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LOS DOS VALORES FUNDAMENTALES

DEL ethos CRISTIANO PRIMITIVO:


AMOR AL PRÓJIMO Y RENUNCIA AL
ESTATUS

Nombre: Pablo González


Profesora: Juanny Hernández
Asignatura: Epístolas Paulinas II
Fecha: 13 de septiembre de 2018

INSTITUTO BÍBLICO NACIONAL


La Carta a los Filipenses se denomina como la «carta del gozo» y, debido a las constantes
referencias paulinas a este supuesto «sentimiento», es usual pensar que así es (y de verdad
que lo es). Sin embargo, limitar el gozo a un mero sentimiento similar a la alegría es un gran
error. En su escrito, la carta a Filipos, Pablo no exhorta a la comunidad a que estén alegres
todo el tiempo, sino que habla de la dicha cristiana que se obtiene por el servicio al hermano.
Así, es preferible considerar este gozo como el «gozo por el servicio». En consideración con
lo anterior, se determinará el patrón de ética (ethos) cristiana o, como el título sugiere, los
dos valores fundamentales del ethos cristiano primitivo; utilizando como texto base la Carta
a los Filipenses, específicamente 2, 1-11.

Cabe destacar, del mismo modo, cuáles son los valores fundamentales que priman en la
ética cristiana; siendo el primero de estos el «amor», esto es, a Dios y al prójimo. No se trata
de un valor instaurado en el periodo neotestamentario, sino que es una norma que se remonta
al Antiguo Testamento. Así lo confirma el libro de la ley y su repetición, los cuales Jesús une
para formar lo que se conoce como el gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente … Amarás al prójimo como a ti mismo»
(Mateo 22, 37-39, ref. Deuteronomio 6, 4s y Levítico 19, 18). De este modo, el gran funda-
mento de la ética cristiana, el amor, no es más que un reflejo de la ética que Dios esperaba
para su pueblo Israel en el antiguo pacto.

Pablo relaciona este amor directamente con el gozo de Filipenses. Ya que es un «gozo por
el servicio», es natural pensar que dicho servicio se inspira en el amor a Dios y al prójimo.
Pablo les exhorta, de este modo, a «completar su gozo» (2, 2), entendiendo que su gozo se
completa cuando el pueblo de Dios «siente lo mismo» y «tiene un mismo amor». Amor que
es manifestado en los versos siguientes, específicamente, con el servicio a los hermanos. Así,
Pablo relaciona el amor con el gozo, e incluye el servicio en la comunidad. Ordenadamente,
se trata del «amor» que mueve al creyente al «servicio», el cual da como resultado «gozo».
Respecto a lo cual Gordon Fee comenta:

Está claro que en aquella comunidad había amor. Pero Pablo sabe que ese amor se está
viendo amenazado por las fricciones internas, por no tener «la misma disposición o
comprensión» sobre lo que significa ser el pueblo de Dios en Filipos. Por tanto, comple-

1
tarán el gozo del apóstol si vuelven a amarse los unos a los otros de forma plena, que,
por definición, significa preocuparse por el bienestar de los demás.1

En relación con el gozo del que se habla en la epístola, Pablo entiende que se obtiene
cuando el «cuerpo de Cristo» verdaderamente vive como cuerpo de Cristo, es decir, cuando
se busca el bien común de la comunidad. Así se incluye el segundo valor fundamental del
ethos cristiano, «la renuncia al estatus» a fin de alcanzar el bien común. Definida también
como humildad,2 la renuncia al estatus no es más que una consecuencia del amor al prójimo.
Por lo cual, se considerará este segundo aspecto como la «práctica del amor», pero se le
seguirá llamando humildad o renuncia.

Al seguir con el hilo conductor de la relación amor-renuncia, Pablo incluye su


exhortación: «llevados de la humildad, teneos unos a otros por superiores» (Filipenses 2, 3).
No es primera vez que el apóstol da tales instrucciones. En su Carta a los Efesios escribe, «os
exhorto yo, preso en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis
llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad» (Efesios 4,1s). Y en Romanos
aconseja, «vivid unánimes entre vosotros, no seáis altivos» (Romanos 12, 16).

Otras exhortaciones aún más practicas se encuentran en Romanos 14-15, cuando se habla
de los fuertes y débiles en la fe. El problema presente en dicha iglesia radicaba en el consumo
de ciertos alimentos, específicamente carnes, y la observancia de días específicos como
sagrados. En base a esto, el apóstol dirige sus instrucciones a los que son fuertes (dunatos) y
les hace un llamado a la renuncia del estatus por amor al prójimo. «Los fuertes debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles (adunatos), sin complacernos a nosotros mismos»
(15, 1). «Sobrellevar flaquezas» y «no buscar el agrado propio» es despojarse del estatus de
dunatos para ser un adunatos por amor al débil. Samuel Pérez Millos, connotado escritor y
Master en Teología (Th.M), comenta sobre este caso: «Soportar no es sólo tolerar, sino ser
indulgente, tener paciencia. El fuerte es capaz de poner su hombro para llevar la carga del
débil. La verdadera fortaleza se pone de manifiesto en la capacidad de soportar las cargas

1
Gordon D. Fee, Comentario de la Epístola a los Filipenses (Viladecavalls: Editorial Clie, 2004) pág. 250
2
Véase Gerd Theissen, La religión de los primeros cristianos (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002) pág.
96

2
propias y las del hermano. No es asunto de tolerar las flaquezas, sino que darse en amor hacia
los demás acogiéndolo, sin distanciarse de ellos».3 Así, el amor al débil es reflejado en la
humildad, renunciando a toda jerarquía4 a fin de ser igual al hermano más pequeño.

El mismo conflicto registrado en Romanos se encuentra en 1 Corintios 8, pero limitado


únicamente al consumo de carnes consagradas a ídolos. Otra diferencia con el problema
romano es que Pablo utiliza la premisa del «conocimiento» para fundamentar su argumento,
siendo superado exclusivamente por el «amor». Por lo cual escribe «El conocimiento enva-
nece, pero el amor edifica» (1 Corintios 8, 1). Durante años se interpretó el texto paulino
como una prohibición a la preparación académica, incluyendo la bíblica; pero, en este
contexto, el apóstol se refiere a un conocimiento específico: «saber que un ídolo nada es en
el mundo, y que no hay más que un Dios» (8, 4). El problema corintio surge porque «no todos
tienen esta percepción», por ende, comer carnes consagradas a ídolos es para algunos ocasión
de caer. Gordon Fee nuevamente es asertivo en su comentario al texto:

Para los corintios, el «conocimiento» implica «derechos» para actuar con «libertad». Así
es que para ellos la libertad se había convertido en el sumo bien, ya que conducía a la
exaltación del individuo. Para Pablo prevalece lo contrario: El «amor» significa
«renunciar libremente» a los propios «derechos» por el bien de los demás, y el objetivo
de la salvación es la «vida conjunta» en comunidad.5

Al igual que en la Carta a los Romanos, el amor prevalece por sobre el estatus, provocando
así su renuncia por amor al prójimo. De este modo, el creyente que ama es capaz de renunciar
al conocimiento y los derechos que este implica, por amor al débil. Se trata de morir al ego
con el propósito de formar comunidad. En base a esto y la primacía del amor en relación con
el estatus, Theissen dice que «Pablo insiste en que el amor todo lo soporta; pero no soporta
que se establezcan diferencias de principio entre los cristianos. El amor persigue la igualdad,

3
Samuel Pérez Millos, Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento (Viladecavalls: Editorial
Clie, 2011) pág. 1032
4
Para jerarquía, véase E. Backhouse y C. Tyler, Historia de la iglesia primitiva (Viladecavalls: Editorial
Clie, 2004) pág. 150, nota 10 «La palabra jerarquía procede del griego hieros “sagrado” y arkhe “principio,
orden”».
5
Gordon Fee, Primera epístola a los corintios (Grand Rapids: Nueva creación, 1994) pág. 437

3
sea que el superior descienda al plano inferior o que eleve al esclavo a la condición de
“hermano”».6 Así sucede cuando Pablo exhorta a Filemón a recibir a Onésimo «no ya como
esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado» o como dice más adelante,
«recíbele como a mí mismo» (Filemón 16-17).

La idea paulina de «renuncia al estatus» es, por implicancia, el rompimiento de toda


diferencia social que pueda existir dentro de una determinada congregación. Como dice en
otro lugar: «ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes
son uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3, 28). Es igualdad fundamentada en la obra de Cristo; es
cumplir con el mandato divino de «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19, 18).7

Finalmente, la figura de la renuncia encuentra su sensus plenior en la kenosis de Cristo


(Filipenses 2, 6ss), siendo esta el paradigma de cada creyente. No es primera vez que se
presenta el testimonio de Cristo como ejemplo de amor y renuncia. Cuando se anima a los
creyentes en Roma a pensar en los más débiles, Pablo argumenta cristológicamente «porque
ni aun Cristo se agradó a sí mismo» (Romanos 15, 3). Asimismo, describe en Filipenses este
«sentir que hubo en Cristo Jesús», es decir, la renuncia a su estatus de Dios y la humillación
por aquellos a los que se ama. En su comentario de la Carta a los Filipenses, Fee explica que:

Al «despojarse» y «humillarse hasta la muerte, y muerte de cruz», Cristo Jesús ha


revelado el carácter del mismo Dios. Éste es el paradigma de la semejanza a Dios: que
el Cristo preexistente no era un ser «egoísta, codicioso», sino uno cuyo amor por los
demás encontró su expresión consumada en el «despojarse a sí mismo», al tomar el papel
del siervo, al humillarse hasta la muerte en la cruz por aquellos a los que tanto amaba.8

6
Gerd Theissen, pág. 94
7
Dentro del cristianismo, el mandato del «amor al prójimo» se extiende hacia un amor al enemigo, amor al
extranjero y amor al pecador (véase Mateo 5, 43ss; Lucas 10, 25ss; Lucas 7, 36ss). De modo que este principio
de igualdad y renuncia no debe ser simplemente un rasgo característico dentro de la iglesia, sino que se extiende
a toda relación que el creyente establezca con terceros. Si bien Pablo exhorta la renuncia al estatus dentro de la
iglesia, no hay problema en extender su aplicación incluso a las relaciones con los no creyentes.
8
Gordon Fee, Comentario de la Epístola a los Filipenses (Viladecavalls: Editorial Clie, 2004), pp. 263-264

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