual de
ese esfuerzo (Harvey, 1984). En la vía de incorporar el espacio a la teoría
social marxista, de recuperar, como decía Lefebvre, el tercer término de la
trilogía marxiana, la Tierra.
El punto de partida es la consideración de los fenómenos espaciales,
más como procesos que como situaciones estáticas. La atención a los pro-
cesos constituye, para Harvey, un rasgo destacado de la evolución en la geo-
grafía. El desplazamiento del centro de interés del conocimiento geográfico
«desde el estudio de tipos (patterns) al estudio de procesos» aparece como
obligado en el desarrollo de la disciplina. Para Harvey, se trata de reorien-
tar las técnicas de análisis geográfico en esa dirección, como fundamento
de una geografía «revitalizada y más relevante» (Harvey, 1988).
Procesos que tienen que ver con los cambios geográficos en el mun-
do actual. Plantea las modalidades a través de las cuales esos cambios sur-
gen de los cambiantes «flujos de dinero, capital, mercancías y personas».
Se contemplan las razones de los mismos. Los fenómenos espaciales ad-
quieren el carácter de manifestaciones de la propia dinámica del capital,
en relación con los procesos de acumulación que enmarcan la reproduc-
ción social.
Un planteamiento que desarrolla la obra de Neil Smith sobre la diná-
mica del capitalismo y el desarrollo desigual (Smith, 1990). Éste es inter-
pretado como un producto necesario en el proceso de acumulación capita-
lista. Es la consecuencia de la contradictoria tendencia del capitalismo a la
homogeneización de las condiciones de producción, por un lado, y a la di-
ferenciación regional, por otro. Contradicciones que tienen, por tanto, una
expresión espacial, es decir, geográfica, directa. La organización del espacio
resulta un producto directo del propio desarrollo capitalista.
Estos enfoques se caracterizan por el protagonismo que otorgan al
capital como agente geográfico, en el marco de los procesos de acumula-
ción capitalista y de reproducción social del sistema. Enfoques comple-
mentados, desde una perspectiva crítica, por algunos autores que recla-
man una mayor consideración al Trabajo, esto es, a los trabajadores,
como factor determinante de los procesos espaciales contemporáneos
(Herod, 1997).
Se trata de enfoques influidos por las teorías estructuracionistas, que
parten de la consideración de las instituciones y de los comportamientos so-
ciales, vinculados con la actividad laboral. Desde la lucha de clases al mun-
do jurídico como factores reguladores de las relaciones entre capital y tra-
bajo y, por ello, condicionantes de las prácticas espaciales, en el sistema so-
cial capitalista.
La consecuencia es una rica y diversificada serie de enfoques y temas
de estudio sobre el espacio. Van desde las condiciones históricas del desa-
rrollo del capitalismo, los procesos de división internacional del trabajo, los
orígenes históricos de los procesos de diferenciación espacial, hasta los en-
foques de carácter local y regional.
El proyecto de una geografía de fundamento marxista se inscribe en el
movimiento de las geografías radicales, o mejor dicho, de la corriente radi-
cal en la geografía moderna. Sus aportaciones empíricas y teóricas marcan
la producción geográfica en el tercio final del siglo XX . Completan, por un
lado, las prácticas geográficas modernas. Han contribuido, por otra, a una
formalización específica del objeto de la geografía.
CAPÍTULO 18
EL OBJETO DE LA GEOGRAFÍA:
LAS REPRESENTACIONES DEL ESPACIO
los muy diversos conceptos de espacio que utilizamos: desde el que aplicamos
la armonía y estabilidad. Es decir, los atributos propios del pays, esto es, del
territorio de las comunidades rurales. Éstas serían un ejemplo de integra-
ción entre sociedad y naturaleza, en oposición a los rasgos sociales de los
ámbitos obreros y urbanos identificados con el desorden, inestabilidad, de-
sintegración y conflicto.
La asociación entre comunidad y medio, en el marco del presupuesto
de la adaptación estable, tal como la propugnaba Le Play, asienta la elabo-
ración del concepto. Cada medio natural se contempla asociado a un de-
terminado tipo de organización social (Buttimer, 1980). La dependencia de
la comunidad campesina del sistema agrario y éste de las condiciones físi-
cas -geográficas- sustenta el enfoque de Vidal de la Blache y la elabora-
ción del concepto de género de vida, que el geógrafo francés difunde.
La expresión medio carece en castellano de la contundencia de su ori-
ginal francés, del que es mera traducción literal. No tiene la transparencia
semántica que tiene en ese idioma. Sucede igual con environnement, res-
pecto de ambiente. Esto explica la vinculación de ambos términos en nues-
tro ámbito lingüístico, con un carácter redundante, como se ha impuesto
en los últimos tiempos, al hablar de «medio ambiente».
En definitiva, corresponde al uso y percepción del entorno como ele-
mento interactivo, a la manera que lo utilizamos para decir, por ejemplo,
que «alguien se encuentra en su medio». Es la acepción que la Academia
recoge del vocablo, como «elemento en que vive o se mueve una persona,
animal o cosa». En efecto, de eso se trata: del elemento en que vive, en este
caso, la sociedad humana.
En el concepto de medio subyace, como esencial, la relación vital en-
tre continente y contenido, en el sentido de un vínculo de carácter indiso-
ciable entre ambos. Hay reciprocidad y dependencia. Lo que distingue el es-
pacio-medio es la naturaleza de esa relación. Lo que sutilmente expresamos
con el vocablo medio es el hecho de que cosa, animal o persona se hallan
inmersos en ese elemento de forma natural, al modo como el pez en el agua.
Tiene un sentido que sobrepasa la mera acepción académica del tér-
mino inmerso, demasiado limitado. La Academia sólo recoge para inmer-
sión la introducción de un objeto en un líquido. Pero el uso habitual de la
lengua es más rico, por cuanto se podría aplicar con igual verosimilitud al
pájaro y el aire, por ejemplo. En su acepción darviniana supone que el es-
pacio biológico no es sólo el contenedor en el que se desarrolla la vida. Ésta
está asociada a su entorno de forma esencial. Se trata de un natural envi-
ronment, del medio natural, o medio ambiente.
El medio geográfico como expresión propia del medio biológico, den-
tro del marco de las relaciones entre el hombre y la naturaleza constituye
uno de esos conceptos geográficos de la cultura actual. Como la propia
cuestión de las relaciones hombre-medio. Sería ingenuo e improcedente re-
ducir ese planteamiento a las coordenadas originarias, al determinismo
ambiental positivista de la segunda mitad del siglo pasado. Tampoco po-
demos estar seguros, antes al contrario, de que ese entendimiento no sea
componente sustancial de la cultura actual. En sus dimensiones ambien-
tales o en un enfoque más rico y omnidireccional, la problemática de las
R"
ciones geográficas del espacio-naturaleza, sino más bien en los ritmos natu-
rales, en las modificaciones aportadas a esos ciclos y su inscripción en el es-
pacio por los gestos humanos, los del trabajo en particular. En principio, por
tanto, los ritmos espacio-temporales de la naturaleza transformados por una
práctica social». Reflexiones que, en algún modo, recuerdan las de L. Febvre.
Y en esa misma dirección critica los procesos de socialización del es-
pacio, es decir, la concepción de que el espacio social constituye un espacio
socializado. Para Lefebvre una concepción de este tipo responde a una
ideología que separa naturaleza y sociedad. Supondría un espacio-natura-
leza en proceso de socialización, como si aquél tuviera una existencia se-
parada y distinta. Apunta Lefebvre cómo «cuando una sociedad transforma
los materiales de esa mutación, éstos provienen de otra práctica social his-
tóricamente (es decir genéticamente) preexistente. Lo natural, lo original en
estado puro, no se encuentra». Responde a una imagen que identifica con
una «representación del espacio» (Lefebvre, 1974).
Resalta Lefebvre el papel de la naturaleza y los medios de producción
en la medida en que el capital fijo constituye una riqueza social, de parti-
cular significación en la sociedad capitalista. El capital fijo se extiende a
través de múltiples elementos de orden físico y actúa como instrumento de
movilización del capital variable, utilizado en la producción de nuevo capi-
tal fijo. El capital fijo aparece como una necesidad de supervivencia para el
propio capital.
Apuntaba también al hecho de que la distribución de las plusvalías ge-
neradas en el proceso productivo se realiza espacialmente, territorialmente.
Tiene lugar según relaciones de fuerza, entre países, sectores, regiones, de
acuerdo con sus estrategias y saber hacer. Apuntaba igualmente cómo el es-
pacio se reorganiza en función de la búsqueda de recursos que se hacen
escasos, sean agua, luz, materias primas, entre otros. Búsqueda que es-
timula la creación de valores de uso rehabilitados frente al cambio.
Y planteaba, interrogativamente, el que «el mercado mundial, con su
escala planetaria, engendra un fraccionamiento espacial: estados y naciones
que se multiplican regiones que se diferencian y afirman, estados y firmas
multinacionales que se benefician de dicho fraccionamiento, y se mantie-
nen por encima de él» (Lefebvre, 1974). La dialéctica entre los procesos glo-
bales, lo nacional y lo local, forma parte de la propia naturaleza del desa-
rrollo capitalista y de la producción del espacio.
La concepción de Lefebvre no está exenta de contradicciones. El espa-
cio aparece como escena-continente y como producto social. Como si fue-
ran sólo dos estadios históricos, vinculados con grados del desarrollo social
distintos. De tal modo que «un salto adelante de las fuerzas productivas...
sustituye o más bien superpone a la producción de las cosas en el espacio
la producción del espacio» (Lefebvre, 1974). La producción del espacio pa-
rece reducirse al mundo capitalista, perdiendo con ello la fertilidad del con-
cepto aplicable, de acuerdo con el significado marxista de producción al
conjunto de la sociedad humana.
Recurre Lefebvre a una concepción puramente material del espacio, el
«mundo material», que podemos considerar no es sino una representación del
1. La hegemonía geomorfológica
grafía física con la geomorfología. Un hecho que, como vemos, algunos au-
tores consideran abusivo para el adecuado desarrollo de una concepción geo-
gráfica del medio físico. Al mismo tiempo que apuntan cómo la geomorfo-
logía ha absorbido la mayor parte de los recursos humanos y financieros y
de los recursos académicos, expresados éstos en horas de clase, participa-
ción curricular, tiempo de formación y de investigación.
Circunstancias que, para estos autores, han motivado el profundo de-
sequilibrio existente entre geomorfología y demás ramas de la geografía fi-
sica. Han determinado, probablemente, la escasa o nula capacidad para
configurar una auténtica geografía física. Es decir, una disciplina que inte-
gre los diversos componentes del medio físico de forma más realista en
cuanto a la incidencia e importancia de los mismos en el conjunto. Algunos
autores destacan que cuando se trata de integrar la totalidad de las varia-
bles que implican al hombre y el ambiente, la importancia y utilidad del co-
nocimiento geomorfológico resultan exiguas (Klayton, 1978).
Problemática sensible para los geomorfólogos de mayor relevancia. La
propuesta de integración ecológica de la geomorfología, de J. Tricart, evo-
cando a Humboldt y su concepción unitaria de la Naturaleza, ha tenido de-
sarrollo limitado. El propio Tricart apuntaba este horizonte, así como las
dificultades que presenta la fragmentación de las disciplinas para poder al-
canzarlo (Tricart, 1978).
Las posibilidades de alcanzar una geografía física que responda a las
expectativas que la demanda social de nuestro tiempo están profundamen-
te condicionadas por el estatus hegemónico de la disciplina. Sus críticos
han resaltado la carencia de base teórica, la componente elefantiásica de su
desarrollo, y su dudosa influencia positiva en la evolución de la geografía
moderna. Lo señalaban en un significativo debate en Francia hace una de-
cena de años. Sucede, de forma paradójica, en relación con los problemas
más relevantes suscitados en las relaciones del Hombre con la Naturaleza,
en los tiempos actuales.
En este marco de predominio y hegemonía geomorfológica, el desa-
rrollo y evolución de las otras subramas de la geografía física aparecen
como un fenómeno reciente. En muchos casos apenas consolidado y con
notorias diferencias entre unas y otras. Resulta muy desigual la participa-
ción y conceptuación de la climatología, hidrogeografía y biogeografía.
En todo caso, su desarrollo se ha producido como ramas independien-
tes sin vínculo entre sí. Se ha originado en relación con las nuevas orienta-
ciones de las correspondientes disciplinas de las ciencias de la naturaleza.
Se ha ahondado la fragmentación inicial de la geografía física. Ha contri-
buido a consolidar su formulación como disciplinas propias, en mayor me-
dida dependientes o relacionadas con las correspondientes ciencias natura-
les, que con la geografía como campo de conocimiento.
está en relación con los nuevos enfoques que vinculan los fenómenos físi-
cos a problemas de carácter social. Están en relación con la creciente sen-
sibilidad social respecto de las consecuencias o efectos de los procesos na-
turales. Están en relación con la creciente sensibilidad social ante la inci-
dencia de la propia sociedad en los equilibrios físicos y sobre la Naturale-
za. Han supuesto el desarrollo de un nuevo perfil para la climatología. Un
perfil más próximo a los intereses de la geografía.
Esta nueva sensibilidad social ha convertido en centros de interés so-
cial los procesos físicos vinculados con el clima. Han contribuido a ello las
situaciones extremas que han afectado a amplias áreas mundiales, durante
este período reciente, con rasgos catastróficos en muchos casos, el descen-
so de las precipitaciones en el Sahel y otras regiones, con su secuela de
hambre, migraciones y cambios sociales.
Fenómenos meteorológicos de gran incidencia espacial, como precipi-
taciones de gran intensidad y volumen en períodos reducidos, como las de-
nominadas «gotas frías», de habitual presencia en el marco mediterráneo
español, entre otros, con fuerte impacto ambiental, han estimulado un cre-
ciente interés sobre este tipo de fenómenos y sus consecuencias.
La sucesión o alternancia de períodos de intensas precipitaciones con
otros de sequías, así como la frecuencia mayor o menor de este tipo de si-
tuaciones, han suscitado el interés creciente por el denominado «cambio
climático». De ahí la expansión de los estudios dedicados a esta cuestión y
el interés por las variaciones históricas del clima desde el Cuaternario
(Lamb, 1982).
En un contexto equivalente se ha producido el desarrollo de una cli-
matología orientada hacia la incidencia humana en el clima local y hacia
los factores que regulan estos climas locales. Y una climatología específica
de las áreas espaciales de pequeña dimensión, microclimas, o de ámbitos es-
pecíficos, caso del suelo (Geiger, 1965). Desde el clima urbano, inducido por
la presencia de las aglomeraciones urbanas modernas, que supone una mo-
dificación sensible de los rasgos regionales del clima, cuyo estudio se inicia
en Gran Bretaña; hasta los diversos microclimas naturales, generados por
factores físicos, o relacionados con las situaciones de confortabilidad.
La expansión de los estudios sobre el clima ha supuesto el desarrollo
de nuevas perspectivas para la disciplina. La excepcional mejora en las con-
diciones de información meteorológica sobre el conjunto de la superficie te-
rrestre, referida tanto a las áreas continentales como a las marinas y a la
propia atmósfera, gracia a los modernos procedimientos -técnicas e ins-
trumentación- meteorológicos ha impulsado el cultivo de esta disciplina.
La indudable dependencia de la climatología respecto de la meteorología no
mica atmosférica, como sucede con la denominada corriente del Niño, tie-
nen una implicación creciente.
El agua forma parte del amplio campo de los riesgos naturales, un área
de particular significado en el ámbito geográfico anglosajón, en el que se
inicia, desde la segunda guerra mundial. Campo que ha adquirido un gran
desarrollo en los últimos decenios, hasta convertirse en un enfoque privile-
giado de la hidrogeografía moderna.
Las inundaciones, relacionadas o no con fenómenos climáticos pun-
tuales, representan un componente destacado de este tipo de riesgos, por
sus elevados costos sociales y económicos. Por su significación geográfica
han merecido la atención de los geógrafos desde hace varios decenios, en
particular en ámbitos de especial gravedad de sus efectos, como es el caso
de España (López Gómez, 1958; Capel, 1994).
La escasez, vinculada con la prolongación de determinadas situaciones
atmosféricas, ha sido también un elemento de creciente atención. Genera es-
tiajes profundos en los cursos de agua y produce alteraciones en el sistema
fluvial, con descenso de los niveles piezométricos y secado de fuentes, entre
otros efectos. Sus consecuencias son catastróficas en grandes áreas terres-
tres en las que este fenómeno es probable, como sucede en las grandes fran-
jas subdesérticas. Su incidencia en áreas en las que constituyen accidentes
ocasionales y donde las disponibilidades de agua suelen ser abundantes ha
avivado la sensibilidad social sobre el fenómeno. Es el caso del Reino Uni-
do en 1976, cuyo verano resultó ser el más seco de un largo período de 250
años de registros, y de los Estados Unidos en el año siguiente.
Por último, el agua aparece cada vez más como un recurso limitado,
condicionado por la fragilidad del sistema hidrológico. La aparente abun-
dancia de las aguas en la ecosfera terrestre queda recortada por la escasa
disponibilidad de aguas dulces. La elevada incidencia de la degradación
producida por el hombre, alterando los caracteres de este recurso y dificul-
tando o impidiendo los procesos de depuración y recuperación natural ha
venido a ser el factor más alarmante. La gestión del agua aparece como un
problema relevante en la medida en que la contaminación afecta tanto a las
aguas continentales como a las marinas, tiene efectos múltiples y conlleva
un elevado y creciente costo económico.
El efecto de las actividades industriales y agrícolas sobre el ciclo y ca-
lidad de las aguas superficiales y subterráneas, la de las aglomeraciones ur-
banas sobre la calidad de las aguas superficiales, y la transformación de
muchos de los cursos de agua en simples colectores de aguas residuales,
aparecen como cuestiones sobresalientes de las nuevas perspectivas de la
geografía de las aguas.
Es un marco que tiene un vínculo puramente tangencial con la hidro-
logía anterior. Planteamiento más prometedor desde la perspectiva geográ-
fica, que ha adquirido un notable desarrollo en los últimos años. Al vincu-
larse a problemas de directa implicación social, ha estimulado una sensible
integración con la geografía humana y con otras ramas de la propia geo-
grafía física. Trayectoria en la que se aproxima a la evolución habida en el
campo de la biogeografía.
ción conceptual ninguna- que aborda el estudio de las áreas rurales. És-
tas son identificadas, explícitamente, por la actividad agraria: «son rura-
les las formas de hábitat vinculadas a la explotación agrícola» (Tricart,
1956). Lo rural identifica la actividad agraria y las comunidades campe-
sinas.
Desde esa plataforma se consideran las formas de explotación agraria.
La estructura agraria -propiedad, tamaño, relaciones de producción-, los
sistemas y métodos de cultivo, las orientaciones productivas, la economía
de la explotación, se añaden a la morfología agraria -campos y hábitat-,
entre otros componentes.
Se estudia la trama del paisaje identificado con esa morfología agraria
y con los distintos modos de vida campesina. Se consideran las formas mo-
dernas de la explotación agraria de carácter capitalista o socialista. Síntesis
significativas de esta geografía agraria o rural ilustran y orientan la disci-
plina: La Geografía agraria. Tipos de cultivo, de D. Faucher y la Geografía ru-
ral, de P. George, en Francia, son representativas de los nuevos enfoques.
Una mezcla de paisaje y estructuralismo que perdura hasta el decenio de
1970 y que caracteriza la producción continental europea.
La orientación dominante en el ámbito anglosajón ha sido, en esos de-
cenios, la geografía agrícola, entendida desde una perspectiva económica y
productiva, que enlazaba bien con la tradición inicial. La orientación agrí-
cola se ha mantenido en este ámbito cultural, sobre todo el americano, has-
ta el decenio de 1980. Sus centros de interés y cuestiones han sido la pro-
ducción agraria, los tipos de actividad productiva en este campo, la evolu-
ción de los sistemas agrarios, la estructura espacial de la actividad agraria.
Sesgo significativo de una geografía rural o agraria vinculada con la geo-
grafía económica.
Sin embargo, en el Reino Unido aparece temprano un nuevo enfoque
que se interesa por los usos del suelo (land use). Una orientación renova-
dora iniciada en la década de 1930 por L. D. Stamp. Se caracteriza por
una acentuada orientación cartográfica, por su sentido práctico y aplica-
do, y por su vinculación con la planificación territorial. Una orientación
que tendrá indudable incidencia en las nuevas perspectivas que la geo-
grafía agrícola adquiere en Gran Bretaña a partir de 1970. Suponen un
cambio teórico esencial y un giro decisivo en la evolución reciente de esta
rama de la geografía.
vos enfoques, de los que se hacía eco el geógrafo francés. El principal im-
pulso proviene de la geografía anglosajona. Se trataba de los nuevos plan-
teamientos teóricos y prácticos del fenómeno urbano que se desarrollaban
en los países anglosajones y que definen la moderna geografía urbana y que
van asociados a las corrientes analíticas.
CAPÍTULO 21
NUEVAS PERSPECTIVAS
EN LA GEOGRAFÍA HUMANA
La geografía del ocio aparece, ante todo, como una disciplina empírica y
descriptiva orientada al análisis de los espacios producidos por estos despla-
zamientos, a los efectos de los mismos sobre sus caracteres físicos, a los mo-
vimientos y flujos que conllevan a escala regional, nacional e internacional,
como temas básicos. La segunda residencia, la oferta hotelera y su desarro-
llo, los complejos residenciales turísticos, los fenómenos de urbanización pro-
vocados por la aglomeración residencial de ocio, los cambios demográficos y
sociales inducidos, han sido los más habituales asuntos tratados.
Con medio siglo de estudios en este campo, y con varios decenios de
práctica en esta nueva rama de la geografía, la geografía del ocio -del
tiempo libre, del turismo o de la recreación- se ha configurado como un
disciplina con problemas más perfilados y con una mayor consistencia
teórica. La vinculación con las filosofías del comportamiento y con los pos-
tulados epistemológicos de carácter existencial y fenomenológico han pro-
porcionado a la geografía del ocio cimientos sólidos para aproximarse al
fenómeno turístico en sus diversas manifestaciones.
Los fenómenos relacionados con el tiempo libre se inscriben en enfo-
ques o categorías de análisis, orientadas, desde «los estudios históricos, los
patrones espaciales del desarrollo y cambio del turismo, los modelos del de-
sarrollo turístico y de la conducta del turista, el turismo como industria, los
impactos socioculturales y ambientales, y la planificación turística» (Squi-
re, 1994). Marcos teóricos de carácter económico, en la microeconomía, y,
sobre todo, marcos teóricos relaciones con el comportamiento y la cons-
trucción de imágenes culturales por el sujeto, desde una perspectiva de geo-
grafía cultural, dan apoyo a las recientes investigaciones en este campo.
El interés por la producción cultural de imágenes relacionadas con el
espacio de ocio y las prácticas sociales asociadas a los mismos se enmarca
en una concepción cultural de la geografía y en la valoración de los fenó-
menos turísticos como aspectos de la elaboración cultural, en un mundo de
signos, de mensajes y de industria cultural. Las recientes tendencias del
posmodernismo han proporcionado a la geografía del ocio una notable
apertura de enfoques.
En España la geografía del ocio penetra y se desarrolla temprano, sin
duda en relación con la importancia que adquiere el fenómeno turístico en
la segunda mitad de este siglo, tanto en el orden económico como social,
cultural y espacial. Las primeras aproximaciones tuvieron lugar en el mar-
co de estudios regionales, como el de la Costa Brava de Y Barbaza. En los
últimos decenios se ha desarrollado desde múltiples enfoques, aunque ha
predominado, por lo general, el estudio de carácter empírico y descriptivo,
sobre áreas locales o sobre aspectos concretos del mismo.
La introducción de un respaldo teórico e interpretativo ha sido más
tardía y los estudios en relación con el comportamiento de los agentes so-
ciales involucrados, o respecto de las imágenes culturales que movilizan o
dirigen las actitudes individuales y sociales, son menos frecuentes que las
descripciones. Constituye, de hecho, una rama de notable producción que
no difiere, en lo esencial, de la que se realiza fuera de las fronteras del país
(Valenzuela, 1992).
grafía que privilegia como centros de interés cuestiones sociales, pero des-
de enfoques y tradiciones distintas, vinculadas con la Ecología Urbana y
el conductismo.
Se trata, por un lado, del desarrollo en la geografía de las propuestas
de ecología urbana que habían enunciado los sociólogos norteamericanos
antes de la segunda guerra mundial. Tiene dos manifestaciones dominan-
tes. La primera, la dimensión espacial de determinados complejos sociales,
y en consecuencia la diferenciación espacial determinada por este tipo de
fenómenos, minorías y grupos marginales. Es la geografía de los grupos so-
ciales, es decir colectivos caracterizados por determinados rasgos relevan-
tes, como la pertenencia a una confesión, raza, minoría étnica, grupo in-
migrante, situación carencial, entre otros. Es una orientación vinculada con
la geografía cultural norteamericana, aunque los autores norteamericanos
distinguían entre geografía social y geografía cultural. La primera, intere-
sada por el estudio de la distribución de los grupos humanos, entendidos
como grupos culturales, en sus distintos hábitats; la segunda, interesada en
mayor medida en los fenómenos culturales (Broek, 1959).
Se trata, por otra parte, y en tiempos más recientes, de la irrupción de
los enfoques radicales, que, distanciándose de la geografía analítica y su se-
dicente neutralidad objetiva, propugnan una geografía sensible a la realidad
social. Se exige poner de manifiesto los espacios de la marginación, de la
explotación, de la pobreza, de la enfermedad, del paro, de la vivienda, de
la discriminación de la mujer, desde una perspectiva no meramente des-
criptiva o analítica, es decir formal. En definitiva, se impone una geografía
de la desigualdad social, no como categorías espaciales descriptivas sino
como fruto del sistema social imperante.
Se aboga por una geografía que se alimenta de la sensibilidad de los
grandes movimientos sociales y de las propuestas teóricas marxistas. Una
geografía de los espacios sociales como producto de la sociedad capitalis-
ta que hace hincapié en los espacios de la desigualdad. Enfoques que dis-
tinguen estas geografías sociales, conocidas como radicales, de las prece-
dentes o liberales. Una orientación que enlaza y coincide con la de los geó-
grafos franceses marxistas o de inspiración marxista. Geografía de signo
político que se complementa con una geografía de los espacios sociales
vinculada a la percepción y vivencia individuales, a la conciencia de los
grupos sociales, a los lugares y valores atribuidos a los mismos por las dis-
tintas colectividades e individuos, de acuerdo con los postulados huma-
nísticos, que también se hacen eco de este tipo de problemática desde pre-
ocupaciones distintas.
Unas y otras no dejan de ser campos de la geografía humana en la que
introducen un sesgo o sensibilidad hacia determinadas problemáticas pero
sin que esto suponga un enfoque teórico ni un entendimiento alternativo de
la geografía humana. Este es, en cambio, el rasgo distintivo de la geografía
social, tal y como ésta se formula en Alemania desde el decenio de 1950,
por la escuela muniquesa de geografía. Se corresponde, asimismo, con la
geografía social planteada por un grupo de geógrafos franceses en el dece-
nio de 1980. La geografía social, como una concepción renovada y alterna-
petitivas entre los Estados, una de las cuestiones preferentes del análisis de
la geografía política serán las fronteras, convertidas en su principal campo
de observación. Sin embargo, la geografía política aborda también el análi-
sis de lo que se denominará geografía política interior, es decir, el territorio
del Estado. Considera las delimitaciones de lo que entiende como grupos
políticos inferiores, con sus divisiones administrativas, así como los pro-
blemas de carácter electoral, que se asocian a los caracteres de la población
en cuanto a profesión, estatuto social, económico, religioso. En cualquier
caso, todas estas cuestiones tienen, en la primera etapa de la geografía po-
lítica, un interés secundario, que para algunos autores resultaba, incluso,
un objeto impropio de la geografía política.
La pretensión de analizar al Estado como un organismo vivo que nace,
se desarrolla necesitado de un espacio para expandirse, el espacio vital, y
compite por ello con otros organismos, en aras de su supervivencia, se in-
serta en un contexto filosófico, científico y cultural, pero también en unas
circunstancias históricas. El inmediato y excepcional éxito de la nueva geo-
grafía política aparece vinculado a las circunstancias singulares del período
de auge del imperialismo a finales del siglo XIX y hasta la segunda guerra
mundial, período marcado por la competencia entre las grandes potencias
tradicionales -Reino Unido, Francia, Rusia-y Ias entonces emergentes
los factores más determinantes. Para unos, el gran eje continental euro-
asiático, para otros el cinturón periférico que desde el Mediterráneo hasta
el Sureste asiático rodea ese gran eje. Por otra parte, se establecía la es-
tructura geoestratégica de lo que se consideraba grandes dominios geopolí-
ticos o áreas de influencia con una gran potencia dominante.
La segunda guerra mundial llevó a su cenit esta disciplina en la medi-
da en que era evidente que en ella se dirimía esa hegemonía mundial, y que
como tal conflicto significaba el final del orden mundial preexistente susti-
tuido por un mundo nuevo, dividido en bloques dominados por los más
fuertes de las naciones que sobrevivan. «En este mundo de super Estados
combatientes, no puede ponerse fin a la guerra hasta que uno de los pode-
res haya sometido a los otros, hasta que el imperio mundial haya sido lo-
grado por el más fuerte. Esto constituye indudablemente la fase final lógi-
ca en la teoría geopolítica de la evolución» (Strausz, 1945) en un momento
en el que ya se podía percibir el ascenso de Estados Unidos como primera
potencia: «Potencialmente, los Estados Unidos son la primer potencia polí-
tica y económica del mundo, predestinada a dominar éste una vez que abra-
ce con fervor la política de fuerza» (Ross, 1939).
La geopolítica representaba una perspectiva renovadora de la geogra-
fía en la medida en que parecía que a través de ella la disciplina académi-
ca adquiría una dimensión aplicada de gran trascendencia, «vital en el arte
y la estrategia de la guerra y en la política nacional» (Strauz, 1945).
Una evidencia que afectaba no sólo a Alemania, la gran derrotada en
este juego, sino al conjunto de los países, como una manifestación de la cul-
tura de la época. El ejemplo español es representativo.
En España, las circunstancias históricas derivadas del desenlace de la
Guerra Civil favorecieron la recepción de la geopolítica, como atestiguan
las obras de J. Vicens Vives, de M. de Terán y A. Melón. Sobremanera las
del primero, cuya concepción de la historia, antes de 1950, muestra un no-
table determinismo, lo que le llevó a considerar la geografía como un au-
xiliar «esencial en la explicación de la historia». Vinculaba los hechos his-
tóricos con su contexto geográfico y hacía de la relación entre hechos
históricos y factores geográficos la clave de la evolución de las sociedades
humanas. La geopolítica constituye para Vicens una disciplina geográfica
complementaria de la geografía regional, cuya área de estudio son, en vez
de las regiones naturales, los Estados. Aunque en el caso español se trata-
ba de una retórica imperial huera, evidenciaba el compromiso intelectual
con las concepciones geopolíticas y estratégicas de la Alemania nazi. La ha-
bitual colaboración del propio Vicens Vives en la revista de Haushofer lo
demuestra.
Las directas implicaciones ideológicas de la geopolítica y de la propia
geografía política, identificadas con la ideología nazi, así como la inconsis-
tencia de sus bases epistemológicas y teóricas, provocaron el ostracismo de
la disciplina, casi completo en el ámbito académico, a partir de la segunda
guerra mundial; ostracismo más que desaparición, como evidencia el ejem-
plo norteamericano.
crea las dos figuras, las que les otorga rasgos propios, la que los diferen-
cia en la vida cotidiana, en los comportamientos, en el trabajo, en las re-
laciones sociales, y la que valora su situación de una determinada forma.
Y propugnaba una teoría social basada en la condición femenina, en lo
que los anglosajones denominan gender. Reivindicaban, al mismo tiempo,
la posibilidad de construir una epistemología propia y desarrollar una me-
todología específica, feminista.
Responde a un intento de hacer de la diferenciación social de los sexos
un marco teórico en el análisis social y un instrumento para la acción po-
lítica, identificado con el feminismo. Se enmarca, por tanto, en un movi-
miento social y político, el feminismo. Es la influencia de este movimiento
el que provoca la aparición de los enfoques feministas en las diversas dis-
ciplinas académicas. Se vincula, por otra parte, al auge de los movimientos
sociales, sobre todo urbanos, en el decenio de 1960.
En el ámbito geográfico suponía el desarrollo de un proyecto de geo-
grafía sustentado sobre la distinción sexual, apoyado en los supuestos de la
crítica teórica feminista. Significó el tránsito de la atención a los temas fe-
meninos a la propuesta de construcción de una disciplina, la geografía
feminista (gender geography). El fundamento de la propuesta era vincular
espacio y condición femenina.
Se trata más bien de una cuestión que afecta al conjunto de la teoría
social y que se manifiesta, tanto en el ámbito de la geografía, aunque con
retraso, como en la filosofía, sociología, política y economía política, entre
otros. En su origen, no es un fenómeno propio de la geografía.
El rasgo más destacado de este nuevo campo ha sido y es la excepcio-
nal dimensión teórica y epistemológica que ha adquirido. A diferencia de
otras disciplinas o ramas de la geografía, la rama feminista sobrepasa el
contenido temático para presentarse como una alternativa epistemológica y
teórica. Lo que significa construir otra geografía. Desde la perspectiva in-
terna no se concibe como una rama de la geografía, tachada de masculina.
Se concibe como una geografía distinta, una geografía feminista.
La geografía moderna se ha desarrollado como un discurso que ha
sido, de forma predominante, un discurso naturalista y, en menor medida,
social. Ha prestado atención preferente a aspectos genéricos y ha practica-
do una sensible interpretación masculina de los procesos sociales y de los
procesos espaciales. No ha contemplado de modo directo la intervención y
el papel de la mujer en la organización del espacio y ha propiciado una con-
sideración asexuada de la realidad que, de hecho, significaba una deforma-
ción masculina de la misma.
Por otra parte, la influencia femenina en el desarrollo de la geografía
ha estado limitada por factores sociales, que han determinado una presen-
cia marginal o subordinada en el ámbito de las comunidades geográficas
modernas (Bondi, 1990). La incorporación de la mujer a puestos clave en
la definición de los objetivos y en la modulación del discurso geográfico ha
sido muy tardía y sigue siendo muy limitada (Rose, 1996). En relación con
ello, la atención a los fenómenos geográficos desde la óptica de la mujer, o
pararse del desarrollo de la geografía en general. Esto es así por dos razo-
nes esenciales: porque se inscriben en el mismo contexto intelectual ideo-
lógico y político, y porque la presencia de las geografías feministas incide
en la evolución de la geografía. Los esfuerzos de las geógrafas feministas
por dar forma a una geografía feminista, alternativa o complementaria, for-
man parte de la historia contemporánea de la geografía.
La presencia de estas geografías impone, por una parte, la necesidad
de insertar en el marco teórico geográfico los problemas e interrogantes que
plantean. Por otra, porque obliga a considerar los postulados mantenidos
en la geografía. Las geografías feministas ponen de manifiesto que el desa-
rrollo de la geografía no es ajeno a los procesos sociales dominantes. Y el
más notable de la segunda mitad de este siglo XX lo constituye la irrupción
de la mujer en la denominada esfera de lo público.
De la geografía de las mujeres a la geografía feminista hay un recorrido
temporal y hay un recorrido teórico. La cristalización de este doble tiempo se
produce en el decenio de 1980. Una fecha significativa resulta de la aparición
de la primera obra que responde a estos enfoques, bajo el título de Geography
and Gender, en 1984. Constituye la primera que recoge de forma sistemática
la producción geográfica feminista. Responde a la constitución de un grupo
de trabajo de estas características en el Reino Unido, el Women and Geography
Study Group -dentro del Instituto británico de geografía-, en 1980.
La evolución de esta rama ha sido muy rápida en los dos últimos de-
cenios. Se ha visto influida por las distintas corrientes epistemológicas do-
minantes, evolución que ha marcado las cuestiones y problemas que han
centrado la investigación en esta disciplina
Se aprecia, en el marco geográfico, una doble dirección, que no difiere
de lo que sucede en el movimiento feminista en general. Por una parte, un
esfuerzo mantenido por hacer o elaborar una teoría crítica, una teoría social
del espacio, desde planteamientos feministas. Se presenta como una alter-
nativa a la concepción de la geografía imperante, asimilada e identificada
como masculina. Por otra, una variada gama de aproximaciones empíricas
y teóricas que reclaman su propia legitimidad en el marco feminista.
La heterogeneidad es un rasgo sobresaliente de la geografía feminista ac-
tual. Tiene raíces filosóficas e ideológicas. No se distingue, en lo esencial, de
lo que concierne a la geografía como discurso general, es decir, en la tradi-
ción masculina. Se debate en similares interrogantes. De resultas de ello, el
panorama actual responde con mayor precisión al de geografías feministas.
El desarrollo de un discurso feminista en la geografía tiene diversas
manifestaciones. Se perfila como una propuesta teórica para la interpreta-
ción del espacio sobre nuevos presupuestos filosóficos. Se presenta, en con-
secuencia, como un discurso crítico de la geografía como conocimiento,
desde una perspectiva epistemológica.
Constituye un análisis crítico de la estructura de la comunidad geográ-
fica desde el punto de vista del poder. Se plantea como una revisión de la
historia de la geografía y del pensamiento geográfico. Se formula como una
construcción de nuevos espacios, como objetos de la geografía. Es el trayec-
to que lleva desde la teoría crítica a las geografías feministas actuales.
5. La reivindicación metodológica
El interés por la mujer rural en los países industrializados tiene una me-
nor dedicación. Sin embargo, aparece como objeto de análisis en relación con
actividades no agrarias, en particular con actividades industriales, en el mar-
co de los enfoques económicos sobre mercados locales y estrategias de loca-
lización del capital (Wekerle y Rutherford, 1989). Constituye un enfoque y
campo de análisis que ha contado con particular atención en el ámbito bri-
tánico. Se vincula a los enfoques de geografía local y a los problemas de la
¿Alternativa o complemento?
4
CAPÍTULO 23
una dimensión vinculada con la distancia, respecto del cual es posible es-
tablecer o indagar los comportamientos económicos de los agentes indivi-
duales y sus consecuencias espaciales, de acuerdo con las leyes del merca-
do. Se trata de un espacio teórico, un espacio isótropo, isomorfo, desligado
de cualquier rasgo físico o natural. En este contexto, el concepto de región
adquiere una nueva significación.
car, por un lado, a que el peso de la concepción naturalista regional era de-
masiado intenso. Es probable que, como Dickinson apuntaba, tales preocu-
paciones innovadoras estuvieran muy poco desarrolladas en Gran Bretaña.
En cualquier caso, el fértil concepto de región urbana, desarrollado por los
sociólogos norteamericanos con anterioridad a la segunda guerra mundial,
no se afincará en la geografía hasta mucho más tarde. La influencia de los
economistas y la hegemonía del neopositivismo contribuyeron a consolidar
esta aproximación regional desde la geografía económica y urbana.
Desde finales de la década de 1950, la configuración de una región fun-
cional se maneja como complemento a la región fisonómica o región-pai-
saje, bajo la influencia de la región económica de la regional science. Se con-
vierte, en la década de 1960 y 1970, en la concepción regional alternativa
que los geógrafos manejan respecto de la tradicional.
Frente a la uniformidad -no negada en principio- como factor de
caracterización regional, pero atribuida a la región histórica, la cohesión
funcional. Ésta procede de los flujos establecidos entre el centro urbano y
sus áreas inmediatas. Resultan de las distintas fuerzas que organizan las re-
laciones en el espacio, propia de las modernas sociedades urbanas, según
se resaltaba en un trabajo decisivo en la formulación del nuevo concepto de
espacio regional, alternativo a la región paisaje (Juillard, 1962). La ciudad
se convierte en el corazón de la organización regional.
El enfoque que domina esta alternativa regionalista es el funcionalis-
mo. Son las funciones urbanas las que dan origen a un espacio organizado
en su entorno, de mayor o menor radio, de acuerdo con sus dimensiones y
dinamismo. La ciudad se concibe como un núcleo organizador a escala
regional, como un polo. El efecto polarizador del centro urbano se mani-
fiesta en el orden económico en general y en el industrial en especial, y se
traduce en la aparición de relaciones o vínculos entre el área urbana y su
entorno, vínculos que se manifiestan también como lazos de orden social,
administrativo, cultural.
Para estos geógrafos funcionalistas, la geografía regional se confunde
con la geografía urbana: «¿Se puede concebir hoy una geografía regional
que no sea, ante todo, una geografía urbana?» (Compagna, 1968). Una pos-
tura compartida, con similar tono radical, por B. Kayser: «Una región es...
un espacio limitado, inscrito en un marco natural dado, que responde a tres
características esenciales: los vínculos entre sus habitantes, su organización
en torno a un centro con cierta autonomía, y su integración funcional en
una economía global.»
La formulación más radical reduce el carácter de región a los espacios
funcionales organizados en torno a un centro urbano. Se corresponde con
la región que había analizado J. Labasse, años antes (Labasse, 1955). Res-
pecto de la región uniforme o geográfica, tradicional, la región funcional
aparecía como una alternativa geográfica, adaptada a las nuevas realidades
del mundo moderno. Pero convertía la región en un fenómeno casi exclusi-
vo del mundo desarrollado. Perspectiva dogmática y estrecha de la concep-
ción regional, flanco principal de las críticas posteriores a esta formulación
(Brunet, Ferras y Théry, 1993). El juicio reciente, de sus más significados
a los físicos que ignoran los factores sociales de los procesos que intervie-
nen en el modelado de la superficie terrestre. Geógrafos físicos entienden
que la relación con la geografía humana perjudica el desarrollo de su pro-
pia disciplina, actitudes y modos de pensar que muestran la fractura inter-
na de la geografía como disciplina y como comunidad académica.
Desde otra perspectiva, abundan entre los geógrafos físicos los que
consideran que la unidad de la geografía ni siquiera se plantea. No es un
verdadero problema. De una forma más o menos radical abundan en la evi-
dencia: los procesos físicos interfieren de forma directa en el desarrollo de
las sociedades humanas. Y los procesos humanos tienen cada vez más un
efecto decisivo en los procesos naturales. Propugnan, por tanto, tomar en
consideración esta realidad. La evidencia engaña. La visión simplista o in-
genua confunde la existencia de problemas que vinculan fenómenos físicos
y sociales con la existencia de una disciplina capaz de abordarlos con un
discurso y un método unitario, desde el punto de vista epistemólogico.
Los geógrafos se enfrentan, cada vez en mayor medida, al estallido del
campo o disciplina, motivado no tanto por la especialización como por la
ausencia de una síntesis, o mejor, por la inexistencia de un marco concep-
tual capaz de integrar en un discurso el conjunto de los conocimientos es-
peciales. La geografía carece de una teoría de la sociedad o del espacio que
le permita esa integración. No es de extrañar que algunos geógrafos, no es-
casos, piensen que «la geografía, ni ha existido nunca ni tiene futuro». Lo
cual puede afirmarse, bien desde el principio de que la geografía debe di-
solverse en el campo de una ciencia social, o bien, desde la perspectiva de
que carece de consistencia teórica unitaria.
El debate no resolvió el problema, insoluble, de la unidad de la geo-
grafía. Permitió constatar que los geógrafos son conscientes, desde diversas
posiciones, de las dificultades de la geografía para construir un discurso co-
herente y de la inexistencia de un marco teórico apropiado para explicar el
espacio que pretende abordar la geografía. Dificultades agravadas sólo en
parte por las diferencias entre geografía física y humana. Como apuntaba
uno de los participantes, la dicotomía entre geografía física y geografía hu-
mana oscurece otras más profundas y significativas. Las que conciernen a
la fragmentación epistemológica e ideológica dentro de la propia geografía
humana (Graham, 1987). La persistencia de estas diferencias epistemológi-
cas e ideológicas hace imposible o dificulta la solución del problema de ar-
ticulación de un discurso geográfico unitario.
A ello contribuirá también el que las divergencias separan, cada vez
más, a geógrafos físicos y humanos. Y cada vez más a quienes mantienen
la pretensión de hacer de la geografía una «ciencia», con un marco teóri-
co consistente, y los que propugnan para la geografía la categoría de sa-
ber cultural.
Es la inercia de una tradición la que se empeña en mantener un dis-
curso unitario, en plena contradicción con la práctica efectiva, que ha ato-
mizado el saber geográfico. Son cuestiones que representan una letanía de
viejas pero actuales reflexiones sobre el «lugar» de la geografía en nuestros
días y sobre su horizonte inmediato (Unwin, 1992).
proporciona los elementos para abordar los nuevos espacios, los espacios
sin espacio, como el ciberespacio.
El excepcional trasvase de culturas ha desprovisto de significado a una
geografía de la diferencia y del exotismo. Como se ha dicho, a propósito de
Los Ángeles, el Tercer Mundo ha entrado en el Primero. Una idea que los
posmodernos resaltaban respecto del efecto de la inmigración masiva de
gentes procedentes de las sociedades no europeas, a los países del Centro
capitalista. Un hecho apreciado también desde postulados muy distintos: el
papel de estas migraciones en la configuración del mundo contemporáneo
es decisivo (King, 1995).
La configuración multicultural de las sociedades desarrolladas -algo
que antes estaba limitado casi en exclusividad al modelo colonial-, conse-
cuencia de esta inmigración masiva en el centro desde las periferias más va-
riadas, es un rasgo compartido por la mayoría de ellas. Se presentan como
verdaderas sociedades plurales. La diferencia cultural parece que ha dejado
de ser una referencia con significado espacial.
Sin embargo, de forma harto paradójica, es en este mundo uniforme
de comunicaciones instantáneas, con un excepcional desarrollo de los pro-
cesos a escala planetaria, donde aparece, por oposición, la extraordinaria vi-
talidad de lo local, de lo que los anglosajones denominan place, entendien-
do como tal no sólo la localidad sino el área regional e incluso nacional,
pero siempre a gran escala. La vitalidad y dinamismo de estos espacios lo-
cales, de los lugares, y la eclosión nacionalista, en sus diversas formas, apa-
rece como un rasgo propio del mundo actual.
¿Qué significado tiene este descubrimiento de lo local, de lo nacional?
No sabemos si forma parte de un proceso consistente o es sólo una ilusión,
un refugio en el desarraigo, o un producto más de la industria cultural. El lu-
gar, lo local, la región, la nación surgen en un aparente espacio sin diferen-
cias. Sin embargo, el carácter universal de los procesos, la uniformidad de
ciertas formas impuestas por la industria cultural o la moderna división del
trabajo, no han igualado los diversos territorios ni las distintas sociedades.
Por el contrario, la universalidad de los procesos del capitalismo coexis-
ten con la profundización de las distancias entre unos territorios y otros y en-
tre distintos sectores sociales. La uniformidad de los procesos de acumula-
ción capitalista no significan igualdad ni desaparición de las diferencias. La
distancia entre las áreas centrales del capitalismo mundial, en Europa y Es-
tados Unidos o Japón, y los países de África, Asia o ciertas áreas de América
hispana, es cada vez mayor. La distancia entre los sectores sociales más pri-
vilegiados de estas áreas centrales respecto de los más desprovistos de las pe-
riferias del llamado Tercer Mundo no hace sino agrandarse.
La interacción entre los procesos globales y los regionales y locales, la
inserción de éstos en la escala mundial, la dinámica oscilante que presen-
tan, aparecen como fenómenos de creciente interés. En este contexto ad-
quiere sentido la reflexión geográfica y la búsqueda de herramientas para
la interpretación de estos fenómenos, la elaboración de una representación
o modelo capaz de ayudar a entender el mundo en que vivimos.
geográficos específicos. Cada uno de ellos opera con autonomía; cada uno
de ellos está determinado por los demás. Cada uno presenta su propio sis-
tema de relaciones sociales y su específica dinámica espacial. Cada uno se
inserta en tramas sociales -económicas, políticas, ideológicas, territoria-
les-, que les sobrepasan y que operan a modo de determinaciones inde-
pendientes. Se imponen al margen de la voluntad y decisión de sus propios
agentes y, como tal, son aceptadas, por lo general.
Entre localidad y procesos globales no hay contraposición ni exclusión.
Lo local se desenvuelve en los procesos globales y éstos se sostienen en si-
tuaciones locales y en comportamientos individuales. Los agentes sociales
arraigan en localidades, operan en lugares. La dialéctica entre lo local y lo
global, con sus obligadas mediaciones espaciales regionales y estatales, es
el fundamento del espacio geográfico.
La reivindicación de lo local, que ha caracterizado el discurso de las
geografías de la subjetividad por un lado, y el de algunos de los discursos
de las geografías radicales, no puede contraponerse como negación absolu-
ta de la globalidad de los procesos o de los espacios universales. Esta dia-
léctica entre unos y otros niveles constituye la esencia de la construcción
geográfica y del propio desarrollo de la sociedad actual.
En esta dialéctica y en este mundo acelerado y transformado es en
la que la geografía tiene que ubicarse, en orden a proporcionar una pla-
taforma de aproximación a los elementos y relaciones que configuran el
mundo contemporáneo, a los procesos que lo mueven y cambian y a los
problemas que le afectan. Debe hacerlo a partir de herramientas propias
y desde la necesidad de «identificar los dominios particulares de que se
ocupa» y de tener «una noción clara respecto de aquello acerca de lo cual
se supone que especule» (Harvey, 1968). Un espacio específico, una cons-
trucción propia de la disciplina. Diferenciado del espacio de interés de
otras disciplinas, en la medida en que la geografía y los geógrafos le atri-
buyen componentes, le ordenan en conceptos, le asignan términos, le in-
corporan en una malla o sintaxis que define ese espacio, que lo convier-
te en un objeto, en el sentido epistemológico del término. El objeto de la
geografía.
Los objetivos que los geógrafos han propuesto para esta disciplina han
variado a lo largo del tiempo. Pero se han caracterizado, por lo general, por
hacer hincapié en las formas, en las distribuciones, en la organización y en
la estructura. La idea de asociar lo geográfico con lo persistente, con lo con-
creto, es decir, con lo material y formal, se mantiene en la geografía como
una constante. En parte por la vinculación naturalista original. En parte por
los enfoques espaciales de carácter formal propios de la geografía analítica,
esencialmente preocupada por las formas de organización espacial. La tra-
dición geográfica empuja hacia la identificación del espacio con sus rasgos
físicos -tanto naturales como sociales-, y hacia la demostración de sus
pautas de organización espacial. Se ha interesado, ante todo, por las formas
del espacio: la distribución, la organización, la estructura, son términos sig-
nificativos. Su frecuencia en el uso de los geógrafos no es inocua.
La geografía moderna se ha caracterizado, a lo largo de más de un si-
glo, por privilegiar como foco de su indagación los patrones o formas de or-
ganización o distribución de los fenómenos objeto de estudio. Desde las for-
mas del relieve a la distribución del poblamiento, de la población o de las
actividades económicas.
De una forma u otra, a pesar de las diferencias epistemológicas e ideo-
lógicas, han prevalecido enfoques de carácter formalista y estructural. Lo
que Harvey denomina patterns. La geografía moderna está repleta de inves-
tigaciones referidas a estos patrones o tipos de organización del espacio,
vinculados con la cultura étnica o racial, con los factores físicos, con el pre-
cio del suelo, con el beneficio o con la estructura social.
Derivar de los patrones u organización física o formal a los procesos
constituye una propuesta reciente para una geografía adaptada a la socie-
dad actual. El horizonte de la geografía, de acuerdo con las reflexiones sur-
gidas en los últimos decenios, se perfila, en mayor medida, sobre los pro-
cesos que generan las formas o materialidad con que se manifiestan en un
instante determinado, que por estas formas.
El propio dinamismo de la sociedad moderna hace inválido un enfo-
que formalista o sustancial, es decir, un enfoque asentado sobre la organi-
zación del espacio en sí misma, como tal. El estallido urbano, la renovación
permanente de los espacios rurales, la movilidad acelerada de los espacios
industriales, la transformación de las infraestructuras, el perfil homogéneo,
a través del mundo entero, de centros urbanos y de áreas residenciales, han
desprovisto de fundamento a toda tentativa de fijar en una imagen instan-
tánea una fracción del espacio.
Es cierto que la inercia de la tradición empuja a contemplar las per-
manencias o lo que parecen serlo. El fetichismo del espacio aparece más
bien, entre los geógrafos, como el fetichismo de las formas, y el fetichismo
de la materialidad, de lo físico o tangible. Se ha prestado menor atención a
los procesos, al cambio. Y sin embargo, son éstos los que aparecen como el
núcleo de una geografía acorde con su tiempo.
Este giro representa, desde una perspectiva epistemológica, cambiar el
enfoque geográfico y remover convicciones arraigadas en la tradición de la
geografía moderna. Supone sustituir la preocupación por las constantes,
por las permanencias, consideradas, de alguna manera, como las catego-
rías propias de lo geográfico -por oposición a lo efímero, a lo histórico, a
lo contingente-, por el interés en el cambio, en las transformaciones, en la
mutación, como eje de la explicación del espacio geográfico, como claves
para entender el espacio social.
Es un interés que tiene un fundamento teórico. El acento sobre los pro-
cesos deriva de la propia naturaleza histórica, construida, atribuida al es-
pacio, a sus elementos. Ni aquél ni éstos vienen dados de forma natural,
sino que son el producto de determinados procesos en un momento y en un
ámbito históricamente determinados. De donde la necesidad de analizar
esos procesos de construcción, de elaboración. Una construcción que es teó-
rica, que es simbólica, que es material.
Representa una revolución mental. Supone un difícil esfuerzo porque
significa renunciar a los modos de pensar, a los esquemas mentales más
arraigados, a las convicciones intelectuales, asociadas a la geografía como
disciplina de lo permanente, de lo que apenas cambia, o mejor dicho, de
una realidad cuyo ritmo de transformación parece medirse por siglos o mi-
lenios e, incluso, desde la perspectiva de la geografía física, por cientos de
miles o millones de años. Sustituir la permanencia por la contingencia no
es fácil. Es un cambio de perspectiva difícil, porque la tradición geográfica
arraigada no ha tenido ese objetivo. Y sin embargo, esto significa la pro-
puesta de hacer de la geografía una disciplina de los procesos.
Por una parte, los agentes que operan socialmente como productores
del espacio geográfico tienen su percepción de ese espacio geográfico, su
propia representación del mismo, y sus estrategias de intervención sobre él.
Por otra, las prácticas que esos agentes desarrollan, de forma consciente o
inconsciente.
El espacio geográfico es un producto social, pero es la obra de múlti-
ples agentes individuales y colectivos. Es cada individuo el que toma deci-
siones que implican fenómenos espaciales. En la elección del lugar y tipo
de su vivienda, en la elección del trabajo y lugar del mismo, en sus hábi-
tos de compra, de ocio, de trabajo, en su comportamiento y reacción respec-
to de las actitudes de otros sujetos individuales, en su aceptación o rechazo
de determinadas pautas sociales, en su escala de valores, preferencias, cultu-
ra, solidaridades, que tienen, por necesidad, una dimensión individual.
El individuo es, sin duda, el agente último, en el sentido de esencial.
Es indudable que el espacio social resulta de la imprevista combinación de
las múltiples decisiones individuales que coinciden en un momento dado, a
escalas tan diversas como la doméstica, la productiva, la económica, la cul-
tural, la local, la nacional, la internacional. La reivindicación del individuo
como el agente por antonomasia, exagerado hasta el máximo en el indivi-
dualismo metodológico, ha servido para valorar este componente básico de
la construcción del espacio.
Tomar en consideración de forma activa y destacada el papel del indivi-
duo se ha convertido en una exigencia obligada del análisis geográfico. La crí-
tica al individualismo metodológico o al solipsismo posmoderno ha mostrado
que el individuo, reducido a su dimensión biológica o psicológica, no permi-
te ni entender ni explicar. Es decir, el individuo como agente, como protago-
nista, como sujeto capaz de elección y decisión, tiene carácter socializado. El
individuo o sujeto lo es en tanto forma parte de una formación social, de una
colectividad, que no es el resultado de la mera agregación de individuos, sino
una realidad histórica en la cual el sujeto se define como miembro de una co-
munidad local, de un sistema social, de una cultura. Separar al sujeto indivi-
dual de su naturaleza social es tan reductor como ignorarlo y tan inútil.
Las reflexiones de Giddens, al resaltar el protagonismo de los indivi-
duos como agentes de los procesos sociales, pero ubicando su acción en un
marco estructural, han abierto una dirección en el entendimiento dialécti-
co de la relación entre las decisiones individuales y los procesos sociales,
entre el sujeto y la estructura social, que ha tenido una notable recepción
entre los geógrafos.
Por otra parte, el individuo como agente social no opera como un Ro-
binson, como productor del espacio geográfico. Operamos, como indivi-
duos, a través de múltiples mediaciones que tamizan, filtran, dirigen o mo-
delan nuestras percepciones, nuestros valores, nuestras elecciones, nuestras
decisiones. Aunque cada sujeto es dueño de sus actos, y se vincula con ellos,
no escapa a esas múltiples instancias mediadoras que depuran los actos in-
dividuales.
sin duda, en forma cultural en relación con el simple saber del espacio que
caracteriza toda sociedad humana. Es evidente en el caso de la cultura geo-
gráfica que elaboran los griegos de la época clásica y que hereda el mundo
occidental moderno.
El lenguaje geográfico tiene una doble dimensión. Forma parte, por un
lado, del propio espacio. Éste se resuelve en nombres, en términos, en voca-
blos, en verbos, que tienen una naturaleza múltiple. Son términos que iden-
tifican, topónimos, hidrónimos, orónimos, entre otros. Son términos que de-
notan procesos, formas, relaciones. Proporcionan un complejo vocabulario de
geografía, que podemos precisar como un vocabulario social del espacio, cu-
yos matices varían según los idiomas pero que configuran un corpus equiva-
lente, que, por otra parte, muestran múltiples interferencias y préstamos.
En realidad constituye como un gigantesco depósito sedimentario, en el
que se acumulan capas de origen y edad muy distintos, que nos ilustran so-
bre la profundidad histórica de la construcción del espacio social, y sobre
los matices que cada época y sociedad ofrece respecto de su representacio-
nes y sus prácticas espaciales. La transformación de los vocablos con el tiem-
po, las nuevas acepciones, el tránsito de unas lenguas a otras, nos ponen en
comunicación con el dinamismo de estas representaciones y la importancia
del lenguaje como vehículo activo en la constitución de las mismas.
Términos como territorio y espacio, o como ciudad y villa, town o city,
campo, terrazgo o bancal, son elementos que describen e identifican ele-
mentos de una configuración del espacio, en términos empíricos y en tér-
minos abstractos. Forman parte del espacio social. No tienen más precisión
que la que les otorga el uso de cada uno y pueden variar en su acepción de
un lugar a otro. Plaza, en unos lugares significa el espacio abierto de ca-
rácter urbano, en un espacio edificado; plaza, en otros lugares, identifica
una medida agraria. Villa adquiere lo mismo el valor de una aglomeración
rural que de una gran concentración urbana. Son elementos del espacio,
fragmentos semánticos del espacio. Son polisémicos por lo general, son
equívocos, son ambiguos.
La otra dimensión del lenguaje geográfico corresponde al campo espe-
cífico de la geografía. Compone un limitado acervo de conceptos de diver-
so orden, que adquieren sentido sólo en el contexto de una disciplina. Son
«las palabras de la geografía», como les han denominado, con acierto, al re-
ferirse a este conjunto de términos que operan a modo de herramientas
para el análisis y comunicación dentro del dominio de la disciplina (Bru-
net, Ferras y Théry, 1993). Son términos acordados, son vocablos conven-
cionales, como lo son los signos de un mapa. Tienen -aunque no siempre
ocurra así- un carácter unívoco. Se les acota en su sentido y aplicación.
Dan forma a un vocabulario limitado y acordado de la geografía, es decir, de
un campo de conocimiento.
En su primera forma son parte del espacio social. En la segunda cons-
tituyen una parte del espacio geográfico. En uno y otro caso se trata del len-
guaje. Uno de los problemas de la geografía actual deriva de la escasa defi-
nición de su lenguaje, de la confusión entre el lenguaje de la geografía y el
del espacio. El vocabulario geográfico no es el vocabulario de la geografía.
La indagación geográfica tiene que ver, también, con las prácticas so-
ciales que componen los procesos básicos de reproducción social y acumu-
lación capitalista, y que dan lugar a un espacio físico, en el que se mate-
rializa y adquiere entidad física ese proceso social. Y, en especial, con las
formas de agregación espacial que presentan esos procesos y que determi-
nan una acusada diferenciación espacial, dentro de los distintos territorios,
en particular, dentro del territorio del Estado.
La notable polarización de esos procesos de acumulación capitalista, la
inercia de los mismos, han provocado y provocan espacios de máxima con-
centración de capital, en forma de capital fijo productivo, de capital fijo en
infraestructuras, de capital fijo en espacios de reproducción, sea vivienda o
equipamientos sociales diversos, y, por ello, de capital variable, de población.
Son áreas discontinuas, de extensión variable en relación con su di-
namismo, su historia, su capacidad para mantener y estimular la reno-
vación del capital, desarrollo histórico y función que desempeñan en el
marco sociopolítico y económico del Estado y en el mundo. Su existen-
cia, sus fundamentos, su desarrollo, su configuración, su imagen, su in-
serción territorial, su integración socioeconómica y política en el Estado
y a escala mundial, son aspectos a indagar desde una aproximación geo-
gráfica.
Sabemos que estos procesos tienen una escala local estricta, vinculada
a los mercados de trabajo y cuencas de empleo, como han identificado las in-
vestigaciones sobre la crisis industrial en los países desarrollados indus-
triales. Son los espacios locales que han despertado el interés creciente de
las geografías económicas radicales y posmodernas por distintas razones.
Pero sabemos también que estos procesos se manifiestan en una escala in-
termedia que distingue ciertas áreas de estos Estados y que pueden, inclu-
so, producirse a caballo de dos o más Estados.
Son áreas vinculadas en unos casos con el desarrollo capitalista de la
primera y segunda revolución industrial y en otros con la revolución técni-
ca del último medio siglo. La existencia de estos espacios empíricos, como
productos históricos del desarrollo capitalista, resulta de su entendimiento
como manifestaciones del carácter polarizado y contrastado, es decir, desi-
gual, de los procesos de acumulación y de reproducción del capital, a esca-
la planetaria y a escala del Estado.
Se puede decir, por tanto, que existe un cierto consenso explícito o im-
plícito en cuanto a que en la superficie terrestre el desarrollo no es homo-
géneo, que se producen agrupaciones o aglomerados de escala local y de es-
cala intermedia. Están caracterizadas por la concentración de determinados
caso porque ofrece sólo una falsa solución a la unidad de la geografía que
buscan sus impulsores, como lo evidencia la propia evolución de la disci-
plina. En el segundo porque ignora dimensiones clave de la realidad geo-
gráfica, y porque con ello impone una concepción reductora del espacio
geográfico y de la geografía.
La geografía regional no puede formularse como una disciplina de las
entidades permanentes de la superficie terrestre vinculadas a una concep-
ción de carácter naturalista y esencialista. Un enfoque regional o una geo-
grafía regional sólo adquiere sentido a partir de las prácticas asociadas a
los procesos de diferenciación espacial a distintas escalas, y de las prácticas
de división del espacio por parte del poder, de acuerdo a objetivos y estra-
tegias distintas.
La posibilidad de una geografía regional renovada sólo puede conside-
rarse desde la perspectiva de una disciplina o rama de la geografía cuyo ob-
jeto sean las prácticas, procesos y representaciones vinculadas, por un lado,
al ejercicio del poder, en la división y organización territorial y, por otro, a
los fenómenos y procesos de diferenciación del desarrollo en áreas de ma-
yor o menor extensión, local o intermedia. En el primer caso, como una geo-
grafía regional próxima a la geografía política.
La geografía regional adquiere sentido como una disciplina de análisis
y explicación de los procesos que intervienen en la diferenciación del espa-
cio terrestre, y de las configuraciones territoriales y regionales que derivan
de ellos. El análisis y explicación puede plantearse en marcos territoriales
definidos, Estados o unidades territoriales menores, que son los que algu-
nos geógrafos entienden como únicos marcos regionales. En realidad, esos
marcos territoriales son meros contenedores de procesos de diferenciación
social y económica, en los que tienen indudable trascendencia. Agentes,
prácticas, representaciones y procesos de toda índole se articulan sobre esos
territorios, pero se manifiestan en un orden distinto.
Una geografía regional renovada se justifica si se aproxima al espacio
desde una concepción social del mismo. En realidad, un enfoque social es
imprescindible para constituir una geografía consistente.
abordar con solvencia. Fenómenos que por una razón u otra resultan fami-
liares a la geografía y a los geógrafos. La cuestión se plantea, por tanto, en
establecer estos problemas relevantes y en formular qué debemos abordar
de los mismos.
Coinciden aquí en propuestas y enfoques que aparecen de igual modo
en geógrafos físicos y geógrafos de orientación humanista, que propugnan
una geografía «real», por contraposición a una geografía académica hecha
de compartimentos. Una creciente desconsideración de los límites y parce-
las del campo de conocimiento geográfico y una reivindicación mayor de
perspectivas abiertas. Se postula desde la conciencia de la escasa fecundi-
dad de tales divisiones para abordar los problemas esenciales de la geogra-
fia (Massey, Allen y Sarre, 1999).
En consecuencia, esta geografía «real» se identifica con una geografía de
problemas asentada, es decir en ámbitos territoriales definidos. Problemas
de hoy en sociedades de hoy, en territorios de hoy. Es decir, no problemas de-
finidos desde el prisma sesgado de las anteojeras académicas -problemas
geomorfológicos o económicos-, sino problemas «geográficos» que afectan
a dichas sociedades, en orden a aliviarlos o resolverlos (Stoddart, 1987).
La identificación de estos problemas es habitual en las obras geográfi-
cas recientes, en este último decenio del siglo XX, en la medida en que au-
menta la conciencia sobre la necesidad de orientar la investigación geográ-
fica hacia cuestiones relevantes desde la perspectiva social. En la medida
también en que la propia realidad muestra esta problemática que tiene que
ver, tanto con procesos sociales directamente como con procesos naturales
de significación social. Los geógrafos son conscientes de la variedad y ac-
tualidad de estos problemas y de su significación social.
Los geógrafos tienden a perfilar una disciplina que tiene que ver con
el espacio, los lugares y la naturaleza. Una tríada que recoge tradiciones
y que proporciona nuevas perspectivas. Problemas generales y problemas
locales, y una renovada aproximación a las cuestiones de la naturaleza,
desde el campo geográfico y bajo una perspectiva social. Son problemas
que tienen que ver con los procesos de globalización económica y de con-
figuración de un mundo polarizado y diverso, a pesar de la uniformidad
de los procesos de implantación y desarrollo del capitalismo mundial. Tie-
nen que ver con el Poder y sus prácticas en el mundo contemporáneo, con
la crisis del Estado y con la eclosión nacionalista, variada y contradicto-
ria. La explosión y estallido de unos Estados, el poderoso refuerzo de
otros, la fragmentación nacional, étnica, religiosa, la inestabilidad territo-
rial. Frente a la imagen de la estabilidad de los territorios políticos, la in-
terrogación sobre su fragilidad y movilidad (Agnew, 1999). Las nuevas for-
mas de organización del Estado, hacia formas supraestatales y hacia nue-
vos tipos de reparto del poder del Estado, dentro de sus fronteras.
Una geografía atenta a los problemas de carácter político que tienen re-
lación con el espacio a escala planetaria y a escalas locales; a los problemas
relacionados con lo que se ha denominado la geografía de la diferencia, en
el mundo uniforme del capitalismo mundial; a los problemas derivados de
la urbanización, y de lo que algunos llaman la tiranía urbana.
Una geografía sensible a los problemas que surgen de los grandes mo-
vimientos de población desde el llamado Tercer Mundo, es decir, las múlti-
ples periferias del mundo capitalista, incluidas las que han surgido del de-
saparecido Segundo Mundo, o países socialistas de la antigua Unión Sovié-
tica y de la Europa central, hacia los distintos centros de este mundo capi-
talista, en Europa y en América. Problemas relacionados con los procesos
de desigualdad en el desarrollo pero también de reorganización territorial
a escala mundial y en ámbitos locales.
Una geografía abierta a los problemas de la identidad cultural y sus re-
laciones con el espacio, que se manifiestan a escala mundial como con-
frontación de las grandes culturas con los procesos de globalización e im-
posición de la industria cultural, que representa y transmite un modelo cul-
tural occidental y norteamericano, de Estados Unidos, gracias a los moder-
nos medios de comunicación de masas. Pero que se manifiestan también a
escala local y regional, como consecuencia del desarraigo de poblaciones,
de la mezcla de culturas y poblaciones, de las migraciones masivas, que al-
teran el carácter uniforme y homogéneo de las sociedades preexistentes.
Los problemas derivados de la uniformidad cultural impuesta por la
industria, en cuanto suponen pérdida de un patrimonio rico y variado; los
problemas de una aldea global en la que las exclusiones y las diferencias se
agravan entre unos países y otros, entre unas regiones y otras, a la escala
9. La geografía de hoy
Desde ópticas diversas, los geógrafos del presente creen que existen po-
sibilidades para la geografía del siglo XXI , si ésta se orienta hacia esos pro-
blemas y si lo hace desde el compromiso con su tiempo. La geografía hu-
manista se considera una opción para ese tipo de geografía, aunque lo haga
desde postulados tan tradicionales como los géneros de vida, y desde un
eclecticismo tan notable como el que se formula desde enfoques naturalis-
tas, sociales y económicos.
Desde los postulados de la geografía coremática se aprecia un opti-
mismo análogo, a partir de una concepción materialista y científica de la
geografía, racional y sistémica, que aprecia que «la geografía se levanta, que
ha dejado de ser tabú, que vuelve incluso a los medios de comunicación»
(Brunet, Ferras y Théry, 1993). Y desde una geografía crítica y abierta, de
raíces marxistas, se afirma también la convicción de que «la disciplina aca-
démica que denominamos geografía humana tiene mucho que ofrecer a un
amplio mundo de esfuerzos intelectuales y al mundo que estudia» (Massey,
Allen y Sarre, 1999).
La confianza en el futuro no nos debe engañar. Muestra las posibilida-
des virtuales de un tipo de conocimiento que está estrechamente implicado
con algunos de los segmentos más sensibles de la sociedad moderna. Sería
ingenuo pensar que la geografía como disciplina ha resuelto todas sus ca-
rencias y condicionamientos teóricos y epistemológicos, y que los geógrafos
han modificado sus arraigados patrones intelectuales. Las palabras de un
geógrafo español en el decenio de 1980 siguen siendo válidas, aunque el
contexto haya variado : «La geografía parece correr el riesgo de perder su
razón de ser entre una multitud de insinuaciones diversas y tal vez diver-
gentes» (Ortega Cantero, 1985).
Las nuevas perspectivas corresponden a una creciente convicción de
que puede construirse una geografía consistente capaz de abordar los
problemas del mundo actual. No pasa de ser una convicción académica,
aunque cada vez aparezcan más signos de un desarrollo positivo.
No obstante, conviene tener en cuenta que sigue sin existir una Teoría
del espacio geográfico, es decir un marco teórico que permita ordenar ob-
jeto, herramientas, conceptos, discurso. Conviene no olvidar que la geogra-
fía sigue fragmentada en numerosas ramas y disciplinas con escasa o nula
comunicación entre sí. Que la geografía carece de un discurso unitario, y
que es difícil construir un discurso geográfico que integre los resultados de
las disciplinas llamadas geográficas. Y es necesario tener en cuenta que vie-
jas cuestiones de la geografía moderna siguen planteadas, en términos si-
milares, cien años después, sin aparente respuesta.
EPÍLOGO
Abler, R. J.; Adams. S. y Gould, P., Spatial Organization. The Geographer's View of the
World, Prentice-Hall, Londres, 1971 (1977), 587 p.
Abu Hamid Al-Garnati, Al-Murib an bad ayaib al-Magrib: (Elogio de algunas maravi-
llas del Magrib) en, I. Bejarano (ed. ), Consejo Superior de Investigaciones Cien-
tíficas, Madrid, 1991, 178 p.
Abulfeda, Ibrahim, «Descripción de España», Boletín de la Real Sociedad Geográfica,
1906, XLVIII, pp. 84-104.
Ackerman, E., «Las fronteras de la investigación geográfica», Geocrítica, 1976, 3, 24 p.
Agnew, J. A., «Sameness and Difference: Hartshorne's The Nature of Geography», en
J. N. Entrikin y S. D. Brunn, Reflections Richard Hartshorne's The nature of Geo-
graphy, 1989, pp. 121-139.
Agnew, J., «The New Geopolitics of Power», en D. Massey y P. Jess, A Human Geo-
graphy, 1999, pp. 173-193.
Albanese, D., New science, new world, Duke University Press, Londres, 1996, 244 p.
Albert i Mas, A., «El debate entre Geografía Radical y Geografía Humanística: el es-
tudio del lugar», V Coloquio Ibérico de Geografía, 1989, Actas, pp. 23-34.
- «Geografia, postmodernism, geografia postmoderna: aportacions al debat», Do-
cuments d'Analisi Geográfica, 1994, 24, pp. 7-11.
- La nova geografia regional: una reflexió teórica i un assaig d'interpretació (el Vallès
Occidental), Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, Barcelona, 1994
( microforma), 2 microfichas.
Alcoff, L. M., «Feminist Theory and Social Science. New knowledges, new episte-
mologies)), en N. Duncan, Body Space, destabilizing geographies of gender and se-
xuality, 1996, pp. 13-27.
Alexander, J. W., «The Basic-Nonbasic Concept of Urban Economic Functions», Eco-
nomic Geography, 1954, pp. 246-261.
Alfonso X el Sabio, «Discursos que se leyeron o dijeron en la sesión extraordinaria
celebrada por la Real Sociedad Geográfica, el 12 de Diciembre de 1921, para so-
lemnizar el VII centenario del nacimiento del Rey D. Alfonso X, el Sabio», Bo-
letín de la Real Sociedad Geográfica, 1922, LXIII, pp. 159-215.
Allen, J., «Fragmented firms, disorganised labour», en J. Allen y D. Massey (eds.),
The Economy in Question, Sage, Londres, 1988, pp. 184-228.
Alliès, P., L'Invention du territoire, Presses Universitaires de Grénoble, Grenoble,
1980, 188 p.
Alonso Miura, R., «Sobre el concepto de paisaje», Estudios Geográficos, 1988, 191,
pp. 295-300.
Álvarez, J. R., «Geografía y Filosofía de la Ciencia», Finisterra, 1978, 26, pp. 169-200.
BIBLIOGRAFÍA 559
graphical perspectives in the Soviet Union. A selection of readings, 1974, pp. 589-610.
- «On the economic-geographic study of cities», en G. J. Demko y R. J. Fuchs, Geo-
Barrett, H. y Browne, A., «The impact of labour-saving devices on the lives of rural
(eds.), Different Places, different Voices: Gender and Development in Africa, Asia
African women: grain mills in the Gambia», en Momsen, J. H, y V. Kinnaird,
Beaujeu Gamier, J., La Géographie. Méthodes et perspectives, Masson, París, 1971, 132 p.
pp. 1-11.
Becker, J., Los estudios geográficos en España (ensayo de una historia de la geografía),
Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, Madrid, 1917, 366 pp.
Edad Media», Boletín de la Real Sociedad Geográfica, 1918, LX, pp. 89-113.
- «Trabajos geográfico-astronómicos de los hebreos peninsulares durante la alta
Beltrán y Rózpide, R., «La expansión europea en Africa», Boletín de la Real Sociedad
Geográfica, 1909, p. 442.
- «La Geografía Artística», Boletín de la Real Sociedad Geográfica, 1925, pp. 196-198.
Benito Arranz, J., «El semblante «humanista» de la Geografía Humana», Espacio y
Tiempo, 1987, 1, pp. 9-22.
Berezowski, S., «Les notions de région économique et d'arrière pays», Mélanges... of-
ferts à M. Omer Tulippe, 1967, pp. 558-566.
Berg, L. D., «Between Modernism and postmodernism», Progress in Human Geo-
graphy, 1993, 4, pp. 490-508.
Berkeley, G., Treatise concerning the Principles of human Knowledge, en A. Fraser,
(ed.) Works, Clarendon Press, Oxford, 1871, 3 vols.
Berman, M, «Sex discrimination in geography: the case of Ellen Churchill Semple,,,
The Professional Geographer, 1974, pp. 8-11.
Berque, A., «Paysage et modernité. Notes de lecture en forme de hypothése», L'espa-
ce géographique, 1992, 2, pp. 137-139.
Berry, B. J., «Approaches to regional analysis: a synthesis», Annals of the Association
of American Geographers, 1964, pp. 2-11.
- «Approaches to regional analysis: A synthesis», en B. Berry y D. Marble (eds.),
Spatial Analysis, 1966, pp. 24-36.
Berry, B. y Horton, F. E., Geographic perspectives on urban systems, Prentice-Hall,
Englewood Cliffs, N. J., 1970, 564 p.
Berry B. y Marble, D. (eds.), Spatial Analysis, Prentice-Hall, NuevaYork, 1966, 512 p.
pañado por varios mapas», Boletín de la Real Sociedad Geográfica, 1906, XLVIII,
Blázquez, A., «Estudio acerca de la cartografía española en la Edad Media, acom-
pp. 190-237.
Blázquez, A. y Delgado Aguilera, A., «San Isidoro de Sevilla. Mapa Mundi», Boletín
de la Real Sociedad Geográfica, 1908, L, pp. 207-272 y 306-358.
Blij, H. J. de, Human Geography: Culture, Society and Space, J. Wiley and Sons, Nue-
va York, 1986, 250 p.
Bobek, J., «Bemerkungen sur Frage eines neuen Standorts der Geographie», Geo-
graphische Rundschau, 1970, 11, pp. 438-446.
Boira Maiques, J. V., «El estudio del espacio subjetivo (Geografía de la percepción y
del comportamiento): Una contribución al estado de la cuestión», Estudios Geo-
gráficos, 209, 1992, pp. 573-592.
Boisvert, Y., Le monde postmoderne: Analyse du discours sur la postmodernité, 1:Har-
mattan, París, 1996, 151 p.
Bollnow, O. F., Hombre y Espacio, Labor, Barcelona, 1969, 277 p.
Bolós i Capdevila, M., «Paisaje y ciencia geográfica», Estudios Geográficos, 1975,
pp. 93-107.
- Manual de ciencia del paisaje: teoría, métodos y aplicaciones, Masson, Barcelona,
1992, 273 p.
BIBLIOGRAFÍA 561
Bondi, L., «Progress in geography and gender: feminism and difference», Progress in
Human Geography, 1990, 3, 438-446.
- «Feminism, Postmodernism, and Geography: Space for Women?», Antipode, 1990,
2, pp. 156-167.
- «Gender symbols and urbans landscapes», Progress in Human Geography, 1992,
16, pp. 157-170
- «Gender and dicotomy», Progress in Human Geography, 1992, 16, pp. 98-104.
Broc, N., «La Géographie française face à la science allemande (1870-1914)», Anna-
les de Géographie, 1977, pp. 71-94.
Brocard, M., «Choréme, qui es-tu?», L'Information Géographique, 1993, 1.
Broek, O. M., «Progress in Human Geography», en P. James, New Views in Geo-
graphy, 1959, pp. 34-53.
Brossard, T., «Régards sur le paysage et sa production: objets, produits et forces pro-
ductives. La sénsibilité fonctionelle», Révue Géographique de l'Est, 1985, 4,
pp. 365-378.
- «Le temps, l'espace et le monde vécu», L'espace géographique, 1979, 4, pp. 243-254.
- «Erewhon or Nowhere Land», en S. Gale y G. Olsson, Philosophy in Geography,
1979, pp. 9-37.
BIBLIOGRAFÍA 563
- «Home, reach, and the sense of place», en A. Buttimer y D. Seamon (eds.), The
Human Experience of Space and Place, 1980, pp. 166-187.
- Sociedad y Medio en la tradición geográfica francesa, Oikos Tau, Barcelona,
1980, 242 p.
- «On People, Paradigms and Progress in Geography», en R. D. Stoddart, Geo-
graphy, Ideology and Social Concern, 1981, pp. 81-98.
- «Geography, Humanism and global Concern», Annals of the Association of Ameri-
can Geographers, 1990, 1, pp. 1-33.
Buttimer, A. y Seamon, D. (eds.), The Human Experience of Space and Place, Crom
Helm, Londres, 1980, 199 p.
Butzer, K. W., «Hartshorne, Hettner and the Nature of Geography», en J. N. Entri-
kin y S. D. Brunn, Reflections Richard Hatshorne's The Nature of Geography,
1989, pp. 35-52.
Cabero Diéguez, V. y Plaza Gutiérrez, J. I. (eds.), Cambios regionales a finales del si-
glo XX (XIV Congreso Nacional de Geografía. Ponencias y Documentos de Traba-
jo), Asociación de Geógrafos Españoles, Salamanca, 1997, 282 p.
Cabo Alonso, A., «Naturaleza y paisaje en la concepción geográfica de Manuel de Te-
rán», en J. Gómez Mendoza, N. Ortega Cantero y otros, Viajeros y paisajes, 1988,
pp. 135-150.
Cahoone, L. E., From modernism to postmodernism: an anthology, Blackwell, Oxford,
1997, 731 p.
Cano García, G., «Geografía Regional o Análisis Geográfico Regional», Boletín de la
Asociación de Geógrafos Españoles, 1985, 3, pp. 1-11.
Cantera Burgos, E, Abraham Zacut: Siglo XV, M. Aguilar, Madrid, 1900-1980, 225 p.
Capel, H., «La Geografía Española tras la guerra civil», Geocrítica, 1, 1976, 35 p.
- «Clasificaciones, paradigmas y cambio conceptual en Geografía. Algunas refle-
xiones introductorias a la ponencia de Pensamiento Geográfico», II Coloquio
Ibérico de Geografía, Lisboa, 1980, II, pp. 133-152.
- «Institutionalization of Geography and Strategies of Change», en R. D. Stoddart,
Geography, Ideology and Social Concern, 1981, pp. 37-69.
- «Positivismo y antipositivismo en la Ciencia Geográfica. El ejemplo de la Geo-
morfología», Geocrítica, 43, 1983, 57 pp.
- Historia de las ciencias e historia de las disciplinas científicas: objetivos y bifurca-
ciones de un programa de investigación sobre historia de la geografía, Universidad
de Barcelona (Geocrítica 84), Barcelona, 1989, 70 p.
- «América en el nacimiento de la geografía moderna. O sea de las crónicas me-
dievales a las crónicas de Indias pasando por Plinio y el descubrimiento de
las tierras nuevas», en La geografía hoy. Textos, historia y documentación, 43,
1994, pp. 42-51.
Carreras y González, M. y Álvarez y Molina, A., Curso de geografía y estadística in-
dustrial y comercial, Hernando, Madrid, 1886, 5.a ed. cor-m por Antonio Álvarez
y Molina, XI + 419 p.
Casas Torres, J. M., «La regionalización geográfica de España», en La región y la Geo-
grafía española, 1980, pp. 163-178.
Cassirer, E., Filosofía de las formas simbólicas, F.C.E., México, 1971-1976, 3 vols.
Castells, M., La Cuestión Urbana, Siglo XXI, Madrid, 1974, 430 p.
Castree, N., «The nature of produced nature: materiality and knowledge construction
in marxism», Antipode, 1995, 1, pp. 12-48.
Chabot, G., Les villes, A. Colin, París, 1948, 224 p.
Chabot G. y Beaujeu-Gamier, J., Traité de géographie urbaine, A. Colin, Paris, 1963, 493 p.
Chatelet, F., «La main de Dieu. Une métaphysique du paysage», Herodote, 1978, 12,
pp. 6-10.
Chavennes, E., «Les Deux Plus Anciens Spécimens de la Cartographie Chinoise», Bu-
lletin de l'École Française de l'Extrême Orient, 1903, 3, pp. 1-35.
Cheng-Siang, Ch., «The historical development of cartography in China», Progress in
Human Geography, 1980, 3, pp. 101-120.
Chevalier, J., «Espace de vie ou espace vécu? Lambiguité et les fondements de la no-
BIBLIOGRAFÍA 565
BIBLIOGRAFÍA 567
- «Robert Park's Human Ecology and human geography», Annals of the Association
of American Geographers, 1980, pp. 43-58.
- «Introduction», en J. N. Entrikin, y S. D. Brunn, Reflections Richard Hartshorne's
- Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Siglo XXI, Mé-
xico, 13.a ed., 373 p.
Frankfort, H. y Frankfort, H. A., «The emancipation of thought from myth», en H. Frankfort,
H. A. Frankfort, J. A. Wilson, T. Jacobsen y W. A. Irwin (eds.), The Intellectual
Adventure of Ancient Man, 1946, pp. 366-373.
Frankfort, H.; Frankfort, H. A.; Wilson, J. A.; Jacobsen, T. y Irwin, W. A., (eds.), The
Intellectual Adventure ofAncient Man, University of Chicago Press, Chicago, 1946,
VI + 401 p.
Freeman, T. W., «La Royal Geographical Society y el desarrollo de la Geografía», en
E. H. Brown, Geografía, pasado y futuro, 1985, pp. 13-150.
Fremont, A., «La région: essai sur l'espace vecu», Mélanges offerts à André Meynier,
1972, pp. 663-678.
- La région, espace vécu, P.U.F., París, 1976, 223 p.
Friedman, J., «The dialectic of reason», International Journal of Urban and Regional
Research, 1989, 13, 2, pp. 217-236.
Gade, D. W., «Loptique culturelle dans la géographie americaine», Annales de Géo-
graphie, 1976, 472, 672-694.
Gallagher, K., «El sujeto del feminismo, una historia del precedente», en F. García
Selgas y J. B. Monleón, Retos de la posmodernidad. Ciencias sociales y humanas,
1999, pp. 43-57.
Gale, S., «Comments on geographic theories: descriptive, explanatory and prescrip-
tive», L'espace geographique, 1973, 4, 299-303.
Gale, S. y Atkinson, M., «On the set Theoretic Foundations of the Regionalization
Problem», en S. Gale y G. Olsson, Philosophy in Geography, 1979, pp. 65-107.
Gale, S. y Olsson G. (ed.), Philosophy in Geography, D. Reidel Publ., Dordrecht, 1979,
XXII + 469 p.
Galilei, G., Dialogues concerning Two New Sciences, Dover Pub., Nueva York (s. f.),
XIII + 300 p.
García, F. (ed.), Presentación del lenguaje, Taurus, Madrid, 1972, 468 p.
García Ballesteros, A., «Tendencias fenomenológicas y humanísticas en la Geografía
actual», II Coloquio Ibérico de Geografía, Lisboa, 1980, II, 185-194.
- «Vidal de la Blache en la crítica al neopositivismo en Geografía», Anales de Geo-
grafía de la Universidad Complutense, 1982, 3, 25-39.
- (ed.), Geografía y marxismo, Ed. Univ. Complutense, Madrid, 1986, 318 p.
- «Geografía humanística y marxismo», en A. García Ballesteros (ed.), Geografía y
marxismo, 1986, pp. 69-98.
- «Introducción: Geografía y marxismo», en A. García Ballesteros, Geografía y mar-
xismo, 1986, pp. 7-19.
- (ed.), Teoría y Práctica de la Geografía, Alhambra, Madrid, 1986, XII + 372 p.
García Ballesteros, A. y Bailly, A. S., Métodos y técnicas cualitativas en geografía so-
cial, Oikos -Tau, Vilassar de Mar, 1998, 239 p.
García Fernández, J., «La Enseñanza de la Geografía en la Universidad y sus pro-
blemas», en Tercer Coloquio de Geografía, Madrid, 1966.
- Crecimiento y estructura urbana de Valladolid, Los libros de la frontera, Barcelo-
na, 1974, 142 p.
- Castilla (entre la percepción del espacio y la tradición erudita), Espasa Calpe, Ma-
drid, 1985, 312 p.
García Franco, S., Catálogo critico de astrolabios existentes en España, Instituto His-
tórico de la Marina, Madrid, 1945, 446 p.
- Historia del arte y ciencia de navegar, desenvolvimiento histórico de «los cuatro
términos» de la navegación, II, Instituto Histórico de la Marina, Madrid, 1947,
211 p.
BIBLIOGRAFÍA 571
Gilbert, M, «The politics of location: Doing feminist research at "home"», The Pro-
fessional Geographer, 1994, 46, pp. 90-96.
don», International Journal of Urban and Regional Research, 1991, 15, pp. 432-451.
Giles, W, «Class, gender and race struggles in a Portuguese neighbourhood in Lon-
Gitlin, T., «De dónde venimos», en F. García Selgas y J. B. Monleón, Retos de la pos-
modernidad ciencias sociales y humanas, 1999 pp. 127-146.
Glick, T. F., «History and philosophy of Geography»,
Progress in Human Geography,
1988, 3, pp. 441-450.
- «History and philosophy of Geography», Progress in Human Geography, 1990, 1,
pp. 120-128.
- «La Nueva Geografía. La Geografía hoy. Textos, historia y documentación», Su-
plementos, 43, 1994, pp. 32-41.
Gold, J. R., «Image and Environment: The Decline of Cognitive behaviouralism in Hu-
man Geography and Grounds for Regeneration», Geoforum, 1992, 2, pp. 239-247.
Golledge, R. G., «Reality, Process, and the Dialectical Relation between Man and En-
vironment», en S. Gale y G. Olsson, Philosophy in Geography, 1979, pp. 109-120.
- «Applications or behavioural research on spatial problems», Progress in Human
Geography, 1990, 1, pp. 57-100.
Gómez Mendoza, J., «Geografías del presente y del pasado. Un itinerario a través de
Gómez Mendoza, J., Ortega Cantero N. y otros, Viajeros y paisajes, Alianza Universi-
dad, Madrid, 1988, 174 p.
Gómez Mendoza, J., Ortega Cantero, N. y Blázquez Díaz, A., Naturalismo y geogra-
fía en España (desde mediados del siglo XIX hasta la guerra civil), Fundación Ban-
co Exterior, Madrid, 1992, 413 p.
Gómez Piñeiro, F. J., «Pensamiento y Espacio. Reflexiones epistemológicas», Lurral-
de, 1978, 1, pp. 13-22.
BIBLIOGRAFÍA 573
Goudie, A., The Human Impact on the Natural Environment, Blackwell, Oxford, 1990,
384 p.
- (<The nature of physical geography, a view from the drylands», Geography, 1994,
pp. 194-209.
Gould, P., «Pensamiento sobre la Geografía», Geocrítica, 1987, 68, 63 p.
- «Methodological developments since the fifties», Progress in Geography, 1, pp. 1-
50.
Graham, J., «Theory and Essentialism in Marxist Geography», Antipode, 1990, 1,
pp. 53-66.
Granó, O., «External Influence and Internal Change in the Development of Geo-
graphy», en R. D. Stoddart (ed. ), Geography, Ideology and Social Concern, 1981,
pp. 17-36.
Gregory, D., Regional Transformation and Industrial Revolution. A Geography of th
Yorkshire Woollen Industry, Macmillan, Londres, 1982, 293 p.
- Ideology, science and human Geography, Hutchinson, Londres, 1978 (trad. espa-
ñola: Ideología, ciencia y geografía humana, Barcelona, 1984, 300 p.).
- Geographical Imaginations, Blackwell, Cambridge, 1994, 442 p.
Gregory, D. y Urry, J. (ed.), Social Relations and Spatial Structures, Saint Martin
Press, Nueva York, 1985, X + 404 p.
Gregory, K. J., The nature of Physical Geography, Arnold, Londres, 1985, 272 p.
Gregson, N., «Beyond boundaries: the shifting sands of social geography», Progress
in Human Geography, 1992, 16, 3, 387-392.
Gregson, N. y Lowe, M., «"Home-making": on the spaciality of daily social repro-
duction in contemporary middle class Britain)>, Transactions of the Institute of
British Geographers, 1995, 20, pp. 224-235.
Grenfell Price, A. (ed.), Los viajes del capitán Cook (1768-1779), Ed. Del Serbal, Bar-
celona, 1985, 383 p.
Grigg, D., «The Logic of the Regional Systems», Annals of the Association. of Ameri-
can Geographers 1965, pp. 465-491.
- «Regions, Models and Classes», en R. J. Chorley y P. Hagget, Models in geo-
graphy, 1967.
Grilloti Di Giacomo, M. G., La regione della geografia. Verso la cultura del territorio,
Franco Angeli, Milán, 1991, 259 p.
Grupo de Investigación Estudios Geográficos Andaluces, Desigualdades y dinámicas
regionales en el umbral del siglo XXI, Sevilla, 1995, 259 p.
Guelke, L., Historical Understanding in Geography: an Idealist Approach, Cambridge
Univ. Press, Cambridge, 1982, X + 109 p.
Guerassimov, I, P., «La géographie sovietique au cours des cinquante dèrnieres an-
nees», Annales de Géographie, 1968, 423, pp. 516-530.
Guest Editorial, «Is geography for amateurs?», Area, 1988, 2, pp. 97-99.
Guigou, J. L., «Le sol et l'espace: des enigmes pour les économistes», L'espace géo-
graphique, 1980, 1, 17-27.
Gutiérrez del Caño, M., Notas para la geografía histórica de España, Imprenta y Li-
brería Nacional y Extranjera de Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1891, 32 p.
- Elementos de historia de la geografía, Imprenta y Librería Nacional y Extranjera
de Hijos de Rodríguez, Valladolid, 1895, 101 p.
Habermas, J., Teoría y praxis. Ensayos de filosofía social, Sur, Buenos Aires, 1966,
163 p.
- La lógica de las ciencias sociales, Tecnos, Madrid, 1988, 506 p.
Hagerstrand, T., «Geography and the Study of Interaction between Nature and So-
ciety», Geoforum, 1976, 5-6, 329-335.
Haggett, P., The Geographer's Art, Blackwell, Oxford, 1995, 232 p.
Hahn, R., L'anatomie d'une institution scientifique: L'académie des Sciences de Paris,
1666-1803, Éd. des Archives Contemporaines, París, 1993, 597 p.
Haigh, M. J., «Geography an General System Theory: Philosophical Homologies and
Current Practices», Geoforum, 1985, 2, pp. 191-203.
Hall, E. T., La dimensión oculta. Enfoque antropológico del uso del espacio, Instituto
de Estudios de Administración Local, Madrid, 1973, 312 p.
Hanson, S., «Geography and Feminism», Annals of the Association of American Geo-
graphers, 1992, 4, 569-586.
Hard, G., «Geographie als Kunst. Zu Herkunft and Kritik eines Gedankes», Erdkun-
de, 1964, 4, pp. 335-341.
- «Die Diffusion der Idee der Landschaft», Erkunde, 1969, 4, 249-263.
Harding, S., «Introduction: Is there a feminist method?», en N. Harding (ed.), Femi-
nism and Methodology, Indiana University Pres, Bloomington, 1987, pp. 1-14.
Harley, J. B. y Woodward, D. (ed.), The History of Cartography. Volume One. Carto-
graphy in Prehistoric, Ancient and Medieval Europe and the Mediterranean, Uni-
versity of Chicago Press, Chicago, 1987, 549 p.
Harris, C., «From Turner and Von Thünen to Marx and Leopold», Antipode, 1994, 2,
pp. 122-125.
Harries, K. y Cheatwood, D., The Geography of Execution. the Capital Punishment
Quagmire in America, Rowman & Littlefield Publishers, Lanham, 1996, 224 p.
Hart, R. A. y Moore, G. T., «The development of Spatial Cognition: A Review», en
Image and Environment, pp. 246-288.
Hartke, W., Denkschrift zur lage der geographie, Franz Steiner, Wiesbaden, 1960, 143 p.
Hartshorne, R., «The Nature of Geography, a critical survey of current though in
the light of the past», Annals of the Association of American Geographers, 1939,
pp. 171-658.
- «The Concept of Geography as a Science of Space, from Kant and Humboldt to
Hettner», Annals of the Association of American Geographers, 1958, pp. 97-108.
- Perspective on the Nature of Geography, Association of American Geographers,
Rand McNally, Chicago, 1959, 201 p.
Harvey, D., Explanation in Geography, Londres, 1969, 486 p. (trad. española: Teoría,
Leyes y Modelos en Geografía, Madrid, 1983, 499 p.).
- «Revolutionary and counter revolutionary theory of geography and the problem
of ghetto formation», Antipode, 1972, 4, pp. 1-13.
- «The Geography of Capitalist Accumulation: A Reconstruction of the Marxian
Theory», Radical Journal of Geography, 1975, 2, pp. 263-292 (trad. española: «La
geografía de la acumulación capitalista: una reconstrucción de la teoría mar-
xista», Geografía radical anglosajona, 1978, pp. 109-142).
- Urbanismo y desigualdad social, Siglo XXI, Madrid, 1977, 340 p.
- «Population, Resources and the Ideology of Science», en R. Peet, Radical Geo-
graphy: Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues, 1977, pp. 155-185.
- The Limits to Capital, Blackwell, Oxford, 1982, 496 p.
- Teoría, leyes y modelos en geografía, Madrid, 1983, 499 p.
- «On the history and present condition of geography: An historical materialist ma-
nifesto», Professional Geographer, 1984, 36, pp. 1-11.
- «Changing the Geography of Geographical Change», Geography Review, 1988,
BIBLIOGRAFÍA 575
- The condition of postmodernity: an enquiry into the origins of cultural change, Ba-
sil Blackwell, Cambridge, Mass., 1995, IX + 378 p.
- Justice, Nature and the Geography of Difference, Balckwell, Oxford, 1996, 468 p.
Hause, P. M. y Schnore, L. F. (ed.), The Study of Urbanisation, J. Willey, Nueva York,
1965, VIII + 554 p.
Haushofer, K., Grenzen, in ihrer geographischen and politischen Bedeutung, Grune-
wald, Vowinckel, Berlín, 1927, 352 p.
Hayford, A. M., «The geography of women: an historical introduction», Antipode,
1974, 6, pp. 1-19.
Hegel, G. W. F., La razón en la Historia, Seminarios y Ediciones, Madrid, 1972, 333 p.
Heller, A. y Feher, F., Políticas de la postmodernidad, Ensayos de crítica cultural, Pe-
nínsula, Barcelona, 1998, 215 p.
Herin, R., «Social Geography in France. Heritages and Perspectives», Geojournal,
1984 (9.3), pp. 231-240.
Herod, A., «From a geography of labor to a Labor Geography: labor's spatial fix and
the gegraphy of capitalism», Antipode, 1997, 1, pp. 1-31.
Herodoto, «Los nueve libros de Historia», en Historiadores griegos, 1969, pp. 533-941.
Hettner, A., Die Geographie, ihre Geschichte, ihr Wesen and ihre methoden, Hirt, Bres-
lau, 1927, VIII + 463 p.
Hill, D., A History of Engineering in Classical and Medieval Times, Routledge, Lon-
dres, 1996, 263 p.
Hirsch, E. y O'Hanlon, M., The antropology of Landscape. Perspective on Place and
Space, Oxford University Press, Clarendon Press, Oxford, 1995, 280 p.
Hirst, P. y Woolley, P., «Nature and culture in social science: the demarcation of do-
mians of being in eighteenth century and modern discourses», Geoforum, 1985,
pp. 151-161.
Historiadores griegos, Aguilar, Madrid, 1969, 1550 p.
Hoekveld, G. A., «Regional geography must adjust to new realities», en R. J. Johns-
ton Hauer y G. A. Hoekveld, Regional Geography. Current developments and fu-
ture prospects, 1990, pp. 11-3 1.
Horgan, J., El fin de la ciencia. Los límites del conocimiento en el declive de la era cien-
tífica, Paidós, Barcelona, 1998, 351 p.
Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental, Sur, Buenos Aires, 1973, 197 p.
- «Bemerkungen über Wissenschat and Krise», en M. Horkheimer, Teoría crítica,
1974, pp. 15-21.
- Teoría crítica, Amorrortu, Buenos Aires, 1974, 289 p.
Horkheimer, M. y Adorno, T. W., Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos,
Trotta, Valladolid, 1998, 303 p.
Howe, G. M., «La Geografía médica», en E. H. Brown (comp.), Geografía, pasado y
futuro, 1980, pp. 292-405.
Houston, J., «Paisaje y síntesis geográfica», Revista de Geografía, 1970, 2, 133-140.
Hudson, B., «The new geography and the new imperialism 1870-1918», Antipode,
1977, 9, pp. 12-19.
Humbert, A., «Géographie historique ou la dérive des systèmes géographiques», He-
rodote, 1994, 74-75 y 95-110.
Humboldt, F. H. A., von, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Casa de
Rosa, París, 1822, 4 vols.
- Essai politique sur le Royaume de la Nouvelle Espagne, Jules Renouard, París,
1827, 2.a ed., 4 vols.
- Histoire de la Géographie du nouveau continent et de progrès de l astronomie nautique
aux XV et XVI siècles comprenant l'histoire de la découverte de 1 Amerique, ouvrage écrit
en français par, Legrand, Pompey et Crouzet, París, 1836-1839 (5 tomos), 2 vols.
BJBLIOGRAFÍA 577
Kant, I., Entwurf and Ankündingung eines Collegii der physischen Geographie nebst
dem Anhange einer Kurzen Betrachtung liber die Frage: Ob die Westwinde in un-
sern Gegenden darun feucht seien, weil sie liber ein grosses Meer streichen, Kant
Werke, Akademie Text ausgabe II. Vorkritische Schriften II. 1757-1777, Walter de
Gruyter and C., Berlín, 1968, pp. 1-12.
- Physische Geographie, herausgegeben von Friedrich Theodor Rink, au f verlangen des
Verfassers aus seiner handschrift herausgegeben and zum Theil learbeitet von Frie-
drich Theodor Rink, 1802. Kant Werke, Akademie Text ausgabe, IX, Walter de
Gruyter and C., Berlín, 1968, pp. 151-436.
Kappler, C. C., Monstres, démons et merveilles à la fin du Moyen Âge, Payot, 1999, 2.a
ed., 358 p.
Katz, C., «Playing the field: questions of fieldwork in geography», The Professional
Geographer, 1994, 46, pp. 67-72.
Kayser, B., «La région, revue et corrigée», Herodote, 1984, 33-34, pp. 222-229.
- Géographie. Entre espace et dévelopment, Toulouse, 1990, 284 p.
Kesteloot, Ch. y Saey, P., «La géographie classique et la naturalisation du rôle des
classes sociales dans l'explication des faits géographiques», L'espace géogra-
phique, 1986, 3, pp. 222-230.
Kimble, G. H. T., «The inadecuacy of the regional concept», en L. D. Stamp y S. W. Wo-
olridge (eds.), London Essays in Geography, Longman, Londres, 1951, pp. 151-174.
King, D. A., «Astronomie et société musulmane: qibla, gnomonique, miqat», en R. Bas-
hed, Histoire des Sciences Arabes. 1. Astronomie, théorique et appliquée, 1997,
pp. 173-215.
King, L. J., «Alternatives to a Positive Economic Geography», en S. Gale y G. Ols-
son, Philosophy in Geography, 1979, pp. 187-213.
King, R., «Migrations, globalization and place», en D. Massey y P. Jess (ed.), A Pla-
ce in the World. Places, Cultures and Globalization, 1995, pp. 5-44.
Kish, G., An Introduction to World Geography, Prentice Hall, Englewood Cliffs, N. J.,
1956, 634 p.
- «Geography's subfields and its unity», en S. B. Cohen, Problems and Trends in
American Geography, 1967, pp. 273-282.
Kinsman, P., «Landscape, race and national identity: the photography of Ingrid Po-
llard», Area, 1995, 27, pp. 300-310.
Kjellen, N., Der Staat als Lebensform, Grunewald, K. Vowinckel, Berlín, 4.a ed., 1924,
228 p.
Kleinschmager, R., «Géographie et idéologie entre deux guerres: la Zeitschrift fur Geo-
politik 1924-1944», L'espace géographique, 1988, 1, pp. 15-27.
Kliege, H., Weltbild and Darstellungspraxis hochmittelalterlicher Weltkarten, Nodus
Publikationen, Munster, 1991, 213 p.
Kobayashi, A., «Colouring the field: gender, "race" and the politics of fieldwork», The
Professional Geographer, 1994, 46, pp. 73-80.
Kobayashi, A. y Mackenzie, S., Remaking human Geography, Unwin Hyman, Boston,
1989, X11 + 273 p.
Kolosovskiy, N. N., «Scientific Problems of Geography», en Soviet Geography: Review
and translation, 1966, pp. 48-69.
- «The Territorial Production Combination (Complex) in Soviet Economic Geo-
graphy», en Soviet Geography: Review and translation, 1966, pp. 105-138.
Krings, W., «Industrial archeology and economic geography», Erkunde, 1981, 3,
pp. 167-174.
Kuhn, Th. S., La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E., México, 1971, 320 p.
Labasse, J., «Amenagement de l'espace économique et géographie volontaire», en
Quantitative and Qualitative Geography, p. 66.
BIBLIOGRAFÍA 579
- The New Middle Class and the Remaking of the Central City, Oxford University
Press, Oxford, 1997, 400 p.
Ley, D. y Samuels, M. S. (eds.), Humanistic Geography, Prospects and Problems, Cro-
om Helm, Londres, 1978, VIII + 337 p.
Linderski, J., «Alfred the Great and the tradition of ancient geography», Speculum,
1964 (39), pp. 434-439.
Lipietz, A., Le capital et son space, F. Maspero, París, 1977 (traducción española: El
capital y su espacio, Siglo XXI, Madrid, 1979, 203 p.).
- «Geography, Ecology, Democracy» Antipode, 1996, 3, pp. 219-228.
mayer, Space and Social Theory. Interpreting Modernity and Postmodernity, 1997,
- « Warp, woof and Regulation: A tool for Social Science», en G. Benko y U. Stroh-
pp. 250-284.
Little, J., «Feminist perspectives in rural geography: an introduction», Journal of Ru-
ral Studies, 1986, 2, pp. 1-8.
Livingstone, D. N., «Evolution, Science and Society: Historical Reflections on the
Geographical Experiment», Geoforum, 1985, 2, pp. 119-130.
- The Geographical Tradition, Episodes in the History of a Contested Enterprise,
Blackwell, Oxford, 1992, 434 p.
Lorenzo Pardo, J. A. de, La Revolución del metro, Celeste Ed., Madrid, 1998, 220 p.
Lósch, A. The Economics of Location, Yale University Press, New Haven, 1954, XX-
VIII + 520 p.
- «Past Time, Present Place: Landscape and Memory», The Geographical Review,
1975, 1, pp. 1-37.
- «Finding valued landscapes», Progress in Human Geography, 1978, 2, pp. 373-418.
Luca, G. de, Storia, concetto e limiti della Geografía, Nápoles, 1881, 104 p.
Lung, Y., «Le néomarxisme et l'espace: réponse à Paul Claval», L'espace géographique,
1988, 1, pp. 47-50.
Lynch, K., The Image of the City, The MIT Press, Cambridge Mass., 1960, VIII + 194 p.
Lyon, D., Postmodernidad, Alianza, Madrid, 1996, 159 p.
Lyotard, J. F., La condición postmoderna, Cátedra, Madrid, 1994, 5.a ed., 119 p.
Maccall, G. J. H.; Laming, D. J. C. y Scott, S. C. (eds.), Geohazards: natural and man
made, Chapman & Hall, Londres, 1992, 227 p.
BIBLIOGRAFÍA 581
Mackinder, H., «On the Scope and Methods of Geography», Proceedings of the Royal
Geographical Society, IX, 1887, pp. 141-160.
Mackenzie, S. y Rose, D., «Industrial Change, the domestic economy and home life»,
en, J. Anderson; S. Duncan y R. Hudson (eds.), Redundant Spaces in Cities and
Regions?, Academic Press, Londes, 1983, pp. 155-200.
Macmillan, B., Remodelling Geography, Oxford, 1989, 348 p.
Madigan, R.; Munro, M. y Smith, S., «Gender and the meaning of the home», Inter-
national Journal of Urban and Regional Research, 1990, 14, pp. 625-647.
Malstrom, V. H., «The spatial dimension in preliterate time reckoning», The Geo-
graphical Review, 1989, 4, pp. 422-434.
Manzano Moreno, E. y Onrubia Pintado, J. (eds.), Métodos y tendencias actuales en
la investigación geográfica e histórica: actas de las jornadas De Madrid, 23-27 De
Marzo De 1987, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1988, 204 p.
Marchand, B., «Geography: Revolution Or Counterrevolution?», Geoforum, 1974, 17,
pp. 15-24.
- «Dialectics and Geography», en S. Gale Y Olson, Philosophy in Geography, 1979,
pp. 237-267.
- «Les Contraintes Physiques et la Géographie Contemporaine», L'espace geogra-
phique, 1980, 5, pp. 231-240.
Marchand, B. y Ozan, A., «Méthodes mathématiques de classification en géogra-
phie», L'espace géographique, 1981, 1, pp. 1-14.
Marconis, R., «Ambiguïtés Et dérives de la chorématique», Herodote, 1995, 76,
pp. 110-132.
Marcotte, L., «La Géographie ça sert d'abord à nommer les lieux», L'espace géogra-
phique, 1990-1991, 1, 8-9.
Marcus, J., «Territorial Organisation of the Lowland Classic Maya», Science, 1973,
180, pp. 911-916.
Marden, P., «The Deconstructionist Tendencies of Postmodern Geographies: A Com-
pelling Logic?», Progress In Human Geography, 1992, 1, 41-57.
Marshall, A., Principles of Economics, Mac Millan, Londres, 1925, XXXIV + 871 p.
Marston, S., «Ante el Desafío Postmoderno. La importancia del lenguaje para una
Geografía Humana reconstruida», Boletín de la Asociación de Geógrafos Espa-
ñoles, 1989, pp. 49-62.
Martin, G. J., «The Nature of Geography and the Schaeferd Hartshorne Debate», en
J. N. Entrikin y S. D. Brunn, Reflections Richard Hartshorne's The Nature of
Geography, 1989, pp. 69-88.
Martin, G. J. y Armstrong, P. H. (eds.) Geographers Biobiliographical Studies, volume
17, Mansell, Londres, 1997, IX + 129 p.
Martín Santos, L., «Introducción a Popper», en Ensayos de Filosofía de la Ciencia. En
torno a la obra de Sir Karl R. Popper, Simposio de Burgos, 1970, pp. 15-26.
Martínez De Pisón, E., «El Paisaje Interior», en Homenaje A Julio Caro Baroja, Cen-
tro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1978, pp. 755-769.
Marx, K., El Capital Crítica de la Economía Política, F.C.E., México, 1964, 3.a ed.,
3 vols.
- Historia Crítica de la Teoría de la plusvalía, Cartago, Buenos Aires, 1956, tomos IV
(569 p.) y V (413 p.).
- Contribution a la critique de l'Économie Politique, Éditions Sociales, París, 1957,
XVII + 309 p.
- Fondements de la Critique de l'Économie Politique. Grundisse der Kritik der Politis-
chen Ókonomie (Ébauche De 1857-1858), Anthropos, París, 1969, 2 vols.
Marx, K. y. Engels, F., Études Philosophiques, Éditions Sociales, París, 1961, 208 p.
- L'Idéologie allemande. Critique de la philosophie allemande la plus récente dans la
BIBLIOGRAFÍA 583
BIBLIOGRAFÍA 585
Ortega, N., «La Geografía, ¿discurso inútil o saber estratégico?», Agricultura y So-
ciedad, 1977, 5, pp. 209-223.
Ortega Cantero, N., «Concepción analítica y concepción marxista de la geografía: Las
razones de una polémica», en A. García Ballesteros, Geografía y marxismo, 1986,
pp. 23-46.
- Geografía y cultura, Alianza Editorial, Madrid, 1987, 123 p.
Ortega y Gasset, J., Historia como sistema, Revista de Occidente, Madrid, 3.a ed.,
1958, XII + 156 p.
- Kant. Hegel. Dilthey, Revista de Occidente, Madrid, 1958, XV + 219 p.
- «Reflexiones del centenario (1724-1924)», en Kant, Hegel, Dilthey, Revista de Oc-
cidente, Madrid, 1958, pp. 3-57.
Ortega Valcárcel, J., «Región y análisis regional hoy», Revista Valenciana d Estudis
Autondmics, 1987, 9, pp. 11-24.
- «Evolución y situación actual de la geografía regional en España», La Geografía
española y mundial en los años ochenta, Univ. Complutense, Madrid, 1988, vol.
I, pp. 481-494.
- «El patrimonio territorial: el territorio como recurso cultural y económico», Ciu-
dades, 4, 1998, pp. 33-48.
Ortolani, M., «Orientamenti generali per ricerche di geografia regionale», La geogra-
fía en la scuola, n.° 6, 1962, pp. 201-206.
Pacho, J., Los nombres de la razón. Ensayo sobre los conceptos de razón y naturaleza
en la tradición occidental, Universidad del País Vasco, Bilbao, 1997, 228 p.
Pacione, M. (ed.), Progress in Rural Geography, Croom Helm, Londres, 1983, 253 p.
- (ed.), Historical Geography. Progress and Prospect, Croom Helm, Kent,
1987, X + 306 p.
Paddison, R. y Findlay, A., «Radical versus positivists and the diversification of pa-
radigms in Geography», L'espace géographique, 1985, 1, pp. 6-8.
Pain, R., «Space, sexual violence and social control: integrating geographical and fe-
minist analyses of women's fear of crime», Progress in Human Geography, 1991,
15, 4, pp. 415-431.
Pardé, M., Fleuves et Riviéres, Armand Colin, París, 1932, 224 p.
Parques (Los), Nacionales en España, Estado actual de esta cuestión», Boletín de la
Real Sociedad Geográfica, 1916, LVIII, pp. 448-485.
Paterson, J. H., «Writing regional geography problems and progress in the Anglo-
American realm», Progress in Geography, 6, 1974, pp. 1-26.
Paul-Levy, F. y Segaud, M., Antropologie de l'espace, Centro Georges Pompidou, Pa-
rís, 1983, 345 p.
space», Environment and Planning D: Society and Space, 1993, 11, pp. 415-432.
Peake, L., «Race an sexuality: challenging the patriarcal structuring of urban social
Pédech, P., La géographie des grecs, Presses Universitaires de France, París, 1976,
202 p.
Pedelaborde, P., Le climat du bassin parisien: essai d'une méthode rationelle de clima-
tologie physique, Libr. Medicis, París, 1957, 2 vols.
- Introduction a l'étude scientifique du climat, SEDES, París, 1970, 246 p.
Peet, R., Radical Geography: Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues,
Methuen, Londres, 1977, IX + 387 p.
- «Inequality and Poverty: A Marxist-Geographic Theory)), en R. Peet, Radical Geo-
graphy: Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues, 1977, pp. 112-123.
BIBLIOGRAFfA 587
rapide, 1480-1520, École des hautes études en sciences sociales, Cahiers des «An-
nales», 38, A. Colin París, 1980, 120 p.
Rappoport, A., Pour une anthropologie de la Maison, Dunod, París, 1971, 207 p.
Rashed, R., Histoire des Sciences Arabes, Éditions du Seuil, París, 1997, 3 vols.
Ratzel, F., Anthropogeographie rider Grundzüge der Erdkunde auf die Geschichte, J. En-
gelhorn, Stuttgart, 1885, 1 vol.
- Volkerkunde. Bibliographisches Institut, Leipzig, 1885-1888, 3 vols.
- Der Staat und sein Boden. Abhandlungen der philosophischhistorishcen Classe der
kôniglich sachsischen Gesellschaft der Wissenschaften, vol. XVII, 4., Leipzig,
1897, 127 p.
- Politische Geographie, Geographie der Staaten, des Verkehrs und Krieges, R. Olden-
burg, Munich, 2.a ed., 1903, XVII + 838 p.
Reclus, E., Histoire d'une Montagne, Hetzel, París, 1880, 225 pp.
- Nouvelle Géographie Universelle, Hachette, París, 1876-1894, 19 vols.
- El Hombre y la Tierra, Mauci, Barcelona, 1932, 6 vols.
- La Geografía al servicio de la vida, Barcelona, 1980, 427 p.
Region (la), y la Geografía española, A. G. E., Valladolid, 1980, 267 p.
Regrain, R., «Les universitaires et la formation continue», L'espace géographique,
1989, 3, pp. 239-252.
Remke, K., «Ibn Battuta», Al-Qantara, 1995, 16, pp. 369-384.
Renou, L. (ed.), La Géographie de Ptolémée: L'Inde (VII, 1-4), Edouard Champion, Pa-
rís, 1925, XVI + 89 p.
Rey, A., La théorie de la physique chez les phisiciens contemporains, F. Alcan, París,
1907, V + 412 p.
Rey Pastor, J., La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América, Espasa Calpe,
Buenos Aires, 1942, 176 p.
Reynaud, A., Épistémologie de la Géomorphologie, Masson, París, 1971, 127 p.
- La géographie entre le mythe et la Science. Essai d'épistemologie, Travaux de l'Ins-
titut de Géographie de Reims, Reims, 1974, 200 p.
- «El mito de la unidad de la Geografía», Geocrítica, 1976, 2, 40 p.
Reynolds, D., «Political geography: closer encounters with the state, comptemporary
political economy and social theory», Progress in Human Geograhy, 1994, 18, 2,
pp. 234-247.
Richthofen, F. J. von, Au fgaben und Methoden der heutigen Geographie, Akademie An-
trittsrede, Vurlag von Veit, Leipzig, 1883, 72 p.
Rickert, Die Grenzen der natunvissenschatlichen Begriefsbildung, Heildelberger Max
Weber Vorlesungen, Frankfurt am Main, 1982, 182 p.
Rico y Sinobas, M. (ed.), Los Libros del Saber de Astronomía, Aguado, Madrid,
1863, 5 vols.
Riesser, D., «The Territorial Illusion and Behavioural Sink: Critical Notes on Beha-
vioural Geography», en R. Peet, Radical Geography: Alternative Viewpoints on
Contemporary Social Issues, 1977, pp. 199-211.
Ritter, C., Introduction à la Geographie Générale comparée (Introduction et notes de
Georges Nicolás-Obadia), Les Belles Lettres, París, 1974, 253 p.
Ritter, C., «De l'organisation de l'espace à la surface du globe et de son rôle dans le
cours de l'histoire», en K. Ritter, Introduction à la géographie générale comparée,
1974, pp. 169-189.
Ritter, E. R., Jet Stream Meteorology, Univ. Chicago Press, Londres, 1963, 515 p.
Riviere, D., «La decentralisation productive et les rapports ville-campagne en Italie»,
L'espace géographique, 1989, 3, pp. 253-263.
Robic, M. Cl., «Sur la naissance de l'espace géographique», L'espace géographique,
1992, 2, pp. 140-142.
BIBLIOGRAFÍA 589
Robinson, G. M., Conflict and change in the countryside. Rural society, economy and
planning in the developed world, John Wiley, Chichester, 1998, XXIV + 482 p.
Rochefort, R., Travail et travailleurs en Sicile. Étude de géographie sociale, P.U.F., Pa-
rís, 1961, 363 p.
Rodoman, B. B., «Mathematical Aspects of the Formalization of Regional Geogra-
phical Characteristics», en Soviet Geography: Review and translation, 1966,
pp. 196- 218.
Rodríguez Esteban, J. A., Geografía y colonialismo: la Sociedad Geográfica de Madrid
(1876-1936), Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 1996, 412 p.
Rodríguez Magda, R. M.a y Vidal, A. M.a C., Y después del modernismo, ¿qué?, An-
thropos, Barcelona, 1998, 270 p.
Rodwin, Ll. y Sazanami H. (ed.), Industrial Change and Regional Economic Trans-
formation, The Experience of Western Europe, Harper Collins, Londres, 1991,
XIII + 402 p.
Rogerson, P. y Plane, D. A. The geographical Analysis of population. With applications
to planning and Business, J. Wiley and sons, Ltd., Nueva York, 1994, 112 p.
Rooney, J. F., «Up from the mines and out of the prairies some geographical implica-
tions of football in the United States», Geographical Review, 1969, 59, pp. 471-492.
Rose, C., «Human Geography as Text interpretation», en A. Buttimer y D. Seamon
(eds.), The Human Experience of Space and Place, 1980, pp. 123-134.
Rose, C., «Wilhem Dilthey's Philosophy of Historical Urderstanding: a Neglected He-
ritage of Centemporary Humanistic Geography», en R. D. Stoddart, Geography,
Ideology and Social Concern, 1981, pp. 99-133.
Rose, G., Feminism and geography, Blackwell, Oxford, 1993, 220 p.
- Feminism and Geography, The Limits of geographical Knowledge, Blackwell, Ox-
ford, 1996, 205 p.
Rose, G. y Chicoine, N., «Access to school daycare services: cías, family, ethnicity and
space in Montreal's old and new inner city», Geoforum, 1991, 22, pp. 185-201.
Rossi, P., La nascita della scienza moderna in Europa (trad. española: El nacimiento
de la ciencia moderna en Europa, Crítica, Barcelona, 1998, 276 p.).
Rubio Díaz, A., «Dialéctica y estructuras en la comprensión marxista del espacio»,
II Coloquio Ibérico de Geografía, 1980, II, pp. 113-122.
Russell, R. J. y Kniffen, F. B., Cultural Worlds, MacMillan, Nueva York, 1951, 620 pp.
Russell, C., Science and Social Change, 1700-1900, Mac Millan, Londres, 1983, 307 p.
Russell, D., «An Open Letter on the Dematerialization of the Geographic Object», en
S. Gale y G. Olsson, Philosophy in Geography, 1979, pp. 329-344.
Saavedra, E., «La Geografía de España de l'Edrisí», Boletín de la Sociedad Geográfi-
ca, Madrid, 1881, VI, pp. 249-255 y XI, pp. 102-115.
Sabaté, A., « Mujer, geografía y feminismo», Anales de Geografía de la Universidad
Complutense, Madrid, 1982, pp. 37-53.
- «La mujer en la investigación geográfica», Anales de Geografía de la Universidad
Complutense, 1984, 4, pp. 275-282.
- «Geografía social y renovación conceptual en el análisis del medio rural», Anales
de Geografía de la Universidad Complutense, 1987, 7, pp. 71-86.
- «Geografía y género en el medio rural: algunas líneas de análisis», Documents d A-
nalisi Geográfica, 1989, pp. 131-147.
Sack, R., «Conceptions of geographic space», Progress in Human Geography, 1980, 4,
pp. 313-345.
Sack, R. D., Human Territoriality: Its Theory and History, Cambridge University Press,
Cambridge, 1986, 268 p.
- «The Nature in Light of the Present», The Nature of Geography, 1989, pp. 141-162.
Saey, P. «Marx and the Students of Space», L'espace géographique, 1978, 1, pp. 15-25.
BIBLIOGRAFÍA 591
Simek, R., Heaven and Earth in the Middle Ages: the physical world before Columbus,
The Boydell Press, Woodbridge, 1996, 164 p.
Simonsen, K., «What kind of space in what kind of social theory?», Progress in Hu-
man Geography, 1996, 4, pp. 494-512.
Sivignon, M., «Choremes, élements pour un dèbat», Herodote, 1995, 76, pp. 93-109.
Slater, D., «The poverty of Modern Geographical Enquiry», en R. Peet, Radical Geo-
graphy: Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues, 1977, pp. 40-57.
Slüter, O., «Die Formen der l ndlichen Siedelungen», Geographische Zeitschrift, 1900,
pp. 248-262.
BIBLIOGRAFÍA 593
Vallega, A., Geografia regionale. Avviamento metodologico, Patron, Bolonia, 1984, 194 p.
Van Paassen, C., The Classical Tradition of geography (s, e), Groninga, 1957, 1 vol.
Vance, J. E., «California and the search for the ideal», Annals of the Association of
American Geographers, 1972, 62, pp. 185-210.
Varenius, B., Geografía general en la que se explican las propiedades generales de la Tie-
rra (trad. en Ediciones de la Universidad de Barcelona), Barcelona, 1974, 144 p.
Vasilevskiy, L. I., «Some Possible Approaches to the Study of the Territorial Structu-
re of the Economy Using Mathematical Methods», en Soviet Geography: Review
and Translation, 1966, 4, pp. 38-49.
Vera, V., «Un mapa mundi español del siglo XVI», Boletín de la Real Sociedad Geo-
gráfica, XLIV, 1902, pp. 634-638.
Vernet, J., «La carta magrebina», BRAH, 1958, 142, 2, pp. 495-533.
Viajeros y paisajes, Alianza Editorial, Madrid, 1988, 174 p.
Vicens Vives, J., España. Geopolítica del Estado y del Imperio, Barcelona, 1940.
- Tratado general de geopolítica: el factor geográfico y el proceso histórico, Teide, Bar-
celona, 1956, 242 p.
Vicente Mosquete, M." T., Eliseo Reclus, La geografía de un anarquista, Los Libros de
la Frontera, Barcelona, 1983, 304 p.
Vidai Bendito, T., «La Geografía de la población en España (entidad actual y desa-
rrollo reciente)», en La Geografía en España (1970-1990), 1992, pp. 129-138.
Vidal de la Blache, P., «Les conditions géographiques des faits sociaux», Annales de
Géographie, 1902, pp. 13-23.
- Tableau de la géographie de la France, Histoire de France, I, Hachette, Paris, 1903, 395 p.
- La France de l'Est (Lorraine-Alsace), Armand Colin, París, 1917, X + 280 p.
- Principes de Géographie Humaine, Armand Colin, París, 1922, 237 p.
- «Los caracteres distintivos de la Geografía», Didáctica Geográfica, 1979, 4, pp. 57-68.
Vidal de la Blache, P. y Gallois, L. (ed.), Géographie Universelle, Armand Colin, París,
1927-1948, 15 vols.
BIBLIOGRAFÍA 595