Está en la página 1de 108

Gloria Mundi_12_10_15.

indd 1 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 2 12/10/15 13:08
Gloria mundi
El nuevo liber pontificalis

Gloria Mundi_12_10_15.indd 3 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 4 12/10/15 13:08
Noel René Cisneros
gloria mundi
el nuevo liber pontificalis

Fondo Editorial Tierra Adentro 544

Gloria Mundi_12_10_15.indd 5 12/10/15 13:08


Este libro obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2015,
convocado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
a través del Programa Cultural Tierra Adentro y la Secretaría
de Cultura de Coahuila. El jurado estuvo integrado
por Liliana Pedroza y Ramón Córdoba.

Programa Cultural Tierra Adentro


Fondo Editorial

Primera edición, 2015


© Noel René Cisneros
© David Arafat por ilustración de portada

D. R. © 2015, de la presente edición:

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes


Dirección General de Publicaciones
Av. Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc,
CP 06500, México D. F.

Instituto Coahuilense de Cultura


Hidalgo y Juárez s/n, zona Centro
C.P. 25000, Saltillo, Coahuila

ISBN 978-607-745-242-3

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total


de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa
autorización por escrito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/
Dirección General de Publicaciones

Impreso y hecho en México

Gloria Mundi_12_10_15.indd 6 12/10/15 13:08


Índice

Vita contemplativa
13  Rodrigo, padre
15  Carta de un cardenal
17  Giuliano, cardenal nepote
18  La bondad en el mundo
20  Monseñor Cocuzzo
23  Confesión
26  Vanozza, amante de cardenal
28  Il gran rifiuto

Cum clave
33  Amas me?
35  Aclamación
36  El vaticinio de Toledo
39  Cayo Julio César, Pontificex maximus
40  Celestino V, prisionero
43  César Baronio, cardenal historiador
45  Formoso II
47  Giulliano della Rovere, Papa electo

Urbe et orbi
51  Roma ha caído
54  Sola civitas
56  La lana del palio
58  Si oblitus fuero tui...
60  León X, primer Elefante de los Hombres
62  Duos habet
64  Carta del obispo de Petara al emperador Justiniano

Gloria Mundi_12_10_15.indd 7 12/10/15 13:08


Gloria mundi
69  Lino, seguidor de Pedro
71  Transubstanciación
73  Veo a Su Santidad
76  Pescador de hombres
77  Negavit ille
78  El sueño de Su Santidad
81  Ego te absolvo
83  Taumaturgo
86  El ultraje de Agnani

Mortuus est
91  Julio II, pontífice esforzado
93  Il Papa buono
94  Hanno, elefante pontificio
95  Marozia, esposa y madre de pontífices
97  Monseñor Cluny, doliente
100  Ancient Régime
101  Decrepitud
102  Sínodo cadavérico
104  Tu est Petrus

Gloria Mundi_12_10_15.indd 8 12/10/15 13:08


A Enrique Servín
A mis sobrinos
Maximiliano y Emilio

Gloria Mundi_12_10_15.indd 9 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 10 12/10/15 13:08
VITA CONTEMPLATIVA

Gloria Mundi_12_10_15.indd 11 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 12 12/10/15 13:08
Rodrigo, padre

El cardenal Rodrigo Borja deja, apenas cruza el umbral


de la residencia de Vanozza, las preocupaciones que en-
frenta en la curia; sobrevivir en el toma y daca que significa
ser un príncipe de la Iglesia —se entiende: conocer de ve-
nenos y contravenenos, desarmar intrigas; enredar intrigas,
mantenerse con vida luego de ser capelado.
Vanozza es bella, pero esa cualidad no es ya la que man-
tiene al cardenal visitándola —él está en una edad en la
que la belleza ya no lo obnubila; la disfruta, pero no lo arras-
tra como en su mocedad, en el tiempo en que su tío se
convirtió en Calixto III y él adquirió el púrpura—. Ama a
Vanozza porque ella supo templar el fuego del hombre, se
convirtió en una confidente, una escucha que tuvo a bien
nunca descubrir fuera de la alcoba ninguna palabra. La
ama porque lo ha hecho padre (o él decidió que ella fuese
madre de su hijo); ni siquiera Rodrigo mismo sabe qué mo-
tiva su corazón.
Vanozza se conforma con una aya, una cocinera y una
sirvienta; aunque puede contar con el servicio de una du-
quesa. Las paredes escuchan y, ella es consciente, para Ro-
drigo es mejor entre menos paredes se tengan. Apenas él
cruza la puerta la sirvienta corre con una copa y una botella
de vino, se las entrega a su ama; Vanozza la sirve mientras
él se sienta en medio del patio en una silla de rico labrado
con tapices damasquinos, bajo un ciprés —tanta es la con-
fianza que Rodrigo deposita en Vanozza que bebe de la
copa, sabe que no contiene cantarel o pócima alguna—. Él
se sienta y bebe, mientras ella pone un cojín bajo sus pies.

13

Gloria Mundi_12_10_15.indd 13 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

La aya, avisada por la sirvienta que es ruidosa dentro de


la casa, a pesar de su oficio, toma al niño de su cuna y lo
lleva ante el padre, arrullándolo. El niño, adormilado, se
mece en los brazos de la mujer que lo cuida, y de golpe
despierta emocionado al ver a Rodrigo.
Si los mimos que Vanozza le prodigó no fueron suficien-
tes para disipar los nubarrones de la curia, con sólo ver la
carita del bebé su rostro se ilumina y el cardenal sonríe. Se
levanta del lugar donde se había acomodado, bajo el ciprés,
para acortar el camino entre su vástago y él, lo toma en sus
brazos y el niño también sonríe con su padre.
—Mi Juan, mi pequeño Juan.
La criatura, un niño de apenas año, se ríe cuando su
padre lo atrae contra su pecho y luego lo lanza al cielo para
volverlo a tomar en brazos. Se sienta y juega con los pieci-
tos envueltos en calcetitas de seda.
Rodrigo quiere tanto al niño que no se cuida de llamar-
lo hijo, tanto dentro de esa casa como fuera, no le da el
eufemístico mote de sobrino. Cómo esconder tamaña ale-
gría, se pregunta. El niño es como él, una réplica suya,
como lo serán los otros hijos que Vanozza habrá de darle,
pronto dará a luz.
Él piensa que es tan simple la vida cuando está ahí, en
esa casa, en esa isla que ha creado, donde Vanozza lo espe-
ra y puede tener a su hijo en sus brazos. El niño golpea con
su manita el rostro de Rodrigo y ríe al ver a su padre hacer
caras de protesta y reír al mismo tiempo. Todo sería más
sencillo, se dice, pero luego observa el palacio donde tiene
viviendo a Vanozza, la bandeja llena de viandas (higos,
queso, vino) y sabe que esa seguridad, la placidez en que
viven su mujer y su hijo, él sólo podría proporcionárselas
siendo lo que es, un príncipe de la Iglesia, el vicecanciller
de Su Santidad.

14

Gloria Mundi_12_10_15.indd 14 12/10/15 13:08


Carta de un cardenal

A mi sobrino...
Te escribo desde la Ciudad Eterna. Cargo conmigo las
memorias y el libro de oraciones que escribió Su Santidad,
como su dócil seguidor. Él desfallece, todos hemos pere-
grinado a Roma, esperamos el momento en que sea llama-
do al lado del Creador. Te puedo asegurar que es poco el
tiempo para leer.
Consumo las horas en ir de salón en salón. La sonrisa y
los parabienes son mi rostro y mi palabra. Reúno a los ami-
gos, doy dádivas a los necesitados y a los inseguros. En estos
momentos lo mejor es que todos te aprecien o, al menos, te
teman.
Las calles de Roma son peligrosas.
Los asaltantes pueden dejar a algún secretario de carde-
nal o a un ayudante de cámara malherido. Incluso el manto
púrpura no es garantía de seguridad. Por ello he contratado
a mis salvaguardias, con un buen arsenal a su disposición,
se sobreentiende. En mí el escarlata sólo debe ser el del
hábito, no el de mi sangre.
Sábete que muchos son los jerarcas amedrentados antes
del cónclave. Mis diligencias me han permitido estar segu-
ro en Roma; no así a algunos viejos conocidos. El temor es
un gran aliado, con la condición de que los otros sean quie-
nes lo padezcan.
Quisiera extenderme más, contarte cómo he ido conven-
ciendo, incluso a algunos que en otros momentos no fueron
precisamente nuestros amigos. He concedido mucho, no
creo que llegues a tener una idea de cuánto he sacrificado

15

Gloria Mundi_12_10_15.indd 15 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

por nuestro futuro. Todo lo he de callar, no es tiempo de


comentar esas minucias; sólo diré que no hay cosa que ablan-
de más a un hombre que los halagos, tanto o más que las
amenazas.
En unas semanas, cuando el humo se eleve y se pro-
nuncie el Habemus Papam, habré de recordar, en mis me-
morias, como lo hizo Su Santidad en las suyas, estos días
como algo pacífico y sin imprevistos. Parafrasearé las pala-
bras del Santo Padre:
Bajo una morera, que era en lo que ocupaba mi tiempo enton-
ces, huertas y hortalizas, ahí fue donde me comunicaron que el
Señor había elegido a este humilde pecador para llevar sobre sus
hombros la responsabilidad de guardar su Iglesia.
Así fue para Su Santidad; las intrigas, los sobornos, fue-
ron actos que realizó el cardenal que controlaba el mercado
de la seda italiana. Actos incapaces de arrojar ninguna mácula
al manto albo del Santo Padre.
Cuando recibas estas líneas quizá el humo ya se haya
elevado y todo esté decidido, quizá no use más nuestro pa-
tronímico.

Post Scriptum: Haz arder esta misiva, haya o no tomado un


nuevo nombre.

16

Gloria Mundi_12_10_15.indd 16 12/10/15 13:08


Giuliano, cardenal nepote

Ese arribista todo lo quiere controlar, todo quiere man-


tenerlo en torno suyo, girando a su alrededor. Le advertí a
mi tío Francesco que le quitara su puesto como vicecanci-
ller de la Iglesia. Pero no, ah no, claro que no, el cerdo es-
pañol tuvo la argucia de convencer al bueno de Su Santi-
dad, de mantenerlo donde ha estado desde que el inepto
de Calixto, de mala memoria, lo puso ahí doce años ha.
Miserable Borgia, si al menos pelease sólo por los pues-
tos; pero eso no es suficiente para satisfacer la avaricia de
ese hombre, de ese perro. Dentro de la curia no podía com-
petir conmigo, que soy el sobrino de Su Santidad. Tenía
que humillarme, tenía que demostrar que era mejor que yo.
Ese cerdo español me quitó a una de mis amantes.
De Vanozza de Cattanai ni siquiera se puede decir que
sea un echado de belleza: es hermosa a secas. No fue la
mejor de mis mujeres. Pero eso no incomodó al catalán, lo
único que ansiaba era herir mi orgullo.
A Vanozza yo la hice quien es; esa cortesana no existiría
de no ser por mí. Seguiría de dueña de sus hostelerías aquí
en Roma, regentando esos antros que heredó del hidalgo
venido a menos de su padre. Por Dios, a sus casi treinta
años, cuando la conocí, ni siquiera había conseguido mari-
do. No era nadie.

17

Gloria Mundi_12_10_15.indd 17 12/10/15 13:08


La bondad en el mundo

Los rostros de los hombres me cansan, me agobian. Al


anochecer, cuando cruzo las puertas de mi recámara no de-
seo ver ninguna cara. Quizá los humildes puedan gozar la
satisfacción de conocer el verdadero rostro de sus congéne-
res; a veces he hecho esa lectura de las palabras de Cristo:
“De los pobres será el reino...”. Para un príncipe de la Igle-
sia es extenuante descubrir en el arqueamiento de una
ceja, en el fruncimiento de los labios, en una mano que
revolotea en demasía, las intenciones de quienes tienen
sólo palabras lisonjeras, lastimeras. Mi carrera se ha forjado
precisamente descubriendo en el interior de los hombres,
sus aspiraciones, sus ambiciones y temores; los secretos
ajenos me han encumbrado. Pero, al volver a mi alcoba sólo
espero, luego de horas de adivinar en las facciones lo que
todos ocultan de todos: descanso.
Bendito Dios que puedo descansar. No bien traspongo
la puerta y ahí está ella, ladrando de felicidad, corre hacia
mí y me echa sus pesadas patas de sabueso. Nadie en el
mundo hay que se atreva a tanta cercanía; a ella no le im-
porta que pueda manchar mis ropajes o que su peso me
incomode. Ella me quiere oler, quiere constatar olisquean-
do que he vuelto, que estoy ahí, su amo. Su cola es una
evidencia semoviente de su felicidad.
Me ve como todo perro ve a su amo, qué le importan a
ella las conspiraciones que he perseguido, las audiencias
que busqué y aquéllas que negué, el pontificio rostro ira-
cundo. Para ella en el mundo no hay nada más que yo, ca-
mina a mi lado, me ve, se echa a mis pies cuando me siento

18

Gloria Mundi_12_10_15.indd 18 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

a beber la copa última del día, la que me dará el sueño que


necesito.
Ella es transparente, en ella no hay ningún doblez, nin-
guna intención oculta. Si gruñe está enojada, si feliz su cola
se mueve, si tiene miedo sus pelos se erizan, si amenazada
ladra. Ojalá los hombres fuésemos así. Pero, si así fuese, yo
no tendría trabajo, no hubiese levantado carrera en el cuer-
po de la Iglesia.
Ella lame mi mano, me ve y apoya su cabeza en mi ro-
dilla. La recuerdo cachorra cuando se ovillaba en mi regazo
mientras yo escribía antes de dormirme. Hay bondad en el
mundo, ella es buena. Puedo dormir tranquilo.

19

Gloria Mundi_12_10_15.indd 19 12/10/15 13:08


Monseñor Cocuzzo

Monseñor Cocuzzo podía ufanarse de ser como esas aves


que pasan por el pantano sin que sus plumas se ensucien.
Para él el Vaticano seguía siendo la zona pantanosa de
tiempos del imperio, era algo que les decía en su cara a sus
iguales capelados. No se privaba de asistir a cuanta cena o
fiesta era invitado en Roma, pero ahí apenas probaba los
manjares que le ofrecían, y sólo por consideración con sus
anfitriones.
No hay mayor exquisitez que el pan de sal y el agua, dijo a la
mesa de uno de sus colegas, mientras ponían frente a él un
plato de codornices en salsa de rosas. No era, a pesar de
muchos, un paladar burdo; tenía buen gusto y conocía
de vinos y platillos. Despreciaba los excesos. Gustaba de
quedarse hasta muy entrada la noche, así demostraba que
no era un esclavo de la rigurosidad.
Y sabía cómo halagar a sus huéspedes, como todos los
príncipes de la iglesia, de vez en vez, unas tres por año, ofre-
cía una fiesta en su palacio. El cardenal Cocuzzo conocía los
gustos de sus congéneres y de Su Santidad, a cada cual prepa-
raba un banquete específico, además de las viandas que todos
compartían. Hacía traer vino del Languedoc y, si era posible,
alguna extravagancia que hubiese en los puertos: avestruz o
carne de rinoceronte, que se sumaban al tradicional ciervo.
Eran caras sus fiestas, más como él era austero, el dinero en
esos trances no le preocupaba. Música agradable y recintos
privados para descansar o algo más, si así les apeteciese.
Un verano, los cardenales que permanecieron en la ciu-
dad decidieron invitar a monseñor Cocuzzo a una fiesta; le

20

Gloria Mundi_12_10_15.indd 20 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

llamaron entre ellos: la cena de la tentación. El cardenal


anfitrión le dio el primer puesto en la mesa y le ofreció
manjares, a sabiendas de que sólo los probaría y, como
siempre, rechazó el vino. Frente a él danzaron un grupo de
jóvenes, muchachos y muchachas; los cardenales descono-
cían las preferencias de su invitado. Él se contentó con
bostezar frente a los jóvenes que iban deshaciéndose de
sus ropas. No se retiró al terminar la danza, no quiso que
pensaran que el baile lo hubiese turbado, se despidió cuan-
do vio que sus colegas se aburrían y no tenían otra forma de
tentarlo.
Por dos motivos era reconocido monseñor Cocuzzo: su
sobriedad y su habilidad como administrador; no por nada
el Santo Padre le había confiado su tesoro, del cual cuidaba
con celo del mismo Papa. Fue estricto y mientras estuvie-
ron a su cargo los ducados y marcos del vaticano no se des-
perdiciaron, muy a pesar, a veces, de los sobrinos y del pro-
pio pontífice. Pero no está bien que el siervo contravenga
al señor: Cocuzzo perdió su puesto en la Tesorería y se vol-
vieron a abrir las arcas vaticanas.
Monseñor Cocuzzo calló mientras los sobrinos de su
santidad despilfarraron moneda tras moneda. Dicen algu-
nos que el cardenal venido a menos azuzó a los deudores
de los sobrinos para que les cobraran interés sobre interés,
que el derroche fuera grande y vistoso. Las arcas, que a tan
buen resguardo mantuvo, se vaciaron.
Lo que hoy vive mañana muere; lo muerto hoy, tuvo vida
ayer, comentó en una ocasión el cardenal sin ocupación en
Roma. Lo dijo sobre los despilfarros de los sobrinos y la
ceguera papal que los dejaba actuar. Pero sus palabras re-
sultaron proféticas y Su Santidad a la vuelta de una semana
enfermó a causa de las pestilencias de la ciudad y murió.
Como en todo cónclave muchos fueron los candidatos,
muchos pagaron a sus colegas por obtener su voto, otros re-
clamaron la importancia de su papel en las negociaciones

21

Gloria Mundi_12_10_15.indd 21 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

del mundo, algunos insensatos hubo que promulgaron por


hombres santos. Monseñor Cocuzzo habló con unos y
discutió con otros, nunca a favor de ninguno, siempre se-
ñalando las faltas de los candidatos. En que el colegio se
convencieron de que nadie era digno de ocupar el Solio,
entonces, Cocuzzo resultó el candidato adecuado.
Se pronunció el Habemus Papam en la persona del Car-
denal Cocuzzo, tomó nombre y todo el ceremonial que
conlleva. El recién nombrado Padre de la Cristiandad dejó
que todos los ritos se llevaran a cabo, no tomó prisa, ni mos-
tró prontitud en elevar familiares, ni rigor en la persecución
de los enemigos, ni siquiera les quitó, al menos en los pri-
meros meses de su pontificado, los títulos y prebendas que
recibieron los sobrinos del anterior Papa. Se coronó con la
triple tiara, recibió las credenciales de los embajadores,
envió a los nuncios, actuó, en fin, en función del protocolo.
Esperó meses antes de iniciar cambios, primero nombró
un nuevo tesorero, alguien de su confianza que trabajó para
él cuando ocupó ese puesto, a su nuevo tesorero junto con el
trabajo le dio el capelo. La curia, de a poco, se fue renovan-
do. El sello de su santidad iba marcándose: austeridad.
No abogó como siempre han abogado algunos desposeí-
dos rencorosos en el seno de la Iglesia, por la vuelta a la
pobreza cristiana. El oro y la púrpura se mantuvieron en
sus ropas y aposentos. Pero a sus cardenales les fue cortan-
do la fuente que constante les brindaba dinero.
Y la falta de dinero siempre hace enojar a los prelados.

Su Santidad cayó enfermo, los miasmas romanos. El Santo


Padre murió sin concretar sus reformas.

22

Gloria Mundi_12_10_15.indd 22 12/10/15 13:08


Confesión

A quién confesar mis pecados, mis tentaciones. Hacer del


papel mi confesor, que el Señor interceda a través de la
pluma y del fuego que consumirá mis palabras. Siendo car-
denal, conociendo los secretos que conozco, a quién con-
fiar mis culpas, sino a Dios —aun pecando de soberbia—.
Se me puede ir la vida en estas palabras y corro el riesgo de
perecer aun con sólo escribirlas; las entregue o no al fuego,
como me propongo, una vez sean terminadas.
El Señor sea mi testigo, la penitencia su infinita Provi-
dencia la dictará.
Me llaman príncipe de la Iglesia y ante mí se doblegan lo
mismo los señores que los plebeyos. Nunca busqué esto, el
mundanal ruïdo no fue lo que me encamino hasta Roma.
Amor, por insospechado que esto en un clérigo pueda pa-
recer —cuando no es Cristo su destinatario o, mejor dicho,
cuando cometemos el sacrilegio de amar a Jesús Nuestro
Señor en la persona del ser amado—, fue lo que me condu-
jo hasta aquí, el amor fue el que me dio el capelo. Decir
esto puede significar traición, incluso, el fuego del Santo
Oficio. No importa.
La confesión por mis pecados carnales, el pecado nefan-
do, ha sido realizada. La penitencia que correspondía a ese
pecado la he cumplido. No diré a mi favor que mis compa-
ñeros de la curia pueden ser acusados aun de caídas peores.
El pecado es inherente a nuestra condición humana, la car-
ne que somos. Esas bagatelas no me interesan, que otros
gocen con perseguir el pecado del cuerpo encontrando
otro cuerpo. Mi falta ha sido, es, más sutil; menos palpable.

23

Gloria Mundi_12_10_15.indd 23 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

Al evocar aquellos días, cuando lo conocí —entonces


aún usaba su patronímico que era precedido por el monse-
ñor; tiempo faltaba para que se pronunciara el Habemus Pa-
pam—, evocó el torbellino que hizo que el mundo tuviera
un nuevo sentido. Yo tenía catorce años, acompañé a mis
padres a misa de Domingo de Gloria hasta catedral, donde
pocas veces había estado. Escuché la misa, me embriagó el
olor del incienso y la resonancia en aquellos altos muros
del latín de monseñor. Al terminar, cuando todos nos íba-
mos retirando nuestras miradas se cruzaron. Él tenía trein-
ta años. Fui alcanzado por uno de sus sirvientes cuando ya
estábamos fuera de catedral, le pidieron a mi padre, zapa-
tero de aldea, permiso para que fuese ante monseñor, hala-
gado, mi padre aceptó.
—Desearías entrar a mi servicio —me dijo apenas me
vio, se quitaba su sotana. Extendió su mano para que la
besara, me arrodillé temblando.
—Pero niño, si no te voy a comer —hizo que me levan-
tara del suelo y me abrazó—. No, no tengas miedo.
He sido su siervo desde entonces. El pecado de creer
que mi servicio hacia él y a Nuestro Señor eran un mismo
servicio tampoco me preocupa; no me angustió entonces y
ahora aún menos. Además, servirlo en estos momentos es,
en cualquier caso, servir al Vicario de Cristo. Mis pasos, a
partir de ese día, fueron siempre en pos de los suyos. Mi
confianza siempre estuvo en su voluntad, no temí, en aquel
lejano momento, la entrega y las exigencias de la carne.
Lo acompañé a Roma y estuve detrás de él cuando re-
cibió el capelo; fui su secretario en sus viajes como nuncio,
fuimos de Lisboa a Varsovia. Conocí los juegos detrás de
las cortinas y los embustes de los embajadores. También
fui testigo de sus nuevos deleites: del joven rubio que aho-
ra es obispo en Alemania, de aquel hijo de hostelero que
hizo bien en quedarse en el cuchitril donde lo conocimos,
del napolitano que estuvo con nosotros un verano.

24

Gloria Mundi_12_10_15.indd 24 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

Él, ese cardenal que iba perdiendo vigor en la cama,


mientras lo ganaba en las estratagemas de la diplomacia,
me mantenía a su lado. Era, de cualquier forma, su secreta-
rio, su mano derecha. Cuántas diligencias consumí en el
último cónclave.
Y nuestro tiempo llegó. Su voluntad, como lo fue para
mí por años, empezó a ser obedecida por todos. Muchos
favores se pagaron. Los enemigos, que nunca faltan, espe-
raban su momento.
Fui capelado, no el primero, pero mantuve mi puesto a
su lado, secretario particular de Su Santidad. Obedecí como
siempre lo he hecho, mis acciones serán juzgadas, aunque
él ya les haya dado la absolución. El mayor de mis pecados
ni siquiera fui capaz de confesárselo.
El demonio me puso en el camino de la tentación. Mi
señor, Su Santidad, me apartó de su lado y yo, humilde pe-
cador, debí aceptarlo, como acaté siempre su voluntad. Po-
día aceptar que me apartara de su alcoba, no de su cercanía.
Ahora todo está hecho, quien será el nuevo obispo de
Roma sabe mi pecado, pero si me castiga también tendrá
que castigarse a sí mismo. Los envenenadores acudieron a
mí para que los dejara pasar hasta la alacena de Su Santi-
dad, ahí pusieron cantarella sobre los embutidos y en el
vino, toda esa comida emponzoñada ya ha ardido. Su San-
tidad agoniza, delira y se retuerce de dolor. Me dicen que
me ha llamado, que suplica mi compañía, pero, pecador de
mí, no me atrevo a acudir a su lado.
El Señor me perdone, al pecado ya cometido sumaré el
de la muerte con mi propia mano, traidor de mí, merezco
el más profundo de los círculos infernales. Mientras arden
estas hojas beberé del vino que él bebió, el vino que ahora
lo llevan a la tumba.

25

Gloria Mundi_12_10_15.indd 25 12/10/15 13:08


Vanozza, amante de cardenal

Sí, es cierto, Giulliano, el cardenal nepote Della Rove-


re, fue quien me sacó de las hostelerías —como si ser
dueña de una de ellas tuviese algo de malo—, por él en-
tré en este mundo, en esta vorágine que es la curia. Me
tuvo estima y admiró mi belleza y mi plática le fue pla-
centera; pero yo, para él, sólo era una mujer más, alguien
a quien acumular como acumulaba canonjías y obispados
—y él me conoció antes que le dieran el capelo—: una
cortesana más.
Y Rodrigo se presentó conmigo con su sonrisa encanta-
dora, con su talente tan dócil, me hizo sentir —aún lo
hace— que soy la única en el mundo. Es ridículo que una
mujer a sus treinta se sienta como una púber de catorce,
pero Rodrigo consigue con su trato doblegarme, con sólo el
roce de sus dedos me sonrojo.
Rodrigo confía en mí, me habla de las intrigas, de las
decisiones que tiene que tomar. Sólo con ser su confidente
sería feliz, pero para él soy más que eso, me pide consejo,
me pregunta qué hacer, cómo enfrentar a alguno de sus
adversarios en la curia, cómo ganarse a otros; yo, simple
mujer, dándole mi guía a un príncipe de la Iglesia. Ni si-
quiera es necesario que diga que me ama, sé que lo hace.
Me han dicho que Giulliano me odia. Temo por mí y mi
futuro porque es sobrino de Sixto IV y yo una de sus aman-
tes que se dejó seducir por el galante cardenal español. Ro-
drigo me dijo que no tengo nada que temer, que él se asegu-
rará de mantenerme a salvo, que Giulliano, aunque poderoso,
no puede, no me hará nunca daño.

26

Gloria Mundi_12_10_15.indd 26 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

Sé que si Rodrigo no fuese miembro de la Iglesia se


casaría conmigo, él querría hacer una familia conmigo.
Será mejor que deje de escribir, llaman a la puerta y creo
que es él.

27

Gloria Mundi_12_10_15.indd 27 12/10/15 13:08


Il gran rifiuto

Poscia ch’io v’ebbi alcun riconosciuto,


vidi e conobbi l’ombra di colui
che fece per viltade il gran rifiuto.

Dante Alighieri, Canto III, Commedia

Pietro da Murrone estaba hincado rezando en un rincón


de su ermita. Uno de sus discípulos, Laurencio, tratando de
agarrar aire luego de haber subido a la carrera la montaña,
entró a la cueva e intentó hablar. Sus compañeros, que res-
guardaban al santo hombre fundador de la Orden de los
Hermanos del Espíritu Santo, le ofrecieron un poco de
agua mientras él intentaba darles la buena nueva, pero no
alcanzaba resuello.
¿Qué pasa hombre?, ¿qué tienes?, ¿por qué esa agita-
ción? Lo interrogaron, mientras le servían un vaso tras otro
de agua. Pero cálmate, toma aire. Al fin Laurencio, con la
mano apoyada en las paredes de la cripta, se logró apaci-
guar, se echó el cuarto vaso de agua en la cara y les dijo:
Tenemos Papa, tenemos Papa, lo decía gritando, llorando casi,
de alegría. Sus compañeros sabían que el cónclave lleva-
ba demasiado tiempo —su propio maestros les envió una
carta a los cardenales— pero no entendían el porqué de la
felicidad, el entusiasmo de su hermano.
Tenemos Papa, tenemos Papa, seguía diciendo radiante,
estirando la mano hacia la celda de su maestro. Los herma-
nos entendieron que el electo era Pietro y palidecieron,

28

Gloria Mundi_12_10_15.indd 28 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

quedaron unos segundos mudos mientras Laurencio afir-


maba con una sonrisa en el rostro. Uno de ellos se llevó la
mano a la boca y se echó a reír: carcajadas que colmaron
la cueva; el otro empezó a brincar, cerrados los puños.
El que brincaba se detuvo, tomó del brazo al recién lle-
gado y lo llevó a la celda de Pietro da Murrone. Maestro,
disculpe la intromisión, dijo al tocar a la puerta, el hermano
Laurencio tiene una noticia. Incomodado, el santo varón afir-
mó y luego se levantó de su reclinatorio, su manto estaba
marcado en las rodillas por el tiempo que pasaba de hino-
jos. Dime, hijo, ¿qué noticia nos traes? El hermano Laurencio,
al darse cuenta de que estaba frente al hombre recién elec-
to Pontífice se sobrecogió; cómo podía dirigirle ahora la pa-
labra. Hijo... el santo varón lo miró con sus ojos cristalinos y
viejos, esa mirada que años antes lo había convencido de
unirse a los Hermanos del Espíritu Santo. Padre, dudó un
momento, pero debía dar la noticia; padre ya tenemos Papa.
Pietro se santiguó y miró al techo. Alabado sea.
El hermano que había llevado a Laurencio, dándose
cuenta que éste no podía decirle la noticia completa, inter-
vino, puesto que su maestro estaba por volver a sus oracio-
nes y se preparaba para arrodillarse: Padre, no es todo lo que
Laurencio tiene que decirle. Miró a su hermano para que ter-
minara de dar la noticia. Este... este... el cónclave ya eligió... lo
eligieron a usted.
Pietro da Murrone se desvaneció; los hermanos temie-
ron su muerte, puesto que tardó en volver en sí. Cuando
abrió los ojos tenía la mirada perdida, estaba casi inerte
sobre el catre; los tres hermanos le echaban aire: uno tenía
un vaso de agua en la mano listo para dárselo en cuanto su
maestro la pidiera. Pietro los veía a los tres, luego el cruci-
fijo al pie de su catre, luego sus manos arrugadas y cubier-
tas de pecas. Al fin vio directo a los ojos a Laurencio. Hijo,
estás seguro de lo que has dicho. Su cara era la del cordero
frente al lobo. Padre, los cardenales vienen para acá para

29

Gloria Mundi_12_10_15.indd 29 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

preguntarle si usted acepta el Solio. El color volviósele a des-


vanecer.

Nos tenemos que ir, tenemos que irnos, repetía cual niño, tra-
tando de levantarse, sin fuerza. Vamos a la cueva alta, la del
despeñadero, ahí no podrán los cardenales alcanzarnos. Las
manos le temblaban, los ojos se le humedecieron.
Pero, Padre, es el Espíritu Santo quien lo ha elegido, inter-
vino uno de los hermanos, el que se carcajeó de felicidad.
Pietro empezó a llorar. Laurencio le tomó la mano. Si Dios
Nuestro Señor lo eligió, él en su infinita sabiduría, sabe el por-
qué, trató de calmarlo. Pero... soy tan débil. Temblaba, las
lágrimas seguían el curso de las arrugas en su rostro.

30

Gloria Mundi_12_10_15.indd 30 12/10/15 13:08


Cum clave

Gloria Mundi_12_10_15.indd 31 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 32 12/10/15 13:08
Amas me?

Dicit ei tertio: ‘Simon Ioannis, amas me?’.


Contristatus est Petrus quia dixit ei tertio: ‘Amas me?’,
et dicit ei:
‘Domine, tu omnia scis, tu cognoscis quia amo te’.
Dicit ei: ‘Pasce oves meas’.

Evangelium Secundum Ioannem, XXI, XVII

Siente las garras del hambre en la boca del estómago; el


paseo por el mercado no mejoró su condición, no pudo ro-
barse ni siquiera un mendrugo; la mañana con la mano es-
tirada tampoco produjo mejores resultados. Y no sólo es el
hambre, es el frío que siente en los huesos, no lo abandona
aunque permanezca por horas al sol.
Era tan diferente aquella ribera donde creció, donde vi-
vió —sol, tierra, espacios abiertos, el Mar de Galilea—, al
enclaustramiento de la ciudad, el deambular entre las ínsu-
las, ser vilipendiado en las plazas, esas callejas en la sombra
perpetua; la frialdad de la piedra que no ha sido bañada por
la luz.
Simón Pedro ve sus pies sin calzado, los harapos que
carga. Era feliz, mi vestido no era mejor que éste, pero era
feliz, piensa, allá podía comer con la fuerza de mis manos.
Recuerda la compañía de su familia, de su mujer, del mun-
do que tuvo antes de conocer a Jesús. Obvia el proferir de
maldiciones por la red vacía de peces, las semanas que pasó
sin nada que pescar, la alharaca de su mujer; toda esa miseria

33

Gloria Mundi_12_10_15.indd 33 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

que era su vida y por la que siguió con tanto entusiasmo a


aquel carpintero.
Señor, ¿por qué me elegiste?, ¿por qué tuve que verte
cuando triunfaste sobre la muerte? Siendo tan débil, ¿por
qué yo? Se preguntaba el pescador devenido en predicador.

34

Gloria Mundi_12_10_15.indd 34 12/10/15 13:08


Aclamación

A Perugia llegó la carta de Pietro da Murrone, enviada


desde una cueva en los acantilados napolitanos. El santo
hombre, el ermitaño de las montañas, conminaba al Cole-
gio Cardenalicio a tomar una decisión —la sede vacante
llevaba ya demasiado tiempo—, debían reconocer la volun-
tad del Espíritu Santo en sus corazones para que guiara sus
votos. Los once cardenales, se sonrieron ante las inocentes
palabras de aquel viejo que poco entendía de política, que
poco entendía del porqué y el para qué se había de elegir
al Vicario de Cristo.
Uno de los cardenales, cansado con las palabras recrimi-
natorias del santo varón, dijo, en tono de burla: Elijámoslo
a él, que él apaciente el rebaño. Benedicto Gaetani, que cono-
cía los asuntos de este mundo tan bien o más que sus con-
géneres purpurados, pensó rápido y recordó que por acla-
mación el Espíritu Santo también hace elegir al sucesor de
Pedro. Pietro da Murrone, Pietro da Murrone, comenzó a gri-
tar y se arrodilló. Sus compañeros, también inspirados lo
corearon y se arrodillaron, Dios les había dado la oportuni-
dad de salir de aquel punto muerto que se prolongaba ya
por más de dos años.

35

Gloria Mundi_12_10_15.indd 35 12/10/15 13:08


El vaticinio de Toledo

Hacer una narración grandilocuente de este hombre,


de su labor ocupando el lugar de San Pedro, no es posible,
mi flaqueza no me lo permite; tampoco lo menguado de los
días de Castagna como heredero de las Llaves del Reino.
Me conformaré con contar una anécdota, minúscula, que
de tanto que creen algunos que nunca acaeció.
Juan Bautista Castagna, antes, mucho antes de ser elec-
to Papa vino a las Españas. Primero como ayudante del
nuncio en Madrid y, después, él mismo con esa encomienda.
Conoció gentes y ciudades, aunque no se apartó mucho de
las riberas del Guadarrama, salvo para ir a las del Tajo. Fue
a Toledo, que es lo que importa, se ignora si era ya nuncio
o sólo el ayudante, y un día deambulaba por sus callejas;
qué otra cosa se puede hacer en Toledo.
La ciudad del Tajo, como Roma, como cualquier urbe
que se precie de tal nombre, es rica en mendicantes. Ellos
buscan en cualquiera el sustento, los prelados tienen ha-
cienda y alguno habrá, piensan los mendigos, que sea buen
cristiano y les dé un maravedí o dos para la cebolla de esta
tarde o el pan de mañana. Castagna de esto no se sorpren-
día, daba las pocas monedas que cargaba consigo —tampo-
co eran muchas; pensaba que era buena la caridad, pero,
también, que no era bueno el despilfarro—. Esa tarde al
caminar su bolsillo se vació, ofreciendo un poco al tuerto
aquel, al lisiado este, a la muda aquella. Una mujer, ni vie-
ja ni joven, ni fea ni hermosa, se acercó a él con la mano
extendida en el gesto universal del pedigüeño. Él mostró
la talega vacía y no dijo más. Ella señaló el manto, de rica

36

Gloria Mundi_12_10_15.indd 36 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

tela, que cubría los hombros de Castagna, quien, ante tal


insolencia dejó de prestarle atención y siguió su camino.
Tiempo habrá en que la fortuna te sonría, cuando alcances lo
que todos tus iguales aspiran, el día en que te vayan a ceñir tres
coronas, ese día, será el último, le advirtió la mujer en la mis-
ma lengua de Castagna. Aquellas palabras, tan inespera-
das en Toledo como en Roma, lo dejaron atonito en mitad
de la calle, entre la gente que en una ciudad siempre va y
viene.
Giambattista Castagna olvidó esa misma tarde aquellas
palabras. Bien pudo haber pasado toda su vida sin que vi-
niesen a su memoria. Pero son inescrutables los caminos
del Señor. El día llegó en que murió Sixto V y fue electo un
nuevo pontífice en la persona de nuestro ex nuncio que fue
en España. Y aún entonces él no hubiera recordado aque-
llas palabras de mendiga hambrienta.
Que no era sencilla la labor que se le presentaba todos
lo saben, que el hambre atosigaba al pueblo de Roma tam-
bién es cosa averiguada, Francia y su futuro en el seno de
la cristiandad era una de las muchas preocupaciones que
abrumaban al recién nombrado Urbano VII. Él no tenía
tiempo para pensar en los desvaríos de una loca toledana.
Se dio a la tarea de resguardar las llaves del cielo, como
hombre de Dios y pastor de los hombres muchas eran sus
ocupaciones.
El hambre y la peste son hermanas, y en tal hermandad
corrieron libres por Roma. Pallida mors aequo pulsat pede
pauperum tabernas, Regumque turres. La malaria enfermó al
Santo Padre, más las fiebres no fueron suficientes para
menguar su labor, siguió enviando misivas a los señores del
mundo, ofreciendo su apoyo a las huestes de Felipe II, es-
perando a cambio que el monarca le enviase trigo a Roma.
Así se consumían sus días.
Las fiebres lo atenazaban en la cama más de la cuenta,
alguno de sus prelados aconsejó un descanso en el campo.

37

Gloria Mundi_12_10_15.indd 37 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

Empero un hombre más prudente recordó que Su Santi-


dad no podía ser visto entre la gente antes de ser coronado.
Se acordó coronarlo a la brevedad, para que pudiese repo-
sar al aire libre, lejos de los miasmas romanos, tan nocivas a
la salud de un hombre enfermo.
La mañana en que sus sirvientes, a quienes prohibió
cuando fue electo usar seda y otras riquezas en su adorno,
preparaban todo para el evento en que la triple tiara le fuese
impuesta, su Santidad deliraba. Un sacerdote castellano,
que estaba cerca de su lecho pudo escucharlo, entre sus fe-
briles susurros, decir: Hoy entregaré el espíritu, se ha cumplido
el vaticinio de la mujer de Toledo.

38

Gloria Mundi_12_10_15.indd 38 12/10/15 13:08


Cayo Julio César, Pontificex maximus

Cayo Julio César se acomoda la toga sobre la cabeza, como


corresponde a un oficiante en las ceremonias religiosas. Un
ligero viento hace danzar las llamas de las lámparas que
doran las togas de los sacerdotes y el recinto mismo, cuyos
mármoles semejan, a causa de las móviles sombras, un áu-
reo estanque.
Un miembro del Colegio de Pontífices se acerca a él, se
inclina un poco y con ambas manos le ofrece la secespita, el
cuchillo de hierro. Cayo Julio César contiene una sonrisa,
una mueca que se desdibuja con rapidez de su rostro. Le-
vanta el cuchillo sobre su cabeza, ofreciéndolo a los Dioses,
aceptando su nuevo papel: Pontífice Máximo, el encargado
de tender los puentes entre el cielo y la tierra. El resto del
colegio, ante la sacralidad del momento, guarda solemne
silencio; esperan haber hecho una buena elección.

39

Gloria Mundi_12_10_15.indd 39 12/10/15 13:08


Celestino V, prisionero

Para Pietro da Murrone, aunque ansía las cuevas de las


montañas, sus ermitas, la prisión que sufre es menos lace-
rante que la impuesta cuando lo nombraron heredero de
las llaves del Reino, a las que renunció. Puede orar cuanto
quiera, puede consagrarse, como siempre ha sido su deseo,
a Dios. Se levanta antes que el sol y se postra a orar, tiene
la seguridad, mientras los primeros rayos iluminan su ajado
rostro, de haber obrado bien, que la decisión de abdicar fue
lo mejor, para él y para el mundo.
Al santo hombre —a quien aún llaman con el nombre
que eligió para ser Santo Padre: Celestino V— le llevan su
desayuno a la hora tercia. Paolo, joven fraile de la Orden de
los Hermanos del Espíritu Santo, carga en una bandeja un
pan y un cuenco con agua, él quisiera llevar algo menos
frugal, pero sabe que el viejo a quien sirve no lo aceptaría.
Entra a la celda, deja la bandeja en una mesa que hace las
veces de escritorio, se inclina ante Pietro quien, sin levan-
tarse de su reclinatorio le ofrece la bendición.
Celestino V espera a que el joven se vaya, se levanta,
arranca trozos del migajón al pan que engulle mientras
bebe un poco de agua. Deja la mitad del pan. Se persigna y
vuelve a ponerse de hinojos. Una hora antes de la sexta,
Paolo toca a su puerta, momento desacostumbrado; la comi-
da es servida hasta la nona. El santo hombre, con cuidado se
levanta del reclinatorio y da permiso al joven para que pase.
Santo Padre, dice el muchacho con la cabeza gacha vien-
do el suelo, hay unos Hermanos del Santo Espíritu que desean
entrevistarse con usted. Celestino V camina hacia él, le da una

40

Gloria Mundi_12_10_15.indd 40 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

palmada en el hombro, el joven sonríe, esa palmada la pre-


sumirá hasta el día de su muerte, como la más grande ben-
dición que recibió jamás. Que pasen, los hermanos siempre son
bienvenidos. Pietro da Murrone prefiere abstenerse de visitas.
Tres frailes ingresan a la celda del fundador de su or-
den, los tres ven el rostro que vieron años antes en las mon-
tañas napolitanas. Pietro recoge el pan, lo desmigaja, ahí
sus discípulos observan la decrepitud de las manos, del
rostro, de las manos, del hombre; ya no hay en él un ápice
de beatitud. Pietro de Murrone está viejo y cansado; eso no
los detiene.
Santo Padre, dice uno, luego de un largo silencio, acudi-
mos a usted porque se viven momentos difíciles. Esas palabras
hubo un tiempo en que se tornaron casi una fórmula, a
ellas se acompañaban otras como la de Gran Tribulación, el
Juicio y Fin de los tiempos, Celestino V creyó que luego de
su consagración como heredero de las llaves no las volvería
a escuchar.
Es Gaetani, atajó el hermano que aguardaba detrás de
los otros dos, adelantándose hasta estar frente a frente al
depuesto Papa, ese usurpador arrastra a la Iglesia al fango.
Celestino V ve a sus hermanos, sus seguidores, finge escu-
charlos, sabe que lo arrastrarán como los cardenales lo arras-
traron al Solio.
La cárcel que intuye, hecha de palabras, de dimes y di-
retes, de intrigas, es la que lo aterroriza, son más pesadas
para él las palabras que los grilletes. La prisión física, las
privaciones que implica no le significan nada, en cambio
esa marabunta de negativas (no, no, no) y afirmaciones (sí,
sí, sí) que expresan lo contrario lo aterroriza. Ve la mirada de
Paolo, ese doncel que lo atiende, es la mirada de alguien que
cree, verdaderamente como él alguna vez llegó a creer,
que se sabe capaz de lanzarse a las fieras, como Daniel, que
puede morir por la Verdad. ¿Así, Señor, es como respon-
des?, se pregunta. Que se haga la voluntad de Nuestro Señor

41

Gloria Mundi_12_10_15.indd 41 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

Jesucristo, responde al largo discurso que sus hermanos han


construido contra su sucesor, incapaz de pronunciar un no
rotundo, de señalar que él lo único que quiere es seguir en
esa celda, postrado, orando hasta el final de sus días que,
sabe, no serán muchos.

42

Gloria Mundi_12_10_15.indd 42 12/10/15 13:08


César Baronio, cardenal historiador

El cardenal Baronio deja su voto en la urna y pronuncia


su juramento: Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juz-
gará, que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe
ser elegido. El cardenal historiador vuelve a su lugar y obser-
va cómo el resto del colegio deja sus votos.
Los cardenales escrutadores leen uno a uno los votos en
la urna, mientras se asientan en el acta los nombres. El con-
teo sigue aunque es obvio que César Baronio ha obtenido
los dos tercios necesarios. El diácono Tolomeo Gallio, como
establecía el protocolo, vuelve a contar las boletas.
El camarlengo, el cardenal Aldobrandini, toma el acta
donde se asentó la elección de Baronio. Se acerca a él, se-
guido del diácono Gallio y el protodiácono, Francesco Sfor-
za di Santa Fiora. Aldobrandini, una vez frente al cardenal
Baronio le pregunta: Acceptasne electionem de te canonice fac-
tam in Summum Pontificem?
Las manos de César Baronio están temblando, ve con
temor a los cardenales frente a él. Algunos piensan que
aquél es el nerviosismo de la felicidad, puesto que meses
antes, cuando murió Clemente VIII él también había sido
electo, pero Felipe III de España para evitar su entroniza-
ción ejerció el Jus exclusivae.
El cardenal Aldobrandini ve a Baronio; luego ve a Ga-
llio y a Sforza, como si ellos conociesen una solución alter-
nativa al imprevisto de falta de respuesta por parte del car-
denal elegido. César Baronio sólo abre la boca, no dice
nada, sus labios tiemblan.
Aldobrandini, está por volver a pronunciar la pregunta:

43

Gloria Mundi_12_10_15.indd 43 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

Acceptasne... cuando Baronio responde: No, por favor, no pue-


do aceptar. No me hagan esto. Los cardenales se ven unos a
otros, luego a Baronio que acaba de rechazar lo que todos
ellos buscan.
César Baronio se hunde en su asiento, la cabeza gacha,
los cuchicheos a su alrededor aumentan. Él conoce mejor
que nadie la historia de los sucesores de Pedro, sabe que
tanto poder puede acabar con un alma cauta y trabajadora,
como le ocurrió a Bartolomeo Prignano. Él teme que esa
triple corona revele aspectos de sí que desconoce. Mejor no
aceptar, mejor rechazar aquella espada de Damocles. Pen-
sar en la soledad que habría de enfrentar una vez que fuese
el heredero de las Llaves del Reino, la distancia que lo se-
pararía del resto de los mortales.

44

Gloria Mundi_12_10_15.indd 44 12/10/15 13:08


Formoso II

Entre los pecados que adornaban al cardenal Barbo estaba


el de la vanidad —pecado que sus iguales, quienes acaba-
ban de elegirlo para ocupar el sitial de Pedro, lo relacionaban
con el gusto que el cardenal siempre mostró por los varo-
nes—. Esas tachas no pesaron a la hora de elegirlo, ahí es-
taban todos ellos, ninguno había que fuese un santo (hasta
el día de hoy: ni los que sólo se quedaron con su capelo ni
los que alcanzaron la triple tiara, han tenido la cercanía con
el Padre que implica el apelativo de Santo).
Pietro Barbo en sus años mozos fue un joven bien pro-
porcionado, de facciones bellas, que supo utilizar a su fa-
vor. En su adultez algo conservaba de esa belleza, los
años fueron benignos con su rostro —se ufanaba de sedu-
cir a jóvenes que apenas tenían bozo (prefería ignorar que
esos jovencitos observaban, además de la cara bien con-
servada del hombre, un sombrero rojo sobre la testa)—.
Se hacía de afeites y remedios, como las damas principa-
les de Florencia, de Roma y de Venecia; menjunjes que
lo mismo le compraba a una gitana que a un alquimista;
aquél que lograba convencerlo de las virtudes de un em-
plasto podía tener la seguridad de haber hecho un buen
negocio, el cardenal sabía remunerar (sus jóvenes aman-
tes lo sabían).
El colegio, luego de la deliberación: enfrentar los pros y
contras de unos y otros —mantener a raya, por ejemplo, a
Rodrigo Borja y lejos del Solio— se decidieron por Pietro,
quien obtuvo los dos tercios necesarios. El camarlengo le
preguntó, tres veces, si él aceptaba la carga y él, las tres

45

Gloria Mundi_12_10_15.indd 45 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

veces, contestó afirmativamente. Se quemaron las boletas


y emergió el humo blanco.
Al cardenal, ya consagrado Obispo de Roma, antes de
pronunciar el Habemus Papam, se le dieron los ropajes y le
preguntaron qué nombre habría de tomar. Barbo, satisfe-
cho porque el Espíritu Santo había guiado a sus compañe-
ros a nombrarlo heredero de las claves Regni les dijo: Tomaré
el nombre de Formosus, seré Formoso II, lo dijo mientras sos-
tenía un espejo y se acomodaba el cabello.
Un silencio inundó la sala, todos se incomodaron, Su
Santidad no podía tomar aquel apelativo; era, por un lado,
preocupante que la vanidad del Santo Padre se mostrase
desde el nombre y, lo que era aún peor, el último —y úni-
co— Formoso fue enjuiciado post mortem no una sino en
dos ocasiones. Los argumentos para evitar que Formoso II
los gobernara empezaron a correr. El Papa no podía, no de-
bía ufanarse.
Pietro Barbo se dejó convencer, pero su siguiente pro-
puesta de nombre: Marcus (Marcos II), tampoco agradó al
colegio, puesto que ese nombre podría sonar demasiado
halagador a los oídos venecianos. El hombre ansioso por
salir al balcón y ofrecer la bendición Urbe et orbi, terminó
proponiendo Paulus, que, para respiro de todos fue acepta-
do. Razón por la cual, muy a su pesar, Formoso II es cono-
cido hasta el día de hoy como Paulo II.

46

Gloria Mundi_12_10_15.indd 46 12/10/15 13:08


Giulliano della Rovere, Papa electo

Acaban de ser contados los votos del colegio, el único


nombre que se repitió fue el mío, con excepción de mi bo-
leta donde no escribí, por humildad, el mío. Seré Papa, el
heredero de las Llaves del Reino, podré, al fin, limpiar este
lodazal que es ahora la Iglesia.
Giulliano della Rovera, ¿aceptas tu elección canónica como
Sumo Pontífice? El protodiácono hace la pregunta, ahora no
queda más que aceptar y seguir el ritual para que me con-
vierta en el Vicario de Cristo. Era lo que deseaba para que
mis planes se lleven a cabo, por lo que luché y sabía que en
esta elección sería mi nombre el más veces escrito en las
boletas.
Acepto, respondo y vuelvo a sentir en mis oídos el eco
del aceptas ne. No debería, siento mis piernas temblar, es-
toy emocionado como una doncella en su primer noche.
¿Por qué estas ridículas ganas de gritar y de brincar? Como
hizo el cerdo español hace once años en que, todos noso-
tros no nos hemos cansado de avergonzarnos, hasta le arre-
bató los ropajes pontificios al paje que intentó ponérselos
contra todo protocolo y cualquier decoro. Para mayor ver-
güenza mía en este momento lo entiendo.
Tomo por nombre el de Julius, Julio II, respondo al proto-
diácono, quien me ha solicitado el apelativo como seré co-
nocido mientras esté en el sitial de Pedro. A esta estúpida
alegría que me invade —de dónde viene, por qué estos
deseos de sonreír— viene a sumarse el vértigo. Por los si-
glos de los siglos seré conocido como el segundo Julio en
ser coronado con la triple tiara, repetirán mi nombre y mis

47

Gloria Mundi_12_10_15.indd 47 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

obras como ahora repetimos los nombres de los emperado-


res, el de los padres de la Iglesia, el de mis predecesores
—vuelvo a reprimir una sonrisa—; entre quienes yo estaré
para siempre.
¡Por Dios! Soy un hombre de setenta años, un viejo, no
puedo emocionarme así. Las manos me están temblando
y comienzo a sonreír cuando los cardenales, mis iguales
apenas hace unos minutos, se acercan a mí para felicitarme.
Soy Papa, soy Papa, soy Papa, fue el grito que resonó en esta
capilla hace más de diez años cuando se eligió a Rodrigo
Borgia; ahora poco me falta para comenzar vociferar esas
palabras.
Soy un hombre viejo y el Solio no lo he buscado para
encaramarme en él, como hizo el español, como han hecho
muchos, es para cumplir la labor que Nuestro Señor me
encomendó: limpiar su Iglesia, sanearla, ofrecerle una mano
firme que limpie la corrupción. Y aun así me emociono por
mí, sólo porque estos viejos vestidos de rojo, convenencie-
ros, me han elegido.

48

Gloria Mundi_12_10_15.indd 48 12/10/15 13:08


URBE ET ORBI

Gloria Mundi_12_10_15.indd 49 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 50 12/10/15 13:08
Roma ha caído

Las trancas son puestas sobre las puertas de las capillas,


iglesias y de la misma Basílica de San Pedro, nos guarece-
mos. Algunos romanos entraron corriendo, apenas alcanzaron
a cruzar las puertas, con sus caras de gatos sorprendidos por la
lluvia, nos ven apretando sus sombreros, otros se limpian el
sudor, olvidando el recato que nos merecen, los niños se aso-
man detrás de las faldas de las madres. Se quedan entre las
butacas viendo los oscuros recintos sagrados sin los cirios en-
cendidos, con las figuras cubiertas por sábanas blancas.
Una vez que nos aseguramos que las puertas estén bien
atrancadas corremos por los pasillos de los complejos sagra-
dos, cruzamos umbrales secretos que unen las capillas con
los aposentos del Santo Padre. A él nos debemos, hay que
resguardarlo. Los sitiadores no deberán, no podrán tocar
siquiera un pliegue de su túnica. Pero, ¿quiénes son? Se atreve
a preguntar uno de los sacerdotes, no lo reconozco, mien-
tras corremos por una gruta oscura. Enemigos de la fe, con-
testo. No puede ser de otra manera, sino, por qué amena-
zarnos, por qué amenazar a Su Santidad.
Según sé el Santo Padre está ya en Sant Angelo, a Dios
gracias. Algunos de nosotros recorremos las catacumbas y
aún faltamos para la defensa y el resguardo de la cabeza de
la Iglesia. Unos vamos más de prisa que otros, alcanzamos y
dejamos grupos. Un cardenal hubo de quedarse acuclilla-
do, sofocado, mientras nos ve pasar. Afuera parece que las
murallas de la ciudad han dejado de ser defensa. Los ene-
migos marchan ya sobre la urbe, ya deben estar en la Civi-
tas Leonina.

51

Gloria Mundi_12_10_15.indd 51 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

A mi lado se lamentan. Es Atila y sus hunos, arderá Roma


y la cristiandad, dice uno de ellos en un latín que apenas
entiendo, ni clásico ni eclesiástico. No, a él lo detuvo su san-
tidad; son los vándalos de Genserico, contesta el otro, apenas
los he escuchado cuando otro contingente de funcionarios
papales nos alcanza.
En el nuevo grupo uno de los hombres no deja de gritar
lo que ya sabemos. Roma ha caído. Roma ha caído. Y corren
más deprisa como si con ello pudieran conjurar este mal
que se cierne sobre la ciudad. Algunos se maniatan con sus
propios hábitos y caen, los dejamos atrás. Seguimos co-
rriendo.
Están saqueando, no quedará piedra sobre piedra. Aunque
no creo que puedan decirme más de lo que sé, escucho a
vuelo de pájaro las pláticas que los frailes, sacerdotes y
obispos pronuncian en esta correría. Maldito sea el empera-
dor Carlos que deja a sus tropas robar en el corazón mismo de la
cristiandad.
Los muros se cimbran, afuera caen los proyectiles, aún
aquí abajo su bramido nos estremece. Luego de la detona-
ción, esperamos un momento, una vez que sabemos que la
bala ha caído podemos seguir. Pronto estaremos seguros
con su santidad.
Mientras corro, muchas voces dejan escapar sus preocu-
paciones, no me atrevo a participar; sigo corriendo, escu-
chando a las tropas invasoras allá arriba, en las calles de
Roma. La Revolución acabará con el mundo, ya tomó Francia
y ahora Napoleón y su chusma quieren quedarse con Roma. En-
terándome de lo que están haciendo los invasores.
Su santidad ha firmado un documento en que renuncia, en
caso de ser apresado, sean alemanes o los comunistas, me dice
un obispo de quien sólo alcanzo a ver el púrpura de sus
atuendos, cerca del oído, como si fuese una confesión y
sus palabras fueran pecaminosas. Los sarracenos han descen-
dido de sus barcos, caerá Roma como cayó la Hispania visigoda,

52

Gloria Mundi_12_10_15.indd 52 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

grita otro y pienso en las ratas que huyen del Tíber en una
creciente.
Sobre nosotros zumban las máquinas de la Luftwaffe y
también la aviación de los aliados. Por las calles romanas
marchan los ejércitos piamonteses proclamando la unifica-
ción. La vorágine de la guerra, afuera y aquí, huyendo por
estos pasillos se confunden: para siempre.

53

Gloria Mundi_12_10_15.indd 53 12/10/15 13:08


Sola civitas

Quomodo sedet sola civitas plena populo!


Facta est quasi viuda domina gentum;
princeps provinciarum facta est sub tributo.

Lamentationes, I: I

Si las calles de Roma no son de ordinario seguras, en es-


tos días lo son aún menos. Acabo de ver cómo a un hombre
lo despojaron del dinero que cargaba y luego, el Señor ten-
ga misericordia, lo mataron. Caminé más aprisa, para no
interferir, para que no fuera yo también a perecer.
Nos hemos acostumbrado a este tipo de cosas. Los pa-
dres saben que deben acompañar a sus hijas a donde ellas
fueren, o enviarlas con alguien que defenderlas pueda de
lo contrario el honor es lo menos que pueden perder.
En este año ya me han asaltado dos veces.
Y esos truhanes peleándose la posesión de la ciudad en
nombre de una república que sólo fue en tiempos paganos.
Sus facciones se matan en las calles unas a otras, aumen-
tando sólo el miedo, mientras proclaman con palabras fal-
sas sus buenas intenciones para hacer de Roma una gran
ciudad, una república que puede gobernarse sin la inter-
mediación del lejano Papa.
En Aviñón ahora está la cohorte pontificia, los benefi-
cios que en otros tiempos conocimos, que hace unos años
en el cambio de siglo se vivieron, ahora son nada, son polvo
y memoria. Muchos, la mayoría, llegamos a beneficiarnos

54

Gloria Mundi_12_10_15.indd 54 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

con la romería, con el jubileo que Bonifacio VIII proclamó,


pero nos pesaban demasiado las incomodidades, tanta gen-
te empujando, gritando, tantos venidos de todos los rinco-
nes del mundo.
Ahora los pocos romeros que se atreven a peregrinar
hasta aquí se encuentran con salteadores de caminos por
todos los Estados Pontificios y si logran llegar a Roma sólo
será para ser esquilmados. No hay respeto por nada, ni por
los peregrinos, ni por los santos lugares. Se roban hasta las
hojas de oro que recubren los cuadros en San Juan de Le-
trán, si ése es el trato que se le da a la Catedral Metropoli-
tana de Roma, qué le espera a las demás iglesias, ya no di-
gamos a nuestras casas.
Quejarme ni siquiera me sirve de mucho, agachar la ca-
beza y seguir adelante cuando vea un atraco. Rogar a Dios
que no vaya a ser yo el siguiente, que, si me roban no me
apuñalen...

55

Gloria Mundi_12_10_15.indd 55 12/10/15 13:08


La lana del palio

Un cordero amaneció muerto. No habría problema si fue-


se cualquier borrego, pero es uno de los dos corderos que
Su Santidad bendijo en la fiesta de Santa Inés. El hermano
que descubrió el cuerpo inánime no deja de santiguarse,
gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, se pregunta cómo
no pudo notar que el animal estaba enfermo, rememora el
día anterior y el anterior y el anterior, como las cuentas en
el rosario, buscando un indicio, un balido lamentoso, triste-
za en la mirada, pero nada.
Fuera cualquier borrego, se dijo mientras veía el cadáver
blanco y lanudo a sus pies, ese mismo día lo iba a esquilar.
Esas cosas —se consoló, recordando sus días en la granja
familiar, cuando era niño— pasan, los animales se mueren. Ay,
pero no, su lana es santa, era un animal bendito.
El hermano no dejaba de santiguarse, lloraba. Qué ha-
cer en tan corto tiempo, cómo hacer el palio si no hay lana,
si el cordero ha muerto. Los hermanos del fraile se acerca-
ron, unos sólo veían el cuerpo del animal, tendido, como si
estuviese en el altar para el sacrificio.
El cordero ha muerto, pero la lana es buena, resolvió al fin
uno de los hermanos. Los otros coincidieron, la noticia de
la muerte se podía postergar hasta después de la trasquila-
da. Al fin, ése era el cordero bendecido y esa lana con la que se
habrá de hacer el palio, no dejaremos de dar aviso de la muerte,
sólo que no diremos cuándo.
El fraile que cuidaba a los animales bendecidos no esta-
ba tan seguro, aquélla debía de ser una señal, el Señor que-
ría decirles algo con esa muerte, pero él no alcanzaba a en-

56

Gloria Mundi_12_10_15.indd 56 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

tender qué. Hombre, no te pongas así, mira que si avisamos de


esto ahora, con la lana del otro cordero no es posible realizar un
palio, le dice el fraile de la idea. El hombre se dejó conven-
cer, aceptó trasquilar al animal muerto, ya rígido.

57

Gloria Mundi_12_10_15.indd 57 12/10/15 13:08


Si oblitus fuero tui...

Si oblitus fuero tui, Ierusalem,


oblivioni detur dextera mea.

Psalmo CXLVII: V

“Es una pestilencia con la que Dios está castigando a sus gen-
tes.” Vaya descaro que tiene ese francés; ojalá se asara entre
esos dos fogones que los médicos le prescribieron, dizque
para mantener a salvo a Su Santidad. La Peste asola el
mundo y lo único que hace ese gordinflón engreído es de-
cir que es un castigo.
Heme aquí, a su servicio, en este antro del pecado que
es Aviñón. Esta tierra enferma que el clemente de Cle-
mente tuvo a bien comprar por 80,000 florines (como si en
el mundo no hubiese pobres) y así exculpar a esa viuda
negra que es la bruja de Nápoles. Todo para qué; para ha-
cer de este muladar una mejor pocilga donde los cardena-
les franceses puedan trompear mejor la canoa.
El fasto, el vergonzoso y deplorable fasto, que Pierre
Roger se congracia en demostrar. No hay en toda Europa
una corte con más oro, con esta cantidad de piedras y de
telas, con este ofensivo derroche.
Las prostitutas llenan las calles de esta ciudad, han ve-
nido a ella como las moscas a la carne putrefacta. Sé, inclu-
so, de una gallega amante de cardenal que llegó sin un
quinto, una mano delante y otra atrás, ahora es dueña de
tres burdeles y se viste como duquesa. Esta ciudad es una

58

Gloria Mundi_12_10_15.indd 58 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

meretriz, nos está corrompiendo a todos, ofrece sus deli-


cias, obra del demonio, para luego exigir, exigir, exigir. Oro,
joyas, festines, nada hay que sacie a este puta corruptora.
Mas nada se le escapa a Dios, quien castiga sin palo y
sin cuarta. Hemos tomado el camino ancho y el tiempo del
Juicio ha llegado. Stipendia enim peccati mors. La peste se
ceba con nosotros, el mundo perecerá y Cristo ha de volver
con majestad y gloria ¿Qué le habrá de responder Clemen-
te sobre el resguardo de las llaves?

59

Gloria Mundi_12_10_15.indd 59 12/10/15 13:08


León X, primer elefante de los hombres

He sabido que hay pueblos de elefantes, ahora aquí, en mis


patios se pasea el que es, por decreto mío, su Sumo Sacer-
dote. El elefante Papa. El tronador Pontífice de los Paqui-
dermos. El de piel alba. Lo escucho ahora, asustando a las
monjas, ordenando con su trompa. El único a mi altura, Su
Santidad, el único de mis amigos.
El rey Manuel de Portugal envió un elefante blanco
como ofrenda al Papa León X, el Papa Medici; envió otros
regalos de lo que sus exploradores han encontrado en las
costas africanas y desde la lejana india: nubios, goma arábi-
ga, canela, pimienta, tres pavorreales —que doce años an-
tes fueron la moda y todo príncipe, máxime si era de la
Iglesia, que se preciara de serlo tenía al menos uno en
casa—, el cuerno de un rinoceronte, marfil sin trabajar;
pero todos aquellos regalos palidecieron ante el obsequio
de obsequios: el elefante. León X se levantó de la Sedia
Gestatoria y fue corriendo no bien vio el paquidermo. En
Roma ya se tenía noticia del viaje del animal. La pontificia
mano toca la arrugada piel de la trompa, ve aquella presen-
cia que llena de estupor a toda su corte.
La nobleza de alma es poco visible en los seres huma-
nos; los hombres, pasto del pecado, son poco proclives a la
bondad. De ahí su necesidad de Dios, de ahí la necesidad
de la redención y del sacrificio cristiano, de ahí la necesi-
dad que tienen de mí: el Vicario de Cristo. Pero, en cam-
bio, los elefantes no conocen el mal; si lo han llegado a
hacer, ha sido ordenados por los hombres. Esta mañana, he
visto a Hanno, honrando al sol, que es como los elefantes

60

Gloria Mundi_12_10_15.indd 60 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

agradecen a Dios el seguir vivos. Aunque no hablen nues-


tras lenguas, las entienden. Quisiera que un día me respon-
diese, hablar con mi igual, el único.
El elefante espera en los jardines vaticanos, ha dejado
pelones los árboles —excepto los cipreses, no los ha toca-
do—. Todo el día le traen de comer, una tina en que cabe
un carro con sus cuatro bueyes ha sido construida, en ella el
elefante bebe agua y usa su trompa para bañarse. El Papa
viene por las tardes, luego de la siesta, y ve a su elefante, le
habla, lo acaricia. A veces pide subir a sus hombros.
Me acaban de informar, mi elefante ha muerto. Reco-
rrió el mundo para venir a morir a las orillas del Tíber. Para
conocer y servir al Primer Elefante de los Hombres, él,
Sumo Sacerdote de los Elefantes. De qué sirve ser Papa,
de qué sirve ser el Pontífice de los hombres, para qué todas
esas genuflexiones que me hacen, si soy incapaz de evitar
la muerte. Si no he podido salvar a mi único amigo.

61

Gloria Mundi_12_10_15.indd 61 12/10/15 13:08


Duos habet

Günter luego de su viaje por Roma, acompañando a mon-


señor von Haldensleben no pierde oportunidad para contar
a sus compañeros del monasterio cómo es aquel mundo,
cómo es la Ciudad Eterna, cómo late el corazón de la cris-
tiandad. Está azorado por el oro y la opulencia, nunca en su
vida ha visto tantas riquezas (nunca las volverá a ver).
Lo que más le ha sorprendido, de lo mucho que ha visto
no ha sido el oro y las joyas, las plumas y las telas, las cortes
de los príncipes de la Iglesia. Lo juro por Nuestro Señor, les
digo que lo vi, vi la silla de las pruebas. En torno al fuego
Günter cuenta emocionado su viaje, a pesar del cansancio
de tantos días; sus hermanos a su alrededor se congregan,
atentos.
Es una silla de piedra roja, dice y con las manos trata de
darle forma al aire para que la imagen se presente a sus
compañeros, que ya están acalorados por el fogón y la cer-
veza. Es como un trono y como un retrete al mismo tiempo, dice
y asiente complacido.
Entonces, sí hubo una papisa, dice, con los ojos muy abier-
tos uno de los hermanos de Günter. Claro que la hubo, si no,
a qué tener esa silla.
Roma era una aldea, los vestigios del imperio se desmo-
ronaban por doquier y quedaban las piedras en medio de la
calle. Los bárbaros la saqueaban vez tras vez; la última, los
sarracenos subieron por el Tíber y ultrajaron San Pedro,
los prelados si no eran romanos no querían permanecer en
la ciudad. Entonces, entre los escombros, un diácono en-
contró un escusado de pórfido de tiempos del imperio, le

62

Gloria Mundi_12_10_15.indd 62 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

pareció tan bien labrado que lo llevó a su casa y lo usó como


un lujoso sillón.
Günter cuenta a sus compañeros la ceremonia que a su
vez monseñor von Haldensleben le contó en el camino de
regreso a su tierra, la ceremonia por medio de la cual los
cardenales y un diácono comprobaban que el Papa electo
fuese hombre y pudiese así llevar sobre su testa la triple
tiara. Los frailes, compañeros de Günter, escuchan perple-
jos, aunque alguna noticia tienen del asunto, su hermano ha
estado allá, en el lejano sur, en el corazón de la cristiandad,
mucho ha visto y mucho tiene que enseñarles.
El diácono que encontró el escusado de pórfido cayó en
desgracia, en Roma en aquel tiempo, todos, tarde o tem-
prano lo hacían —incluido el Papa—, sus posesiones pasa-
ron a un clérigo ambicioso, que gustó de usar aquel sitial
como un trono. El clérigo supo granjearse favores y llegó al
trono de Pedro en tiempos de Marozia, dicen que fue uno
de los Juanes de entonces.
Y el trono escusado se fue con el clérigo al Palacio Late-
rano, el clérigo pasó a mejor vida y sus pertenencias queda-
ron en esta tierra. Desde entonces está ahí el trono rojo, la
sedia stercoraria como una más de las herencias del portador
de las llaves.

63

Gloria Mundi_12_10_15.indd 63 12/10/15 13:08


Carta del obispo de Petara al emperador
Justiniano

Emperador:
Su majestad, le escribo enviándole mis bendiciones y
rogando a Dios Nuestro Señor se encuentre bien usted y la
imperial familia, que les otorgue largos años de vida; me
tomo el atrevimiento de escribirle desde mi humilde dió-
cesis de Petara porque mi condición cristiana así me lo ha
exigido.
Como usted bien sabe el obispo de Roma, Silverio, se
encuentra en mi diócesis. Su majestad en su sabiduría,
guiada por la voluntad divina, lo ha enviado a estas tierras.
Empero las disposiciones de los señores no siempre se cum-
plen, la mano del maligno obra siempre para echar por tierra
los designios de Jesucristo Nuestro Dios y Redentor. He
visto en mis tierras deambular en calidad de menesteroso al
otrora romano obispo.
Entiendo que Vuestra Majestad haya decidido enviarlo a
estas tierras para expiar alguna falta, que desconozco y pre-
fiero, como súbdito terreno suyo que soy, seguir ignorando.
Mas no puedo sino observar las condiciones en que tiene
que vivir ahora Silverio, quien tuvo un día mi misma condi-
ción, y aún hay quien dice que mayor por ser Roma dióce-
sis más importante. Creo, y me tomo el atrevimiento de
apuntarlo aquí, que no está bien que quien ha pastoreado el
rebaño de Jesucristo Nuestro Señor, ande ahora mendi-
gando el bocado. Pues ya lo dice Pablo: dadme de vestir y
de comer.
Vuelvo a enviar mis oraciones para usted, Romano Em-
perador, y ruego a Jesucristo Nuestro Dios y Redentor que

64

Gloria Mundi_12_10_15.indd 64 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

mantenga para su imperio la buena voluntad que ha tenido


y que a nosotros no nos olvide.

Su humilde servidor, el obispo de Petara.

Post Scriptum: Solicito aumente, aunque sea en poco, el


presupuesto destinado a nuestra diócesis, el mantenimien-
to, como usted sabe, de las Iglesias, por desgracia, es caro.
Nuestro Señor y Redentor, Jesucristo, habrá de redituár-
noslo.

65

Gloria Mundi_12_10_15.indd 65 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 66 12/10/15 13:08
GLORIA MUNDI

Gloria Mundi_12_10_15.indd 67 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 68 12/10/15 13:08
Lino, seguidor de Pedro

Lino deambula por las galerías subterráneas que los ju-


díos han ido construyendo para enterrar a sus muertos.
Lino nació gentil, a diferencia de la mayoría de sus segui-
dores y de sus maestros, los apóstoles; conoció a Pedro, a
Pablo, a Marcos y a Santiago. Camina por las catacumbas
bajo la colina vaticana, sobre la cual está el circo donde fue
martirizado Pedro, cerca de ahí está la tumba donde él mis-
mo sepultó el cuerpo del pescador de Galilea.
A pesar del cuidado que tienen los celadores las ratas
deambulan por las galerías, Lino lanza una patada y escupe
a la rata que ya huía de la luz. Cómo puede ser posible, increpa
al joven que carga la tea. Profanación. Se acercan a un nicho
recién labrado en la piedra, esperan la comitiva cuyo mur-
mullo se escucha al fondo del pasillo.
La comitiva trae el cuerpo embalsamado de un hombre,
son una vieja familia judía que reside en Roma desde tiem-
pos de Augusto. Los hombres que cargan al difunto lo colo-
can en la boca del nicho. Lino, se queda callado, severo, no
inicia la ceremonia, observa el cabello descubierto de una
muchacha. Ella se viste a la usanza romana, es hija del di-
funto. Una vieja vestida como sus abuelas palestinas se
acerca a la muchacha y le sube el velo sobre el cabello.
Lino asiente.
Hermanos, estamos aquí para sepultar a Josefo hijo de Ben-
jamín. La viuda, una mujer entrada en los cuarenta, ante las
palabras de Lino, se cubre el rostro y agacha la cabeza.
Nuestro hermano ha partido, pero habrá de volver como Nuestro
Señor, y como Josefo todos los seguidores de Cristo hemos de

69

Gloria Mundi_12_10_15.indd 69 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

triunfar sobre la muerte. La comitiva asiente. El Día del Jui-


cio está cerca, los muertos volverán con nosotros. La viuda ve el
cuerpo, que han introducido en el nicho, se enjuga las lá-
grimas, aprieta su mano derecha contra el corazón y sonríe.
Lino piensa en sus maestros; en el cuerpo rígido que él
bajó de una cruz invertida, en la posibilidad de volver a ver
el rostro de Simón Pedro.
Lino bendice al fallecido y a los dolientes, con el signo
con el que los pobres se reconocen en esa nueva esperanza.
El joven que acompaña a Lino extiende la mano a la viuda,
ella ve a sus familiares, uno de los hombres ofrece una ca-
nasta de pescado seco, la muchacha una pequeña ánfora de
vino, se los dejan en las manos del joven y parten.
El sol poniéndose ciega a Lino al salir a la calle. Luego
de cruzar las catacumbas poco a poco vuelve a reconocer
las formas del mundo de la superficie. Un patricio es carga-
do en andas, sus sirvientes empujan a Lino que cae sobre
un charco. El día del juicio se acerca, pagaran su arrogancia,
farfulla el hombre mientras el joven lo ayuda a levantarse.

70

Gloria Mundi_12_10_15.indd 70 12/10/15 13:08


Transubstanciación

Su Santidad, luego de unos días de su elección y que se


pronunció el Habemus Papam en su persona, no acaba de
creer que ahora es la cabeza de la cristiandad, el Pastor, así
con mayúscula inicial, del mundo. Siente que la capa plu-
vial le pesa demasiado, que el palio le es estorboso, que no
puede aferrar el cayado. Las deferencias a toda hora y en
todo momento lo cansan, ahora no tiene por qué congra-
ciarse con ningún cardenal con la palabra amable, con la
docilidad que le admiraban.
Ahí está en medio de San Pedro, dando su primera misa.
Ahora quienes hasta hace unas semanas eran sus iguales
le sirven, uno lleva el cáliz y otro la charola de ostias. Su
Santidad, que ha realizado muchas misas desde que inició
su carrera no deja de sorprenderse, está en San Pedro, es
el Papa, es su primer misa. Es como si ninguna de las ho-
milías que realizó en todos los años de su vida hubiese con-
tado, todas se desvanecen, sólo existe ese momento, esa
ceremonia.
Toma la hostia, la eleva hacia el Sagrado, el milagro ocu-
rre: es una hostia y es el Cuerpo de Cristo, la transubstan-
ciación. Su Santidad se sobrecoge, hasta ese día no había
sido tan consciente del milagro, tiene en sus manos el cuer-
po de Cristo. El Señor lo ha utilizado, a él, simple pecador,
para que por sus manos ocurra la transubstanciación. Su-
merge una mitad en el cáliz, la ingiere.
Ninguno de los feligreses puede ver el rostro de satis-
facción de Su Santidad, él les da la espalda. El Papa ha
entendido, que al igual que Nuestro Señor obra el milagro

71

Gloria Mundi_12_10_15.indd 71 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

en la hostia en cada homilía, así él, un mortal pecador, su-


frió una operación similar, dejó de ser el que fuera, un car-
denal, para convertirse en el Vicario de Cristo, el Padre de
la Cristiandad.

72

Gloria Mundi_12_10_15.indd 72 12/10/15 13:08


Veo a Su Santidad

Lo veo ahí sentado, moviendo sus dedos por los holanes


de su manga, luego seguir las líneas labradas en el roble de
su sitial. A veces se queda dormido, cabecea de pronto y se
despierta, con los ojos muy abiertos, viendo de un lado a
otro, alisándose los ropajes.
Al principio, cuando ocupó el Solio, se embebía horas
girando su sortija, viendo su escudo en ella, comprobando
el oro con sus dientes, disfrutaba del regusto metálico que
le dejaba en la lengua. Entonces los ojos le brillaban. Se
veía una y otra vez sus dedos enguantados y cuajados de
anillos, se llevaba la mano a la cabeza para comprobar que
la tiara triple en verdad lo coronaba; era cándido, una vez
que su mano volvía a su lugar en el descansabrazos una
sonrisa de satisfacción iluminaba más su rostro. Quienes,
además de mí, podían verlo en ese momento pensarían en
la iluminación beatífica.
Pero, así de mutable es la condición humana. Su Santi-
dad se empachó del sabor del anillo y de las coronas su-
perpuestas. Empezó a entretenerse viendo la punta de su
zapato, observando el recorrido de la sombra del manto es-
carlata de un cardenal en el suelo. Incluso notamos que su
rostro adquiría la expresión de quien prefiere ver cómo
crece la hierba. Algunas veces intentó entretenerse vien-
do el techo de la basílica, pero su viejo cuello lo hizo re-
considerar pronto tal idea.
El cardenal que vimos antes, que caminaba siempre al
centro de los pasillos rodeado por su cohorte de obispos,
diáconos y jóvenes sacerdotes, que exigía audiencias papa-

73

Gloria Mundi_12_10_15.indd 73 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

les a horas desusadas y que se enfrentó al camarlengo y al


secretario particular del antiguo Papa ya no existe. Aquel
vigor está aplastado por los encajes y los hilos de oro, por
los escapularios y las sobrepellizas que tanto ambicionó. Su
garganta antes repleta de palabras, consejos y conjuras,
ahora sólo profiere síes y noes. Lejos quedan los cabildeos,
las sonrisas pródigas dadas a pobres y duques, al obispo
amigo por su mano encumbrado y al cardenal enemigo
que, como él, aguardaba para ocupar el Solio.
Fueron bellos los días posteriores al Habemus Papam, a
nosotros mismos nos engalanaron con ropajes nuevos. To-
dos estábamos cansados del cónclave, de los dimes y dire-
tes, del valor de aquél y la mezquindad del otro. Nuestro
nuevo Papa triunfó, fue el único que no dio muestras de
cansancio y, aunque sabía de antemano que sería su nombre
el que estaría en el mayor número de boletas, poco le faltó
para empezar a dar de brincos, como un niño a quien se
acaba de dar una pelota. Y ese deseo se pudo ver en el bu-
llicio de los siguientes días; en los cardenales que apresura-
damente hicieron sus maletas y partieron de Roma en la
noche, escabulléndose cuando no pudiesen ser reconocidos,
mientras obispos que fueron leales mandaban bordar sus
nuevos ropajes carmesíes que su santidad les impondría.
Ahora el Papa se aburre, ya ni siquiera lo emociona
mandar traer a quien fuera por tanto tiempo su enemigo
para mantenerlo vigilado, para evitar que en el siguiente
cónclave resulte, por la gracia de Dios, electo Vicario de
Cristo. Le acaban de decir que estaba en Francia pero fue
como si al dueño de caballos pura sangre le hablasen de las
virtudes de un asno. Llegó a decir cuando era cardenal —yo
mismo lo escuché pues lo dijo a mis pies—: Un hombre se
mide por el tamaño de sus enemigos. Se preciaba de haber te-
nido enemistad con uno de sus predecesores en el trono
de San Pedro, además de con el otro aspirante al Solio, de
quien ahora le hablan.

74

Gloria Mundi_12_10_15.indd 74 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

Mientras trata de imitar el trote de un caballo con sus


dedos sobre el descansabrazos se queda viendo las paredes
y los altares donde cada uno de nosotros lo vemos todos los
días. Ve el torcido cuerpo de Santa Teresa y el saeteado
dorso de San Sebastián, se detiene un poco en las llaves,
que le parecen toscas por el tamaño, de San Pedro; por un
instante vuelve el rostro hacía su camarlengo, intenta po-
ner atención a sus palabras. Regresa su mirada hacia noso-
tros, nos ve, nos lame con la vista, tratando de hallar algo
nuevo que lo entretenga, como los infantes que al atarde-
cer han dejado botado en medio del patio el juguete que se
les compró apenas al mediodía. Coinciden nuestras mira-
das, me ve y luego pasa su mano por el rostro como tratan-
do de alejar de sí la idea que ha tenido. No puede ser que la
figura de ese santo me esté viendo, murmura.

75

Gloria Mundi_12_10_15.indd 75 12/10/15 13:08


Pescador de hombres

Desde la orilla del río, Su Santidad observa la faena de


cincuenta barqueros que dragan el Tíber. Más que nada
basura es lo que han sacado: trapos, maderos a medio pu-
drir, cueros viejos que quizá fueron un gabán, perros muer-
tos. Pero aquello por lo que Alejandro VI los contrató no ha
aparecido.
El Duque de Gandía, el hijo mayor de Su Santidad, Juan
Borgia, no volvió tras una fiesta en la villa de su madre Va-
nozza. Un barquero dijo que vio a un par de hombres lanzar
un cadáver al río.
El Santo Padre, de ordinario tan fuerte, casi se desvane-
ce cuando se encontró un cuerpo. Uno de sus secretarios
alcanza a escucharlo mascullar: Que no sea él, Dios mío, que
no sea él. Su Santidad no espera que los barqueros le lleven
el cuerpo para reconocerlo.
Alejandro VI lanza un grito al verlo dentro de la barca.
Tiene la garganta cortada y es evidente que recibió varias
puñaladas en el pecho. Su Santidad se mete a las sucias
aguas del Tíber, sin preocuparse por su alba túnica. Tem-
blando, enmudecido, llora, toma en sus brazos el cuerpo y
él mismo lo saca de la barca. No deja de ver el rostro mien-
tras niega y rechaza la evidencia: real, verdadera.

76

Gloria Mundi_12_10_15.indd 76 12/10/15 13:08


Negavit ille

Erat autem Simon Petrus stans, et calefaciens se.


Dixerunt ergo ei: Numquid et tu ex discipulis ejus es?
Negavit ille, et dixit : Non sum.

Evangelium Secundum Joannem XVIII: XXV

No soy más que un extranjero que ha venido a la gran ciudad,


ha dicho, temblando, las manos atadas. Pero los soldados
que lo apresaron no dieron oído a sus palabras; tampoco
pudo gozar de un tribunal donde pudiese negar su prédica,
negar las palabras que ha pronunciado, negar que cree en
Cristo y su redención. No hay gente que le recriminen,
sólo esos soldados que lo arrastran entre la basura donde ha
vivido los últimos treinta años.

77

Gloria Mundi_12_10_15.indd 77 12/10/15 13:08


El sueño de Su Santidad

En medio del sueño Su Santidad despierta asustado con


los dedos engarruñados, sudoroso, la hermana que aguarda
al otro lado de la puerta entra precipitadamente y le pre-
gunta cuál es el problema. No es nada, responde. Nada pue-
de haber que le quite el sueño al Papa.
No es posible que la cabeza de la Iglesia tenga pesadi-
llas, el Espíritu Santo debe resguardarlo de un mal sueño.
Sin embargo, este Vicario de Cristo sufre de sustos noctur-
nos desde su infancia; se guardó su problema mientras iba
escalando en la jerarquía. De todos modos los sobresaltos
nocturnos sólo se presentaban en una temporada del año, y
no todos los años: las condiciones del invierno eran las que
propiciaban o no su pesar.
Su Santidad se creyó libre de ese problema cuando la
triple tiara le fue impuesta. Hacía de aquello dos años y
medio, ni el primer invierno ni el segundo su sueño fue
interrumpido por pesadilla alguna. Pero, en su tercer in-
vierno, el viento seco, el frío que cuajaba los cristales vino
a traer a su lecho las mismas imágenes, el mismo miedo
que padeció tantos años atrás en su ciudad natal, cuando no
tenía más de ocho años.
Entonces supo que el infierno estaba en la tierra, aquel
invierno lo estuvo. En su sueño camina por un callejón don-
de apenas se distingue el suelo; la bruma y el polvo aho-
gan, el viento gélido no disipa nada, frente a él pasa una
carretilla con dos cadáveres, a su lado una mujer estira su
mano pidiendo limosna y al verla descubre que sólo es piel
adherida a huesos y en la boca un grito mudo, congelado.

78

Gloria Mundi_12_10_15.indd 78 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

Despierta tras el estallido de un cañón y el derrumbarse


de todo.
Aquélla no fue la última ciudad sitiada y ocupada don-
de el hombre que ahora es Pontífice llegó a estar. Años des-
pués, vistiendo ya el manto púrpura hubo de huir de una
ciudad no rodeada sino tomada, dejando en catedral los
crucifijos de oro y plata, el manto episcopal. Su delgadez le
permitió disimularse entre los ciudadanos que huían al
campo; atrás dejaron la rapiña y el saqueo. Acaso ese sitio
fue peor al de su infancia. Se extendió desde inicios del
invierno hasta que el verano empezaba a secar. La artillería
se había desarrollado mucho en cuatro décadas, la peste y
la hambruna pudo verlas más de cerca aún, él tuvo que
asumir la autoridad de la ciudad y resistir junto a sus feli-
greses, para resguardar las murallas y la fe.
Hubo que hacerse cargo de la ciudad cuando los seño-
res de ella huyeron en mitad del sitio. Decidió entregar la
ciudad, convencer a sus pobladores de entregarla, él mis-
mo huyó con ellos. Envió una carta a los sitiadores y un
baúl con parte de sus propias riquezas en signo de buena
voluntad, todos cuantos lo quisieran pudieran partir. La
ciudad quedó vacía, cuando él iba entre los que abandona-
ban la ciudad pensó en sí mismo como las alimañas que
dejan un edificio en llamas.
Cuando pudo volver a utilizar sus vestiduras llegó a
sentirse avergonzado. Pero la vergüenza pesa poco cuando
hay que enfrentar las intrigas diarias y los dimes y diretes
en los pasillos vaticanos. Los sobrevivientes de aquel sitio
loaban las negociaciones de monseñor y que los había
acompañado a ellos, pobres pecadores, fuera de la ciudad.
Su popularidad pesó en el cónclave y fue electo.
Se rebuja en su cama. No puede volver a conciliar el
sueño, la peste y la muerte se le presentan con rostros con-
cretos: un niño hinchado de bubones; el abrazo tieso de
una madre sobre su criatura, ambos azules de congelados;

79

Gloria Mundi_12_10_15.indd 79 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

el retumbar de los cañones sobre las murallas; los soldados


irrumpiendo y saqueando lo poco que queda. Su Santidad
se santigua y se queda viendo el techo de su cuarto hasta
que comienza a clarear. El sueño lo vence.

80

Gloria Mundi_12_10_15.indd 80 12/10/15 13:08


Ego te absolvo

Juana de Anjou y Sicilia, Reina de Nápoles, de Jerusalén, Con-


desa de Provenza y Folcalquier y Princesa de Acaya, le anuncia-
ron al Papa la visita de la joven en cuyas provincias él y su
corte residían. Ella entró en la sala: la cabellera rubia cu-
bierta por un oscuro velo, las manos entrelazadas —un ro-
sario de oro en ellas— frente al pecho, la cauda de su pesa-
do vestido de brocado sostenido por un par de pajes.
Clemente VI había escuchado de la hermosura de la jo-
ven reina (dieciocho años), de su determinación y de su
presencia que doblegaban, pero creía que aquella leyenda
se debía más a la admiración que ella causaba porque era
reina y había conseguido, con la ayuda de los nobles napo-
litanos oponerse a que su esposo, Andrés de Hungría, fue-
se coronado rey de Nápoles. El Papa se preciaba de su gus-
to por las mujeres y de reconocer el encanto intrínseco de
ellas más allá del halo que pudiese proporcionar un título;
sin embargo, encontró que Juana era aún más cautivadora
de lo que las lenguas señalaban.
La muchacha se arrodilló frente al Santo Padre y él le
extendió su enguantada mano para que ella la besara —gran
honor, puesto que Clemente prefería que lo saludaran be-
sándole el calzado—. Ella, arrodillada, inclinada la cabeza,
extendió su mano hacia el Papa, ofreciéndole el rosario. Pero,
hija, este obsequio no es necesario. Con la mirada le indicó a
uno de sus ayudas de cámara que tomara el presente.
Santo Padre, acudo ante usted para que interceda por mí. La
muchacha seguía de hinojos, aunque veía el rostro de Cle-
mente; él le sonreía. Me acusan de terribles crímenes, de los que

81

Gloria Mundi_12_10_15.indd 81 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

no soy, no puedo, ser culpable. Los ojos de la muchacha se


humedecieron. Era mi primo y mi esposo: ¿cómo podría yo
haber consentido su muerte? Dos hebras líquidas cruzaron las
mejillas de la joven reina. ¿Cómo iba dejar a mi hijo, en ese
entonces no nato, sin padre?
Ante la vista de las lágrimas de Juana, Clemente no supo
qué hacer. Las damas con las que estaba acostumbrado a
tratar, él lo había visto, lloraban, él las dejaba en medio de
la habitación con el rostro descompuesto. Pero ella... en esa
muchacha, las lágrimas aumentaban su belleza. Quería de-
cirle: Ya, ya, mi niña, nadie te hará daño, y tomarla entre sus
brazos y mecerla hasta que se quedara dormida, pero sabía
que eso no era lo que necesitaba la muchacha.
Juana de Navarra lloró a los pies de Su Santidad; los
cuchicheos de la corte se desvanecieron. Clemente, al fin,
tuvo una idea: Ego te absolvo, dijo.

82

Gloria Mundi_12_10_15.indd 82 12/10/15 13:08


Taumaturgo

Muchos cambios ha experimentado Su Santidad luego


de asumir el obispado de Roma. Percibe que la capacidad de
taumaturgo que algunos reyes se adjudican y que ciertos
de sus antecesores tuvieron que pasar a través de sus ma-
nos. Apenas en su segundo desfile por la ciudad, sobre su
trono, cargado por los jóvenes nobles romanos, una ciega
aclamó recuperar la vista luego de recibir su bendición. Los
cambios, incluso, han ido más allá de la púrpura y el callado.
Ha vuelto a recuperar la habilidad de sus años de juven-
tud, cuando era apenas un consejero de obispo. El tiempo
en que una mirada le bastaba para conquistar las faldas de
una mujer; aquel joven, recuerda el pontífice, no era me-
lindroso, lo mismo tomaba púberes campesinas, que no-
bles matronas. Entonces engendró a sus sobrinos, los ahora
duques, cardenales y condotieros, emparentados ya con
media Italia. Con los cargos se fue haciendo más comedi-
do, fue puliendo sus gustos. El cardenal se contuvo más
que el Obispo. A pesar de lo cual, cuando tuvo su primera
arquidiócesis, él causó no pocos desaguisados con padres y
maridos ofendidos. El escándalo es algo que se le da a la
juventud; lo demostró cuando sus amores se fueron ha-
ciendo más discretos y menos ardientes.
Tampoco fue que con las dignidades eclesiásticas se en-
friara, sólo que entendía la conveniencia de la moderación.
Un cardenal ha de cuidar el futuro de sus sobrinos, además
del propio, tiene responsabilidades con la Iglesia y con el
esfuerzo que a él y a los suyos los llevó hasta ser honrados
con una canonjía en Roma. Alguna noble matrona romana,

83

Gloria Mundi_12_10_15.indd 83 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

una dama de su antigua arquidiócesis, una visita ocasional


a un burdel, nada que manche en demasía.
El cardenal veía menguar sus fuerzas, con el cabello
caído y el abultamiento del vientre, el sueño entrecortado y
el despertar brumoso, con la hidropesía y el estómago lento,
observó, como otro síntoma de la vejez, la pérdida de la libi-
do. No hacía, como sus congéneres, búsquedas de algún
filtro, una comida —cacao de las Indias Occidentales, cuer-
no de unicornio del Oriente, azafrán de Arabia, frutos rojos
de las selvas del norte—, para tratar de salvar lo que él veía
insalvable, lo que, de alguna manera, era una liberación.
En la vejez los proyectos pueden devolver a la vida, y
así fue como le ocurrió al cardenal en el cónclave que lo
eligió como sucesor de Pedro. Los debates durante la ago-
nía de su antecesor (siempre proscritos), las negociaciones
tras la muerte, la elección; nada de aquello lo fatigó, no
descansó en un largo sueño sino hasta después del Habe-
mus Papam. Algunos cardenales temieron su fallecimiento,
casi un día fue lo que Su Santidad hubo dormido.

Hace años que él no siente la vitalidad que vuelve a expe-


rimentar. Tiene incluso energía para ensillar un caballo.
Cabalga hasta las fronteras de los Estados Pontificios, revi-
sa los baluartes y pasa revista a las tropas. Hombres y mu-
jeres se doblan ante su mirada, su voluntad se concreta en
las acciones de cientos, miles de personas.
Las sonrisas que se habían ido desdibujando para él,
vuelven a florecer a su paso. Su deseo, que él creyó a punto
de apagarse, una brasa en medio de una chimenea abando-
nada, se enciende, vuelve a ser la hoguera de la juventud.
Los melindres que fue adquiriendo con el tiempo desapa-
recen; su apetito ya no es exigente, requiere de cualquier
mujer, sin terminar de saciarse.
La acompañante de años, noble romana casada, amiga
confidente, cede su lugar. El lecho papal no es el único

84

Gloria Mundi_12_10_15.indd 84 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

espacio donde se refocila, Su Santidad puede dignarse a pa-


rar un rato en un hostal, si los muslos y la mirada de la posa-
dera le agradan. Como en otros tiempos, toda mujer puede
ser seducida, como en aquellos días, él se deleita.
Aunque, en ocasiones, le ocurre que, mientras ve el ros-
tro de la futura duquesa que está montada sobre él, se pre-
gunta si ella disfruta aquel amor porque él sigue siendo el
gran amante de su juventud o porque posee ahora las Lla-
ves del Reino. Una preocupación, mínima, que se desva-
nece en el rostro descompuesto de placer de la muchacha
que él, Su Santidad, cree que hace gozar.

85

Gloria Mundi_12_10_15.indd 85 12/10/15 13:08


El ultraje de Agnani

Como otras noches a Su Santidad el dolor no lo deja dor-


mir, la sensación de esquirlas dentro de su rodilla, en sus
tobillos, en la coyuntura de los dedos de los pies. Sabe la
inutilidad de todo; vendas, ungüentos, nada hay en ese mo-
mento que aminore aquel dolor, esa hinchazón punzante
que lo consume. Escucha caminar por el pasillo a alguien, lo
ve abrir, con sigilo, la puerta de su habitación y cruzarla con
cuidado. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? Exige antes que el paje
acabe de llegar a su cama.
Las tropas de sus sobrinos… han desertado, sorprendido el
paje por Su Santidad apenas alcanza a dar la última parte
de su noticia. Bonifacio se sienta sobre sus almohadones y
adivina en el rostro temeroso del muchacho que los enemi-
gos están entrando en palacio, en su palacio, en el Palacio
Pontificio de Agnani. Bueno, que así sea, dice, más para sí
que para el paje, que por algo nos eligió Nuestro Señor Jesucris-
to. Se levanta, no sin dolor, de la cama.

Sciarra Colonna y Guiullame Nogaret seguidos de sus com-


pinches no tienen problemas en cruzar el palacio, queriendo
sorprender a Bonifacio VIII; el sucio Gaetani, como ellos lo
llaman, resultan sorprendidos cuando llegan a la alcoba pa-
pal y la encuentran vacía, la cama tibia, la chimenea aún ar-
diendo. Se dirigen a la sala de audiencias, aunque dudan
encontrarlo ahí, en mitad de la noche; temen haya huido.

Su Santidad ordenó encender todas las lámparas de la sala


e hizo traer algunas más, las llamas se reflejaban en el oro

86

Gloria Mundi_12_10_15.indd 86 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

de los tapices, en el oro de su trono y de sus atuendos.


Cuando sus enemigos cruzan la puerta: no cambia su ex-
presión magnánima, ha aprendido en los años en el sitial de
Pedro, y desde antes, a disimular el dolor de la gota mien-
tras atiende asuntos de mayor importancia. Frente a él es-
tán esos dos pillos que han cruzado a hurtadillas toda Italia
desde Francia: Nogaret, delgado y nervioso como un gato,
el mal consejero del rey galo; Sciarra Colona —miembro de
la astilla en el zapato que han sido esa familia para él, Su
Santidad, el Papa Gaetani— el líder a quien no debió per-
donar la vida luego de tomar Palestrina.

Sciarra no se deja amilanar por el hombre sentado en me-


dio de la sala, que los espera iluminado por los reflejos del
oro. La figura de ese jurista, alto, desgarbado y gordo nunca
lo ha impresionado. Lo odia. Desenvaina de su cinturón
una daga, está decidido a cobrar la afrenta que cinco años
antes les hizo ese hombre a él y a su familia. Los engañó
para que abrieran las puertas de la inexpugnable Palestri-
na, los traicionó y frente a sus ojos, las manos atadas, orde-
nó quemar la ciudad, destruirla, y arar las ruinas con sal;
donde ahora nada crece.
La mano de Nogaret, rápida, detiene la de Colonna. No,
será nuestro prisionero, le dice, mientras el inmenso Papa
sentado en su trono de oro (el oro que roba sin conmisera-
ción) sonríe ante el desacuerdo. Será un sínodo quien decida
su futuro, sentencia el francés al tiempo que le quita la daga.
Sciarra por un momento se queda con la palma abierta
en el aire. Ve la cara del pontífice, quien les extiende su
puño enguantado para que besen el anillo papal. Colonna
escupe al suelo y camina hacia el trono, se sigue de largo
ante el brazo extendido y con el dorso de su mano abofe-
tea, tres veces, a Gaetani. Al sonido de las bofetadas sigue
el sordo ruido metálico de la triple tiara que rueda por la
sala luego de caer de la testa de Su Santidad.

87

Gloria Mundi_12_10_15.indd 87 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 88 12/10/15 13:08
MORTUUS EST

Gloria Mundi_12_10_15.indd 89 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 90 12/10/15 13:08
Julio II, pontífice esforzado

Nueve años son un soplo: qué es la vida de los hombres.


Heme aquí, viejo, enfermo. Sobre mi testa llevo aún la tri-
ple tiara, he empuñado las armas y he domeñado a reyes y
emperadores. Cuántos planes, cuánta de mi obra queda
sólo insinuada, pensada apenas. Tanta espera es la vida de
un ser humano, tanto aguardar para nada.
Constreñido a esta habitación, veo cerca de mi lecho el
fogón encendido: las brasas tratando de mantener el calor
que mi cuerpo se niega a alimentar. Afuera de este cuarto
está Roma, mi Roma. Ninguno como yo se ha esforzado tan-
to por devolver a esta ciudad su esplendor; mas ¿ha valido la
pena?, ¿de qué ha servido? Los albañiles siguen trabajando,
los artistas se afanan en sus pinturas, en sus esculturas, el
mármol vuelve a ocupar el lugar que en esta ciudad tuvo;
pero esto lo mismo pudo haber ocurrido un milenio y medio
antes, en tiempos de los paganos. Me es imposible verlo.
He dedicado mi vida a este edificio que es la Iglesia.
Desde antes que mi tío me nombrase cardenal, hace cuatro
décadas, mis ahíncos, mi energía, han estado aquí. Fui fiel
servidor de mi tío y de Inocencio VIII, me enfrenté a ese
marrano español, aguardé mi tiempo, la Providencia me
acompañó. El Espíritu Santo estuvo a punto de elegirme
cuando murió Cybo. Ya desde antes los planes de mi pon-
tificado estaban hechos. Reformas, unificación, que el cora-
zón de la cristiandad volviera a latir con la fuerza que en
tiempos del Imperio tuvo. Los planes eran claros, mi lugar
propicio, pero son misteriosos los caminos del Señor, mi
tiempo no llegó.

91

Gloria Mundi_12_10_15.indd 91 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

La juventud y su energía luengos años hacía que me


abandonaron cuando ese día de Todos los Santos fui nom-
brado Obispo de Roma. Poseía, sin embargo, mis planes: lim-
piar el lodazal que el marrano dejó, devolver a Roma la
limpieza del mármol, unificar los Estados Pontificios bajo
mi mando. Yo mismo tomé las riendas y comandé ejércitos,
he hecho florecer las artes; los andamios aún están afuera
junto con el ajetreo de los albañiles. Y el tiempo no es su-
ficiente.
Toda mi vida aguardando, a la saga, obedeciendo órde-
nes torpes, planes que no eran míos, tibios en el mejor de
los casos; enfrentando, incluso, a déspotas como Borgia.
Este esperar para que mi voz fuese la que ordenara a este
caos, no mendigar favores de reyes, hacer de la Santa Sede
un estado fuerte, con la capacidad de enfrentar a esa jauría
de reinos que nos amenazan desde todas las esquinas del
orbe.
Ahora he visto pasar mi tiempo. Mis fuerzas se desvane-
cen. Heme aquí postrado, sin poder, siquiera, levantar la
cabeza hacia la ventana, observar Roma. Resignado a ver
la danza de las llamas, el fuego devorando leños, para con-
ferir calor a un cuerpo enfermo, viejo, cansado.
Nueve años son tan poco tiempo. Y sé que, si a la muer-
te de Cybo hubiese sido yo el elegido en lugar del misera-
ble de Borgia, ahora, en el momento en que estoy por ser
llamado por el Señor, también lamentaría que una veintena
de años fueran tan poco tiempo. La vida de un hombre
nunca es suficiente para alcanzar sus planes.

92

Gloria Mundi_12_10_15.indd 92 12/10/15 13:08


Il Papa buono

En Roma hace calor, pronto será el estío. En el vaticano


continúa el cónclave. Hace una semana murió el Papa Buo-
no. Hoy lo que recuerdo de él, ahora que sus actos forman
parte de lo ido, no son sus reformas. Su concilio sigue. No
estuve en las prisiones cuando las visitó, no fui uno de los
infantes a quienes ayudó en las navidades; lo vi, sí, caminar
por las parroquias de Roma, capillas tan antiguas como pe-
queñas.
Como todos, lo veía en la calle: lo saludábamos y él le-
vantaba su mano y sonreía, con su cara feliz y gorda, indife-
rente al protocolo y a su cohorte que se esforzaba por en-
volverlo en sus costumbres como lo aprisionaban en sus
ropajes. Su cara sonriente, era lo que resplandecía, no los
bordados en oro y plata, no el anillo papal y la tiara. Por eso
lo reconocí una tarde, calurosa como ésta. No traía un solo
hilo púrpura. Era un viejo, con su saco y su sombrero, un
pantalón café y camisa blanca. Comía helado, y no con mu-
cho recato.
Era feliz comiendo aquel dulce. Un cono. Quise tam-
bién un helado como el suyo, tanto era el gusto que mos-
traba. Todos sabíamos que era él, aunque estuviera vestido
del viejo bonachón Giuseppe. Quizá, era Giuseppe quien
se vestía de Juan XXIII.

93

Gloria Mundi_12_10_15.indd 93 12/10/15 13:08


Hanno, elefante pontificio

Al Belvedere ante el gran Pastor


fue conducido el elefante domado
danzando con tal gracia y tal amor […]
Y estirándose en el suelo de rodillas
Y entonces se inclinó en reverencia al Papa […]
Pasquale Malaspina

Su Santidad observa el inmenso cadáver, ése ser que amo y


que lo sostenía, a él, también inmenso. La trompa inútil,
esa trompeta que todavía atemorizaba a algunas de las
monjas que limpiaban sus pontíficos aposentos. Muerto, el
animal, resulta más contrastante con la cohorte, quienes
camina alrededor, ve la piel, las patas, intenta tocarlo y se
arrepiente. No vaya a ser que sus poderes taumatúrgicos lo
hagan volver a la vida.

El destino me envió a mi residencia en la bendita Latium


y no tuvo paciencia de dejarme servir a mi Señor tres años
completos.
Pero deseo, oh dioses, que el tiempo que la Naturaleza me asignó,
y el destino me arrebató
lo añadáis a la vida del gran León.
Giovanni de Medici, León X

94

Gloria Mundi_12_10_15.indd 94 12/10/15 13:08


Marozia, esposa y madre de pontífices

Dos ventanas tiene la celda de Marozia en el Castel Sant


Angelo; una da al Tíber, desde donde se pueden ver su ciu-
dad, Roma —con esa perspectiva, Marozia sólo nota la con-
dición ruinosa de la urbe—; en la otra ventana se ve la Civi-
tas Leonina: con la Basílica de San Pedro en medio de todo,
en medio del abigarramiento que era la colina vaticana.
Encerrada por su hijo, se dedicaba a rumiar sus recuer-
dos. Posaba su vista sobre algún rincón de Roma, al lado de
un monumento ecuestre a medio caer y a ella venía aquel
paseo de su infancia, cuando sus padres, Teofilacto y Teo-
dora, Senadores de Roma y Condes de Tusculum, adorna-
dos con joyas traídas de Constantinopla, la llevaron en pro-
cesión. Recuerda haberse detenido a contemplar aquel
hombre sobre el caballo que no terminaban de caer, haber
tocado los belfos de mármol. La voz de su madre, corona-
da, apresurándola a seguir el camino.
Eran tan lejanos los días en que ella era una muchachi-
ta, en que su madre la llevó con Sergio, el obispo de Roma.
Aquel hombre osco, sentado en medio del Palacio Latera-
no, haciéndose aire con un abanico de plumas ajado se
sonrió cuando los Condes se presentaron ante él. Papa,
usted nos da su apoyo y ella será su esposa, dijo su madre y los
tres, Sergio, Teofilacto y Teodora pusieron los sellos de
sus anillos en la cera roja de un documento. Marozia en-
tendió muy poco de aquello, recordaba la penumbra de
aquel salón donde se firmó el acuerdo, la luz de las lámpa-
ras parpadeando, el oro del tocado de sus padres, del caya-
do y la mitra de Sergio.

95

Gloria Mundi_12_10_15.indd 95 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

A su memoria acude el calor de ese verano, el sofoco de


los salones a medio derruir del palacio, las ajadas cortinas
del aposento de Sergio, el lecho de aquel hombre, sus ma-
nos sobre su cuerpo de niña. Marozia deja de ver por la
ventana, se santigua y se echa a llorar. Se arrebuja en su
catre de paja, el calor de la tarde la hace sudar.

Cansada de llorar, come el pan y la rodaja de queso añejo


que le llevaron; se acomoda en la orilla de su cama. Se sabe
hermosa a pesar de ser una mujer entrada en años —niéga-
se a usar esa fea palabra, que cree, conjurará sobre ella todo
su peso: vieja—, tiene casi cuarenta, las mujeres de su edad
y posición son ya matronas dedicadas a sus casas (olvidadas
de sí, resignadas al frío lecho de la viuda). Marozia palpa
sus senos y los siente turgentes, no son los de una mucha-
cha, pero algo conservan.
Observa por la otra ventana hacia el Vaticano, en medio
de la Civitas Leonina, callejas y callejas que ella conocía,
donde ella ordenaba: su voz, por años, ahí fue ley. Sabe que
ahí está, lo adivina en medio de la Basílica, su hijo, vestido
con sus atuendos pontificios, oficiando misa. Ahí, adivina
también, ha de estar su otro hijo, Alberico, apenas un hom-
bre —el bozo en su rostro no termina de ser bigote— senta-
do, el único, en toda la Basílica de San Pedro, como corres-
ponde al título que se robó cuando la encerró a ella, Conde
de Tosculum. El joven príncipe y el también joven Papa, en
medio de ese edificio que ella recorría todos los días, los dos
señores de Roma.
Mis hijos... susurra y besa el relicario que tiene en el pe-
cho, en él tiene los dos mechones de cabello que les cortó
a sus dos hijos cuando nacieron.

96

Gloria Mundi_12_10_15.indd 96 12/10/15 13:08


Monseñor Clunny, doliente

Mucho es lo que se puede referir sobre la agonía y la


muerte de Su Santidad: la expectación de los purpurados,
sus acuerdos, la tristeza de la feligresía, el mundo en vilo
porque uno de sus líderes ha perecido. Sin embargo todo
eso se repite ad nauseam antes y durante la sede vacante,
hay, incluso, quienes han escrito crónicas de estos días sin
haber puesto jamás un pie en Roma. Para alguien que es-
tuvo presente cuando se declara el mortus est, que ha pre-
senciado todos los rituales de la sedevacantia, no una, sino
tres veces, son dos imágenes las que guardo, y las que quie-
ro transmitir. Que otros hablen de las conspiraciones.
Tenía treinta y seis años, luego de servir a un obispo y a
un arzobispo, llegué a la urbe de mis deseos: Roma. Era
ayuda de cámara del cardenal camarlengo —nadie ignora
lo arduo, la minucia y el trabajo de hormiga que implica la
carrera eclesiástica; fue mucho lo que consumí en esos mis
primeros años en el Vaticano—. Mis labores ahí llevaban
unos meses cuando la enfermedad postró a Su Santidad.
El camarlengo, por su posición, asumió muchas de las
tareas del enfermo. No deja de haber —me confesó— algo
cuestionable y terrible en usurpar las labores de un agónico. Mis
pasos entre la habitación de Su Santidad y el despacho de
mi jefe se iniciaban al alba y terminaban entrada la noche.
Mis ocupaciones eran tantas que sólo conservo de esos días
el recuerdo del cansancio, el deseo de dormir; porque las
horas arrebatadas a la noche no eran suficientes.
Estuve el día final junto a mi señor, al lado del lecho
pontificio. De ese día, la imagen que me interesa es la de

97

Gloria Mundi_12_10_15.indd 97 12/10/15 13:08


gloria mundi. el nuevo liber pontificalis

un solo hombre que, como nosotros, aguardó en ese cuarto,


y para quien esa muerte fue más dolorosa que para ningu-
no. Monseñor Clunny, el secretario particular francés de Su
Santidad, el hombre de la sonrisa perpetua —una sonrisa
sincera, cosa rara en Roma—, era apenas entrado en los
cuarenta, aunque ya completamente cano; lo que, por el
otro lado, sólo aumentaba el atractivo de su rostro. Era evi-
dente que tenía varias noches en vilo, las ojeras sólo le
otorgaban dignidad al rostro, sentado a la cabecera de Su
Santidad esperó por cualquier mejoría y vigiló que todo de-
seo del moribundo se cumpliera.
En Roma la muerte de Su Santidad era algo que se es-
peraba. Monseñor Clunny era, por supuesto, la excepción;
él lo quería vivo y rezó, estoy seguro, por un milagro. Aten-
to, al lado del lecho, con un trozo de lino le humedecía los
labios al Santo Padre, pues ya le era imposible tragar nada.
Las horas de aquella última mañana se dilataron en centu-
rias, creímos repetido el prodigio que otorgó la victoria a
Josué: el sol suspendido. Cada tos, cada ahogo del moribun-
do era una negación de aquello que deseábamos: que Su
Santidad dejara de sufrir.
A las diez y media creímos que todo estaba hecho, él
dejó de respirar; mi jefe iba a realizar los rituales que con-
lleva la muerte del pontífice. Le ofrecí el espejo de plata y
antes de que él llegase al lecho Su Santidad tomó aire de
forma desesperada, extendió su brazo a la mano de monse-
ñor Clunny como un niño que aprende a caminar. Creí que
ya había muerto, dijo Su Santidad, los ojos colmados de lá-
grimas, a su secretario particular; apretó con su mano vieja
y fría la mano del francés.
Pasado el medio día, el Santo Padre entregó el espíritu,
en vano aguardamos un nuevo aspaviento de aquel cuerpo.
Monseñor Clunny no lloró, pasó su mano derecha por el
rostro de Su Santidad, la izquierda seguía sosteniendo la
mano muerta. Dubitativo, al igual que el resto, ofrecí el

98

Gloria Mundi_12_10_15.indd 98 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

espejo de plata al camarlengo, quien no se atrevía a revisar


si la respiración se había ido definitivamente.
El espejo y el martillo de plata, la invocación tres veces
al muerto: el rito. Ante cada acto las lágrimas surcaron el
rostro de monseñor Clunny, como en las imágenes del Sta-
bat mater. Cuando el camarlengo pronunció el mortus est,
todos nos persignamos, salvo él, que estaba solo en ese lu-
gar con su muerto, no existía nadie más en ese cuarto, nadie
en el mundo, solamente eran él, el dolor y el muerto. El
redoble de las campanas de toda Roma fue lo que sacaron a
monseñor Clunny de ese trance. Se echó a llorar como una
mujer, se lanzó sobre el lecho, nos sobrecogió verlo fuera de
sí, abrazado al cadáver.
Mis ocupaciones, como ayuda de cámara del camarlen-
go, me obligaron a dejar ese cuarto apenas vi a aquel hom-
bre derrumbado por el llanto. Teníamos que preparar un
funeral y un cónclave. Jamás conoce el camarlengo más tra-
bajo que durante la sedevacantia. Pero de aquellos días es,
otra vez, la imagen de Clunny lo que recuerdo, al día si-
guiente de la muerte, en el funeral.
En la capilla, antes de que los dignatarios y el resto de
los feligreses despidieran a Su Santidad, la curia celebró un
sepelio más íntimo. Ahí estaba el cuerpo, los cirios encen-
didos, a un lado, los ojos fijos en el suelo, monseñor Clu­
nny. Los cardenales caminaron frente al cuerpo, y dieron
su mano y el abrazo de condolencias al secretario particu-
lar. Él ya no lloraba, de golpe envejeció, en una noche, lo
que a otros hombres nos lleva años. La vorágine de conspi-
raciones y negociaciones que conlleva la muerte del pontí-
fice se apaciguó en esa capilla. Todos nos condolimos con
Clunny.
Pocas veces he sido testigo de los actos del amor. Pero,
estoy seguro, la imagen de monseñor Clunny al lado del
lecho del moribundo es una de ellas. La solicitud que él
mostró a Su Santidad toda su vida.

99

Gloria Mundi_12_10_15.indd 99 12/10/15 13:08


Ancient Régime

Su Santidad acaba de ser llamado a la compañía del Señor.


Aciagos tiempos son aquellos en los que el Vicario de Cristo
es tratado como un delincuente; es un mártir de nuestra fe.
Ni aún el mínimo decoro, ya no digamos por su dignidad,
sino, al menos, por su años.
Vino el funcionario a dar fe de la defunción, los carce-
leros no permitieron los santos óleos ni que se oficie nin-
gún servicio. No murió un perro, no murió ningún hijo de
vecino.
El ciudadano Braschi acaba de morir, su oficio era ser
pontífice, el último de su nefasta estirpe. Una nueva era,
gloriosa, para el hombre, las señales por donde quiera po-
demos verlas. Apenas hace seis años y la guillotina cortó la
cabeza de Luis XVI, ahora, el último de los pontífices ha
muerto.

100

Gloria Mundi_12_10_15.indd 100 12/10/15 13:08


Decrepitud

Está encorvado. Su joroba se ve más alta que su cabeza,


diminuto en sus sacros ropajes como un recién nacido en-
vuelto en una frazada demasiado grande. Los nuevos obis-
pos, esperan la confirmación del Santo Padre, que tiembla
en su trono. Nadie lo dice, su santidad babea.
El primer sacerdote se arrodilla ante él. Las manos len-
tas, arrugadas y enguantadas tiemblan en el aire antes de
posarse sobre la cabeza del, ahora sí, nuevo obispo. El pon-
tífice murmura ininteligible. Cada temblor de su cabeza es
un segundo más cerca de la muerte. Algunos cardenales ya
cabildean para el próximo cónclave.
Karol Wojtilla es un anciano enfermo, envuelto en seda
y oro.

101

Gloria Mundi_12_10_15.indd 101 12/10/15 13:08


Sínodo cadavérico

Si el cadáver nos hubiese hablado, si hubiese respondido


a alguno de los muchos cuestionamientos que le hicimos
no tendría este temor, este espanto que no me deja dormir,
que me persigue. Cada vez que cierro los ojos ahí está ese
rostro con su grito mudo y perpetuo, esa piel como perga-
mino, ese color amarillento y el olor, por Dios, ese hedor.
Y la mano mutilada, la mano muñón con dos dedos.
Estuve presente hace ocho años en el primer juicio que
Esteban le hizo. Ahora que Sergio subió al trono de Pedro
se me encomendó, junto a Ireneo de Cuma traer el cuerpo
que ya Romano había restituido en su tumba. No lo cargué
con mis propias manos, líbreme el Señor. Los mozos de
mulas sacaron aquel cadáver con la boca abierta, con la
mano derecha sin tres dedos.
Éste fue una réplica del sínodo que Esteban realizó
hace ocho años. Aquella primera vez estábamos enojados,
queríamos demostrarle a los seguidores del engreído For-
moso que la muerte nos iguala a todos y que no salva a na-
die del juicio del tiempo. Aunque muerto, aún podíamos
acusarlo, aún podíamos vengar las afrentas de ese hombre
que viajó por el mundo como legado antes de tener las lla-
ves. Nos burlamos del muerto porque queríamos que sus
seguidores vieran lo poderosos que éramos. Amedrentar.
Entonces ni a mí, ni a ninguno, causó espanto el cuerpo
muerto, la boca abierta; las acusaciones importaban poco,
le quitamos los atuendos pontificios, le escupimos, le in-
crepamos, le acusamos de apóstata y falsario, le arrancamos
los tres dedos con que bendijo.

102

Gloria Mundi_12_10_15.indd 102 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

Ahora hemos hecho una farsa, una sátira de nuestro pri-


mer juicio. Todo ha sido más patético. Se repitieron las
mismas acusaciones, acusaciones en las que ya no creemos
ninguno. Algunos, azuzados por Sergio se arremolinaron
contra el cadáver y lo increparon. Su rostro muerto, su grito
perpetuo y mudo, su mano sobre el pecho sin los tres de-
dos. ¿Qué eran nuestras palabras frente a la muerte? Sólo el
silencio de una boca muda nos contestaba, la mirada de los
ojos muertos.
Yo no quise, no pude, participar de la euforia después
del juicio. Cuando arrastraron el cadáver, nuevamente des-
nudo —se le volvieron a poner sus atuendos pontificios
durante el concilio y, otra vez, se le despojó de ellos como
castigo—, lo llevaron por las calles, le escupían mientras
gritaban vivas a Sergio y a Teofilacto. Supe que lo lanzaron
al Tíber.
Ahora se me presenta su rostro mientras duermo, la
boca abierta y muda, los ojos ciegos, la mano mutilada.
Está en medio de nosotros, sus acusadores, los perseguido-
res de un muerto y por fin contesta, terrible milagro: Como
me juzguen, serán juzgados.

103

Gloria Mundi_12_10_15.indd 103 12/10/15 13:08


Tu est Petrus

Et Ego dico tibi quia tu es Petrus et super hanc petram


ædificabo Ecclesiam Meam
et portæ inferi non prævalebunt adversum Eam.
Et tibi dabo claves Regni Cælorum et quodcumque ligaveris
super Terram erit ligatum in Cælis
et quodcumque solveris super Terram erit solutum in Cælis.

Evangelium secundum Matthaeum XVI: XVIII-XIX

Fue casi un pordiosero, su muerte ni siquiera divirtió a


muchos en el circo y fue a menos a los que compungió. Se
diferenciaba muy poco de otros iluminados mendicantes
que despotricaban contra el muerto panteón romano. Su-
persticioso y sucio deambulaba por las callejuelas hablando
del fin inminente de todo, del fin de aquel desorden, de
aquel caos que era la ciudad.
En aquella vorágine populosa no era difícil hacerse de
seguidores. Todos los caminos, las anchas avenidas, las em-
pedradas vías y la polvosa terracería conducían a ella. Cual-
quiera, por más desquiciado que fuese su dios y su doctrina
tenía escuchas atentos y dispuestos a convencerse entre el
millón de personas que habitaban Roma.
Simón Pedro, el pescador que como muchos otros llegó
desde Palestina deambuló por la nueva Babilonia gritando
el fin del mundo, como no conocía la escritura latina no se
puso ningún cartelón de advertencia sobre el fin de todo.
Algunos esclavos y siervos se dejaron amilanar por sus pa-

104

Gloria Mundi_12_10_15.indd 104 12/10/15 13:08


Noel René Cisneros

labras, en su torpe latín extranjero, algunos compatriotas


suyos, tan pobres como él, también hicieron suyas sus pa-
labras.
Entre fieras y gladiadores, murió el pescador, de cabeza,
en la cruz. No tuvo quien verificara su muerte, ni espejo de
plata para ver si respiraba aún, ni golpes con martillito, ni
cardenales que lo embalsamaran.

105

Gloria Mundi_12_10_15.indd 105 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 106 12/10/15 13:08
Gloria mundi. El nuevo líber pontificalis, de
Noel René Cisneros, se terminó de imprimir en el
mes de julio de 2015, en los talleres de Ediciones
Corunda, S.A. de C.V., Tlaxcala núm. 19, Col. San
Francisco, Delegación La Magdalena Contreras,
C.P. 10810, México, D.F., con un tiraje de 1 500
ejemplares y estuvo al cuidado del Programa
Cultural Tierra Adentro.

Gloria Mundi_12_10_15.indd 107 12/10/15 13:08


Gloria Mundi_12_10_15.indd 108 12/10/15 13:08

También podría gustarte