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Cabe destacar, del mismo modo, cuáles son los valores fundamentales que priman en la
ética cristiana; siendo el primero de estos el «amor», esto es, a Dios y al prójimo. No se trata
de un valor instaurado en el periodo neotestamentario, sino que es una norma que se remonta
al Antiguo Testamento. Así lo confirma el libro de la ley y su repetición, los cuales Jesús une
para formar lo que se conoce como el gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente … Amarás al prójimo como a ti mismo»
(Mateo 22, 37-39, ref. Deuteronomio 6, 4s y Levítico 19, 18). De este modo, el gran funda-
mento de la ética cristiana, el amor, no es más que un reflejo de la ética que Dios esperaba
para su pueblo Israel en el antiguo pacto.
Pablo relaciona este amor directamente con el gozo de Filipenses. Ya que es un «gozo por
el servicio», es natural pensar que dicho servicio se inspira en el amor a Dios y al prójimo.
Pablo les exhorta, de este modo, a «completar su gozo» (2, 2), entendiendo que su gozo se
completa cuando el pueblo de Dios «siente lo mismo» y «tiene un mismo amor». Amor que
es manifestado en los versos siguientes, específicamente, con el servicio a los hermanos. Así,
Pablo relaciona el amor con el gozo, e incluye el servicio en la comunidad. Ordenadamente,
se trata del «amor» que mueve al creyente al «servicio», el cual da como resultado «gozo».
Respecto a lo cual Gordon Fee comenta:
Está claro que en aquella comunidad había amor. Pero Pablo sabe que ese amor se está
viendo amenazado por las fricciones internas, por no tener «la misma disposición o
comprensión» sobre lo que significa ser el pueblo de Dios en Filipos. Por tanto, comple-
1
tarán el gozo del apóstol si vuelven a amarse los unos a los otros de forma plena, que,
por definición, significa preocuparse por el bienestar de los demás.1
En relación con el gozo del que se habla en la epístola, Pablo entiende que se obtiene
cuando el «cuerpo de Cristo» verdaderamente vive como cuerpo de Cristo, es decir, cuando
se busca el bien común de la comunidad. Así se incluye el segundo valor fundamental del
ethos cristiano, «la renuncia al estatus» a fin de alcanzar el bien común. Definida también
como humildad,2 la renuncia al estatus no es más que una consecuencia del amor al prójimo.
Por lo cual, se considerará este segundo aspecto como la «práctica del amor», pero se le
seguirá llamando humildad o renuncia.
Otras exhortaciones aún más practicas se encuentran en Romanos 14-15, cuando se habla
de los fuertes y débiles en la fe. El problema presente en dicha iglesia radicaba en el consumo
de ciertos alimentos, específicamente carnes, y la observancia de días específicos como
sagrados. En base a esto, el apóstol dirige sus instrucciones a los que son fuertes (dunatos) y
les hace un llamado a la renuncia del estatus por amor al prójimo. «Los fuertes debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles (adunatos), sin complacernos a nosotros mismos»
(15, 1). «Sobrellevar flaquezas» y «no buscar el agrado propio» es despojarse del estatus de
dunatos para ser un adunatos por amor al débil. Samuel Pérez Millos, connotado escritor y
Master en Teología (Th.M), comenta sobre este caso: «Soportar no es sólo tolerar, sino ser
indulgente, tener paciencia. El fuerte es capaz de poner su hombro para llevar la carga del
débil. La verdadera fortaleza se pone de manifiesto en la capacidad de soportar las cargas
1
Gordon D. Fee, Comentario de la Epístola a los Filipenses (Viladecavalls: Editorial Clie, 2004) pág. 250
2
Véase Gerd Theissen, La religión de los primeros cristianos (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002) pág.
96
2
propias y las del hermano. No es asunto de tolerar las flaquezas, sino que darse en amor hacia
los demás acogiéndolo, sin distanciarse de ellos».3 Así, el amor al débil es reflejado en la
humildad, renunciando a toda jerarquía4 a fin de ser igual al hermano más pequeño.
Para los corintios, el «conocimiento» implica «derechos» para actuar con «libertad». Así
es que para ellos la libertad se había convertido en el sumo bien, ya que conducía a la
exaltación del individuo. Para Pablo prevalece lo contrario: El «amor» significa
«renunciar libremente» a los propios «derechos» por el bien de los demás, y el objetivo
de la salvación es la «vida conjunta» en comunidad.5
Al igual que en la Carta a los Romanos, el amor prevalece por sobre el estatus, provocando
así su renuncia por amor al prójimo. De este modo, el creyente que ama es capaz de renunciar
al conocimiento y los derechos que este implica, por amor al débil. Se trata de morir al ego
con el propósito de formar comunidad. En base a esto y la primacía del amor en relación con
el estatus, Theissen dice que «Pablo insiste en que el amor todo lo soporta; pero no soporta
que se establezcan diferencias de principio entre los cristianos. El amor persigue la igualdad,
3
Samuel Pérez Millos, Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento (Viladecavalls: Editorial
Clie, 2011) pág. 1032
4
Para jerarquía, véase E. Backhouse y C. Tyler, Historia de la iglesia primitiva (Viladecavalls: Editorial
Clie, 2004) pág. 150, nota 10 «La palabra jerarquía procede del griego hieros “sagrado” y arkhe “principio,
orden”».
5
Gordon Fee, Primera epístola a los corintios (Grand Rapids: Nueva creación, 1994) pág. 437
3
sea que el superior descienda al plano inferior o que eleve al esclavo a la condición de
“hermano”».6 Así sucede cuando Pablo exhorta a Filemón a recibir a Onésimo «no ya como
esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado» o como dice más adelante,
«recíbele como a mí mismo» (Filemón 16-17).
6
Gerd Theissen, pág. 94
7
Dentro del cristianismo, el mandato del «amor al prójimo» se extiende hacia un amor al enemigo, amor al
extranjero y amor al pecador (véase Mateo 5, 43ss; Lucas 10, 25ss; Lucas 7, 36ss). De modo que este principio
de igualdad y renuncia no debe ser simplemente un rasgo característico dentro de la iglesia, sino que se extiende
a toda relación que el creyente establezca con terceros. Si bien Pablo exhorta la renuncia al estatus dentro de la
iglesia, no hay problema en extender su aplicación incluso a las relaciones con los no creyentes.
8
Gordon Fee, Comentario de la Epístola a los Filipenses (Viladecavalls: Editorial Clie, 2004), pp. 263-264