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EMPRESA
(*) Extracto del Capítulo del mismo nombre en el texto Creativiidad e Innoviadión de
Harvard Business Review (2000) Ediciones Deusto. España
l. RESUMEN
INNOVAR O QUEDARSE ATRÁS: así de sencillo es actualmente en casi todas las empresas el
imperativo para competir. Sin embargo, cumplir ese requisito es bastante difícil, ya que la
innovación sólo se produce cuando entran en contacto distintas ideas, percepciones y formas de
procesar y evaluar la información. Y muchas veces es necesaria una colaboración entre personas
que ven el mundo de forma diferente. Como resultado, el conflicto que debería producirse de
modo constructivo entre las ideas, tiene lugar de modo estéril entre las personas. Las disputas se
tornan personales y se rompe el proceso creativo. Para promover la innovación y obtener buenos
resultados, el director debe descubrir el modo en que los diferentes enfoques rocen entre sí en un
proceso fructífero, al que los autores denominan «abrasión creativa». Los autores han trabajado
con varias empresas a lo largo de los años y han observado cómo actúan muchos directores
expertos en lograr que la abrasión creativa trabaje a su favor. Estos directores saben que cada
persona distinta tiene su propio estilo de razonar: analítico o intuitivo, conceptual o experimental,
socializante o independiente, basado en la lógica o en los valores. Esos directores introducen
deliberadamente, dentro de sus empresas, toda una completa gama de enfoques y perspectivas
y entienden que, aunque las personas son cognoscitivamente distintas, deben respetar el estilo
de razonar de los demás. Luego fijan unas normas básicas para el trabajo conjunto, a fin de
encarrilar el proceso creativo. Y, sobre todo, los directores que deseen estimular la innovación
deben examinar lo que ellos mismos están haciendo para favorecer o inhibir la abrasión creativa.
Por otra parte, el director que valora el hecho de que los empleados tengan diversos
estilos de razonamiento, muchas veces no sabe cómo dirigirlos. Actúa como si
creyese que basta con encerrar en una sala a un grupo de personas de diverso
estilo, para generar indudablemente una solución creativa a un problema. No toma
en cuenta el hecho de que las personas con estilos distintos muchas
veces no se comprenden ni respetan unas a otras, y que esas diferencias pueden
provocar desacuerdos personales. El «minucioso detallista» desprecia al «elevado
visionario»; el «hombre conceptual» aborrece el análisis interminable; para el
individualista, las formalidades de un equipo son una total pérdida de tiempo.
Sencillamente, esas personas no pueden trabajar conjuntamente, a no ser que se
las ayude.
Hemos trabajado con muchas empresas a lo largo de los años y hemos observado la
forma de actuar de los directores que saben cómo hacer que la abrasión creativa
trabaje a su favor. Con el fin de generar nuevas ideas y productos, esos directores
conducen activamente el proceso de aunar a una diversidad de personas cuya
divergente forma de pensar y actuar provoca que los conflictos surjan con facilidad.
Las personas suelen elegir las profesiones adecuadas para su propio conjunto de
preferencias. A su vez, la experiencia laboral refuerza sus preferencias iniciales v da
más profundidad a los conocimientos y capacidades asociados con ellas. Por eso es
tan fácil comprobar la forma tan diferente de enfocar la resolución de problemas
que adoptan los contables, los empresarios, los artistas y los graduados sociales.
Para un ingeniero, por ejemplo, la prueba está en los números. Pero, si presentamos
una página llena de datos numéricos a un artista, que se siente más persuadido por
su intuición, posiblemente ni la leerá. Desde luego, intentar conocer el posible
enfoque para la resolución de problemas que adoptará una persona basándonos
sólo en su profesión o estudios es tan equivocado como utilizar el criterio de la raza
o el sexo. En todas las profesiones hay siempre personas cuyo estilo de
razonamiento es distinto al enfoque dominante.
Para un director que desee conocer el estilo de razonamiento de las personas que
están a su cargo, lo mejor es utilizar una herramienta de diagnóstico de demostrada
validez. Una herramienta que haya superado todas las pruebas de fiabilidad es
mucho más objetiva y completa que las impresiones personales del más agudo y
observador de los directores. Para identificar las distintas clases de enfoque
cognoscitivo a la resolución de problemas y la comunicación con los demás, se han
desarrollado docenas de herramientas de diagnóstico y análisis de la personalidad
humana. Todas esas herramientas tienen en común los siguientes puntos básicos:
l. Las preferencias no son inherentemente ni buenas ni malas. Dependiendo
de la situación serán favorables o negativas. Por ejemplo, los políticos y
directores de empresa que tienen preferencia por expresar sus ideas en
público tal vez generen expectativas que luego no pueden hacer realidad; sin
embargo, la actitud de una persona que necesita reflexionar calmosamente
antes de actuar puede ser negativa en una crisis.
2. Las preferencias distintivas de cada persona surgen a edad muy temprana y
las más firmemente sentidas suelen mantenerse relativamente estables a lo
largo de los años. Por ejemplo, a la persona que adora la certidumbre
posiblemente nunca le gustarán demasiado la ambigüedad o las paradojas.
3. La persona puede aprender a ampliar su gama de conductas y ser capaz de
actuar de otra forma distinta a la de sus estilos preferidos. Pero es muy difí-
cil lograrlo -igual que a los diestros les cuesta escribir con la izquierda-.
Conocer las preferencias de los demás sirve para ayudar a las personas a
comunicarse y colaborar entre sí.
5. CONOCERSE A SÍ MISMO
Hay que empezar por uno mismo. Cuando identificamos nuestro estilo propio,
podemos comprender mejor la forma en que nuestras preferencias modelan de
modo inconsciente nuestro estilo de liderazgo y nuestra forma de comunicarnos con
los demás. Quizá nos sorprendamos al descubrir que nuestro estilo puede estar
ahogando esa misma creatividad que buscamos en nuestros empleados. Analicemos
la experiencia de dos directores de dos empresas caracterizadas por su gran
creatividad. Ambos tenían dificultades con los empleados bajo su directa
responsabilidad, pero por motivos muy distintos.
Siempre había considerado a las personas del tipo creativo, lóbulo derecho, visionario, como
unos soñadores ilusos. Ahora he comprendido que, cuando un soñador exponía su visión, mi
ruda reacción solía consistir en decirle: «Bueno, si quieres hacer eso, primero tienes que
conseguir A, luego B, luego tienes que resolver C y, como no tienes personal que te ayude ni
conexión vía satélite, tendrás que hacer también D y E». He aprendido que decirle eso a una
persona de tipo creativo es como vomitar sobre su ilusión. Cuando se dicen esas cosas
demasiado pronto, el soñador lo interioriza como un ataque. He aprendido a no poner sobre la
mesa desde el principio todo lo que es necesario hacer. No puedo señalarle todo, de buenas a
primeras -parece que le estoy diciendo que no-. Ahora he aprendido a ir goteando la
información gradualmente; así, el soñador comprende que he buscado un punto intermedio de
encuentro.
Tanto Shaw como Hirshberg se dieron cuenta de que sus preferencias cognoscitivas
estaban inconscientemente modelando su estilo de liderazgo y su forma de
comunicación con los demás.
No debemos tratar a los empleados del mismo modo a como nos gustaría ser
tratados. La forma de comunicación debe ser la adecuada para el receptor, no para
el emisor. En un entorno cognoscitivamente variado, puede que un mensaje no sea
recibido por todos. Algunas personas reaccionan bien ante los hechos, las cifras y
las estadísticas. Otros prefieren las anécdotas. Y hay otros que asimilan más
Supongamos que deseamos persuadir a una empresa para que adopte en sus
oficinas una distribución abierta en planta. Los argumentos para convencer a las
mentes analíticas deberán basarse en estadísticas obtenidas mediante estudios bien
documentados efectuados por expertos objetivos, donde se demuestre que la
estructura abierta mejora la eficacia de la comunicación. Los argumentos dirigidos
hacia el tipo de persona orientado a la acción deberán dar respuesta a preguntas
muy específicas sobre su puesta en práctica: ¿cuánto tiempo se tardará en
transformar la oficina?, ¿qué tipo de mobiliario se necesitará exactamente?, ¿cuáles
son las implicaciones respecto a la acústica? Los argumentos convincentes para las
personas de tipo socializante se centrarán en otros aspectos: ¿cómo afecta la oficina
abierta a las relaciones entre las personas?, ¿cómo afecta esa distribución a la
moral de los empleados?, ¿las personas se sienten a gusto en esa clase de oficina?
Los argumentos preparados para las personas con perspectiva orientada al futuro
contendrán gráficos y esbozos artísticos sobre el entorno propuesto. En pocas
palabras: con independencia de la forma en que nosotros personalmente
hubiésemos preferido transmitir el mensaje, resultaremos más convincentes y nos
comprenderán mejor si formulamos el mensaje de modo adecuado al especial estilo
de razonamiento del receptor.
Analicemos el error, tan común, cometido por John, una estrella naciente de una
gran empresa, muy diversificada, fabricante de instrumentos: desperdició una gran
oportunidad de mejorar su carrera por no saber comprender que necesitaba
organizar un equipo donde hubiese cerebros de todos los tipos. Nombrado director
de un grupo de desarrollo de nuevos productos, John recibió el encargo de
presentar ideas radicalmente innovadoras de productos y servicios, para su
Se le dio carta blanca para contratar al personal que desease y John embarcó a tres
de los más brillantes MBA que pudo encontrar. Éstos se pusieron inmediatamente a
trabajar realizando análisis del sector y seleccionando entre las posibilidades de
producto existentes, aplicando para ello sus recientemente adquiridos
conocimientos de análisis financiero. Para completar el equipo, John repasó el
montón de currículos que le había proporcionado el departamento de recursos
humanos. Todos los solicitantes poseían importantes conocimientos y técnicas
cuantitativas especializadas, y un par de ellos eran ingenieros.
Por contra, Bob, un próspero empresario que se embarcaba en una nueva aventura,
se resistió a la tentación de contratar sólo a personas de su misma mentalidad. Sus
anteriores negocios le habían enseñado que su estilo altamente analítico le
distanciaba de sus empleados más creativos. A pesar de su alto grado de
autoconsciencia, Bob estuvo a punto de despedir a un experimentado y eficaz
director: Wally, su director de recursos humanos. Tal como cuenta Bob, tras varios
meses de participar en el consejo de dirección, parecía que Wally estaba «muy bajo
de forma». ¿Por qué? Porque prestaba poca atención en las reuniones sobre
presupuesto y planteaba sólo lo que Bob consideraba aspectos triviales -asistencia
sanitaria, horario flexible y ventajas sociales-. Sin embargo, antes de tomar ningu-
na medida Bob decidió analizar a su equipo desde la perspectiva de los diversos
estilos de razonamiento. Pronto se dio cuenta de que Wally era la clase de persona
que necesitaba para ayudar a crecer a su pequeña empresa. Wally aportaba un
elemento clave, del que de otro modo carecería su equipo directivo: una sensibilidad
hacia las necesidades humanas que ayudaba a la empresa a prever los problemas
con los empleados y a anticiparse a resolverlos. Por eso, Bob aprendió a buscar un
punto intermedio de encuentro con Wally. Describiéndonos su éxito al aprender a
trabajar con Wally, decía: «Ustedes se hubiesen sentido orgullosos de mí. Al
empezar nuestras reuniones dedicaba cinco minutos a charlar sobre hijos, perros y
coches». El interés que Wally demostraba por los trabajadores de la empresa no
eliminaba por completo los roces con los sindicatos, pero servía para disminuir el
antagonismo hacia la dirección y facilitaba la resolución de los conflictos.
Pero, si se permite que esas conductas se impongan en el grupo, el costo puede ser
muy alto. Bob Meyers, vicepresidente ejecutivo de medios interactivos de NBC,
emplea una analogía deportiva para aclarar este punto: «En un equipo de rugby, por
ejemplo, hay que emplear a toda clase de personas. Hasta al jugador pequeño y
delgado, que es el único que sabe chutar el balón. Ni siquiera parece que pertenezca
al equipo. Este jugador no está a la altura de los otros jugadores "tipo armario" que
juegan en otras posiciones. Pero mientras realice su labor, no necesita ser grande ni
fuerte. Debe hacer sólo aquello que mejor sabe hacer. La cuestión está en que el
equipo necesita reconocer lo que el pequeño y delgado jugador sabe hacer -en caso
contrario, ya no podrán contar con su talento-».
Saber que la otra persona ve los problemas de un modo diferente no significa que
debamos estar de acuerdo con ella. Pero uno de los efectos más importantes de
comprender los estilos de razonamiento es reconocer que ningún estilo es
inherentemente mejor que otro. Cada estilo aporta su valiosa propia perspectiva al
proceso de innovación y cada estilo lleva consigo también sus propios incon-
venientes. Los estereotipos del lógico insensible, el científico despistado y creativo, o
el liberal apasionado, tienen cierta base real. Si la persona interioriza el valor
inherente de las perspectivas distintas a la suya, aunque sólo sea parcialmente,
tomará los desacuerdos de un modo menos personal y será más capaz de
argumentar y llegar a un compromiso o al consenso, con menos animosidad. Estará
dispuesto a aceptar que una visión del mundo distinta a la suya en realidad puede
ayudarle a mejorar su propia visión. Estará mejor preparado para escuchar los
«¡aah!» que se producen en la intersección de los distintos planos de pensamiento.
9. ADVERTENCIAS
El análisis de personalidad aquí expuesto no es más que una herramienta útil, y
tiene sus limitaciones. Los instrumentos de diagnóstico sólo evalúan un aspecto de
la personalidad: las preferencias en los estilos de razonamiento y comunicación. No
evalúan la capacidad o la inteligencia, y no pueden predecir el rendimiento de la
persona. El MBTI y el HBDI no evalúan otras cualidades que son también
fundamentales para que la innovación sea un éxito, como el valor, la curiosidad, la
sinceridad, la empatía o la iniciativa.
Todos estos instrumentos de diagnóstico deberían llevar adosado un cartel con una
advertencia fundamental: a utilizar sólo por personal preparado. Por una parte, es
posible que los resultados sean interpretados incorrectamente (por ejemplo, se
intenta realizar una descripción neutral de las preferencias, pero es posible que
luego sea etiquetada como conducta «correcta» o «errónea»); por otra, también