Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
net/publication/313793757
CITATION READS
1 3,152
1 author:
Antonio Bolivar
University of Granada
292 PUBLICATIONS 2,416 CITATIONS
SEE PROFILE
Some of the authors of this publication are also working on these related projects:
All content following this page was uploaded by Antonio Bolivar on 16 February 2017.
En el discurso sobre la dirección escolar, como señala bien González (2011: 165), “se
ha ido produciendo un desplazamiento del foco de atención desde la gestión
organizativa hacia el liderazgo y hacia el núcleo central de las organizaciones escolares,
esto es, los procesos de enseñanza-aprendizaje”. Al tiempo, de identificar el liderazgo
con quien ocupa posiciones formales se ha pasado a entenderlo de forma más amplia,
compartida o distribuida. De este modo, de considerar la cúspide como la clave del
liderazgo, actualmente lo situamos en el centro de las relaciones, en una redistribución
del poder. Por su parte, la investigación sobre el liderazgo ha oscilado de los “modelos”
de liderazgo a las “prácticas” con impacto: qué procesos se emplean para comunicar,
implementar, potenciar las buenas prácticas y comprometer al personal en un proyecto
de mejora. De actividades de desarrollo profesional a juzgar su valor por su incidencia
en los resultados académicos de los estudiantes. Dicho giro puede ser juzgado como
propio de una sociedad “performativa”, en la que sólo importan los resultados o, más
realistamente, a situar las cosas en su lugar: la escuela está para que los alumnos
aprendan.
1. Liderazgo escolar y desarrollo profesional de los docentes
El desarrollo profesional docente comprende todo el conjunto de actividades en que los
docentes se implican a lo largo de su carrera, realizadas tanto para incrementar su
competencia en el oficio como para una mejor vivencia de la profesión. Como tal, es un
proceso de aprendizaje resultante de las interacciones significativas que tienen lugar en
el contexto temporal y espacial de su trabajo y que da lugar a cambios en la práctica
docente y en los modos de pensar dicha práctica. En sus formatos más tradicionales se
ha limitado a cursos escolarizados de formación; sin embargo, nuevas perspectivas han
abogado por el aprendizaje con los colegas en el contexto de trabajo, vinculando el
desarrollo profesional con el organizativo. Desde esta perspectiva, apostamos por una
formación que articule las necesidades de desarrollo individual y las de la escuela como
organización, donde los espacios y tiempos de formación estén ligados con los espacios
y tiempos de trabajo, en que los lugares de acción puedan ser –a la vez– lugares de
aprendizaje.
Las investigaciones sobre los impactos del liderazgo en la labor educativa de la escuela
coinciden en que sus efectos se ven mediados por los docentes, dado que son estos los
que están en las salas de clase y en el establecimiento con los estudiantes. Por eso, un
liderazgo educativo preocupado por la mejora debe promover el desarrollo profesional
de sus docentes. Por otra, de modo paralelo, el aprendizaje y desarrollo profesional
docente debe medirse por su impacto en los aprendizajes y resultados de los estudiantes.
La cuestión clave, por un lado, es qué prácticas de liderazgo favorecen oportunidades de
aprendizaje y desarrollo profesional que posibilitan un cambio en las prácticas
docentes. Por el otro, qué necesitan aprender los profesores para promover el
aprendizaje de los estudiantes. Por último, el contexto adecuado para ambos es un
liderazgo compartido o distribuido en una comunidad profesional de aprendizaje, donde
los docentes aprenden primariamente de sus colegas en sus lugares naturales de trabajo.
Como a partir de una revisión amplia de la investigación afirman Timperley, Wilson y
otros (2007):
La mejor formación continua proviene del aprendizaje con los colegas en el contexto de
trabajo, vinculando el desarrollo profesional con el organizativo. Así, Timperley (2008)
establece como lección aprendida séptima, las oportunidades para aprender con los
colegas: “La interacción con colegas con el propósito común de mejorar los resultados
de los estudiantes puede ayudar a que los profesores integren los nuevos conocimientos
a sus prácticas existentes”. Una formación basada en la escuela se inscribe, como tarea
colegiada y en equipo, en el propio proceso de mejora del currículum; por otra, debe
contribuir a incrementar los propios saberes y habilidades profesionales para
reutilizarlos en las nuevas formas de hacer escuela. Ha de centrarse en cómo mejorar lo
que se hace, desde un análisis de la situación, en que los propios procesos de trabajo
sean en sí mismos generadores de cambios.
Si una escuela —como parece obvio— está para que los alumnos aprendan al máximo
de sus posibilidades, las prácticas exitosas de liderazgo escolar se debieran medir por su
contribución a la mejora de la calidad docente, que está en la base de los buenos
aprendizajes de los estudiantes. En este contexto, como defendemos en este trabajo, el
liderazgo consiste en crear las condiciones y contextos para que los docentes aprendan
nuevas prácticas, en una organización que aprende, como comunidad profesional. En
una de las propuestas más potentes sobre el liderazgo Richard Elmore (2010) defiende
que “si el objetivo del liderazgo es la mejora de la práctica y del desempeño docente,
entonces las competencias y los conocimientos realmente importantes son aquellos
relacionados con crear un entorno para el aprendizaje focalizado en expectativas claras
para la docencia. Todas las demás destrezas son instrumentales” (p. 124).
“una aportación fundamental al liderazgo educativo del establecimiento por parte del
director radica, precisamente, en potenciar y apoyar la colaboración profesional,
implicando a otros docentes en el ejercicio del liderazgo en sus respectivos equipos y,
en general, promover cualquier iniciativa que evite el aislamiento y contribuya la
desarrollo de comunidades de aprendizaje profesional” (p. 182).
2. El liderazgo educativo
Liderazgo se entiende por referencia a dos ejes: tener un sentido de visión que marca la
dirección a la organización y, el segundo, ejercer una influencia para mover a los
participantes hacia ese fin, mediante un trabajo relacional. Marcar una meta común e
influir en otros para compartirla definen primariamente el liderazgo (Leithwood y
Louis, 2011). Liderazgo es, pues, la actividad de movilizar e influir en otros para
desarrollar comprensiones compartidas acerca de las metas a alcanzar por la escuela
(Firestone y Riehl, 2005). Además, como resalta Robinson (2011), el ejercicio de esa
influencia no se basa en la fuerza, la coerción o la manipulación. Para que haya
liderazgo la influencia tiene que provenir del ejercicio razonable de la autoridad formal,
de las propias cualidades del líder, o de su grado de conocimiento y experiencia como
para poder ofrecer orientaciones a los demás. A través de un conjunto de prácticas se
ejerce influencia en el profesorado para generar condiciones institucionales que
posibiliten una mejor educación. Desde esta perspectiva, como define Normand (2010),
el liderazgo es: “un proceso de influencia social en el que una persona o un grupo ejerce
una influencia intencional sobre otra persona o sobre otro grupo con el fin de
estructurar las tareas y relaciones sociales en el seno de una organización”.
La comprensión actual del liderazgo poco tiene que ver con la habitual que lo suele
identificar con un individuo que ocupa una posición formal de autoridad dentro de una
organización. Lejos de una concepción jerárquica o de autoridad sobre otros,
actualmente se entiende que el liderazgo es un fenómeno más complejo, no dependiente
sólo de un líder. El liderazgo se define como un conjunto de funciones organizativas en
lugar de alguien que ocupa determinadas posiciones formales o administrativas. Lejos
de una concepción autocrática o jefe que dirige al personal, actualmente se habla de
liderazgo distribuido o compartido, dentro de las interdependencias recíprocas que se
dan en cualquier organización.
Mientras los modelos suelen quedar como conceptos abstractos que poco nos dicen
sobre las acciones que implican y cómo aprenderlas, pasar de la categorización de
líderes a las prácticas de liderazgo supone centrarse en identificar los efectos que tienen
dichas prácticas. Como constata Scheerens (2012) en su extensa revisión de la
investigación: “los estudios empíricos que han investigado los efectos del liderazgo
educativo en los rendimientos de los estudiantes tienden a concentrarse en grandes
categorías de prácticas de liderazgo. Rasgos de liderazgo y estilos de liderazgo, así
como rasgos de personalidad ligados a disposiciones de liderazgo, apenas se abordan
ahora en la investigación” (p. 131). La investigación en las últimas décadas ha aportado
más evidencias sobre los tipos de prácticas de liderazgo que marcan mayores diferencias
en los aprendizajes y bienestar de los alumnos de los que son responsables (Robinson,
2011).
– Establecer una dirección (visión, expectativas, metas del grupo). Los directores
efectivos proveen de una visión clara y un sentido a la escuela, desarrollando una
comprensión compartida y misión común de la organización, focalizada en el progreso
de los alumnos. Para esto desarrollan prácticas tales como: identifica nuevas
oportunidades para la organización, para motivar e incentivar al personal para conseguir
las metas comunes. Esto implica establecer valores y alinear al staff y a los alumnos de
acuerdo con ellos.
Los centros educativos están para que los alumnos aprendan y el éxito de la dirección
escolar debiera cifrarse en el impacto (normalmente indirecto, puesto que está mediado
por la labor docente) en los aprendizajes de los alumnos. Si la escuela como institución
es la unidad básica de análisis de la mejora educativa, el equipo directivo debe ser el
responsable último del incremento en los aprendizajes de los estudiantes. De ahí que las
tareas de la dirección debieran concentrarse en todo aquello que favorece una mejor
enseñanza y aprendizaje de su profesorado, así como conjuntar dichos esfuerzos, para
así incrementar los resultados de los alumnos. Si bien es precisa una buena gestión de la
escuela, ésta no basta si no posibilita buenos aprendizajes de los estudiantes. Por eso,
“la regla para juzgar la efectividad del liderazgo educativo es el impacto en el
aprendizaje y resultados de los alumnos, de los que es responsable” (Robinson, 2011:
4). Sin embargo, como constataba la misma Robinson, sólo una treintena de estudios
publicados establecen el vínculo entre liderazgo y resultados de los estudiantes.
“en lugar de tratar el liderazgo pedagógico como una responsabilidad adicional; las
prácticas de liderazgo deben adecuarse a las que estén mejor alineadas con el objetivo
general de mejorar la enseñanza. […] Esto tiene profundas implicaciones para la
investigación sobre el mismo liderazgo. Necesitamos teorías de liderazgo que están
firmemente basados en el conocimiento de las condiciones que necesitan los
profesores para promover el aprendizaje de sus alumnos. Los buenos líderes
educativos son los que tienen las habilidades, el conocimiento y la disposición para
iniciar y mantener esas condiciones” (pp. 72-73).
Las características que estos estudios destacan en los directivos de escuelas eficaces son
un liderazgo profesional centrado en lo pedagógico. Esta intervención en lo pedagógico
puede ser directa (centrada en mejorar la enseñanza) o indirecta (focalizada en crear las
condiciones para una mejor enseñanza y aprendizaje). Bendikson, Robinson, y Hattie
(2012) señalan que “el liderazgo pedagógico directo se centra en la calidad de la
práctica docente, incluyendo la calidad del currículum, la enseñanza y la evaluación, así
como la calidad de la investigación docente y la formación docente. Liderazgo
pedagógico indirecto crea las condiciones para una buena enseñanza y aprendizaje
docente, garantizando que las políticas escolares, las modos de asignar recursos y otras
decisiones de gestión apoyan aquello que requiere una alta calidad del aprendizaje, la
enseñanza y el aprendizaje docente” (p. 4). Si en Primaria es más fácil establecer alguna
relación directa, en Secundaria resulta más difícil, dado que se ve mediada por los
Departamentos disciplinares.
Esto ha hecho que numerosos ensayos, libros e investigaciones se hayan centrado con
diferentes denominaciones (leadership for learning, student-centered leadership,
learning-centred leadership, etc.), que ha culminado en un Handbook of Leadership for
Learning (Townsend y MacBeath, 2011). No obstante, hay autores (Male y
Palaiologou, 2012) que distinguen entre “liderazgo centrado en el aprendizaje”, más
limitado a productos, y “liderazgo pedagógico”, como un enfoque más holítico y
comprensivo, centrado en sostener entornos efectivos de aprendizaje. Como definieron
bien Murphy, Elliott, Goldring y Porter (2007): “La piedra de toque de este tipo de
liderazgo incluyen la capacidad de los líderes para (a) permanecer siempre centrado en
lo que es clave: organización de la escuela, el aprendizaje, la enseñanza, el currículo y la
evaluación; y (b) hacer que todas las otras dimensiones del centro escolar (por
ejemplo, administración, organización, finanzas) están al servicio de una organización
más robusta para mejorar el aprendizaje de los estudiantes” (p. 179).
Si una escuela funciona bien no lo será por el solo efecto de una persona, sino porque
ésta ha sabido desarrollar la propia capacidad de liderazgo de los demás, haciendo que
la organización funcione bien. En último extremo todo lo anterior se resume en hacer de
las escuelas unas organizaciones para el aprendizaje. La mejora de los aprendizajes de
los alumnos y alumnas, misión última que justifica la experiencia escolar, se hace
depender de la labor conjunta de todo el establecimiento escolar. Se trata de cómo
configurar los centros escolares como espacios de aprendizaje y desarrollo profesional
de los docentes. Por ello, constituir las escuelas como comunidades, transformando la
cultura escolar individualista en una cultura de colaboración se ve como un dispositivo
para aprender y resolver problemas, construir una cooperación en la escuela o una vía
de desarrollo profesional de sus miembros. De este modo, incrementar el capital social,
promoviendo unas relaciones comunitarias y un sentido de trabajo en comunidad en la
escuela y entre distintas escuelas del distrito o municipio, familias y entorno, desde hace
unas décadas, se ha convertido en una línea clara por donde ha de dirigirse la mejora.
Si, como hemos defendido, los equipos directivos tienen que liderar la dinámica
educativa de la escuela, entonces tendrán inevitablemente que entrar en la mejora de la
enseñanza y del aprendizaje. Sin embargo, en la práctica, una cierta cultura ha hecho
que domine un cierto pacto implícito de no intervención de la dirección en el espacio
privado del aula. La eficacia de un centro escolar reposa, entonces, si no hay una unidad
de coordinación conjunta, en las aulas individuales del profesorado. Esta situación
referida a España la refleja bien Mª Teresa González (2011) de este modo:
“la dirección es vivida, en el centro, como una faceta en cierto modo ajena al
profesorado, el cual espera que aquella no altere sustancialmente el estado de cosas e
interfiera lo menos posible en la parcela de actuación de cada uno (el aula). Así, en
nuestros centros dirección y desarrollo de la enseñanza constituyen con frecuencia
ámbitos aislados entre sí, parcelas que coexisten separadamente bajo un pacto
implícito, según el cual el director /a no se inmiscuye en el trabajo del docente en el
aula o en el de los órganos de coordinación (equipos, departamentos) y a cambio se le
deja que se encargue de lo organizativo” (p. 164).
Por último, conviene advertir finalmente, que una idea tan potente como la del liderazgo
educativo, transferida de contextos anglosajones, tiene poco recorrido y pronto llega a
agotarse si no se reestructuran, con coherencia, otros elementos de la política educativa
y de la organización de las escuelas. Esta idea de liderazgo es ajena a la cultura de las
escuelas como organizaciones, las condiciones de trabajo del profesorado, la relación de
los centros con la administración educativa y con la comunidad; por lo que no basta
cambiar las atribuciones de la dirección escolar si, paralelamente, no se cambian otros
“pilares” que lo hagan posible: autonomía escolar, plantillas de los centros, modos
organizativos que faciliten un trabajo en equipo, compromisos e implicación de las
familias y de la comunidad local. Cambiar un elemento –menos limitado a la
normativa– sin hacerlo paralelamente en otros, sólo conduce a nueva retórica.
De acuerdo con las conceptualizaciones más potentes (Spillane, 2006; Gronn, 2000),
entendemos por liderazgo distribuido como las interacciones colectivas entre los
miembros de la escuela que tienen (o llegan a asumir, formal o informalmente)
responsabilidades de liderazgo. Estas interacciones se pueden dar por medio de una
colaboración espontánea en el trabajo o por prácticas institucionalizadas. Desde luego, a
nivel de Educación Secundaria, donde los establecimientos normalmente están
divididos en departamentos según especialidades o disciplinas, debería distribuirse el
liderazgo entre estos (Klar, 2012). Dirección y jefes o directores de departamentos están
llamados a desarrollar unas metas compartidas, lo que no exime de que otros profesores
puedan asumir funciones de liderazgo.
Lo primero que hay que advertir es que no se trata de una delegación o reparto de
funciones, tareas o responsabilidades. En su lugar, la distribución implica que, tanto los
líderes formalmente identificados como los informales, ejercen influencia en los
seguidores y logran comprometerlos en la mejora de la organización. Spillane (2006)
habló de la perspectiva del “líder-plus”, dado que el liderazgo involucra a múltiples
agentes. Se trate de ver las cosas desde otro punto de vista, en el que el liderazgo no son
las acciones de una persona, sino que se distribuyen entre tres elementos: el líder,
seguidores y situación o contexto (Timperley, 2005). Al tiempo, los líderes formales
pretenden empoderar a otros, en lugar de distribuir tareas entre ellos. En efecto, si la
iniciativa puede provenir de la dirección, en cualquier caso, ésta debe ser compartida
por el conjunto del personal, lo que requiere su movilización en pro de los metas de
mejora determinadas.
Se ha defendido que una mayor distribución del liderazgo es algo connatural con
instituciones “educativas” (Harris, 2008), aunque para su existencia plena exige que la
organización tenga alto grado de desarrollo organizativo y moral. Puede haber formas
aditivas de liderazgo, donde distintas personas pueden ejercer prácticas de liderazgo, al
margen de los restantes miembros de la organización. En su lugar, en las formas
holísticas, de modo consciente, se dan patrones de colaboración que involucran algunas
de las fuentes de liderazgo en una organización. En esta segunda forma, la suma del
trabajo realizado por los líderes se suma a las partes y hay altos niveles de
interdependencia entre quienes participan en el liderazgo. No obstante, en muchos
casos, se dan formas “híbridas”, en lugar de verdaderamente distribuidas,
Desde este punto de vista Spillane (2006) define así el liderazgo: “El liderazgo se refiere
a las actividades vinculadas a la labor básica de la organización que han sido diseñadas
por miembros de la organización para influir en la motivación, afectos o prácticas de
otros miembros de la organización o que se entiende por miembros de la organización
como la intención de influir en su motivación, conocimiento, afectos o prácticas” (pp.
11-12). Distingue cuatro elementos o factores: la práctica del liderazgo, las
interacciones que se producen, las situaciones que son a su vez producto de dichas
interacciones y el aspecto organizacional o estructural (the leader plus aspect),como la
disposición estructural de la escuela que posibilita las interacciones y la práctica misma
del liderazgo.
Aunque es difícil encontrar una relación entre un modelo particular de liderazgo
distribuido y mejora de los resultados, parece que compartir el liderazgo en el seno de la
escuela es un factor que favorece el aprendizaje de los alumnos (Hallinger y Heck,
2010). Como establecieron Leithwood, Harris y Hopkins (2008) en unos de los
principios extraídos de la investigación “el liderazgo escolar tiene mayor influencia en
la escuela y en los estudiantes cuando está ampliamente distribuido”. Posteriormente
(Day, C. et al., 2010) se ha ido acumulando evidencias en dos sentidos: los patrones de
distribución del liderazgo son variables y unos tienen más incidencia que otros; y la
responsabilidad de liderazgo y poder varían según los contextos locales. De modo
paralelo, en los últimos años, se ha destacado la “confianza” como una dimensión
esencial para una progresiva y efectiva distribución del liderazgo. Distribución de
liderazgo y sentido de confianza en el establecimiento de enseñanza. Como dicen Day et
al. (2010: 17),
Los mejores líderes son aquellos que desarrollan ese potencial en otros. Liderar es así
capacitar o empoderar a otros, pues es la suma de voluntades y conocimiento
profesional la que puede lograr la mejora de la escuela. Como dice Fullan (2010: 14):
“los directores con éxito desarrollan a otros de manera que se integre en el trabajo de la
escuela. Estas culturas de la colaboración tienen dos importantes funciones: son
colectivamente eficaces en la resolución de problemas y para avanzar sobre una base
robusta, y generan líderes que puedan continuar en las fases siguientes”. De este modo,
las principales tareas de un liderazgo en esta dirección es fomentar la colaboración
profesional, desarrollar las capacidades de su personal y de la propia escuela como
organización. Hablar de dirección no es hablar de directores y directoras, sino de un
grupo más o menos amplio de profesionales que se compromete en un esfuerzo común.
“Definimos al docente líder como aquel docente que trabaja con sus colegas con el
propósito de mejorar la enseñanza y el aprendizaje, ya sea de modo formal o informal.
Los profesores líderes formales son, generalmente, identificados por el director
escolar. Ellos suelen ser jefes de departamento, coordinadores de grado o ciclo, líderes
de equipos, mentores para los nuevos profesores, asesores o miembros de equipos para
el desarrollo del currículum. Los profesores líderes informales son reconocidos por
sus compañeros debido a su credibilidad, capacitación o capacidad para establecer
relaciones” (p. 74).
Por su parte, Danielson (2006), que aboga por un papel de liderazgo informal de los
docentes, define el liderazgo docente como “un conjunto de habilidades demostrado por
los docentes que continúan enseñando a los estudiantes, pero que también –más allá de
sus propias aulas– ejercen una influencia en otras personas dentro de la propia escuela y
en otros lugares. Implica movilizar y dar energía a otros con el objetivo de mejorar el
desempeño de la escuela de sus responsabilidades críticas en relación con la enseñanza
y el aprendizaje” (p. 12). Por tanto, los líderes docentes pueden ser formalmente
reconocidos o pueden surgir espontáneamente al ejercer el liderazgo cuando se presenta
la ocasión u oportunidad. Los roles formales de liderazgo (coordinadores, jefes de
equipo o departamentos, miembros de consejos, especialistas, etc.) tienden a dominar el
campo; pero nada obsta para que el papel del liderazgo docente pueda ser ganado a
través del trabajo informal y las interacciones que se producen entre los maestros,
estudiantes y colegas, cambiando poco a poco el papel formal (Jackson et al., 2010).
Todos los maestros y profesores tienen capacidad para liderar y dicha capacidad debe
ser potenciada y facilitada (Nolan y Palazzolo, 2011). La capacidad de liderazgo, pues,
no debe ser reservada para aquellos que ocupan posiciones formales de dirección en los
establecimientos, sino una cualidad esperada de todos y cada uno de los docentes.
Unos pueden tener mayor capacidad u oportunidades que otros, pero –en principio–
todos los docente tienen cierta capacidad, innata o adquirida, para funcionar
como líderes efectivos en sus aulas, escuelas y comunidades. En fin, ver al profesorado
como líder supone un nuevo paradigma de la profesión docente, que debe incluir a todos
ls profesores a lo largo de su carrera, no sólo a lo que llevan más años de experiencia.
Como señalaban Lieberman y Miller (2004),
No cabe que florezca el liderazgo docente sin una cultura escolar y contexto que
puedan facilitarlo, como la siguiente: un enfoque centrado en el aprendizaje, la
investigación y la práctica reflexiva; trabajo en equipo y responsabilidad compartida,
toma de decisiones y liderazgo educativo. A la vez, un fuerte sentido de comunidad
entre los profesores es el terreno propicio para el incremento de profesionalismo. Así,
modos de gestión top-down suelen impedir el desarrollo de los líderes docentes y, en
consecuencia, del mejoramiento de la escuela. En su lugar se requieren formas más
horizontales y menos jerárquicas para que el liderazgo docente pueda florecer. Cuando
hay tiempo insuficiente para la colaboración, así como la falta de incentivos por
participar en actividades de liderazgo, se ha demostrado empíricamente que impiden el
desarrollo del liderazgo docente (York-Barr y Duke, 2004).
El liderazgo docente no puede prosperar sino en el seno de centro escolar que funciona
como una comunidad profesional de aprendizaje, potenciada por un liderazgo educativo
compartido o distribuido. Ambas dimensiones van en paralelo: potenciar el liderazgo
del profesor; y de otro, las escuelas como comunidades profesionales de aprendizaje
efectivas. Como señala Murphy (2005), “con el desarrollo de perspectivas de la escuela
basadas en la comunidad, comenzó a florecer un nuevo concepto de una comunidad de
práctica. El liderazgo iba a ser considerado un elemento central del trabajo de todo
docente comprometido con la mejora escolar. Liderazgo ahora no era captado bajo
concepciones jerárquicas, sino en términos de promover la profesionalización de todos
los docentes” (p. 18).
Sin construir un sentido de comunidad que valora el aprendizaje poco lejos puede ir el
liderazgo pedagógico. En los nuevos entornos y escenarios de “reestructuración”
escolar, el rol formal de dirección escolar se “desacopla” (uncoupling) del liderazgo,
pudiendo emerger múltiples liderazgos informales (distributed leadership). En esta
medida, los equipos directivos competentes dirigen su acción a rediseñar los contextos
de trabajo y relaciones profesionales, para incrementar las competencias docentes del
profesorado y, de este modo indirecto, la mejora de los procesos de enseñanza-
aprendizaje del alumnado.
4.2. Comunidad profesional de aprendizaje
Apoyar un desarrollo de las escuelas como organizaciones pasa, como línea prioritaria
de acción, por su reconstrucción como lugares de formación e innovación no sólo para
los alumnos, sino también para los propios profesores. Un profesionalismo ampliado se
construye e incluye, como un componente básico, en interacción con otros colegas en el
contexto de trabajo. Las Comunidades Profesionales de Aprendizaje (CPA) se están
convirtiendo en una de las estrategias más prometedoras para una mejora escolar
sostenida. Desde una imagen gráfica, Dufour et al. (2008) las define como “profesores
comprometidos que trabajando en colaboración realizan procesos de investigación y
acción para que los alumnos logren mejores resultados. Las comunidades de
profesionales que aprenden actúan bajo el supuesto de que la clave para mejorar el
aprendizaje del alumnado es el aprendizaje continuo de los profesores, situado en su
lugar de trabajo” (p. 14). Se trata de hacer de la escuela y del lugar del trabajo un
contexto, por las relaciones que se dan en su seno, para el aprendizaje y desarrollo
profesional del profesorado en torno a buenas prácticas docentes para provocar los
mejores aprendizajes. El establecimiento escolar –con los recursos y apoyos necesarios–
genera la capacidad de promover y mantener el aprendizaje de los profesores y la propia
escuela como organización con el propósito colectivo de incrementar el aprendizaje de
los alumnos. Crear y desarrollar comunidades profesionales de aprendizaje depende de
diversos procesos dentro y fuera de la escuela, estudiados por la literatura a partir de las
experiencias (Stoll e Louis, 2007).
Es obvio que establecer y mantener una CPA requiere un cambio en el papel tradicional
de liderazgo: del líder formal a un liderazgo compartido o distribuido, pues en caso
contrario impediría el desarrollo de la comunidad. Si el director se involucra con un
liderazgo directo, la CPA crea dependencia de él, cuando de avanzar por el propio
grupo. La verdadera colaboración significa que los miembros llegan a ser cada vez más
dependientes de los demás miembros en la toma de decisiones, adquiriendo
conocimientos y solución de problemas individuales y colectivos relacionados con la
enseñanza y el aprendizaje. Se requiere que directivos y profesorado colaboren para
resolver los problemas de la educación a través del desarrollo de la escuela como una
comunidad que permita la mejora conjunta, preocupada por asumir la responsabilidad
de los éxitos y dispuesta a capacitarse para lograrlos.
Referencias bibliográficas
Beltrán de Tena, R., Bolívar, A.; Rodríguez, M.J., Rodríguez Dieguez, J.L. y Sánchez, S.
(2004). Evaluación de la función directiva en centros sostenidos con fondos públicos.
Enseñanza, vol. 22, 35-76.
Bolam, R., McMahon, A., Stoll, L., Thomas, S. & Wallace, M. (dirs.) (2005). Creating and
Sustaining Effective Professional Learning Communities. Bristol: University of Bristol y
Departament of Education and Skills. Research Report nº 637.
Bolívar, A. (2010). El liderazgo educativo y su papel en la mejora. Una revisión actual de sus
posibilidades y limitaciones. Psicoperspectivas, 9 (2), 9-33.
Bolívar, A. (2011). Aprender a liderar líderes: Competencias para un liderazgo directivo que
promueva el liderazgo docente. Educar, 47 (2), 253-275.
Bolívar, A. y Moreno, J.M. (2006). Between transaction and transformation: The role of school
principals as education leaders in Spain. Journal of Educational Change, 7 (1-2), 19-31.
Coronel, J.M. (2005). El liderazgo del profesorado en las organizaciones educativas: temáticas
para su análisis e investigación. Revista Española de Pedagogía, 232, 471-490.
Day, C., Sammons, P., Harris, A., Hopkins, D., Leithwood, K., Gu, Q., Penlington, C., Mehta,
P. and Kington, A. (2007). The Impact of School Leadership on Pupil Outcomes. London:
Department for Children, Schools and Families.
Day, C. et al. (2010). 10 strong claims about effective school leadership Nottingham: National
College for Leadership of Schools and Children’s Services (NCLS).
Day, C. et al. (2011). Successful school leadership: linking with learning and achievement,
Maidenhead, Berks, UK., Open University Press.
Dufour, R.; Dufour, R. & Eaker, R. (2008). Revisiting professional learning communities at
work. Bloomington, IN: Solution Tree.
Elmore, R.F. (2010). Mejorando la escuela desde la sala de clases. Santiago de Chile:
Fundación Chile. Área de Educación
Endrizzi, L. y Thibert, R. (2012). Quels leaderships pour la réussite de tous les élèves? Dossier
d’actualité Veille et Analyses, n°73 (avril), 1-28.
Escudero, J.M. (2011). Los centros escolares como espacios de aprendizaje y de desarrollo
profesional de los docentes. In M.T. González (org.), Innovaciones en el gobierno y a gestión de
los centros escolares (p.117-142). Madrid: Síntesis.
Firestone,W. y Riehl, C. (eds.) (2005). A new agenda: Directions for research on educational
leadership. Nueva York: Teachers College Press.
Gago, F. (2006). La mirada de otros: el director escolar visto por el profesorado. Aula Abierta,
88, 151-178.
González, M.T. (2011). Dirección y liderazgo educativo en los centros escolares. En M.T.
González (coord.). Innovaciones en el gobierno y la gestión de los centros escolares (pp. 163-
183). Madrid: Síntesis.
Hallinger, P. y Heck, R.H. (2010). Leadership for learning: Does collaborative leadership make
a difference in school improvement? Educational Management Administration & Leadership,
38 (6), 654-678.
Hallinger, P. y Murphy, J. (2012). Running on empty? Finding the time and capacity to lead
learning. Hong Kong: Institute of Education. APCLC Monograph Series.
Hopkins, D. (2008). Hacia una buena escuela. Experiencias y lecciones. Santiago: Fundación
Chile. Area de educación.
Jackson, T., Burrus, J., Basset, K. and Roberts, R. D. (2010). Teacher leadership: An
assessment framework for an emerging area of professional practice. Princenton, NY: Center
for New Constructs. Educational Testing Service.
Klar, H.W. (2012): Fostering department chair instructional leadership capacity: laying the
groundwork for distributed instructional leadership. International Journal of Leadership in
Education, 15 (2), 175-197.
Knapp, M. S.,Copland, M.A., Honig, M.I., Plecki, M.L. y Portin, B.S. (2010). Learning
Focused Leadership and Leadership Support: Meaning and Practice in Urban Systems. New
York: Wallace Foundation.
Krichesky, G.J. y Murillo, F.J. (2011). Las Comunidades Profesionales de Aprendizaje. una
estrategia de mejora para una nueva concepción de escuela. REICE. Revista Iberoamericana
sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 9 (1), 65-83.
Lambert, L. (2002). A framework for shared leadership. Educational Leadership, 59(8), 37-40.
Leithwood, K. y Louis, K.S. (eds.) (2011). Linking leadership to student learning. San
Francisco: Jossey-Bass.
Leithwood, K., Day, C., Sammons, O., Harris, A. & Hopkins, D. (2006). Successful school
leadership: what it is and how it influences pupil learning . London: DfES. Research Report
800.
Leithwood, K., Harris, A. y Hopkins, D. (2008). Seven strong claims about successful
school leadership. School Leadership & Management, 28 (1), 27-42.
Leithwood, K. & Strauss, T. (2008). Turnaround schools and the leadership they require.
Toronto: Canadian Education Association.
Lieberman, A., & Miller, L. (2004). Teacher leadership. San Francisco, CA: Jossey-Bass.
Louis, K., Dretzke, B., & Wahlstrom, K. (2010). How does leadership affect student
achievement? Results from a national US survey. School Effectiveness and School
Improvement, 21(3), 315-336.
Marzano, R.J. (2007). Leadership and School Reform Factors. In T. Townsend (Ed.),
International Handbook of School Effectiveness and Improvement, 2, (pp. 597-614). Dordrecht,
Springer.
Marzano, R. J., Waters, T. y McNulty, B. A. (2005). School leadership that works: From
research to results. Alexandria, VA: Association for Supervision and Curriculum Development.
Mayrowetz, D. (2008). Making sense of distributed leadership: Exploring the multiple
usages of the concept in the field. Educational Administration Quarterly, 44 (3), 424-435.
Murillo, F.J. (2006). Una dirección escolar para el cambio: del liderazgo transformacional al
liderazgo distribuido. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación,
4(4), 11-24.
Murphy, J. (2005). Connecting teacher leadership and school improvement. Thousand Oaks,
CA: Corwin Press.
Murphy, J., Elliott, S., Goldring, E., & Porter, A. (2007). Leadership for Learning. School
Leadership and Management, 27(1), 170–201.
Normand, R. (2010). Le leadership dans l’établissement scolaire. Un nouveau partage des rôles
et des responsabilités entre chef d’établissement et enseignants. Administration et éducation, n°
125, 188-193.
Núñez, I., .Weinstein, J. y Muñoz, G. (2010). ¿Posición olvidada? Una mirada desde la
normativa a la historia de la dirección escolar en Chile (1929-2009). Revista Psicoperspectivas,
9(2), 53-81. Recogido en Weinstein y Muñoz (2012a), 371-396.
Patterson, J.y Patterson, J. (2004). Sharing the lead. Educational Leadership, 61(7), 74-78.
Robinson, V.M. (2006). Putting Education Back into Educational Leadership. Leading &
Managing, 12 (1), 62-75.
Robinson, V. (2007). School leadership and student outcomes: Identifying what works and why.
Winmalee, NSW: Australian Council for Educational Leaders.
Robinson, V.M. (2010). Researching the impact of leadership practices on student outcomes:
Progress made and challenges to overcome. Asia Leadership Research and Development
Roundtable. Hong Kong Institute of Education. http://www.ied.edu.hk/apclc/roundtable2010/
Robinson, V., Hohepa, M. & Lloyd, C. (2009). School leadership and student outcomes:
Identifying what works and why: Best evidence synthesis iteration (BES). Wellington (New
Zeland): Ministry of Education.
Scheerens, J. (ed.) (2012). School leadership effects revisited. Review and meta-analysis of
empirical studies. Dordrecht: Springer.
Stoll, L. & Louis, K.S. (Eds.) (2007). Professional Learning Communities: Divergence, depth
and dilemmas. Maidenhead: Open University Press.
Talbert, J.E. (2010). Professional Learning Communities at the crossroads: How systems hinder
or engender change positive pressure. En Hargreaves, A., et al., (eds.) The Second International
Handbook of Educational Change (p. 555-571). Dordrecht: Springer.
Timperley, H.S. (2005) Distributed leadership: developing theory from practice, Journal of
Curriculum Studies, 37(6): 395–420.
Timperley, H., S. (2008) Teacher professional learning and development. Ginebra: International
Academy of Education / International Bureau of Education.[Trad.cast-: Aprendizaje y
desarrollo professional docente].
Timperley, H., Wilson, A., Barrar, H. y Fung, I. (2007). Teacher professional learning and
development: Best Evidence Synthesis Iteration [BES]. Wellington, New Zealand: Ministry of
Education.
Weinstein. J. y Muñoz, G. (eds.) (2012a). ¿Qué sabemos sobre los directores de escuela en
Chile? Santiago de Chile: Fundación Chile y CEPPE.
York-Barr, J. y Duke, K. (2004). What do we know about teacher leadership? Findings from
two decades of scholarship. Review of Educational Research, 74 (3), 255-316.