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Revista de Psicología Social

International Journal of Social Psychology

ISSN: 0213-4748 (Print) 1579-3680 (Online) Journal homepage: http://www.tandfonline.com/loi/rrps20

La perspectiva psicosocial en la conceptualización


del apoyo social

Manuel F. Martínez García & Manuel García Ramírez

To cite this article: Manuel F. Martínez García & Manuel García Ramírez (1995) La perspectiva
psicosocial en la conceptualización del apoyo social, Revista de Psicología Social, 10:1, 61-74

To link to this article: http://dx.doi.org/10.1174/021347495763835265

Published online: 23 Jan 2014.

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La perspectiva psicosocial en la
conceptualización del apoyo social
M ANUEL F. M ARTÍNEZ GARCÍA Y M ANUEL GARCÍA RAMÍREZ
Universidad de Sevilla

Resumen
La importante evidencia empírica a favor de una relación positiva entre el apoyo social y la salud y el bienestar
de los individuos no oculta, sin embargo, la existencia de problemas conceptuales, teóricos y metodológicos en
torno a esté importante tópica de la Psicología Social. En el presente trabajo se analizan algunos de esos
problemas y se aborda la naturaleza del apoyo social desde una perspectiva integradora que tiene en cuenta una
triple dimensión: la estructural, que contempla los aspectos morfológicos; la contextual, en la que se examina el
denominado Sistema de Apoyo Social; y por último la dimensión procesal en la que se analiza la conducta misma
de apoyo.
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Palabras clave: Apoyo social, redes sociales, salud, bienestar social.


____________

Psychosocial perspective in conceptualizing


social support
Abstract
There is considerable empirical evidence for the positive relations between social support, health and well-
being. Nevertheless, there are also conceptual, theoretical and methodological problems related to this important
concept of social psychology. The present work analyses some of these problems and describes the nature of the
concept from a global perspective including three dimensions: The structural dimension, centered on morphological
aspects; the contextual dirnension, focusing on the «social support system»; and the process diemnsion one, which
analyses the support behavior.

Keywords Social support, social networks, health, well-being.


____________

Correspondencia con autores: Departamento de Psicología Social. Facultad de Psicología. Avda. San Francisco
Javier, s/n. 41005 Sevilla.
____________
@ 1995 by Aprendizaje, ISSN: 0213-4748 Revista de Psicología Social, 1995, (10), 1, 61-74
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INTRODUCCIÓN

Desde hace unas décadas los factores psicosociales han ido adquiriendo una gran
importancia como elementos descriptores y/o etiológicos en el campo de la salud y del
bienestar social. En numerosos trabajos, tópicos procedentes de la Psicología Social son
un referente importante como mediadores en los procesos de mantenimiento,
recuperación o promoción de la salud y de la satisfacción vital. Así por ejemplo, el estilo
atribucional y su influencia en el cumplimiento de los tratamientos (King, 1983; Taylor
et al., 1984); la interacción médico paciente como determinante en el uso de los servicios
de salud (Friedman, 1979); la comunicación persuasiva en los programas de educación
sanitaria (McCaul. et al., 1992); la autoestima y la utilización de los modelos de
habilidades sociales para el entrenamiento de profesionales sanitarios (Argyle, 1981;
Maguire, 1986), son una buena muestra de ello.
Uno de los tópicos que se ha configurado con especial relevancia en la década de los
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ochenta ha sido el apoyo social. Tres son los aspectos que a nuestro juicio han
contribuido a su importante desarrollo. En primer lugar su valor heurístico como vínculo
de relación entre la dimensión psicofisiológica del proceso salud enfermedad y la
dimensión psicosocial del mismo. Los primeros resultados obtenidos en numerosas
investigaciones a favor de una relación positiva entre las interacciones sociales y la salud
y el bienestar (no exenta, sin embargo, de polémica), condujo al desarrollo de un
volumen importante de investigaciones básicas y aplicadas. Si tomamos como referencia
la base de datos de la APA (Psyclit de Silver Plate) para analizar dicha producción, nos
encontramos que el número de artículos en donde aparece como palabra clave social
support pasa de 1.482 entre 1974-1986 a 4.267 en el período de 1987- Agosto de 1994.
Y los libros o capítulos de libros que aparecen en este último período alcanzan los 1.026.
En España encontramos igualmente un progresivo interés por el estudio del apoyo
social. Con los cambios sociales, políticos y económicos que se producen a finales de los
setenta y comienzo de los ochenta, se inicia un giro importante en los modelos de
planificación de servicios y de intervención en la comunidad. La filosofía que subyace en
la reforma sanitaria (implantación de la Atención Primaria de Salud) o la concepción
misma de los nuevos servicios sociales, es claramente psicosocial. Participación
comunitaria, integración social, redes sociales de apoyo, etc., están presentes de una u
otra forma en muchos programas de intervención estratégica o sectorial. Paralelamente
en el mundo académico se constata un aumento de la atención que los investigadores
conceden al estudio del apoyo social desde distintas Áreas de Conocimientos,
iniciándose así una etapa rica en producción científica. Surgen trabajos orientados al
esclarecimiento conceptual (Barrón et al., 1988); a la construcción de instrumentos de
evaluación (Díaz Veiga, 1987); o al análisis y discusión de las hipótesis vigentes sobre
los efectos del apoyo social en la salud, (Gracia y Musitu, 1990) y Gracia (1993) etc.
Desde la perspectiva interventiva, Díaz Veiga (1987), Martínez et al., (1992; 1993) se
han referido a la población de ancianos; Musitu y Gracia (1990) valoran la importancia
de este constructo en el diseño de los modelos de servicios sociales de acción
comunitaria; Rodríguez Marín et al., (1989) han analizado los efectos del apoyo social
en diversos grupos de población con problemas de salud; o las implicaciones que el
apoyo social tiene para el ajuste psicosocial de los enfermos oncológicos analizadas por
Durá y Garcés (1991). Más recientemente han sido discutidos los aspectos
epistemológicos, conceptuales, metodológicos y evaluativos del apoyo social en el IV
Congreso Nacional de Psicología Social, y cuyas aportaciones se han recogido en el
texto Psicología Comunitaria (Martínez, 1993).
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Un segundo aspecto a destacar es la vocación interventiva que los distintos modelos
basados en el apoyo social tienen para abordar con eficacia y eficiencia problemas
sociales, sobre todo desde la perspectiva comunitaria. Ello sintoniza con la nueva
orientación psicosocial que ha impregnado algunas políticas de planificación e
intervención social. En dicha orientación se subraya la capacidad que la gente tiene para
aprender a enfrentarse a sus problemas, y la de la propia comunidad para asumir el
compromiso de vigilar, cuidar, etc., su salud (Costa y López, 1986) y ser, por tanto, la
protagonista de su bienestar. Desde esta perspectiva psicosocial de la intervención, se
enfatiza el criterio de que un sistema comunitario capaz de proporcionar apoyo es aquel
que facilita a sus miembros los recursos necesarios, y el acceso a los mismos, para la
satisfacción de sus necesidades, demandas y problemas, y que por tanto proporciona
bienestar. En este contexto Gottlieb (1985) destaca, además, las siguientes razones
explicativas sobre la relevancia del tópico apoyo social:
1. la eficiencia de las intervenciones basadas en redes sociales naturales.
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2. Su validez ecológica.
3. La mayor accesibilidad, validez y aceptación cultural frente a los servicios
estrictamente profesionales.
4. El promover y facilitar la solidaridad, el desarrollo comunitario y la participación
social.
5. La evidencia de que el desarraigo de los contextos sociales naturales son la causa o
el precipitador de desórdenes muy importantes.
En tercer lugar, el apoyo social ha generado en los últimos años un importante debate
en torno a su clarificación conceptual y evaluativa, que sigue vigente en la actualidad.
Como señala Vaux (1992) muchas cuestiones importantes (terminología, base teórica,
etc.) en torno al apoyo social siguen sin tener respuesta.
Nos encontramos, por ejemplo, que el propio concepto de apoyo social no se ha
consolidado de manera unívoca y cómo en cada investigación el apoyo social es definido
a partir del particular énfasis que su autor hace de las variables que considera relevantes
en su estudio (Gottlieb, 1985 y Vaux, 1988). Podemos así constatar el fenómeno apoyo
social definido al mismo tiempo en términos tales como redes sociales, recursos
sociales, integración social, vínculos sociales, etc. De igual modo los esfuerzos por
sistematizar las distintas propuestas explicativas acerca de los mecanismos de actuación
del apoyo social (House, 1981, Barrera, 1986; Lin, 1986; Vaux, 1988; Cohen, 1988,
etc.), no hacen sino poner de manifiesto que la mayoría de los numerosos modelos
propuestos no tienen consistencia teórica suficiente y que existe un evidente
solapamiento entre ellos. Debemos por tanto relativizar la validez de los mismos como
estructuras de representación conceptual y como instrumentos fiables para la
investigación empírica.
Estas dificultades para conceptualizar y operacionalizar el apoyo social son en buena
medida las razones que más poderosamente han influido en el actual estado de
precariedad de su desarrollo teórico, al que Gottlieb (1985) ha denominado de caótico y
que llevó a Barrera (1986) a dudar de su utilidad como concepto de investigación. Desde
nuestro punto de vista, a estas dificultades ha contribuido, además, el hecho de que un
importante porcentaje de la investigación se ha desarrollado desde un enfoque
eminentemente clínico, en el que se entendía vagamente el apoyo social como un tipo de
mercancía abstracta que intercambian los individuos o estructuras sociales en situaciones
de necesidad o precariedad. De ahí el empeño sistemático que durante muchos años se ha
puesto en demostrar la relación entre apoyo social y estrés, buscando en esa relación la
esencia misma del apoyo. Ha faltado, sin embargo, el esfuerzo por ubicar el apoyo social
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dentro de la perspectiva psicosocial, entenderlo dentro de la dimensión interaccional,
imbricarlo en y con los procesos psicosociales básicos, y buscar en esa dimensión la
naturaleza misma del apoyo social.
Así, desde la teoría de la Facilitación Social, por ejemplo, se nos dice que el hecho de
que otro individuo esté presente en las situaciones de interacción, implica un
favorecimiento de los repertorios conductuales dominantes, y un entorpecimiento del
desempeño ante tareas no adquiridas (Zajonc, 1980). Esto conecta directamente con la
capacidad soportativa que los demás pueden ejercer, y que es aprendida a través del
proceso de socialización. Además a toda esta situación parecen estar subyaciendo
procesos de corte psicofisiológicos inducidos socialmente, que pueden muy bien ser
comunes a ambos fenómenos (Gómez, 1993), y que podrían arrojar luz sobre el interés
por establecer la influencia del apoyo social en los procesos de enfermedad y curación.
Por su parte, la teoría del Intercambio Social establece que la conducta de personas en
interacción se rige por el valor de las recompensas que son contingentes a tal conducta
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(Thibaut y Kelley, 1959; Kelley y Thibaut, 1978, Morales, 1981); esto nos permitiría
explicar la naturaleza de las relaciones sociales, diferenciando aquellas relaciones de
intercambio que tienen un carácter benéfico y protector de aquellas otras que tienen un
carácter destructivo. Nos permitiría también distinguir los costes de las relaciones de
interacción y nos ayudaría a diferenciar los estatus dentro de los grupos y la distribución
dentro y fuera de los grupos; etc.
Por su parte, la necesidad del hombre de dotar de eficacia a sus relaciones con los
demás como requisito para mejorar su control sobre el medio; el impulso afiliativo para
satisfacer determinadas necesidades (Shachter, 1966); el análisis de las relaciones
sociales desde el punto de vista de las habilidades sociales (Argyle, 1969, 1983); o las
teorías sobre la conducta altruista y prosocial (Piliavin et al., 1981; Staub et al., 1984)
son desde luego marcos adecuados desde donde interpretar los procesos psicosociales
subyacentes en las relaciones de apoyo social y contribuir así a explicar la influencia de
las mismas en la salud y bienestar de los individuos.
Pero lo que resulta aún más interesante al establecer paralelismos y vínculos con los
procesos psicosociales básicos es la posibilidad que esta perspectiva nos brinda de
realizar esfuerzos teóricos integradores, tan necesarios como escasos en nuestra
disciplina, que vayan en dirección al desarrollo de teorías unificadas en los procesos de
influencia social y de los procesos psicosociales en general.
En el presente trabajo trataremos de contrastar el valor heurístico y epistemológico del
apoyo social a través de sus principales líneas de investigación. Analizaremos algunas de
las definiciones más significativas del término y abordaremos desde una taxonomía
multidimensional los aspectos estructurales, contextuales y procesales del apoyo social.
Esperamos contribuir con ello a enmarcar el estudio del apoyo social en las bases
teóricas de los sistemas psicosociales establecidos.

LA INVESTIGACIÓN EN EL ESTUDIO DEL APOYO SOCIAL

Desde que Thoits (1982) planteara de manera tan cruda los importantes problemas
teóricos, conceptuales y metodológicos que subyacían en los cada vez más numerosos
trabajos que se remitían sobre el apoyo social, han sido muchos los autores que desde
diversas corrientes críticas, han analizado las dificultades mencionadas y han procurado
superarlas. Los trabajos de Thoits (1982, 1983, 1986), Shumaker y Brownell (1984),
Ward (1985), Gottlieb (1985, 1988), Barrera (1986), Lin y Ensel (1989) Sarason et al.,
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(1990), Antonucci y Jackson, 1990), Biegel y Bloom, (1990), Rook (1984, 1992),
Fernández et al., (1992), García, (1993) y Díaz-Veiga, (1993), entre otros, se han
encaminado en esa dirección. De la diversidad de problemas y soluciones descritos en
esos trabajos podemos, siguiendo a Bauman (1987) agruparlos según cuatro
orientaciones:
1. Estudios que se han centrado en el proceso, intentando detectar los elementos de
ayuda en el nivel micro de las transacciones sociales.
2. Otros investigadores han dirigido su atención sobre la percepción global subjetiva
de sentirse apoyado (Turner, 1983) y la relación de dicha percepción con las
características de personalidad (Sarason et al, 1990).
3. Otra línea de investigación se ha interesado en descubrir los factores del apoyo
social que resultan ser protectores ante situaciones de estrés severo (Brown y Andrews,
1986; Lin y Ensel, 1989).
4. Por último la relación entre los aspectos estructurales de la red social y las
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percepciones de apoyo han orientado a numerosos autores (Gottlieb, 1985; Wellman,


1981).
Sin embargo pensamos que esta diversidad es básicamente un artefacto formal y fruto
de las distintas orientaciones teóricas e intereses de los investigadores más que fruto de
una fragmentación real del marco teórico. De hecho, se puede observar cómo los
diferentes enfoques no hacen sino priorizar distintos elementos de una misma estructura:
unas veces se enfatizan las variables individuales, otras las variables ambientales o de la
red social y otras las variables psicosociales del proceso interactivo.
Cuando se enfatizan las características individuales se está queriendo resaltar que los
rasgos determinantes del proceso de apoyo social vienen dados por cómo los sujetos
manipulan —en función de sus características personales— la red social; quién solicita o
no la transacción de ayuda, quién la acepta, y quién la evalúa (Lieberman, 1986, Sarason
et al., 1990).
Otros, en cambio, definen el apoyo social como una característica del ambiente y la
red social. Lo entienden como una disposición de los miembros de la red para responder
a las conductas de demanda de los sujetos; siendo las características individuales del
demandante de apoyo uno de los factores de influencia en la actitud de los miembros de
la red (Hobfoll, 1988).
De especial interés para nosotros resulta la línea de trabajo que considera que la
verdadera naturaleza del apoyo social radica en el proceso interactivo en el que se ven
envueltos los individuos receptores y proveedores. Desde este punto de vista el apoyo
social resulta ser una de las funciones del sistema dinámico que conforman los
individuos y las redes sociales de pertenencia. Así, el apoyo social se asocia al rol total
de la relación que existe entre el proveedor y el receptor. Esta perspectiva nos permite
superar la operacionalización del apoyo social por sus efectos sobre la salud y que, por
su circularidad, ha resultado ser tan poco adecuada para las investigaciones causales. De
hecho, la aparente utilidad heurística de definir el apoyo social por sus efectos en la
salud no ha hecho sino entorpecer la conexión y encuadre de este tópico en las reglas
nomológicas más amplias del conocimiento psicosocial, desde el cual puede considerarse
como una característica y una función de las redes sociales de pertenencia o de la propia
comunidad (Veiel y Bauman, 1992).
La orientación psicosocial de esta perspectiva permite anclar el estudio del apoyo
social en las bases teóricas que proporcionan los modelos psicosociales de las relaciones
interpersonales y transaccionales, desde donde se pueden fundamentar suficientemente
sus construcciones teóricas y se pueden probar empíricamente los modelos funcionales
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diseñados. Se puede dar así una respuesta adecuada a una de las lagunas más
significativas y a uno de los motivos de confusión más usuales en el estudio de este
tópico social.

LA DEFINICIÓN DEL APOYO SOCIAL

El estado de cosas generado por estas alternancias teóricas tiene uno de sus máximos
exponentes en la falta de acuerdo en cuanto a la definición de este fenómeno psicosocial.
Hasta principios de la década de los ochenta, la definición operacional del apoyo
social, se resolvía mediante la jerarquización de los componentes de las redes sociales
que influían de forma positiva en los individuos (véase entre otros Cobb, 1976; Kaplan et
al., 1977); en ellas, se diferenciaban los aspectos estructurales y funcionales del apoyo
social. Pero estas jerarquizaciones, dejaban sin resolver las diferencias entre
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determinados conceptos que quedaban, así, solapados: fundamentalmente los de red


social y apoyo social, principales variables sociales en las que se había centrado la
investigación.
A partir de entonces, algunos autores se ocuparon de ofrecer definiciones que
diferenciaran estas variables. Thoits (1982) propuso superar esta disyuntiva
diferenciando los conceptos de red social y apoyo social, distinguiendo las dimensiones
estructurales de las funcionales en torno al constructo Sistema de apoyo social que
definió como «el conjunto de personas de la red social total en la que los individuos
confían para obtener ayuda emocional, ayuda instrumental o las dos a la vez» (Thoits,
1982, pp. 123).
Turner (1983) proporcionó cierta clarificación conceptual al separar las propiedades
del grupo de apoyo social y la integración social del apoyo social. Por su parte, House y
Kahn (1985) también discriminaron entre esos aspectos, pero distinguieron en las
relaciones sociales a) su existencia; b) su estructura y c) sus funciones; sugerían que el
término apoyo social se reservara solo para ciertas funciones de interacción y
transacción social, cuyo resultado fuera beneficioso para el receptor.
Recientemente y en esta misma línea están adquiriendo mucha vigencia las propuestas
de autores tan significativos como Sarason et al. (1990) y Thoits (1992), que suponen
una progresiva subjetivización del concepto de apoyo social. Se propone que la
verdadera naturaleza del apoyo social hay que buscarla en los procesos perceptivos de
los sujetos implicados, lo que tradicionalmente se ha denominado apoyo social percibido
en las operaciones de ayuda.
De estas reflexiones (ver figura l), se puede hoy inferir que la integración social
se sitúa jerárquicamente en un nivel superior; es entendida como una precondición
para que se produzca el proceso de apoyo social, (de la cual es consecuencia) y
como una función de las relaciones sociales de las personas. El Sistema de apoyo
social representa los recursos de apoyo de la red y por tanto caracteriza a las redes
desde la óptica de los procesos soportativos. A su vez, el término apoyo social se
reserva como un concepto subordinado a los anteriores, ya que representa al
proceso mismo aludido; siendo la percepción y evaluación del apoyo términos que
designan su representación el sistema cognitivo de las personas (Lairetter y
Baumann, 1992).
Estas y otras aportaciones han hecho que los esfuerzos actuales por delimitar el
concepto de apoyo social se dirijan hacia la diferenciación de los constructos implícitos
en los términos «redes sociales» y «apoyo social», al estudio de las características de
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personalidad de los sujetos que influyen en los procesos de interacción y de búsqueda de
recursos externos. Se analizan los componentes de cada uno de ellos, centrándose en las
asociaciones y divergencias entre los roles y tipos de relaciones que se dan en las redes
sociales y los recursos de éstas que tienen una función soportativa y beneficiosa.
Así entendido, se reconocería como apoyo social todo proceso de transacciones
interpersonales (Kahn y Antoucci, 1980), basado en los recursos emocionales,
instrumentales e informativos perteneciente a las redes sociales de pertenencia, dirigidos
a potenciar, mantener o restituir (Shumaker y Bronwell, 1984) el bienestar del receptor;
el cual es percibido como transacción de ayuda tanto por el receptor como por el
proveedor (Dunkel-Shetter y Bennet, 1990; Thoits, 1992).

FIGURA 1
(Basada en Lairetter y Bauman, 1992)

INTEGRACIÓN SOCIAL
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RELACIONES SOCIALES

apoyo social

CONDUCTA/PERCEPCIÓN DE APOYO

SISTEMA COGNITIVO DEL SUJETO

CARACTERÍSTICAS INDIVIDUALES

Por todo esto, y como ya hemos apuntado en otro lugar (Martínez et al., 1993), el
apoyo social debe ser entendido como una variable etiológica relevante en los procesos
de integración social; es decir, la influencia del apoyo social no sería condicionante o
protectora por naturaleza, sino que tendría también una influencia causal en los procesos
de ajuste psicosocial de los individuos (Thoits, 1982).
Desde este punto de vista adquieren especial importancia: a) los procesos perceptivos
(consonancias y discrepancias) de receptor y proveedor; b) las variables individuales de
los sujetos que interactúan (grado de control sobre los acontecimientos de la vida, estilos
atribucionales, etc.); c) las normas de reciprocidad (Sarason et al., 1990); d) las variables
contextuales; e) el tipo de problema implicado en las transacciones de ayuda; f) los
aspectos referidos a la naturaleza de las transacciones de apoyo hasta hoy prácticamente
ignoradas; g) las diferencias entre intercambio de apoyo y otras relaciones soportativas
como la compañía (Rook, 1990); h) los efectos negativos de las interacciones de apoyo
(Barrera, 1986; Markides y Cooper, 1991); i) los costes y beneficios de la conducta de
ayuda (Markides y Cooper, 1991), etc.
De este modo, el fenómeno apoyo social debe entenderse como un constructo
caracterizado por los atributos beneficiosos y/o protectores que proporcionan las
relaciones personales. En este sentido diferentes autores han argumentado
suficientemente que solo una taxonomía funcional de las dimensiones implicadas resulta
adecuada para resolver los problemas conceptuales del apoyo social (Barrera, 1986;
Sarason et al., 1990; Veiel, 1987; Lairetter y Baumann, 1992).
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TAXONOMÍA MULTIDIMENSIONAL DEL APOYO SOCIAL

Todo lo anterior nos conduce a que la conceptualización del apoyo social debemos
diferenciar y relacionar sus elementos constitutivos de –y con- aquellos otros elementos
de los otros procesos psicosociales implicados en el apoyo social, como son las
características propias de la red (Vaux, Riedel y Stewart, 1987; Barrera, Sandler y
Ramsey, 1981), las de los individuos implicados en las interacciones (Barrera, 1986;
Sarason et al., 1990; Veiel, 1987), así como las características propias del contexto
dinámico en el que se produce la interacción (Jacobson, 1986; Brown y Andrews, 1986;
Barrera, 1986).
Utilizando como guía las propuestas de Lairetter y Bauman (1992) debemos realizar
los esfuerzos necesarios para ofrecer una taxonomía que contemple todas las
dimensiones implicadas en los procesos de apoyo social. En dicha clasificación
funcional, se deben diferenciar las variables implicadas a nivel estructural de aquellas
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otras que se sitúan a nivel contextual, que conforman otra dimensión distinta del
proceso; la necesidad de distinguir estos niveles radica en que las variables estructurales
son prerrequisitos indispensables para que las transacciones soportativas sean posibles,
en tanto que la dimensión contextual se sitúa en el proceso de intercambio mismo y
explica las razones que lo motivan y la naturaleza de los recursos movilizados. A su vez,
dicha taxonomía debe contemplar la dimensión procesal, es decir, debe explicar cuales
son las variables genuinas del proceso de apoyo social; pues éstas son las que responden
a la naturaleza misma del fenómeno que se explica.

Dimensión estructural

Este nivel contempla las dimensiones morfológicas de los actores implicados; se


refiere tanto a las características del sujeto demandante de ayuda como a las del contexto
comunitario donde se encuentran los posibles recursos de apoyo.
Desde la óptica de la comunidad se tienen en cuenta las variables relacionadas con las
redes sociales. Su capacidad de asimilación y aceptación de los individuos, así como la de
responder a sus necesidades, sientan las bases para la integración social. En este contexto,
la integración se refiere a la participación y compromiso del sujeto con su comunidad o red
social; examina los bienes y valores de ésta, así como el acceso a los sistemas y recursos
de apoyo (Lairetter y Baumann, 1988). Se diría que la integración social es un
prerrequisito y también uno de los resultados que subyacen en el apoyo social.
El marco donde se produce la integración social nos lleva al término red social como
ordenación de las relaciones sociales y por tanto del apoyo social. Ampliamente
descritos en la literatura, en toda red social se distinguen a) unos parámetros
estructurales, como tamaño, densidad, centralidad, etc., (Hall y Wellman, 1985); b) unos
elementos interaccionales, que describen las características de las relaciones entre los
sujetos y los miembros de la red, como la frecuencia de contacto, la reciprocidad, la clase
de relación, la cercanía emocional, etc., (Pattison y Pattison, 1981); y c) los aspectos
funcionales, como los de regulación y control de conductas, o el de proveer apoyo social.
Sin embargo, y aunque tradicionalmente se han identificado recursos sociales y
apoyo, se ha puesto de manifiesto que un mismo entramado social puede contener
recursos sociales válidos para el individuo (que son los que conforman los recursos de
apoyo), pero también incluyen relaciones sociales que constituyen origen de conflicto y
estrés (Thoits, 1992; Díaz-Veiga, 1993). Además, determinados autores han puesto de
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manifiesto que el estrés y conflicto en las relaciones sociales no proceden básicamente
de las interacciones ineficaces para la provisión de apoyo, sino de transacciones de ayuda
negativas (Bolger et al., 1989).
En suma, el término red social describe las estructuras de las relaciones, en tanto que
el término apoyo social describe una de las funciones específicas de dichas redes.
Nuestros vínculos sociales son la genésis de nuestros recursos de apoyo, por lo que la
falta de integración social —o soledad social—, debe considerarse incompatible con el
bienestar (Thoits, 1992).
Por dentro de los factores estructurales del apoyo social hay que tener en cuenta,
además, el perfil psicosocial del individuo receptor, que determinará el grado de
inclusión o marginación en las redes sociales y, por tanto, la posibilidad o no de generar
recursos soportativos. Está ampliamente contrastado que estos procesos están mediados
por la procedencia socio-cultural de los sujetos, por su estadío evolutivo, por la
aceptación y/o similitud de creencias, valores y normas tanto de los individuos
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interesados como de la propia comunidad, etc.


Además, ciertas variables del perfil psicosocial intervienen de forma relevante en los
procesos de recibir o proveer apoyo. Se refieren a ciertas características de personalidad,
humor y estilos de afrontamiento, habilidades sociales, etc., que pueden influir en la
percepción, procesamiento de la información, necesidades y comportamiento de apoyo,
etc., (Monroe y Steiner, 1986; Sarason et al., 1990).
Entre los proveedores las variables más influyentes son la sensibilidad interpersonal y
las destrezas de conducta personal. Los proveedores deben ser capaces de reconocer que
la otra persona necesita apoyo y determinar qué modo y tipo de apoyo requiere. Este es
un factor que se ha hipotetizado como determinante en los beneficios obtenidos a través
del apoyo (Cohen y McKay, 1984; Cohen y Wills, 1985); además, las destrezas de las
conductas interpersonales son necesarias para diseñar y llevar a cabo de forma eficaz y
eficiente la conducta de apoyo (Snyder y Cantor, 1980; Snyder y Gangestad, 1986).
Desde esta perspectiva de los receptores de apoyo, las características que han sido
implicadas en los intercambios de apoyo son la autoestima, el locus de control, las
tendencias de busca de apoyo y la actitud hacia la búsqueda y aceptación del apoyo
(EcKenrode, 1983; Heller y Swindle, 1983; Vinokur et al., 1987; Wortman y Dunkel-
Schetter, 1987). Los estilos y conductas particulares de lucha, también se han
relacionado positivamente con la cantidad de apoyo que la gente manifiesta disponer y
recibir (Billings y Moos, 1982; Silver et al., 1990), habiéndose comprobado que la gente
que usa la evitación como una estrategia de lucha tienden a informar de menos recursos
de apoyo social (Dunkel-Schetter, Folkman y Lazarus, 1987).
Por otro lado, las habilidades sociales que los sujetos poseen están relacionados
directamente con el acceso a los recursos y transacciones de apoyo (Sarason y Sarason,
1985). Jones (1985) comprobó que los sujetos con escasas habilidades sociales son
personas solitarias, tímidas, tienen baja autoestima y son desconfiadas respecto a sus
relaciones sociales. Argyke (1978) puso de manifiesto que las habilidades sociales son
un importante predictor de acceso adecuado a los recursos de apoyo y que existía una
relación causal entre grado de asertividad, acceso a los recursos de apoyo y bienestar.

Dimensión contextual

En este nivel de análisis haremos referencia a lo que Thoits (1982) denominó Sistema de
Apoyo Social, es decir el sistema donde radican las bases de las fuentes de recursos
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soportativos a las que los sujetos acuden para proveerse de los mismos y/o satisfacer
necesidades. En definitiva en donde tienen garantizado el apoyo social. De acuerdo con Vaux
(1988) los recursos de la red son aquella parte de la red social a la que el individuo
rutinariamente vuelve o podría volver para obtener o dar apoyo, describiendo así la red desde
una perspectiva funcional. Algunas formulaciones teóricas han denominado a los recursos de
apoyo como fuentes de apoyo (Coob, 1976; Weiss, 1974) y han distinguido diferentes tipos
para significar que cualquier recurso de apoyo no puede satisfacer toda necesidad de éste.
Recientemente Argyle (1993) en un sugerente trabajo, analiza las funciones
soportativas de tres tipos de relaciones sociales que son la base de la generalidad de los
sistemas de apoyo de nuestro entorno cultural —el matrimonio y la familia, los amigos y
las relaciones laborales— con argumentos tanto biológicos, como antropológicos y
psicosociales. Pone de manifiesto que el matrimonio y las relaciones familiares son
beneficiosas tanto para la salud física como mental y que suelen aportar un alto grado de
sensación de felicidad, siendo especialmente útiles en situaciones de crisis de salud. Los
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amigos cumplen una función de apoyo distinta en el Sistema de apoyo social; aunque
tienen menos relevancia en los procesos de enfermedad, se ha constatado que
constituyen importantes fuentes de apoyo instrumental y emocional, y facilitan en un alto
grado la integración social (Larson, 1984; Argyle, 1988). Del mismo modo, se ha puesto
de manifiesto lo importante que son las relaciones laborales en los sistemas de apoyo,
pues la pertenencia a grupos cohesionados de compañeros es un indicadorde satisfacción
laboral (Brand y Hirsch, 1990).
Por otro lado hay que considerar que el Sistema de apoyo social debe suponer la
garantía de acceso al apoyo necesario del recurso oportuno, con lo cual es necesario
remitirnos al clima soportativo y a la cohesión de dichos recursos. Aunque este elemento
ha recibido un escaso interés en la investigación específica del apoyo social, dentro de la
perspectiva socio-ecológica es considerado como una variable de primera magnitud
(Moos y Fuhr, 1984) y hace referencia a la calidad de las relaciones sociales. La calidad
soportativa de las relaciones debe ser entendida en términos de cohesión interpersonal,
compromiso, expresividad y bajo grado de conlficto (Lairetter y Baumann, 1992). Así, la
cohesión supone el grado de mutua ayuda y apoyo en el sistema; el compromiso se
refiere el grado de interés y preocupación; la expresividad muestra el grado de mutuo
estímulo para una expresión abierta de deseos, sentimientos y necesidades y el nivel de
conflicto hace referencia al grado de tensión existente en las interacciones (Procidano y
Heller, 1983).

Dimensión procesal

El abordaje del apoyo social en el plano procesal tiene en cuenta aquellas variables
que conforman la conducta soportativa misma —la recibida y la otorgada— así como las
que están implicadas en los procesos de percepción del apoyo, distinguiendo la
disponibilidad de los recursos y la evaluación de las transacciones o momentos
interactivos de apoyo.

Dimensión conductual del apoyo

Queremos resaltar en este apartado la necesidad de aproximarnos al estudio del


fenómeno que nos ocupa desde las interacciones que son genuinas del apoyo, y poder
71
contribuir a su diferenciación conceptual con otros fenómenos interactivos relacionados.
Así, por ejemplo, con demasiada frecuencia la conducta de apoyo se ha identificado con
el término ayuda.
En realidad, el concepto de apoyo es un concepto más amplio y recoge en su
definición operacional aquellas conductas que implican intercambios —especialmente
emocionales o afectivos e informativos— y que las personas entienden como normal
porque forman parte de su vida social (Thoits, 1992). En algunos trabajos se explicitan
algunos modos en que se manifiesta la conducta de apoyo. Se diferencia entre las
conductas de cooperación, las de compañía y las de ayuda (Argyle, 1993; Rok, 1990), en
las que los intercambios son distintos pero dentro de un proceso interactivo de apoyo.
En otro orden de cosas, y debido a que las demandas pueden ser de naturaleza diversa,
se suele distinguir al menos tres tipos de conducta de apoyo, y que en la literatura se ha
analizado ampliamente como apoyo emocional, apoyo instrumental y apoyo
informacional. Asimismo, y dentro del marco de interacción real entre sujetos sociales,
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recogemos lo que se ha venido en llamar apoyo recibido para describir los aspectos
conductuales del destinatario, y apoyo otorgado para describir esa dimensión en el caso
del sujeto del proveedor.

Dimensión perceptiva del apoyo

Un gran número de investigadores ha sugerido la necesidad de diferenciar entre las


mencionadas dimensiones conductuales y las dimensiones perceptivas para distinguir dos
aspectos básicos del fenómeno apoyo social: por un lado, el apoyo que realmente se recibe o
se da y, por otro, el apoyo que los sujetos perciben como disponible en su Sistema de apoyo
social (Barrera, 1986; Gottlieb, 1985; Sarason et al., 1987, 1990; Wethington y Kessler,
1986; Vaux, 1988; Dunkel-Shetter y Bennet, 1990). Dentro de esta dimensión algunos
autores consideran que en análisis conceptuales futuros se debe diferenciar entre: a) los
aspectos cognitivos —el llamado apoyo percibido—, que se refiere a la experiencia
generalizada de ser apoyado en su red social y a la percepción general de accesibilidad y
disponibilidad de apoyo de las personas pertenecientes a su Sistema de Recursos de Apoyo.;
y b) los aspectos evaluativos que hacen referencia a la percepción de adecuación y
satisfacción de las demandas con el apoyo recibido por sus recursos de apoyo (Procidano y
Heller, 1983; Dunkel-Shetter y Bennet, 1990; Leiretter y Baumann, 1992).
Recientemente se ha llamado la atención sobre la importancia de esta dimensión
perceptiva en la comprensión del fenómeno (Thoits, 1992; Pearlin y McCall, 1990;
Cohen, 1992). La percepción y la recepción de apoyo dependen, lógicamente, de la
estructura del sistema de recursos de apoyo de una persona. Sin embargo, se ha
encontrado una baja correlación entre las variables estructurales y la cantidad y calidad
de apoyo que una persona percibe como disponible. Debemos, entonces, entender que
éste, o procede de vínculos sociales que no forman parte de las redes personales de
apoyo —lo que tiene poco sentido—, o que las personas no conocen los lazos de los que
pueden disponer de apoyo.
Sin entrar a discutir aspectos metodológicos concretos, las observaciones anteriores
sugieren que las relaciones entre las variables estructurales, las transacciones de apoyo y
las percepciones de apoyo requieren mucha más atención de lo que han recibido hasta
ahora. Ello contribuiría a profundizar en la naturaleza misma del apoyo social, y
ayudaría a resolver muchos de los problemas que se nos plantean cuando nos
72
enfrentamos con los aspectos evaluativos o con el diseño mismo de programas de
intervención.

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