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Del colonialismo al capitalismo verde: los movimientos

sociales y la emergencia de regímenes alimentarios

FROM COLONIALISM TO GREEN CAPITALISM: SOCIAL


MOVEMENTS AND EMERGENCE OF FOOD REGIMES

Harriet Friedmann

Traducción: Javier Rodríguez Sandoval

1
NOTA DE LA TRADUCCIÓN

Para la traducción del presente texto fue necesaria cierta claridad con respecto al uso de ciertos
términos. Se presentan aquí algunas aclaraciones pertinentes previas a la lectura del documento.

La autora señala el uso de ciertos conceptos provenientes de la teoría de movimientos sociales.


El término frame o framework, dentro de la literatura sobre acción colectiva, hace referencia a
marcos o estructuras interpretativas (de la realidad). El proceso de framing corresponde al
proceso de concebir y considerar los fenómenos de la realidad dentro de cierta estructura para
efecto de su interpretación. De este modo, fenómenos que pueden haber sido interpretados de
cierto modo bajo cierta estructura (framed), pueden ser reinterpretados, reconcebidos o
reconsiderados (reframed) dentro de una estructura interpretativa (o marco interpretativo)
diferente. La traducción de framing para el presente texto será, por lo antes mencionado,
„estructuración‟. El término naming, por otro lado, hace referencia al proceso de „dar nombre‟ a
aquellos fenómenos que, por ser implícitos o invisibles, simplemente no son nombrados. Para
efecto de traducción al castellano, se ha utilizado el término „denominación‟ para referir al
proceso de naming, en el capítulo correspondiente.

Las expresiones food safety y food security refieren a dos cosas distintas. La primera
corresponde a las demandas por las garantías de calidad de los productos alimenticios, mientras
que la segunda es el equivalente en inglés al concepto de seguridad alimentaria, tal como está
concebido en castellano. La traducción de ambas expresiones se realizó en atención a este
criterio.

Por último, se debe decir algo sobre las traducciones de los nombres de las instituciones
internacionales mencionadas en el texto. World Food Board hace referencia a una propuesta
internacional que no prosperó –como luego se explicará en el texto–; mientras que World Food
Council es una institución internacional que se encuentra actualmente en vigencia, y que
también se mencionará en el documento. Estrictamente, la traducción de ambos es la misma, a
pesar de que constituyen dos cosas diferentes. Se optó por adoptar la traducción oficial del
World Food Council, a saber, “Consejo Mundial para la Alimentación”. Para el caso del World
Food Board se usó la expresión “Consejo Mundial de Alimentos”, por puros fines de
diferenciación. Las demás instituciones, en su mayoría, han sido traducidas bajo sus nombres
oficiales, para lo cual se usó el International Institutions Lexicon de la Red Mundial de
Traductores e Intérpretes Voluntarios, BABELS.

ABSTRACT

Este documento sugiere que un (nuevo) régimen alimentario corporativo ambiental está
emergiendo como parte de una reestructuración, a gran escala, del capitalismo. Al igual que
regímenes alimentarios anteriores, el nuevo régimen refleja compromisos sociales y políticos
específicos, que interpreto mediante el concepto de „estructuras interpretativas‟ (marcos
interpretativos), dentro de la teoría de movimientos sociales. El régimen alimentario de la
diáspora colonial, que se mantuvo entre 1870 y 1914, creció en respuesta a los movimientos
obreros en Europa, y creó una clase de familias agricultoras comerciales sin precedentes en la

2
historia. Cuando los mercados mundiales colapsaron, aquellos agricultores establecieron nuevas
alianzas, que provocaron el aparecimiento del régimen alimentario mercantil industrial, que
perduró de 1947 a 1973. Los lineamientos de un nuevo régimen alimentario, basado en cadenas
de oferta bajo control de calidad, parecen estar emergiendo en el espacio abierto por el impasse
en las negociaciones internacionales sobre estándares alimenticios. Las corporaciones
agroalimentarias, lideradas por los vendedores minoristas, están apropiándose selectivamente de
las demandas ambientales, de garantía de calidad, protección a los animales, comercio justo, y
otras propias de los movimientos sociales que surgieron en los intersticios del segundo régimen
alimentario. De consolidarse, el nuevo régimen promete cambiar el equilibro histórico entre la
regulación pública y privada, y ensanchar la brecha entre consumidores privilegiados y pobres.
El nuevo régimen a su vez, parece profundizar la producción de mercancías y excluir (marginar)
a los campesinos existentes. Los movimientos sociales están reagrupándose, y la consolidación
del régimen se mantiene, por ahora, incierta.

LA PREGUNTA: ¿ESTÁ EMERGIENDO UN NUEVO RÉGIMEN ALIMENTARIO?

Ha pasado ya una década y media desde que los académicos reconocieron la crisis del régimen
alimentario internacional de posguerra, y empezaron a observar los cambios que podrían dar
forma a un nuevo régimen (Friedmann, 1994, 2005; Friedmann y McMichael, 1989; Burch y
Lawrence, 2004). Dicha crisis comenzó en 1973. Este documento sugiere que el régimen
emergente es parte de una gran reestructuración del capitalismo, en respuesta a los temas
“verdes” (Sandler, 1994; Campbell, 2004; Campbell y Coombes, 1999; Campbell y Liepins,
2001). Los lineamientos de lo que yo denomino un régimen alimentario corporativo ambiental
aparecen en compromisos desiguales específicos, asumidos entre los movimientos sociales, los
estados y corporaciones agroalimentarias poderosas.

El régimen alimentario corporativo ambiental, al igual que los regímenes anteriores, es una
constelación específica de gobiernos, corporaciones, organizaciones colectivas e individuos, que
permite una renovada acumulación de capital, esta vez basada en una definición de fines
sociales compartida por actores clave (Ruggie, 1982), pero que excluye a otros actores. Como
los regímenes anteriores, este tendrá implicaciones importantes y diferentes para los agricultores
(productores), trabajadores del mercado de alimentos y consumidores, en varias partes del
mundo. A diferencia del régimen de posguerra –que estandarizó las dietas–, este régimen
profundizará las desigualdades entre consumidores ricos y consumidores pobres. Tal como los
regímenes pasados, profundizará las relaciones de producción en la agricultura y transformará
las relaciones entre los agricultores, trabajadores del mercado de alimentos y corporaciones
agroalimentarias.

Los regímenes alimentarios internacionales, si bien son prolongados, constituyen


constelaciones temporales de intereses y relaciones. Forman parte de períodos más amplios de
estabilidad en las relaciones de poder y propiedad. El último período de estabilidad en el pasado
corresponde a la hegemonía británica y de los EEUU. Los regímenes son, por sobre todo,
históricos. Desde que aparecieron los mercados internacionales de cereales y productos
ganaderos en el siglo XIX,1 los regímenes alimentarios han sido conformados por relaciones
(desiguales) entre los estados, empresas capitalistas, y personas que migraban, compraban,
vendían, y reconfiguraban culturas agrícolas y alimentarias, dentro de grandes constelaciones
globales de poder y propiedad. Distintos períodos de grupos relativamente estables de relaciones
se intercalan con períodos de inestabilidad, generados por disputas políticas de sentido
(dirección). El énfasis en los períodos de estabilidad global, y de cambio global, distingue el
enfoque de régimen alimentario de otras formas de comprender los sistemas agroalimentarios
(Araghi, 19??; cf. Goodman y Watts, 1997). Al mismo tiempo, incluso en la mayor estabilidad,
los regímenes alimentarios se desarrollan con tensiones internas que eventualmente conducen a
la crisis; esto es, a la incapacidad de las relaciones y prácticas de seguir funcionando como antes
(durante la estabilidad). En estos momentos críticos, muchas de las reglas y procesos que habían

3
sido implícitos, se hacen explícitos y son cuestionados. Esto último es lo que caracteriza a las
crisis.

Para entender la presente transformación, en el análisis de los regímenes alimentarios desplazo


el foco de observación hacia los períodos de reestructuración, en lugar de concentrar la atención
sobre períodos de estabilidad. Las disputas sobre nuevas direcciones y sentidos han creado,
hasta ahora, nuevos regímenes alimentarios –algo cuya continuidad no está garantizada en el
futuro. Las disputas han durado casi tanto como los regímenes mismos. Nos encontramos
encaminados hacia un nuevo régimen alimentario, si el caso es que habrá uno. Con el fin de
sustentar el análisis de un régimen emergente, reoriento el análisis histórico hacia el estudio de
las transiciones entre el primer y el segundo régimen alimentario, y del aparecimiento del
primero. Las transiciones constituyen momentos de elección de formas alternativas de
organización del poder, propiedad de la tierra, trabajo y consumo. Si bien no exploraré las
trayectorias contra-fácticas –aquello que pudo haber ocurrido si otros actores y otras relaciones
hubieran prevalecido–, esta visión de la alimentación en la historia global (Grew, 1999) presta
atención particularmente a los períodos específicos en los que varios resultados y consecuencias
eran posibles. Este cambio en el énfasis dirige la atención sobre los movimientos sociales como
motores de la crisis y de la formación de los regímenes.

Los movimientos sociales tienen un papel muy grande en el despliegue paradójico de los
sucesivos regímenes alimentarios. Sobre esta base, es más fácil comprender cómo la
desarticulación del régimen alimentario que estuvo en su plenitud entre 1947 y 1973, dejó a
actores específicos en situaciones problemáticas, particularmente a agricultores y consumidores;
y cómo otros grupos empezaron a posicionar nuevos temas, particularmente relacionados con el
medio ambiente y la salud. Después de un cuarto de siglo de cambios conflictivos, una nueva
ronda de acumulación parece estar surgiendo en el sector agroalimentario, basada en la
apropiación selectiva de demandas de movimientos ambientalistas; e incluyendo temas
posicionados por activistas del comercio justo, la salud del consumidor y la protección de los
animales. Pretendo conducir al lector a través de los siguientes pasos. Primero, describo un
capitalismo ecológico o “verde” emergente. En segundo lugar, interpreto las demandas de los
movimientos sociales como elementos incorporados a las estructuras de percepción
compartidas que permiten el aparecimiento de los regímenes alimentarios; y como elementos
que contribuyen a develar la crisis del régimen señalando explícitamente reglas que eran
implícitas mientras funcionaban. En tercer lugar, vuelvo a narrar las historias del primero y del
segundo régimen, como resultados del conflicto entre los movimientos sociales, y de estos con
poderosas instituciones legislativas y económicas. En cuarto lugar, reviso analíticamente el
movimiento ambientalista y otros movimientos sociales que aparecieron en los intersticios del
segundo régimen alimentario. Y por último, bosquejo cómo la política relacionada a lo
ambiental está configurando como “verde” a un nuevo régimen alimentario.

¿CAPITALISMO VERDE?

Una fase ecológica del capitalismo supondría un cambio en las reglas de la actividad
económica, de tal modo que las ganancias sean renovadas con menos sobreexplotación de los
recursos (lo cual puede significar costos menores de materia prima), menos contaminación (lo
cual puede crear demanda de nuevas tecnologías) y a través de la venta de productos
culturalmente definidos como ambientalmente superiores. Esto constituiría un “régimen
ambiental”, radicalmente distinto del que animó a la industrialización de la agricultura y la
alimentación después de la Segunda Guerra Mundial. Según Sandler (1994, pág. 44), un
régimen ambiental siempre configura implícitamente relaciones de clase y actividades rentables,
por ejemplo, a través del conocimiento acumulado sobre la naturaleza, contabilidad de costos,
materiales permisibles y productos, impuestos y bienes de consumo. Por esto, los regímenes
ambientales siempre existen, incluso cuando promueven la ignorancia de los efectos sobre el
ecosistema, o de la represión a la oposición social a las prácticas nocivas.

4
Un régimen ambiental “verde” sería aquel que reconfigure la acumulación de capital
modificando las prácticas productivas para que se reduzcan los efectos ambientales nocivos, y
para que sean satisfechos los cambios culturales en la demanda de mercancías y productos
“verdes”. Esta posibilidad contrasta con la idea común de que las empresas capitalistas, por
naturaleza, buscan externalizar costos tales como la contaminación de las aguas. Igualmente, los
cambios en la conciencia ambiental y otros relacionados con respecto a salud, protección de los
animales, y asuntos comerciales, conducen a la demanda de los consumidores de nuevos tipos
de productos. En un régimen ambiental verde, surgen oportunidades para las empresas técnicas,
administrativas, de marketing y manufactureras, asociadas con productos alimenticios “verdes”.

En la agricultura, de mantenerse otras cosas constantes, esto podría significar la eliminación o la


reducción de los insumos industriales contaminantes. Por supuesto, el aumento, la disminución,
o el mantenimiento de la utilidad; depende de si, por ejemplo, nutrientes agrícolas orgánicos
(abono orgánico animal o vegetal) son reciclados en las granjas mismas o comprados a otra
empresa, con lo cual aparecería una nueva fuente de utilidad. En otras palabras, ¿define la
agroecología nuevos métodos de producción que podrían reducir la actividad en el mercado? ¿O
es que las granjas industriales “verdes” desplazan la demanda, de las industrias de insumos
agroquímicos hacia las industrias de insumos “orgánicos” especializadas en insumos
permisibles (Guthman, 2004)?

Un régimen ambiental verde, y por tanto el capitalismo verde, surge como respuesta a las
reivindicaciones de los movimientos sociales. Por ejemplo, las preocupaciones por la seguridad
y calidad alimentaria de los consumidores, y por el impacto ambiental de la agricultura
industrial; han impulsado el rápido crecimiento, desde principios de los setenta, de una red de
empresas que producen, procesan, transportan, asesoran, proveen insumos, certifican y colocan
en el mercado alimentos “orgánicos”. Sin embargo, la respuesta es selectiva: se escoge aquellas
demandas que mejor empatan con la expansión de la ganancia y de las oportunidades en el
mercado. Por lo tanto, siguiendo a Guthman (2004, pág. 110-111), cuando “la crisis agrícola de
los 80‟s se articuló a la preocupación por el medio ambiente y a los cambios en las preferencias
de los consumidores”, las perspectivas de crecimiento tentaron a muchos productores a cambiar
su actividad, de la agricultura sostenible (una orientación de procesamiento y producción) a la
producción de productos orgánicos (una orientación de producto y marketing). Esto a su vez
condujo a un “impulso para la legislación y la regulación [que] efectivamente subsumió gran
parte del movimiento orgánico a una industria orgánica”.

Por lo tanto, el capitalismo verde no constituye una contradicción. El imperativo de “crecer o


morir”, argumenta Sandler (1994), hace referencia a las utilidades y no a las cantidades de
productos. Sólo bajo reglas específicas de uso de la tierra y pago de impuestos, y sólo con
ciertas normas culturales determinando el consumo; las utilidades están sujetas al uso
incrementado de recursos o a los costos externos (externalidades) de contaminación. Así como
el capitalismo del siglo XIX se apropió selectivamente de las demandas por la reducción de la
explotación –inicialmente bajo la forma de reducción de la jornada de trabajo–, el capitalismo
verde se puede apropiar selectivamente de las demandas de los movimientos ambientalistas por
la reducción de la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales por
sobreexplotación. Tal como “una coalición de capitalistas iluminados, reformistas de clase
media y movimientos obreros militantes nos trajeron, no el socialismo, sino el capitalismo de
bienestar” (ibid., pág. 49); la coalición de movimientos ambientalistas, de consumidores y de
comercio justo, promete, no la reorganización de la sociedad alrededor del valor central del
mejoramiento de la integridad del ecosistema, sino el capitalismo verde. De tener éxito,
promovería una nueva ronda de acumulación como resultado específico de la confrontación
entre sistemas alimentarios “convencionales” y sistemas “alternativos”. Si un nuevo régimen se
consolida, una nueva estructura hará lucir redundantes a este tipo de expresiones, puesto que no
necesitará nombre. Quienes lo cuestionen tratarán de buscarle un nombre, esto es, tratarán de
revelar sus operaciones implícitas.

5
El cambio hacia un régimen alimentario corporativo ambiental es, si estoy en lo correcto, la
manifestación más reciente en la producción agroalimentaria de la capacidad de resistencia de
las organizaciones poderosas, las cuales se apropian de las reivindicaciones de los movimientos
sociales para servir a nuevas formas de acumulación (Scott, 1998). Antes de abordar los dos
regímenes pasados, me gustaría introducir un lenguaje para ubicar a los movimientos sociales
en una posición más central en la historia.

APARECIMIENTO Y CAÍDA DE LOS REGÍMENES ALIMENTARIOS:


ESTRUCTURACIÓN Y DENOMINACIÓN *

Los regímenes alimentarios se han sostenido, hasta ahora, sobre reglas implícitas. El primer
régimen alimentario se estructuró dentro de una retórica general de libre comercio y las
efectivas operaciones del patrón oro. El mercado mundial del trigo que surgió en las décadas
posteriores a 1870, no fue realmente el objetivo de alguien en particular. Sin embargo, vastos
envíos internacionales de trigo hicieron posible lo que los actores realmente querían hacer. Los
capitalistas querían construir vías para el ferrocarril. Los países de la diáspora europea querían
empujar las fronteras, desplazar a los pueblos indígenas y constituir estados para hacer frente (y
complementar) a aquellos en Europa. Y la población europea pobre y reprimida quería encontrar
una mejor vida en las colonias. El trigo fue el elemento que dio a las vías férreas un ingreso
proveniente de la transportación; otorgó a los estados en expansión una forma de proteger el
territorio de los desposeídos; y proporcionó a los europeos de la diáspora una manera de percibir
ingreso.

El segundo régimen alimentario fue incluso más implícito. La agricultura no estaba considerada
específicamente como comercio, a pesar de los muchos de los productos que cruzaban las
fronteras. Bajo el título de asistencia –una innovación de la era de posguerra que funcionaba a
través de un sistema monetario centrado en el dólar estadounidense– los productos podían ser
transferidos, sin pagar por ellos en el sentido tradicional. Dado que las monedas de los distintos
países se clasificaban en “fuertes” y “débiles” dependiendo de si eran demandadas fuera del país
o no, y después de la guerra la mayoría de las monedas eran débiles; la asistencia era una
manera de transferir productos a cambio de monedas débiles. Esto es, enviar bienes sin recibir
un pago en el sentido tradicional. Estas transferencias beneficiaron a todos los involucrados en
cierto momento. Por supuesto, las transferencias traían muchos de los impactos del comercio,
pero ignorar esos impactos y denominar a algunas transferencias “asistencia”, era conveniente
para los intereses poderosos (y algunos no tan poderosos) en todos los países importantes.

El punto es que bajo la apariencia natural de un régimen de trabajo, subyacen ideas y nociones
tácitas que constituyen en efecto reglas implícitas que guían las relaciones, prácticas y
resultados –por ejemplo, determinan qué países se especializan en ciertos cultivos y qué países
se erigen como importadores. Tomándolo prestado de la literatura sobre movimientos sociales
(e.g. Tarrow, 1994), entiendo que un conjunto perdurable de supuestos, nociones y reglas
implícitas construían socialmente estructuras (marcos) para interpretar la realidad. 2 Sostengo
que los regímenes alimentarios emergen de las disputas entre movimientos sociales, y de estos
con instituciones poderosas; y reflejan una estructura concertada para instituir nuevas reglas.
Las relaciones y prácticas de un régimen se convierten rápidamente en procedimientos
“naturales”. Cuando el régimen funciona realmente bien, las consecuencias de las acciones son
predecibles, y en apariencia, las cosas funcionan sin reglas.

Se debe dar nombre (denominar) a los aspectos implícitos de la estructura, cuando el régimen
deja de funcionar bien, es decir, cuando las acciones dejan de tener las mismas consecuencias.

*
Revisar la Nota de la Traducción sobre el uso de los términos estructuración y denominación para esta
sección.

6
Es entonces cuando aparecen argumentos en favor de formas alternativas de resolver los
problemas que surgen como resultado, y sobre cómo nombrar (denominar) los aspectos del
régimen en mal funcionamiento. Cuando los nombres y las denominaciones se vuelven
conocidos y populares, hay un signos de que el régimen está en crisis.

Un buen ejemplo de esto es denominar a ciertas transferencias de productos agrícolas, que antes
pasaban bajo el nombre universalmente aceptado de asistencia, como dumping. Durante los
cincuenta y sesenta la asistencia alimentaria, tal como explico más adelante, era la estructura
(interpretativa) donde era posible la transferencia internacional de grandes cantidades de
cereales y otros productos. En los años ochenta, algunas de esas transferencias fueron
denominadas “exportaciones subsidiadas”, lo cual suena muy diferente. En 1982 yo sostuve que
la “asistencia concesionada” (la mayoría de la asistencia de los Estados Unidos) era en efecto
dumping (Friedmann, 1982). El término „dumping‟ hace referencia a la venta de un producto en
el extranjero, a un precio menor al del mercado interno. Esto coincide claramente con la práctica
de “vender” trigo y otros productos “excedentes” a diferentes gobiernos para recibir monedas
“débiles o inconvertibles, que fue la forma en la que la mayoría de la “asistencia” americana (y
posteriormente la europea) funcionaba. Estudios de caso demostraron que los envíos de
asistencia condujeron, como consecuencia que se podía esperar del dumping, a la disminución
de la producción interna de alimentos. Sin embargo, la estructura interpretativa suponía la idea
ampliamente aceptada de que la agricultura campesina estaba destinada a desaparecer. Hubo
una amplia resistencia a denominar „dumping‟ a la asistencia, mientras esta ayudara a los
Estados Unidos a deshacerse de su excedente interno agrícola, y a los gobiernos del tercer
mundo a percibir los beneficios de aceptar múltiples importaciones de alimentos subsidiados.

Sólo cuando la asistencia se volvió competitiva, la estructura fue cuestionada. ¿Cómo es que
algo tan beneficioso como la asistencia puede ser competitivo? De cualquier manera, no fue la
confusión intelectual la que causó el cuestionamiento. Fueron los conflictos prácticos y
peligrosos entre los estados poderosos, inicialmente los Estados Unidos y la Comunidad
Económica Europea (tal como era en los ochenta). Grandes excedentes agrícolas internos
eventualmente aparecieron en Europa, debido a que su política agrícola era similar en muchos
aspectos a la de los Estados Unidos; y la forma de deshacerse de ellos fue la misma. La
competencia entre los dos gigantes era costosa, y llegó a constituir una verdadera guerra
comercial. Uno de los objetivos de las negociaciones comerciales que comenzaron en 1986 fue
ubicar a la agricultura en el marco del comercio. Las negociaciones tuvieron éxito en 1995,
cuando un Acuerdo sobre la Agricultura (Agreement on Agricultura) se hizo parte de la
Organización Mundial de Comercio (OMC). Ahora rara vez se niega que los subsidios a las
exportaciones constituyen dumping, y el término „asistencia‟ es muy poco utilizado para
describir dicha práctica. La “asistencia” ha modificado su sentido para significar algo que opera
en casos de emergencia, y es usualmente considerada una donación. 3

Las denominaciones y terminologías son formas en que los grupos sociales cuestionan
cualidades y características específicas de un régimen en decadencia. Las denominaciones
enfatizan el cambio en lugar de la estabilidad, en contraste con algunos enfoques de los
regímenes internacionales (e.g. Hopkins, 1980; Krasner, 1983), y lo hacen de dos maneras.
Primero, los períodos prolongados de confusión y experimentación, mientras los regímenes se
desarticulan y emergen proyectos e interpretaciones alternativas; duran el tiempo que duran los
regímenes mismos. Y segundo, los regímenes aparecen menos como estructuras estáticas
(Goodman y Watts, 1997) y más como compromisos provisionales entre algunos de los actores
sociales en disputa, quienes logran crear una nueva estructura interpretativa común. El nuevo
régimen es a su vez construido sobre la base de un conjunto de relaciones históricamente
específicas, las cuales, al cabo de un tiempo, serán diferentes de las expectativas implícitas de la
estructura. Ningún compromiso puede durar indefinidamente.

Los momentos de conflicto ofrecen verdaderas alternativas de dirección. Más de un


compromiso es siempre posible. Los movimientos sociales juegan un rol clave, tanto en el

7
desarrollo de la crisis como en la emergencia de relaciones de riqueza y poder. El emblema de
los estándares de calidad, que está actualmente reconfigurando relaciones entre los
movimientos sociales, cadenas transnacionales corporativas de oferta de alimentos, gobiernos y
organizaciones internacionales; parece ser la base de estructuras nuevas y opuestas. Por eso, se
puede decir que existe la base para uno de varios nuevos regímenes posibles. Antes de
argumentar la postura que propone la emergencia de un régimen alimentario corporativo
ambiental, primero reinterpreto los regímenes alimentarios pasados poniendo atención a los
movimientos sociales que dieron forma a nuevas relaciones de poder y desigualdad.

TRABAJADORES Y AGRICULTORES: MOVIMIENTOS SOCIALES Y REGÍMENES


ALIMENTARIOS

Cada uno de los regímenes alimentarios pasados fue el resultado combinado de la intersección
entre movimientos sociales, estrategias estatales y estrategias de búsqueda de utilidad de las
corporaciones. Cada régimen se desenvolvió durante 20 ó 30 años, al igual que las crisis que les
sucedieron. Los nuevos grupos creados por, o en respuesta a, el nuevo régimen –obreros en el
primer régimen, y agricultores en el segundo–, se organizaron para perseguir sus objetivos y
defender sus intereses. Su búsqueda de soluciones se incorporó a los compromisos asumidos por
actores económicos y políticos poderosos para dar forma al régimen sucesor. Por supuesto, rara
vez un nuevo régimen traía todos los resultados que se habían previsto. Al igual que los estados
y las corporaciones, los movimientos sociales son poco cuidadosos con respecto a sus demandas
y reivindicaciones.

Régimen alimentario de la diáspora colonial, 1870-1914

El régimen alimentario de la diáspora colonial4 apareció bajo la forma de mercado mundial de


trigo, el cual fue el primer mercado que fijaba el precio de un bien básico de subsistencia.
Surgió de la convergencia de las políticas estatales en Europa y la diáspora europea. Los
gobiernos en Europa, frente a la insatisfacción popular de los movimientos obreros, anarquistas
y socialistas; estaban interesados en promover la migración de los grupos problemáticos, e
importar alimentos de bajo costo para aliviar el hambre del resto de ciudadanos. Inglaterra fue el
primer país que sacrificó intencionadamente su seguridad alimentaria. Sacrificó los intereses de
grupos muy poderosos –terratenientes y agricultores capitalistas, incapaces de competir con las
importaciones baratas– por el bien de la estabilidad social para los empresarios industriales y el
crecimiento de las ciudades. Delegó a los estados de la diáspora la tarea de financiar la fase
transcontinental de las vías férreas, además de la tarea de la transportar los embarques dentro del
sector capitalista más dinámico de la época. La demanda incentivó a las industrias del ferrocarril
y de la transportación por barco en Inglaterra, y dio un nuevo impulso a las utilidades
industriales.

Incluso mientras buscaban la autonomía con respecto al dominio europeo, los estados en
América, Australia y Nueva Zelanda se embarcaron en proyectos para conquistar territorios
habitados por pueblos indígenas. Para consolidar su control, era de crucial importancia vincular
económica y culturalmente los territorios conquistados, a Europa. Después de desplazar
violentamente a los pueblos indígenas fuera de sus territorios, los estados europeos en
expansión de la diáspora reorganizaron el paisaje, imponiendo una trama (red) de tierras para el
trabajo agrícola (granjas, etc.) a través de vías férreas y planos territoriales (Crosby, 1986;
Cronon, 2003, 1996). Los migrantes eran contratados para usar la tierra de un modo distinto al
de los pueblos indígenas y al de los europeos. Organizando la tierra conquistada bajo la forma
de un entramado de granjas potenciales, y contratando europeos para que la trabajen, los estados
“neo-europeos” aseguraron culturalmente el territorio. 5

8
Los trabajadores agrícolas contratados a través de la diáspora europea eran distintos de las elites
coloniales de las colonias clásicas, como la India. Mientras estos últimos encontraron una
variedad de formas para movilizar el trabajo de los sujetos colonizados, los colonos europeos
habían huido de las privaciones económicas y la persecución política en Europa. Intentaron
establecerse como agricultores (granjeros) y quedarse. Lejos de disponer de sujetos colonizados
a los cuales explotar, eran ellos mismos vulnerables frente a los intereses poderosos,
particularmente a los del ferrocarril, que les transportaba primero a ellos y luego a sus
productos. Los colonos europeos, al estar poco familiarizados con la agricultura en tierras
diferentes, o quizás desconocedores de la agricultura en absoluto; cultivaban lo que les
solicitaban los mercaderes y empresarios ferroviarios, quienes querían enviar trigo y productos
ganaderos de vuelta a Inglaterra y al resto de Europa. Los colonos no sólo pagaban el valor de
su pasaje y el de sus familias, sino que además pagaban regularmente el valor del flete del trigo.
La dependencia de los colonos de la venta de productos ganaderos y de trigo a los mercados
distantes en Europa, a través de los ferrocarriles locales y los puertos, garantizaba su sujeción a
los estados y a las economías nacionales en expansión.

Por lo tanto, una nueva constelación de relaciones de clase e interestatales nació de los intereses
convergentes de los estados europeos en industrialización, presionados por el descontento
social, y de los estados en expansión de la diáspora europea. Los movimientos obreros fueron
impulsores clave de la diáspora europea de fines del siglo XIX. La expansión territorial fue el
impulso clave para la expansión del ferrocarril, y por tanto, para los beneficios europeos e
internacionales.

El régimen alimentario creó una nueva clase de agricultores dependientes de los mercados de
exportación. De hecho, la innovación más importante del régimen alimentario de la diáspora
colonial fue la unidad productiva agrícola (granja, huerta, etc.), eminentemente comercial, y
basada en el trabajo familiar. A diferencia de los campesinos, los colonos europeos de la
diáspora tenían que comprar bienes de consumo y herramientas, y eran obligados a vender sus
productos, y por lo tanto, a especializarse dependiendo de la demanda. Su dependencia del
trabajo no remunerado de hombres, mujeres y niños –explotación del trabajo familiar– les
permitía reducir costos con respecto a la agricultura en Inglaterra y otros lugares, incluyendo las
regiones antes exportadoras de Europa del Este. A pesar de la notoria explotación de los
trabajadores agrícolas, los empresarios agrícolas ingleses tenían que pagar salarios. Así, un
(nuevo) régimen alimentario apareció sobre la base de agricultores familiares especializados en
monocultivos de exportación. Paradójicamente, el triunfo de los trigales con trabajo familiar no
remunerado apuntaló el primer mercado mundial que fijaba los precios de un producto
alimenticio básico y cotidiano.

El régimen tuvo el efecto premeditado de reducir los costos de alimentación para las
poblaciones urbanas en Europa. Se desarrolló a través de una espiral de caída de precios y crisis
de la agricultura europea, que condujo al desplazamiento y expulsión de los pequeños
productores del campo; y una espiral complementaria de migración hacia las regiones
exportadoras de cereales en Norteamérica, las partes templadas de Sudamérica, Australia y
Nueva Zelanda. De este modo, las políticas implícitamente complementarias de los estados
europeos y de los estados de la diáspora, impulsaron el aparecimiento y desarrollo del primer
régimen alimentario internacional. Sus prácticas convergentes crearon clases de familias
agrícolas, las cuales nunca antes habían existido, y podían existir sólo a través del comercio
internacional. Estas clases serían las más afectadas en el colapso del régimen.

En términos de medio ambiente, el régimen alimentario de la diáspora colonial promovió el


debilitamiento del suelo virgen, cuya fertilidad (en el caso de Norteamérica) era resultado del
uso dado por los pueblos indígenas y los asentamientos de búfalos. El origen de la erosión del
suelo que plaga las granjas norteamericanas puede hallarse en la fragilidad introducida por las
prácticas que removían los pastizales perennes (Jackson, 1984), que por un breve período de
tiempo (en medidas geológicas) fueron capaces de producir cultivos con poco trabajo o con

9
renovación de nutrientes. El régimen convirtió vastos ecosistemas de pastizal en “paisajes neo-
europeos” (Crosby, 1986). Estos paisajes transformados, que más tarde fueron conocidos como
las “canastas de pan” del mundo, realizaron aparentes milagros. En lugar del conjunto de pastos
perennes, sociedades de búfalos y sociedades indígenas que habían sostenido un ecosistema
estable; los colonos europeos introdujeron pastos y ganado europeo (Cronon, 1996). Estos
“cambios en la tierra” (Cronon, 2003) condujeron al agotamiento del suelo, y eventualmente del
agua, en el área de la que dependían muchos seres humanos alrededor de la región. Esto sentó
las bases para la fase de monocultivos industriales, que aparecieron en el segundo régimen para
enfrentar los problemas ambientales del régimen de la diáspora colonial.

En contraste, la denominada Alta Agricultura Inglesa (English High Farming) se basaba en


principios científicos de agronomía diseñados para renovar los suelos e incluso maximizar la
fertilidad a largo plazo. La agricultura inglesa, que experimentó un precipitado declive después
de 1870, se había hecho científica, así como ocurrió con el capitalismo en el siglo anterior. La
Alta Agricultura ha sido reconocida como el sistema de agricultura más sofisticado,
ecológicamente, y eficiente, en términos energéticos, que el mundo ha conocido (Bayliss-Smith,
1982). Hay mucho que recuperar de su cuidadosa atención al reciclaje de nutrientes, su escala
agrícola y otras cualidades de agricultura ecológica (Duncan, 1996).

Crisis del régimen alimentario de la diáspora colonial: legados y posibilidades alternativas

El régimen alimentario de la diáspora colonial colapsó en la depresión y catástrofe ecológica en


Norteamérica conocida como el “Dust Bowl” en los años treinta, apenas dos generaciones
después del aparecimiento del mercado del trigo. El legado más importante del régimen era un
nuevo tipo y significado de las políticas agrarias. El difunto régimen dejó una clase de
agricultores empobrecidos concentrados en regiones dependientes de la exportación,
inapropiadas para los cultivos y para la agronomía europea. Debido a su estructura no
capitalista, las tierras agrícolas comerciales familiares respondieron de forma “perversa” a la
caída de precios (relativa a modelos económicas), creciendo aún más. Los límites históricos a la
caída de precios desaparecieron. Muchos agricultores no tuvieron otra opción más que
abandonar la tierra y unirse a las grandes masas en busca de empleo. Su miseria complementaba
a la de los campesinos y obreros agrícolas que aún se estaban en Europa. Los obreros agrícolas,
tratando de sobrevivir, formaron o renovaron movimientos políticos que adquirieron
importancia en países coloniales y en Europa.

Un nuevo tipo de política agraria, distinta de los movimientos campesinos en otras partes del
mundo,6 fue el legado del desarticulado régimen alimentario de asentamientos coloniales. Los
movimientos agrarios en el creciente poder hegemónico, Estados Unidos, configuraron las
características del último régimen; pero sólo después de una crisis que se mantuvo a través de la
depresión económica mundial y la guerra, entre 1925 y 1945.

La configuración del segundo régimen alimentario, que es el objeto de la siguiente sección, no


fue la única posible, y ni siquiera la que parecía más probable en los años treinta. En primer
lugar, en el primer régimen, los Estados Unidos no era un exportador de trigo predominante. El
régimen de la diáspora colonial creó varias regiones exportadoras, entre las cuales los Estados
Unidos no constituía una zona dominante. De hecho, Punjab en la década de 1890 era
considerado por el Departamento de Agricultura de los EE.UU. como su competidor más
peligroso. Punjab era también una región de asentamientos coloniales de la época, en donde se
vivía una guerra (contra los afganos) y se producía la distribución de tierras agrícolas y vías
férreas auspiciada por el estado. Allí también operaba la contratación de colonos para el cultivo
de trigo para la exportación a Inglaterra. Otras regiones exportadoras de trigo, recientemente
colonizadas, también han desaparecido de la memoria, por ejemplo Siberia y la cuenca del
Danubio (Friedmann, 1978). En segundo lugar, las colonias europeas (más tarde, el Tercer
Mundo) no dependían de importaciones de alimentos, sino que eran (a pesar de las variaciones

10
climáticas y los cambios políticos) ampliamente autosuficientes y en ocasiones exportaban sus
excedentes.7 En tercer lugar, las dietas europeas no estaban extendidas en las colonias
dominadas y racializadasa. El legado de las interacciones coloniales fue la diversidad y
creatividad culinaria y agronómica, más que la estandarización (Friedmann, 2005).

Durante la Depresión de los 1930‟s, el stock de trigo que no se podía vender coexistía con una
población hambrienta. El problema era ampliamente concebido dentro de la estructura, por los
gobiernos durante la Depresión, como un tema de mercados agrícolas volátiles que conducían a
la inestabilidad de precios para los productores agrícolas y a la inestabilidad en el
abastecimiento para los consumidores. La primera solución fue internacional, lo cual parecía
apropiado dada la escala del problema. Acuerdos internacionales sobre los productos
comprometieron a los gobiernos a exportar e importar cantidades dentro de rangos negociados.
Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos aliados coordinaron estrechamente
sus iniciativas para la provisión de productos alimenticios, incluyendo regulaciones internas
sobre la agricultura, para el sostenimiento de la guerra. Los compromisos de comercio durante
la guerra fueron entendidos como acuerdos preliminares a los planes económicos nacionales
posteriores a la guerra. Estos últimos reflejaban compromisos de los gobiernos con su gente
para crear lo que se denominó los “estados de bienestar”, incluyendo tanto una dieta mínima
como estabilidad agrícola. Dichos compromisos tomaron la forma de un plan de posguerra para
la creación de un Consejo Mundial de Alimentos (World Food Board) * . Los compromisos
respecto a la exportación e importación guiarían luego los planes económicos internos.

De haber prevalecido los planes del período de guerra sobre la creación de un Consejo Mundial
de Alimentos, 8 los aliados victoriosos habrían hecho de la FAO (Food and Agriculture
Organization) de las Naciones Unidas una poderosa organización, autorizada para administrar
los acuerdos internacionales sobre producción agrícola. Sin embargo, la propuesta de creación
de un Consejo Mundial de Alimentos, diseñada por los Estados Unidos y Reino Unido, fue
descartada en una reunión en Washington, DC en 1947; sólo dos años después del fin de la
Segunda Guerra Mundial, con los votos en contra de los Estados Unidos y Reino Unido (bajo el
gobierno del Partido Laborista). Esta fue la alternativa perdida para el segundo régimen
alimentario.

Las razones de la derrota de la propuesta radican en una nueva “reestructuración” de los


intereses de los agricultores familiares comerciales en los Estados Unidos, de manera tal, que la
política agraria interna excluía e impedía la posibilidad de creación del Consejo Mundial de
Alimentos. Otros cambios en 1947 impactaron el acuerdo durante la guerra sobre los planes de
posguerra, pero no deben ser considerados como factores del rechazo a la propuesta. Una
ruptura masiva en las relaciones entre los aliados ocurrió en 1947, cuando la rivalidad de la
Guerra Fría reemplazó a la cooperación entre Occidente y la Unión Soviética. Dado que la
rivalidad entre bloques se centraba en la disputa por la expansión de los estándares de vida,
incluyendo estándares alimenticios, esto puede sugerir una revisión de la propuesta para
estabilizar la alimentación y la agricultura dentro del Mundo Libre. El endeudamiento de los
británicos con los EE.UU. por concepto de préstamos para la guerra, marcó un gran cambio en
la hegemonía, y permitió a la posición de los Estados Unidos ejercer más presión que durante la
guerra. Esto explica por qué incluso una delegación del Partido Laborista se habría sometido a
la presión norteamericana para abandonar la propuesta de creación del Consejo Mundial de
Alimentos. Se mantiene la pregunta de por qué los Estados Unidos habrían de revertir su
postura referente a la regulación internacional de alimentos y agricultura.

La clave para responder a la pregunta es la forma particular de las políticas agrarias internas
estadounidenses durante la Depresión, las cuales fueron mantenidas en el período de posguerra
y limitaron los acuerdos internacionales de los Estados Unidos; y, por tanto, dieron forma al

*
World Food Board y World Food Council hacen referencia a dos cosas diferentes, pero cuya traducción
es estrictamente la misma. Revisar la Nota de Traducción al respecto.

11
comercio internacional y a las políticas internas de otros países. La política agraria
estadounidense no era el único tipo desarrollado durante la Depresión y la Segunda Guerra
Mundial. De entre muchos programas de apoyo a la agricultura, creados en varios países durante
la Depresión, el programa escogido fue el único que traería como resultado cúmulos de
excedente de la producción retenidos (y controlados) por el gobierno. El sistema británico de
„pagos por deficiencia‟ tenía las ventajas de la transparencia y de la distorsión no comercial –
para utilizar términos corrientes del siglo XXI. El gobierno establecía metas para el ingreso de
los agricultores y pagaba la diferencia entre los ingresos efectivos y los ingresos deseados, con
fondos de los ingresos generales. No se acumulaba excedente en ninguna parte y los precios al
consumidor no se veían afectados. Esta forma de subsidio era coherente con la propuesta del
Consejo Mundial de Alimentos y con el comercio internacional liberal.

En cambio, la política agraria de los Estados Unidos estaba diseñada para no ser transparente (se
llamaba “préstamos” a lo que era efectivamente subsidios) y a incrementar los precios agrícolas
en lugar de subsidiar directamente los ingresos de los productores. Un sistema elaborado de
adquisiciones de gobierno retiraba el suficiente trigo, u otro producto, del mercado como para
lograr las metas en precios establecidas por el Congreso. El resultado era la acumulación de
excedentes retenidos por agencias gubernamentales. Los excedentes ponían presión sobre los
precios y por lo tanto se perpetuaban a sí mismos. También se requería controles a las
importaciones para evitar que los productores de todo el mundo envíen sus cereales a los
Estados Unidos, donde los precios estaban por sobre los precios mundiales. Este sistema
mercantil de política agrícola interna fue el logro de las organizaciones agrarias que constituían
uno de los tres pilares de la coalición del Partido Demócrata del New Deal, que se había
mantenido en el poder durante los últimos años de la Gran Depresión y la temprana
reconstrucción de posguerra.

Las políticas agrarias en los EE.UU., a través de la emergencia de la hegemonía estadounidense,


condujeron no sólo al rechazo a la propuesta de creación del Consejo Mundial de Alimentos;
sino también a un conjunto de prácticas que estructuraron el segundo régimen alimentario
internacional. Los subsidios agrícolas estadounidenses, que eran inusuales en su incoherencia
con el comercio liberal, crearon la cola que sacudían los perros fabricantes de políticas en los
Estados Unidos, no sólo en la agricultura sino más ampliamente en los acuerdos comerciales
internacionales.9 Dado que constituía el poder económico a la cabeza, todas las características
del segundo régimen alimentario fluyeron de la protección y dispersión de los almacenes
(stocks) americanos. La dispersión interna, que había comenzado durante la Depresión a través
de “tickets de comida” (food stamps) como una forma de asistencia social en especie, se
mantuvo después de la guerra, pero estaba lejos de adecuarse a la escala del problema. Las
reglas monetarias de posguerra, que reemplazaron al difunto patrón oro con un sistema
internacional basado en el dólar, permitieron un mayor escape hacia el mercado exterior bajo la
forma de “asistencia alimentaria” o asistencia en alimentos (food aid). La innovación más
sobresaliente de la hegemonía americana fue la “asistencia” bajo la forma de venta de bienes
americanos por monedas “débiles”, que eran conservadas por el gobierno de los EE.UU. como
“fondos de la contraparte”. La asistencia alimentaria constituía una porción tan grande de todos
los envíos agrícolas internacionales durante dos décadas, que definió la cualidad única del
segundo régimen alimentario, su carácter estatalmente dirigido o mercantil.

Régimen alimentario mercantil industrial

Durante 25 años, el régimen alimentario que surgió después de la derrota del Consejo Mundial
de Alimentos en 1947 estructuró lo que se presentaba como natural dentro de la agricultura, la
alimentación, el trabajo agrícola, el uso de la tierra y los patrones internacionales de
especialización y lo que era laxamente denominado “comercio”. Se desarrolló como la
expresión de las metas complementarias de los estados, firmas, clases sociales y consumidores,
cambiando radicalmente los patrones internacionales de producción y comercio. Dentro del

12
marco de la “asistencia en alimentos”, los subsidios a las exportaciones se convirtieron en una
característica determinante del nuevo régimen alimentario. Los Estados Unidos atravesaron una
transformación, de ser uno de muchos exportadores en el primer régimen, a ser un exportador
predominante en el segundo. Japón, las colonias y las nuevas naciones del Tercer Mundo
pasaron de ser autosuficientes a ser países importadores. Europa pasó de ser una región
predominantemente importadora en el régimen de la diáspora colonial, a ser autosuficiente y
eventualmente constituirse como potencia exportadora. El régimen estructuró, paradójicamente,
el aparecimiento de varios capitales agroalimentarios gigantescos, que eventualmente se
convirtieron en actores poderosos, cuyos intereses se diferenciaban de aquellos de los
agricultores y de los estados nacionales. El régimen produjo todas estas modificaciones a través
de la promoción de la industrialización de la agricultura y la elaboración de productos
comestibles manufacturados, comercializados por grandes capitales al por menor.

El régimen alimentario de 1947-1973, por esto último, puede ser denominado mercantil
industrial. Sus aspectos industriales y mercantiles contrastaban agudamente con el libre
comercio y el trabajo familiar del régimen anterior. Las tensiones entre las políticas mercantiles,
las familias productoras agrícolas, y las corporaciones agroalimentarias estuvieron contenidas
por un cuarto de siglo mientras el régimen alimentario transformaba las formas de agricultura y
de alimentación en todo el mundo, empezando por los Estados Unidos.

Los movimientos agrarios de la diáspora de los 1930‟s forzaron una agenda con un resultado no
anticipado y sin precedentes. La diáspora que nació de los conflictos obreros en Europa de 1800
experimentó su propia crisis., cuando los mercados internacionales del trigo colapsaron en los
años treinta. Los agricultores de la diáspora y los europeos demandaron protección de los
mercados internacionales inestables, y la protección a la agricultura adoptó diversas formas
nacionales. Sin embargo, fue el conjunto específico de demandas de los movimientos agrarios
en los EE.UU. –que era la hegemonía emergente– el que dio forma al nuevo régimen
alimentario. Sólo la ideología particular y la influencia política de los agricultores
estadounidenses pueden explicar cómo se introdujo, en Estados Unidos, una forma de subsidio
agrícola interno que condujo a los excedentes administrados por el gobierno y requirió control
sobre las importaciones. Cuando otros estados estaban constreñidos de adoptar políticas internas
y comerciales complementarias, el régimen entero adoptó un carácter mercantil. Esto tomó
forma a través del supuesto colectivo –ratificado en el GATT– de que el comercio agrícola
constituía un sector excepcional.

Las exportaciones subsidiadas constituían una institución clave del régimen alimentario
mercantil industrial. Los subsidios a las exportaciones se originaron –y en cierto modo se
mantienen– como “asistencia en alimentos”. En tanto gran innovación institucional, la asistencia
económica extranjera se basaba en el papel único del dólar según el sistema monetario de
Bretton Woods. La mayoría de las monedas nacionales no eran convertibles a dólares, debido a
que la mayoría de países no gozaban de la suficiente capacidad de exportación como para
acumular dólares. Sin embargo, la asistencia extranjera permitía a los EE.UU. “vender” bienes
en el extranjero a cambio de monedas inconvertibles (o “débiles”) de los países importadores. 10
Se pretendía que esta sea una estrategia temporal para ayudar a los países a desarrollar su
capacidad de exportación, para que eventualmente pudieran acumular moneda “fuerte”. En
Europa, el Plan Marshall estableció la asistencia americana como una medida temporal –y
exitosa– para reconstruir a los socios comerciales, y para acabar con la dependencia del
comercio imperialista de las colonias europeas, en favor de los dólares (Wood, 1986). La
implementación de la asistencia alimentaria en los países “subdesarrollados” –la nueva
definición para aquellos que surgían del dominio colonial–, a través de la Ley Pública 480 en
1954, fue la fundación del régimen alimentario mercantil industrial. Como poder hegemónico
sin contendientes, los Estados Unidos realizaron un balance de su poder y riqueza –que le
permitieron proteger sus políticas internas– con la visión de adoptar arreglos complementarios
en favor de otros gobiernos. Las exportaciones subsidiadas elevaron la posición de los Estados
Unidos hasta convertirlo en una nación líder en exportaciones, y gestaron la percepción de que

13
era naturalmente, de algún modo, una “canasta de pan”. Los países europeos devastados por la
guerra aceptaron la Asistencia Marshall (Marshall Aid) en alimentos, insumos y fertilizantes,
los cuales dieron origen a cultivos productivos, especialmente trigo, y a la ganadería, en
dirección a una agricultura industrial como en el modelo americano. Esa asistencia se convirtió
en importaciones comerciales, especialmente insumos para operaciones animales intensivas
(Friedmann, 1994). La visión generalizada de “desarrollo” como crecimiento de la industria
nacional animó a Europa a aceptar el liderazgo de los EE.UU., incluso mientras sus imperios se
disolvían. Es igualmente importante señalar que, esta visión animó a los nuevos estados creados
a través de las luchas anticoloniales, a aceptar también el liderazgo norteamericano (Sachs,
1992; McMichael, 2004a). El Segundo Mundo, que era el bloque soviético, estaba separado por
mutuos embargos comerciales. El desarrollo era comprendido casi universalmente como
crecimiento industrial,11 y esa idea incluía importaciones subsidiadas de trigo de los Estados
Unidos. Para el Tercer Mundo, sin embargo, la asistencia no se convirtió en comercio, sino en
una dependencia crónica de las importaciones.

Los envíos de asistencia en alimentos debilitaron la agricultura en muchas regiones campesinas


tradicionales. Muchas no pudieron competir con los productos estadounidenses subsidiados. En
su punto más alto, los envíos de trigo de los Estados Unidos bajo la Ley Pública 480
constituyeron más del 40% de los envíos internacionales. Mientras los EE.UU. habían
promovido activamente la conversión hacia las dietas basadas en trigo en años anteriores, por
ejemplo durante la ocupación japonesa después de la Segunda Guerra Mundial, las elites
urbanas en el Tercer Mundo defendían la superioridad del trigo por sobre los productos básicos
locales.12 Esto provocó grandes procesos migratorios de los campesinos hacia las ciudades.

Sin embargo, ni la creciente dependencia de importaciones de alimentos, ni el debilitamiento de


los sectores agrarios fueron problemáticos para los gobiernos del Tercer Mundo. En primer
lugar, dentro de la estructura interpretativa del régimen alimentario, los envíos de asistencia no
eran considerados como exportaciones. En segundo lugar y relacionado a lo primero, la
agricultura y los alimentos eran considerados como el telón de fondo de la gran obra que era la
industrialización. Los gobiernos del Tercer Mundo necesitaban sacar el trabajo de la agricultura
“retrógrada” y ubicarlo en las anticipadas industrias urbanas “modernas”. La proletarización era,
entonces, un objetivo explícito de los países “en desarrollo”, tal como eran denominados
(después de que “subdesarrollados” pasó de moda). La asistencia en alimentos ayudó de muchas
maneras. Fue el sustituto del suministro interno de alimentos, apoyó la construcción de estados
paternalistas después de la independencia del dominio colonial, y abrió posibilidades para la
población por fuera del autoabastecimiento y de los mercados locales. A todos estos elementos
positivos, McMichael (2004a) los denomina el Proyecto Desarrollista.

Las políticas internas de alimentos y agrícolas fueron configuradas alrededor del mundo por dos
factores. Externamente, el grano subsidiado y otros envíos pusieron una presión crónica sobre
los precios mundiales para su disminución, incluso para los no beneficiaros de la asistencia (no
receptores de los envíos). Los precios bajos necesitaban protección en los países importadores
donde se deseaba proteger la agricultura interna, particularmente Japón y los países europeos.
Los precios bajos, además, ponían trabas a la competencia por la exportación, incluso la que
provenía de otros exportadores europeos de la diáspora como Canadá o Argentina.

Internamente, los Estados Unidos servían de modelo y apoyaban la fuerte intervención del
estado y la industrialización de la agricultura. Los gobiernos en muchas partes del mundo
adoptaron versiones locales apropiadas de las políticas agrícolas mercantiles de los EE.UU.
Tanto el gobierno americanos como los demás gobiernos del mundo eran animados por las
agencias internacionales para el desarrollo durante los 1950‟s y 1960‟s. En el Tercer Mundo, la
industrialización, que fue denominada la Revolución Verde, incrementó la producción de granos
y –tal como en los Estados Unidos– también contribuyó a la expulsión de los campesinos del
campo. Japón, Gran Bretaña y la Comunidad Económica Europea adoptaron subsidios agrícolas
que eran versiones modificadas del modelo norteamericano (y eventualmente tenía excedentes

14
propios). La Política Agrícola Común (Common Agricultural Policy) de 1957 (con políticas
específicas definidas en 1958) fue la política base de la Integración Europea en el Tratado de
Roma. Durante los años cincuenta y sesenta, estas políticas mercantiles permitieron la
regulación nacional complementaria de sectores agrarios internos y del comercio agrícola. Y
dentro de estos espacios nacionales regulados, la agricultura y los alimentos fueron reconocidos
como industrias con sus propias dinámicas técnicas, y como fuente de grandes utilidades.

El régimen mercantil fue, además, paradójicamente, industrial. El régimen alimentario de la


diáspora colonial había sido dirigido por capitales comerciales, por lo menos en la agricultura;
incluso los ferrocarriles percibieron utilidades por la transportación de trigo y carne. En el
régimen mercantil industrial, grandes firmas industriales finalmente se hacen dominantes dentro
de un sector agroalimentario altamente especializado e integrado. Algunas organizaciones
capitalistas crecieron para proveer a la agricultura de maquinaria, químicos, alimentos para
ganado, medicina veterinaria, y muchos otros insumos relacionados a la industrialización de la
agricultura. Otras procesaban productos agrícolas como ingredientes para productos comestibles
aun más elaborados. Otras incluso emprendieron el camino largo desde pequeñas tiendas y
mercados agrícolas hasta supermercados gigantes. Estas grandes firmas capitalistas colocaron a
los agricultores en una posición en el medio de sí mismos: entre ellos mismos como
compradores y ellos mismos como vendedores. Las organizaciones agrícolas empezaron a
hablar del obstáculo “costo-precio” que enfrentaban entre las corporaciones de gran poder en el
mercado. En un lado estaban los vendedores corporativos de insumos químicos y mecánicos, y
en el otro se ubicaban los compradores de cultivos y ganado como materia prima para
procesamiento.

Paradójicamente, bajo la superficie mercantil de las reglas de intercambio, estas firmas


integraban sectores de la producción de manera transnacional. Por ejemplo, el sector ganadero
nacional de Holanda, que depende de las importaciones de alimento industrial para el ganado
suministradas por una transnacional, en cierto sentido sólo aparenta ser nacional (Friedmann,
1994). De igual forma, la promoción de la sustitución de importaciones en el Tercer Mundo, por
ejemplo a través de la Revolución Verde, sustituyó más bien la dependencia de la importación
de granos por la dependencia de insumos industriales como pozos de tubo y fertilizantes
químicos. Junto al crecimiento y alcance transnacional de las corporaciones agroalimentarias,
los agricultores se volvieron cada vez más especializados. Operaciones de mezclas de cultivos y
cría de ganado, discutiblemente importantes en muchas regiones para la sustentabilidad
ecológica, cedieron el paso a los campos de monocultivo y operaciones ganaderas de fábrica.
Las corporaciones agroalimentarias incrementaron sus utilidades y control, alargando las
cadenas de oferta de productos. Particularmente para abastecer a la demanda de carne del
consumidor (un fenómeno cultural complejo), los monocultivos de maíz y granos de soya como
alimentos para el ganado se convirtieron en la base de mucha de la agricultura de las viejas
regiones colonizadas en la diáspora. Los agricultores en los Estados Unidos, especialmente,
crecieron y se volvieron motocultivadores, disminuyeron en número y se integraron a cadenas
de oferta controladas por corporaciones, se volvieron más dependientes de las exportaciones
subsidiadas, y perciben cada vez menos utilidades por los precios.

Cuatro cambios entraron gradualmente en conflicto con las prácticas –y con la estructura– del
régimen alimentario mercantil industrial. Primero, los países del Tercer Mundo (que pasaron a
ser denominados „el Sur‟ con el fin de la Guerra Fría) se vieron atrapados en la estrechez entre
las necesidades de importación de alimentos básicos y los precios decaídos de las exportaciones
coloniales de las cuales aún dependían desde el anterior régimen. Los alimentos industriales o
“durables” poco a poco fueron encontrando sustitutos para el azúcar y los aceites tropicales, los
cuales estaban entre las más importantes. Como lo muestra cualquier etiqueta de ingredientes, el
azúcar ha sido reemplazado por una variedad de “endulzantes”, incluyendo químicos como el
aspartame, y productos industriales residuales como la fructosa o el corn syrup (que también se
beneficia de los subsidios del gobierno norteamericano). Segundo, la reorganización productiva
de las cadenas productivas aceleró la disminución del número y de los recursos políticos de los

15
agricultores, y los “lobbies agrarios” empezaron a reflejar la presencia corporativa creciente,
incluso en la agricultura. Tercero, las corporaciones transnacionales se vieron constreñidas por
las reglas de intercambio mercantil y los subsidios internos del régimen, y apoyaron iniciativas
para liberalizar el comercio.

El détente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a inicios de los 1970‟s reveló el cuarto,
un elemento profundamente implícito de la estructura del régimen alimentario mercantil
industrial: el embargo comercial mutuo entre los bloques de la Guerra Fría. El bloque capitalista
había actuado como un dique de contención del comercio y la asistencia agroalimentaria. Los
excedentes se acumulaban detrás del dique y había que deshacerse de ellos. La eliminación del
excedente era clave para la dinámica del régimen. El régimen dejaría de existir sin excedente s y
sin exportaciones (subsidiadas) que funcionaban tanto para el que las enviaba como para el que
las recibía.

No obstante, el régimen aún no era visible como tal, y los excedentes simplemente se
presentaban como un problema crónico. Los EE.UU. vieron la oportunidad de vender sus
excedentes por moneda fuerte y al mismo tiempo cambiar las alianzas geopolíticas a través de
un “détente” con la Unión Soviética en 1972 y 1973. Los acuerdos soviético-americanos sobre
los cereales de aquellos años eran tan grandes que vaciaron los almacenes de excedentes por
primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Los acuerdos causaron que el precio del trigo y
otros cereales, y de las semillas de aceite se triplique. La asistencia alimentaria, y hasta algunos
contratos comerciales –crucialmente una venta de granos de soya al Japón– fueron suspendidos.
Los países dependientes de las importaciones de alimentos del Sur, que además enfrentaban
elevados precios de la energía en los mismos años, comenzaron a solicitar préstamos a bancos
privados. Los consumidores norteamericanos, enloquecidos por los altos precios de la carne,
emprendieron boicots. Los trabajadores agrícolas, furiosos por haber sido excluidos de la
repartición de los precios altos que fueron todos concentrados por las corporaciones de
comercio, presionaron intensamente al Congreso. El régimen cayó una reconocida, aunque muy
poco recordada, Crisis Mundial de Alimentos (World Food Crisis) en 1974.

Crisis del régimen alimentario mercantil industrial: la reestructuración del comercio

La Reunión Mundial de la Alimentación (World Food Summit) de 1974 empezó a revelar la


estructura del régimen alimentario mercantil industrial. Fue convocado por la FAO en Roma. La
FAO, que había estado al margen de las operaciones del régimen, había (como muchas agencias
especializadas de las Naciones Unidas) dedicado sus energías a luchar contra el hambre y a
asistir a la agricultura campesina en el Tercer Mundo. De pronto, millones de personas se
encontraban en “inseguridad alimentaria”, debido a la desaparición de los almacenes de
excedente de los Estados Unidos y la conmoción de los precios mundiales de los granos. La
respuesta inicial no fue cuestionar si los mercados por sí mismos podrían aumentar la
vulnerabilidad –a pesar de las lecciones de la crisis de los 1930‟s. La respuesta fue concebir
(estructura) al problema como un tema de hambre, esto es, personas carentes de alimento. En la
primera Reunión Mundial del Alimento los gobiernos declararon un “derecho inalienable de ser
libre de hambre y desnutrición”, y se comprometieron a cumplir este derecho universalmente
para 1984 (FAO, 1996; Friedmann, 2005). La Reunión creó el Consejo Mundial de la
Alimentación (World Food Council) para mejorar la actividad esporádica del Programa Mundial
de Alimentos, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola y el comité de la FAO para la
Seguridad Alimentaria Mundial. El lenguaje de la “seguridad alimentaria” y del “derecho a la
alimentación” apareció en este punto. Mientras el derecho a la alimentación había sido ya
mencionado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 (Alston, 1994, pág.
206-207), la seguridad alimentaria ponía nombre a la ausencia de una conexión automática entre
las necesidades y la producción agrícola, la cual había estado implícita en la estructura del
régimen (Lacy y Busch, 1984).

16
A medida que el hambre aumentaba, los subsidios a las exportaciones ya no eran disfrazados.
En primer lugar, la asistencia fue reconsiderada como incoherente con las exportaciones
subsidiadas. Los flujos de concesiones bilaterales de los Estados Unidos se detuvieron después
de las ventas soviéticas. Las instituciones multilaterales de asistencia en alimentos fueron
fortalecidas. La asistencia europea se expandió. Una recién enriquecida Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) empezó a usar sus ingresos petroleros para dar su propia
asistencia. La asistencia en alimentos empezó a ser concebida más explícitamente o bien como
“humanitaria”, o bien como una extensión de la política externa. El Congreso de los EE.UU.
cambió la legislación de la asistencia en alimentos para enfatizar más las subvenciones que las
ventas de concesión. Esto ocurrió mientras despertaban rumores y revelaciones sobre
asignaciones ilegalmente dirigidas a la guerra de Vietnam.

En segundo lugar, los subsidios a las exportaciones se volvieron peligrosamente competitivos.


Una vez nombrados explícitamente, condujeron a intentos formales por incorporar la agricultura
en los acuerdos de comercio. Los excedentes europeos, previsiblemente generados por un
sistema paralelo de subsidios internos a los precios agrícolas, también habían desembocado en
exportaciones subsidiadas. Para la década de 1980, los subsidios competitivos a las
exportaciones casi produjeron una guerra comercial entre Europa y Estados Unidos. El interés
era resolver esta competencia mutuamente destructiva. Al mismo tiempo, exportadores de
segunda categoría liderados por Argentina, Canadá y Australia, formaron el “Cairns Group”
para presionar por el fin de las prácticas mercantiles. Los nuevos exportadores de cereales y de
soya para la ganadería industrial, notablemente Brasil, se unieron a la lucha (Friedmann, 1994).
Estos gobiernos no habían sido capaces de subsidiar sus propias exportaciones, 13 y esperaban
que el fin de las prácticas mercantiles les diera, al fin, una cuota justa en las exportaciones
mundiales. Los mayores países de lo que fue denominado „el Norte‟, por lo tanto, acordaron
tratar de incluir a la agricultura dentro de los acuerdos de comercio en las negociaciones del
GATT que comenzaron en 1986. Esta modificación fue apoyada (de un modo ambivalente al
principio) por las industrias agroalimentarias, que habían llegado a considerar restrictiva a la
estructura mercantil, que nutrió su crecimiento durante más de tres décadas. La lucha adquirió
cierta fuerza del colapso del bloque soviético y de la rápida privatización de los bienes en cada
país. La OMC fue creada en 1995, y estuvo al incorporar el histórico Acuerdo sobre la
Agricultura (Agreement on Agriculture).

El régimen alimentario mercantil industrial se terminó. Sin embargo, los intereses del antiguo
régimen no mueren fácilmente. Los Estados Unidos estaban interesados en la exportación de
cereales, y su déficit comercial estaba creciendo. Japón y Europa tenían amplios distritos
electorales que definían a la seguridad alimentaria como suficiencia interna y lobbies agrícolas
activos. Las prácticas comerciales mercantiles no terminaron, como tampoco terminaron los
subsidios agrícolas internos. A pesar de que el Norte, especialmente a través del G-7, había
hecho grandes progresos en la reestructuración (reconcepción) del problema, pasando del tema
del hambre al tema del comercio,14 el Acuerdo sobre la Agricultura de la OMC se mantenía
como un acuerdo en principio.

Los “lobbies agrícolas” supuestamente evitaban que los gobiernos poderosos cumplan con sus
compromisos de eliminar los subsidios internos y a las exportaciones. Los lobbies agrícolas en
el Norte eran los pilares del régimen alimentario mercantil industrial en desarticulación. No
obstante, la influencia de las organizaciones agrarias en las políticas nacionales, que parecía ser
asombrosa en los ochenta y noventa, yacía finalmente sobre una frágil base social. El número de
agricultores había caído a un pequeño porcentaje de la población debido al propio éxito del
régimen –el sistema de precios recompensaba a las unidades de producción más grandes, y la
industrialización de la agricultura subordinaba a los productores a los grandes insumos agrícolas
y a las firmas procesadoras de alimentos.

Los intereses de los productores (y como veremos más adelante, consumidores) se hicieron
menos monolíticos a medida que el régimen se desarrollaba. Los Estados Unidos, a pesar del

17
incremento de los subsidios agrícolas a nivel sin precedentes, estaba altamente comprometido
con políticas, como la promoción de semillas manipuladas genéticamente, que intensificaban la
concentración de poder de la industria y el tamaño de las unidades de producción. Mientras
tanto, los cultivos de campo se habían concentrado en alimentos para el ganado, tanto para
operaciones internas como para la exportación. Los precios internos de los cereales en EE.UU.
continuaban cayendo, beneficiando cada vez más a los capitales ganaderos concentrados.
Algunos productores de cereales reconocieron que los subsidios internos ya no los ayudaban, y
comenzaron a identificar un interés compartido con los productores extranjeros, que aún eran
afectados por los bajos precios norteamericanos. Ellos abogaron por una mezcla de medidas
para alzar los precios internos (Ray, De La Torre Ugarte, y Tiller, 2003). Sin embargo, las voces
más influyentes en los lobbies agrícolas de los Estados Unidos, que representaban a los actores
más numerosos interesados en cada “producto” especializado, eran los agronegocios. Estos se
beneficiaban de los subsidios norteamericanos mientras se oponían a los subsidios en
organizaciones internacionales.

La Unión Europea comenzó a desplazarse en dirección de subsidios “que no distorsionaban el


comercio” bajo la rúbrica de la “multifuncionalidad”. Esto significaba que los subsidios
agrícolas serían redirigidos hacia “servicios” específicos relacionados a lo ambiental, la
preservación del paisaje, las comunidades rurales, entre otros. Los “servicios” eran proveídos
por los productores, estando todo esto lejos de los subsidios a los productos específicos. No
obstante, esta política era un táctica en las negociaciones con los Estados Unidos. Fue diseñada
con organizaciones ambientales en lugar de organizaciones agrarias, y no era particularmente
agradable para los productores (Vihinen, 2004). Sin embargo, la multifuncionalidad era una
reestructuración radical de la agricultura. Como veremos, alcanzó un poyo extra gracias a los
temores que suscitaba la seguridad alimentaria, que impactaba a la confianza del consumidor en
la agricultura industrial. Abrió nuevos espacios en Europa y se articuló a nuevas posibilidades
de reestructurar (reconcebir) el alimento y la agricultura en otras partes del mundo.

Para el año 2003, Europa y los Estados Unidos aún no habían resueltos sus desacuerdos, pero
habían encontrado una nueva solidaridad bajo el rostro de un desafío coherente de los países del
Sur. En ese año, una coalición de los gobiernos líderes del Sur fue a las conversaciones de la
OMC porque el Norte se mantenía intransigente con respecto a tema de los subsidios agrícolas,
tanto internos como a las exportaciones. Los tres países que lideraron la coalición del 2003
provenían de roles marginales antes de 1974. Brasil se había convertido en un competidor líder,
especialmente en las exportaciones de soya. India pasó de ser el receptor líder de la asistencia en
alimentos norteamericana, a ser más o menos autosuficiente. China pasó de una condición de
aislamiento a acoger las semillas y las técnicas occidentales para industrializar la agricultura. Si
el Norte accede a las demandas del Sur, sin embargo, los resultados podrían no ser los esperados
por los protagonistas. La abolición de los subsidios no puede traer un nuevo régimen.

Dos posiciones dominantes y opuestas se mantenían encerradas en el marco del antiguo


régimen. La primera respuesta a los altos precios de los alimentos en 1974 fue la confusión
universal sobre cómo tal retroceso del “desarrollo” podía haber ocurrido, y la concepción del
problema como un tema de hambre. La pregunta era si la redistribución o el aumento de la
oferta eran la solución. Quienes abogaban por el derecho a la alimentación se concentraban en la
redistribución del ingreso para ampliar el acceso a los alimentos comerciales. La atención a la
redistribución había sido, en efecto, la alternativa al neoliberalismo, que era promovido
particularmente por el G-7, y que habría sido aplicada no sólo a las clases sociales sino además
a las reglas del juego, creando una mayor equidad entre el Norte y el Sur. 15 Pero los 1980‟s y
1990‟s vieron el triunfo de las políticas neoliberales centradas en el comercio y las finanzas.
Quienes abogaban por el libre comercio le apostaban al cambio tecnológico, ahora incluyendo
las tecnologías genéticas (Runge, Senauer, Pardey y Rosegrant, 2003).

A medida que la trayectoria de la crisis del Sur seguía el cambio del hambre al comercio, los
movimientos agrarios y la reforma agraria entraron en escena. En el Sur, movimientos sociales

18
significativos se han levantados de entre los productores agrícolas que enfrentan la devastación
provocada por las importaciones subsidiadas del Norte y por la reforzada reorientación de la
agricultura hacia las exportaciones para el pago de la deuda externa. Estos movimientos han
presionado a los gobiernos para que tomen una postura en la OMC. Los movimientos agrarios
además están presionando a los gobiernos para la redistribución de la tierra, como por ejemplo
el MST de Brasil; para que los protejan de las nuevas amenazas que representan las
declaraciones de propiedad intelectual sobre las semillas, típico de varios movimientos en India;
y para resistir la presión de redirigir la agricultura hacia los cultivos de exportación al Norte, en
lugar de la producción de alimentos.

Los movimientos agrarios se volvieron internacionales. Una red transnacional de organizaciones


agrarias llamada la Vía Campesina fue fundada en un encuentro en 1993 en Mons, Bélgica, con
55 organizaciones campesinas y agrarias provenientes de 36 países. Esto reestructuró a los
productores y campesinos del Norte y del Sur como un mismo grupo de “gente del campo”. La
red ha crecido rápidamente en su primera década, tanto en tamaño como en sofisticación. La
Vía Campesina era la culminación de los procesos organizativos nacionales y trans-fronterizos
en América, Europa y Asia, para consolidar oposición regional e internacional a los tratados de
libre comercio (Edelman, 2003). Las ONG‟s y los movimientos sociales han organizado
encuentros paralelos, cada vez más grandes, a las organizaciones internacionales, incluyendo la
Reunión Mundial de la Alimentación (World Food Summit) entre 1974 y 2002. Las
manifestaciones de oposición a los tratados de libre comercio, comenzando con el tratado de
libre comercio entre Estados Unidos y Canadá en 1989, y extendiéndose al NAFTA firmado en
1994, presentaban a los productores, y a quienes los apoyaban, a las perspectivas
internacionales. Discusiones analíticas y estratégicas evolucionaron hasta llegar al Foro
Agrícola, paralelo al Foro de las Américas en la ciudad de Québec, Canadá, en el 2001, y
permitieron reestructurar (reconsiderar) diversos temas. La diversidad cultural y biológica, la
equidad de género, los efectos de las dietas en la salud, los impactos ecológicos de los sistemas
agrícolas, las tecnologías apropiadas, los saberes de los agricultores y el comercio justo, se
unieron a los temas tradicionales de derechos de los productores, reforma agraria, trabajo
agrícola, hambre y justicia social, en los diferentes Foro Social Mundial de Porto Alegre y
Mumbai, y luego en los foros regionales (Friedmann, 2002). De estos encuentros emergió un
grueso consenso de repensar el concepto de soberanía alimentaria.16

Entre 1974 y el fin del siglo, las viejas instituciones habían dejado de funcionar como lo hacían
o –especialmente en el Sur– habían dejado de existir. Los cambios en la asistencia en alimentos,
subsidios agrícolas y consejos de marketing, y subsidios a los alimentos de consumo,
condujeron a un esplendor de las disputas sobre cómo repensar (reconcebir) los diversos temas.
Estas disputas, sin embargo, tomaban lugar en medio de una amplia pérdida de confianza en los
méritos de los sistemas agroalimentarios creados por el régimen alimentario mercantil
industrial. Un nuevo régimen parece estar emergiendo, no desde los intentos de restaurar
elementos del pasado, sino desde una esfera de alianzas interdependientes y problemas que
vinculan la alimentación y la agricultura a nuevos temas. Estos incluyen calidad, seguridad,
diversidad biológica y cultural, propiedad intelectual, protección a los animales, contaminación
ambiental, uso de energía, e inequidades de raza y género. El más importante de estos cae bajo
la amplia categoría de medio ambiente.

ANTECEDENTES DEL CAPITALISMO VERDE

Los nuevos temas llevaron a la agricultura y a la alimentación, que habían sido marginales para
la conciencia pública, y administradas por ramas separadas del gobierno al centro conflictivo de
las políticas del Norte. El criticismo ambientalista de la agricultura industrial comenzó en el
pináculo del régimen alimentario mercantil industrial. El libro Silent Spring de Rachel Carson, a
menudo valorado como la obra que inauguró el movimiento ambientalista en Estado Unidos,
documentaba los efectos de los pesticidas en lo que más tarde se denominó la “diversidad

19
biológica”. No obstante, la agricultura está lejos de ser el centro de las primeras instituciones
ambientalistas. La contaminación del aire fue el primer asunto que unificó a los recientemente
creados ministerios del ambiente en los años posteriores a la primera conferencia por el medio
ambiente en Estocolmo en 1972. Sin embargo, las preocupaciones por la seguridad alimentaria
eran tan antiguas como la lluvia radiactiva en los 1950‟s. En los 1960‟s y 1970‟s, las
preocupaciones por los aditivos en los alimentos y los residuos de pesticidas entraron en escena.
Mientras los consumidores eran abastecidos por el sistema alimentario industrial en los 1980‟s y
1990‟s, los movimientos ambientales y los movimientos de consumidores hicieron suyos los
temas relacionados con la seguridad alimentaria y la calidad de los alimentos en respuesta a las
epidemias de enfermedades como E. coli y BSE. Los cuestionamientos a las prácticas
industriales agroalimentarias también surgieron desde los activistas de los derechos de los
animales. Un gran movimiento internacional se opuso a las semillas genéticamente intervenidas,
que fueron rápidamente introducidas en los campos de maíz y de soya alrededor del mundo en
la década de los noventa.

Las unidades de producción “orgánicas” y locales, que habían empezado a experimentar con la
agroecología y el regreso a la cocina durante los 1960‟s y 1970‟s, fueron siempre interesantes
para las grandes corporaciones alimenticias. Un juego de denominaciones se jugaba alrededor
de los términos natural, saludable y orgánico. Los manufactureros corporativos (y más tarde las
corporaciones de comida rápida) consideraban tales términos como una crítica implícita a sus
propios productos como no naturales, no saludables e inorgánicos (usualmente químicos). Al
mismo tiempo estaban alerta de las tendencias del mercado. Una oleada masiva de fusiones
empresariales atravesó los Estados Unidos y el mundo en los ochenta. Algunos de los nuevos
gigantes, como Beatrice Foods y General Foods, compraron a algunos de los productores de
alimentos alternativos más exitosos en California e integraron sus líneas de producción para
abastecer a la creciente red de tiendas de alimentos “saludables” en todo el continente. Las
corporaciones minoristas, cuyo poder en el sistema alimentario creció junto al incremento de las
ansiedades de los consumidores, desarrollaron sus propias marcas, que comúnmente declaraban
elevar la calidad y los estándares ambientales, incluso dejando de lado la lealtad a las marcas de
las viejas corporaciones manufactureras. Estos experimentos con líneas de producción con
“nichos” en el mercado, permitieron a las marcas corporativas a adueñarse de las palabras
saludable y natural, que empezaron a adornar incluso los más elaborados productos
comestibles. De hecho, hacia el fin de esta tendencia, las barras de caramelo con vitaminas se
venden como alimentos “funcionales”, considerados como mejores para la salud que las
comidas balanceadas bien preparadas.

El término orgánico, sin embargo, resultaba más sensible porque estaba relacionado a la
agricultura. Los productores agrícolas y los lobbies agrícolas se unieron a los intereses del
agronegocio al rechazar las críticas contra la agricultura industrial química intensiva. A medida
que el sector creció en respuesta a la demanda, la certificación se convirtió en un asunto político
complejo, tanto entre los productores como en los diferentes niveles del gobierno. Para cuando
el asunto empezó a ser resuelto a nivel nacional en los años noventa (Guthman, 2004), los
conflictos internacionales por la seguridad alimentaria, incluyendo técnicas agrícolas, se habían
hecho parte de los conflictos de comercio. La Unión Europea y Japón rechazaron las
importaciones de productos derivados de ganado tratado con hormonas, y de alimentos y
semillas genéticamente modificados. El conflicto con los países exportadores –los EE.UU. y el
nuevo Cairns Group en la OMC– se confundieron y mezclaron con los conflictos de comercios
descritos en secciones anteriores.

En el Sur, el régimen alimentario mercantil industrial había traído la Revolución Verde y la


agricultura industrial. El régimen simplificó los agro-ecosistemas para incrementar la
producción de alimentos básicos de consumo cotidiano, como arroz en Asia y papa en los
Andes. Marginó a las comunidades rurales basadas en mixturas de culturas agrícolas, y amenazó
a los saberes agrícolas tradicionales indígenas. La crisis del régimen mercantil industrial
revertió el proyecto clásico de sustitución de importaciones a través de la agricultura industrial.

20
La presión internacional por el cobro de deudas, que se consolidó bajo el título de „ajuste
estructural‟ en los 1980‟s, insistió en modificar las exportaciones, retirar la intervención del
estado –especialmente los subsidios agrícolas y a los alimentos– y quitar las barreras a las
importaciones. En muchos lugares, la agricultura pasó de la producción de alimentos para
consumo interno, a la producción de productos “no tradicionales” para la exportación: frutas,
vegetales y flores (además de re-enfatizar en las exportaciones “tradicionales” como café,
azúcar y otros cultivos tropicales introducidos por el régimen de la diáspora colonial). La cría de
ganado se trasladó a los ecosistemas de bosque tropical para proveer carne a las cadenas
industriales de hamburguesas. Aparecieron movimientos sociales que vinculaban los temas
clásicos de tierra, trabajo y subsistencia, a temas nuevos: expulsión de los pueblos indígenas de
sus territorios, protección de los saberes agrícolas indígenas, y agroecología (McMichaels,
2004b).

Para el 2001, cuando el primer Foro Social Mundial reunió a movimientos sociales del Norte y
del Sur, interpretaciones comunes empezaron a salir de las interrelaciones entre la diversidad
biológica y cultural, y de la amenaza colocada por la agricultura industrial. En Norte y Sur
comenzaron a proliferar experimentos de producción de alimentos en forma sensible y armónica
con el ambiente, revinculando el consumo en regiones municipales, y protegiendo, reviviendo o
creando culturas alimenticias regionales. El movimiento “Slow Food” crea convivia para revivir
la alimentación ecológica y placentera, y más recientemente presidia para proteger la diversidad
de cultivos, ganado y técnicas locales. Los agricultores indígenas están jugando papeles
altamente efectivos en el gran movimiento de pequeños productores en la Vía Campesina. 17
Sobre la base de varias décadas de diálogos internacionales feministas, las mujeres juegan un
gran papel en muchos de estos movimientos. Si el pasado es una guía, algunas de las demandas
de estos movimientos serán la inspiración de un nuevo régimen alimentario, y en parte le darán
forma, probablemente con resultados inesperados. Mientras eso ocurre, el capital siempre está
presto a apropiarse de aquello que funciona.

LINEAMIENTOS DE UN RÉGIMEN ALIMENTARIO CORPORATIVO AMBIENTAL

Una convergencia de las políticas ambientales y la reorganización de las cadenas de oferta de


alimentos liderada por proveedores minoristas, sugiere la emergencia de un régimen alimentario
corporativo ambiental. El régimen emergente, tal como lo veo, consiste en dos formas
diferenciadas de organizar las cadenas de oferta de alimentos, más o menos correspondientes
con la diferenciación de clases transnacionales de consumidores ricos y pobres. Ambas formas
son lideradas por capitales privados, a veces las mismas firmas venden productos baratos y de
calidad a las diferentes clases de consumidores. En los Estados Unidos, las dos cadenas de
supermercados que definen los dos mercados de clase son Whole Foods (apropiación de un
término contracultural de los sesenta)18 y Walmart. En Europa, en cambio, un solo consorcio
coordina la organización transnacional masiva de cadenas de oferta de calidad certificada; sin
embargo, el hecho de que estas sean construidas por capitales privados, y no mediante políticas
estatales, abre las puertas a Walmart o a pequeños empresarios que pretenden abastecer en el
futuro a consumidores de bajos ingresos. Mientras los EE.UU. y Europa se mantienen como los
mercados más grandes, el aparecimiento de consumidores privilegiados en los países grandes
del Sur y en China, y el alcance de las cadenas de suministro agrícola en los campos del Sur,
sugieren preguntas sobre nuevas articulaciones entre las relaciones interestatales y la tierra y
trabajo agrícola.

El liderazgo de los capitales privados es el resultado de un impasse continuo entre los gobiernos
del Norte en las organizaciones internacionales. A pesar de que el Acuerdo sobre la Agricultura
de la OMC en 1995 refleja la disposición de la Unión Europea y los Estados Unidos (y otros
estados poderosos) a resolver sus disputas por el comercio; están han sido ya reemplazadas por
el tema de los estándares de calidad de los alimentos.19 Este tema debía ser negociado según el
Código Alimentario (Codex Alimentaruis), un comité de articulación de la OMS y la FAO, que

21
después de 1995 sería puesto en vigencia por un tribunal litigante de la OMC. El asunto de si las
medidas “sanitarias o fitosanitarias” específicas impuestas por los estados nacionales, debían ser
tratadas como restricciones escondidas a las importaciones, constituye un asunto que debía ser
arbitrado a través de objeciones de los gobiernos, interpuestas ante el nuevo tribunal de la OMC.
Los Estados Unidos objetaron exitosamente las leyes de la Unión Europea que prohibían
cualquier tipo de carne tratada con hormonas, teniendo como resultado sanciones anuales de
180‟000,000 USD. En este contexto, la decisión de la Unión Europea de no renovar su período
de suspensión (moratoria) a los alimentos genéticamente modificados –el cual ponían a la
opinión pública en contra de la oposición intransigente de los países exportadores– fue tomada
bajo la sombra de una objeción americana amenazada. La decisión da cuenta de la aceptación a
una configuración diferente. Los estándares públicos serán más bajos, pero mientras la Unión
Europea abandona su insistencia internacional en estándares elevados, nuevas medidas
adoptadas, particularmente “la demostración de calidad”, apoyan a las iniciativas del sector
privado de negociar y respectar sus propios estándares de calidad (que son más altos que los
estándares públicos).

La presión por ceder los estándares nacionales a los tratados de comercio, es ampliada por la
presión para que el Norte presente un frente unido contra un Sur renaciente. La primera crisis de
la OMC en 1999 en Seattle simplemente postergó las negociaciones de un Acuerdo sobre la
Agricultura. La segunda crisis vino en Cancún en el 2003, cuando grandes gobiernos del Sur
vetaron las concesiones hasta que el Norte cumpla sus compromisos con respecto a los
subsidios. Al cabo de cuatro años, la división más importante ha pasado de ser Estados Unidos-
Unión Europea, a ser la división Norte-Sur. Los conflictos por los estándares nacionales no
serán fáciles de resolver dentro de la OMC.

La acción se ha desplazado silenciosamente hacia el capital privado. La regulación ha ayudado


históricamente a los manufactureros, creando relaciones de confianza entre consumidores y
reglas claras para los productores. La pregunta es si las corporaciones agroalimentarias
transnacionales pueden regularse efectivamente a sí mismas. Una vez respondí negativamente
(Friedmann, 1994). Ahora puedo matizar esa respuesta. Las corporaciones tienen la capacidad
de organizar cadenas de oferta que cruzan muchas fronteras nacionales como cadenas
transnacionales privadas, y de crear, fortalecer y “hacer auditoría” (los gobiernos dirían
“inspeccionar”) a los productores, transportadores y operadores de la cadena. Pero aun necesitan
estándares intergubernamentales que sirva de piso para sus actividades. Por lo tanto, a diferencia
de la regulación nacional del siglo XIX que forzaba a los intereses privados a elevar sus
estándares por encima de lo que el mercado permitía, los productos “de calidad” ofertados a los
consumidores privilegiados están siendo construidos sobre el piso establecido por las
organizaciones internacionales.

Los gobiernos del Norte y del Sur apoyan y suscriben, por diferentes razones, los estándares
mínimos intergubernamentales. Al abandonar sus compromisos a nivel estatal con estándares
“de calidad” específicos, como productos animales libres de hormonas y prohibiciones contra
los alimentos modificados genéticamente; la Unión Europea abandona estándares del gobierno,
como públicos y universales. Por su parte, los capitales privados, que operan fuera de la
jurisdicción de los acuerdos interestatales, crean sus propias cadenas de oferta cuidadosamente
reguladas, y que contemplan aquellos estándares elevados que no pueden ser sostenidos en
negociaciones intergubernamentales. Por supuesto, el estándar bajo del sector público incita a la
importación, e incluso producción local, de productos que satisfagan estándares mínimos para
los consumidores del extremo no privilegiado. Las cadenas de ofertas, tanto de productos de
estándar de calidad, como de productos de estándar mínimo, atraviesan muchas fronteras. Las
cadenas se sostienen sobre los estándares intergubernamentales uniformes, incluso cuando las
auditorías privadas requieren de estándares adicionales. Como resultado, las organizaciones
internacionales debilitadas, incluyendo a la OMC, están siendo rebasadas por las
transformaciones privadas de las cadenas de oferta agroalimentarias, en respuesta a los
movimientos sociales de consumidores, ambientalistas y otros.

22
Hubo precedentes nacionales para la nueva configuración de los estándares públicos y privados.
En los 1980‟s y 1990‟s, las controversias internas de los Estados Unidos sobre la certificación
pública de los productos “orgánicos”, pusieron a los productores “corporativos” de gran escala
en contra de quienes se adherían a los principios “holísticos” de los cuales derivó el término en
los años setenta. Las cada vez mayores oportunidades en el mercado habían atraído a
productores de muy poco compromiso con los principios del movimiento social, indiferentes a
la integridad del ecosistema o las condiciones laborales (Guthman, 2004, pág.51-53). Más aún,
la proliferación de las instancias certificadoras creó confusión, y de cara al fracaso
intergubernamental para resolver el problema, las corporaciones privadas empezaron a ganar
terreno.

Las cadenas de oferta corporativas, más que las cadenas de oferta de los movimientos sociales
de las que se apropiaron, dependen de cierto tipo de certificación. Según Raynolds (2003, pág.
737), “la importancia creciente de los principales minoristas y de las corporaciones alimentarias
en los mercados orgánicos del Norte, está reforzando la posición de los grandes productores en
Latinoamérica, capaces de garantizar suministros grandes y continuos de bienes
estandarizados”. Los estándares utilizados por las cadenas de oferta corporativas constituyen un
conjunto elaborado de especificaciones que se aplican a todos los eslabones de la cadena,
abstrayéndose de las condiciones del medio local (y de las condiciones laborales) que
originalmente dieron forma a los movimientos orgánicos y de comercio justo. Los estándares
ejercen presión sobre los pequeños productores y las organizaciones de comercio que aún se
adhieren a esos principios. Campbell (2004, Campbell y Coombe, 1999) considera esto una
forma de “proteccionismo verde” del Norte, que obliga a los estándares nacionales elevados,
como por ejemplo en Nueva Zelanda, a ceder el paso a aquellos dictados por las cadenas
privadas que terminan en los consumidores ricos del Norte.

Las corporaciones han respondido selectivamente a la demanda de los consumidores (una


expresión privatizada de las demandas de los movimientos ambientales y por la salud) con
cadenas de oferta auditadas, que aseguran “preservación de la identidad” y “demostraciones de
calidad” desde la semilla (o el embrión) hasta el plato. Por ello, la corporación Cargill con sede
en EE.UU. está reorganizándose para contratar líneas auditadas de especialidad de lo que solían
ser productos estándar. Una reciente innovación es liquidar sus subsidiarias brasileñas que
producían naranjas y las procesaban para obtener jugo de naranja congelado. En lugar de ello, la
corporación está contratando a las compañías brasileñas Citrusco y Cutrale para la provisión de
naranjas con características específicas, como “aquellas tomadas del árbol a cierta edad”,
comparando las diferencias de sabor con aquellas que se crecen en las parras (especies
trepadoras). Es igualmente invertir en ingredientes para “alimentos funcionales”, de los que se
dice que ofrecen efectos sobre la salud específicamente diseñados. Cargill está vendiendo un
producto llamado Corowise, hecho a base de esteroles (subgrupo de esteroides) de las plantas,
“que puede ayudar a reducir el colesterol”. 20

Una innovación de mayor alcance ha aparecido en Europa, donde el consenso público no podía
tener éxito en las políticas públicas debido a la intransigencia del Cairns Group y de los Estados
Unidos en la OMC. Para 1999, los capitales privados en Europa, anticipando la inminente
expiración de la prohibición sobre los productos modificados genéticamente, pero percibiendo
que los consumidores seguirían buscando garantías de “calidad”; organizaron un consorcio
innovador de minoristas privados, manufactureros, instancias certificadoras, y otras instancias
para la representación de los intereses de los consumidores, para negociar sus propios estándares
de “calidad”. Liderado por cadenas de supermercados, EUREP-GAP (Euro-Retailer Produce
Working Group-Good Agricultural Practice) es un consorcio de empresas que incluyen a
manufactureras de alimentos, cadenas de restaurantes y servicios de catering, y cuerpos de
auditoría y certificación; que requiere cierta documentación en cada fase de la producción y
transporte, que certifique el seguimiento de un conjunto elaborado de reglas. EUREP-GAP

23
determina los estándares de acuerdo a su propia interpretación de las demandas de los
movimientos sociales. En el sitio web se establece lo siguiente:

En respuesta a las demandas de los consumidores, minoristas y sus proveedores


globales han creado e implementado una serie de estándares de certificación específicos
para los sectores agrícolas. El propósito es garantizar la integridad, transparencia y
armonización de los estándares agrícolas globales. Esto incluye los requerimientos de
alimento saludable, producido respetando la salud, la seguridad y el bienestar del
trabajador; y los temas de protección ambiental y a los animales. 21

No obstante, esta combinación de regulación pública básica sosteniendo a estándares privados


más altos, diferencia a los ciudadanos –de los cuales todos se benefician igualmente de la
regulación pública– en consumidores –de los cuales sólo algunos pueden pagar costosos
estándares de calidad. Ni el sistema alimentario industrial ni el número creciente de pobres están
desapareciendo; de hecho, los productos comestibles estándar son producidos por las mismas
corporaciones que construyen las cadenas de oferta con auditoría de calidad. Por ejemplo, tanto
el Código Alimentario (Codex Alimentarius) como el EUREP-GAP están actualmente
decidiendo los estándares para la producción animal, incluyendo los insumos para la ganadería
intensiva. Si el Código permite los cereales genéticamente modificados, mientras el EUREP -
GAP requiere de auditorías garantizando el uso de insumos libres de manipulación genética; la
combinación de estándares públicos y privados crearía las condiciones para establecer cadenas
de oferta distintas, “pobres” y “ricas”, en los productos animales.

La nueva mezcla de regulación privada e intergubernamental tendrá efectos significativos sobre


el poder interestatal. El poder privado puede haber debilitado a los lobbies agrícolas nacionales.
Cualquiera que sea la mezcla de fuerza popular residual y gran influencia corporativa que
mantenga sólidas a los lobbies agrícolas estadounidenses, es posible que estos últimos se
fragmenten de cara a las tentaciones del EUREP-GAP. Si los minoristas europeos ofertaran
precios premium por, por ejemplo, carne de ganado alimentado con insumos libres de
modificación genética, algunos productores americanos probablemente responderían. Estos
últimos incrementarían la demanda de insumos segregados de un solo tipo. Las cadenas
segregadas „de un solo tipo‟ de oferta de soya orgánica ya existen. Por esto, el rechazo de los
Estados Unidos y del Cairns Group al requerimiento de las instancias internacionales de
segregar productos, ya no será más apoyado por un bloque agrícola solidario. El consorcio
EUREP ofrece talleres de entrenamiento para auditores alrededor del mundo, incluso en los
Estados Unidos.

El tercer régimen alimentario también toma lugar contra el declive de la hegemonía


norteamericana. Un mecanismo de declive, que he documentado en otros textos (Friedmann,
1994), es que los estados emergentes son capaces de ser flexibles mientras que los estados
hegemónicos están atrapados en medio de inversiones, geografías, alianzas e instituciones
existentes. En las etapas tempranas de la crisis de finales de los 1970‟s, Brasil y Japón
establecieron un nuevo vínculo de comercio que modificó los patrones en el régimen
alimentario mercantil industrial, e hizo de Brasil una potencia en exportación. La forma de
inversión era también distinta. Consistía en ensayos de articulación de ambos estados y los
capitales nacionales, ubicando el procesamiento de soya en Brasil. De manera similar, el
EUREP representa una propuesta innovadora de cadenas de oferta internacionales y garantías de
calidad, que es proclive a colocar a sus miembros en posiciones de ventaja relativa con respecto
a las corporaciones estadounidenses. Mientras los inspectores del Departamento de Agricultura
de los Estados Unidos hacen cumplir los estándares de calidad, por ejemplo en la región
exportadora de Sao Francisco en Brasil, colocándose en el puerto; el EUREP requiere que cada
firma en la cadena de oferta documente (e invierta en empleo, equipos y organización) cada fase
de la vida y transporte de cada mango, y entrena a auditores para supervisarlo (Cavalcanti,
2004). El detalle de los estándares americanos es consecuentemente inferior, y Whole Foods,

24
por ejemplo, debe montar sus propias auditorías de calidad para una cadena de oferta mucho
más pequeña.

En tanto poder emergente (quizás eventualmente sucesor hegemónico), China ha experimentado


ya efectos masivos. Vastas plantaciones de soya (y algodón) modificada genéticamente han
aparecido en muy poco tiempo, dando a China un impulso en la última fase de la agricultura
industrial y socavando los esfuerzos internacionales de oposición a los cultivos alterados
genéticamente. Las importaciones de China de soya genéticamente modificada brindaron a
Argentina una opción en los mercados de Europa y Japón, que se resistieron a la soya alterada
genéticamente durante toda la década de los noventa. El excedente del consumo chino, más el
contrabando en la frontera de semillas declaradas ilegales, quebrantaron la prohibición brasileña
a los cultivos genéticamente modificados. Con respecto a la calidad, China ha desarrollado todo
un sector exótico de tomates, que exporta en forma de pasta (Pritchard y Burch, 2003). En
China surge una clase de consumidores privilegiados proporcionalmente pequeña, pero
absolutamente amplia, que muy probablemente tendrá efectos sobre las cadenas de oferta de
calidad.23

El Sur ha sido el laboratorio para los elementos del régimen alimentario corporativo ambiental.
Las políticas de ajuste estructural, que sistemáticamente atacaron todos los aspectos del
desarrollo universal centrado en el estado hasta los 1970‟s, abrieron el camino para los
mercados globales de productos comestibles y para las cadenas internacionales de oferta de
calidad. Las exportaciones de frutas frescas y vegetales, y de productos ganaderos han sido bien
arraigadas en muchos países. Las cadenas privadas, cada vez más centralizadas, de oferta,
disponen a las regiones nacionales y locales en competencia por la venta de mango o fréjol
verde. Algunas áreas están actualmente emergiendo como zonas de exportación de calidad,
como por ejemplo el nordeste de Brasil, Sudáfrica y Nueva Zelanda.

Al mismo tiempo, mientras las zonas se encierran a través de tecnologías elaboradas pa ra el


control de calidad y la documentación, su poder de negociación (regateo) puede aumentar. Los
requerimientos de calidad, que selectivamente se apropian de las demandas de comercio justo y
otras demandas ambientales y de justicia social, en efecto satisfacen algunas de las viejas
demandas por el desarrollo. Por ejemplo, la documentación requiere que los trabajadores
agrícolas sepan leer y escribir, y mejora lo que han sido labores marginales. No obstante, al
corto plazo esto significa que un operador de tractores que no puede leer o manejar
computadoras, pierde su trabajo. Los requerimientos de justicia social pueden incluir la
contratación de una proporción de mujeres, lo cual es positivo, pero el formato estándar y la
autoridad externa podrían jugar perturbar el orden de las relaciones sociales y familiares. 24

Los estados nacionales continúan jugando un papel central en la regulación de la agricultura y


los alimentos –el capital privado no puede regular por sí solo las condiciones de producción,
como el uso de la tierra o los mercados de trabajo; o de consumo, como la seguridad
alimentaria. Mientras los sistemas agroalimentarios se reestructuran de manera transnacional,
las instituciones internacionales como la OMC y las instituciones de las Naciones Unidas están
demostrando ser indispensables, a pesar de que su rol está subordinado al sector privado. Las
reglas internacionales van a determinar los estándares en los gobiernos del Sur –su
cumplimiento dependerá de la capacidad regulativa nacional. Los cuestionamientos respecto a la
desigualdad entre los estados no están dirigidos a las corporaciones o a los consorcios, sino al
Código Alimentario (Codex Alimentarius). Esta organización internacional se encuentra,
entonces, tratando de asumir la responsabilidad a través de un “depósito de confianza” al que los
gobiernos calificados del Sur pueden aplicar, para obtener sumas de dinero relativamente
pequeñas que pueden ayudarles a desarrollar la “capacidad” de administrar los estándares
internacionales.

Incluso si algunos estándares laborales mejoran, tanto los productos de calidad como los
productos estándar profundizan procesos históricos que desposeen y marginan a las

25
comunidades campesinas y agrarias, y crean más consumidores pobres y más personas sin
ingresos estables para consumir. Los trabajadores de las grandes operaciones de exportación
agrícola en el norte de México no encuentran fácilmente formas de cultivar o comprar ni los
tomates que producen para la exportación ni los frijoles y maíz que una vez cultivaron o
compraron en mercados locales (Barndt, 2002). Ahora están desplazándose, no a los burritos
comerciales (una comida tradicional a base de maíz y frijol), sino a sopas “chinas”
manufacturadas.25 Es poco probable que la mayoría de chinos que están entrando rápidamente
en los mercados de alimentos demandarán o serán ofertados alimentos “de calidad” del tipo que
organiza el EUREP-GAP, por los menos por un buen tiempo. Al mismo tiempo, el EUREP-
GAP incluye a MacDonald‟s de Alemania. Mientras la desigualdad en el ingreso se mantenga o
empeore, las dietas de los pobres probablemente estarán basadas en productos comestibles
estándar. Mientras el ascenso de sistemas agroalimentarios “de calidad” puede anunciar el
comienzo de un nuevo “capitalismo verde”, puede servir sólo a los consumidores privilegiados
dentro de un régimen alimentario lleno de nuevas contradicciones.

NO HAY CONCLUSIÓN: LA DISPUTA CONTINÚA

El régimen alimentario corporativo ambiental emergente es ya rechazado por los propios


movimientos que aportaron a su conformación, porque muchos problemas ambientales y de la
salud, y la mayoría de problemas sociales, no pueden ser reducidos a la demanda de consumo.
En lugar de una conclusión, ofrezco algunas perspectivas especulativas sobre cómo mi visión de
la reestructuración global del capital y de las clases empata con el análisis de Lang y Heasman
(2004) sobre los paradigmas en conflicto para el futuro de los productos alimenticios. Estos
paradigmas ayudan a interpretar las iniciativas prometedoras de los movimientos sociales y
ambientalistas, cuyos proyectos está siendo apropiados y distorsionados por los capitales
privados y los estados.

Lang y Heasman denominan al aspecto industrial del régimen mercantil industrial como
paradigma Produccionista. Este está muriendo. Dos “paradigmas” están compitiendo por
sucederlo. Cada uno ofrece soluciones distintas y opuestas a los problemas ambientales y de la
salud, que han sido heredados. El “paradigma integrado de las ciencias de la vida” se enfoca en
las propensiones individuales a las enfermedades y a las características de los cultivos, y los
privilegios de la propuesta genética bioquímica que vincula las ciencias especializadas a las
industrias centralizadas. El “paradigma ecológico integrado”, en cambio, se construye sobre la
ciencia holística de los ecosistemas y la salud humana, y afirma un vínculo intrínseco entre
ambos. Este paradigma señala la importancia del sector público, como el modo colectivo en que
los ciudadanos manejan sus necesidades colectivas.

El aspecto mercantil del régimen alimentario en desaparición nos invita a interpretar los dos
paradigmas en una escala global. El paradigma integrado de las ciencias de la vida oferta
alimentos elaborados que contienen vitaminas y otros nutrientes sintéticos. Estos serán el
complemento de los distintos alimentos ofertados a los consumidores de ambos extremos. Las
plantas y los animales diseñados para necesitar menos químicos y toxinas ambientalmente
nocivos (hasta ahora, más han sido diseñados para tolerar mayores dosis de herbicida) son
elaborados para mejorar la productividad para alimentar a los consumidores del extremo bajo de
la cadena. Las cadenas de oferta corporativas, burocráticamente organizadas, y centralmente
monitoreadas, transforman aspectos seleccionados del modelo ecológico en productos para el
extremo alto, suministrados transnacionalmente. El régimen alimentario corporativo industrial
encapsula dos estrategias corporativas distintas para los consumidores privilegiados y para los
desfavorecidos alrededor del globo. Por lo tanto, la distinción entre productos frescos, poco
procesados y bajos en químicos, por un lado, y los productos comestibles altamente elaborados,
por otro; da cuenta de dos sistemas complementarios dentro de un mismo régimen alimentario
emergente.

26
Mi análisis del régimen alimentario corporativo ambiental sugiere la interpretación del
paradigma ecológico integrado a múltiples niveles, incluyendo el global.

El concepto salud pública ecológica de Lang y Heasman refiere a un proyecto emergente que
demanda espacio políticos dentro de los cuales los ciudadanos pueden establecer relaciones
entre sí, y con los lugares en los que habitan en común. Esto ya puede ser observado en todos
los niveles de la escala, desde los proyectos municipales de seguridad alimentaria en tensión con
las cadenas transnacionales de oferta, hasta las organizaciones internacionales en tensión unas
con otras, y con las firmas privadas por el peso relativo de las consideraciones ambientales
versus las consideraciones comerciales al regular las relaciones agroalimentaria. Los
movimientos sociales están reagrupándose de muchas maneras –desde la Food Alliance en los
Estados Unidos que pone marca a productos alimenticios regionales, ambientalmente sensibles,
a la Show Foods Foundation for Biodiversity, que crea una red global para que grupos privados
y gobiernos locales puedan poner marca a productos típicos, y logren desarrollar e intercambiar
sus semillas y destrezas. 26 Ambas reafirman los profundos significados de la agroecología y la
comunidad, de manera tal que no rechazan a los mercados, sino que buscan “múltiples nichos”
como una estrategia alternativa a la expansión de un conjunto de productos y procedimientos a
expensas de todos los demás (Fonte y Boccia, 2004).

La tensión en el corazón del régimen corporativo ambiental emergente aparee, entonces, a la


vista: los estados, las firmas, los movimientos sociales, y los ciudadanos, están entrando en una
nueva era política, caracterizada por una lucha por el peso relativo de las instituciones privadas,
públicas y autoorganizadas. El tema clave, por lo tanto, para la agricultura y l alimentación, y
para reformar la gobernanza a todo nivel; es la democracia. Esto implica repensar el significado
de lo público. La salud pública ecológica debe abarcar a la biosfera. Una pelea desigual sobre la
reestructuración de las instituciones internacionales está latente. Si habrá una esfera pública al
nivel global depende en parte del resultado de las disputas entre las organizaciones
gubernamentales y no gubernamentales que promueven el paradigma integrado de las ciencias
de la vida, y aquellas que promueven el paradigma ecológico integrado. Se desconoce cuán
irreparable es el daño a la salud humana y al ecosistema, provocado por el régimen mercantil
industrial; y no hay certeza de si será reparado o empeorado por el régimen emergente
corporativo ambiental. El desarrollo de un nuevo régimen jerárquico basado en la acumulación
de capital puede no ser el único futuro necesario, o incluso estable. Las redes integradas pueden
ofrecer una alternativa democrática y sustentable. Mucho depende de si la democracia puede
encontrar una expresión cosmopolita 27 , y cómo lo haría.

REFERENCIAS NO CITADAS

Arrigí y Silver (1999); Beck (1995); Crosby (2002); Friedmann (1991); Friedmann (1998);
Friedmann (2001); Friedmann (2004); Ruggie (1993); Tilly (1975); Wallerstein (1995).

NOTAS

1. Los primeros mercados de azúcar, café, té, etc., dieron nuevas formas a vastos agro -ecosistemas,
sistemas de trabajo, culturas, y dietas , y sus legados son parte de la historia. Revisar la obra de
Sydney Mintz (1985). Sin embargo, el punto de entrada es después de la expansión del dominio
y la cultura europea, incluyendo la transformación de paisajes exóticos y de dietas, de acuerdo a
las prácticas e ideas europeas, al periodo de los mercados mundiales que fijaban los precios del
trigo y otros alimentos “de asentamientos coloniales” (Friedmann, 1978; Cronon, 1991).
2. Por supuesta, la literatura sobre movimientos sociales se concentra en cómo los movimientos
sociales estructuran su malestar frente a las instituciones poderosas. La negociación se da dentro
del propio grupo, por supuesto en relación a experiencias de cuestionamiento a grupos
poderosos. Estoy adaptando el término para expresar algo cercano a hegemonía, pero dado que

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se aplica sólo a los regímenes alimentarios, y no a un contexto más amplio, prefiero el uso del
término más limitado de estructura (marco).
3. La implicación del término es que los envíos son donaciones caritativas, y la palabra es
poderosa. De hecho, incluso mucho de la asistencia por emergencia esta “atada”, esto es, se
requiere de los beneficiarios que usen el dinero “donado” para comprar productos del donante.
Algunos críticos como Oxfam International han argumentado en contra de esta práctica durante
mucho tiempo, pero no han tenido éxito en socavar la estructura con respecto a este punto.
4. „Diáspora‟ es una expresión griega que literalmente significa la „dispersión d e las semillas‟. Está
utilizada metafóricamente para referir a la dispersión de colonias culturales, las cuales todavía
pueden existir o existieron en el pasado. Los judíos han usado el término por mucho tiempo. Los
africanos regados alrededor del mundo, originalmente por el comercio de esclavos, lo adoptaron
más tarde. Ahora es muy utilizado por cualquier grupo. Al aplicarlo a los europeos, el término
abre más posibilidades para pensar sobre relaciones interculturales que los supuestos
tradicionales (y comúnmente implícitos) de que las culturas corresponden a un estado o
pertenecen específicamente a una clase (ver Cohen, 1997). Una contratación similar de colonos
creó lo que podría ser denominado diásporas agrícolas en las Indias Británicas Noroccidentales
(ahora Pakistán), Siberia, y la cuenca del Danubio. La primera no fue europea, y los agricultores
de la segunda diáspora no son considerados como tales, pero quizás deberían serlo. Agradezco a
Tony Weis por sugerir el término „diáspora‟ para describir el p roceso fundante del primer
régimen alimentario.
5. La frase de Alfred Crosby (1986) hace referencia a la transformación de los paisajes y a la
mezcla de las especies con la invasión articulada de los humanos y las especies que los
acompañaban, deseadas o no deseadas, provenientes de Europa. He tratado de incorporar
aspectos culturales inextricablemente ligados a las especies, especialmente en la agricultura y en
la gastronomía, mediante el concepto de „diáspora biocultural‟ (Friedmann, 2005).
6. A pesar de que los cultivadores del Sur compartían muchas características con el campesinado y
entraron en la política populista de fines del siglo XIX y en las políticas agrarias de la coalición
del New Deal. Las políticas raciales complicaron la historia, tanto como la relaciones con los
terratenientes y los mercados.
7. El inmenso sufrimiento por hambrunas en ciertas regiones periféricas del régimen alimentario de
la diáspora colonial era resultado de la desorganización colonial de antiguos sistemas y ciclos
climáticos (Davis, 2001).
8. La guerra es usualmente la ocasión apropiada para operar cambios institucionales masivos
(Arrigí, 1994; Ikenberry, 2001).
9. La inconsistencia con los Programas de Productos Agrícolas internos fue una razón clave por la
que el acuerdo sobre la Organización Internacional de Comercio (ITO por siglas en inglés),
firmado en La Havana en 1948, no fue ratificado en el Congreso. En lugar de ello, el GATT
(Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio), que debía ser provisional hasta que la ITO entrara
en efecto, se hizo permanente, e incluyó una cláusula –por disposición de los EE.UU.–
excluyendo la agricultura de las negociaciones de comercio. Esto se mantuvo durante muchas
“rondas” del GATT. Incluir la agricultura era el objetivo de la última Ronda de Urugu ay, y
culminó en el Acuerdo sobre la Agricultura (Agreement on Agriculture) de la OMC.
10. Estos pagos en moneda nacional, denominados fondos de contraparte, sólo podían ser utilizados
en el mismo país. Por eso, la palabra „asistencia‟ es apropiada en el sentido de que los Estados
Unidos aceptaron monedas “débiles” a cambio de sus bienes, y en el caso de la Asistencia
Marshall particularmente, utilizó esas monedas para brindar asistencia en la reconstrucción de la
industria nacional, incluyendo la capacidad de exportación. Por ello, casi una década y media
después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países en Europa estaban exportando
lo suficiente como para que sus monedas sean convertibles a dólares.
11. La excepción paradigmática fue Gandhi, quien lideró el movimiento de independencia de India y
creía en la autoconfianza de todos los sectores. Sin embargo, el gobierno estaba conformado por
quienes creían en el desarrollo industrial, incluyendo a Nehru, el primer Primer Ministro y líder
de un movimiento emergente no alineado (“tercer mundo”).
12. Los movimientos tempranos por una “cocina mundial” eran industriales (Goody, 1982; pág. 175-
190). El cambio de la alimentación básica es más claramente una cualidad de la intersección de
las ideas de la modernidad y la hegemonía norteamericana.
13. Sin embargo, los Estados Unidos han atacado insistentemente al Consejo Canadiense del Trigo,
el cual mantiene un monopolio legal del trigo y otros cereales destinados a la exportación,
tildándolo de incoherente con el “mercado libre”.

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14. El Grupo de las Sietes Naciones Industriales (G-7) intentó enfrentar colectivamente la rivalidad
creciente entre las monedas internacionales que habían suplantado a la supremacía del dólar en
los 1970‟s; el capital especulativo liberado después de los gobiernos de Thatcher y Reagan, restó
los controles sobre el capital en los 1980‟s; y la transferencia en los 1980‟s y 1990‟s hacia el
Tercer Mundo y al bloque de la ex Unión Soviética de enteras responsabilidades por malos
préstamos hecho por ellos en bancos privados…..
15. El desafío originado a fines de los 1960‟s y que culminó a comienzos de los 1970‟s, como “El
Nuevo Orden Económico Internacional”. Su expresión institucional fue la UNCTAD, formada
en 1967, cuyo paso a través de la era neoliberal puede ofrecer un apoyo parcial a una voz que
hable por el Sur en un nuevo régimen, junto a otras agencias de la ONU, particularmente la
Convención sobre Biodiversidad (Bartlett y Friedmann, en la prensa). En el Norte, fue la Brandt
Commission la que apoyo una s uerte de solución keynesiana global a los impasses de los setenta.
16. A veces también como democracia alimentaria.
17. http://www.viacampesina.org/. Ver McMichael (2005).
18. Una broma popular le denomina “Whole Paycheck”.
19. El Acuerdo sobre la Agricultura relegó todos los temas relacionados a la calidad a dos
categorías, llamadas Medidas Sanitarias y Fitosanitarias y Barreras Técnicas al Comercio, lo
cual permiten a los gobiernos hacer excepciones al principio general de co mercio sin
restricciones. El acuerdo es pecificaba que el Codex Alimentarius, una oscura agencia de la FAO
y de las OMS, sería el árbitro de los estándares que pueden ser puestos en vigencia por la OMC
(ver Bartlett y Friedmann, 2005).
20. www.cargill.com, 2/7/04, y reporte de prensa de Cargill en Star.Tribune, 10/7/04, ambos citados
en The Ram’s Horn, 222, Julio 2004, 2-3.
21. http://www.eurep.org/ Ingresada el 4 de septiembre de 2004.
22. Más recientemente en el encuentro de expertos técnicos sobre las demostraciones de calidad, en
la Convención sobre Biodiversidad en Montreal, Marzo 2005.
23. Como una queja personal, los precios de las cerezas canadienses se han disparado, me dicen los
comerciantes locales, debido a la demanda Japonesa.
24. Estos ejemplos son tomados de Salete Cavalcanti, comunicación personal.
25. Víctor Huerta del Equipo Puebla, comunicación personal, Junio 2004.
26. www.slowfoodfoundation.com
27. Una visión prometedora aparece de parte de la experiencia de la renegociación europea de la
soberanía. (Archibugi, Held y Kohler, 1998).

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