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HISTORIA

DE LOS
ARGENTINOS

o
TOMO

Carlos Alberto Floria


César A. García Belsunce
CARLOS ALBERTO FLORIA
CÉSAR A. GARCÍA BELSUNCE

HISTORIA
DE LOS
ARGENTINOS
2

fi E DI . T O R » A l
E D IT O R IA L K A P E L U S 2 , S. A . - B u e n o s A ir e s
H e ch o d e p ó s ito q u e e s ta b le c e la le y 11.723.
Publicado en junio de 1971.
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
INDICE

RO SAS Y SU ÉPOCA

PÁG.

21 Rosas en el poder . . . . 1
El hombre y su e s t i l o ........................................ . .. . . 1
El general Paz y la lucha por la dominación nacional . 7.
La escisión del federalism o porteño . . . . .. 1 5

22 El a p o g e o ................................ 24
Política económica de Rosas . . . . . . . . . 24
El contexto internacional de la época . . . . . . 30
Acción y reacción 34
El dilem a de Rosas y la internacionalización de los
conflictos . . 53
La c a í d a .................................................... 58

L A R E C O N S T R U C C IÓ N A R G E N T IN A

23 La hegemonía del interior , . . . . 65


. La República escindida . . . , . . . . ... 65
La C o n stitu c ió n Nacional . i . . . . . . 74
Urquiza P r e s id e n te . . , . . . . 76

24 El colapso de la Confederación ....................................... 85


Los problem as del doctor Derqui . . . . . . . 85
La ruptura . . . . . . . . . . . . . . . 91
El triunfo de M itre . 94

25 Mitre y la nacionalización del liberalismo . . . . . 97


Imposición del liberalism o . . . . . . . . . 97
Adm inistración y p o lític a . 103
PÁG.

26 La guerra de la Triple A l i a n z a .................................................... 113


Las naciones p r o ta g o n is ta s ................................ . . . 113
Brasil toma la in ic ia t iv a ................................................................. 119
La g u e r r a ............................................................................................122
Las operaciones m ilita r e s ................................................................. 127

27 Los años de t r a n s i c i ó n ................................................................. 134


El cambio económico y s o c i a l .................................................... 134
El cambio p o l í t i c o ........................................................................142

DE L A A R G E N T IN A É P IC A A L A A R G E N T IN A M O D E R N A

28 El apogeo l i b e r a l ..................................................................... . 159


Europa y la expansión c o lo n ia l....................................................159
La situación a m e r ic a n a ................................................................. 162
La Argentina en el m u n d o ...........................................................166
El liberalism o como id e o l o g í a ....................................................169
La generación del 80 y una nueva “cultura política” . 173
Factores de tr a n sic ió n ........................................................................177

29 La alianza de los notables ( 1 8 8 0 - 1 9 0 6 ) .......................... 182


1880: Buenos Aires, capital f e d e r a l .......................................182
Roca P r e s id e n t e ............................................................................... 191
La crisis de 1890 ......................................................................... 206
Los ochocientos días de P e lle g r in i............................................. 223
La experiencia de Aristóbulo del V a l l e ................................ 231

30 La agonía del r é g i m e n .................................................................241


La vuelta de R o c a .............................................................................. 241
De la política exterior a la cuestión social . . . . 249
Figueroa Alcorta: hacia la transición política . . . 256

L A A R G E N T IN A DE L O S P A R T ID O S ( 1 9 0 6 - 1 9 2 8 )

31 Los nuevos r u m b o s ....................................................................... 265


El contexto in t e r n a c io n a l.......................................................... 265
La guerra europea y Am érica l a t i n a .......................................268
PÁG.
32 La reforma p o l í t i c a ............................................................... 287
El sistema político y la autocrítica de la “élite” . . . 287
Roque Sáenz Peña: la concepción del cambio político 293
El eclipse conservador . . . ......................... . 298
33 La época r a d i c a l ................................................................ 310
Hipólito Yrigoyen, caudillo popular . . . . . 310
Del paternalism o populista al aristocratism o popular . 324
Las líneas i n t e r n a s ............................................................... 329

LA ARGENTINA ALTERADA
34 La restauración neoconservadora . . . ... . . 341
El fin de una é p o c a .......................341
La fatiga del régim en . . . . . . . . . . 352
La crisis de 1930 ....................................................................... 360
La frustración de U r i b u r u .................................................365
La adm inistración de J u s t o ................................................. 373
35 La revolución s o c i a l .......................................................... 387
La crisis de 1943 ....................................................................... 387
“Todo el poder a Perón” ..............................................................410
Del “m ovim iento” al “régim en” ...........................................422
L a c a í d a ............................................................................... . . 451
E p í lo g o ..............................................................................................461
A n e x o ..............................................................................................479

Orientación b ib lio g r á fic a .................................................................... 485


índice de nom bres de personas citadas en este tomo . . 492
índice de nom bres geográficos citados en este tomo . . 498

ILUSTRACIONES DE LAS PARTES PRINCIPALES DEL LIBRO


La posta. (Litografía de J. Falliere, Museo Histórico
N a c i o n a l .) ........................................................ ............. vm
L a plaza de la V ictoria en 1860. (Museo Histórico
N a c i o n a l .) ............................................ 64
Fotografía de 1880 que m uestra la zona portuaria. En
prim er plano el edificio de Rentas Nacionales . . 158-
Monumento a Roque Sáenz Peña, en la ciudad de B ue­
nos Aires. (O bra de José F ioravanti.) . . . . 264
Tropas apostadas en la Casa de Gobierno la noche del
derrocam iento del presidente A rturo Illia. (Fotogra-
t*r 1 i 1 ♦' •
* T .. XT X ** ¿ ***
ROSAS Y SU EPOCA
ROSAS EN EL PODER

El hom bre
y su estilo

La consagración de Ju an M anuel de Rosas com o gob ern ad o r


de la p ro v in cia de Buenos A ires fue, p ara los observadores de los
sucesos políticos, el desencadenam iento n atu ral y lógico de los
hechos. Para sus partidarios fue u n acontecim iento jubiloso. -
Rosas dom inaba el escenario político en form a indiscutida.
N in g u n a de las otras cabezas del p artid o federal podía igualar su ^ ^
prestigio y los líderes unitarios estaban descalificados. Rosas lle­
gaba ro deado de un aura inigualable. Su in tervención en favor , 1/
del g obierno de R o d ríg u ez lo había exhibido com o el defensor de w
la au to rid ad y el o rd en ; su -participación en el P acto de Benegas lo i '/ '
co n v irtió en un cam peón de la paz. Su p o sterio r retiro de la escena J '
política había su brayado su desinterés.
A dem ás, era el más p oderoso in té rp re te de los intereses de los
hacendados po rteñ o s: sus relaciones con los indígenas, sus m em o­
rias sobre la situación de la cam paña y la línea de fro n tera, la
perfecta organización de sus estancias, avalaban su habilidad y
capacidad.
H ab ía nacido en 1793 en Buenos Aires, en el seño de una
fam ilia distinguida. V ivió su juven tu d en el cam po y no sólo se
conv irtió en breve plazo en el m ay o r p ro p ietario de la provincia,
sino que asimiló las costum bres de su g ente logrando en tre ellas
u n prestigio que nadie había conocido antes. Se casó m uy joven,
y la pareja no sólo fue arm oniosa sino que p o steriorm ente cons­
titu y ó un equipo p o lítico p erfecto .
Rosas había recib id o una educación m ediana, pero era culto
p o r sus lecturas, Con una eru d ició n un tanto fragm entaria que
sabía u tilizar cuando el au d ito rio lo req u ería, p ero que n atu ral­
m ente ocultaba, sobre to d o en presencia de gentes de pocas letras.
D espreciaba la p ed an tería d o cto ral v sentía una instintiva rep u g -
nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que
derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio
de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de
1820 term inara co n estas palabras:
¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or al orden! ¡O be­
diencia a las autoridades co n stitu id as!1
E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí
m ism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s
que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su
inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese
gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n ­
viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res­
p eto y de seguridad” .2
Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte­
raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación
teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más
reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R i-
vadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las
circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de
p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa
la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n
su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero.
D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na
anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se
casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le
escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó
de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento.
La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria
frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una
notable capacidad para el cálculo. Buen co n o ced o r de sus co n tem ­
poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que
sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse­
g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes
se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene­
m igos del o rd en y del país.
L a descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o
que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_.
todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a-

1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad,


1930, pág. 91. *
2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 62...
ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde
la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en
tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda
sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los
instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40.
U na de las claves de su acción política fue la utilización pre­
m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los
am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz­
quez, agente oriental en Buenos Aires:

A mi p arecer todos com etían un grande error: .se c o n ­


ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban
a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que
son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y
me pareció que en los lances de la revolución, los mismos
partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u ­
siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis­
posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los
ricos y . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante,
conseguir una influencia grande sobre esa gente para con­
tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen­
cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con
m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho
com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían,
protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses,
en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su
concepto.*
D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o ­
lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus
paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles:

A quí estoy para sostener vuestros derechos, para p ro ­


veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n ­
quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley,
g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha
sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya
tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4
Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que
disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno,
po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas
se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba
s I b a r g u r e n , Carlos, ob. cit., p ág s. 212 y 213.
Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo,
4 S a l d ia s ,
1951. romo i, pág. 268.
nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que
derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio
de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de
1820 term inara co n estas palabras:
¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or a! orden! ¡O be­
diencia a las autoridades co n stitu id as!1
E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí
mism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s
que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su
inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese
gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n ­
viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res­
p eto y de seguridad” .2
Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte­
raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación
teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más
reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R i-
vadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las
circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de
p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa
la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n
su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero.
D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na
anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se
casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le
escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó
de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento.
La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria
frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una
notable capacidad para el cálculo. B uen co n o ced o r de sus co n tem ­
poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que
sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse­
g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes
se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene­
m igos del o rd en y del país.
La descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o
que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_.
todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a-

1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad,


1930, pág. 91. *
2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 6 2 . . .
ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde
la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en
tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda
sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los
instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40.
U na de las claves de su acción política fue la utilización pre­
m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los
am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz­
quez, agente oriental en Buenos Aires:

A mi p arecer todos com etían un grande error: se c o n ­


ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban
a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que
son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y
me pareció que en los lances de la revolución, los mismos
partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u ­
siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis­
posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los
ricos v . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante,
conseguir una influencia grande sobre esa gente para con­
tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen­
cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con
m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho
com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían,
protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses,
en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su
c o n c e p to *
D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o ­
lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus
paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles:

A quí estov para sostener vuestros derechos, para p ro ­


veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n ­
quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley,
g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha
sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya
tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4
Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que
disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno,
po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas
se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba
Carlos, ob. cit., p á g s . 2 1 2 y 213.
s Ib a r g u r e n ,
Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo,
4 S a l d ia s ,
1951. tom o i, pág. 268.
Rosas no d e s p e rd ic ió o p o rtu n id a d para a fir m a r su p re s tig io e n tre las c la s es h u m il­
des de la s o c ie d a d . [L ib e ra n d o esc lav o s , óleo re a liza d o por D. de P lo t en 1841.]

trascriptas, que lo hizo más p o r cálculo v tem o r que p o r a m o r -


pero actuando con él “p atern alm en te”, o sea conservando su infe­
rioridad política con respecto a la “ élite” dirigente a la que estaba
reservado el ejercicio del poder. Rosas era em inentem ente conser­
v ador v p o r lo tan to no faltó a esa regla sagrada de su tiem po.
El cultivo de lo p o p u la r'c o n firió al partid o federal una tónica
nacional que cu ando llegó el m om ento del en fren tam ien to con p o ­
tencias extranjeras, derivó en un sentim iento nacionalista v xenó­
fobo. Pero este sentim iento que llegó a expresarse en ataques á los
extranjeros y pedreas a las residencias consulares, nunca llegó a
c o n stitu ir una política para Rosas, que era lo suficientem ente frío,
inteligente v p ráctico com o para olvidar la m edida de sus intereses
v ce rra r la p u erta a la conciliación. C uando más, aprovechó los
estallidos populares —perm itidos u orientados p o r el g o b ie rn o -
com o instrum entos de presión, com o en el caso del cónsul inglés
M endeville. Por o tra parte, nunca adm itió que las potencias ex­
tranjeras le hicieran im posiciones que retacearan su libertad de
acción, com o se puso en evidencia en los conflictos con G ran
Bretaña v Francia, v esto le dio justo prestigio de defensor de la
soberanía. Pero tam poco vaciló en utilizar el apoyo extranjero
co ntra los enem igos internos, si bien en esto fue m ucho más m o­
derado que sus rivales,-' ni dudó en buscar soluciones prácticas

5 K1 16 de setiembre de 1830 el coronel Rosales, apoyando un levan­


tam iento entrerriano antirrosista, se apoderó de la goleta “Sarandí” ; Rosas

A
com o cuando in ten tó cancelar la deuda con B aring B rothers re­
n unciando al dom inio de las islas M alvinas, ocupadas años antes
p o r G ra n Bretaña.
N i bien Ju an ¿Manuel de Rosas asum ió el g obierno de la p ro ­
vincia, el p artid o federal dio los prim eros pasos para dotarlo de
un prestigio y un p o d er extraordinarios, coincidente con las aspi­
raciones y opiniones del nuevo gobernador.
A fin del año 29 y principios del 30 se debatió en la Legislatura El Restaurador
de las Leyes
un p ro y e c to , finalm ente aprobado, que aplaudía la actuación an­
te rio r de Rosas, le ascendía a brigadier general v le confería el
títu lo de Restaurador de las Leyes. E sto últim o p ro v o có la o p o ­
sición de los diputados federales M artín Irig o y en v José G arcía
V aldés quienes consideraron que tal títu lo agraviaba los principios
republicanos. Pero la euforia del p artid o hacia su líder no se enfrió
p o r estas prevenciones ni p o r la respuesta del hom enajeado quien
previno que
no es la p rim era vez en la historia que la prodigalidad de
los honores ha em pujado a los hom bres públicos hasta el
asiento de los tiranos.
Características
Las características de su gobierno se pusieron en evidencia del prim er
casi inm ediatam ente: o rden adm inistrativo, severidad eñ el co n tro l gobierno de Rosas

de los gastos, exaltación del partid o g o b ern an te v liquidación de


la oposición.
Rosas estableció el uso de la divisa punzó, d erogado p o r Via-
m onte en aras de la unión de los partidos. Pero para Rosas la única
conciliación era la elim inación de uno de los dos co ntendores, com o
había pro n o sticad o San M artín. Más tard e la divisa fue obligatoria
para todos los em pleados públicos y con el c o rre r de los años llegó
a ser una im posición para to d o ciudadano que no quisiera co rre r
el riesgo de ser tachado de enem igo del régim en v vejado.
A m edida que la g u erra co n tra el general Paz arreciaba, Rosas
aseguraba con más severidad el co n tro l de la provincia. El 15 de
m avo de 1830 d ictó un d ecreto que decía:
to d o el que sea considerado au to r o cóm plice del suceso
del día 1° de d iciem bre de 1828, o de alguno de los grandes
atentados com etidos co n tra las leves p o r el gobierno in-

solicitó al cónsul inglés buques para perseguirlo y éste puso a su disposición


al capitán Barrat y la corbeta “Em ulation”. V er Ernesto Celesia, Rosas.
A puntes para su historia, Bs. As., Peuser, 1954, tom o i, pág. 122. Lógicamente,
este hecho no puede parangonarse con las alianzas armadas de Lavalle del
año 40, pero sirve para ubicar los criterios im perantes en esa época.

5
:: truso que se erigió en esta ciudad en aquel m ism o día, y
que no hubiese dado ni diese de h o y en adelante pruebas
positivas e inequívocas de que m ira con abom inación tales
atentados, será castigado com o reo de rebelión, del mismo
,': y . . m odo que to d o el que de palabra o p o r escrito o de cual­
q u ier otra m anera se m anifieste adicto al expresado m otín i;
.de 1? de diciem bre o a. cualquiera de sus grandes aten-
v c / '; ,■ tados.6 ■'
L a frase “que ni diese de h o y en adelante pruebas positivas
e inequívocas” y la am enaza de ser “reo de rebelión” daban al
g obierno u n p o d e r discrecional de persecución sobre los ciuda­
danos y sus opiniones. L a pasión política, del m om ento, la falta
de perspicacia de los hom bres y la m oderación c o n 'q u e el gobierno ¡
venía usando sus poderes, im pidió la reacción ante d ecreto tan
peligroso. ‘
P ero la cuestión fundam ental se planteó en to rn o a las facul­ Debate sobre las
facultades
tades extraordinarias con que fue investido en el acto de su elec­ extraordinarias
ción, C uando el 3 de m ayo de 1830 expiraron dichas facultades,
Rosas ofreció d ar cuenta del ejercicio que había hecho de ellas.
A raíz de la queja de u n d etenido se originó un debate público
sobre la necesidad de tales facultades, que llegó a la Legislatura
cuando úna com isión parlam entaria p ro p u so que se renovaran al
g o b ern ad o r las facultades de excepción. '
E l d iputad o federal M anuel H erm enegildo de A g u irre inició
la oposición exigiendo que se precisasen qué leyes se suspendían.
E l m inistro T o m ás M. de A nchorena in tervino hábilm ente seña­
lando que el g o b ern ad o r no solicitaba ni deseaba tales facultades,
p e ro que eran necesarias ante la situación del país. A g u irre insistió
en que las facultades se lim itasen p ara honor del pueblo y del go­
bierno y p o r respeto a las leyes, y exho rtó a éste a p ro m o v er
la conciliación. A g u irre fue d e rro ta d o en la votación, ju n to con
C ernadas, Seniilosa, U g artech e y Luis D o rreg o —herm ano de M a­
nuel— que le siguieron. ;
E l 17 de octubre, de 1831 volvió a plantearse la misma cues­
tión y o tra vez fue A g u irre el p o rtav o z de la oposición federal.
E i clima había cam biado. La g u erra con Paz había term inado, p ero
la violencia parecía haber acrecido. U n d iputado dijo que lacues­
tió n era injuriosa para el R estaurador, A guirre fue m olestado y
debió p edir garantías p ara expresar su opinión. La, v otación ¡e
d e rro tó nuevam ente, p ero el debate ¡legó a la calle evidenciando
■que había m ay o ría p o r el cese de las facultades extraordinarias.
t! T ranscripto en Carlos Ibarguren, oh. cit,, pág. 221.

6
El 7 de m ayo de 1832 Rosas devuelve a la Legislatura dichas
facultades, pues ése es el deseo de la p arte ilustrada de la población
que —señala ácidam ente— es la más in flu y en te pese a ser poco
num erosa, v aprovecha para dejar sentada su opinión en contrario.
Esta renuncia era un pedido disim ulado de que se renovasen los
poderes de excepción sin los cuales el g o b ern ad o r consideraba que
el gobierno estaría inerm e v que el caos sobrevendría. U n grupo
de diputados, fiel al c riterio de Rosas, p ropuso la renovación de
las facultades. O tra vez A guirre se opuso v pidió explicaciones
a los m inistros. Rosas les o rd en ó no in terv en ir en los debates. Ahora
fueron m uchos los que siguieron a A g u irre que esta vez obtuvo
un triu n fo ab rum ador: 19 votos co n tra 8. El pueblo de Buenos
Aires reclam aba más libertad v la futu ra división entre los fede­
rales doctrinarios v los rosistas quedaba insinuada.
El proceso term ina cu ando el 5 de diciem bre la Legislatura F¡n dei prim er
.. 1„ . i i i r i i gobierno de Rosas
reelige a Rosas en su carg o p ero sin acordarle las facultades extra­
ordinarias. Rosas ve m enguado su p oder v herido su prestigio. Su
carrera política está am enazada. C om prende que sólo un op o rtu n o
rep lieg u e'p u ed e salvarle. Si un sector de su p artid o se ha cansado
de él, es necesario que vuelva a ser el hom bre indispensable de
1829. Iniciando un juego m agistral, renuncia a la nueva designación
de gob ern ad o r, declara que no puede hacer más nada y que la
responsabilidad del fu tu ro recaerá sobre los diputados. Éstos se
desorientan e insisten, pero no o frecen las facultades extraordina­
rias que espera el g o b ern ad o r. T am bién p ara ellos se trata va de
una cuestión de honor. Rosas ha dejado, aparte de su acción polí­
tica, una apreciable obra adm inistrativa: ha m ejorado las finanzas
fiscales, ha levantado escuelas, ha hecho c o n stru ir dos canales. So­
bre tod o , sigue siendo la prim era figura del partido. R eitera su
negativa, inflexible. La Legislatura no retrocede.
Por fin, el 12 de diciem bre, para salir del “impasse”, los dipu­
tados eligen g o b ern ad o r al brigadier general Ju an R am ón Balcarce
que acaba de p articip ar en la g u erra co n tra el general Paz v es un
antiguo federal.

El general P a i
y la lucha por la
domiiiaeién nacional

M ientras Juan M anuel de Rosas, con el con curso del general


Estanislao López, elim inaba a Juan Lavalle y al p artido unitario
de la escena política p orteña, el general José iMaría Paz obtenía

7
Juan M a n u e l de Rosas p e rso n i­
fic ó por largos años una s u til
p o lític a d e h e g e m o n ía p o rte ñ a .
[R e tra to , po r C ay e ta n o Descalzi.J

una serie de triu n fo s resonantes y lograba crear en el in terio r del


país una organización político -m ilitar que enarbolaba la bandera
unitaria y enfren tab a a las provincias del litoral.
E n abril de 1829 el general Paz con su división veterana atra­ El general Paz
en Córdoba
vesó el su r de Santa Fe y p en etró en su provincia natal. El g o b er­
nador, general Bustos —su antiguo jefe de 1820— se replegó a las
afueras de C órdoba, ciudad que fue ocupada el 12 de abril p o r el
jefe unitario. Inm ediatam ente en tró en tratativas con Bustos te n ­
dientes a o b ten er el c o n tro l de la provincia, para lo que se m ani­
festó dispuesto a e n tra r en com binaciones pacíficas co n los otros
jefes federales, prim era m anifestación de que la visión del general
Paz sobre el m odo de organizar el país bajo un régim en unitario
no coincidía co n la de su aliado Lavalle ni con la de los corifeos
de éste. Finalm ente Bustos aceptó delegar en su adversario el
g obierno de C órdoba, para que éste llamara a elecciones, sacrificio
que veía com pensado con la perspectiva de ganar tiem po para p o ­
der inco rp o rar nuevas fuerzas.
Paz, previéndolo, ni bien o cu p ó el gobierno le intim ó disolver
el ejército. Bustos no aceptó, esperanzado en la in co rp o ración de
Batalla
Q uiroga. Paz no le dio tiem po. El 22 de abril avanzó sobre San de San Roque
R oque, donde Bustos le esperaba co n fuerzas superiores al o tro
lado del río Prim ero. Paz lo aferró co n un ataque fro n tal, m ientras
p o r la derecha atravesaba el río y atacaba el flanco del adversario.

8
U n ataque com plem entario sobre el flanco izquierdo com pletó la
d errota de Bustos, quien se retiró a La Rioja.
Esta victoria dio a Paz una sólida base de operaciones v la
adhesión de las provincias de T u cu m án v Salta.
El genera] Q uiroga, cu y a influencia se extendía desde Cata-
m arca a M endoza, salió a b a tir a quienes calificó despectivam ente
de “ m ocosos vencedores de San R o que” . A vanzó en busca de un
en cuentro p o r sorpresa desde el sur de C órdoba, m ientras Paz
se lim itó a observar sus m ovim ientos y m antenerse en los alrede­
dores de la capital apro v ech an d o su am plio sistema de com unica­
ciones que le perm itía m últiples m aniobras, en tanto dejaba en la
ciudad una guarnición.
Q uiro g a o b tu v o la prim era ventaja, pues con una sorpresiva Batalla
• * ' r r (jg ^3 Tablada
m aniobra o cu p ó C órdoba rindiendo a su guarnición (21 de junio)
V estableciendo el grueso de sus fuerzas en el cam po de La Tablada.
Paz avanzó de noche sobre esa posición que atacó al m ediodía si­
guiente. Q u iro g a le doblaba en núm ero, pero sus tropas no tenían
ni el arm am ento ni la disciplina de las del cordobés. La batalla,
reñidísim a, consistió fundam entalm ente en un ch oque recíproco
donde am bos jefes buscaron la definición p o r m edio de un ataque
sobre el extrem o libre de la línea —el o tro se apoyaba sobre las
barrancas del río P rim ero —, Dos veces fracasó Q u iroga en su
intento v Paz logró p o r fin c o n c e n tra r allí suficientes tropas para
lograr la ru p tu ra y dispersión del ala enem iga, a la que siguió el
resto de las fuerzas federales.
Los vencedores —agotados— no persiguieron. Q uiroga, reuni­
do con su infantería que había dejado en C órdoba, decidió buscar
el desquite. Al am anecer del 23 de junio apareció sorpresivam ente
sobre la retag u ard ia de Paz que se dirigía sobre la ciudad, m aniobra
que el jefe unitario calificó de “ la más audaz” que había visto en
su vida. El apodado T ig re de los Llanos co ro n ó las barrancas. Paz
form ó en el bajo y m andó una división que p o r la derecha re cu ­
perara las alturas. L og rad o esto, dicha fuerza cav ó sobre el flanco
V la retag u ard ia de Q u iro g a que debió in v ertir su fren te v pese
a todos sus esfuerzos fue com pletam ente d erro tad o , perdiendo mil
hom bres en tre m uertos v heridos. La superioridad de las tropas
veteranas y de la capacidad m ilitar de Paz habían quedado es­
tablecidas.
La victoria tu v o un epílogo siniestro. El coronel Deheza, jefe
del estado m ay o r unitario, q u in tó los prisioneros —oficiales y sol­
dados— fusilando a más de un centen ar de ellos. Este acto bárbaro

Q
—c o n trario a! espíritu v a las órdenes de Paz, según él afirm ó—
abrió las p u erta a toda clase de represalias sangrientas.
La tenacidad de Q uiroga casi no conocía límites. M ientras Segunda campaña
de Quiroga
sus segundos aplastaban m ovim ientos unitarios en C uvo, levantó contra Paz

un nuevo ejército en busca de la revancha. A principios de 1830


invadió nuevam ente a C órdoba p o r el sur con algo m enos de 4.000
hom bres, m ientras Y illafañe lo hacía p o r el n o rte con más de 1.000.
Paz tenía p o r entonces más de 4.000 hom bres perfectam ente ins­
truidos. D espreció la amenaza de Villafañe v e n fren tó con todas
sus tropas a Q uiroga. La batalla se dio en O ncativo el 25 de febrero
de 1830. O tra vez Paz buscó desequilibrar el dispositivo enem igo
m oviendo el c e n tro de gravedad del ataque hacia un flanco. Kl
resultado fue la división en dos de la fuerza federal v su posterior
destrucción. Q uiroga, privado de regresar a su base, tom ó el ca­
mino de Buenos Aires con algunos sobrevivientes. Sólo entonces
Paz se volvió co n tra Y illafañe, que retro ced ió rápidam ente, v el. 5
de m arzo firm ó un pacto obligándose a abandonar el te rrito rio
cordobés v ren u n ciar al m ando militar.
Las consecuencias del triu n fo de O ncativo fueron im portan­ Consecuencias
de Oncativo
tísimas. El general Paz, que hasta entonces había p ro cu rad o asegu­
rar su p o d erío provincial, pudo trascen d er esta esfera, transform ando
a C órdoba en la cabeza de una g ran alianza de poderes provincia­
les. Buenos Aires v Santa Fe ad o p taro n una a ctitu d expectante;
m ientras, Paz lanzó a sus segundos sobre otras provincias del
interior. Su aliado Javier López va había ocupado Catam arca \
luego, con Deheza, a rro jó a (barra de Santiago del E stero; Lama-
drid se apoderó de San Juan v La Rioja, V idela de M endoza v
San Luis. El im perio de Q u iro g a había sido destruido v las espaldas
de Paz estaban seguras.
El 5 de julio de ese año, cin co de estas provincias pactaron La Liga
del Interior
una alianza con el p ropósito de co n stitu ir el Estado v organizar la
República, con fo rm e a la voluntad que expresasen las provincias
en el C ongreso N acional. Poco después —31 de agosto— todas las El Supremo
Poder M ilitar
provincias argentinas, excepto las del litoral, firm aban un nuevo
pacto p o r el cual concedían al g o b ern ad o r de C órdoba el Suprem o
Poder M ilitar, con plenas facultades para dirigir el esfuerzo bélico
al que afectaban la cuarta p arte de sus rentas.
De esta m anera, Paz había reunido bajo un mismo p o d er todos
los territorio s del antiguo T u c u m á n , que en frentaban ahora al
prim itivo R ío de la Plata. H abía constitu id o una unidad geopolí­
tica que m ilitarm ente estaba en condiciones de m edir fuerzas con
la o tra entidad form ada p o r las provincias del litoral, y polí­
ticam ente se presentaba com o una alianza de las provincias inte­
riores en p ro c u ra de una organización constitucional.
La bandera unitaria levantada p o r Paz al com ienzo de su cam ­
paña, no era m eneada ahora. Las provincias aliadas conservaban
sus gobernadores y legislaturas v la estru ctu ra federativa se m an­
tenía bajo la supervisión suprem a del ejército. El pacto de agosto
obligaba a sus firm antes a acep tar la co n stitu ció n que resultase de
la opinión prevaleciente del C ongreso. Y aunque en su m ente Paz
haya supuesto que esta opinión sería unitaria, él y sus segundos
eran provincianos y tenían el orgullo de sus respectivas patrias.
Paz se sentía y actuaba p referen tem en te com o el líder de una gran
alianza provinciana c o n tra Buenos A ires y el litoral.
Los pactos dé julio y agosto tu v iero n su co n trap artid a en los Los pactos
del litoral
esfuerzos de Buenos A ires p o r co n stitu ir un fre n te de varias p ro ­
vincias para e n fre n ta r el p o d erío crecien te de Paz. Rosas, que
había previsto y vivido los fru to s de la paz co n Santa Fe y que
no ignoraba que sólo la política de alianzas había posibilitado la
d erro ta de R am írez, p ro c u ró fo rtalecer vínculos para evitar que
Buenos A ires p udiera q u ed ar sola, peligro que fue tom ando cuerpo
a m edida que C órdoba dejaba de ser la bandera de los unitarios
para convertirse en un c e n tro de acción del interior. Ya en 1829
V iam onte se había co m p ro m etid o con Santa Fe a la form ación de
un C ongreso, lo que satisfacía las aspiraciones organizativas de
Estanislao López.
Rosas buscó am pliar la alianza con la in co rp o ració n de C o­ La divergencia
de Corrientes
rrientes. E l co ro n el P edro F erré, figura clave de esta provincia,
fue enviado a Buenos A ires y aunque se firm ó un tratad o (23 de
m ayo de 1830), en las tratativas se puso en evidencia la oposición
en tre quienes, com o F erré, eran partidarios de una C onstitución
y los em píricos, com o Rosas, que preferían una organización de
hecho en una com unidad de intereses. El problem a constitucional
estaba ligado íntim am ente al económ ico y m ientras C orrientes su­
gería un régim en proteccio n ista para beneficio de las industrias
locales, Buenos A ires oponía la necesidad del librecam bio por
razones financieras, económ icas y de política internacional. Estas
gestiones culm inaron con las conferencias de San N icolás, donde
Rosas, L ópez y F erré, personalm ente, firm aro n la alianza de las
tres provincias. E n tre R íos faltó a la cita, convulsionada p o r el
alzam iento de L ópez Jo rd á n fom entado p o r los unitarios v sofo­
cado p o r Pascual E chagüe.

11
A l resolverse la situación en trerrian a se consideró necesario
un nuevo tratad o . Los delegados de las c u atro provincias se reu n ie­
ro n en Santa Fe. F erré p ropuso que se acelerara la organización
nacional y se arreglara el com ercio exterior y la libre navegación
de los ríos Paraná y U ru g u ay . El planteo im plicaba la pérdida
para Buenos A ires del m onopolio aduanero. El delegado p o rteñ o
se opuso. F e rré insistió, critic ó la posición de Buenos Aires v el
sistema exclusivam ente agrop ecu ario de su econom ía, afirm ando
que el librecam bism o sólo era posible cuando el país ya se hubiese
engrandecido p o r un previo proteccionism o, opinión que revelaba
conocim iento de la historia económ ica europea. Santa Fe v E n tre
Ríos, atraídas p o r este planteo p ero cuidadosas de la alianza por-
teña, buscaron una posición de equilibrio que salvara la co n feren ­
cia. A cep taro n despojar, siguiendo a Buenos Aires, a la p royectada
C om isión Perm anente de facultades legislativas, p ero le atrib u y ero n
el p o d er de invitar a un congreso co n stitu y en te. Rosas se opuso al
acuerdo, p ero al v er que L ópez y F erré eran p o r entonces p a rti­
darios de un acuerdo p acífico co n la Liga del In terio r, tem ió el
aislam iento de Buenos A ires y transó, con la idea de recu p erar
luego el terre n o perdido. A cep tó la idea de que se convocase un
congreso, pero dem orándolo hasta que las provincias estuvieran
“en plena libertad, tranquilidad y o rd e n ”, o p o rtu n id ad en que
reglarían la adm inistración nacional, sus rentas y la navegación.
López acep tó com placido la actitu d de Rosas, que en el fondo
dilataba para tiem pos m ejores y rem otos las aspiraciones de sus
aliados y que iba a ser el g erm en de los alzam ientos arm ados de
C orrientes c o n tra la hegem onía de Buenos Aires, años después.
A l tiem p o que Rosas transaba con sus aliados las bases del
fu tu ro P acto Federal, les convencía de que no era posible la paz
con el S uprem o P o d er M ilitar, que acababa de to m ar form a. Desde
entonces am bos núcleos políticos, dispuestos a disputarse la dom i­
nación de la R epública, se lanzaron a una carrera arm am entista y
el verano de 1831 vio la reanudación de las operaciones militares.
Estanislao L ópez asum ió el m ando suprem o de las fuerzas Operaciones
m ilitares en 1831
federales. Pacheco d e rro tó a Pedernera en Fraile M uerto (5 de
feb re ro ) y cu ando Paz atacó a López en Cale hiñes (1? de m arzo ),
éste reh u y ó la lucha a la espera de la in co rp o ració n de Balcarce
y de los resultados de la ofensiva de Q u iro g a en el su r de C órdoba.
Con su acostum brada rapidez operativa, el general riojano Campaña
de Quiroga
realizó una cam paña relám pago. El 5 de m arzo, tras tres días de
lucha se apoderó de R ío C uarto, defendida p o r Pringles, a quien

12
volvió a d e rro ta r en R ío Q u in to (17 de m arzo) siendo m uerto
Pringles después de rendido. Q uiro g a vio ab ierto el cam ino de
C uyo, se ap oderó de San Luis, en tró en M endoza v el 28 de m arzo
batió a V'idela en Potrero de C hacón, fusilando a los oficiales ren­
didos com o represalia p o r el asesinato del general V illafañe, reali­
zado p o r los hom bres de Videla. Q uiro g a dom inaba C u v o v tenía
el paso libre hacia La Rioja o hacia C órdoba.
Paz vio la perspectiva de una lucha en dos frentes v el de­
rrum be del esquem a g eo p o lítico co n stru id o después de O ncativo.
D ecidió entonces o p erar rápidam ente c o n tra su enem igo más in­
m ediato v avanzó sobre López seguro de vencerlo. Pero uno de
esos peregrinos golpes de la suerte cam bió en un instante el curso
de la situación. El m ejor estratega de nuestras guerras civiles ex­
ploraba el cam po de El T ío , el 11 de m avo, cu ando se acercó a un
bosquecillo crey én d o lo ocupado p o r sus tropas, cuando lo estaba
en realidad p o r una p artid a federal. C uando se apercibió ya era prisión de Paz
tarde. Su caballo fue boleado v cayó prisionero.
Paz era el nervio m ilitar v político de la Liga del Interior. Los
cordobeses pidieron la paz que López concedió gustoso v apadrinó
la elección del coronel José V . R einafé com o g o b ern ad o r de aque­
lla provincia. L am adrid se retiró a T u c u m á n perseguido por Q u i­
roga. Diez jefes y oficiales de Paz fueron fusilados p o r orden de
Rosas. Ibarra recu p eró el g o b iern o de Santiago del Estero. Sólo
Lam adrid resistía y fue deshecho p o r Q u iro g a en la batalla de la
Cindadela (4 de n o v iem b re), donde se rep itió la ejecución de jefes
y oficiales. E l general Paz pudo salvarse de la cruel ley de esos
tiem pos gracias a la p ro tecció n de López, quien resistió los insis­
tentes pedidos de Rosas de que: “es necesario que el general Paz
m uera” .7
La g u erra había con clu id o de m odo a lavez sorpresivo y El Pac,°
brillante p ara los federales. La Liga del In terio r se había esfum ado —
y el litoral había consum ado su alianza con la firm a del Pacto
Federal p o co antes de la iniciación de la cam paña. El 4 de enero
de 1831 los particip an tes de las conferencias de Santa F e K habían
docum entado su alianza en la que reconocían la recíproca inde­
pendencia, libertad, rep resentación v derechos de las provincias,
establecían la form a de los auxilios v m andos m ilitares, la incorpo-

7 Carta borrador d? la colección Farini citada por Ernesto Celesia,


ob. cit., pág. 194.
8 Los firmantes originales sólo fueron Buenos Aires, Entre Ríos y Santa
Fe, adhiriéndose poco después Corrientes, por lo que el pacto puede consi­
derarse com o inicialmente cuadripartito.

13
ración de otras provincias a la alianza, la extradición de crim inales
v los derechos de im portación v exportación.
La única condición im puesta a quienes se adhirieran era acep­
ta r el sistema federal v no d iscu tir los térm inos del Pacto. F.l rápido
derrum be de la Liga prohijada p o r Paz, facilitó la incorporación
de las otras provincias al Pacto Federal, que llegó a co n stitu ir
así un acuerdo de carácter nacional.”
Pero vencido el enem igo com ún tom aron im portancia otros
aspectos del tratad o en el que las partes no habían estado tan
acordes. U n o de sus artículos estipuló la constitución de una C o­
misión R epresentativa de los G ob iern o s de las Provincias L itora­
les, con residencia en Santa Fe, integrada p o r un d ip u tado de cada
gobierno, con facultades de d eclarar la guerra v celebrar la paz,
de disponer m edidas m ilitares v —cláusula clave— de invitar a
todas las provincias a reunirse en federación con las tres litorales
v organizar el país p o r m edio de un C ongreso Federativo.
Desde el principio se d iscutieron las facultades de la C om i­
sión R epresentativa. Se recordará que desde tiem po atrás Buenos
Aires había venido ejerciendo la representación nacional en las
cuestiones exteriores, v así tam bién lo había hecho el general R o­
sas. El Pacto atribuía a la C om isión R epresentativa com petencia en
cuestiones interiores, pero no alteraba aquella representación, es
decir que —com o afirm a T aü A nzoátegui— el pod er nacional queda­
ba bifurcado. Rosas se cuidó m uv bien de sostener esta bifurcación,
para luego pasar a sostener la falta de necesidad de la Comisión
una vez lograda la paz.1"
A p a rtir de ese m om ento, Rosas no dejó de buscar la disolu­
ción de dicha Com isión, que había transferido a Santa Fe buena
parte de la autoridad nacional. En realidad, Rosas tem ía que aqué­
lla Negase a m aterializar la co nvocatoria al Congreso, sobre cuva
inoportunidad no dejó de pronunciarse repetidas veces, llegando
hasta invocar la falta de fondos para costear su instalación." Sus
cartas a Q u iro g a en este sentido tra ta ro n de anular la prédica con-
” T a l A n z o á t e g u i , V ícto r v A U k t i r f , l-duardo. Manual de historia de
las instituciones arnentinas, Kd. La Ley, Bs. As.. 1967, pág. 57. Recomendamos
la interpretación y análisis del Pacto que realiza este autor.
10 Carta de Rosas a Q uiroga del 4 de octubre de 1831, Correspondencia
entre Rosas, Quiroga y l.ópez, Buenos Aires, H achette, 1958, págs. 51 a 55.
" V er al respecto las cartas de Rosas a Quiroga del I" de diciem ­
bre de 1829, 4 de octubre v 12 de diciembre de 1831 y 28 de febrero de 1832,
así com o la célebre del 14 de diciembre de 1834. Tam bién es ilustrativa la de
Quiroga a Rosas del 12 de enero de 1832, donde expresa ser federal sólo
por respeto a la voluntad de los pueblos, no por opinión propia. I-n Corres­
pondencia entre Rosas, Quiroga v López, ob cit., págs 51 i 7 5 v 90.

14
traria de López. P o r fin, Rosas buscó un p retex to fútil para retirar
el d ip u tad o p o rte ñ o de la Com isión v no lo reem plazó nunca, te r­
m inando así de hecho la existencia de ésta.
E n tre ta n to , Ibarra reclam aba la organización del Estado v Q ui-
roga p articipaba de las preocupaciones constitucionales de López.
A fines de 1832 los c o rren tin o s parecieron p e rd er la paciencia v
M anuel Leiva afirm ó agriam ente:
Buenos Aires es quien únicam ente resistirá la form ación
del Congreso, p o rq u e en la organización v arreglos que
m editan, pierde el m anejo de nuestro tesoro con que nos
ha hecho la gu erra, y se co rta rá el com ercio de extranjería,
que es el que más le p ro d u c e .12
Pero la reacción constitucionalista y an tip orteña no se co n ­
cretó. E i p o d er efectivo del país se dividía entre tres grandes:
Rosas, L ópez y Q uiroga. Este últim o estaba disgustado con los dos
prim eros, especialm ente co n “el gigante de los santafesinos” com o
lo llam aba despectivam ente. Pero ninguno tenía p o d e r p ro p io para
oponerse a los demás e im ponerles su criterio. La desconfianza y el
resentim iento im pidieron a L ópez y a Q u iro g a hacer fren te com ún
co n tra Rosas. T am b ién lo im pidió el pred icam ento de éste sobre
cada uno de ellos. H ábilm ente, Rosas cultivó las coincidencias
con cada uno y explotó sus debilidades. C uando p u d o doblegó,
cuando no pudo, neutralizó. Al descender del gobierno, a fines de
1832, el g o b ern ad o r de Buenos Aires ejercía p o r delegación de
las provincias las relaciones exteriores de la R epública v los intentos
constitucionalistas habían sido frenados. C om batido en el orden
provincial, Rosas triu n fab a en el nacional.

La escisión del
federalismo porteño

El retiro de Rosas al negarse a la reelección fue un hábil re ­


pliegue p ara lanzar su ofensiva en busca del p o d er absoluto que
entonces le regateaban. R etirándose visiblem ente de la acción polí­
tica, hizo el vacío al g obierno, m ientras p o r un lado m ontaba una
acción p artidaria de propaganda y agitación —luego de conspira­
ción— y p o r o tro afro n tab a una tarea que aum entaría su prestigio
y lo m antendría en la expectativa pública.
A ntes de ab andonar el poder, hizo ap ro b ar un p ro y e c to de

12 F a c u l t a d de F il o s o f ía y L etra s, D ocum entos para la Historia argen­


tina, Buenos Aires, tom o xvn, pág. 114.

1 c;
M in u é en B uenos A ires. [A c u a re la re a liza d a por P e lle g rin i en 1831.]

expedición c o n tra los indios, tendiente a conq u istar todas las tie­
rras situadas al n o rte del río N e g ro , v de estrech ar a las tribus
entre varias fuerzas condenándolas a la d estrucción. El p ro y e cto
era am bicioso v suponía la colaboración de las otras provincias
amenazadas v aun del g o b iern o de Chile. La colum na occidental
estaría com andada p o r el general A ldao, la del c e n tro p o r el general
Ruiz H u id o b ro v la del oriente p o r Rosas. Q uiro g a sería el com an­
dante en jefe.
E nferm o entonces, Q uiro g a no dem ostró m ayor entusiasm o
p o r la em presa, actuando a la distancia sobre los dos destacam entos
del oeste v el cen tro , sin in te rfe rir en la acción de Rosas. La falta
de recursos de aquéllos hizo fracasar a la colum na central v restó
m ovilidad a la de A ldao, p o r lo que el peso de la cam paña recayó
sobre las fuerzas de Rosas. F.1 g o b iern o chileno no c o n c u rrió con
las fuerzas program adas.
Este desbarajuste del plan original no p e rtu rb ó al caudillo
p o rteñ o quien a fines de m arzo de 1833 ya estaba en cam paña.
Pero los fondos escaseaban y el g o b iern o de B alcarce no pareció
m uy dispuesto a esforzarse en conseguirlos. En realidad, el nuevo
g o b ern ad o r era un buen federal, un hom bre recto que apreciaba
a Rosas, pero irresoluto e influenciable. Los federales antirrosistas
eran m ayoría en la Legislatura v no pensaban agitarse para acrecen­
ta r la influencia de Rosas. Las dificultades logísticas eran m uy
grandes y la capacidad para resolverlas poca, p o r lo que casi desde
La m e d ia c a ñ a . [L ito g ra fía e fe c tu a d a por P e lle g rin i.)
El b a ile e ra u n a de las fo rm a s corrientes d e e n tr e te n im ie n to social, ta n to en la
c iu d a d c o m o en el c am p o : M in u é en B uenos A ires y La m e d ia c añ a .

su partida el ejército expedicionario se en co n tró privado de m uchas


cosas v con la sensación de haber sido abandonado p o r el gobierno.
Rosas recu rrió a sus am igos —hacendados m uy interesados, además,
en el éxito de la em presa— v con su co n cu rso suplió todas las
necesidades.
La división en tre los federales d o ctrinarios v los rosistas c re ­
cía día a día v se reflejaba en el ejército. En el río C olorado, doce
oficiales se separaron de la expedición. Pero Rosas siguió adelante.
El 10 de m avo alcanzó el río N e g ro v a fin de mes llegó a Choele-
Choel. Castigando a las indiadas hacia todas las direcciones, las
colum nas se extendieron p o r el oeste hasta la confluencia de los
ríos N eu q u én v Lim av, v p o r el noroeste hasta el río A tuel donde
alcanzaron la división de A ldao. Pacheco —uno de los jefes claves
de la cam paña— reflejaba en una carta las expectativas de una em­
presa que se p ro lo n g ó d u ran te to d o el invierno:

L a expedición . . . tendrá m ejores resultados de los que


el mismo G eneral se había prom etido, El podrá o frecer a
su regreso un océano de cam pos útiles para la labranza v
lim pios de indios, con los datos resultados de reconoci­
m ientos p rá c tic o s.13

18 Citada por Juan Carlos W alther, La Conquista del Desierto, Buenos


Aires, C írculo Militar, 1964, pág. 311.
E n efecto, 2.900 leguas cuadradas habían sido ganadas, las co ­
m unicaciones con Bahía Blanca y Patagones increm entadas, y d u ­
rante un buen tiem po los cam pos ya ocupádos qued aron libres de
la amenaza de los indios. Si los resultados no fuero n m ayores —des­
de 1840 se reanuda la presencia agresiva de los indios— fue porque
al no ser com batidos los indios sim ultáneam ente desde el lado chi­
leno, pudieron h uir al o ccidente de la cordillera v años después
regresar con nuevos ím petus.
Rosas fue bien pagado p o r su éxito: la isla de C hoele-C hoel
y , sobre todo, un renovado p restigio en tre el pueblo. Pero durante
la expedición no había utilizado su tiem po sólo en los problem as
militares. M antuvo con diversos personajes y especialm ente con su
m ujer, E ncarnación E zcurra, una activa correspondencia polí­
tica a través de la cual o rientaba la acción de sus partidarios.
La división en tre los federales había alcanzado co n tornos defi­
nidos y casi violentos. D oña E ncarnación, aplicando su tem p era­
m ento exaltado a los fríos planes de su m arido, se co n vierte en un
agente político de suma im portancia. T o d o lo inform a, to d o lo
prevé, sabe am edrentar, estim ular, sondear; para ella no hav mis­
terios: tiene listas de los enem igos, listas de los pusilánim es, listas
de los partidarios, listas de los fanáticos. El bajo pueblo, las cria­
das y esclavas, los mozos, los hom bres de pulpería, llevaban y traían
inform ación a su propia casa: el espionaje se organiza así con cien ­
zudam ente y desde entonces va a ser una pieza política caracte­
rística del sistema rosista. Los com isarios C uitiño y Parra se tran s­
form an en agresores de los disidentes del R estaurador: es el germ en
de la “Sociedad R estauradora La M azorca” que d e n tro de poco
adquirirá form a y siniestro prestigio. Los fieles a Rosas subrayan Apostólicos
v. cism áticos
su condición con el apodo de apostólicos, en tan to que los federales
doctrinarios son'llam ados cismáticos.
El general Balcarce trata de m antenerse n eu tral en el prim er
m om ento. P ero a su lado hay dos hom bres decididos a hacer frente
a Rosas: el general E nrique M artínez, m inistro de G u erra , y el
general O lazábal. La prensa se desata en injurias recíprocas. Los
doctrinarios cierran filas tras de M artínez. El 16 de junio la esci­
sión se oficializa en ocasión de las elecciones a las que ambos grupos
co n cu rre n con listas separadas. Los cism áticos se ganan el apodo
—p o r el colo r de la guarda de las boletas— de lom os negros. Llevan
al propio Rosas en tre sus candidatos a diputado, sea para co n fu n d ir,
sea para am arrar al R estau rad o r a un cargo secundario. T riu n fa n
y Rosas renuncia a su banca.

in
E l clim a de violencia ha crecid o tan to que en o c tu b re es seguro Revolución de
los Restauradores
un estallido. El diario rosista E l Restaurador de las L e yes publicó
un artícu lo injurioso para Balcarce, p o r lo que el fiscal lo som etió
a proceso. C om o un huracán co rrió p o r la ciudad la am bigua n o ti­
cia de que sería procesado el R estau rad o r de las Leyes. G entes del
bajo y del suburbio, gauchos y soldados se ap retu jaro n fren te al
tribunal, dirigidos p o r com andantes militares. E l choque con la
guardia de seguridad se p ro d u jo y en m edio de una inmensa grita
la pueblada se retiró a Barracas, donde jefes de origen distinguido
asum ieron su dirección: M aza, R olón, M anuel P u ey rred ó n , Q ue-
vedo, etc. El general A gu stín de Pinedo asum ió el m ando de los
revolucionarios, m ientras P ru d en cio Rosas reunía tropas en la cam ­
paña. E ra el 11 de o c tu b re de 1833. U n breve com bate desfavorable
al gobierno afirm ó a los rebeldes que reclam aron el cese en el
m ando del general Balcarce, quien sólo se m antenía en él a ins­
tancias del general M artínez. C om enzaron las tratativas, de las que
Rosas tu v o cuidadosa inform ación. Si d u ran te los días precedentes
—dice un testigo— ningún bando podía acusar al o tro de haberse
excedido m ás,14 estas gestiones fu ero n tensas p ero pacíficas. La
presión p o p u lar y el dom inio de la cam paña daban a los rev o lu ­
cionarios todas las ventajas. El 3 de noviem bre la Legislatura, en­ Gobierno
de Viamonte
cargada p o r B alcarce de resolver sobre su con tin u ación en el m an­
do, le dio p o r renunciado y n o m b ró en su reem plazo al general
Ju an José V iam onte.
E n últim o térm ino, los artífices de la victoria, p o r la cuidada
preparación del m ovim iento, habían sido d on Ju a n M anuel y doña
E ncarnación, bien que el p rim e ro lo hubiese hecho en la trastienda
y excusara su participación. Los lom os negros habían sufrido una
seria d erro ta p ero no habían sido elim inados de la escena política.
C onservaban todavía el dom inio de la Legislatura y el p ro p io V ia­
m onte era un d o ctrin ario que estaba más cerca de Balcarce que
de Rosas. E ra ferviente p artid ario de la conciliación, com o había
dem ostrado en 1829. Pero ése no era, en opinión de los rosistas,
m om ento para conciliaciones.
E ncarn ació n E zcu rra fue de las prim eras en expresar su dis­
g usto p o rq u e se había entreg ad o el p o d er a o tro s “m enos m alos”

14 A gustín Ruano en noviem bre de 1833. Citado por E rnesto Celesia,


ob. cit., pag. 306. Sobre el proceso de este movimiento ver: G abriel J. Puentes,
El Gobierno de Balcarce, Buenos Aires, H uarpes, 1946.
Los ho m bre s del ré gim en : M a nuel V. Maza, F e lip e A rana y Á ngel P acheco.

que los anteriores, pero que no eran “am igos”. Rosas se quedó en
el cam po, sin una palabra de ap o y o al nuevo gobierno. Su cónyuge
inspiró a Salom ón, B urgos, C uitiño v otros la form ación de la
Sociedad Popular Restauradora (L a M azo rca), que se co n stitu y ó
inm ediatam ente en instrum ento de terro rism o político: las casas
de los opositores fueron apedreadas y baleadas. Los “cism áticos”
com enzaron a em igrar, com o en 1829 lo habían hecho los unitarios.

V iam onte, bloqueado políticam ente, se dedicó a la tarea adm i­


nistrativa v dejó sentadas las bases del ejercicio del P atronato ecle­
siástico v de la futu ra norm alización de las relaciones entre la
Iglesia v el Estado argentino.

El 20 de abril de 1834 los “apostólicos” ganan las elecciones.


Días después llega al país Rivadavia y es acusado de ten er parte
en una conspiración m onárquica. El m inistro G arcía trata de de­
fenderlo y es o b jeto de ataques periodísticos v personales. El gene­
ral Álzaga acusa a G arcía v éste pide para sí juicio de residencia
com o m edio de justificación. V iam onte, harto, renuncia el 5 de
junio, días después de haber ord en ad o la expulsión de Rivadavia.
Q uiroga, radicado en Buenos Aires p o r entonces, será la única
m ano tendida a favor del ex presidente.

La Legislatura eligió, el 30 de junio, g o b ern ad o r al general R o­


sas. Era el resultado lógico. Pero Rosas renunció el cargo una v
o tra vez. A legó que aceptaría la tarea si pudiese cu m p lir sus obliga­
ciones , velado recu erd o de que no contaba con las facultades extra­
ordinarias que siem pre había considerado necesarias. Señaló las
otras razones que hacían inútil su sacrificio v se cuidaba de a fir­
m ar que
p o d ría objetarse que tal vez no encargándom e del gobier­
no de la provincia se me m irará, en razón de la buena
opinión que m erezco a los federales, com o un estorbo a la
m archa de cu alquier g obierno que se estab lezca.''•
Los diputados no se resignaron a co n ced er las facultades que
habían causado la crisis de fin de 1832. Rosas renu nció p o r cuarta
vez. E ntonces se eligió go b ern ad o r, sucesivam ente, a M anuel v Maza gobernador

N icolás A nchorena, a Ju an N . T e rre ro v a Á ngel Pacheco, todos


fervientes rosistas, que rechazaron los nom bram ientos. P or fin se
encargó provisoriam ente del g obierno al presidente de la Legisla­
tura, Dr. M anuel V icen te Maza, íntim o am igo de Rosas.
La misión de M aza no podía ser otra que p rep arar el acceso
al gobiern o del R estaurador, quien había unido a ese títu lo el de
H éro e del D esierto, m ientras su activa conso rte m erecía el apodo
de H ero ín a de la C onfederación. Los rosistas habían cerrad o filas
V ahora sí era total la d erro ta de los d o ctrinarios. U n suceso des­
graciado, que guarda relación con la situación de las provincias
interiores, iba a facilitar aquella misión. D urante el año 1834 habían Misión de
Quiroga en
em peorado seriam ente las relaciones entre el g o b ern ad o r de Salta, el Norte
general L ato rre v el de T u cu m án , Felipe H eredia, quien el 19
de noviem bre declaró la g u erra al prim ero. N o tic ia d o el gobierno
porteño, decidió in terv en ir p o r aplicación del Pacto Federal y
Maza ofreció la tarea de m ediador al general Q u iroga, cu v o pres­
tigio en el n o rte era indiscutible.
Q uiro g a quiso co n o cer la opinión de Rosas, quien aprovechó
la ocasión para renovar su prédica en co n tra de la organización
constitucional, en lo que convino finalm ente el caudillo riojano.
Las mismas instrucciones oficiales hacían referencia a ese asunto,
V una últim a carta de Rosas entregada al enviado en el m om ento

de partir, volvía m achaconam ente sobre el tem a, com o si tem iera


que el voluble caudillo reto rn ara a su idea prim itiva.
C uando Q u iro g a llegó a Santiago del E stero, se en teró de que
L atorre había m uerto en manos de un m ovim iento co n trario sal-
teño. Se dedicó entonces $ deliberar con los g o bernadores v el
6 de feb rero de 1835 logró un tratad o de am istad en tre Santiago,

,r> Versión de A dolfo Saldías, según papeles de Arana; ob. cit., tom o i,
pág. 431.
Salta y T u cu m án , tras lo cual em prendió el regreso a Buenos Aires.
A la ida había sido advertido de que elem entos del g o b ern ad o r de
Asesinato
C órdoba querían asesinarlo. D espreció todos los avisos v el 16 de de Quiroga
febrero, en jurisdicción de C órdoba, en el lugar de Barranca Yaco,
fue asaltado y m u erto p o r una partida al m ando del capitán
Santos Pérez.

La m uerte del ilustre caudillo rom pía el equilibrio triangular


del federalism o argentino. ¿Q uién había planeado el crim en? In­
dudablem ente el g o b ern ad o r Reinafé. En el m om ento cayeron
sospechas sobre Estanislao López v aun sobre Rosas; E ra conocida
la anim adversión recíp ro ca erttre Q uiroga v el jefe santafesino,
disim ulada en aras del triu n fo co m ú n y de la paz. Pero López
había afirm ado su influencia sobre C órdoba y no podía pensar en
ir más allá, y no hay pru eb a alguna de que haya tenido parte en
el asunto, aun cuando, p o r un e rro r de perspectiva política, pueda
haberse alegrado de la desaparición de Q uiroga. T am p o c o en
to rn o de Rosas hay algo más que vagas sospechas. Q uiroga —el
único hom bre que se atrevió a am enazarle— estaba dem asiado de­
pendiente de sus opiniones en esa época para co n stitu ir un obs­
táculo a sus planes. Esta discusión nos parece ociosa. Interesa saber
más bien, quién fue el beneficiario político de la desaparición del
caudillo.

La influencia unitiva que Q u iro g a ejerció sobre C u y o v el Consecuencias


de la muerte
noroeste no fue heredada p o r nadie, v los g o b ernadores locales de Quiroga

actuaron con independencia recíp ro ca desde entonces. Así el in­


te rio r desapareció com o fuerza política coherente. Q uedaban el li­
toral, bajo la influencia de L ópez y Buenos A ires, donde Rosas
afirm aba cada vez más su poder. López, aunque p rovinciano v
“patriarca de la fed eració n ”, carecía de las condiciones políticas
para extender su ó rbita de influencia sobre los te rrito rio s que
habían respondido a Q uiroga. Rosas sí las tenía. A dem ás Santa Fe,
aun con la dudosa alianza de C orrientes v E n tre Ríos, no podía
e n fren tar al Buenos Aires de entonces, con un g o b iern o que c o n ­
taba p rácticam en te con casi toda la opinión a su favor. La m uerte
de Q uiroga beneficiaba pues a Rosas, quien lentam ente se co n virtió
en el árb itro de to d o el país. D esde 1835, la figura de López co ­
m ienza a d ecrecer y el país en tra, sin discusión, en la época de
Rosas.
El crim en p ro d u ce un notable im pacto en Buenos Aires. La
som bra del caos, que Rosas siem pre había agitado ante amigos y
enemigos, parece convertirse en una certeza. Maza renuncia a su
cargo. E ntonces, lo que no habían podido los argum entos lo pudo
el m iedo. El tem o r a una nueva anarquía definió el voto de los Rosas
nuevamente
representantes: p o r 36 votos co n tra 4 se n o m b ró g o b ern ad o r por gobernador

5 años a Juan /Manuel de Rosas, en quien se depositó la sum a del


poder p ú b lico , para sostener “ la causa nacional de la federación” .
En cu an to a la reacción personal de Rosas, está consignada en
una carta de esos días, donde tras relatar el asesinato de Q uiroga
exclama:

¡Qué tal! ¿He conocido o no el verdadero estado de


la tierra? ¡Pero ni esto ha de ser bastante para los hom bres
de las luces v los principios! ¡Miserables! Y vo insensato
que me m etí con sem ejantes botarates. Ya lo verán ahora.
El sacudim iento será espantoso v la sangre argentina c o ­
rrerá en p o rcio n es."1

IK Carra a Juan José Díaz, del 3 de marzo de 1835. Publicada en Papeles


Je Rosas v citada por C. Ibarguren, oh. cit., pág. 312.
I
22 EL APOGEO

Política económ ica


de Rosas

C uando Rosas asum ió el g o b iern o en 1829 la situación de las en Si829CiÓn


finanzas fiscales de Buenos A ires era pésima y los negocios p arti­
culares habían sufrido g randem ente p o r la dism inución del c o m er­
cio exterior com o consecuencia de la g u erra con el Brasil v la
siguiente co ntienda civil. Las provincias interiores, que habían vis­
to un leve florecim iento de sus industrias a causa del bloqueo naval,
vieron cortarse ese proceso en cu an to la g u erra se extendió a sus
territorios.

A u n q u e B uenos A ires p r o g re s a -le n ta m e n te , ya se p e rc ib e n c a m b io s re s p e c to del


B uenos A ires de la In d e p e n d e n c ia . [C a b ild o y P o lic ía , seg ún P e lle g rin i.]
La econom ía p o rteñ a se apoyaba en la p ro d u cció n ganadera y
el com ercio exterior, razón p o r la cual su interés prim ordial eran
los cam pos baratos v los bajos im puestos a la exportación, para
m antener v apipliar el m ercado extranjero.
C onsecuente co n este sistema, que aprobaba entusiastam ente Acción de Rosas
durante su
el g ru p o social al que pertenecía, Rosas p ro c u ró no in n o v a r \n la prim er gobierno
m ateria d u ran te su prim er gobierno. A nte to d o , se dedicó a poner
orden en la adm inistración, haciendo econom ía en los gastos e
im poniendo un m ejor co n tro l. Fiel a los intereses de los ganaderos
v propietarios, evitó aum en tar los im puestos que además de per­
judicar los negocios de éstos hubieran p ro v o cad o un aum ento en
el costo de la vida, co m p ro m etien d o p o r esta vía el apoyo de las
clases populares. Su m argen de m aniobra quedó así m uv reducido,
por lo que c e n tró su esfuerzo en dism inuir el d éficit presupuestario
—va que no podía alcanzar el equilibrio— v estabilizar el valor del
papel m oneda.
D urante el in terreg n o B alcarce-V iam onte-M aza no se p ro d u ­
jo innovación alguna de trascendencia, v cuando Rosas retom ó el
gobierno la deuda pública seguía siendo crecida v el problem a
financiero p o rteñ o insoluble.
Rosas, realista en esto com o en to d o , evitó sum irse en planes En el segundo
gobierno
com plejos v am biciosos. Su acción se o rien tó persistentem ente ha­
cia dos objetivos co n creto s v lim itados: econom ía en los gastos v
eficacia en la p ercepción v adm inistración de las rentas.1
En este sentido, p erfeccio n ó el régim en aduanero, desestim ó
la co n trib u ció n directa —a la que juzgó poco productiva y resis­
tida p o r los terraten ien tes—, v a p artir de 1836 recu rrió a la venta
de tierras públicas para en ju g ar el déficit. C uando este recurso fue
insuficiente, fo rzó las econom ías en los gastos, pero en este punto
no siguió un criterio o rto d o x o dejándose llevar p o r cuestiones po­
líticas. Así, m ientras c e rró la U niversidad v suprim ió los fondos
para asilos v hospitales, m antuvo un abultado presupuesto policial
V no dejó de aplicar fondos a fines políticos. En cu an to al presu­

puesto m ilitar, co n tin u ó g rav itan d o seriam ente sobre los gastos. Fn
1836 representaba el 2 7 '/ del total, pero en 1840 a causa de la
guerra se elevó al 71 '/< v desde entonces apenas bajó del 5 0 '/ . -
Su resistencia a aum en tar los im puestos hizo que en caso de
extrem a necesidad recurriese a la emisión, especialm ente en el
últim o lustro, de m odo tal que el circulante aum entó en quince
1 Burgin, M irón, Aspectos económicos del federalismo argentino, Bue­
nos Aires, H achette, 1960, pág. 241.
- Idem, pág. 262.
años en un 1.000 ' / . En cam bio, logró reducir la deuda interna en
1840 a 1850, de 36.000.000 de pesos a algo menos de 14.000.000.
Los problem as financieros del gobierno de Rosas no eran los
únicos ni los principales. N i siquiera la deuda con Baring Brothers
le trajo m ayores preocupaciones. Rosas nunca se decidió a hacer
sacrificios especiales para pagar a los acreedores extranjeros, y
debe decirse que G ra n B retaña nunca presionó para ello. Pero el
co n cep to de aquél sobre el ord en y la probidad adm inistrativa lo
llevó a p agar a p artir de 1844 la m odesta suma de $ 60.000 al año,
reanudando así el pago suspendido en 1827.
El problem a fundam ental fue la oposición en tre librecam bistas Librecam bio
v. proteccionism o
y proteccionistas, polém ica que excedía el ám bito provincial v que
tuvo —o debió tener p o r sus pro y eccio n es— p ro p orciones nacio­
nales. La polém ica no afectaba a los porteños, pues unitarios y
federales eran, p o r igual, p artidarios del librecam bio, aunque dife­
rían en la form a de aplicarlo. Sólo grupos num éricam ente pequeños
v de no m ucha gravitación —artesanos, agricultores, pequeños co ­
m erciantes— sentían atracción p o r el proteccionism o.
Las otras provincias, en cam bio, querían p ro te g er su p ro d u c­
ción frente a la com petencia extranjera y deseaban un aum ento de
los im puestos aduaneros. C uando en su p rim er gobierno Rosas
desgravó la im portación; algunas provincias se consideraron trai­
cionadas. Pero Rosas defendía los intereses ganaderos v su a rg u ­
m ento frente a los proteccionistas fue que el consum idor m erecía
tanta pro tecció n com o el p ro d u c to r y que un aum ento de los
im puestos p rovocaría un alza del costo de la vida.
En las conferencias de Santa Fe p rim ero y luego en la C om i­
sión R epresentativa, en 1832, la polém ica alcanzó nivel oficial asu­
m iendo el representante c o rre n tin o F erré la defensa del p ro tec ­
cionism o. El delegado p o rteñ o alegó entre otras razones que el
proteccionism o era co n trario al progreso de la industria pecuaria,
que perju d icaría el com ercio de exportación v aum entaría el costo
de la vida. Adem ás, sostenía que la industria nacional era incapaz
de satisfacer la dem anda del país. Sostuvo, p o r fin, que no debían
sacrificarse las ventajas presentes a los dudosos beneficios del fu ­
turo. En su réplica —que va hemos m encionado antes— F erré c ri­
ticó el librecam bio com o fatal para el país, ya que si bien bene­
ficiaba a la ganadería im portaba una postergación indefinida del
desarrollo industrial. E ra necesario que Buenos Aires revisara su
política para adecuarla a los intereses de to d o el país. T am bién
exigía que no m onopolizara el com ercio exterior y que los ríos
Paraná v U ru g u a y se abrieran a dicho com ercio, haciendo p a rtí­
cipes a las provincias de los beneficios fiscales de aquél.
Al peso de estos argum entos, que tenían el prestigio de em a­
nar de un federal insospechado, Buenos Aires sólo podía op o n er el
argum en to de que habiendo recaído en ella la deuda nacional de
la época rivadaviana, era lógico que m onopolizara la principal
fuente de recursos con que debía pagar esa deuda. De Angelis y
otros periodistas se p reo cu p aro n p o r co m b atir la tesis de Ferré,
pero lo que éstos no p udieron, lo logró un hecho político. Aquella
tesis fue usada p o r Leiva y M arín para p ro p u g n ar una política
co n tra Buenos Aires, v descubierto el hecho, el anatem a cavó
sobre sus a u to re s,o b lig a n d o a F erré a esperar nuevos tiem pos para
reanudar su prédica.
C uando Rosas vuelve al poder, su agudeza política le lleva a Una experiencia
levemente
hacer un p rim er in ten to serio de arm onizar sus intereses econó­ proteccionista

m icos con los de las provincias del interior. La lev del 18 de di­
ciem bre de 1835 aum entó las tasas aduaneras a la im portación en
general, liberó to talm en te de tasas a los p ro d u cto s que Buenos
Aires prod u cía con un alto nivel de calidad v pro hibió totalm ente
la in trod u cció n de ciertos p ro d u cto s —trig o , harina, etc .— p ro d u ­
cidos en el país, rom piendo así p o r prim era vez con la tradición
librecam bista. La nueva lev favoreció a los agricultores, que pasaron
a ap oyar al general Rosas. Los p ro d u cto res de vinos, textiles y
lanas del in terio r tam bién se beneficiaron, v tu v ieron la im presión
de que Buenos Aires em pezaba una política económ ica de interés
nacional.
F.n 1837 Rosas volvió a aum entar las tarifas, pero al p ro d u ­ Regreso
al librecam bio
cirse el bloqueo francés, las pérdidas del com ercio le llevaron a
reducirlas en un t e r c i o . I - a g uerra subsiguiente im pidió el retorno
a la ley de 1835. E m pezó a sentirse una progresiva escasez de
p roducto s m anufacturados, v com o no se d ictó ninguna medida de
fom ento industrial, el incipiente p ro teccionism o fue abandonado
lentam ente. Desde 1841 se perm itió la in tro d u cción de artículos
prohibidos p o r la ley de 1835, lo que prácticam ente ponía fin al
experim ento. Desde entonces, las provincias no p udieron esperar
nada de Buenos Aires en el plan económ ico.
En 1848 el fin de la g u erra internacional b rindó ciertas con-
3 Es probable que la presión de los hacendados haya tenido más fuerza
en la decisión que ios efectos del bloqueo francés. Ferns sostiene que los
efectos de éste sobre el com ercio inglés fue casi nulo y que en 1839 aum en­
taron las im portaciones inglesas en Buenos Aires. V er H . S. Ferns, Gran
Bretaña y A rgentina en el siglo XI X, Solar-H achette, Buenos Aires, 19<V>,
pág. 25H.
diciones para un nuevo aum ento de las tarifas, p ero la ruina general
de la econom ía y en p articu lar de la industria, hacían im posible
pensar en un sistema de proteccionism o.
Si en las conferencias de Santa Fe se invocó el interés in te r­
nacional para justificar el librecam bio, dicho arg u m ento no fue
real, aunque haya sido sincero el tem o r de una reacción inglesa
a una política proteccionista. E n 1837, al elevarse las tasas, lord
Palm erston aconsejó al m inistro inglés en Buenos A ires que no se
quejara oficialm ente, aunque le recom endaba señalar al gobierno
las virtudes del librecam bio. Y en los dos años anteriores no dio
G ran Bretaña paso alguno en este sentido. E n realidad, el gabinete
inglés tem ía más a los disturbios políticos que a las leyes rioplaten-
ses com o obstáculo al com ercio. Y Rosas era para él una garantía
de paz.
E n m ateria de tierras, la p o lítica de Rosas estuvo enderezada La tierra
principalm ente a p o d er disponer del m ay o r núm ero de tierras p ú ­
blicas enajenables, com o m edio de p o b lar la pam pa y com o recurso
fiscal. Con este objeto, se d edicó a liquidar p rogresivam ente el
sistema de enfiteusis. La ley de 1836 aprobó la venta de tierras
dadas en enfiteusis; aquellos enfiteutas que no las com prasen pa­
garían un arrendam iento duplicado. En m ayo de 1838 se lim itó la
enfiteusis a las zonas apartadas co n el arg u m en to de que la dem anda
de tierras para la ganadería se había acrecentado y que la pro p ie­
dad era el m ejor m edio de p ro m o v er el bienestar social.
E ste proceso no co n d u jo a una red istrib u ció n de las tierras
entre nuevos g rupos sociales, pues los adquirentes perten eciero n
al m ism o 'co n ju n to de p ropietarios, a los que se agreg aron aquellos
m ilitares que las o b tu v iero n com o prem ios a sus servicios. Sin em ­
bargo, Rosas in ten tó p o r este m edio aum entar la p ro d u c ció n y la
población ru ral, en las que veía el fu tu ro de Buenos Aires.
C uando el bloqueo de 1838-39, se p rev iero n dificultades para
la exportación y en consecuencia dism inuyó el interés p o r la co m ­
pra de tierras y la provincia q u ed ó co n grandes extensiones que
no p u d o vender.
La insignificancia de la ag ricu ltu ra hizo que Rosas diera pocos
pasos para favorecerla. E n realidad, las dificultades para el desarro­
llo agrícola eran m uchas: escasez de m ano de obra y su alto costo,
m étodos prim itivos que ocasionaban un rendim iento bajo, falta de
capital para c o m p rar m aquinarias y herram ientas, dificultad y costo
del tran sp o rte que obligaba a re c u rrir a tierras cercanas a los cen ­
tro s de consum o y p o r ende de m ay o r precio. P o r fin, la com pe-

28
tenpia extranjera era ruinosa. C o rta r ésta o asegurar a los chacareros
una ganancia segura hubiera p ro v o cad o un alza del costo de la
vida que el g o b iern o no q uería afro n tar. Sólo cuando en 1835
el precio del trig o había bajado en un 66 % se p ro h ib ió la im por­
tación. La reacción fue inm ediata, el p recio se estabilizó, p ero al
sobrevenir la g u erra aum entó vertiginosam ente —un 2.000 % ap ro ­
xim adam ente— lo que obligó a d ar m archa atrás. H acia 1851 los
precios habían bajado a la m itad.
La m ay o r p arte de los argum entos referidos a la agricultura
valen para la industria p o rteñ a: falta de capital, de c réd ito , de
m ano de obra, de m aquinaria. El panoram a que bosquejam os al c r i t i c a a i s is te m a
respecto para el p erío d o 1810-30 no se había m odificado en lo
substancial y Rosas no dio n in g ú n em puje para favorecer un cam ­
bio. E n resum en, podem os d ecir que la política económ ica de Rosas
en el ám bito restrin g id o de la provincia se caracterizó p o r el orden
fiscal, una excesiva dependencia de los intereses ganaderos, y en
lo demás, pragm atism o y falta de im aginación.
Pero donde la cuestión adquiere más im portancia es viendo
el sistema rosista en fu n ció n nacional. Buenos Aires quiso cargar
con la responsabilidad p o lítica del país en el plano in tern o e in te r­
nacional, p ero se negó a responsabilizarse de su bienestar econó­
m ico y social, lo que com o dice B urgin, c o n stitu y ó la trágica in­
consecuencia del sistema.4
Esta actitu d no puede, sin em bargo, atribuirse exclusivam ente
a su afán de riqueza o a su egoísm o. D esde m ayo de 1810, Buenos
Aires había tom ado la iniciativa del cam bio nacional y había em ­
pezado trab ajan d o para to d o el país y para A m érica. La resistencia
y el odio de las provincias la hizo desviarse de aquellas metas y se
replegó sobre sí misma. E n definitiva, el localismo p o rteñ o tenía
dos vertientes: una de ellas p ro p en d ía a librar a Buenos A ires del
peso m u erto de una federación de provincias em pobrecidas. La
o tra era la que afirm aba el vitalism o p o rte ñ o para im ponerlo al
resto del país. E n estas dos líneas está en g erm en la diferencia entre
los segregacionistas del 60 y los nacionalistas com o M itre.
E n síntesis, el aislacionism o económ ico chocaba con el in­
tervencionism o p olítico. L legó u n m om ento en que las p e rtu rb a ­
ciones que ocasionaba el m antenim iento del sistema —guerras in te­
riores, etc.— term in aro n siendo m ayores que sus ventajas. T a n to
en el plano económ ico com o en el p olítico, el tiem po de Rosas
había acabado v sólo faltaba el m ovim iento que lo derribara.

4 B u r g in , M irón, ob. cit., pág. 355.


El contexto internacional
de la época

E uropa com enzó en 1830 a vivir una década de agitación p o ­ Nacionalismo


y radicalism o
lítica y nacionalism o. Residuo de las invasiones napoleónicas, el
espíritu nacional tom aba vuelo en todas partes v se rebelaba contra
los límites políticos del A ntiguo R égim en que todavía subsistían.
A quellos lím ites respondían sobre to d o al prin cip io de legitim idad
v los revolucionarios del 30 querían establecerlos según v en nom ­
bre de la nacionalidad. Así lo preten d iero n los polacos, sin éxito,
y los belgas con la m ejor suerte, em ancipándose del dom inio de
los Países Bajos. Más incipiente, el m ovim iento se extendió por
Italia v Alemania.
Al mismo tiem po o tro elem ento actuaba com o m o to r de las El rom anticism o
del progreso
agitaciones políticas: el radicalism o ideológico, que venía pene­
tran d o desde fines del siglo an terio r, en contraba cada vez menos
soportable el absolutism o im perante en el contin en te, v adquirió
form as revolucionarias entre 1830 v 1834. Su m av or éxito fue la
revolución francesa de 1830 que arro jó del p oder al p re té rito C ar­
los X y elevó al tro n o —p o r la m ediación de la burguesía liberal—
a Luis Felipe de O rleáns, an tig u o candidato al c e tro del R ío de
la Plata. U na co rrien te d em ocratizante que p ropugnaba el sufragio
universal se expandía p o r E uropa y desde 1832 obtenía pacíficas
v progresivas ventajas en G ra n Bretaña.
El signo de esta década fue p redom inantem ente político. Sólo
entrados ya los años 40, la ola de prosperidad que reina en E uropa
va a despertar los anhelos de las clases más pobres que han vivido
hasta entonces en un estado de trem enda miseria com o consecuencia
de la revolución industrial: hacinam iento urbano, pauperism o, tra ­
bajo infantil, etc. Los disturbios, en adelante, especialm ente en
to rn o al año 1848, ten drán una tónica m arcadam ente social.
Al mismo tiem po se había p ro d u cid o una m utación del m ovi­
m iento intelectual. El rom anticism o, que había venido abriéndose
cam ino desde fines del siglo xvm , adquirió form as renovadas. Des­
de 1830 su p rogram a de ru p tu ra con la tradición clásica v de nuevo
sentido de la literatura, se com plica en algunos de sus seguidores
con una creciente relación en tre el rom anticism o literario v el
“espíritu radical”. N ace así el rom anticism o del progreso, con fina­
lidades políticas v nacionalistas.'1 Este proceso no era absurdo. Lo

5 R e n o u v i n , Pierre, Historia de las relaciones internacionales, M adrid.


Aguilar, 1964, tom o n. volumen i, pág. 18.
“clásico” representa una necesidad de o rden, de síntesis, una regu­
lación del pensam iento, el sentim iento v la acción; esto significaba
a su vez exclusiones v sacrificios para el cread o r, que tarde o tem ­
p ran o eran resentidas. E ntonces, nuevas form as buscaban expresión
rom piendo aquellos m oldes, v estas form as en su m anifestación de
fines del siglo xvm co n stitu y e ro n el rom anticism o: signo de ru p ­
tura, rebelión c o n tra las form as fijas v las reglas; en suma, la susti­
tu ción del “eth o s” clásico p o r el “ pathos” rom ántico. N o debe
extrañar, pues, que este espíritu de rebeldía fuera proclive a anidar
otras rebeldías en o tro s planos del intelecto y la vida social. Por
algo, cronológicam ente, el tiem po del clasicism o coincidía con el
tiem po del absolutism o prerrev o lu cio n ario . Su supervivencia en el
período rom án tico no era sino un signo de su antigüedad. T al vez
lord B yron fue inconscientem ente el p rim ero que, al convertirse
en m ártir de la libertad política, aproxim ó el rom anticism o literario
al radicalism o político. P or fin el m ovim iento va a derivar, a través
del aristo crático Saint-Sim on, hacia una form a supranacional v so­ Saint-Simon
y Hegel
cial, que ya abandona casi su m atriz original. Saint-Sim on predicaba
que sobre los intereses nacionales debía tenderse a la unión p o r el
interés co m ú n superior. Este supranacionalism o lo convierte en un
p rec u rso r de los europeístas de 1950.
P ero en oposición a los saint-sim onianos, se desarrolla otra
c o rrien te de m ay o r vigor, venida del idealismo alemán v que tenía
en H egel su m ay o r exponente: desarrollaba una nueva teoría del
E stado, en la que éste era la expresión de una unidad de cultura,
de una unidad nacional. De allí se deriva una política de poder, en
la que el E stado es dom inante.
Las teorías nacionalistas p o r un lado, el “élan” rom ántico por Francia
o tro y el resentim iento c o n tra la dom inaciórí extranjera, son las
tres coordenadas que determ inan en Francia, en 1830, el ro m p i­
m iento co n la política de co ntem porización con los Aliados que
desde 1815 la m antenían bajo contro l.
La izquierda dinástica, p u n to de apoyo de Luis Felipe, conduce
al repu d io «del legitim ism o y al consiguiente reconocim iento de la
independencia de todos los países latinoam ericanos. Al mismo tiem ­
po, repudia la política de no intervención v el gabinete declara que
no aceptará atentados c o n tra los derechos de los pueblos ni co ntra
el hon o r de Francia. Se inicia una política de “ frente alta” y Luis
Felipe, que en el fo n d o es un pacifista y que com o todos los esta­
distas europeos tem e un co n flicto general, buscará válvulas de
escape para la presión nacionalista. La principal es la invasión de
A rgelia que term ina con la ocupación (1830-36). P rim era tendencia
expansionista desde la caída de N ap o leó n , es sintom ática la lentitud
de los procedim ientos franceses, que van tanteando la reacción
británica. P ero G ra n B retaña ad o p ta una actitu d resignada ante esta
penetración en su dom inio del M editerráneo. E n realidad, los in­
gleses p refieren que los franceses o rienten sus deseos expansionistas
hacia Á frica en lugar de E u ro p a. Y cuando los franceses tom an p ar­
tido en el co n flicto de la sucesión española, a la m uerte de F e r­
nando V II, apoyando a la regente M aría Cristina c o n tra M ettern ich
que apoya a d on Carlos, In g laterra se p one del lado francés para
n eutralizar su influencia, y reem plazarla al term in ar el conflicto.
Las sim patías de la opinión francesa estaban divididas. Desde
M m e. de Staél en adelante una ola pro g erm án ica parecía invadir
el país; germ anism o de tip o cu ltu ral que p ro p o n ía al pueblo ale-
-mán com o m odelo de E uropa. Sólo en 1832, Q u in et detecta la
influencia prusiana sobre los dem ás pueblos alemanes v su peligro
para Francia. O tra co rrien te, que se desarrolla en las clases altas,
es probritán ica. T ien e tam bién origen cultural: influencia de
Shelley y W . S c o tt y adm iración p o r el liberalismo. Estas dos co ­
rrientes actu aro n com o balancines reguladores de la política fran ­
cesa, que no logra hacia Inglaterra la deseada estabilidad.
E n L ondrps existía, com o consecuencia de la época napoleó- Gran
nica, una m arcada desconfianza hacia Francia, cuyos arrebatos bé­
licos se tem ían. T am b ién eran tem idos el crecien te p o derío y el
absolutism o de Rusia. D u ran te dos décadas la política exterior
británica estuvo orientada p o r tres estadistas de categoría: Castle-
reagh, C anning y Palm erston. E l p rim ero se dedicó a realizar una
“política com ercial” m uy apreciada p o r sus connacionales y a c o n ­
ten er a R usia; el segundo p ro c u ró cuidadosam ente desligar a su
país de com prom isos en el co n tin en te y co n tin u ó la política de
“equilibrio” de C astlereagh; el tercero , si bien conservó el p ra g ­
m atism o de sus antecesores y la política de paz y desarrollo co m er­
cial, desconfió a la vez de absolutistas y revolucionarios e inauguró
una cierta “arrogancia p o lítica” que sirvió de co n trap artid a a la
política exterior francesa.
E n definitiva, las dos potencias se con tro lab an v respetaban
evitando e n tra r en conflicto. La cuestión del R ío de la Plata (1838-
1848) se inscribe p erfectam en te en este esquema.
D u ran te la década del 30, los Estados U nidos m antuvieron una Estados unidos
actitu d de prescindencia en los conflictos europeos a cam bio de
la exclusión de E u ro p a del escenario am ericano (d o c trin a M on­
ro e). Su expansión se lim itaba entonces a los territo rio s del Mississi­
ppi. Pero al finalizar la década se plantean los co nflictos con M éxico
v la cuestión tejana v se desarrolla hasta 1850 la conquista del oeste.
Esta política territo rial tu v o escasa oposición. G ran Bretaña,
que se vio afectada p o r el asunto de O reg o n , cuidaba demasiado
el m ercado yanqui, uno de los principales consum idores mundiales
de m ercaderías británicas, para arriesgar un co nflicto. Además
existía en tre los políticos ingleses, incluido Palm erston, la convic­
ción de que el pro g reso am ericano era incontenible, convicción
que reflejaba un cierto o rg u llo com o m adre-patria.
En cu an to a F rancia, c u y o interés se vio alcanzado en la
cuestión m exicana, padecía desde el tiem po de T o cqueville de una
am ericanofilia notable. Los Estados U nidos seguían siendo la tierra
liberada con la ayuda de L afayette.
A estas actitudes Estados U nidos respondió con dem ostracio­
nes de gran prudencia, p ro cu ran d o no entrom eterse en los intereses
de aquellas potencias cu an d o los suvos propios no fueran fu nda­
mentales. Así, cuando se plantea la cuestión del R ío de la Plata
—Estados U nidos tiene en tre m anos los asuntos de T ejas, M éxico
v O re g o n — se cuida m uv bien de sacar a relu cir la doctrina
M onroe.
H acia 1846,1 cuando Rosas^ entra en el últim o lustro de su situación
S .“ '?!?0.?® il.
europea
dom inación, el panoram a m undial com ienza a d ar señalas de cam ­
bio. Desde 1840 la expansión económ ica es palpable. U na ola de
prosperidad se expande p o r E uropa. G ran B retaña v Francia reali­
zan el “lanzam iento” de su industria pesada. En todas las grande^
potencias —excepto R usia— se im pone el ferro carril com o revolu­
cionario m edio de tran sp o rte. El m ercado financiero deriva así de
las inversiones inm obiliarias a los valores accionarios v tom a form a
el capitalism o financiero.
A estas transform aciones económ icas co rresponde, en el plano
político, la difusión del sufragio universal. El en frentam iento fran-
co b ritán ico se transform a en una discreta lucha económ ica: expan­
sión de las exportaciones inglesas co n tra el p ro teccionism o v la
com petencia francesa. Es la g u erra aduanera que term ina, en esta
prim era etapa, con una transacción.
El m undo intelectual es m enos fácil de c o n ten tar. Los escri­
tores tom an conciencia de la miseria reinante en las clases humildes,
la crítica política v social crece, v m ientras los herederos de H egel
siguen p ro p o n ien d o teorías del Estado que subrayan la política

33
del poder, el socialismo hace su aparición va no bajo la form a
posrrom ántica de Saint-Sim on, sino en las utopías de P roudhon
v en la form ulación filosófica m aterialista de Carlos Marx.
F.l año 1848 fue de agitaciones en casi toda E uropa. Luis
Felipe fue d erribado p o r la alianza ocasional de la burguesía, el
pueblo v la Ciarde N a t ¡ovale v se proclam ó la R epública. En A le­
mania surge la revuelta de los cam pesinos, en Italia los carbonarios
tom an alas, M arx publica su “ ¡Manifiesto C om unista” . La cuestión
social pasa a ser dom inante en ciertos círculos y co n stitu y e el
meollo de los co nflictos internos. Pero o tro s am bientes no perciben
este cam bio radical v viven todavía en los esplendores entrelazados
de la aristocracia v la burguesía, alentados p o r una expansión eco­
nóm ica sin precedentes. Para estos núcleos, que deten tan el poder
en to d a E uropa, la década del 50 se inicia bajo el anhelo de “ Paz.
Riqueza \ H o n o r” .

Acción y reacción

Rosas subió al pod er en tre el desborde de entusiasm o de los


“apostólicos” en una ciudad engalanada de rojo. Su inm ediata p ro ­
clama c o n stitu y ó un program a de acción. A la expresión p atern a­
lista que presidió su prim era ascensión al poder, se su stituyó el
anuncio ton an te de la represión del enem igo:
N in g u n o ignora que una fracción num erosa de hom ­
bres corrom pidos, haciendo alarde de su im piedad y p o ­
niéndose en g u erra abierta con la religión, la honestidad v
la buena fe, ha in tro d u cid o p o r todas partes el desorden
v la inm oralidad, ha desvirtuado las leves, generalizado los
crím enes, g arantido la alevosía v la perfidia. El rem edio de
estos males no puede su jetar a form as v su aplicación debe
ser p ro n ta y expedita. I.a Divina Providencia nos ha puesto
en esta terrible situación para p ro b ar nuestra virtud v cons­
tancia. Persigam os de m uerte al im pío, al sacrilego, al
ladrón, al hom icida, v sobre to d o al p érfid o v traid o r que
tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Q ue de
esta raza de m onstruos no quede uno en tre nosotros v que
su persecución sea tan tenaz v vigorosa que sirva de te rro r
y de espanto.
Si la situación local no justificaba tan terribles amenazas —el
partido unitario carecía de opinión v la facción disidente del fede­
ralismo había sido d estruida— la situación del in terio r derivada del
asesinato de Q uiro g a hacía tem er a Rosas un resurgim iento del caos.

34
La a d h e s ió n y el fa n a tis m o p o lí­
tic o se e x te rio riz a b a n h a s ta en
la m oda. [G u a n te s con la e fig ie
d e R osas.]

E n el n o rte las cosas evolucionaban en favor de A lejandro H eredia,


g o b ern ad o r de T u c u m á n en quien Rosas no depositaba demasiada
confianza. Las dem ás provincias de la ó rbita de Q u iroga, prom etían
cambios. H ab ía que castigar al g o b ern ad o r de C órdoba, sospechado
de com plicidad en el crim en de B arranca Yaco. Y com o Reinafé
era hom bre de López, debía obrarse a la vez co n firm eza y tacto.
Rosas no esperó com plicaciones para afirm arse en el orden
local. E n m ayo de 1835 d estitu y ó a centenares de em pleados pú­
blicos sospechosos de oposición o frialdad hacia el g o b ernador, dio
de baja a más de un cen ten ar de m ilitares p o r idéntica causa y
m andó fusilar a varios com plotados. El periódico oficial decía p in ­
torescam ente que había acabado “el tiem po de g am betear”. Y R o ­
sas mismo le anunciaba a Ibarra la nueva consigna: “ está co ntra
nosotros el que no está del to d o con n osotros” . N o bastaba la
adhesión. E ra necesaria la adhesión total.
Esta exigencia dio origen a las más variadas m anifestaciones
de obsecuencia política. Banderas, colgajos, im ágenes del R estau­
ra d o r se lucían en casas, salones, adornos, v la divisa punzó era
infaltable. Ya en 1836 se registran entronizaciones en lugares p ú ­
blicos de retrato s del general Rosas, anticipo de las “procesiones
cívicas” donde el re tra to del G o b e rn a d o r fue paseado con un ritual
parecido al del Santo Yriático.
M ientras Rosas m ontaba su aparato represivo, que desde 1839 Las provincias
adoptaría la form a del “te r r o r ”, desplegaba su diplom acia con los
gobernadores de provincias. El de M endoza, P ed ro M olina, tras
un fugaz in ten to de independencia, se m ostró dócil a sus solicita­
ciones y reprim ió el co m p lo t del coronel Barcala; se descubrió a
la vez otra conspiración en San Juan que tam bién se fru stró v llevó
al p o d e r a N azario Benavídez, que sería uno de los hom bres fieles
a Rosas en el interio r. E l co ro n el T om ás Brizuela asum ió el go­
b ierno de La Rioja. E n Salta, tras prolongada agitación, H eredia
im puso a su herm ano Felipe com o go b ern ad o r. C on excepción de
Ibarra, Rosas desconfiaba de estos hom bres para quienes las rela­
ciones de fam ilia tenían más vigencia y fuerza que los colores
políticos y en su corresp o n d en cia les predicaba el d estierro de la
tolerancia de que hacían gala.
A m ediados de 1836, Rosas logró de Estanislao L ópez el visto
bueno para o p erar c o n tra R einafé. A fin de julio clausuró Ja fro n ­
tera con C órdoba, en lo que le siguieron otras provincias. Poco
después los responsables del crim en de Q uiro g a eran detenidos y
procesados en Buenos Aires. Al año siguiente fuero n ejecutados
José V icente R einafé, sus dos herm anos, Santos Pérez y otros có m ­
plices. E n la silla vacante de la g o bernación cordobesa, logró im ­
po n er a fines de 1836 a M anuel López, con lo que la provincia se
aproxim ó a la ó rbita bonaerense, apartándose discretam ente de
Santa Fe.
A paren tem en te, Rosas había logrado un bloque p o lítico hom o­
géneo con todas las otras provincias, con excepción de C orrientes,
que continuaba haciendo gala de independencia. P ero se avecina­
ban conflictos que dem ostrarían que la alianza de los gobernadores
argentinos, que habían delegado en Rosas el ejercicio de las rela­
ciones exteriores de la N ación, no tenía la cohesión esperada.
H asta en trad o el año 1 8 3 6 las cuestiones internacionales no La c u e s t ió n
preo cu p aro n m ay o rm en te a Rosas. E n 1 8 2 3 el g o b iern o de Buenos Vl
A ires había com enzado la colonización de las islas M alvinas, c u y o
dom inio había heredado de España. En 1 8 2 9 n o m b ró g o b ern ad o r
de las islas a Luis V ern et, quien p oco después detu v o tres barcos
norteam ericanos p o r pescar sin perm iso en aguas argentinas. Se
originó una cuestión diplom ática que fue in terru m pida p o r el
asalto que hizo la fragata “L ex in g to n ”, de bandera norteam ericana,
co n tra P u erto Luis, principal establecim iento m alvinero. U na ola
de indignación se alzó en Buenos Aires v se term in ó expulsando
al representante n o rteam ericano, lo que originó una interrupción
de relaciones de más de diez años.
La naciente colonia quedó p rácticam ente destruida, pero en
el mismo m om ento en que Buenos Aires hacía valer sus derechos
ante los Estados U nidos, los ingleses redescubrían su interés por
las islas, que les p erm itirían un m ejor co n tro l del A tlántico Sur
y del estrecho de M agallanes. En agosto de 1832 lord Palm erston
decidió hacer valer su soberanía sobre el archipiélago, al mismo
tiem po que la goleta argentina “S arandí” se establecía en Puerto
Luis. A llí la en c o n tró la “C lio” de la R oval N av y , cu y o capitán
intim ó al del barco argentino, el 2 de enero de 1833, que arriase
el pabellón nacional en la isla. A nte la negativa, al día siguiente
ocupó el p u erto , rindiendo a la escasa g uarnición v obligando a la
“Sarandí” a hacérsela la vela.
M anuel V . M aza, g o b ern ad o r a la sazón, calificó el hecho de
“ejercicio g ratu ito del derech o del más fu e rte ” , la capital se co n ­
m ovió de indignación, el m inistro argentino en L ondres presentó
una protesta v a m ediados de año c o rrió el ru m o / de que sería
retirada la representación argentina en L ondres. Inglaterra rechazó
la protesta y co n tin u ó la ocupación de las islas. Buenos Aires
reiteró periódicam ente su reclam ación v la cosa no pasó de allí.
Carecía de los m edios materiales para hacer valer su derecho v las
relaciones con G ran B retaña presentaban o tro s puntos de im por­
tancia que había que cuidar, sobre to d o cu an d o años después se
pro d u ce la intervención francesa. C uando Rosas se hizo cargo del
gobierno, to m ó la cuestión m alvinera con circunspección, p ro cu ­
rando que no fuera causa de un co n flicto internacional v dejar
a salvo los derechos argentinos. H acia 1841 tra tó de negociar la
posesión de las islas, p ero el silencio v la posesión de facto de los
ingleses c o n stitu y ero n una barrera infranqueable. D esde entonces
v hasta hoy las islas M alvinas fueron un p u n to de honor en las
relaciones argentino-británicas, que siem pre fue dejado a salvo por
nuestros gobiernos, p ro cu ran d o a la vez que no entorpeciera las
buenas relaciones en tre los dos países.
En el extrem o n o rte de la A rgentina se cernía o tro conflicto. Guerra con so livia
Bolivia, bajo la co n d u cció n dictatorial del m ariscal Santa C ruz,
pro cu rab a acrecen tar su influencia sobre el Perú. Los em igrados
argentinos, con L am adrid a la cabeza, intrigaban desde su territo rio
co n tra los gobiernos de Salta v T u cu m án . A fin de 1836 Chile
declaró la g u erra a la recién constituida C onfederación Peruano-
Boliviana. Rosas consideró que era el m om ento para elim inar la
amenaza en el n o rte y el 19 de m ayo de 1837 declaró la guerra
a Santa C ruz. O cu p ad o en el co n flicto con Francia, designó a
H eredia com andante de las fuerzas argentinas. Éste se desesperó
p o r ponerlas en pie de g u erra y clam ó a Rosas p o r auxilios, pero
lo que Rosas le enviaba era to talm en te insuficiente. E n abril de
1838 Santa C ruz, en una proclam a, dio p o r term inada la guerra
p o r no ten er enem igos a quienes com batir. H eredia le buscó y fue
vencido en el com bate de C u y a m b u y o el 24 de junio. M ientras,
los chilenos llevaron el peso real de la g uerra v la c o ro n aro n éxi-
tosam ente con la victoria de Y u n g a y (20 de enero de 1838) tras
la cual se desm oronó la C onfederación Peruano-B oliviana v el
p o d er de su creador.
Las preocupaciones políticas no habían sofocado en Buenos ¿¡a Generación
A ires las inquietudes intelectuales. C om o en 1812, es la juventud
la portad o ra de ellas. En 1830 regresó al país Esteban E cheverría
tras cinco años de perm anencia en París v desde entonces se c o n ­
virtió en el o ráculo de los jóvenes con inquietudes intelectuales.
P rim ero en casa de M iguel Cañé, luego en el Salón Literario de
M arcos Sastre, se reunían a desarrollar tem as de letras, artes v
política. A dem ás de E cheverría, Sastre y Cañé, figuraban G u tiérrez,
A lberdi, T e je d o r, V icente Fidel López, etc.
Rosas, que siem pre había recelado de los “b o tarates” de plum a,
ve con malos ojos a estos jóvenes inquietos y reform adores. C uando
el periódico La M oda, órgano del g ru p o , no se une al c o ro general
que censura el bloqueo francés, se hacen sospechosos de afrance-
sam iento a los ojos del R estaurador. Sabía Rosas que aquéllos eran
tributarios de E uropa en m ateria literaria v filosófica. Pedro de
Angelis, el m ejo r intelectual rosista, los calificó de “ro m ánticos” . El
ojo policial se aplicó sobre ellos, que sintieron cercenada su
libertad.
Fue un e rro r de Rosas enajenarse desde el vamos una juventud
valiosa y cuyas predisposiciones políticas no le eran adversas. R e­
negaban de la división violenta en p artidos y del teoricism o de los
viejos unitarios. M ientras eran sospechados de extranjerism o, el
tucum ano Juan Bautista A lberdi escribía en 1837 sobre Rosas a
quien llamaba “persona grande y pod ero sa” :

D esnudo de las p reocupaciones de una ciencia estrecha


que no cultivó, es ad v ertid o desde luego por su razón
espontánea, de no sé q u é de im potente, de ineficaz, de
incond u cen te que existía en los m edios de g obierno p ra c­
ticados v preced en tem en te en nuestro país; que estos me-

38
dios im portados v desnudos de toda originalidad nacional,
no podían ten er aplicación en una sociedad, cuyas co n d i­
ciones norm ales de existencia diferían totalm ente de aque­
llas a que debían su origen exótico; que por tanto, un siste­
ma pro p io nos era indispensable . . .
. . . lo que el gran m agistrado ha ensayado de practicar en
la política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en
la filosofía, en la industria, en la sociabilidad: es decir, es
llamada la juven tu d a investigar la lev V la form a nacional
del desarrollo de estos elem entos de nuestra vida am erica­
na, sin plagio, sin im itación, v únicam ente en el íntim o v
p ro fu n d o estudio de nuestros hom bres v de nuestras cosas.
Y agregaba:
H em os pedido pues a la filosofía una explicación del
v ig o r gigantesco del pod er actual: la hem os podido en­
c o n tra r en su c a rá c ter altam ente representativo . . .
. . . El Sr. Rosas, considerado filosóficam ente, no es un
déspota que duerm e sobre bayonetas m ercenarias. Es un
rep resentante que descansa sobre la buena fe, sobre el co ­
razón del pueblo. Y p o r pueblo no entendem os aquí la
clase pensadora, la clase propietaria únicam ente, sino tam ­
bién, la universalidad, la m ayoría, la m ultitud, la plebe."
Años después Esteban E cheverría se hacía eco con ren co r de
aquella fru strad a esperanza de los jóvenes del 37 que vieron en
Rosas al posible c o n stru c to r de la A rgentina que soñaban:
H o m b re afo rtu n ad o com o ninguno (R osas) todo se le
b rindaba para acom eter con éxito esa em presa. Su p o p u ­
laridad era indisputable; la juventud, la clase pudiente v
hasta sus enem igos más acérrim os lo deseaban, lo esperaban*
cuando em puñó la suma del p o d er; v se habrían reconci­
liado con él y ayudádole, viendo en su m ano una bandera
de fratern id ad , de igualdad v de libertad.
Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del
verdadero progreso: habría sido venerado en él y fuera
de él com o el p rim e r estadista de la A m érica del Sud; y
habría igualm ente paralizado sin sangre ni desastres, toda
tentativa de restauración unitaria. N o lo hizo; fue un im*
bécil v un malvado. H a p referid o ser el m inotauro de su
país, la ignom inia de A m érica v el escándalo del m u n d o .'

* A l b e r d i , Juan Bautista, Fragmento preliminar al estudio del Derecho,


Buenos Aires, La Ley, 1958, págs. 20, 21 y 27.
7 E c h e v e r r í a , Esteban, Ojeada retrospectiva sobre el m ovim iento in ­
telectual en el Plata desde el año 57, incluido en Dogma Socialista y otras pá­
ginas políticas, Buenos Aires, Estrada. 1956. pág. 39.

39
Los nu evos ideólogos: Juan B a u tis ta A lb e rd i y E steb an E c h e v e rría tra ta n de s u p e ­
rar la o p osición e n tre fe d e ra le s y u n ita rio s , [ó le o s re a liza d o s por P e lle g rin i.]

Pero en tre el au tó crata co n serv ad o r que era Rosas v estos


jóvenes renovadores, había p ro fu n d o s abismos, p o r más sim ilitudes
que se señalaran. E ran éstos cu lto res de la libertad —p o r la que
Rosas sentía m u y p oco afecto —, eran partidarios de la organización
constitucional del país, de la igualdad y el p rogreso —todos térm i­
nos integrantes de las Palabras Sim bólicas del D ogm a socialista de
la A sociación de M ayo—, Y si A lberdi consideraba com o fin la
“em ancipación de la plebe” a través de “in stru ir a la libertad” , o
sea capacitar al pueblo p o r la cu ltu ra para el ejercicio político y
social, poca relación tenía esto con el populism o paternalista de
Rosas.
C uando el g ru p o sé desilusionó del R estaurador, a la vez que
era discretam ente perseguido, o p tó p o r la clandestinidad. E ntonces
nació —el 23 de junio de 1838— la A sociación de la Joven G enera­
ción A rg e n tin a , y se encom endó a E cheverría la redacción y ex­
plicación de las Palabras Sim bólicas que co n stituirían el D ogm a
socialista.
Rosas no les perdía pisada. E ntonces E cheverría se m archó
a lc a m p o , A lberdi a M ontevideo, o tro s m iem bros provincianos vol­
vieron a sus hogares donde levantaron con renovado entusiasm o
los ideales de la A sociación: Q u iro g a Rosas en San Juan, donde
tendrá seguidores en Sarm iento, A berastain v V illafañe, quien lue­
go la hará su rg ir en T u cu m án , d onde le seguirá M arco Avellaneda.
V icente F. López, aunque p o rteñ o , la hará g erm inar en C órdoba
donde, entre otros, convencerá a los herm anos F errev ra. P or fin, en

40
f

M ontevideo se in co rp o ró al g ru p o B artolom é M itre, que aun no


tenía 20 años. P oco a p o co la m ayoría de los fundadores de la
A sociación em igraron. El núcleo principal, con E cheverría, se
radicó en M ontevideo, donde en 1839 se publicó p o r prim era vez
el D ogm a socialista.
Los unitarios puros, com o A ndrés Lamas v F lorencio Varela,
encuen tran insólitas las ideas de estos jóvenes: son dem asiado re­
volucionarias, dem asiado contrarias a sus cánones; se las critica,
ellos tam bién les tachan de rom ánticos. P or entonces adoptan el
nom b re de A sociación de M ayo.
Rosas, en tretan to , los ha incluido en el calificativo genérico
de “salvajes u n itarios” . N ad a más reñido co n el ideario unitario
que el D ogm a de la A sociación. Pero Rosas, com o señala E nrique
Barba, al u n ir a toda la oposición bajo un solo nom bre, le dio una
apariencia de cohesión y un prestigio, que ni respondía a la reali­
dad ni habría logrado p o r sí el p artid o unitario propiam ente dicho.K
La A sociación consideraba que el país no estaba m aduro para
una revolución, que p o r ser sólo m aterial no ten d ría más alcance
que el de un cam bio en la superficie. Proclam aba la revolución
m oral, es decir, un cam bio en la m entalidad nacional, que term i­
naría d errib an d o sin sangre a la tiranía.
La cu ltu ra europea del g ru p o no anulaba sus afanes nacionales.
A lberdi era trib u ta rio de V ico, L erm inier v Savignv en tre otros;
E cheverría era ad m irad o r de Schiller v B yron; en cuestiones polí­
ticas y sociales se había form ado en to rn o a Sism ondi, Leroux y
Saint-Sim on; su filosofía de la historia se apoyaba en V ico v G ui-
z o t y su form ación cristiana viajaba de Pascal a Lam ennais y
C hateau b rian d ; M itre ' devoraba autores europeos y basta leer el
Diario de su juventud para ten er la prueba de ello. Pero si esta
erudición los presentaba personalm ente com o “europeizados”, se
constituían en defensores de la tradición que estim aban el “pu n to
de p a rtid a ” de la reform a. T od av ía en 1846 E cheverría predicaba
co n tra el encandilam iento con los sistemas e ideas europeos v la
necesidad de adaptarse al país.

Ser gran d e en política —decía— no es estar a la altura


de la civilización del m undo, sino a la altura de las nece­
sidades de su país."

K B a r b a , Enrique, M., La campaña libertadora del general Lavalle. A r­


chivo H istórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1944, pág. xv.
s E c h e v e r r í a , Esteban, oh. cit., p á g . 33.

41
A cusaban a los unitarios de carecer de crite rio social, a los
federales de despotism o; eran em inentem ente dem ócratas —com o
tradición, prin cip io e institución, decían— pero no eran populistas:
el progreso del pueblo sería a través de la cu ltu ra, que constituiría
su verdadera carta de ciudadanía. Así atribuían los males del u n i­
tarism o a la le y de sufragio universal.
Descontento en
Si la “rebelión intelectual” m erecía de Rosas más desprecio la campaña sur
que preocupación, no pasó lo m ism o con el creciente descontento
que desde 1836 se desarrollaba en un secto r de los hacendados p o r­
teños. Parte de ellos se había beneficiado con el régim en de enfi-
teusis que les había perm itido la explotación de grandes extensiones
a costos bajos, y la ley de 1836, agravada p o r la de 1-838, term inaba
prácticam en te con ese régim en. Al d escontento económ ico se aña­
dió el disconform ism o político, p o r la form a violenta en que eran
reprim idos todos aquellos que m anifestaban cierta independencia
hacia el p artid o oficial. Lo grave de este estado de cosas era que
se p roducía en el c en tro m ism o del p o d er de Rosas: la cam paña
bonaerense. Chascom ús y D olores eran el núcleo del malestar.
El conflicto
E n esas circunstancias, un c o n flicto con F rancia, originado con Francia
en asuntos bastante nimios, actu ó com o d etonante de un am biente
político caldeado, que distaba de los resultados del famoso ples-
biscito de 1835, en el que sólo o cho ciudadanos sobre más de nueve
mil electores negaron su aprobación al general Rosas."'
Las relaciones francoargentinas pasaban p o r un p erío d o deli­
cado a raíz de la negativa del g o b iern o de Buenos Aires —en 1834—
de co n c erta r un tra ta d o que pusiera los m iem bros de la colonia
francesa en igualdad de condiciones con los ingleses. U n dudoso
incidente sobre unos mapas de interés m ilitar co n d u jo a la prisión
del litógrafo César H ip ó lito Bacle, de nacionalidad francesa. El
cónsul francés R o g er intercedió, y en el ínterin falleció Bacle.
R oger, en un lenguaje inusitado reclam ó indem nizaciones, a lo que
Rosas replicó intim idándole que abandonara el país. A esta cuestión
se sum ó casi en seguida la del servicio m ilitar de los ciudadanos
franceses, a diferencia de los británicos que estaban exentos de él
p o r el T ra ta d o de 1824.
T odas estas cuestiones se suscitaban en el m om ento en que
el gobierno francés hacía gala de una política fu erte y “ de h o n o r”
y había dem ostrado éxitosam ente sus afanes intervencionistas en
varias partes de) globo, especialm ente en Argelia y M éxico. F.l pri-

10 Tom am os los datos del plebiscito de Adolfo Saldías, oh. cii., tom o n,
pág. 11.

42
m er m inistro, conde de M olé, que apoyaba además las aspiraciones
de Bolivia, decidió ad o p tar con la C onfederación A rgentina la
política de fuerza que venía practicando en otras partes v ordenó
al alm irante Leblanc que apoyase coercitivam ente con fuerzas na­
vales las gestiones del cónsul R oger. El 30 de noviem bre de 1837
dos barcos de g uerra franceses se estacionaron en la rada de Bue­
nos Aires.
Los pasos de R oger im portaban d esconocer al m áxim o la psi­
cología de Rosas v del pueblo de Buenos Aires. A nte la presión
arm ada, el g obierno dem ora la respuesta a las reclam aciones para
term inar afirm ando —en nota cu y o p ropósito no adm itía du d a—
que no había tenido tiem po de estudiar el caso con la necesaria
detención. F.I cónsul acusa el im pacto v denuncia un silencio ofen­
sivo hacia el g obierno de Su M ajestad. Rosas le replica descono­
ciéndole c a rá c ter d iplom ático e indicándole que se limite a asuntos
consulares.
En febrero, Leblanc llega a M ontevideo con instrucciones de
apovar a R o g er con “ medidas co ercitivas” no especificadas.
Una nueva gestión de R o g er term ina con la entrega de sus
pasaportes para que se aleje del país. Leblanc declara el 28 de
m arzo de 1838 el bloqueo de Buenos Aires v demás puertos de la
C onfederación, a p a rtir del 10 de m avo. Buenos Aires se indigna.
A su vez, L ondres bram a co n tra la m edida v un lord sugiere que
es un caso de g u erra c o n tra Francia. Pero no es ésa la línea política
británica. N u n ca un asunto sudam ericano había ocasionado una
guerra europea v no sería éste el caso. A dem ás, era una tradición
inglesa el reconocim iento de los bloqueos. Saint-Jam es guardó un
p rudente silencio, dejando a la prensa la expresión de su desagrado.
El atropello francés, al m ovilizar las fuerzas xenófobas de todo
el país, dio a Rosas una m agnífica carta política. D on Juan M anuel
requirió entonces a las provincias que aprobasen su actitu d en
defensa de la soberanía de la C onfederación. C uriosam ente, las
provincias dem oran su respuesta. ¿Qué ha pasado? A rriesgar una
guerra con Francia no era lo mismo que arriesgarla con Bolivia,
máxime cuando la cuestión era en su origen de poca m onta. D o- Acción de cuiien
m ingo C ullen, m inistro de Santa Fe en ejercicio del gobierno por
enferm edad de López, escribió a los g o b ernadores de C orrientes,
E ntre Ríos v Santiago del E stero, sugiriéndoles un estudio m editado
del asunto e insinuando que el co n flicto derivaba de la aplicación de
una lev provincial de Buenos Aires, v p o r tan to no revestía carác-
ter nacional. En m avo Cullen reiteró este planteo ante Rosas, que
respondió invocando el artícu lo 2 del Pacto Federal.
Cullen insistió en una solución y se com unicó con el jefe naval
francés invitándole a levantar el bloqueo para que Rosas pudiera,
sin estar presionado, conv en ir co n Francia un tratad o satisfactorio.
Cullen se p ro p o n ía tam bién separar a las provincias litorales de la
tutela de Rosas. En ese m om ento crucial m uere Estanislao López
(15 de junio de 1838). El intento de dem ora de Cullen fracasa. Las
provincias aprueban la co n d u cta de Rosas. La misma Santa Fe lo
hace. La últim a es C orrientes, siem pre remisa ante la p re p o n d eran ­
cia porteña.
Paralelam ente a este co n flicto diplom ático se desarrollaba en £1 conflicto
oriental. Oribe
la Banda O rien tal o tro más serio. El presidente, general M anuel v. Rivera
O ribe, m entalidad autócrata, apoy ad o en las clases más distinguidas
de la sociedad v con am plio predom inio de opinión en el sector
urbano, venía enfrentándose co n el general F ru ctu o so Rivera, cau­
dillo p o p u lar entre los hom bres de cam po, de escasa cultu ra v de
m enos principios. Las características personales v políticas de am ­
bos personajes habían dado a R ivera el dom inio de la cam paña
oriental, m ientras el Presidente se afirm aba en la capital. Rosas
había venido apoyando al m andatario legítim o.
A provechando esta situación, el cónsul R o g er com enzó a in­
trig ar para lograr el apoyo de R ivera v Cullen en un plan de lucha
co ntra Rosas, a cam bio del ap o v o a Rivera para que obtuviese su
vieja aspiración: el g obierno u ru g u ay o . Rivera en tró en la co m ­
binación. En o ctu b re las fuerzas navales francesas com pletaron el
cerco de M ontevideo que R ivera hacía p o r tierra y se apoderaron
en batalla de la isla argentina de M artín G arcía. La “ cuestión
francesa” ha dejado de ser exclusivam ente francesa v ha salido del
plano diplom ático.
El 20 de o ctu b re O rib e capituló, renunció bajo protesta a
su cargo y p artió para Buenos Aires, donde Rosas lo reconoció
com o único presidente legal del U ru g u ay .
R ivera y R o g er apresuraron sus trabajos. Se esperaba m ucho
de la acción de Cullen en Santa Fe. En diciem bre Berón de A stra-
La Comisión
da, g o b ern ad o r de C orrientes, convino su alianza con Rivera. El Argentina
20 de ese mes, los em igrados argentinos en M ontevideo co n stitu ­
y ero n la Com isión A rg en tin a , presidida p o r el general M artín
R o dríguez y bajo la influencia de F lorencio V arela, y prom ovieron
la form ación de una legión que, arm ada p o r los franceses, co o p e­
raría en el plan. Se hicieron co n tacto s con los descontentos de la
cam paña del su r bonaerense. T o d as las esperanzas eran insufladas
por la mala inform ación de los franceses v las esperanzas de los
demás com plotados. Berón de A strada ha dejado constancia de
que hacía la g u erra a Rosas v no a la C onfederación. T am bién se
abrieron com unicaciones con H eredia, el líder del noroeste. F loren­
cio V arela se encargó de vencer la resistencia del general Lavalle
a e n trar en una acción m ilitar com o aliado de una potencia ex tran ­
jera. P or fin, en Buenos A ires, algunos m iem bros de la A sociación
de M ayo que form aban el C lub de los C inco, co m prom etieron a
num erosos p o rteñ o s en un com plot, del que to m ó parte el co ro ­
nel «Ramón Maza, hijo del presidente de la Legislatura.
El R estaurador de las Leyes no está desprevenido. Lanza a La represión
rosista
E chagüe sobre C orrientes, v en la batalla de Pago Largo (31 de
m arzo de 1839), Berón de A strada es to talm ente batido v m uerto.
El agente francés D ubué es descubierto en M endoza v fusilado,
pero antes denuncia la participación de Cullen en la alianza an tirro -
sista. Éste abandona Santa Fe v se refugia en Santiago del E stero
bajo la p ro tecció n de Ibarra. Rosas le exige su entrega v éste,
tem eroso, entrega innoblem ente a su proteg id o , que es fusilado ni
bien pisa te rrito rio p o rte ñ o el 21 de junio, sin juicio alguno.
R ivera, al saber la d erro ta de los corren tin o s, tra tó de hacer
la paz con Rosas v p ro c u ró d eten er a Lavalle que se aprestaba a
iniciar su cam paña. El co m p lo t de M aza fue d escubierto el 24 de
junio. M aza fue arrestado v fusilado el 28. El día an terio r, su padre,
M anuel V . M aza, p resuntam ente com p ro m etid o en el m ovim iento,
fue asesinado en su despacho p o r m iem bros de La M azorca.
El últim o episodio de esta sucesión de desastres para los alia­
dos se desarrolló en los cam pos del sur. Desilusionados de que
Lavalle desem barcara en Buenos Aires v sabiéndose descubiertos,
los cabecillas P edro Castelli, A m brosio C rám er v M anuel R ico se
pro n u n ciaro n c o n tra Rosas en D olores, el 29 de o ctu b re. C arecían
casi totalm en te de arm as v las pidieron a M ontevideo. Pero P ru ­
dencio R osas,. herm ano del gob ern ad o r, no les dio tiem po y los
venció en la batalla de Chascormís el 7 de noviem bre, dando
m uerte a sus jefes con excepción de Rico.
¿Q ué había pasado co n Lavalle? A ntes de d ar respuesta a esta La expedición
de Lavalle
pregunta, nos rem ontarem os a los orígenes de la participación de
Lavalle en la em presa planeada entre em igrados, orientales v fran ­
ceses. Dos obstáculos oponía el general argentino: su negativa a
actu ar aliado a una potencia extranjera c o n tra Buenos Aires v el
espíritu de p artid o de algunos em igrados. H abía expresado:
Estos hom bres conducidos p o r un interés p ro p io m uy
mal entendido, q uieren tran sfo rm ar las leves eternas del
patriotism o, del h o n o r y del buen sentido; pero co n fío en
que toda la em igración p referirá que la R evista la llame
estúpida, a que su patria la m aldiga m añana con el dictado
de vil tra id o ra .11
C hilavert le había p ro m etid o que no se pisaría suelo argentino
sino bajo el pabellón nacional, que no se consentiría ninguna in­
fluencia extranjera en la organización del país y que los auxilios
serían pagados con una indem nización. T ales seguridades parecie­
ro n insuficientes al general. A lberdi logró en feb rero de 1839 que
el cónsul francés en M ontevideo le diera p o r escrito las miras de
F rancia respecto de sus intenciones en la A rg en tin a.12 N i aun así
consintió Lavalle, que fue llam ado reiteradam ente p o r Lamas, Va-
rela, C hilavert, R od ríg u ez v A lberdi. Por fin, F lorencio V arela
lo convenció de to m ar el m ando de todas las fuerzas argentinas
existentes en la Banda O riental, para evitar que la invasión fuera
efectuada p o r R ivera. Los argum entos de V arela disiparon los es­
crúpulos del general; en abril se trasladó a M ontevideo v aceptó
el encargo.
E n cuan to a los partidos, quiso que la expedición no fuese uni­
taria sino argentina, y respetando las tendencias de los pueblos, se
dispuso a aceptar la federación, com o m ucho antes la había acep­
tado Q uiroga. P or eso, la proclam a con la que acom pañó su entrada
en E n tre R íos decía: “ ¡Viva el g o b iern o republicano, representa­
tivo federal!” .13 El p ropósito evidente de Lavalle fue el de dar a
la cam paña el carácter de una lucha nacional c o n tra la dictadura,
exenta de connivencias con los extranjeros que la apoyaban y de
com prom isos con el p artid o unitario. Las resistencias creadas poi
Rosas en las provincias, hacían o p o rtu n o el m om ento para arreb a­
tarle la bandera federal.
Rivera, que recelaba del prestigio de Lavalle y que había p re­
tendido su b o rd in ar a su m ando a la Legión A rgentina, había en ­
tra d o en trato s con Rosas y obstaculizaba la expedición, p o r lo
que la partida de Lavalle de M ontevideo, en los buques franceses,
fue clandestina. El 2 de julio desem barcó en M artín G arcía. Allí
preparaba sus tropas cuando la C om isión A rgentina le inform ó que
no podía enviarle ni reclutas ni dinero para rem ontarlas. F.ntre-

11 B arba , Enrique M., ob. cit., pág. 15.


12 ídem , págs. 34 a 36.
íde?n, págs. 189 v 100.

A tL
tan to , Rosas, que no c re y ó que Lavalle había p o dido iniciar sus
operaciones sin la com plicidad de R ivera, dio o rd en a E chagüe de
invadir a E n tre Ríos. E n to n ces Lavalle cam bió su plan de cam paña
—destinado a invadir a Buenos A ires— y desem barcó en E n tre Ríos
el 5 de setiem bre, para c o rta r las com unicaciones de E chagüe y re ­
clu tar a los descontentos. E l 22 batió a los rosistas en Yeruá, pese
a ser doblado en núm ero. E l efecto fue u n nuevo p ro n unciam iento
co rren tin o co n tra Rosas, anim ado esta vez p o r el infatigable Pe­
d ro Ferré.
Lavalle se in tern ó en C orrientes, m ientras R ivera derro tab a a
E chagüe en Cagancha (29 de diciem b re). P ero estas sonrisas de la
fo rtu n a ten d rían su precio. R ivera p reten d ió nuevam ente subordi­
n ar a Lavalle, y F erré, p revenido c o n tra un jefe que era p o rteño,
entregó el m ando suprem o al general oriental. N o obstante, Lavalle
decidió o p e ra r según su criterio e invadió E n tre R íos nuevam ente,
con el p ro p ó sito u lte rio r de pasar el Paraná. E n D on Cristóbal
obtuvo u n triu n fo relativo sobre E chagüe (ab ril 10 de 1840), pero
el 16 de julio fue rechazado p o r éste en Sauce G rande. Esta d erro ta
fue grave, no p o r lo sucedido en el cam po de batalla, sino p o r sus
consecuencias estratégicas: c e rró a Lavalle la posibilidad de do­
m inar E n tre R íos antes de c ru z a r el Paraná. T a m p o c o le era posible
dem orar este cru ce, para el que necesitaba la escuadra francesa,
ante los rum o res serios de un próxim o arreglo en tre Francia y
Rosas. R etirándose a C orrientes no hacía sino co m plicar su situa­
ción. E ntonces, decidió trasladar su ejército sin dem ora al oeste del
Paraná y atacar a Rosas directam en te con la esperanza de pro v o car
un alzam iento general.
Pese a que dejó una fuerza encargada de h ostigar a E chagüe Cruce del Paraná
en E n tre R íos y a que había o btenido que el general Paz —quien
se había fugado el año an terio r después de o cho de cárcel— fuera
a C orrientes a o rganizar o tro ejército , F erré consideró la deci­
sión de Lavalle com o una vil traició n que dejaba su provincia a
m erced de los rosistas. Pese a la pretensión de co n stitu ir una em ­
presa nacional, los jefes de la coalición seguían operando según
sus intereses locales.
Lavalle p u d o —gracias a los buques franceses y a la inepcia de
E chagüe— desem barcar en B aradero y San P edro el 5 de agosto
de 1840. Inicialm ente tu v o algunas adhesiones que le dieron espe­
ranzas, ratificadas p o r el resultado favorable de todas las escaram u­
zas que sostuvo co n las fuerzas rosistas. La escasez de pastos, agua­
das, caballos e in fantería y la esperanza de un apreciable refuerzo,

47
le h icieron dem orar el avance. Sólo el 5 de setiem bre logró llegar
a M erlo, a apenas 15 kilóm etros del ejército de Rosas.
E ntonces se hizo evidente a Lavalle lo co m p ro m etido de su
situación. N o se p ro d u jo el levantam iento general que esperaba y
se en co n tró , p o b re de vituallas y casi sin in fantería, con 3.000
hom bres fren te a un enem igo que había reh u id o cuidadosam ente
el com bate en cam po abierto. Rosas, atrin ch erad o en Caseros con
más de 7.000 hom bres y 26 cañones, no se m ovía de su posición,
que era' inatacable para Lavalle.
E l 7 de setiem bre, decidió retirarse hacia Santa Fe con la Lavalle seretira
esperanza de que L am adrid, que había sublevado c o n tra Rosas el
noroeste, m archara sobre C órdoba, y para evitar que O ribe, que
había ocupado Rosario, lo atacara p o r el norte.
La etapa ofensiva de la expedición de Lavalle estaba term inada.
Rosas había obten id o un triu n fo político-m ilitar.
A principios de 1840 Rosas encom endó a su com padre, el ge- La Liga dei Norte
neral L am adrid —ex oficial de Paz que había adh erid o a la causa
rosista—, que m archara a T u c u m á n a reu n ir tropas y a o cu p ar si
era posible el g obierno de la provincia. C uando L am adrid llega a
destino, encu en tra una m arcada efervescencia c o n tra el régim en
de Rosas. Las provincias n orteñas resienten la dependencia política
y la independencia económ ica del R estaurador. La reacción ya
estaba en m archa y el 7 de abril M arco A vellaneda fue nom brado
go b ern ad o r; inm ediatam ente desconoció a Rosas com o gob ern a­
d o r de Buenos A ires —éste estaba p o r ser reelecto — y le re tiró la
autorización para m anejar las relaciones exteriores. L o mismo aca­
baba de hacer Salta y les siguieron Ju ju y , C atam arca y La Rioja.
E ntonces Lam adrid, en un increíble cam bio de fren te, se pro n u n ció
co n tra Rosas y adhirió a la Liga de los gobernadores, que pusieron
en sus manos el suprem o m ando m ilitar. Los recursos de las p ro ­
vincias coligadas eran escasos, las desconfianzas m utuas arraigadas,
nadie se fiaba demasiado de L am adrid; a su vez, Brizuela recelaba
de la particip ació n de los franceses en el conflicto. Los pueblos se
m ostraban apáticos, pero tam bién lo estaban los de C u y o y C órdoba
donde A ldao organizaba la fuerza de represión.
E l 21 de setiem bre L am adrid d e rro tó a A ldao en Pampa R e ­
donda y diez días después u n C ongreso reu n id o en T u cu m án
proclam ó la alianza de las provincias norteñas “c o n tra la tiranía
de d o n Juan M anuel de Rosas y p o r la organización del E stad o ” .
El carácter federativo de la Liga está a la vista.
El 10 de o ctu b re estalló una revolución en C órdoba ante la
aproxim ación de las fuerzas de L am adrid, a quien el nuevo g o ­
bierno en treg ó el m ando de las tropas provinciales.
M ientras tan to , Lavalle se retira hacia Santa Fe y se apodera
de la ciudad, sin que Ju an Pablo López le oponga el grueso de sus
fuerzas. La retirada ha queb rad o la disciplina de las tropas de
Lavalle, que se desbandan de los cam pam entos y com eten toda
clase de tropelías p o r los alrededores. Su general se siente im po­
ten te para contenerlas y adopta una especie de “estilo gau ch o ” en
su ejército , pensando que así está más acorde con la idiosincrasia
nacional. P ero la eficacia m ilitar de sus tropas se resiente.
E n terad o de que L am adrid estaba en C órdoba, se dirigió
hacia allí, indicándole que bajara a su vez a reunírsele y le p ro v e­
yera de caballadas. El general O ribe, a quien Rosas había enco­
m endado el m ando suprem o de sus fuerzas, lo persigue tenazm ente.
Lavalle se retrasa y L am adrid falta a la cita. El 28 de noviem bre Quebracho
Herrado
las agotadas tropas de Lavalle —un tercio de su caballería de a
pie—, deben hacer fren te en Q uebracho H errado al ejército de
O ribe, sup erio r en núm ero, en equipo y en caballos. Lavalle co n ­
duce a sus hom bres con pericia, pero el en cu en tro estaba decidido
de antem ano p o r el estado físico v m oral de los ejércitos. Los
vencedores hicieron en la persecución una verdadera carnicería.
M ás de mil quinientos m uertos, sin c o n tar los prisioneros, señala­
ron el exterm inio del E jé rc ito L ibertador.
Solución
C om o si no fuera bastante, Lavalle recibe poco después la del conflicto
noticia de la convención M ackau-A rana que pone fin al conflicto con Francia

entre Francia y la C onfederación. H a sucedido lo siguiente. M e-


hem ed Alí, p ro teg id o de Francia en M edio O riente, amenazaba
al sultán de T u rq u ía , c u y a estabilidad p ro cu rab a Inglaterra. Pal­
m erston había reu n id o hábilm ente toda la inform ación sobre las
gestiones e intrigas de los agentes franceses en el R ío de la Plata;
reunió to d o en un d o cu m en to y lo presentó al gobierno francés.
La publicidad del d o cu m en to podía d estru ir la influencia francesa
en Sud A m érica. Sim ultáneam ente, otras potencias ofreciero n apoyo
al Sultán. El g o b iern o francés debió batirse en retirada para evitar
un fiasco internacional, y solicitó a G ra n B retaña que mediara
en el P lata.14
Pese a que el baró n de M ackau llegó al Plata al frente de una
poderosa escuadra y una m u y apreciable fuerza de desem barco,
en cuan to com enzaron las negociaciones se m ostró dispuesto a
aceptar cualquier arreglo que salvara el h o n o r de su país. La in ter­

14 F e rn s , H . S., ob. cit., pág. 249.


vención de M endeville elim inó los últim os obstáculos v el 29 de
o ctu b re de 1840 se firm ó la convención de paz. Los franceses reci­
birían en la C onfederación el tra to dado a la nación más favorecida,
se reconocía el derecho a las indem nizaciones reclam adas v Buenos
Aires se com p ro m etía a respetar la independencia del U ru g u ay ,
sin perjuicio de su propia seguridad. Francia, p o r su parte, levan­
taba el bloqueo y se obligaba a desagraviar el pabellón argentino.
La separación de Francia de la lucha dejaba en la estacada Lavalle en
La Rioja
a R ivera v los corren tin os, p ero no alteraba m ayo rm ente la suerte
de Lavalle. Éste se retiró hacia el n o rte con L am adrid, abandonando
C órdoba. Los ejércitos m archaban juntos pero no unidos. Cada
jefe tenía un m ando independiente v se enrostraban recíprocam ente
el desastre de Q u eb rach o H errad o . P or fin, Lavalle propuso un
plan audaz, que ejecutó luego brillantem ente: se in ternaría en La
Rioja atray en d o sobre sí al ejército federal, en treten iéndolo hasta
que L am adrid hubiera podido levantar un nuevo ejército en
T u cum án.
En la nueva cam paña, secundaron a Lavalle el caudillo riojano
Brizuela y el com andante Peñaloza, co nocido años más tarde com o
el Chacho. D urante tres meses Lavalle en tretu v o a A ldao v a O ribe
en los llanos riojanos. C uando al fin el jefe oriental logró estrechar
el cerco, Lavalle se escabulló v apareció en T u c u m án el 10 de
junio de 1841. Brizuela, que se negó a abandonar su provincia, fue
vencido y m uerto en Sañogasta unos días más tarde.
La experiencia no había bastado para p ro v o car la unificación Campaña
de Lamadrid
de los m andos. M ientras Lavalle reponía sus hom bres, Lam adrid
con su flam ante división se lanzó a una nueva operación sobre San
Juan. Su segundo A cha o b tu v o una brillante victoria en A ngaco
(16 de agosto) pero dos días después fue so rp ren d id o en la Chaca-
rilla de San Juan y tras c u a tro días de lucha, sin m uniciones, se
rindió, siendo inm ediatam ente fusilado. L am adrid, con el grueso de
las fuerzas, pasó en tre las divisiones federales v e n tró en M endoza.
Sobre él conv erg iero n Pacheco, A ldao y Benavídez, y lo deshicie­
ron en R o d eo del M edio (24 de setiem bre). Los sobrevivientes
hu y eron a Chile.
E n tre ta n to , O rib e avanzó sobre T u c u m á n donde forzó a La-
valle a dar batalla. En Famaillá lo d e rro tó com pletam ente (19 de
setiem bre) al p u n to que a Lavalle no le quedó o tra solución que
la huida o la g u erra de recursos. Se retiró hacia el n o rte con sólo
200 hom bres. Estaba en Ju ju v cuando una partida federal tiro teó Muerte de Lavalle

ta
la casa en que se en co n trab a m atándolo accid entalm ente.15 Después
de Famaillá, O ribe reprim ió sangrientam ente a los coligados: A ve­
llaneda, Cubas y o tro s fu ero n ejecutados.
La v ictoria de O rib e silenciaba toda oposición a Rosas en el
noroeste argentino. Pero C o rrientes seguía en pie m antenida p o r
su entusiasm o y p o r la técn ica m ilitar del general Paz. D os veces
invadió E chagüe esta p rovincia sin éxito. E n su segunda tentativa
se e n c o n tró con Paz sobre el río C orrientes, en el paso de Caaguazú.
El 28 de noviem bre de 1841, Paz o b tu v o una victoria total. H abía
incitado al enem igo a un ataque que term in ó en una em boscada,
m ientras la derecha c o rren tin a tom aba al adversario p o r el flanco
y la retaguardia. Más de 2.000 bajas rosistas en tre m uertos, heridos
V prisioneros atestiguan la m agnitud del triu n fo.
P o r entonces, Ju an Pablo L ópez había defeccionado de la
causa rosista y su scripto un tra ta d o con C orrientes. R ivera, a su
vez, esperaba una victoria de Paz para decidirse a actu ar sobre
E n tre Ríos. C uando lo hizo alcanzó a U rquiza en G ualeguay y lo
d erro tó . U rq u iza se em barcó para Buenos A ires y Paz o cu p ó toda
la provincia. U rg ía ap ro v ech ar la victoria p o rq u e el ejército de
O rib e y a bajaba del n o rte. Pero las rencillas en tre R ivera, Paz y
F erré anularon tod o : el caudillo oriental tem ía la influencia de
Paz y esperaba que éste invadiera al oeste del Paraná, quedándose
él en E n tre R íos para asegurar su influencia allí —tal vez soñara
con reed itar la Liga de A rtigas—. F erré, a su vez, con un localismo
estrecho, preten d ía que Paz perm aneciera en E n tre Ríos p o r tem or
a que se reeditara la situación del año 40. L ópez tem ía que Paz
limitase su influencia y no veía con tranquilidad el avance de
O ribe. Sorpresivam ente, cu an d o Paz se disponía a cru zar el Paraná,
F erré retiró el ejército c o rre n tin o hacia su provincia y lo licenció.
Rivera repasó el U ru g u a y V Paz no tu v o más rem edio que retirarse
a M ontevideo.
La reacción rosista no se hizo esperar: Ju an Pablo López fue
batido en C oronda y Paso A g u irre (12 y 16 de abril) y h u y ó a
C orrientes. F erré, sensible a la influencia de R ivera, en treg ó a éste
la d irección de la g u erra, sacrificando al prestigioso general Paz,
que q uedó fuera de la cam paña.
El cam bio no p u d o ser peor, pues R ivera era tan mal general

15 Se han insinuado otras versiones acerca de su m uerte. Sin embargo.


O ribe identificó al soldado José Bracho, com o m atador de Lavalle, y el 13
de noviem bre de 1842, Rosas lo ascendió a teniente, le dio tres leguas de
campo, 600 vacunos, 1.000 lanares y 2.000 pesos. V er: Enrique M. Barba,
ob. cit., pág. 682.
com o dudoso aliado. A hora, vuelto a E n tre Ríos, se iba a e n fren tar
con O ribe, su viejo rival, p o r la presidencia o riental que él d eten­
taba —en reem plazo de P erey ra— y que O ribe p reten d ía recuperar.
El 5 de diciem bre las m ayores fuerzas reunidas hasta entonces en
una gu erra civil argentina se en fre n ta ro n en A r r o y o G rande (8.500
aliados y 9.000 rosistas). R ivera em pezó p o r no crear una reserva
de com bate y ad o p tar una actitu d defensiva. Su co n d u cció n fue
nula. La victoria de O rib e total: los aliados tu v iero n 2.000 m uertos
V 1.400 prisioneros de los que fu ero n degollados todos aquellos que
tenían grado de sargento para arriba.
T am bién Peñaloza, en terado de Caaguazú, había p retendido Campaña
de Peñaloza
reab rir la cam paña en el noroeste. D esde Chile en tró en La R ioja,
se apoderó de ella y de C atam arca, batió al g o b ern ad o r de T u c u -
mán, pero fue finalm ente vencido en M anantial e Illisca, obligán­
dosele a un nuevo exilio.
M ientras esta larga y sangrienta g u erra se definía en favor de
Rosas, ahogando los arrestos federalistas de las provincias del n o r­
oeste y de C orrientes, el g o b ern ad o r de Buenos A ires había deci­
dido im poner silencio a sus adversarios p o r m edio del te rro r.
D esde el asesinato del d o c to r Maza, se fue im plantando un
régim en de intim idación pública que alcanzó su culm inación d u ­
rante la cam paña de Lavallé del año 40. A m edida que crecía el
peligro, se agigantaba la represión c u y o principal in stru m en to era
la Sociedad Popular R estauradora. Bastaban leves sospechas, un ges­
to antifederal, una denuncia de un dom éstico, para que una persona
fuese encarcelada. Si la sospecha era más grave o si era un opositor
sindicado, se lo m ataba o fusilaba. E l A rch iv o de la Policía porteña
de esos meses registra centenares de órdenes de arresto y condena,
sin c o n tar co n los p ro cedim ientos no registrados de La M azorca.
La ciudad se sum ió en un silencio de espanto. H asta los m inistros
de los Estados extranjeros se sintieron am enazados. C uando M ende-
ville pidió p ro tecció n , Rosas se declaró im potente para sujetar a
sus secuaces y le en ro stró al m inistro su “coraje tem erario ” p o r
salir solo de noche.
T a l im potencia era ficticia. N in g ú n resorte del p o d er escapaba
a la habilidad del dictador. D espués de C aaguazú recrudece el te ­
rro r, com o si se quisiera ahogar to d a posibilidad de un debilita­
m iento del fren te intern o en Buenos Aires. Pero cu ando Rosas
considera que lo político es restablecer la calma y que los “ejecu­
tores de la justicia federal” le deben tam bién obediencia, los en-

52
frenta en u n solo día, co n el d ecreto del 19 de abril de 1842. E l
te rro r no había sido u n desborde de sectores extraviados, sino una
verdadera arm a política.

El dilema de Rosas
y la Inter nacionalización de
los conflictos

El encum bram iento de Rosas había obedecido a dos causas yepac?f¡c£dón


predom inantes: 1) la necesidad de asegurar el régim en federal
argentino; 2) establecer la paz. Su prestigio consistió en que se lo
consideró el hom bre capaz de alcanzar estos dos objetivos.
Si Rosas logró d u ran te su prolongada hegem onía acostum brar
a la R epública a v ivir ligada p o r una serie de p actos que prep araro n
e hicieron posible la p o sterio r organización constitucional del país,
su federalism o no co n venció a m uchos de sus contem poráneos. N o
sólo era evidente que —com o hemos señalado— no se extendía al
plano económ ico, sino que p oco a p oco fu ero n más las provincias
que resentían la influencia de Rosas y su m odo de c o n d u c ir las
cuestiones nacionales. A sí se explica que federales auténticos y
am antes de su te rru ñ o p rovinciano, com o F erré, M adariaga, Bri­
zuela, A vellaneda, Peñaloza, se alzaran c o n tra el g o b ern ad o r de
Buenos A ires y lucharan hasta el sacrificio de sus vidas. H asta
hom bres de su ó rb ita desertaro n de su causa a m edida que se c o n ­
vencían que Rosas había dejado de ser la g arantía del desarrollo y
la independencia política de las provincias: así o c u rrió con Juan
Pablo López en 1842 y co n el general U rq u iza en 1851. P o r ello
nos hemos cuidado de no d enom inar unitario al bando y al ejército
que m antuvo la lucha d u ran te el p erío d o 1840-42. L lam arlo así
co n stitu y e una anom alía trad icio n al que curiosam ente no ha sido
“revisada”.
P ero donde Rosas fracasa del m odo más ro tu n d o e indiscuti­
ble es en algo en que estaba personalm ente interesado: el logro
de la paz.
D en tro de su esquem a político , Rosas había debido negarse
a la organización constitucional del país, negativa cuyas causas ya
examinamos. Pero la adhesión a su Causa y la fuerza de los pactos
no fu ero n suficientes, p o r aquello mismo, p ara dar al país la co ­
hesión que Rosas deseaba. C on quienes se m o straro n independientes
o reacios —ni q u é hablar de sus opositores intolerantes, que p o r
supuesto ab u n d aro n — fue incapaz de tran sar y de conceder. D onde
vio resistencia p ro c u ró reducirla. Y para ello debió re c u rrir cons­
tantem ente a la guerra.
Así se m alogró la paz rosista. N o sólo p o r la virulencia de las
reacciones, sino p orque antes, d u ran te v luego de ellas la diplom a­
cia de Rosas, cuya fuerza se había dem ostrado años antes, perm a­
neció curiosam ente silenciosa. C uando U rquiza, p o r iniciativa p ro ­
pia, firm ó el T ra ta d o de A lcaraz, Rosas sospechó v se opuso a lo
pactado, entreg an d o todo a la suerte de las armas.
Con el c o rre r del tiem po, la prolongación de las guerras co ­
m enzó a perju d icar los intereses territoriales v com erciales que le
sostenían, v G ra n Bretaña com enzó a ver en la situación un estorbo
para sus posibilidades com erciales.
A llí estaba el dilema de Rosas: reprim ir, p rivando de paz al
país, o cruzarse de brazos, dejando crecer a sus enem igos. La vio­
lencia de la época no hacía fáciles las soluciones interm edias, pero
los pueblos cansados siem pre están proclives a transar. Rosas no
lo vio.
La consecuencia inm ediata de la batalla de A rro y o G ran d e
fue la caída de C orrientes bajo el co n tro l rosista y la invasión de
la Banda O riental p o r O ribe. En ese m om ento la C onfederación Banda Oriental
está en paz, aunque no esté pacificada en lo p ro fu n d o . El problem a
de O ribe con Rivera era ap arentem ente un asunto interno de la
Banda O riental. En realidad, Rosas no podía adm itir allí un régim en
que le había sido activam ente hostil, ni tam poco podía abandonar
al general O rib e que había sido su brazo arm ado en el som etim iento
de la insurrección del año 40. O ribe, pues, invadió a su país con
tropas argentinas v con el auxilio declarado de Rosas.
En feb rero de 1843, O rib e sitió M ontevideo, m ientras la es­
cuadra de Buenos Aires la bloqueaba p o r el río. El general Paz se
encargó de la defensa, p ero la oposición de Rivera a su persona
lo obligó a dejar el m ando en julio de 1844 v m archarse a Río de
Janeiro, desde donde co n tin u ó a C orrientes, a la que llegó en enero
de 1845'. La causa de este viaje era que desde abril de 1843, ap ro ­ Corrientes
vechando que el general U rquiza —g o b e rn a d o r de E n tre Ríos des­
pués de C aaguazú— com batía c o n tra Rivera, Joaquín M adariaga
había sublevado la provincia de C orrientes v reanim ado la resis­
tencia co n tra Rosas. D urante los años 1843 a 1845 se m antuvo en Alianza
con Paraguay
esa posición, v en 1846 decidió pasar a la ofensiva, luego de c o n ­
ce rtar una alianza con el Paraguay, al que Rosas rehusaba el reco ­
nocim iento de su independencia.
Este paso del gobierno c o rre n tin o im portaba una nueva inter-

54
nacionalización del co n flicto . N o sólo in terv en d rían tropas para­ Interés del Brasil

guayas en la cam paña, sino que se abría la p u e rta a la acción


diplom ática brasileña, que p o c o antes había reco nocido la inde­
pendencia paraguaya y pugnaba p o r debilitar la influencia de la
C onfederación en la zona m esopotám ica. D e n tro de esta línea, Bra­
sil especulaba sobre los alcances de la ya m anifestada intervención
anglofrancesa en el R ío de la Plata para unirse a ella. E n realidad,
Brasil había estado vinculado al co n flicto años antes, apoyan­
do calladam ente al p a rtid o colorado del general Rivera. C uando
O ribe fue desalojado de la presidencia y cay ó bajo la pro tecció n
de Rosas, la lucha en tre am bos caudillos orientales se transform ó
indirectam ente en una lucha de influencias en tre A rgentina y Bra­
sil sobre la Banda O riental. R ivera rara vez dejó de traicio n ar a sus
aliados, y los brasileños p ro n to descubrieron que aquél prom ovía
revoluciones en R ío G ra n d e y trataba de suplantar la influencia
de Brasil con la británica. E n vista de eso, Brasil se sustrajo p ru ­
d entem ente de in terv en ir en la nueva cuestión internacional sus­
citada en to rn o de M ontevideo.
D esde que com enzó la década del 30, la im portancia de M on­ Cambio de
la política
tevideo com o p u e rto y c e n tro com ercial creció notablem ente. La exterior británica
colonia b ritánica allí instalada p ro sp eró y en tró en lógica rivalidad
con los com erciantes de Buenos Aires, incluidos los ingleses. M ien­
tras el com ercio p o rteñ o había dism inuido desde 1840, el de M o n te­
video crecía, pero la reanudación de la g u erra en te rrito rio oriental
tra jo la evidencia de una nueva traba com ercial c o n tra la que
quisieron prevenirse los británicos residentes allí, que enco n traro n
un cam po favorable en un sutil cam bio de la política exterior
inglesa.
En 1841, lord Palm erston había sido reem plazado en el Foreign
Of f i c e p o r lord A berdeen. Poco antes, la cancillería inglesa había
pro d u cid o u n M em o rán d u m en el que propiciaba una política de
apoyo a los regím enes de paz que hacían posible el desarrollo del
com ercio británico. E n una in terp retació n libre de esta política,
A berdeen, sensible a las reclam aciones de la com unidad británica
de M ontevideo, tra tó de o b ten er un T ra ta d o co n aquella plaza, a
cam bio de lo cual le p ro m etía so c o rro .16 E sto significaba tom ar
partido en la contienda, aunque lo que en realidad se proponía el
canciller inglés era o b ra r com o m ediador para im poner la paz.
Deseoso de o b rar en c o n ju n to con Francia, p ro c u ró el apoyo La m ediación
anglofrancesa

16 F erns, H . S., ob. cit., págs. 258 y 259, que se basa en la docum enta­
ción del Foreign O ffice y en los Aberdeen Papers.
de ésta a su acción, que le fue dado en .a rm a vaga e im precisa. En
m arzo de 1842 dio sus instrucciones a M endeville, acordando que
en caso de una negativa debía hacer saber a Rosas que la defensa
de sus intereses com erciales podía im poner a su g o b ierno “el deber
de re c u rrir a otras m edidas tendientes a ap artar los obstáculos que
ahora interru m p en la pacífica navegación de esas aguas” .17 La
m ediación adquiría así form a de ultim átum , y de ese m odo lo en­
ten d ió M endeville y se lo ad v irtió a Rosas, quien no se inm utó.
Ya en 1843, el m inistro inglés, co n ju n tam en te con el francés —co n ­
de de L urd e— presentó fo rm alm ente la m ediación. Rosas dem oró
la respuesta, con visible m olestia del francés, v en noviem bre la
rechazó totalm ente.
Poco después se p ro d u c ía A rro y o G ran d e y el sitio de M on­
tevideo. A n te tal cam bio de la situación la m ediación carecía de
bases, pero los representantes diplom áticos de las dos potencias
propusieron un arm isticio, que significaba salvar a R ivera de su
du ro trance. Peor aún, p ro m etiero n ayuda m ilitar a los sitiados,
con lo que anim aron la resistencia. M endeville se dio cuenta tarde
de que había ido dem asiado lejos cuando el com andante británico
Purvis im pidió a la escuadra de Buenos Aires b loquear M ontevi­
deo. Purvis fue desautorizado p o r A berdeen, p ero éste no desistió
de su pro y ectad a m ediación co n ju n ta, pese al rechazo ya sufrido.
M ientras tan to , el com ercio m ontevideano languidecía v Rosas
hábilm ente com enzó a satisfacer las reclam aciones de sus acreedo­
res internacionales, con lo que logró que la balanza del interés
com ercial se inclinara de su lado. P ero A berdeen n o se p ercató de
ello y am enazó con in terv en ir m ilitarm ente si no se levantaba el
sitio de M ontevideo y no se retirab an las tropas argentinas de la
Banda O riental.
La com unidad com ercial britán ica de Buenos A ires protestó. La intervención
C uando las quejas reiteradas llegaron a L ondres, A berdeen dio
m archa atrás, pero ya era tard e. El 26 de setiem bre de 1845 la
escuadra anglofrancesa bloqueó Buenos Aires y o cu p ó M artín G a r­
cía. Inm ediatam ente se in ten tó fo rz a r el paso de los ríos para abrir
los puertos de E n tre Ríos, C o rrientes v Paraguay al com ercio
inglés, representado p o r un cen ten ar de barcos m ercantes cargados
de m ercancías. Rosas encargó a Mansilla fo rtific a r el Paraná, y
éste lo ce rró con cadenas bajo la p ro tecció n de la artillería en la
V uelta de O bligado. El 18 de noviem bre se p ro d u jo un enconado
com bate en tre esta posición v la escuadra anglofrancesa, la que

17 F e r n s , H . S., ob. cit., p á g . 261.

56
finalm ente p u d o abrirse paso. E l esfuerzo, que tan to dañó las rela­
ciones en tre los beligerantes, fue estéril, pues las provincias a las
que iba dirigida la expedición com ercial estaban casi en bancarrota
y no co m p raro n nada.
A principios de 1846, U rquiza, que había batido el año ante­ Campañas
de Urquiza
rio r a R ivera en India M uerta en form a tal que puso fin práctica­
m ente a su carrera m ilitar, invadió C orrientes donde Paz aprestaba
un ejército co rren tin o -p arag u ay o . S orprendió a la vanguardia de
Ju an M adariaga (4 de fe b re ro de 1846) y to m ó a éste prisionero.
Paz se re tiró a posiciones prefijadas, donde U rq u iza no se anim ó a
atacarlo y e m p re n d í» la retirada hacia E n tre Ríos, p ero en tretanto,
p o r interm edio de su in flu y en te prisionero, p ro p u so la paz a C o­
rrientes a con d ició n d é q u e Paz fuese alejado de la provincia. La
propuesta incluía la insinuación de que ambas provincias podían
co n stitu ir la base de una reorganización de la R epública. Joaquín
M adariaga fue sensible a la propuesta que le enviaba su herm ano.
El 4 de abril, el general Paz, eterno desechado de sus aliados, fue
despojado del m ando suprem o. Los paraguayos regresaron a su
país y Paz se exilió con ellos.
Inm ediatam ente com enzaron las tratativas de paz, que U rquiza Paz de Alcaraz
m anejó p o r su cuenta, sin in fo rm ar a Rosas. E l g o b ern ad o r de
E n tre R íos había tom ado conciencia de su posición clave den tro
del panoram a nacional, d onde hasta los ingleses 16 halagaban p ro ­
poniéndole la secesión m esopotám ica bajo su presidencia. Pero
U rquiza no era hom bre de fantasías. El 13 de agosto firm ó con
M adariaga la paz de Alcaraz. P o r ella. C orrientes se reintegraba a
la C onfederación y al P acto Federal. P ero p o r un p acto secreto
adjunto, se liberaba de a c tu a r c o n tra sus aliados de ay er y m an­
tenía su alianza con P arag u ay y M ontevideo. Este p acto secreto
revela el p ro p ó sito de U rq u iza de lograr u lterio rm en te la paz de
la R epública, y su desilusión de Rosas.
E l desastre com ercial inglés en el Plata, fru to de su in terven­ Nuevo cam bio
de la política
ción, hizo c o m p ren d er en L ondres el e rro r de la política seguida. británica

E n 1845 las exportaciones inglesas al Plata fuero n m ínim as v en


el año siguiente casi nulas. Paralelam ente, en L ondres, A beerden
renunciaba y volvía Palm erston a la cancillería. D ecidido a cam ­
biar de política y a p o n e r fin a los conflictos p rovocados p o r su
antecesor, o rd en ó el retiro de las tropas inglesas del sitio de M on­
tevideo, reem plazó a su m inistro en Buenos A ires y ya en junio
de 1847 levantó el bloqueo de Buenos Aires, m edidas todas que
tom ó de com ún acuerdo con Francia, tem erosa de que ésta a p ro ­
vechara la situación para reem plazar la influencia británica.
Las negociaciones fueron largas y em barazosas, v no se co n ­
creta ro n hasta el 15 de m ayo de 1849: las potencias europeas
reconocían a O ribe com o presidente del U ru g u ay , los extranjeros
de M ontevideo serían desarm ados, las divisiones argentinas serían
retiradas y los aliados devolverían M artín G arcía, la navegación
del Paraná era un asunto argentino. El tratad o A rana-S outhern-
L ep réd o u r fue ratificado en Inglaterra y Buenos Aires rápidam ente.
N o o cu rrió lo mismo en Francia y L ep réd o u r regresó en 1Ü50 para
convenir una nueva paz. Rosas se m antuvo irred u ctible y p o r fin
el 31 de agosto, las partes firm aro n un nuevo tra ta d o idéntico. H a­
bía term inado el co n flicto internacional.

La caída

Situación general
A m edida que progresaban las tratativas en tre la C o nfedera­
ción, G ra n B retaña y F rancia, se hacía más visible para todos que
una nueva época de paz y prog reso podía abrirse para el R ío de
la Plata. El año 1849 significó para Buenos Aires un renacim iento
m ercantil. D espués de la batalla de V ences había cesado toda lucha
en te rrito rio argentino, la inm igración había aum entado conside­
rablem ente, en Buenos Aíres com enzaban a abrirse fábricas, el
ganado lanar se había m ultiplicado en form a so rprendente, las
provincias interiores gozaban de un d iscreto bienestar y la de
E n tre Ríos había hecho progresos sorprendentes. T o d o este pan o ­
ram a hizo renacer en L ondres la convicción de que Rosas seguía
siendo el cam peón del orden del R ío de la Plata v el únjco capaz
de p ro teg er el com ercio de im portación.
La gu erra que se m antenía p o r el g o b iern o de la R epública
O riental p ro n to ten d ría fin, al m enos para las arm as argentinas.
Sin em bargo, Rosas tenía en aquel m om ento una p reocupación y
una obsesión. La p reocupación era el general U rquiza, que daba
m uestras de una peligrosa independencia en sus actos. La obsesión
era el Im perio del Brasil, del cual esperaba una agresión, y estaba
decidido a ganarle de m ano y llevarlo a la g u erra cuando fuera
conveniente a los intereses de la C onfederación.
Si el T ra ta d o de A lcaraz había constituido el p rim er síntom a
externo de que el g o b ern ad o r de E n tre Ríos abrigaba planes de
m ayor alcance en sus relaciones con Rosas, tal cosa no se le ocultó
a éste, que rechazó el acu erd o en térm inos severos. Pero m ientras

58
C on Justo José de U r­
q u iz a la h e g e m o n ía p o ­
lític a pasa al in t e r i o r ,
sin a b a n d o n a r el lito ra l

esto o cu rre, U rquiza ha dado un nuevo v más grave paso: ha p ro ­


puesto «a los co n ten d o res u ruguayos su m ediación. Poco después
reconoce al g o b iern o de M ontevideo com o g o bierno legítim o del
U ruguay.
Esta actitu d m erece la más enérgica reprobación de Rosas, que
en m arzo de 1847 le en rostra haber violado el Pacto Federal por
el que toda provincia se ha obligado a no c o n ce rtar tratados con
naciones extranjeras sin anuencia de las otras. En privado, Rosas
califica de “ ignom iniosa” la co n d u cta de U rquiza.
Justo José de U rquiza tenía p o r entonces bien sentado presti- u rq u iza
gio. Provenía de una vieja familia de la costa oriental de la p ro ­
vincia, zona donde aquél com enzó su actuación política \ m ilitar
V alcanzó una influencia dom inante. Rival de E chagüe, la derrota
de éste en Caaguazú le p erm itió reem plazarlo v asum ir el gobierno
provincial, lo que no fue m uv del agrado de Rosas, que siem pre
había sospechado de su independencia de juicio.
A nte la reacción de Rosas, U rquiza co m p ren d ió que no era
el caso de un rom pim iento abierto e invitó a M adariaga a nuevas
tratativas sobre las bases im puestas p o r Rosas. Las negociaciones
se dem oraron y Rosas le o rd en ó invadir a C orrientes. U rquiza no
cum plió inm ediatam ente v avisó a M adariaga que la paz va no
era posible.
O tro fa c to r que convenció a U rquiza de la inm adurez de la
situación para llegar a la paz de la república, fue el ataque que
Rivera llevó a Pavsandú, en los estertores de una vida política que
se acababa. Finalm ente, U rquiza invadió a C orrientes, donde los M a­
dariaga le aguardaban sin m ayores esperanzas. El 27 de noviem bre
de 1847 fuero n d errotados en Vences. Benjam ín V irasoro, corren-
tino urquicista, tom ó el g o b iern o de la provincia. Desde entonces,
el jefe en trerrian o tu v o el dom inio p olítico total de la M esopotam ia
y estaba en condiciones de no ten er que agachar nuevam ente la
cabeza. Inició una política de conciliación: acogió em igrados de
distintas parcialidades, aum entó el com ercio con el U ru g u ay v
atenuó el lenguaje oficial.
Parece ser que desde 1848, Rosas estaba dispuesto a pro v o car
un incidente con el Brasil. Sólo así se explica s u . insistencia ante
su em bajador, el general G u id o , para que se quejase al gobierno
im perial sobre m anifestaciones vertidas en el Parlam ento brasileño.
C uando el canciller de P edro II accedió p o r vía de conciliación
a dar explicaciones que en rig o r no debía, Rosas las hizo públicas

Ío r la prensa, con el o b jeto de p ro v o car una crisis en R ío de


aneiro.
A m ediados de 1849, una p ereg rin a incursión m ilitar paraguaya Rosas y el Brasil

en te rrito rio argentino es tom ada p o r Rosas com o fru to de una


intriga brasileña y exige nuevas explicaciones en térm inos e n ér­
gicos. A p a rtir de entonces, sus exigencias a G u id o son cada vez
más perentorias, instru y én d o le que en caso de que no se den expli­
caciones suficientes, pida los pasaportes y dé p o r rotas las rela­
ciones. Esta exigencia no se entiende si no es con el pro p ó sito de
p ro v o car un co n flicto arm ado en un m om ento en que el Brasil
enfrentaba serias dificultades internas y Rosas creía haber alcan­
zado el cén it de su fo rtu n a. T en ía p o r entonces casi 20.000 hom bres
en pie de g uerra, lo que el Im perio difícilm ente podía lograr. Por
fin, su insistencia p ro d u ce fru to s: Brasil no da más explicaciones,
G u id o anuncia que se retira v se rom pen las relaciones el 11 de
setiem bre de 1850.
U rquiza y
E n el cálculo de Rosas hubo un serio erro r. Pensó hacer la el Brasil
g u erra al Brasil con O rib e y U rquiza y sus respectivas fuerzas;
pero éste pensaba o tra cosa. La agresividad del d ic ta d o r argentino
co ntra los brasileños le brin d ó a U rquiza una carta de triu n fo . Las
fuerzas de C orrientes y E n tre R íos solas eran pocas para im poner
un cam bio, p ero aliadas con Brasil podían com enzar p o r enderezar
a su favor la situación de la R epública O riental, y con sus fuerzas
acrecidas, sus espaldas guardadas y una colaboración naval, dispu­
ta r a Rosas el dom inio de la C onfederación, que era tam bién
disputárselo a Buenos Aires.

ar\
En enero de 1851 un agente de U rquiza p ropuso en M o n te­
video al represen tan te im perial una alianza para deponer a O ribe
V expulsar a los argentinos de aquella república. Brasil tem ía una
d e rro ta m ilitar, que hubiera acabado con el Im perio, trataba de
hacer m éritos en A sunción y M ontevideo, v la expulsión de las
fuerzas .argentinas del U ru g u a y le quitaba una secular preo cu p a­
ción, de m odo que no vaciló en aceptar la p ropuesta, pero exi­
giendo que previam ente U rquiza ro m piera públicam ente con R o­
sas. E n tre ta n to , la prensa en trerrian a presentaba a U rquiza com o
“el paladín de la organización nacional” . La política del g o b ernador
com enzaba a hacerse pública.
Desde diciem bre de 1848 Rosas había insinuado que no iba a La ruptura
aceptar una reelección cuando term inara su p eríodo en m arzo de
1850. D u ran te el año 1849 reiteró varias veces esto y cuando llegó
el mes de diciem bre lo anunció una vez más. El género de política
que venía desarrollando con el Brasil perm itía suponer que estas
renuncias no eran sinceras, pues de lo c o n tra rio hubiera m ediado
inconsecuencia en tre ambas actitudes, defecto que Rosas nunca
tuvo.
C om o en 1832 y 1835, puede presum irse que Rosas procuraba
m ejorar su situación política antes de em p ren d er una guerra que
lo con v ertiría en á rb itro de Sud A m érica. D a respaldo a nuestra
presunción el p ro y e c to presentado en la Legislatura po rteñ a de
designar a Rosas Jefe S uprem o de la C onfederación, con plenos
poderes nacionales. De este m odo, Rosas dejaba de ser el goberna­
d o r de Buenos A ires en cargado de las relaciones exteriores para
convertirse en jefe del estado argentino.
O n ce provincias adhirieron al p ro y e c to . E n tre Ríos v C o­
rrientes se abstuvieron, y el prim ero de m ayo de 1851, U rquiza
aceptó la renuncia presentada p o r Rosas com o encargado de las
relaciones exteriores, separó a E n tre R íos de la C onfederación v la
declaró en ap titu d de entenderse con todas las potencias hasta que
las provincias reunidas en asamblea nacional dejasen constituida la
república. Pocos días después V irasoro le im itó.
C uando Rosas se enteró, calificó a U rq u iza de traid o r, loco
y salvaje unitario. E ra la misma etiqueta para un p ro d u cto distinto.
E l 29 de m ayo de 1851 se firm ó la alianza en tre Brasil, E n tre Alianza con
Brasil y
R íos y el g o b iern o de M ontevideo, para luchar c o n tra O ribe. La Montevideo
respuesta de Rosas es la declaración de g u erra al Brasil el 18 de
julio y su aceptación a co n tin u a r en el g o b iern o (15 de setiem bre).
U rq u iza se puso en cam paña inm ediatam ente. D ejó a V irasoro
en E n tre R íos para co n ten er cu alquier m ovim iento de Rosas e
invadió el U ru g u ay . Las tropas de O rib e no o freciero n resistencia
V el general o riental o p tó p o r cap itu lar el 8 de o c tu b re ante las
excelentes condiciones que le ofrecía U rquiza, que inauguró el
lema: “N i vencedores ni vencidos” .
T erm in ad a esa cam paña con tan to éxito com o m oderación, el
21 de noviem bre se firm a un nuevo p acto en tre Brasil, E n tre Ríos,
U ru g u a y y C orrientes, destinado a p o n er fin a la extensa dom i­
nación del g o b ern ad o r Rosas. Se establece que el m ando suprem o
correspond erá al general U rquiza, se estipula la cooperación m ili­
tar y financiera de las potencias aliadas v se p ro m ete la libre na­
vegación de los ríos.
Inm ediatam ente com ienza la form ación del E jército G ran d e La campaña
• i t xt contra Rosas
en D iam ante, que se pone en pie con una rapidez asom brosa. N u n -
ca se había visto tam año ejército en nuestro país: 30.000 hom bres,
de los cuales 24.000 eran argentinos, 4.000 brasileños v 2.000 o rien­
tales. T o d o s los jefes de división eran federales, con excepción del
general L am adrid, cu y o co lo r p o lítico es difícil de definir: V ira-
soro, M edina, Ábalos, Juan Pablo López, G alán, U rd inarrain v
G alarza. A lgunos oficiales que han m ilitado en el “ unitarism o”
tam bién se in co rp o raro n : los principales eran A quino y el teniente
coronel de artillería B artolom é M itre. D om ingo F. Sarm iento ob­
tuvo un cargo adm inistrativo en el ejército.
A m ediados de diciem bre p u d o U rquiza cru zar el Paraná con
la colaboración de la escuadra brasileña, sin ser hostigado p o r las
fuerzas rosistas. A l entusiasm o que reina en las filas de U rquiza,
corresponde una m arcada frialdad en el bando co n trario . La gente
está harta de guerras. Los soldados todavía responden a su caudillo,
pero entre los jefes se nota una apatía rayana en el desgano y aun
en el disgusto. El general M ansilla, héroe de la V uelta de O bligado
y pariente del dictad o r, rechaza el m ando superior v se va a su casa.
Rosas nom bra entonces a P acheco, pero éste renuncia varias veces
invocando que es desobedecido y que hav “órdenes secretas” en el
ejército que no em anaban de él. T ra s m uchas vacilaciones acepta
el cargo. A fines de enero un jefe denuncia a Rosas que Pacheco
lo traiciona. Según el testim onio de A ntonino Reves, secretario de
Rosas, esta noticia p ro d u jo en éste un efecto trem endo. El 30 de
enero U rquiza llega al río de las C onchas y Pacheco en vez de
defender el paso se retira sobre Caseros, luego envía su renuncia
a Rosas y se va a su estancia.
Estos episodios ensom brecieron el ánim o de Rosas. O bligado

ZT
p o r las circunstancias tu v o que asum ir el m ando suprem o, cuando
nu nca lo había hecho y no había estado en o tra batalla propiam ente
dicha que la de Puente de M árquez, 22 años antes. El 2 de febrero,
m ientras U rquiza se aproxim aba, reunió un consejo de guerra do n ­
de m anifestó su decisión de luchar, p ero ofreciendo su renuncia si
la opinión era la de p actar con el enem igo. Se o p tó p o r dar batalla,
dada la cercanía del adversario.
E l 3 de feb rero , en el cam po de Caseros, se libró la lucha. Los
ejércitos eran parejos en núm ero y disciplina. La posición defen­
siva era buena, pero la co n d u cció n de Rosas fue totalm ente estática
y sus subordinados tam p o co d ieron m uestras de iniciativa. U rquiza
planeó bien su acción, aunque siguiendo una actitud que le sería
típica: en un m om ento de la batalla abandonó la co nducción general
para m ezclarse en la batalla com o jefe de un ala. La victoria de
los aliados fue total. Rosas nada salvó y con unos pocos seguidores
regresó a Buenos Aires. Los honores de la jornada habían corres­
pond id o a la caballería m esopotám ica y a la infantería oriental.
Rosas red actó inm ediatam ente su renuncia y a continuación
se asiló en la legación británica. Esa misma noche, acom pañado
del encargado de negocios inglés, se trasladó con sus hijos Ma-
nuelita y Ju an a una fragata inglesa. C u atro días después partía
para Inglaterra, para no reg resar jamás.
LA RECONSTRUCCION
ARGENTINA
LA HEGEMONÍA
DEL INTERIOR

La República escindida

La caída de Rosas dejó de hecho to d o el p o d er político na­


cional en las m anos del general U rquiza. Pero en el o rden local
po rteñ o , el vacío de p o d e r resultó más difícil de llenar, dada la
an terio r om nipresencia de Rosas en tod o s los aspectos de la vida
política provincial.
C uando el ejército de U rquiza p en etró en la ciudad, una quin­
cena después de la batalla de Caseros, fue recibido según unas
versiones co n aclam aciones y lluvia de flores; según otras, con un
silencio reticen te y hostil. T a l vez ninguna de ambas versiones sea
totalm en te exacta. Sin duda hubo p o rteñ o s que sintieron su libertad
recuperada de los excesos de la autocracia, y la población de Bue­
nos A ires era bastante num erosa com o para que un secto r de ella
llenara la calle y diera una im agen de euforia a los recién llegados.
T am b ién hubo otros, afines al régim en derrib ad o , que m iraban el
po rv en ir con tem or. P ero en tre estos extrem os hubo sin duda un
g ru p o g ran d e de ciudadanos cuya actitu d d om inante fue la ex­
pectativa.
Rosas había fracasado en lo g rar la paz. E sto y el desgaste p ro ­
vocado p o r casi veinte años de g obierno personalista, más los
excesos del régim en, habían apagado m uchos entusiasm os y alejado
más de u n adherente. Pero sería erró n eo sacar com o conclusión
que Rosas era un hom b re im popular el día de su d errpta. E ran m u­
chos todavía los intereses que se sentían tutelados p o r él, m uy
num erosas las masas p obres que le veían com o u n p ro te c to r, y por
fin, no escaseaban los que aun crey en d o que Rosas no era un
buen g o b ern an te lo aceptaban com o m ejor que el caos que él había
p red ich o co n insistencia.
Buenos Aires tenía ahora en sus calles un e jército de en trerria-
nos, corren tin o s, santafesinos, orientales y brasileños, m andados por
un caudillo federal. M ás de un p o rteñ o m ad u ro en años pudo haber
com parado la situación con la del año 1820, en sus aspectos exte­
riores. La ciudad entera observó los prim eros pasos de U rquiza
para alinearse en p ro o en c o n tra suva. El resultado fue que le
aceptó —se dijo entonces— com o “ lib ertad o r” pero no com o “o rg a­
n izador” de la nación.
Al día siguiente de Caseros, U rquiza n om bró g o b ern ad o r p ro ­
visorio de Buenos Aires a un p o rte ñ o ilustre, federal de roda la
vida, rosista hasta pocos años antes, el d o c to r V icente López v
Planes, quien asumió la m agistratura proclam ando a Rosas “salvaje
u n itario ”. Su m inisterio fue de conciliación: figuraban en él V a­
lentín Alsina, viejo rivadaviáno, v federales com o G orostiaga v el
coronel Escalada. Este g obierno expropió los bienes de Rosas, de­
volvió los que éste había confiscado, restableció la libertad de
im prenta v la Sociedad de Beneficencia v creó la Facultad de M e­
dicina. Pero ningún hecho del m om ento prov o có tantos com enta­
rios com o el restablecim iento p o r el general U rquiza del uso del
cintillo punzó.
El acto más trascendente de esos días fue la firm a del p ro to ­ El protocolo
de Palermo
colo de Palerm o, el 6 de abril. Por él, los gobiernos de Buenos
Aires v de las tres provincias libertadoras invitaban a los de las
provincias herm anas a una reunión de gobernadores en San N icolás
de los A rro y o s para reglar las bases de la organización nacional.
A la vez, encargaban a U rquiza las relaciones exteriores de la na­
ción. Por prim era vez el ejercicio de estas facultades no estaba en
manos de un g o b ern ad o r p orteño.
Para ese entonces, los ciudadanos de Buenos Aires va habían Las posiciones
partidarias antes
tom ado partido. Para co m p ren d er las razones de las diversas posi­ y entonces
ciones adoptadas, es conveniente repasar cóm o se habían alineado
en la época de Rosas.
E n tre los que apoyaron al R estaurador había quienes, verda­
deros federales, veían en él al realizador de hecho de la C onfede­
ración v al sostenedor de la bandera federal; o tro s le seguían,
contrariam en te, p o rq u e Rosas afirm aba la hegem onía porteña so­
bre el co n ju n to de la nación unida; y o tro s lo apoyaban porque
con él Buenos Aires conservaba el pleno y libre ejercicio de
todos sus derechos sin interferencias de otras provincias o de un
posible Estado nacional. Q uienes m ilitaban en su co n tra lo hacían:
unos p o r federalism o, p o rq u e creían que Rosas lo traicionaba; otros
por liberales, juzgando a Rosas com o un déspota que atentaba c o n ­
tra la libertad, v los menos, en fin, p o r ser unitarios doctrinarios.
F.n abril de 1852 se había p ro d u cid o una verdadera redistribu-

66
I

ción de la ciudadanía. Se form ó un p rim er g ru p o que podem os lla­


m ar urquicista o federal en tre los que se co n ta ro n F rancisco Pico,
V icente Fidel López, V icen te López y Planes, M arcos Paz, H ilario
Lagos, Juan M aría G u tié rre z , etc. Son los hom bres que van a apo­
y ar el A cu erd o de San N icolás y la unión lisa y llana de Buenos
Aires a la C onfederación. C ualquiera que haya sido su posición
en la época p reced en te, reen co n tram o s en ellos a los federales
auténticos.
O tro g ru p o —donde se reunieron Carlos T e je d o r, los O bli­
gado, José M árm ol, A d o lfo Alsina, todos en to rn o de V alentín
Alsina— respondían al más cru d o provincialism o y sostenían las
libertades de Buenos A ires a toda costa: desde San N icolás fueron
aislacionistas e inm ediatam ente después segregacionistas, que no se
apuraban p o r ver reco n stru id o el Estado nacional.
P o r últim o, el te rc e r g ru p o respondía a la iniciativa de B arto­
lom é M itre, a quien seguían Sarm iento, Elizalde y otros, y por
cierto tiem po V élez Sársfield. E ran nacionalistas, o sea partidarios
de la organización nacional, se declararon adeptos al sistema federal
y proclam aro n que Buenos A ires debía ser la cabeza v la inspira­
ción de esa organización federal. N o es casual que dos ex rosistas
—R u fin o de Elizalde y D alm acio V élez Sársfield— m ilitaran en
este gru p o , c u y o prog ram a, dejando de lado su liberalism o v su
deseo de institucionalizar la organización nacional, coincidía no ta­
blem ente co n la política de Rosas.
E n los tres g ru p o s se en trev eraro n , pues, rosistas y antirrosistas. Los part¡dos
Los dos últim os coincid iero n en oponerse al general U rquiza en
quien veían al caudillo p rovinciano que hollaba los derechos de
Buenos A ires y fo rm aro n el partido liberal, c u y o nom bre subraya­
ba la orientación ideológica de la m ayoría de sus m iem bros. Pero
esta unión no sería durad era. D u ran te una década se m anifestaría
la divergencia de opiniones en el seno del p artid o , que en definitiva
se separaría en sus dos núcleos originarios: el partido A u tonom ista,
dirigido p o r A dolfo Alsina y el partido N acional, conocido igual­
m ente com o m itrism o.
O tro fa c to r que acercaba o separaba a los protagonistas de las
políticas confed erad a y p o rteñ a era el ideológico. Si bien U rquiza
representaba ideales políticos divergentes de los del vencido Res­
tau rad o r, su estru ctu ra m ental estaba más cerca del tipo pragm á­
tico representado p o r Rosas que de los líderes liberales, que hacían
profesión de fe de unos “principios” que constituían un dogm a
político. E sto no significa que no hubiera liberales al lado de U r-

67
quiza v lo prueba la sola m ención de del C arril, Seguí v A lberdi,
para lim itarnos a los más conspicuos, pero su situación en el “siste­
ma federal” era am bivalente, pues “no eran p ro p iam en te hom bres
del sistema en el sentido de los tipos mentales adecuados” .1 El sis­
tem a federal al que perten ecía U rq u iz a -c o rre sp o n d ía en buena
m edida a la época v al estilo del tiem po de Rosas, v la dificultad
V a la vez el m érito del gran en trerrian o fue in te n ta r una simbiosis
entre las características de un tiem po que pasaba p ero aún existía
V o tro tiem po que advenía lentam ente. Esta intención está m ani­
fiesta en su deseo de re e stru c tu ra r la nación sin alterar el equilibrio
de hecho logrado p o r Rosas v tra ta r de reconstruirla, políticam ente
con una m ayoría de hom bres que provenían del sistema derribado.
E n este sentido, podem os calificar a U rquiza de “bisagra” entre
dos tiem pos políticos.
F ren te al pragm atism o v al sentido tradicional del general
U rquiza se levantaba en Buenos Aires un fren te cuva heterogénea
com posición acabam os de analizar, p ero donde la voz cantante la
llevaban los ideólogos liberales. M uchos de ellos habían em igrado
durante la época de Rosas y co n cebido en el d estierro un fu tu ro
para la A rgentina y una política para lograrlo. H abían vuelto al
país dispuestos a realizar a toda costa lo p rogram ado, con el senti­
m iento de quien cum ple una misión v a la vez recu p era el lugar
de que había sido privado hasta entonces. P or eso la vehem encia
V el dogm atism o de los ex em igrados. E n tre ellos, el realismo m o­
d erador de M itre co n stitu y e una variante excepcional.
U rgía al general U rquiza, en tretan to , d ar a su p o d er de facto saneN¡°oíás
una base jurídica. Para ello su único p u n to de apoyo eran las
autoridades va constituidas, los gobernadores de las provincias. De
ahí la convocatoria resuelta en el P ro to co lo de Palerm o. La tesis
urquicista, que V icente Fidel López expondrá después era: llegar
a la legalidad a través de la personalización del poder, es decir, que
las masas pasaran del respeto al organizador al respeto a la o rg a­
nización. El p ro sp ecto liberal era distinto. D aban p o r supuesto en
todos la adm iración p o r la ley que ellos sentían v p artiendo de
ella iban hacia la institucionalización del poder.
U rquiza llegó a San N icolás de los A rro y o s con el p ro y ecto
del co rre n tin o Juan Pujol en su cartera. Para lograr la adhesión
porteña, había elim inado tem as tan irritantes com o la nacionaliza­

1 Véase en Equipos de Investigación H istórica, Pavón y la crisis de la


Confederación, Buenos Aires, 1966, el capítulo prelim inar de Carlos A. Floria,
“La crisis del 61 v el nuevo orden liberal”, especialmente págs. 10 a 18.
ción de las aduanas y la federalización de la ciudad de Buenos
A ires com o capital de la R epública, que P ujol había incluido ori­
ginariam ente.
El 31 de m ayo se firm ó el A cuerdo. C om enzaba éste declaran- contenido
del Acuerdo
do ley fund am en tal de la R epública al P acto Federal de 1831 y
llegado el m om ento de organizar p o r m edio de un congreso fede­
rativo la adm inistración del país, sus rentas, com ercio, navega­
ción, etc. A él c o n c u rriría n las provincias co n igual representación
—lo que subrayaba la igualdad de sus d erechos— y hasta que se
dictase la C o nstitución se nom braba a U rq u iza D ire c to r Provisorio
de la C onfederación A rg en tin a, encargado de co n d u cir sus rela­
ciones exteriores, reglam entar la navegación de sus ríos, percibir
y d istrib u ir las rentas nacionales y com andar todas las fuerzas m i­
litares, a cu y o efecto las tropas provinciales pasaban a fo rm ar parte
del ejército nacional.
L o convenido superaba am pliam ente el tex to estricto del Pacto
Federal, p ero se conform aba a su espíritu. C uando Buenos Aires
conoció extraoficialm ente el A cuerdo, estalló una verdadera to r­
m enta. Los gobern ad o res habían ido dem asiado lejos al despojar a
Buenos A ires de su ejército y sus rentas. Los “sagrados derechos”
de su pueblo habían sido tocados, ¡con la condescendencia de un
go b ern ad o r que había actuado sin m andato!
P resentado el A cu erd o a la Legislatura, com enzó el 21 de junio
el debate. M itre y V élez Sársfield atacaron el A cuerdo, V icente
Fidel L ópez, Pico y Ju a n M aría G u tié rre z lo d efendieron, con igual
entusiasm o. La m esura inicial de los oradores fue dom inada por
la violencia de una barra vocinglera que in terru m p ía las discusiones
y am enazaba a los m inistros. Los discursos fu ero n varias veces c o r­
tantes, p ero los oradores recu p erab an la m esura, m ientras la actitud
de la barra elevaba la tensión hasta lo indecible. N o nos d e ten d re­
mos en los detalles anecdóticos de este fam oso debate.2 V eam os
en cam bio su m eollo.
E l co ro n el M itre —artillero ascendido en Caseros, periodista
y poeta de inspiración liberal, y poseedor de una erudición supe­
rio r— acababa de hacer gala en L o s D ebates de su aspiración a “ la

2 T odavía nadie ha descripto m ejor las ¡ornadas de junio que Ramón


J. Cárcano en su célebre libro D e Caseros al O nce de Septiembre, adonde
remitimos al lector que quiera ampliar su inform ación. U n buen análisis
político puede verse tam bién en Rodolfo Rivarola, M itre. Una década de su
vida polttica. 1852-62. Buenos Aires, “Revista A rgentina de Ciencias Políti­
cas”, 1921. A dolfo Saldías, muy brevem ente, da un colorido cuadro en Un
Siglo de Instituciones, La Plata, 1910, tom o i, capítulo xvn.

sc\
organización nacional p o r m edio de un congreso co n stitu y en te"
v de su federalism o:
El federalism o es la base natural de la reorganización
del país . . .
La organización federativa es no sólo la única posible
sino que es tam bién la más racional.3
¿F.n qué fincaba pues su oposición? M itre invocaba el exceso
de facultades otorgadas a U rquiza. La som bra de Rosas estaba d e­
masiado cerca para los liberales, v bajo la invocación de los “p rin ­
cipios” latía en el discurso de M itre un tem or que disimulaba por
respeto al vencedor:

N oso tro s convenim os, v ésta es mi creencia, que el


general U rquiza no abusará de su poder, que su persona
es una g arantía; pero eso no quita que vo no me considere
suficientem ente autorizado para d ar mi voto a la autoridad
de que se le p retende investir v de que vo piense que esa
autoridad es inaceptable, p orque es con tra el derecho es­
crito v co n tra el derecho natural, v p o rq u e ni el pueblo
mismo puede crearla.4
Además del exceso de p oder que se otorgaba, había otra razón
que M itre callaba: la persona del depositario de aquellas facultades,
a quien el orad o r consideraba una garantía. Pero g arantía m oral,
no política; garantía de no abusar, pero no garantía de que Buenos
Aires no perdería su posición hegem ónica en el co n cierto p rovin­
cial. Lo que los oradores co n trario s al A cu erd o callaron, lo vociferó
la barra. Bien escribió Rivaróla al respecto:

Los diputados v los m inistros fueron elocuentes, cultos


v c o rte s e s . .. D esgraciadam ente fue consentida la in ter­
vención de la barra apasionada, rosista v tal vez en m ínima
parte, unitaria; de todas m aneras localista p orteña, va ene­
miga de U rquiza v de los en trerrianos, sus vencedores en
la batalla de la víspera.'1

Los Debates, 1" de abril de 1852. Kn este núm ero inaugural de su


periódico, en su artículo "Profesión de Fe”, M itre proclamó que "no liav
cuestión económica que no envuelva otra cuestión política o social" y la
consecuente necesidad de resolver los problemas materiales del país, a cuyo
fin propiciaba: sufragio universal, libertad de imprenta y reunión, organiza­
ción de la G uardia Nacional, libre navegación de los ríos, aduana federal,
fom ento de la inm igración y libre com ercio.
4 Diario de. Sesiones de la Legislatura de Buenos Aires, sesión del 21
de junio de 1852.
R lvaróla, Rodolfo, ob. cit., pág. 80.
D esbrozado de elem entos anecdóticos o circunstanciales v de
la argum entación jurídica —precisa p ero secundaria— de V elez
Sársfield, es claro que el A cu erd o fue d e rro ta d o p o r antiporteño,
o m ejor p o r “a -p o rte ñ o ” .
Las amenazas del público a los m inistros p ro v o caro n la renun­ Enfrentam iento
con Urquiza
cia inm ediata del g o b ern ad o r, antes de la votación final. Pero el
mismo día el D ire c to r Provisorio lanzó su contraofensiva contra
“ la dem agogia” —según sus palabras—. D isolvió la Legislatura, en­
carceló a los diputados opositores y —al día siguiente— delegó el
gobierno en el m ismo renunciante. El golpe final —28 de a g o s to -
fue la nacionalización de las aduanas.
U rquiza había castigado el orgullo con la fuerza. Desde en­
tonces las líneas del queh acer p olítico van a tran sitar p o r dos rutas:
la de los intereses tradicionalm ente opuestos de Buenos A ires v las
demás provincias, y la de las susceptibilidades heridas. Éstas ani­
man a los protagonistas, engendran actitudes y alejan las soluciones.
U rquiza tenía una tarea m ayor en tre sus manos que la de do­
m ar a Buenos Aires. A principios de setiem bre se retiró a Santa Fe Revolución del
11 de setiembre
para p rep arar el C ongreso C o n stitu y en te, d ecretan do previam ente
una am nistía general.“ P ero el m ovim iento p o rte ñ o ya estaba en
m archa. E n la noche del 10 al 11 de setiem bre se sublevaron M a­
dariaga, H o rn o s, T ejerin a y otros, dirigidos p o r el general Pirán,
que restableció la L egislatura disuelta y en treg ó el m ando ejecutivo
de la provincia al general M anuel Pinto.
La revolución m antenía la alianza de los dos grupos porteñis- Segregación
tas: el nacionalista .y el aislacionista. La proclam a de M itre, que de Buenos Aires
p reten d ió dar “el sen tid o ” del m ovim iento, respondía netam ente
a su propia concepción del m om ento: d efen d er ‘ la verdad” del
p acto federativo, organización nacional sin que ningún hom bre ni
provincia p retenda im ponerse a las demás p o r la coacción o la fu er­
za y la organización adm inistrativa del país, arreglando sus rentas,
navegación, instrucción, etc. Proclam aba la realización de la dem o­
cracia y —nota significativa— el rechazo de la tiranía “ venga de
donde viniere”.
Este pro g ram a suponía una ru p tu ra con U rquiza, pero las
leyes del 21 y 22 de setiem bre la c o n cretaro n en form a m uy favo­
rable para los aislacionistas: se desconoció al C ongreso C o nstitu­
y ente com o autoridad nacional válida; se declaró que su base, el

• V icente López había renunciado nuevamente en julio, por lo que


U rquiza asumió personalmente el gobierno de la provincia, lo que afrentó
a los porteños. Al retirarse a Santa Fe, delegó el mando en el general Galán.
B a r t o l o m é M it r e , a u n q u e
s u b s ta n c ia lm e n te p o rte ñ o en
su e s tilo , po seía una fle x ib i­
lid a d p o lític a m uy euro p e a .

A cuerdo de San N icolás, no había sido aceptado p o r la provincia;


que la elección de sus diputados a aquel C ongreso se había hecho
bajo el im perio de la fuerza, v se o rdenó el regreso de aquellos
diputados. P or últim o, se retiró a U rquiza el encargo de m ante­
ner las relaciones exteriores, en cu an to a la provincia, encargo
quei ésta reasumía p o r sí.
La segregación de Buenos A ires se había consum ado, v se Constitución
. . . ° , j j - j / provincial de 1854
m aterializaría m enos de dos anos despues en un texto co n stitu cio ­
nal, donde triu n faría la tendencia aislacionista im pulsada p o r Alsina,
T e je d o r y A nchorena. Allí se proclam ó que Buenos Aires era un
Estado con el libre ejercicio de su soberanía in terio r v exterior.
El g ru p o nacionalista había pro p u esto o tro texto, redactado
p o r M itre, donde se insistía en el carácter provincial de Buenos
Aires:
La provincia de Buenos Aires es un estado federal con
el libre uso de su soberanía salvo las delegaciones que en
adelante hiciese al g obierno federal.
Se había afirm ado en vano que existía una nación preexistente,
cu y o pacto social estaba constituido p o r el acta de la Independen­
cia. M itre describió en la C onvención el clima segregacionista al
decir:

72
J

. . . los p rincipios de disolución ganan terren o . D ebo c o n ­


fesarlo dolorosam ente. M e afirm o más en esta desconsola­
d o ra idea, cu an d o veo que el señor m inistro de G o b iern o
ha dicho que la posición excepcional en que nos hallamos
colocados respecto del resto de la nación, es un mal que
sólo el tiem po puede cu rar, y que m ientras tan to lo más
acertad o es declararnos sem i-independientes o cosa pare­
cida. E sto im p o rta abdicar p o r nuestra parte, esto im porta
arro jarn o s ciegam ente en brazos de la fatalidad; y m ientras
el tiem po p rep ara lentam ente el resultado que se espera,
esto im p o rta hacer to d o lo posible para que tal resultado
no tenga lugar.1
La segregación no se lim itó a las palabras. Pese a sus diferen- Lucha armada
o o r . y sitio de
cias, nacionalistas y aislacionistas estaban unidos en la tarea de Buenos Aires
salvar a Buenos A ires de la influencia de U rquiza. P o r esos días
fracasó ruidosam ente una burd a inten to n a de d e rro c a r al D irecto r
en el c e n tro de su p o d e r —E n tre R íos— p o r m edio de una expedi­
ción m ilitar confiada a H o rn o s y M adariaga. Pero po co después el
g ru p o de p o rteñ o s federales no liberales, apoyado en el pueblo de
la cam paña, se sublevaba bajo la dirección del coronel H ilario La­
gos ( I 9 de diciem bre de 1852), p roclam ando obediencia al Congreso
C onstitu y en te y la v oluntad de rein c o rp o ra r la provincia.
Lagos tu v o g ran eco en la zona rural y pocos días después
se acercó a Buenos A ires. Se encargó la defensa al general Pacheco
y el m ando de la G u ard ia N acional al co ro n el M itre. Lagos sitió
la ciudad; Alsina ren u n ció a la g o bernación que acababa de dársele
p o r el d eb er de “q u ita r p retex to s a las malas pasiones” , y el general
Pinto asum ió nuevam ente el gobierno. Las gestiones de paz m u­
rieron p o r la intransigencia recíp ro ca. Buenos A ires se arm ó con
el p o d er de sus am plios- recursos y el asedio se prolongó.
‘P o r fin, el C ongreso encargó a U rquiza que restableciera la
paz. T ras fracasar los m edios pacíficos, U rquiza declaró el bloqueo
de Buenos A ires (ab ril 23 de 1853) e in tervino con las tropas na­
cionales. Los p o rteñ o s no se am ed ren taro n y re c u rrie ro n a un arm a
que no podía esgrim ir la C onfederación: el dinero. Se inició una
cam paña de sobornos que d em ostró los pocos escrúpulos de quienes
daban y quienes recibían. E l jefe de la escuadra confederal, com o­
do ro Coe, se pasó a Buenos A ires y le siguieron casi todos sus
subordinados. E l 31 de junio la C onfederación había perdido su
escuadra sin disparar un tiro.

7 El subrayado es nuestro. Discurso de M itre en la Convención Cons­


tituyente citado por Rivarola, ob. cit., pág. 123.

73
La acción se rep itió sobre las tropas de Lagos, quien vio deser­
ta r a sus soldados en tales cantidades que a m ediados de julio el
ejército estaba prácticam ente disuelto V se levantó el sitio. Buenos
Aires había ganado la prim era etapa de su nueva lucha p o r la>
hegem onía.
Sin em bargo, su ventaja no era decisiva. E n el ínterin, el C o n ­
greso había p ro d u cid o una C onstitu ció n que fue aceptada p o r el
resto del país. U rquiza había ejercido su p o d e r provisorio con
seguridad y m oderación y p o r fin había sido electo presidente de
la R epública. E l p o d er había sido legitim ado. La C onfederación
tenía una C onstitución, un presidente y un líder. E n Buenos Aires,
si no dom inaba u n hom bre, sí lo hacía un partido.

La Constitución Nación

Casi desde la inauguración misma del Congreso, la com isión


redactora del p ro y e c to co nstitucional trab ajó incansablem ente. José
Benjam ín G orostiaga y Juan M aría G u tié rre z fu ero n los artífices.
Sus fuentes de inspiración: los antecedentes nacionales, el Pacto
Federal de 1831, la co n stitu ció n norteam ericana v los diversos
intentos nacionales de co n stitu ció n p roducidos en tre 1813 v 1826
y el notable libro de A lb erd i Bases y p u n to s de partida para la
organización nacional, que acababa de publicarse en Chile.
E l resultado fue un p ro y e c to de constitución de tip o federal
atenuado, pues para entonces la sedición de Buenos Aires había
convencido a los con stitu y en tes que —sin p erju icio del federalis­
m o— era necesario d o ta r de fuertes poderes al g obierno central.
P o r otra parte, el p ro y e c to era liberal en su fo rm ulación y la exis­
tencia de to d a una sección sobre derechos y garantías de los ciu­
dadanos lo atestiguaba. T o d o s los grandes tem as del liberalismo
argentino de ese tiem po estaban allí form ulados, en buena parte
recogidos de la C onstitución de 1819 program ada p o r la genera­
ción anterio r: libertad de trab ajo , de prensa, de reunión, de aso­
ciación, defensa de la propiedad, garantía de igualdad ante la
ley, etc. T re s novedades señalaban el cam bio de los tiem pos: la
inclusión de la libertad de navegación de los ríos, el anatem a co ntra
quienes concediesen la sum a del p o d er público al g o bernante, y el
tratam iento a la religión católica que pasaba a ser de “religión del
E stado”, la “religión p ro te g id a ” p o r el Estado. Este últim o cam bio,
más sutil que p ro fu n d o , revelaba el proceso de laicización ocu rrid o
en los últim os trein ta años; el segundo era la consecuencia directa
P a ra n á, c a p ita l p ro v is io n a l de la C o n fe d e ra c ió n . [S egún un a lito g ra fía re a liz a d a
por M ou sse en 1858.]

del p erío d o rosista; y el prim ero, el reflejo de la vocación de


desarrollo de las provincias litorales, la opinión general de los eco­
nom istas y la presión de las grandes potencias.
E n definitiva, este pro g ram a estaba tan p róxim o del contenido
en la proclam a del 11 de setiem bre que su co m paración sólo puede
p ro d u c ir asom bro. H a v que leer las norm as sobre rentas de la
N ación para com enzar a d iscernir las causas de la segregación, sin
perjuicio de la reticencia que provocaba la persona de U rquiza.
N o eran los derechos hum anos ni las fórm ulas jurídicas los que
dividían a los co ntendores, sino un problem a p olítico-económ ico,
cargado de em otividad, y que en últim o térm in o consistía para
Buenos A ires en conservar su p o d er hasta el m om ento de recu ­
p erar su hegem onía o de hacer definitiva su separación, y para la
C onfederación en “nacionalizar” los beneficios del p u erto de Bue­
nos A ires y som eter a la igualdad a esta provincia. El artículo
te rc ero de la C onstitu ció n subray ó la p roblem ática en juego al
declarar a la ciudad de Buenos A ires capital federal de la R epública.
El p ro y e c to co nstitucional fue aprobado el 30 de abril y p ro ­
m ulgado el 25 de m avo. D esde el p u n to de vista organizativo
garantizaba a las provincias la subsistencia de sus instituciones y
la elección de sus gobiernos, a condición de que respetaran el
sistema republicano, y aseguraran el régim en m unicipal y la edu­
cación prim aria gratuita. Adem ás, establecía la igualdad de repre-
scntación provincial en el Senado nacional. T o d as estas norm as
eran gratas al espíritu federal. Al mismo tiem po establecía un
sistema legislativo bicam eral y co n trap o n ía al Senado una Cám ara
de D iputados, elegidos en fu n ció n del núm ero de habitantes v
donde los electos no representaban a sus provincias sino al pueblo
de la nación. A esta atenuación de los principios federales se
agregaba la facultad del g o b iern o nacional de in terv enir las p ro ­
vincias en determ inadas condiciones, la creación de una justicia
federal, encabezada p o r la C o rte Suprem a de Justicia, que coexis­
tiría con los tribunales provinciales, y la facultad nacional de
d ictar los códigos básicos de la legislación: civil, com ercial, penal
y de m inería.
El p o d er ejecutivo nacional se confiaba a un presidente y un
vicepresidente, cu y o p erío d o duraba seis años y no era reelegible
en el p erío d o subsiguiente, para evitar la contin u id ad dictatorial
en el cargo.
La segregación p o rteñ a obligó a buscar una capital provisio- Paraná, capital
nal de la nación. E n tre R íos ren u n ció a su autonom ía provincial
v la ciudad de Paraná se tran sfo rm ó en capital de la C onfederación.

Urquiza Presidente

E n agosto de 1853 se dispuso la elección del ejecutivo na­


cional. La candidatura del general U rquiza era absolutam ente
lógica. N adie igualaba su p restigio político en toda la C onfede­
ración; nadie había bregado co n igual tesón y desinterés p o r lle­
var a buen térm in o el C ongreso C onstituyente. Éste había testi­
m oniado, al term in ar la C o nstitución, el respeto que el D irecto r
Provisorio había tenido hacia sus deliberaciones:

V u estra es, Señor, la obra de la C o nstitución, porque


la habéis d ejad o fo rm ar sin vuestra influencia ni concurso;
y es p o r esto que podéis librem ente sacudir las hojas de
su libro para calm ar todas las pasiones, y levantarla en alto
com o enseña de la con co rd ia y fratern id ad alrededor de la
cual se reu n irán los patriotas de todas las o p in io n e s. . .s
El 20 de noviem bre tu v o lugar la elección, triu n fa n d o U r ­
quiza p o r 94 votos sobre un to tal de 106. La vicepresidencia fue

8 Citado por Beatriz Bosch en el capítulo 40, “Presidencia U rquiza”,


de la Historia Argentina, dirigida por R oberto Levillier. Buenos Aires-Barce-
lona. Plaza y Janés, 1968. tom o iv, pág. 2733.
obtenida p o r el sanjuanino Salvador M aría del C arril, federal libe­
ral, en elección m ucho más reñida.”
Inm ediatam ente de asum ir el cargo, el ly de m ayo de 1854,
U rquiza co n stitu y ó su m inisterio: José Benjam ín G orostiaga —re­
d acto r de la C o n stitu ció n — en In terior, Juan M aría G u tiérre z —el
o tro re d a cto r— en Justicia, C ulto e In strucción Pública, Facundo
Z uviría en E xterior, M ariano F ragueiro en H acienda, el general
A lvarado en G u erra. Los tres últim os habían sido candidatos a
presidente o vicepresidente en la reciente elección. U rquiza reunía
así en su to rn o , no sólo a los hom bres más capaces v más fieles
a la C onstitución, según dijo, sino tam bién a los que m ejor rep re­
sentaban las aspiraciones políticas del país.
Con este equipo debía afro n ta r no sólo el con flico con Buenos
Aires, sino que debía encarar todos los problem as derivados de
in tentar m aterializar en obras el gobierno nacional.
U rquiza com partía las ideas alberdianas sobre población y o b ra de gobierno
fom entó la inm igración —suizos, franceses, sabovanos— e impulsó
la creación de varias colonias, de las que E speranza (Santa Fe) v .
San José (E n tre R íos) dieron excelentes fru to s totalizando 4.000
habitantes va en la presidencia de Sarm iento. F irm ó el trafado de
libre navegación con Brasil, siguiendo los lincam ientos del c o n ­
cluido en 1853 con G ra n Bretaña, dispuso la exploración de te rri­
torios y ríos, reco n o ció la independencia del Paraguay (ju n io de
1856) y llegó a un p rim er tratad o de límites con el Brasil (diciem ­
bre de 1857). N acionalizó la universidad de C órdoba, el colegio
de M onserrat de esa ciudad y el de C oncepción del U ru g u a y y
levantó nuevos establecim ientos secundarios en otras capitales de
provincia. O rd en ó levantar una carto g rafía y geografía de la
C onfederación —obra confiada a M artín de M oussy—, se estudió
un ferro carril de R osario a C órdoba que diese vida a aquel puerto,
organizó la justicia federal y o rd en ó la publicación de las obras
de A lberdi sobre la C onstitución.
T o d a esta tarea la realizó dejando gran iniciativa a sus m inis­
tros, y casi sin residir en la capital, pues perm aneció en San José
casi to d o el tiem po. Pero su presencia im ponderable se m ateriali­
zaba a través de la co rrespondencia v los mensajes verbales.
Conviene re c o rd a r que el te rrito rio de la C o nfederación tenía

9 C ontra los 94 votos de U rquiza, /Mariano Fragueiro obtuvo 7 y Zu­


viría, Virasoro, López, José M. Paz y Ferré, un voto cada uno. Para vice­
presidente, del Carril obtuvo 35 votos, Zuviría 22, Fragueiro 20, A lvarado I?,
V irasoro 8, A lberdi 7 y Ferré I.
El p u e rto 0 e B uenos A ires. [L á m in a re a liz a d a por L. de D eroy, im p re s a en 1861.)

p o r entonces unos 740.000 habitantes y C órdoba, con 110.000 al­


mas, era la provincia más poblada, en tan to que la segregada Buenos
Aires tenía cerca de 400.000 habitantes, de los cuales unos 150.000
residían en la ciudad.
La obra de g obierno debió realizarse en m edio de las m ayores
dificultades financieras, derivadas de la secesión de Buenos Aires.
En efecto, el co n flicto en tre los dos Estados no se dirim ía sola­
m ente p o r las arm as ni p o r los arrebatos periodísticos. U na sorda
com petencia económ ica se desarrolló en tre Buenos Aires v la C on­
federación, con ventaja para la prim era. Por entonces, los hechos
económ icos se m anejaban políticam ente. Si Buenos Aires luchaba
p o r conservar su predom inio com ercial, no lo hacía sólo ni prin ci­
palm ente p o r la presión de sus fuerzas económ icas, sino porque
aquél era un elem ento básico para la conquista del poder político.
N o en vano M itre había escrito, en su Profesión de Fe, que debajo
de cada problem a económ ico o social se en contraba un problem a
político. La habilitación de los ríos a la navegación internacional
dem ostró, a su vez, que respondía más a una aspiración ideológica
interna y externa que a una realidad económ ica. R osario v los
puertos entrerrianos carecían de una p ro d u cció n suficientem ente
abundante com o para atraer a los buques extranjeros v —lo que
era igualm ente m alo— carecían de dinero suficiente para im portar
m ercancías. El grueso de los p ro d u cto s im portados seguía desem ­
barcando en Buenos Aires v pagando allí sus derechos aduaneros,
para ser luego transferido a la C onfederación, que no podía gra-
El p u e rto de R osario. [S e g ú n S c h re ib e r, M u s e o M itre .)
A la p o te n c ia lid a d e c o n ó m ic a d e l p u e rto d e B uenos A ires, la C o n fe d e ra c ió n quiso
o p oner la fu e rz a n a c ie n te del p u e rto de R osario.

varios nuevam ente p o r tem o r a ah u y en tar el com ercio y prom over


el contrab an d o . Buenos A ires, a su vez, era un gran cen tro consu­
m idor de p ro d u cto s de las provincias v cualquier medida co n tra
la aduana p o rteñ a creaba el tem o r de que Buenos Aires cerrara la
in trodu cció n de esos p ro d u cto s p rovocando la pobreza v la des­
ocupación de aquellas provincias.
Pero llegó un m om ento en que la situación hizo crisis. En
diciem bre de 1854 se había convenido un T ra ta d o de Paz entre
las dos partes. Incursiones de jefes federales que procuraban de­
rrib ar al g obierno provincial —Flores v C osta— dieron lugar a
que las fuerzas de Buenos Aires los persiguieran hasta te rrito rio
confederado. El 31 de enero de 1856, en Villam ayor, las fuerzas
rebeldes fu ero n derrotadas v sus jefes v oficiales fusilados inm e­
diatam ente, p o r orden del g o b ern ad o r O bligado, reeditándose así
episodios de épocas que se creían superadas. U rquiza denunció
entonces los tratados de paz v se prep aró a red u cir nuevam ente
a la provincia segregada.
Juan Bautista A lberdi había fom entado una política pacífica:
A prenda la C onfederación a ser egoísta en el presente,
para p o d er ejercer la grandeza en el n ítu ro . Pelear cuando
no hay medios, es hacer pisar sus b anderas.1"

10 A lberdi, Juan Bautista, Sistema económ ico y rentístico de la Con­


federación Argentina segim su constitución de 1X53, Besançon, Jacquin.
tom o ii, pág. 820.
E ntonces sugirió u n nuevo m edio de presión económ ica que
doblegara a Buenos A ires sin usar de la fuerza m ilitar: los derechos
diferenciales de aduana. La ley p ropuesta fue largam ente debatida
y al fin aprobada p o r sólo dos votos de ventaja. Se tem ió que sus
resultados fueran negativos. E n realidad, sus efectos fu ero n pobres
aunque favorables. R osario increm en tó su m ovim iento com ercial
y p o rtu ario en form a discreta, m ientras en Buenos A ires se alzaba
la grita de que U rquiza quería arru in ar a la ciudad en beneficio de
Rosario.
Buenos Aires estaba lejos de arruinarse. Los gastos de 1853 Situación
económica de
habían sido lentam ente com pensados. Se realizaban obras públicas Buenos Aires
de envergadura: las aguas corrien tes, el muelle, la aduana nueva,
y se m ontaba el p rim e r fe rro c a rril de la R epública, el “F erro carril
al O este”, casi un ferro carril suburbano, p o r una em presa de capi­
tal nacional que dio ganancias. P o r prim era vez en la nación, un
Estado provincial dem ostraba que había llegado al nivel económ ico
capaz de p ro d u c ir su p ropia capitalización. Con em presas modestas,
pero adecuadas a su nivel de población y riqueza, la provincia se
encontraba en condiciones de p rescin d ir del capital extranjero, al
m enos provisoriam ente. Podía así m ostrarse independiente e indi­
ferente no sólo ante la C o nfederación sino tam bién ante Inglaterra,
cuyos agentes diplom áticos presionaban p o r la in co rp o ració n de
Buenos Aires a la N ación, tem erosos de que la secesión perjudicase
el com ercio b ritán ico .11
Pero cuando los p o rteñ o s vieron orientarse al capital extran­
jero hacia la C onfederación —ru m o r de la co n stru cció n del fe rro ­
carril R osario-C órdoba—, ab andonaron su posición y presentaron
un ro stro más amable. S úbitam ente, el gobierno com enzó a aum en­
tar los pagos de la deuda con B aring B rothers hasta niveles ines­
perados p o r los agentes de la firm a acreedora. P or fin, hacia
setiem bre de 1857, el m inistro de H acienda de Buenos A ires, N o r-
b erto de la R iestra, p ro p u so un arreglo de la deuda que fue inm e­
diatam ente aceptado.
M ientras se desarrollaba el “ bo o m ” económ ico de Buenos Situación
política porteña
A ires y se creaban periódicos e instituciones significativas del
espíritu de la época, com o el C lub del Progreso, la m asonería por-

11 N o hay indicios ciertos de que en G ran Bretaña se com prendiera


entonces la capacidad de Buenos Aires de autocapitalizarse com o un riesgo
a la colocación de capitales ingleses. Esta posibilidad desapareció cuando se
produjo la unión nacional y los recursos porteños debieron diluirse en las
vastas y descapitalizadas extensiones de toda la República. Véase Ferns, oh. cit.,
págs. 316 y sgts.
El p rim e r fe rro c a rril a rg e n tin o , s ím b o lo de la p o te n c ia lid a d e co n ó m ic a d e l E stado
d e B uenos A ires. [P rim itiv a e s ta c ió n c e n tra l del F e rro c a rril al O e s te .)

teña se organizaba bajo la supervisión de la inglesa v se producían


acontecim ientos políticos im portantes.
Pastor O bligado había asum ido el g obierno provincial en julio
de 1853. Separatista intransigente, siguió una política intolerante
hacia los opositores, d esterran d o a m uchos de ellos —Iriarte, M a­
nuel P u ey rred ó n , O lazábal, los H ernández, etc.— v destituyendo
a los m iem bros del S uprem o T rib u n al de Justicia, p o r razón de
co lo r político.
Estos hechos no d ejaron de p ro v o car reacciones, agravadas
p o r la situación de la cam paña donde los indios asolaban las p o ­
blaciones y habían batido al m inistro de G u e rra , coronel M itre, en
la Sierra Chica. Las elecciones de renovación de la Legislatura
(m arzo de 1857) decan taro n las posiciones, va insinuadas en las
candidaturas para g o b ern ad o r: V alentín Alsina p or el oficialism o
V Juan Bautista Peña p o r los m oderados.
P or esos días se c o n stitu y ó el partid o Federal R eform ado,
dirigido p o r N icolás Calvo, y apoyado sobre los núcleos federales
V populares; predom inaba am pliam ente en las parroquias del sur,
donde organizaba banquetes que le ganaron el nom bre de chupan­
dinas. El p artid o Liberal recibió a cam bio —p o r su ju v entud agre­
siva— el m ote de pa?idilleros. Las elecciones am enazaban dar el
triu n fo a la oposición, que buscaría un arreglo con U rquiza. El
gobierno, dispuesto a evitarlo, bajó del terren o de los principios

R1
al del “fraude p a trió tic o ” . Se alteraron los padrones, se utilizó la
policía, hubo agresiones en los com icios v triu n fó la lista oficial.
Poco después, 3 de m avo, V alentín Alsina era elegido go b ern ad o r
de Buenos Aires.
Alsina co n tin u ó la línea de O bligado v la situación política se
m antuvo estacionaria hasta que en ,1858 episodios m arginales ac­
tuaron conm detonantes. En enero el general u ru g u ay o César Díaz,
del p artid o c o lo ra d o , invadió su patria desde Buenos Aires, con
la com plicidad del gobierno p o rteñ o , o al m enos con su bene­
volencia. El gobierno de la C onfederación auxilió al del U ruguav
—p artid o b lanco— con fuerzas militares. Los invasores fueron ven­
cidos v p o r ord en del presidente oriental, fu ero n fusilados Díaz
V 51 de sus seguidores. El hecho suscitó agrias acusaciones entre

Buenos Aires v la C onfederación, agravadas poco después cuando


el g o b ern a d o r de San Juan, G óm ez R ufino, de extracción liberal,
redujo a prisión al ex g o b ern ad o r v caudillo, general Benavídez.
C o rriero n rum ores sobre la seguridad del detenido v el gobierno
confederad o envió una com isión a San Juan con facultades de
intervenir la provincia si era necesario. Pero antes de que ésta
llegara a destino, el general Benavídez fue m u erto a tiros en su
calabozo.
Benavídez había sido un g o b ern an te manso a quien el propio
Sarm iento hizo justicia años después. Pero en aquel m om ento la
prensa oficialista p o rte ñ a .sa lu d ó el crim en com o la liberación de
un tirano y un acto de justicia. H asta se anunció que U rquiza
seguiría la misma suerte v se le invitó a “ poner la barba en rem ojo” .
La respuesta de la prensa co nfederada fue acusar a los porteños
de haber p ro vocado v aun planeado el crim en.
El m inistro del In terio r de la C onfederación, Santiago D erqui, ruptura
p artió a San Juan. C uando llegó, d etuvo al g o b ern ad o r G óm ez
R ufino v lo m andó engrillado a Paraná, intervino la provincia y
designó para ese cargo al coronel José A ntonio V irasoro.
En los meses siguientes la tensión creció v fue evidente que
las partes iban a la guerra. U rq u iza gestionó en el Paraguay el
auxilio del presidente López v Buenos Aires votó veinte millones
de pesos para gastos de gu erra, m ovilizó la G u ard ia N acional y
ascendió a M itre a general, quien dejó el m inisterio de G u e rra para
asum ir, en m avo de 1859, el m ando del “ejército de operaciones”.
El m inistro plenipotenciario de los Estados U nidos, Benjamín
Y ancey, in ten tó m ediar, p ero la intransigencia de Alsina, que puso
com o condición básica q u t U rquiza se retirara a la vida privada.

82
fru stró el in ten to . Lo m ism o o cu rrió con la m ediación del general
Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo.
A com ienzos de o c tu b re U rquiza se situó cerca de R osario cepeda
con un ejército de 14.000 hom bres bien instruidos y con una exce­
lente caballería. M itre acam pó cerca de San N icolás con unos
10.000 hom bres de buena infan tería y p o b re caballería. El 23 de
o ctu b re se dio la batalla. La caballería p o rteñ a se dispersó en se­
guida, p ero com o U rq u iza dio el com bate ya avanzada la tarde,
no p u d o antes del ano ch ecer c e rra r su caballería sobre la infantería
enem iga, a la que la p ro p ia no había in tentado vencer. M itre a p ro ­
vechó la noche p ara retirarse sobre San N icolás, perdiendo la
artillería pesada en la m archa, y una vez allí em barcó en la escuadra
para Buenos A ires. Su aparición, en m om entos en que se suponía
al ejército p o rte ñ o totalm en te d estruido v se sabía que U rquiza
avanzaba sobre Buenos A ires, tran sfo rm ó su d erro ta en un nuevo
triu n fo para la excitada opinión de la ciudad.
Alsina la fo rtific ó v M itre asum ió el m ando de su defensa.
U rquiza se situó en San José de Flores. Se inten taron negociacio­
nes, pero ahora U rquiza le devolvió el guante a don V alentín: no
negociaría m ientras Alsina estuviese en el gobierno. Al mismo tiem ­
po arengaba a los habitantes de Buenos Aires:

V engo a o freceros una paz durad era bajo la bandera


de nuestros m ayores, bajo una ley co m ú n p ro te cto ra y
h e rm o sa . . .
D esde el cam po de batalla os saludo con abrazo de
herm ano. In teg rid ad nacional, libertad, fusión, son mis p ro ­
pósitos. A ceptadlos com o el últim o servicio que os prestará
vuestro com patriota.

V encida y hum illada, Buenos Aires supo e n c o n tra r la co rdura


que no había hallado en su optim ism o exaltado. Alsina renunció
a su cargo el 8 de noviem bre v la L egislatura n o m b ró go b ern ad o r
provisorio a Felipe Llavallol, quien inm ediatam ente en tró en tra-
tativas de paz con la m ediación del general Francisco S. López.
Ya no se tratab a de una sim ple paz sin condiciones, sino del m odo
cóm o Buenos Aires se rein co rp o raría a la N ació n y aceptaría la
C onstitución. E sto últim o era la condición sine qua no n puesta por
el Presidente.
El 10 de noviem bre se firm ó en San José de Flores el Pacto Pacto de
de U nión N acional. Uni<5n Ni
Buenos Aires se declara p arte in teg ran te de la C onfe­
deración A rgentina v verificará su in co rp o ración con la
aceptación v jura solem ne de la C onstitución A rgentina.

A cam bio de ello se adm ite el derecho de Buenos A ires de


discutir aquella C o nstitución v p ro p o n er reform as que serán a su
vez examinadas p o r un C ongreso C onstitu y en te nacional. El pacto
es la d erro ta de los convencionales provinciales triu n fan tes en
1854. Es tam bién la d erro ta de la política de Alsina, no sólo de su
intransigencia, sino de su separatism o. Paradoja aparente de este
m om ento: el vencido en Cepeda es, p o r la obra del vencedor,
beneficiario de la situación provincial. M itre, p o r su flexibilidad v
paciencia política, había seguido unido al p artid o oficial ,v al mis­
mo gobierno, pese a su diferente concepción del problem a porteño.
A hora se transform aba en el “ últim o recurso” del p artido liberal
v podía em pezar a desarrollar “su ” política, cuando la de los Alsi­
na, O bligado v T e je d o r había fracasado ruidosam ente.
M ientras en Buenos A ires se reunía la C onvención ad hoc
para exam inar la C onstitución de 1853, con la presencia de N icolás
A nchorena, M itre, S arm iento, V élez Sársfield, Pórtela, Frías v
otros, el general U rquiza se aproxim aba al fin de su p eríodo presi­
dencial. H abía logrado, tras dudas pruebas, term in ar su ejercicio
V term inarlo en paz. Su m áxim a aspiración estaba lograda: una

C onstitución obedecida y una R epública unida. E n ese m om ento


el hom bre que en ocho años había pasado a ser la prim era figura
política de Buenos Aires —M itre— rendía hom enaje a la C o nstitu­
ción en la C onvención Provincial con estos térm inos:

La necesidad suprem a era co n stitu ir el país, darle una


lev com ún, sacar al g obierno de lo arb itrario v ligar el
po rv en ir de la república al porv en ir de las instituciones.
A esta exigencia suprem a obedeció el C ongreso reunido
en Santa Fe en 1853, interesando a los pueblos p o r medio
de una constitu ció n escrita, en la conservación de esta
conquista del derecho. C ualquiera que sea su origen v la
irregularidad con que ha sido aplicada, siete años de ensa­
yo de las instituciones libres han probado que existía en
esta co n stitución un p rin cip io esencialm ente co n servador.12

13 Citado por Rivaróla, ob. cit., págs. 167 v 168.


EL COLAPSO DE
LA CONFEDERACIÓN

Los problemas
del doctor Derqui

La sucesión del general U rquiza en la presidencia dio origen p?es®^ji?an|


a la prim era cam paña política p o r una elección presidencial, que
conform e al estilo de la época, se desarrolló en el ám bito reducido
de los “notables”. Ya al p ro m ed iar el año I85K com enzaron a
barajarse nom bres de candidatos. La estru ctu ra constitucional era
tan reciente v la trad ició n tan fu erte que m uchos propiciaron
—co n tra la p rohibición con stitu cio n al— la reelección de U rquiza
o la nom inación del vicepresidente del C arril. C uando am bos recha­
zaron estas sugestiones —del C arril debió ren u n ciar públicam ente su
candidatura para salir del juego electoral— qued aro n dos nom bres
en pie: el d o c to r Santiago D erqui, m inistro del In terior, v el d o c ­
to r M ariano F ragueiro, ex m inistro nacional v entonces gob ern a­
d o r de C órdoba. D erqui representaba el federalism o oficialista, en
tanto que F ragueiro representaba el ala liberal v m oderada del
partido. Los partidarios del d o c to r Salvador M aría del C arril p ro ­
piciaron la fórm ula F ragu eiro -M arco s Paz; en cu anto a U rquiza,
guardó silencio v no ap o y ó a nadie, lo que no dejó de m olestar
a D erqui.
Producidas las elecciones, siguió el sistema de voto indirecto
—p o r electores— establecido en la C o nstitución N acional; D erqui
obtuvo 72 votos co n tra 47 de Fragueiro. Para vicepresidente M ar­
cos Paz logró 49 votos, Pedernera 45, V irasoro 17 v Pujol 12.
El C ongreso decidió sobre el segundo térm in o de la fórm ula dán­
dole el triu n fo al general Pedernera, de San Luis v del ala oficia­
lista, en desm edro de M arcos Paz, c u y o secto r era m inoritario
en el C ongreso. Es o p o rtu n o señalar que los electores que votaron
p o r F rag u eiro co rresp o n d iero n a aquellas provincias que en el
proceso p o r venir se m ostrarían más sensibles a la influencia
liberal.
D erqui llegó a la prim era m agistratura en condiciones harto perquiéreme
incóm odas y que excedían las molestias de la lucha electoral. U r- a Urquiza
quiza, su p redecesor, seguía siendo el jefe del p artido Federal v
la prim era figura en prestigio e influencia de toda la C o nfedera­
ción, además de ser g o b ern ad o r recién electo de E n tre Ríos. En
consecuencia, a él p ertenecía el p o d er efectivo, en tan to que al
presidente sólo le quedaba el p o d e r form al. D erqui se veía así
obligado a co nform arse co n las directivas de un p ro te c to r to d o ­
poderoso, c u y a pru d en cia no lograba hacer m enos incóm odo el
peso de su autoridad. La designación de U rq u iza com o general
en jefe del ejército y de su y e rn o , Benjam ín V icto rica, com o m i­
nistro de G u e rra , d em ostraron la dependencia del Presidente.
Éste suspiraba p o r el p o d e r efectivo y su independencia polí­
tica. Su única alternativa consistía en lograr el ap o y o de un partido
o secto r que com pensara aquella influencia dom inante v le diera
el papel de á rb itro p o lítico . Su co n tacto con M itre, al visitar
Buenos Aires en julio de 1860, le inclinó —co n tra lo que podía
esperarse— a buscar la alianza de los liberales, a cu y o efecto com en­
zó p o r apoyarse en cierto g ru p o de federales m oderados que eran
más o m enos reacios a las directivas del palacio San José.
Estos pasos p ro v o caro n la renuncia de V icto rica al gabinete
y una expresiva carta de U rquiza que trataba de aventar los tem o­
res del presidente D erqui:
Soy am igo del D r. D erqui y soy el subalterno más res­
petuoso del Presidente, que tiene su autoridad de la ley y
del C ongreso, que es el pueblo en tre el que estoy con pla­
ce r co nfundido.
Pero a continuación agregaba la frase paternalista:
Sé lo que valgo y aprecio m ucho su juicio para creer
que V d. sabe que com batiendo mi influencia sacrificará el
m ay o r elem ento de su prestigio y el m ejor apoyo de su
au to rid ad .1
Poco después llegaría D erqui a referirse a su situación com o
a una “esclavitud y falta de independencia” . D e n tro de este c o n ­
texto se da su decisión de g o b ern ar con el p artid o Liberal “donde
están las inteligencias” —decía— y darle m ayoría parlam entaria.
Fiel a este propósito, que lo lleva a una alianza práctica con M itre,

1 Citado por Beatriz Bosch en el capítulo i, a su careo, de la obra de


Equipos de Investigación H istórica, Pavón y la Crisis de la Confederación,
Buenos Aires, 1966, pág. 53. En dicho capítulo se analiza la relación entre
Derqui y U rquiza en este período.

se
designa a un p o rteñ o , N o rb e rto de la Riestra, m inistro de H acien­
da y piensa o fre c e r una cartera en el gabinete nada m enos que a
V alentín Alsina. E l p artid o Federal, con excepción del círculo
más allegado al presidente, vio con tem o r esta m aniobra v cerró
filas alrededor de U rquiza, que guardaba un p ru d e n te silencio.
Casi al mismo tiem po que D erqui asumía la presidencia na- de,rBuenosrA?resr
cional, el general M itre se hacía cargo de la g o b ern ación de Buenos
Aires para cu m p lir el P acto de U nión N acional. Jefe del ala na­
cionalista del partido, M itre realizó una sutil tarea convenciendo
a unos y conteniendo a otros, reduciendo al m ínim o las diver­
gencias y dando m uestras de gran elasticidad política. Así, aunque
realm ente en m inoría, logró arrastrar a su p artid o a la zaga de su
p ro y e cto , aun al precio de resentir la estru ctu ra partidaria.2
N o se puede co m p ren d er, p o r otra parte, la política de aque­
llos días, si no se recu erd a las características de los partidos de
entonces, tan distintas de las que ha co nocido el lecto r de hoy.
Los dirigentes políticos trabajaban en fun ció n de una base
electoral reducida. E n Buenos Aires, la ciudad más politizada del
país, en 1864 sólo votó el 4 % de la población. Libres de la tarea
de ten er que co nquistar el apoyo electoral de la masa, los políticos
eran elaboradores de opinión y “co n d u cto res de cuadros” . La
organización p artidaria era ru d im entaria y consistía básicam ente
en una alianza más o m enos circunstancial en tre sujetos de ideas
afines para realizar algún p ro p ó sito com ún. Esta sim plicidad favo­
recía la personalización del p o d er p o lítico d e n tro y fuera del p a r­
tido. De ahí que la clave de cada p artid o estuviera en el o los
“notables” que lo integraban. De los notables surgían las ideas
rectoras, los planes de acción, a los que coadyuvaban el círcu lo
de los amigos.
El ám bito operativo de estos núcleos reducidos era el club
p o lítico —C lub del Pueblo, C lub de la L ib ertad — donde se hacía
proselitism o, se evaluaba la situación y de d onde se propalaban las
decisiones de los notables. En el sistema del club, no contaban los
“afiliados” , sino los adherentes ocasionales, lo que hacía más fluida
la situación p artidaria.s

2 Equipos de Investigación H istórica, ob. cit., capítulo ii, donde César


A. G arcía Belsunce desarrolla la evolución y las tensiones del proceso de
imposición en Buenos Aires del program a nacionalista, págs. 119 a 162.

3 Equipos de Investigación H istórica, ob. cit., capítulo prelim inar, donde


Carlos A. Floria describe más detalladam ente las características de la política
de entonces, págs. 9 a 45.

R7
In te r io r d e la casa de M itr e en B uenos A ires.

D entro de este esquema, M itre había alterado la conducción


del p artid o Liberal, que a p a rtir del Pacto de U nión N acional se
regía p o r la línea nacionalista. La nueva política de D erqui se
adecuaba m uv bien a esta línea v le abría amplias perspectivas.
El año 60 había com: enzado rprom isoriam ente para
r
la paz
r
na- constitucional
Reforma
cional. La C onvención ad hoc, convocada en la provincia para
p ro p o n er reform as a la C onstitución nacional, había propuesto
cam bios prudentes que tendían a refo rzar el federalism o v la au to ­
nom ía provincial. El 6 de junio se firm ó un nuevo pacto entre la
C onfederación y Buenos Aires, que alteraba algunas de las bases
del de U nión N acional, fijaba la form a de c o n c u rrir a la nueva
asamblea nacional co n stitu y en te, reservaba e n tre ta n to a Buenos
A ires el m anejo de la aduana y establecía un subsidio de la p ro ­
vincia a la nación de un m illón de pesos mensuales. La C onvención
N acional C o n stitu y en te se reunió en setiem bre v aceptó casi por
unanim idad las reform as propuestas p o r Buenos Aires, en lo que
tuvo buena parte la influencia de U rquiza.
Este estado de arm onía duraría bien poco. El in terv e n to r de ¿gC| “ s Juan
San Juan, coronel V irasoro, se había hecho n o m b rar go b ern ad o r
propietario. H o m b re sin condiciones políticas, había establecido
una especie de d ictadura local de hecho, levantando grandes resis­
tencias, sobre to d o entre los liberales. Los tres hom bres claves de
aquellos días —D erqui, U rquiza v M itre— se hallaban reunidos en
San José cuando decidieron, en una carta co n ju n ta, invitar a V ira-

88
In te r io r d e l P a la c io San José, re s id e n c ia d e U rq u iz a .
D e n tro de las lim ita c io n e s de la é p o c a , los d irig e n te s p o lític o -s o c ia le s u n ía n en
su v id a p riv a d a el c u lto del “c o n fo rt” y del bu en g u sto con c ie rta a u s te rid a d
p a tric ia .

soro a resignar el m ando para evitar males m ayores. Pero ese mismo
día, 16 de noviem bre, una sedición estallaba en San Ju an y V irasoro
era asesinado en su casa con varios de sus parientes. Inm ediata­
m ente asum ió el m ando provincial el jefe del p artid o Liberal san-
juanino, A n to n in o A berastain.
El hecho p ro d u jo estu p o r en to d o el país. E n tre los federales
se clam ó venganza, y el presidente n o m b ró in te rv en to r al general
Juan Saá, g o b ern ad o r de San Luis, acoplándole dos consejeros
liberales, p ara su b ray ar su ecuanim idad. Pero en Buenos Aires,
com o en el caso de Benavídez años antes, la reacción fue la de
festejar el fin de un tiran o y el triu n fo de la libertad. U n m inistro
de la provincia, S arm iento, hizo el panegírico del suceso, c o m p ro ­
m etiendo al mismo g obierno, lo que pro v o có su salida del gabinete.
Las pasiones se encresparon y las acusaciones llovieron de uno a
o tro bando. E n tre ta n to Saá,. que había despachado a sus consejeros
liberales, d e rro tó a A berastain en el P o tito , tom ándolo prisionero.
Al día siguiente, A berastain fue fusilado p o r o rden del segundo
de Saá. E ntonces, las acusaciones de crim en se invirtieron. Él diá­
logo se hizo más difícil y R iestra renunció a su cargo de m inistro
nacional, m ientras U rquiza enrostraba a M itre haber nom brado en
su gabinete a un separatista com o Pastor O bligado. La política de
la “en te n te ” estaba a p u n to de naufragar.

on
D esde un p rincipio, M itre había p ro cu rad o el apoyo de las El plan político
de Mitre
provincias interiores para in v ertir el esquema geopolítico de C e­
peda, en el que Buenos A ires se en co n tró sola fren te a todas las
provincias. E n 1861 una línea de provincias con gobiernos liberales
o sim patizantes, atravesaba to d o el país de sur a n o rte y dividía en
dos sectores a los federales: el litoral, fu erte, y d irigido p o r U rq u i-
za; el cordillerano, débil, v que aislado dejaba de ser tem ible.
C órdoba, Santiago del E stero y T u c u m á n eran las provincias que
respondían a la influencia liberal, en tan to Salta v Ju ju y eran p o te n ­
ciales adherentes. N o se le escapaba a M itre que si esa alianza se
presentaba com o sostenedora del p o d er constitucional del Presiden­
te fren te a las influencias y los poderes de facto del g o b ern ad o r de
E ntre Ríos, tenía serias posibilidades de lograr apovo, v con los años
lograr la m ayoría parlam entaria v la hegem onía p o rteña v litoral
en la C onfederación.4
N o había cesado la grita p o r los incidentes de San Juan, cuan­ Rechazo de
los diputados
do la presentación de los diputados p orteños al C ongreso N acional porteños y
Iracaso de
originó un nuevo choque. E legidos según la ley provirícial en vez la "en tente"
de la nacional, sus diplom as fu ero n objetados. La cuestión era ju rí­
dica pero no fue encarada com o tal, p orque los p o rteñ o s tra n sfo r­
m aron el asunto en una cuestión de honor. D erqui p ro c u ró la
aceptación de los diputados, p ero la m ayoría, federal y urquicista,
rechazó a los diputados.
El episodio reveló a M itre la inconsistencia política del apoyo
presidencial. D erqui, a su vez, m idió la insuficiencia del apoyo
liberal, que si ya m enguaba p o r los sucesos sanjuaninos, más le
faltaría luego del rechazo de los diputados. C on esos escasos ele­
m entos no podía resistir la presión de los am igos de U rquiza. Desde
ese m om ento M itre ya no co n tó co n D erqui y éste se p rep aró para
cam biar de fren te y reco n q u istar el apoyo federal. U rquiza, p o r su
parte, en ro stró a M itre que la exaltación liberal p retendía

H a c e r lo mismo que hizo Rosas de la “ federación”, la


palanca para dividir y arru in ar a las provincias para reco n ­
cen trarlo to d o en Buenos Aires."’
Fue ese el m om ento en que el Presidente, regresando de su Intervención
de Córdoba
transitorio coqueteo con el liberalism o, realizó una m aniobra m a­
gistral, el m ay o r y el últim o destello de su habilidad política:

4 Eauipos de Investigación H istórica, ob. cit., César A. G arcía Belsunce,


en capítulo citado, pág. 125.
r> A rchivo del general M itre, tom o vil, págs. 234 y 235.
intervino la provincia de C órdoba, el 24 de m ayo de 1861, co rtan d o
el “co rd ó n liberal” co n stru id o p o r M itre en su p u n to más im p o r­
tante. Aislaba a los gobiernos liberales del n o rte, débiles para actuar
p o r sí mismos, y dem ostraba que el g obierno tenía capacidad de
decisión. Creaba, además, un cam po in in terru m p id o desde el U ru ­
guay a la C ordillera dom inado p o r los federales, y a la vez, lograba
un cen tro geo g ráfico oponible al núcleo federal del Litoral, capaz
de equilibrar influencias y darle su ansiada independencia. E n de­
finitiva, en el aspecto g eopolítico, la in tervención de C órdoba
restablecía el esquem a de los días de Cepeda.

La ruptura

En los meses anteriores, el presidente D erq ui había pro tes­


tado lealm ente ante U rq u iza las presiones a que se sentía som etido.
El go b ern ad o r e n trerrian o le había tranquilizado, ratificándole su D¡stanciam¡ento
° 1 Urquiza-Derqui
lealtad y su respeto. “N ad ie ha de saber p rim ero que V d. lo que
de V d. me disguste”, le decía, asegurándole que no era hom bre
de actu ar p o r detrás. Pero cuando tem ió que D erqui procediera,
ya no en su co n tra, sino c o n tra los intereses de la C onfederación,
se dispuso a estrecharlo “para que su autoridad se ponga del lado
de nuestra o b ra” .6
Sin em bargo, no se o cu ltó al círcu lo de San José que la in ter­
vención a C órdoba tenía objetivos políticos ajenos a la lucha con
Buenos A ires y los liberales. D erqui abandonaba a éstos y se acer­
caba a San José, p ero no del todo. Cedía al deseo de e stru c tu ra r
alrededor de Saá, en San Luis y C órdoba, un co m p etid o r de U r­
quiza. A unque éste se resistía a adm itirlo, existía en San José la
sensación de la “tra ic ió n ” del Presidente. U na vez rotas las hosti­
lidades co n Buenos A ires, al realizarse la conferencia de paz a
bo rd o del “O b e ró n ” el 5 de agosto, D erqui olvidó su gabán con c ar­
tas de L uque referidas al in ten to de n eu tralizar a U rquiza. Las
carras caen en p o d er de éste y el vencedor de Caseros se convence
de que es traicio n ad o.7 Si siem pre ha sentido vocación p o r la paz,
ahora la p ro c u ra rá a to d o trance. P referirá p actar y aun ser ven­
cido p o r los enem igos, que traicionado p o r los amigos. Su espíritu

“ Ver Beatriz Bosch, en E q u ip o s ..., ob. cit., págs. 59 y 74.


7 Equipos . . . , ob. cit. V er además del capítulo citado de Beatriz Bosch,
la im portante docum entación de Isidoro J. Ruiz M oreno, “El Litoral después
de Pavón”, en el capítulo v, págs. 338 a 343, donde se vuelve sobre este
episodio.
decae. N o m b ra d o jefe del ejército co nfederado, va a la guerra sin
entusiasm o, sin ver los fru to s de la eventual victoria. De allí que
antes de la batalla p ro cu re hasta últim o m om ento transar v que
después de ella se retraiga a E n tre Ríos v p ro c u re un entendim iento
con M itre.
En junio de 1861 cesó la correspondencia en tre D erqui v M i- B ^ n o s "A ire s
tre. La intervención de C ó rd o b a había sido el signo de la ruptura.
U na lev del C ongreso —5 de junio— declaró a Buenos Aires sedi­
ciosa y auto rizó al Presidente a in terv en ir la provincia. La situación
del gobierno p o rteñ o no era fácil. La guerra era im popular, si bien
una m inoría activa que dom inaba la prensa p ro cu rab a entusiasm ar
p o r ella a la m ayoría in diferente o disconform e. Los que rodeaban
a M itre se sintieron arrebatados p o r la perspectiva de una revancha
de Cepeda. Pero M itre sabía que las provincias aliadas, sobre las
que ta n to con tab an sus amigos, sólo eran “aliadas en la paz”, pero
que en caso de g u erra no arriesgarían nada, pues carecían de fuerza
suficiente y de solidez política.
Sabía el g o b ern ad o r que la paz era m uy difícil v se p reparó
para la guerra, saliendo a la cam paña a fo rm ar un ejército, pero si­
guió trabajan d o p o r la paz, seguro de que ésta le daría, con menos
riesgo, el fru to que otros buscaban en la g uerra. A Sarm iento le
escribía:

¿Se im agina V d. lo q u é sería Buenos Aires con 4 años


de paz, desenvolviendo su riqueza, su poder, su libertad,
su espíritu público . . . ? 8

P or entonces R iestra consideraba que la “nacionalidad argen­


tin a” era im posible, v M árm ol, creía que aun en caso de victoria,
sólo se llegaría a la segregación de Buenos Aires. La lucha en el
frente intern o p o rte ñ o se m antenía, pues, viva.
Ése era el estado de espíritu y la situación general en que los
protagonistas llegaron a la conferen cia del 5 de agosto, propuesta
p o r los m inistros diplom áticos extranjeros, la que en definitiva
fracasó p o r la poca disposición de las partes a ced er en cuestiones
que creían atinentes al fu tu ro desenvolvim iento de su poder.
En setiem bre se pusieron en m ovim iento los ejércitos. U rquiza Pav6n
se situó sobre las nacientes del a rro y o Pavón con 17.000 hom bres.
Al sur del a rro y o del M edio, M itre contaba con 15.400 soldados.
Secundaban a U rquiza, Saá, Francia, V irasoro, L ópez Jordán.

x A rchivo del !Museo H istórico Sarmiento, Carp. 14, Doc. 1806. Citado
in extenso por C. A. G arcía Belsunce en E q u ip o s ..., pág. 134.

n->
La G u ard ia N a c io n a l e ra el o rg u llo de B uenos A ires y el p u n to de c o n c e n tra ­
c ión de la ju v e n tu d b u rg u e sa . H ela a q u í p a rtie n d o pa ra la c a m p a ñ a de Pavón.
[S egún P a llié re .l

A com pañaban a M itre, V enancio Flores, Paunero, Em ilio M itre


—su herm ano—, H ornos. E n las fuerzas de Buenos Aires p red o ­
m inaba la in fantería —2/3 del to tal—; en las confederadas, se equi­
libraban caballería e in fantería. E ra la p rim era vez que U rquiza
recu rría a una masa de infantes tan im p o rtan te; la prim era vez
tam bién que adoptaba una actitu d defensiva en las operaciones.
Su rival no se hacía ilusiones sobre la capacidad de la caballería
po rteñ a y jugaba to d o a su infantería. Buscó al e jército federal v
lo en co n tró el 17 de setiem bre, sobre el a rro y o Pavón. Las p revi­
siones del general p o rte ñ o se cum plieron. Su caballería fue arrasada
de entrada y sólo una pequeña p arte se cu b rió sobre la reserva. La
infantería po rteñ a, en cam bio, pese a la obstinada resistencia fede­
ral, rom pió el c e n tro de la línea co n traria y la desorganizó. El
triu n fo era tan com p leto en el c en tro com o lo era la d erro ta en
las alas. P ero am bos ejércitos no habían em peñado prácticam ente
sus reservas. U rquiza, que situado en un ala vio la d erro ta de su
cen tro y carecía de noticias del o tro extrem o de su línea, supuso
que aquella tam bién estaba en derrota, y cansado de una lucha
que veía sin objeto, o rd en ó la retirad a del ejército.
Si la d e rro ta del ejército co n fed erad o no había sido decisiva
en el cam po de la lucha, si lo había sido en cu an to a equipo: los
32 cañones perdidos son el indicio más notable de la m agnitud del
desastre para un Estado que carecía de dinero v de c ré d ito v que
había levantado aquella fuerza con verdadero sacrificio.11
Los efectos políticos fueron aún m ayores v perm itieron al
general M itre una amplia explotación de la batalla. U rquiza, dis­
gustado con el Presidente, se retiró con las fuerzas entrerrianas a
su provincia, separándose desde entonces prácticam ente de la lucha,
V sorprendiendo a todos con su actitu d . Su alejam iento p ro d u jo tal
desaliento que los esfuerzos de D erqui, V i raso ro v otros jefes, nada
pudieron para evitar el progresivo desbande de lo que había queda­
do del ejército nacional. El 4 de o ctu b re, M itre inició su avance
sobre la provincia de Santa Fe; el H en traro n en R osario sus fuerzas
navales y el 12 el ejército.
E ntonces com ienza una nueva etapa en las relaciones del trian- Acercamiento
r Urquiza-M iíre
guio del poder. D erqui —v su vicepresidente P edernera— lucha
desesperadam ente v sin éxito p o r restablecer la situación v exhorta
a U rquiza a reto m ar el m ando suprem o. U rquiza, deseoso de
alcanzar la paz hace una apertu ra hacia M itre p o r interm edio de
Juan C ruz O cam po p rim ero v de M artín Ruiz M oreno después,
m ientras hace oídos sordos a los pedidos del Presidente v de gran
cantidad de gen te de su p ro p io círcu lo . En cu an to a M itre, se de­
cide a una política transaccional co n U rquiza, a condición de que
éste deje a Buenos A ires libre para d errib ar a las autoridades nacio­
nales, actu ar sobre las provincias interiores v “ restablecer” la
C onstitución. A cam bio de ello, no m olestará en su p ro pio dom inio
al g o b ern ad o r de E n tre Ríos, v hará la paz con esta provincia v
C orrientes.

El triunfo de Mitre

La victoria m ilitar no iba a facilitar el cam ino p o lítico del


go b ern ad o r p o rteñ o . Se lo com p ren d e fácilm ente cuando se co m ­
prueba la reacción desaforada de S arm iento al día siguiente de
Pavón: “El general me ha vengado del diplom ático” v agregaba:
“ Invasión a E n tre Ríos, elim inación de U rquiza, S o u th a m p to v o
la horca". O tro s, com o (Manuel O cam po, prop o n ían llam ar a una
nueva convención co n stitu y en te. M itre contestó que la guerra se
había hecho en nom bre de la C o nstitución y de los derechos ema-

w Para un estudio militar de esta campaña ver el capítulo del coronel


José T . G o y ret en: E q u ip o s ..., ob. cit. En la misma obra Palmira S. Bollo
examina los problemas financieros de los litigantes.
nados de ella. M ientras tan to , m antuvo inm óvil al ejército a la
espera de los acontecim ientos.
Esta inactividad y las trascendidas negociaciones con U rquiza
alb orotaro n más el am biente p o rteñ o . U nos —S arm iento— clam aban
p o r expediciones al in te rio r para que se p ro d u jera la esperada “ reac­
ción liberal” y p ara “a p o y ar a las clases cultas co n soldados co n tra
el levantam iento del paisanaje” . O tro s acusaban a M itre de debi­
lidad o infidencia y atacaban la presunta unión suya con U rquiza
com o un equivalente del p acto de San N icolás: D ecía La Tribuna:

La paz o la alianza en tre U rquiza v M itre sería la revo­


lución de los g o b ernadores de E n tre R íos v Buenos Aires
co n tra los poderes que han sido constituidos por la C on­
federación v que ésta no reniega.
Y agregaba:

La g u erra no se ha hecho únicam ente para que sea


presidente M itre . . .
M ientras éste aguantaba sem ejante to rm en ta política seguro
de que no habría reacción en las provincias sin la presencia del
ejército p o rteñ o , v que luchar con U rquiza era un com prom iso
serio y un esfuerzo estéril, pues aquél les tendía la m ano, una
reacción parecida se operaba en to rn o del ex Presidente. M uchos
de sus partidarios se sentían m olestos p o r sus esfuerzos por la paz
v su acercam iento a M itre. Se veía aquello com o una claudicación,
v el disgusto crecía disim ulado p o r el respeto.
En estas tratativas, el lecto r ha visto diluirse al presidente D er- Alejam iento
de Derqui
qui. En verdad, éste había quedado al m argen de la co nducción
del procedo político, pues carecía de p o d er efectivo alguno. Sus
em peños p o r restablecer la situación fueron infructuosos v final­
m ente los abandonó. El 6 de noviem bre se refugió en el barco
británico A rd e n t, anunció que presentaría su renuncia v se m archó
del país. El 20 de noviem bre partía Paunero con una división de
ejército sobre C órdoba, d onde estallaba una revolución liberal. El
22 los restos del ejército federal eran acuchillados en Cañada de
G ó m e z p o r el general Flores, y term inaba su existencia com o fuerza
m ilitar organizada. El colapso de la C onfederación era total e irre­
m ediable. En la lucha p o r la dom inación que se había librado, la
bandera de la hegem onía volvía a pasar a Buenos Aires: a un
Buenos A ires liberal.
El I ^ de diciem bre. E n tre R íos reasum ió su soberanía v se Disolución de la
autoridad na cio r?
declaró en paz con las dem ás provincias. F,l 12 de diciem bre, el
vicepresidente P edernera, legalizando la situación de hecho exis­
tente, declaró caducas a las autoridades nacionales. E l proceso co n ­
cluyó cuando el 28 de enero de 1862, adelantándose a las otras
provincias, E n tre R íos encom endó al general M itre p ro c ed e r a la
con vocatoria e instalación del C ongreso Legislativo N acional.
La paz lograda era, sobre to d o , la paz en tre M itre y U rquiza.
Los dos líderes habían renunciado a ciertas posiciones para lo g rar­
la y habían violentado en buena m edida las tendencias, opiniones
y sentim ientos de sus partidarios. Im pusieron su política, o m ejor
dicho, U rqu iza aceptó que M itre im pusiera la suya, y no hubo en
la R epública p o d e r que pudiese co n trarrestarla. Pero aquella vio­
lencia no dejó de p ro d u c ir sus fru to s próxim os y tardíos. E n las
elecciones de abril de 1862, O bligado, candidato m itrista de tra n ­
sacción, fue d erro tad o am pliam ente p o r M árm ol, su opositor y
uno de los líderes aislacionistas. E l p artid o L iberal se escindió en
A utonom ista y N acional, y si bien M itre subió a la presidencia
de la N ació n , dejó m uchos descontentos en Buenos Aires. A la vez,
la autoridad de U rquiza no se rec u p e ró nunca del m alestar p ro d u ­
cido p o r su alianza con los p orteños. Casi una década después, su
asesinato p o r los partidarios de L ópez Jo rd á n no es sino el acto
final de este deterioro.
MITRE Y LA NACIONALIZACION
25 DEL LIBERALISMO

Imposición del liberalismo

T ras la disolución de las autoridades nacionales v del pacto


de “neutralizació n ” de U rquiza, Buenos A ires había recogido la
bandera que había p erd id o en Caseros, y se disponía nuevam ente
a d ictar su política al resto del país. B artolom é M itre iba a ser no
sólo el insp irad o r de esa p o lítica, sino tam bién su ejecutor. Desde
la revolución de setiem bre había ido elaborándola pacientem ente
y en los crítico s días anteriores y posteriores a Pavón había logrado
im ponerla a sus com provincianos. En verdad, era más la política
de M itre que la de Buenos Aires, todavía enceguecida p o r los
arrebatos segregacionistas y el resentim iento hacia los provincianos.
E l ho m b re era capaz de hacerlo, com o lo fue de sortear m úl­
tiples obstáculos en una de las carreras políticas más largas que
conoció la R epública, pues su actuación se p ro lo n g ó hasta el fin
mismo del siglo. N ac id o en 1821, m ilitar de carrera y literato por
vocación, incursionó en la poesía y la novela, cultivó el ensayo
e hizo del periodism o p o lítico su m ejor m odo de expresión. C om o
m ilitar cultivó el arm a más técnica y m oderna —la artillería— lo
que es u n indicio de su m odalidad. O tro es que en tre el frag o r de
la acción política, se sum ergió en la historia y escribió la H istoria
de Belgrano (1857-59), una de las obras más notables de la histo­
riografía argentina.
Estos datos bastan para definirlo com o un político de nuevo
cuño. Sensible com o h om bre, com o p o lítico era frío y sereno.
A ferrado a sus principios, p ero con una alta dosis de realismo que
le daba una notable flexibilidad política. Así, m ientras fue capaz
de sacrificar su p restigio local en 1861 y de su p ronunciam iento
principista de 1874, tam bién fue el hom bre de las conciliaciones,
las colaboraciones y los acuerdos: con U rquiza en 1861, con Sar­
m iento en 1873, con A vellaneda en 1877 y con R oca en 1892.
M itre había resum ido su pro g ram a en el lema “N acionalidad,
A rq u e tip o s de la c la s e d irig e n te d e B u e n o s A ires, q u e e s p e ja n e l c a rá c te r y la
m oda d e su tie m p o : doña A d e la B u s ta m a n te de G im é n e z [óleo de P rilid ia n o Puey-
rre d ó n ] y don M a n u e l O c a m p o [seg ún e l re tra to re a liz a d o po r el m is m o a rtis ta ].

C onstitución y L ib e rta d ” : una N ació n unida, em inente, superior


a sus partes; una C o nstitución federal, garantía de los derechos
de esas mismas partes; libertad política y civil. ¿Q ué libertad? La
concebida p o r el liberalism o de entonces: libre juego de las insti­
tuciones, libertad de crítica, elim inación del caudillaje auto crático
que im pedía a los pueblos expresarse librem ente, libertad que nacía
de la “civilización” y que im ponía co m b atir la “b arbarie”, para
usar térm inos de Sarm iento. E n sum a, era el estilo n u e v o , dispuesto
a desalojar al estilo viejo de nuestro escenario político.
E l pro g ram a m itrista suponía la existencia de un orden liberal
en la R epública p ara desarrollarse arm ónicam ente, lo que signifi­
caba que exigía com o tarea previa crear ese o rden, rem oviendo la
m ayoría de las situaciones provinciales m anejadas p o r los federales.
Dada la debilidad de los m ovim ientos liberales del interior, no
quedaba o tro recurso que p ro v o c a r el cam bio p o r la acción directa
o indirecta de las fuerzas m ilitares, puestas al servicio de los prin­
cipios. Este p ro ced im ien to ponía a los liberales en una especie de
co n trad icció n in terio r, pues m ientras sostenían el principio de la
libertad de los pueblos se disponían a d errib ar regím enes que g o ­
zaban del consenso de las poblaciones para im ponerles otros, creados
desde afuera y apoyados en m inorías más o m enos exiguas. Pero
resolvían la co n trad icció n cre y e n d o —o al m enos arg u m en tan d o —
que aquellos pueblos habían sido sum idos en una suerte de m ino-

no
ridad que les impedía elegir librem ente, v que prim ero debían ser
libertados, darles acceso a la cu ltu ra política, pára que luego pu­
diesen elegir conscientem ente el sistema de su predilección.
Así, la acción a desarrollar iba a ser considerada p o r los
liberales una misión libertad o ra v civilizadora, en tan to que los
pueblos del in terio r iban a ver sim plem ente en ella la prepotencia
de Buenos Aires, im poniendo a las provincias hom bres v estilos
ajenos para m ejor sojuzgarlos.
El general M itre no quiso o p erar sobre el in terio r m ientras no
tuviera asegurada una base de p o d er en el litoral. Para ello p ro ­
m ovió una revolución en C orrientes que d errib ó a R olón, ocupó
la ciudad de Santa Fe, y n o m b ró g o b ern ad o r a D om ingo C res­
po; pese a alguna m om entánea tentación, respetó el dom inio de
U rquiza en E n tre Ríos, c o n v ertid o en un aliado pasivo.
La revolución liberal cordobesa del 12 de noviem bre de 1861
c o n stitu y ó la única dem ostración de fuerza de los liberales del
interior, pues los T aboada perm anecían inactivos en Santiago.
C uando M itre envió al general P aunero con una división del ejér­
cito sobre las provincias, éste llegó a C órdoba para en co n trar un
partido Liberal dividido p o r las apetencias del poder. Paunero
ofició de á rb itro e im puso com o g o b ern ad o r provisorio a su
segundo, el coronel M arcos Paz, tu cu m an o liberal. Al avanzar
sobre las dem ás provincias, fueron cayendo sin resistencia los
gobernadores federales. Saá, N azar, V idela, Díaz, se exiliaron v
C uyo pasó a los liberales B arbeito (San L uis), M olina (M endoza)
v Sarm iento, quien había acom pañado la expedición com o audi­
to r, con el expreso designio de o b ten er la g o bernación de San
Juan que reclam aba a M itre desde el día siguiente a Pavón.
En el norte, A n to n in o T aboada d e rro tó en El Ceibal al go­
b ernad o r tu cu m an o G u tié rre z , que fue reem plazado p o r Del C am ­
po. El g o b ern ad o r de C atam arca renunció para evitar la invasión,
el de La Rioja, V illafañe, se p ro n u n ció p o r M itre. Sólo Salta
quedaba en pie para los federales, pero M arcos Paz, abandonando
el difícil g o b iern o de C ó rd o b a fue a T u c u m á n com o com isionado
nacional v logró un acu erd o pacífico (m arzo 3 de 1862) entre
los gobiernos de T u cu m án , C atam arca, Santiago del E stero v Salta,
renunciando el g o b ern ad o r de esta últim a, T o d d , que fue reem pla­
zado p o r Juan N . U rib u ru .
El éxito de M arcos Paz hubiera puesto final feliz al proceso
de los reem plazos, si no hubiera sido p o rq u e el general riojano
Angel V icente Peñaloza. apodado el C hacho, se rebeló c o n tra la

QQ
pasividad de V illafañe. H abía luchado veinte años antes p o r la
federación co n tra Rosas v volvía a hacerlo c o n tra las tropas de
Buenos Aires. T ra tó de inv ertir la situación tucuniana pero las
fuerzas de esa provincia le rechazaron en R ío Colorado (feb re ro
10 de 1862) y p o co después fue batido p o r las tropas porteñas en
A guadita v Salinas de M oreno (m a rz o ), siendo fusilados los ofi­
ciales prisioneros p o r orden de Sarm iento, convencido que civili­
zaba si no “ahorraba sSngre de gauch o s”. N uevos com bates m eno­
res, casi siem pre favorables a Buenos Aires, pusieron a Peñaloza
en una situación desesperada v dem ostraron que la m ontonera
gaucha, falta de recursos, no podía m edirse con las fuerzas de
línea. Pero al mismo tiem po, Paunero se fue convenciendo que Paz de
La Banderita
Peñaloza era el único hom bre capaz de p oner ord en en La Rioja
v que era posible conseguir su adhesión. Con ese fin n om bró una
Com isión M ediadora, a cuyas instancias cedió Peñaloza, quien el
30 de m ayo, desde La Banderita, declaró su som etim iento a las
autoridades nacionales v se co m p ro m etió a p acificar la provincia.
Restablecimiento
E n tre ta n to , M itre había sido encargado p o r las provincias de de las autoridades
reu n ir el C ongreso N acional y de m anejar las relaciones exteriores. nacionales

C onvocó a elecciones y el 25 de m avo se reunió el nuevo cu erp o


legislativo, con amplia m ayoría liberal, que encargó a M itre el
ejercicio provisional del p o d er ejecutivo nacional.
En junio, M itre podía halagarse de la pacificación de to d o el
país, p ero la paz del in te rio r fue precaria. En m arzo de 1863 Segundo
alzam iento
Peñaloza, co nvencido de que el g obierno nacional se proponía de Peñaloza

tiranizar a las provincias, se sublevó nuevam ente, e invitó a U r­


quiza a im itarle y asum ir la d irección del m ovim iento. La rebelión
riojana no estaba inspirada sólo en la resistencia a Buenos Aires
o a doctrinas liberales que no im portaban dem asiado. La p ro v in ­
cia, com o sus herm anas cordilleranas, se debatía en la miseria.
A floraba un d e sc o n ten to -p ro fu n d o y se hacía responsable al nuevo
gobierno nacional de una situación que distaba de ser sim plem ente
política y cuyas causas eran anteriores y com plejas. Sin em bargo,
la falta de auxilios que Peñaloza esperaba del g o b iern o central, la
falta de com prensión de la situación riojana y las presiones polí­
ticas, se con ju g aro n para anim ar su rebelión v la de sus co m p ro ­
vincianos.
M ientras U rquiza respondía con el silencio a la invitación
del C hacho, M itre se dispuso a realizar una “g u erra de policía”
y encargó a Sarm iento su con d u cció n política, acto riesgoso en
quien conocía las pasiones que anim aban al sanjuanino. R ápida­
m ente co n v erg iero n sobre Peñaloza las fuerzas nacionales co n d u ­
cidas p o r P aunero, quien venció a los rebeldes en Lom as Blancas
(m ayo 20). Peñaloza se desvió sobre C órdoba, p e ro fue nuevam ente
batido en Las Playas (ju n io 28). Propuso entonces negociaciones,
p ero P aunero —irritad o p o r el escaso fru to de la paz a n terio r— las
rechazó. M enos las iba a acep tar S arm iento, quien en la guerra
además de los objetivos generales buscaba la reparación de las
m uertes de sus parientes, sacrificados p o r los hom bres de Peñaloza.
V encido o tra vez en Puntillas del Sauce, Peñaloza se refugió en
O lta, donde fue tom ado prisionero p o r los nacionales v ultim ado
p o r el m ay o r Irrazáb al.1
La m u erte de Peñaloza no iba a asegurar la paz p o r m ucho
tiem po, pues las condiciones que habían im pulsado el alzam iento
no habían desaparecido. Las levas para la g u erra c o n tra el Paraguay
p ro v o caro n m otines y deserciones, pues los provincianos no que­
rían ir a pelear. Las guerras del C hacho iban a te n e r u n eco tardío Rebelión de
los colorados
en 1866 co n la “rebelión de los colorados” que estalló en M endoza
y se extendió a casi todas las provincias cordilleranas, poniendo
en aprietos al g o b iern o nacional en m om entos en que se libraba
una guerra internacional. V idela en M endoza, Felipe Saá en San
Luis, y Felipe V arela en C atam arca, asum ieron la co nducción del
m ovim iento, que triu n fó en Lujan de C u yo y R inconada del Pocito
(enero 5 de 1867). El g o b iern o nacional declaró traidores a los
revolucionarios y retiró 3.500 hom bres del fren te del Paraguay.
El mism o M itre regresó al país. Por entonces, Juan Saá había
asum ido la d irección de los rebeldes. P or fin A rred o n d o lo d erro tó
com pletam ente en San Ignacio (1^ de ab ril). Casi sim ultáneam ente
(10 de a b ril), V arela era deshecho p o r A n to n in o T ab o ad a en Pozo
de Vargas, con lo que term in ó la rebelión.
T o d o este p erío d o se caracterizó p o r una extrem a agitación
en las provincias, p ro d u c to no sólo de las reacciones federales, sino
de las luchas en tre las distintas fracciones liberales y de los en fre n ­
tam ientos personales. R enuncias, m otines v conatos constituyen

1 Sarm iento en carta a M itre del 18 de noviem bre de 1863 en la qije


le anuncia la muerte de Peñaloza, 12 de ese mes, y dice que ha “aplaudido
la medida” por que la ley sólo existe para los que la respetan. M itre le
contestó felicitándole por la conclusión de la guerra y guardando un silencio
total sobre la ejecución del Chacho, pero al mismo tiem po le ofreció un
cargo diplomático. Posteriorm ente (25 de diciembre) M itre le escribió “. . . n o
he podido prestar mi aprobación a tal hecho. N uestro partido ha hecho siem­
pre ostentación de su am or y respeto a las leyes y a las formas que ellas
prescriben; y no hay a mi juicio un solo caso en que nos sea perm itido
faltar a ellas, sin claudicar de nuestros principios”. En Correspondencia Sar­
m iento-M itre, Museo M itre, Buenos Aires, pags. 261.
la historia provincial de aquellos años. C om o saldo hubo num erosas
intervenciones federales, el g obierno de C órdoba quedó en manos
de opositores al g obierno nacional hasta que en 1867 Félix de la
Peña, nacionalista, asumió la gobernación. Fn el norte, los cu atro
herm anos T aboada v su prim o Absalón Ibarra c o n stitu y ero n una
especie de dinastía que, adherida al régim en liberal, constituía la
más sólida v recalcitrante supervivencia del sistema que el libe­
ralismo había querid o desterrar. M anuel T aboada era el jefe del
equipo v A n to n in o su brazo arm ado. E xtendieron su influencia
sobre Catam arca, La Rioja, T u c u m á n v Salta v dom inaron en
Santiago del E stero casi u n c u a rto de siglo.
Este panoram a p olítico interno se veía seriam ente agravado
p o r la ausencia del presidente M itre que había asum ido la c o n d u c ­
ción de los ejércitos aliados en la lucha c o n tra Paraguay. Sus
vistas personales, opiniones v consejos, enviados desde el lejano
fren te de gu erra, no co n trib u ían a facilitar la tarea del vicepre­
sidente. Sólo la capacidad de M arcos Paz pudo sortear la suma de
inconvenientes acum ulados, y que m uchas veces le hicieron perder
la paciencia v le llevaron a p resentar su renuncia reiteradam ente.
Llegó a decirle a M itre que

si fuese legislador pro h ib iría la salida del p rim er magis­


trad o de mi p a tria 'c o m o está dispuesto en casi todos los
pueblos civilizados.
Y agregó:
Los pueblos quieren ser m andados p o r aquel que tiene
m ejor derecho a m andar. U sted fue elegido canónicam ente
por el pueblo argentino para g o b ern ar v no para m andar
un ejército.-’
Es indudable que si M itre hubiese perm anecido en el país ?l
fren te del g obierno, o tro hubiese sido el desarrollo de los sucesos
v hubiesen habido menos conm ociones. Pero el Presidente tenía
una razón para asum ir el m ando aliado: que las tropas argentinas
no estuviesen conducidas p o r un jefe extranjero, v ser la cabeza
m ilitar de la alianza-. Era una cuestión de prestigio, pero encubría
una razón de política internacional, pues revelaba la necesidad
—sentida p o r M itre— de no ced er posiciones frente al Brasil, apenas
m enos riesgoso com o aliado que com o adversario.

- A rchivo del general M itre, tom o vi. pág. 183. Citado por Ricardo
Levene en Academia Nacional de la Historia, Historio Argentina C ontem ­
poránea, vot. i, I9 sección, cap. “Presidencia de M itre", pág. 22.
Sólo a la m u erte de Paz (en ero 2 de 1868), se resignó a
en tregar el m ando suprem o m ilitar al general brasileño M arqués
de Caxias y reasum ir la presidencia, que salvo el lapso entre febrero
y julio de 1867, había abandonado el 17 de junio de 1865. Pese
a tantas dificultades, al term in ar su m andato en o c tu b re de 1868,
había logrado su p ro p ó sito de c o n stru ir una A rg en tin a política­
m ente liberal.

Administración política

E ncargado M itre p o r el C ongreso del ejercicio provisorio Elección


presidencial
del poder ejecutivo nacional, convocó a elecciones presidenciales. y m inisterio

D om inadas todas las provincias, salvo E n tre Ríos, p o r el partido


Liberal, no so rp ren d e que M itre haya sido electo p o r 133 votos
sobre 156 posibles, pues hubo 23 electores que no sufragaron. La
elección de vicepresidente fue disputada en tre M arcos Paz v T a-
boada, p ero el prim ero , prestigiado p o r su m isión de paz en el
norte, logró 91 votos c o n tra 16 de su oponente.
Inm ediatam ente después de asum ir el p o d er, en o ctu b re de
1862, M itre c o n stitu y ó su m inisterio: G u illerm o R aw son, sanjuani-
no, para In te rio r; R ufin o de Elizalde, p o rteñ o , para Relaciones
E xteriores; D alm acio V élez Sársfield, cordobés, para H acienda; los
tres, senadores nacionales. Para Justicia, C ulto e In stru cció n Pública
designó a E d u ard o Costa y para G u e rra v M arina a Juan A ndrés
G elly y O bes, que le había servido en igual cargo durante su
gobierno de la provincia de Buenos A ires.3
Este m inisterio —co n excepción de V élez Sársfield— fue ex­
traordinariam en te estable, pues se m antuvo hasta que, en ocasión
de las elecciones de renovación presidencial, ren u nciaron Elizalde
y Costa, reem plazados p o r M arcelino U g arte v José E varisto U ri-
buru. E n los últim os meses, M itre volvió a llam ar a los renunciantes
al gabinete e in ten tó n o m b ra r a Sarm iento en reem plazo de Raw son.
A u n antes de su elección, y siguiendo en esto el antecedente
de U rquiza, M itre p ro c u ró la federalización de Buenos A ires en
toda su extensión. La L egislatura p o rteñ a rechazó la sugestión. M i­

3 Para los devotos de las interpretaciones generacionales agregamos estos


datos sobre las fechas de nacim iento de los integrantes del gobierno: M itre
nació en 1821, Rawson en 1821, Elizalde en 1822, Costa en 1823, G elly y Obes
en 1815. Sólo Vélez Sársfield, nacido en 1800, pertenecía a una generación
distinta y fue pronto reemplazado por Lucas G onzález, nacido en 1829. F.n
cuanto a U garte y U riburu que integrarían brevem ente el gabinete, nacieron
en 1822 y 1831, respectivamente.

103
tre buscó entonces una solución transaccional que se m aterializó
en la Lev de C om prom iso, p o r la cual las autoridades nacionales
residirían en Buenos Aires, q u ed an d o la ciudad bajo la jurisdicción
provincial hasta que el C ongreso nacional dictara la lev definitiva
sobre la C apital, convenio que tenía cinco años de duración.
El p ro y e c to m itrista había definido m ejor que ningún o tro la División del
Partido Liberal
línea nacional de su au to r v fue en esta ocasión que se c o n c re tó
la va insinuada división del p artid o Liberal, fu ndando A dolfo Al-
sina el p artid o A utonom ista.
El hecho de que el nuevo g o b ern ad o r de Buenos Aires, M a­
riano Saavedra, p erteneciera al m itrism o, facilitó el buen en ten d i­
m iento entre las autoridades nacionales v provinciales, condenadas
a vivir en curiosa superposición. En 1866 A dolfo Alsina conquistó
la gobernación p orteña v p oco después cesó la lev de C om prom iso,
pero M arcos Paz, en ejercicio de la Presidencia, invocó el derecho
del gobierno nacional de residir en cualquier p u n to del territo rio
V co n tin u ó ejerciendo sus funciones desde Buenos Aires, con el
consentim iento de Alsina, a quien se había acercado políticam ente.
N o faltaron intentos de hacer de R osario la capital de la R e­
pública —p ro v e c to de M anuel Q u in tan a— p ero la cuestión no se
c o n cretó p o rq u e M itre vetó la lev en los últim os días de su presi­
dencia, p o r considerar que tam aña reform a correspondía a su
sucesor. Sarm iento dejó d o rm ir el problem a, que sólo tuvo solución
violenta en el año 1880.
C orrespondió a M itre —pese a las com plicaciones políticas v Obra
adm inistrativa
bélicas de su g o b iern o — realizar una intensa labor adm inistrativa,
especialm ente hasta el año 1865, en que su alejam iento del gobierno
V las atenciones de la g u erra internacional p ro v o caro n una dism i­
nución del ím petu creador.
El colapso de la C onfederación d u ran te la presidencia de
D erqui obligó a rehacer varias de las obras realizadas o com enzadas
du ran te la presidencia de U rquiza. La prim era de estas tareas fue
la reconstitución de la C o rte Suprem a de Justicia v la organización
V proced im ien to de los tribunales nacionales. T u v o M itre el acierto
de llamar a in teg rar el suprem o tribunal a hom bres ajenos a su
línea política: V alentín Alsina —que no acep tó —, José Benjamín
G orostiaga y Salvador M. del C arril, a quienes acom pañaron los
doctores C arreras, Barros Pazos y D elgado. La C o rte se negó a
actuar com o consejera del g obierno, estableció su com petencia e
inició una jurisprudencia de alta calidad jurídica que le dio soste­
nido prestigio.
La C onstitu ció n había previsto la unificación de la legislación
fundam ental del país, p ero la tarea aún no había sido em prendida.
E n este p erío d o se ad o p tó para la N ació n el C ódigo de C om ercio
de Buenos A ires —obra de A cevedo y V élez Sársfield—; se enco­
m endó al p rim ero de ellos la redacción del C ódigo Civil, obra
m onum ental term inada en cinco años, que el C ongreso aprobó
a libro cerrad o y fue prom u lg ad a p o r Sarm iento en 1869, y encargó
a Carlos T e je d o r la redacción del C ódigo Penal.
L a enseñanza secundaria fue atendida, siguiendo las líneas del
g obierno de U rquiza. Se re e stru c tu raro n los colegios nacionales
existentes y se crearo n o tro s en varias provincias. Poco se pudo
hacer en m ateria de enseñanza prim aria, obra que correspondería
a la adm inistración entrante.
E l p roblem a del indio, en tretan to , se había agravado. Las tie­
rras conquistadas p o r la expedición de Rosas se habían perdido
progresivam ente y desde 1854 los m alones avanzaban cada vez más
sobre estancias y poblaciones. Las guerras civiles prim ero y la del
Paraguay después habían obligado a d esguarnecer de tropas las
fron teras interiores. P or ello, el plan originario de M itre de llevar
Ja ocupación nuevam ente hasta los ríos N e g ro v N e u q u én no
en c o n tró ocasión de realizarse y quedó en p ro y e c to hasta el
año 1879.
M itre pensaba que la verdadera fro n tera co n tra el indígena
la constituía la ocupación efectiva y en propiedad de la tierra,
y decía que los indios habían recu p erad o las tierras de los enfi-
teutas p ero no habían p o d id o o cu p ar la tierra de los propietarios.
R aw son, a su vez, hablaba de la “ fro n tera de h ie rro ” constituida
p o r el ferro carril, con lo que coincidía en la necesidad de una
colonización real del desierto. P o r eso vieron satisfechos que la
inm igración europea superaba las previsiones oficiales v sorprendía
dada la agitación reinante en el país. E ra una inm igración espon­
tánea que se rad icó princip alm en te en Buenos Aires v en m enor
m edida en Santa Fe y E n tre Ríos. Para ella el gobierno no previo
ningún régim en especial en m ateria de tierras ni en ningún o tro
orden. U na excepción a esta característica fue la inm igración
galesa que, debidam ente planeada, se estableció en 1865 en el valle
del C h u b u t, donde subsistió pese a sus padecim ientos iniciales.
N o fue este el ú n ico m om ento en que el gobierno dirigió su
atención hacia la Patagonia. E l com andante Piedrabuena exploró
am pliam ente la región, afirm ando la soberanía argentina v se dictó

105
una lev declarando federales los territo rio s no incorp orados a las
provincias, previendo la ocupación de nuevas regiones.
Llegado el año 1866, el problem a de la sucesión presidencial La sucesión
presidencial
com enzó a agitar el am biente político. El general U rquiza surgía
com o el candidato natural del p artid o Federal. Los autonom istas
propiciaron la candidatura de su jefe, A dolfo Alsina. El partido
N acionalista se inclinaba p o r Elizalde. O tro s dos m inistros, Raw son
v Costa eran candidatos potenciales, v no faltó quien alentara la
candidatura de M arcos Paz, pese al im pedim ento constitucional.
En un p rim er m om ento Elizalde se veía favorecido p o r las
provincias cuvanas v to d o el n o rte argentino que respondía a la
influencia de los T aboada, con lo que reunía casi la m itad de los
electores. Alsina contaba con Buenos Aires v Santa Fe v U rquiza
con C órdoba, C orrientes y E n tre Ríos. Pero el vicepresidente
logró que T aboada le transfiriera el apoyo que había dado a Eli­
zalde, con lo que llegó a c o n ta r en su haber con 58 electores
posibles.
La im prevista m uerte de M arcos Paz restableció parcialm ente
las perspectivas de Elizalde, en ta n to que Alsina m ejoraba su situa­
ción a costa de U rquiza. Para éste, Alsina encarnaba las peores
corrientes del porteñism o, p o r lo que se m anifestó dispuesto a
entenderse con Elizalde, p ero no se pusieron de acu erdo sobre el
candidato a la vicepresidencia. En esas circunstancias, v cuando
Elizalde parecía ser el hom bre de las m ayores posibilidades, Lucio
V . Mansilla lanzó la can d id atu ra de D om ingo F. Sarm iento, en­
tonces m inistro argentino en los Estados U nidos. Esta candidatura
había surgido en los cam pam entos m ilitares en el Paraguay, a
espaldas del Presidente, v respondía a la idea de sup erar el anta­
gonism o en tre porteños y provincianos, consagrando a un político
provinciano que gozaba de gran p redicam ento en Buenos Aires.
C onsultado M itre p o r G u tié rre z sobre los candidatos, respondió
desde T u v ú -C u e el 28 de noviem bre de 1867 con un “ program a
electoral” —mal llam ado testam ento político — donde proclam aba
su prescindencia en favor de los distintos candidatos liberales. Des­
calificaba M itre la candidatura de U rquiza p o r estim arla reaccio­
naria, pese a lo cual anunciaba que sólo le o p o n d ría su autoridad
m oral; tam bién se pronunciaba co n tra el candidato autonom ista,
aunque reconocía que esa candidatura tendría validez si fuera
ratificada p o r una m ayoría. Luego pasaba revista a los demás can­
didatos liberales v concluía que el m ejor sería aquel que reuniese
el m ayor núm ero de votos espontáneos. De no ser consagrado por

i r\c.
esa vía, decía, sólo dará o rigen a su d erro ta o en caso con trario
a un gob iern o raq u ítico y sin fuerza, y en últim o térm in o , frente
a U rquiza, sólo daría lugar a un gobierno de com prom iso. Si el
p artido L iberal no era capaz de p ro c e d e r c o rrectam en te m erecería
su d errota
pues para escam otear la soberanía del pueblo, desacredi­
tan d o la libertad y desm oralizar el g obierno dándole por
base el fraude, la co rru p ció n o la violencia, ahí están sus
enem igos que lo harán m ejor,
La negativa de M itre a a p o y ar un candidato desorientó a Eli-
zalde. A la vez los m ilitares en tre quienes había surgido la candi­
datura de Sarm iento se consideraron en libertad de proceder.
A rred o n d o p rom ovió revoluciones en C órdoba y La Rioja para
asegurar la o rientación de los respectivos electores. P or vez p ri­
m era, el ejército , o al m enos alguno de sus m iem bros destacados,
se co n v ertían en un fa c to r p o lítico , utilizando la fuerza de la ins­
titu ció n en la contienda electoral. Lo curioso de este caso es que
tal proced im ien to se da al m argen de la v oluntad del jefe del
Estado.
E ra la p rim era vez que se daba en el país una auténtica co n ­
tienda electoral presidencial. C uando las provincias cuvanas se in­
clinaron p o r S arm iento, hasta entonces candidato sin partido, pero
cuyas posibilidades crecían, Alsina consideró o p o rtu n o llegar a un
acuerdo co n sus sostenedores. De ese acuerd o surgió la fórm ula
Sarm iento-A lsina, que p restó al sanjuanino to d o el apoyo del p a r­
tido A utonom ista y de los electores porteños. Llegado el m om ento
de la elección. Sarm iento o b tu v o 79 votos —electores de Buenos
Aires, C órdoba, to d o C uyo, La R ioja y J u ju y —, U rquiza 26 —E n ­
tre Ríos, Santa Fe y Salta— y Elizalde sólo 22 votos de Santiago del
E stero y C atam arca, lo que vino a dem ostrar, aparte del fracaso de
los T ab o ad a en su zona de influencia, la p érd id a de prestigio del
p artido M itrista, com o consecuencia de las agitaciones interiores
y de los sacrificios im puestos p o r una g u erra im popular. Para la
vicepresidencia, Alsina logró 82 votos co n tra 45 de P aunero, can­
didato nacionalista.

La política exterior
y el m undo am ericano

C uando B artolom é M itre asume la presidencia en o ctu b re de irracionalidad


1862, las relaciones argentinas con las potencias europeas pasan
p o r un p erío d o de am istad v calma. C on la misma España se man-

107
tienen buenas relaciones que p erm iten rever parcialm ente, el tratad o
de paz firm ado p o r la C onfederación. En éste, A lberdi había adm i­
tido com o prin cip io de la nacionalidad el jus sanguinis, según el
cual un nativo seguía la nacionalidad de sus padres, principio
harto peligroso para un país que necesitaba de la inm igración v
que va entonces tenía dos tercios de extranjeros en la población
de su ciudad más populosa. M itre encom endó a M ariano Balcarce
la revisión de ese aspecto del T ra ta d o v, p o r uno nuevo firm ado
en setiem bre de 1863, logró el reconocim iento del fus soli, que
establece que la nacionalidad es la del lugar de nacim iento.
Estas buenas relaciones, que no excluían intensas vinculacio­
nes com erciales en las que G ra n Bretaña ocupaba un destacadísim o
lugar, eran el indicio no sólo de que los gabinetes europeos habían
abandonado la política de fuerza p racticada tres lustros antes, sino
de que A rgentina estaba en tra n d o en una nueva etapa de su
desarrollo nacional donde sería más independiente políticam ente
de E uropa y desarrollaría su p ro v e c to nacional según cánones p ro ­
pios, vuelta sobre sí misma y sobre los estados vecinos.
En la m edida en que dism inuye la gravitación europea, aum en­
ta la im portancia de los países am ericanos en la determ inación de
una política internacional. E n consecuencia, es o p o rtu n o establecer
cuáles eran las líneas básica« en que se m ovían esas naciones.
Los Estados U nidos, después de su g uerra con M éxico v de El panorama
americano.
su colosal expansión hacia el P acífico, se habían visto envueltos Estados Unidos
en la gu erra de Secesión, donde no sólo se jugaba el fu tu ro de la
esclavitud en el país, sino que se oponían los Estados industriali­
zados del n o rte a los Estados rurales del Sur, v los criterios p ro ­
gresistas y liberales de los prim eros co n tra la m entalidad tradicio-
na lista de los segundos. Esta g u erra -no careció de resonancias
internacionales v obligó al presidente L incoln, v encedor final en
la contienda, a desentenderse de m uchos otros problem as, en p ar­
ticular aquellos referentes al resto del pontinente am ericano.
Esta circunstancia fue aprovechada p o r Francia, donde la res­ Liberales
y conservadores
tauración napoleónica había insuflado nuevas tendencias im peria­ en Latinoam érica
listas, a ten ta r suerte en M é x ic o , donde apoyó al secto r conservador,
que con la adhesión d e (la Iglesia trataba de re c u p e rar el poder
que había pasado a m anos del m ovim iento liberal, cuva cabeza
era Benito Juárez. Se p ro p o n ía N ap o leó n III establecer en M éxico
un antem ural católico v latino a la influencia sajona v protestante
de los Estados U nidos, del que Francia fuera el p ro te c to r. Así
nació bajo la p ro tecció n de las armas francesas el Im perio de
¡Maximiliano que no p u d o vencer la resistencia juarista. En 1866,
habiendo term inado E stados U nidos su g u erra civil, com enzó a
terciar en el problem a m exicano, apoyando a los liberales rep u ­
blicanos. Francia, que veía a la vez com plicarse el horizonte eu ro ­
peo (g u e rra austro-prusiana) o p tó p o r retirarse v librar a M axi­
m iliano al ap o v o conservador, lo que d eterm inó su d erro ta v
fusilam iento.
La im posición del liberalism o en M éxico distaba de ser un
fenóm eno aislado en A m érica. Si tras las guerras de em ancipación,
seguidas de procesos anárquicos, había sucedido en casi todos los
países regím enes de tip o conservador, frecu en tem ente autocráticos,
la estabilidad o el p rogreso de aquellas sociedades v los excesos de
los gobiernos com enzaron a g en erar hacia la m itad del siglo el
debilitam iento de aquéllos y el alza de los regím enes liberales.
Ya hem os visto cóm o se im pone el liberalism o en A rgentina.
T am b ién en V enezuela se derru m b a el conservadorism o hacia 1850
dando lugar a un liberalism o federalista y anticlerical. Lo mismo
o cu rre en C olom bia, donde los liberales g o biernan desde 1850 v
desde 1861 a 1880 lo hace el ala extrem ista del partido. En Chile,
el conservadorism o gob ern an te, progresista en lo económ ico v cu l­
tural, transa hacia 1861 co n los liberales iniciándose así una tra n ­
sición que diez años después daría a Chile el prim er presidente
liberal, Z añartú. Incluso el Im perio del Brasil ha alternado en el
g obierno elem entos conservadores v liberales, pero a p artir de
1863 estos últim os se aseguran en el g obierno que les pertenecerá
hasta después de la g u erra de la T rip le Alianza, cuando la influen­
cia del duque de Caxias inclinará o tra vez la balanza hacia los
conservadores.
Esta revisión nos p erm ite inscribir el cam bio operado en A r­
gentina en 1861-2 d e n tro de un m ovim iento continental p ro ­
liberal. Los únicos países que se han sustraído a ese proceso son
Bolivia, Perú y E cuador. Bolivia se g o b ern ó en esta época sobre
la base de un p o d er militar,, que se apoyaba circunstancial v alter­
nativam ente en elem entos oligárquicos o populares. Perú respondió
de 1845 a 1875 a una p lu to cracia conservadora que basaba su
sistema económ ico en la explotación del guano v que se caracterizó
por cierta co rru p ció n adm inistrativa que desem bocó en contiendas
civiles. E cuador, p o r fin, con o ció bajo la égida de G a rc ía M oreno
(1860-75) una dictad u ra conservadora v católica, progresista en
lo económ ico v afrancesada en lo cultural.
A m érica había crecid o considerablem ente en los últim os años. Potencial
de América
Brasil tenía 10.000.000 de habitantes, M éxico era el país más po­
blado de la A m érica española, Colom bia frisaba los 3.000.000 de
habitantes, Perú tenía 2.600.000, Chile 2.000.000 v V enezuela
1.800.000. La R epública A rg en tin a apenas igualaba las cifras de
este últim o E stado al p rom ediar la década del 60. El aporte inm i­
grato rio recién em pezaba a hacerse sentir v p o r lo tan to nuestro
país era uno de los m enos poblados de A m érica. T am bién la vida
económ ica de estas naciones había tom ado cierto vuelo. Chile co ­
menzaba su desarrollo m inero, Perú vivía del guano, C olom bia
com enzaba su desarrollo cafetero , Paraguay exportaba bajo m ono­
polio estatal tabaco y y erb a m ate. La p ro d u cció n agropecuaria
argentina estaba todavía cen trad a en la exportación de p roductos
del ganado bovino y ovino. L atinoam érica era en su totalidad
exportadora de m aterias prim as cu y o principal co m p rad o r era
G ra n Bretaña. Los intereses e influencias de los Estados U nidos
eran variados según las regiones del contin en te y se debilitaban
hacia el extrem o sur, en tan to que el desarrollo industrial francés
daba lugar a un m arcado acrecentam iento de sus relaciones c o m er­
ciales con A m érica latina.
H acia 1856 y a causa de las actividades del pirata W a lk e r en El hispano­
am ericanism o de
A m érica C entral, se firm ó un T ra ta d o C ontinental entre Perú, las naciones
del Pacífico
Chile y E cu ad o r, tendiente a fo m en tar la unión hispano-am ericana
y a e n fren tar la agresión europea. C uando en 1861 los dom inicanos
decidieron reinco rp o rarse a España, Bolivia se in co rp o ró al T r a ­
tado, y sus firm antes co nvinieron en p ro m o v er una gran alianza
latinoam ericana a través de un C ongreso que se reunió en Lima,
al que co n c u rrie ro n aparte de las naciones ya nom bradas, V ene­
zuela, Colom bia y G uatem ala. Los organizadores excluyeron ex­
presam ente a los Estados U nidos:
N ada político —explicaba el boliviano M edinacelli—
era m ezclar en el asunto a la A m érica Inglesa cu y o origen
es distinto, cuyos intereses son igualm ente distintos v, q u i­
zá, opuestos a los nuestros, cu y o p oder colosal, sobre todo,
es tem ible. ¿A qué m ezclar al fuerte, cuando se trata de
asociar a los débiles para que dejen de serlo ?4
Identificación
La alianza estaba dirigida a c o n ten er a E u ro p a y cuando el con Europa
gobierno argentino recibió la invitación la rechazó (noviem bre de y repudio del
panam ericanism o
1862) afirm ando que respondiendo el p ro y ectad o C ongreso a un

4 Citado por J. Pérez Amuchástegui en Más allá de ¡a cróvica en la


revista “C rónica A rgentina”, nQ 52, pág. l i v .
antagonism o hacia E uropa, el mismo no era co m p artid o p o r el
gobiern o argentino, pues la República estaba identificada con
E uropa en to d o lo posible.
A dem ás de esta respuesta oficial, podem os juzgar la posición
argentina a través de las cartas personales en que M itre censuró
a Sarm iento su particip ació n en el citado C ongreso a títu lo perso­
nal. T ra s calificar al C ongreso de pam plina, señalaba que se había
invitado al Brasil y excluido a los Estados U nidos, sin los cuales
fren te a E u ro p a “nada podía hacerse, al m enos en los prim eros
tiem pos”. L uego, exam inando el am ericanism o com o d o ctrina decía:
. . . la verdad era que las repúblicas am ericanas eran na­
ciones independientes, que vivían su vida propia, v debían
v ivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas
nacionalidades, salvándose p o r sí mismas, o pereciendo si
no en co n trab an en sí propias los m edios de salvación. Q ue
era tiem po que ya abandonásem os esa m entira pueril de
que éram os herm anitos, y que com o tales debíam os auxi­
liarnos enajenando recíp ro cam en te hasta nuestra soberanía.
Q u e debíam os acostum brarnos a vivir la vida de los pueblos
libres e independientes, tratán d o n o s com o tales, bastándo­
nos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las circuns­
tancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las
m uñecas de las herm anas, juego pueril que no responde a
ninguna verdad, que está en abierta contrad icció n con las
instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente
ni responde a ningún propósito serio para el porvenir.
Y tras afirm ar que era una ‘“ falsa política am ericanista que está
m uy lejos de ser am ericana” agregaba:
P re te n d e r inven tar un derecho público de la A m érica
co n tra la E u ro p a, de la república c o n tra la m onarquía, es
un v erdadero absurdo que nos pone fuera de las co n d i­
ciones norm ales del derecho y aun de la razón.5
Si la posición del C ongreso A m ericano, según M edinacelli, es
el an tecedente de un am ericanism o sin los Estados U nidos, que
tom ó im pulso en este siglo después de la diplom acia del big stick
de T e o d o ro R oosevelt, la posición de M itre, que en su fondo es
em inentem ente p ragm ática, tam bién refleja varias constantes de la
política ex terio r argentina: en p rim er lugar su braya el predom inio
de la relación A rg en tin a-E u ro p a, que va a m antenerse sin in­
te rru p c ió n desde su g o b iern o hasta el de Y rigoven en el plano

8 Correspondencia Sarm iento-M itre, oh. cit., págs. 347 y 350.

111
político v casi p erm anentem ente en el plano económ ico, aunque
desde la Prim era G u e rra M undial acrecerá la relación con los Es­
tados U nidos en d etrim en to p aulatino de las potencias europeas.
Pero no se agota ahí la posición de M itre; al desahuciar al am eri­
canism o com o form a de acción política com ún v form u lar el
principio de “ bastarse a sí m ism os” v auxiliarse según “ las circuns­
tancias y los intereses de cada país” estaba afirm ando una verdadera
autarquía nacionalista —que enraiza en el particularism o de la p ra ­
xis federal— antecedente cie rto del fu tu ro aislacionalismo argentino
frente a las dem ás naciones am ericanas y uno de los elem entos
integrantes de la “política de no in terv en ció n ” defendida p o r nues­
tra cancillería en este siglo.
Identificación con E u ro p a y autarquía nacionalista no eran,
al parecer de M itre, térm inos incom patibles. Los países am ericanos
no podían o fre c e r p o r entonces nada co n creto al interés argentino,
m ientras que E uropa era la fuen te de su com ercio, de los capitales,
de los inm igrantes que el país necesitaba y de la cu ltu ra que p rac ti­
caba. Y en la opción práctica que realizaba p arecería que M itre
intuía o tra constante de la política am ericana —la acción com ún del
“g ru p o del P acífico ”— cu ando hacía referencia en o tra parte de los
docum entos citados a la necesidad del apoyo n o rteam ericano para
una “política del A tlán tico ” .
C onform e a este planteo, y teniendo presente las dificultades
crecientes de la situación u ruguaya, com plicada p o r la in terven­
ción de Brasil y Paraguay, M itre se desentendió de la gu erra que
com o consecuencia de la ocupación de las islas Chinchas y el
bom bardeo de V alparaíso p o r la escuadra española, se desató entre
C hile y Perú p o r un lado y España p o r el o tro . N o terciaro n en
el conflicto los demás participantes del C ongreso A m ericano, lo
que en cierto m odo ratificó la opinión de M itre sobre la inoperan-
cia del am ericanism o que, según él, va se había m anifestado en el
caso de las M alvinas, en la agresión anglo-francesa c o n tra la C on­
federación, en la intervención francesa en M éxico v en el incidente
entre Paraguay v G ran B retaña.“

11 N o sería pecar de suspicaces suponer que también influyó en la


neutralidad de M itre en ese conflicto el hecho de que los países que parti­
cipaban de la “política del Pacífico” eran, precisamente, aquellos que en el
plano interno mantenían una política adversa al movimiento liberal que se
iba im poniendo en el continente y del que M itre participaba. Este hecho
pudo haber form ado parte de “las circunstancias y los intereses" considera­
dos. Lo exponemos como una simple hipótesis.
LA GUERRA DE
LA TRIPLE ALIANZA

Las naciones
protagonistas

La g u erra de la T rip le Alianza co n tra el Paraguay integra con Je%stadguerra


las guerras de la unificación alemana y la g u erra de Secesión n o rte ­
am ericana, los grandes conflictos bélicos de la segunda m itad del
siglo xix. G ran d es no sólo en sus p roporciones m ilitares, sino por
su trascendencia en el desarrollo p o sterio r de la historia co n tin en ­
tal. El triu n fo del binom io B ism arck-M oltke sobre D inam arca,
A ustria v Francia (1864, 1866 y 1870) co n d u jo a la unificación
alemana bajo la égida de Prusia, v al lanzam iento del nuevo Im perio
Alem án a la conquista de la hegem onía económ ica v política de
E uropa en abierta com petencia con G ra n Bretaña y Francia, p ro ­
ceso que desem bocaría en la G ra n G u e rra de 1914-18. La guerra
de Secesión (1860-65) significó en su desenlace un p o der v una
estructura nacional más sólida v la cond u cció n del país p o r la
sociedad industrial del noreste, factores ambos que dispusieron a
los Estados U nidos a desem peñar un papel de p otencia m undial a
co rto plazo. En cu an to a la g u erra de la T rip le Alianza, significó
la destru cció n de la única p otencia m editerránea de Sudam érica
v el últim o g ran acto de una polém ica seeular: la disputa fronteriza
entre los im perios hispano y lusitano y sus respectivos herederos.
Desde su segregación de la autoridad de Buenos Aires, en 1811, Evolución
b, ° del Paraguay
el Paraguay había vivido en una independencia de hecho de las
Provincias U nidas, tan to en lo político com o en lo económ ico. El
d o c to r Francia, co n stitu id o casi inm ediatam ente en dictador, go­
bernó pacíficam ente p o r m uchos años, conservando la estructura
social de la época española, acostum brando a su pueblo a un
autocratism o sin lim itaciones v desarrollando al m áxim o su eco­
nom ía de tip o rural. Al m ismo tiem po, el citad o Francia im­
puso el aislacionism o com o norm a de política internacional. A
su m uerte, en 1840, esta especie de m onarca republicano dejó una
nación con coherencia interior, que desconocía las luchas y c o n ­
m ociones civiles que habían agitado to d o el resto de A m érica his­
pánica y con una sólida econom ía. Le sucedió com o presidente
Carlos A n to n io López en 1844 —tras un in terreg n o consular de
go bierno co m p artid o —, que co n tin u ó la línea aislacionista de F ran ­
cia, aunque atenuándola con esporádicas intervenciones com o su
alianza con F erré c o n tra Rosas. La prim era preo cu p ación de este
m andatario fue superar los problem as de sus lím ites todavía no
definidos con el Im perio del Brasil y la C onfederación A rgentina,
situación de las que tem ía com plicaciones bélicas. Paraguay había
sido neutral en el co n flicto argentino-brasileño de 1826 v co ntinuó
n eu tral en la alianza b rasileño-entrerriana c o n tra Rosas. Éste se
había negado a reco n o cer la independencia del Paraguay, pero
cuando U rquiza hizo tal recon o cim ien to en 1854, las relaciones
en tre los dos Estados se descongelaron y en 1859 Paraguay tuvo
una exitosa m ediación diplom ática en tre la C onfederación v el
Estado de Buenos Aires, p rim era y triu n fal aparición de aquella
nación en las cuestiones del contin en te. López realizó en lo eco ­
nóm ico una adm inistración notablem ente progresista. O rganizó la
explotación de las grandes tierras fiscales p o r vía de arriendo y
estableció el m onopolio estatal de la explotación del tabaco y la
yerb a mate, bases de la econom ía nacional. T am b ién el com ercio
exterior estaba m onopolizado p o r el E stado y lo mismo ocurría
con la explotación m aderera. En suma, un capitalism o de Estado,
insólito en el siglo xix. H acia el final de su g obierno, contaba
Paraguay con un ferro carril de A sunción a Paraguarí, un astillero,
una fundición de hierro y u n telégrafo de la capital a H um aitá. La
estru ctu ra rural no im pedía el nacim iento de las prim eras indus-
rias: papelera y textil. Las finanzas del E stado no tenían déficit y
los 600.000 habitantes proveían 24.000 alum nos a sus 432 escuelas
V 18.000 soldados a sus cuarteles.
Paraguay ofrecía, pues, al o bservador ex tranjero, la fisonom ía
de una verdadera p otencia m editerránea, libre de las presiones
del capital internacional, autosuficiente v aislada. La aislación
generó una natural desconfianza hacia el ex tranjero, en especial
hacia los vecinos a los que se conocían pretensiones territoriales,
v de esta desconfianza hacia el nacionalism o hubo poca distancia,
la cual se reco rrió insensiblem ente.
E n 1862, m u erto López, le sucedió su hijo el general Francisco
Solano López, sin más oposición que la infructuosa de su herm ano
Benigno. El nuevo presidente había hecho su experiencia in ter­
nacional en París, adm irando el segundo Im perio. Pese a su expe­
riencia m ilitar m ínim a, p ro n to logró p o r influencia “dinástica” el
grado de m ariscal. H e re d ó de su padre la desconfianza hacia las
potencias vecinas y su vanidad, unida a su nacionalism o, le im pulsó
a abandonar el aislam iento en que hasta entonces había vivido su
país po rq u e en su opinión “ había llegado la hora de hacer oír la voz
del Paraguay en A m érica” .
Brasil era un Im perio que en sus casi diez millones de habitan­ Brasil

tes reunía p o c o más de cin co millones de blancos, siendo el resto


negros e indios. H abía crecid o en relativa paz v o rden v desarro­
llado una cultura. Sus estadistas v hom bres de letras pasaban por
los prim eros de A m érica. P edro II era un hom bre retraído, m elan­
cólico y sabio. S om etido a cánones arcaicos, había sido casado con
una princesa italiana en vez de unirse a la aristocracia brasileña.
Inteligente p ero aislado, dejó que la m onarquía se desarrollara a la
par que el país, pero sin consustanciarse con él. En política, c o n ­
servadores y liberales form aban —com o dijo R am ón J. C árcano—
un ángulo recto cu y o vértice era el E m perador, que intervenía en
todos los asuntos del Estado. La rebelión republicana de Río
G ran d e y la presión de los terratenientes cuasi feudales del norte
no habían logrado alterar pro fu n d am en te a la nación, que se sentía
fu erte y confiada. Su política internacional sigue siendo de co rd ia­
lidad hacia G ra n Bretaña y de expansión territo rial en Am érica
conform e al esquem a heredado de Portugal. S obre su fro n tera sur
existen dos repúblicas pequeñas, P araguay y .U ru g u a y , segm entos
separados del viejo V irrein ato español. Sobre ellas trata de influen­
ciar una vez que las circunstancias le han im pedido absorberlos.
P or lo menos, busca que no form en p arte de la zona de influencia
argentina. Su diplom acia es la m ejor de A m érica y trabajará en
ese sentido. El desquicio in tern o del U ru g u a y le dará la o p o rtu ­
nidad de lograr sus objetivos en p o r lo m enos u n o de esos Estados.
Su ejército es de más de 30.000 hom bres, aunque la extensión del
país le im pedirá un aprovecham iento integral de su fuerza. En
realidad, el Im perio es m ucho m enos sólido de lo que aparenta.
C onocem os ya el desarrollo p olítico de la antigua Banda La situación
uruguaya
O riental, m ezclada desde antes de su nacim iento com o república
independiente a los con flicto s internos argentinos, situación que
se prolonga hasta la caída casi sim ultánea de O rib e y Rosas. H acia
1860 sus 400.000 habitantes no habían co nocido aún una época
de orden. D esaparecidos Lavalleja y R ivera, el general V enancio
Flores era la prim era figura política del país. Pertenecía al p artido
colorado, d em ocrático v liberal. E n 1856 fue derribado p o r un
m ovim iento del p artid o blanco y colorados disidentes que llevó
al gobierno a G abriel Pereira, que consolidó la endeble econom ía
oriental con la ayuda brasileña. En 1860 los blancos se afirm aron
en el gobierno. Es el p artid o conservador y aristo crático —si cabe
este últim o térm in o —, Flores se exilió en Buenos Aires, com batió
en Pavón y venció en Cañada de G óm ez, sirviendo a M itre. E n­
tonces le re c o rd ó a éste que no olvidara a los orientales proscriptos
que deseaban volver a la patria.
M itre tenía que saldar la deuda e hizo su vista a un lado m ien­
tras el general Flores planeaba desde Buenos A ires, en 1862, la
revolución colorada en el U ru g u ay . Flores agradeció con su dis­
creción y el 19 de abril de 1863, con sólo tres amigos, se trasladó
subrepticiam ente al U ru g u ay , donde desem barcó p roclam ando la
revolución.
La prensa de Buenos A ires se declaró decididam ente a favor
del m ovim iento, p ero los en trerrian o s p ro h ijaro n al gobierno blan­
co de Berro. Buques nacionales tran sp o rtaro n al U ru g u ay co n ­
trabandos de armas para las fuerzas de Flores en abierta violación
de la neutralidad argentina. M ilitares en trerrianos, entre ellos un
hijo de U rquiza, reclu taro n voluntarios y se in co rp o raro n a las
fuerzas blancas. R azón le sobraba a Juan Bautista A lberdi para
afirm ar que en la A rgentina nadie era neutral respecto del c o n ­
flicto oriental. Los p artidos en lucha no eran sino prolongaciones
de los partidos argentinos y todos sabían cuál era la influencia
que el desenlace podía ten er en la política nacional.
La existencia de una p rovincia brasileña a las espaldas del Las relaciones
paraguayo-
Paraguay —M ato G rosso— a la cual no se podía acceder sino a brasileñas
y paraguayo-
través de las vías fluviales que dom inaban A rgentina v Paraguay, argentinas
im pulsaron a los brasileños a buscar un acuerdo con este últim o
país sobre navegación y límites. Después de variados incidentes,
y cuando Brasil ya había logrado un acuerdo sim ilar en 1856 con
el gobierno de Paraná, se llegó a la firm a del tratad o Bergés-Silva
Paranhos p o r el cual se aplazaba la consideración de los límites
p o r seis años y se convenía la libre navegación de los ríos, c o n fo r­
me a la reglam entación que hiciera el Paraguay. Pero López, en
1857, reglam entó la navegación de tal m odo que im portaba violar
el T ratad o . Lo que pasaba era que el presidente estaba convencido
de que la g u erra con Brasil era inevitable y buscaba las m ejores
condiciones para su iniciación.
En ese m om ento Buenos Aires, segregada, vio con tem o r la
aproxim ación del Brasil a Paraná. M itre d en u n ció los avances
territoriales del Im perio y señaló que el Paraguay- era el m uro
de co n ten ció n con que A rg en tin a contaba fren te a la expansión
brasileña. P araguay decidió estim ular esta posición de Buenos Aires
y se declaró n eu tral en el co n flicto que se definió en Pavón. Sin
em bargo, p ro n to se iba a in v ertir este esquem a político.
E l 12 de o c tu b re de 1862 asumía la presidencia argentina el ei Protocolo
. . . . 1/ , / I • 1r • de 1863 y sus
general M itre y cu atro días despues tom aba identico cargo en derivaciones
P araguay el m ariscal L ópez. La idiosincrasia liberal del nuevo
gobierno no podía ver co n sim patía el régim en au to cràtico de
A sunción, sentim iento re trib u id o p o r los dirigentes paraguayos que
acusaban a Buenos A ires de ay u d ar a los “tra id o re s” de su país.
La noticia de la ayu d a prestada p o r el g obierno argentino a Flores
aum entó la inquietud p araguaya sobre cuál sería en definitiva la
actitu d argentina en una situación de crisis.
Pese a las sim patías personales, el presidente M itre se declaró
neutral en el co n flicto del U ru g u ay . Lo exigían los principios del
derecho internacional y la opinión pública del litoral, fuertem ente
adicta a los blancos. U na intervención abierta p odría encender
nuevam ente la g u erra civil argentina, que todavía se prolongaba en
el oeste. P ero la neu tralid ad argentina era sólo form al. E n junio
de 1863 los u ru g u ay o s d etu v iero n al buque argentino “S alto” cuan­
do tran sp o rtab a c o n trab an d o de g uerra para Flores, situación harto
em barazosa p ara las autoridades de Buenos A ires, cu y o canciller
acababa de afirm ar la n eutralidad ante el g obierno de B erro en
térm inos de una arrogancia casi im pertinente. La verdad es que
para Elizalde la n eutralidad consistía en b rin d ar igualdad de o p o r­
tunidades al g obierno u ru g u a y o y a los rebeldes.1
E l favoritism o p o rte ñ o había indignado al general U rquiza,
quien, según el cónsul p arag u ay o en Paraná, José R. Cam inos, ha­
bría m anifestado la conveniencia de que P araguay firm ara una
alianza con U ru g u a y p ara c o n ten er a Buenos A ires, en cu y o caso
U rquiza estaría dispuesto p ara ponerse al fren te de un m ovim iento
que cond u jera a la separación de Buenos Aires de la C onfederación.
Si este paso existió o fue una mala in terp retació n que los agentes
paraguayos d ieron a las dem ostraciones de am istad de U rquiza, el
resultado fue bastante funesto, pues alentó en el mariscal López
la posibilidad de c o n ta r con una escisión argentina fren te al p ro ­
blema que se desarrollaba.

1 Box, Pelham H o rto n , Los orígenes de la guerra de la T riple Alianza,


Buenos Aires, N izza, 1958, pág. 99.
En o c tu b re de 1863 se firm ó en tre el gobierno u ru g u ay o y el
argentino un P ro to co lo en el que ambas partes se daban p o r satis­
fechas de sus recíprocas reclam aciones, se fijaban las bases de
neutralidad y se establecía para el caso de fu tu ras diferencias el
arbitraje del em perador del Brasil. E ste P ro to co lo ponía fin al
en tredicho y alejaba la posibilidad de serios conflictos.
E n efecto, en setiem bre, el g obierno u ru g u ay o envió al d o c­
to r L apido a A sunción en busca de un aliado. El presidente Berro
abandonaba así su sana p o lítica de “ nacionalizar” la política orien­
tal, rom piendo con la que calificaba “tradición funesta” de buscar
auxilios en el exterior. L apido gestionó ante López la p ro tección
de la independencia u ru g u ay a y del “equilibrio co n tin en tal” . D e­
nunciaba a la vez las violaciones del g obierno arg en tino a la debida
n eutralidad y anunciaba que en caso necesario U ru g u a y lucharía
solo. López resolvió entonces reclam ar al g obierno argentino por
su actitud , en nom bre del interés del Paraguay en el equilibrio del
R ío de la Plata y acom pañó a su queja las denuncias de Lapido.
Este paso podía co n d u cir a una verdadera ru p tu ra entre Buenos
A ires y M ontevideo, y L apido, alarm ado, pidió el retiro de la
queja y m anifestó que:

L a verdad es q u e hasta el presente el auxilio que ha


podido recibir del te rrito rio argentino ha sido miserable.
Som os nosotros los que hemos agrandado a Flores.2
El mal estaba hecho. La im prudencia de L apido disgustó a
López, pero en definitiva o freció su m ediación en el co n flicto
u ru g uayo-arg en tin o . C uando el canciller u ru g u ay o recibió la in­
form ación de L apido, p ro c u ró m odificar el P ro to co lo y reem pla­
zar a P edro II p o r L ópez com o m ediador o que fig u raran c o n ju n ­
tam ente. Elizalde hizo n o ta r que el cam bio sería u n desaire para
el Brasil y to d o quedó com o estaba. Pero López, a su vez, quedó
resentido p o r el rechazo. Insistió en su reclam ación a Buenos Aires,
a lo que se le contestó que la cuestión ya estaba zanjada en tre las
partes interesadas.
P arag u ay vio así fru strad a su intención de in terv en ir en la
política rioplatense. Su ap artam iento del aislacionismo lo había
llevado a un desaire internacional, doblem ente doloroso para un
gobierno nacionalista. La reacción final de A sunción fue expuesta
tajantem ente p o r el canciller Bergés: el Paraguay prescindía de las

2 H errera , Luis A lberto de, La diplomacia oriental en el Paraguay,


M ontevideo, 1908-1926, tom o ii, pág. 484.
explicaciones argentinas v en adelante atendería sólo a sus propias
inspiraciones sobre la cuestión suscitada en la R epública O riental
del Uruguay'.

Brasil toma
la iniciativa

F.n 1863, el nuevo gabinete brasileño, de tendencia liberal, Aplomada la


se hizo eco de los reclam os de sus elem entos riograndenses que brasileña
deseaban extender su influencia sobre las praderas uruguayas. Com o
por otra parte la avuda que Flores había recibido de la A rgentina
era insuficiente —aunque no fuese “m iserable” com o confesaba La­
pido—, el jefe colorado buscó la avuda brasileña. H om bres v armas
cruzaron la fro n tera para ayudarle. Las tropas blancas persiguieron
a los colorados más allá de los lím ites orientales y dieron ocasión
a la protesta brasileña. Ésta no pasó de un p retex to para intervenir
en el problem a oriental. La verdad era que R ío de Janeiro veía
con alarma la influencia argentina en la pequeña república. Si los
blancos triunfaban no dejarían de ten er en cuenta la buena dispo­
sición de Buenos Aires en el p ro to co lo de o ctu b re y si triu n ­
faban los colorados, lo que parecía bastante posible, Flores era
hom bre seguro de Buenos Aires.
La diplom acia brasileña se m ovilizó entonces para tom ar parte
en el problem a, siguiendo las más antiguas tradiciones nacionales.
Y si no se podía desplazar la influencia argentina, se intentaba al
menos llegar a un em pate: u nir la propia influencia a la argentina,
para limitarla en el com prom iso. Brasil se lanzó entonces a apoyar
francam ente a Flores v ad o p tó una diplom acia sim pática hacia
Buenos Aires. La coincidencia liberal favorecía el paso v Brasil
hacía coin cid ir sus intereses con los nuestros para su beneficio.
Fl cam bio de R ío de Janeiro no dejaba m uchas alternativas a
.Mitre. D istanciado del P araguay p o r los sucesos relatados, e im­
posibilitado de cam biar de bando en la cuestión oriental, no podía
obligar tam poco a Flores a rechazar la avuda brasileña, que no
podía reem plazar sin p ro v o car la reacción del P araguay y tal vez
la del mismo Brasil. C uando M itre creía que había logrado salir
de su pro p io juego con el P ro to c o lo de o ctu b re, los brasileños le
obligaban a c o n tin u ar la partida. O les abandonaba el cam po a su
sola influencia, o aceptaba el em pate. Es m uy difícil discernir hoy
si existía o tra posibilidad sin m odificar el mismo planteo de la
política in terio r argentina. Lo cie rto es que la solución de la op-
Las a u to c ra c ia s en pugna: P edro II , je fe de la a u to c ra c ia im p e ria l b ra s ile ñ a [lito ­
g ra fía de M a u rín , im p re s a por L e m e rc ie r, P a rís ] y el m aris c a l F ra n c is c o Solan o
Ló p e z [g ra b a d o re a liza d o en 1870].

ción se presen tó com o lógica aunque costosa: M itre había perdido


la iniciativa diplom ática.
E l presidente A gu irre, que acababa de suceder a B erro, acó- La reacción
rralado p o r la ayuda que recibía Flores, dio el paso desesperado
pero lógico de pedir nuevam ente el auxilio del P araguay, m ientras
M itre enviaba a M árm ol a R ío de Jan eiro para d efinir ¡a política
brasileña y con v en ir las form as de una acción co njunta.
E n ese cuadro, se p ro d u jo en m ayo de 1864 el ultim átum bra­
sileño al g obierno blanco, acom pañado p o r la presencia en el río
de la Plata de la escuadra brasileña, donde se enum eran las quejas
del Brasil p o r los atropellos fro n terizo s del U ru g u ay . M itre juega
entonces una últim a carta: la m ediación co n ju n ta anglo-argentina
en tre los partidos en pugna. Si tiene éxito, el Brasil habrá perdido
la m ayo r p a rte de sus ventajas. Brasil se in co rp o ra a la gestión
com o era previsible y se firm a un acuerdo bastante parecido a
una “capitulación h o n o rab le” para los blancos: A guirre queda en
el p o d er co n un m inisterio colorado. Pero el 7 de julio, A guirre,
presionado p o r el secto r intransigente de su p artido, rechaza a
Flores com o m inistro de G u e rra , con lo que fracasa la m ediación.
El diplom ático brasileño Saraiva se trasladó a Buenos A ires ei protocolo
r . . . . . . . Saralva-Elizalde
para lo g rar una acción c o n ju n ta sin fisuras co n nuestro gobierno,
pero M itre, consciente de la repercusión interna de su actitu d , se
lim itó a o frecer la colaboración argentina a la intervención brasi­
leña. E l P ro to co lo del 22 de agosto im p o rtó el consentim iento
dado al Brasil para que actuase p o r su cuenta. M itre esquivaba así
la acción co n ju n ta y dejaba a su co m p etid o r los riesgos v los frutos
de la em presa. E ra una retirad a a medias de su posición anterior.
M ientras el presidente p araguayo contestaba en ese mismo mes invasión
brasileña
a su colega de M ontevideo que el P araguay cum pliría su deber
de p ro te g e r al U ru g u ay , la flota brasileña atacaba un buque oriental
v po co después Saraiva daba el visto bueno para la invasión. El
14 de setiem bre el ejército brasileño invadía el U ru g u ay . La alianza
del Brasil y el general Flores com enzaba a o perar.
La/
respuesta
r
del mariscal
#
López
r
no tarda. El 12 de noviem bre Paraguay en
guerra con Brasil
apreso un buque brasileño que navegaba hacia M ato G rosso, v
al día siguiente inform ó al m inistro brasileño que el Paraguay
consideraba la cuestión com o un “caso de g u e rra ” . Inm ediatam ente
López ord en ó la invasión de M ato G rosso.
.Juzgadas las posibilidades bélicas de cada co n trin c an te según
su potencialidad actual, resulta insólita la actitu d de A sunción. Pero
entonces los hechos eran diferentes. El Im perio tenía 35.000 hom ­
bres sobre las arm as p ero sólo 27.000 de ellos en la zona del co n ­
flicto y no se había prep arad o para la g u erra que desataba. Las
fuerzas uruguaya?, tan to las de uno com o las de o tro bando, care­
cían de verdadera significación m ilitar, y requerían apoyo exterior
para superar la organización de algo distinto a una división de
caballería. El Paraguay, en cam bio, se había p rep arado cuidadosa­
m ente para la g uerra. T en ía 18.000 hom bres en arm as v una reserva
instruida de otros 45.000, sin c o n tar con las milicias departam en­
tales que sum aban 50.000. Si bien éstas tenían m uv escaso valor
m ilitar no puede decirse lo m ismo de los 63.000 hom bres que fo r­
maban la e stru c tu ra m ilitar paraguaya. Ésta se com pletaba con un
sistema de fo rtificaciones en el ángulo de los ríos Paraguay v
Paraná, y una flota fluvial de 15 naves capaz de d isp utar el dom inio
de los ríos a la escuadra brasileña. Con este p o d erío m ilitar y una
estru ctu ra industrial que le proveía de arm as y m uniciones, se
com prend e que López no titu b eara en hacer fren te al Brasil. N i
siquiera la aproxim ación de éste a la A rg en tin a le podía alarm ar.
N u estro país sólo tenía 6.000 hom bres en arm as, com plicados en
la defensa de la fro n tera in te rio r y en la custodia del orden p ro ­
vincial. Si bien esas fuerzas podían ser aum entadas con milicias
provinciales y la guardia nacional de Buenos Aires, su increm ento
requeriría tiem po.
Saraiva no estaba seguro todavía del g rado de adhesión argen­
tina a su p o lítica, p o r lo que ofreció a M itre una alianza en tre los
dos países y el m ando suprem o en caso de g u erra, pero M itre
se m antuvo partidario de la n eutralidad argentina, com o lo eviden­
ció en sus cartas a U rquiza en noviem bre y diciem bre de 1864.
E n tre ta n to , L ópez confía en que al p ro g resar el co n flicto las JiSnitoS
tensiones internas de A rgentina actú en a su favor. E n efecto, sus
agentes en Paraná y C o rrientes han continuado trabajando para
ob ten er la adhesión de los federales para que se p ro n u n cien co n tra
Buenos Aires, anulando así la acción presunta de M itre y logrando
la alianza de las dos provincias. Pensaba López que eso conduciría
a la hegem onía paraguaya en el R ío de la Plata, ya que era tiem po
de “desechar el hum ilde rol que hemos jugado” com o decía el
canciller Bergés. E l destinatario principal de aquella m aniobra era
U rquiza, p ero la actitu d p ru d e n te de M itre y el brutal asalto a
Paysandú realizado p o r las fuerzas unidas de Flores y el ejército
V la escuadra brasileña —heroicam ente resistido del 6 de diciem bre
de 1864 al 2 de enero siguiente— acrecen la repugnancia de U r­
quiza p o r una acción cuyc. desenvolvim iento d iplom ático ha p re­
senciado sin co m p ro m eter su opinión. Llegado el m om ento de la
guerra, López le exige una decisión. Pero U rquiza estaba decidido
de antem ano. N iega su p articipación, desaprueba a V irasoro que
parecía dispuesto a e n tra r en el asunto, v descubre la intriga rem i­
tiendo a M itre la correspondencia respectiva.
Esta intrig a dem oró la acción m ilitar paraguaya en auxilio del
gobierno blanco u ru g u ay o . T ra s la catástrofe de Paysandú, en
febrero de 1865, A g u irre term ina su perío d o presidencial y asume
T om ás Villalba, m oderado, cu y a misión es llegar a un acuerdo
pacífico. El 20 de feb rero se firm a el acuerdo p o r el cual Flores
asume la presidencia del U ru g u a y . E n el m om ento mismo de
com enzar la g uerra, Paraguay ha perd id o a su ú n ico aliado.

La guerra

López había inten tad o en to d o m om ento evitar el arreglo


entre Buenos A ires y el g o b iern o blanco de M ontevideo, pues sólo
la subsistencia del co n flicto le daba la o p o rtu n id ad de actu ar com o
m ediador, á rb itro o aliado de una de las partes. El clima político de
A sunción quedó asentado en la correspondencia del canciller
Bergés:

. . . p o r fin to d o el país se va m ilitarizando, y crea V d.


que nos pondrem os en estado de hacer o ír la voz del G o ­
bierno Paraguayo en los sucesos que se desenvuelven en el
R ío de la Plata, y tal vez lleguem os a q u itar el velo a la
política som bría y encapotada del B rasil. . ,:l
Paraguay se prevenía sim ultáneam ente c o n tra Brasil v A rgen­
tina, no obstante lo cual su m ovilización de m ediados del año 1864
parece haber respondido más a la eventualidad de un conflicto
con nuestro país, conclusión a la que llega P. H\ Box considerán­
dolo an terio r a la fecha de la misión Saraiva, que es la que definió
el intervencionism o brasileño.1
P ro d u cid a la g uerra con Brasil y siendo previsible la caída del
gobierno blanco, desbaratada además la conspiración del litoral
ante la negativa de U rquiza, Francisco Solano López no pensó en
ningún m om ento la posibilidad de n eutralizar a la A rgentina. Sin
em bargo, tal posibilidad existió. La situación era para M itre excep­
cionalm ente com pleja. La reacción nacional frente a la destrucción
de Paysandú había sido trem enda y enajenado toda sim patía para
el Brasil. E n cu an to a Flores, después del P ro tocolo de o ctu b re de
1863, M itre había dejado el cam po abierto a la influencia de Río
de Jan eiro y el general colo rad o se había arro jad o atado de pies v
manos en el regazo brasileño. M itre no tenía va nada que ganar
en el co n flicto u ru g u ay o , p o r eso d urante el año 1864 su política
originariam ente intervencionista se transform a en una política de
neutralidad.
El colapso blanco, sin em bargo, dejaba a nuestro país in ter­
puesto g eográficam ente en tre los beligerantes. El 13 de enero de
1865, el secretario de la legación oriental en A sunción escribía a
M ontevideo:
Es term inante, decidida, la invasión a C orrientes, si el
“T a c u a rí” no trae la respuesta a la nota paraguaya o si la
trae deficiente o evasiva.'
La nota en cuestión era el pedido de libre paso p o r el te rri­
to rio argentino de los ejércitos paraguayos. La respuesta de M itre
fue negativa. T al perm iso significaba igual autorización para el
Brasil y c o n v e rtir el te rrito rio nacional en cam po de batalla.
El 17 de m arzo, siguiendo los planes de López, el C ongreso
p araguayo declara la g u erra a la A rgentina, pero sólo se firma
su notificación el 29 de ese mes. “El enem igo está en cam a”, dijo

:t R e b a l d i, A., La declaración de guerra de la República del Paraguay


a la Repiíblica Argentina, Buenos Aires, 1.924, que cita abundante docum en­
tación de origen paraguayo sobre el asunto.
4 Box, Pelliam H o rto n , ob. cit., pág. 211.
Citado por A. Rebaudi. ob. cit., pág. 124.
López, y con la dem ora buscaba la sorpresa. El cónsul paraguayo
recibió la n ota el 8 de abril, p ero co n fo rm e a las órdenes recibidas,
no la com unicó al g o b iern o arg en tin o hasta el 3 de m ayo. Para
entonces, la invasión se había prod u cid o . U n ejército paraguayo
había ocupado sorpresivam ente la ciudad de C orrientes el 14 de
abril.
M itre había previsto el hecho, aunque carecía de m edios mili- Hacia la
r ’ _ T Triple Alianza
tares para enfren tarlo . D u ran te dos anos ha realizado una paciente
V seria aproxim ación a U rquiza, c u y a p rim er fru to es afirm ar a
éste en su postura nacional y desbaratar la conspiración p ro g ra ­
mada en A sunción. Ya en 1865 M itre pidió a U rquiza una de­
claración franca de cuál sería su p u n to de vista en caso de que
fuera violado el te rrito rio argentino. La respuesta —el 23 de fe­
b re ro — es clara. N o hay duda en ese caso sobre el cam ino a tom ar
V el país m archaría unido a buscar la satisfacción del agravio. Y
tem eroso de la influencia brasileña agregó:

Si la desgraciada hipótesis a que me he referido llegara


a re alizarse. . . la R epública no necesita buscar la alianza
del enem igo de la potencia que lo agraviase, ni inm iscuirse
en sus cuestiones internacionales o civiles."
El program a era más teó rico que real p o rq u e difícilm ente p o ­
dían com b atir con eficacia dos ejércitos no com binados c o n tra un
mismo enem igo. El Im perio lo sabía y se apresuraba a buscar la
alianza enviando a A lm eida Rosa a Buenos Aires, una vez que su
m ejor diplom ático, Silva Paranhos, ha co m p ro m etid o a Flores a
declarar la g u erra al Paraguay com o precio p o r el ap oyo recibido.
Pero Brasil tenía sus dudas sobre la disposición de Buenos Aires, v
en las instrucciones a A lm eida Rosa, del 25 de m arzo, se le reco ­
m ienda “evitar que el g o b iern o argentino p reten d a estorbar de
cualquier m odo la acción del Im perio co n tra el P araguay” . Pero
esas instrucciones son anteriores a la invasión paraguaya. C onocida
ésta, la trip le alianza es un hecho antes de estar co n cretad a en un
tratad o , el que se discute en abril en tre A lm eida Rosa, C astro ei Tratado
—u ru g u ay o — y Elizalde, con la supervisión de M itre. El 1° de m ayo
se firm a. Inm ediatam ente se reúnen los firm antes: M itre, U rquiza,
Flores, T am an d aré, O sorio v otros. “ D ecretam os la v ictoria”, dice
M itre, que p oco antes ha p ro m etid o al pueblo p o rteñ o : “ E n 24

11 D o cu m en to del A rc h iv o del gen eral M itre, citad o p o r R am ó n J.


Cárcano, Guerra del Paraguay. A cción y reacción de la T riple Alianza. Bue­
nos Aires, Viau, 1941, vol. i, pág. 112.

i - i/ i
horas en los cuarteles, err 15 días en C orrientes, en tres meses en
A sunción.”
T u v o razón el h istoriador brasileño N a b u co cuando afirm ó
que nunca se había co n c re ta d o un tratad o tan fundam ental con
tanto apresuram iento. Exigidos p o r las circunstancias, se buscó
dar form a de hecho a la alianza. Ésta estuvo a p u n to de naufragar
por la cuestión del m ando de las tropas. C uando M itre dijo que si
el m ando suprem o no corresp o n d ía al presidente de la República
no había alianza, A lm eida cedió. C om o com pensación, T am andaré
recibió el m ando suprem o naval. El p ro p ó sito confesado de la
Alianza es “ hacer d esaparecer” el gobierno de López, respetando
la “soberanía, independencia e integridad te rrito ria l” del Paraguay.
Es la prim era vez en la historia, probablem ente, que se aplicó un
principio que si no igual, es niuv próxim o al de la “ rendición
incondicional”, pues no había posibilidad, alguna de un cam bio de
gobierno espontáneo en Paraguay. T am p o co se respetaba la inte­
gridad te rrito rial desde que se fijaban los lím ites del Paraguay con
Brasil y A rgentina, con generosidad para los aliados. En realidad,
los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales
v o p taro n p o r la reclam ación más amplia. Casi inm ediatam ente de
firm ado el tratad o , Brasil reacciona y a su pedido se firm a un
p roto co lo reversible que establece que los lím ites argentinos —fi­
jados sobre el río Paraguay hasta Bahía N e g ra — son sin perjuicio
de los derechos de Bolivia. Este p ro to c o lo es la prim era gran de­
rrota argentina en la alianza. Brasil había p o r ella neutralizado los
derechos argentinos v creado un co n flicto latente con Bolivia.
T am b ién se pacta que Paraguay será obligado a pagar las
deudas de g uerra. Pero el grueso de las cláusulas del T ra ta d o no
está dirigido c o n tra P araguay sino al recíp ro co c o n tro l de los alia­
dos, en clara m anifestación de la m utua desconfianza: ninguno de
los aliados p o d rá anexarse o establecer p ro te c to rad o sobre Para­
g uay (cláusula 8^), no p o d rán hacer negociaciones ni firm ar la
paz p o r separado (cláusula 6^), se garanten recíprocam ente el
cum plim iento del tratad o (cláusula 17? ).
E n el T ra ta d o , M itre com etió un erro r: se declara, en una
frase elocuente y política, que la g u erra es c o n tra el gobierno de
López y no c o n tra el pueblo paraguayo. C u atro años después, en
la célebre polém ica con Juan Carlos G óm ez, M itre debió rectifi­
carse: los argentinos no habían ido al Paraguay a d errib a r un tirano
sino a vengar una ofensa g ratu ita, a reconquistar sus fronteras de
hecho v de derecho, a asegurar su paz interio r y exterior, y habría
obrado igual si el invasor hubiese sido un g obierno liberal y civi­
lizado. E ra la verdad tardía, p ero tam bién era cierto que se había
ido a la g u erra con m enos escrúpulos co n tra un “régim en b á rb a ro ” .
La c rítica del T ra ta d o no sería justa si no se agregara que los
brasileños qued aro n disconform es con él a raíz de los lím ites atri­
buidos a nuestro país. Para el C onsejo de Estado im perial, el trata d o
es un triu n fo de la diplom acia argentina; para los intereses brasile­
ños, un calam itoso convenio. A rgentina ha obtenido la m argen
oriental del Paraná hasta el Iguazú y la m argen occidental del
P araguay hasta el paralelo 20; ha logrado una fro n tera com ún con
el Im perio, lo que éste había tratad o cuidadosam ente de evitar.
N u n ca la A rgen tin a podía haber p reten d id o extenderse arriba del
río Berm ejo o com o m áxim o del Pilcom ayo. Los nuevos límites le
darán una influencia decisiva sobre el Paraguay. Sin em bargo, el
T ra ta d o ha sido ratificado v solo restaba al Im perio perm anecer
en guardia.
T ra s u n año y m edio de g u erra y estando ya los ejércitos alia­
dos en te rrito rio p araguayo, la d erro ta p rácticam ente inevitable
im puso al m ariscal L ópez a p ro p o n e r una conferencia de paz al
general M itre, que se llevó a cabo en Y ataití-C orá el 12 de setiem ­
bre de 1866. M itre rem itió a la decisión de los gobiernos aliados,
p ero la conferencia fue in terp retad a en R ío de Janeiro com o un
inten to arg en tin o de n egociar una paz separada c o n tra lo estipu­
lado en el T ra ta d o , p ero será Brasil quien años más tard e firm ará
la paz p o r separado, en una nueva ofensiva diplom ática co n tra la
A rgentina.
La d e rro ta de C u ru p aity conm ovió a los aliados que ya sopor­
taban la presión internacional. P araguay se presentaba al m undo
com o la nación pequeña y sufrida que soportaba el asalto de los
dos colosos de Sudam érica. Las naciones del Pacífico la llaman
“ la Polonia am ericana” —antes alguien la llamó co n igual o m ayor
acierto “ la Prusia am ericana”— y censuran severam ente a los alia­
dos. Éstos se dedican a rep o n er las pérdidas sufridas. Brasil aum enta
sus tro p as m ientras las provincias argentinas se sublevan y los
reclutas se desbandan. N o sólo no se reponen las bajas argentinas,
sino que la m itad del ejército es retirad o para dom inar la rebelión
interior. C uando p o r fin ésta ha sido contenida y M itre vuelve a
asum ir el m ando suprem o aliado, la prep o n d erancia m ilitar del
Im perio en el teatro de g u erra es enorm e. La m uerte del vice­
presidente Paz obligó a M itre a resignar el m ando suprem o, y ya
no fue cuestión de p lan tear com o en 1865 que el m ando corres-
pondiera a un general argentino. N o se luchaba en nuestro te rri­
to rio sino en el p araguayo, y las tres cuartas partes del esfuerzo-
de guerra corresp o n d ían al Brasil. F.1 m ando co rrespondió al ma­
riscal m arqués de Caxias. A rgentina había p erd id o, por im perio
de sus circunstancias interiores, la con d u cció n m ilitar de la guerra
com o antes había perd id o su conducción diplom ática.

Las operaciones
militares

Inm ediatam ente de conocida la invasión al territo rio argén-


tino, se dispuso la form ación de las fuerzas nacionales, cuva van­
guardia se puso bajó las órdenes del general U rquiza.
La invasión fue realizada p o r 31.000 soldados paraguayos, di­
vididas en dos colum nas: una de 20.000 (general R obles) avanzó*
bordeando el Paraná, la o tra (coronel E stigarribia) buscó la costa
del U rug u ay . F.l plan de López era m antener separados a los alia­
dos apoderándose de C orrientes y F.ntre Ríos. Se presum e que
pensaba batirlos p o r separado, pero para ello dividió sus tropas
debilitándolas. Para colm o, el m ando de las fuerzas paraguayas fue
pésimo en el plano técnico. Robles se detuvo en G o v a, sin ningún
objetivo m ilitar, abandonando a su suerte a la colum na del U ru ­
guay. Le ocupaban tal vez am biciones políticas, que luego co n d u ­
jeron a su fusilam iento. F.stigarribia o cupó U ru g u avana, en te rri­
torio brasileño, v se m antuvo a la defensiva. F.I p ro v e c to paraguayo
exigía un espíritu netam ente ofensivo v aun audaz, pero nada de
eso hubo v el generalísim o, mariscal López, no abandonó el te rri­
torio paraguayo.
Los argentinos respondieron con un audaz golpe de m ano de
Paunero sobre C orrientes (25 de m ayo) co rta n d o las com unica­
ciones de Robles con el Paraguay, pero la falta de apoyo de la
escuadra brasileña le obligó a renunciar a su objetivo. Paunero
recibió entonces órdenes de in corporarse a U rquiza, pero se d e­
m oró v las tropas de éste se desbandaron en Basualdo, reluctantes
a pelear co n tra el Paraguay v a favor de los p o rteñ os y brasileños.
M itre, evitando caer en el mismo e rro r que el enem igo, c o n ce n tró
sus fuerzas en E n tre Ríos, donde el 17 de agosto, en Yatay, se dio
la prim era batalla de la g uerra. Diez mil aliados al m ando del
general Flores, jefe de la vanguardia en reem plazo de U rquiza,
co n tra tres mil paraguayos sin artillería v m andados p o r un m ayor,
que fu ero n aniquilados totalm ente, p erdiendo dos mil hom bres en-
M u e rte de L ó p e i
1-111-1870

C aig u a tá
ia ng uin a

C oncepción

ray n C a m p a m e n to de Lóp ez

\ \
f U 'm*
o v i l l a Ig atim i

R osario

' San Joaquín

Luque C ara g u a ta y
A S U N C IÓ N *
R e n d ic ió n
3 0 - X I1-1861 \ /r P ir ib e b u y

P a rag uary

V illa Franc.

San F e rn a n d o
C u a rte l g e n e re ! de López

Marcha del Ejército Aliado


v illa del P ila r
_ — — . . . Marcha del Ejército Paraguayo
H u m a itá
. . Fortificaciones de los paraguayos

'G uerra d e la T rip le A lia n za . O p era c io n e s m ilita re s en te rr ito rio p a rag uayo.
tre m uertos y heridos y el resto prisioneros. Los vencedores se
c erraro n sobre U ruguayana, donde E stigarribia debió rendir su
división sin lucha el 18 de setiem bre, al ejército va com andado
p o r M itre.
Estas operaciones pusieron fin irrecusable a la am pulosa o fen ­ Retirada paraguaya
siva paraguaya con la que el m ariscal L ópez pensaba d e rro ta r a los
aliados. E l 7 de o c tu b re dio o rd en de retirad a a la colum na del
Paraná donde el general R esquín reem plazaba a Robles. A fin de
mes los paraguayos habían recru zad o el Paraná. Influencia decisiva
en esta retirad a fue la d e rro ta naval del R iachuelo (11 de ju n io ),
donde el alm irante Barroso deshizo a la escuadra paraguaya, lo
que hizo tem er a López que sus tropas fueran cortadas en su reti­
rada. Pero la escuadra brasileña contem p ló inerte el pasaje de los
paraguayos, e rro r que costó c u a tro años de d u ra lucha.
La g u e rra en tró entonces en una nueva etapa. El ejército alia­ Invasión
al Paraguay
do se c o n c e n tró en las cercanías de la ciudad de C orrientes para
p rep arar la invasión al te rrito rio enem igo, tras rech azar una in c u r­
sión paraguaya (batalla de Corrales, 31 de enero de 1866). A p rin ­
cipios de abril, M itre había logrado reu n ir un ejército de 60.000
hom bres (30.000 brasileños, 24.000 argentinos y 3.000 u ruguayos)
con 81 piezas de artillería y disponía además de un ejército brasi­
leño de reserva de 14.000 hom bres y 26 cañones, m andado p o r el
barón de P o rto A legre.
El desam paro m ilitar en que se habían en co n tra d o los aliados
al p rincipio de la g u erra no había sido ap rovechado p o r el mariscal
López. A l cabo de un año y m ediante un trem en d o esfuerzo habían Características
de esta guerra
levantado un ejército form idable, el m ay o r que hasta entonces
había visto Sudam érica en una cam paña. Los problem as logísticos
que presentaba la m ovilidad, abastecim iento y batalla de sem ejante
fuerza eran enorm es, to talm en te nuevos, y d ebieron ser resueltos
p o r el general M itre. Su solución co n stitu y ó tal vez su m ayor
m érito com o c o n d u c to r m ilitar.
Para los aliados, y en p a rtic u la r para argentinos y orientales,
la cam paña sobre el P araguay representaba un gén ero de guerra
igualm ente nuevo. U n te rre n o de bosques, selvas y esteros, espe­
cialm ente apto para las operaciones defensivas y dificultoso para
la ofensiva, un clim a tro p ical cuyas nefastas consecuencias para la
salubridad de las tro p as p ro n to iba a sentirse: una gu erra, en suma,
especialm ente de infantería. Adem ás, los paraguayos contaban con
un cin tu ró n de fo rtificaciones que cerraba el cam ino hacia A sun­
ción y que apoyaba u n extrem o sobre el río P arag u ay V el o tro
sobre los esteros, lo que exigía un esfuerzo artillero v la colabora­
ción naval.
Los progresos técnicos que el arte bélico evidenciaba en
E uropa no habían llegado a nuestras tierras. Los beligerantes no
disponían de fusiles de re tro carg a ni de cañones de ánima rayada.
Sus armas eran más o m enos equivalentes a las utilizadas p o r los
ejércitos europeos en la g u erra de Crim ea diez años antes, o sea
anteriores a la revolución técnica m ilitar. Las fortificaciones para­
guayas, aunque estaban lejos del nivel de sus equivalentes europeas,
dem ostraron ser plenam ente aptas para sus fines.
G u e rra de grandes masas hum anas, com o sus contem poráneas,
la de Secesión v la austro-prusiana, fue adem ás una guerra san­
grienta p o r la tenacidad de los contendientes. C om batir co n tra un
tirano era un eufem ism o de los aliados, pues el m ariscal López tenía
atrás a to d o su pueblo, e invadido defendió su te rru ñ o con ve­
hemencia.
Cruce
La m ejor ocasión que quedaba a los paraguayos era im pedir del Paraná
el cruce del Paraná a los aliados o arrollarlos ni bien pisaran la
m argen defendida p o r ellos. El general M itre planeó la operación,
una de las m ejores de la gu erra. M uchos de sus jefes, acostum brados
a o tro tip o de lucha, no co m p ren d ían lo que pasaba, v es ilustrativa
al respecto una carta del- general Flores:

N o es para mi genio lo que aquí. T o d o se hace por


cálculos m atem áticos; v en levantar planos, m edir distan­
cias, tira r líneas y m irar al cielo se pierde el tiem po más
precioso.7
El 16 de abril se inició el pasaje. El p rim er escalón (general
O sorio, brasileño) debía c o n te n e r la reacción enem iga, el segundo
(general Flores) apoyarle. O sorio arrolló a los paraguayos que no
adoptaron ninguna m edida contraofensiva v se ap oderó del fuerte
de Itapirú. El 19, el grueso del ejército, p ro teg id o p o r esa cortina
de 15.000 hom bres, com enzó el cru ce del Paraná.
López re tiró sus fuerzas sobre el estero Bellaco. M ientras los
aliados se reorganizaban con una lentitud excesiva, López se deci­
dió p o r pasar a la ofensiva. N i sus concepciones estratégicas fueron Contraofensivas
paraguayas
valiosas, ni su ejecución p ru d en te, ni los m andos subordinados
fueron inteligentes. Se hizo en cam bio derro ch e de valor p o r jefes
V soldados. Del lado aliado, la con d u cció n en todos los niveles
principales fue francam ente superior, v el derro ch e de valor igual

7 Citada en “Crónica A rgentina", nv 54, pág. 205.


al adversario. La contraofensiva de López va a ser terriblem ente
costosa en vidas, sobre to d o para sus tropas, pues se perderá la
flor del ejército paraguayo. D urante un mes v m edio realiza estas
operaciones ofensivas, siendo rechazado sin excepción. En Estero Tuyutí
Bellaco (2 de m ay o ) caen 2.000 hom bres p o r bando, en T u y u tí
—la m ayor batalla de S udam érica— (24 de m av o ) en cinco horas
de lucha caen 13.000 paraguayos entre m uertos y heridos v 4.000
aliados. D espués de este trem en d o fracaso, siguen Yataití Corá v
Ñaró. M itre no aprovecha estos fracasos. En su cam po han surgido
disidencias en tre los jefes de las distintas naciones, que enarbolan
concepciones tácticas distintas, que traban las operaciones. Por fin.
(Mitre ordena atacar las trincheras paraguayas de donde parten los
ataques de López. Las posiciones son fuertes y los brasileños fra­
casan frente al B oquerón (16 de julio) y los argentinos y orientales
frente al Sauce (18 a 21 de julio), que cuesta 5.000 hom bres a los
aliados v 2.500 a los paraguayos. Estos fracasos se com pensan cuan­
do se conquista la fortaleza de C iiruzú p o r la acción com binada
de T am an d aré v P o rto A legre.
El triu n fo de C uruzú abre a .Mitre la posibilidad de atacar
C urupaity. F.1 ataque se com bina entre ejército y escuadra. La Curupaity
dualidad de los m andos se pone en toda su evidencia. T am andaré
resiste la operación v finalm ente inicia el bom bardeo de las fo rti­
ficaciones. Éstas quedan intactas v cuando el alm irante brasileño
avisa que puede iniciarse el asalto terrestre, éste es rechazado to tal­
m ente. 4.000 bajas sufriero n los aliados v sólo 92 los defensores. Este
fracaso levanta una ola de recrim inaciones. M itre acusa oficial­
m ente a T am an d aré de no haber cum plido con su deber. El minis­
tro de G u e rra del Brasil renuncia, T am andaré v P o rto A legre son
relevados. El m arqués de Caxias es n om brado jefe de todas las
fuerzas brasileñas. E n Buenos Aires, acrecen las críticas c o n tra la
conducción de una g u erra que el grueso del país rechaza v de la
que Buenos Aires va se cansa.
¡Mitre se dedicó entonces a rehacer el ejército , que era además
diezm ado p o r el cólera, la disentería, y el paludism o. El general
argentino, considerando inexpugnables p o r el m om ento las fo rti­
ficaciones paraguayas, p ro y e c tó un m ovim iento de flanqueo por
el este, para interponerse en tre las fo rtificaciones y A sunción. Pero
las dificultades para rem o n tar las tropas son m uv grandes. Los ar­
gentinos deben retirar, a su vez, fuerzas para destinarlas al frente
interno —revolución de los colorados— v Brasil debe re c u rrir a la El flanqueo de
las fortificaciones
m anum isión de esclavos para cu b rir las bajas. Las operaciones
El m e d io g e o g rá fic o y la e v o lu c ió n té c n ic a h ic ie ro n de la in fa n te ría el a rm a p re ­
d o m in a n te en la g u erra de la T rip le A lia n z a . [D e s e m b a rc o del e jé rc ito a rg e n tin o
fr e n te a las trin c h e ra s de C u ru zú el 12 de s e tie m b re de 1866, óleo re a liz a d o por
C án d id o Ló pez.]

quedan interrum pidas hasta junio de 1867, en que ¡Mitre inicia el


m ovim iento de flanqueo p ro y ectad o . López trata de im pedirlo y
desde el II de agosto hasta el 3 de noviem bre disputa encarniza­
dam ente el terren o a los aliados que term inan p o r com pletar la
operación de flanqueo éxitosam ente (batallas de Paracaé, Pilar,
O m b ú , T a y í, T ataiybá, Potrero de O bella y T u y u t t) .
E n el m om ento mismo de reco g er el fru to de este esfuerzo,
la m uerte del vicepresidente Paz im puso a M itre abandonar la
co nducció n del ejército aliado, cu y o m ando pasó al m arqués de
Caxias. López había quedado en cerrad o en su c u a d rilá tero ' fo r­
tificado.
A p a rtir de ese m om ento. López, n o podía ten er la m enor duda
de la d erro ta paraguaya. El país estaba desangrado v era el m o­
m ento de m editar la exigencia de la T rip le Alianza de que aban­
donara el p o d er com o requisito de la paz. López no lo entendió así
y se lanzó a nuevas cam pañas donde su pueblo pereció p rá ctica ­
m ente en masa.
El 23 de m arzo de 1868 L ópez evacuó p o r el C haco la fo rta ­
leza de H u m aitá donde quedó una pequeña g uarnición y cruzando
nuevam ente el P araguay, se in terpuso en el cam ino de A sunción
sobre la línea del T e b ic u a ry . H um a itá todavía rechaza un ataque
brasileño en julio v luego los paraguayos la abandonan para ser
bloqueados en Isla Poi p o r la escuadra v el general Rivas, donde
deben rendirse.
E l fre n te in tern o parag u ay o da los prim eros síntom as, de res­
quebrajam iento. D istinguidas personalidades organizan un com plot
para d e rrib a r al m ariscal y hacer la paz. L ópez los descubre v eje­
cuta a sus dos herm anos, a! obispo de A sunción v a otras persona­
lidades. Se organiza un cam pam ento de prisioneros v m uchos
habitantes de A sunción huyen.
E l m ariscal se re tiró entonces a una nueva línea defensiva en Campaña
de Pikysyry
P ik y sy r y , p rácticam en te inexpugnable. Caxias o p tó p o r franquearla
p o r el C haco. L ópez en vez de retirarse decidió batirse en esa línea,
lo que fue un grave erro r. Sólo le quedaban 10.000 hom bres de su
o tro ra m agnífico ejército. Caxias atacó con 24.000 hom bres. Los pa­
raguayos fu ero n d erro tad o s en Y to ro ró (diciem bre 6) v en A va h y
(diciem bre 11). D el 21 al 30 de diciem bre se batieron bajo la d irec­
ción personal de López en L om as Valetitinas. H asta niños de 12 años
luchan en sus filas. C ay ero n 8.000 paraguayos y 4.000 aliados. F.l
ejército de López había desaparecido y sus m ínim os restos se
rindiero n en A ng o stu ra el 30 de diciem bre de 1868. López huyó
a las m ontañas del in terio r, m ientras los aliados entraban en una
A sunción despoblada, el 5 de enero de 1869, y casi inm ediatam ente Toma
de Asunción
se instalaba un g o b iern o pro-aliado.
La g u erra había term in ad o p rácticam ente. El pueblo paragua­
y o había p erd id o el 90 % de su población m asculina según estim a­
ciones respetables. Los mismos aliados se h o rro rizaro n de su victo­
ria. A un hoy, el sacrificio de aquel pueblo v las discutidas circu n s­
tancias en que A rg en tin a e n tró en la g u erra hacen que m uchos
sectores cu b ran aquel acontecim iento con un silencio piadoso o
con una crítica vehem ente.*
D esde entonces, la g u erra entra en un p eríodo que podem os
llam ar de policía y queda a cargo casi exclusivo de las fuerzas
brasileñas com andadas entonces p o r el conde de E u. L ópez, con
una tenacidad que se p u ede calificar de dem encial, insiste en resistir
con unas tropas ham brientas v desnudas. Es vencido nuevam ente
en P eribebuy y R u b io Ñ ti (12 v 16 de ag o sto ). De allí López
inicia un perip lo p o r los cerros, sin ninguna esperanza. Sólo le
quedan 500 hom bres cuando el 1° de m arzo de 1870 es alcanzado en
C erro C orá, donde es b atido v m u erto p o r los brasileños.
s El m ovim iento revisionista ha sido particularmente virulento en esta
crítica y el país ha velado con el silencio el centenario de la guerra. La
crítica a los acontecim ientos políticos que llevan a la guerra y se desarrollan
paralelamente a ella puede ser justa según cuáles sean sus térm inos y argu­
mentos. En todo caso es lícita. Pero parece haber olvidado, a la vez que
alaba el heroísm o paraguayo, el de los propios argentinos, que escribieron
con su sacrificio la penúltima página épica de nuestro pasado.
LOS AÑOS
DE TRANSICIÓN

El cam bio económico


y social

P reten d er señalar hitos en el tiem po histórico es una tarea mación^enTa


engorrosa, pues la elección depende del p u n to de referencia desde y múltiple
el cual se hace. La vida institucional nos ofrece jalones bien m ar­
cados com o son 1853 —año de la C o n stitu ció n — v 1880 —año de la
solución del problem a C apital—, El proceso social tiene límites
m enos precisos, uno de los cuales puede ser la década del 60 con
el com ienzo de la gran inm igración. Si nos atenem os a la pugna
entre Buenos Aires v el interior, los años claves son 1852, 1861 v
1880. Un enfoque económ ico puede llevarnos a to m ar com o datos
fundam entales el predom inio del ovino, la prim era exportación de
cereales v la aparición del ferro carril.
Pero todos estos datos se en trecru zan en el p erío d o c o m p ren ­
dido en este L ibro com o La reconstrucción argentina desde 1852
a 1880, tres décadas donde el rasgo fundam ental es la reco n stru c­
ción institucional de la R epública. Este en trecru zam iento no es
accidental, pues revela la fuerza definitoria de esos años. N uestra
patria cambia. El g obierno de ¡Mitre es el últim o estadio de la
A rgentina épica, donde va se co n fig u ran rem ozam ientos parciales
que señalan el advenim iento de cam bios niavores. Éstos serán cada
vez más varios v sensibles hasta co n fig u rar, hacia 1880, una imagen
nueva v reconocible: la A rgentina m oderna.
Una década larga (1868-1880) que com prende dos presiden­
cias, señala una transición política: las líneas paralelas interior-
federal v Buenos A ires-liberal cesan de existir. El In terio r se torna
liberal v el partido A utonom ista se vuelve nacional, v con su
conversión al liberalismo, los provincianos reconquistan la c o n d u c ­
ción nacional.
En el plano económ ico v social el cam bio es todavía más in­
tenso, v com o los cam bios históricos 110 suelen ser violentos, sus
prim eros indicios se dan en la presidencia de M itre: entre las gue­
rras civiles se desarrolla el ferro carril, m ientras la guerra del Pa­
raguay consum e a los argentinos —v a sus aliados v adversarios—
otros hom bres, inm igrantes, llegan al país. La A rgentina heroica
m uere v va viendo la luz la A rgentina nueva. El censo de 1869
da la prim era im agen de un cam bio incipiente v el p u n to de co m ­
paración para el fu tu ro . De allí en adelante, la radicación del inm i­
grante, la lucha co n tra el analfabetism o, el desarrollo del ferro ca­
rril, el régim en de la tierra, la im plantación de nuevas industrias, la
aparición de la fábrica, el desarrollo de la ag ricu ltura v del cam po
alam brado, serán notas fundam entales de la m etam orfosis de los
años de transición.
E l censo nacional de 1869, el prim ero desde la R evolución de El censo de 1869
M ayo, tiene el valor de una radiografía nacional. 1.737.000 habi­
tantes de los cuales 495.000 o sea el 28 % del total, vivía en la
provincia de Buenos Aires. La ciudad de este nom bre tenía 177.700
pobladores y se destacaba co n caracteres p ropios en el co n ju n to
nacional. Sólo otras dos ciudades pasaban de los veinte mil habi­
tantes: C órdoba con 28.000 y R osario con 23.000. Solam ente cinco
ciudades más excedían los diez mil habitantes, en tre ellas Paraná,
la ex capital provisional de la nación. Pero Buenos A ires no sólo Inm igración
era distinta p o r sus dim ensiones. Los extranjeros constituían el
12,1 % de la población del país, p ero en la ciudad de Buenos Aires
representaban el 47 c/<. Y dado que la población infantil era escasa
entre los inm igrantes, el p o rcen taje subía al 67 % si se consideraba
sólo la población m ay o r de 20 años.
La población extranjera se co ncentraba en un 48 r/< en Buenos
A ires v la cam paña aledaña, o sea que co n trib u ía a la concentración
de la población en el área de influencia del p u erto . El 52 % res­
ta n te se con cen trab a, p rincipalm ente, en E n tre Ríos, Santa Fe, C ó r­
doba y M endoza, q u edando el resto del país casi ajeno al m ovi­
m iento inm igratorio.
C om o consecuencia de éste, la parte más poblada del país iba
cam biando su fisonom ía v sus hábitos, al m ismo tiem po que crecía
el desequilibrio en tre la zona litoral y central respecto del norte
de la R epública. Buenos A ires era una ciudad de italianos, españoles
V franceses. La provincia tenía un total de 151.000 extranjeros, en
tan to que en Santiago del E stero sólo había 135.
Este m ovim iento inm ig rato rio se había iniciado tím idam ente

13=5
A rrib o de in m ig ra n te s .

en la década del 50, había tom ado im pulso d u ran te la presidencia de


M itre y crecid o aún más d u ran te la adm inistración de Sarm iento.
La dism inución que se registró bajo Avellaneda se debió a la crisis
de 1876-78, p ero el im pulso estaba dado y, desaparecido el obs­
táculo, tom ó un ritm o crecien te desde 1880.
U na tesis de la época ratificaba los conceptos de A lberdi y
revelaba cuál era la opinión general sobre el problem a. N o somos
ricos, decía, tam poco conocem os la m iseria; la riqueza es el trabajo
y p o r ello un poderoso elem ento de prosperidad es la inm igración;
ella poblará el desierto y asegurará las fron teras; es necesario que
el inm igrante p en etre en el in te rio r del país; la venta de la tierra
pública facilitará su asentam iento.1
E l problem a de la tierra pública estuvo estrecham ente ligado La tierra pública
al de la inm igración y tam bién al del desarrollo de la población
ru ral nativa. M ás del 75 % de la población era rural. Ya hemos
expuesto las ideas de M itre sobre el problem a. S arm iento había
presentado en 1873 u n p ro y e c to de ley de tierras v colonización
que fue rechazado. A ños después dijo de sí mismo:
F u ero n las leyes agrarias en las que fue más sin atenua­
ción d erro tad o y vencido p o r las resistencias, no obstante
que a ningún o tro asunto consagró m avor estudio.2

1 R iera , Manuel, La inmigración, Buenos Aires, 1875. La Biblioteca de


la Facultad de D erecho de la Universidad N acional de Buenos Aires posee
uno de los raros ejemplares de esta obrita.
2 Citado por A lberto Palcos, “Presidencia de Sarm iento” en Academia
N acional de la H istoria, Historia A rgentina Contemporánea, vol. i, sec­
ción, pág. 131.
L u cio V. M a n s illa . G a u c h o de la época.

Para los sec to re s d irig e n te s , el fe n ó m e n o in m ig ra to rio fu e a m b iv a le n te . El " n o ­


ta b le " era el p iv o te de la p o lític a de la épo c a . El g a u c h o un p e rs o n a je m a rg in a l.
El in m ig ra n te p la n te ó un a c ris is de id e n tid a d n a c io n a l p a ra el a rg e n tin o , q u e c o ­
m en zó a to m a r “ la s u s titu c ió n de la socie d a d a rg e n tin a . . . " [En las fo to g ra fía s :
L u cio V. M a n s illa , a los 73 años: a rrib o de in m ig ra n te s a fin e s d e l siglo pasado,
y g a u c h o de la m is m a é p o c a .]

Estas resistencias provenían de los intereses de los terraten ien ­


tes v especuladores de tierras. Sólo 8.600 p ropietarios rurales había
en el país v m uchos de ellos poseían grandes extensiones. Pero
Sarm iento no se dio p o r vencido. Sostuvo que la tierra era un
elem ento de trabajo, un capital no desperdiciable v que p o r lo
tan to debía no exceder una extensión determ inada. Se lanzó en­
tonces a la form ación de colonias, de las que C hivilcov sería m o­
delo. Sarm iento la calificó “el program a del Presidente” y se
autodenom inó “el caudillo de los gauchos transform ados en p acífi­
cos vecinos” . D u ran te su g o b iern o v el de A vellaneda se fundaron,
sólo en C ó rd o b a v Santa Fe, 146 colonias. Su lema “alam bren, no
sean bárb aro s” se hacía realidad.
Sólo en 1877 v tras dos años de debates, logró Avellaneda
la sanción de la lev de tierras públicas que tratab a tam bién de la
inm igración, enlazando am bos problem as. Pero dictada en plena
crisis económ ica, la lev no tu v o aplicación inm ediata v la tierra
siguió el proceso p redom inante de su acum ulación en pocas manos,
facilitado p o r el uso que hacían los hacendados de las cédulas
hipotecarias v luego p o r los repartos de tierras com o prem ios por
la cam paña del desierto, pues la m av o r parte de los prem iados
vendieron sus premios.
N o obstante este proceso, la afluencia de una nueva población A gricultura
rural aum entó el núm ero de propietarios y com enzó el desarrollo
agrícola del país. D ejó de im portarse trig o y p o co después el país
se con v irtió en ex p o rtad o r de harina. E n 1875 los cereales eran el
ru b ro de m ay o r crecim iento en las cargas del ferro carril Sur; en
1876 se ex p o rtaro n 7.642 toneladas de m aíz a G ra n Bretaña y en
1878 se hizo la prim era exportación de trig o , lo que Avellaneda
consideró el acto capital de su gobierno.
E n cu an to a la ganadería, el vacuno había dejado de constituir
el eje de la exportación, que se había desplazado hacia los ovinos:
57.500.000 cabezas, 85 % de ellas ya mestizadas son el signo de su
im portancia, que se com pleta co n o tro dato: en 1880 la lana sucia
constituía el 50 % de los p ro d u c to s ganaderos exportados. El lanar
tam bién entrab a en com petencia con el vacuno en los saladeros,
desplazándolo de su an terio r dom inio absoluto. La m estización del
vacuno era m ucho más lenta y en 1880 sobre un to tal de 13.337.000
cabezas no alcanzaba al 3 % . C uando en 1874 la Sociedad R ural
A rgentina hizo su p rim era exposición, se exhibieron 71 lanares v
13 vacunos, fiel reflejo de la im portancia respectiva de esos ganados.
Si bien hacia el fin de la presidencia de Sarm iento no se puede industria

hablar de una industria propiam en te dicha, se dan los prim eros


síntom as de su desarrollo. E n 1874 se p ro d u cen doscientas mil
resmas de papel y hay en el país 70.000 m áquinas y herram ientas
lo que supone un aum ento respecto de 1868 del 1.200% . Las
industrias del vino y del azúcar prosperan igual que los m olinos
harineros, las jabonerías, som brererías y fábricas de ropa. H acia
1880 se anotan tam bién fábricas de fósforos, industria m aderera,
aceitera, de carruajes, del vidrio, m ueblería, etc. E n 1875 se crea
el C lub Industrial, que sería u n p ro m o to r del p roteccionism o in­
dustrial fre n te al m ovim iento librecam bista p redom inante, fom en­
tado p o r los exportadores.
E n este esquema económ ico, el ferro carril juega un papel
fundam ental. D os son las principales creaciones del p eríodo que
se agregan a la red del F e rro c a rril al O este, p ropiedad de la p ro ­
vincia de Buenos Aires: el F erro carril al S ur y el F errocarril
C entral A rg en tin o que unía R osario con C órdoba y luego con
T u cu m án . A m bos eran de capital británico. El p rim ero servía una
necesidad preexistente de la cam paña bonaerense, para dar salida
a la p ro d u cció n agropecuaria de la provincia. Fue una empresa
gananciosa desde el com ienzo, bien adm inistrada v que no necesitó
de donaciones de tierra adicionales p o r p arte del Estado, cuva
garantía cesó en 1875. En cam bio, el F erro carril C entral A rgentino
fue una em presa de fo m en to nacional, tendiente a facilitar el arraigo
de nuevos pobladores y de aum entar la p ro d u cció n de la región
p o r él servida. Inicialm ente fue una em presa deficitaria que nece­
sitó de la garantía estatal. Los capitales de estas em presas co rres­
p ondieron en su casi to talidad a inversores de la clase media inglesa.
Los capitales argentinos siguieron p refirien d o la inversión en tierras
V se desinteresaron de los ferrocarriles. C uando las com pañías tra ­
taron de atraerlos, no lograro n colocar 5.000 acciones en el país.
A l term in ar la presidencia de A vellaneda existían 2.475 kms. Buenos Aires
de vías férreas en explotación y otros 381 kms. en construcción.
H acia 1870 aparecen las prim eras líneas de tranvías para transporte
de pasajeros en la ciudad de Buenos Aires que ofrece otras trans­
form aciones básicas: se c o n stru y en con un em p réstito las obras
sanitarias de la ciudad, se instala el alum brado de gas, aparecen los
prim eros edificios de c u a tro plantas. Buenos A ires deja de ser una
ciudad del tip o de las del sur español para ad o p tar una fisonom ía
europea, cosm opolita. Los nom bres extranjeros son de buen tono
y cerca de la co n fitería del Á guila se levanta la confitería de la
P a ix . , .
T o d o s estos progresos no se p ro d u cen sin costos v sobresaltos. c-risis financiera
H acia 1873 se advierten los prim eros síntom as de una crisis p ro ­
vocada, aparentem ente, p o r el exceso de circu lan te que pro d u jo
una euforia exagerada en los negocios y las especulaciones v un
alza de los precios. En 1874 el exceso en la im portación condujo
a la necesidad de ex p o rtar d in ero en m etálico. El g o bierno nacional
retiró fuertes sumas del Banco de la P rovincia de Buenos Aires
para pagar sus obligaciones, el Banco restringió el créd ito v esto,
unido a las fuertes inversiones especulativas, creó una escasez súbita
de circulante, que tra jo aparejada la paralización de los negocios,
las quiebras, la red u cció n de la im portación y la consiguiente fuerte
dism inución de las rentas del Estado. C om o una buena pro p o rció n
de éstas era destinada al pago del servicio de la deuda contraída
en el exterior, la posibilidad de una suspensión de los pagos am e­
nazó el créd ito internacional de la A rgentina.
La situación se fue agravando hacia el año 1876, com plicada
p o r la inestabilidad política que se p ro lo n g ó hasta la política de
conciliación del año siguiente. Pero las bases económ icas del país
no habían sido afectadas p o r la crisis. El cam po co n tin u ó aum en­
tando su p ro d u c c ió n y eso perm itió m antener un ritm o de expor­
tación sostenido —aunque in ferio r a los años anteriores— hasta que
pudo ser superada la crisis financiera. En esta ocasión el cam po
salvó al país. Salvó tam bién a los ferrocarriles, cu v o nivel de in­
gresos los m antuvo al m argen de la crisis.
La acción del g obierno no fue en m odo alguno pasiva en esta
em ergencia. E n el m om ento c rític o suspendió la convertibilidad
de la m oneda-papel en m etálico para evitar la desaparición de éste.
El gobierno realizó fuertes econom ías —el gasto público descendió
de más de trein ta y un m illones de pesos en 1873 a algo m enos de
veinte millones en 1877— y ex h o rtó a una acción severa a toda la
com unidad. Avellaneda se p ro p u so salvar el c ré d ito del país, tan
indispensable para el fu tu ro desarrollo, que constituía el program a
económ ico básico de los g obiernos de la época.

La república —d ijo — puede estar dividida hondam ente


en partidos internos; p ero tiene sólo un h o n o r y un c réd i­
to , com o sólo tiene un nom bre v una bandera ante los
pueblos extraños. H av dos millones de argentinos que eco­
nom izarán sobre su ham bre v sobre su sed, para responder
en una situación suprem a a íos com prom isos de nuestra fe
pública en los m ercados extranjeros.*

Dos m inistros de H acienda de reconocida solvencia, Lucas


G onzález y N o rb e rto de la R iestra, v un te rc e ro que hacía sus
prim eras armas, V icto rin o de la Plaza, fueron los artífices de la
acción oficial, cuva energía alentó al sector privado. A fines de
1876 se registraron los p rim ero s síntom as de alivio, que se acen­
tu aro n en 1877. H acia 1880 la crisis había sido to talm en te superada,
el país continuaba su desarrollo, la deuda pública había dism inuido
y los bonos argentinos alcanzaban en L ondres las máximas c o ti­
zaciones.
E n tre el p rogreso económ ico y el cam bio social que se regis­ Educación
traba p o r ese tiem po, el p erío d o 1862-80 es tam bién el de los
presidentes-escritores. Esta nación conducida p o r “políticos-litera­
tos” 4 hizo de la educación uno de sus prim eros objetivos. El censo
de 1869 reveló que el 82 °/ de la población era analfabeta v el 79 r/<
no sabía escribir. El nivel cu ltu ral de la inm igración era similar,
lo que com plicaba el problem a. Ése era el panoram a que en co n tró

3 Citado por Carlos Heras en "Presidencia de Avellaneda", en Acade­


mia Nacional de la H istoria, ob. cit., tom o i, 1* sección, pág. 234.
4 M itre, a la vez militar y hom bre de letras, se presenta una vez más
com o el prim er indicio del cambio, final de una época y comienzo de otra.
Las veleidades militares de Sarm iento revelan a la vez sus añoranzas por la
época heroica que subsistía en los campos de batalla del Paraguay.
Sarm iento al asum ir el p oder. H abía escrito ya E ducación popular
y M é to d o de lectura gradual, más o tro libro sobre la influencia de
la escuela en la form ación de los Estados U nidos. A parte de ser
un p o lítico tem peram ental y a m enudo desaforado, era un maes­
tro au tén tico p o r vocación e hizo de la educación una de sus
banderas de g obierno. “ E ducación, nada más que educación para
el país” ten ía dicho, y al recib ir la Presidencia dijo: “Es necesario
hacer del p o b re g aucho un hom bre útil a la sociedad. Para eso
necesitam os hacer de to d a la R epública una escuela.” N o fueron
sólo palabras. R ecibió el g obierno con 1.082 escuelas y lo dejó
con 1.816. E l alum nado prim ario se elevó de 30.000 a 100.000, los
m aestros pasaron de 1.778 a 2.868. P ero no term in ó allí. E ra nece­
sario fo rm ar debidam ente a los m aestros y fu n d ó las escuelas
norm ales co n ese fin. D estacó la im portancia de la m ujer en la
educación prim aria y c o n tra tó 65 m aestros de los Estados U nidos,
lo que le valió el calificativo de masón y anticatólico p o r sus
opositores. Siguió la línea de M itre en m ateria de colegios nacio­
nales aum entando su núm ero y creó las Bibliotecas Populares de
las que se habían fun d ad o más de cien cuando dejó la presidencia.
Su brazo derech o en esta obra educacional, de proporciones
insólitas para ese tiem po, fue su m inistro de Instru cció n Pública,
N icolás A vellaneda, quien con tin u aría su tarea al sucederle en la
Presidencia. C on su ayu d a creó la Escuela de N iñas, el Colegio
de S ordom udos, el O b serv ato rio A stronóm ico, la A cadem ia de
Ciencias, la F acultad de Ciencias Físicas, el C olegio M ilitar y la
Escuela N aval.
Estas dos últim as creaciones trascienden el cam po educacional. ejército

Sarm iento estaba em peñado en la reform a del ejército. C uando


M itre realizó la adecuación p ráctica de aquél a la g u e rra m oderna
en los cam pos del Paraguay, puso en evidencia la deficiente fo r­
m ación técnica de los oficiales y aun de los jefes, librados casi
siem pre a su inspiración heroica y a su talento natural. Sarm iento
p ro c u ró superarla crean d o las escuelas especializadas que se han
m encionado. Q uiso u n ejército técnico y un ejército técnico sig­
nificaba para él un ejército subordinado, apolítico y disciplinado.
Él debía su' Presidencia en buena p arte al apoyo m ilitar; sin em ­
bargo, en 1873, p ro p u so al C ongreso una ley para im pedir la
in tervención de los m ilitares en la gestación de candidaturas polí­
ticas, ley que no prosperó. S arm iento había generado aquella in­
gerencia al enviar cu erpos de ejército a las provincias en caso de
intervenciones o elecciones.'“ A sus jefes se les llamó sus “ p ro c ó n ­
sules”. C uando Sarm iento se apercibió del proceso quiso —in fru c ­
tuosam ente— co rtarlo . D estituyó a A rred o n d o p o r hacer p ro p a ­
ganda política y negó el ascenso a M ansilla p o r ejecutar a un
desertor sin ord en superior. Exigió obediencia com pleta a los jefes
y p o r la resistencia de éstos d estitu y ó a varios en la g uerra co n tra
López Jo rd án . Y cuando un m ilitar a quien S arm iento le predicaba
el respeto a la autoridad le p re g u n tó si debía o bedecer si el Presi­
dente le ordenaba c e rra r el C ongreso, le respondió: “Si le ocu rre
esa desgracia, hágase d ar la ord en p o r escrito v después péguese
un tiro .”
Avellaneda com pletó la obra educadora iniciada. Bajo su ad­
m inistración las escuelas norm ales llegaron a 15 v los colegios
nacionales a 14. En 1880 p u d o señalar que las dos terceras partes
de los m iem bros del C ongreso habían pasado p o r las aulas de
aquéllos. Las escuelas prim arias tam bién aum entaron v se crearon
escuelas de agronom ía en Salta, T u c u m á n v M endoza, de minas
en San Luis, se am pliaron las facultades de la U niversidad de
C órdoba y se consolidó, en fin, una política educativa.
La actividad científica y cultu ral alcanzó altos niveles, pero
tam bién precisó rasgos intelectuales de la generación del 80. En
estos años fu ero n recto res de la U niversidad de Buenos Aires
V icente Fidel López v M anuel Q uintana, m inistros de Instrucción
Pública O nésim o Leguizam ón y Ju an M aría G u tié rrez ; M itre
publicó su H istoria de San M artín y Y. F. López su H istoria de la
R epública A rgentina; José H ern án d ez publicó la V uelta de M artín
Fierro, cum b re y cierre del g én ero gauchesco. Se m ultiplicaron
las revistas científicas y literarias y al lado de los viejos maestros
aparecen los nom bres de una nueva generación: M iguel Cañé,
M artín G . M erou, L ucio V. López, E du ard o W ild e, Rafael O bli­
gado, E rnesto Q uesada, Luis M. D rago, R od o lfo R ivaróla . . .

El cam bio político

U rquiza y M itre habían sido jefes de Estado v a la vez cabezas


de los dos principales partidos de la República. Sarm iento, en cam ­
bio, llegaba a la prim era m agistratura sin partidos. Federales v na- to s partidos
cionalistas, con sus candidatos vencidos, se situaron en la oposición
5 Este com portam iento es significativo para interpretar el problema de
la intervención militar en política, v no fue —ni será— exclusivo de Sarmiento
com o se verá más adelante.
v el p artid o A utonom ista era con d u cid o p o r el nuevo vicepresi­
dente, A dolfo Alsina. La situación de S arm iento no podía ser más
incierta.
Las fuerzas del p artid o Federal habían d ecrecido en el inte­
rior, pero aquél seguía co n stitu y en d o una agrupación respetable.
El p artid o N acionalista articulaba en el in terio r grupos de élites,
com o en Santiago, donde se identificaba adem ás con la vieja oli­
garquía provincial. En Buenos Aires, donde había nacido, era
considerado el p artid o de la “gente d ecen te” aunque no le faltaban
adherentes en los sectores populares. En cam bio, el partido A u to ­
nomista tenía apoyo popular. Alsina se consideraba el “ trib u n o
de la pleb e”, aunque el núcleo de su fuerza no residía en elem entos
populares, sino en la pequeña burguesía form ada por los em pleados
públicos, com erciantes m enores y algunos profesionales. La iden­
tificación social de los partidos tenía valor en su época. Pero basta
pasar revista a los notables del p artid o A utonom ista y sus militares
para c o m p ren d er que, pese a la repercusión popular de sus actos
y de su p rogram a, sus c o n d u cto res no tenían ninguna diferencia
social apreciable con los del partid o N acionalista. A quellos nota­
bles no eran sino B ernardo de Irigoven, V icente F. López, Tomás
G uido, Sáenz Peña, T e rre ro , A nchorena, Q u in tana, Pinedo, Sal-
días. Ju n to a ellos los jóvenes Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini,
A ristóbulo del Valle y una figura de origen menos “ calificado” :
L eandro Alem. N o había distancia social, pues, con el partido de
los iVlitre, Elizalde, G u tié rre z , Riestra.
Sarm iento es un Presidente sin p artid o p ero no sin program a. hombre
su programa
Ha repetido que quiere g o b e rn a r para hacer efectiva su prédica de
treinta años. “ E d u car al soberano”, había dicho años antes en
síntesis feliz. Al asum ir el m ando, anunció econom ías, m oralidad
adm inistrativa, distribución equitativa de la tierra pública, hacer
llegar la inm igración al in terio r para que no se co n cen tre en las
costas, colonización, etc. “ M enos gobierno que V d., más gobierno
que el general M itre; he aquí mi p ro g ram a” , escribe a U rquiza.
C ustodió celosam ente el prin cip io de au to rid ad, cuidando hasta
las form as exteriores: co n c u rría a los actos oficiales en una carroza
im ponente y con escolta. Era coronel, pero no usaba uniform e,
pues com o Presidente era com andante en jefe de las fuerzas
armadas.
Al recib ir el g obierno tenía 57 años, había m adurado, y si bien
seguía siendo el hom bre tem peram ental y explosivo de siem pre, se
había to rn ad o más p ro fu n d o v había dejado atrás m uchos de los
S a rm ie n to y sus m in is tro s fu e ro n te m a fa v o rito de la c a ric a tu ra p o lític a de esos
años. Al c o n s titu irs e el g a b in e te , " E l M o s q u ito ” los re p re s e n ta b a así.

odios v las pasiones que expusiera años atrás en el periodism o, y la


función pública. Ya no desprecia al gauchaje, v 1« ve com o una
víctim a de la ignorancia v la miseria de su m edio, dando “ lo único
que posee, que es la vida, pues ni un nom bre tiene el pueblo anó­
nim o que en la g uerra se llama soldado” .11 Q u ería co n v ertirlo , en
fin, en “ciudadano útil”, com o dijo en C hivilcov.
N o era .fácil la posición de S arm iento. Se sentía condicionado
p o r la influencia de Alsina, a quien debía el único sop o rte partidario,
V debió en fre n ta r la actitu d del m itrism o cu y a consigna fue “ vol­

tear el m inisterio”. El m inisterio exhibía, sin em bargo, figuras con


predicam ento: V élez Sársfield (In te rio r), G orostiaga (H a c ie n d a ),
M ariano Y'arela (R elaciones E x terio res), A vellaneda (Justicia e
Instrucción Pública) v M artín de G ainza (G u e rra v M arina). N o
eran un blanco fácil para la crítica, que se ensañó en cam bio con
la persona del Presidente. Pero éste dem ostró cu án to había cam ­
biado desde los tiem pos de la cam paña co n tra Peñaloza. Fue p ru ­
dente v optó p o r contem p o rizar. Esto sorp ren d ió a los contrarios
v lo salvó. Inició una co rrespondencia de acercam iento con su ante- Acercamiento
rior enem igo, U rquiza, notable p o r su franqueza, v logró un acuer- con Ur<5uiza
do que se m aterializó d u ran te su visita a San José. C uando abrazó

11 “O ración a la Bandera", pronunciada al inaugurarse la estatua de


Belgrano en 187?.
a U rquiza v dijo: “ A hora sí que me creo Presidente” , no em itió
una frase de anecdotario: vio claro que c o n tar con el apovo político
v m ilitar de aquél significaba recu p erar el papel de á rb itro que
hizo posible su elección presidencial. Y M itre, que años antes había
en fren tad o las peores críticas p o r dar un paso similar, salió de su
papel de o p o sito r para saludar lo que ahora veía com o “ una presi­
dencia histórica” .
La reacción en trerrian a, incubada desde 1861 v alim entada en Asesinato
de Urquiza
1865, estalló en 1870, dirigida p o r R icardo López Jordán. Ence­ y rebelión
de López Jordán
rrado en un provincialism o estrecho, no co m p rendió la dim ensión
del gesto nacional de U rquiza, cualesquiera que ha van sido las
críticas a su gestión local. El estilo de la revolución definía, en
verdad, la época en que m entalm ente se situaba López Jordán. Dos
meses después de la visita de Sarm iento, el II de abril, U rquiza
v dos de sus hijos son asesinados, el prim ero en el Palacio San
José. Es el últim o gran crim en p olítico que registra nuestra historia,
aunque no sea el últim o crim en político. El jefe revolucionario se
hizo n o m b rar go b ern ad o r, pero Sarm iento in tervino la provincia v
ordenó la reducción m ilitar de la revolución, misión encom endada
al general Emilio M itre, a quien dio p o r segundos a G ellv v O bes
y Conesa. La energía del Presidente, su presión sobre los jefes
m ilitares para que actuaran rápidam ente sugiriéndoles planes de
acción, así com o las cuestiones de p rerrogativa, m otivaron rápidos
reem plazos en el com ando nacional: G ellv v O bes, A rredondo,
Rivas. Pero, en tretan to , el ejército nacional obtenía costosas victo­
rias: Los Santos, Santa Rosa y l)o n Cristóbal. Por fin, el general
López Jo rd á n es d erro tad o en Ñ a em b é el 26 de enero de 1871.
La larga rebelión ha sido vencida en gran p arte por los progresos
técnicos del ejército , el fusil R em ington v los cañones K rupp. Con
el de López Jo rd á n desaparece el único ejército provincial sobre­
viviente en el país, cu v o p o d er hacía tem ible a su go b ern ad o r
y jefe.
Dos años después, en niavo de 1873, López Jo rd á n invadió
nuevam ente E n tre Ríos v alzó otra vez su bandera revolucionaria.
S arm iento encom endó la represión al M inistro, general G ainza, \
él mismo in tervino en la planificación de las operaciones. A gregó
al ejército las prim eras am etralladoras que se vieron en el país y
p or prim era vez se utilizó el ferrocarril para la co n centración
rápida de tropas. En D on G onzalo la revolución fue vencida
totalm ente.

1 Ad
Pero no era el del rebelde e n trerrian o el único obstáculo que
el Presidente quería reconocer. Le molestaba particu larm ente el co n flicto con
“im perio” de los T aboada, p rolongación del de Ibarra, tío de los Taboada
aquéllos. A p oyado p o r el p artid o L iberal, constituía o tra entidad
intocable en la R epública co n tra la cual se lanzó Sarm iento con
inesperada prudencia. Envió p rim ero al norte al general Rivas
com o represen tan te suyo, con la m isión de dislocar la influencia
de T aboada fuera de Santiago del E stero. M anuel T aboada fue
quien prim ero p erd ió la paciencia v se quejó p o r carta al Presidente
en térm inos altaneros e hizo co n o c e r su carta a U rquiza v otros
políticos antes de ser entregada al destinatario. La respuesta de éste
no se hizo esperar. U só su viejo estilo de periodista v anonadó a su
adversario que supuso un p o d er trem en d o en quien así se atrevía
a hablarle. Sarm iento lo trataba com o pretenso geren te de las p ro ­
vincias del n o rte, y añadía:
C onozco m edianam ente su provincia, la tiranía cruel,
horrible, estúpida del m o n to n ero Ibarra, a quien V d. su
sobrino, ha sucedido inm ediatam ente, com o ai D r. Francia
han sucedido los L ópez, sus sobrinos, en el Paraguay, sin
que nadie haya podido ro m p er esas tradiciones de sumisión
que dejan los tiranos. Ésta ha sido la herencia de los T a-
boadas e Ibarras, hom bres creados así en el seno de p ro ­
vincias apartadas, acatados p o r todos los que le tem en,
llegan casi infaliblem ente en un m om ento dado, a creer
que es estrecho el te a tro de sus explotaciones, v em piezan
a volver la vista en to rn o suyo para asimilar provincias o
territo rio s al que consideran patrim onio; y entonces C o­
rrientes, M atto G rosso, en tran a fo rm ar p arte de sus D o­
minios. E sto sucedió ya en el P araguav-G uazú, e ignoro si
aquel N o rte de la R epública es ya el te rrito rio destinado
a red o n d ear u n b o n ito Paraguav-M iní.7

T ab o ad a com prendió que no podía hacer fren te a Sarm iento.


T ra tó de m antenerse en su p o d er con calculada m oderación v fa­
lleció en 1872. C uando dos años después se p ro d u jo la sucesión
presidencial, el sistema de los T ab o ad a se había desintegrado v su
influencia desaparecido.
Los conflictos políticos habían enfren tad o a M itre v Sarm ien­
to, sin p ro v o c a r un rom pim iento personal entre los amigos. En
tres de las cinco intervenciones provinciales M itre había actuado
com o opositor. La prueba de fuego fue la elección presidencial.

7 Citado por N erio Rojas, en Historia argentina, de Levillier, pág. 2898.


Las lu ch as e n tre los
c a n d id a to s p re s id e n ­
c ia le s se t r a d u je r o n
en m o rd a c id a d e s in ­
sólitas: A ls in a , M itr e
y A v e lla n e d a a c o s a n ­
do a S a rm ie n to , vis­
tos por el c a r ic a tu r is ­
ta de " E l M o s q u ito ” .
D eiiain —jtM momtnb, ea-ramt

H acia 1 8 7 4 el Presidente controlaba to d o el país aseguraba La s u c e s ió n


r . • 0 presidencial
este co n tro l co n tropas de línea m andadas p o r jefes fieles. Se bara­
jaron varias candidaturas. La de Alsina fue proclam ada, pese a su
inconstitucionalidad, p o r Alem , Pellegrini y otros. M itre, cuya
popularidad había renacido desde el año a n te rio r en que deponien­
do posiciones p artidarias se co n v irtió en el enviado especial del
Presidente ante el em p erad o r del Brasil, fue p ropuesto p o r su
partido. Sarm iento, q u e se había definido com o “provinciano en
Buenos A ires y p o rte ñ o en las provincias”, no veía con buenos ojos
ninguna de las dos candidaturas, y p rom ovió la de N icolás A ve­
llaneda, quien com o él era un provinciano que había hecho su
carrera política en Buenos Aires. C om o él, tam poco A vellaneda
tenía un p artid o que le apoyara pese a su filiación autonom ista.
Pero A vellaneda, a diferencia de Sarm iento, cuenta esta vez con
el apoyo oficial. N i Alsina ni M itre eran candidatos confiables
para el in te rio r y la candidatura de A vellaneda ganó adeptos en
las provincias. El m itrism o lanzó la acusación: “El M inistro mata
al can d id ato ”, obligando a A vellaneda a re n u n cia r a su cargo.
Alsina co m prendió, com o seis años antes, que un p artid o em inen­
tem en te p o rte ñ o com o el suyo no podía triu n fa r sólo y que era
necesario p actar co n el in terio r, lo que significaba p o r entonces
tanto com o p a c ta r con A vellaneda. Los m itristas no iban a dar
ese paso.

1A l
La cuestión decisiva se plan teó con la elección de diputados
nacionales p o r Buenos Aires, que llevaba com o candidatos a O cam -
po, Pellegrini, A lem , al arzobispo A neiros v al general G ainza.
Esa lista era el sím bolo de la alianza entre los autonom istas v el
g obierno, o si se prefiere en tre Alsina v Avellaneda. La elección
de feb rero de 1874 fue un v erdadero escándalo p o r la violencia
e irregularidad de su desarrollo. Los. nacionalistas d enunciaron
el fraude y pidieron la anulación de los com icios. Los resultados
m ostraban una lucha reñidísim a: 15.590 votos co n tra 15.099. Pero
se alegaba hasta el vuelco de las urnas v anomalías en los padrones.
El C ongreso no supo qué hacer con la elección. N o era la prim era
vez que se hacía una elección fraudulenta. P or fin, o p tó p o r no
anular las elecciones sino p ro c e d e r a un recu en to de votos. Se
anularon más de dos mil sufragios p o r partid o con lo que la v icto ­
ria quedó en manos autonom istas aunque p o r menos diferencia
aún: autonom istas: 12.906, nacionalistas: 12.642.
E n ese clim a de tensión y antes de que se hubiese aprobado la La elección
presidencial
elección de diputados, tu v o lugar en abril la elección presidencial.
La fórm ula A vellaneda-A costa logró 146 electores v la integrada
p o r M itre -T o rre n t, 79.
La d e rro ta grav itó tan to en el ánim o de los nacionalistas com o
la dem ora del C ongreso en decidir sobre la elección de diputados.
E n julio, el C lub C onstitucional, m itrista, lanzó un m anifiesto que
decía que había llegado el m om ento de que el p artid o aceptara la
lucha en el terren o de la fuerza al que lo arrastraban los “opreso­
res” . A probadas las elecciones en agosto, los nacionalistas inician
tratativas co n jefes del ejército para una revolución.
El proceso tu v o un desarrollo aparentem ente paradojal. A ve­ La revolución
m itrista
llaneda había proclam ado antes de entonces:
. . . el derech o electoral falseado, la soberanía del pueblo
suplantada, tray en d o representantes que no son la expre­
sión de la m ayoría . . . co n stitu y e una agitación peor que
las revoluciones a m ano armada."
M itre p o r su p arte había dicho en agosto a sus partidarios
para calm arlos: “ La p eo r de las votaciones legales vale más que
la m ejor revo lu ció n ” .
U n mes después, A vellaneda defendería la legalidad de la
elección y fustigaría la revolución, m ientras M itre, tras aclarar
que no cuestionaba la elección presidencial, iba a la revolución

s A vellaneda , Nicolás, Escritos y Discursos, to m o iv, pág. 68.

i /IO
Los v ap ores de la e s c u a d ra g u b e rn is ta d u ra n te la rev o lu c ió n de 1874. La flo tilla
era c o m a n d a d a por el c o m o d o ro L u is Py. [ó le o re a liz a d o por A. S ilv e s trin i,
M u s e o N a v a l.) /•

p o r fidelidad a sus partidarios. Señalaba que las elecciones de d ip u ­


tados habían significado una “falsificación inaudita” revelada por
el triu n fo del m itrism o en las elecciones presidenciales de abril. En
realidad. M itre no creía en la revolución, ni los m óviles del nacio­
nalismo vencido eran tan altruistas com o se invocaba. Se renegaba
del fraude, p ero el sabor de la d erro ta era am argo para los vencidos.”
El 24 de setiem bre, José C. Paz publicó en La Prensa el m a­
nifiesto revolucionario. M itre estaba en M ontevideo v dem oró
hasta el 22 de o c tu b re en em barcarse para asum ir la jefatura del
m ovim iento. Más tarde, dirá que tom a el m ando de la revolución
para contenerla. Pero el 25 de setiem bre se habían sublevado el
general A rred o n d o en M endoza v el general Rivas en Azul. U n
oficial de A rred o n d o asesinó al general Ivanow skv. A rredondo
o cu p ó C órdoba v luego volvió sobre M endoza donde d erro tó a
los oficialistas. El g o b iern o nacional encom endó la represión al
coronel Julio A. R oca en el c e n tro del país v al teniente cororfel
Arias en Buenos Aires. M ientras M itre realizaba un largo periplo
V se reunía con Rivas para luego acercarse a la Capital, Arias se
trasladó a M ercedes en ferro carril v se a trin ch eró en la estancia
La V erde con sus 800 hom bres arm ados con fusiles. M itre ata­
có el 26 de noviem bre con 4.000 hom bres. Fue en vano, v luego
se retiró. El 2 de diciem bre capituló en Junín. E n tretan to , Roca
11 Conviene recordar, sin embargo, que poco antes los mitristas habían
sido los únicos en apoyar un proyecto de Sarmiento de nueva lev electoral,
tendiente a evitar abusos.

l 40
avanzó sobre M endoza y en Santa Rosa, el 7 de diciem bre, con una
hábil m aniobra rod eó a A rre d o n d o y tom ó p o r asalto su cam po.
A vellaneda asum ió el g o b iern o en m edio de la revolución,
pero vencida ésta pidió al C ongreso una ley de am nistía. Iniciaba
A vellaneda la prim era faz de la política de conciliación.
La tarea no era sencilla. La división política había alcanzado
a la vida social, reuniéndose los nacionalistas en un nuevo Club
para no “codearse” con adversarios de su misma condición.
La designación de Casares —autonom ista m o d erado— com o La conciliación
g o b ern ad o r de Buenos A ires, facilitó los propósitos del Presidente.
En agosto de 1875 B ernardo de Irig o y en fue nom b rado canciller,
y com o segunda figura del autonom ism o secundó la obra de co n ­
ciliación. A l reto periodístico lanzado en tal sentido p o r La R e p ú ­
blica, el m itrism o respondió co n una condición: que el sufragio
fuera libre y la C onstitu ció n vigente. E n ese caso la conciliación
sería un hecho sin necesidad de proclam arse. C uando en plena
crisis financiera A vellaneda n o m b ró m inistro de H acienda a N o r-
b erto de la Riestra, viejo nacionalista, pareció que se daba un
nuevo y decidido paso hacia el acuerdo, p ero La N a ció n , c o n ti­
nuaba su crítica incisiva c o n tra el gobierno. Los autonom istas se
dividieron a su vez sobre el problem a: los que seguían a Cam baceres
ap o yaron la política del P residente y los que acaudillaba A ristóbulo
del V alle se declararon co n trario s a la conciliación.
E n 1877 se d ictó la nueva ley de elecciones que si no era una
panacea satisfacía las exigencias más perentorias de los opositores.
A l leer su m ensaje al C ongreso, en m ayo de 1877, A vellaneda hizo
su m anifestación de fondo. N o sólo la política, sino la salud eco­
nóm ica de la nación necesitaban de la conciliación. P ropuso una
política de “liberal toleran cia” , am nistía total, rein co rporación al
ejército de los m ilitares que actu aro n en la revolución del 74. En
fin, una política “para to d o s”, abandonando los gobiernos el cam po
electoral. E l 9 de m ayo se en trevistaron M itre y A vellaneda y
resolvieron la situación: el g o b iern o garantizaba los derechos cívi­
cos y el nacionalism o se com p ro m etía a actu ar d e n tro de la ley.
La idea de la conciliación se abrió paso trabajosam ente. En
los partidos se delineaban alas intransigentes. La elección del nuevo
g o b ern ad o r de Buenos A ires fue la ocasión decisiva. Alsina y M itre
im pulsaron una lista m ixta. La fórm ula final, que triu n fó , llevó
al autonom ista Carlos T e je d o r para g o b ern ad o r y al nacionalista
Félix Frías para vice. E l secto r de del V alle y A lem o p tó por
repudiar la conciliación y separarse del partido, fundando o tro

i en
con el nom bre de R epublicano. Pero, el nuevo g o b ern ad o r no era
conciliador sino p o r la circunstancia. H o m b re vehem ente o in tran ­
sigente, p oco tard aría en ser protagonista de un grave conflicto.
En el nacionalism o, José C. Paz v Estanislao Zeballos tam bién repu­
diaron la conciliación p ero sin lograr nuclear m uchos adherentes.
Sim ultáneam ente, en traro n al gabinete nacional Juan M. G u tié rrez
y R ufin o de Elizalde. El p ro p io M itre recibió sus entorchados de
general en acto público y en m edio de una dem ostración pública
notable. La conciliación había triu n fad o y A vellaneda, que siem pre
había hecho profesión de antipersonalism o, inauguraba el prim er
gobierno co n un sistema b ip artito , propiam ente dicho, de la R e­
pública.
Sin em bargo, eso no alteraba la apatía política popular, que
alarm aba a La N a ció n . A nunciaba que si la conciliación no se
extendía a to d o el país, la próxim a elección presidencial no sería
una elección sino una revolución.
E n ese panoram a, la m uerte de A dolfo Alsina, en diciem bre de
1877, fue un explosivo p olítico. Le sucedió el general Julio A. Roca
en el M inisterio de G u erra. Los autonom istas conciliados o teje-
doristas y los nacionalistas reco n stru y ero n el viejo p artid o Liberal,
de donde habían nacido las dos fuerzas. El p artido R epublicano Fin de la
conciliación.
se desintegró. En setiem bre de 1878, el general G ainza convocó El P.A.N.
a una reunión para reco n stru ir el partid o A utonom ista. C oncu­
rriero n S arm iento, Pellegrini, Sáenz Peña, Irigoven, R ocha, Alem,
del V alle y m uchos otros. Sarm iento bautizó a la reunión Partido
A u to n o m ista N acional. Este p artid o iba a ser el p u n to de apoyo
del general R oca en Buenos A ires y la estru ctu ra com plem entada
p o r la Liga de G o b ern ad o res, del interior. Desde o tro p u n to de
vista, era la m uerte de la política de conciliación.
La tarea política y adm inistrativa de este p eríodo term inó
con la realización de dos arduas empresas: la conquista del desierto
v la paz con el Paraguay.
Desde la presidencia de M itre existía la idea de recu p erar la La conquista
del desierto
fro n tera del río N e g ro para asegurar las poblaciones pam peanas
de los ataques indígenas y d ar nuevos cam pos a la explotación. Los
sucesos del país habían im pedido c o n c re ta r la idea. D urante la
presidencia de A vellaneda la presión popu lar se hizo m avor com o
consecuencia de los aportes inm igratorios y de los malones indí­
genas. E l m inistro de G u e rra Alsina to m ó el asunto en sus manos
y en 1875 p ro p u so un plan de acción: avanzar la línea de la fro n ­
tera sur o cu p an d o lugares estratégicos v levantando en ellos pobla-
Córdoba
— -

C oncepción R osario
M endo za -(R ío IV)
San Luis La C a r lo ta /

L *enzV ^‘

C arlos ...................
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• • # Buenos
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1 ración ^ Lobos
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M o n te “
C ru z de
G u erra

Rio Colorado P ro te c to ra A rg en tin a

C a rm e n de P atag ones

Frontera en 1815 .......................... Frontera en 1828

.. 1823 _ _ ............................. „ „ 1876

Avances del Ejército Nacional en 1879

A vance sucesivo de la fro n te ra con el in d io en la p a m p a . [S egún W a lth e r.)

i >
D u ra n te la s eg und a m ita d del siglo pasado la fo to g ra fía se in co rp o ra a los e le ­
m e n to s con q u e c o n ta m o s pa ra re c o n s tru ir el pasado. U n fo tó g ra fo a c o m p a ñ ó
a los e x p e d ic io n a rio s de 1879; a él d e b e m o s e s ta im a g e n de R oca y a lg u n o s
de sus o fic ia le s en e l c a m p a m e n to de H u a iq u e G n elo , R ío N eg ro , d u ra n te la
c a m p a ñ a d e 1879Í. [F o to g ra fía d e l A rc h ivo G e n e ra l de la N a c ió n .]

ciones, de m odo de hacer im posible a los indios p erm anecer en la


zona. El avance debía hacerse p o r líneas sucesivas y el prim ero
debía o cu p ar la línea Puán, C arhué, G uam in í v T re n q u e Lauquen.
La línea se com unicaría con Buenos Aires p o r telég rafo v se uniría
entre sí con un zanjón que d ificultaría el pasaje de los indios. Para
los posibles en treveros se dotaba a la caballería de coraza v revólver.
C onsultado el general R oca, com andante de la fro n te ra oeste
y con larga experiencia en la m ateria, im pugnó la esencia del p ro ­
y ecto. La línea de fortines era ineficaz v dejaba el desierto a sus
espaldas; era m u y costosa, se necesitaba m ucha tro p a v ésta se
desm oralizaba en la inactividad del fo rtín . La solución estaba en
buscar a los indios en sus bases, p o r m edio de una ofensiva c o n ti­
nuada con tropas bien m ontadas, que serían o p o rtu n am en te rele­
vadas p o r fuerzas de refresco de m odo de no dar tiem po a los
indios para reponerse. De ese m oúo, m ucho más eficaz que una
zanja com o obstáculo defensivo, se podía llevarlos hasta el río
N egro.
Las opiniones se dividieron. Pero R oca era sólo com andante
de fro n te ra y se im puso el plan del M inistro. El cacique N am u n -
curá, jefe de una verdadera confed eració n de tribus e inform ado
de estos planes, quiso neutralizarlos con una gran invasión en el
verano 1875-76. C uatrocientas leguas cuadradas desde A lvear a
T an d il fu ero n arrasadas p o r los salvajes que usaron en esa ocasión
carabina y revólveres. C inco recios com bates los co n tu v iero n cau­
sándoles serias bajas. P or fin, el 11 de abril de 1876, quedó ocupada
la línea fijada p o r Alsina. El resultado fue superior al esperado,
pues despojó a los indios de las m ejores tierras de pastoreo para
su ganado y su caballada de gu erra. Alsina p ro g ram ó entonces
cam pañas prim itivas inspiradas en el plan de R oca, cuando le
sorprend ió la m uerte.
Su sucesor, R oca, volvió a su pro p io plan. H asta m ediados de
1878 los indios habían sufrid o un castigo trem en d o v su gente de
g uerra no llegaba a 2.000 lanzas. R oca p rep aró 6.000 hom bres
de caballería móvil, bien arm ados, y desde julio de 1878 realizó
una verdadera razzia en el desierto que dio com o saldo 4 caciques
presos, 1.250 indios m uertos, más de 3.000 prisioneros y otros 3.300
se presen taro n voluntariam ente. E l p o d er indígena había sido que­
b rantado definitivam ente. R oca inició la segunda cam paña en abril
de 1879, que ahora c o n stitu y ó un “ paseo m ilitar” . La expedición
batió el desierto en todas direcciones, acom pañada —signo de los
tiem pos— p o r fo tó g rafo y corresponsal periodístico. En junio la
cam paña había term inado y estaba ocupada la línea del río N eg ro .
D e los grandes caciques, sólo N am u n cu rá se había salvado, refu ­
giándose en N eu q u én , d onde se rendiría en 1883. Con esta cam ­
paña, cu y o com ando heredara de Alsina, Roca heredó tam bién su
popularidad, su p artid o y la presidencia nacional.
La ocupación del desierto su r tenía tam bién incidencias in te r­ Cuestión
de lim ites
nacionales. D esde 1847 el g obierno de Chile había afirm ado sus con Chile
derechos al estrecho de M agallanes donde en 1849 había fundado
la población de P unta A renas. Sarm iento, entonces exiliado en C hi­
le, había defendido tal derecho. En 1856 am bos países firm aron
un tratad o , m anteniendo el statu quo de los límites, que debían ser
discutidos am igablem ente más adelante y a falta de arreglo se
som etería el asunto al arb itraje de una nación amiga. Pero en 1865
Chile denunció el tratad o p o r tran sito rio y reclam ó derechos sobre
la Patagonia, siguiendo la tesis de A m unátegui expuesta p o r p ri­
m era vez en 1853. Siguiendo esa línea, el canciller Ibáñez reclam ó
a nuestro país en 1872 derechos al oriente de los A ndes desde el
río D eseado hacia el sur, v sacó a relucir la tesis del propio Sar­
m iento, que no se refería a la Patagonia sino sólo al E strecho. Poco
después, Ibáñez p ropuso en carta privada co m p rar el E strecho para
Chile. Sarm iento co n testó señalando que el lím ite entre los dos
países era la cordillera nevada v no la línea divisoria de las aguas.
En cu an to al E strecho adm itió que los pueblos del Pacífico podían
establecerse en él para p ro te g e r una navegación que les interesaba.
Félix Frías, m inistro arg en tin o en Santiago, propuso dividir el Es­
trech o v T ie rra del Fuego, pero la cuestión se agravó cuando el
gobierno chileno en una nueva nota reclam ó derechos sobre la
Patagonia desde el río D iam ante hacia el sur, lo que el gobierno
argentino rechazó. Se llegó finalm ente a un statu quo: Chile co n ­
tinuaría con la posesión del E strecho v A rgentina con la de Santa
C ruz.
E n tre ta n to , nuestro g o b iern o crea una escuadra m oderna v
divide la Patagonia en las gobernaciones de Patagonia v M agalla­
nes. La situación se com plicó en 1876 cuando un buque chileno
detuvo a una barca francesa en Santa C ruz alegando jurisdicción
en esas aguas, m ientras Frías v Q uesada docum entaban los dere­
chos argentinos a la Patagonia v se exploraban sus costas v su
interior. En 1877 se repitió el incidente naval. Se estuvo al borde
de la g uerra. Avellaneda proclam ó: “T ra s los derechos que afirm a­
mos, hay un p u eb lo ”, v o rd en ó a la escuadra argentina estacionarse
en Santa C ruz. Al mismo tiem po, el C ongreso había dispuesto el
avance terrestre hasta el río N egro.
El incidente se resolvió en el tratad o P ierro-Sarratea del 6 de
diciem bre de 1877 que m antenía el siguiente statu quo: Chile en
el E strecho, A rgentina en el A tlántico. En ese m om ento com enzó
a agitarse en Chile la cuestión de los territo rio s salitreros del norte,
que le disputaban Perú v Bolivia. Desvió su atención del sur ante
un problem a más vital, que el 5 de abril de 1879 lo co n d u jo a la
gu erra co n tra la C o n federación peruano-boliviana. La opinión ar­
gentina era m uv favorable a los peruanos, que quisieron lograr
nuestra adhesión m ilitar p rom etiendo territo rio s chilenos en el sur
v bolivianos en el Chaco. Pero A vellaneda, siguiendo el ejem plo
de M itre en la cuestión hispano-chilena, se m antuvo neutral. Sin
em bargo, los chilenos no se sintieron seguros v enviaron a Balma-
ceda a co n v en ir un nuevo arreglo de lím ites con A rgentina. La
negociación se dem o ró hasta 1881 en que un tratad o definió la
cuestión y sentó bases cuvas derivaciones principales fueron arbi­
tradas p o r la reina de Inglaterra.
La paz con P araguay v las relaciones con Brasil fueron más Paz con Paraguay
y relaciones
arduas. C uando la g u erra term inaba en los hechos, el gobierno con Brasil
argentino com etió, p o r boca de su canciller M ariano V'arela, una
im prudencia política, si no un erro r. A nim ado de sentim ientos
favorables a! vencido y tal vez tra ta n d o de neutralizar la influencia
del Brasil lanzó la tesis de que:
La victoria no da derechos a las naciones aliadas para
declarar p o r sí los lím ites suvos que el tratad o señaló.

La declaración causó sorpresa en R ío de Janeiro, donde se


sospechó que escondía un p ro p ó sito de anexión, a más de co n stitu ir
una violación relativa del pacto de la T rip le Alianza. Al mismo
tiem po, A rgentina o cu p ó el C haco que el T ra ta d o le asignaba.
Brasil declaraba que estando involucrados en la cuestión los dere­
chos de Bolivia, dejaba a salvo su situación. Con esta actitu d , que­
daba de hecho com o aliado de Paraguay en la defensa de su te rri­
torio. La posición falsa en que se había colocado el gobierno de
Sarm iento se com plicó al d iscu tir los aliados las facultades del
gobierno provisional paraguayo. La tesis argentina era en esto
peregrina: la g u erra fue c o n tra López; m u erto éste estam os en
paz con Paraguay y no se puede firm ar la paz con quien no se
está en g uerra. Basta con hacer regresar los ejércitos v esperar
para lo dem ás que se co n stitu y a en Paraguay un g obierno rep re­
sentativo. La respuesta del Brasil, dada p o r Silva Paranhos, fue
clara: el g obierno provisional p araguayo es la expresión de una
necesidad real y tiene capacidad política y legal. La paz debe fir­
marse con el gobierno que exista v corresponde a él justificar
ante sus com patriotas y g o b iern o sucesor lo realizado bajo la fuerza
irresistible de los acontecim ientos.
A rgentina sostiene que la ocupación del C haco es provisoria
y que discutirá los lím ites con el gobierno p araguayo constituido.
M itre en tra en la discusión. Si la victoria no da derechos ¿para
qué se fue a la guerra? La v ictoria no da derechos nuevos, pero
confirm a los derechos preten d id o s antes de la guerra. En Buenos
A ires estalló una to rm en ta política. E n tretan to , el Im perio m ante­
nía la ocupación m ilitar y form aba al g obierno provisional para­
guayo, que vio inm ediatam ente que fren te a la desinteligencia de
Tos aliados le convenía apoyarse en Brasil para re c u p e rar el Chaco.
Sarm iento convocó a M itre a una conferencia a consecuencia
de la cual tra tó de enm endar su política; pero las nuevas in stru c­
ciones llegaron tard e a A sunción, pues ya entonces el gobierno
paraguayo, apoyado en Brasil, sostenía oficialm ente su derecho a
discutir los lím ites territoriales.
Se envió a D erq u i a A sunción y el 20 de junio de 1870 se
firm ó u n tratad o que im p o rtab a una m odificación del de la T rip le
Alianza, nacido en el deseo de neutralizar la influencia brasileña
en A sunción. P araguay aceptaba con reservas el T ra ta d o de 1865,
com o condición prelim in ar de paz, pero dejando a salvo sus dere­
chos en las cuestiones de lím ites que se declaraban expresam ente
no consentidas.
E l g o b iern o arg en tin o creía dem ostrar con eso su intención
de no hacer del vencido una “ Polonia am ericana”. Para M itre esa
política tan candorosam ente infantil, ni es do ctrin a argen­
tina ni d o ctrin a de ninguna parte. C uando la gu erra se
hace con u n pro p ó sito , y la victoria decide, el derecho es
de quien la obtiene.
Para Brasil habían quedado firm es sus lím ites y cuestionados
los de la A rgentina. Se desnaturalizaba la alianza a beneficio del
Im perio.
C uando estalló la rebelión jordanista, la opinión señaló a Brasil
com o p resu n to fo m en tad o r de ella. E sto aum entó el recelo oficial
hacia el aliado de 1865. M itre señaló que la raíz del mal estaba
en la desnaturalización del T ra ta d o y S arm iento le llam ó a una
nueva conferencia. T e rm in ó allí p o r ab andonar la tesis de V arela,
quien ren u n ció al M inisterio, p ero la cuestión internacional era
irreversible. M itre fue enviado a Brasil y p o co pudo hacer com o
no fuera evitar una g u erra en tre los aliados. N u estro país quedó
ocupando provisoriam ente V illa O ccid en tal en el C haco, y el Im ­
perio la isla del C errito , llave de la confluencia del Paraná v el
P araguay.
C o rrespondió a A vellaneda firm ar en feb rero de 1876 el tra ­
tado definitivo de paz. Paraguay aceptaba los lím ites argentinos
hasta el río P ilcom ayo; al n o rte de éste, el te rrito rio chaqueño sería
som etido al arb itraje del presidente de los Estados U nidos; las
islas del C errito y de A pipé pasaban a la A rgentina, la de Y aciretá
al Paraguay. Cláusulas sobre com ercio, navegación y amistad co m ­
pletaban el tratad o , que confirm aba los lím ites brasileños fijados
en 1865.
El 12 de noviem bre de 1878 el presidente H ayes dio su fallo
arbitral o to rg an d o , sin ex poner fundam entos, to d o el te rrito rio en
litigio al Paraguay. C om o dijo C árcano, P araguay había ganado
en la paz lo que había p erd id o en la guerra.
DE LA ARGENTINA EPICA
A LA
ARGENTINA MODERNA
EL APOGEO LIBERAL

Europa y la
expansion colonial

H acia 1880 se perfilan en el m undo eu ro p eo v su área de


influencia dos p eríodos definidos. E l p rim ero , signado p o r la
diplom acia de B ism arck, extendióse en tre 1871 y 1890. E l segundo,
caracterizado p o r un paulatino endurecim iento de las alianzas, se
trad u ce en crisis sucesivas que culm inarán en la P rim era G u erra
M undial.1
E n el o rd en económ ico, la aristocracia de Estados que do­
m inaba en E u ro p a im puso en casi to d o el m undo la división del
trabajo internacional. G ra n Bretaña, el p rim er E stado industrial
con capacidad expansiva, experim entaba la necesidad de e n co n trar
ubicación a los capitales que su dinám ico proceso industrial gene­
raba. Las decisiones que afectaban el destino del m undo eran adop­
tadas p o r un núm ero red u cid o de Estados europeos e impuestas
a la com unidad internacional. E u ro p a era el c e n tro político, eco­
nóm ico y financiero del p o d er m undial, y G ra n Bretaña había
m aniobrado con habilidad d u ran te los dos últim os siglos a través
de la teoría del equilibrio de p oder, m ientras edificaba su im perio
de ultram ar. A lem ania experim entaba, p o r su parte, una ex trao r­
dinaria tran sfo rm ació n económ ica y un perío d o de expansión colo­
nial sin otro s lím ites que los respetados o im puestos p o r los com ­
petidores, que la llevaría a graves tensiones posteriores. A p a rtir de
1871, la evolución de la política europea se asociaba con la excep­
cional personalidad de Bismarck.

1 La denominación de los periodos ha sido sugerida p or Jean-Baptiste


Duroselle, Europa de 1815 hasta nuestros días. Vida política y relaciones
internacionales, Barcelona, Labor, 1967, págs. 32 a 36, y se adecúa bien a la
gravitación de los factores más significativos de ese tiempo.

i rr\
La acción del canciller prusiano significó, en ocho años v a La política
hism arckista
través de tres guerras victoriosas, la unificación de Alemania en
favor de Prusia, cu v o rev se co n v irtió en el “em p erador alem án”.
Es la época clave de la industrialización alemana, de la conducción
económ ica de D elbrück —sin la cual no se aprehende la política
general de Bism arck—, de los grandes estrategas v jefes militares
com o von R oon v von M oltke, v de un p erío do que llegó a
conocerse com o el de la “ E u ro p a de B ism arck". Se ha observado
con agudeza que Alemania articuló, a través del bizmare kism o,
un estilo y un m odelo político: arb itraje en tre las clases sociales,
pero tam bién una form a de dirigism o nacional. Resistió la te n ta­
ción de las teorías británicas del internacionalism o liberal v ejecutó
una política interna e internacional relativam ente autónom a, con
la alianza en tre el Estado v los em presarios alemanes. El desarrollo
“espontáneo” a la m anera británica v de alguna de sus ex colonias
sería un proceso histórico excepcional v term inado hacia la mitad
del siglo xix. El desarrollo alem án, v tam bién el francés, se harían
antes de la Prim era G u erra M undial, a p artir de un “ desarrollo
planeado” en el que el Estado jugaría un papel decisivo com o
agente del proceso v com o á rb itro social. A eso añadía Bismarck
la imagen de un m ilitar triu n fa d o r e insaciable, dom inado por
la am bición g u errera. N o obstante, era esa im agen la que le servía
para im poner la paz, aunque convencido de ciertas cosas —com o la
enem istad hereditaria en tre Francia v A lem ania— que lo llevarían
a trab ajar en pos del aislam iento sistem ático de Francia. Pese a los
designios de Bismarck, sin em bargo, esa política no llevaría a la
paz. Alemania llegaría a p ro d u c ir un m odelo distinto del libera­
lismo económ ico clásico que evocaba la G ran Bretaña de los siglos
x v i i i v xix, p ero el mapa de E uropa sufriría m odificaciones cons­

tantes m ientras aparecían v desaparecían E stados.2


La década del ochenta será, tam bién, caracterizada p o r polí­ La expansión
colonial
ticas de expansión colonial. En poco tiem po Á frica v la península
indochina pasaron a pod er de los europeos. El proceso expansivo
lo inició Francia en 1881 co n la conquista de T ú n ez. Siguieron los
ingleses, los belgas, los italianos v los alemanes. Regía el sistema
del “ re p a rto ”, se firm aban tratados fijando fronteras v se creaban
- Sobre el “bismarekismo”, recom endamos el ensayo de Helio Jagua-
ribe. Desarrollo económ ico y desarrollo político, Eudeba, Buenos Aires, 1964,
especialmente págs. 19 a 24. En torno de la política exterior de Bismarck,
cf. Jean-Baptiste Duroselle, ob. cit., pág. 36. Respecto de la política eco­
nómica y la presencia de D elbrück, ver H elm ut Böhme, Vor 1S66, Frank­
furt, 1968. Y acerca de la formación de la Alemania m oderna, H elm ut Böhme:
Deutschlands W ezur Cirossmacht, Köln und Berlin, 1968.
pequeños “ E stados-tapón” para evitar zonas de fricción entre las
potencias coloniales. F rancia, aislada p o r la política bism arckista,
favorecía la neutralización recíp ro ca de naciones hostiles entre sí.
N o había guerras en tre Estados europeos v de esa m anera se im­
ponía una política de estabilización en el c e n tro del poder m undial,
favorable a la expansión económ ica y m ilitar de las m etrópolis. La
estru ctu ra parecía, pues, estable, sólida v dinám ica. C uando en
1890 cae Bism arck m uestra, em pero, fisuras, fragilidad y flancos
vulnerables.
En pocos años se pusieron de m anifiesto tensiones V conflictos Tensiones
y conflictos
que no se habían resuelto, sino acum ulado. H asta 1904 se sucedie­
ron alianzas apropiadas a una política de “apaciguam iento” que
pretend ió reem plazar el realismo cínico, pero eficaz, de Bismarck.
La expansión colonial proseguía, especialm ente p o r la acción de
Francia e Inglaterra, m ientras Rusia ponía sus miras en el Extrem o
O riente. C uando com ienza el siglo xx los europeos se en co ntraron
con que la acum ulación de las tensiones hacía difícil resolverlas
una p o r una. La im posibilidad de em p ren d er acciones progresivas
para resolver esas tensiones favoreció la exasperación de pasiones
nacionalistas. El 10 de junio de 1903 fue asesinado el rey de Servia
p o r un g ru p o de oficiales ultranacionalistas llam ado “ La M ano N e ­
g ra ” y hacia 1905 com enzó una serie de crisis —la franco-alem ana,
de origen colonial, y las austro-rusas, de origen balcánico— que
co n d u jo a la p rim era g ran guerr^. El sistema internacional dem os­
tró ser dem asiado rígido com o para absorber con flictos localizados
im pidiendo su expansión. Casi todos los Estados europeos sintieron
am enazada su seguridad, y los m ilitares se p reparaban para lo que
algunos llam aron “ la hora de la espada”. N o sólo se dieron, reuni­
dos, erro res de apreciación unidos a falta de serenidad v de racio­
nalidad. C om o bien señala D uroselle, no im porta si realm ente los
Estados europeos q uerían la guerra: de hecho la carrera arm am en­
tista cond u cía a una situación tensa en la que cualquier acon­
tecim iento podía desencadenar conflictos de dim ensiones hasta
entonces desconocidas y cuyas consecuencias v efectos m ultipli­
cadores pocos o nin g u n o supo calcular.
E xpectativas nuevas, que presagiaban cam bios políticos p ro ­ Nuevas
fundos, se d ifundían en los pueblos m ientras los gobiernos apenas expectativas

percibían sus alcances: procesos indicativos de expectativas de


m ayor p articipación política, más am plia dem ocratización de los
Estados. El análisis com parado de la política de la época denuncia,
sobre to d o en E uropa occidental, que tocaba a su fin la sociedad
de los notables. F.l proceso no se m anifestó p o r m edios revolucio­
narios, si se tiene en cuenta que desde 1871 Francia, Inglaterra.
Alemania e Italia no habían padecido guerras civiles y sus d iri­
gentes alentaban ciertas reform as deliberadas. En Francia se impuso
la enseñanza gratu ita v obligatoria en 1881; en 1882 se dispuso que
fuera laica v se sancionaron leves favorables a la libertad de
reunión, de prensa, de asociación sindical en 1884, v de organiza­
ción m unicipal. Los británicos venían in tro d u cien do de manera
progresiva el sufragio universal, v la Ballot A c t de 1872 establecía
va el secreto del sufragio. C uando prom edian los años ochenta, la
reform a electoral inglesa perm itiría el acceso a las urnas de cinco
millones de personas, cuando veinte años antes votaban algo más
de un millón. H asta Alem ania con o ció un proceso lim itado de
dem ocratización, co n tro lad o p o r el em perador v los militares. Sólo
la autocracia rusa trataba de desentenderse de las nuevas expecta­
tivas v de la presión de las masas, actitu d que explicaría en parte la
explosión revolucionaria socialista entrado el siglo xx. Y fue ese
m ovim iento v su d o ctrin a, el socialismo, una de las m anifestaciones
de los tiem pos nuevos que habrían de ten er en las distintas situa­
ciones, expresiones v alcances diferentes.

La situación
am ericana

En los años de la expansión colonial v de las crecientes ten ­


siones europeas, los am ericanos viven los cam bios con distinta
suerte v hum or. Ensimismados, a m enudo atrapados p o r sus p ro ­
blemas internos v p o r las luchas entre oligarquías civiles v m ilita­
res, apenas p ercibirán el crecim iento de un nuevo, agresivo v
p o ten te nacionalism o que com petirá paulatinam ente c o n las me­
trópolis europeas hasta com pensar o neutralizar, según los casos,
los recursos o la actitu d de los sectores dirigentes, la capacidad
intervencionista de aquéllas: el nacionalism o expansionista de los
Estados U nidos de A m érica. Los Estados U nidos habían elegido
nuevo Presidente —James G a rfie ld — v consolidaban una época de
“ industrialism o triu n fa n te ” en el que g ravitaron c u a tro factores
fundam entales: la exhibición de habilidades tecnológicas que se
avizoraban en las actividades p roductivas desde la década de 1830;
la provisión continua de m aterias favorables a una econom ía joven

x C l r r e n t , Richard N ., W i l l i a m s , T . Harrv y F k e id e l, Frank. A m e-


ricati H istpry. A . Snrvey, A. A. K nopf, N ew York, 1965. págs. 488 a 491.
P a re c e q u e al c o m e n za r la te m p o ra d a de pes- C óm o ve al T ic S am c ie rto p ú b lic o a p ren s iv o
ca, el T ío S am ha lo grad o m uy b u en as pieza s . d e s p u é s de la g u erra.

C a ric a tu ra s p u b lic a d a s en 1899 por los p e rió d ic o s " T h e J o u rn a l” , de M in n e á p o -


lis, y “ T h e N e w s ” , d e D e tro it, rev e la d o ra s del c o n c e p to p o p u la r sobre la p o lític a
exp a n s iv a de E stad o s U n id o s de A m é ric a .

v opulenta con expectativas de expansión más allá de las fronteras


nacionales; la presencia de gobiernos que proveían, p o r su parte,
medidas adecuadas para el desarrollo de los negocios —tarifas p ro ­
teccionistas, políticas específicas para el m undo de las finanzas,
subsidios en tierra v en d in ero —; v el increm ento de m ecanismos
m onopólicos d e n tro v fuera de las fronteras norteam ericanas. F.l
“ industrialism o triu n fa n te ” era in terp retad o con la sensación de
que la nación norteam ericana tenía una misión internacional que
cum plir para satisfacer lo que parecía determ in ad o por un “destino
m anifiesto” . La diplom acia trabajaría en el mismo sentido para
p ro y e c ta r a los Estados U nidos de A m érica sobre el hem isferio
e im poner su hegem onía.4
El Secretario de listado. Jam es G . Blaine, quien tenía sus p ro ­
pias ideas acerca del papel de los Estados U nidos en el m undo,
invitó a las naciones latinoam ericanas (1881) a una conferencia
4 Sobre la situación americana: T u lio Halperín D onghi, H istoria C on ­
tem poránea de A m érica I.atina, Alianza, Madrid, 1969, esp. pág. 280 v sigts.
Sobre el “imperialismo americano" en la época clave que tratamos, puede
leerse con provecho A m erican Im perialista in IX9X. H roblem in Am erican
C ivilization, selección de estudios, Heath, Boston, 1955. También el citado
trabajo de Current, W illiam s y Freidel, esp. págs. 533 a 560. 1.a guerra con
lispaña trajo com o consecuencia la anexión de las Filipinas, la ocupación de
Guaní, además de la de Cuba v Puerto R ico y, en 190?, la adquisición de la
zona del canal (Panam á).
panam ericana en W ashington para discutir cuestiones de com ercio
internacional v de arb itraje en las disputas continentales. Sólo
ocho años después, m uerto G arfield v poco antes de que se hiciera
cargo de la adm inistración el nuevo presidente H arrison, la idea
de Blaine se im puso v tu v o lugar la Prim era C onferencia Panam e­
ricana en W ash in g to n . Los tem as eran p rácticam ente los mismos.
Sin em bargo, fue la g uerra de 1898 en tre España v los Estados
Unidos v la subsecuente anexión de las Filipinas el hecho c en ­
tral del proceso expansivo n o rteam ericano, luego de la guerra civil,
en una vasta región en to rn o del Pacífico, que m arcó la apa­
rición en la escena internacional de una de las grandes potencias
del siglo veinte. T am bién planteó problem as estratégicos, políticos
v económ icos, v uno de los grandes debates de la historia n o rte ­
am ericana. N o habrem os de detenernos en él, sino señalarlo, porque
es uno de los ingredientes que estim ularían el sentim iento “an ti­
y an q u i” en A m érica latina. En ese entonces, v cuando el gran
debate se abría, para la opinión pública norteam ericana la guerra
co n tra España debíase a la defensa “de la libertad v los derechos
hum anos”, com o se sostuvo aún en la convención republicana de
1900. Al estallar la rebelión de los boxers en China, en junio de
ese año, Francia, Italia, Japón, Inglaterra v Rusia se enterarían que
tam bién era parte de la política exterior de los Estados U nidos
“salvaguardar la integridad territo rial v adm inistrativa de C hina” .
La cuestión im perial sería, desde entonces, un tem a am ericano.
En el Brasil vivíase la agonía del Im perio, la d estrucción del
antiguo orden. El positivism o había en trad o en la enseñanza v en
la política, dom inaba a la juventud intelectual v sería todavía el
Im perio el que aceptase la in tro d u cció n del sufragio universal v,
paradójicam ente, el que inaugurase un período de representación
política relativam ente am pliada. A la postre, cultivo de la revolu­
ción social, política v m ilitar. F.n 1875, una crisis económ ica puso
de relieve la endeblez real de una estru ctu ra financiera ap arente­
m ente sólida, v la tam bién aparente independencia de las finanzas
británicas. El republicanism o había llegado incluso al ejército , v
fue un golpe m ilitar el que d errib ó en 1889 a la m onarquía: “ el
ejército y las élites políticas del Brasil central, donde se estaba
elaborando la expansión del café, eran los beneficiarios principales
del cam bio institucional” ; los señores de la tierra tam bién p arti­
ciparon de la nueva alianza, que al consum ar la revolución decreta,
en su prim er acto legislativo del 15 de noviem bre de 1891, la
creación de una república federativa con el nom bre de Estados
U nidos del Brasil, con el lema positivista de “O rd en v P rogreso” .'*
Las ideas del tiem po circulaban p o r el te rrito rio am ericano
casi al mismo com pás, m ientras los condicionam ientos internacio­
nales p roducían respuestas dependientes de las actitudes, posibili­
dades v vinculaciones de las élites dom inantes. En M éxico, el
reform ism o es co n tro lad o , disciplinado v secularizado por la dic­
tadura larga v pacífica de P orfirio Díaz, una adm inistración que
p erm itió sancionar leves co m o la de instrucción pública obligatoria,
g ratu ita v laica, g aran tizar un progreso “o rd en ad o ” v m antener
relativam ente estable la estru ctu ra socio-económ ica que siguió a
la caída del em p erad o r M axim iliano. En el U ru g u a y suceden dic­
taduras m ilitares v despotism os seudoliberales. E cuador conoce
experiencias com o las del “ liberalismo cató lico” de B orrero, la
dictadura liberal de U rbina v el m ilitarism o “constitucionalista”
del general V eintim illa y en tre luchas v co nflictos feroces ve
llegar al p o d e r a un Flores Jijón, que había pasado la m ay o r parte
de su vida en Francia, p recediendo una larga época de “caudillos
liberales”.
En esos años se pro d u ce, incluso, un c o n flicto internacional
significativo que sacude a la región: la g uerra del Pacífico, entre
Bolivia v Perú de un lado v Chile del o tro . Sin arm as ni soldados,
con algún buque m enor sin artillería, com o el m o n ito r H uáscar,
los peruanos, pobres y en m edio de disensiones internas, se enredan
al lado de Bolivia en una g u erra con Chile, fiste era m uv superior
en recursos. Sus fuerzas aplastaron p ro n to a las de Bolivia v, tras
una cam paña larga v sangrienta, entraban en Lima. Las tratativas
de paz fuero n arduas y los resentim ientos del con flicto , de dudosa
legitim idad, dejaron heridas profundas. En esa época, un argentino
inteligente fue enviado p o r el presidente A vellaneda para in fo rm ar­
se de la opinión chilena en vísperas del co n flicto . M iguel Cañe
term inó su misión co nvencido de que Chile iba “a la conquista te rri­
torial de dos provincias de sus adversarios”." Por una decisión p er­
sonal, aventurera v si se quiere rom ántica. C añé fue al Pacífico a
luchar del lado de los peruanos. Según él, los chilenos iban a la
conquista v la A rgentina debía insistir en su d o ctrina contraria al

H a i . p e r í n D o n u h i , T u lio, ob. cit., págs. 272 a 276. Ricardo Levene y


otros. Historia Je A?nérica , Jackson, Buenos Aires, 1941, págs. 85 a 92. José
M . Bello, Historia Ja República, San Pablo, 1956.
K Cf. G ustavo Ferrari, C onflicto y paz con Chile ( IHVX-1903), Eudeba,
Buenos Aires, 1969, págs. 2 a 4. Benjamín Subercascaux, Chile o una loca
geografía, Fudcba. Buenos Aires. 1964.
derecho de conquista entre naciones am ericanas. La cuestión no era
nueva. Chile sentíase asediado p o r su “ loca g eografía” , que lo im­
pulsaba al desahogo expansionista. L ogró anexiones territoriales
im portantes y adquirió la sensación de que podría im poner su polí­
tica a la región. M ientras los argentinos m iraban hacia E uropa, los
chilenos observaban a la A rgentina con cierta dosis de prevención.
Los pactos de 1881, realizados m ientras luchaban con los peruanos
y los bolivianos, se les antojaban la consecuencia de una opción
forzada y , al cabo, un mal arreglo. La actitud fue prem onitoria.
A nunciaba el grave co n flicto que en tre tu v o a chilenos v argentinos
du ran te cinco años, crítico s para las relaciones enti;e los dos países
—1898 a 1903— en los que estuvieron a p u n to de ir a la guerra, v
habría de d ejar una suerte de m arca psicológica en el pueblo chi­
leno que nunca term inaría de desaparecer.

La Argentina
en el mundo

Para la m ayoría de los argentinos la vida am ericana no pasaba


p o r el c en tro de su interés. En realidad, si la m ayoría apenas p ar­
ticipaba en el sistema p olítico intern o , y si la inform ación sobre
los demás países am ericanos era tan to o más deficiente que en la
actualidad, aquella co m probación no es sorprendente. Los hom bres
que tenían el dom inio de la política v de la econom ía argentina
eran m uy pocos, y eran los mismos que co n ducían la política exte­
rior. El arte de la diplom acia era para ellos un segm ento de su vida
pública y una prolongación de sus intereses v de sus hábitos socia­
les. Sólo ellos podían p ercib ir la “dim ensión intern acional" de la
A rgentina. En cam bio, ésta era inaccesible a la masa de la población
criolla y a los inm igrantes, asediados p o r sus necesidades cotidianas.
“ Después de 1880 sólo la clase social más elevada entrevio la c re ­
ciente im portancia internacional de la R epública”, escribe M cC ann.
Percibió esa im portancia p o r “ razones m ateriales” ,' pues la nación
vivía ligada al m undo m ercantil europeo. Y tam bién p o r razones
culturales, pues la oligarquía vivía en una suerte de “alienación
cu ltu ral” trib u taria de los m ovim ientos ideológicos e intelectuales
europeos, sobre to d o de Francia. Los lazos económ icos v culturales
con A m érica latina eran insignificantes v de ahí o tro m otivo de
desinterés. D urante casi to d o el siglo, luego de las guerras de la
Independencia, “ la foja de servicios argentina revela ausentism o
* M cG an n , Thom as F.. A rgentina, Estados Unidos y el sistema inter­
americano im -1 9 1 4 . Fudeba. Buenos Aires, I9A0, págs. lórt y siguienres.
y oposición”. Esta acritud se fundaba, según M cG ann, en una
cautelosa apreciación de las inseguridades de la vida política sud­
am ericana v se alim entaba con el deseo de m antener intacta la
soberanía de la nación, duram ente conquistada. A unque no es
desdeñable o tro ingrediente: la soberbia cultu ral de los argentinos,
que se extendía incluso a sus relaciones con los Estados U nidos
de A m érica, m ezclada con cierto p ru d en te nacionalism o frente al
peligro del caos internacional. C uando hacia 1880 Colom bia invitó
a los países latinoam ericanos a reunirse en Panamá para arb itrar
medios de arreglo p acífico de los conflictos regionales, la A rgen­
tina no aceptó ni rehusó la invitación. Pasaba p o r m om entos c ríti­
cos a raíz de la “cuestión C apital” v Roca había asum ido poco
tiem po atrás el g obierno. B ernardo de Irigoyen se encargó de
redactar la respuesta a C olom bia. En resum en, la A rgentina tenía
su propia “doctrin a de p az”, apropiada al desarrollo de sus propios
recursos, y ninguna prevención respecto de E uropa, cuyos capi­
tales v g ente necesitaba. De todos m odos, la reunión no se realizó
a raíz de la g u erra en tre Chile v Perú.
La retórica de la política exterior argentina no descuidaba,
sin em bargo, los temas de la unidad am ericana. Y en 1888, incluso,
la acción diplom ática c o n ju n ta con el U ru g u ay perm itió la c o n ­
vocatoria de un congreso —el C ongreso Sudam ericano de D ere­
cho Internacional Privado—, al que asistieron en M ontevideo los
países organizadores y Brasil, Bolivia, Perú, Paraguay V Chile.
Fue una reunión “sudam ericana” que c o n stitu y ó una buena dem os­
tració n de capacidad diplom ática para la delegación argentina en
la que lucieron sus habilidades Q u irn o Costa, Q uintana v R oque
Sáenz Peña, m ientras afirm aban sus prevenciones respecto de los
Estados U nidos. Eran los tiem pos va aludidos del “ industrialism o
triu n fa n te ” n o rteam ericano, de su dinám ica expansionista. Quesada,
em bajador en W ash in g to n , censuraba a los proteccionistas del
partido R epublicano, m ientras en la misma época Roca era huésped
de h o n o r de los ingleses v “ la A rgentina —Buenos Aires— había
llegado a d epender de E u ro p a en casi todo: d inero, gente, tecno­
logía, modas, noticias” . En los Estados U nidos, pese a todo, au­
m entaba la estim ación p o r la A rgentina. En ésta las perspectivas
no habían cam biado. En o p o rtu n id ad de la Prim era C onferencia
Panam ericana —a la que c o n cu rriero n R oque Sáenz Peña, Q uintana
y Q uesada—, los delegados argentinos boicotearon la reunión. Por
cuestiones aparentem ente form ales se negaron a c o n c u rrir a la
sesión de apertura, se “ vistieron de levita con som brero de copa
y salieron a pasear p o r las calles de W ash in g to n en un carruaje
abierto, para que el público no tuviera duda alguna respecto al
verdadero m otivo de la ausencia” , que no era sino la elección del
Secretario de Estado n orteam ericano com o presidente de la asam­
blea. N o estaban dispuestos, com o explicaría luego el m inistro de
R elaciones E xteriores Estanislao S. Zeballos, “a que la conferencia
internacional a que asistíamos resultara dirigida adm inistrativam ente
p o r el gob iern o de los Estados U nidos” .* El hecho es que arg en ­
tinos y estadounidenses estuvieron de acuerdo en m uv pocas cues­
tiones duran te la conferencia, que la opinión p orteña o si se quiere
argentina estaba prevenida respecto de los Estados U nidos, v que
los delegados de nuestro país tra ta ro n p o r todos los m edios de
hacer n o ta r que no estaban dispuestos a m alograr sus buenas rela­
ciones con E u ro p a cediendo a pretensiones estadounidenses que
in terpretab an excesivas. R oque Sáenz Peña no dejó de reco rd ar a
España com o “ M adre P atria”, a Italia com o “am iga” v a Francia
com o “herm ana”, v al fin opuso al lema “ A m érica para los am eri­
canos” aquél más am plio y adecuado a la m entalidad dirigente
argentina: “ A m érica para la hum anidad.” A fines del siglo Carlos
Pellegrini inform aba a M iguel C añé el “desprecio cu ltu ral” que la
clase dirigente argentina sentía hacia los norteam ericanos v, al p ro ­
pio tiem po, la sobreestim ación de sus propias cualidades:

H ab rás visto cóm o han tratad o los Estados U nidos a


España. ¡Q ué niños! E l día que llegaran a ten e r el p o der
de Inglaterra, si no viene una reacción en los Estados U n i­
dos, Van a acabar en la locura. U n senador (n o rtea m eri­
can o ) acaba de p ro n u n c ia r un discurso a favor del im pe­
rialismo y hablando del porv en ir decía que el im perio
yan q u i llegaría a te n e r p o r lím ites al n o rte, la aurora bo­
real; al sur, el E cu ad o r; al este, el sol naciente; al oeste, la
inm ensidad. ¡Felizm ente para nosotros, se detienen, por
ahora, en el E cu ad o r!"

E l “antiyanquism o” había nacido ya, v no precisam ente por


razones ideológicas. H acia A m érica latina la clase dirigente ar­
gentina no era m enos pesim ista. A ños antes. R oca había escrito al

8 M c G a n n , Thom as, ob. cit., págs. 172, 202 y siguientes, donde se ha­
llará una aguda descripción de las posiciones de los participantes.
9 Citado por M cG ann, ob. cit., pág. 280. La carta es del 18 de diciem­
bre de 1898 y puede hallarse en “Pellegrini: 1846-1906. O bras”, tom o n,
pág. 512.
mismo Cañé una buena radiografía de los sentim ientos que ani­
maban a quienes atendían los acontecim ientos am ericanos:
Mi estim ado am igo: usted es un buen observador que
no viaja im punem ente, com o tan to espíritu frívolo, v me­
jor n a rra d o r de lo que ve v observa. H e leído, pues, con
verdadero g usto su carta del 7 de o c tu b re v no puede ser
más interesante v fiel la pin tu ra que en ella me hace del
estado político, social v económ ico de Colom bia v V ene­
zuela que, p o r lo visto, recién ahora van p o r lo m ejor de
esa vía crucis, cay en d o tan p ro n to en el despotism o más
brutal com o en ía dem agogia más desenfrenada, de que
felizm ente nosotros hemos salido va sin haber descendido
ta n to com o ellas. Pero no hay que desesperar ni afligirse
inútilm ente. Esos pueblos que se revuelcan en la miseria
co n sus ilustres am ericanos, al fin se han de organizar y
co n stitu ir, m odificándose o (absorbidos) por la ola eu­
ropea o vankee que no ha de ta rd a r en hacer sentir su
influencia. ( ....................................................................................... )
P or aquí to d o m archa bien. El país en to d o sentido se
abre a las co rrien tes del progreso con una gran confianza
en la paz y la tranquilidad públicas y una fe profunda en
el porvenir. Al paso que vamos, si sabemos conservar el
juicio en la prosperidad, que no han sabido conservar los
chilenos en sus triu n fo s m ilitares, p ro n to hem os de ser
un gran pueblo v hemos de llam ar la atención del
m u n d o ..
A rrogancia, optim ism o, creencia en la fatalidad del progreso,
sensación de dom inio de la situación v del porvenir. N i los rum ores
de una posible crisis con el Brasil inquietaban a una clase dirigente
confiada en que co n tro lab a la faz agonal de la política v en unn
era prolongada de “ paz v adm inistración".

El liberalismo
com o ideología

l.a denom inada generación del 80 creía o com batía en torno


de una ideología liberal, es d ecir de la absolutización de una in ter­
pretación del liberalism o adoptado p o r el g ru p o d o m in an te."
111 Citada por Ricardo Sáenz H aves, Migue! Cañé y sit tiem po , Kraft.
Buenos Aires, 1955, págs. 252 v 253.
11 H ay diferencias sutiles pero decisivas entre el liberalismo político
—y sus aportes fundam entales a la práctica y a la teoría política— y, por
ejem plo, el liberalismo económ ico. Apenas corresponde hacer aquí la adver­
tencia, así com o señalar que las concepciones liberales v la practica de los
A lejandro K orn describió con precisión las influencias ideológicas
y los excesos de la alienación cu ltu ral que padecieron protagonistas
notables de la A rgentina de transición. Época de “positivism o en "positivism o
acción”, se ligaba a esta influencia acción"

el desarrollo económ ico del país, el predom inio de los


intereses m ateriales, la difusión de la instrucción pública,
la incorp o ració n de masas heterogéneas, la afirm ación de la
libertad individualista. Se agrega com o com plem ento el
desapego de la trad ició n nacional, el desprecio de los p rin ­
cipios abstractos, la indiferencia religiosa, la asimilación
de usos e ideas extrañas. Así se creó una civilización cos­
m opolita, de cuño propio, v ningún pueblo de habla espa­
ñola se despojó com o el nuestro, en form a tan intensa, de
su c a rá c ter ingénito, so p retexto de e u ro p e iz a rse . . . ' -

Según K orn, las clases dirigentes “se dejaron seducir por la


eficacia evidente del esfuerzo interesado v aprendieron a su b o r­
dinar todos los valores al valor económ ico, dóciles al ejem plo del
m eteco que incorporaba a nuestra vida nacional su actividad labo­
riosa v su afán m aterialista” . La apreciación, en tre objetiva v cáus­
tica, am arga y crítica, co n clu v e en que “la o rientación positivista
fue convertida en un cred o b urdam ente p ragm ático". N o era, pues,
un liberalism o ro m ántico e idealista, sino p ragm ático v positivista,
pero sobre to d o “sectario ”. Los argentinos llegaban a él con
el retraso y co n la intolerancia de los conversos. Al mismo tiem ­
po, los notables hallaron en cierta versión del liberalism o que
adoptaro n com o ideología, una justificación de su p o derío y del
m odelo de desarrollo económ ico que habían adoptado. En la
práctica, sin em bargo, apenas respetaban los valores del libera­
lismo político y en cam bio respondían a ciertos p rincipios funda­
m entales del liberalism o económ ico: p o r una p arte la división del

que se llaman o son llamados liberales cambian con el tiem po y en cada


situación. Sobre la vigencia de los valores del liberalismo político, Giovanni
Sartori, Aspectos de la Democracia, Lim usa-W iley, México, 1965. Sobre las
diferencias entre teorías económicas —por ejemplo el capitalismo, el margi-
nalismo, el keynesianismo— y “doctrinas sociales” en el sentido de que tratan
de resolver la cuestión social que, por su parte, depende de la dialéctica
entre lo político y lo económico, ver Julien Freund, La esencia de lo político,
Editora N acional, M adrid, 1968. En cuanto a las razones por las que la Iglesia
Católica condenó al liberalismo de su tiem po por los “principios naturalistas e
indiferentistas” que a los ojos de Pío IX eran parte de su fundam ento ideo­
lógico, y del erro r de perspectiva de extender esa apreciación a cualquier
tiem po y situación, ver R oger A ubert, El centenario del Syllabus, “C ri­
terio , Buenos Aires, 1965, n«* 1472 y 1473.
12 K o r n , A lejandro, El pensamiento argentino. N ova, Buenos Aires,
pág. 200.
trabajo —cada país debe c o n c e n tra r sus esfuerzos en las actividades
para las que tiene más recursos v está más d otado, con ventajas
relativas respecto de los dem ás—, v p o r la otra, la libertad de co ­
m ercio. Sin saberlo, v a m enudo sin q uererlo, los notables estaban
verificando lo que F ederico List entrevio en 1857 escribiendo en
to rn o del sistema nacional de econom ía política, al referirse a un El liberalism o
económico
co m portam ien to habitual de las potencias hegem ónicas, que en
cada tiem po difunden los principios que favorecen a su propio
desarrollo, y luego aplican las políticas que convienen a sus propios
intereses.'* Porque Inglaterra, que había utilizado el proteccionism o
para consolidar su p o d erío , se co n v irtió en cam peona del libera­
lismo económ ico, v la adopción del cred o p o r los notables de la
A rgentina insertó a ésta en el esquema inglés a través de la política
económ ica. F.l librecam bism o com o d o ctrin a económ ica dom inante
se integraba con el p o sitivism o, orientación p o lítico-cultural a la
que adherían los sectores dirigentes decisivos. A quél era la ideolo­
gía com ercial —aunque no necesariam ente la p ráctica c o n s ta n te -
de las potencias hegem ónicas, v en la medida que los dem ás Estados
se com portasen de acuerdo con sus postulados se transform aba en
un facto r favorable para el desarrollo v la expansión de las p o ten ­
cias difusoras. De todos m odos, no era fácil ad v ertir las conse­
cuencias. La econom ía de la E uropa dom inante significaba el
desarrollo de la p ro d u cció n , del créd ito v del com ercio, v el me­
joram iento de ciertas condiciones de vida en algunos países peri­
féricos. E uropa, en un siglo, pasaría de ciento sesenta a 400.000.000
de habitantes, m ientras la iniciativa privada parecía haber logrado
dom esticar al trág ico iVlalthus. Los hechos v los factores interna­
cionales condicionaban, com o se ve, el co m p o rtam ien to de los
argentinos. Y la llamada generación del 80 fue solam ente en un
sentido “agente" de los cam bios que prom ovió. En gran m edida,
fue paciente tra d u c to ra de procesos que forzaro n opciones de la
política nacional. Sin em bargo, los argentinos parecían en m uchos

D ice List: "Es una regla general de prudencia vulgar cuando se ha


llegado a la cúspide de la grandeza, la de quitar la escala con la que se
alcanzó la cima, con el fin de privar a los demás de los medios para subir
d e tr á s ... Una nación que por m edio de derechos protectores y de restric­
ciones marítimas ha perfeccionado su industria manufacturera y su marina
mercante hasta el punto de no temer ya la com petencia de ninguna otra, no
puede adoptar un partido más sabio que el de rechazar lejos de sí el medio
de su elevación, predicar a los demás pueblos el advenim iento de la libertad
ile com ercio, expresar en alta voz su arrepentimiento por haber marchado
hasta entonces por los caminos del error y por haber llegado tan tarde al
conocim iento de la verdad . . . ” Confr. Andre Piettre, Las tres edades de lt\
ironoiiiia, Rialp. Madrid. 1962.
casos más principistas v form alistas que los autores de las teorías
que aceptaban. Si se mira bien, en la A rgentina nunca funcionó
de m anera absoluta el librecam bism o —com o en rigor, no funcionó
en ningún lado en estado quím icam ente p u ro —, p ero los argentinos
que adherían a las teorías librecam bistas eran más dogm áticos e
intransigentes en su prédica que los propios ingleses.
La experiencia francesa era, p o r o tra parte, un buen ejem plo ei proceso
de o tra faceta del liberalism o ideológico. Con la instalación de los de laiclzación
republicanos de espíritu laico en la dirección del nuevo régim en,
abrióse en Francia un p erío d o de neta laicizadoti v separación
entre el Estado v la Iglesia que d u ró casi cuarenta v cinco años
(1879-1924). H u b o , sin duda, períodos de co n flicto agudo v de
apaciguam iento, pero la ofensiva co n tra el “clericalism o” fue m uv
fuerte entre 1879 v 1886 v luego entre 1896 v 1907. La persecución,
com o la llam aban los defensores de la Iglesia, no procedía de una
crisis general del E stado y de la sociedad, com o aconteciera entre
1792 v 1799. E ra una burguesía de abogados, de legistas, de hom ­
bres de negocios, de intelectuales, que p erpetuaban en el poder
dinastías que ellos representaban. Esa burguesía gobern an te p ro ­
fesaba una filosofía que aceptaba el p rincipio de igualdad de los
ciudadanos, recom endaba el trabajo, el ah o rro v la frugalidad, creía
en la ascensión p o r el m érito, prohibía la intervención del Estado
en las relaciones en tre los g ru p o s de interés v desafiaba a la Iglesia
Católica, a la que veían com o una sobrevivencia del antiguo régi­
men vencido p o r sus m ayores.
P or convicción o p o r táctica, esa burguesía limitaba constan­
tem ente la influencia eclesiástica m ientras p roponía objetivos ge­
nerales aceptables: la defensa de la R epública, el desarrollo de la
educación, el pro g reso de una m oral cívica independiente. La
“cuestión religiosa” estaba cíclicam ente en el c e n tro de los debates
políticos de la Francia de la década del 80. D iscutida con pasión
V con lujo de argum entos, si no tu v o consecuencias dram áticas
se debió a la situación de p rosperidad económ ica v a la m argina-
ción del proletariado. El ejem plo francés se exponía entonces com o
el de una nación avanzando sistem áticam ente p o r la vía de una
laicización crecien te hacia la separación en tre la Iglesia y el Estado.
La lucha ideológica y la “cuestión religiosa” eran facetas, pues,
de la cuestión política según los térm inos en que se desarrollaba en
tiem pos del p o n tificad o de L eón X III, v del liderazgo laicista del
francm asón republicano Jules F e rrv . E n tre 1879 v 1886 v a través
de la batalla p o r la escuela laica, se p ro d u cía la paulatina seculari-
zación de la vida social francesa. N o era va el E stado laico, sino el
laicismo com o ideología m ilitante v el anticlericalism o com o pos­
tu ra de com bate lo que trad u cían la cu ltu ra francesa y los em i­
grantes que p ortaban las banderas del R isorgim ento italiano.14
Sea p o rq u e los argentinos m iraban hacia L ondres v París, o
porque los inm igrantes trasladaban sus temas v sus polém icas al Río
de la Plata —o p o r ambas cosas a la vez— la generación del SO
expresó el proceso de secularización de la vida argentina m uv a
la europea.

La generación del 8 0
y una nueva
"cultura política"

A lred ed o r del año 1880 hállanse signos de cam bios profundos,


tanto en el co n tex to internacional com o en el co n to rn o regional
latinoam ericano y en la sociedad argentina. A lgunos hom bres de
ese tiem po percibieron esos cam bios o bien se sintieron responsa­
bles de haber puesto en m ovim iento factores que m odificarían
radicalm ente la cultura política de los argentinos. Asisten, p ro ­
m ueven o aceptan —o bien resisten— el cam bio de una sociedad
tradicional p o r una sociedad m oderna. Al cabo, se estaba tra sto r­
nando to d o un sistema de creencias em píricas, de sím bolos expre­
sivos v de valores que hasta entonces habían definido la situación
den tro de la cual se daba la acción p o lítica.1'1
Signos de cam bio eran tan to las m anifestaciones en favor de
una m ay o r particip ació n política com o la form ación de fuerzas
políticas nuevas. Pero tam bién el naturalism o que hizo eclosión
en la literatura v en el teatro v en la generación de escritores del
95.IH La escuela era, p o r su parte, vehículo de las nuevas corrientes

14 Cf. A. Latreille y R. Rém ond, H istoire Ju C atholicisw e en tra n c e .


I.a Période con tem porain e, Spes, París, 1962, págs. 419-481, donde se hallará
una descripción objetiva y sugerente a propósito de los debates de la cuestión
en Francia, comparable con las controversias del 80 en la Argentina.
,r* La expresión “cultura política” alude a ese sistema de creencias,
símbolos y valores mencionado en el texto, que al cabo sirve de orientación
subjetiva de la política, en el sentido empleado por G abriel Almond —desde
un artículo publicado en 1956 con el título “Com parative Political Systems''—
v por Sidney V erba en El estudio de la ciencia política desde la cultura
política , en “Rev. de Estudios Políticos", M adrid, 1964, nv 138, págs. 5 a 51.
También en el interesante ensayo de Joseph H odara. C ien tíficos vs. P olíticos.
Universidad Autónom a de M éxico, M éxico, 1969.
,K El llamado “naturalismo del 80" reunió a escritores com o Eduardo
Gutiérrez, l.u cio Y. López, M iguel Cañé, Lucio Y'. Mansilla, Julián Martel,
ideológicas v cientificistas, lugar o tema de querellas, pero tam bién
instrum ento para la nacionalización cultural de un país de inm i­
gración. T a n to p o r el p redom inio ideológico del liberalism o laicista
com o p o r el p ro p ó sito m anifiesto de “educar al so b erano”, el siste­
ma educativo servirá a una política de nacionalización cultural,
la enseñanza será obligatoria en el nivel prim ario, sus contenidos
uniform es, la g ratu id ad perm itirá el acceso del m avor núm ero v la
co nducció n será centralizada p o r el E sta d o .'7
La política exterior se adecúa, p o r su lado, a la A rgentina
concebida com o “g ran ero del m u n d o ” v com o fro n tera cultural
de E uro p a en A m érica. La econom ía se en cu en tra aún en la etapa
“ prim aria ex p o rtad o ra” p ero se “preaco n d icio n a” para el desarrollo
económ ico,18 m ientras el desarrollo cultural tiende a instituciona­
lizarse en academ ias e institutos orientados p o r m aestros v a rte­
sanos italianos y españoles.
Signos de cam bio de la A rgentina, pero tam bién de las acti­
tudes y de las creencias de la g ente respecto de la realidad que la
circunda. La misma form a de o p erar de los sectores dirigentes iba La identidad
siendo in terp retad a de m anera distinta v se planteaba, una vez más, enCcuest¡6n
aunque en o tro nivel de análisis, la cuestión crucial de la identidad
nacional.
E n Buenos Aires v en el litoral, la gente padece el im pacto
inm igrato rio que no llega a trasto rn ar, en cam bio, las costum bres
y las creencias de los hom bres del interior. Si la identidad nacional
es algo así com o la “versión p o lítico -cu ltu ral del problem a personal
básico de la p ropia iden tid ad ” , com o indica V erba, se com prende
que se la busque, que se sienta su necesidad expresada en térm inos
en cierto m odo místicos, o que se tem a perderla. Y en el paso de
la sociedad tradicional a la sociedad m oderna —paso que no toda
la A rgentina, com o tam poco toda A m érica dio a un mismo com ­
pás—, o c u rrió que m uchos argentinos padecieron el tránsito com o
una crisis de identidad, y que m uchos otros tem ieron p e rd e r lo que
creían haber conquistado definitivam ente.
E n 1853 la población de la A rgentina no llegaba al m illón de
habitantes. D e ellos, sólo 3.200 eran extranjeros. En 1910 la pobla-
Fray M ocho, J. A . García, Joaquín V . G onzález. Entre los del 95 estaban
F lorencio Sánchez, H oracio Q uiroga, G regorio de Laferrére. P olíticos, lite­
ratos, cuentistas, ensayistas, autores de teatro . . .
17 C ir ig lia n o , G ustavo J . , E ducación y política. El paradojal sistema de
la educación argentina. Librería del C olegio, Buenos Aires, 1969.
18 C f. A ld o F e rre r, ob. cit., y G u id o D i T e lia y M anu el Z ym elm an ,
“ Etap as del d esarrollo eco n ó m ico argen tin o ” . A rgentina, sociedad de masas.
Eudeba, Buenos Aires. 1965.
ción se acercaría a los siete millones, p ero entre tan to habían
en trad o al país casi tres millones v m edio de inm igrantes. Para
m uchos m iem bros de los sectores dirigentes el fenóm eno inm igra­
to rio era p o r lo m enos am bivalente. F acto r dinám ico v de cam bio
—com o quiso A lberdi—, su desordenada influencia podía servir
ta n to a la evolución v al progreso, pensaban otros, com o a la
“sustitución de la sociedad arg en tin a”.1”
U n viajero inquieto v co n habilidad descriptiva fue Emilio
Daireaux. H abía llegado a la A rgentina en 1H63, cuando según
Estanislao S. Zeballos nuestro país tenía 1.200.000 habitantes gau­
chos, de los cuales unos cien mil eran “g au ch ipolíticos” v una
pequeña m inoría intentaba su p rim er g o b ierno “ regular” . Daireaux
expuso la siguiente visión im presionista del Buenos Aires de la
época:
Hasta IS70 Buenos Aires no era otra cosa que una ciu­
dad de España, repro d u cid a en A m érica con su gobierno
m unicipal v provincial, su milicia poco num erosa, un
ejército cívico, una policía en em brión, sus serenos de
estilo antiguo, su ausencia de tranw avs v otros medios
de tran sp o rte, su em pedrado escaso v áspero, sus calles sin
cloacas inundadas al p rim er aguacero que suprim ía toda
com unicación, sus am biciones de cam panario, su ausencia
de telégrafo v su aislam iento, que la falta de ferrocarriles
v de cam inos de penetración aum entaban. El país era m uy
estrecho; más allá del Azul v del Pergam ino se estaba
fuera de las fronteras. Los cristianos com batían en esos
lím ites para d efen d er sus ganados. Poco agradable era en­
tonces vivir ahí donde la vida es hov tan apacible v donde
los únicos enem igos son la langosta v las autoridades de
cam paña ..

Se vivía, según el observador, de m odo patriarcal: todos se


conocían, la vida era fam iliar, los modales cam pesinos. Una “aristo­
cracia estanciera” , rodeada de com pañeras elegidas en los pagos
v de mestizos nacidos en ellos, convivía con otra, burguesa: la
‘ aristocracia com ercial” . Según la original clasificación de Dai­
reaux, la aristocracia com ercial, form ada tras el m ostrador de la

"* Expresión gráfica de R odolfo Rivarola en La nacionalidad argentina,


artículo publicado en la “Revista Athenas”, año i, nv 2, pág. 108, y citado
por H oracio R ivjrola en su tesis Las transform aciones de la sociedad argen­
tina y sus consecuencias institucionales , publicada por editorial Coni en 1911.
l.os títulos de ambas publicaciones recogen un tenia de preocupación general.
-° D a ir e a lx , Emilio (notas de Zeballos) A ristocracia de antaño, en
“Revista de D erecho. Historia v Letras". Buenos Aires. 1898. tom o ii, pág. Vi.
tienda o del alm acén v afo rtu n ad a —con la avuda del Banco de la
Provincia de Buenos A ires— coincidía con la o tra aristocracia en
ciertos criterios de valoración. Se form aba parte de ellas siendo
“persona co n o cid a”, p o rq u e para ella se tendían las manos v se
abrían los salones. Pero D aireaux escribía a fines del siglo, v para
entonces se advertía que la ciudad iba dejando de ser española y
patriarcal, aunque conservase m uchas de las costum bres de antaño.
C om o ya no bastaba ser “persona conocida" —p orque pocas eran
las familias que no se habían unido a extranjeros v que no se ha­
llaban “em parentadas con todas las razas del m u n d o ”— la fortuna,
sobre to d o inm obiliaria, la técnica de los negocios V de las finanzas,
la fama literaria o artística, favorecían la form ación de una “ b u r­
guesía selecta” que tenía la apariencia de la antigua aristocracia
desaparecida sin confundirse con ella.
Se p roducen, tam bién, reacciones antiextranjeras. Desde los "A ntiextran­
jerism o''
sectores tradicionales de aquella antigua aristocracia com enzó la
crítica sistem ática al inm igrante —al principio dirigida especial­
m ente a los ingleses v a los alem anes—; recru d eció el “antiitalianis-
m o” y se m anifestó el tem o r de que los argentinos fueran desaloja­
dos de su patria p o r extranjeros desinteresados en la naturalización,
v desarraigados.21 La cuestión de la identidad nacional interesaba,
pues, tan to a los argentinos criollos que padecían una suerte de
proceso de desnacionalización, com o a los extranjeros, m uchos
de los cuales se consideraban aún leales a su patria de origen antes
que a la de adopción.
En el nivel de la élite el antiguo “ p atriciad o ” , form ado por
los notables que sucedieron a los caudillos del sistema rosista, se
in tegró paulatinam ente con una “nueva clase” política que co in ­
cidía con aquél en no acep tar la com petencia pacífica p o r el poder,
salvo en tre los m iem bros de la élite. T ran sfo rm ad a la estructura
social de la A rgentina, el liberalism o ideológico fue, a la vez,
consistentem ente antid em o crático . Los riesgos de los cotejos elec­
torales v de la participación política fueron sorteados du ran te un
extenso p erío d o p o r la alianza de los notables v del viejo patriciado,
aun entre los adversarios de ayer. El m étodo de selección de los La política
del "acu erd o"
gobernantes —la denom inada “política del acu erd o ”— sería conse­
cuente con los propósitos de aquella alianza im plícita.

-i Ternas del nacionalismo ideológico argentino com enzaron a desarro­


llarse entonces. D e la crisis de identidad, el argentino pasó a la exasperación.
Entre 1875 y 1877 hubo agresiones a extranjeros en Buenos Aires y en Rosario.
H oracio Rivarola registra la alianza agresiva de miembros de la “clase distin­
guida con los comisarios de campaña’ .
La desconfianza hacia los opositores —v aun hacia los propios
am igos— que no se som etiesen a las reglas no escritas de esa polí­
tica, co n d u jo a la oposición conspirativa, a la revolución com o
com portam ien to político habitual v a la intransigencia com o tác­
tica consecuente. Los sectores dom inantes pasaron a ser conside­
rados com o “oligarquías”. El régim en político aparentem ente
sólido v estable co n stru id o p o r Roca vivió plenam ente entre 1880
v 1890, p ero fue más larga v notable su agonía. La nueva cultura
política de los argentinos habíase hecho más com pleja v m oderna,
pero al mismo tiem po no llegaba* a consolidar creencias en valores
políticos que afirm aban la obediencia a la lev, la tolerancia v la
justicia políticas v, p o r lo tan to , a p rom over la adhesión colectiva
hacia un sistema político co m petitivo. El país político se dividió
entre el “ R égim en” v la “oposición”. A quél era padecido com o
una fuerza hostil v herm ética, com o el c o to de caza de una oli­
garquía, v la oposición com o exprésión de incivism o frente a la lev.
La nueva cu ltu ra política se hizo, pues, com o un precipitado
de experiencias históricas v de ansiedad im itativa de m odelos extran­
jeros. Por eso, la A rgentina de los años 80 contiene los factores
positivos \ negativos de una transición p ro fu n d a v es decisiva
para en ten d er las contradicciones de una sociedad m oderna por
la manera en que resuelve —o deja acum ular, según los c a so s-
ios grandes problem as políticos, económ icos, sociales \, culturales
de su tiem po.

Factores
de transición

T res factores principales de cam bio p ro d u cen la transición


e n tre la A rgentina tradicional v la m oderna: la educación, la inm i­
gración v la política económ ica. Se aludió antes al últim o, que se
trad u cirá en políticas específicas de las que se dirá algo después.
Los otro s dos factores se asocian con nom bres decisivos. La polí­
tica educativa con el de S arm iento; la política inm igratoria con
el de A lberdi. Es exacto que “ la A rgentina contem poránea no La inm igración
podría ser com prendida sin un análisis detenido de la inm igración
masiva".-- El examen que sigue es sólo inform ativo.

— G e r m á n i, G ino, Política y sociedad en una época de transición. De


la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Paidós, Buenos Aires, 1962,
págs. 179 a 232. Seguiremos también a Oscar Cornbilt, Inmigrantes y em-,
presarías en la política argentina. C entro de Sociología Com parada del Instituto
El fenóm eno inm igratorio señala el paso entre los dos tipos
de sociedades v, com o señala G in o G erm ani, salvo los Estados
U nidos, no hav o tro caso en que la p ro p o rció n de extranjeros en
edad adulta hava sido tan significativo: p o r más de setenta años,
el 70 c/( de la población de Buenos Aires capital v casi el 50 '/
de la población de las provincias de m ayor peso dem ográfico v
económ ico, com o Buenos Aires, C órdoba v Santa Fe. La “ rege­
neración de razas” de que hablaba v escribía S arm iento, la “e u r o ­
peización” de la A rgentina v la m odificación del c a rá cter nacional
com o decisión deliberada de los ideólogos de la A rgentina m oder­
na, se trad u jo en una política inm igratoria abierta pero a la postre
condicionada p o r causas endógenas v por causas exógenas que
estaban fuera de las estim aciones o de la capacidad de c o n tro l de
los sectores dirigentes.
Flasta 1880 se tra tó de “ p oblar el d esierto”, v de prom over Etapas de
la agricultura, la ganadería v la red de transportes con las dim en- la inm|sraci6n
siones v calidades necesarias para la posterior industrialización del
país. El prom edio inferior del saldo inm igratorio fue de diez mil
personas p o r año. En la década siguiente dicho p rom edio ascendió
a 64.000 v en la prim era del siglo actual fue de 112.000. Casi la
m itad de la inm igración era italiana —sobre to d o del sur de la
península—, una tercera parte española y el resto se distribuía
entre polacos, rusos, franceses v alemanes. Luego de 1880 com enzó
una segunda etapa. La tendencia fue la búsqueda de “ m ano de
o bra abundante para conseguir una p ro d u cció n masiva de p ro d u c ­
tos agrícola-ganaderos”.23 C om o el plan de adju d icar la tierra en
propiedad no tu v o éxito v e n c o n tró resistencias que no se salvaron,
el inm igrante se tran sfo rm ó en arren d atario o en peón asalariado
V, al cabo, la m ayoría buscó asilo en los cent-ros urbanos. El desierto
no pudo ser poblado. En 1869, el 48 '/ de los extranjeros residía en
Buenos Aires v el 42 (/ se distribuía en tre C órdoba, la provincia
de Buenos Aires, E n tre Ríos, M endoza, Santa Fe v La Pampa. El
10 c/< en las restantes provincias. Q uince años más tarde los por-

Di T elia, Buenos Aires, 1966. V G ustavo Beyhaut, Roberto Cortés Conde.


H aydée G orostegui y Susana T orrado, “Los inmigrantes en el sistema ocupa-
cional argentino , en Argentina, sociedad de masas. Ludeba, Buenos Aires.
1965, págs. 85 a 123.
2“ G ustavo Beyhaut y otros, ob. cit., pág. 94. Germani aclara que la
Argentina m antuvo el nivel de crecim iento más alto en relación con los
demás países americanos entre 1869 y 1959, en que aumentó casi doce veces su
población. Los Estados Unidos aumentaron cuatro veces entre 1870 y 1960-,
Brasil seis en noventa años; Chile cuatro en 110 v Perú un poco menos en
aproximadamente el mismo plazo.
cenrajes eran 39, 52 v 9, respectivam ente. De tal m odo, la inm i­
gración extranjera se tran sfo rm ó en un fenóm eno principalm ente
urbano, aunque una buena p ro p o rció n se localizó en ciertas áreas
rurales. E ra p redom inantem ente masculitia v m ientras se ocupó en
actividades rurales —especialm ente entre 1871 v 1890 en que lo
hizo el 73 % de los inm igrantes, m ientras en el p eríodo 1891/1910
esa p ro p o rc ió n bajó al 48 % — favoreció el desarrollo de una eco­
nom ía agrícola que llegó a p ro d u c ir suficiente trig o com o para
pasar de im portadora, en 1870, a principal exportadora entre los
países agrícolas del m undo.
El régim en de la tierra gravitó negativam ente. El latifundio Tierra e
Inm igración
im pidió la radicación de ex tranjeros en el cam po v se m ultiplicaron
las “colonias”. Pocos inmigrantes" lograron ser p ropietarios de la
tierra y de ahí las opciones que en su m ayoría ado ptaron: arriendo,
salario, re to rn o a la ciudad o vuelta a su país de origen. Si quedaba
en la ciudad era jornalero o, si tenía capacidad o aptitudes, term i­
naba p o r d om inar la gestión de la industria v del com ercio. Los
criollos se desplazaban, en cam bio, hacia las actividades de tipo ar­
tesanal, hacia la b u rocracia estatal o hacia el servicio dom éstjco.
El fenóm eno in m ig rato rio significa un cam bio en la estructura La estructura
social
social de la A rgentina que ten d rá con el tiem po consecuencias
políticas y económ icas im portantes. La sociedad argentina se hizo
más com pleja, v el cam bio progresivo de su cu ltu ra política en el
sentido indicado antes fue acom pañado p o r un aum ento de los
estratos populares y sobre to d o de los “sectores m edios” . C rece el
núm ero de industriales y de com erciantes, p ero la “clase alta” se
cierra al inm igrante y retiene la suma de riqueza, el prestigio no
pocas veces basado en la “antig ü ed ad ” del g ru p o v los “antepasa­
dos” y el p o d e r político v económ ico asociado a la tenencia de la
propiedad de la tierra.24
La estru ctu ra de clases de la A rg én tica m oderna puede visua­
lizarse, pues, a través de c u a tro “categorías” aproxim adas: la clase
alta o “aristo cracia” —que aún en 1914 representaba el 1 c/r de la
población—; la “alta clase m edia”, próspera p ero con escaso pres­
tigio social —que reunía el 8 % —; la “ baja clase m edia”, un 24 '/
que poseía escasa fuerza económ ica y virtualm ente ningún p o der
social, p ero a la que al m enos podían brindársele oportunidades de
ascenso v la “clase baja”, un 67 r/f de la población hacia la época

- 4 Confr. G ino Germani, ob. cit., v cuadros anexos.


de la Prim era G u erra M undial, que ocupaba la base de la pirám ide
social.2'1
A unque la m ovilidad social tendía a aum entar, no sólo entre
la baja v la alta clase media, sino entre ésta v la llamada aristocracia,
la sociedad argentina padeció el im pacto inm igratorio, sintió c o n ­
m overse su estru ctu ra, vio transform arse el c a rá c ter nacional v se
hizo cuestión de la identidad nacional. El “tip o arg en tin o ” fue
cam biando. El gaucho, hábil v co raju d o pero im previsor v fácil­
m ente irracional, se sintió acosado p o r la ciudad v por el ex tran­
jero v, en su ensim ism am iento, fue cultivando resentim ientos,
soledad, individualism o, sim bolizados en la vida nóm ada, en el
cuchillo, en el caballo v la guitarra. Si perm anece com o “gaucho
n e to ” según la aguda observación de L ucio Y. M ansilla, term ina
en el desarraigo, v si no, se hace “ paisano”, hom bre del país v del
paisaje, con hogar v p aradero fijo, con hábitos de trabajo v respeto
tem eroso de la autoridad. La literatura gauchesca aprehende par­
cialm ente este proceso de transform ación del g aucho v a m enudo
110 aprecia la existencia de una suerte de “cu ltu ra g au ch a”,-11 con
valores v pautas de com portam ientos que algunos creen orgánicos
v articulados. En to d o caso, es cierto que la literatura gauchesca
no siem pre describe tipos hum anos vigentes en la época, sino más
bien tipos co rrespondientes a la época del ocaso del gaucho.
La sociedad en la form ación de la A rgentina m oderna se fue
haciendo, decíam os, más com pleja, dato que los sectores dirigentes
de entonces tratan de ap reh en d er para no p e rd e r el dom inio de la
situación. La “clase d o m in an te”, com o la llama M cG ann, constitui­
da p o r estancieros, grandes terratenientes, ganaderos, grandes co ­
m erciantes, especuladores, abogados de grandes sociedades, inte­
lectuales co n prestigio, p ero tam bién p o r hábiles políticos, reflejan
las características co n trad icto rias de una generación cuvos valores,
atributos v defectos se con fu n d en : riqueza, sabiduría, sordidez,

S m i t h , Peter, Carne y política en la A rgentina. Paidós, Buenos Aires,


1968, quien adapta las categorías de Germani, E structura social, págs. 198,
220 a 222, y que aun con deficiencias por carencia de datos, permite visua­
lizar la estructura del poder y de las oportunidades en la Argentina del fin
del siglo.
Sobre la presunta existencia de una “cultura gaucha” y diferentes
perspectivas sobre el “hombre argentino”, ver la reseña de Raúl Puigbó,
T eorías sobre el hom bre argentino en “Revista Criterio", Buenos Aires, di­
ciembre de 1966, págs. 894 a 899. Sobre el desarraigo argentino y el inm i­
grante, ver entre otros Julio .Vlafud, El desarraigo argentino, Am ericalee,
Buenos Aires, 1959, sin omitir los notables ensayos de Ortega y Gasset sobre
el argentino. O . C. vol. n, págs. 130 y 348 y especialm ente 649 v sgts.; sobre
la criolla, vol. vi. 374 v sgts. v también "M editación de un pueblo joven", etc.
arrogancia, superficialidad, valentía, sectarism o, prudencia v o p ti­
mismo. Las “clases m edias”, alta v baja, llegaban a co n stitu ir la
tercera p arte de la población, e iban fraguándose con la integración
paulatina del inm igrante a través de la penosa pero constante
adaptación persona] de éste, de su particip ación limitada en la
sociedad económ ica, del p roceso de aculturación, que pro d u ce una
hibridación, sin em bargo dinám ica v m odernizante. Las “clases
bajas”, ajenas todavía al proceso de m odernización de la A rgentina,
se hallaban no sólo en las grandes ciudades, sino en el interior, que
m arcaba la persistencia de un indicador de la com plejidad del país:
la dualidad regional.
Para g o b ern ar la A rgentina m oderna, la clase dom inante debía
apelar a la am bivalencia: p red icar el liberalism o sin añadir una
dem ocracia efectiva; in teg rar a los inm igrantes sin arriesgar la
identidad nacional; centralizar el sistema p olítico m ientras el Es­
tado llegaba hasta los confines de su te rrito rio ; in co rp o rar gentes
e intereses sin ced er el p o d er político. Pero la fórm ula fundam ental
es la alianza de los notables.
LA ALIANZA DE LOS NOTABLES
(1880 - 1906)

0) w
1880: Buenos Aire
capital leder

Con frecuencia se expone la época de la organización nacional


v del llamado régim en liberal com o un lapso p rolongado de esta­
bilidad constitucional v de relativa paz política. 1.a realidad fue más
difícil v conflictiva, aunque exhibiese en tre otros experim entos
singulares la vigencia de un régim en p olítico característico que
se extiende hasta los tiem pos próxim os al C entenario.
El ciclo 1874-1880, va d escripto, com enzó con una revolución
m itrista v term inó con una rebelión bonaerense que, al ser d e rro ­
tada p o r el g obierno nacional, dio paso a una consecuencia decisiva:
la federalización de Buenos Aires. F.n térm inos de entonces, “ la
nación orgánica con su capital definitiva” . Pero dicho objetivo, k®p'¡'£ r s,i6n
situado al final de la denom inada “cuestión C apital”, no se logró
sin lucha v sin el riesgo de un nuevo estado de anarquía análogo
al de sesenta años antes. Con el fin de la lucha sobrevino “ la R epú­
blica consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por
C apital”, com o reza el títu lo de la últim a obra im p ortante de Juan
Bautista A lberdi.
Los contem poráneos juzgaron de m anera diversa tan to el
proceso com o el resultado. A lberdi v Alem, desde posiciones
opuestas, fueron representantes de dos m aneras de ver la cuestión
que contenían errores v verdades parciales, com o que la “cuestión
C apital” era uno de los problem as nacionales más com plejos v
constantes desde la época de la independencia. Juan Bautista Al­
berdi, el viejo liberal co nfederado, d o ctrin ario polém ico v adver­
sario tem ible de la “ilustración” porteña, llegó a ver el resultado
del co n flicto después de cuaren ta v un años de proscripción relati­
vam ente voluntaria. D esem barcó un día de setiem bre de 1879 y
en c o n tró un Buenos Aires diferente. T u cu m an o —com o A vellaneda
v R oca— A lberdi sabía del asedio hostil de los liberales porteños v
de los provincianos liberales que adherían a la política de Buenos
Aires. F.l viejo d o ctrin ario del 37, el constitucionalista de las “ Ba­
ses”, co ntem pló desde el barco una ciudad que
se había transform ado. La aldea rom ántica con ribetes
ingleses que había dejado en 1838 se había co n v ertid o en
una abigarrada ciudad de 300.000 habitantes; una “ mace-
d o in e” ilum inada a gas, v las nuevas co rrientes m igratorias
habían invadido todos los círculos; abundaban las casas de
dos pisos, los ‘“ palazzi" con escaleras de m árm ol, pisos de
mosaicos, edificadas p o r arq uitectos italianos para los nue­
vos ricos en su m avoría tam bién italianos. Las calles esta­
ban pavim entadas con gruesas piedras chatas. Se había le­
vantado la Bolsa, el Banco H ipo tecario , el T e a tro C olón,
sobre la Plaza de iMavo adonde llegaban los cantantes más
famosos de E uro p a; se había abierto el Café de París, los
restaurantes con sus “ dames de co m p to ir". Le G lobe, el
H otel U niversal, los “skating rings". Los criollos se reunían
en el C lub del Progreso v el Club de los Residentes Ex­
tran jero s era siem pre red u cto de los dirigentes de las finan­
zas v del alto c o m ercio .1
Estaba p o r dirim irse la cuestión C apital v, estrecham ente
vinculada con ella, la sucesión presidencial. La situación económ ica
era difícil. Se había llegado a p ro p o n e r una deducción del cinco
p o r ciento en los sueldos de la adm inistración; la pobreza aum en­
taba, no había suficientes fuentes de trabajo v el com ercio padecía
las consecuencias de la crisis política.
C u atro provincias litorales estaban bajo el estado de sitio v la
m avoría de las otras bajo la influencia de jefes militares depen­
dientes del g o b iern o nacional.- N acionalistas de M itre v a u to n o ­
mistas de Alsina eran todavía rivales excluventes de otras fuerzas
políticas ponderables, pero los alsinistas habían sufrido dos golpes
m uv rudos. En 1877 se p ro d u ce el desprendim iento de los “ republi­
canos” , encabezados p o r A lem v A ristóbulo del Valle, seguidos por
la m avoría de la juventud autonom ista. Y en ese mismo año, la
m uerte de su gran caudillo, A dolfo Alsina. La m anifestación p o p u ­
lar que acom pañó los restos del prestigioso líder p o rteñ o ignoraba
que un nuevo líder avanzaba va sobre las posiciones de las fuerzas

1 Maykk, Jorge Al.. A lberdi y sil tiempo. L.udeba, Buenos Aires, 1963.
pág. 864.
- S a n lc c i, l.ía I'.. Al., La renovación presidencial de IftXI). Editorial U ni­
versitaria, l.a Plata. 1959, págs. 13 v 14,
El ran ch o era la v iv ie n d a p o p u ­
la r del in te rio r. La a rq u ite c tu ra
p o rte ñ a de fin e s de siglo c o n s ti­
tu ía u n a m a n ife s ta c ió n de s o fis ­
tic a c ió n , fre c u e n te m al g u sto y
a lie n a c ió n c u ltu ra l.

tradicionales: Julio A. Roca. Con su ingreso en el gabinete A ve­


llaneda, consolidaba su posición política m ientras hacía la concilia­
ción arduam ente gestionada p o r el Presidente.
C uando tran scu rre el año 1878 se perfilan las candidaturas kobeVnadofes ■
presidenciales: Laspiur, m inistro del In terior, candidato del par­
tido N acional; Carlos T e je d o r, g o b ern ad o r de Buenos Aires, can­
didato de los autonom istas con la adhesión transitoria de los
republicanos; y aun Sarm iento, B ernardo de Jrigoyen v D ardo
R ocha. E n C órdoba, Ju árez Celm an trabaja en la form ación de
una “liga” de g o bernadores y levanta el nom bre del joven m inistro
de G u erra Julio A. Roca. San Juan, M endoza, San Luis, C órdoba,
C atam arca, La R ioja, Santiago del E stero, E n tre Ríos, Salta, Ju ju y
y Santa Fe se p ro n u n cian en su favor. Los trabajos de Juárez
Celm an no perm anecerían ocultos p o r m ucho tiem po. Los d en u n ­
cia el p artid o N acional v el litigio p o r el p o d er nacional queda
planteado.
R esurge la cuestión en tre Buenos Aires y el in terior a tra ­
vés del tem a de las candidaturas. U na cuestión lateral —el pe­
dido de retiro de la intervención federal a La R ioja— provoca la
renuncia del m inistro Laspiur. La Liga de G o b ern ad o res ve alla­
nado el cam ino para im poner su candidato v el ascenso de
Sarm iento al m inisterio del In te rio r confirm a a los nacionalistas en
su interp retació n de que se les cerraba una vez más el paso al
poder. A llí se definen las tensiones que harán eclosión pocos meses
después.
La au to rid ad del ¡presidente Avellaneda se afirm a m ientras la provinciar
El "poder
crisis avanza. R oca representa el apoyo del ejército . Sarm iento, el
del Congreso. La Liga de G o bernadores, el ap o v o de la m ayoría
del in terio r con excepción de C orrientes. Para Buenos Aires, era
el “p o der p ro v in cian o ” en alza. Carlos T e je d o r asume la repre­
sentación del localismo p o rteñ o . Su figura es el signo que resume
la pasión tradicional del porteñism o v la am bición personal del
candidato a la Presidencia.
T e je d o r arm a la G u ard ia N acional. Q ueda expuesto su desig­
nio de resistir al g o b iern o nacional. Su ejem plo es im itado con
objetivos diversos p o r Santa Fe, C orrientes, E n tre Ríos. Pasan los
meses v sólo dos candidaturas se perfilan: R oca v T e jed o r, m ien­
tras Sarm iento p reten d e dem ostrar que sólo él es indispensable. Es
difícil distinguir en el c o n flicto dónde term inan los m otivos atri­
buidos a la cuestión Capital v dónde em piezan los que corresp o n ­
den a la cuestión presidencial. Avellaneda insistía en su mensaje de
clausura de las sesiones del C ongreso de 1879 que

la ciudad de Buenos Aires debe ser declarada capital de la


R epública, señalándose al mismo tiem po en la lev un plazo
adecuado para que el pueblo de esta Provincia manifieste
su asentim iento o su denegación, después que se hava
form ado una verdadera opinión pública.
Suceden elecciones para legisladores nacionales, en com icios
del 19 de feb rero de 1880, con el triu n fo casi total del autonom ism o,
que se abstiene en Buenos Aires p o r “ falta de garantías”, aunque

1 OCT
el fraude era una práctica general. G ru p o s arm ados reco rren las
calles porteñas v se vota seis v más veces en una sola mesa por
ciudadano, “en m edio de las risas v la com plicidad irónica de los
m iem bros de la junta recep to ra de votos”, com o denuncia La
Prensa, para quien las urnas son “cinerarias de las libertades pú­
blicas” .3 El am biente es de relativa tranquilidad en las provincias,
donde la situación se consideraba definida, pero de guerra en
Buenos Aires. l,a ciudad es un cam pam ento. Dos jefes del ejército
nacional —José I. Arias v Julio C am pos— se rebelan co n tra el
Presidente. N o sólo hav dos partidos: hav dos ejércitos.
El p artid o N acional se transform a en una fuerza conspirativa. La^ “ revolución"
80
Fracasa en C órdoba, donde intenta d erro car al g o b ern ad o r del
Viso, instalar una d ictadura m ilitar v actuar sobre las provincias
de la Liga. El gobierno nacional convoca a elecciones generales.
Las candidaturas vuelven a circular. Los “ republicanos” se dividen
entre Sarm iento v B ernardo de Irigoven. Avellaneda trata de c o n ­
vencer a Carlos T ejedor para que acepte la candidatura de su
am igo José M aría M oreno, v icegobernador de Buenos Aires, com o
candidato de transacción. Sarm iento no vacila en atribuirse “ la
autoridad para todos, la constitución restaurada, la lev, la fuerza"
v de paso añade que Roca es un general joven v un “ hom bre de
circunstancias”.
C ierto cinism o realista de los protagonistas no sólo frustra
una entrevista entre los candidatos que polarizan las fuerzas —Roca
V T e je d o r—, sino tam bién las tentativas desesperadas de Avellaneda
p o r evitar el co n flicto . R eúne a los notables: M itre, Sarm iento,
R aw son, A lberdi, V icente F. López, Frías, G orostiaga. M itre ataca
a Roca. Avellaneda v S arm iento lo defienden. Las líneas están
tendidas. Sobreviene la ru p tu ra que está en el am biente, com o
otro ra, en vísperas de Pavón. Se m ovilizan las fuerzas de Buenos
Aires v de la N ación. El coronel Y iejobueno com anda a los nacio­
nales. O cupa puestos estratégicos en C hacarita v otros puntos de
la ciudad; tom a San N icolás, bloquea Rosario v separa a Buenos
Aires de su aliada C orrientes. Es el reverso de Pavón. M itre se
define, naturalm ente, p o r Buenos Aires. E ntra en negociaciones con
C orrientes v arregla las siguientes bases:
- C orrientes hace suva la resistencia que Buenos Aires
sostiene para im pedir el triu n fo de la candidatura de Roca.
2* - O b ten er ese resultado d en tro de la paz v el respeto
a las autoridades nacionales. 3® - R espetar la unidad nació-
S a n lc c i, L ía l\. A l., oh. c i t pájjs. 96 y 97.
r

nal. 4* - En caso de ataque p o r el g o b ierno nacional para


im poner la can d id atu ra de Roca, C o rrientes se considera
ofensiva y defensivam ente unida a Buenos Aires. 5* - Para
sostener ese com prom iso C orrientes se levantará en armas
y ofrece un ejército de diez mil hom bres. - Buenos Aires
debe facilitarle arm as v trescientos mil pesos para su trans­
p o rte. 7* - En caso de estallar la gu erra, Buenos Aires le
facilitará un subsidio de hasta un millón de pesos m /c
sobre la cantidad señalada an terio rm en te.1

El texto es significativo. N inguna alusión a la “cuestión C a­


p ital”. O bsesiva m ención de la cuestión presidencial. M itre actuaba
com o p o rteñ o , pero sobre to d o com o ¡efe del partido N acional.
Los com p o rtam ien to s co n creto s denuncian el revés de la tram a:
para los jefes y los candidatos políticos, la cuestión federal se co n ­
fundía con la lucha p o r la dom inación. Los hechos parecían dar
razón a un lúcido v apasionado trib u n o p o rteñ o : L eandro N . Alem.
C uando se debaten los arreglos previos a la federalización, diría
en la Cám ara de D iputados de Buenos Aires: “ U n dilema fatal,
cuyos dos térm inos deben ser rechazados, se presentará después de
esta evolución. U na oligarquía provinciana vendrá a dirigirlo todo
v a fin de que no se levante una oligarquía p o rte ría . . . '
Aislada C orrientes p o r el ejército nacional, m ientras los c o n ­
gresistas del p artid o N acional v los partidarios de T e je d o r perm a­
necen en la ciudad, los opositores autonom istas v los partidarios
del go b iern o nacional con stitu v en el C ongreso en Belgrano. El
proceso m ilitar acom paña al proceso político electoral. Los co ­
micios dan el triu n fo a los electores de R oca, v la m ayoría
vota a F rancisco B. M adero para la vicepresidencia. El ejército
nacional vence al bonaerense. Era la victoria del gobierno na­
cional v el triu n fo p o lítico de Roca. El nuevo líder explota con
decisión ambas cosas. D om ina el C ongreso, expulsa a los diputados
disidentes y reúne tras de sí el apovo de A n tonio Cam baceres,
D ardo R ocha, B ernardo de Irigoyen, A ristóbulo del Valle, E d u ar­
do W ild e, Juan José M oreno, M arcelino U g arte, H ip ó lito Yri-
goyen . . . V iejos patricios, nuevos notables, políticos en ciernes.
o • . i , r i i- ■’ i r . a- i - La federalización
Se sanciona la lev de federalización de Buenos Aires v culm inan de Buenos Aires

4 M useo M itre, A rch ivo Inédito de Mitre, D ocum ento 10703 (Cit. por
Sanucci, ob. cit., pág. 155).
5 A le m , Leandro N ., O bra parlam evtaria. La Plata, 1949, tom o m.
pág. 209.
La “ c u e s tió n C a p ita l" se re s o lv e ría en fa v o r de un po der n a c io n a l c o n s o lid a d o
y fu e r te , con sed e en la c iu d a d -p u e rto . S e ría , al cabo, la c irc u n s ta n c ia n e c e sa ria
p ara a fir m a r el p o d e r de R oca y los lib e ra le s . P ero h a c ia 1880 e ra a ú n una
c iu d a d “ p a tr ia rc a l” . . .

las dos grandes cuestiones de con flicto : la cuestión Capital," v la


cuestión presidencial. H abía com enzado el tiem po de Roca.
La crisis de 1880 fue una m anifestación política im portante
del cam bio que se estaba operando. C om o en 1861, se en frentaron
Buenos Aires v las provincias. Buenos Aires fue representada esta
vez por Carlos T e je d o r, “envarado v sordo, un verdadero porteño
al estilo de los viejos rivadavianos, dispuesto a d efen d er hasta lo
últim o los privilegios congénitos v fructuosos del feudo”.7 A unque
T e je d o r no era apoyado en todas sus actitudes p o r la opinión

11 La ley 1029, sancionada por el Congreso en Belgrano el 20 de setieni-

bajo sus límites actuales.’ Disponi


edificios públicos, sobre los que seguirían perteneciendo a la provincia de
Buenos Aires, com o su Banco, el H ipotecario, el M onte de Piedad, y sus
ferrocarriles y se prevé sobre la deuda exterior de la provincia. El 27 de
noviem bre la Legislatura de Buenos Aires cede el territorio del municipio
de la ciudad decfarada Capital, y en 1884 la ley 1585 federaliza el municipio
de Belgrano y parte del de San José de Flores “a objeto de ensanchar la
Capital ’
7 M ayer, Jorge M.. ob. cit., pág. 868.
pública p o rteñ a, los más lúcidos no se engañaron acerca del tras-
fondo del litigio. A lem , que en esos días p ro n u n ció en la Cám ara
de D iputados el m ejo r alegato en favor de la causa p o rteña, apa­
sionado v sincero, parcial p ero inteligente, lo vio así:
¿Rosas habría p o d id o ejercer su d ictadura sobre la R e­
pública si no hubiera sido el g o b ern ad o r de Buenos Aires,
teniendo bajo su acción inm ediata y a su disposición todos
los elem entos de esta im p o rtan te Provincia? Es claro que
no . . . ¡com o no p u d o ejercerla el general U rquiza desde
Paraná; com o no habría podido establecerla el general
M itre si ésa hubiera sido su intención! Seamos francos
alguna v e z . . . : Liberales y dem ócratas m ientras estamos
abajo, unitarios v aristócratas cu an d o nos exaltamos al
P o d e r . . .8
Esta vez, sin em bargo, el p o d er nacional litigaba desde adentro
de Buenos A ires. A lb erd i advierte la im portancia de la crisis del
80, pero no acierta en todas sus consecuencias. Para él, la R evo­
lución de M ayo había sido doble: co n tra la au toridad de España
y co n tra “ la autoridad de la nación arg en tin a” . El “coloniaje p o r­
teño sustitu y en d o al coloniaje español” había creado dos países: el
estado-m etrópoli, Buenos A ires, y el país-vasallo, la R epública. “ El
uno gobierna, el o tro obedece; el uno goza del tesoro, el o tro lo
produ ce; el uno es feliz, el o tro m iserable; el uno tiene su renta
y su gasto garan tid o , el o tro no tiene seguro el pan.” La cuestión
Capital era decisiva, p o rq u e “en este país abraza todas las cuestiones
de su política, p o rq u e su Capital natural encierra todos los elem en­
tos del p o d e r de la N a c ió n ” . E n tre g a r la capital a la N ació n era
dar más p o d e r al P residente —en lo que no se equivocaba— v m ejor
porven ir al in te rio r —en lo que se dejaba llevar p o r sus esquemas—
que se distribuiría con Buenos Aires los recursos del p u erto . Era, Aiben)i
para A lberdi, la “nacionalización” del p o d e r p o lítico v tam bién del y L N Alem
económ ico.
El análisis alberdiano, tem ático, ingenioso y p ro fu n d o , fiel a
la prédica de m uchos años, sobreestim aba la c o y u n tu ra v soslayaba
el efecto m ultip licad o r de factores favorables al predom inio de
Buenos A ires. E l p o d er nacional se consolidó, pero haciendo de
Buenos A ires sede del centralism o efectivo, del régim en unitario
que años después defendería R odolfo R ivarola com o apropiado a

N A lb e r d i, Juan Bautista, La Revolución del SO. Plus Ultra, Buenos


Aires, 1964, páp. 15.
la A rgentina real fren te a un federalism o “ fo rm al” .“ K1 pu erto se
nacionalizó, pero las rentas del com ercio v de la industria favore­
cerían a los sectores vinculados con la situación portería. Los p ro ­
vincianos g obernarían, pero alienados cultural v políticam ente por
la lógica interna de una nueva ideología unificadora v por la fuerza,
el en canto v la sordidez de la enorm e ciudad capital.
El p o rteñ o Alem, com o o tro ra T ristán A chával, vio con cla­
ridad la otra faz del problem a. En el C ongreso diría:
E stoy p erfectam en te convencido de que los perjuicios
que sufrirá la provincia de Buenos Aires no los necesita
la N ación para consolidarse v c o n ju ra r los peligros im a­
ginarios sino que, p o r el co n trario , tal vez ellos co m p ro ­
m etan su porvenir, puesto que de esta m anera se va a dar
el más rudo golpe a las instituciones dem ocráticas v al
sistema federativo en que ellas se desenvuelven bien. P o r­
que de esta m anera arrojam os alguna nube negra sobre el
horizonte v acaso si hasta ahora nos hemos salvado de
aquellos gobiernos fuertes que se q uieren establecer por
algunos, es m u y probable que una vez dada esta solución al
histórico problem a político, que en tan mala situación y
en tan malas condiciones se ha tra íd o al debate, tengam os
un gobierno tan fu erte que al fin co n clu y a por absorber
toda la fuerza de los pueblos v de las ciudades de la
R e p ú b lic a . . .
Alem introduce un arg u m en to relativam ente nuevo: la fede-
ralización de Buenos A ires com o facto r de “gobiernos fuertes".
Pero los hechos del 80 verifican una co nstante histórica nacional,
un signo de la co n fo rm ació n de la A rgentina. Roca, el prim er
u su fru ctu ario cabal de la tesis de Alem, no era de los que iban
co ntra la historia.
La Capital en Buenos Aires —escribe en el 80— podía
ser discutida en otras circunstancias. Después de los acon­
tecim ientos de junio era un hecho ineludible, de esos que
suelen presentarse en la H istoria con todos los caracteres
de la fatalidad . .
Sobre todo si Buenos Aires habría de constituirse en “su"
circunstancia v en la plataform a indispensable para la expansión
nacional de su p o d er político.
!* R ivarola, R odolfo, Del régimen federativo a i unitario. Peuser, Buenos
Aires, 1908. Especialmente el cap. xvn, págs. ?0I a 317. Rivarola defiende el
régimen unitario y estudia los factores unitarizantes.
,n A rchivo del Dr. Isidoro J. Ruiz M oreno, /ulio A . Roca a Martin
R uiz M oreno. Buenos Aires, diciembre 17 de 1880.
Roca Presidente

C uando R oca llegó al p o d er fue considerado vencedor del


localismo p o rteñ o v la ciudad de Buenos Aires sintióse vencida y
despojada. El clim a no era el más favorable para superar los enco­
nos, pero la m ayoría de los p o rteñ o s lo consideraba la consecuencia
natural de los sucesos. C uando num erosos provincianos fueron ocu­
pando cargos públicos, aquella sensación se d ifundió, m ientras del
o tro lado los hom bres del in terio r veían en los Cañé, Pellegrini o
del Valle sospechosos de q u e re r reencarnar la hegem onía porteña
a través del dom inio del p artid o v e n ced o r."
Roca no ignoraba las tensiones, pero su instinto político le
indicaba que el litigio en tre p orteños y provincianos perdería fu er­
za. Mas bien que la constante de oposición territo rial, sería la Geografía
. . . . e Ideología
constante ideológica la que trazaría la linea en tre aliados v adver­
sarios, serviría de com ún d enom inador a los dirigentes junto con
el “status” social y dem ostraría cóm o, desde el 37 al 80, el libera­
lismo había ganado a hom bres del in terio r ta n to com o de Buenos
Aires. El slogati de R oca —“ Paz v A dm inistración”— respondía
bien a una aspiración colectiva v a una necesidad operativa. Pero
en la m edida que una interp retació n del liberalism o se había ideo-
logizado, se definía tam bién un núcleo de tem as litigiosos.
Liberales positivistas y católicos, al com pás del tiem po según
se vio al describirse el co n tex to internacional de la época, tom aban
posiciones que culm inarían en las arduas controversias de los años
80 en to rn o de lo que la Iglesia llamaba las “cuestiones m ixtas”
—familia, edu cació n — y en la discusión sobre el avance del m ate­
rialismo que un no católico com o A lejandro K o rn describió, según
vimos, con alarm a y objetividad. C atólicos m ilitantes com o Pedro
G oyena in terp retab an ese avance com o “una gran indigencia y un
gran in fo rtu n io ”, y liberales escépticos o nostálgicos com o M iguel
Cañé añoraban tiem pos pasados, p orque presentía
q ue to d o lo bueno se va; sé que las ideas elevadas no en­
c u e n tra n eco y a en nuestra sociedad m ercachiflada; sin
em bargo hay u n d eb er sagrado de p ro p e n d er incesante­
m ente al re to rn o de los días serenos del reinado de lo
1 1 D e l V iso , desde B uen os A ires, escribía a Ju á re z C elm an en o ctubre
del 80: “ L o s am igos de aquí no serán m u y devo to s p o r algún tiem p o; no
nos engañem os en esto. L o s P ellegrin i, C añ é, del V a lle y su corte en la
C ám ara de D ipu tad o s, dejan diseñar una oposición fu tu ra, p ero p o co harán
si la m ay o ría de los dipu tados de las p ro vin cias se m antiene co m o hasta
ahora.”
bello. H em os tenido esa época: cuando se peleaba en toda
la A m érica p o r la libertad, la lucha engendraba el pa­
triotism o v este sentim iento, superio r a todos, elevaba los
espíritus v calentaba los corazones. N u estro s padres eran
soldados, poetas y artistas. N o so tro s serem os tenderos,
m ercachifles y agiotistas. A hora un siglo el sueño cons­
tan te de la ju v en tu d era la gloria, la patria, el am or; hov
es una concesión de ferro carril para lanzarse a venderla en
el m ercado de L o n d r e s . . .1i!
P in tu ra de una A rg en tin a épica que co ntrastaba con la A rgen­
tina m oderna denunciaba, sin em bargo, una p ercepción selectiva
de los problem as p o r p arte de algunos m iem bros de los sectores
dirigentes que explicaría con flicto s futuros. Para esos hom bres,
incluso el alud in m ig rato rio desarraigado y versátil, dispuesto a
“ hacer la A m érica” p ero no a fundirse espiritualm ente con la
tierra de adopción, era u n fa c to r favorable a la vocación m ateria­
lista que, según creían, había ganado a todos los sectores sociales.
E l patriciado criollo dejaba paulatinam ente su lugar a la nueva
oligarquía que consideraba de buen to n o la ostentación, el lujo, la
opulencia. E l proceso era advertido p o r los “críticos m orales”,
m ientras los hom bres que ocupaban el p o d er se sentían ocupados
en una obra de p ro g reso y de transform ación del país bajo la co n ­
ducción firm e del g obierno nacional. Pero, m ientras tan to , el país

12 SÁEN7. H a y e s , R ic a rd o , ob. cit., p á g . 90.


C a u d illo p ra g m á tic o , h á b il p o lític o ,
m ilita r p re stig io so , c o n s e rva d o r in ­
te lig e n te y c o n o ce d o r sagaz de las
d e b ilid a d e s a je n a s , el “ zo rro " Roca
d o m in ó to d a u n a época de la p o líti­
ca a rg e n tin a . S u b o rd in ó a su poder
los g rup os d e in te ré s y el poder
m ilita r. Los g a n a d e r o s y h a c e n ­
dados c o m p a rtía n una p o lític a q u e
hac ía de la A rg e n tin a el “g ra n e ro
del m u n d o " .. . y la sucesión p re s i­
d e n c ia l d e p e n d ió en v a ria s o c a s io ­
nes de su d e c is ió n . [Las gra cia s
de J a z m ín , c a ric a tu ra de " E l C as ­
c a b e l" , 1882, según la c u a l el f a l­
dero J a zm ín es D ard o R o c h a , o b e ­
d e c ie n d o a su " a m o " .]

se politizaba, en los estratos bajos de la e stru c tu ra social los obre­


ros se organizaban v a la critica m oral se- añadiría la crítica social
e ideológica, v luego la económ ica v propiam en te política.
El Presidente había nacido en T u c u m á n en 1843. Llegó a la ei Presidente
jefatura del Estado a los 37 años v viviría hasta 1914. Su padre
había luchado en las guerras de la Independencia v él en Pavón,
a los 16 años, com o artillero de los ejércitos de la C onfederación,
y en la g u erra de la T rip le Alianza com o oficial. C om batió a
R icardo López Jo rd án , alzado en armas co n tra el po d er nacional,
y fue ascendido a coronel en ese año de 1872. E stablecido su com an­
do en R ío C uarto, com o jefatura de fro n tera en la lucha co n tra el
indio, co n tra jo enlace con la cordobesa Clara Funes v accedió a
una sociedad aristocrática, herm ética para, los m arginados v fiel
¡t los que adm itía, que en el fu tu ro sería la base de partida para su
influencia política. En 1874 ganó los galones de general com ba­
tiendo la revolución que ¿Mitre perdía en Buenos Aires m ientras él
derrotaba a A rre d o n d o en Santa Rosa. U n hilo c o n d u c to r no des­
deñable se ve con claridad: Roca aparece siem pre del lado del
poder nacional.
Su carrera m ilitar le dio prestigio. G eneral a los 31 años,
desde la com andancia de la F ro n tera del In te rio r critic ó el plan
del m inistro Alsina para luchar co n tra los indios v adelantó las
bases de lo que sería su plan de cam paña para “co nquistar el de­
sierto” en 1878-79: “ A mi juicio —escribe al M inistro— el m ejor
sistema de co n clu ir con los indios, va sea extinguiéndolos o a rro ­
jándolos al o tro lado del río N e g ro , es el de la guerra ofensiva."
M uerto Alsina en 1S77, A vellaneda designó a Roca m inistro de
G u erra y M arina. Era un paso decisivo para su carrera política,
una base de operaciones para su prestigio m ilitar y un p u n to estra­
tégico para sus relaciones con los elem entos liberales del interior.
El prestigio m ilitar del Presidente se había consolidado con la Desierto
y política
cam paña del desierto, precedida p o r operaciones secundarias que
q u ebraro n el poderío indígena. I.a cam paña decisiva, dirigida p e r­
sonalm ente p o r Roca, siguió a una operación que term inó con
cu atro mil indígenas v varios caciques prisioneros —en tre ellos los
famosos Pincén, C atriel v E pum er. E n tre abril v m ayo de IK79
el ejército o cu p ó la m argen n o rte del río N eg ro . Poco antes se
había creado la gobernación de la Patagonia v se había designado
prim er g o b ern ad o r al coronel A lvaro Barros. F.I p o d er nacional
extendióse hasta los confines del te rrito rio —en la m edida que lo
perm itían los recursos d¿ entonces— v al mismo tiem po se adelan­
taron m edidas que tend rían relación con cuestiones internacionales
en potencia; específicam ente, posibles conflictos con Chile que ha­
rían eclosión meses después. La cam paña del desierto significó la
definición de la cuestión india com o amenaza constante v el do­
minio de territo rio s al m argen del ejercicio de la soberanía est?‘al.
Favoreció la consolidación de las fronteras patagónicas e in co rp o ró
veinte mil leguas cuadradas de tierras aptas para la agricultura y la
ganadería. L iberó a centenares de cautivos, dism inuyó a dim en­
siones despreciables el servicio de fronteras y el presupuesto para
sostenerlo, p ero tam bién b rin d ó la tierra pública com o recurso
político y sirvió al prestigio m ilitar y p olítico del entonces candi­
dato presidencial.
El presidente R oca era un caudillo p ragm ático, un hábil polí­ Las bases
del Régimen
tico, un conservador inteligente v un c o n o c e d o r sagaz de las
debilidades ajenas. La gente se acostum bró a llam arlo “el z o rro ” .
Pero en el inventario de adjetivos zoológicos de la política argen­
tina, habría de ser z o rro y león a un tiem po, com o quería M aquia-
velo. Las bases del R égim en fueron consolidadas a p artir de los
caracteres psicológicos y de las aptitudes personales del Presidente.
El p artid o A utonom ista N acional —el fam oso P .A .N .— sirvió al
Presidente com o plataform a, canal de reclutam iento de los d irigen­
tes y m edio de com unicación política. La Liga de G obernadores,
alianza táctica que usaron las oligarquías liberales del in terio r para
im poner su candidato a los localistas p orteños, era tam bién parte
de la estru ctu ra de p o d er del régim en v p erm anecía com o una
suerte de tram a que perm itía el dom inio de las situaciones del
interior. El ejército de línea, que Roca conocía bien v en el que
había ganado justo prestigio, sería otra de las bases del sistema.
Y el dom inio paulatino de la adm inistración serviría com o correa
de trasm isión de las directivas v aun de la filosofía pública del
g ru p o dom inante.
B urocracia política, b u rocracia adm inistrativa e incipiente b u ­
rocracia m ilitar. Si se añade a eso la coincidencia del p o der econó­
mico con los postulados del Presidente, v la “ m oral co m ú n ” de la
clase dirigente que señala M atienzo, se co m p rende la vigencia del
sistema político roquista d u ran te toda su gestión constitucional.
El “p rín cip e n u ev o ” echaría las bases de un poder nacional
centralizado con una ideología con pretensiones hom ogeneizantes
y la subordinación de la fuerza m ilitar. Esto últim o im ponía la
desvinculación del ejército de la acción política. R oca v Pellegrini
cuidaron que esa desvinculación fuera efectiva. En el pasado había
o cu rrid o con frecuencia que los ocupantes del po d er aspirasen a
un ejército subordinado v la oposición a un ejército revoluciona­
rio. U n indicador expresivo de la nueva situación fue la O rden
G eneral que el m inistro Pellegrini dirigió al Jefe del Estado Alavor
del E jército , en la que expuso la d o ctrin a del sistema:
Si bien en cada m ilitar hav un ciudadano —decía la
O rd e n —, éste, al aceptar el h o n o r de vestir el uniform e
v ceñ ir la espada del soldado, sabía que el honor que acep­
taba voluntariam ente le daba derechos v le im ponía debe­
res especiales; el prim ero v más serio es la sujeción estricta
a los p receptos de la disciplina, que para el E jército es el
secreto de su fuerza v para la sociedad la garantía de
orden v de su propia seguridad. La base de la disciplina
es la subordinación v respeto hacia el su perior en toda
jerarquía m ilitar.
La ord en general prohibía a los m ilitares en servicio activo
form ar parte de cen tro s políticos o c o n c u rrir a reuniones de ese
carácter, criticar públicam ente al G o b iern o o a los superiores o
publicar bajo su nom bre o seudónim o críticas a los actos que se
relacionasen con el servicio.1* N i R oca ni Pellegrini dejarían de
insistir en esos conceptos, que no sólo se adecuaban a la lógica
interna de la institución m ilitar sino a la estabilidad del régim en
político.
1:1 R ivera A stkngo , Agustín, Ensavo biográfico d e Carlos Pellegrini, en
Obras, Ed. Coni, Buenos Aires, 1941, romo n, págs. I56-I5H.
La oposición era perm itida, pero no había fuerzas políticas La ° P °siclón
articuladas en el orden nacional que pudieran rivalizar con un
partido h eg em ó m co com o el P.A .N . Las m anifestaciones de una
oposición extraña al sistema, com o la que com enzaba a perfilarse
en pequeñas organizaciones obreras eran entonces fácilm ente neu­
tralizadas, m ientras que la oposición propiam ente política no co n ­
tradecía las bases form ales del régim en. C arente de recursos, de
cohesión v de capacidad de dom inio de las principales situaciones
del interior, o asediada p o r el fraude que era una práctica no
desdeñada en el pasado p o r los actuales opositores, éstos no hicie­
ron peligrar la estabilidad del régim en d urante el. período roquista.
Por eso, éste no fue p ró d ig o en intervenciones federales. La m a­
yoría de los g o bernadores p ertenecía a las filas del P .A .N . o regu­
laba el acu erd o con el p artid o oficial v con la v oluntad presidencial
para resolver los problem as de transferencia del p o d er local. D u­
rante los seis años de g o b iern o de Roca sólo fueron intervenidas
Santiago del E stero v Salta. En rigor, ni siquiera el co n flicto con
la Iglesia y el litigio ed ucativo trasto rn aro n seriam ente la estabi­
lidad del régim en. Y ésta era la im presión del Presidente en carta
a Cañé al prom ediar su m andato:
C reo v o tam bién que, p o r fin, tenem os gob iern o do ta­
do de todos los' instrum entos necesarios para conservar el
o rd e n v la paz; sin m enoscabo de la libertad v derechos
legítim os de todos. Éste ha sido mi principal objetivo des­
de los prim eros días. La revolución, el m otín, o el levan­
tam iento, fraudes máximos, va no son ni serán un derecho
sagrado de los pueblos, com o hemos tenido p o r evangelio,
p o r quítam e esas pajas. De Buenos A ires a Ju ju v la au to ­
ridad nacional es acatada v respetada com o nunca. T e je d o r
ha sido el últim o m ohicano. N uestras instituciones reciben
la últim a m ano sin peligro de cam bios de sistemas, reelec­
ciones ni dictaduras. El m ando lo transm itiré en paz, de
buena gana, com o quien se alivia de un gran peso, co n ­
form e a los principios constitucionales. Y ojalá perdone
la inm odestia: que mi sucesor se parezca en desinterés v
te m p la n z a . . . '4
N ó se sabe si M iguel C añé com partía los calificativos que el
Presidente se atribuía con alguna generosidad. Pero sin duda pudo
pensar que Roca reunía habilidad, constancia v capacidad de m ando
para im poner un p o d er nacional d en tro del sistema constitucional
v sobre to d o tran sferir el g obierno sin los “ fraudes m áxim os” al
14 S á e n z H ayks, R ic a r d o , oh. cit., págs. 299 y 300.
sucesor designado. Y habría acertado, pues el últim o m ensaje de
R oca al C ongreso, el l 9 de m avo de 1886, decía de la conclusión
feliz de un g o b iern o que no había inform ado de guerras civiles
ni había d ecretad o “un sólo día el estado de sitio, ni condenado
a un solo ciudadano a la p ro scrip ció n pública” .
E ra el apogeo del sistema v el m ejor m om ento político de
Roca.
La “cuestión social” no se vivía colectivam ente com o tal, aun­ La "cuestión
que la inm igración estaba p ro d u cien d o el im pacto va descripto v social"

circulaban periódicos de inspiración m arxista y anarquista. En


1871 habíase creado la sección argentina de la A sociación In te r­
nacional de T rab ajad o res, y siete años después la “ U nión T ip o g rá fi­
ca”, “E l P erseguido”, “ La L ucha O b re ra ”, “Le P ro letaire”, difunden
en el idiom a exigido p o r el público lecto r los temas v problem as
de un p ro letariad o que carecía aún de organización y de capacidad
operativa com o p ara c o m p ro m eter las bases del régim en roquista.
C uando José M anuel E strada denunciaba la injusticia social v polí­
tica y la desigual distribución de la riqueza, la “cuestión social”
parecía p re o c u p a r a los intelectuales m oralistas, a los católicos so­
ciales, a los m ilitantes de la inm igración y a un incipiente prole­
tariado. P ero el “g ap ” en tre aquéllos y éstos era suficientem ente
grande com o para im pedir un co rto c irc u ito en el sistema político
vigente.
La “cuestión religiosa”, en cam bio, co n stitu yóse en tem a de La "cuestión
religiosa"
atención para la Iglesia, el E stado y los líderes de ambas partes.
E l litigio era previsible si se atendía al c o n tex to internacional ya
descripto y a la presencia m ilitante del liberalism o positivista com o
religión secular opuesta a la tradicional influencia de la Iglesia en
ciertas cuestiones en las que ésta hallaba graves im plicaciones para
la fe religiosa y la vigencia de su prédica. P o r un lado, pues, se
trataba de una verdadera cuestión religiosa. P or el o tro , de una
cuestión p o lítica, en cu an to com prom etía a hom bres políticos y a
eclesiásticos que se expresaban a m enudo en térm inos de poder.
C on pasión, intolerancia recíp ro ca y frecu en te im prudencia,
los pro tagonistas se en red aro n en polém icas duras y a veces p ro ­
fundas en to rn o de “ una serie de reform as (q u e ) cam bió la orga­
nización de instituciones fundam entales de la sociedad argentina
y quebró, en aspectos íntim os, sus antiguos m oldes”.'"1 M iguel Cañé
lo dice a su m anera en Juvenilia:
15 A l le n d e , A n d ré s R ., Las reform as liberales de R oca y / uárez Ce Imán,
en R e v ista “ H isto ria ” , nQ 1, B uen os A ires, 1957.
Éram os ateos en filosofía v m uchos sosteníam os tic
buena fe las ideas de H obbes. Las prácticas religiosas del
Colegio no nos m erecía siquiera el hom enaje de la c o n tro ­
versia; las aceptábam os con suprem a indiferencia . . .
C onsecuente con esa form ación, había prop u esto en la Legis­
latura de Buenos Aires la separación de la Iglesia v el Estado. Se
trataba de un fenóm eno casi universal de secularización del Estado
que, com o hemos visto, se había planteado tan to en la República
francesa com o d u ran te el R iso rg im evto italiano, dos influencias
que estuvieron presentes en la A rgentina a través del “galicismo
m ental” de los dirigentes o de la trasposición de problem as v de­
bates italianos realizada p o r inm igrantes venidos p o r razones polí­
ticas y no p o r m otivos socioeconóm icos, com o la m avoría. Pero
tam bién el laicismo habíase tran sfo rm ad o en una d o c trin a política
agresiva que p retendía resignar la religión al papel de mera conve­
niencia para los menos ilustrados, com o decía el m ordaz VVilde.
Los católicos m ilitantes no se expresaban con m enor vehe­
m encia. Estrada cerró la Asamblea N acional de los C atólicos A r­
gentinos, el 30 de agosto de IHK4, denunciando “ la política p red o ­
m inante, con sus injusticias, su violencia, su soberbia | viendo | en
ella el im perio del apetito, es decir, el im perio del naturalism o” .
Pedro G oy en a —en la Cám ara de D iputados— aclaraba m ientras
tanto que el liberalism o que se condenaba era el que representaba
“ la idolatría del E stado”, “el Estado ateo, sustituyéndose a Dios",
“el Estado que mata la iniciativa p articular, que viola las concien­
cias, que se sobrepone a to d o v a todos". En ese clim a, los ch o ­
ques eran violentos v reiterados. Roca, alarm ado, aconsejaba a
Juárez Celm an, que siendo m inistro había tenido fricciones con
m onseñor Castellanos, que evitase conflictos. Si era necesario, “ haga
una N ovena en su casa v m uéstrese más católico que el Papa". De
todos m odos, Juárez Celm an chocaría violentam ente con el n u n ­
cio M attera, m ientras el ferviente católico v todavía m inistro de
Justicia, C ulto e Instrucción Pública de Roca. M anuel D. Pizarro,
le escribía para que no provocase a la opinión pública cordobesa.
La cuestión religiosa parecía a algunos algo más que un litigio
bravo. Paul G roussac al regresar de E uropa, en 1883, cree presen­
ciar una “g u erra de religión” . Dos años antes, una lev sobre org an i­
zación de los tribunales de la Capital que establecía la com petencia
de jueces laicos respecto de apelaciones con tra sentencias de tri­
bunales eclesiásticos, no sólo term ina con la derro ta de los católicos,
sino con la relativa unidad ideológica del secto r dirigente.
José M . E s tra d a fu e el líd e r de la o p osición c a tó lic a a la p o lític a lib e ra l d e R oca
y J u á re z C e lm a n . L e a n d ro N. A le m , el je fe in d is c u tid o de los c ív ic o s p a rtid a rio s
de la " p o lític a d e in tra n s ig e n c ia ” con el rég im e n .

La cuestión religiosa in tro d u ce, p o r cierto tiem po, una cuña “ Liberales’ ’
y "C lericales"
que divide a los “clericales” de los “anticlericales” o “ liberales”
—usada peyorativ am en te esta palabra p o r los católicos, v a p artir
del sentido que le atrib u ía G o v en a—, v m otiva en el 82 la renuncia
de P izarro, católico m ilitante, que deja el cargo del M inisterio
relacionado con el cu lto y la educación al agnóstico y cáustico
E d u ard o W ild e. E n el m ism o año se realiza el C ongreso Pedagógico
y en él se plantea una contienda ideológico-religiosa en to rn o de
la inclusión o exclusión de la enseñanza religiosa en las escuelas
que co n stitu y e un an tecedente im portante para co m p ren d er la
sanción de la ley 1420. E n el 83 m uere el adm irable E squié, y
m onseñor Clara es designado vicario capitu lar de C órdoba. C uando
el g o b ern ad o r G av ier designa a la señora A m strong, de fe pro tes­
tante, presidenta del C onsejo P rovincial de E ducación de dicha
provincia, el vicario Clara pro h íb e a los fieles enviar sus hijas a la
Escuela N o rm a l regida p o r aquel C onsejo. El gobierno nacional
reacciona con violencia, considera la pastoral de Clara com o un
alzam iento c o n tra sus deberes de “funcio n ario p ú b lico ” y decreta
la separación del V icario del g obierno de su diócesis, ordenando
su procesam iento p o r el juez federal de C órdoba. N o fue suficiente
un principio de arreg lo en tre autoridades eclesiásticas y las maes­
tras p ro testantes de la Escuela N orm al. C lara dio otra pastoral
declarando nulo el d ecreto de destitución; en el Senado, Pizarro
v del V alle critican al g o b iern o v “ La N a c ió n ” pone de relieve
la excesiva vehem encia oficial. Pero las líneas de com bate estaban

i qq
tendidas. El g obierno am onesta a las m aestras que habían tratado
de a y u d ar a la superación del co n flicto , deja cesantes a profesores
universitarios cordobeses p o r ad h erir a la posición de Clara v a
José M anuel E strada en su cáted ra de D erecho C onstitucional por
haber defendido los derechos de la Iglesia. Los liberales g o b ern an ­
tes im ponían, pues, su versión ideológica com o d o ctrin a de Estado,
vulnerando incluso la libertad académ ica. Y la Iglesia padecía el
esfuerzo de adaptación a nuevos tiem pos de secularización a los
que no estaba acostum brada. La “g u erra religiosa” culm inó con la
expulsión del nuncio M attera y con la suspensión de las relaciones
oficiales en tre el E stado arg en tin o y la Iglesia C atólica, que queda­
ro n interrum pidas p o r largos años. T o c ó al m ismo Roca, en su
segunda presidencia, rep arar un exceso político que aceleró la
cohesión del g ru p o católico, lo co n v irtió en p artid o político, v
llevó al periodism o a través de “ La U n ió n ” la prédica antioficia­
lista de E strada, G o y en a, M iguel N a v a rro V iola, Em ilio Lam arca,
Santiago E strada, T ristá n A chával R o d ríg u ez y A lejo N evares. La
cuestión religiosa tendría, al cabo, serias consecuencias políticas
para el oficialism o, pues daría regularidad sistem ática a la crítica
m oral c o n tra el régim en. La contienda ideológica había llegado
a la opinión pública, y el oficialism o recibió el ap o y o de “ El N a ­
cional”, donde escribía Sarm iento, p eriódico fundado p o r iniciativa
de R oque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini. La polém ica llegó a
co n fu n d ir a hom bres que, con el tiem po, se alistarían en posiciones
distintas, superado el ofuscam iento intelectual que aquélla produjo.
V inculada con la cuestión religiosa y con influencias del co n ­ La reforma
educativa.
to rn o internacional, aunque discernible de éstas, la reform a edu­ Ley 1420
cativa se en trev eró con el litigio ideológico hasta el p u n to de
qu edar difusos algunos p ropósitos de la misma que trascendían los
conflictos de la época. E l C ongreso Pedagógico convocado en el
81 tenía un p ro g ram a exigente: determ in ar el estado de la educa­
ción com ún en el país y las causas que im pedían su m ejor desarro­
llo; hallar m edios p rácticos para rem over tales causas; definir la
acción e influencia de los poderes públicos en el desarrollo edu­
cativo, teniendo en cuenta el papel que les atribuía la C onstitución
y los estudios de la legislación vigente en la m ateria, y las reform as
aconsejables. Sus conclusiones señalaban la necesidad de que la
enseñanza en las escuelas com unes fuera gratu ita y obligatoria, que
respondiese a un p ro p ó sito nacional en arm onía con las institucio­
nes del país, que contase co n rentas propias y que contem plase
reform as pedagógicas apropiadas, incluso a la educación rural, a la
enseñanza para los adultos, a la educación de los sordom udos v a
la m odificación de program as v m étodos de enseñanza.
En el clim a de co n flicto del m om ento, el C ongreso se prestó
para que sus debates derivasen hacia la discusión de la enseñanza
religiosa en las escuelas v para que la fórm ula que luego usaría
la lev 1420 —que no im pedía la enseñanza religiosa aunque la
hacía optativ a— le atribuyese el signo de bandera del liberalismo
decim onónico en el ord en cultu ral v la denom inación excesiva de
“ ley de la enseñanza laica” . E n cam bio, las pasiones derivadas
de la polém ica o scurecieron la im portancia de dicho instrum ento
legal en orden a la “nacionalización” de una sociedad transform ada
p o r la inm igración v a la difusión de valores com unes en m edio de
la crisis de identidad nacional antes descripta.
C uando en 1883 se realizó el censo escolar nacional, co m p ro ­
bóse que sobre casi m edio m illón de niños en edad escolar había
124.558 analfabetos, 51.001 sem ianalfabetos v 322.390 alfabetos.
La lev 1420 fue una de las bases sobre las que se c o n stru y ó un
sistema educativo que situó a la enseñanza prim aria argentina entre
las de m ejor nivel en el m undo. A los diez años de su aplicación,
el índice nacional de analfabetism o había descendido al 53,5 '/
y en 1914 je hallaba en el 35 '/<. C on el tiem po, y sin m inim izar
la sinceridad de los defensores d o ctrinarios de las posiciones de
cada parte, quizás deba m erecer la atención del h istoriador una
confesión deslizada p o r el dip u tad o Lagos G arcía en medio de los
debates del C ongreso:
D ebo decirlo con franqueza: la cuestión que se debate
no es cuestión de escuela atea; no es tam poco cuestión
religiosa siquiera . . . es sim plem ente una cuestión de dom i­
nació n .1"
La sociedad económ ica no vivió zozobras ideológicas, porque La sociedad
económica
el liberalism o de los g o bernantes era consecuente con los postula­
dos del liberalism o económ ico casi tan to com o en la práctica sería

1,1 R iv a r o la , H oracio y G a r c ía B e ls ln c e , César A., “Presidencia de


Roca. 1880-1886”, en Historia de la Argentina dirigida por Roberto Levillier.
Barcelona, Plaza y Janés, 1962. Durante la presidencia de Roca, Avellaneda
asumió el rectorado de la Universidad de Buenos Aires y presentó el pro­
yecto sancionado com o ley 1597, sobre bases de funcionam iento y organi­
zación de las universidades nacionales. La ley 1565 sobre Registro Civil y la
ley 2393 sobre el M atrim onio Civil com pletaron las principales reformas libe­
rales de la década iniciada con ei gobierno de Roca. La segunda se sancionó
poco después de asumir Juárez Celman. C onviene m encionar en otro orden
de cosas la ley 1532, de organización de los Territorios N acionales (1884);
la ley 1804 creando el Banco H ipotecario N acional, promulgada' el 24 de
inconsecuente con los del liberalism o político. El equilibrio del
presupuesto significó un p ro g reso respecto de adm inistraciones
anteriores, p ero la balanza com ercial de pagos pasó de un superávit
de trece m illones de pesos en 1880 a un d éficit de cincuenta v
cinco millones en 1885. E l histo riad o r canadiense H . S. Ferns atri­
bu y e esta situación no ta n to a la declinación de los precios de los
fru to s del país, com o a las fuertes inversiones en equipos y en bie­
nes de capital. Las inversiones p erm itiero n c u b rir la brecha, pero
en tre los inversores extranjeros com enzó a c u n d ir alarm a frente a
un E stado cargado de em préstitos y , p o r lo tan to , de servicios que
gravaban de m anera crecien te la econom ía nacional. E sto retrajo
la inversión al p ro m ed iar el g o b iern o roquista. D ejaron de e n trar
oro y divisas del ex terio r y el endeudam iento del E stado nacional
p ro v o có el aum ento del circu lan te y una fu erte inflación m one­
taria a fines del 84. E n setiem bre el Banco de la Provincia debió
suspender los pagos en m etálico y cu atro meses después, pese a los
esfuerzos de R oca p o r sostener la co n vertibilidad, el gobierno
debió d ecretar la inconversión y el curso forzoso de los billetes-
papel, situación que se m antuvo hasta 1899. T hom as M cG ann
advierte que
los hacendados argentinos y sus asociados, propietarios
d irectos y d istribuidores de la riqueza nacional, no p er­
d ieron el ánim o p o r la inflación m onetaria que com enzó
a fines de 1884. Siendo ya los beneficiarios de un aum ento
de la valorización de la tierra, que hubiera blanqueado la
cabellera de H e n ry G eorge, estos hom bres tam bién lu­
c ra ro n co n la desvalorización del peso. E l ingreso c o n ti­
nuo de libras inglesas y francos franceses en sus cuentas
bancarias parecía aislarlos de la dura realidad, de la brecha
que se iba abriendo rápidam ente en tre el valor del oro y
el papel.17
La adm inistración ro q u ista no se am ilanó. Carlos Pellegrini
viajó a E u ro p a para a co rd ar con los banqueros un préstam o que
setiembre de 1886. La ley 1420, del 8 de julio de 1884, establece que la
“escuela primaria tiene por único objeto favorecer y dirigir simultáneamente
el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño de seis a catorce años
de edad” (art. 1); la instrucción primaria “debe ser obligatoria, gratuita,
gradual y dada conform e a los preceptos de la higiene” (art. 2 ), pudiéndose
cumplir la obligación escolar en las escuelas públicas, en las escuelas par­
ticulares o en el hogar de los niños, incluyendo la posibilidad de emplearse
la fuerza pública “para conducir los niños a la escuela”. Establece el “m íni­
m um ” de instrucción obligatoria, normas para la actuación de maestros,
inspectores y otras jerarquías escolares, y la creación del Consejo N acional
de Educación, en 82 artículos.
17 M c G a n n , Thom as, ob. cit., p á g . 29.
sacara al Estado de esa situación asfixiante v restableciese la c o n ­
fianza de los inversores. H . S. Ferns apunta que el arreglo entre
Pellegrini y los banqueros parecía un tratad o de derecho in ter­
nacional. Las cláusulas de in tro d u cció n estaban redactadas en un
estilo p o r lo m enos análogo. El acuerdo im plicaba dar, a cam bio
de un préstam o de 8.400.000 libras, una prim era hipoteca sobre la
A duana, y la prom esa de que el gobierno arg en tino no tom aría en
préstam o más d inero sin el consentim iento de los banqueros. El
acuerdo fue repudiado p o r la opinión v p o r los crítico s del g o ­
bierno, p ero aprobado p o r R oca. La política ferroviaria seguía un
cam ino paralelo. Las inversiones, de esa m anera, estaban bien ga­
rantizadas. Las concesiones se m ultiplicaban sin plan ni concierto,
aunque las vías converg ían sobre el p u erto de Buenos Aires. El
“infierno ferro v iario ”, según la expresión de Ferns, era alim entado
por factores decisivos y p o r intereses com erciales v rurales que se
beneficiaban con las inversiones británicás que, en su m ayoría, se
volcaban sobre los cam inos de acero. Según las creencias v los
intereses dom inantes, los argentinos no podían hacerlo m ejor que
el capital ex tranjero. Los com erciantes v los p ropietarios rurales
habrían pedido em plear recursos para “ financiar ferrocarriles y
com prar bonos del gobierno, p ero ni los ferro carriles ni los títulos
públicos arrojaban suficientes beneficios para atraer la atención
de esos hom bres en cuyas m anos estaba el capital v el poder político
de la A rgen tin a . . ,”.1R
El progreso económ ico era, sin em bargo, la im agen de una
política que se creía, sencillam ente, audaz, necesaria v arriesgada.
En 1882 se fu n d aro n los dos prim eros frig o ríficos que trajero n
consigo la refo rm a de los planteles ganaderos. El p u e rto de Buenos
Aires era insuficiente p o r la existencia de un solo m uelle y p o r su
difícil acceso. E n 1886 com enzó la co n stru cció n del P u erto N uevo,
obra singularm ente com pleja en cualquier lugar y para cualquier
equipo ingenieril del m undo, que co n d u jo hábilm ente E duardo
M adero hasta term inarse en 1897. La ciudad acom pañaba el ritm o
de la política adm inistrativa y económ ica creciendo y expandién­
dose. La “g ran capital de Sud A m érica”, com o se la llamaba en­
tonces, co n stru ía nuevos edificios públicos y privados, la nueva
18 F er n s , H . S., ob. cit., págs. 402, 403 y 405. La fórmula comenzaba:
"l .l doctor Carlos Pellegrini, representante del gobierno argentino, con ple­
nos poderes por una parte (y aquí el docum ento oficial sobre poderes) y la
llanque de Paris et des Pays-Bas, el Com ptoir d’Escom pte de Paris, los Messrs.
A. y B. Cohén de Amberes, la Société G énérale de C om m erce et Industrie,
los Messrs. Baring Bros. & Co. y J. S. M organ & Co., por otra parte, de
conformidad ..
B u e n o s A ires y C órdob a era n
e p ic e n tro s de la p o lític a a rg e n ­
t in a , pero ib an en a u m e n to la
d u a lid a d reg io n al y las d ife r e n ­
c ia s e n tre el d e s a rro llo del in ­
te rio r y el de la c iu d a d -p u e rto ,
c o m p re n d id a su zon a de in ­
f lu e n c ia .

avenida de M ayo, barrios residenciales de dudoso gusto que re co r­


daban a París v a otras ciudades europeas, cuando no de estilos su­
perados. La am p liació n 'd e las obras sanitarias, la incorporación de
los barrios de B elgrano v p arte de San José de Flores darían en
co n ju n to la fisonom ía de una ciudad poten te, caótica v fecunda,
que se alejaba de los rasgos de “ la gran aldea” para en tra r en las
dim ensiones que más tard e la acercarían a L ondres o N ueva York.
D e n tro de las pautas de la política ex terio r de la A rgentina La política
del 80 que ya señaláram os, la co n d u cció n política de R oca llegaba
hasta los confines de u n te rrito rio en el que la acción del Estado
p reten d ía consolidarse. La disputa más seria estaba latente en el
Sur, en to rn o de los lím ites de la región patagónica. C on la m e­
diación de los em bajadores norteam ericanos en Santiago y en
Buenos A ires, se negoció con Chile la firm a de un acuerdo de
lím ites que se p erfeccio n ó en 1881. Las cum bres más elevadas de
la cordillera de los A ndes, q u e dividen las aguas, dieron un hilo
c o n d u c to r para la definición fro n teriza, derivando a peritos las
cuestiones litigiosas. Solución al cabo precaria, según se advertiría
al com enzar el c o rrien te siglo, estableció tam bién la fro n te ra en
el estrecho de M agallanes v se repartió la T ie rra del Fuego. El
estrecho quedó librado a la navegación, y la soberanía argentina
sobre la Patagonia aparen tem en te fuera de cuestión.
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La creación de la g o bernación de M isiones en 1882 impulsó


las negociaciones co n el Brasil para d efinir la fro n tera en lá zona,
que era m otivo de fricciones. Y frente a Bolivia, respecto de los
territo rio s del C haco, la cancillería argentina reiteró principios de
derecho internacional en m ateria de límites v ocupación señalados
p o r B ernardo de Irig o y en años antes.1“
R oca logró organizar el Estado nacional. A lentó una legisla- ei poder
•/ nacional
cion ab u ndante y trabada según la ideología dom inante. Im puso consolidado
una “paz” que disciplinó un p artid o hegem ónico, subordinó al
ejército y definió las fro n teras nacionales. La “década de la rápida
expansión” había sido p reced id a y acom pañada p o r la conm oción
del aluvión in m igratorio. E l régim en político so p o rtó —articulado
en to rn o de un p o d er nacional cen tralizado— incluso la deserción
parcial de dirigentes im portantes a raíz de la cuestión religiosa. El
pragm atism o sepultó la “A rg en tin a heroica” que recordaba, nos­
tálgico, Cañé. Y p o r prim era vez en m uchos años la transferencia
del poder, aun en tre m iem bros de una misma “ clase d irig en te” , fue
ordenada. El p eriódico La Patria tu v o q u e h a c e r un b re v e
“ra cc o n to ” para p o n e r en evidencia la novedad política, a p ro p ó ­
sito del cam bio de m ando:

18 R iv a r o la , H oracio C. y G a r c ía B e ls u n c e , César A ., oh. cit.


El Presidente que viene tendrá el h o n o r v la gloria de
ser el p rim er Presidente que en su discurso inaugural, no
se vea obligado a re c o rd a r días de lágrim as v luto. F,l

f¡eneral M itre daba su program a de g obierno partiendo de


a victoria arm ada de Pavón; el señor S arm iento se detenía
ante las im periosas necesidades de la g u erra internacional;
el d o c to r A vellaneda ascendía al m ando en m edio de una
revolución v .la palabra del general R oca se hacía sentir
cuando aún resonaba en nuestros oídos el estam pido del
cañón en los com bates de C o rra le s ..
F.1 “z o rro ” Roca, nuevo H obbes, había sido el artífice, el
político que había dom inado la “subitaneidad del trán sito " según
quisiera M irabeau, v había echado las bases del régim en. En
to d o caso, de un régim en que contaba con el acuerdo o el c o n ­
senso de los factores decisivos de la A rgentina m oderna que c o ­
menzaba su peligrosa v notable expansión. Por lo pro n to . Roca
no haría sus valijas para viajar a E uropa —“que no conocía todavía
no obstante sus 43 años”— hasta delegar el m ando en su sucesor.
N o sólo p o r las obligaciones propias del cargo, sino por las deri­
vadas de su jefatura política. P orque quien dom inaba el P.A .N .,
com o se decía entonces, daba de co m er a quienes aspiraban a lle­
varse la m ejor p arte en la distribución del poder. Y la cuestión
presidencial había com enzado ya, con candidatos definidos, que insi­
núan los dísticos del famoso sem anario h u m orístico “ El Q u ijo te":
E n C órdoba con afán
H an proclam ado a Celman.
A don Bernardo en San Luis
Y a Pellegrini en París.-'

E ran los prolegóm enos de la lucha p o r la Presidencia. Para la


política de Roca, la hora de la verdad.

La crisis de 1890

C uando el p rim er p erío d o presidencial de R oca llegaba a su


fin, el problem a de la sucesión dividió al Partido A utonom ista N a ­
cional. Pero un cam bio sutil habíase operado en un aspecto de las
prácticas políticas argentinas, en la zona de los sectores dom inan­
tes: hasta Roca, los g o bernadores y los notables decidían sobre la

20 R ivera A stengo , A gustín, ob. cit., tom o u, pág. 174.


21 “El Q uijote" del 29 de marzo de 1885. (Cit. por Agustín Rivera
A stengo, ob. cit., tom o ii, pág. 125.)
candidatura presidencial, o acotaban el núm ero de protagonistas
que habrían de d iscu tir o luchar p o r la Presidencia. Desde Roca,
el Presidente ten d ría p o r lo m enos la prim era palabra —v con fre­
cuencia tam bién la últim a— en lo relativo al sucesor. R oca usó
de su influencia en favor de su co n cuñado, el ex go b ern ad o r de
C órdoba, M iguel Ju árez Celm an. La m ayoría del p artid o lo apoyó
siguiendo las directivas de aquél y la opinión u opción de los
gobernadores y su séquito en casi todas las provincias. Los p arti­
cipantes en el juego p o r el p o d er presidencial eran m uy pocos. La
sucesión de R oca fue u n to rn e o en tre contados candidatos, algunos
de los cuales c re y e ro n p o d er neutralizar a últim o m om ento lo
que R ivera A stengo llamó “el exequator del G e n e ra l” .
R oque Sáenz Peña se encarg ó de sondear el ánim o de Roca
y de inform arse sobre la opinión dom inante en los círculos polí­
ticos de Buenos A ires. E scribió al cordobés Ju árez Celm an que si
p o r un lado la in tención de R oca era apo y arlo com o candidato,
p o r el o tro la opinión de Buenos Aires era opuesta a su candidatura.
T am bién transm itió a Ju árez Celman palabras “casi textuales” de
B artolom é M itre en una reunión de notables de su partido: “ H av
dos hechos en mi vida pública —habría d ich o — que los he consu­
m ado co n tra el voto v la voluntad de mi partido: la idea de la
nacionalidad argentina v la g u erra del Paraguav. Mi adhesión a la
política presidencial en estos m om entos será el tercer acto que
lleve a cabo c o n tra el v o to de los disidentes.” Los disidentes cues­
tionaban la can d id atu ra de Ju árez Celm an. Ése era un p u n to de
posible ru p tu ra , p o rq u e renacía la desconfianza po rteñ a hacia los
triunfad o res de 1880 y las secuelas políticas de aquella revolución.22
E ntend ían que se trabajaba en la misma línea: im poner a un p ro v in ­
ciano para la sucesión presidencial. E sta línea era aceptada fuera
de Buenos Aires. “El In te rio r”, diario de C órdoba, se adelantó a
p ro p o n e r un candidato p o rte ñ o para la .vicepresidencia, rol que
en el sistema p o lítico de la época servía para la negociación, con
el fin de n eu tralizar la resistencia de Buenos Aires: el candidato
era Carlos Pellegrini.
Los convencionales del P.A .N . p o r Buenos Aires proclam aron A rticulación de
la fórm ula
la candidatura de Pellegrini m ientras el debate de las candidaturas del P.A.N.
se to rn ab a encarnizado. La prensa opositora d enunció al oficialismo
p o r “encaram ar parien tes”, refiriéndose no sólo a Juárez Celman
sino a M áxim o Paz, candidato a la g o bernación de Buenos Aires

22 R iv e ra A s te n g o , Agustín, / uárez Celman. Buenos Aires, Kraft, 1944,


págs. 378. 379 v 383.
v tam bién pariente de Roca. El 15 de m arzo de 1886 Pellegrini
escribió a Ju árez Celman que si bien meses atrás había creído co n ­
veniente reservar la vicepresidencia para com binaciones con frac­
ciones contrarias, para entonces se había conv en cido que tales
com binaciones no eran factibles v resolvía aceptar la candidatura
presidencial. En una prim era etapa, m ientras tan to , un secto r del
F'.A.N. apovó al ex g o b ern ad o r de Buenos A ires, D ardo Rocha,
pero la m ayoría del p artid o term inó p o r designar la fórm ula que
los propios protagonistas fueron definiendo: Ju árez C elm an-Carlos
Pellegrini. La A sociación C atólica, fundada p o r José M anuel Es­
trada para co m b atir a los “anticlericales”, levantó la candidatura
de un viejo co n stitu y en te del 53 y presidente de la C orte Suprem a:
José Benjamín G orostiaga. Éste contaba con las sim patías de un Candidatura de
im portante secto r del p artid o N acionalista v quizás con las de Gorostiaga y
B. de lrigoyen.
M itre, salvo lo inform ado p o r R oque Sáenz Peña. A esas candi­ Ocampo-García

daturas añadióse la de B ernardo de lrig o y en . Pero la m ultiplicación


de las candidaturas opositoras a la fórm ula del P.A .N . term inó por
favorecer al oficialism o. R endido M itre a la política de R oca v
conocido el acuerdo de Pellegrini, la lucha electoral se definió
de antem ano. La oposición realizó un últim o gesto desesperado en
to rn o de las candidaturas de M anuel O cam po v Rafael G arcía,
pero fue d errotada sin atenuantes.'-*
La circulación presidencial d e n tro del P.A .N . siguió el curso
calculado p o r Roca, quien hizo n o tar a su pariente v sucesor las
condiciones en que dejaba el m ando: “Os transm ito el p o der con
la R epública más rica, más fuerte, más vasta, con más cré d ito v
con más am or a la estabilidad, v más serenos v halagüeños hori­
zontes que cuando la recibí v o .” Si “quien era el jefe del P.A .N .,
era el único en condiciones de re p a rtirlo ”, lo que había transm itido
Roca era en realidad la titu larid ad del gobierno, pero no el poder
sobre el partido. Y esta sutil distinción, que im plicaba condiciones
para el apovo p olítico de R oca v sus seguidores, llevó consigo el
germ en de una crisis abonada p o r factores com plejos v ajenos al
sistema interno del autonom ism o nacional.
Con el triu n fo de Ju árez Celm an sobrevino el desalojo de los El Unicato

“viejos” de im portantes posiciones oficiales. El Presidente asumió


la jefatura del Partido A utonom ista N acional com o “ jefe ún ico ”,
dio lugar al desarrollo del “ juarism o” v discutió a los otros nota-

- :1 Votaron 23? electores: I68 para Juárez Celman y 32 para Manuel


O cam po para la presidencia; v I79 para Pellegrini v 28 para Rafael García
para la vicepresidencia.
bles el dom inio de tod o s los hilos de la situación. El régim en de
clausura política de esta nueva oligarquía d e n tro del sistema dom i­
nante llegó a te n e r su p ro p io nom bre: el “ U n ic ato ” . Se habían
alterado seriam ente las reglas de juego d e n tro del P.A .N . re o r­
ganizado p o r el roquism o. La discordia p ro d u jo una fisura sin la
cual no se p o d rían in te rp re ta r los factores actuantes y los sinuosos
desplazam ientos que culm in aro n en la crisis del 90. Para los p o r­
teños, además, la presencia de Ju árez Celm an significó que el cen ­
tro del p o d e r se había desplazado nuevam ente hacia C órdoba
m erced a la acción del “u n g id o ”. Se sum aban factores de conflicto
den tro y fuera del p artid o hegem ónico.
Los hom bres del régim en eran liberales, p ero no eran dem ó- V¡b|ra|Utocrac'a
cratas. In tegraban la sociedad de notables cu y a fisonom ía se ha
descripto, pero las creencias públicas en sus p rácticas y en sus
valores estaban ya en crisis. Ju árez Celm an rep resentó el p u n to
crítico del tránsito. F re n te al cam bio del am biente político, Juárez
Celm an se recluía en definiciones consoladoras y trataba de esta­
blecer diferencias y m arcar distancias:
El p o lítico se diferencia sustancialm ente del politiquero
—escribe entonces—. El prim ero se p rep ara para la vida
pública com o se p repara to d o hom bre para la profesión
q ue ha e s c o g id o . . . El politiquero, p o r el co n trario , em ­
p ren d e su carrera con bagaje liviano, im itando al co rred o r
antiguo que se despojaba de to d o peso inútil al em prender
su hazaña. El politiq u ero no necesita sino agradar a la
m ayoría de sus electores, ni precisa pro fesar principios,
pues sabe que la m itad más uno tiene razón sie m p re ..-.
¿Era una descripción o una autojustificación? A dvertía la
existencia de una nueva clase política que operaba en un lugar
diferente del club, del círcu lo , del lugar arcano donde se desig­
naban p o r acuerdo los candidatos. Sin deliberación, pero con no
disim ulado desprecio, estaba describiendo el am biente v el m odo
de operar de fuerzas políticas en form ación. La “clase de los poli­
tiqueros”, com o él la llamaba, se m antenía “en co n tac to diario con
el pueblo p o r m edio de los com ités electorales —su cam po de
acción— y form a u n ejército que m archa a la v ictoria y se prepara,
si no nos ponem os en guardia, a apoderarse de la R epública” . Los
com ités eran “el c u a rto p o d er de la R epública” .24 H abía algo de
p ro fètico en el análisis, si se elim inan los juicios de valor.

- 4 R iv e ra A s te n g o , Agustín, oh. cit., pág. 460. F.1 gabinete se formó

1AO
A u tó crata y liberal, Ju árez Celm an expresó con igual fra n ­
queza sus creencias económ icas.

¿Q ue mi adm inistración es m ercantilista? ¿Q ué otra


cosa corresponde hacer al g obierno en las actuales co n d i­
ciones? A A lberdi, el teó rico de nuestras positivas g ra n ­
dezas, se le despreció y vive am argado en el destierro.
R o ca y y o realizam os la prédica inspirada del au to r de las
Bases . . . ¡Seré el Presidente de la Inm igración! Las clases
conservadoras, las viejas familias patricias, esos núcleos que
han vivido en una paz colonial, gozando plácidam ente de
norm as sociales en desuso, m e com baten p o rq u e no me
entienden. A caso les esté salvando el patrim onio de sus
nietos. Sus tierras estériles serán p o r la colonización, por
los ferrocarriles, p o r las obras hidráulicas, p o r los puentes
y las carreteras, predios de p roducción.
C onservador liberal, en el estilo de la época, en cu an to al
papel del E stado estaba co nvencido que “ la industria privada cons­
tru y e y explota sus obras co n más p ro n titu d y econom ía que los
gobiernos, p o rq u e no se e n cu en tra trabada com o éstos p o r la
lim itación de los presupuestos y p o r las form alidades legales que
im piden ap ro v ech ar los m om entos o p o rtu n o s y to m ar con rapidez
disposiciones convenientes” .
E l cu ad ro económ ico y social del país, d escripto en sus rasgos
principales, más definidos desde la adm inistración de R oca, m os­
trab a los cam bios operados en la dem ografía, las m odificaciones
en la ganadería —diversificaba la p ro d u cció n del cam po, cría del
ovino con lana de calidad—, el surgim iento de una agricultura
extensiva en el litoral —al filo del 90 la ag ricu ltu ra cu b rió el 14,1 %
de las exportaciones—, el p ro b lem a de la tierra agravado p o r el
latifundio, el nacim iento de las industrias de transform ación, la
desordenada y dinám ica p o lítica ferroviaria, la presencia dom i­
nante del capital extranjero. D atos relevantes, p ero tam bién poli­
valentes.
E l gobierno juarista acen tu ó el claroscuro. H acia 1888 se Economías
cultivaban casi 2.400.000 hectáreas y había en los cam pos 23 mi- especificas
llones de cabezas de ganado vacuno, 70 de lanares y 4 y m edio de
equinos. Sin em bargo, la especulación con la tierra y en la Bolsa
de C om ercio hacía tre p id a r las bases financieras, la balanza de

al principio con Eduardo W ilde en Interior; N o rb erto Q uirno Costa en


Relaciones Exteriores; W enceslao Pacheco en H acienda; Filemón Posse en
Justicia e Instrucción Pública y el general E duardo Racedo en G uerra y
¡Vlarina.
D e s a rro llo d e la red fe rro v ia ria a rg e n tin a a p a rtir de 1870.
pagos era francam ente desfavorable v las transacciones con bienes
raíces que en 1885 habían sum ado 85 millones de pesos, llegaron
a 300 millones c u atro años más tarde. La deuda pública, que llegaba
a más de 117 millones de pesos o ro en 1886, se trip licó , casi hacia
el 90, con cerca de 356 millones.
Dos tem as c o n c e n tra ro n la crítica opositora v las ad v erten ­ Política
ferroviaria
cias de algunos técnicos en relación con la econom ía: la lev de y Bancos
garantidos
bancos garantidos v la política ferroviaria. La prim era, p royectada
p o r Pacheco, establecía en su a rtíc u lo prim ero que “toda c o rp o ­
ración o toda sociedad con stitu id a para hacer operaciones banca­
das p o drá establecer en cu alquier ciudad o pueblo de la R epública
bancos de depósitos o descuentos, con facultad para e m itir billetes,
garantidos con fondos públicos nacionales” . La fórm ula elegida
para hacer fren te al desordenado crecim iento económ ico era vul­
nerable: com o algunos p rev iero n , se instalaron Bancos en todos los
centros urbanos de gran d e o relativa im portancia. Bancos nacio­
nales y privados em itieron m oneda, el circu lan te se duplicó en
poco tiem po y el signo m on etario —191 clases de m onedas d iferen ­
tes entre 1887 y 1894— expresó a su m odo el d esconcierto de la
co nducción económ ica.
El o tro tem a crític o fue la política ferroviaria. Fiel a sus
concepciones económ icas v a una suerte de sim plificación spence-
riana,25 Ju árez Celm an perm itió la venta indiscrim inada de los
ferrocarriles y la d istribución de concesiones a em presas privadas
a fin de evitar que el E stado tuviese o tra intervención que la mera
vigilancia de la econom ía v las vías férreas se extendiesen. La venta
del ferro carril andino fue justificada no sólo p o r razones de co n ­
veniencia económ ica, sino de coherencia doctrinaria, según surge
del mensaje al C ongreso de 1887. El criterio de Ju árez Celm an era
la “privatización” allí d onde pudiera darse. Los cuyanos em p ren ­
dieron una crítica cáustica c o n tra lo que llam aron la “explotación
descarada” de “T h e G re a t W e ste rn A rgentine R ailw av ” a través
de sus tarifas. “ El D eb ate” en M endoza v “El N acio n al” en Buenos
A ires llevaron adelante una cam paña antibritánica a raíz de los
abusos. Las concesiones ferroviarias se o to rg a ro n a granel, espe­
cialm ente en el perío d o 1886-1888. T a n to la política de los
“Bancos garantidos” com o la de los “ferrocarriles g arantidos” fue
atacada y A ristóbulo del V alle puso de relieve en qué medida

25 C u c c o re s e , H oracio Juan, H istoria de los ferrocarriles argentinos.


Buenos Aires, M acchi, 1969, págs. 71, 77 y 88. V er también entre otros, Raúl
Scalabrini O rtiz, H istoria de los ferrocarriles argentinos. Buenos Aires, 1957.
gravaba el tesoro nacional, favorecía con exceso los intereses p ri­
vados y co n trib u ía a la co rru p ció n . La expresión “ infierno fe rro ­
viario” que em plea Ferns se entiende, a su vez, m ejor en ese
contexto. S urgió a raíz de una intención loable —c u b rir el país de
vías férreas que lo co m unicaran y favorecieran el desarrollo eco ­
nóm ico— pero, sin o rd en ni co n cierto , en tró en el caos y el nego­
ciado, posibilitó la especulación co n las tierras vecinas a las vías
férreas y perm itió que el desarrollo económ ico apareciese com o
“una excusa para au to rizar la co n stru cció n de ferrocarriles donde
los am igos de la adm inistración deseaban que se co n stru y e ra n ” . U n
año después de aquel m ensaje, el p ro p io Ju árez Celm an se quejaba
de las “exacciones” que el E stado padecía y c o n tra el fraude en los
libros de contabilidad de m uchas em presas garantidas. Buenas
intenciones, aplicación dogm ática de doctrinas im portadas sin ade­
cuación a nuestra realidad, culpa y dolo se confundían.
Ju árez Celm an se equivocó al sostener que la “no intervención
del E stad o ” en los asuntos económ icos —m ientras, en cam bio, in­
tervenía sin lím ites en el o rd en de lo p o lítico — no traería conse­
cuencias socioeconóm icas y a la p ostre políticas. T am b ién la om i­
sión era una form a de decisión. Y si las autoridades hacionales v
provinciales h icieron m u y p o c o p ara dirig ir la econom ía en tiem ­
pos de prosperidad, la carencia de planes o de co n d u cció n positiva
deliberada alentaron condiciones negativas cuando llegaron tiem ­
pos de crisis. Incluso se afirm aro n los rasgos de la dualidad regional
argentina. La conquista del desierto y la inm igración favorecieron
una suerte de “revolución en las pam pas” en térm inos económ icos,
p ero desde el p u n to de vista social aquéllas se m antuvieron fuera
de la N ació n “com o una región explotada pero no poseída” .28 El
ag ricu lto r tu v o poca o ninguna influencia p o lítica, y sólo los g ran ­
des terraten ien tes co n intereses agropecuarios se organizaron en
un g ru p o de presión significativo: la Sociedad R ural.
E l co m p o rtam ien to de Ju árez C elm an m otivó el recru d eci- La crisis
m iento de la crítica opositora, afirm ó la cohesión de los católicos
c o n tra las reform as liberales que proseguían, y definió las posi­
ciones de aliados y adversarios d e n tro y fuera del P artid o A u to ­
nom ista N acional. E l U n icato engen d ró sus “incondicionales” , que
ocupaban los m ejores puestos de la A dm inistración y aspiraban
a un fu tu ro de m ay o r p o d er. U n o de aquéllos, señalado con sus
29 años sucesor presidencial, trad u cía en sus apreciaciones el espe­

2 8 S c o b i e , James R., R evolu ción en las pampas. H istoria social d el trigo


argentino. 1860-1910. Buenos Aires, Solar-H achette.
jismo que distorsionaba la visión de los actores próxim os al Presi­
dente. Según R am ón J. C árcano, en efecto, el Presidente “contaba
con las ocho décim as partes de las fuerzas electorales dom inantes
en el país” .
El U nicato había llevado a Ju árez Celm an al enclaustram iento
político, le había restado aliados v m ultiplicado adversarios den tro
v fuera del P artido, y su estilo au to crático liberal pro p ició una
política conventual cerrada a las advertencias, a las críticas y a los
cam bios de la realidad. “ N u e stro país es tan rico v posee tanta
vitalidad que no lo detienen en su p rogreso ni los m ayores desacier­
tos de sus d irecto res”,27 escribía José C. Paz a M iguel Cañé. Esta
creencia, que los argentinos cultiv aro n con persistencia singular
desde los años 80, iba a pasar una prueba difícil.
La banca internacional com enzó a suspender el crédito. Las
am ortizaciones en el exterior, los gastos v los intereses superaban
el m onto de fondos del m ism o origen. De p ro n to , pues, el país
apareció en situación de b ancarrota. El g obierno intentó vender
24.000 leguas de tierras fiscales de la Patagonia v además hizo
“ ideología” para justificarse: “ ¿no es m ejor que esas tierras las
explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuel-
che?”, decía Ju árez Celm an, sin plantearse siquiera el problem a de
cóm o haría para co n v en cer al “ enérgico sajón” que había m ejores
m otivos para so p o rtar los vientos de la Patagonia que hacer fortuna
cerca del p u e rto bonaerense.
La crisis económ ica era acom pañada por la crisis social v daba
perfiles más claros a la crítica ética co n tra el desenfreno v el
m aterialism o. A aquéllas se une la crítica política de la oposición.
“ La N ac ió n ” señalaba en 1888 “casos de m enores y em pleados de
ochenta pesos de sueldo que adeudan a los co rred o res de Bolsa
saldos de cien mil p e s o s . . . ” En 1890 hacía el in ventario de casos
de co rru p ció n , el aum ento en el costo de la vida, la m ultiplicación
de las quiebras v el pánico que se difundía en los m edios econó­
micos. El exceso de p o d er del U nicato es d em ostrado a través de
la intolerancia presidencial hacia los gobiernos provinciales dís­
colos. A m brosio O lm os, de C órdoba, adicto a Roca, fue destituido
p o r juicio político; Posse, en T u c u m á n v Benegas, en M endoza,
derribados p o r rebeliones. Las “situaciones” provinciales eran do­
minadas p o r el P residente, rodeado p o r un am biente cortesano que
cultivaban sus “incondicionales” —Lucas A v arrag arav, Benjamín

S a e n z H a yes, Ricardo, ob. cit.


L a c r i s is d e l 9 0 t e r m i n ó c o n
la a u t o c r a c i a l i b e r a l d e J u á ­
r e z C e lm a n , p e ro no c o n e l
d o m in io del P. A. N . (P a rtid o A u­
to n o m is ta N a c io n a l) y de los n o ­
ta b le s , q u e en los m o m e n to s de
c ris is s u p e ra b a n las d is ta n c ia s
p e rso n a le s a tra v é s de la " p o líti­
ca del a c u e rd o ” . [M itin del J ar­
dín Flo rid a o rg a n iza d o por la
U n ió n C ívica de la J u v e n tu d , se­
gún un d ib u jo de la ép o c a .]

Yillanueva, José N . M atienzo, Ram ón J. C árcano, v o tro s—. La


crisis estaba a p u n to de estallar.
Los “ incondicionales” se declararon tales en un banquete de
adhesión al Presidente el 20 de agosto de 1889. El mismo día Fran- La oposición
cisco A. B arroetaveña publicó en “ La N a c ió n ” un artícu lo que
tuvo la op o rtu n id ad de lo necesario: “T u q u oque juventud. En
tropel al éxito”, donde ridiculizaba a los incondicionales v convo­
caba en la oposición a la juventud independiente. Se estaba discu­
tiendo la sucesión de Ju árez Celman cuando faltaban aún tres años
para term in ar el perío d o constitucional, v circulaban va candi­
daturas: Roca, Pellegrini, v el D ire c to r de C orreos v joven “ in­
condicional” R am ón J. C árcano.
A com ienzos del 90 se cernía sobre el g o b ierno de Juárez
Celman la to rm en ta económ ica, financiera, política, ideológica v
social. A ristóbulo del Valle escribía a M iguel Cañé en m arzo que
las cosas iban “de mal en peor en todo sen tid o ” v que la única
esperanza era la renuncia de Ju árez y el cam bio fundam ental de
la m archa del gobierno. Sin em bargo, no advertía signos de una
reacción m oral v colectiva. F.1 trib u n o pasaba p o r un período de
desazón:

ir
N o s hemos dejado ro b ar hasta que nos han dejado en
cueros y llegarem os a so p o rtar el ham bre sin acordarnos
que som os hom bres y ciudadanos. N o hay diez juariztas
en Buenos A ires y si tú llamaras a la plaza al pueblo para
que vote o para que pelee no se reunirían cincuenta op o ­
sitores espontáneam ente. Les hablas de elecciones: para
qué nos vamos a p o n er en ridículo, te contestan. Les ha­
blas de revolución y te p reg u n tan si cuentas con el e jér­
cito . . .28
Sin em bargo, C añé advertía contradicciones notorias entre las
m anifestaciones de del V alle y sus trabajos de co n sp irad o r; entre su
escepticism o respecto del estado de la opinión pública y el resul­
tado del m itin en el Ja rd ín F lorida del 1*? de setiem bre de 1889 en
el que habían estado presentes del Valle, V icen te F. López, Pedro
G o y en a y L eandro N . A lem convocados p o r la “ U nión Cívica
de la J u v e n tu d ” que, com o había previsto uno de sus anim adores
—F rancisco B arroetaveña—, generó la U nión Cívica?" C añé no se
engañaba. Poco m enos de un mes después recibía o tra carta de
del V alle, escrita luego del fam oso m itin del 13 de abril de 1890 en
el F ro n tó n Buenos A ires, donde más de diez mil personas —cifra
im p o rtan te para una reu n ió n política de la época— testim oniaron
la con stitu ció n definitiva de la U .C. Parece o tro el que escribe.
V alle atrib u ía a los clam ores de la opinión y a la proxim idad del
m itin la caída del m inisterio de Ju árez C elm an, ocu rrid a el día
an terio r a la reunión p opular. N o sólo ren u n ció el gabinete, sino
que a proposición de Pellegrini, R oca y C árcano re tiraro n sus
candidaturas. Del V alle rescataba al “G rin g o ” —así llam aban a Pe­
llegrini— de tanta especulación:
Roca se ha ejecutado con bastante buena voluntad apa­
ren te y C árcano c o n tra to d o su q u e re r y el de sus amigos;
en cu an to al G rin g o creo que se ha m ovido p o r un senti­
m iento p atrió tico y para salir de una situación difícil. V eía
llegar la revolución y no sabía qué hacer. ¿Con el gobier­
no? Bien sabe oue son unos bribones. ¿Con la oposición?
Sería tachado de traid o r. Más vale salvar al país de una

28 S á e n z H ay es , R ic a rd o , ob. cit., p á g . 382.


28 Los porm enores de la creación de la U nión Cívica pueden leerse en
U nión Cívica. Su origen, organización y tendencia. Publicación “oficial”,
Buenos Aires, Ladenberger y Conte, 1890. El tono y clima de la crítica
opositora la da de entrada Francisco Ramos M ejía en la introducción: “La
U. C., ¿qué es?; —comienza— M ovimiento de indignación, grito de dolor, de
rabia, de asco, y de vergüenza; maldición que un pueblo entero arrojó a la
faz de un m andatario infiel . . . ”
agitación arm ada v ap arecer sacrificando am biciones legí- •
rimas en bien de to d o s.’"'
¿Cuáles eran los móviles de Pellegrini, quien advertía la rebe­
lión incontenible v se p ro p o n ía pacificar los ánim os para no perd er
el dom inio de la situación? A ristóbulo del V alle dudaba, a pesar de
que antes lo había d efendido sin vacilar: “si se quedaba con Juárez,
a quien en el fo n d o del alma desprecia, jugaba su p o rvenir en
beneficio de C árcano o de cualquier o tro cordobés. R eproducción
del año SO . . . ” ¿Cuáles eran las intenciones de Roca? N ada traspa­
rentes p o r cierto. “Su plan consistía en esperar a que Juárez tu ­
viera el agua al cuello para im ponerle condiciones y ser el árb itro
de la situ ació n ”. Los m ovim ientos de R oca intrigaban. Desde la
oposición se le tem ía más que al p ropio Presidente. La sinceridad
de A ristóbulo del Valle era reflejo fiel de una sensación colectiva.
Al p rom ediar el 90, la conspiración era un hecho. El gobierno La caída
no tuvo dificultades en reu n ir datos que luego gravitaron en el
desarrollo de los acontecim ientos. U n m avor Palma habría delatado
el estallido de la revolución “tres días antes del 21 de julio, que
era la fecha prim eram ente fijada, v el general Cam pos, jefe m ilitar
de la revolución, fue arrestado e incom unicado en el cuartel del
batallón 10 de in fan tería” ."' El jefe de policía Capdevila recibió
inform ación sobre los com plotados. El m inistro de G u erra, N icolás
Levalle, reunió a los jefes m ilitares para sondear su disposición
respecto del gobierno. Se c o n c e n tró en la Capital una fuerza de
siete mil hom bres v se buscaba a los jefes m ilitares de la conspira­
ción. D en tro de las filas del ejército se organizó una logia m ilitar
con 33 juram entados pertenecientes a distintas unidades, co n stitu i­
da en casa del entonces subteniente José Félix U rib u ru . La logia
se dispuso actu ar en favor del m ovim iento cívico “ para defender
las libertades públicas co m o ciudadanos v com o soldados de un
pueblo libre, para quienes la C onstitución era la lev suprem a de la
tie rra ” . En los m edios civiles se discutía la form ación de un “g o ­
bierno provisional” . En una reunión con jefes m ilitares, la m ayoría
se decidió p o r L eandro N . A lem para la presidencia v p o r ¡Mariano
Dem aría para la vicepresidencia. H ipólito Y rigoven fue designado
para la jefatura de policía. F.ntre los presentes, el general Cam pos

S áknz H a y k s , R icardo, oh. cit., p ágs. 310 a 385.

1,1 Lisandro de la Torre a tlv ira Aldao de Díaz, en carta del 17 de


mayo de 1937 donde relata porm enores de la revolución. C onfr. Julio A.
N oble, Cien años, dos vidas, Kditorial Bases, Buenos Aires, 1960. T om o i,
págs. 393 a 396.

1 17
y el coronel Figueroa votaron p o r (Mitre. Este d ato es im portante
en lo relativo a Cam pos, pues Lisandro de la T o rre evocará los
sucesos m uchos años después y explicará la defección del general
Cam pos en la cond u cció n de las operaciones del Parque desde las
filas revolucionarias, a p a rtir del m om ento en que se habrían im­
puesto soluciones que im pedirían un cam bio p acífico v deliberado,
v p o r lo tan to co n d u cirían al enfrentam iento arm ado hasta un
pu n to sin reto rn o . Según la in terp retació n de de la T o rre , Campos
V R oca pensaban en la candidatura de M itre, viable m ientras en
el “gobierno provisional” de los revolucionarios se hubiera elegido
a aquél o a L ucio V. López, e im pensable al elegirse a A lem .3-
La estru ctu ra del m ovim iento cívico-m ilitar era, pues, hetero ­
génea, su p rogram a difuso v su organización deficiente. El 17 de
julio los com plotados se reunieron para fijar la fecha del levanta­
m iento. En p rincipio se fijó el 21 de julio. El arresto de Cam pos
V la delación de Palma obligaron a suspender el m ovim iento. Éste
pareció desarticularse con el traslado dispuesto p o r Levalle de
diversos oficiales a destinos distantes, p o r él desplazam iento de
batallones fieles sobre o tro s sospechosos v p o r la estricta vigilancia
policial de la ciudad. El aparato represivo del g o b ierno se puso en
m archa para n eutralizar la revolución. Cam pos, m ie n tra s' tanto,
recibía la visita de com plotados v de amigos, que duraban cinco
m inutos en cada caso. De p ro n to lo visitó R oca: estuvo a solas con
él cerca de una hora. Visita decisiva y escrutable sólo p o r presun­
ciones: C am pos fue sorpresivam ente liberado, la revolución se re­
solvió el 25 v estalló en la m adrugada del 26 de julio. A las 4 de
la m añana, pequeñas fuerzas de com plotados se dirigieron hacia
el Parque de A rtillería —em plazado donde h ov se encuentra el
Palacio de Justicia—; una colum na era encabezada p o r el c o ro ­
nel Figueroa —que tam bién había escapado de sus custodios—,
p o r el teniente Señorans, p o r el subteniente U rib u ru v p o r los
civiles del Valle, L ucio V. López e H ip ó lito Y rigoyen. O tra co ­
lum na de cu atro cien to s civiles llevaba a la cabeza a L eandro N .
Alem . A la colum na de F igueroa se in co rp o ró el general Cam pos,
con el 10 de Infantería, a la altura de la R ecoleta. C erca de mil
hom bres iban hacia el Parque, donde p ro n to reinaría cierta n er­
viosa algazara de gente cu b ierta con un sím bolo provisorio adqui­
rido en una tienda cercana: boinas blancas. Pero el m ovim iento

82 Lisandro de la T orre, carta citada, en Julio A. N ob le, ob cit., tom o i,


págs. 396 y 397.

T I O
revolucionario, recuerda de la T o rre , se paralizó una vez llegado
al Parque, “e rro r que determ in ó la d erro ta".
La suspicacia es odiosa —escribe Lisandro de la T o r r e -
p ero no es posible aceptar, así no más, que lo inexplicable
sea casual v que los historiadores en vez de explicarlo lo
desdeñen. Ñ o se trata tam poco de excluir los móviles ele­
vados v desinteresados. Podría haber tenido allí com ienzo
lo que seis meses después se exteriorizó con el nom bre de
solución nacional para suprim ir la lucha. El hecho es
que . . . el jefe m ilitar resolvió apartarse del plan conve­
nido que consistía en atacar a ¡as fuerzas del gobierno
apenas estuviera term inada la co n cen tración de las tropas
revolucionarias en la Plaza Lavalle. En vez de hacerlo, se
dispuso intim arles rendición p o r m edio de notas que lle­
varon a los respectivos cuarteles em isarios civiles. Se o r­
denó en seguida que la tropa “ch u rrasq u eara” v m ientras
llegaba la carne se tocó el him no nacional. Y esas vacila­
ciones no tenían su origen, sin duda, en que al general
Cam pos le faltara valor para a ta c a r . •. ,:1:l
Las fuerzas del g obierno, m ientras tan to , contaban con la c o n ­
ducción enérgica y eficaz de Levalle v Pellegrini, buena inform a­
ción sobre los sucesos v la m ano férrea del jefe de Policía C apde-
vila. M ientras en el Parque el jefe m ilitar de la revolución esperaba
del o tro lado “ algo que no sucedió” y surgían desinteligencias v
disputas en tre los co n d u cto res civiles v m ilitares, el gobierno actúa
con frialdad v cada uno asume su papel: Ju árez Celm an es enviado
a Cam pana; en R etiro, con la presencia de Roca v del vicepresi­
dente Pellegrini, se celebra un acuerdo de m inistros. En el m om ento
de las decisiones. Roca aparece al frente del g ru p o v Pellegrini con
Levalle a la cabeza de la represión. El V icepresidente tom ó el m an­
do político v el m inistro de G u e rra el m ando m ilitar. A prueban un
plan de ataque del coronel G arm endia. Al ano checer se cuentan
ciento cincuenta m uertos v más de trescientos heridos. El Presi­
dente vuelve a la casa de g obierno v com isiones m ediadoras que
integran R oca, Pellegrini, R ocha, Alem v del Valle pactan una tre ­
gua para posibilitar un acuerdo. La revolución, perdida la ocasión de “ El triu n fo
y la victoria
la sorpresa, había fracasado, pero el g obierno estaba, según la g rá­ llo ra n ". (Byron)

fica expresión del senador Pizarro, m uerto; había p erdido toda


“autoridad m oral”. Pizarro, senador oficialista pero no incondicio­
nal, realiza aún el gesto con que culm ina su crítica dem oledora:
renuncia a su banca en el Senado. El C ongreso es el ep icentro de
as Lisandro de la Forre, carta citada, en N oble, ob. cit ., tom o i, pág. 395.
los sucesos posteriores a la revolución del Parque. El 3 de agosto,
Pellegrini y Levalle se reú n en en la casa de g o b iern o con el Presi­
dente. El secto r autonom ista nacional preparaba, m ientras tanto,
una presentación al Presidente: “su renuncia es el único cam ino
constitucional para salvar al país del peligro que lo amenaza . . . ”
C uando se reunían las firm as para rem itir la carta a Juárez Celm an,
llega su renuncia.34 El 6 de agosto de 1890, la renuncia es aceptada
p o r 61 votos c o n tra 22. Las calles porteñas celebran la caída del
Presidente: “ ¡Ya se fue, ya se fue, el b u rrito co rd o b és!” U n triste
final para una autocracia soberbia e im popular.
M ejor d ecir “ la crisis del 90”, que calificar los hechos com o La lección
de los hechos:
una revolución. La p érdida de recursos políticos p o r parte de una revolución
frustrada
Juárez Celm an fue co nstante v sin pausa. Si se exploran los factores
decisivos de la época, la com p ro b ació n de la carencia de apoyos
parece clara. La política soberbia de Ju árez Celm an v su intención El poder
político
de afirm ar el U n icato so rtean d o las reglas im plícitas del g ru p o
gobernan te, le hicieron p e rd e r el apoyo del P .A .N . —que respon­
dería a R oca y Pellegrini— y de la m ayoría de los gobernadores.
R oca confesaría en carta a G a rc ía M erou —fechada el 23 de setiem -

:44 Los escritos en to rno de la crisis son numerosos. A parte de la


publicación de la Unión Cívica ya citada en nota 29, conviene leer El N o ­
venta, de Juan Balestra, que representa una visión simétrica respecto de
aquélla. Una excelente reseña bibliográfica, así como el aporte de intérpretes
de distintas posiciones políticas e ideológicas se en cu en tra.en el n9 1 de la
Revista “H istoria”, Buenos Aires, dirigida por Enrique M. Barba, titulado
“La Crisis del 90”. Los libros citados de Ricardo Saenz H ayes y Julio A.
N oble contienen correspondencia hecha pública por primera vez y de im­
portancia singular para interpretar a los protagonistas, su com portam iento
a m enudo confuso y aparentem ente inescrutable y las interpretaciones que
los rodearon en su tiempo. U na crónica sugestiva es la de Jackal y las ano­
taciones que hace D emaría en un ejem plar de dicho libro y que publica
N oble —ob. cit., págs. 400 a 405—, en las que considera, por ejemplo, a Mitre
“más bien opuesto a la revolución”, mientras de la T o rre muestra a Campos
(revolucionario) y a Roca (oficialista) proclives a un acuerdo que llevara
a M itre a la presidencia, lo que al cabo se intentó y provocó la escisión de
la U . C. El testimonio parcial, pero con una crónica de los sucesos suficiente­
mente detallada com o para m erecer una prolija lectura, es La R evolución (Su
crónica detallada, antecedentes y consecuencias) de José M. Mendia (Jackal),
publicado en la im prenta de M endia y M artínez en el mismo año de 1890,
en dos pequeños tomos. En el prim er tom o consta la lista de los “jefes y
oficiales de la revolución”, que incluye tres generales, ocho coroneles, cuatro
tenientes coroneles, trece mayores, diecinueve capitanes, cinco ayudantes del
general en jefe (M anuel J. C am pos), dieciséis tenientes, diez subtenientes, to ­
dos de distintas unidades y de la Logia, y luego oficiales de las regimientos l9
de A rtillería; l 9, 49, 59 y 69, 99 y 109 de Infantería y Batallón de Ingenieros.
En total, 175 oficiales del Ejército. A ellos el autor añade 44 oficiales de la
Marina encabezados oor el teniente de navio Eduardo O ’Connor.
E n el debate en to rn o de la renuncia del presidente Ju á re z Celm an,
M an silla d ijo en el C o n greso en tre o tras cosas: “ E s la prim era vez que el
pu eblo argentino, legítim am ente representado, se reúne para tom ar en con -
bre de 1890 y publicada p o r prim era vez p o r Sáenz H a ves— lo que
sospechaba del Valle:

H a sido una providencia v fo rtu n a grande para la R e­


pública que no hava triu n fad o la revolución ni quedado
victorioso Juárez. Yo vi claro esta solución desde el pri­
m er instante del m ovim iento v me puse a trabajar en ese
sentido. El éxito más com pleto co ro n ó mis esfuerzos v
to d o el país aplaudió el resultado, aunque no todo el m un­
do hava reconocido v visto al au to r principal de la obra.
R oca tem ía no sólo p erd er el dom inio del P artido A utonom ista
N acional sino “el coro n am ien to de A lem ”, lo que parece dar
razón a la in terp retació n de de la T o rre . Carlos Pellegrini, p o r su
parte, quería evitar el ascenso de C árcano v lograr el alejam iento
de Juárez sin el triu n fo de la rebelión. C om o diría más tarde, la
del 90 fue “una revolución ideal en la que triu n fa la autoridad v la
opinión al m ism o tiem po y no deja un g o b iern o de fuerza, com o
todos los gobiernos nacidos de una victoria . .
Ju árez Celm an había com etido un pecado im perdonable para
la clase dirigente de la época: deten er en su persona la circulación
de la élite del P .A .N . A la p ostre, se q u ed ó sin el apoyo de los
notables de su p artid o , v sin la fidelidad de un C ongreso cuva
m ayoría no quería verse arrastrada p o r la previsible caída del
Presidente.
T a m p o c o c o n tó Ju árez Celm an con el p o d er m ilitar. Éste,
representado p o r un hom bre del prestigio v la capacidad de
m ando de N icolás Levalle, perm aneció su bordinado en su m ayoría

sideración la renuncia del prim er magistrado de la República. N o es la


primera vez que las revoluciones derrocan periódicam ente hombres, situa­
ciones o caos; son fechas marcadas en nuestra historia: el año 50, el año 60,
el año 70, el año 80 y el año 90. H ay un mal crónico, hay una enfermedad
nacional que no necesito apuntar pero que no escapará al espíritu trascen­
dental de los que me escuchan. Esa enfermedad reside en la m etrópoli, que
no quiere resignarse a no ejercer la hegemonía política del país. La revolu­
ción es la que derroca í ', ? ¿esidente de la República, y nosotros si aceptamos
esta renuncia, no seremos más que los últimos derrotados de una revolución
que no ha triunfado.” Rocha contesta. Diputados vota en favor de la acep­
tación por 44 a 38. El 6 de agosto, Julio A. Roca, a la sazón a cargo de la
presidencia del Senado, es quien suscribe la nota de aceptación de la renuncia
que se dirige a Juárez, agradeciéndole “los servicios prestados al país”.
Como dato interesante: la arenga del general Levalle a las tropas a poco
ile term inar la lucha, critica a los que desertaron para hacer un “m otín de
cuartel” y aclama al “ejército de la Constitución”, que siguió fiel a las auto­
ridades legales. El autor, p or fin, relata por qué no se detuvo, com o estaba
planeado, a Juárez, Roca y Pellegrini y se . interroga por qué estos últimos
no trataron de im pedir el levantamiento conociendo com o conocían a sus
cabecillas. La respuesta surge del texto.
al gobierno constitucional, p ero no a la persona del Presidente.
El poder m ilitar no- fue, com o tal, un p oder revolucionario; los
com plotados representaban una pequeña —aunque ponderable—
parte de las fuerzas arm adas e invocaban “ la defensa de la Cons­
titu c ió n ”, v algunos de sus cabecillas militares, com o el general
Campos, se co m p o rtaro n de m odo que dieron lugar a in terp reta­
ciones p o r lo menos verosím iles, com o la descripta p o r de la T o rre.
El poder
La crisis económ ica v financiera restó a Juárez Celm an el económico
apoyo del p o d e r económ ico, que perm aneció expectante. D icho
poder económ ico respondería, en cam bio, al llam ado de Pellegrini
a poco de asum ir la Presidencia, mas para Ju árez Celm an consti­
tuyóse en una perm anente fuente de dem andas v no de recursos
de apoyo. U na prueba de ello fue que la ineficiencia de la co n d u c­
ción económ ica juarista, unida a la heterogeneidad de los co m p o ­
nentes del m ovim iento revolucionario, m otivó que éste tuviera
com o adherentes a m iem bros del g ru p o terraten iente, com o M anuel
O cam po —ex presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires,
aunque tam bién candidato vencido p o r Ju árez en el 86—, E rnesto
T o rn q u ist —banquero com o H einm endhal, cuñado de O cam po—,
Carlos Z uberbülher, T o rc u a to de A lvear v otros.
En cuanto al p oder m oral, tanto el religioso com o el ideoló­ El poder
moral
gico estuvieron situados en la crítica cáustica v constante. La
Iglesia Católica y los laicos m ilitantes com o Estrada, G oyena,
D em aría y N evares, m antenían la oposición insobornable de los
tiem pos del roquism o, y en el 90 el g ru p o se transform aría en un
facto r aglutinante v m ultiplicador. La p rotesta cívica contó, ade­
más, con la adhesión de la prensa, que no p u d o c o n tra rre star al
oficialism o con hojas adictas com o “ La A rg en tin a” —donde cola­
boraban E rnesto Q uesada, José del Viso, José N , M atienzo y el
propio Presidente, que redactaba una sección de aforism os titulada
“ V erdades anónim as”—, v “ La R epública”. A m bas fueron n eu tra­
lizadas p o r el peso del periodism o más im portante de la época v
p o r publicaciones satíricas tan temibles com o “ D on Q u ijo te ” v
“El M o squito”, v otras que nacieron estim uladas por la co y u n tu ra,
com o “El látigo", “ El Dr. F arándula”, “ El Farol (Ó rg an o de la
gente de v erg ü en za)”, e tc .35
El m ovim iento o b rero , si bien iba adquiriendo fisonom ía p ro ­
pia en los años 80, no tu v o participación en una rebelión que fue
expresiva, sobre todo, de la burguesía porteña. En la reseña histó­
rica de la U nión Cívica, B arroetaveña describe la com posición del
:Vt K tc h e p a r e b o r d a , Roberto, La ('.risis del 90. Revista “H istoria”, pág. 119.
m itin del Ja rd ín Florida: además de los ‘“p ro -h o m b res de la op o ­
sición” estaba “ la ju v en tu d universitaria de la Capital v represen­
tantes num erosos de la ju v en tu d de las provincias; allí había jóvenes
de las profesiones liberales, abogados, m édicos, ingenieros, del alto
com ercio, de las diversas industrias”. Y o cu p an d o “ciertos palcos
del teatro , los hom bres espectables del p a ís . . .”3#
La revolución se red u jo , pues, a una crisis p rem onitoria. La
élite dirigente tenía aún capacidad de dom inio sobre la situación.
C uando los gestores de la U nión Cívica creían que el régim en
claudicaba, verían aún dos hechos ejem plares: la discordia interna,
que culm inaría en la escisión, y la transferencia del poder al vice­
presidente Carlos Pellegrini. Apenas había com enzado, en realidad,
una guerra cívica de veinte años.

Los ochocientos
días de Pellegrini

M iguel Ju árez Celm an se fue de la Presidencia en m edio de


la soledad política. N u n ca in ten tó salir de ella ni justificarse ante la
crítica. Juan Balestra describió una p arte del c o n to rn o de esa sole­
dad y alguna de sus causas, a veces mezquinas. “ A lgunos por redi- de
m ir la com plicidad pasada con la severidad presente, lo con v irtiero n equilibrio
(a Ju árez C elm an) . . . en la víctim a tradicional del e rro r com ún.
El único en el p o d e r debía ser el único en la c u lp a . Si no era lo
justo, tenía que ser la despiadada lógica del U n icato .” 37 R espon­
sable principal, chivo expiatorio o protagonista atrapado p o r la
lógica interna del régim en, según la perspectiva.
Carlos Pellegrini com enzó “el g obierno del 6 de agosto” —c o ­
mo se decía entonces— con su lucidez característica, más nítida en
m om entos de crisis. Percibió los nuevos peligros de la situación.
D etrás del “ h ech o ” Ju árez Celm an, la A rgentina había cam biado.
Los sucesos del 90 habían tenido algo de las crisis tradicionales
—p o r ejem plo la reacción p o rteñ a fren te a la soberbia del cordobés,
que hizo a del V alle re c o rd a r el 80—, bastante de la influencia del
c o n to rn o internacional, y m u ch o de las nuevas expectativas de una
sociedad nacional en transición. El “G rin g o ” era visto com o un
p o rteño que retom aba el p o d e r presidencial después de veinte años
de gobiern o de hom bres del interior. Pero tam bién había o currido,

30 U nión Cívica, edición citada, págs. xxiv y xxv y Carlos R. Meló,


Los partidos políticos argentinos.
37 B alfstra , Juan, ob. cit., pág. 38.
p o r vez prim era desde Pavón, que un Presidente elegido a la
m anera de entonces no term inaba su perío d o v que la bandera de
la limpieza del sufragio, de la m oralidad política v adm inistrativa
v de una apetencia p o r m av o r participación política m ovilizaba
a la juventud v a casi todos los notables que no estaban en el redu­
cido círcu lo del poder. Y d e n tro de éste se habían producido
defecciones significativas. Pellegrini advirtió, pues, que un equili­
brio sutil se había ro to v que era preciso restablecerlo si no se
quería p erd er el co n tro l del Estado. C onfiaba en que la élite no
hubiera perdido el “sentido del E stado”, así com o la sensibilidad
aunque fuera epidérm ica respecto de los cam bios sociales, que
va no d iscurrían p o r los mismos cam inos, h arto transitados, de
épocas anteriores. A ños después de la crisis del 90 v cuando va
no era Presidente, revelaría u no de los ángulos poco conocidos de
los sucesos, ral com o él los había interpretado:

Aquel triste día que acom pañé al general l.evalle a


c o n ten er con un puñado de soldados fieles, al más form i­
dable p ro n u n ciam ien to que hava presenciado la Capital
V que contaba con la sim patía casi unánim e de aquella
gran ciudad, allí se evitó que sobre los escom bros de todo
p rincipio institucional, de to d o pod er organizado, se le­
vantara una d ictad u ra nacida en un cuartel en m edio de
la tropa sublevada, que hubiera im puesto a todos, com o
única lev, la voluntad de unos pocos, a títu lo de regene­
ración que hubiera co n stitu id o al ejército en árb itro su­
prem o de la bondad v existencia de los poderes, v hacién­
donos retro ced er tres cuartos de siglo, hubiera renovado
a través de idénticas vicisitudes una época funesta de nues­
tra historia.**
In terp retació n curiosa v sugestiva, m ostraba un m ovim iento
cívico-m ilitar com o prolegóm eno potencial de una dictadura cas­
trense. Pellegrini tra d u jo su diagnóstico íntim o de la situación en u n gabinete
laform ación del gabinete: R oca en el m inisterio del In terio r; de coahc'6n
E duardo Costa v José M aría G u tié rre z —dos m itristas— en los de
Relaciones E xteriores v Justicia, C ulto e In strucción Pública, res­
pectivam ente; V icente Fidel López —viejo urquicista vinculado
con la U nión Cívica a través de su hijo Lucio, co m ponente de la
Ju n ta R evolucionaria del P arque— en el m inisterio de H acienda;
el fiel general Levalle, que significaba el ejército subordinado al

:,s C Á rc a n o , M ig u e l Á n g e l, I.a presidencia de Carlos Pellegrini. B uenos


A ires, K u d eh a, 1968. pág . JO. D is c u rs o d e C h iv ilc o v . d e l 17/11/94.

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p o der establecido, en el m inisterio de G u e rra v M arina. U n go­
bierno de coalición, con predom inio p o rte ñ o (C osta, López y
G u tié rre z , además del p ro p io P ellegrini) v la presencia del tucu-
m ano R oca. U n gabinete de viejos “p atricio s” —Costa, 65 años;
López, 75; G u tié rre z , 65—, ju n to a jóvenes dirigentes del P.A .N .
—Pellegrini, 44 años; R oca, 47— y el cin cu en tó n Levalle, que los
conocía desde la g u erra del P araguay v gozaba de la confianza
de casi todos los notables en circulación. Adem ás, la incorporación
del “m itrism o” en la estru ctu ra de p o d e r del autonom ism o nacio­
nal, fue una m aniobra hábil y la gratificación lógica para una acti­
tu d negociadora y reticen te respecto de la revolución p o r parte del
líder del m itrism o, que elim inaba una posible oposición v sería
prem on ito ria de acuerdos políticos posteriores.
Los m oderados del Parque se unían con los “antijuaristas” del
P .A .N .: los notables sabían aliarse en los m om entos críticos v
c o n stru ir una base política v m ilitar para restau rar el equilibrio
perdido.
Creadas las condiciones para restablecer alianzas políticas estra- económ¡caac'6n
tégicas y reim plantado el sistema de com unicaciones d e n tro de la
clase dirigente, Pellegrini se lanzó a conquistar un objetivo económ i­
co inm ediato: salvar al E stado de la b an carro ta. Con V icente López
se dio a la tarea de p re p a ra r una serie de m edidas económ ico-
financieras, luego de haber sondeado con éxito a m iem bros desta­
cados del p o d er económ ico. N o habían cesado las m anifestaciones
de júbilo p o r la renuncia de Ju árez C elm an cu ando Pellegrini se
reunía con un g ru p o de com erciantes, estancieros y banqueros a
quienes reclam ó d ram ático apoyo: la suscripción de un em préstito
a c o rto plazo de q uince millones de pesos para pagar un servicio
de la deuda externa que vencía días después. La respuesta fue
positiva. E n seguida, p re p a ró con López un plan financiero v lo
envió al C ongreso. A utorizaba la emisión de billetes de T esorería
hasta la sum a de sesenta m illones de pesos para cancelar la em i­
sión bancaria, la enajenación de fondos públicos que garantizaban
los del Banco N acional y p ro y ectab a la creación de la Caja de
Conversión. C ancelaba concesiones ferroviarias que no habían sa­
tisfecho las condiciones del c o n tra to y volvía atrás con la oferta
en el m ercado eu ropeo de las 24.000 leguas en la Patagonia. E n tre
setiem bre y o c tu b re el C ongreso había apro b ad o los proyectos,
incluso el de am nistía política y m ilitar que p resentó D ardo Rocha.
P o r cierto tiem po, Pellegrini podía sacar p ro v ech o de los recuerdos
que había dejado Ju árez Celm an. Carlos Ibarguren registró en sus
m em orias la acción de Pellegrini v López en esos meses de gobierno:
. . . pudieron capear el tem poral económ ico con eficaces
v enérgicas m edidas; se co n tu v o el agio v la especulación;
se arregló con un em préstito interno y una emisión la
situación de los bancos p o r m edio del redescuento de sus
valores de cartera; se fu n d ó el Banco de la N ación sin más
capital que un bono em itido p o r el g o b ierno; se creó la
Caja de C onversión que fue la prim era institución regu­
ladora de la circulación en to d o el p a ís . . . se solucionó la
situación con los acreedores del extranjero m ediante una
m oratoria que fue cum plida . . . se estableció el sistema de
los im puestos in te rn o s . . . El cuadro económ ico y finan­
ciero se aclaraba . . .;fll
Pero esa claridad sobrevino luego de difíciles gestiones para
superar conflictos políticos v obstáculos financieros procedentes
del colapso de los principales gestores de los acreedores ingleses:
la casa B aring B rothers. P or eso, M cG an n no vacila en subrayar
el “prim er a c to ” de Pellegrini al asum ir el p o d er com o una res­
puesta a los banqueros ingleses:
Pellegrini rastreó todos los pesos disponibles en el nau­
fragio financiero de la A rgentina y los envió a Inglaterra,
para aten d er las deudas de su país. Las medidas tom adas
p o r Pellegrini d u ran te su m andato, de agosto de 1890 a
o ctu b re de 1892, no restablecieron inm ediatam ente la pros-

g eridad de la A rgentina ni conservaron la asociación con


aring B rothers v Cía., que sucum bió p o r asfixia finan­
ciera, estrangulada p o r los títulos argentinos, pero hicieron
que el créd ito arg en tin o recobrara cierta estim ación en
E uro p a.4"
La Banca R otchschild de L ondres respaldó un em préstito co n ­
solidando una m oratoria de tres años en favor de la A rgentina que
im plicaba el em bargo p rev en tiv o sobre los ingresos aduaneros de
nuestro país. La gravedad del com prom iso hizo vacilar a un “piloto
de to rm en tas” tan avezado v audaz, reco rd ó la reacción de la
opinión pública ante operaciones análogas en el pasado reciente,
y sondeó en los Estados U nidos la posibilidad de una apertura
financiera y económ ica. ¿Era el p rincipio de un cam bio im portante
en las relaciones económ icas internacionales de la A rgentina? Pe-
:!!l I b a r g l r e n , C a rlo s, La H istoria que he vivid o . B u e n o s A ires, P e u se r.
1955, pág. 93.
411 M c G a n n , T ilo m a s , ob. cit.. p á g . 248.
Ilegrini no lo vio así, p ero los norteam ericanos advirtieron la posi­
bilidad de e n tra r p o r la fisura abierta en la subordinación econó­
m ica de la A rgentina respecto de E uropa y , especialm ente, de
Inglaterra, a raíz de la crisis y de la explotación o p o rtu n a de un
estado de opinión antib ritán ico . Pero la fisura no se abrió lo sufi­
ciente, p o rq u e no había en los dirigentes argentinos un propósito
deliberado de cam biar aquellas relaciones; en cam bio. Cañé in fo r­
maba desesperado de la amenaza de una interv en ción económ ica
directa que inten tarían los financistas europeos en las rentas p ú ­
blicas de la A rgentina. Pellegrini no p erdió la cabeza. C um plió
su p arte en la m oratoria y, com o diría más tard e Zeballos, tra n ­
quilizó a los “acreedores sublevados”.
E l país salía lentam ente de su parálisis. Al cabo, “se sem braron La salida
del marasmo
las mieses, creciero n , y E u ro p a c o m p ró ” . La A rg en tina había vuelto
al p u n to de partida. Sus intereses, relaciones y nostalgias no habían
cam biado dem asiado p ara la clase dirigente. C uando en o ctu b re
de 1891 Estanislao S. Zeballos sucedió a Costa en el m inisterio de
Relaciones E xteriores, si bien la crisis no había sido totalm ente
superada, los dirigentes argentinos dem ostraban ten er las cabr./.as
más frías. Con Zeballos había ingresado en el gabinete de Pellegrini
el presidente de la Sociedad R ural v un agudo observador de la
política internacional. El nuevo m inistro sim patizaba con los Es­
tados U nidos, p ero com o la m ayoría de sus com patriotas de la
clase dirigente, participaba del “extrañam iento de E uropa".
G o b ie rn o y oposición eran, luego de la crisis del 90, coali­ Las lineas
políticas
ciones heterogéneas. E n am bas convergían líneas de distinto origen
y se cruzaban alianzas extrañas. Liberales del antiguo autonom ism o
p o rteño coexistían en el g o b iern o con viejos liberales confederados
de cepa ü rquicista; roquistas recelosos convivían con porteños co n ­
fiados en la habilidad de Pellegrini. El m itrism o había en trad o en
la coalición gubernam ental, aunque algunos de sus seguidores mili­
taban en la oposición. Ésta contenía a antiguos federales de las
filas de B ernardo de Irig o y en o a liberales autonom istas y an ti­
clericales com o Alem , ju n to a católicos encabezados p o r Estrada,
Pizarro, G o y en a y los líderes laicos de siem pre.
Pero la línea am igo-enem igo pasaba p o r los m étodos que ha­
brían de em plearse para el acceso al poder, y p o r la adhesión o
resistencia que despertaban hom bres decisivos. T a n to Roca, com o
M itre y Pellegrini coincidían al menos en una cosa: evitar el riesgo
de una ru p tu ra total en tre los notables que llevara la cuestión a un
cotejo electoral. P or o tro lado, así com o M itre v Alem suscitaban
adhesiones, la figura de Roca provocaba recelos en casi rodos los
sectores.
El 17 de enero se reunió en Rosario la C o nvención nacional u n ió n cívica:
, , Mitre-lrigoyen
de la U nión Cívica. C om o m uchos preveían, p roclam o la form ula
presidencial M itre-Irig o v en . El líder del nacionalism o p o rteñ o se
hallaba en E uropa, donde recibía noticias de los sucesos v de las
tendencias de la opinión política. Belisario R oldán le había in fo r­
m ado con bastante anticipación de que su can d id atura era com ­
partida p o r la m ayoría, así com o la m ayoría no quería “ ni oír el
nom bre del general R o ca”. C uando R oldán transm itió a M itre el
resultado de la C onvención, le hizo saber tam bién de sondeos de
Zeballos para una “conciliación”, en los que el am igo de Roca le
inform aba, indirectam ente, que M itre era tam bién un candidato
aceptable para R oca v Pellegrini. Según R oldán —que m antenía
inform ado a M itre de sus im presiones paso a paso v que vuelve
a escribirle al barco donde aquél viajaba de regreso a Buenos
Aires, el “ A lfonso X II”, el 31 de m arzo— “el día de su arribo a
esta ciudad será tam bién el de la proclam ación de su can d id atu ra” .
En ese acto hablaría Alem adhiriendo a M itre y rechazando “todo
avenim iento con los poderes públicos", pues la opinión pública,
“p o r lo menos aquella que más se hace sentir (estab a), pésim am ente
preparada para acep tar .a rre g lo alguno con R oca o Pellegrini” ,
aunqúe am bos p o r su lado habían dejado tra d u c ir su intención de
entenderse con el candidato de la U nión C ívica.41
Las líneas estaban tendidas v la discordia era inm inente en las
filas de la U nión Cívica. Roca había retom ado los hilos para
desarm ar a una peligrosa oposición. Pellegrini, al principio favo­
rable a V icente F. L ópez, se decidió p o r seguir el mismo cam ino
pero neutralizando a Roca. Y Alem se con v ertía en el abanderado
de la “ intransigencia” de los cívicos que p o r prim era vez habían
elegido candidatos en una convención, v no los habían recibido
de un acuerdo p revio de dirigentes o de ligas de gobernadores.
E n todo esto im portaba, n aturalm ente, la posición de M itre. Éste
había anticipado una fórm ula desde E uropa: “solución nacional
para evitar la lucha, o reivindicación de la libertad del sufragio
si ella era negada” . La prim era parte de la fórm ula daba m argen
para el juego de Roca. La segunda para el planteo de Alen). Roca
se adelantó, co n certan d o una entrevista personal con M itre. La
U nión Cívica se estrem eció y tem ió la discordia final cuando se

41 Belisario Roldán a Mitre. Cartas publicadas por Julio A. N ob le,


oh, cit., págs. 414 a 416.
puso en cuestión el nom bre de B ernardo de Irigoven, v el au-
tonom ism o p ropuso el de José E. U rih u ru para la vicepresiden­
cia, un hom bre de sus filas. M itre sabía cuál era la opinión de los
“cívicos” y escuchó las palabras de bienvenida de Alem cuando
regresó a Buenos A ires, p ero tam bién su severa condena a toda
conciliación. Para Alem v la m ayoría de los cívicos, la fórm ula
de la C onvención de R osario debía ser aceptada sin condiciones
p o r el oficialism o. M itre no hizo cuestión de sus recelos hacia el El “ acuerdo”

viejo federal Irigoyen, pero se m antuvo firm e en su posición


negociadora en fav o r de una política que estaba en la lógica in­
terna del proceso p o lític o según las actitudes de los “notables” :
la política del acuerdo.
La crisis no fue inm ediata, pues sucedió a num erosas nego­
ciaciones, p ero estaba en el am biente. En m arzo la tensión política
había vuelto a las calles de Buenos Aires v a los centros políticos
del interior, com o C órdoba. En com icios para senadores triunfan
del V alle y Além. En aquella provincia, en C atam arca v en Santiago
del E stero se p ro d u cen estallidos de rebelión de los cívicos. En
C orrientes la represión es violenta. Si se iba a elecciones, los cívicos
tenían la seguridad de triu n far. Roca v Pellegrini creían lo mismo.
Aquél apura las gestiones. Envía mensajes a los gobernadores para
convencerlos que debía evitarse la lucha electoral. H abía dejado
el m inisterio del In terio r para restablecer su predom inio en el
P.A .N . En la U nión C ívica, un sector acepta el acuerdo. Éste será
el signo de la discordia v de las nuevas alianzas. B ernardo de
írig o y e n apoya a Alem , para quien el acuerdo significaba “ la c o n ­
tinuación del régim en de que han sido víctim as los hom bres inde­
pendientes de la R epública” .
Escisión de
El 26 de junio se realizan dos reuniones paralelas de la U nión la Unión Cívica:
Cívica: una, presidida p o r Bonifacio Lastra, acepta el acuerdo v da U.C.N. y U.CÍ.R.

origen a la U nión C ívica Nacional; la otra, presidida p o r L eandro


N . Alem , subraya la actitu d antiacuerdista e intransigente. A fines
de julio, había nacido uno de los grandes partidos políticos argen­
tinos: la U nión C ívica Radical.
La escisión de los cívicos acerca a los notables v define las
posiciones. La U . C. R. vota una nueva fórm ula presidencial: Ber­
nardo de Irig o y e n -Ju a n M. G arro . La U. C. N . responde aceptando
la renuncia de don B ernardo v proclam ando la fórm ula Bartolom é
M itre-José E varisto U rib u ru . Eso significaba la lucha electoral.
M itre, consecuente con su advertencia, renuncia a la candidatura.
Roca deja la presidencia del P. A. N . v los gobernadores, que ha­
bían “boico tead o " el acu erd o en to rn o de M itre ap arentando lo
co n trario —hecho que tam bién c o n trib u y ó a la decisión de aquél—,
procu raro n retom ar su tradicional influencia electoral. Julio A.
Costa, de Buenos Aires, auspició la candidatura del joven Roque
Sáenz Peña \ desde el in terio r surgió la de Pizarro para la vice­
presidencia. En m edio de la confusión política surgió el partido
“ M odernista” con la adhesión de m uchos independientes y de
gobernadores o tro ra disciplinados por el autonom ism o nacional.
Buenos Aires, C órdoba, Santa Fe, l'.ntre Ríos y C orrientes signi­
ficaban focos de resistencia; a ellos se sum ó la rebelión de los legis­
ladores, que tam bién se oponían al eventual reto rn o de Roca. Y
Alem recogía en el in terio r la im popularidad del acu erdo resu­
m iendo en el C ongreso, aunque im potente para cam biar el curso
de los acontecim ientos, una tesis que revelaba uno de los flancos
vulnerables del régim en político vigente:

l.o que se quiere evitar es la lucha del partido popular


con los g o bernadores v con el oficialism o, que quieren
im pedirle el acceso a los com icios v, p o r consiguiente, se
tem e que la lucha sea ardiente, que esté dispuesto a no
dejarse sojuzgar, p o rq u e el oficialism o le dice: “ O transáis
v aceptáis el p artid o de imposición, o no os dejam os
vo ta r” .4-’

Roca \ M itre reasum en la co n d u cció n de sus fuerzas v van


con listas mixtas a com icios de diputados en feb rero de I «y2. I I
pacto, el ejército de línea \ la policía sirven de co n tex to al triu n fo
oficialista. C uando sólo hav consenso respecto de la candidatura
del vicepresidente L 'riburu, la m ano maestra del “z o rro ” Roca El segundo
acuerdo:
neutraliza el avance ap arentem ente peligroso de R oque Sáenz Peña: Luis Sáenz Peña-
José E U riburu
convence a su padre, el m inistro de la C o rte Suprem a, Luis Sáenz
Peña, que debe acep tar la candid atu ra de conciliación.4'1 Roca cree
haber ganado la partida: R oque Sáenz Peña no en frentará a su
padre. M ientras tanto, las rebeliones se sucedían y los cívicos

4- Citado por Julio A. N ob le, oh. cit.,pág. 433.


1:1 Ai.i.k\uk, Andrés, Mitre , tim a y lapolítica ¡leí A cuerdo. Boletín
de la A. N . de la H., tom o xxx, Buenos Aires, 1959, pág. 227 v Cíellv y Obes
en Historia Argentina dirigida por R. I.evillier, tom o i\, pág. 3150, niegan la
interpretación “mezquina" de que don l uis aceptó neutralizar a Roque, pues
éste y el “modernismo" no tenían fuerza en el interior, dom inado por el
P. A. N . Sin embargo, habida cuenta de las maniobras que se operaban v
de la situación crítica del P. A N ., del Congreso v de las situaciones pro­
vinciales, la interpretación dista de ser mezquina para ser, sencillamente,
posible.
radicales habían com enzado su larga tray ecto ria conspirativa. Los
com icios presidenciales se aproxim aban en m edio de un clima de
tensión creciente. E ntonces, Pellegrini resuelve actu ar v lo hace
con dureza: m anda d eten er a todos los jefes radicales m enos a
H ip ó lito Y rig o y en .44 Alem , M olina, B arroetaveña, Liliedal, Cas­
tellanos, Saldías, van a prisión junto con m ilitares sospechosos de
sublevación a b o rd o de “La A rg en tin a” . Se clausuran periódicos
y revistas satíricas y se dispone el estado de sitio. C uando llega el
día de las elecciones, la fórm ula del acu erd o está sola: la votarán
9.420 personas en la C apital. El propio Pellegrini, en mensaje al
C ongreso el 24 de m ayo de 1892, registra “el silencio triste e
im ponente de una ciudad que espera p o r m om entos ver sus calles
V los atrios de sus tem plos convertidos en cam pos de batalla” .
F rente a la amenaza de anarquía, a la violencia “ revolucionaria"
de los cívicos radicales, el g obierno actu ó con discrecionalidad:
arm ó una m áquina electoral a m archa forzada, desarm ó v dispersó
transitoriam ente a la oposición, v resucitó un acuerdo que llevó a
la Presidencia a un hom bre bueno, de setenta años, respetado por
los m itristas, sim pático incluso a los cívicos radicales por su op o ­
sición a la política del acu erd o —que sin em bargo no le impidió
aceptar una candidatura que surgió de un segundo acu erdo—, y a
los líderes católicos, p ero sin autoridad sobre una opinión pública
dividida v tensa.
La experiencia de Carlos Pellegrini en sus ochocientos días de
gobierno fue exigente, dura, de p ro n to adm irable y al cabo triste
v arbitraria para la m ayoría. Sólo el coraje sereno que expresaba
el G rin g o , acom pañado p o r M itre, d etuvo el repudio de sus ad­
versarios cuando iba a m anifestarse en la agresión o el insulto,
m ientras am bos notables dejaban la casa de g o b ierno e iban a pie,
com o entonces se hacía, sin custodios, a sus dom icilios.

La experiencia de
Aristobulo del Valle

Para juzgar la presidencia de Luis Sáenz Peña es preciso, pues, Lu¡sprsáenznp'eñae


ten er presente en qué condiciones llegó al poder. La política del
“acu erd o ” y su trad u cció n en com icios con fraude v opresión ofi-

44 O tro ejemplo de com portam iento sinuoso, o que necesita de una


explicación aceptable, es el de la entrevista Pellegrini-H ipólito Yrigoyen antes
de la represión gubernam ental que term inó con todos los jefes radicales en
la cárcel, menos don H ipólito.
cialisra dejaron al nuevo Presidente solo en m edio de facciones
políticas en pugna v de la oposición conspirativa de cívicos radi­
cales. C om enzó co n un gabinete que no conten ía m iem bros de
los partidos acuerdistas dando una imagen de independencia que
las circunstancias negaban.45 La situación en provincias del interior
se hizo difícil de cond u cir. En Santiago del E stero, el g o b ern ad o r
A bsalón Rojas fue echado p o r “ tres docenas de civiles bien arm a­
dos” , a los diez días de asum ir el m ando. Sobrevino una querella
con el C ongreso y el m inistro del In terio r M anuel Q u in tana ren u n ­
ció a raíz de las secuelas de la intervención a la provincia. Roca
en frió sus relaciones con el Presidente a p artir de ese episodio v
pareció prestarle nuevam ente apoyo al designarse a un autonom ista
nacional —W en ceslao E scalante— en el m inisterio dejado p o r Q u in ­
tana. Pero sucesos críticos en C atam arca derivan en un voto de
desconfianza de la m ayoría roquista en el C ongreso hacia el nuevo
m inistro y aparece M iguel Cañé en el gabinete, a cargo de la
cartera de In terio r. D u ró sólo doce días. N i siquiera pudo soste­
nerlo R oque Sáenz Peña, que trabajaba detrás del p o d er presiden­
cial.. E n un gesto desesperado, antes de la crisis de gabinete. Cañé
v el Presidente reúnen a tres “notables” decisivos: Roca, Pellegrini
v M itre. ¿Q ué hacer? N adie co m p ro m ete su opinión. El G ringo,
con insólita franqueza, term ina la reunión: “Si no pueden gobernar
—dice dirigiéndose a sus acom pañantes— dejen al m enos go b ern ar
a| d o c to r Sáenz Peña .. .” 4K M iguel Cañé no disim ulará tiem po des­
pués su c rítica a R oca en un rep o rtaje para “ La Prensa” , v en sus
m em orias con clu irá que
la actitu d del general R oca d eterm inó el m inisterio Del
Valle: no creo que ése fuera precisam ente el objetivo del
G eneral. Pero cuando los hom bres hábiles se equivocan,
no es p o r el can to de un duro.47
Según parece, el o bjetivo de R oca era nuevam ente neutralizar 1893: el
"gabinete
la influencia de R o q u e Sáenz Peña, que trabajaba tras la gestión del Valle"

de su padre y había sido responsable de la designación de su am igo


Cañé. Pero la designación de del Valle habría sido, a su vez, suge­
rencia de Pellegrini. E ra una experiencia arriesgada, p ero en medio
de luchas de influencias, con flicto s e intrigas, se le antojaba a

45 E l prim er gabinete lo fo rm aro n : M anuel Q uintana en In te rio r; T o ­


más S. de A n ch o ren a en R e lacio n es E x te rio re s; J . J . R o m e ro en H acien d a;
C . de la T o r r e en Ju stic ia ; B. V ic to r ic a en G u e rra y M arin a.
4B S á e n z H a y e s , R ic a rd o , oh. cit., págs. 399 v 400.
47 Idem, p á g . 401.
m uchos que era, tam bién, una últim a posibilidad de reunir en to rn o
de Luis Sáenz Peña a sectores cívicos radicales, a m itristas v a
autonom istas, dándole la base política de la que hasta entonces ha­
bía carecido. El prestigio de del Valle era grande, pero las p rev en ­
ciones que suscitaba tam bién. L isandro de la T o rre reseñó el resul­
tado del llam ado de del Valle a sus “com pañeros de lucha” :
Lo sacó de su hogar el 93, llamado en plena borrasca
a to m ar el gobierno. Su p rim er pensam iento fue para el
partid o Radical, su prim era visita para el d o c to r L eandro
A lem ; la segunda para el d o c to r B ernardo de Irigoyen.
O freció las dos carteras más im portantes de aquel gabinete
de cinco m iem bros, In terio r v H acienda, v ofreció lo que
valía más que todas las carteras: la garantía de su honor
sobre la política que iba a hacerse, política de verdad, de
reparación de verdadera dem ocracia. T o d o le fue recha­
zado en nom bre de la intransigencia .. ,4S
Si ésa fue la respuesta de sus com pañeros de lucha, puede
presum irse la actitu d de sus opositores. La presencia de del Valle en
el gabinete de Luis Sáenz Peña representó, en efecto, una expe­
riencia arriesgada e insólita, pero en to d o caso consecuencia de la
soledad en que el “acuerdism o” dejó al Presidente. Los “ notables”
habían entreg ad o el g obierno, p ero no el poder. A ristóbulo del
Valle significaba para ellos la línea m oderada de la oposición,
capaz de a p o rta r cierta p opularidad a un Presidente sin consenso
V al mismo tiem po de d eten er las actividades del ala conspiradora
de los cívicos radicales. La fórm ula era, pues, expresiva de las
dificultades que había suscitado la forzada solución Sáenz Peña
v al cabo dejó al Presidente v a del Valle en el m edio de un fuego
cruzado. Por un lado, el oficialism o tradicional situado en las
“oligarquías” provinciales advirtió el peligro que representaba la
presencia de un revolucionario del 90 en el g obierno nacional V se
dispuso para la resistencia. N o en vano dicha resistencia se afirm a­
ría en dos cen tro s de p o d er que habían actuado juntos en el 80:
la provincia de Buenos Aires v C orrientes. P or el o tro lado, los ra­
dicales, si bien no asum ieron un com prom iso d irecto con del Valle,
vieron en él una suerte de “caballo de T r o v a ” in tro d u c id o en el
corazón del Régim en. Por fin, am bos p ercibieron que la acción de
del Valle, dirigida a la “ reparación institucional”, no habría de ser,
em pero, juguete de las influencias de am bos lados de! espectro

4S Girado por Julio A. N ob le, oh. cit., pá¡;. 442.


político. Reflejaba segm entos de viejos enfrentam ientos: los cívicos
(m itristas) v los radicales (alem istas) operaban com o pinzas que
se cerraban sobre un g o b iern o nacional en el que se erguía la figura
de del V alle.48 Éste intim ó al g obierno bonaerense para que desar­
mara sus fuerzas m ilitares, v lo mismo hizo con C orrientes. A de­ 1893: rebeliones
y crisis
más intervino el Banco de la Provincia de Buenos Aires, v el
m inistro de H acienda acom pañó la medida ‘“con la investigación
de actos adm inistrativos de los gobiernos anteriores en m ateria
de ventas de tierras públicas, concesiones de ferrocarriles, ges­
tiones bancarias, con el p ro p ó sito evidente de perseguir severa­
m ente a los responsables”.5" El am biente nacional se puso tenso.
El 23 de julio A lem fue electo senador p o r la C apital, el descontento
popular crecía y las posibilidades de golpes de E stado provinciales
tam bién. N o es difícil p ercib ir que to d o eso iba co ntra la lógica
interna del R égim en y ponía en jaque la “alianza de los notables” .
1893 fue, en este orden de cosas, un año p ro p icio para la acción
revolucionaria, v así lo entendió el radicalism o, que la em prendió
en San Luis el 29 de julio, en Santa Fe el 30, v en la provincia
de Buenos Aires —ju n to a los cívicos— entre julio y agosto. El caos
pareció haberse apoderado de situaciones provinciales tan im por­
tantes com o las citadas, m ientras en el seno del g o bierno nacional
se revelaban las tendencias v objetivos co n trad icto rio s de sus inte­
grantes.
Los m inistros del Valle v D entaría creían que era pre­
ferible dejar que los poderes revolucionarios se hicieran
cargo de la situación provincial. Q uintana v V irasoro sim­
patizaban con el m itrism o, tam bién alzado en armas, v por
su p arte el m inistro del In terio r, Lucio V. López, deseaba
que el C ongreso tuviera amplia libertad para resolver la
situación.*'
Los sucesos habían ido dem asiado lejos para quienes aspiraban
a reten er el pod er político efectivo. A ristóbulo del Valle fue a La La caída
de A. del Valle

49 Éste se reservó el ministerio de G uerra; Lucio V. López asumió el


del Interior; M ariano Demaría el de H acienda; Valentín V irasoro el de
Relaciones Exteriores y Enrique Q uintana el de Justicia e Instrucción Pú­
blica. T odos eran “hombres del 90”. La revolución parecía triunfante tres
años después.
50 E tc h e p a r e b o r d a , R oberto, T res revolu ciones , pág. 154. “Estas inves­
tigaciones —añade E tchepareborda— demuestran (jue no solamente por actos
políticos se produjo la reacción que motivará mas tarde la caída del minis­
terio re n o v ad o r..
51 íd em , págs. 200 y 201. V er también L. R. Fors: 189J. L evantam iento,
revolu ción y desarm e en la Provincia de Buenos Aires. Buenos Aires, 1895.
James R. Scobie, oh. cit., pág. 194, señala por su parte que el radicalismo.
Plata para sufocar la rebelión de los cívicos m itristas, pero a la ve/
la de los radicales. M ientras tan to , un protagonista capaz de volcar
la situación retornaba al c e n tro de las decisiones v llegaba a él g ra­
cias a la intervención de H ip ó lito Y rigoven, que im pidió su d ete n ­
ción —actitu d sugestiva que recuerda una sim étrica del libertado en
el 92—: Carlos Pellegrini. Del Valle intentó llevar adelante un plan
político reform ista v conciliador: evitar choques en tre fuerzas revo­
lucionarias, lograr el desarm e total v reorganizar los poderes pú­
blicos p ro d u cien d o el cam bio de las oligarquías provinciales v la
reform a política sin violentar la legalidad vigente. C om o prim era
medida, in ten tó asum ir personalm ente la intervención a la provincia
de Buenos Aires, g arantizando el desarm e de las fracciones en lucha.
Pero d e n tro del g o b iern o habíase iniciado va la contraofensiva,
encabezada p o r Carlos Pellegrini. Por su parte, los radicales advier­
ten que los hilos de la tram a se tendían en su co n tra v que, una vez
más, una revolución con posibilidades de triu n fo corría el riesgo de
frustrarse. Alem v B ernardo de Irigoven incitan a del Valle a reali­
zar un golpe de Estado desde d en tro del g o b ierno v constituirse
en “d ic ta d o r” . La respuesta de A ristóbulo del Valle revela un estilo
v una m entalidad que Carlos Pellegrini no desdeñó cuando propuso
su nom bre, v asimismo un p u d o r p olítico que no se com padecía
con actitudes revolucionarias a ultranza:
“ . . . N o d ov el golpe de Estado p o rq u e sov un hom bre
de Estado ..
C uando del Valle regresó a Buenos Aires, se e n co n tró con el
Presidente rendido una vez más a la habilidad de Pellegrini y sin

movimiento de clase media y profesional urbana, tuvo en el 93 el apoyo


d e los agricultores de Santa Ke por motivos ajenos a los políticos —que
ignoraban- y en cambio "porque se sentían encolerizados ante la corrupción
de las autoridades rurales y recientes actitudes del gobierno provincial de
Santa Fe: había sido anulado el derecho de voto de los extranjeros en las
elecciones municipales y se cobraba un impuesto cerealero provincial”. Esto
debe cotejarse con lo que hemos expuesto a propósito de la ambivalencia
del im pacto inm igratorio para la población criolla. La descripción del 93
en la obra de Etchepareborda respecto de las revoluciones en las tres pro­
vincias es interesante v por mom entos pintoresca, v aunque el autor atribuye
;i las mismas un apovo popular sin connotaciones socioeconómicas com o las
que subraya Scobie. de la descripción misma —especialmente la relacionada
con las colonias santafesinas— surgen argum entos en favor de la interpretación
del investigador norteam ericano.
A ld a » i». D ía z , l'lvira. Rem iniscencias Je A ristóbu lo J el Valle.
Buenos Aires, 1928. pág 183. V er también Julio A. Noble, ob. cit.. págs. 44!
,i 450, v Rivera Astengo, Pellegrini, Obras, tom o ii, pág. 398.
apoyo para las fórm ulas que creía aceptadas. R enunció. Su caída fue
acom pañada p o r la adhesión p o p u lar v su azarosa gestión revela
al historiador los estrechos m árgenes de m ovim iento que dejaba
a los reform adores políticos la “alianza de los notables” . La “gran
m uñeca” —com o se decía entonces— de Pellegrini, dio vuelta la
situación v puso al C ongreso c o n tra del Valle. Las interpretaciones
fueron tan diversas com o los designios v perspectivas de sus autores.
Para un Lisandro de la T o rre , la caída de del V alle fue el resulta­
do de su consecuencia m oral —así com o la de D em aría— v de la in­
transigencia de su partido, que negó su co n cu rso cuando le fue
pedido v en cerró a del V alle en la dialéctica de. la conspiración v
de las exigencias de la funció n pública. Para Pellegrini, fue el
resultado del cam bio de actitu d de un C ongreso alarm ado, v no de
la intriga o de plan alguno. En resum en, puede decirse que la
táctica de la intransigencia política dem oró p o r veinte años una
reform a evolutiva que quiso hacer un gabinete de treinta v siete
días.
El retorno
El co n trag o lp e de Pellegrini im puso nuevam ente a M anuel de Quintana
Q uintana en el m inisterio del In te rio r.“ Con él volvió la política
“d u ra ” el estado de sitio. El g obierno to rn ó a la im popularidad
v la prensa atacó al Presidente, m ientras circulaban libelos que
aludían a éste con desprecio v a su “dem encia senil".
Si la presencia de del V alle significó la revolución desde el go­
bierno, Q u in tan a representó la co n trarrev o lu ció n . Intervino las p ro ­
vincias sublevadas y el 24 de setiem bre de 1893 d ecretó el “estado
de asam blea” de la G u ard ia N acional com o “si los peligros de una
gu erra ex terio r am agaran a la R epública”, según apreciación de
Rivera A stengo. R oca fue nom b rad o general en jefe del ejército
en cam paña, teniendo a sus órdenes a Levalle, A vala, A rredondo,
Bosch y V in tte r, m ientras L eandro N . A lem fue encarcelado.
C ensurados o clausurados periódicos y revistas, com o “ El N acio ­ La renuncia de
Luis Sáenz Peña
nal”, “El D iario” y “El Q u ijo te ”, Buenos A ires fue m ilitarm ente
sitiada v los focos de rebelión del in terio r sofocados. En las p ro v in ­
cias intervenidas se llamó a elecciones. Los radicales triu n fa ro n en
Buenos Aires, pero una hábil com binación en el Colegio Electoral,
a la que no fue extraño Pellegrini, im puso com o g o b ern ad o r al
m itrista U daondo. En Santa Fe v en San Luis se im pusieron gober-

•',H Q uintana c o n stitu yó el n u evo gabinete en el que perm anecieron los


c ív ic o s m itristas, com o V ira so ro , e ingresó Costa en reem plazo de En riq u e
Q uintan a. Jo s é A . T e r r y se hizo c a rg o de H acien da y el gen eral L u is M aría
C am po s del m inisterio de G u e rra .
nadores favorables al roquism o o al m itrism o. En C atam arca ha­
brían triu n fad o los radicales, pero según interpretaciones de la
época, una m aniobra dio el p o d er a un autonom ista. T u cu m á n y
C orrientes co n o ciero n fórm ulas diversas v no siem pre ortodoxas
de intervención del g o b iern o central.
M anuel Q uintana logró su objetivo: restablecer el orden aun
m ediante la arbitraried ad , lo que en rigor no le fue fácil ni en la
práctica ni para su conciencia, com o le dem ostraría meses más
tarde B ernardo de Irig o y en en una m em orable interpelación en el
Senado recapitulando los sucesos v la discrecionalidad gub ern a­
m ental. Y el radicalism o com enzó a p articip ar en los com icios
m ucho antes de la vigencia de la lev Sáenz Peña, para volver luego
a la conspiración sistem ática. Pero Q uintana sufrió el desbaste
p olítico v fue, al cabo, “chivo expiatorio” de un oficialism o a la
defensiva. A raíz de un pedido de intervención fedéral de la Legis­
latura m endocina, con la oposición del g o b ern ad o r “ quintanista”
Pedro A nzorena, el C ongreso accede a aquélla sin hacer caso de la
opinión del m inistro del In terio r. Q uintana renuncia. Luis Sáenz
Peña pierde con él a un defensor de sus poderes v queda a m erced
de Roca. Percibió entonces el escaso m argen que tenía para g o b er­
nar, sitiado p o r los “notables” , asediado p o r los radicales, com pli­
cado el panoram a con la presencia crítica de los socialistas. T iro ­
neado p o r todas las tendencias, p o r las am biciones de poder, por
actitudes m ezquinas, y p risionero de la am bivalencia de su política,
se niega a incluir en los temas de sesiones del C ongreso del 94 un
p ro v e c to de lev de am nistía de los revolucionarios del 93. El ga­
binete renuncia v la Cám ara de D iputados in terru m p e las sesiones
hasta que el Poder E jecu tiv o N acional “se pusiese en condiciones
constitucionales”. Era el am argo final de una presidencia con pre­
cario origen. El 22 de enero de 1895 Luis Sáenz Peña, cansado e
im potente, presenta su renuncia. La explicación del proceso in te r­
no que lo lleva a esa decisión está en su “testam ento po lítico ”,V
en carta a Estanislao S. Zeballos del 15 de m arzo de ese año. Señala
que su p rogram a no satisfizo a partidos “absorbentes v exclüven-
tes”, que los m inistros cam biaban de opinión según las influencias
de las fuerzas políticas que los apoyaban y no p o r atender al
p a re c e r del Presidente, v que el hecho decisivo fue el p ro v e ctp de

•'>4 El “testam ento político” de Luis Sáenz Peña e interesantes comentarios


en torno de su renuncia pueden hallarse en la colaboración de Carlos María
G elly y Obes, tom o iv, págs. 3177 a 3182 de la Historia Argentina editada
bajo la dirección de R. Levillier.
ley de am nistía p ro ced en te de B ernardo de Irigoven, que im plicaba
para el E jecu tiv o som eterse al “ único partid o que había descono­
cido su au to rid ad ” . A ceptada la renuncia, lo sucedió el vicepresi­ La sucesión:
José E. U riburu
dente U rib u ru . D e antecedentes m itristas, su breve gestión resta­
bleció el ord en en las filas del régim en v p erm itió la acción co n ­
certada de tres de los dirigentes más constantes de la alianza: M itre,
Pellegrini v R oca. M ientras tan to , Ju árez Celman v Luis Sáenz
Peña habían desaparecido de la vida pública, v en las filas de la
U nión Cívica R adical se p ro d u cían hechos prem onitorios de la ca­
rrera política de un gran caudillo que afirm aba entonces, a costa
del trib u n o Alem , su posición de líder de un m ovim iento en m ar­
cha: H ipólito Y rig o y en .5S T erc ia b a una nueva fuerza política, de La jefatura de
la U.C.R.: litigio
alcancés aún im previsibles: el socialismo, y se tom aba conciencia Alem-Yrigoyen

en todos los sectores de una nueva dim ensión de la realidad tra d u ­


cida en la llamada “cuestión social” . El p rim er núm ero de “ El
O b re ro ”, que se erigía según su d irecto r, el ingeniero G . A. Lalle-
m ant —discípulo de M arx v E ngels—, en “defensor de los intereses
de la clase proletaria v ó rgano de la Federación O b re ra ” , p ro p i­
ciaba desde diciem bre del 90 la organización de la “clase o b rera ”
en p artid o político. In terp retab a la crisis del 90 com o “ un episodio
en la lucha de la burguesía argentina p o r el poder, d e n tro de un
proceso singularizado p o r la in terferencia del capitalism o in te r­
nacional”.
Cada secto r percibe a su m anera, pues, los cam bios que se Los socialistas

p ro d u cían en la sociedad argentina. Y si bien la cuestión social, la


difusión de las doctrinas socialistas v la acción creciente del anar­
quism o no carecían de vinculación con las rebeliones que habían sa­
cudido el régim en en los años 90, los notables tenían aún capacidad
de m aniobra. E l incipiente pro letariad o se aislaba “en sociedades

58 El com portam iento de H ipólito Yrigoyen en esos tiempos es por lo


menos sinuoso, si se está de acuerdo con el testimonio de Lisandro de la
T o rre publicado en Una página de historia, en 1919, y transcripto parcial­
m ente por N oble, ob. cit., págs. 464 a 467. Yrigoyen aparece obstaculizando
revoluciones que hubieran elevado, eventualmente, a la presidencia a Aleni;
intrigando contra éste y eludiendo entrevistas que hubieran puesto en descu­
bierto “móviles secretos” que Alem le atribuía, y que se resumían en su
ambición por obtener la jefatura del movimiento radical, desplazando defi­
nitivam ente a Alem. El suicidio de éste, en el 96, habría tenido entre otras
causas, secundadas por su desequilibrio psicológico, la sensación de la frus­
tración y de la impotencia. H abía comenzado la carrera política del com ­
plejo, inescrutable v original caudillo radical.
de resistencia v clubes de extranjeros con infantil desconfianza
para quienes no p ertenecían a su clase”.''" Los radicales —p ro d u ci­
das las oscuras pero trascendentes experiencias del 92 y del 93—
parecían atrapados p o r el litigio de la con d u cción del m ovim iento,
que se definiría en favor de Y rigoven, v desde entonces pasarían
a la conspiración perm anente. Los dirigentes m oderados del oficia­
lismo, en el que se había in co rp o rad o el m itrism o, v los jefes
principales del P. A. N „ dejan de lado sus rivalidades para reco ­
b rar, unidos, el dom inio de la situación. C om plicaciones interna­
cionales —el co n flicto en ciernes con Chile, especialm ente— añaden
un nuevo fa c to r de cohesión para una clase dirigente asediada.
En ese co n tex to se explica la intervención decisiva de Carlos
Pellegrini cuando expiraba el perío d o presidencial de la fórm ula
Sáenz P eñ a-U rib u ru v a raíz de la renuncia de aquél v de la en­
ferm edad de éste queda en el m ando un senador, vicepresidente
de la C ám ara Alta. F ueron los cien días de Roca, durante los cuales
Pellegrini p ro n u n ció en el T e a tro O deón una conferencia expre­
siva de la “alianza de los notables” p ro p iciando la candidatura
presidencial del general Roca.

D en tro del p artid o (A utonom ista N acio n al) había que


elegir a un ciudadano que tuviera la capacidad del gobierno
v títulos a la consideración nacional, V d e n tro del grupo

de ciudadanos en estas condiciones, buscar a aquel que


reuniera m ayor suma de prestigio, m avor suma de volun­
tades, que van hacia un hom bre p o r razones que ni se
explican ni hav el deber de explicar: pero que una vez en
el G o b iern o le dan el nervio, la iniciativa, la eficacia, sin lo
cual el p o d er es una som bra estéril, algo inútil e im potente,
com o un c u erp o sin brazos. Pues bien: entre el g ru p o de
m iem bros del p artid o N acional, con servicios prestados al
país v con la experiencia v práctica del gobierno, todos
veían, salvo que la pasión pusiese un velo ante sus ojos,
destacarse la figura del general Roca . .

La interp retación id eo ló gica corresp on dien te puede leerse en R o ­


d o lfo P u iggrós, H istoria crítica de los partidos político s argentinos. Pueblo
y oligarquía , Buenos A ires, Jo r g e Á lv a re z , 1965. Esp ecialm en te págs. 147,
148 y 152.
•',7 P e ij.k g rim , C arlo s, O bras, to m o ni, págs. 277 a 310.
Carlos Pellegrini recuerda los laureles del m ilitar desde la co n ­
quista del desierto, om ite sus propios agravios, destaca lo que
conviene para un m om ento en que las relaciones diplom áticas con
la R epública de Chile habían llegado a un p u n to de peligrosa ten ­
sión, y atiende sólo a la funcionalidad de un candidato para el
ejercicio del Poder, desde la perspectiva de su p artid o político
y de los aliados notables. “R oca debe ser presidente —diría Pelle­
grini a sus am igos—: sólo él evitará la g u erra con Chile v esa
cuestión es más im p o rtan te que cualquier o tro interés del país.”
La candidatu ra de R oca se perfila, pues, p o r m otivos m uy próxim os
a los que h oy llam aríam os de “seguridad nacional” . Roca era pre­
sentado con la o p o rtu n id ad de lo que se siente necesario, sin forzar
argum entos en to rn o de su popularidad. La habilidad v la inteli­
gencia de Pellegrini salvarían, una vez más, la alianza de los
notables.
LA AGONÍA DEL RÉGIMEN

La vuelta de Roca

La agonía unam uniana del Régim en habría de ser tan larga


com o su efectiva vigencia. D esde 1880 había so p o rtad o tres crisis
de distinta intensidad, p ero de parecida im portancia, sin co m p u tar
la de ese m ism o año. D e tal m odo, el llam ado R égim en fue efectivo
y estable en tre el 80 v el 90, v luchó p o r sobrevivir entre el
90 y 1910.
La “cuestión religiosa” no logró p ro d u c ir, entonces, su fractura
V la “cuestión social” recién com enzaba a plantearse. La oposición
no había conseguido la cohesión necesaria para birlar a R oca su
segunda o p o rtu n id ad presidencial. En cam bio, a fines de 1897 ha­
bíanse sum ado factores favorables para la can d id atura del “z o rro ” ,
que Pellegrini no desestim ó. El poder m ilitar p ro cu rab a recobrar
la disciplina alterada p o r los acontecim ientos de 1890, 1892 y 1893.
El poder económ ico confiaba en el buen adm inistrador de los años
ochenta. E l partido, a través de Pellegrini y con el consentim iento
del m itrism o, eligió la unidad en to rn o del candidato o p o rtu n o para
en fren ta r una cuestión que ocupaba, semana a semana, el prim er
plano de las p reocupaciones públicas: la cuestión internacional.'

1 El m ovimiento obrero comenzó a constituirse entre 1880 y 1900.


Los negros padecieron discrim inación política y social. H acia 1863 había
apenas seis mil en Buenos Aires. Solo dos entre catorce colegios de Bue­
nos Aires los admitían y en 1879 se prohibía su acceso en el Jardín Flo­
rida. Los acontecim ientos europeos, a su vez, alentaron la emigración de
comunistas franceses, socialdemócratas alemanes perseguidos por Bismarck,
combatientes de las guerras carlistas españolas, cantonalistas y republicanos
franceses de la Prim era República, etc. En 1878 se registra la prim era gran
huelga de la “U nión T ipográfica”. Antes, en 1872, los perseguidos europeos
constituyeron en Buenos Aires, M ontevideo y C órdoba secciones de la Inter­
nacional. En 1887, el 10 % de la población de Buenos Aires era obrera, distri­
buida en más de diez mil talleres. N um erosos periódicos reflejaban litigios
ideológicos, a m enudo en el idioma original de los grupos inm igrantes mili-
T o d o eso, más el fu ncionam iento de la “m áquina p artid aria” ^ j ÜÍío V Roca
del P. A. N . y la abstención de la U. C. R., explica el fácil triu n fo
de la fórm ula R o ca-Q u irn o Costa en un triste v apático “ acto cí­
vico” que fue, más bien, una form alidad consagratoria del único
candidato presidencial en condiciones de triu n far. V encieron los
“ perpendiculares” a la política de las “ paralelas” que al principio
pretendió aliar a los cívicos m itristas v a los radicales, v que la
abstención radical v la in co rp o ració n de los líderes m itristas a la
opción del P.A .N . term inó p o r quebrar.
La vuelta de Roca, doce años después, significaba para el
Presidente la vigencia del Régim en:
V uelvo doce años d e s p u é s ... El hecho de verifi­
carse sin in terru p ció n en un período va largo la transm i­
sión del m ando, es p o r sí solo garantía de estabilidad y
firm eza de nuestras instituciones ..
En realidad, la co m p ro b ació n de R oca revelaba la existencia
de un “sistem a” p o lítico centralizado v un sistema económ ico ade­
cuado a dicha centralización. Ya en 1893, com o escribe Ferns,
la consolidación de la deuda nacional había asestado el “ últim o
golpe a la estru ctu ra federal de la política argentina, más m ortal
que las intervenciones v las arrem etidas m ilitares del pasado” , v
un sistema m ilitar en form ación que los acontecim ientos interna­
cionales estim ularon tanto en su pod erío com o en su articulación v
profesionalización, era un nuevo dato de la realidad.
La centralización del sistema p olítico se tra d u jo en el in cre­
m ento del trabajo b u ro crático v en la gravitación del Estado.
E n 1S98, el núm ero de m inisterios se eleva a ocho, en lugar de
los cinco previstos en la organización constitucional. A um entó
sustancialm ente el núm ero de leves nacionales v creció el presu­
puesto general en relación con el de las provincias. La política
económ ica v financiera dio lugar a la aparente superación de la
crisis económ ica que el país soportaba cíclicam ente desde 1881

tantes. G ustavo Ferrari, C onflicto y paz con Chile. IX9K-1903. Eudeba, 1968,
pág. 9. Tam bién Mariano A. Pelliza, La cuestión del estrecho de Magallanes.
Eu d eb a, 1969, que con tiene las alternativas de los litigios ch ilen o -argen tin o s
hasta 1881.
- F.n las elecciones de 1898, sobre ?<X) electores votaron 256. D e ellos,
218 lo hicieron por R o c a y 58 p o r M itre , que en realidad no era candidato
form al. F.l p rim er gabinete de R o c a lo fo rm aro n Felip e Y o fr é en In terio r;
A m an cio A lc o rta en R elacio n es E x te rio re s; Jo sé M aría R o sa en H acien d a;
O svald o M agn asco en Ju sticia e In stru cción P ú blica; E m ilio Frers en A g r i­
c u ltu ra; h'milio C iv it en O b ras P ú blicas; Lu is M aría C am po s en G u e rra v
M artín R iv ad av ia en M arina.
r

v dos actos legislativos —uno prom ulgado, el o tro fru strad o — die­
ron el to n o de la gestión roquista: la ley de conversión v el p ro ­
vecto de unificación de la deuda.*
La política ex terio r argentina se inserta, p o r su parte, en el Líneas de
política exterior
contexto que había definido la generación del 80.4 F.n sus linca­
m ientos fundam entales esa política era consecuente con las creen­
cias, vinculaciones culturales v económ icas v com portam ientos
políticos de esa generación dirigente. La A rgentina tenía, según
su parecer, tres opciones: la prim era, p o r decirlo así, vegetar com o
un país p eriférico con artesanías prim itivas; la segunda, insertarse
de la m ejor m anera posible en el esquema internacional im perante
v convertirse en un eficiente país ag ro ex p o rtad o r periférico, des­
arrollando todos sus recursos para ser “cola de león” en lugar de
“cabeza de ra tó n ” ; v la tercera, desafiar dicho esquemq v, por su
llegada tardía a la eclosión industrial, edificar con enorm es sacri­
ficios una industria p ropia v una cu ltu ra relativam ente autónom a
respecto de la europea, soslayando la “alienación c u ltu ra l”.
Con el andar del tiem po v consecuentes con sus ideas v creen­
cias, los sectores dom inantes de la generación del 80 se inclinaron
por la segunda de esas opciones. Juan Bautista A lberdi había seña­
lado en su Sistem a eco nóm ico y rentístico de la C onfederación
A rgentina (aludim os a la edición Besançon, im prenta de José
Jacquin, de 1858), qué rum bos debían descartarse. U na política
p roteccionista, sostenía, significaba p o r m ucho tiem po “ vivir mal,

8 S m ith , Peter H., Carne y política en la A rgentina. Buenos Aires,


Paidós, 1968, págs 26 a 37. La relación entre im portaciones, exportaciones
y capital extranjero implicaba tanto el crecim iento de la A rgentina como
su vulnerabilidad a la influencia económica exterior. El ministro Rosa, ase­
sorado por T ornquist —hom bre de mucha influencia— y por Pellegrini, logró
la sanción de la ley 1741 creando la Caja de Conversión y de la ley 3871,
sobre conversión de la emisión fiduciaria de billetes de c/1. en m /n . de
oro al cambio de un peso por 0,44 de peso m /n. oro sellado. En cambio,
Roca cedió a la formidable presión de la opinión pública contra el p ro­
yecto de ley de unificación de la deuda —que implicaba el em bargo de
las rentas aduaneras por los acreedores extranjeros— criticado entre otros
por T e rry y por la oposición. (C onfr. A rm ando Braun Menéndez, “La
segunda presidencia de Roca" en H istoria A rgentina C ontem poránea de la
A. N . de la H ., vol. i, sección 2*. Buenos Aires, El Ateneo, 1965, págs. 38 y 39.
4 V er capítulo xxvm, págs. 166 y siçts. y capítulo final sobre lo que
Félix Peña llama “ depen den cia con sen tida'.
Dejamos constancia de nuestro reconocim iento hacia Juan Carlos Puig
por sintetizar esas opciones, objeto de polémica científica e ideológica, cuvo
tratam iento em prende en una obra aún inédita. Ver, asimismo, M ariano G ron-
dona, A rgentina en el tiem p o y en el m undo. Buenos Aires, “Primera Plana”,
1968, que contiene sugerentes reflexiones en torn o de la época y el tema,
y Félix Peña, A rgen tin os en A m érica latina, revista “C riterio", diciembre
de 1970.
com er mal pan, beber mal vino, vestir ropa mal hecha, usar m ue­
bles grotescos . . Y entonces —según convenía a su política inm i­
g rato ria— “ ¿qué inm igrante sería tan estoico para venir a estable­
cerse en un país extran jero en que es preciso llevar vida de perros,
con la esperanza de que sus biznietos tengan la gloria de vivir
brillantem ente sin d epender de la industria ex tran jera?” Esa hu­
biera sido, en la opinión de A lberdi, “ una independencia insocial
v estúpida de que sólo puede ser capaz el salvaje” . P or o tra parte,
si los Estados U nidos habían elegido la tercera opción, era porque
tenían aptitudes v, sobre to d o , recursos para hacerlo. La A rgentina,
en cam bio, no tenía “fábricas, ni m arina, en cu v o obsequio debam os
restringir con prohibiciones y reglam entos la industria v la m arina
extranjeras”, que nos buscaban p o r el vehículo del com ercio. Si
a eso se añade que para los hom bres de la generación que entendió
culm inar algunos de los postulados alberdianos, los E stados U nidos
no constituían un “ m odelo” atractiv o , v que desde cierta soberbia
cultural se coincidía con la óptica del viejo patriciado, la política
ex terio r argentina de los años 80 era consecuente con la política
in terio r del g ru p o dirigente v adecuada a las solicitaciones de los
centros internacionales dom inantes. De ahí ciertas constantes de
la política internacional de la A rgentina de la época, vigente d u ­
rante los años siguientes: afiliación a la esfera de influencia europea
—especialm ente britán ica—; aislam iento respecto de A m érica; desin­
terés relativo o debilidad de la política territorial."
D en tro de esos lincam ientos generales, la política ex terio r de ^ ncc^nh,¡l|í^,°
R oca fue condicionada p o r el co n flicto con Chile. C uando asumió
el m ando la crisis parecía inevitable. La presión arm am entista c re ­
cía en am bos países v se m ultiplicaban equívocos v m otivos de
agitación pública. Roca nunca p erdió la serenidad. En el 98 decía:
Se quiere iniciar para la A m érica el sistema de la paz
arm ada, que consum e a las naciones europeas, las cuales,
com o los caballeros de la Edad M edia, no pueden m overse
casi bajo el peso de sus a rm a s ..
R oca se m ovía, pues, en un terren o que conocía m uv bien
V en el que p ro cu rab a m an ten er la iniciativa. P artidario de la paz,
11 Confr. Juan Carlos Puig, N o ta s inéditas. Juan Bautista Alberdi, ob.
cit., y especialmente sus ‘‘Escritos postumos. Del G obierno en Sud-Aniérica
según las miras de su revolución fundam ental”, cuya edición de 1896 m ane­
jamos, y que en el tom o iv se dedica a fundamentar la necesidad de la
“alianza y unión con Europa" y la de gobiernos "centralizados e inamo­
vibles” (págs. 646-647), etc.
7 R oca , Julio A., Reflexiones y fragm entos , en “La Biblioteca". 1898,
año ii, tom o vm, págs. 5 a 10.
La seg und a p re s id e n c ia de R oca e stu vo sign ad a por las c u e s tio n e s in te rn a c io ­
n a l e s ^ c o n d ic io n a d a po r el c o n flic to con C h ile . El p re s id e n te no p e rd ió la
s e re n id a d , c u a n d o se c o rría el riesgo de c o n s u m ir a los p aíses a m e ric a n o s en
"e l s is te m a de la p a z a rm a d a ” . [E n tre v is ta d e los p re s id e n te s de A rg e n tin a y
C h ile , R oca y E rrá z u riz , r e s p e c tiv a m e n te , según un a fo to g ra fía del A rc h ivo G e ­
ne ral de la N a c ió n .]

no era un pacifista absoluto. La renuncia del m inistro chileno en


Buenos Aires, Jo aq u ín W a lk e r M artínez, del p erito de esa misma
nacionalidad, D iego Barros A rana y del subsecretario de Relaciones
E xteriores E d u ard o Phillips —‘‘tres chilenos que se habían distin­
guido p o r su anim adversión a la A rg en tin a”, según G ustavo F e rra ­
ri— aliviaron al presidente E rrázu riz, básicam ente conciliador. C um ­
pliendo cláusulas y expresiones precisas de un p ro to co lo firm ado
en tre A rgentina y C hile en 1896, R oca p ro c u ró “avenim ientos
d irecto s”, seguidos p o r la firm a de dos actas sobre la Puna de A ta-
cama, el 2 de noviem bre de 1898, que confiaban la solución del
en tredicho territo rial y fro n terizo respecto de los límites en la
zona a una conferen cia de notables v, para el caso de que ésta no
prosperase, al arbitraje del m inistro n orteam ericano en Buenos
Aires. U n en cu en tro de am bos presidentes, R oca v E rrázuriz, en
el estrecho de M agallanes, llevó alivio transitorio a las relaciones
entre los vecinos. R oca, al p o co tiem po, viajó al Brasil, en una
visita que realizada en agosto de 1899 significaba la búsqueda de
apoyos para la política ex terio r argentina.
Al mismo tiem po, Bolivia v Perú buscaban la adhesión ar­
gentina a su posición en sus litigios con Chile, lo que si bien im pli­
caba la existencia de aliados potenciales, hacía más com plejo el
panoram a latinoam ericano. El p ro v e c to de unificación de la deuda
nacional —gestionado p o r T o rn q u ist v defendido p o r Pellegrini en
el exterio r y en el Senado— se vinculaba con el co n flicto in ter­
nacional en ciernes y con la presión de la carrera arm am entista.
A quél llegó hasta el seno de la Segunda C onferencia Panam ericana,
según se ha visto, realizada en M éxico desde o ctu b re de 1901 hasta
enero de 1902, v en la que el tem a central fue el arbitraje, m étodo
de solución de las querellas internacionales que Chile veía con
prevención p o r tem o r a que se aplicara retro activ am ente y afectara
sus conquistas en la g u erra del Pacífico, v que la A rgentina defen­
día con ard o r, hasta que el to rn e o se situó en un p u n to: “el carácter
obligatorio o facultativo del a rb itra je ”, que acentuó la tensión
entre las posiciones de los vecinos en co n flicto en to rn o de los
problem as del Pacífico.
En 1901 la cuestión fro n teriza llevó a los dos países al borde ^ borde
la guerra
de la guerra. Los aprestos bélicos eran alentados p o r la prensa v la
opinión pública. Pocos escapaban a la neurosis del am biente v ésta
condicionaba la acción de los políticos, especialm ente de los chile­
nos. A principios de sigló la M arina o b tu v o la obligatoriedad de la
conscripción. En 1901 se sancionó la Lev O r g á n ic a del E jército
que establecía p o r prim era vez el servicio m ilitar o bligatorio.s El

8 C onfr. R obert A. Potash, T h e A m i y ¿r Folitics ¡ti Argentina. I92K-


1945. California, Stanford Univ. Press, 1969, hasta el m om ento el más mo­
derno y com pleto estudio sobre las relaciones entre fuerzas armadas y política
en la A rgentina, tema que tratarem os con más detenim iento a partir de los
años veinte. Sin embargo, el “viejo ejército” quedaría atrás no sólo por la
fundación del Colegio M ilitar (1869), sino por la creación de la Escuela
Superior de G uerra (1900), la sanción del nuevo estatuto militar orgánico
citado (1901), el cambio fundam ental operado en el reclutam iento y form a­
ción de oficiales y soldados —antes se aprendía la profesión en el terreno, la
tropa era integrada por “enganchados”, voluntarios, criminales menores, con­
tingentes mezclados—, y la expansión de la influencia militar alemana a través
de consejeros, entrenam iento en Alemania para oficiales argentinos y dota­
ción de armamentos. U na serie de contratos registrados desde 1890 com ­
prom ete al ejército argentino, casi completam ente, con armas y equipos
fabricados en Alemania. Un im pacto fundam ental fue la decisión, adoptada
en 1899, de invitar a oficiales alemanes para organizar la Escuela Superior
de G uerra. Cuando la academia m ilitar abrió sus puertas en abril de 1900, el
D irector y cuatro de sus diez profesores eran oficiales alemanes. Luego, la
Escuela de T iro y el Instituto G eográfico M ilitar, ambos diseñados con el
modelo prusiano, contaron con asesores alemanes. A eso debe añadirse el in­
tercam bio de viajeros. N o se sabe el núm ero exacto de oficiales argentinos
que viajaron a perfeccionarse a Alemania antes de la Primera G uerra. Potash
artífice de aquélla fue M artín Rivada%'ia. El de ésta, con la oposi­
ción de Pellegrini, el brillante m inistro de G u e rra , co ronel R icchie-
ri, hom bre de confianza de R oca v p rim er p rom edio de la Escuela
S uperior de G u e rra en Bélgica, considerada entonces la m ejor del
co n tinente europeo. M ientras el m inistro de G u e rra argentino decía
c o n ta r con arm am entos para 300.000 hom bres, el jefe del Estado
M ay o r chileno, general K o rn er, consideraba suficiente arm ar
150.000. A m bos países ad quirieron naves veloces y m odernas, p ro ­
curan d o la superioridad o, en el m ejor de los supuestos, el equilibrio
naval. La carrera arm am entista se desarrollaba y se trad u cía en
tonelajes y presupuestos m ilitares.
En Buenos A ires se m ovilizaron las clases del 78 v del 79,
los polígonos de tiro reclu taro n socios y voluntarios v la reac­
ción co n tra Chile se d ifundió, quizás p o r vez prim era, hasta los
confines, hallando del o tro lado de la cordillera una respuesta
sim étrica. Zeballos exponía entonces la tesis intervencionista; M itre
apoyaba a R oca en su tem perancia, oponiéndose a la g u erra; pero
la opinión pública estaba enardecida y hasta la U . C. R. in te rru m ­
pió su acción conspirativa “en aras de la seguridad nacional” .
C uando to d o parecía c o n d u c ir a un c o n flicto abierto y la Entre la neurosis
y la serenidad. Las
neurosis colectiva calentaba cabezas v corazones, los más serenos "dos in flue ncias"
co m prend iero n el peligro y los desastres de una guerra v sus
consecuencias, proyectadas en el tiem po. En la A rgentina había,
según Zeballos, dos “ influencias” que predom inaban en la d irec­
ción suprem a del país: una era obvia —R oca—, la o tra menos
conocida —el banquero E rn esto T o rn q u ist. Éste actu ó contando
con los oficios de dos colegas: los Baring, que o p eraban trad icio ­
nalm ente con los argentinos, y los R othschild, que lo hacían con
los chilenos. La m ediación inglesa se tra d u jo así, y fue im portante,
aunque no to d o se red u jo “a un episodio exótico de la pax bri-
tannica” .® R oca designó a T e r r y , y Riesco —entonces presidente
de Chile— al experim entado jurista Francisco V erg ara D onoso
para p rep arar las negociaciones de paz. A ellos debe añadirse el
consejo perm anente de M itre y de Q u irn o Costa, v de los repre-

registra o id en tifica 140 entre 1906 y 1914 (co n f. ob. cit., pág. 4, nota 6).
U n o de los más prestigiosos m ilitares argentinos en trenad os en A lem an ia sería
el teniente gen eral Jo s é F . U rib u ru . E l tem a de la in flu en cia alem ana en la
projesionalizacióv del e jé rc ito es tan im portan te com o el de la reacció n que
se p ro d u jo con tra dicha in flu en cia, así com o el de las com p lejas razones que
exp licarán la p ro gre siva “ p o litización ” del ejérc ito . P e ro en este períod o,
el hecho relevante es el de la “ pro fesio n alizació n ” , y la d eriva ció n interesante
es el de la sub o rdinación de la fu erza arm ada al poder p o lítico .
B C o n fr. G u sta v o F e rra ri, ob. cit., pág. 47.

-)A1
sentantes chilenos Carlos C oncha Subercaseaux v E rrázu riz U r-
m eneta. La acción de todos se sobrepuso a los condicionam ientos
negativos del am biente, y p erm itió que se co n cretaran los “ Pactos
de M ay o ”, suscriptos p o r A rgentina v Chile en Santiago el 28
de m ayo de 1902. E ran c u a tro instrum entos: “ un A cta prelim inar
al tratad o de arbitraje, llamada tam bién acta o cláusula del Pací­
fico, incorporada a dicho tra ta d o pero digna p o r su im portancia
de ser encarada en form a independiente; un T ra ta d o general de
A rbitraje; una C onvención sobre L im itación de A rm am entos N a ­
vales v u n A cta pidiendo el á rb itro que n om brara una com isión
para fijar en el te rre n o los deslindes establecidos p o r la sentencia.
Estos c u atro instrum entos se co m pletaron más adelante con otros
dos: un A cta adicional del 10 de julio de 1902, que aclaraba los
Pactos anteriores v un A rreg lo para hacer efectiva la equivalencia
en las escuadras argentina v chilena, suscripto el 9 de enero de
1903” .'"
La política exterior de R oca no se agotó con la solución del
agudo co n flicto con Chile —con ser ésa la gestión más ardua e
im p o rtan te—: definió cuestiones pendientes relativas a los límites
con Brasil a través de un T ra ta d o suscripto en 1898 v que versó
sobre la fro n tera oriental de M isiones; reanudó las relaciones con
el V aticano —rotas d u ran te su p rim er g o b iern o —, v aprobó la
D octrina D rago. La cuestión con el Brasil se vinculaba con la
época colonial, cuando España v Portugal aco rd aron p o r los tra ­
tados de M adrid en 1750 y de San Ildefonso de 1777 que el lím ite
de esa región pasaría p o r los ríos Pepirv o P equiry G uazú v San
A n to n io ," p ero la dem arcación no llegó a hacerse v surgieron
desde entonces problem as que co n tin u aro n d u ran te la época de la
C onfederación, v que p ro v o c a ro n el laudo del presidente Cleveland
de los Estados U nidos, que falló en favor de la tesis brasileña (1895).
Los gobiernos argentino v brasileño firm aron el 6 de o c tu b re de
1898 un tratad o fijando los límites de acuerdo con el laudo, para
term in ar la dem arcación en 1904. La cuestión con el V aticano se

C onfr. G ustavo Ferrari, oh. cit., págs. 60 y 82. Culminaba, aparente­


mente, un proceso conflictivo que el tratado de 1881 firmado durante la
primera presidencia de R oca para dirim ir los litigios en to rno del Estrecho,
de la Patagonia occidental y de T ierra del Fuego, no había puesto fin, sobre
todo en cuanto al límite cordillerano. Las discusiones posteriores llevaron
a acuerdos complementarios en 1893, 1895, 1896 y 1898, gestados siempre
“por la presión de las circunstancias”, según A rm ando Braun M enénaez,
ob. cit., pág. 26.
n C onfr. L. A. Podestá Costa. Derecho Internacional Público, Buenos
Aires, T ea, 1960, tom o i, pág. 200.
solucionó en un co n tex to m uv diferente de aquel que p ro vocó
la ru p tu ra, v el proceso de acercam iento fue favorecido por la
intervención personal del obispo salesiano m onseñor C agliero, en
viaje a Rom a, v p o r p ro cedim ientos que d u ran te el pontificado
de León XIII culm inaron con la designación de un internuncio
—m onseñor A ntonio Sabatucci—, lo cual p erm itió decir a R oca en
1903, en su mensaje anual, de la reanudación de las relaciones
con la Santa Sede v del “cariño p atern al” que unía al Sum o Pon­
tífice v a los “católicos arg en tin o s” . Kn cu an to a la llamada “ doc- La ' doctrina
trina D rag o ” , expuesta p o r el m inistro de R elaciones E xteriores Drag0
que sucedió a A lcorta, se relacionó con el despliegue de fuerza
con que las potencias dom inantes de la época apoyaban a sus
súbditos cuando se trataba de co b ra r créditos a gobiernos regu­
larm ente deudores, táctica consentida p o r los Estados Unidos.
Expuesta p o r Luis M aría D rago con la anuencia de Roca a raíz
del bloqueo v bom bardeo de ciudades de V enezuela p o r escuadras
com binadas de Inglaterra, Alemania e Italia, para im poner el co bro
de créditos que tenían casas privadas de esas naciones co ntra el
Estado venezolano, la tesis argentina proclam aba la ilegitim idad
del co b ro com pulsivo de deudas públicas p o r potencias extran­
jeras. P ro n to se co n v ertiría en una regla jurídica de alcance in ter­
nacional.

De la política exterior
a la cuestión social

La política internacional dio a R oca un fa c to r de triu n fo v


un escenario para la acción. Pero la situación interna era agitada
por la cuestión social. El año 1902 había sido económ icam ente
crítico . En noviem bre quedó paralizado el trab ajo en el pu erto por
huelga de los estibadores, seguidos p o r los b arraqueros del m er­
cado central v p o r los co n d u cto res de carros. M ientras en el Ruptura entre
vértice habíase desarrollado una lucha p p r la reconquista del po- y ei socialism o
der nacional, en la base de la pirám ide social o cu rría o tro tanto
por la co n d u cció n de las organizaciones obreras. En la cúspide,
la lucha era entre los notables del P. A. N . v del m itrism o v nú­
cleos m enores que form aban una constelación en to rn o de aqué­
llos, v los radicales. En los m edios obreros e intelectuales, entre
anarquistas v socialistas, que llegaron a la ru p tu ra de ese año de
1902 a raíz del S egundo C ongreso de la Federación O brera. El
anarquism o m ilitante llevaba entonces la delantera. La m ayoría
de los afiliados a las organizaciones obreras quedóse con los anar­
quistas inspirados p o r P ietro G o ri. Las organizaciones obreras se
dividen. La F. O . R. A. queda en manos de los anarquistas v sur­
ge la U. G . T ., conducida p o r los socialistas.12 El socialism o d o c­
trin ario se había d ifundido m erced a la acción intelectual de Juan
B. Justo. Pero el anarquism o, en trad o el siglo, había ganado la
calle, dando a la situación un to n o dram ático que alarm ó al sector
político dirigente. R oca exhum ó un p ro v ecto , que en 1899 había yegs?ado deds¡tk)ia
presentado M iguel Cañé com o senador, sobre la residencia de ex­
tranjeros. R oca y su m inistro del In terior, Joaquín V . G onzález,
deciden pro p iciarlo com o base de la lev 4144, conocida com o
“de residencia”, que autorizaba al Poder E jecutivo a o rd en ar la
salida del te rrito rio nacional a “ to d o extranjero, p o r crím enes o
delitos de d erech o c o m ú n ” v a disponer la “expulsión” de los
extranjeros cuya co n d u cta com prom etiese la seguridad nacional o
perturbase el ord en público. A esa medida legislativa siguió la
declaración del estado de sitio, p o r ley 4145. C on esos instrum en­
tos legales en sus manos. R oca organizó la represión. La capital
federal, las provincias de Buenos Aires v de Santa Fe fueron las
zonas en las que se localizó la acción punitiva del Estado. Fueron
encarcelados o d eportados num erosos dirigentes grem iales. Los
conflictos o b reros v la acción audaz del anarquism o m ilitante, en
el que revistaban personajes —en su m ayoría inm igrantes italianos
o españoles— dispuestos a usar de cualquier m edio para rom per el
sistema —in clu y en d o el asesinato v el terro rism o — alarm aron al
gobierno. El proceso no era nuevo, pues tan to el anarquism o com o
el socialism o venían difu n d ien d o su prédica v actu ando desde el
siglo anterior; pero las m anifestaciones del fenóm eno v su agre­
sividad sorprendieron, v la reacción, co n tra lo que se consideraba
aten tato rio de la seguridad del Estado, del sistema político v del

12 La cuestión obrera, la rivalidad anarco-socialista y los temas sociales


de la época apreciados desde la perspectiva socialista pueden verse en Jacinto
O ddone, G rem ialism o proletario argentino, La Vanguardia, 1949 y su H is­
toria del socialism o argentino. Buenos Aires, Claridad, 2 tom os; también
D ardo Cúneo, Juan B. Justo y las luchas sociales en la A rgentina. Buenos
Aires, Alpe, 1956; y el extraño libro del “D r. L ooyer” : Socialism o argentino,
y sus con tradictores. C ontroversia psicosociológica. Buenos Aires, Ed. del
autor, 1913. Asimismo, José Vazeilles, Los socialistas. Buenos Aires, Jorge
Álvarez, 1967, Rodolfo Puiggrós, oh. cit.; N icolás R epetto, M i paso p o r la
política; Jorge E. Spilimbergo, Juan B. Justo o el socialism o cipayo. Buenos
Aires, Coyoacán; Enrique Dickm an, R ecu erdos de un m ilitante socialista",
B uenos A ires, L a V an g u a rd ia , 1949; el p eriód ico “ L a V a n g u a rd ia " v hojas
de la época.

i en
económ ico, se tra d u jo en las leves citadas y en la represión sis­
tem ática del gobierno.
La “cuestión social” había sido abordada por los católicos, La búsqueda
de respuestas
inspirados en la encíclica R e ru m N o v a ru m del Papa León XIII adecuadas.
González
(1881), p o r los socialistas, p o r los anarquistas v p o r los radicales y Pellegrini
—aunque éstos reconocieran que su pensam iento en la m ateria fue
deficitario v su prédica y acción atendió m ucho más a la faz
agonal de la política—. M ás curiosa, p o r su procedencia, es la
atención que prestan al problem a m iem bros del secto r político
dirigente. F.n 1903 el presidente Roca ab o rd ó el asunto en su
mensaje anual al C ongreso, aludiendo a los m ovim ientos huel­
guísticos com o expresión de un próblem a que reclam aba la aten­
ción del legislador v com o trad u cció n de la acción m ilitante de
“elem entos extraños” a los verdaderos intereses sociales. D urante
el año 1902 se habían p ro d u c id o 27 huelgas violentas, que a su
juicio justificaron las leves represivas. Se tratab a de defender al
Estado v de restablecer “el tráfico com ercial". La exposición del
Presidente se adecuaba, pues, a una perspectiva del problem a v a
una m entalidad. La Prensa, p o r ejem plo, d enunció a su vez los
abusos a que dio lugar la acción represiva apoyada en leves cues­
tionadas v los excesos policiales, que constituían un cu adro de
acción que desbordaba las facultades constitucionales apropiadas
para hacer frente a las crisis. Joaquín V. G onzález, en cam bio, Proyecto de
Ley Nacional
elaboró un com plejo p ro y e c to de Lev N acional del T ra b a jo que del Trabajo
en 466 artículos preten d ía atender a casi todos los aspectos de la
“cuestión social". El p ro v e c to , enviado al C ongreso en 1904, p re­
cedido p o r un fatigoso mensaje del Poder E jecutivo, no fue
aprobado. Pudo ser p o rq u e el “estadista d o ctrin ario de form ación
europea” que era G onzález vio im pedida su acción política re fo r­
mista d e n tro del sistema p o r una “burguesía capitalista argentina
(que) com o g ru p o de presión e invisible g o b iern o paralelo im pidió
todo intento de cam bio estru ctu ral d e n tro del régim en trad icio ­
nal”. O bien, sencillam ente, porque el P ro v ecto era según Pelle-
grini una “olla p o d rid a ” en la que había de to d o , y abrum ó incluso
a los pocos que term in aro n de leerlo.Is Q uizás sea más apropiada
a la realidad esta conclusión que la “teoría co n sp irato ria” que la
o tra implica. Las reacciones fueron diversas: el anarquism o repu-

,!* C lc c o r e s k , H oracio Juan, El pensamiento económico-social de Carlos


Pellegrmi y la organización del trabajo, fc'.n "T rabajos y Comunicaciones".
Revista del D epartam ento de H istoria de la Facultad de Humanidades y Cien­
cias de la F.ducación de la Universidad de 1.a Plata, I.a Plata, 1967, n" 17,
págs. K9 a 109.
E n ' sus ú ltim o s años C arlos P e lle g rin i
p ra c tic ó una “ re visió n de la vida p o líti­
c a ” , d e n u n c ió v ic io s del ré gim en y p ro ­
puso una p o lític a social m o derna para la
época.

dió el p ro v e c to ; el socialism o de la U . G . T . lo rechazó; el p artid o


Socialista lo aceptó en general v los sectores dirigentes no pare­
cieron haberlo estudiado en p ro fu n d id ad v sus legisladores no lo
aprobaron.
El pensam iento económ ico-social de Carlos Pellegrini era en- Las ideas sociales
, de Pellegrini
tonces tan lúcido com o el que inspiraba sus opciones políticas.
En La N a ció n del 25 de diciem bre de 1904 aludirá al d o ctri-
narism o socialista v lo ■distinguirá de su estrategia de lucha
m ilitante: . . todos som os socialistas —dirá— p o rq u e sostenem os
algún princip io de organización social” . Pero no se detendrá en
el principism o y a propósito de un viaje realizado a los Estados
Unidos en 1904, tan to a través de cartas a su herm ano Ernesto,
de un intercam bio epistolar de pro v ecto s, críticas v experiencias
con el dirigente laboral n orteam ericano Carol I). W rig h t, de
artículos publicados en La N a ció n en 1904, com o de un artículo
contenien d o un verdadero p ro v e c to de O rganización del T ra b a jo
publicado p o r Estanislao S. Zeballos en su revista en 1905, expresa
ideas singulares para un hom bre de su condición social respecto
de las causas del m alestar o b rero v del problem a de justicia que
debía atenderse a través de una más adecuada organización del
trabajo. P rovecta una nueva form a de relación en tre capital y
trabajo, d istribución de beneficios proporcio n al al esfuerzo con
que cada parte hava co n trib u id o a la p ro d u cció n de bienes, copar­
ticipación reglam entada en un régim en colectivo de empresa,
puesto que para Pellegrini “capital v trabajo son socios” v no
m iem bros de una relación en tre “am o v sirv ien te” ; form ación de
“sociedades anónim as de tra b a jo ” v disposiciones que condujesen
a la reducción de los conflictos, al m ay o r beneficio para rodos v a
la “respetada dig n id ad ” del tra b a ja d o r.'4
La adecuación de Pellegrini a los problem as de c o y u n tu ra v
de estru ctu ra de su tiem po explica su vigencia dirigente. Así com o
había sido capaz de repensar la “cuestión social” v de salvar tra n ­
sitoriam ente de la crisis al p artid o N acional, d enunció en 1902
—sesión del 20 de diciem bre en el Senado— la co rru p ció n v el
fraude electoral que se hacía m ediante registros fraguados en un
noventa p o r ciento antes de las elecciones, “en que los círculos
o sus agentes hacen sus arreglos, asignan el núm ero de votos,
designan los elegidos, to d o sin perjuicio de m odificarlos v rehacer­
los después de la elección, si resulta que en alguna form a se han
equivocado los cálculos o m odificado los p ro p ó sitos”. Fue una
de las denuncias más ácidas v concretas c o n tra el fraude com o
sistema v un paso decisivo, en la actitu d de au to crítica de los
políticos intelectuales del secto r dirigente, p ró lo g o de las reform as
p o r venir.
El am biente universitario seguía entonces un com pás análogo. La critica
• estudiantil
Surgen reacciones c o n tra la “oligarquía académ ica” y co n tra el
“positivism o” del 80. Prolegóm enos de la refo rm a se atisban hacia
1903 en la F acultad de D erecho. El p ro p io m inistro de Justicia
e Instrucció n Pública acepta cierta justicia en los planteos estu­
diantiles v se llega a p erfilar un p ro v e c to de reform a universitaria.

14 C onfr. H oracio J. Cuccorese, ob. cit., quien expone material iné­


dito del archivo de Tom ás Vallée y articula, de manera expresiva, material
existente en las Obras de Pellegrini, citadas, en las publicaciones periódicas,
en La N ación y en la “Revista ’ de Zeballos.
I .as huelgas estudiantiles, especialm ente en la Facultad de M edi­
cina, añadeji nuevos factores de p ertu rb ació n en un am biente so­
cial decididam ente cam biado v tenso.
La crítica de Pellegrini a los procedim ientos electorales se Una reforma
electoral
hizo en to rn o de la refo rm a de 1902, conocida com o del “sistema
uninom inal”, que significó la descentralización de los com icios y
la división p o r circunscripciones. Escenarios de com icios serían
desde entonces no sólo los atrios, sino las escuelas y los centros
culturales. P o r ese sistema llegó al Congreso, com o d iputado por
la Boca, un joven socialista: A lfred o L. Palacios. Sancionada en
1902,.aplicada en 1904, la reform a sería anulada en 1905 v sustituida
p o r la “ lista ú n ica”.
Las vísperas electorales d enunciaron las fisuras del Régim en, La agonía
de un sistema
la fuerza creciente de la tensión social y la relativa im potencia
de la oposición, disim ulada p o r el co m p o rtam ien to conspirativo
del radicalism o, al cabo eficaz. E du ard o W ild e hizo uno de sus
regulares ejercicios irónicos p ara revelar la influencia convergente
de tres “notables” que él llamaba la “T rin id ad g o b e rn a n te” :

Pellegrini, Roca y d on B artolo se han tom ado la nación


p o r su cuenta y co n stitu y en un G o b ie rn o real con las
ventajas del m ando v sin los desagrados consiguientes (esos
son para m í) ..
La “T rin id a d g o b e rn a n te ” había dado va casi to d o de sí, v
con sus virtudes v defectos, había dem ostrado una curiosa fu n ­
cionalidad. La inteligencia em pírica de Roca, el equilibrio razo­
nado de M itre y la lucidez de Pellegrini, se sum aron para salvar
la “subitaneidad del trán sito ” y p ro lo n g ar la agonía de un sistema
que perm itiría la llegada de un refo rm ad o r. Ya en 1888, en célebre
interpelación a Q uintana en el Senado, B ernardo de Irigoyen des­
cribió el proceso con palabras entonces relativam ente proféticas
y asom brosam ente m odernas:

E l país ha p erdido su sistema p o lítico , que es «la verda­


dera base de estabilidad para las sociedades m o d e rn a s. . .
E n rig o r, el sistema subsistía en to rn o de la hegem onía del
P. A . N ., p ero en éste habían surgido discordias v • facciones.
Carlos Pellegrini habíase distanciado definitivam ente de Roca a
propósito de la cuestión sobre unificación de la deuda interna,
p ero tam bién p o rq u e había iniciado una crítica sin reto rn o . El

15 W i ld e , Eduado, Obras completas , Buenos Aires. 1935, vol. ix , págs.


m itrism o alim entaba al p artid o R epublicano v desde la provincia
de Buenos Aires, el g o b ern ad o r U g arte o rganizó los Partidos
Unidos. F ren te a la abstención activa de los radicales, que prep ara­ El litigio
presidencial
ban una nueva revolución, el litigio p o r las candidaturas se redujo
a los influyentes de esas tres fuerzas. S urgieron al p rincipio tres
candidatos: Carlos Pellegrini, p o r el P. A. N .; M anuel Q uintana,
viejo m itrista, p o r los Partidos U nidos; y M arco A vellaneda, m i­
nistro de H acienda. R oca anunció que no iba a actu ar en el litigio.
Pero de hecho, conv o có a una “convención de notables” —hom ­
bres que habían ocu p ad o funciones públicas principales— a la que
adhirieron más de seiscientos. El 12 de o c tu b re de 1903 co n c u ­
rrieron, sin em bargo, 264, y de esa “co n v en ció n ” salió e| nom bre
del candidato presidencial oficialista: M anuel Q uintána. R oca p re ­
firió a un antiguo adversario, p ero seguro conservador actual, para
neutralizar la candidatura de Pellegrini, que vetó. R oca pensaba,
quizás, en un segundo reto rn o . Y Pellegrini representaba un peli­
g ro para su am bición.
El p artid o R epublicano levantó la candidatura de José Eva­
risto U rib u ru para la presidencia v de G u illerm o U daondo para
la vicepresidencia en una convención que celeb ró casi un mes
después de aquella reunión de notables. A p a rtir de ese m om ento,
sucedieron intrigas y contram arch as y se revelaron intenciones.
Q uintana era resistido en el P. A. N . Carlos R. M eló escribe que
entonces se pensaba “que el general R oca se había valido de
Q uintan a p ara d estruir la candidatura de Pellegrini, sin perjuicio
de destru ir, a su vez, la can d id atu ra Q uintana. Estas presunciones
tom aron cu erp o cuando el 2 de abril de 1904 u n com ité de auspi­
cio de la can d id atu ra presidencial de M arco A vellaneda, presi­
dido p o r el d o c to r Luis M. D rago, ofreció al m ismo, form alm ente,
su can d id atu ra”.16 A vellaneda aceptó y ren u n ció al m inisterio de
H acienda. Sus partid ario s se coaligaron con los republicanos para
restar apoyo a Q uintana, p ero éste contaba con la ayuda del g o b er­
nador U g arte y de los sesenta electores de Buenos Aires. R oca
advirtió la fuerza de Q u in tan a v decidió negociar la vicepresiden­
cia en favor de A vellaneda, descontando el fracaso de Q uintana
com o fu tu ro Presidente. M arco A vellaneda lo d enunció al ren u n ­
ciar a su candidatura, am argado p o r los cam bios de frente presi­
denciales y p o r el “m anoseo” de su nom bre, en carta que dirigió
a D rago. Y R oca viose en la necesidad de p actar con Q uintana,

,K M e i/ ) , Carlos R„ Los partidos políticos argentinos. Buenos Aires, 1945.


U garte v el senador V illanueva, aceptando el candidato vicepre-
sidencial indicado p o r Q uintana: el senador nacional p o r C órdoba,
José Figueroa A lcorta.

Fígueroa Alcorta: hacia


la transición política

Los com icios presidenciales del 10 de abril de 1904, fieles a ^oiu^ón* radical
las prácticas del régim en, hom ologaron la fórm ula presidencial. de 1905
Q uintana v Figueroa A lcorta asum ieron el gobierno. F.l nuevo
Presidente, “dogm ático v estoico ante el d eb er” según Carlos
Ibarguren, se declaró dem o crático , inclinado a la form ación de
“ partidos orgánicos”, v p o r fin “conservador p o r tem peram ento
V p o r principios” . A los setenta años de edad m antenía el tem ple
de la década del 90, cuando debió resistir los em bates radicales
desde el gabinete de Luis Sáenz Peña, v venía decidido a “ im poner
orden”, refiriéndose con benevolencia al “ p rogram a m ínim o” del
p artido Socialista m ientras no afectase la C onstitución, reconociese
la “preem inencia del E stado v m ientras se detenga ante la pro p ie­
dad, la familia v la herencia” . Con Q u in tan a el país vivió “un
segundo auge económ ico, que d u ró de 1904 a 1912, y revivió la
inm igración en la A rg en tin a”.17 T a n to fue así que la inm igración
neta casi d uplicó la de los años 80. E n tre 1904 v 1913 la población
argentina viose aum entada p o r un m illón y m edio de europeos.
El censo de 1914 m ostró una A rgentina de 8.000.000 de habitantes,
de los cuales la tercera p arte había nacido en el extranjero. La
A rgentina m oderna estaba, pues, en plena evolución política, eco­
nóm ica y social.
Q uintan a se aprestó a cu m p lir un program a que le venía dado
con un gabinete fiel a sus propó sito s.18 T e rry aseguró desde H a ­
cienda una co n d u cció n financiera ortodoxa. Jo aq u ín V. G onzález
trab ajó para o rd en ar el sistema educativo v la ley 4699 aprobaría
el convenio con la provincia de Buenos Aires sobre el estableci­
m iento de la U niversidad de La Plata que presidiría más adelante
el mismo G onzález. Las obras públicas se alentaron, especialm ente

17 Soobie, James R., R evolución en las pampas, ob. cit., pág. 160.
IN El gabinete lo formaban inicialmente Rafael Castillo, en Interior;
Carlos R odríguez Larreta, en Relaciones Exteriores; José A. T e rry , en H a­
cienda; A dolfo F. O rina, en O bras Públicas; Damián T o rm o , en A gricultura;
Joaquín V. González, en Justicia e Instrucción Pública; el general Enrique
G odov, en G uerra y el almirante Juan A. M artín, en Marina.
las portuarias, m ejorándose los puertos com erciales de Bahía Blan­
ca y Q u eq u én v resolviéndose la co n stru cció n del de M ar del
Plata, de acu erd o con indicaciones de la M arina.19 De todos m o­
dos, la breve gestión de Q u in tan a veríase alterada m uy p ro n to p o r
la conspiración radical de 1905. U n “m anifiesto” del 4 de febrero
afirm aba:
La R epública ha tolerado silenciosa (estos) excesos en
horas de in certid u m b re, ante el peligro de com plicaciones
internacionales, llevando la abnegación hasta el sacrificio,
en hom enaje a su solidaridad y con la esperanza de ver
cum plida la proinesa tantas veces reiterada de una nación
espontánea, que elim inara la necesidad de una nueva c o n ­
m oción revolucionaria.
E ra el estilo y el lenguaje de H ip ó lito Y rigoyen quien ma­
nejaba los hilos de la conspiración, p o r o tra p arte conocida
p o r todos y seguida co n cierta facilidad p o r la policía. E ra “el
secreto de P olichinela”, según Carlos R o d ríg u ez L arreta, confiado
en el apoyo m ilitar, pues m uchos de sus jefes fu ero n entrevistados
p o r el p ro p io Y rigoyen en los lugares más insólitos: desde su
p ro p io dom icilio de la calle Brasil 1039, hasta el hall del Banco
de L ondres y R ío de la Plata o los bancos de plaza Italia.'20 A pa­
rentem ente, la revolución no podía fracasar, tantos eran los com ­
prom etidos y tan im p o rtan tes eran los cen tro s urbanos y m ilitares
que se confiaba caerían en m anos de los revolucionarios v los
sublevados en los m om entos iniciales del m ovim iento. Sólo que el
jefe de Policía R osendo M . Fraga sabía tan bien com o los cons­
piradores la hora de la revolución y los cantones estratégicos que
aquéllos in ten tarían co nquistar. Q u in tan a recibía desde inform a­
ciones m ilitares y policiales, hasta esquelas anónim as de “esposas
y m adres afligidas” que le advertían sobre la revolución inm inente.
La revolución estalla el 4 de feb rero en la C apital, C órdoba, M en­
doza, R osario y Bahía Blanca. E n tre lo d ram ático y lo pintoresco:
los sublevados o cupan algunas com isarías, la Biblioteca N acional
y la revista “Caras y C aretas” . N o parece que fuera suficiente para
vencer a las fuerzas gubernistas, a un presidente com o Q uintana
custodiado —esta vez— p o r el m ay o r José Félix U rib u ru , que

19 U n detalle de propósitos y obras puede hallarse en Carlos A. Puey-


rredón, “Presidencia del do cto r Manuel Q uintana”, en Historia Argentina
Contemporánea, de la A. N . H . cit., vol. i, págs. 77 a 99.
20 E tc h e p a re b o rd a , R oberto, T res revoluciones, cit., esp. págs. 241, 250
y 254, seguidas por detalles de lo acontecido en las provincias donde se
produjo el levantam iento que acompañó a los radicales porteños.
o tro ra conspirara con los revolucionarios del Parque, al m ando
del de Caballería, y p o r un m inistro de G u e rra que se instala
personalm ente en el A rsenal. Q u in tan a da órdenes de este tenor:
“D ígale en mi nom bre (al m inistro de G u e rra ) que a cualquier
jefe u oficial del E jé rc ito que tom e sublevado, con las arm as en
la m ano, lo fusile inm ediatam ente bajo mi responsabilidad” . La
cosa no term in ó ahí. En las provincias la revolución continuaba,
m ientras en la Capital había term inado. Los revolucionarios lle­
g aron a to m ar com o rehén al p ro p io vicepresidente Figueroa Al-
corta, en C órdoba, y éste fue forzado a com unicarse con el Pre­
sidente para in terced er en favor de la ap ertu ra de negociaciones
v del perdón a los sediciosos para term in ar la lucha. La respuesta
de Q uintana fue ro tu n da: respondió al vicepresidente que se ne­
gaba a pactar v calificó al m ovim iento com o un ‘“ m otín de c u ar­
tel” . Los revolucionarios habían secuestrado a Figueroa A lcorta,
a Beazley, a Julio A. R oca (h .) v a otros personajes que confiaban
jugar com o cartas de triu n fo para rendir al Presidente. Éste co n ­
fesó que pasaba p o r un “ cruel m o m en to ”, p ero se m antuvo firm e
en la negativa de ab rir negociaciones, redujo la “ rev olución” a un
“ m o tín ” y o rd en ó al general L orenzo V in tte r atacar el foco
rebelde de C órdoba reclam ando “el som etim iento absoluto v dis­
crecional de los autores y. cóm plices del m ovim iento” . La actitud
resuelta de Q uintana fue decisiva. Los revolucionarios quedaron
perplejos y la conspiración se deshizo en m ucho menos tiem po
que lo que llevó articularla. H ip ó lito Y rigoyen se refugió en la
casa de su herm ana M arcelina, luego en una casa vecina y , p o r fin,
se entregó a la Justicia haciéndose responsable de los aconteci­
m ientos. El “ d u ro ” Q u in tan a había triu n fad o y co n trag o lp eó con
el estado de sitio. E n agosto, u n anarquista español de 23 años
in ten tó m atar al Presidente, que iba en coche de caballos p o r la
calla Santa Fe hacia el sur. El p ro y e c til no salió y Q u in tan a salvó Muerte^c
su vida. P ero el 12 de m arzo de 1906 falleció. H abía gobernado presidencia de
. . . . ° Figueroa Alcorta
diecisiete meses.
El .viejo p o rteñ o m itrista dejó su lugar al joven cordobés de
46 años, Figueroa A lcorta, co n más de veinte años de carrera
política, antiguo sim patizante del “m odernism o” que encabezara
R oque Sáenz Peña. R ecibió el p o d er en un m edio p o lítico en el
que se m ezclaban la presión conspirativa del radicalism o con
las pretensiones de R oca p o r u n te rc e r p erío d o presidencial; la
presencia nuevam ente activa de Carlos Pellegrini al fren te de
los autonom istas, v la co n stan te de M arcelino U g arte desde la
provincia de Buenos Aires. E n tre la U .C . R., el P. A. N . co n ­
trolado p o r Roca, el A utonom ism o p o r Pellegrini, el partido R e­
publicano p o r Em ilio M itre v los partidos U nidos acaudillados
p or U garte, el Presidente p ro d u jo un cam bio p olítico im portante
al form ar su gabinete con hom bres que representaban una coali­
ción de autonom istas v republicanos.-' El apovo de Pellegrini
significaba un anuncio p rem o n ito rio de p rofundas reform as polí­
ticas, sugeridas a p ro p ó sito del debate sobre el p ro v ec to de lev
de am nistía de los revolucionarios de 1905 que el Presidente envió
al C ongreso. En el Senado, Pellegrini dijo cosas com o éstas:

¿Cuál es la autoridad que podríam os invocar para dar


estas leves de perdón? ¿Q uién perdona a quién? ¿Quién
nos p erdonará a nosotros? ¿Es acaso cobijando todas las
oligarquías v ap ro b an d o todos los fraudes v todas las vio­
lencias? ¿Es acaso arrebatando al pueblo sus derechos v
cerran d o las puertas a toda reclam ación?
En enero de 1906 m urió Bartolom é M itre v en julio Carlos Muerte de
Carlos Pellegrini y
Pellegrini. Fue un golpe dem oledor para la “alianza de los n o ta ­ de Bartolom é Mitre
bles” , que sacudió al Presidente v dejó un vacío que la “ oligarquía”
no pudo reem plazar. D ijo bien Figueroa A lcorta en su discurso
de despedida de los despojos de Pellegrini: “ Ha caído el más
fu e rte ” . . .
Desde C órdoba, el roquism o se aprestó para la lucha por la
sucesión cu an d o desapareció Pellegrini de la arena política. I.a
“ junta del am én”, com o se denom inaba entonces a los incondi­
cionales del general R oca, recibió con alegría el re to m o de éste
de E uropa en 1907. Figueroa A lcorta, sin Pellegrini, perdió el Un presidente
"bloqueado"
apovo de los autonom istas v, luego, de los republicanos. Pudo
entregarse a R oca v las oligarquías provinciales, in tentar la res*-
tauración de una coalición propia o avanzar en reform as insti­
tucionales audaces, sobre to d o en to rn o al sufragio v el sistema
electoral. F.1 Presidente vaciló. Los republicanos lo apoyaban aún
con reservas, v U g arte le prestaría algún sustento m ientras viese
que la situación podía reditu arle la candidatura presidencial. Fi­
gueroa A lcorta se lanzó entonces a reco n q u istar las situaciones
provinciales, en su m ayoría dom inadas p o r oligarquías roquistas.

Llevó a N. Q uirno Costa al Ministerio del Interior; a Manuel Montes


de Oca al de Relaciones Exteriores; a N orberto Piñero al de H acienda; a
Federico Pinedo (1855-1928) a Justicia e Instrucción Pública; a Luis M.
Campos a G uerra; a O nofre Berdeber a M arina; a F.zequiel Ramos Mejía a
A gricultura v a Miguel T ed ín a O bras Públicas.
Fig u e ro a A lc o rta usó to d c s los rec u rs o s d e l po der p re s id e n c ia l, m la té c n ic a
d e las o lig a rq u ía s p o lític a s n a c io n a le s y p ro v in c ia le s , res p o n d ió d e s tru y e n d o el
p o d e r d e Roca en las p ro v in c ia s y el de M a rc e lin o U g a rte en B u e n o s A ires.
M e rc e d a esa a c c ió n , R oqu e S á e n z P eña pudo lu eg o lle v a r a d e la n te su re fo rm a
p c lític a . [E l p re s id e n te Fig u e ro a A lc o rta leyendo su m e n s a je al C ong reso, fo
to g ra fía del A rc h ivo G e n e ra l d e la N a c ió n .)

El intento era casi desesperado y sacudiría las situaciones p ro v in ­


ciales conm oviendo al interior. Estallaron conflictos en M endoza,
en Salta, en San Juan, en San Luis. F.I proced im ien to de las in ter­
venciones federales era p ro p u esto v aplicado casi a discreción.
Pero un co n flicto en C orrientes p ro d u jo la renuncia del m inistro
del In terio r A4ontes de O ca v la designación en su lugar de M arco
A vellaneda, lo que im plicaba un desafío a Roca. La cuestión co-
rrentina situó a los republicanos en la oposición, rom pió la coali­
ción v dejó el C ongreso a m erced de los adversarios de Figueroa
Alcorta.--'
El Presidente estaba bloqueado p o r una L egislatura que le
negaba recursos v apenas trataba los asuntos pendientes, v se negó
a brindarle el presupuesto para 1908 a pesar de hallarse reunida
en sesiones extraordinarias. Fue entonces cuando Figueroa A lcorta
convenció a sus m inistros v ado p tó una medida sorpresiva: clau­
suró las sesiones del C ongreso. Este hecho p ro v o có la reacción
de los ugartistas, los roquistas v los republicanos, que desconocie­
ron la decisión presidencial. El Presidente siguió adelante: hizo
acuartelar las tropas, v o rd en ó al jefe de policía, coronel Ram ón

-- Una interesante descripción de la situación política puede hallarse


—con sus detalles— en Carlos R. Meló, “Presidencia de José Figueroa Al­
corta." Volumen cit. de la A .N .H ., págs. 101 a 130.
L. Falcón, la ocupación del edificio del C ongreso. Los congresistas
no p udieron en trar. La lucha quedó planteada, v desde entonces
Roca, U g arte y Em ilio M itre p ro c u ra ro n la asfixia política del
Presidente. Éste tom ó p o r el atajo de dom inar las situaciones p rovin­ La victoria
política
ciales. C onocía a las oligarquías del interior. Sabía que si n eu tra­ de F. Alcorta
lizaba a los líderes opositores, aquéllas aceptarían la dirección polí­
tica presidencial m ientras se les asegurase cierta continuidad. Los
que no se som etieron padecieron cambios. Seis constituciones p ro ­
vinciales, incluso, fueron m odificadas d u ran te el período presi­
dencial de F igueroa A lcorta.
D en tro de los lincam ientos-habituales de la política econó­
mica, la situación del país era, en ese orden, próspera. G anadería
v ag ricu ltu ra dom inaban el panoram a económ ico, m ultiplicadas
las áreas cultivadas —que hacia 1910 llegarían a los 19 millones
de hectáreas— v las cabezas de ganado. U n censo industrial reali­ Prosperidad
económica
zado en 1908-1909 d em ostró la im portancia adquirida por las y presión
político-social
industrias transform adoras de m aterias prim as: casi 32 mil talleres
y establecim ientos m anufactu rero s y fabriles ocupaban a cerca de
330.000 obreros. La p ro d u c c ió n se estim aba en casi mil trescientos
millones de pesos. El 35 J< de las industrias estaba situado en la
Capital Federal, donde trabajaba la tercera parte de los obreros
censados v cub ría el 45 '/< de la p ro d u cció n anual. El com ercio
ex terio r dejaba saldos favorables v la m oneda argentina era fuerte
en el ex tranjero. Buenos A ires era, asimismo, la provincia más
poblada del país, con más de un m illón y m edio de habitantes,
seguida p o r Santa Fe con más de ochocientos mil, C órdoba con
seiscientos trein ta mil, v E n tre Ríos, con más de cuatrocientos
mil. F.1 litoral v la “ pam pa húm eda” seguían creciendo, pues, v
m ultiplicando su riqueza. La dualidad regional argentina se acen­
tuaba, m ientras el desarrollo urbano de la ciudad de Buenos Aires
absorbía la m ayor p arte de la población provincial, con casi
1.380.000 habitantes hacia 1910.
Prosperidad económ ica, buena con d u cción educativa, una po­
lítica exterior consolidada en sus cursos tradicionales, pese a co n ­
flictos con U ru g u ay , Brasil y Bolivia. Y al propio tiem po, presión
social creciente, conflictos y hostigam iento político y el prem a­
tu ro renacim iento del rema de la sucesión presidencial.
El Presidente usó todos los recursos que su papel le perm itió. La sucesión
presidencial
A la técnica de las oligarquías políticas nacionales y provinciales
respondió, fren te al desafío d e 'la s circunstancias, con técnicas
similares. Creía en la necesidad de la reform a política c institu-
cional que canalizara las presiones del co n to rn o , p ero com prendía
que debía optar, aprem iado p o r el tiem po v las circunstancias,
entre atacar en todos los frentes a la vez o consolidar el poder
presidencial para asegurar la sucesión. Eligió este últim o cam ino,
d estru y ó el p o d er de R oca en las provincias, v el de U garte en
Buenos Aires. E l fallecim iento de Em ilio M itre, en m ayo de 1909,
dejó casi inerm e al p artid o R epublicano. U n mes después, un
núcleo político encabezado p o r R icard o Lavalle auspició la can ­
didatura de R oque Sáenz Peña. En to rn o de éste se form ó una La candidatura
. . . . de un reform ador
nueva fuerza política: la U nión N acional. Y el candidato, apoyado La Unión Nacional
p o r el Presidente, sugirió el no m b re que lo debía acom pañar en
la fórm ula: V ic to rin o de la Plaza, entonces m inistro de R elacio­
nes Exteriores.
E n tre 1906 y 1910 habíase desm antelado la e stru c tu ra política
de las fuerzas tradicionales. N o sólo p o r la acción deliberada de
Figueroa A lco rta, sino p o rq u e antes de que ésta se hiciera sentir
en el ám bito nacional y en las situaciones provinciales, los cuadros
de los notables qued aro n raleados p o r m uertes ilustres. E l año de
1906 fue, en ese sentido, trág ico : en enero falleció B artolom é
M itre, en feb rero Francisco U rib u ru , en m arzo el presidente
Q uintana, en julio Pellegrini y en diciem bre B ernardo de Irigo-
yen. T re s años más tarde, m urió Em ilio M itre.
L a oposición se reunió en to rn o de una candidatura de transac- La Unión Cívica
ción: G uillerm o U daondo, presidente de la junta de gobierno del
p artid o R epublicano y ex g o b ern ad o r de la provincia de Buenos
Aires. Fuertes en esta p rovincia y con apoyo en la ciudad de
Buenos Aires, los cívicos no lo g raro n extender su influencia a las
provincias. M ientras tan to , la U . C. R. resolvió, al filo de 1909, la
abstención luego que el P residente se negara a satisfacer una pe­
tición form al de refo rm a electoral p o r falta de tiem po para ela­
borarla e im plem entarla.23 E l co tejo p o r la Presidencia parecía
librado, pues, a una co ntienda en tre los candidatos de la U nión
N acional y de la U n ió n Cívica, p ero u n com icio para electores
de un senador nacional o cu rrid a el 6 de m arzo de 1910 —una

23 En 1907 ocurrió una entrevista entre Figueroa A lcorta e H ipólito


Y rigoyen en casa de Francisco Villanueva. Discutieron sobre la necesidad
y la posibilidad de la reform a electoral y de la norm alización de la vida
política e institucional. La entrevista no logró la participación activa de la
U. C. R., pero es im portante com probar que el “bloqueo” político a Figueroa
A lcorta procedió desde entonces de los partidos y dirigentes tradicionales
ue tenían representantes en el Congreso. En 1908 hubo otra entrevista, luego
3e la cual descubrióse una incipiente conspiración radical en Rosario. Después,
todo sucedió sin la participación pública de la U .C . R.
semana antes de la elección nacional— dio el triu n fo a la U nión
N acional, y los cívicos denunciaron que su d erro ta fue conse­
cuencia del fraude v la coacción del oficialism o. C o ntra la volun­
tad de la m ayoría de sus seguidores y de la juventud del partido,
sus dirigentes d ecretaro n la abstención para los com icios del 13
de m arzo de 1910. Sin adversarios, el triu n fo de la U nión N acional
fue absoluto. El C ongreso proclam ó presidente a R oque Sáenz Triunfo de
Sáenz Peña:
Peña v vicepresidente a V icto rin o de la Plaza para el período una nueva época
I910-Í916.
Figueroa A lcorta había usado los m ecanism os del régim en
para ap u rar su agonía. La “sociedad de los notables” había, llegado
a su fin, v con ella, la capacidad de los líderes para co n d u c ir el
proceso más allá de las crisis de co y u n tu ra. La nueva “sociedad
de masas” dejaba atrás la “ A rgentina de los notables" para dar
lugar a la transición hacia la “ A rgentina de los partidos” . C'sta
suponía la necesidad de apoyo popular. Los sobrevivientes del
Régim en —Roca, U g a rte — carecían de él. La acción de Figueroa
A lcorta sobre las oligarquías provinciales los privó de sus centros
de poder. El radicalism o, co n d u cid o p o r un extraño líder, ade­
cuado a los nuevos tiem pos y a la nueva sociedad, vería llegar el
m om ento político para la acción pública com petitiva. H abía lle­
gado la hora de los reform adores y la labor difícil de la transición
deliberada. Para ese queh acer se aprestó R oque Sáenz Peña. Su
mensaje al m agistrado saliente cuando le en treg ó el m ando el 12
de octu b re de 1910 conten ía la evaluación de una difícil gestión
y el perfil de su actitu d futura:-'4

Os ha to cad o un g obierno de defensa, de renovación


y de lucha, lucha tan to más patriótica cu anto más ingrata,
p o rq u e es penosa función cam biar regím enes que signifi­
can influencias, v desconocer influencias que representan
re g ím e n e s. . .
Si no había dicho todo, había sugerido lo necesario.

-■* \1 KIX), Carlos R., ob. c i t de la pág. 130.


LA ARGENTINA
DE LOS PARTIDOS
(1906 - 1928)
31 LOS NUEVOS RUMBOS

El contexto
internacional

“Es verdad que no hav ningún trazo firm e y claro que separe
el p erío d o ‘c o n tem p o rán eo ’ del llam ado ‘m o d ern o ’.” Pero si bieo
el nuevo m undo “creció v m aduró a la som bra del viejo” , se pue­
den ad v ertir los prim eros síntom as de su nacim iento alrededor de
fines del siglo xix.' E n esto casi todos los pensadores están de
acuerdo. H acia 1918 ese nuevo m undo ha nacido va. De todos
m odos, las divisiones de la historia del hom bre son conceptuales.
D ependen de la perspectiva del que las form ula v, a m enudo, de
la cultu ra desde donde se las form ula. Para un hindú com o K. M.
Pannikar, la historia m oderna, que asocia con la dom inación occi­
dental, com enzó en 1498 v term in ó en 1947. Para un argentino, la
A rgen tin a m oderna fue concebida p o r los ideólogos de 1837 v
hacia 1870 estaba en m archa. En 1930 habría m u erto, para dar lugar
a la A rgentina contem poránea. T od av ía es posible fo rm ular o tro
intento de periodización, que es el que preside este ensayo: la
historia realm ente contem poránea de la A rgentina com enzó des­
pués de la experiencia peronista. N o hubo allí una fro n tera m era­
m ente cronológica señalada p o r un cam bio p o lítico violento, sino
un cam bio cualitativo a p a rtir del epílogo de un proceso de in c o r­
poración social y política aún invertebrado.
M ucho antes, sin em bargo, hubo un año clave en to rn o del
cual el m undo com enzó a d efin ir nuevos rum bos: 1890. Los nue­
vos rum bos fuero n señalados p o r la revolución industrial v social
de fines del siglo xix v p o r el “nuevo im perialism o” que tom aba
form a entonces. N in g u n o de los cam bios fue decisivo p o r sí solo.
Lo decisivo fue su confluencia, com o señala B arraclough. La gue­
rra de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dram atism o
a sus contem poráneos, pero fue seguida p o r un afán conservador e

1 La afirmación es de G eoffrey Barraclough en un interesante ensayo


—Introducción a la Historia Contemporánea, \fad rid , G redos, 1965— perfi­
lado por el autor a partir de conferencias en O xford desde 1956.
ilusorio de restauración: el de volver a la “normalidad” anterior
a la Gran Guerra. Los movimientos sociales trastornaban muchas
situaciones nacionales y habían cuestionado desde antes de la
guerra aquella presunta edad de oro, pero se iban a hacer agresivos
cuando se integrasen con ideologías que habrían de difundirse con
una rapidez hasta entonces desconocida. Así aconteció con la
democracia de masas y con el desafío a los valores liberales, que
envolvían cambios cualitativos respecto de los procesos v contien­
das anteriores y no una continuación de las viejas querellas.
Casi todo eso comenzó a fermentar hacia 1890, v por lo tanto
no es atribuible solamente a problemas nacionales que esa fecha
haya sido crítica para varios países latinoamericanos, incluida la
Argentina.
Hacia fines de siglo había cambiado también la vida cotidiana.
El hombre del 900 parece más cerca del actual que de sus parientes
de 1870. Incluso las grandes metrópolis se habían multiplicado. No
eran sólo París y Londres, como a mediados del siglo pasado, sino
Berlín, Moscú, Viena, Nueva York, Chicago, Río de Janeiro,
T o k io . . . Buenos Aires. El mundo se integraba mientras las ten­
siones y conflictos se difundían, parecían relativamente próximos
y avanzaba el nuevo imperialismo que embarcaba a las potencias
europeas, pero también a. los Estados Unidos de América v al
Japón.
La idea imperial servía para la racionalización del dominio El "nuevo
de las potencias principales. Los que padecían la política imperial im perialism o”

sabían de su crudeza y cinismo. Los que la formulaban, como


J. Chamberlain, tenían la visión del imperio como una “gran repú­
blica comercial” y como una “unidad económica”, con sus fábricas
en Inglaterra y sus granjas en ultramar. Sin embargo, un imperio
es al cabo un gran sistema político y económico, cultural e ideoló­
gico, como se vio en la formidable experiencia española. En un
sistema imperial surgen problemas cuando se trata de conciliar los
intereses de la metrópoli con los de las colonias o dominios. El
centro de gravedad del mundo de habla inglesa se desplazaba hacia
Estados Unidos de América.2 El factor demográfico parecía favo­
recer a los pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos. Se arrai­
gaba la creencia en el “peligro amarillo”, sobre todo cuando Japón
derrota a Rusia en 1905.
2 U n periodista inglés, W . T . Stead, escribió un folleto titulado La
americanización del m undo o la tendencia del siglo X X que en 1902 se di­
fundió mucho.
El mundo presenciaba la aparición del “hombre prometeico" Hacia la

v la “rebelión de las masas” se esbozaba como un fenómeno propio


"dem ocracia
de masas”

de los nuevos tiempos. Por un lado, la democracia se ampliará


v se convertirá en un concepto legitimador de los regímenes polí­
ticos. Por el otro, las revoluciones del nuevo siglo se caracterizarán
tanto por la técnica en la toma del poder, fundada en la utilización
de las masas, en el cultivo de las emociones v de las lealtades co­
lectivas, como por ser casi siempre terroristas v policiales: se ave­
cinan revoluciones estatistas, autoritarias v, por su lógica interna,
totalitarias. Se traducirán en el bolchevismo ruso, en el nazismo
alemán y, en menor medida, en el fascismo italiano. Al lado de
ellas, el franquismo parecerá “un pronunciamiento tradicional" con
dimensiones de una guerra civil.3
Un hecho casi universal se difunde traduciendo en parte la La generalización
del sufragio
masificación democrática: la agonía de la sociedad de los notables
tendrá su epílogo con la generalización del sufragio. Hecho con­
sumado en el imperio alemán v en la república francesa desde 1871,
en Suiza en 1874; en España en 1890; en Bélgica en 1893; en H o­
landa en 1896; en Noruega en 1898; en Italia en 1912; v ampliado
en Gran Bretaña en 1918, que diez años más tarde incluía a las
mujeres. Estados Unidos de América lo había introducido para los
varones entre 1820 v 1840 en todo el territorio, v en 1920 lo había
extendido a las mujeres. Era una transformación importante, po­
tencialmente revolucionaria. Fue una sutil manera de romper
con buena parte del pasado e hizo necesarios cambios en las orga­
nizaciones políticas. Ésos factores no se dieron a un tiempo ni en
todos lados; tampoco dejaron de enfrentar resistencias, incluso
de sus presuntos beneficiarios —como los sectores medios, tradi­
cionalmente individualistas—, ni dejó de operar lo que entre 1911
v 1915 un joven sociólogo alemán —Robert ¡Ylichels— llamó la
“lev de hierro de la oligarquía”.4 Ésos no fueron, por cierto, los
únicos datos indicativos de los nuevos rumbos. “Profetas” como
Nietzsche hacia 1890 se habían convertido en genios inspiradores
de las nuevas generaciones europeas: “ ¿Quieres una palabra para
:i V er en ese sentido el entretenido ensayo de Joseph Kolliet, A dviento
de Prometeo —Buenos Aires, Criterio, '954—, y el siempre estimulante v
famoso ensayo de O rtega, La rebelión de las masas, habida cuenta de su
perspectiva “aristocratizante", lil tema tiene ya una amplísima literatura
especializada. Ejemplo: W illiam Kornhauser, Aspectos políticos de la so­
ciedad de masas. Buenos Aires. A m orrortu. 1969.
4 Michki.s, Robert, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de
las tendencias oligárquicas de la detnocracia moderna. Buenos Aires, A m orror-
tu. 19A9. (l.a “lev de hierro de la oligarquía" se resume así: "la organización
designar este mundo? ¿Una solución a todos sus enigmas- . . . F.ste
mundo es la voluntad de poder, v nada más.” -'1
Cuando comenzaba el siglo xx, pues, poco quedaba del opti­
mismo sin sombras ó de la creencia en el progreso como sentido
implacable de la historia, tal como lo habían entendido generacio­
nes precedentes.
La guerra europe

n (0
y Am érica latín

“Se iba a la guerra como quien se zambulle en lo desconocido.”


El desorden mundial se había hecho incontrolable y en 1914 los
dirigentes demostraron —vista la cuestión retrospectivamente— no
tener idea clara del significado de sus decisiones ni del peligro
implícito en la exasperación nacionalista. Creyeron en una guerra
corta. Duró cuatro años terribles. Sabían que iba a ser sangrienta,
pero nadie previo que costaría la vida a ocho millones v medio
,de hombres. La guerra llegó sin que los dirigentes políticos supieran
exactamente cuáles eran los objetivos que satisfarían ni los costos
de una contienda. Y cuando los políticos no conducen la política
internacional, ésta pasa a depender de los estrategas militares v de
los intereses económicos. Cuando la diplomacia fracasó, el pensa­
miento de los dirigentes militares se orientó hacia las formas de la
guerra. Como señala Duroselle, se abrieron a los estrategas tres
opciones:, la ruptura, el desgaste y la diversión. La primera era el
ideal de los jefes militares pero, dos años después, en 1916, la
batalla de. Verdún orientó a los jefes alemanes hacia la estrategia
del desgaste. Los enemigos usaron la de la diversión, pero además
rehabilitaron los recursos de la diplomacia: Japón ingresa en la
guerra en 1914, dirigiéndose a la conquista de las colonias alemanas
del Pacífico; Italia se incorpora a la Entente en 1915, Rumania en
1916, Portugal en 1917; Grecia, China v varias repúblicas latino­
americanas en los meses siguientes. La guerra se abrió en numerosos
frentes v al llegar el año 1918 los jefes alemanes percibieron el
estado de agotamiento de sus ejércitos v el peligro de ruptura que
los amenazaba. De ahí la proposición de Hindeburg v Ludendorff
al emperador Guillermo II para que abriera negociaciones hacia
es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los
mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores.
Quien dice organización, dice o lig arq u ía...")
N ietzschf., Federico, IVerke. M unich, Schelchta, vol. m. 2a Kd., 1917.
pág. 917. Ver Barraclough, oh. cit., págs. 191 v sigts.
un armisticio con el fin de reponer sus líneas. El Emperador no se
dirigió a los Aliados, sino al presidente norteamericano Wilson,
pero éste tenía su propia teoría sobre la pandilla militar que había
llevado a la guerra al pueblo alemán y respondió con energía,
acosando a los alemanes hasta llevarlos a una “paz de compro­
miso”."
Los acontecimientos militares y las adhesiones ideológicas
atraían la atención de la mayoría, mientras discurrían procesos que
tendrían influencia en regiones alejadas de los campos de batalla.
La relación de fuerzas entre los beligerantes —desde el momento
en que comenzó a avizorarse una guerra larga— pasó a depender
tanto del nivel de los efectivos militares como de la capacidad de
producción industrial, de las estructuras sociales y del estado moral
de los países en guerra. A su vez, la prolongación del conflicto
comenzó a comprometer a los intereses económicos v a movilizar
la atención de Estados hasta entonces neutrales. Las perspectivas
mundiales se fueron haciendo complejas, sobre todo porque junto
con la guerra militar jugaba un papel cada vez más relevante la
guerra económica, que lesionaba los intereses del Estado neutral
más poderoso: los E. U. de A. Éstos condujeron su política exterior
hacia la articulación sólida del pajiamericavismo, del que esperaban
beneficios para “la influencia política, económica y financiera de
los Estados Unidos”.7 El proyecto no halló resistencias serias en Decadencia Ge.

América Central, pero sí en México y en América del Sur. Las influjo europeo y
crecim iento del
resistencias políticas se apoyaban en la influencia subsistente de estadounidense en
América latina
intereses económicos europeos, especialmente ingleses, y en un
factor que indirectamente la favorecía: las convicciones todavía
pacifistas del americano medio. Ese panorama se modificó sustan-
cialniente cuando las perspectivas de una guerra larga fueron claras
para todos. Gran Bretaña y Francia acudieron al mercado ameri­
cano —Alemania estaba paralizada por el bloqueo— por armamen­
tos, petróleo y productos alimentarios. Eso comenzó a notarse en
octubre de 1914 y a crecer mes a mes. “Las grandes bancas ame­
ricanas estimaron necesario abrir créditos a los europeos, señala
Renouvin— para permitirles efectuar esas compras y para evitar
8 Para el estudio de los aspectos relevantes de la Prim era G uerra M un­
dial y del com portam iento de los protagonistas y neutrales, ver la excelente
obra de Pierre Renouvin, Historia de las relaciones internacionales, especial­
mente el tom o ii, volumen n “Las crisis del siglo xx”. M adrid,«Aguilar, 1964.
Tam bién la bibliografía allí citada. A los fines de este ensayo, la obra dirigida
por Renouvin es suficiente.
7 R e n o u v in , Pierre, ob. cit., tom o ii, vol. u, págs. 665 y sgtes.
que dirigiesen parte de sus pedidos a otros mercados —Canadá,
Australia, Argentina .. .* Los europeos no podían seguir pagando al
contado. Estados Unidos de América tendía lazos financieros con
los beligerantes v se convertía en proveedor v en acreedor de
aquéllos. Su política de neutralidad va no era —no podía seguir
siendo— imparcial. Incluso, la cuestión de la “libertad de los ma­
res” habría de adquirir, desde entonces, otra dimensión. Conforme
se prolongaba la guerra, la influencia europea en China, Asia
occidental v América latina, se fue debilitando en beneficio de
los Estados Unidos. Ésta es, sin duda, una de las primeras conse­
cuencias de la Primera Guerra que interesa directamente a la
mejor ubicación de la política argentina —sus relativas virtudes,
sus frustraciones v sus condicionamientos— en el tránsito hacia su
historia contemporánea.
En rigor, la guerra europea tuvo consecuencias decisivas en Repercusión

la región latinoamericana, sobre todo en el orden económico y


de la guerra
en América

financiero. Los Estados americanos desarrollaban sus exportaciones


a causa de los pedidos crecientes de los compradores europeos. La
Argentina era, sin discusión, “la gran proveedora de Europa Occi­
dental”. Pero con el transcurso de la guerra, las importaciones
latinoamericanas en relación con Europa decrecieron, y los Estados
Unidos fueron ocupando el lugar que los beligerantes dejaban.!l
La guerra europea daba impulso a la vida económica estadouni­
dense v afectaba la influencia europea en el mundo. Cuando el
esfuerzo militar debilitaba a los beligerantes —hacia 1916 esto era
claro— comenzó a operarse un cambio entre los dirigentes v la
opinión pública norteamericana respecto de la guerra. Entre las
causas de ese cambio no fue desdeñable la decisión alemana de
reanudar la guerra submarina sin restricciones. Como las relaciones
comerciales internacionales estaban vinculadas con la libertad de
* R enouvin, P ierre, ob. cit., pág. 668.
11 En Argentina, el valor de esas exportaciones a Europa Occidental
en carne, cereales y lana en bruto, pasó de 502 millones de pesos oro a 900
millones en 1918/1919. A su vez, el volumen del com ercio exterior norte­
americano con América del Sur pasó de 814 millones en 1913 a 2.332 millones
en 1919. Argentina com praba a G ran Bretaña más del 30 % de sus im porta­
ciones en 1911-13; a Estados Unidos sólo el 15% . E ntre 1917 y 1919 aquellos
porcentajes fueron del 23 y el 35% , respectivamente. Renouvin (ob. cit.,
pág. 668) indica que la Argentina com enzó a colocar sus empréstitos en los
E. U. de A., lo mismo que Bolivia, Chile, Colombia. El N ational City Bank
abrió agencias en Buenos Aires, M ontevideo, Río de Janeiro, San Pablo, Ba­
hía y Caracas en 1915. O tros lo im itaron, corno el G uáranrv T ru st en
Argentina.
los mares v con la financiación de las exportaciones, era previsible
que la estrategia alemana de la guerra submarina a ultranza inquie­
tara a los productores industriales y agrícolas v al comercio de
exportación, y que estos sectores presionaran para cambiar el con­
cepto de la neutralidad. La presión en los Estados Unidos fue
favorecida por la simpatía de los intelectuales v los políticos hacia
la causa de la Entente y su antipatía hacia Alemania, que enajenó
el apoyo intelectual americano después de violar la neutralidad
belga en agosto de 1914. Esas tendencias eran resistidas, sin embar­
go, por la importante minoría numérica germano-norteamericana
—casi cuatro millones—, por los irlandeses —que superaban esa
cifra—, y por polacos y judíos víctimas del nacionalismo ruso y
del régimen zarista. Sin embargo, la gran masa de la población
norteamericana permaneció ajena a la posibilidad de la intervención
en la guerra, hasta la decisión de los alemanes respecto de la guerra
submarina, y un episodio —el del “telegrama Zimmermann”— por
el que se descubrió la intención alemana de apoyar a México en
sus reivindicaciones territoriales contra Estados Unidos de América
si éstos entraban en la guerra. Los intereses económicos v el senti­
miento del honor nacional y del prestigio norteamericano, conver­
gieron rápidamente y cambiaron el sentido de la opinión pública
estadounidense. Ahora, ésta estaba madura para la intervención, 1917: los

y el 2 de abril de 1917 W ilson anunció que Estados Unidos en­


E. U. de A.
entran en

traría en la guerra con todas sus fuerzas. La mayoría de los países


la guerra. La
revolución rusa

latinoamericanos adhirieron a esa decisión. El rumbo de la guerra


había cambiado. Las perspectivas militares de largo plazo favo­
recían a la Entente. Los americanos dispondrían de un millón de
soldados en 1918; de dos millones en 1919 y de un formidable
apoyo industrial. El desesperado gesto alemán de favorecer la crisis
interna de Rusia ayudando a Lenin para que se trasladase desde
Suiza, atravesando territorio alemán para ponerse a la cabeza de la
revolución contra el zarismo y, sobre todo, de un movimiento que
aparecía como pacifista, no fue suficiente para neutralizar la im­
portante decisión norteamericana. Antes de finalizar la guerra,
W ilson definía su programa de paz en el mensaje del 8 de enero
de 1918, en sus famosos Catorce puntos, que contenían por lo
menos tres ideas esenciales: “la intención de asegurar la absoluta
libertad de la navegación marítima; el deseo de resolver los litigios
territoriales sobre la base del principio de las nacionalidades. . . el
establecimiento de una Sociedad de Naciones que diese a todos los
Finlandia

’Estocolmo*
Petrogrado

Copenhague

-Londres'
Berlín
P olonia
M mX \ALEM ANIA^
Bélgic a *

Viena
Budapest U cran ia

AUSTRIA HUNGRIA

NEGRO
Madrid

ESPAÑA Roma11 Irana,

IMPERIO OTO MANO

División política de Europa en 1914.

Estados, grandes o pequeños, garantías mutuas de independencia


política e integridad territorial”.10 En agosto, después de la batalla
de Montdidier, Ludendorff consideraba perdida la guerra, mientras
la revolución de octubre de 1917 había derribado al gobierno ruso
gracias a la neutralidad del ejército, que no quería, según el gene­
ral Cheremissov, que la lucha política lo “rozara”.
La guerra había puesto en cuestión no sólo la influencia ultra­
marina de Europa, sino la suerte de los imperialismos europeos en
todo el mundo. La herencia de la guerra dominaría las relaciones
internacionales en la década del 20, hasta el “crac” del 29. Recién
al comenzar esa década se difundieron los signos de recuperación
económica, pero se acentuó la diferencia entre la rapidez del
desarrollo industrial v la prosperidad de los Estados Unidos de
América respecto del resto del mundo.
A su vez, el contexto internacional reveló nuevos y sutiles
condicionamientos. Por • ejemplo,. en las< actitudesi / •colectivas hacia La psicología
las formas de Estado existentes. Las maquinas políticas no andaban colectiva

bien en la Alemania de la Constitución de W eimar, ni en Francia,


donde se sucedían las crisis parlamentarias, ni en la misma Gran Bre-
1,1 R f . n o lv in , Pierre, ob. cit., pág. 713.
División política de Europa de acuerdo con el tratado de Versalles La guerra
europea de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dram atism o a sus
contemporáneos, pero fue seguida por un conservador e ilusorio afán de res­
tauración. Sin embargo, nuevos rum bos se habían abierto.

taña, donde el Parlamento cedía atribuciones al Ejecutivo. La psi­


cología colectiva sintióse agredida por los apremios de la posguerra
V la ineficiencia de los sistemas políticos, según los percibían. Y lo
que sería al cabo más importante, no había va armonía entre la
sociedad política y la sociedad económica.
América latina fue transitada por las nuevas ideologías mili­ Posición
tantes y por los factores que influyeron en su posición interna­ internacional de
América latina
cional. En América Central, los Estados Unidos mantenían sólidos
intereses. En América del Sur, terminada la guerra, los esfuerzos
europeos por recuperar posiciones demostraban que, aunque debi­
litada, la influencia de Europa no había desaparecido. El aumento
sustancial de las inversiones norteamericanas en América latina en­
tre 1918 y 1928 es un indicador insoslayable. La penetración eco­
nómica norteamericana buscaba la mejor fórmula para proyectar­
se en las relaciones políticas. En América Central continuaba la
llamada diplomacia del dólar. Pero en América del Sur, donde no
era posible aplicar sin serias resistencias métodos como el del
cuasi protectorado usado en Cuba en 1901, la formulación de una
nueva política panamericanista que se conciliara con la intención
norteamericana de intervenir allí donde su prestigio, poder o segu­
ridad —e incluso intereses económicos de sus nacionales— fueran
afectados, se hizo difícil. “Los recelos más vivos fueron los de la
Argentina —interpreta el propio Renouvin— porque los medios
dirigentes de la vida económica conservaban allí una orientación
europea, v también porque los inmigrantes italianos no eran sensi­
bles a las excelencias de la civilización norteamericana . . La
observación es parcial, pues otros factores se sumaron a esa pre­
vención fundada en lazos económicos v actitudes culturales, pero
en todo caso es justa, si a ella se añade el propósito norteamericano
de mantener apartadas del continente americano a las potencias
europeas e incluso a la propia Sociedad de las Naciones.
De ahí que Ginebra fuese un lugar vedado, o sin interés, para
los Estados de América latina, v que éstos manifestasen su pre­
vención respecto de la intervención norteamericana en sus asuntos
internos a través de las Conferencias Panamericanas. En la quinta
conferencia realizada en Santiago, en 1923, v sobre todo en la sexta
(La Habana, 1928) donde se pidió que se afirmase el principio de
no intervención v la igualdad de derechos de todos los Estados
americanos —intento de El Salvador que tuvo en el delegado ar­
gentino su más firme defensor—, los latinoamericanos comenzaron
a plantear debates políticos de relativa eficacia operativa, pero de
cierta influencia en la opinión pública americana.
Las organizaciones panamericanas, empero, parecían erigirse
en “la ficción de una comunidad de naciones libres e iguales”,
alentada por Estados Unidos, pese a la resistencia de países como
la Argentina, Brasil y Chile, donde algunos intelectuales acudían
incluso a la evocación de “la originalidad hispánica v católica de
Latinoamérica”, como lo habían intentado Rubén Darío v José
Enrique Rodó. Sólo que el retorno afectuoso al pasado español era
insuficiente para una eficaz acción internacional. El avance nor­
teamericano alarmaba, en aparente paradoja aunque por motiva­
ciones diversas, a revolucionarios de izquierda v a conservadores
que defendían las vinculaciones culturales, pero sobre todo eco­
nómicas, establecidas con las potencias hegemónicas europeas desde
la segunda mitad del siglo xix.
Mientras Estados Unidos busca una nueva fórmula para su
política exterior respecto de Europa v América latina, capaz de
atenuar .el impacto negativo de un nuevo imperialismo, entre fines
de siglo v 1930, en el contexto regional latinoamericano la
evolución política presenta en esta etapa tres aspectos dis­
tintos: es revolucionaria en México; en los países australes
(Argentina, Chile, U ruguay), está marcada por la demo­
cratización pacífica de la vida política, acompañada del
triunfo de partidos populares; el resto de Latinoamé­
rica vive sustancialmente encerrada en las alternativas de
oligarquía y autoritarismo militar, sin que falten situacio­
nes intermedias.11
La Argentina
del Centenario

¿Presentían los argentinos lo que deparaba el futuro? Si los


dirigentes europeos fueron impotentes para controlar las dramá­
ticas crisis que llevaron a sus pueblos a una guerra terrible y casi
mecánica, apenas es preciso decir que los argentinos tenían una
visión parroquial del contexto internacional, aunque no faltasen
hombres lúcidos que trataron de mantener la cabeza fría en tiem­
pos que eran también difíciles en la Argentina.
Pero la relativa distracción de los argentinos tenía, asimis­
mo, explicaciones locales. “La Argentina se encaminaba —escribe
M cGann— hacia dos desenlaces, uno de ocasión fija y otro de opor­
tunidad incierta. El primero era el centenario de la Revolución
de mayo de 1810; el segundo, la crisis política v social.” '2
La crisis política y social fue esbozada en el libro anterior.
Entre 1902 y 1910, el país padeció el estado de sitio cinco veces,
presenció o participó, según los casos, en una frustrada revolución
radical en 1905, y la violencia ganó las calles tanto a través de la
acción anarquista como de la represión policial. Los cambios ope­
rados en la estructura social, visibles en el siglo anterior, producían
fuertes fisuras en el sistema, tanto político como social. Los inmi­
grantes seguían ingresando, porque los conflictos europeos alen­
taban a los desesperados o a los perseguidos a buscar nuevos lugares
de sobrevivencia y, quizás, de bienestar. En el gráfico que aparece
en la página siguiente vemos el aumento incesante de la inmigración
de ultramar entre 1900 y 1913. Baste recordar que al filo del siglo
la población tuvo, por esa causa, un aumento neto de 50.485 per-
11 H a lperín D o n g h i , Tulio, Historia contemporánea de América la­
tina. M adrid, Alianza Editorial, 1969, pág. 317, donde se brinda un panorama
sugestivo de la historia de los países latinoamericanos, dentro de un marco
teórico propicio para la discusión.
12 M c G ann , Thom as, ob. cit., pág. 380.
SALDO MIGRATORIO ACUMULADO ENTRE 1857 y 1930

................. Inmigrantes
a c u m u la d o s — — — — ................................................. Emigrantes
....................................... Saldo migratorio
MILLONES
sonas; cinco años más tarde quedaron 138.850 inmigrantes; en
1906, 198.397; en 1907, 119.861; v siguieron ingresando por milla­
res hasta el Centenario, cuando quedaron aquí 208.870 personas.
Los índices de radicación de inmigrantes fueron positivos hasta
1913.18 La guerra del 14 no sólo impidió el flujo continuado de esa
masa inmigratoria, sino que reclamó a los nacionales de los beli­
gerantes. Eso explica que aquellos índices tuvieran signo negativo
exactamente entre 1914 v 1918, que recobraran tímidamente el
signo positivo en seguida de finalizada la Gran Guerra, v que al
año siguiente —1920— el flujo migratorio aumentara visiblemente
hasta promediar los años veinte.
La movilidad social aumentó, aunque sin afectar profundamen­ La movilidad
te la estructura económico-social respecto de las situaciones domi­ social

nantes, mientras los sectores tradicionales mantuvieron el control


de los recursos políticos y de prestigio. Pero la Argentina del
Centenario no contenía sólo a los inmigrantes de las últimas oleadas,
sino a los hijos de los extranjeros de las primeras. Éstos tenían
entonces entre veinte v treinta y cinco años, edades proclives al
impulso por el ascenso social v a la participación política. Muchos
de ellos habían obtenido “títulos”; eran ingenieros, médicos, abo­
gados, o daban forma nueva a los grupos intelectuales. A estos
factores, cruzados con la actividad militante de los sindicalistas
anárquicos v a la propia crítica de los intelectuales de la élite v con
la crisis económica que afectaba, obviamente, con más dureza a los
sectores con menos recursos, debióse la acumulación de tensiones
que caracterizó a la Argentina de comienzos de siglo, especialmente
hacia 1902, aunque luego la recuperación económica fuera rápida
V relativamente constante.
Sigue siendo válido lo expresado por Gino G erm ani14 en
cuanto que
entre los años 1860-70 y 1910-20 la Argentina experimentó
un crecimiento extraordinario de su población, una expan­
sión sin precedentes de su economía v un cambio drástico
en el sistema de estratificación. F.I crecimiento de la pobla-
l» V er gráfico —supra, pág. 276—; M cG ann, ob. cit., págs. 380-381
y sigts.; G ustavo Beyhaut y otros, ob. cit., págs. 116 y 119; O scar Cornbilt,
trabajo cit.; etc., quienes subrayan que los índices de radicación de la inmi­
gración de ultram ar entre 1910 y 1922 fueron: 1910, 62,5; 1911, 42,5; 1912,
59,1; 1913, 44,6; 1914, -45,0; 1915, —119,1; 1916, -100,6; 1917, -139,1; 1918,
-57,8; 1919, 0,5; 1920, 31,6; 1921, 49,7 y 1922, 58,6.
14 G e r m a n i, G ino, “A péndice" del libro de Seymour M.Lipset y Rein-
hard Bendix, M ovilidad social en la sociedad industrial, en el que trata la
“Movilidad Social en la Argentina", págs. 317. 319 v sigts.
-> 1 1
ción ocurrió en virtud del aporte inmigratorio, por medio
del cual se pobló el país, v que hizo de la Argentina no
va una nación con una minoría inmigrante, sino un país
con mavoría de extranjeros pues, si se tiene en cuenta la
concentración geográfica de la inmigración en zonas cen­
trales v más importantes del país v su concentración de­
mográfica, se revela un predominio numérico de los inmi­
grantes de ultramar precisamente en los grupos más
significativos desde el punto de vista político \ económico:
los varones adultos.
La población urbana de la Argentina se duplicó respecto de
la del censo de 1869 —los centros de 2.000 habitantes o más que
eran 27 en 1869, pasaron a ser 53 en 1914—, mientras la clase media
veía crecer a sectores dependientes: trabajadores de “cuello blan­
co”, empleados v funcionarios, profesionales v técnicos de las
burocracias públicas v privadas1'' que modificaron sutil v signifi­
cativamente su composición. Tanto la movilidad social como el Significado
proceso de modernización de la Argentina tendrían consecuencias político de
los estratos
políticas. Los estratos medios habían crecido con mucha rapidez medios

—a razón del 0,56 '/ anual en 1869 v 1896, v alrededor del 0,27 '/
anual en las épocas posteriores— v los extranjeros contribuían con
casi la mitad de ese porcentaje. En los centros urbanos más impor­
tantes, como Buenos Aires, v en las áreas centrales del país —no
así en las periféricas— la movilidad ascensional desde los estratos
populares era más acentuada, v en todo caso, se tenía la sensación
de que así ocurría. Si se coteja la situación de esas áreas privile­
giadas de la Argentina con los países más evolucionados de enton­
ces, nuestro país soporta las exigencias comparativas en varios ni­
veles sociales, con un grupo de países en proceso de industrializa­
ción v modernización. Ésos aspectos de la sociedad argentina
incluven factores que debían tener impacto en el comportamiento
colectivo. La hipótesis generalmente aceptada —como señala G er­ El orden social

mani— es que una alta tasa de movilidad, en especial desde los


estratos manuales, tiende a favorecer la integración de estos estratos
en el orden social existente. Al historiador le interesa registrar ese
tipo de hipótesis v de información sociopolítica con el fin de
explicar mejor los cambios que se venían preparando desde la
presidencia de Figueroa Alcorta, v cuando menos brindar una
descripción aceptable de los elementos que constituían el sistema
sometido a una tentativa de reforma política, ciertamente profunda.
G e r m a n i, G ino, “Política v sociedad en una época de transición".
ob. cit., pág. 22?.
2 78.
En la Argentina del Centenario, sólo el 9 % de la población de más
de 20 años participaba en elecciones. En 1916 la participación
electoral llegó al 30 % y en 1928 al 41 %. Pero si en lugar de to­
marse la población total se considera el total de los argentinos
nativos, las diferencias son más notables: en 1910 votaban 20 de
cada 100 adultos; en 1916 lo harían 64 y en 1928, 77 de cada cien.
La cuestión puede verse, asimismo, desde otra perspectiva: los
centros urbanos que tenían más significación electoral contenían,
a su vez, mayoría de inmigrantes. En consecuencia, la marginalidad
política de los argentinos nativos era extensa, no sólo por apatía,
sino por ausencia.
“No carecemos de afecto o amor por América; pero carece­ Los argentinos

mos de desconfianza o ingratitud hacia Europa”, había dicho del Centenario:


devotos de si
Roque Sáenz Peña en la Segunda Conferencia de La Haya en 1907. mismos

En Roma, siendo ya Presidente electo, recibiría de los italianos


una medalla donde estaba grabada su gran frase: “América para la
humanidad.” Ocurría, sin embargo, que entre los países americanos
los celos militares traducían ciertos celos políticos, v éstos y aqué­
llos se convertían, a su vez, en inversiones en armas y acorazados,
como estaba a punto de ocurrir en la Argentina desde 1909 y se
concretó en contratos para la construcción de dos acorazados por
empresas norteamericanas a principios de 1910, a propósito de
tensiones con el Brasil. Pero como McGann observa con ironía v
agudeza, Brasil, los acorazados, los Estados Unidos eran cosas
importantes para los argentinos del Centenario, “pero una cosa
era aún más importante: ellos mismos".
Hacia 1910 habíase realizado lo que Scobie llama “una revo­ El cuadro rural

lución en la pampa”, que no era va morada del ganado cimarrón,


de los indios v los gauchos: era una región de campos cultivados,
con ricos pastizales, principal exportadora mundial de trigo, maíz,
carne vacuna y ovina, y lana; hasta el chacarero terminó por ha­
cerse escuchar a través de la Federación Agraria y de su periódico,
“La T ierra” en la década del veinte, aunque los grandes terrate­
nientes continuaban dominando parte del Estado desde la Sociedad
Rural y ministerios adictos.16
El cuadro rural y la revolución en la pampa no modificaron
sustancialmente otras características nacionales: los porteños, o los
residentes en una Buenos Aires más potente que nunca, con
1.306.680 habitantes, rica V con escasos rastros del período colonial
16 S cobie, James R., ob. cit., págs. 205 y 206. Tam bién, Peter Smith:
Carne y política en la Argentina, ob. citada.
y aún del siglo xix, como no fueran las viejas casonas de dos patios,
con el baño y el jardín al fondo, seguían dominando la política
y la economía. Los propietarios de grandes extensiones de tierra
apenas la trabajaban, pero no perdían por eso recursos e influencia
política. Y los partidos eran qontrolados por personajes que ad­
vertían con recelo la aparición de “nuevos notables” que, como
Justo e Yrigoyen, habrían de alterar los medios v objetivos de la
política nacional.
Una vía de acceso a ciertos rasgos característicos de la época Rasgos de

es, por ejemplo, la música popular. Ésta, como la literatura y el


la época

teatro, traduce los cambios, los estados de ánimo, las tensiones, la


incorporación de.tipos humanos originales en la vida cotidiana.
Apenas se recorrerá esa vía. Pero a través del tango se advierten
las contradicciones de la gran ciudad, que domina a los que viven
en ella, a los que están y a los que llegan. El tango es “la canción
de Buenos Aires”, como certifica Ernesto Sábato homologando
lo que todo porteño siente desde entonces.17 Refleja el “hibridaje”,
el resentimiento, la tristeza, la añoranza de la mujer —la inmigra­
ción, se ha señalado, era predominantemente masculina y la mujer
sería en Buenos Aires “artículo de lujo”—, versión de un “nuevo
argentino” inseguro que recurre al “machismo” cuando se siente
observado o “ridiculizado por sus pares”. El tango traduce un El cuadro urbano
Buenos Aires de compadritos, de malhumorados que expresan una
“indefinida y latente bronca contra todo y contra todos”. Como
dice Sábato, el humorismo del tango, cuando existe, tiene la agre­
sividad de la cachada argentina,18 y el tango en sí mismo encierra
—en apretada y tal vez arbitraria esquematización— los rasgos esen­
ciales del país que empezaba a ser “el del ajuste, la nostalgia, la
17 S á b a to , Ernesto, Tango. Difusión y clave. Buenos Aires, Losada,
39 edición, 1968. La literatura sobre el tango es amplia, heterogénea en cali­
dad y contenido, a m enudo cautivante para el historiador, y al cabo incla­
sificable. En casi todos los casos guarda para el historiador valores inform a­
tivos difíciles de ponderar en este resumen. Para entender las diferentes
perspectivas y la percepción selectiva que los intelectuales y los protagonistas
del tango denuncian, es preciso leer tanto a Jorge Luis Borges y a Osvaldo
Rósler com o a Andrés M. C arretero, El compadrito y el tango, Buenos Aires,
Pampa y Cielo, 1964; a Julio M afud, Sociología del tango, Buenos Aires,
Americalee, 1964 y a Carlos de la Púa; a H oracio A. Ferrer: El tango: su
historia y evolución, a F. G arcía G im énez, Vida de Carlos Gardel contada
por Razzano y a Ramón G im énez de la Serna, Interpretación del tango; a M u­
rena y a Daniel V idart, Teoría del tango; y al inteligente y a veces inefable
Ernesto Sábato. Apenas es preciso decir que la lista es sólo enunciativa ...
18 U n napolitano que baila la tarantela lo hace para divertirse: el
porteño que se baila un tango lo hace para m editar en su suerte (que gene­
ralmente es “grela”), pág. 17.
?ftn
REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD RURAL EN GABINETES INAUGURALES, 1910-1943
(Por razones de simplicidad, este cuadro no da cuenta de ministros durante el curso de cada administración)

RELACIO­ JUSTICIA
PRESI­ VICE- NES HACIEN­ AGRICUL­ OBRAS e
PERIODO INTERIOR EXTERIO­ DA EJÉRCITO MARINA
DENTE PRES. TURA PÚBLICAS INSTR
RES PÚBL






Sáenz Peña 1910-14



De la Plaza 1914-16 No hubo



Yrigoyen 1916-22



Alvear 1922-28 •


Yrigoyen 1928-30



Uriburu 1930-32




Justo 1932-38 •


Ortiz 1938-41

Castillo 1941-43 No hubo


Hacia 1910, y en relación con la del censo de 1869, la población urbana se du­
plicó. La concentración geográfica fue acompañada por la concentración demo­
gráfica, m ientras los tip o s sociales mostraban un Buenos Aires polifacético:
viejos y nuevos notables, malevos y comerciantes, cocoliches y universitarios.

tristeza, la frustración, la dram aticidad, el descon ten to, el rencor


V la problem aticidad”.
El tramo entre la generación del 80 v la del Centenario fue
pintoresco, interesante y contradictorio. La riqueza, la sabiduría,
la arrogancia y el optimismo de los dirigentes del 80 se mezclaba,
en los estratos dirigentes, con la prudencia, la autocrítica refor­
mista, cierta soberbia constante v la búsqueda de un apropiado
realismo. El cuadro urbano del Buenos Aires del 900 era policro­
mo. Los personajes de la vida porteña circulaban por un escenario
otrora menos poblado. En los sectores populares cumplían su papel
el cuarteador, el farolero, el milonguero, el payador —“trovador
de tono m ayor” si se compara con aquél v que terminaba su vida
útil en salones alquilados—; el “picaflor” —tenorio callejero de
rancho en verano, corbata moñito v bastón de caña limpia— que
poco tenía que ver con el malevo; el “orillero” —personaje de
?«? ____________________________________________
extramuros, temeroso de la pifia del compadrito v del “niño”
patotero—; el estanciero —que “vestía como un burgués con ciertos
detalles amalevados” v con gustos afrancesados v casa en el Barrio
N orte—; el atorrante —que con el vagabundo, el mendigo, v si se
quiere el “curdela” v el “chapetón”, formaban el fondo miserable
del cuadro popular—; el “cocoliche” —nacido en el circo, italiano
con premura para acriollarse, aunque imite al com padrito—, y éste,
intermedio entre el “compadre” y el compadrón, mezcla de coraje,
voz, pose, cuchillo y mujer que le protege de la policía, v hasta
el “turco” cuya imagen se asocia a la del mercero ambulante como
la del “vasco” con la venta callejera de leche v con el tambo,
V el bohemio como disconformista pasivo de la moral “práctica”
de los inicios de la sociedad industrial. Tipo que se dio principal­
mente en los ambientes periodísticos v literarios.11'
El Buenos Aires del 900 era una mezcla de arquetipos que
reunía a los viejos y nuevos “notables”, al malevaje —comunión
del orillero con el gaucho en una misma identidad rebelde 'n-
junto de personajes “fronterizos” que dominaban los prostiu„,us
o los nacientes comités, sus dos lugares de “trabajo”— v a los
hombres y mujeres que tenían en la vida cotidiana sus roles sin
color. Buena parte del teatro nacional se haría en torno del “gua­
po”,20 seductor y “vivo”, frío v corajudo, simpático y buen baila­
rín; del “compadre”, arisco pero aliado fiel al caudillo político;
de las familias venidas a menos pero con veleidades patricias como
“Las de Barranco”, de Gregorio de Laferrére; del “gringo”, per­
sonaje pintoresco, al principio víctima de la ojeriza criolla v pro­
picio para el ridículo, hasta que fuera de las tablas primero v en
las tablas después, el “gringo” ordenado se impone como árbitro
noble en los entreveros de criollos nostálgicos de la pampa v
hostilizados por la ciudad.
Época en la que comienza a cundir la preocupación por la
crítica social a partir de una realidad que asediaba a los nuevos
intelectuales, a quienes un viejo notable como Carlos Pellegrini
desafiaba desde las páginas de “El País”, v hasta un “oligarca
ilustrado” como Cañé procuraba despertar para que no fueran
atrapados por la “asfixia cultural de una irracional opulencia”.
I!' Ca.sadkvai.i., Domingo I ., Esquema Jet carácter porteño, de quien
son las citas, Buenos Aires, C. E. A. L., 1967 y Bernardo González Arrili,
Buenos Aires del 900, ídem. Tam bién Pedro Orgam bide, Yo, argentino. Bue­
nos Aires, Jorge Álvarez, 1968.
Orgambidk. Pedro, ob. citada.
En el polifacético Buenos Aires de 1910, el patio hogareño o el del conventillo
constitu ía el lugar de reunión de la fa m ilia c de los vecinos.

José Luis iMurature, que luego llegaría a ser ministro de Relaciones


Exteriores, devolvió el guante echando la culpa a los mayores.
¿Dónde estaba la juventud que levantaría la m oral.del país?, era
la pregunta de Pellegrini. ¿Por qué (los viejos) la habían dejado
caer?, era la “contracrítica” de ¡Ylurature. Época densa v penden­
ciera, según la denuncia postrera del viejo Mansilla, quien describe
“la penetración del odio en la sociedad argentina”. Federico Quin­
tana recoge lo mismo:
Difícil es concebir una atmósfera tan cargada de pro­
vocaciones v belicosidad como la de esa época. Era co­
rriente tropezar con tipos de mirada desafiante, parándose
en son de reto si los ojos demoraban más de lo indispensa­
ble en observarlos. Las veredas parecían angostas dado el
modo como se hacían dueños de ellas al caminar con aire
prepotente, listos a hacer cuestión por el más fútil pretexto.
Las esquinas tenían algo de fortín, o de reducto . . .
l.a juventud siguió el tren de la crítica v de la autocrítica.-1
Ernesto Nelson veía a los argentinos capaces de odiar, individua­
listas, melancólicos v vanidosos. Malhumorados, denunciaban su
-1 Citado por Pedro Orgam bide. V er asimismo M cG ann, ob. cit., espe­
cialmente págs. 423 a 4?2.
784
malestar social e individual a través del gesto o de la expresión
grosera. La “juventud dorada” estaba integrada por pandillas de
“niños bien”. Las críticas extremistas eran de pronto triviales com­
paradas con la autocrítica de los notables v de la juventud bur­
guesa. La prédica todavía fresca de Manuel Gálvez encontraba
apoyo en Ricardo Rojas —ayudado por Figueroa Alcorta para que
viajase a Europa v reuniese datos para “La restauración naciona­
lista”— y en la autoridad de Joaquín V. González. Los argentinos
habían descubierto muchos de sus “males nacionales” —entre ellos
la soberbia, el egoísmo y la indolencia favorecida por los inmensos
recursos naturales—, v añadían otros más, como si fueran exclusivo^
de su carácter nacional —la coima v otros vicios de la corrupción
política que no sólo afectaba a la “oligarquía”.
Los extranjeros veían a la Argentina del Centenario según el
ángulo que dejaba abierta su perspectiva personal, su perspicacia
intelectual o sus centros de interés. Hiram Bingham, citado por
McGann, quedó impresionado por la cantidad de ingleses activos
y bien afeitados que vio en las calles de Buenos Aires v que habla­
ban de “B. A.” v del “River Píate” como si fuera una posesión
británica, lo que no le pareció lejano a la realidad. Un español de
apellido Salaverría advirtió la rivalidad obsesionante que los argen­
tinos tenían respecto de los Estados Unidos v el nacionalismo
psicopático de los nativos, por otra parte vanidosos en el vestir.
Vicente Blasco Ibáñez vino a escribir sobre la Argentina del 10,
V Clemenceau paseó una mirada suficiente sobre esa “gente nueva”
que observó, según dice con gracia McGann, con la altura de un
hombre civilizado que es huésped de honor de salvajes.
Pero no todo era autocrítica, como se dijo al comenzar. Bue­
nos Aires hizo de la celebración del Centenario un acontecimiento
singular. Rubén Darío, Enrique Banchs v Leopoldo Lugones can­
taron a la Argentina, a ios padres de la patria, a los ganados y a las
mieses. La Infanta de España estuvo con los argentinos, que la
recibieron con todos los honores. Se realizó la Cuarta Conferencia
Panamericana, que en seis semanas produjo modestos despachos,
terminando sin pena ni gloria. Fuera de la reunión había quienes
proponían una suerte de “imperialismo pacífico” o “papel tutelar"
de la Argentina en América del Sur, como José Ingenieros v Daniel
Antokoletz; otros hacían gala de fuerte aunque retórico antivan-
quismo, como Manuel Ugarte, o insistían en la necesidad de
orientar las energías del país hacia Europa para contrapesar a los
Estados Unidos, como el joven yerno de Roque Sáenz Peña y fiel
mentor de sus antepasados, Carlos Saavedra Lamas.
Años después, casi veinte, un notable español contribuiría a
que los argentinos se conocieran mejor: los llamó “hombres a la
defensiva”. Halló en el pueblo una suerte de “vocación imperial”,
lo vinculó con su paisaje —la pampa— v se encontró con que acaso
lo esencial de la vida argentina fuera se r. . . promesa, porque el
argentino —escribía— tiende a resbalar sobre toda ocupación o
destino concreto. Se le antojaba un frenético idealista, incluso un
narcisista, un preocupado por su imagen ideal, por su role. Hasta
en el guarango advirtió, junto a un enorme apetito de ser algo
admirable, una agresividad que denunciaba inseguridad: el gua­
rango “iniciará la conversación con una impertinencia para romper
brecha en el prójimo y sentirse seguro sobre sus ruinas". De
alguna manera, el argentino corría siempre el peligro de la guaran-
guería, en cuanto forma desmesurada y gruesa de la propensión a
vivir absorto en la idea de sí mismo. En una nota, el español que
tan bien conoció y resumió tantos rasgos del argentino casi veinte
años después del Centenario, formulaba esta definición concen­
trada: “guarango” es todo lo que anticipa su triu n fo . . . La A r­
gentina del Centenario era una mixtura extraña y singular de he­
roísmo cotidiano, vanidad, tensa belicosidad, inteligencia y guaran-
guería.22 En ese ambiente un grupo de hombres con sentido del
tiempo y del Estado se disponía a conducir el cambio político.

22 La referencia es a José O rtega y Gasset. Se com parta o no la tota­


lidad de su contenido, las reflexiones de O rtega de 1929 y 1941 sobre el
argentino, la pampa y la criolla no deben dejar de leerse. (O. C., tom os ii ,
iv y vi. M adrid, Revista de O ccidente.)
32 LA REFORMA POLÍTICA

El sistema político
y la autocrítica
de la élite

Para muchos argentinos, 1910 simbolizó el fin de una época.


Sensación quizás excesiva, porque los nuevos rumbos se habían
abierto mucho antes. Pero de hecho, el Centenario significó una
suerte de frontera entre dos tiempos, un número mágico que sirvió
a los dirigentes v a los intelectuales para hacer un repaso de lo
actuado v una estimación del porvenir. El hecho de que Roque
Sáenz Peña asumiera la Presidencia en ese año, postulando una
reforma política para entonces fundamental, fue uno de los signos
premonitorios del cambio político. Los nuevos rumbos que se
habían abierto paso en el mundo circundante desde 1K90 se tra­
dujeron, sin embargo, a través de un ambiente social, político,
económico v cultural diferente al de los Estados europeos v al de
los Estados Unidos de Norteamérica, donde los dirigentes v mu­
chos intelectuales argentinos creían encontrar orientaciones o mo­
delos para su prédica v su acción. El sistema político argentino
tenía en el Presidente un rol clave, que faltaba en los sistemas
parlamentarios europeos, v hábitos, prácticas v normas que no
eran similares a las americanas.'
1 Parece ocioso advertir que la historia de la A rgentina contem poránea
está aún en elaboración. N o se trata sólo de revisar interpretaciones. Son mu­
chos y fundamentales los campos de estudio inexplorados, las vías de investiga­
ción no recorridas. Existen aún pocos estudios m onográficos sobre la estructura
interna de las fuerzas políticas, sobre los grupos de interés, sobre el com por­
tamiento político de los argentinos en las distintas regiones del interior y
de Buenos Aires, y sobre otras varias vías de análisis en el orden económico,
social, ideológico, militar, y las interrelaciones entre ellas. El historiador debe
acercarse a este tiem po con deliberada humildad en todo caso inherente a
su trabajo, pero en esta época con la seguridad de que lo que vaya expre­
sando será una mezcla a m enudo indiscernible - y quizás fecunda— de
impresiones, investigaciones insuficientes, incluso de fuentes secundarias, y
teorías de las que se ven sólo segmentos. La advertencia no debería ser des­
deñada por el lector, y será ciertam ente aceptada por el iniciado.
M anifestación recibiendo a Roque Sáenz Peña en la plaza de tylayo en 1909.
[Fotografía del Archivo General de la Nación.)

Las críticas al sistema v al comportamiento político de los


dirigentes no procedían sólo de la oposición o de grupos exteriores
a la élite. Existía también una actitud de autocrítica sistemática
v, por decirlo así, masoquista que movió a muchos actores \
participantes de los sectores dirigentes a poner en la picota la
contradicción existente entre la lev v la práctica, entre ia traduc­
ción normativa constitucional v la vida política. Desde mediados
del siglo anterior, los argentinos habían impuesto un cuadro cons­
titucional relativamente rígido. Pero en los momentos de sinceridad
admitían que 1a Constitución Nacional v la práctica política discu­
rrían por carriles diferentes, como dos vidas paralelas. A pesar de
que en los treinta años que precedieron al Centenario habían logrado
la transferencia regular del poder en los períodos constitucionales
de la Argentina, sus distorsiones, la irreverencia a la lev o la inade­
cuación de ésta a ciertos rasgos del país v del argentino, constituían
motivaciones concretas para una empresa que iniciara Rodolfo
Rivaroia.-
En octubre de 19)0, en efecto, aparece la Revista Argentina de
Ciencias Políticas, publicación fundada v dirigida por Rodolfo Ri,-
varola, primera tentativa seria v constante de estudiar la política
- Para una explicación de la concepción de Rivarola y el estado pasado
y actual de los estudios científico-políticos en la Argentina, ver Carlos A lberto
Floria, Prólogo a la edición castellana de la compilación de David l'aston.
Enfoques sobre teoría política. Buenos Aires, A m orrortu. 1969.
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I A " IN V IS T A A R r .K T I .N A HE C IK N C 1A S P O L Í T I C A S '' AfJ.AIIACWNK.S f\ \R \ U I N T E R P R C T A C lW HK LA
( Dlrerlori ROI.OI.FO RIVABOLA > lífcUl !.A \ l. I W M I S O
su p lic a iod a p erson a d e b u en a v o lu n ta d , q u e e x p r e s e —
. .. . o p inió n*, p o r ni odio d . U .IffUi.nW ; , R ég im e n c o o .U lu c lo n a l
CÉDULA PARA CLASIFICACIÓN DE IDEAS POLÍTICAS, d esti- « *vm hr» »*\m l » »em h-n-u • U» ene*im n~
anda A lacih tar la form ación de partidos en U Repá- i-diin-as vju.idiea* t » . I -•nlid" de lai ma*«r autonomía «le
tilica A rgootina. u< proviw.ias, •• **a hacia c» ra im en redcral pnro.
* 2 . NA«.i«»3»\t; la ten«l«‘ncia á mant«’ u cr la *uipremacia «le la sol*era-
nia nacional y d>- la aitlorida*l
«1**1 Robierno re ñ irá !, sin aspi-
VALOR DE LAS CONVICCIONES. PROPIAS. rará reformar la con-.i ilación en sentid»* unitario.
RESPETO POR LAS AJENAS 3 . waif mu*»: el reconocim iento de una e»oluc.ión política hacia la
P 4npr< si«»n •!«* lo* ii'iluitn'w provinciales. para co n stitu ir la
\ Kl .-.u ie.-p to «le enda e n u n c in ció n de esln e M u ln . r a U - g nación baj«> una «ola sol., ram a, una «ola ley , una »>ia iusti-
p li c a d o a l d o rso , y os el ú n ic o u qu e h<*refiere In de* ría p a r a le l o * su* habitautes. X o im plica el proj>ó*ito de un
t'lu ra rió n del q u e su b s c rib o . ^ cambó» inm ediato «le la constitución: ni el de favorecer aqu«?-
Oportunamente, ae publicaran los resultados numéricos de la clasificación

II Kl f .r tn i |M« r ,.y « «o b re l a , e n u n c ia c i ó n » . « u e n o g. II» . . o l , h . . u I* r e f e r a » « .« r t l u a o M l .


acepta; entre las que adm ito, aetialn con ln letra I g
y II. F o r m a d e g o b ie r n o
In que
*
prefiere co m. o ideal de un 1partido.
*
£ ,4. i'to 'ii’RN' iti.:
.
la
l4 . .
más alta dirección política corresponde al pre-
E n c u a n to á : g, sidente.
t. ItK'íl.MKN CONSTITt CH»N* \ l . . 5- rARUSMtitTAnio: la m4s alia dirección política corresponde a
1.
2. X l l .'i o i m l .
1 S
"m^ ° n I- S i* t# m a e l e c t o r a l
•l (tiiilririo a A. suraAQio iikivkskal:para m ayores de lít aftos, sin olra calillc.v
a cíó n , aunque sean analfabetos.
II. l*‘Ol(M.\ l»E < *«> lllK lt\n . O 7 . «« t« c u i t k í m : po r saber leer y escribir.
<1 P»<f«*cíiin ii.»i»»l 0 VOTO co.mckiiido k sxtm^kjkho**: con calitlcación de tiem po de
. ", - re.idot.rU,coi>trib..d(t«l,leer y «cribir.
•>. 1 lir lllM K 'I ltn i l l l . o. 0. fnn u »f» t r L u u t i u » : el .u l r i M ordin.ri>mentn pr»c-
I I I. SIS T K M .t K LK TTU R A I.. S liredn b « .l« le Tech..
, . 10. e«*a U5T* c a hsniicsi5*t \«;i«»k rsopoiw.msAL: com prende «ual-
(>. S u f r a g i o 11IIIV«I*M»I iCXAiw^.’. 2L q u icr sistem a, com o el de lista incom pleta rt voto acu n oilatiro ,
7 V<>(<) c itli f ic iu lt'» 3 ,,,M* suponga útil para rep resen tar m inorías organixa<las en
* , .. a partidos.
o «
■ N. V O lO i ' o i n ' w l i i l o tí e x t r a n j « ' m s “. ® ll. im novinal : '*ada electo r ro ta por un candidato en la cii-cuns-
p ,,r i ¡ s . a , d H i , „ P iHp i u n i i i i i i u i . j j g f »
10. Por h i» tn , e n i e iH f w e u i l u l ó n | )m | x jr - 'g -■ I* provinru. A en U u p A e l.
cio n d l . ^........... ^. g, IV . O rg tD iu c tO n s o e u i
. n m o in ilin 9 I t . o w h w , v « kmi» : Ií. Irnd^ncj* 4 maiil«ner el r^phuen hcíuaí d f U
IV. n llí l.W U V ilW SIK'IAI,. |irf»j».cdad. 4ei eapiUl « e l trebejo. y
10 n n. adruilc la modittcacMn tfradual de las oondiciiK
\C . U onW M \ a < lo n t. n c, (|e |a propiedad, «leí capital y del trab ajo, sin acep tar la
13. K v o llic io n is l» . ¡S •«•>"» « c i e l u l » .
14 S o ciíllisttt. e SiM', ' Uí‘TA: *e entenderá el silbado «i que d e se iria aflliar«e A
este partido.
V. KfcHMKN BC O K M i U * . | V R é g im e n e c o n ó m ic o

' f l 5 0 t o c n ,A n <le , n 4 , " * t r H I* ' m c “ >n » l 0 s . » 10. , m j A» M .« m u t « enlionde «ndquier.


lO . I . l b l ’O c o n c u r r e n c m U m v e r M I l l . O* f»»rmade pro tccrm n. por impuesto» aduaneros prim as, en fa 6
® vor de una industria nacional.
V I. R K I~ \ H (»N K * l í E l . EST A D O CON LA lO L K a i A . 2* . i • ^ .
O 10 . i.iumk «:om:iuihk\<:u iinivehml: se entiende el «lúe adjntle la
17. I> llx M 7 li. tendencia liacia
la libre com petencia universal de las indus-
18. C a tA liíT O . tn n s sin niiiKuua form a de protección.

19. A h tir;iln | »< *< > . S V I- R ?1 a c i o n e s d e l e s t a d o c o n l a i g l e s i a


.,,, v .i 'i o v i i K M o O 17. tisr-MAt: no adm ite ninunna presión ni insinuación de a u to ri-
II. NA l .MU. 5 .Ind, en faroi ni en con tra de idess religiosas, m antiene la y
20. H i absoluta nentrnlidart de
la cnsefianza, aunque se tenua
21 P rtH m w iv o ’ id « « » r e l.* ¡o ,M .
I z P 'z .. ' • ___________ IX. «:atóuic •: que presta ap«wn A la fuei-m ¿asteria) 6 moral del
A p e llid o v n o m b ro : e ^ « .i W d . u . W w » u t« N u .
1 ' 19. akthcatólkxi: que usaría la f u e n a del estado para c«>ml>atir
las ideas religiosas.

V II. N a c io n a lis m o
Kdnd ...................— ........... - .......... ..v ÉU. iijsrósi«:o: que intenta fo rm ar la unidad de la conriencia na­
cional con la adm iración del pasad*», y adopta la cnsc-Kanza
P r o f e s ió n ......................................................................... de la historia com o instrum ento educativo de m oral cívica. -
t I 'r !>• rHocMKSivo. que asiura
á form ar la unidad de la conciencia na-
I o n iir u io *...... ............................... .............. .............. cional m ediante el n^conoi'imiento la nueva com posición de
i a éUki^a de la población, y U lidelidad A la prom esa declarada
>A0t0nsi>WMl ..
...... ........................ ...................... en ei nreám bulo de la constitución: «para todos loa hombre*
del mui do que quieran habitar en el suelo argentino»
S írv ase d ev o lv erla á la Dirección de la*R r% tar« A sokhtii* ns Un^ou-n Hiv^utu*
<Mtn»M I'niltif»*- A venida de M ayo 6 0 5 . B u en o s Aires.
J a s é N ic o lá s M a tie n z o d e s c r ib ió el s i s te m a p o lític o a r g e n tin o , s u s v ir tu d e s y
d e fe cto s. R o d o l f o R i v a r o l a , d e s d e la R e v i s t a A r g e n t i n a d e C i e n c i a s P o l í t i c a s ,
r e a l i z a b a la p r i m e r a e n c u e s t a p o lític a . La a u to c rític a d e c ie rta p a r t e d e la
“é lite " d irig e n te p re p a ró el ca m b io p o lític o .
desde una perspectiva científica. Rivarola entendía que la política
cobraba importancia en un país acostumbrado a considerarla “como
término de acepciones tan lejanas del concepto científico, que
personificadas la ciencia y la política se habrían mirado como dos
seres de opuesta condición". La revista era una excelente respuesta
a los requerimientos de la realidad v lo fue mientras subsistió, des­
de el Centenario, y casi toda la época de los gobiernos radicales.
Un ejemplo singular v valioso —tanto como el de Rivarola
pero con la factura de un libro— fue el ensayo sobre El Gobierno
Representativo Federal en la República Argentina, editado en
1910 y escrito por quien fuera “incondicional” juarista en su
juventud y ministro de Alvear en su madurez: José Nicolás Ma-
tienzo.s Recorre las experiencias federalistas de los Estados Unidos,
Canadá, Alemania, Suiza, Australia y Brasil, v las compara con la
nuestra. Estudia los orígenes de nuestro federalismo, los antece­
dentes de las formaciones provinciales v describe los rasgos prin­
cipales de nuestra Constitución. Analiza los partidos políticos, las
instituciones constitucionales, los gobiernos de provincia. Penetra
en la cultura política nacional, sus hábitos v sus creencias, sus
prácticas y la relación entre la moral y la política. Para la mayoría
de los argentinos, sobre todo después de la organización consti­
tucional de la República, la política era, según Matienzo, un
juego de ambiciones y de influencias que tenían por objeto la
elección de los poderes públicos nacionales v provinciales. Ad­
vierte que la distribución “de las fuerzas militares sobre el terri­
torio de la nación y la organización de comandos de diversos
órdenes está estrechamente relacionada con la política”. Los pre­
sidentes eran de ordinario jefes de partido, y si no lo eran antes
de acceder al gobierno procuraban serlo durante el mismo. De esa
tendencia deduce Matienzo que “todo nuevo presidente se esfuer­
za en anular la influencia política de su predecesor para imponer la
suya”. El número de argentinos que podían aspirar a la presidencia
de la República, comienza diciendo Matienzo en el capítulo vm,
3 M a tie n z o , José Nicolás, Le G ouvernem ent Représentatif Fédéral dans
la République Argentine. París, H achette, 1912. La edición fue patrocinada
por el “G roupem ent des Universités & Grandes Écoles de France pour les
Relations avec L’Am erique Latine”. Los argentinos del Centenario tenían,
como se ve, acceso privilegiado a la com unidad académica europea, pues
M atienzo se presentaba como profesor de las Universidades de Buenos Aires
y La Plata. (Usaremos esta edición por ser posterior a la argentina y contener
acotaciones nuevas respecto de la que se publicó en Buenos Aires. Las citas
serán, pues, de la edición francesa.)
era “muy restringido”. El pretendiente debía ser jefe de un partido
o disponer de fuerzas políticas potentes, que se obtenían de ordina­
rio con el cargo de gobernador de una provincia importante o de
un ministerio nacional. A falta de esos recursos, el candidato nece­
sitaba el apovo de un hombre que la poseyese —habitualmente el
Presidente al que aspiraba suceder—. En todos los casos debía ser una
personalidad importante en la vida política v social del país, consi­
deración que se adquiría muy difícilmente si se residía lejos de la
ciudad capital.4 A partir de 1862, en efecto, todos los candidatos
presidenciales, salvo Juárez Celman, habían sido habitantes de Bue­
nos Aires, v todos eligieron a sus ministros entre porteños nativos
o provincianos con residencia y fama en Buenos Aires. Las profe­
siones habían dado tres presidentes militares (Urquiza, Mitre v dos
veces Roca); un intelectual y activista como Sarmiento; cinco
abogados (Derqui, Avellaneda. Sáenz Peña, Juárez v Quintana).
De los diez vicepresidentes habidos hasta entonces, uno había sido
militar (Pedernera), uno “propietario” (M adero) v los otros ocho
abogados. Los escrutinios electorales-' demostraban a su vez la
gravitación de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza v otras provin­
cias estratégicas respecto del Presidente, pero el cargo de Vice­
presidente era, en cambio, propicio para la negociación. Los gabi­
netes ministeriales se prestaban, a su vez, para dar lugar a la com­
binación de fuerzas políticas v al incremento de los recursos polí­
ticos presidenciales mediante la gratificación de los amigos políticos
o de los candidatos de fuerzas relativamente afines o aliadas. La
fisonomía del Congreso respondía a las características del sistema:
los parlamentarios pertenecían, en su mayoría, a los estratos socia­
les superiores y predominaban las profesiones liberales. En 1908
había en la Cámara de Diputados 53 abogados, 15 médicos, 5 inge­
nieros, 4 maestros de escuela, 17 hacendados, 5 militares, 10 indus-
4 M atienzo da ejemplos: Urquiza fue elegido presidente siendo gober­
nador de Entre Ríos y |efe de Partido; Derqui venía de ser ministro del
Interior; M itre fue nom brado Presidente siendo gobernador de Buenos Aires,
jefe de partido y jefe militar triunfante; Sarmiento contó con el apoyo del
porteño Alsina, jefe del autonomismo de Buenos Aires; Avellaneda habia
sido ministro de Instrucción Pública; Roca era m inistro de G uerra y jefe
militar prestigioso cuando fue elegido por prim era vez; Juárez Celman venía
de la gobernación de Córdoba y era pariente y delfín del presidente Roca;
Luis Saenz Peña llegó por acuerdo de M itre y Roca y el asentimiento de
Pellegrini; Roca llegó la segunda vez siendo jefe del P. A. X.
Ver en M atienzo, oh. cit., págs. 146 a 161.
tríales, 2 periodistas y 9 miembros “sin profesión conocida”,11 lo
que sumado a la homogeneidad social de los componentes predis­
ponía “a la uniformidad de juicio v de conducta”. Según Matienzo,
los subsidios, las pensiones v otras formas de seguros pecuniarios,
así como las frecuentes omisiones legislativas en relación con los
problemas sociales v las cuestiones obreras, eran manifestaciones
de los sentimientos oligárquicos de los miembros del Congreso,
sin distinción de facciones o de partidos. Al propio tiempo, la
adhesión u hostilidad del Congreso no dependía tanto de la perte­
nencia al partido dominante como a la habilidad del Presidente,
dato que revelaba la ausencia de lo que hoy llamaríamos “disciplina
partidaria”. En el sistema político, pues, había roles ciertamente
dominantes, con grandes recursos e influencias políticas: el de
Presidente v los de gobernadores provinciales eran, sin duda, los
principales. El “poder electoral” estaba en las manos de quienes
ocupaban esos roles, sea en forma de designación, captación, “re­
comendación” o “sugerencia”. Ese enorme poder estaba limitado
sólo por la prudencia de los que lo poseían v por cierto nivel de
“moral cívica”, que fue descendiendo con el tiempo v el ardor de
las disputas. El reclutamiento de los candidatos a las diputaciones
se hacían de ordinario entre los parientes y Tos amigos del gober­
nador. Y no era desdeñable en los momentos culminantes de los
procesos políticos el papel de lo que Matienzo llama el “pistero”,
personaje dedicado a descubrir la “pista” de la voluntad presiden­
cial o gubernamental respecto de los candidatos en pugna. El
periodismo no colaboraba para la formación vera/, de la opinión
pública. En la prensa, artículos de ordinario anónimos falseaban
con frecuencia las opiniones v los argumentos del adversario —pues
la mayoría de la prensa era militante— para refutarlos luego con
impunidad. Lo que Matienzo observaba era, en fin, una débil moral
pública y en ello veía un riesgo para las empresas “reformistas”.
En última instancia, la autocrítica de Matienzo, que parece diri­
girse a justificar la reforma política de Roque Sáenz Peña, termina
en una proposición alberdiana: poblar v educar, antes que apurar
reformas arriesgadas. Porque Matienzo advierte que la reforma
implica, por su propia dinámica, la transferencia del poder a hom­
bres relativamente “diferentes".
" Si l>icii se citan los rasgos significativos del sistema según lo apreciaba
.Matienzo, las referencias surgen especialmente de la obra citada, versión
francesa, págs. 140-45; 147; 164-167; 178-180; 183; 190-196; 197-221; 235;
317-319 y 334-336, que mencionamos reunidas para evitar citas reiteradas.
Desde un sector distante del propiamente político, un miembro í?cesar¡smo
inteligente del poder moral hacía el balance de un siglo de inde- republicano"
pendencia política. El sacerdote Gustavo J. Franceschi, com pro­
metido en la experiencia social de la Iglesia, advertía que “desde
1810 hasta ahora no se ha puesto realmente en práctica el régimen
democrático v que un cesarismo republicano es el que nos gober­
nó”. En la práctica, el régimen federal se distinguía del unitario
en que era más costoso, mientras “el pueblo obrero, inútil es ne­
garlo, ha prestado oído a la voz revolucionaria”. Según Franceschi;
el pueblo observaba y perdía “lastimosamente su fe en la demo­
cracia”. Falseado el voto, “cree que únicamente las armas podrán
entronizar la democracia, retira su confianza en las clases dirigen­
tes en las que —afirma— no reinan más ideales que la ociosidad, la
concupiscencia del poder, del placer, o de la fortuna . . . ” En el
fondo se necesitaba una “reconstitución de la colectividad entera”,
v en frases incisivas anunciaba que el Centenario abría “un nuevo
período: el de la transformación profunda de nuestra constitución
interna, de nuestra organización social en el sentido más amplio
de la palabra”. Y terminaba: “Dios quiera que los llamados ma­
ñana a la vida, al celebrar el segundo centenario de nuestra auto­
nomía como nación, puedan celebrar el primer centenario de
interna, progresista v pura democracia argentina . . ,"7

Roque Sáenz Reña:


la concepción
del cam bio político

F.I Centenario adviene, pues, con la sensación de que era nece­


sario el cambio político. La autocrítica v la crítica al sistema habían
preparado el clima, pero estaban en cuestión el sentido y los
alcances de la reforma. La Revista Argentina de Ciencias Políticas
realiza la primera encuesta política que se conozca en nuestro país.*
7 F ra n c e s c h i, Gustavo J., Cien años de República. “Revista Eclesiástica
del Arzobispado de Buenos Aires”, n9 113, Buenos Aires, 1910, o bien en
reproducción de la revista “C riterio”, tom o 73, 1960, págs. 728 a 734. Sobre
el papel, de los católicos, es ilustrativo Néstor Auza, Los católicos ar%evtivos.
Su experiencia política y social. Buenos Aires, Diagrama, 1962.
x En la pág. 289 reproducim os la "cédula" distribuida por la revista de
Rivarola y publicada por La Prensa y La N ación, por lo que en este lugar
haremos los com entarios indispensables a nuestro propósito. La cédula iba
adherida a la pág. 953 del nv 12 de la revista, del 12 de setiembre de 1911.
Ver también Darío Cantón, quien analiza la encuesta en la “Revista I.atino-
americana de •Sociología", 68, 1. Buenos Aires. Fd. del Instituto.
Cierto es que la factura de la encuesta es v ulnerable si se la estima La prim era
encuesta política
desde los niveles metodológicos actuales, pero indica temas de
discusión que estaban en el ambiente o que interesaban al autor.
Puede discutirse la represenratividad de cerca de dos mil respuestas
en una población varias veces millonada, cuando la distribución de
las cédulas fue discrecional, v también el énfasis que Rivarola puso
en la inclusión de ciertos temas. Pero en todo caso interesan men­
cionar los grandes temas: el régimen constitucional, la forma de
gobierno, el sistema electoral, la organización social, el régimen
económico, las relaciones del Estado con la Iglesia y el nacionalis­
mo. Las respuestas, en las que gravitaron opiniones socialistas e
“independientes” y retacearon las de núcleos conservadores según
se deduce de la clasificación v comentarios de Rivarola, denun­
ciaban las siguientes preferencias generales, mavoritarias respecto
de las otras opciones: régimen constitucional unitario, con forma
de gobierno parlamentaria, sufragio universal incluyendo a los
extranjeros, sistema electoral de representación proporcional, or­
ganización social “evolucionista” con un régimen económico de
libre concurrencia, neutralidad religiosa del Estado e inclinación
por un “nacionalismo progresivo’ respetuoso de la “nueva compo­
sición étnica de la población”."
El Presidente había hecho su propia apreciación del momento La opción del

político v había decidido cuál habría de ser su papel antes de


presidente

asumir el poder. Habíase entrevistado con Hipólito Yrigoyen sien­


do Presidente electo asegurándole que llevaría adelante la reforma
electoral. En su “discurso-programa” del 12 de agosto de 1909,
cuando la Unión Nacional iba tomando forma v reunía adherentes,
Roque Sáenz Peña había analizado la política argentina —que cali­
ficó como “democracia conservadora”— en casi todos los campos.
Hay un largo pasaje que dedica a los partidos v al sistema político
argentino, donde se encuentra su perspectiva v su opción. “La
evolución de los partidos argentinos tiene dos períodos bien carac­
terizados. Durante todo el primero, el más largo v el más glorioso,
lucharon los ideales v los hombres; y es al comenzar del segundo
cuando, acordadas las bases de la organización nacional, las orga­
nizaciones partidarias, perdida su verdadera razón de existencia
por el desenlace de sus controversias doctrinarias, sobreviven por
l-umiA, Carlos Alberto, La imagen del sistema político nacional a
través de lina encuesta de la época. D epartam ento de (iraduado* de la I', de
Dcr. v C. Soc. U. N. U. A. Setiembre de I9<W.
Roque Sáenz Peña fue -con
el apoyo de Indalecio Gó­
m ez- el a rtífic e de la refor­
ma política, pero el cam bio
suponía un régimen compe­
titiv o , y éste la existencia
de partidos de derecha e iz­
quierda que fueran leales a
las nuevas reglas de juego.

la sola virtud de los prestigios personales de sus hom bres. . . " 1,1
Frente a los hombres-programa, la Argentina conocía va la cons­
tante personalista. Sáenz Peña cree que el personalismo es un vicio
político v llega a decir
.. . dejadme creer que sov pretexto para la fundación del
partido orgánico y doctrinario que exige la grandeza ar­
gentina.
Reconoce que se está viviendo una transición, que los partidos
se disuelven, vacilan v que nuevas fuerzas v hombres políticos se
preparan para la acción. N o es un revolucionario, sino un refor­
mista, v se propone la “recta administración v el mejoramiento
institucional”. Sabe que aspira al poder en tiempos en que se llega
con influencias más bien que con votos. Confía en la opinión, en
saber escrutar sus aspiraciones v en dejar encaminado el país por
la vía democrática. No es un ingenuo. Es un conciliador —lo que
no significa un hombre que ceda siempre—; es veraz v cree que
su rol es hacer la transición. “Si hacéis triunfar a un candidato,
dice a sus seguidores, no será seguramente para dejar derrotar a
un presidente . . . ”
El discurso inaugural de su presidencia siguió la lógica de
su pensamiento. Se trataba de ampliar las bases electorales, de
integrar la oposición hasta entonces revolucionaria o conspira-
1(1 l-.l discurso-program a, así como la constitución de la U nión Nacional
y la campaña política ac 1910 puede verse en los dos tomos publicados por
dicha fuerza con el título Sáenz Peña, l.a campaña política de 1910. Buenos
Aires. Pesce, 1910.
*»r»r
tiva en el sistema constitucional dando vigencia a un régimen
competitivo y, según su famosa expresión, de “crear al sufragante".
En ningún momento de su gestión, Roque Sáenz Peña faltó a su
palabra o dejó de ser fiador personal de su política de reforma
electoral. Incluso, se preocupó porque los gobernadores com pren­
dieran su pensamiento y la decisión adoptada. Una carta al gober­
nador de Córdoba, Félix T. Garzón, en respuesta a otra de éste en
la que prometía neutralidad en la lucha partidaria es, en ese sen­
tido, un documento interesante." El Presidente juzgaba el momento
“decisivo v único” :
Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca
con rumbos definitivos. O habremos de declararnos inca­
paces de perfeccionar el régimen democrático que radica
todo entero en el sufragio, o hacemos obra argentina,
resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de
intereses transitorios que hoy significarían la arbitrariedad
sin término ni futura solución ...
El 17 de diciembre de 1910, el gobierno había enviado el
proyecto de ley proponiendo el enrolamiento general de ciuda­
danos y la confección de un nuevo padrón electoral. Las leves de
enrolamiento géneral y de padrón electoral en base al padrón
militar debían poner al sufragante al abrigo del fraude. El proyecto
que sigue a ambos es ya el del sistema electoral. Sufragio uni­
versal, secreto y obligatorio. Sistema electoral de lista incompleta,
para asegurar la representación de la minoría. En octubre de 1911,
a un año de haber llegado Sáenz Peña a la presidencia, el pro­
yecto estaba en debate. La crónica registra no sólo la elocuencia
y fidelidad del ministro del Interior, Indalecio Gómez, sino su
capacidad persuasiva. A principios de octubre, “según cómputo
de persona muy informada”,12 los diputados favorables a la lista
incompleta no pasaban de doce; el resto se dividía entre partidarios
de la lista total y del voto uninominal por circunscripciones. A
fines de octubre, los partidarios del provecto eran cincuenta. La
labor de antesalas de Indalecio Gómez fue tan efectiva como la
que realizó en la sala del Congreso. La ley de elecciones nacionales Ley^ssn °a"Ley
se sanciona, por fin, el 10 de febrero de 1912. Sería, desde entonces,
11 La carta puede leerse en “Rev. Arg. de C. Políticas", año 1, nv 6.
págs. 821 a 826. Lleva fecha enero 30 de 1911 y el comentarista añade que
“el presidente asume valientemente el puesto de campeón del sufragio libre,
y la prensa y el pueblo aplauden. El cronista también suelta la pluma y aplau­
de . . aunque con reservas y tqmor.
12 “Revista Arg. de C. Políticas”, nv 14. 12-X 11-1911, pág. 220.
la “lev Sáenz Peña”. En verdad, casi un año v medio de gobierno
había costado al Presidente imponer su “programa de moral polí­
tica”. En ese tiempo no hizo mucho más, pero con fe v sinceridad
asombrosas, según los observadores de ese tiempo, cumplió su
palabra v se propuso romper con la “teoría del oficialismo”. El
Presidente produjo un “manifiesto” al pueblo de la República
como un acto excepcional. En verdad lo era. Roque Sáenz Peña
expuso en él la trascendencia de la reforma, pero también las
condiciones de su futura eficiencia. Ajeno a la “milicia partidaria”,
esperaba el cumplimiento fiel de la lev, pero también la acción
de partidos “de principios” v de partidos de “opinión”. Confiaba en
que la competición política fuera abierta. Para eso eran necesarios
por lo menos dos contendientes. Sáenz Peña sabía que uno estaba
preparado —la U. C. R.—; advertía, pues, a sus amigos conserva­
dores del peligro de la defección. Ea advertencia no era expresa,
pero se deduce de la opción v de su concepción de la renovación
política argentina. El manifiesto, retórico pero franco, plantea las
condiciones de la Argentina de los partidos
.. . Sean los comicios próximos v todos los comicios ar­
gentinos escenarios de luchas francas v libres, de ideales
v de partidos. Sean anacronismos de imposible reproduc­
ción, tanto la indiferencia individual como las agrupacio­
nes eventuales, vinculadas por pactos transitorios. Sean por
fin las elecciones la instrumentación de las ideas. He dicho
a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones v mis
esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra v el consejo
de su primer mandatario. Quiera votar.
Hábil, sobrio v sincero, el Presidente había logrado imponer
la reforma electoral, tema dominante v eje de su programa. Como
bien señala Cárcano, lo hizo con método: primero articulando los
instrumentos para el enrolamiento ciudadano v la vigencia del
padrón militar con la vigilancia del poder judicial; luego, entre­
gando a éste, libre de influencias partidarias, la confección del
padrón definitivo v la designación de los funcionarios que contro­
larían el escrutinio; por fin, la reforma del sistema electoral. Entre
el primer provecto, remitido al Congreso el 17 de julio de 1910,
v el último, enviado el 2 de agosto de 1911, había transcurrido un
año. Los debates —memorables— v la excelente defensa de los
provectos por Indalecio Gómez, ganaron las voluntades o vencie­
ron las resistencias.'
1:1 C á rc a n o , Miguel Angel, "Ensayo histórico sobre la presidencia de
Pero junto con la reforma electoral dejó planteado un sin­
gular problema político: en primer lugar, la aceptación de las
nuevas reglas de juego por todos los contendientes; en segundo
término, el establecimiento de un sistema de partidos organizados,
que no dependieran de la vida de un grupo de líderes o deun
notable; y en tercer lugar, el desafío explícito a la “derecha” de
entonces, de fundar una fuerza orgánica nacional capaz de com ­
petir por el poder con la “izquierda" popular v militante: el
radicalismo.
El eclipse
conservador

La primera experiencia electoral con la nueva ley ocurrió en


la provincia de Santa Fe.14 Participaron el viejo partido Nacional,
un partido local —la Liga del Sur— v la Unión Cívica Radical,
que de esa forma abandonaba la abstención revolucionaria v la
actitud conspirativa. De esas tres fuerzas, la Liga del Sur habíase
Roque Sáenz Peña”, en Historia Argentina Contemporánea, de la A. N . de
la H ., vol. i, sección 2?, págs. 135 a 193, esp. págs. 140, 180 y sgtes.
14 Para un estudio directo del pensamiento y actuación de Roque Sáenz
Peña conviene leer Escritos y discursos, compilados por Ricardo Olivera en
tres tomos editados por Peuser en Buenos Aires, 1935, y los Discursos de
Indalecio G óm ez, en dos tomos, editados por K raft en 1953, amén de los
Diarios de Sesiones de la época. Tam bién puede verse el correcto ensayo
de Felipe Barreda Laos: Roque Sáenz Peña, Buenos Aires, 1954.
Por lo demás, la lectura del discurso de Indalecio G óm ez en defensa
del sistema de lista incompleta —que era apropiado a su papel de ministro
de Sáenz Peña— dejará en el lector una impresión profunda del niveldel
debate, aparte dé su amenidad. Indalecio Gómez, dígase de paso, critica el
sistema uninominal, a partir de la experiencia y no sólo de la teoría política.
En cuanto al tono del debate: “Me sorprendería que una m inoría vencida
en Jujuy se encontrara satisfecha con el triunfo de otra minoría en San
Luis. Sería quizás el caso en que se realizara la imagen recordada por un
espiritual diputado, de aquel que creía fum ar tragando el humo de otro
fum ador. . . ”
Conviene anotar que el sistema electoral condiciona o se vincula con el
régimen de partidos. H ay que tener presente que los sistemas electorales se
relacionan con el territorio —distrito “único”, “interm edio”, “uninom inal”— y
con el cóm puto de votos —lista “com pleta”, lista “incompleta", voto “acum ula­
tivo”, sistema “proporcional”—. Según la perspectiva territorial, por el distrito
único el territorio se considera un solo distrito electoral y la representación
se distribuye según la población total; el distrito intermedio —art. 37 de la
Constitucional N acional— hay tantos distritos, en nuestro caso provincias,
como divisiones políticas; el distrito uninominal supone que el territorio se
erigido en un núcleo representativo de la región meridional de
la provincia, más rica v con más población que la del norte, pero
con menos posibilidades de acceso a una representación propor­
cionada a su importancia por defectos institucionales, según indi­
caban sus adherentes. Propugnaba la reforma comunal, pero tam­
bién la del sistema electoral, el voto político para los extranjeros
con cierto período de residencia en el país v propietarios de bienes
raíces o, a falta de esto, con hijos argentinos.1 La influencia de
factores socioeconómicos vinculados con la localización de impor­
tantes núcleos inmigratorios \a citados a propósito de la gran
inmigración v de los sucesos de 1893, explica con parecida elo-
divide en tantos distritos com o cargos electivos deban ser cubiertos y cada
elector no puede votar sino por un solo candidato. En cuanto al cóm puto
de votos: la lista completa implica que quien tiene la m ayoría consigue todos
los cargos; la lista incompleta asegura la representación de por lo menos
una minoría, remediando la injusticia del régimen precedente; el voto uni­
nominal se relaciona con el sistema de distrito uninominal y cada elector
puede elegir un candidato v adjudicarle un voto; el voto acumulativo implica
que cada elector tiene tantos votos com o cargos hay que llenar, y puede
distribuirlos entre varios candidatos o acumularlos en uno solo; el sistema
proporcional da a cada partido un número de representantes proporcionado
a los votos que logra, de acuerdo con varios métodos conocidos. (Confr.
Germ án Bidart Campos, Derecho Constitucional, Buenos Aires, Ediar, 1964
tomo i, págs. 380 a 387; también Segundo V. Linares Q uintana, Tratado
de la Ciencia del Derecho Constitucional, tom o vil, págs. 116 a 369; y Los
discursos de Indalecio G óm ez, Buenos Aires, K raft, 1953, tom o ii, págs. 348
a 369, donde se registran excelentes debates en torno de los diversos sistemas
electorales a propósito del provecto de lev Sáen/. Peña.)
"En nuestro páís —indica Bidart Campos, ob. cit., tom o i, pág. 387—, des­
pués de haber estado en vigencia el régimen de lista incompleta, llamada
también plural de acuerdo con la lev 140 del año 1857, se introdujo el uni­
nominal por ley 4161 del año 1902, hasta que siendo Roque Sáenz Peña
presidente de la república e Indalecio Góm ez su m inistro del Interior,
remitió al Congreso un proyecto de lev, en agosto de 1911, donde propiciaba
el sistema de lista incompleta, que queda sancionado el 10 de febrero de
1912 y prom ulgado el 13 del mismo mes, con el núm ero de ley 8871. D urante
el régimen derrocado en 1955, la ley 14032 reimplantó el voto uninominal
v la 14292 dividió elctoralm ente a la capital en forma tal que permitiera
resultados favorables al gobierno."
El sistema uninominal estuvo vigente, pues, durante la segunda presi­
dencia de Roca y de Perón.
(Confr. Carlos J. Fayt, Sufragio y representación política, Buenos Aires,
Eudeha, 1963, págs. 65 a 90.)
T hedv , Enrique, Indole y propósitos de la Liga del Sur, en “Rev.
Arg. de Ciencias Políticas", año I. n" 1. 12-X-10, págs. 76 a 95.
cuencia el origen y alcances de lo que habría de ser base política
del futuro Partido Demócrata Progresista.
Los comicios no debieron ser hechos bajo la lev Sáenz Peña, experiencia
Primera

pues estaban previstos para el 5 de marzo de 1911, pero sucedieron radical


y triun fo

tantos conflictos institucionales, denuncias de fraude v querellas


entre el gobernador v el Congreso provincial que llegó el final
previsto: la intervención federal. Decretada el 15 de abril de 1911,
el interventor Anacleto Gil ordenó con esfuerzo v eficacia la
situación política provincial, v la convención del radicalismo de­
cidió concurrir a los comicios, que se celebraron en 1912, sancio­
nada la nueva lev electoral. De tal modo, nadie ignoró que la
elección santafesina se transformaba en una experiencia “piloto” :
la asistencia de votantes fue mayor que nunca v los comicios fue­
ron limpios. Triunfaron los radicales.
Las experiencias electorales previas a los comicios presiden­ diputados:
Elecciones para

ciales que debían ocurrir mucho después fueron varias. Siguió la triu n fo radical
nuevo

convocatoria para elección de diputados nacionales, el 7 de abril


de ese mismo año, v volvió a triunfar con amplitud el partido
Radical. Un año después, un analista político observaba que “la
lista radical había obtenido el triunfo (en la Captial) con una
mavoría tal que se veía claramente que una vasta corriente popular,
no afiliada al partido, había' votado por esa lista”. Juan B. Justo
v Alfredo Palacios por el Socialismo, v Lisandro de la Torre pol­
la Liga del Sur, llegaron al Congreso por esas elecciones. Kn co­
micios sucesivos se vio que una enorme “masa independiente”
—no afiliada— se volcaba por los radicales v socialistas.1" Al mismo
tiempo, mientras algunos temían por el “peligro” radical v socia­
lista, otros advertían sobre la “moderación” de ambos partidos v,
en cambio, sobre otro peligro: que la libertad electoral continuase
en la Capital v en cambio reverdeciera el antiguo régimen en las
situaciones provinciales. En 1914, una elección de diputados dio socialista
Predominio
en la
esta vez el triunfo al socialismo. Cierta “prédica nerviosa imputa capital

al pueblo de Buenos Aires ideas extremas v subversivas” ;17 se teme


por la suerte del “hombre ilustrado” frente al voto secreto v se
denuncia el peligro del extranjero. Los más prudentes señalan
sin embargo, que el partido Socialista había obtenido cerca de
48.500 votos en la Capital, mientras los extranjeros nacionalizados
IB W ilm a rt, R., Las elecciones de marzo-abril en la Capital y P e ra lta .
A lejandro N., El pueblo quiere principios, ambos en “Rev. Arg. de C. Polí­
ticas ", año ni. tom o vi, n° 32.
17 Idem .
no alcanzaban entonces a 18.000. Como el triunfo había sido por
esa diferencia, no parecía sensato atribuirla sólo a los extranjeros
nacionalizados, que por otra parte concurrieron, según estimacio­
nes, en un número no mavor de 12.000. Sin embargo, los comen­
tarios daban una pauta nada desdeñable: habían comenzado las
interpretaciones polémicas en torno al pronunciamiento de la
voluntad popular v el temor, entre los vencidos, de sus proyec­
ciones futuras.
Córdoba, Tucumán v Salta señalaron, aparentemente, el ca­ Reacción

mino de la reacción conservadora. £sta “concentró” sus fuerzas


conservadora

en Córdoba, para hacer frente a los radicales, que habían impuesto


un extraño estilo político: su líder Yrigoven iba a hacer la cam­
paña electoral con sus fieles. Recorría pueblos v levantaba tribu­
nas. Los conservadores resistieron. Triunfaron en Córdoba con
Ramón J. Cárcano, en Tucumán con Ernesto F. Padilla v en Salta
con Robirstiano Patrón Costas. Las líneas habían quedado tendidas
v los adversarios definidos en el orden nacional.: conservadores v
radicales. Fuerzas menores, sin estructura ni difusión nacional,
disputarían situaciones locales. “Quien no quiera votar inútilmente
—escribiría luego Rodolfo Rivarola— deberá optar entre ser radi­
cal, socialista o conservador.”
Hasta entonces, pues, las fuerzas políticas organizadas —de El principio

manera más o menos flexible o laxa— no cuestionaban el principio


de legitim idad
constitucional
de legitimidad de la Constitución. Los radicales v los socialistas
levantaban sus banderas contra la vieja oligarquía v contra el
agónico régimen, pero los llamados radicales no querían cam­
biar las estructuras “de raíz”, sino afirmar la vigencia de la Cons­
titución Nacional a través del sufragio libre. Los socialistas tenían
un programa “máximo” de corte revolucionario, pero actuaban
con un “programa mínimo” que los convertía en una suerte de
radicalismo moderado, situado dentro de la organización jurí­
dica constitucional, v el partido conservador padecía según un
analista agudo, de una doble objeción: que no era un “partido” v
que no era “conservador”. N o era partido, pues era el nombre que
habían tomado los sectores dispersos del P. A. N. desde que fra­
casó su organización como “Unión Nacional" v se caracterizaba
como un denominador común de resistencia al avance radical. Y
110 era conservador, pues se había convertido en “reformista, cen­
tralista v aristocrático. No confió jamás en el sufragio universal.
Nunca tuvo fe en la forma republicana de gobierno. A su juicio, el
pueblo no estaba preparado para el sufragio .. . F.l partido se ha
llamado conservador, en el momento en que acababa de realizar
una de las reformas trascendentales, la lev electoral. Él mismo se
asusta de su obra, en seguida de verla en función .. .” ,s Lo ex­
puesto permite avizorar el comienzo de contradicciones futuras:
salvo el anarquismo —que no constituía un partido orgánico, pero
que se rebelaba contra el sistema en sí mismo a través del indi­
vidualismo libertario, o proponía su sustitución en su concepción
colectivista—, las demás fuerzas políticas no contradecían el prin­
cipio de legitimidad constitucional, pero por lo pronto los conser­
vadores —y según veremos no sólo ellos— no habían asimilado
francamente la nueva fisonomía del régimen político de “demo­
cracia ampliada” que la ley Sáenz Peña implicaba. F.ran los rasgos
primeros de una crisis potencial.
El 9 de agosto de 1914 fue un día “de meditación v de triste­ Muerte de

za”, como alguien dijo. Días después de iniciarse la guerra europea,


Roque Sáenz Peña

moría el presidente Sáenz Peña. Una larga enfermedad había de­


teriorado paulatina e inexorablemente su salud a poco de comenzar
su gestión. En varias oportunidades el vicepresidente Victorino
de la Plaza debió reemplazarlo.19 Los pedidos de licencia, reitera­
dos, dieron lugar a debates en los que se mezclaban buenas razones
de conducción del Estado con especulaciones mezquinas de quienes
querían sacar del medio al Presidente para reemplazarlo por quien
suponían un disidente manejable, opuesto a la política electoral del
doctor Sáenz Peña. Carlos Ibarguren, entonces ministro de Ins-
tracción Pública, relata con causticidad lo que llama “el plan
tramado para obligar al Presidente a renunciar o a . . . morirse, a
fin de que el Vicepresidente asumiera como titular, con carácter
definitivo, la jefatura del Estado”.2" Las intrigas contra Sáenz Peña
y su ministro Indalecio Gómez menudearon. Una suerte de revan-
chismo oscuro de algunos mieipbros mediocres del “viejo régimen"
dejó transparentar rencores políticos hacia el reformador que había
18 R iv a r o la , Rodolfo, Filosofía de la elección reciente, en “Rev. Arg.
de Ciencia Política, tom o vm, n9 43. Sobre el partido Socialista, O. Saavedra,
Partidos y programas. El Partido Socialista, ídem, pig. 3S. M ario Bravo, Orga­
nización, programa y desarrollo del Partido Socialista en la Argentina, ídem,
tom o x, n9 56, pág. 119 y el núm ero íntegro, dedicado al Socialismo con
artículos de Justo, Dickman, Bunge, Del Valle Iberlucea. Sobre el anarquismo,
O. Saavedra, en el np 47 de la misma “Revista”, págs. 486 a 493.
1,1 En siete oportunidades, com o puntualiza Cárcano, ob. cit., pág. 186,
nota 10: entre el 6 y el 12 de diciem bre de 1910; entre el 15 de marzo y el
15 de abril de 1911; del 12 al 19 de diciembre de 1912, y por fin en marzo,
m ayo a julio y agosto de 1913.
Ibarg lren , Carlos, La Historia que he vivido, cit., págs. 264 a 277.
cometido el pecado político de ser consecuente con su palabra,
con su programa v con su propósito de gobernar sobre los partidos
v para la Argentina de los partidos, v no para un oficialismo.
Si bien la mavor parte de la gestión del Presidente habíase
cumplido en torno de la cuestión de la reforma electoral, cabe
consignar su intervención para evitar fricciones peligrosas con el
Brasil v una carrera armamentista que estuvo a punto de atrapar
a ambos países. Misiones encomendadas a Manuel A. Montes de Aspectos de la

Oca v Ramón J. Cárcano —éste en visita reservada al barón de gestión

Rio Branco— hacen ver la transitoria no viabilidad del llamado


“pacto A. B. C.” entre Argentina, Brasil v Chile, pero a la vez la
coincidencia en una política de paz continental. Una diplomacia
equidistante respecto de Bolivia, Perú v Chile evitó conflictos v
un tratado sanitario con Italia en agosto del año 12 puso término
a controversias vinculadas con la inmigración peninsular.
En junio de 1914, el censo nacional mostró una Capital con
más de un millón v medio de habitantes v una población total de
7.888.237 habitantes, de los cuales 2.357.952 eran extranjeros. En
1912, habían entrado 379.117 inmigrantes, cifra récord. La situa­
ción económica v financiera manteníase próspera, v los descu­
brimientos de yacimientos petrolíferos en Comodoro Rivadavia
condujeron a un principio de definición de una política del petró­
leo cuva explotación fue alentada. El “estilo” político de Sáenz
Peña, además, se adecuó a una política de incipiente tendencia
social que neutralizó conflictos potencialmente agudos en la po­
blación obrera. Y aun dedicóse a mejorar la administración pública
mientras el Congreso no se caracterizaba por una labor eficiente,
sino más bien por la profusión retórica que, en buena medida,
esterilizó la labor legislativa.
Cuando Victorino dé la Plaza asumió la Presidencia, dos temas
ocuparon su atención: las resonancias políticas de la reforma electo­
ral v las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
La cuestión política presentóse árida. Victorino de la Plaza La presidencia
aparecía ante la opinión pública como un conservador resignado V. de la Plaza

a llevar adelante una política reformista que no compartía. En la


apertura de las sesiones del Congreso —el 27 de mavo de 1914—,
correspondientes al año en que falleció Sáenz Peña, su posición
quedó aparentemente definida, pero sus prevenciones también.
Actuaba sustituyendo al Presidente enfermo, por lo que conside­
raba que debía ajustar su conducta “al programa por él formula­
do”. No era una adhesión entusiasta. Era el cumplimiento de
un deber.
Es un hecho, empero, que preocupa la atención general
la especie de eclipse que se ha operado en las que fueron
grandes agrupaciones políticas que, después de extinguido
el gobierno de la confederación v casi simultáneamente
con la reorganización del país, surgieron como traídas por
intereses vitales, no a disputarse el predominio de ideas
extremas en el orden social y económico, sino a colaborar
con sus distintos criterios legales en la tarea de interpretar
v aplicar los preceptos de la constitución reformada . . .
El dirigente conservador pareció abrir la esperanza de una
reconsideración de lo hecho en materia electoral cuando en el
mensaje añadió:
Habrá por lo tanto que convenir o que en la lev hav
alguna disposición que no coincide con los caracteres de
los partidos a que me refiero (los “moderados” o conser­
vadores tradicionales) v conspira contra su subsistencia,
en tanto que auspicia v robustece la de los partidos avan­
zados o que esa enorme masa de opinión extraña a estos
últimos, pero que vota ocasionalmente con ellos por ca­
recer de agrupaciones propias, incurre en la más censura­
ble irresponsabilidad, al no insistir con toda energía en la
voluntad de ejercitar lealmente sus derechos . . .
Un año después, va Presidente, de la Plaza insiste en el “pe­
ligro” del avance radical v socialista —los partidos “extremos”— v
sobre el diagnóstico del eclipse conservador. Pero el mensaje del
10 de mayo de 1915 ante el Congreso es igualmente claro en el
aspecto decisivo: Victorino de la Plaza era un conservador ago­
tado, o un sucesor fiel:
Se nota un vacío en los resortes de la lucha, si no se
diseña de cualquier modo la marcha a seguir. Pero pienso
que tal expectativa revela una tendencia regresiva al pre­
tender que aun en la forma más velada v discreta emane
una insinuación de aquella fuente.
Era la opción por la neutralidad en la lucha política v la
renuncia a construir desde el poder un nuevo “oficialismo”. El
viejo conservador no quería ser un reaccionario.-1
21 fc'.n su último mensaje al Congreso, el 30 de mayo de 1916, de la
Plaza insiste en su idea de la necesidad de “reconstruir los partidos tradi­
cionales” y añade que "la estabilidad de los partidos contribuye a la esta­
bilidad de las instituciones". Pero el mensaje termina: “...c r e o haber llenado
el programa trazado de mi prescindencia en la contienda electoral, satisfa­
ciendo así una ansiada aspiración nacional".
La cuestión internacional estaba vinculada, a su vez, con la Cuestiones

cuestión económica. Por un lado, en 1913, el gobierno argentino


internacionales
y situación

habíase manifestado disconforme con el propósito explícito de los económica

Estados Unidos de intervenir en la guerra interna mexicana. En


1914, de la Plaza cedió a la presión norteamericana v según Ibar-
guren se embarcó con Brasif y Chile bajo la presión de los
Estados Unidos en un atolladero enmascarado por la propaganda
de “colaboración americana” en pro de la paz de México v de la
“solidaridad continental”. Al final terminó reconociendo presi­
dente provisional de México al general Carranza, como querían los
norteamericanos. Las relaciones económicas entre la Argentina v
los Estados Unidos, mientras tanto, se habían hecho frecuentes v
estrechas. Mientras Ibarguren interpreta el paso dado por la Ar­
gentina en el conflicto mexicano como una acción inocua v hasta
vergonzosa, y el pacto conocido como del A. B. C. —ratificado
por nuestro Senado el 21 de setiembre de 1915— como un con­
venio de “filiación norteamericana”, M cGann recoge el elogio
de la prensa a la mediación de los tres países americanos v consi­
dera, como entonces La Nación, que la Argentina salía de su
aislamiento. La mediación “era popular en la Argentina”, dice
McGann. Para Joaquín V. González, que informó ante el Senado
el pacto del A. B. C., se había iniciado “una política nueva en la
Argentina”.22
Pero la cuestión económica, que se había hecho tormentosa,
“se convirtió en huracán” aunque por causas que la Argentina no
tenía bajo’su control. Al día siguiente de declararse la guerra, el
gobierno decretó una semana de feriado bancario. Luego una
moratoria de un mes para las deudas privadas. Por fin, hubo un
colapso de importaciones y exportaciones. En rigor, la apertura
de la guerra y sus primeras consecuencias provocaron inicialmente
pánico financiero, y esto motivó las medidas drásticas del gobierno
y aun el cierre de la Caja de Conversión. En poco más de un año,
la economía comenzó a recobrarse lentamente. Sólo en 1917 la
guerra produciría provechos extraordinarios a sectores conectados
con la exportación, mientras las importaciones decaían notablemen­
te. El gobierno aprovechó bien el incremento de las exportaciones
y el descenso de las importaciones para absorber beneficios y ba­
lancear su presupuesto. Victorino de la Plaza se movió con seguri­
dad en medio de la confusión colectiva. Algunas de sus medidas
22 Ver Carlos Ibarguren, ob. cit., págs. 289 a 292 y M cG ann, ob. cit.,
págs. 444 a 459.
económicas v financieras movieron a la polémica, pero pocos sa­
bían qué hacer en cambio. El Presidente no vaciló. En agosto
envió un provecto de lev prohibiendo la exportación de trigo
v harina, para evitar que escasease en plaza v neutralizar la especu­
lación de los acaparadores. En junio de 1915 prohibió la exporta­
ción de varios artículos —desde metales v productos químicos,
hasta medicinas— para asegurar la salud de la población v de la
economía. Siguieron “leves de emergencia” -* para asegurar la
recepción de oro por parte de deudores extranjeros comprometidos
a pagar con ese metal, autorizándose a las legaciones argentinas
en el exterior a recibirlo hasta que el transporte sin peligro quedase
asegurado. El mecanismo era ingenioso v eficiente. De la Plaza
demostró oficio v sentido del Estado, así como ideas claras res­
pecto a la evolución de los asuntos económicos internacionales
V aun de los riesgos que sucederían a la finalización de la guerra,
momento en que las grandes potencias acudirían a grados diversos
de proteccionismo o a medidas que incrementaran rápidamente
sus mercados para salir del marasmo económico, sin demasiadas
contemplaciones hacia los demás.
De ahí que la gestión de Victorino de la Plaza tuviera como “ Circunspección
rasgo relevante la preocupación por los asuntos económicos v financiera'

financieros, que como dijo en su último mensaje, en 1916, condujo


con rigidez v “escricta circunspección”, dejando al gobierno con
reservas en metálico por casi 317 millones de pesos oro v un circu­
lante debidamente resguardado que alcanzaba los mil millones de
pesos.
Sólo si se considera el panorama completo de la economía
argentina durante la Primera Guerra Mundial v los años inmedia­
tamente posteriores —que comprenden parte de la gestión de H i­
pólito Yrigoyen— podría concluirse en que la guerra no contribuyó
a un desarrollo significativo de la economía argentina, sino al pro­
vecho de algunos sectores —especialmente los vinculados con la
exportación rural—, y que si se tienen en cuenta las alternativas
de la guerra, fue una oportunidad que la Argentina perdió para
lograr una mayor autonomía económica, l.a guerra produjo, en
cambio, una situación de mayor dependencia económica en rela­
ción con las potencias beligerantes triunfadoras v con los países
protagonistas del “nuevo imperialismo”. Si se consideran los años
transcurridos entre 1914 v 1920, se advertirá el aumento constante
- i* P é re z A m u c h Á s te g c i, A . J. Las finanzas y la gu e rra, en “Crónica
A rgentina”, Buenos Aires, Codex, 1969, n“ 71.
de las exportaciones —que en 1914 apenas superaron los 400 millo­
nes de pesos oro, pero que en el 20 pasaron holgadamente los 1.000
millones—; se verá también el aumento impresionante de las quie­
bras comerciales en 1914 v su progresiva reducción en los años
siguientes; el aumento de los salarios nominales, pero también el del
costo de la vida; la reducción drástica de las inversiones extranje­
ras; la disminución de las construcciones públicas v privadas; v el
aumento del porcentaje de desempleados que del 6.7 % de las
fuerzas del trabajo en 1913, asciende al 13.7, 14.5, 17.7 v 19.4 entre
1914 v 1917 v comienza a descender en 1918 —12 %— para acer­
carse a los índices de preguerra en los años siguientes, 1919 v 1920.
La depresión que comenzó en 1913 v fue agravada con la guerra
a pesar de la rígida conducción financiera de de la Plaza, afectó
a los grupos sociales con severidad diferente.2'1 Pese a todo, los
propietarios de la tierra no fueron afectados duramente por la gue­
rra; más bien, vieron crecer la demanda por sus productos v los
precios permanecer firmes, o subir. No fue análoga la suerte de los
sectores laborales, y eso explica en parte la existencia de problemas
v de explosiones que se atribuyeron especialmente a la acción del
anarquismo. Pero ni los conservadores que rodeaban a Victorino
de la Plaza, ni los radicales que rodearon luego a Yrigoyen lograron
modificar sustancialmente el statu quo económico-social ni apro­
vechar la ocasión de los cambios sobrevenidos por la guerra para
llevar adelante un programa de desarrollo con pautas diferentes
de las tradicionalmente aplicadas en la Argentina moderna. De ahí
que la situación de dependencia económica no cediera, pese a que
hubo quienes vieron la oportunidad de aumentar el grado de auto­
nomía relativa del país.
Pasado el primer año crítico de la guerra, los argentinos alter­ La sucesión
naron su atención entre los acontecimientos mundiales v los pro­ presidencial

legómenos de la lucha por la Presidencia. En 1912, 1913 v 1914


las experiencias electorales demostraron a los conservadores que las
advertencias de don Victorino no eran triviales v procuraron
reunir los fragmentos de su poder. En diciembre se logró lp inte­
gración de ocho partidos provinciales: la Liga del Sur, de Santa
Fe; los liberales v autonomistas, de Corrientes; el partido Popular,
de Mendoza; la Concentración, de Catamarca; v la Unión Conser­
vadora, de Entre Ríos, entre otros. Viejos v nuevos notables se
24 T l l c h i n , Joseph S., T he Argem ine Econom y during W orld W ar I.
Debemos nuestra gratitud al historiador e investigador de la Universidad de
Vale, Estados Unidos, por facilitarnos este traba|o inédito, que es a su ve/,
núcleo de una investigación de m avor aliento.
unieron al esfuerzo: Joaquín V. González, José María Rosa, Li-
sandro de la Torre, Carlos Ibarguren, Julio A. Roca, Benito Villa-
nueva, Indalecio Gómez.2’' El líder virtual era Lisandro de la T o ­
rre, pero la “derecha” argentina demostró carecer no sólo de una
estructura nacional coherente, sino de afinidades v de programas
políticos v económicos congruentes. Sólo aparecía unida por un
denominador común: resistir el avance radical. Pero éste tomaba
la forma de un incipiente movimiento político cuvas expresiones
locales —aunque significativas en algunas provincias— se resumían
en la conducción de un caudillo de raro estilo v excepcional gra­
vitación. Y la resistencia conservadora, la forma de una “confede­
ración” de fuerzas v de hombres en las que persistían tendencias
centrífugas.
Fueron esas diferencias, más bien que la hostilidad o distin­
gos sociales de las élites conservadoras hacia un líder que parecía
imponerse a la fragmentación, como Lisandro de la Torre,2" las
que impidieron la estructuración de una fuerza orgánica nacional
de signo conservador. La esperanza de Roque Sáenz Peña, en la
que cifró la vigencia futura de la reforma electoral, fue herida por
la fragua fallida de estructuras partidistas competitivas v por la
persistencia de intereses que temían las consecuencias de la partici­
pación política amplia.
Manipulador político, Marcelino Ugarte tejió los hilos de una
maniobra tendiente a neutralizar la jefatura de Lisandro de la T o ­
rre manteniendo al poderoso partido Conservador de Buenos Aires
independiente de alianzas, pretendiendo erigirse en opción frente
a Yrigoyen. Udaondo trató de hacer lo mismo con la Unión Cí­ El partido
Demócrata
vica, pero la mayor parte de sus adherentes se fueron volcando Progresista

hacia el radicalismo. Él partido Demócrata Progresista, surgido de


la alianza de las fuerzas conservadoras del interior, proclamó en
1915 la fórmula presidencial: Lisandro de la Torre-Alejandro
Carbó. Marcelino Ugarte, fiel a los viejos mecanismos de la política
de los notables, confiaba en maniobrar dentro del Colegio Elec­
toral, y decidió que su partido provincial se presentara sin can-
45 E tchepareborda , Roberto. Aspectos políticos de la crisis de 1930,
en “Revista de H istoria”, n9 3. Buenos Aires, 1958, págs. 9 a 11.
28 El padre de L. de la T o rre nació en Buenos Aires y se educó entre
1837 y 1840 en el Colegio San Ignacio (hoy del Salvador). El hijo se esta­
bleció como estanciero en Santa Teresa, Santa Fe, en inmediaciones del
A rroyo del M edio, pero “del otro lado”, com o diría Borges. V er Edgardo
L. Amaral, Lisandro de la Torre y la política de la reforma electoral de
Sáenz Peña. Buenos Aires, 1961.
3DR
didatos a los comicios presidenciales. Si ha de creerse a L. de la
Torre, Victorino de la Plaza no habría sido totalmente prescin-
dente, pues favoreció las intrigas de Ugarte interviniendo Corrien­
tes, ocupando militarmente San Luis, v creando condiciones para
el debilitamiento del P. D. P.
El partido Socialista afirmaba mientras tanto su programa Los socialistas:
“mínimo”, inclinado hacia el socialismo liberal de Juan B. Justo, Justo-Repetto

V soportaba no sólo crisis internas —Alfredo Palacios fundó el


partido Socialista Argentino a partir de una cuestión baladí vincu­
lada con el duelo, al que adhería contra los principios del partido-
sino escisiones sindicales v sugerencias conservadoras que pre­
sentaban a los radicales como los “adversarios reales” del socia­
lismo capitalino. Próximos los comicios, eligió también su fórmula
presidencial: Juan B. ¡usto-Nicolás Repetto.
La Unión Cívica Radical consolidaba su estructura nacional Los radicales:

con la jefatura de Yrigoyen v la disidencia de los santafesinos. La


Yrigoyen-Luna

mayoría del partido quería la concurrencia a los comicios. Hipó­


lito Yrigoven aspiraba, en cambio, a obtener el poder por métodos
•revolucionarios o por un golpe de Estado. Se sometió al pronun­
ciamiento de la mayoría, y la convención* radical eligió la fórmula
dé candidatos: Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna. Pero la actitud
de su líder llevaba implícita una contradicción: había hecho ban­
dera del sufragio libre, pero había explicitado tam bién'sus aspira­
ciones revolucionarias sobre las reglas de juego que se avino a
respetar con importantes reservas mentales.
La Argentina de los partidos debía procurar la legitimidad
política que necesitaba para su estabilidad. Pero en las vísperas de
su nacimiento, pocos eran los que respetaban su lógica interna. Con
motivaciones y designios diferentes, casi todos contribuirían a que
la legitimidad naciente no llegara nunca a su plenitud. Victorino
de la Plaza presidió el momento en que se cruzaba una frontera sin
retorno..

27 El cuadro de la página 311 sugiere, simplemente, una manera de ubicar


algunas fuerzas políticas o económicas de 1916; refiere sus objetivos respecto
del gobierno o las estructuras existentes. Sigue de cerca el esquema de Dahl,
empleado ya en el tom o 1, página 247, pero es una simplificación deliberada
que, además, no sitúa a todas las fuerzas o grupos de la época, sino a algunos
a modo de ejemplo. Una tipología más compleja de las oposiciones se en­
cuentra en G eorge J. G raham , jr.: Consenso e opposizione: una tipología,
en Rivista italiana di Sciencia Política, Año 1, np I. Bologna, abril 1971.
3D9
LA ÉPOCA RADICAL

Hipólito Yrigoyen,
caudillo popular

En 1916, triunfó el primer partido orgánico nacional nacido


desde la oposición: la Unión Cívica Radical. Y con él llegó a la
presidencia de la República uno de los líderes más notables y
originales de la historia política argentina: Hipólito Yrigoyen. Fn
esos dos datos se encuentran las líneas maestras de la política na­
cional entre 1916 y 1930, época de predominio radical.
Las elecciones de 1916 fueron reñidas. Sobre una población jeteceíoncs
de 7.704.383 habitantes, estaban inscriptos v habilitados para vo­
tar 1.188.904 hombres. Concurrieron a los comicios 745.825 v
la U. C. R. obtuvo poco menos de la mitad de los sufragios
—339.332—; los partidos conservadores de la provincia de Buenos
Aires, Corrientes, San Luis, Santiago del Estero, Jujuv, La Rioja,
San Juan v Mendoza lograron menos de la mitad del caudal de los
radicales —153.406 votos—; el partido Demócrata Progresista
123.637; el partido Socialista consiguió en la Capital Federal 52.895
sufragios v el radicalismo disidente de Santa Fe 28.267. Los votos
consagraban el triunfo radical, pero el mecanismo constitucional
trasladaba la cuestión al Colegio Electoral, como esperaba Ugarte,
quien horas antes de constituirse aquél había logrado que los con­
servadores v muchos demócratas progresistas votaran la fórmula
Angel D. Rojas-Juan E. Serú, mientras L. de la Torre pedía a sus
electores leales de San Luis, Catamarca, Santa Fe v Tucumán que
votaran la fórmula Carbó-Carlos Ibarguren. Cuando los votos se
tradujeron en electores comprobóse que la U. C. R. había obtenido
143, v la mavoría necesaria era de 151. Esto alentó las maniobras
de Ugarte, frustradas por el radicalismo santafesino, que al fin
votó en favor de Yrigoyen. La U. C. R. logró, por fin, 152 elec­
tores. Uno más que los necesarios.1 Desde el punto de vista del
1 Las maniobras en el Colegio Electoral hubieran tenido éxito —y el
conflicto político consiguiente hubiera sido difícil de dom inar— si en San-
31D
ESQUEMA DE LOS OBJETIVOS DE LA OPOSICION EN 1916
Tipos de oposición para obtener o propugnar en cuanto a:

Aspecto en el cual la oposición propugna cambios q Aspecto en el cual la oposición no propugna cambios
mecanismo electoral, el triunfo radical fue ajustado. Si se consi­
deran los votos, fue amplio, pero distó de parecerse a un “plebis­
cito” como interpretaría luego Yrigoyen. Si se aprecia el espectro
político de la época, distinguiendo entre los votos favorables al
reformismo y los partidarios de una suerte de statu quo ante,
los primeros —U. C. R., P. D. P., P. S. v U. C. R. de Santa F e -
reunieron 544.131 sufragios v los segundos 153.406. Pero si se
suman los votos conservadores de los partidos provinciales pro­
piamente tales y los “progresistas”, los caudales reunidos no alcan­
zaban al de la U. C. R. Si se juzga, en fin, la representatividad po­
lítica del nuevo gobierno en función del sufragio universal cuya
ampliación introdujo la ley Sáenz Peña, la elección de Yrigoyen
fue un triunfo claro.
“Nadie es tan consciente como el historiador de la infinita caudillo

diversidad de las personalidades humanas”,- pero nadie —y menos


aún el historiador o el analista político— desdeñan comparar per­
sonalidades, hallar grandes “tipos” ideales y referirse, con obvia
prudencia, a tipologías. La personalidad de Hipólito Yrigoyen es
un dato indispensable para comprender la política argentina de la
época que tratamos.
Sé bien que no soy un gobernante de orden común,
porque en ese carácter no habría habido poder humano
que me hiciese asumir el cargo. . . Soy un mandatario su­
premo de la Nación para cumplir las más justas y legítimas
aspiraciones del pueblo argentino . . . Sé bien que he venido
a cumplir un destino admirablemente conquistado: la re­
integración de la nacionalidad sobre sus bases fundamen­
tales . . .
Este pasaje de los fundamentos del proyecto de ley de inter­
vención federal a San Luis, escrito en 1921, contiene la concepción
que Yrigoyen tenía de su “misión política”. Se pueden hallar frases
semejantes en numerosos documentos salidos de su mano, o de su
inspiración.3 N o era un “doctrinario” —¿dónde hallar el sistema
tiago del Estero 12 votos de diferencia en más de 30.000 votantes no
hubieran dado el triunfo a los radicales. Eso sin hacer mención de las vaci­
laciones del radicalismo disidente.
2 Confr. Jean B. Duroselle y Pierre Renouvin, Introducción a la polí­
tica internacional, segunda parte: “El hom bre de Estado”, M adrid, Rialp,
1968, esp. págs. 323 a 355, donde el lector hallará tipologías comparadas y
referencias útiles para profundizar el tema.
3 Es suficiente ver, por ejemplo, Discursos, escritos y polémicas del
Dr. H ipólito Yrigoyen. 1818-1922, compilados por Jorge G uillerm o Fovie
v editados por Talleres Palumbo, Buenos Aires, 1923. F.l texto de su re­
3 i ->
coherente de ideas al que refiriese sus actos v acomodase- sus
decisiones?—, pero sí un idealista o, quizá mejor, un “principista”.
Era a la vez un luchador, que puso en la táctica intransigente más
constancia que el propio Alem, y en la actitud permanente del
conspirador que debía actuar desde un poder que hubiera querido
conquistar por la revolución, una paradojal consecuencia. Jugador,
con la imagen del prudente; imaginativo para el ejercicio de la P
política, con el semblante de un rígido que hizo de la “Causa” e
o de la adhesión a su capacidad carismática el catecismo laico para r
la “reparación nacional” v el signo que señalaba la división entre s
aliados y adversarios, entre sus fieles y sus críticos. Cuando ope­ o
raba en aras de la Causa, se aproximaba al cínico de la política,
que apela al “egoísmo sagrado”. Pero era difícil en su tiempo v n
no es sencillo ahora recrear lo que fue “el caudillaje por el silen­ a
cio”, esa manera casi arcana que tenía Yrigoyen para conducir a li
través de las “medias palabras” o de la convicción personal. Cau­ d
dillo carismático, según la compleja clasificación de Max W eber, a
hizo del silencio un gesto. Gregorio Marañón lo comparó con d
Oliveira Salazar, el líder portugués, e intuyó con agudeza en sus
Ensayos liberales el valor político de aquel gesto:
El secreto está en que en esa clase de hombres el gesto
es precisamente el silencio, v la misteriosa invisibilidad ...
Pero así como se constituyó en el representante simbólico
de los sectores medios ávidos de participación política, irritó a los
adversarios,4 y afirmó la constante “personalista” —el calificativo
nació, en el sentido tle un poder personal encarnado, asociado a su
persona—, uno de los hilos conductores de nuestra historia política.
Lo que ocurrió era previsible: por su estilo y por su gravitación,
Yrigoyen fue un factor de polarización política. Se estaba con él
o contra él. El “yrigoyenismo” —luego el “personalismo”— atra­
vesó las filas de la oposición v del propio partido Radical.
nuncia a la candidatura presidencial, elevada a la Convención Nacional de
su partido en marzo de 1916, o el telegrama dirigido a Alvear con instruc­
ciones para la reunión de G inebra, el 30 de diciembre de V920, son de anto­
logía. Denuncian un estilo político que se impuso sobre la tortuosa fraseolo­
gía que empleaba, y que-'sólo sus fieles creían interpretar, y admiraban. Los
opositores tenían una ocasión excelente para ridiculizar al caudillo. Sólo que
en “la hora de la verdad” de los políticos, éste los derrotaba.
4 D ardo Cúneo, sucesor del socialismo liberal e ilustrado de Justo, no
ahorra calificativos para criticar la “demagogia” de Yrigoyen, que en cierto
modo era —con el gesto— su lenguaje. (Confr. D ardo Cúneo, / uan B. justo
y las luchas sociales en la Argentina. Buenos Aires, Alpe. 1956.)
Octavio R. Amadeo llamó al radicalismo “la fracción española
de la política argentina”. La frase, ingeniosa, sugiere algunas vías
de análisis. N o sólo la que se relaciona con la extraña adhesión
doctrinaria al krausismo por parte del caudillo, sino la que se
vincula con una vertiente de la historia española expuesta en su
momento v que discurre por el español y el americano del si­
glo xvn, cuando España elaboraba su quehacer imperial sobre dos
ejes paralelos: el de la ortodoxia-heterodoxia v el del maquiave-
lismo-antimaquiavelismo. Porque el radicalismo vrigovenista fincó
su desarrollo en la crítica moral, para lo cual su credo político
interpretado por el caudillo se transformó en ortodoxia, v en una
suerte de antimaquiavelismo que vio en el realismo político un
pecado v en la oposición una expresión larvada de la “razón de
Estado”, traducida en alianzas contra el partido gobernante que
su líder descalificaría con un término que hizo época: el “con­
tubernio”.
Este aspecto del comportamiento radical parece ratificar una
línea interpretativa apenas recorrida v que se esboza así: la U. C. R.
tuvo su origen en la época de los notables del 80 v “completa en el
plano político la asimilación al modelo europeo: es ‘moderno’ allí
donde la élite de 1880 era ‘tradicional’ (por ejemplo, la participa­
ción política ampliada coirio índice de modernidad). En cambio
en lo económ ico... el silencio de la Unión Cívica Radical (hasta
1916 especialmente) frente a problemas claves del proceso econó­
mico v su reacción tipo ‘indignación moral’ frente al acento que
sobre la actividad económica ponen sus opositores, representa en
cierta medida un recurso a valores de tipo ‘tradicional’: es ‘tradi­
cional’ allí donde la élite de 1880 era ‘moderna’ ” .. . '’
El radicalismo representa, pues, una expresión de la partici­
pación política ampliada a sectores hasta entonces marginados por B
el régimen, demanda la vigencia de la Constitución v el sufragio A
libre v se incorpora al sistema político con una estructura parti­ S
daria orgánica v nacional. En su programa incluve la defensa de E
las autonomías provinciales, lo que contribuye a afirmar la “nacio­ S
nalización” de su estructura. Tiene un estilo v una forma de pré­
dica apropiada a lo que va se denominaba nacionalismo, v un líder
que reemplazó las expresiones programáticas con el atajo de la
•"> G a l l o , Ezequiel (h.) y S igal , Silvia, “La form ación de los partidos
políticos contemporáneos: la U. C. R. (1890-1916)", en Argentina, sociedad
de masas, cit., págs. 124 a 175. V er también Darío Cantón, El Parlamento
argentino en épocas de cambio: 1X90, 1916 y 1946. Buenos Aires, F.d. del
Instituto, 1966. Los paréntesis son nuestros.
simbología política. La conformación policlasista del radicalismo yae°r| sa,"iózac'ón
—que contenía en su seno a hombres procedentes de todos los sec­
tores sociales políticamente activos— no interfería la disposición
populista de su líder —más bien presentida que real, o en todo caso
embrionaria de un populismo de masas que se perfilará recién en
1928—, Los cuadros dirigentes de la U. C. R. estaban formados
por muchos hombres pertenecientes, por su extracción social v por
sus actividades económicas o profesionales, o por ambas cosas a
la vez, a la denominada “élite tradicional”. Este dato es importante
para explicar, en parte, la afirmación del “antipersonalismo” dentro
del partido Radical.
Su base para la acción era el comité —el de la provincia de
Buenos Aires fue por mucho tiempo el baluarte de las conspira­ C
ciones v de la acción política de Yrigoyen—, que servía de medio O
para el ascenso de una suerte de nueva clase dirigente que podía M
o no mezclarse con la tradicional, sin afectar la fuerza política de IT
la organización. El comité —temido va por Juárez Celman en E
escritos que citamos y conviene recordar— reemplazó al club, fue
el instrumento de difusión del partido v la garantía de su unidad,
aunque fuera laxa. Pero sólo el estilo v la imagen populista de
Yrigoyen disimulaba un partido en el que aún la mayoría de su
élite estaba compuesta por hombres que creían en valores análogos
a los de sus adversarios conservadores. El principismo vrigoyenista
operaba como un elemento galvanizador. El partido no era, para
el caudillo, una “parte”, sino el intérprete de la razón pública v el
representante de la soberanía nacional.
El pueblo de la república, alplebiscitar su actual go­
bierno legítimo, ha opuesto la sanción soberana de su
voluntad a todas las situaciones de hecho y a todos los
poderes ilegales. En tal virtud, el Poder ejecutivo no debe
apartarse del concepto fundamental que ha informado la
razón de su representación pública, sino antes bien, realizar
como el primer y más decisivo de sus postulados, la obra
de reparación- política que alcanzada en el orden nacional,
debe imponerse en los estados federales, desde que el ejer­
cicio de la soberanía es indivisible dentro de la unidad
nacional y desde que todos los ciudadanos de la República
tienen los mismos derechos v prerrogativas . . .
Es una parte de los considerandos que preceden al decreto
de intervención federal a la provincia de Buenos Aires, del 24 de
abril de 1917. El análisis de su contenido es elocuente: los comicios
fueron para el líder radical un plebiscito. Los gobiernos no radi-
cales pasaron a constituirse, por su heterodoxia, en situaciones de
hecho. El radicalismo era una suerte de depositario de la razón
pública, y no sólo de la 'voluntad popular. La estructura federal del
Estado no era una valla infranqueable, pues para el perfeccionis­
mo político de Yrigoyen los demás ciudadanos tenían el derecho
de tener un gobierno radical, es decir “legítimo”, como el gobierno
nacional. La soberanía popular había pasado a ser la soberanía del
partido, y dentro del partido, de su príncipe. N o era una con­
secuencia de la lógica interna de la “Argentina de los partidos”,
sino de la proyección perfeccionista v mística de un caudillo
carismático.B Pero ésa y otras consecuencias pondrían pronto en
cuestión aquella lógica interna, mientras desde esa perspectiva no
carecen de explicación hechos insólitos conio la “ruptura de rela­
ciones” del gobierno nacional con el de la provincia de Córdoba, en
mayo de 1922, a raíz del triunfo del candidato demócrata Julio A.
Roca ante la denuncia de fraude v la abstención radical. Tampoco
aparece inusitada la oposición rígida que acosó a Yrigoyen desde
todas las tribunas y desde el Congreso, que aquél ni pisó, enviando
sus mensajes anuales para que fueran leídos ante congresistas in­
dignados.7
La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen está condicio­
nada por una preocupación dominante: consolidar la gravitación
nacional del partido Radical v organizar definitivamente su estruc­
tura interna. Yrigoyen llega a la presidencia con 64 años.s Para
el primer objetivo usa el recurso de la intervención federal a
discreción, a partir de su peculiar interpretación de la causa de
la “reparación nacional” que se ha analizado. Interviene provincias
por decreto en quince oportunidades, y por ley del Congreso en
cinco más. Para el segundo propósito emplea a sus fieles a través
8 Sobre las consecuencias del “perfeccionismo político” — “perfectis-
mo” en términos del italiano Rosm ini—, ver Sergio Cotta, II Problema del
potere político, Brescia, 1964.
7 El mensaje inaugural de las sesiones de 1917, por ejemplo, llegó al
Congreso el 11 de mayo, y en una carilla Yrigoyen explicaba que no había
tenido tiempo de reunir “todos los elementos de inform ación”, pero que en
cumplimiento del art. 86, inc. 11 de la C. N ., declaraba inauguradas las sesiones
del H . Congreso. Era todo.
8 Porteño, hijo de M artín Yrigoyen y de (Marcelina Alem, estudió
Derecho y siguió a del Valle en el Partido Republicano hasta los sucesos
del 90. Su gabinete del 16 fue com o sigue: Ramón Góm ez en Interior; Carlos
A. Becú en R. Exteriores y Culto; Dom ingo Salaberry en H acienda; Pablo
T orello en Obras Públicas; H onorio Pueyrredón en A gricultura; Elpidio
González —un civil— en G uerra, así com o el ingeniero F. Alvarez de Toledo
en M arina; v en Justicia e Instrucción Pública. José S. Salinas.
de los comités del interior. Ambos objetivos hallarán resistencias
fuera y dentro del radicalismo, estimulando alianzas entre aque­
llos que terminaron por calificar al Presidente como un “autó­
crata”. Sin embargo, opositores y adversarios internos tuvieron
durante su gestión absoluta libertad de expresión. Sólo que Yri­
goyen confiaba en otros instrumentos más eficaces que la retórica
para dominar, como al cabo lo haría, tanto el panorama político
nacional cuanto las posiciones partidarias decisivas. Era Presidente
y jefe del Partido, y no dejaría de cumplir ambos roles pese a las
críticas de lo que con el tiempo constituiría el movimiento “anti­
personalista”.
En parte por esas preocupaciones dominantes, v en parte tam­
bién por su modalidad paternalista v popular, otros hechos v temas
de la época, fundamentales para sectores importantes de la polí­
tica argentina, fueron relativamente secundarios para el Presidente,
que los trató siguiendo el itinerario de ciertos principios en los
cuales creía, o ateniéndose a su intuición de la oportunidad. El
caudillo tenía su ritmo y su manera de entender la política, y con
su estilo atravesó períodos difíciles v sucesos que podrían haber
herido su popularidad. Pero si se atiende al comportamiento presi­
dencial respecto de la constelación de poderes de la época, puede
explicarse con alguna coherencia por qué ninguno de los sucesos
que tuvo que superar fueron suficientemente decisivos como para
afectar el liderazgo de Yrigoyen, por lo menos en los seis años de
la primera presidencia radical.
Lo que caracterizó la relación de Yrigoyen con el mundo Política
obrero fue una cuestión de trato, más bien que el resultado de un economía
cambio de política. El Presidente dialogó con frecuencia con diri­
gentes obreros y usó del arbitraje para tratar conflictos gremiales,
pero el partido Radical no trajo consigo ningún programa de cam­
bio -económico-social que pudiese alterar la relación de fuerzas
entre empresarios y trabajadores. Representativo de los sectores
medios, Yrigoyen respondió a las aspiraciones de participación
política de éstos, pero no se introdujo en la compleja trama de
intereses económicos que las organizaciones obreras, dirigidas por
anarquistas o por socialistas, trataban de romper. Las “luchas por
la producción de ganado y ' carne proporcionan —se ha expuesto
en una investigación reciente—9 probablemente el barómetro más-
9 S m jth , Peter H., Carne y política en la Argentina. Buenos Aires,
Paidós, 1968, págs. 15 y 77. Libro polémico en más de un aspecto, brinda
un material excelente para seguir el com portam iento de los sectores ganaderos
y de los frigoríficos entre 1900 y 1946.
exacto del clima político general de la Argentina, o por lo menos
ningún problema aislado de la época resulta tan sugestivo”. Aun­
que la apreciación del investigador pueda parecer exagerada, los
daros que proporciona muestran a un Yrigoven indeciso frente a
conflictos concretos. En 1917, obreros de los principales frigorí­
ficos intentan organizarse dentro de la F. O. R. A. (Federación
Obrera Regional Argentina) v los dirigentes de Armour v Swift
—norteamericanos— los despiden. Las peticiones obreras se dirigían
a obtener la jornada de ocho horas, el pago de horas extras, au­
mentos graduales de sueldos, el feriado del lv de mavo . . . , v frente
a la posición rígida v agresiva de los frigoríficos, van a la huelga.
Ésta progresa, v es apoyada por sectores portuarios. Los estancieros
se unen a los frigoríficos y la Sociedad Rural auspicia una reunión
de la que resulta un petitorio a Yrigoven para que actúe contra
la huelga conducida, según los empresarios, por “agitadores pro­
fesionales”. Intervienen los diplomáticos norteamericano y britá­
nico invocando la carestía de las provisiones para las tropas aliadas.
El Presidente envía a la Marina para romper la huelga. En el plano
económico las discrepancias de fondo entre radicales y conserva­
dores serían, al fin, escasas. Frente al recrudecimiento de la “cues­
tión social”, Yrigoyen deja operar al aparato represivo policial,
como durante la famosa “Semana Trágica” del 19, suerte de
putsch anarquista que ocasiona centenares de muertos y heridos
por la intervención de la policía sin provocación obrera. Y aun
parece impotente para desalentar organizaciones civiles como la
“Liga Patriótica”, célula extremista de una derecha ideológica y
social que se lanzara a la. “caza del obrero”, mientras meses des­
pués, en Santa Cruz, una rebelión de peones es reprimida por el
ejército, ocasionando una matanza. Un testimonio apasionado pero
original de aquella persecución sangrienta que complicó a militares
V terratenientes en el 22, es la obra “La Patagonia trágica” de José
María Borrero. La palabra “tragedia” abundaba, como se advierte,
en torno de los problemas sociales de una época signada, además,
por la repercusión de la revolución bolchevique y de la revolución
mexicana. Frente a un proceso tan complejo, el radicalismo carecía
de una política social y económica suficiente, pero el caudillo asi­
milaba las crisis.
Un tema que conmovió a los argentinos, como a todo el mun­
do informado, fue la Primera Guerra. Las consecuencias de su
desarrollo y proyecciones fueron esbozadas en torno del contexto
internacional, y la actitud del presidente Yrigoyen —como antes
la de Victorino de la Plaza— no fue ajena a las influencias va
apuntadas, sobre todo en el plano económico. Pero en el plano La neutralidad
político, el Presidente sostuvo la neutralidad de la Argentina a
pesar de presiones v de críticas de entidades, periódicos v sectores
con influencia intelectual que pretendían la ruptura con Alemania.
Cuando ésta decidió la guerra submarina a ultranza, algunos bu­
ques argentinos —el “Monte Protegido”, el velero “Oriana”, el vapor
“T oro”— fueron al fondo del mar. La presión llegó a su límite a
propósito de un episodio diplomático: la embajada de los Estados
Unidos interceptó un telegrama enviado por el embajador alemán
Karl von Luxburg en el que informa a su gobierno el rumbo de
buques argentinos, recomienda su hundimiento v califica al minis­
tro Puevrredón de “asno”. El episodio era, en verdad, de una fac­
tura tan grosera como agraviante v peligrosa para la Argentina.
Si algún asno actuaba en la política de entonces, ése era el conde
Luxburg, cuva expulsión inmediata decidió el gobierno argentino,
reclamando satisfacciones al alemán. Las obtuvo, así como el des­
agravio a la bandera al terminar la guerra. Yrigoven porteó las
demandas belicistas de la opinión favorable a los Aliados sacando
provecho de la incoherencia de los críticos, que habían aceptado
—v defendido, como hizo Lugones, entre otros— las-excusas británi­
cas cuando el hundimiento del vapor argentino “Presidente M itre”.
Vista la cuestión retrospectivamente, nos parece que la con­
ducta de Yrigoven fue inteligente v adecuada. En primer lugar
hemos dicho algo acerca de lo que fue la Primera Guerra v de la
forma en que dirigentes supuestamente capaces se zambulleron
en el conflicto. En segundo lugar, el tema de la neutralidad estuvo
presente en casi todos los países que no se mezclaron de inmediato
en el conflicto v contaba con la mayoría de los pueblos. Sin nece­
sidad de reiterar el proceso interno norteamericano, baste recordar
lo que costó a Wilson sacar a su pueblo del aislacionismo. Por
otra parte, los agravios al honor nacional se reunieron allí con
intereses económicos v estratégicos concretos. Neutrales europeos,
como Italia, escuchaban a un Salandra recomendar la práctica del
“sagrado egoísmo”, una versión de la neutralidad ayudada por el
regateo diplomático. Y un hombre prestigioso como Giolitti, alma
del partido Liberal,/Coincidía en el neutralismo que apoyaban los
socialistas —por su pacifismo—, y los políticos católicos, que se­
guían la consigna de la Santa Sede, benigna hacia el católico impe­
rio austro-húngaro. ¿Para qué añadir más? ¿La Argentina estaba
a merced de intereses que no dominaba? Yrigoyen interpretó a
D i o
la mayoría, siguió en esto a de la Plaza v fue vocero del hombre
medio. Se comportó otra vez como un principista, v acertó, pese
a las críticas emotivas de muchos de los adversarios más inteligen­
tes, algunos de los cuales irían luego a los Estados Unidos para
explicar la política exterior argentina y justificarla ante esa potencia
que había obrado, en todo caso, impulsada por su particular inter­
pretación de su interés yiacional en el mundo. Lamentablemente,
ni Vrigoyen ni sus ministros tuvieron los recursos intelectuales para
imaginar una política económica independiente —en términos rela­
tivos— como la que sostuvo en el campo internacional. Ésta se
prolongó en la Sociedad de las Naciones, donde algunos de los
Catorce puntos de W ilson parecían desvirtuados y las discrepan­
cias entre los vencedores revelaron muy pronto el choque de inte­
reses. Las instrucciones de Yrigoyen a la delegación argentina fueron
que no se hicieran distingos entre neutrales y beligerantes, consa­
grándose el principio de la igualdad de los Estados. Otra vez apare­
ce El principismo de Yrigoyen, que condicionó la permanencia de la
delegación argentina a la aceptación de esos postulados. Alvear,
entonces embajador en París y miembro de la delegación, se opuso.
Yrigoyen insistió en un telegrama de antología, con su estilo, su
lenguaje, sus frases insólitas. Sólo Honorio Pueyrredón respetó las
instrucciones, pero intentó.soslayar la conducta recomendada por
el Presidente. La delegación procuró que éste concediera una con­
ducta menos rígida. Los telegramas no tuvieron contestación. El 6
de diciembre de 1920 se leyó la nota señalando la posición argen­
tina, y la delegación partió en seguida de Qinebra. Según Yrigoyen,
el radicalismo tenía una misión para la Argentina, v ésta para el
mundo. N i más ni menos.
En 1919 la tensión social culmina con hechos sangrientos y El poder
más de 350 huelgas, y una demostración de fuerza de la F. O. R. A. ideológico

que reúne en un mitin en la plaza del Congreso 150.000 asistentes


y setecientos gremios representados, derivando hacia el comunis­
mo anárquico. La renovación ideológica había llegado a los me­
dios universitarios a través de la Reforma, que tiene su epicentro
en Córdoba, entre 1917 y 1918, v se difundirá por toda América
Latina. “El movimiento de reforma confiesa la doble inspiración
rusa y mejicana; esos ejemplos le animan a luchar por una
modificación de los estatutos universitarios que elimine el todo
poder de los profesores (reclutados demasiado frecuentemente
dentro de diques que son, a su vez, parte de los sectores oligár­
quicos) obligándolos a compartir el gobierno con los estudiantes
La cuestión social hizo crisis
durante el prim er gobierno de
Yrigoyen, m ie n tra s el a n a r­
quism o tenía en Di Giovanni
uno de sus arquetipos exas­
perados. [Severino Di Giovan­
ni, fotografía del Archivo Ge­
neral de la Nación.]

(provenientes en parte de sectores sociales más modestos, pero


sólo excepcionalmente p o p u la re s)...” 1" La reforma universitaria
se manifestó, pues, como Una prolongación de la reforma política
contra el “régimen”, en la medida que la Universidad había otor­
gado a la estructura de poder vigente hasta el 16 la mavor parte
de sus dirigentes, v la comunicación entre el sistema político v el
subsistema universitario era entonces fluida. Los radicales adhirie­
ron a la Reforma e Yrigoven pudo eludir así la crítica ideológica,
para concentrar su trabajo en neutralizar a lós críticos políticos.
Al promediar el período presidencial, Yrigoven había provo­
cado un clima de crisis en su propio partido v el acercamiento de
los partidos opositores. Pero antes de esbozar esa problemática, El poder

que se plantea hasta el momento en que se decide la sucesión m ilita r

presidencial, es preciso observar aspectos de una crisis futura que


se advierten en el paulatino reingreso a la arena política de un
antiguo protagonista, ahora profesionalizado: el ejército. Los mili­
tares aceptaron sin problemas el acceso pacífico de los radicales
al poder y asimilaron el neutralismo rígido de Yrigoven.
Pero al tratar más adelante la intervención política de los
militares como una suerte de “partido político armado”, ¿cómo
. 10 H a lp e r í.n D o n g h i, T ulio, ob. cit., pág. 298. Los movimientos estu­
diantiles tienen m ayor gravitación política, observa H alperín, en la medida
que no ocupan el escenario grandes movimientos populares. Por otra parte,
fueron desde el 18 formas de politización universitaria que entrenaron a
futuros líderes reform istas o revolucionarios de América latina, como Hava
de la T orre. Frondizi v Castro.
no computar —entre causas más complejas— las reiteradas inter­
venciones federales que motivaron con frecuencia su convocatoria
con fines que solían identificarse con objetivos partidarios, v crea­
ron un factor de diversión respecto de lo que los militares llamaban
sus “actividades específicas”? Si este dato no es desdeñable para
interpretar el proceso político futuro, también es interesante el
hecho de que Yrigoyen aplicase su concepto de “reparación” al
propio ejército.11 Pasó por alto los reglamentos de promoción
militar para rehabilitar a ex revolucionarios del 90, del 93 v de
1905. Nada había por encima de la “Causa”, v esos militares habían
luchado por ella. Eso provocó el brote de facciones militares y
de logias para defender el profesionalismo, pero que a la postre
se convertirían en una “oposición faccional” dentro del sistema.
En 1920 surgió la Logia General San Martín. Varios factores inci­
dieron en su formación: la tolerancia del ministro de Guerra hacia
oficiales políticamente comprometidos con Yrigoven y que demos­
traban públicamente su apoyo al Presidente; favoritismo v arbi­
trariedades en las promociones; deficiencias en el entrenamiento
de los conscriptos; y la defección administrativa tanto en la dota­
ción de las fuerzas armadas como en formas de intervención que
afectaron, desde la perspectiva militar, la disciplina interna de
dicha corporación.12 La Logia General San Martín no surgió con­
tra los radicales, sino por motivos corporativos fundados en polí­
ticas específicas que sus componentes no admitían. Pero expresó
una manifestación política de los. intereses de las fuerzas armadas.
N o fue extraña a la preocupación de éstas por la proclividad de
Yrigoyen a designar civiles para el cargo de ministro de Guerra.
Cuando se aproximaba el cambio de gobierno y se perfiló la can­
didatura de Alvear, la Logia presionó para que éste no designara,
una vez electo, al general Dellepiane, próximo a Yrigoyen, sino al
entonces coronel Agustín P. Justo, durante siete años director del
Colegio Militar y vinculado a los círculos aristocráticos de Buenos
Aires. En una oportunidad, incluso, Justo puso de manifiesto una
actitud elocuentemente crítica hacia Yrigoyen, realizando por su
cuenta un homenaje a Mitre, formando a los cadetes frente al mu­
seo del procer y líder de la política del “acuerdo” —según la visión
11 P o ta s h , R obert A., T h e army & politics in Argentina. 1920-1945.
Yrigoyen to Perón. California, Stanford U niversity Press, 1969, págs. 10 y 11.
12 V er también Juan V. O rona, “Una logia poco conocida y la revo­
lución del 6 de setiembre”, en La crisis de 1930, “Revista de H istoria”, n° 3,
Buenos Aires, 1958. págs. 73 a 94. O rona sirúa la aparición de la Logia en 1921.
de Yrigoven, que pasó por alto el aniversario—, o de la política
liberal de la Organización —según quiso subrayar Justo—,
Estos hechos fueron, tal vez, los primeros pasos concretos en
un itinerario que llevaría a la politización del ejército en términos
del siglo veinte. En 1922, la Logia había impuesto a Justo como
ministro de Guerra de Alvear.
Sin embargo, los propósitos dominantes de Yrigoven en el
escenario político nacional encontraron franca resistencia entre los
políticos de la oposición v entre radicales que disentían con su
conducción personalista. En 1918, Rodolfo Rivarola se lanzó a
justificar la necesidad de un “tercer partido” en la política nacio­
nal, que reuniera a los que no eran radicales ni socialistas. Mientras
tanto, el comité de la Capital de la U. C. R. designa una comisión
compuesta por Carlos A. Becú, Santiago C. Rocca, José P. Tam-
borini v Enrique Barbieri, v ésta produce un documento titulado
“Programa v acción del partido Radical”, que acusa la derrota de
los radicales capitalinos en manos del socialismo en ese mismo año
v revela la crisis interna del partido oficial. El documento se ma­
nifiesta “antipersonalista”, reclama “la separación entre el partido
militante v el gobierno”, exige que la U. C. R. se defina frente a
los problemas políticos, económicos v sociales indicando "la nece­
sidad de un programa”, v recuerda que el electorado espera del
radicalismo que asegure “una buena administración pública”. Cuan­
do se aproximan las elecciones presidenciales, sectores conservado­ F
res e independientes procuran organizar la Concentración Nacio­ u
nal de Fuerzas Opositoras cuvo candidato sería N orberto Piñero. e
El partido Demócrata Progresista no acepta integrarla. Se difun­ r
den escritos que denuncian el origen autonomista v la militancia z
juarista del joven Yrigoyen, ahora creador de un “binomio rompe­ as
cabezas —régimen v causa—”, mientras el nombrado Rivarola com­
para al Presidente con el “único, Juárez Celman". Los esfuerzos o
para una coincidencia opositora contra el radicalismo oficialist? p
aumentan a medida que se acercan las elecciones del 22, mientras o
los “manifiestos de los radicales principistas al pueblo de la repú­ s
blica”, publicados con la firma de Miguel Laurencena, Carlos "F. it
Meló, Benjamín Villafañe v otros, el 22 de enero del año de los o
comicios, no difieren mucho en las críticas a la “autocracia” vri- r
govenista con el discurso-programa que pronunciaría el candidato a
socialista Nicolás Repetto, el 5 de febrero. s

1:1 Un resumen del discurso de Repetto puede hallarse en la R. A. de


C. P., n" 137, págs. 385 a !88. núm ero que contiene los “manifiestos”.
Pero la opinión popular —lejos de la memoria colectiva los
graves momentos
r
del 19— permanecía ajena a los ajetreos de los Las elecciones
comités y al febril

trabajo de opositores y disidentes. La percep-
i • i. • » n a c io n a l e s

ción de la diferencia entre la opinión pública y la opinión popular


era aguda en Yrigoyen, que impuso a su candidato en la Conven­
ción Nacional de marzo de 1922: el aristocrático, temperamental,
inteligente y a veces trivial embajador en París: Marcelo Torcuato
de Alvear. El radicalismo era mayoría, y la mayoría en el radica­
lismo había respetado una “vaga consigna” que circulaba desde
fines del 21:
El Viejo apoya a Alvear .. .14
La Convención radical eligió la fórmula Alvear-Elpidio G on­
zález por 139 votos contra 33. Los argentinos que concurrieron a los
comicios en abril de 1922 votaron por gran mayoría en favor de
la U. C. R.: 458.457 sufragios. Esta vez representaban el triunfo
radical en doce distritos y 235 electores. La Concentración N a­
cional apenas superó los 200.000 votos. Todos los otros partidos,
reunidos, sumaron 364.923 sufragios. El triunfo radical fue, esta
vez, rotundo. La fórmula de la U. C. R. obtuvo más de cien mil
votos sojare la cifra de 1916. Pero el cisma radical estaba cerca,
Alvear dejaba, mientras tanto, París para iniciar un brillante iti­
nerario europeo y americano como Presidente electo. Radical
“afrancesado”, el heredero del caudillo escribe primero su despe­
dida a París: A u revoir, París. . . Je donnerai mon coeur et mov
corp a la Presidence. . .
Del paternalismo
populista al
aristoeratismo popular

“Probablemente era la de Alvear una de las pocas familias Alvear, presidente


argentinas que podía jactarse de una real aristocracia.” 15 La vida
págs. 436 a 446; el manifiesto de las fuerzas opositoras puede leerse en el
n9 131-132, pág. 456 y el artículo de Rivarola, E l 90 y el 21, J. Celman e
Irigoyen, incondicionales y solidarios, en el n9 133, págs. 5 a 27; la R. A. de
C. P. predica la necesidad del “tercer partido” —ver -esp. n9 97, del 21-X-
1918— y apoyará a la Concentración contra el oficialismo.
14 L u n a , Félix, Alvear. Buenos Aires, Libros Argentinos, 1958, pág. 56.
El itinerario y los homenajes a A lvear durante su gira com o presidente electo
antes de arribar a Buenos Aires, puede leerse en un libro apenas aceptable
de Ricardo H . A ram buru, El Presidente Alvear. París, Franco-Ibero-A m eri­
cana, 1922. Sobre la personalidad de Alvear, la apología de Manuel Carlés
en Democracia. Buenos Aires, M. Gleizer, 1936.
15 L u n a , Félix, Alvear, ob. cit., pág. 15. Como señala Raúl A. Molina
—“Presidencia de M arcelo T . de Alvear’ , en Historia Argentina Contempo-
del político radical fue una mezcla de compromiso v aventura,
de trivialidades y períodos de lúcida inteligencia, de i^iilitancia
comiteril y conspirativa v de tomas de distancia para no quedar
atrapado por el pueblo v el comité. Alvear logró la confianza de
“el Viejo” v a través de ella la adhesión prevenida de los vrigo-
venistas. Pero era una personalidad diferente de la del “Peludo”,
como el humorismo político llamó a Yrigoven, quien quizás lo
creyó “seguro, ornamental v manejable”,111 juzgándolo a propósito
de sus itinerarios europeos, de su fascinación finisecular por París,
de su persecución romántica a Regina Paccini v de su relativa
incomunicación con el partido.
Personalidades diferentes, eran también distintas las circuns­
tancias a las que atendían, las influencias del contorno que pre­
dominaban en ellos, la percepción selectiva que conducía a ambos
a responder con frecuencia de manera diversa a las solicitaciones
del proceso político. La elección de Alvear para la sucesión parece
a primera vista inexplicable. Ángel Gallardo,17 ministro de Rela­
ciones Exteriores desde el comienzo de la gestión de Alvear, sos­
tiene que la intención de Yrigoven fue integrar la fórmula con
Elpidio González, porque consideraba a Alvear “fácil de desalo­
jar”. N o hav; ninguna prueba objetiva de eso. El historiador tiene
ante sí presunciones, intrigas, versiones. N o es fácil entender por
qué Yrigoyen haría una maniobra tan complicada, que si fallaba
conduciría a una crisis partidaria. Si Alvear fue votado porque era
“su” candidato, lo mismo pudo imponer de entrada a González. Sal­
vo que cón seis años de atraso, Yrigoyen quisiera dar cierto aliento
a una derecha exasperada por la influencia imbatible del caudillo
para impedir la frustración del régimen nuevo cuva legitimación
era todavía precaria. ¿No se hubiera asimilado mejor el tránsito
hacia la “Argentina de los partidos” de haber sido Alvear, v no
Yrigoven, el Presidente en el 16? ¿No fue demasiado brusco el
tránsito para una derecha que se mostraba impotente para detener
ranea, de la A. N. de la H., vol. i, pág. 272— el Presidente procedía de una
familia de origen vasco, radicada en el siglo xvm en Andalucía y pertene­
ciente a la nobleza. Era descendiente del brigadier general de la Real Armada
don Diego Estanislao de Alvear y Ponce de León; era nieto paterno de
Carlos de A lvear y por vía materna del general Ángel Pacheco; hijo del
ex-intendente T orcuato de Alvear y de Elvira Pacheco. Se casó con Regina
Paccini en 1906, y fue un discreto estudiante y abogado.
1<; La apreciación atribuida a Yrigoyen es form ulada así por Ysabel F.
Rennie, T h e Argentine Repuhlic, N . York, Macmillan Co., 1945, pág. 142.
17 Cuyas “memorias" tuvo a la mano M olina para escribir sobre Alvear,
oh. cit., esp. pág. 276.
a ese nuevo populismo? Conjeturas quizás interesantes para otro hombre
el estilo
tipo de especulaciones, no son suficientes para acordar consistencia
a la versión de Gallardo, que muchos compartían v Alvear no
desalentaba. Pero conviene tener presente, también, que Yrigoyen,
por su estilo v por su comportamiento, no hizo lugar a la forma­
ción de dirigentes aptos dentro de la corriente de sus fieles. Los
“azules” —fracción de la embrionaria oposición antipersonalista—
promovieron pre-candidatos como Leopoldo Meló y Vicente G a­
llo, y luego a Arturo Goveneche; el radicalismo “principista” a
hombres como Laurencena v Carlos Meló. El viejo caudillo bien
pudo preferir apoyarse en un hombre alejado desde 1917 de la
política local —Alvear pasó esos cinco años en Francia como re­
presentante diplomático—, confiando en que aceptaría su tutela,
o que no podría eludirla, un hombre que había comenzado su
carrera política al lado de Alem v que había participado en las
aventuras revolucionarias del 90, del 93 y de 1905, y conocido la
cárcel y el confinamiento en la etapa conspirativa del radicalismo.
Además, el afecto de Yrigoyen por Alvear fue constante v, hasta
donde podía escrutarse una personalidad como la del caudillo,
sincera.
Sin embargo, también en este caso adquiere relieve la perso­
nalidad del hombre de Estado. Alvear no era un principista, sino
más bien un realista que percibía la política como una mezcla de
pragmatismo v compromiso. No era, pues, un intransige?ite, por­
que la vida política era para él la prolongación de su manera de
ser y de ver la vida social. Carecía incluso de la constancia en el
sacrificio que caracterizó a Yrigoyen.1* Era un remedo del “pa-
triciado” actuando en un partido popular, pero guardando identi­
dad de estilo con la élite social de la época v abierta comunicación
con el establishment,1B Al cabo terminará por irritar a los vrigo-
venistas, a la izquierda revolucionaria y a los nacionalistas de
|N La Nación le haría notar sin eufemismos que la política no era
pura tranquilidad. En el editorial del 27 de mayo de 1925 se lo hace saber
con estas palabras: "La función de gobierno no es un refugio tranquilo y
brillante, sino una responsabilidad ineludible de acción."
1,1 Confr. David Viñas, Literatura argentina y realidad política, Buenos
Aires, Jorge Álvarez, 1964, pág. 111. En su cáustica y a veces confusa prosa
de ensayista, ideológicamente coherente, Viñas asocia a Güiraldes con Alvear,
"dos representantes de lo que podría llamarse —al recortar al país sobre el
estilo de la m etrópoli— etapa Príncipe de Gales de la alta burguesía tradicio­
nal". 1922-28, añade, “es una suerte de período ‘clásico’ y sus escritores, como
escribió M astronardi sin acordarle las implicaciones que supone, fueron ‘los
últimos hombres felices'". Digamos que el papel más difícil es ser sucesor
de los “hombres felices" .. .
2
derecha. Y facilitará el aglutinamiento del “antipersonalismo" en
sus distintas versiones v procedencias: conservadores, radicales no
vrigovenistas, socialistas, demócratas progresistas. N o fue la con­
secuencia de una táctica; menos aún de una estrategia. Fue el
resultado de la lógica interna de un estilo político, que Alvear
dejó andar, favorecida por la acción correlativa de sus “hermanos-
enemigos”.
Para la opinión popular, Alvear era sobre todo “el candidato
de Yrigoven”. Para los sectores sociales conservadores,
“la garantía anticipada de un gobierno recto v ecuánime,
llamado a restablecer el imperio del régimen constitucional
v de la libertad política, después del eclipse que han su­
frido bajo el providencialismo de los últimos años”.20
Durante la gestión de Alvear hubo 519 huelgas en las que
participaron cerca de medio millón de trabajadores v, sin embargo,
los conflictos no se tradujeron en un clima de tensión social cony
tante v opresiva para los sectores dominantes ni para el pueblo.
Fueron decretadas siete intervenciones federales v el Congreso
dispuso tres más, pero salvo las situaciones de Córdoba v Buenos
Aires, que dieron lugar a sucesos especiales, tales decisiones no
privaron a la gestión de Alvear de elogios —procedentes de la
opinión independiente v de la antipersonalista, sobre todo— ni del
calificativo de “presidencia legalista”. Pasó a la historia como una Vidas paralelas:

presidencia tranquila v ordenada, progresista v conciliadora. Ver­


la sociedad
política y la

daderamente, una presidencia típica de los “felices años veinte", sociedad


económica
con una buena administración.
Sin embargo, hay otra vertiente de la presidencia de Alvear,
quizás más fascinante: para algunos observadores, la tranquila
administración alvearista puede ser interpretada como una for­
ma de morosa delectación en arreglos políticos que demoraron el
despegue económico de la Argentina. Y para otros, el laboratorio
de una polémica ideológica que atravesaría incluso a la “sociedad
militar”, v daría el tono al proceso político de los años treinta.
Por ¡o pronto, durante la presidencia de Alvear la sociedad
política y la sociedad económica siguieron vías paralelas. Parecía
al menos que esas vías paralelas podrían seguir su camino sin com­
prometerse recíprocamente. Fn la segunda, no hubo reivindicacio­
nes —obreras o empresarias— tan significativas como para poner
en cuestión al sistema económico vigente. F.n la primera, mientras
l.a Nación, editorial del 15 de junio de 1922.
327
el Presidente actuaba procurando respetar las reglas de juego cons­
titucionales, se articulaban dos tipos de alianzas: una, dentro del
sistema, que atravesó al propio partido Radical y lo condujo a la
escisión y consolidó la llamada corriente “antipersonalista". Otra,
contra el sistema, encarnada entre varias, en la ideología militante
más significativa para la época: el nacionalismo de derecha o, qui­
zás mejor, el nacionalismo antiliberal.
En la sociedad económica, la Argentina no mostró “una
actitud industrialista”,21 por lo que la gestión de Alvear no fue
sustancialmente diferente en este aspecto de lo sucedido en el pe­
ríodo 1914/1930. Un estudio reciente en torno de las etapas del
desarrollo económico argentino llama a dicho período, que extiende
hasta 1933, “la gran demora”, luego de crearse condiciones para
el “despegue” industrial de la Argentina:
la Primera Guerra Mundial puso fin a la euforia eco-
hómica del período de preacondicionamicnto. El comercio
exterior quedó dislocado, creándose una escasez de pro­
ductos básicos sin los cuales la economía no podía funcio­
nar ‘normalmente’, produciéndose así una crisis estructu­
ral. Sin embargo existían esperanzas de que el país volvería
a la situación anterior a la guerra. Esperanzas que se fueron
alentando después de la crisis ganadera de 1922, como con­
secuencia de cinco años de buenas cosechas v de la mejora
de los términos del'intercambio. Pero la aparente prosperi­
dad ocultaba dificultades subyacentes ( ..................................)
La gran demora se caracteriza por una contracción de
la tasa de crecimiento de la inversión, particularmente de la
inversión extranjera, y una detención en la evolución rela­
tiva entre la agricultura y la industria.22
Los sectores agropecuarios mantuvieron su influencia en la
conducción de la política económica23 v trasladaron sus demandas
21 D ié g u e z , H éctor, Argentina y Australia: algunos aspectos de su
desarrollo económico comparado. En la revista “Desarrollo Económ ico”,
enero-m arzo de 1969, vol. 8, n9 32, págs. 543 a 564.
22 Di T ella , G uido y Z y m e l m a n , Manuel, “Etapas del desarrollo
económico argentino”, en Argentina sociedad de masas, ob. cit., págs. 177
a 195. Los autores dividen la historia económica argentina en las siguientes
etapas: 1) Tradicional, hasta 1853; 2) Transición, 1853/1880; 3) Preacondi-
cionamiento, 1880/1914; 4) G ran demora, 1914/1933; 5) “T ake off”, 1933/
1952; y 6) Reajuste, 1952/___ (ver pág. 188).
23 El ministro de A gricultura del gabinete Alvear fue un excelente
conocedor del sector, Tom ás Le Bretón. Los otros miembros: M atienzo en
Interior; G allardo en R. Exteriores; Eufrasio Loza en O. Públicas; Agustín
P. Justo en G uerra; Domecq G arcía en M arina; Celestino J. M y có en
328
al sistema político sólo cuando fue indispensable. Hacia 1922 el
comercio de la carne pasa por una situación de crisis, pero Alvear
tenía en Agricultura a un ministro ducho como Le Bretón —quien
como embajador en los Estados Unidos habíase informado bien
acerca de la inminente “guerra de la carne” entre británicos y
norteamericanos— y por lo tanto adopta una actitud de interven­
ción vigilante en el asunto. En la Sociedad Rural, un ganadero
de Corrientes, Pedro Pagés, había logrado desalojar de la presiden­
cia a un representante de los terratenientes bonaerenses. Eso faci­
litó la gestión de Le Bretón. Cuatro leves revelaron que Alvear
tendría una política agropecuaria más decidida v precisa que Yri­
goyen, aunque sin neutralizar la acción de los grupos de interés
tradicionales: se decidió la construcción de un frigorífico admi­
nistrado por el Estado y ubicado en Buenos Aires; la inspección
V supervisión gubernamental del precio de la carne; la venta del
ganado sobre la base del precio del “kilo vivo” v; el establecimiento
de un precio mínimo para el ganado de exportación v uno máximo
para venta local. Hallándose Luis F. Duhau, poderoso invernador
bonaerense, en la presidencia de la Sociedad Rural (había derrotado
a Pagés en elecciones de dicha corporación en 1926), ésta produce
un importante v, para muchos, inusitado documento. Escrito por
el joven Raúl Prebisch v publicado en 1927, fue titulado “El pool
de los frigoríficos: necesidad de intervención del Estado”. Parale­
lamente, sin embargo, la Sociedad Rural difundía el lema “comprar
a quien nos compra”, que en la práctica significaba alentar el
retorno a las buenas relaciones económicas con Gran Bretaña y
tomar partido en la “guerra -de la carne”.-4
Las líneas
internas
La sociedad económica permaneció atenta, pero no intranquila, ¡^®^aalla escisi6n
frente a las cosas que sucedían, mientras tanto, en la sociedad polí-
Justícia y Rafael H errera Vegas en Hacienda. Sagarna reemplazaría a M arcó;
G allo y luego Tam borini a M atienzo; V íctor M. Molina a H errera Vegas,
Roberto M. O rtiz a Loza. Varios nombres con singular militancia posterior
V otros con sugestiva militancia precedente .. .
24 S m ith , Peter H., ob. cit., págs. 120 y sgtes. t i docum ento demostraba
que el pool frigorífico nunca había dejado jugar la “ley de la oferta y la
demanda” y había obtenido “ganancias excesivas" a expensas de los produc­
tores. N o llega a apoyar la fórm ula de un frigorífico nacional, pero )ustifica
la necesidad de la intervención del Estado aunque fuera en una tím ida apro­
ximación a fórmulas que herían la rígida ideología económica basada en el
laissez-faire que caracterizaba a los sectores tradicionalm ente dominantes
de la Sociedad Rural.
37Q
tica. Lo que preocupaba a aquélla era, sobre todo, que no se
cortase la comunicación con el poder político, v ésta era asegurada
por la presencia de Alvear y Le Bretón.
La sociedad política estaba pendiente de lo que ocurría en
las filas radicales. El gabinete de Alvear representó para el yrigo-
yenismo el signo de una “peligrosa tendencia” hacia sectores afines
con sectores sociales que proveían dirigentes hostiles al persona­
lismo y al estilo del caudillo. Allí estaban Matienzo, un viejo
juarista, aunque crítico veraz del “régimen”, según vimos, no
era por eso un converso total; Justo, el ministro de Guerra
que había desplazado al yrigoyenista Dellepiane; v Le Bretón y
Marcó, a quienes el diario La Época, vocero yrigoyenista, hostilizó
de entrada.215 El último mensaje de Yrigoyen al Congreso, dado el
19 de julio de 1922, contiene frases de extraordinaria violencia
contra la oposición conservadora. Cuando finaliza ese mismo año,
la opinión conservadora es favorable al nuevo Presidente. Pero en
diciembre, al discutirse los diplomas de radicales alvearistas por
Jujuy, el sector radical yrigoyenista impide sesionar al no presen­
tarse, y la minoría compele a los ausentes ante la resistencia del
vicepresidente González. Varios senadores logran un voto de cen­
sura contra el hombre de Yrigoyen; Meló, Torino, Saguier, Gallo
—radicales antiyrigoyenistas—, se unen a los conservadores para
esto. La tensión continúa en los meses subsiguientes. En 1924, se
forma en Buenos Aires el “radicalismo disidente” dirigido por
Isaías Amado y Mario Guido. Es la primera consecuencia visible
de los propósitos del nuevo ministro del Interior, Vicente Gallo,
que trabajaría desde su incorporación en el gabinete de Alvear
para desarticular el baluarte yrigoyenista que representaba Buenos
Aires. La medida previsible era la intervención federal.
El año de 1924 es decisivo: las elecciones de diputados incor- 1924: cism a
poran ochenta legisladores radicales. Cincuenta, aproximadamente, dei “ antiper-
pertenecen al yrigoyenismo. El cuerpo elige presidente provisional sonahsmo
25 En julio de 1915, la R. A. de C. P. publica un núm ero especial
dedicado al radicalismo. Los artículos de José Luis Cantilo, A ntonio Sa-
garna, R. W ilm art, Sagastume y Prack, revelan las fisuras del partido. Una
crónica de H oracio C. Rivarola en la pág. 71 del n9 158 de la misma revista
—publicado el 12 de marzo de 1922— perfila claram ente la amenaza de un
cisma, y recoge la versión de que el Vicepresidente es un hom bre puesto
para controlar a Alvear. La fórm ula radical había obtenido casi el 70 %
de los sufragios, pero eso no im pediría el conflicto por la dominación de
la Presidencia por el partido. (Confr. análisis de cifras electorales en “R. A.
de C. P., 12 de junio de 1922, n9 141, pág. 227.) El mensaje de Yrigoyen
al Congreso y su resonancia en las filas antiyrigoyenistas, pueden verse en la
misma revista, nQ 142, págs. 526 y sgtes.
3 30
a Mario Guido, porque 26 diputados radicales, 2 “bloquistas” del
cantonismo sanjuanino, I “principista” de La Rio ja, 22 conserva­
dores v 19 socialistas suman sus votos. Era el “contubernio”, El "co n tu b e rn io "
según el sambenito que el yrigovenismo colgó a una nueva versión
de la vieja “política del acuerdo”. Una suerte de asociación ilegí­
tima entre sectores que a su juicio debían estar en posiciones con­
trarias, pero que aceptaban aliarse con el único fin de vencer al
radicalismo vrigovenista.2" F.1 cisma radical era un hecho, aunque
no definitivo.
A la diferencia entre las personalidades de Yrigoven v Alvear,
deben añadirse otras causas explicativas de la división. Causas de
partido: la heterogeneidad social del radicalismo se manifestaba en
un nuevo alineamiento que reunía a los afines entre sí; además,
reaparecía la resistencia provincial: los caudillos que dominaban
ciertas situaciones locales se oponían tanto al personalismo “uni-
tarizante” de Yrigoyen v al comité nacional (por ejemplo, los
Cantoni en San Juan), cuanto al predominio del comité bonaeren­
se. Causas de política principista: como las que manifestaban los
socialistas; o de táctica política: como las que articulaban los
conservadores, quienes procuraban enfrentar a radicales v socia­
listas más que por diferencias programáticas, haciendo hincapié
en la rivalidad por el dominio del distrito de la Capital. Y causas
sociales, en fin, que eran comunes a todos los hombres que com­
partían aquella “moral com ún” que otrora recordara Matienzo a
propósito del “régimen”.
En 1926, elecciones nacionales de Diputados pusieron en evi­ 1926: un "te s t"

dencia el estado de la cuestión política. Intervino el radicalismo


electoral

antipersonalista, la U. C. R. tradicional, los conservadores, el so­


cialismo. El sector de los Cantoni en San Juan v de los Lencina en
Mendoza se alió a los antipersonalistas. Si bien la U .C. R. fue el
partido que más votos obtuvo —335.840—, las fuerzas antivrigo-
Si la palabra “contubernio" se incorporó con título propio a la
terminología de com bate del radicalismo yrigoyenista, Tam borini contestaría
en las sesiones de Diputados del 24 llamando “genuflexos" a los que respon­
dían incondicionalnihnte a la voluntad de un “caudillo poderoso". Las causas
ostensibles de la escisKío^ radical constan en una buena síntesis de Roberto
Etchepareborda, Aspectos políticos de la crisis de 1930, en “Revista de His­
toria”, n9 5, págs. 7 a 40. Con mayores detalles, se puede leer en el ensayo
citado de Raúl A. Molina (confr. nota 67). Sobre el contenido y sentidos
posibles del térm ino “contubernio”, ver A. J. Pérez Amuchástegui, en “C ró­
nica H istórica A rgentina", ed. Codex, nv 73.
Sobre la composición de las Cámaras del Congreso, ver especialmente
D arío Cantón, Materiales para el estudio de la Sociología Política en la
Argentina. Buenos Aires, ed. del Instituto, 1969, tom o n.
H ip ó lito Y rigoyen

yenistas habían logrado cerca de treinta mil votos más. Mientras


la U. C. R. había obtenido las mayorías de la Capital, Buenos
Aires, La Rioja v Catamarca, los demás grupos habían logrado el
control de once distritos. Por un lado, pues, el v r i g o y e n i s m o había
sufrido una derrota parcial y sus posiciones principales, como su
reducto bonaerense, serían amenazados por un Congreso hostil.
Por otro lado, sin embargo, el radicalismo como tal demostró
seguir siendo la principal fuerza política nacional, pues en muchas
provincias el comicio fue una lucha entre dos fracciones del
radicalismo.
Las interpelaciones en el Congreso, las acusaciones recíprocas,
demostraban la voluntad de trazar una línea entre amigos v ene­
migos, aliados y adversarios. La línea pasaba, otra vez, por la
figura de Yrigoyen. “Llovía v tronaba”, según Gallo, sobre la
cabeza del ministro del Interior a propósito de Santiago del Estero,
de Jujuv, de La Rioja, de Córdoba. El 27 de marzo de 1926 los
Principista, lu c h a d o r, im a­
ginativo para el e jercicio de
la p olítica, ca u d illo popular
y carism ático, H ipólito Yri­
goyen hizo del “ caudillaje
por el sile n cio ” un estilp
p o lítico que llenó toda una
época. Frente al c a u d illis ­
mo populista de Yrigoyen,
Alvear era una versión de
aristocratism o popular.
Marcelo T. de Alvear.

diputados radicales yrigoyenistas dirigen una nota insólita al Pre­


sidente, reclamando la intervención a Córdoba, donde se había
impuesto el conservador Cárcano. La nota mencionaba “las pers­
pectivas amenazantes que ofrecían las renovaciones provinciales v’
nacionales, por parte de los gobiernos que traicionaron a la U. C. R.
y de los del ‘régimen’ . . Era una cuestión de partido, un “episo­
dio ruidoso y estéril”, una “rencilla intestina”, como puntualizó
en seguida un manifiesto de los senadores y diputados socialistas,
que dio oportunidad de hacer un “manifiesto a las brigadas” a la
Liga Patriótica que dirigía Manuel Carlés. Pero Alvear optó por
contestarla, luego de una reunión de gabinete, con lo que dio al
asunto un trámite irregular. Alvear sabía que la negativa a inter­
venir a Córdoba le costaría la hostilidad activa del yrigoyenismo,
que posteriormente no haría quorum para votar leves fundamenta­
les para la marcha del Estado, como el presupuesto. Pero no inter­
vino. Si Córdoba fue una prueba de los yrigoyenistas para Alvear,
la provincia de Buenos Aires plantearía un desafío al equilibrio
presidencial que surgió del antipersonalismo y los conservadores.
La presión para desalojar de Córdoba a un conservador procedió
del partido Radical. La presión para intervenir a Buenos Aires y
desarmar el baluarte yrigoyenista tendría su punta de lanza en el
seno del gabinete, a través del antipersonalista Gallo, ministro del
Interior, apoyado por Molina. La conducta de Alvear fue, otra
vez, serena y prudente. N o hubo intervención, y sí una crisis de
gabinete y el reemplazo de Gallo por José P. Tamborini. En el
diario El Orden de Tucumán aparece en ese mismo año un repor­
taje a Yrigoyen:
“Creo que el radicalismo en las próximas luchas elec­
torales . . . afirmará rotundamente su triunfo, una vez más,
sobre sus adversarios tradicionales” —habría declarado el
caudillo—, quien se decía con una misión “superior a ese
juego de mezquindades políticas”. Pero añadía, según el
periodista, un juicio significativo:
“N o he podido llegar a explicarme la política que, con­
tra el radicalismo tradicional que lo encumbró al poder
ha tolerado, si no fomentado, el doctor Alvear, de quien
he sido y sigo siendo amigo .. .” 27
Tendidas las líneas, se trataba de saber si al personalismo “yri­
goyenista” se le iba a oponer el personalismo “alvearista”, pues la
oposición no había podido superar sus diferencias sustanciales,
aunque coincidiese en luchar contra Yrigoyen. Pero muy pocos
podían escrutar, a través de las cifras de las elecciones del 26, el
estado de la opinión popular. Los más informados estaban al tanto
de las “conspiraciones palaciegas”, como las llamaba Molina, de
las intrigas de comité, de los “manifiestos”, de los inflamados dis­
cursos parlamentarios, de las actividades del general Justo —también
partidario de la política intervencionista contra el yrigoyenismo—,
y de los reclamos de éste a Alvear para que “pagase su deuda” del
22. Pero, ¿quiénes computaban las “razones del corazón”, las sen­
saciones colectivas?
Cuando se iniciaba 1927, no era un misterio para nadie que ^ lucha

la contienda electoral próxima habría de obedecer a una sola


la sucesión

27 El singular reportaje fue transcripto por la R. A. de C. P., nv 161,


12 de octubre de 1926, págs. 212 a 214. En el mismo núm ero M ario A. Riva--
rola escribe sobre “El gobierno republicano visto a través de nuestras elec­
ciones” advirtiendo sobre la abstención electoral creciente, y sobre el hecho
de que, en el orden nacional, todas las denominaciones partidarias se reúnen,
en verdad, en las siguientes fuerzas: radicalismo personalista, radicalismo anti-
personalista, radicalismo izquierdista, socialismo v conservadorismo.
alternativa: con Yrigoven o contra Yrigoven. Algunos observa­
dores de la política argentina, v otros que habían sido además
protagonistas principales, anticipaban pronósticos. En El Argen­
tino de La Plata alguien que firmaba “Argos” coincidía con
José Nicolás Matienzo, que analizaba la situación de las fuerzas
políticas v sus posibilidades para las elecciones de 1928, en “dos
puntos: a) en atribuir 22 electores a los socialistas en el Colegio
Electoral v b) en no atribuir la mayoría absoluta a la única can­
didatura visible hasta hoy, o sea la del ex Presidente señor Hipólito
Yrigoven .. ,” -'K Los pronósticos teñían en cuenta grupos electora­
les que, en un caso, separaban a los yrigoyenistas de los antiperso­
nalistas, conservadores v socialistas. Y en el caso de Matienzo,
además de los yrigoyenistas y antipersonalistas, añadía a los “pro-
vincialistas” —partidos provinciales históricamente contrarios al
radical— a los “izquierdistas” —radicales que actuaban en provin­
cias como bloques independientes (Lencinas, Cantoni)— v “dudo­
sos”, teniendo en cuenta que había un caudal de 51,27 '/ de vo­
tantes que, según algunos cómputos, no habían sufragado en 1926.
Los comentarios socialistas v nacionalistas de la época no eran
muy diferentes. El analista queda hoy un poco perplejo, pues
puede disponer de los datos e información que manejaban los
observadores v protagonistas de entonces. Los “números electora­
les” que usaba la Revista Argentina de Ciencias Políticas, al cabo
uno de los voceros de las tendencias conservadoras, socialistas y
antipersonalistas a pesar de la objetividad intentada en la mayoría
de sus estudios, demostraban un aumento sustancial en el caudal
del vrigoyenismo de la Capital Federal entre las elecciones de
diputados de 1924 y las de 1926 (mientras los socialistas habían
aumentado un 11,14 % y los antipersonalistas un 4,93 %, el yrigo-
venismo lo había hecho en un 42,39 % ). N o sólo comprobaban el
escaso progreso del antivrigovenismo en la Capital, sino que con­
cluían en que muchos de sus adherentes habrían pasado al yrigo-
yenismo y eso por dos motivos, aparentemente: porque la actividad
desarrollada por los comités había dado un resultado extraordina­
rio, o porque “no existe ya la misma confianza de hace dos años
-s Confr. Revista A rgentina de Ciencias Políticas, nv 162 del 12 de
enero de 1927, sección Crónica y Documentos, págs. 580 a 585, donde se
advierte sobre lo “prem aturo” de los pronósticos, y la duda sobre si antiper­
sonalistas y conservadores lograrían un candidato común satisfactorio y si se
sacudiría la apatía de casi un millón de ciudadanos que no votaron en 1926.
3 3^
en la fracción del radicalismo antipersonalista'’.29 Como se advier­
te, ambos argumentos eran favorables a Yrigoyen.
De tal modo, la experiencia de los movimientos populares —en
la Argentina al menos— demuestra que los intelectuales son pro­
clives a no estimar aquellas “razones del corazón”, y los adversarios
políticos a no aceptar la fuerza decisiva de los caudillos carismá-
ticos cuando se trata de elegirlos a ellos o votar contra ellos. Los
pronósticos apenas aludían al hecho de que habría un cambio
cualitativo importante, quizás decisivo, entre elecciones de dipu­
tados y una elección presidencial.
La campaña electoral mostró, en 1928, a una oposición segura La campaña

del triunfo. Carlos Ibarguren, en sus escritos sobre la historia que


electoral de 1928

ha vivido, describe con claridad el estado de ánimo del frente


antiyrigoyenista:
Fue tan entusiasta la exteriorización del ‘frente único’
radical antipersonalista v conservador, en el que se reunían
el régimen v ‘una fracción importante de la causa’, que
se creyó seguro el triunfo de esa conjunción política, que
el doctor Alvear prohijaba con decidida simpatía. Ante
esas perspectivas los gobernadores de la mayoría de las
provincias decidiéronse por apoyar a Melo-Gallo: sin reca­
to alguno hicieron pública su adhesión a éstos los goberna­
dores de Santa Fe, Corrientes, Mendoza, San Juan, Córdo­
ba, Entre Ríos, San Luis, Salta v La Rioja . . .
El partido antipersonalista eligió su fórmula luego de com­ La fórm ula

plejas mediaciones v de la influencia personal de Alvear, para antipersonalista

quien prescindencia no era indiferencia: éste se inclinaba por Leo­


poldo Meló. La convención antipersonalista proclamó, por fin, la
fórmula presidencial Melo-Gallo. Según Ángel Gallardo, “nació
herida de muerte”. Meló se encargaría de dar mayor ventaja a los
“peludistas”: por lo pronto reveló su desconfianza hacia la ley
Sáenz Peña, y mientras proclamaba su confianza en las mayorías
supuestamente antipersonalistas, denunciaba “la encrucijada alevosa
del cuarto oscuro” . . . El partido Socialista sufre la tensión entre
su programa, la diversidad de sus tendencias, y el desgaste que
produce en sus cuadros la negociación con antipersonalistas y
conservadores. El problema de la intervención a la provincia de
Buenos Aires —que reiteraba, en vísperas de elecciones presiden­
ciales, la tentativa de neutralizar el reducto principal del yrigoye­
nismo—, fue puesto en circulación por un proyecto de ley del
M R. A. de C. P., nv 159, 12 de abril de 1926, págs. 161 a 164.
La oposición entre yrigoyenistas y antipersonalistas tuvo expresiones ideológicas
y emocionales durante las campañas electorales.

diputado Dicknian, el l? de mayo de 1927. Fue el tenia que con­


dujo a la escisión. Los disidentes —entre ellos González Iramain Esdstónerv
V Federico Pinedo— formarían el partido Socialista Independiente,
aliado inminente de conservadores v antipersonalistas. Los conser­
vadores deciden apoyar la fórmula antipersonalista en una conven­
ción que se realiza en Córdoba, en agosto de 1927. Como otras veces
en la historia política argentina, desde Córdoba v Santa Fe se
organizaba la ofensiva opositora. En setiembre se proclama la
fórmula antipersonalista en Santa Fe. En noviembre en Córdoba.
Pero las elecciones provinciales fueron mostrando que los pronós­
ticos antivrigovenistas eran vulnerables: el personalismo —como se
identificaba a la U. C. R.— comenzó el 28 ganando en Tucumán,
en Salta, en Jujuv v “barriendo” los baluartes del antipersonalismo
en Santa Fe v de los conservadores en Córdoba, donde los radi­
cales triunfaron por 93.000 votos contra 77.000 de sus adversarios.
Según parecía cada vez más claro, el antipersonalismo no neu­
tralizaba la influencia de Yrigoven ni siquiera con alianzas tan
discutidas como la de Federico Cantoni en San Juan, o la del
inescrupuloso caudillo bonaerense Barceló con su partido provin-
cialista.
En el “frente único” cundía la desesperación por la impoten­ Impotencia
electoral de
cia electoral. De ahí que sus protagonistas intentaran otra vez el la derecha
política
atajo de la intervención federal a Buenos Aires como único me­
dio para vencer al “Peludo”. El dato tiene importancia decisiva
para comprender la precaria legitimación de la “Argentina de los
partidos”. Ante el riesgo de una segunda administración de Yrigo­
yen, la oposición no vacilaba en proponer formas de fraude. Alvear
recibió a los representantes del “frente” que fueron a pedirle que
decretara la intervención a Buenos Aires. El Presidente remitió el
asunto a una reunión de gabinete. En sus memorias, Ángel Gallardo
relata su desarrollo: él tomó primero la palabra.
Repetí entonces, como había dicho varias veces, que
me sorprendía comprobar que los políticos continuaban
procediendo como si no existiera la lev Sáenz Peña ..
Y Alvear cerró el debate en el gabinete diciendo que la inter­
vención era improcedente v que eso era un “asunto concluido”.
Era, también, la condición de la victoria para Hipólito Yrigoven.
Cuando llegó el momento de la convención de la U. C. R., ésta votó
por aclamación al caudillo, v con 142 votos a Francisco Beiró para
la vicepresidencia. Allí terminan las especulaciones en torno a un
presunto “renunciamiento” de Yrigoven en favor de una candi­
datura de conciliación. Pronto cumpliría 76 años, ¿pero qué cau­
dillo carismático no se comporta como si fuera, de alguna manera,
“inmortal”? Había dicho una v otra vez que su “misión” estaba
por encima de las ambiciones de poder. Mas ¿qué era Yrigoven
sino un político para quien el poder es el objetivo inmediato de
su quehacer? Y por fin, ¿no sería que los que alentaban su “desin­
terés” o criticaban su “ambición”, denunciaban simplemente que
la presencia de Yrigoven en la arena política significaba la frus­
tración de otros intereses y otras ambiciones? En la hora de la
verdad, el caudillo no haría autocrítica. Quería ser presidente, \
tenía comparativamente más recursos políticos que sus adversarios
Citado por Raúl A. M olina, ob. cit., págs. 340 a 341. Tam borini lo
apoyó; para Justo "era tarde”; Domecq G arcía opinó com o Justo; nadie
defendió la intervención —dice G allardo—. Pero por motivos muy diferentes,
como se advierte ...
para lograrlo/11 Eso era todo. Y Alvear, a pesar de sus predilec­
ciones, fue un árbitro leal. La U. C. R. obtuvo 838.583 votos. Su Triunfo
adversario más cercano, el Frente Único, 414.026. Esta vez el fenó­ espectacular
dft H ipólito
meno político era diferente: no había triunfado, en rigor, un par­ Yrigoyen

tido. sino un movimiento popular . . .

•',l Se presentaron a los comicios: por la U. C. R., Yrigoyen-Beiró; por


el Frente Unico, M elo-Gallo; por el Socialismo, M ario Bravo-Nicolás Re-
petto; por el Comunismo, Rodolfo Cihioldi-Miguel Contreras; por el partido
Comunista de la República Argentina, José F. Penelón-Florindo A. M oretti.
El Socialismo obtuvo 64.985 votos. Como dato curioso, la fórmula Matienzo-
Manuel Caries enfrentó al bloquismo en San Juan, único distrito donde perdió
la U. C. R., que ganó los otros 14. Las cifras y resultados, pueden verse
mejor en Darío Cantón, M ateriales. . . , tom o n, págs. 101 a 120.
Para el estudioso de ciencia política, las elecciones del 28 se prestan
para un interesante ejercicio de análisis político, aplicando por ejemplo el
cuadro que resume la explicación del “hom bre político” que formula Robert
A. Dahl, Análisis sociológico de la política, F.d. Fontanella, capítulo vi: se
trata de ponderar las diferencias de situación y motivos, de acceso a recursos
políticos, de atributos, de habilidad e incentivos, y de las distintas formas en
que aplicaron esos recursos políticos los actores en los prolegómenos del 28.
El resultado difícilm ente desmienta la lógica de lo ocurrido v la mejor
situación de Yrigoyen para la victoria.
Ver también Roberto Etchepareborda y Raúl A. Molina, oh. citadas,
sobre los temas de la campaña electoral: la nacionalización del petróleo, la
promoción popular, el “contubernio”, fueron banderas de fácil impacto para
el vrigovemsmo.
LA ARGENTINA
ALTERADA
LA RESTAURACIÓN
NEOCONSERVADORA

El fin de una época

Hav dos formas de cambio vital histórico, según enseñaba


Ortega: cuando cambia algo en nuestro mundo v cuando cambia
el mundo. Si sucede esto último, hav crisis histórica. Es decir, las
generaciones que conviven sienten que se quedan sin las convic­
ciones del pasado, que es como decir “sin mundo”.
A los argentinos —v a casi todos los que vivieron la feliz dé­
cada del veinte, como se decía entonces— les estaba por suceder
eso. A partir del momento en que percibieron que el mundo que
los rodeaba cambió, no atinaron a pensar una respuesta nueva <>
una nueva política, nacional e internacional. Se pusieron fuera de
sí, se alteraron.
La Argentina que sigue a la década del veinte será una Ar­
gentina crítica. Para algunos ordenada, para otros monótona. Para
ciertos sectores, vivirá la restauración de la “dignidad perdida”.
Para otros, la “década infame”, según una expresión que hizo época.
Pero casi todos vivirán los tiempos nuevos con malhumor, impa­
ciencia, tensión y cierto melodramatismo. Vivirán, en fin, una
doble vida o una vida falsa, que es lo que le ocurre con frecuencia
al alterado. Quizás eso explica en parte las perspectivas contradic­
torias que los argentinos tienen de sí mismos v de lo que les pasa.
“Algunos años, como ciertos poetas v políticos V algunas ei crash de 1929
exquisitas mujeres, gozan de una fama superior a la común de sus
homólogos: sin duda alguna, 1929 fue uno de estos años. . . 1 Fue,
como escribió Galbraith, un año digno de recordarse: uno fue
1 G albraith , J. K ., El crac del 29. Barcelona, Seix-Barral, 1965. Recien­
temente, el economista y escritor norteam ericano volvió sobre el tema en
“H arper’s Magazine” de noviem bre de 1969: 1929 and 1969. Financial genius
is a short m em ory and rising rnarket. Un economista podría recomendar
estudios técnicos más rigurosos sobre la crisis de 1929; difícilm ente un ensayo
tan claro y ameno com o el de Galbraith, que para nuestro propósito es
suficiente. Sobre el clima de la época, un dato no desdeñable: se suicidan
I.ugones, Alfonsina Storni, H oracio Q uiroga, Lisandro de la T o r r e ...
Inversiones aproximadas de Estados Unidos de América en América del Sur du­
rante la depresión m undial. [Según “ New York Tim es", del 13 de marzo de 1932.1
* OTROS í
GRAN
PAISES \
EUROPEOS».
BRETAÑ j

FRANCIA [29]

ESTADOS UNIDOS
ESPAÑA
f ü l—
CUBA
MALASIA INGLESA

Costa N ¡,
G am biafc
Sierra Leona
AMÉRICA
CENTRAL Uganda)
ranga nica
BRASIL
OTROS PAISES I
SUDAMERICANOS| AFRICA OCCIDENTAL
INGLESA j

AFRICA ORIENTAL
INGLESA
IMPERIO BRITANICO
Las cifras' indican cientos de SUDAFRICA Y OTROS TERRITORIOS
RHODESIA INGLESES
miles de libras esterlinas.
El tamaño de cada cuadrado
es proporcional al monto de
la inversión.

Inversiones aproximadas de Gran Bretaña en América latina, comparadas con


las realizadas en el resto del mundo. [Según "New York Tim es” , del 2 de ju lio
de 1939.]
El “ crash” de 1929: "Algunos años, ccm c ciertos poetas y políticos, y algunas
exquisitas mujeres, gozan de una fama superior a la común de sus homólo­
gos . . . ” . Así fue el 29. La Argentina no sería condicionada sólo por su anterior
m etrópoli económica, Londres; un serio rival había entrado en la liza: Washington.

al colegio antes de 1929, se casó después de 1929 o ni siquiera


había nacido en el 29, “lo cual absuelve al interesado de toda
culpabilidad”. Fue también un año que los economistas se apropia­
ron para explicar muchas cosas, porque en él comenzó “el más
monumental suceso económico en la historia de los Fstados Uni­
dos: la penosa prueba de la Gran Depresión". Baste decir aquí
que el crash de W all Street fue bastante más complicado que el
resultado de la conspiración de aventureros tortuosos. Fue, según
muchos aprecian hoy, una combinación extraña de ilusiones, espe­
ranzas ilimitadas, optimismo sin cuento e irresponsabilidad, que
envolvió al propio presidente Coolidge, quien en su último men­
saje sobre el estado de la Unión en diciembre de 1928 dijo nada
menos que:
Ninguno de los Congresos de los Fstados Unidos hasta
ahora reunidos para examinar el estado de la Unión tuvo
ante sí una perspectiva tan favorable . . .
Según parece no sólo el Presidente norteamericano fue incapaz
de predecir un desastre. Economistas ilustres —hasta entonces al
menos— como el profesor Irving Fischer de Vale, pronosticaban
en la misma época que los precios de los valores habían alcanzado
un nivel alto y que allí permanecerían. Pero —como ocurrió a los
argentinos del 90— el poder del encantamiento se rompió, el siste­
ma económico norteamericano comenzó a revelar serias fallas,
muchos dirigentes v empresarios perdieron la lucidez elemental
y el mercado de valores reflejó violentamente la situación. Luego
sobrevino la depresión. En torno del 29 tejióse en Nueva York
una leyénda que incluye a peatones “sorteando con delicadeza” los
cuerpos de especuladores v financieros que se habían arrojado por
la ventana. Parece que nada o poco de eso ocurrió v Galbraith se
divierte ridiculizando la leyenda, dando pruebas de que la ola de
suicidios fue apenas mavor que años antes, v que pocos eligieron
el método de tirarse por la ventana. De todos modos, parece ho\
claro que la economía norteamericana funcionaba en el 29 de
modo incorrecto, sea por la pésima distribución de la renta, por
la muy deficiente estructura de las sociedades comerciales, por
la mala estructura bancaria, por la dudosa situación de la balanza
de pagos y por los míseros conocimientos de economía de la
época o, mejor, por todas esas causas a la vez.
El problema más grave fue que la recesión económica duró
mucho tiempo, hizo temblar a los sistemas económicos v políticos
de la época y estimuló experiencias que, al cabo, se vincularían
con la gestación de la Segunda Guerra Mundial. La crisis econó­
mica norteamericana se extendió a Europa, al Extremo Oriente
y a América latina entre 1930 y 1932, y no cedió hasta prome­
diar la década. Si en su origen la crisis fue un “hecho norte­
americano” ajeno a causas propiamente políticas, su propagación
sacudió al mundo occidental v parte del oriental con intensidad
sin precedentes. Los norteamericanos habían hecho muchas in­
versiones en Europa —especialmente en Alemania, Austria y Gran
Bretaña— que procuraron repatriar, desistiendo de hacer nuevas.
El encadenamiento de consecuencias fue prolongado v dejó rui­ €1 nacionalism
nas y tensiones. Transform ó, también, el orden social y político. económico

Por lo pronto, en la vida económica triunfa el nacionalismo, el


pragmatismo proteccionista exigido por la presión de empresa­
rios y organizaciones obreras, y los lincamientos de formas de
economía dirigida que en los Estados Unidos se tradujo en el
N ew Deal (1933) de Franklin Delano Roosevelt. Gran Bretaña
no sigue el camino tradicional del libre cambio, sino que se de­
dica a cultivar las relaciones comerciales con las regiones que se
encuentran bajo su zona de influencia o su dependencia política:
adopta el sistema de “preferencia imperial”, que en 1932 se pro­
yecta en los acuerdos de Ottawa. Los puntos fundamentales- de
los doce acuerdos que constituyeron el resultado de la Confe­
rencia de Ottawa fueron los siguientes: “a) Gran Bretaña se com­
prometió a mantener la preferencia del 10 r/ de la ley de 1932,
ventaja que no podía modificar sin consultas con los Dominios;
b) a establecer derechos sobre los productos extranjeros, v c) a
establecer cuotas sobre dichos productos”. Por su parte, los Do­
minios se comprometieron a establecer preferencias recíprocas.
Eso implicaba, asimismo, el propósito de restringir las importa­
ciones de países que no formaran parte del Commonwealth. En- »
tre ellos estaba la Argentina, que fue mencionada especialmente
durante la conferencia por la gravitación que tenía su competen­
cia en el comercio de carnes v de trigo. La denuncia tuvo con­
secuencias graves para la economía argentina, afectada como todas
las demás por la depresión. Todo eso, más lo acontecido en el
resto del mundo, señaló la tendencia hacia el declive de los víncu­
los económicos internacionales, hacia el bilateralismo comercial,
mientras las tendencias autárquicas y geopolíticas conducían a la
reivindicación del “espacio vital”. Aunque luego se volverá sobre el
tema, la crisis del 29 creará a las finanzas públicas de (os Estados
latinoamericanos una situación tanto o más grave que la que sufrirá
la economía en general, pues el poder de compra de los países
periféricos —poder derivado de las exportaciones— disminuye brus­
camente v el esquema de una política económica conducente a
“sustituir importaciones” comienza a cobrar vigencia, mientras el
Estado buscará controlar el ritmo de la producción v de las ex­
portaciones.
“En la Argentina —escribirá Carlos Ibarguren en La Historia
que he vivido— sintiéronse en seguida las gravísimas consecuencias
de la catástrofe. . . El sacudimiento imprevisto echó por tierra
nuestra prosperidad mercantil v nuestra economía; el crédito se
restringió de improviso v en muchos casos fue cortado en abso­
luto; los negocios paralizáronse; los bancos fueron corridos. . . ”
Mientras tanto, el desquicio administrativo que acusaba el segundo
gobierno de Yrigoven no permitía una respuesta adecuada a la
crisis, aunque aun los sistemas mejor ordenados de esa época sin­
tieron intensamente el cimbronazo.
2 C o n il P a z , A lberto y F errari, Gustavo, Política exterior argentina.
1910-1932. Buenos Aires. Huem ul. 1964. págs. 12 a 15.
34^
Los hombres que doblaban la esquina de la década feliz del Elideológico
tactor

veinte se encontraron, pues, con la década difícil v amarga del


treinta. A la crisis económica y sus consecuencias agobiantes, se
sumó el relieve militante de ideologías antiliberales pesimistas que
ponían en cuestión la capacidad de los sistemas políticos democrá­
ticos y parlamentarios para imponerse a la crisis v dominarla. Según
algunos, se había llegado al apogeo de la “edad de las ideologías”.:f
Mucha gente que consideraba al comunismo como anatema, el
elitismo voluntarista y eficaz de aquél le resultaba singularmente
atractivo. Si un pequeño grupo revolucionario había sido capaz de
dominar el imperio ruso, ¿qué impediría a grupos creyentes en
otros “religiones seculares” hacer lo mismo a partir de otras ideo­
logías o de otros absolutos temporales considerados, también, in­
térpretes del sentido de la historia? La dictadura se les aparecía,
pues, como una forma adecuada a tiempos de crisis en los que los
gobiernos constitucionales parecían impotentes. Surgió el fascismo,
sin ser al principio un movimiento internacional. Era necesario
tener “suceso” en la conducción del Estado. Mussolini, en Italia,
fue ejemplo para muchos. Pero el fascismo era ideológicamente
débil. Apenas se aludirá en este lugar a ciertos conceptos orienta­
dores, a algunos elementos constitutivos. Fascismos —más bien que
fascismo, pues deberán añadirse la Alemania de Hitler, la Action
Fran^aise de Maurras, la España de Franco— v socialismos, doctrinas
materialistas, tienen sin embargo puntos de partida diferentes. Los
socialismos se apoyan en una esperanza, y la porción de verdad que Ideologia
Socialista
les corresponde se traduce en un programa v en una ideología opti­
mista. Los fascismos, por el contrario, se originan en un sentimiento Ideologia
angustiado de decadencia v de ruina. A partir de ese sentimiento, Fascistas
sucede una suerte de retorno a lo elemental, a lo natural, a lo instin­
tivo: el carácter biológico de los fascismos, mezcla de lo sano v lo
morboso, v la búsqueda de un “salvador” que enderece la historia
entusiasmó en su momento a las generaciones jóvenes de la década
del treinta. Éstas hallaron, sobre todo en naciones que buscaban
su resurgimiento, el atractivo del paroxismo nacionalista de los
fascismos, acompañado de la pretensión de una profunda revolu­
ción social. Nacionalistas v en cierto sentido socialistas, los fascis­
mos eran estatistas v totalitarios. En Alemania apareció un doctri-
:t Además de la bibliografía va recomendada sobre la historia del pen­
samiento político —Sabine, Prélot—, ver en el sentido indicado en el texto a
Frederik M. W atkins, T h e age o f ideology. PolíticaI tbonght. USO to tbe
presen. U.S.A., Prentice-H all, Inc.. Vale U niversitv Press, 1964.
na rio, un fanático, un devoto de la ideología tal como él la concebía
v le había dado contenido en Mein Kampf: Adolfo Hitler. Mien­
tras el liberalismo v el comunismo se habían lanzado como creen­
cias universales a la conquista de los hombres, un rasgo distintivo del
nacional-socialismo de Hitler fue el mito de la raza, teorizado
mediante un ensamble arbitrario de fuentes distintas. Con el anti­
semitismo, satisfizo las expectativas, .cultivó los temores v exasperó
las ansiedades del pueblo alemán. La ideología nacional-socialista
surgió así copio un fenómeno típicamente moderno, ávido de
imponer un nuevo orden traducido en una autocracia totalitaria
permanente por la cual la raza aria satisficiese las naturales v “rec­
tas funciones" que su doctrinario le atribuía, ejerciendo el dominio
casi absoluto de las razas v pueblos “inferiores”. La élite no sería
reclutada sólo en Alemania, sino en otros países como Gran Bre­
taña, los Estados Unidos de América, los reinos escandinavos allí
donde existiesen arios v nórdicos. La ideología nazi tenía, además,
un culto apropiado a la sociedad de masas. Descansaba en la visión
racista de la historia, v por lo tanto, en una visión regresiva: nece­
sitaba de un factor dominante e impulsor. Por eso, v por la in­
fluencia recíproca que existía entre un doctrinario fanático como
Hitler v sus seguidores, la ideología nazi hacía tanto hincapié en
el culto del jefe.
En España, mientras tanto, con el triunfo de la República en
1931 comenzó la actividad política de un personaje singular, cuvo
pensamiento proyectóse en un movimiento ideológico v en una
organización que marcaron buena parte de la historia española
contemporánea. Apenas se encuentran rastros de tal ideólogo y
de su ideología en las historias del pensamiento político contem­
poráneo v, sin embargo, sería vano tratar de entender el factor
ideológico v sus matices en los movimientos latinoamericanos v
en los argentinos sin registrar su presencia. Se trata de José An­
tonio Primo de Rivera v Sáenz Heredia, nacido en Madrid en
1903, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera que gobernó a
España entre 1923 v principios de 1930. José Antonio, como le
conocían los españoles, fundó en 1933 la Falange Española v en
1935 el Sindicato Español Universitario. En 1934 la Falange se
fusionó con las J. O. N. S. (Juntas de Ofensivas Nacional Sin­
dicalista) v fue perseguida luego del triunfo del Frente Popular
en 1936, año en que, procesado. Primo de Rivera murió fusilado.
Brillante, audaz, de heroica consecuencia incluso, José Antonio
dejó un pensamiento político sobre cuyos rasgos aún hoy se dis­
cute. Lo que no se discute es su ambivalente influencia en el
nacionalismo latinoamericano, especialmente en el nacionalismo de
derecha católico de la Argentina de los años 30. Para algunos
europeos no españoles, el pensamiento de Primo de Rivera fue una
versión del fascismo. Los textos dan para eso, pero también para
interpretar una suerte de “centrismo” de José Antonio, situado
entre el fascismo y el comunismo. Pero un centrismo muy particu­
lar, si se atiende a su discurso de fundación de la Falange Espa­
ñola, donde abomina del liberalismo, del sistema democrático, del
sufragio universal, de los partidos políticos v se pronuncia en
favor de la violencia para construir un “Estado futuro” nacional-
sindicalista.4
Las corrientes ideológicas contemporáneas no se agotan en
los fascismos, en el falangismo, ni en el comunismo. Surgen las
“desviaciones de la izquierda”, como el socialismo trotskysta y la
izquierda comunista internacional, que se proclaman observantes
del marxismo integral y hacen suyas todas las posiciones doctrina­
les de Marx, Engels y Lenin, mientras acusan al partido Comunista
y a Stalin de “desviaciones de derecha”. Y aun se acentúan corrien­
tes socialistas liberales y humanistas. El liberalismo, mientras tanto,
se renueva o se “revisa”. Surge la crítica contra “dejar hacer”, el
repudio de la creencia, en la evolución ineludible hacia el colec­
tivismo, la ratificación del individualismo como puerta abierta
hacia la moral, y la original reivindicación de la intervención del
Estado para atenvar los efectos, las consecuencias de la desigualdad
en las condiciones humanas. El “neo-liberalismo” rechaza, pues,
la pasividad del Estado, los monopolios, el poder financiero, el
espíritu conservador y la indiferencia frente a las consecuencias
sociales de los desequilibrios económicos. Añade el intervencionis­
mo estatal, la lucha contra los monopolios, la justicia social. Con­
serva el espíritu capitalista aunque observa con atención el proceso
de socialización del mundo contemporáneo.
Mientras en las corrientes profundas del pensamiento político
se advierten el “llamado a la convergencia” de un Teilhard de
4 El “falangismo” fue y es una doctrina y un m ovim iento con carac­
teres propios, en el que vuelve a aparecer la tradicional oposición de España
frente a Europa. Conviene ir directam ente a las fuentes, y leer a José A n­
tonio Prim o de Rivera. El pensamiento político hispanoamericano. Buenos
Aires, Depalma, 1968, volumen 17. Tam bién, los textos publicados en “C ró­
nica de la guerra española”, fascículo 48, Buenos Aires, 1968, donde se dan
a conocer interesantes testimonios del Diario parlam entario y del periódico
español “A rriba”, fundado por José Antonio, de donde podría sustentarse el
peculiar “centrism o joseantoniano”.
Chardin, la “voluntad de ruptura v la apología de la violencia"
de un Albert Camus, la “política desprendida de todo fundamento
confesional” como el personalismo de Emmanuel Mounier, “de
todo fundamento ético” cflmo en Burnham v los maquiavelistas, o
de “todo fundamento ideológico” como en Raymond Aron, según
el derrotero señalado por Marcel Prélot, las ideologías perduran.
Y el tema de la ideología se convierte, en tiempos de alteración,
en un ingrediente decisivo del contorno internacional v en un
factor relevante para explicar las crisis de muchas situaciones na­
cionales, entre ellas la argentina. Liberalismo, socialismo, fascismos,
falangismo, y aun corrientes expresivas del llamado catolicismo
social, disputaron la fidelidad de seguidores, la imaginación de
propagadores, la formulación de programas de acción, la adhesión
de los militantes v el sentido de la oportunidad de los políticos.
En Estados Unidos de América, Francia v Gran Bretaña, la Hacia la

política interior y la política exterior seguían bajo el control de


Segunda Guerra
Mundial
sistemas presidenciales y parlamentarios. En Alemania, la crisis po­
lítica que siguió a la crisis económica v social condujo a Hitler al
poder. En Italia, Mussolini procuraba para el Estado “el máximo
de autonomía”. Atravesando la depresión, la Primera Guerra había
dejado Estados vencedores v con poder de recuperación v Estados
vencidos e insatisfechos. Entre éstos estaba Alemania, conducida
ahora por el autor de Mein Kampf. La paz comeitzó a correr pe­
ligro, pues el régimen de Hitler se acercaba a los désignios del
fascismo italiano. Mientras tanto, las potencias “ricas” de Europa
seguían una política de negociación y apaciguamiento que Vaciló
sólo en 1938, cuando suceden jos golpes de fuerza alemanes. Los
Estados Unidos siguieron dominados hasta 1935 por el problema
de la Gran Depresión y los conflictos de intereses que produjo la
política del N eiv Deal, e incluso después su política económica
no correspondería fácilmente al “espíritu internacional coopera­
tivo” que sus estadistas decían apoyar. La amenaza alemana crecía,
pues, mientras las barreras de seguridad que se intentaban levantar
contra ella iban fracasando una a una. A mediados d^, la década
del treinta, el sistema de seguridad colectivo estaba en crisis y con
él la Sociedad de las Naciones.
En ese panorama crítico ingresó la guerra española, que esta­ La guerra
lló el 17 de julio de 1936. El conflicto español significó varias española

cosas a la vez. Fue un aspecto de los conflictos ideológicos que


contraponían en Europa a los regímenes fascistas, comunistas y
democráticos.' Pero fue también un conflicto con perspectivas
abiertas para las preocupaciones estratégicas —el control de rutas
en el Mediterráneo v en el Atlántico, Gibraltar, etc.—, v aun para
las preocupaciones económicas, a propósito de la carrera de arma­
mentos que realizan los grahdes Estados v su repercusión en
las industrias metalúrgicas interesadas. En los orígenes de la guerra
española, las potencias más activas fueron Italia v Alemania en
favor del Movimiento “nacional” español. Pero luego, todos los
Estados europeos tomaron posición. Los nacionales se beneficiaron
con la ayuda italiana v alemana; los republicanos, con la de los rusos
v en menor medida con la de los franceses v otros gobiernos ex­
tranjeros. Aunque todos habían acordado mantenerse prescinden-
tes, el principio fue violado constantemente. Pero no se trata de
exponer en este lugar aspectos de un conflicto terrible, sino de
señalar su importancia en el contexto internacional de la década
del treinta, la tensión moral e ideológica que creó en la opinión
pública europea v en países como la Argentina —donde el pro­
blema español se vivió con general angustia v alentó dilemas ideo­
lógicos—, así como el hecho de que Hitler v Mussolini pudiesen
comprobar hasta qué punto franceses e ingleses se mostraban dis­
puestos a conceder para evitar una guerra general.
Kl proceso internacional —político v económico— de la dé­
cada del treinta contiene, pues, el flujo de muchos factores e
influencias que penetraron los sistemas políticos nacionales de los
países de la periferia, condicionando su actividad v desafiando su
capacidad de respuesta. Kn la mayoría de los casos, como en el de
la Argentina, cambios en políticas específicas, como la política
económica, fueron el resultado de esos factores más bien que de
la decisión espontánea de sus conductores. Kueron, por lo tanto,
respuestas dependientes, v no independientes o autónomas.
Hacia 1930 terminó una época. Con ella se fueron muchas t
H a c ia u n n ue v

ilusiones y se detuvo la fragua de sistemas políticos que en Ame­


r o r d e n m u n d ia

rica latina apenas habían logrado cierta precaria legitimidad. Kl


subsistema latinoamericano, cada vez más ligado al rumbo norte­
americano, era fuertemente tributario de un sistema internacional
frágil y cuando éste estalló, la catástrofe arrastró no sólo a las
R , Hierre, Historia de las relaciones internacionales, Madrid,
k n o l v in

Aguilai, 1964, espec. tom o 11, vol. n: "Las crisis del siglo xx”, pág. 1021. Ver
también sobre la cuestión española, J. Van des lisch, Prelude to war. T he
internatioval repercttssions of rhe Spanish Civil IVar. I916-IIIW, La Hava.
1951.
metrópolis, sino que complicó la vida de aquellos que trataron de
permanecer neutrales.
El crash del 29 produjo en la economía latinoamericana con­
secuencias mucho más graves que crisis anteriores. Después del 29,
y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, se advirtió que la
prosperidad financiera de ciertos países latinoamericanos no era
suficiente para hacerlos invulnerables a los peligrosos cambios ope­
rados en las relaciones económicas internacionales. Éstas iban hacia
un “relativo divorcio entre las economías metropolitanas v las peri­
féricas, de las que se espera ahora predominantemente ciertas
materias primas, no todas por cierto indispensables” y según una
difundida caracterización, las áreas periféricas amenazan transfor­
marse en los slums del planeta, comparables a esas áreas urbanas
cuya degradación, una vez comenzada, parece irrefrenable.'1
N o sólo los cambios en las relaciones económicas internacio­
nales gobiernan o condicionan decisivamente el comportamiento
de los sistemas políticos nacionales de América latina por la acción
de los grupos de interés, sino que el factor ideológico operará
como detonante de crisis políticas y sociales y retornará, aunque
con nueva y sutil fisonomía, la intervención de las fuerzas armadas
en la política como rasgo, desde entonces característico, del proceso
latinoamericano. El Estado, a su vez, asume un rol activo que ni
siquiera los partidos conservadores podrán soslayar. Estado, eco­
nomía y política se vincularán desde entonces de manera diferente.
La separación entre la sociedad política v la económica, que en
los años veinte parecía imponerse como necesaria, aparecerá insos­
tenible, máxime cuando la crisis afecta incluso a los sectores diri­
gentes de la economía.
La diplomacia trabaja para evitar que la crisis económico-
social afecte el sistema internacional. Pero la conferencia paname­
ricana de Montevideo, de 1933, si bien se tradujo por iniciativa
argentina en un tratado de no agresión v conciliación, tuvo su
contrapartida económica en cuanto los Estados Unidos lograron
evitar una condena masiva del proteccionismo aduanero que prac­
ticaba y la conferencia se inclinó en favor de acuerdos bilaterales
de liberalización aduanera recíproca. En 1936 v en 1938 —en Bue­
nos Aires y en Lima—, los países americanos volvieron a reunirse
bosquejándose paulatinamente un sistema panamericano que, sin
embargo, dependía estrechamente del comportamiento de la po­
tencia hegemónica de la región: los Estados Unidos. Si al princi-
11 H a i . p e r Í n D o n g h i, T u l io , oh. cit., p á tjs. 157 a Í5 V .
pió el sistema parecía una “liga de neutrales”, como las que Europa
había conocido en el pasado" pronto se vería asediado por el
cambio insinuado hacia 1940 en la política norteamericana, como
se advirtió va en la conferencia de La Habana de fines de ese año.
Para los norteamericanos, en efecto, el mecanismo panamericano
sería desde entonces, v hasta su ingreso en la guerra, demasiado
lento como para condicionar sus inminentes decisiones beligeran­
tes. Sólo en 1942 se reuniría en Río de Janeiro una nueva conferen­
cia panamericana, la que recomendó la ruptura de relaciones con
el Eje. La guerra sirvió para recomponer el sistema panamericano
según las posiciones relativas de sus componentes hacia la potencia
hegemónica v hacia la guerra. Los países centroamericanos decla­
raron la guerra, México v Brasil lo hicieron poco después —1942—
con lo que lograron explotar política v económicamente a su favor,
en el contexto latinoamericano, la crisis internacional, sobre todo
en sus relaciones con el “poderoso vecino del N orte”, mientras
que la reticencia argentina, que luego se explicará, “no sólo se
apoyaba —como querían los adversarios de su política— en el pres­
tigio alcanzado por el Eje entre muchos de sus políticos conser­
vadores y jefes militares: se vinculaba también con la perduración
del ascendiente británico, opuesto entonces como antes a la inclu­
sión total de la Argentina en el área de predominio norteame­
ricano ..
La política exterior v las relaciones económicas internacionales
se convirtieron, en la década del 30 y sobre todo en los años de la
guerra, en ejes fundamentales de las políticas interiores de los Es­
tados latinoamericanos, v en signos de referencia necesarios para
hacer inteligibles los procesos internos.
La fatiga del

El contexto internacional esbozado es, a la vez, ambiente de


la crisis de la Argentina de los partidos, de la restauración neocon-
servadora v del golpe de Estado de 1943 v sus consecuencias
inmediatas.
7 Este proceso puede leerse con cierta facilidad en H alperín Donghi.
ob. cit., págs. 372 a 374; en Conil Paz-Ferrari: ob. cit.; y en Jacques Lam­
ben, América latina. Estructuras sociales e instituciones políticas, Ariel, 1954.
N H alperín D o n g h i , Tulio, ob. cit., pág. 374. La conferencia paname­
ricana de México en febrero de 1945 abrió la puerta al reingreso de la
Argentina en la com unidad americana, pero a costa de la declaración de
guerra a Alemania en marzo de 1945 v luego de un proceso interno aparen­
temente desconcertante.
En la Argentina, eJ triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elec­ Segunda

ciones nacionales de 1928 desconcertó a la oposición y a los obser­


presidencia
de Yrigoyen

vadores políticos. En realidad, era la primera experiencia contem­


poránea de los argentinos de lo que significaba un movimiento
popular en acción. La Unión Cívica Radical no llegó a constituirse
en un partido “burocrático” mientras dominó la jefatura personal
de Yrigoyen." Su figura ejerció una influencia moral v legitima­
dora muy poderosa, carismática, que envolvía un control también
personal sobre sus seguidores v descansaba a menudo en recom­
pensas traducidas en la posibilidad de acceso a posiciones dentro
del partido o de la burocracia estatal. Cuando sobrevino la reelec­
ción de 1928, vióse que la U. C. R. debía organizarse como un
partido de masas o correría el peligro de la desintegración, pues la
vid* de su jefe llegaba al ocaso. Para los radicales yrigoyenistas,
sin embargo, el triunfo significó la ratificación de una línea polí­
tica que incluía tanto medidas económicas —como la nacionalización
del petróleo, debatida en 1927-28—, cuanto la intención —sin tra­
ducciones programáticas muy concretas— de promover una suerte
de democratización social. Un conservador representativo, Matías
G. Sánchez Sorondo, advertía en esos debates: “Ayer fueron los
alquileres, hoy es el petróleo, mañana será‘la propiedad rural ame­
nazada de ser redistribuida.. ¡” Para los conservadores y para los
sectores económicos dominantes comenzaba a ser claro que la rela­
tiva escisión entre la sociedad política y la sociedad económica —o
si se quiere entre el poder económico y el poder político— era una
concepción peligrosa que podría terminar en una situación opuesta
a sus intereses.
Sin embargo, la segunda presidencia de Yrigoyen no puede
ser entendida sin atender a ciertos procesos gestados durante el
período presidencial de Alvear, condicionados por el contexto in­
ternacional en transformación. Esos procesos se vinculan con casi Procesos internos
todos los miembros de lo que se ha llamado la “constelación de en marcha:
el poder m ilita r
poderes” de la sociedad argentina, pero hay dos que son especial­ y el poder

mente relevantes para explicar el desenlace del 30: la influencia del


ideológico

factor ideológico y el cambio de actitud operado en el poder mili­


tar. Ambos procesos se encuentran estrechamente relacionados.
B Sobre la “estructura de la jefatura” y cuatro tipos característicos cjue
el autor llama: 1) burocrático y durable; 2) personal y frágil; 3) burocrático
y frágil y 4) personal y durable, es útil ver David A pter, M étodo compa­
rativo para el estudio de la política. En “T he Am erican Journal of Sociology”,
vol. , n9 3, nov. 1958, o en versión castellana del “Boletín Inform ativo del
l x iv

Seminario de D erecho Político”, Salamanca, 1959, págs. 1 a 30. Yrigoyen


estaría situado en el tipo 2). según nuestra apreciación.
En primer lugar, con anterioridad a 1928 se gesta un movi­
miento ideológico complejo y militante conocido como naciona­
lismo de derecha, paralelo a los movimientos ideológicos europeos
esbozados en páginas anteriores. Si bien el nacionalismo argentino,
no es reductible a una sola versión, tiene como denominador co­
mún su antiliberalismo y su crítica mordaz y constante al principio
de legitimidad constitucional democrático' hasta entonces compar­
tido por la mayoría de las fuerzas políticas argentinas. En segundo
lugar, antes de la segunda administración de Yrigoyen, se producen
cambios significativos en las relaciones entre la sociedad militar
y la sociedad política o, si se prefiere, entre las fuerzas armadas y
la sociedad argentina. Pueden explorarse, sin duda, otros factores
actuantes o convergentes en el desenlace del 30 y en las décadas
posteriores, pero esos dos fueron, sin discusión, relevantes.
El nacionalismo de derecha constituye un fenómeno dema­
siado complejo para el analista político y el historiador como
para ser descripto aquí de manera exhaustiva. Sólo se brindarán,
pues, algunos datos y elementos de juicio indispensables.10 El na­
cionalismo no es un movimiento unitario y continuo, aunque la
palabra y ciertos análisis ligeros parezcan sugerirlo. N o puede ser
presentado como un bloque con unidad interna, pues ello se con­
ciliaria mal con el espectáculo de sus contradicciones doctri­
nales y de sus discrepancias. El nacionalismo se diferencia en el
tiempo y en las situaciones, así como por los temperamentos que
convoca. Hay nacionalismos v nacionalistas. De ellos interesa aquí
los que tuvieron gravitación decisiva en la década del veinte y
sobre todo algunos de sus rasgos salientes. Hay toda una “geogra­
fía” de la derecha todavía por hacer que permitiría distinguir entre
sus diferentes manifestaciones regionales, y una vinculación estre­
cha entre la derecha nacionalista y el llamado “integrismo” católico
que tuvo señalada influencia en la década del treinta. Existen mo­
dos de actuar de esa derecha que trasciende a los partidos —la
Liga, por ejemplo, una estructura laxa que se adecuaba bien al
modo de ser de la derecha extrema—, pues los partidos pasan y la
10 E ntre la abundante literatura relativa al nacionalismo intelectual y
dado que aquí sólo aludiremos a ciertos rasgos y protagonistas, seleccionamos
el notable ensayo de Ernst N olte, Three faces o f Fascism. A ction Frangaise-
Italian Fascium-N ational Socialism, traducido del alemán y editado en Nueva
York en 1966; al excelente libro dé René Rémond, La droite en France, de
la prem íete restauration a la la Ve. Republique, París, Aubier, 1963 —por lo
que sugiere en analogías con corrientes argentinas—, y el reciente y muy
inform ativo trabajo de M arysa N avarro Gerassi —y bibliografía y fuentes
allí citadas—. Los nacionalistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1968.
derecha queda y al propio tiempo la organización partidaria le
repugna. Y existe un vocabulario v ciertas convicciones que han
caracterizado a la derecha nacionalista —el orden, la grandeza, la
raíz telúrica, etc.— así como la historia de las palabras constituye,
casi siempre, una contribución sorprendente para entender la reali­
dad política que pretenden designar. Elitista, partidario del orden
que planteaba como uno de los términos de un dilema respecto
de la libertad, autoritario v moralista, el nacionalismo dirá que ha
llegado “la hora de la espada” v clamará por la intervención mili­
tar en la arena política para salvar la patria que considera amena­
zada por una conspiración internacional que los políticos profe­
sionales v la democracia parlamentaria se les antojaba incapaces de
neutralizar. Su temática intentará vincular tendencias e ideologías
internacionales, como el fascismo, con fenómenos vernáculos como
el rosismo v con actitudes de lucha frente al imperialismo, que
durante más de una década estará representado por el predominio
británico v luego también por los Estados Unidos. El nacionalismo
retoma la bandera de la “hispanidad” V alienta toda una escuela
histórica conocida como “revisionismo”.
Pueden distinguirse antes del 30, pues luego se incorporará
el falangismo, tres corrientes principales en el nacionalismo de
derecha argentino: el nacionalismo fascista, el nacionalismo mau-
rrasiano v el nacionalismo conservador. Los tres coinciden en la
crítica a Yrigoven. Pero los dos primeros coinciden, además, en
la crítica feroz a la Argentina de los partidos, al principio consti­
tucional vigente y, al cabo, al liberalismo político. Los dos prime­
ros son opuestos al sistema. El último comparte algunas de las
banderas de aquéllos, pero se transforma en una oposición dentro
del sistema que, sin embargo, pretende “revertir” transformándose
en reaccionario v restaurador.
Uno de los protagonistas principales del nacionalismo de dere­
cha fue Leopoldo Lugones, para quien había llegado en los años
veinte la hora de la espada porque “sólo la virtud militar realiza
en ese momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza
V fuerza”. Sus ideas se difundirán a partir de la segunda elección
de Yrigoven, con “La Nueva República”, periódico que habían
fundado el l9 de diciembre de 1927 los hermanos Julio v Rodolfo
Irazusta, Ernesto Palacio, Juan E. Carulla v César E. Pico. La
prédica nacionalista contra Yrigoven v la democracia fue cons­
tante, hábil v con un auditorio cada vez más amplio entre oficiales
de las fuerzas armadas, jóvenes intelectuales v la derecha conser­
vadora. Las corrientes doctrinarias europeas aparecían, transparen­
tes, en discursos, folletos v periódicos de aquellos paradójicos
críticos del “extranjerismo” que, según ellos, impedía la consolida­
ción de la identidad nacional argentina.
Si bien el fascismo, segmentos de la doctrina nazi y la evoca­
ción de Primo de Rivera transitaban por el ideario aparentemente
nacional del nacionalismo, quizás ninguna doctrina perduró tanto
como la de Charles M aurras." N o parece exagerado decir que
—aún hoy— hay maurrasianos que se ignoran. Si se quiere, el pen­
samiento de Maurras representa el más importante esfuerzo inten­
tado en este siglo para dar a la derecha francesa úna doctrina firme
y coherente. La indigencia intelectual de la extrema derecha con­
temporánea muestra que Maurras no fue reemplazado. A diferencia
de Bonald, por ejemplo. Charles Maurras no buscó determinar los
fundamentos del poder, sino responder a la cuestión práctica de
las condiciones en que el poder se podía ejercer normal v válida­
mente. Se hallan en su doctrina partes importantes de la construc­
ción intelectual de los grandes reaccionarios del siglo xix, pero
amputada su pieza clave: Dios. Por eso se prestaba a críticas con­
tradictorias: ¿laicista? ¿clerical? En rigor, una suerte de “teocracia
sin Dios”, un profundo escepticismo sobre la bondad de la natu­
raleza humana que conducía a la crítica implacable de la demo­
cracia, la repugnancia hacia el “caos obsceno”, v una construcción
estéticamente perfecta —que tanto atrajo a Lugones— de un orden
político en el cual la Iglesia tendría un lugar privilegiado. Era un
clericalismo sin Dios. Por eso, entre otros aspectos más sutiles, la
condena pública de ciertas obras de Maurras por la Iglesia, condena
conocida a fines de 1926. El nacionalismo aristocratizante de los
años veinte volvía, a través de Maurras, a Francia . . . ala que
habían acudido antes sus mayores, pero orientados por doctrinas
de distinto signo.
11 Esto necesita aún demostración. Pero por lo pronto explica que
"algunos nacionalistas comenzaran a atacar al fascismo, no porque se hubiesen
desencantado de él ni porque, fuese inaplicable en la Argentina, sino porque
no subrayaba de modo suficiente el papel de la Iglesia. . . ”, como señala
N avarro Gerassi, ob. cit., pág. 105. (Confr. también Carlos A lberto Floria,
La Argentina ideológica, revista “C riterio”, año 1966, págs. 908a 91?, espe­
cialmente en cuanto a la mentalidad reaccionaria. “C riterio”, uno de los
voceros del nacionalismo católico en los años JO, transform ará totalm ente su
orientación especialmente a partir de los años 50 y más rotundam ente desde
1955.)
12 V er la lista de los prim eros nacionalistas y su reclutam iento social
en Federico Ibarguren, O rígenes del nacionalismo argentino, en artículos
publicados en “Azul v Blanco" en 1966.
La crítica ideológica del nacionalismo de derecha no fue el Eiércit0 y política
único elemento apto para el desgaste del segundo gobierno de
Yrigoyen. Un proceso de importancia decisiva se gestaba en el
ejército. Si bien el cuerpo de oficiales había comenzado a reflejar
en los años veinte los cambios operados en la sociedad argentina18
—casi un tercio de los oficiales ascendidos a los grados más altos
del ejército durante los gobiernos radicales eran hijos de inmigran­
tes—, y los asuntos profesionales absorbían la atención de la ma­
yoría, no era un misterio para nadie que los principales miembros
del ejército manifestaban cómo debía ser la política pública en la
esfera económica y acerca de las posibilidades de desarrollo indus­
trial por la alteración en las relaciones económicas internacionales.
El general Mosconi, director de Y. P. F. entre 1922 y 1930, ex­
ponía la tesis de un incipiente nacionalismo económico. Paralela­
mente, no habían perdido vigor las ideas tradicionalistas en cuanto
a un país básicamente agrícola y su situación necesariamente vincu­
lada a los mercados de ultramar. Los movimientos gremiales eran
observados con cierta aprensión, pues los conflictos anarquistas,
las huelgas socialistas y los actos de violencia configuraban para
los militares signos de desorden y de la potencial influencia comu­
nista, luego que los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia.
Las reacciones no eran sin embargo uniformes, pues el propio
Director del Colegio Militar en 1920, entonces coronel Agustín
P. Justo, describía a la Argentina como “una sociedad que cam­
biaba su estructura”, en la que el papel de las fuerzas armadas
debía ser el de “asegurar el libre ejercicio de todas las energías”,
pero no el de un “participante” en la lucha por el cambio. Pero
cuando la década del veinte avanza, la actitud de Justo hacia los'
cambios sociales y su relación con los principios constitucionales
no es compartida por oficiales jóvenes que ponían énfasis en
otros valores: por ejemplo, el orden y la jerarquía. Para ellos,
un general como José F. Uriburu veía más claro cuando demos­
traba su simpatía por regímenes como los de Primo de Rivera en
España v Benito Mussolini en Italia. Para ese sector militar, ciertos
intelectuales y políticos de la sociedad argentina que, como los
militantes de la izquierda, veían al ejército en términos marxistas
como instrumento de opresión de la clase dominante o eran sim­
plemente antimilitaristas en el sentido tradicional de los socialistas
13 P otash , R obert A., T he A rm y & Politics in Argentina. 1928-1945.
Yrigoyen to Perón, cit., publica la lista de oficiales prom ovidos a los rangos
más altos del ejército durante los gobiernos radicales (pág. 20).
liberales y de muchos radicales v demócratas progresistas, necesi­
taban una lección.
Pero la posición crítica del ejército respecto de Yrigoyen
empezó a crecer cuando su segundo período presidencial comenzó
a caracterizarse por la inestabilidad v la ineficiencia política. Yri­
goyen eligió como ministro de Guerra al general Dellepiane, en­
tonces retirado, pero éste no pudo actuar con eficacia tanto por
su precario estado de salud, como por la interferencia del ministro
del Interior, Elpidio González. Yrigoyen retomó, además, su inve­
terada costumbre de subordinar la conducción de los asuntos
militares a consideraciones políticas o personales. El Presidente
“parecía ver al Ejército como una asociación de individuos, casi
una familia o un club político, más bien que una institución jerár­
quica en la cual moral, y disciplina se relacionan íntimamente con
la cuidadosa observancia de normas establecidas...” 14 La crítica
ideológica se sumó a la crítica de la política militar de Yrigoyen,
pese a que los gastos militares aumentaban, pero en beneficio de las
personas, más bien que en el de un programa iniciado en la presiden­
cia de Alvear para proveer al ejército de equipos modernos. Las
expensas en armamentos descendieron de 42 a 16 millones de pe­
sos moneda nacional entre 1928 y 1929, y el porcentaje del pre­
supuesto militar respecto- del presupuesto general bajó de 20,9 a
18,9% y luego a 18,6% en 1930. El descontento en los círculos
militares fue estimulado por el favoritismo político de Yrigoven
en el tratamiento del personal militar, de las reincorporaciones,
remociones v promociones, incluso retroactivas, que practicaba
contra normas explícitas. La crítica militar fue asentándose, pues,
en causas “corporativas” o profesionales.
El tema militar se hizo casi obsesivo. Los oficiales identifica­
dos con la va citada Logia General San Martín o con los segui­
dores del ex ministro de Guerra de Alvear, general Justo, eran
relevados, cambiados de destino o puestos en disponibilidad. El
coronel Luis García, que había sido cabeza de la Logia y Director
del Colegio Militar, escribió desde su retiro, en poco más de un
año, mqs de un centenar de artículos desde el diario La Nación,
puntualizando los “desarreglos” castrenses del gobierno yrigoye­
nista. Uriburu, también en retiro, aprovechóse de la desafección
creciente entre los militares hacia la política de Yrigoyen para
comenzar sus trabajos conspirativos.
14 P o ta s h , Robert A ., ob. cit., p ág 30.
Doctor Neumeier - Es un caso
crónico de estreñimiento cerebral.

|Caricatura de J M. Cao. Critica, 1917. |

La polarización p o lítica se hizo centrífuga. Un Yrigoyen senil no pudo enfrentar


la coalición de fuerzas opositoras ni, en el mom ento decisivo, la intervención
p olítica del poder m ilita r.

El proceso de alienación del poder militar fue gradual pero


constante. Había comenzado a gestarse antes del 28. Todavía en
1929 la presidencia del Círculo Militar fue ganada por 929 votos
contra 635 por el “venerable general (ret.)” Pablo Ricchieri, apo­
yado por el coronel Manuel Rodríguez, amigo de Justo, a la fór­
mula encabezada por el recientemente retirado general Uriburu.
Pero en junio de 1930, el nuevo presidente del Círculo, general
Francisco Vélez, se preocupó por señalar en su discurso inaugural
que las relaciones con el gobierno se caracterizarían por una “es­
crupulosa consideración y prudencia, v no por obsecuencia y
servilismo”, lo que Potash interpreta bien como una manera clara
de criticar implícitamente a los oficiales identificados con el yri-
goyenismo.18 El 23 de julio, un editorial de La Prensa se titula­
ba, a propósito de un discurso del coronel García, “N i obsecuencia
18 P o ta s h , Robert A., oh. cit., págs. 38 y

ni servilismo en el militar”; El poder militar no operaba en el


yació. Era solicitado por el ambiente v éste se había cargado de
tensión e intolerancia.
La crisis de 1930

Hipólito Yrigoyen contaba con un fuerte respaldo en la Cá­ L a o p o s i c ió n

mara de Diputados. Sus partidarios ocupaban 91 bancas; la oposi­


p o l ít i c a

ción 67. Pero en el Senado las posiciones se invertían: lo apoyaban


7 senadores; lo enfrentaban 19."’ Llegó al poder con un apoyo
popular impresionante que aturdió a los opositores, pero éstos
tardaron poco en recobrarse v la atmósfera se fue enrareciendo
con asombrosa rapidez. La actividad legislativa fue al principio
de relativa colaboración: se sancionaron en 1929 leyes como la
11544 sobre la jornada legal de trabajo, la ley 1 1563 disponiendo
el censo ganadero nacional v otras leyes previsionales v de alguna
repercusión social. Pero como observa Etchepareborda, quedan
sin aprobar el plan de defensa sanitaria, un convenio comercial con
Gran Bretaña —precedente del pacto Roca-Runciman, conocido
como misión lord D’Abernon v aprobada en Diputados— v el
proyecto sobre nacionalización del petróleo que queda en el Se­
nado “en carpeta”.17 Las obras públicas reciben algún aliento y se
crea el Instituto del Petróleo en enero de 1929. Se fundan cerca
de 1.700 escuelas v se mantienen en política exterior los lincamien­
tos de la primera administración vrigovenista. La lectura de los
boletines oficiales no traduce el clima oprimente que se fue for­
mando mes a mes, con la contribución de todos: el gobierno y la
oposición; los periódicos, los universitarios, los militares v los
obreros; la izquierda y la derecha.
Los testimonios de la época —v de protagonistas que intenta­
ron evaluar los sucesos con cierta objetividad años después— coin­
ciden en la convergencia de factores que procedían de lugares
En D iputados había 36 conservadores, 15 antipersonalistas, 4 lenci-
nistas, 2 cantonistas, 4 socialistas y 6 socialistas independientes, form ando la
oposición. En Senadores 9 conservadores, 9 antipersonalistas y 1 socialista.
El gabinete de Yrigoyen lo form aban Elpidio González en Interior; H oracio
B. O yhanarte en R. Exteriores; Juan de la Campa en Justicia e I. Pública;
Enrique Pérez Colman en H acienda; Juan B. Fleitas en A gricultura; Benja­
mín Ávalos en O. Públicas; general Luis J. Dellepiane en G uerra y vice­
almirante Tom ás Zurueta en Marina.
17 E t c h e p a r e b o r d a , Roberto, "La segunda presidencia de H ipólito Yri­
goyen y la crisis de 1930", en la Historia Argentina Contemporánea, cit..
págs. 356 a 357.
diferentes. Del gobierno: pues la capacidad física del caudillo
declinó rápidamente mientras mantenía su estilo centralizador. La
consecuencia visible fue la acumulación de problemas, sin solución
ni respuesta eficaz. Del partido Radical: sin cuadros de conducción
suficientes, fue ganado además por la corrupción.IK De los partidos
de la oposición: encabezados por el partido Socialista Indepen­
diente, cuyos hombres fueron “los promotores principales de un
vasto movimiento popular que había de acabar con Yrigoven, des­
truyendo su popularidad por una acción eficaz de las masas” —se­
gún uno de sus líderes, Federico Pinedo—,”' tanto el conservado-
rismo bonaerense como el partido Demócrata de Córdoba y el
Radicalismo antipersonalista de Entre Ríos llevaron a cabo una
labor de desgaste facilitada por la inoperancia vrigoyenista. La
oposición socialista y la demócrata progresista fue también rotunda,
pero no conspirativa: Aun el partido Comunista fue arrastrado
por “la ola antiyrigoyenista”, como subraya uno de sus escritores.2"
Los movimientos estudiantiles se unieron a la prédica opositora o
conspirativa que con facilidad realizaba casi toda la prensa por­
tería con difusión nacional: La Prensa, Crítica y La Nación, entre
otros. De tal modo, cuando se sintieron las primeras consecuencias
del crash del 29 y estaban madurando los procesos en gestación
que se han descripto, el gobierno radical v el partido oficialista
entraban con la sien herida a la batalla.
En marzo de 1930, los comicios de renovación parlamentaria Marzo de 1930:
demostraron que el y r i g o v e n i s m o acusaba los golpes. Sumados los elecciones
18 Este aspecto del proceso es expuesto de manera coincidente no sólo
por testigos de la oposición, sino por yrigoyenistas com o Ernesto Palacio,
Historia de la Argentina, tom o 11, pág. 361: “LA indecisión orgánica del
Presidente se había agravado con los años, así com o su afán absorbente de
resolverlo todo por sí mismo, lo que se traducía en parálisis administrati­
va . . En el mismo sentido Etchepareborda, ob. cit., pág. 359: “Quizá el
más grave error del anciano caudillo haya sido el aceptar ser reelegido, dada
su avanzada edad . . . ” “El partido gobernante, a su vez, sufría los avances
de un oficialismo corruptor . . . ”
» 19 P in ed o , Federico, En tiempo de la República, Buenos Aires, 1946.
V er también su testimonio en “Revista de H istoria”, La crisis de 1930, Buenos
Aires, 1958, núm ero muy bien concebido que contiene relatos y artículos de
hombres situados en las posiciones más distintas.
20 R ea l , Juan José, 30 años de historia argentina. Buenos Aires, A ctua­
lidad, 1962, págs. 20 y 21. El gobierno de Yrigoyen era para el P. C. “el
gobierno de la reacción capitalista, como lo demuestra su política represiva,
reaccionaria, fascistizante. . . ” Rodolfo Puiggrós, Historia crítica de los
partidos políticos, Buenos Aires, 1956, pág. 303, observa que el comunismo
no supo com prender el sentido de la crisis, com o “lo declaró el propio
Codovilla después del m ovim iento”. N o sería la prim era vez ni la última que
esto aconteciera al comunismo argentino.
General José F. U riburu, jefe de las fuerzas que depusieron al presidente cons­
titu c io n a l H ipólito Yrigoyen en 1930.

totales, v comparados con los sufragios de 1928, las distancias se


habían acortado:
192S 1930
Unión Cívica Radical ................... 839.234 623.765
Oposición ........................................... 536.908 614.336
Diferencia en favor de la U. C. R. 302.326 9.429 votos
Otra vez, la evaluación de ese resultado debe ponderar el
hecho de que la de 1928 había sido una elección presidencial y la
de 1930 sólo de diputaciones. Pero de todos modos el impacto
fue grande, sobre todo en Buenos Aires donde el radicalismo per­
dió frente al socialismo independiente v compartió la minoría con
el partido Socialista.
Hipólito Yrigoyen se había quedado sin apoyo del poder
ideológico —incluso buena parte del clero católico había sido ga­
nada por el nacionalismo—; sin apoyo del poder militar —aunque
no tenía tantos opositores como los nacionalistas creían, tampoco
disponía de adhesiones entusiastas, sino en un sector reducido—;
incomunicado y sospechoso para el poder económico v a merced
de la oposición política.
La pregunta clave era, pues, en qué condiciones llegaba el
presidente Yrigoyen ^1 desenlace de una conspiración que pre- La conspiración
paraba, desde principios de 1930, el general Uriburu. La mayoría
de los testimonios de la época denuncian una sensación de fatiga
La revolución del 30 tuvo
adhesión p o p u la r, so b re
todo en Buenos Aires, po­
niendo en evidencia la fa ­
tiga del régimen radical.
Dos lineas luchaban, sin
embargo, por la explota­
ción p o lítica de la crisis:
el nacionalism o an tilib e ra l
y el conservadorismo neo­
liberal representados por
U riburu y Justo, respecti­
vamente.

El general José F. Uriburu, rodeado por su gabinete, se dirige al pueblo desde


los balcones de la Casa Rosada.

política y social, un estado de ilegitimidad sociológica, una suerte


de resignación frente a la conspiración militar que según confiesa
Palacio —espectador de los sucesos, participante en el movimiento
nacionalista y en la Liga Republicana e historiador— “seguía, entre­
tanto, sin que el gobierno tomara ninguna medida para conjurarla”.
La Liga Republicana convocaba a la oposición frontal, el llamado
Klan Radical trató de neutralizar a los opositores con la violencia,
y ésta llamó al combate callejero a la Liga Patriótica Argentina.
La violencia ganó la calle, los incidentes menudearon v el ambiente
de crisis económica, política v social se tornó, para muchos, inso­
portable. Los radicales llegaron, incluso, a hacer fraude electoral,
utilizaron al ejército para las intervenciones federales v aparecieron
contradiciendo ideales v banderas que habían difundido o agitado
para fundar en esos signos una nueva legitimidad. Esa legitimidad
nunca había superado cierta innata precariedad. El propio yrigo-
yenismo contribuyó a herirla de muerte. Oficialismo y oposición
fueron cómplices, a su manera, de la agonía de la Argentina de
los partidos.
El general Uriburu era sobrino de un ex Presidente y miembro
de una familia aristocrática; con amplios contactos en el mundo
económico y social, entre las élites ideológicas del nacionalismo
de derecha y con los círculos políticos opositores, y considerado
según el entonces capitán Perón como “un perfecto caballero. . .
un hombre puro v bien intencionado”,21 dio los últimos toques
a la conspiración. Un grupo paralelo operaba, mientras tanto, bajo
la inspiración del ex ministro de Guerra de Alvear, el general
Agustín P. Justo. Ambos coincidían en el objetivo inmediato
—derribar a Yrigoven—, pero diferían en cuanto a los objetivos
políticos mediatos v aun en sus ideologías correspondientes. En Entre la

síntesis, Uriburu representaba la idea de una revolución de inspi­


revolución
corporativista y I

ración corporativista, en la línea del fascismo. Justo, el propósito reversión


conservadora
de una reversión política, de una vuelta al pasado prerradical, en
una línea conservadora. En los designios de Uriburu estaba la
reforma instituciohal v un régimen tan largo como fuera necesa­
rio para realizarla. Entre las intenciones de Justo figuraban cierta
adhesión condicionada a los principios constitucionales v la crea­
ción de un gobierno provisional de duración breve, que preparase
rápidamente la transición. Sarobe fue un cronista fiel de ambas
posiciones v, a la vez, partidario de una suerte de “legalidad sin
Yrigoven”.
Según el testimonio del propio Perón, la posición de Uriburu,
a cuyo grupo estaba adscripto, tenía menos predicamento entre
los oficiales dispuestos a participar en el movimiento que la posi­
ción del grupo de Justo. Perón tuvo la impresión de que el grupo
de Uriburu carecía de habilidad para llevar a buen puerto la cons­
piración v buscó acercarse al de Justo, en el que jugaban un papel
principal Sarobe v Bartolomé Descalzo. El primero de ellos trató
de establecer, “en términos simples v en forma concreta, sin tergi­
versación posible, los objetivos v miras de la revolución”, como
escribe en sus memorias. La revolución iba “contra los hombres”
v no tenía como finalidad cambiar las instituciones. En esto, la
posición difería claramente de Uriburu v su grupo.
El 5 de setiembre, Yrigoven delega el mando en el vice­ Renuncia Hipólito
presidente Enrique Martínez —elegido en el Colegio Electoral a Yrigoyen

raíz de la muerte del candidato Beiró—, mientras la calle es tomada


por manifestaciones estudiantiles. Hav heridos v la tensión parece
haber llegado a un nivel insostenible en Buenos Aires, centro neu­
rálgico de la conspiración. Sus autores discuten aún los términos
Una de las mejores crónicas de los sucesos es el libro de José Alaría
Sarobe, Memorias sobre la revolución del 6 de setiembre de 1930, Buenos
Aires, G ure, 1957, que incluye un valioso docum ento: "Algunos apuntes en
borrador sobre lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución
del 6 de setiembre de 1930. Contribución personal a la historia de la revo­
lución." escritos en enero de 1931 por el entonces capitán Perón. Puede
consultarse, además de la bibliografía que se ha ido citando, Carlos Cossio,
l.a revolución del 6 de setiembre. Buenos Aires. I.a Facultad. I9?l.
de la proclama que fijaría los propósitos de la revolución, v
Uriburu cede aparentemente a la insistencia de Sarobe v Descalzo,
accediendo incluso a que aquél corrigiese un manifiesto preparado
por el nacionalista Leopoldo Lugones. Todo eso puede ocurrir
sin resistencias, pues días antes el ministro de Guerra Dellepiane
no pudo convencer a Yrigoven de tomar medidas militares v poli­
ciales para reprimir la conspiración en marcha. Dellepiane renuncia
el 2 de setiembre. En la madrugada del 6, el gobierno está solo,
el Presidente ha enviado su renuncia manuscrita v el ejército, con
la jefatura de Uriburu, toma el poder. Fue una operación política
V militar, casi aséptica, preparada sin prisa v sin pausa, en la que
los participantes tuvieron tiempo de pensar en lo que iban a hacer,
pero sólo se pusieron de acuerdo en cuanto a la toma del poder.
La primera prueba del ejército en el poder comenzó como un
cuidadoso operativo militar y culminó en un “paseo” de seiscientos
cadetes, novecientos soldados, decenas de automóviles rodeados por
espectadores alborozados v un oficialismo paralizado. Al día si­
guiente de la crisis se mostraron las facciones de la revolución, su
cuerpo bicéfalo v los rastros de la improvisación. El orden consti­
tucional estalló sin que muchos lo deploraran. Los argentinos ape­
nas se dieron cuenta que, entre todos, habían llevado a su patria a
la crisis de la crisis . . .
La frustración
de Uriburu

Tanto las causas como la calificación de los sucesos de 1930


son objeto de polémica. La crisis de ese año clave no sacudió sólo
a la Argentina sino también a varias naciones latinoamericanas.22
Uno de los factores comunes fue la abierta responsabilidad política
asumida en casi todos los casos por los ejércitos. Este fenómeno
ha dado lugar a una amplia, aunque todavía insatisfactoria, litera-
22 En el Brasil, Chile, U ruguay y Perú ocurren crisis análogas (confr.
“Revista de H istoria” : La crisis del 30, ya cit.). En el Brasil, en 1930, “la
revolución liberal había puesto fin al predom inio de las oligarquías políticas
de San Pablo y parecía abrir cam ino a una ampliación de la base política
semejante a la ya lograda desde quince años antes en la A rgentina”. Vargas
intentó retardar el proceso. En 1934 hubo una constitución con notas cor­
porativas, y en 1937 Vargas adoptó un “fascismo m itigado” que luego de
un golpe ele Estado culm inó en el Estado N ovo. En Chile, en 1932, una
revolución militar protagonizada por la fuerza aérea, con signo socialista,
duró poco. Cuatro meses después los militares conducían al poder, por elec­
ciones, a Alessandri. U ruguay debe pasar hacia 1933 por la dictadura de
tura popular y erudita en torno de la intervención de los militares
en política. Hasta hace algunos años, los estudios y ensayos aludían
con abundancia al concepto confuso de “militarismo”. Como ha
observado José Nun, el punto de vista “tradicional” deriva del
antimilitarismo europeo del siglo diecinueve. América latina, sin
embargo, no es Europa, y la suposición más o menos explícita
de que el progreso v el régimen civil son a su vez sinónimos
no es necesariamente válida para ella. El punto de vista “mo­
derno” se basa en la experiencia de las nuevas naciones de
África y Asia, pero las repúblicas latinoamericanas no son nue­
vas y han tenido experiencias históricas que difieren de los Es­
tados de esos continentes. Además, ninguna de las dos interpre­
taciones responde a las preguntas claves: “ ¿Por qué los militares
intervienen en la política latinoamericana? ¿Cuál será la orienta­
ción de esta intervención?” 23 Por fin, los militares argentinos
—aunque las diferencias entre los distintos períodos históricos v
aun entre antes y después de la profesionalización son notorias—,
tienen una tradición intervencionista que comenzó a afirmarse con
las guerras de la Independencia.
La crisis del 30 en la Argentina fue el resultado de una mezcla
de factores. Algunos, como se ha visto va, de naturaleza profe­
sional o “corporativa” dentro del ejército, euvas relaciones con
Yrigoyen se fueron haciendo más v más tensas. El código relativo
a la subordinación del poder militar al poder político que los ofi­
ciales habían aprendido cuando tenían vigencia los valores militares
alemanes en su instrucción militar, generó no pocas contradic­
ciones en sus actitudes hacia el gobierno radical cuando los cons­
piradores comenzaron a actuar v aun en el momento de la crisis.
T erra, para derivar hacia un régimen constitucional al año siguiente. En
Paraguay, el ejército revolucionario se transform aría en restaurador. Salvo la
rara continuidad mexicana, luego de su feroz revolución, cada situación lati­
noamericana sugiere una apreciación específica, sin perjuicio de procurar
luego un cuadro teórico general. (Confr. Tulio H alperín Donghi, ob. cit.,
págs. 366, 380, 394, 400 y 428.)
23 N u n , José, A Latin Am erican Phenomenon: The Class Military
Coup. Berkeley, Univ. de California, Instituto de Estudios Internacionales.
1965, en “T rends in Social Science Research in Latin American Studies",
esp. págs. 55 a 65. Una sistematización y crítica de los trabajos más im por­
tantes sobre el tema ha sido hecha por L. N . M cAlister, de la Universidad de
Florida, Recent Research and IVritings on the Role o f the Military in Latin
America. El método com parativo es en este tema indispensable para apreciar
similitudes y diferencias. Respecto del proceso argentino entre 1928 y 1945,
nos seguiremos remitiendo especialmente a la excelente tesis de Potash, ya
citada. El lector podrá hallar al final de este libro v en el artículo de M cAlister
una información bibliográfica suficiente para mavor información.
Contradicciones similares se han hallado entre los orígenes sociales
v el comportamiento político de los militares durante la crisis. Es
exacto que los generales Uriburu v Justo estaban identificados con
los “intereses tradicionales” v que por carácter, formación v rela­
ciones no se identificaron nunca con el “populismo” vrigovenista,
pero esa explicación no es suficiente cuando se trata de describir
el comportamiento de oficiales como Savio, Faccione, Pistarini,
Rocco —en el campo uriburista—, o de Tonazzi v Rossi —en el de
Justo—, hijos de inmigrantes italianos. Las motivaciones econó­
micas del levantamiento se basan en presunciones, pero no hav
pruebas suficientes sobre la intervención de intereses económicos
extranjeros en la “financiación” del movimiento militar, atribuida
sobre todo a la Standard Oil v a la embajada norteamericana a
propósito del nacionalismo económico de Yrigoven. En todo caso,
no se entiende bien por qué un hombre identificado con esa línea
y luego soporte de la teoría del desarrollo industrial pesado bajo
la conducción del Estado, como el entonces teniente coronel Savio,
aparece en las “Memorias” de Sarobe integrando el “staff” revo­
lucionario de Uriburu en lugar de hallárselo defendiendo a Hipó­
lito Yrigoven.-'1
No es extraño que desde el campo conservador —o naciona­
lista conservador— v desde el nacionalismo antiliberal hasta las
izquierdas socialistas o marxistas entonces actuantes, se hava expli­
cado el movimiento de 1930 aludiéndose al clima político, a los
precedentes creados por Yrigoyen golpeando las puertas de los
cuarteles para sus conspiraciones, a la sensación vigente en la
opinión de que se había llegado al fin de una época v al de un
gobierno que había acumulado desaciertos v un “desorden in­
concebible”.25 La fatiga del sistema político era visible, el am­
biente interior e internacional sólo aportaba factores de exaspe­
ración y todos, gobierno v oposiciones, entraron sin resistencias
mayores en el declive hacia la crisis. Lo que se estaba discutiendo
era su sentido.
Los diecisiete meses del gobierno de Uriburu fueron ocupados El plan de U riburu

por una lucha sorda respecto de la orientación definitiva del movi­


miento revolucionario v de la sucesión presidencial. Su gabinete
24 Confr. R obert A. Potash, oh. cit., págs. 50 a 54.
25 R uiz G u iñ a z ú (h .), Enrique, “La Revolución de 1930”, en Cuatro
revoluciones argentinas (1890-1930-1943-1945). Buenos Aires, Club Nicolás
Avellaneda, 1960. Ciclo de conferencias pronunciadas en el C irculo de Armas
de Buenos Aires.
representaba al conservatismo tradicional político v económico v
tenía un hombre clave: el ministro del Interior, Matías G. Sánchez
Sorondo.26 Eran hombres que tenían entre 50 v 60 años y habían
prestado servicios, en su mayoría, en administraciones conservado­
ras anteriores a la época de los gobiernos radicales. Un grupo de
oficiales, entre los cuales se hallaban como asesores o consejeros del
Presidente el teniente coronel Juan Bautista Molina, Kinkelin v
otros notorios nacionalistas de derecha, así como los tenientes co­
roneles Faccione v Alvaro Alzogarav, rodeaban a Uriburu en
medio de franco predominio civil. Si bien el primer discurso de
Sánchez Sorondo, en nombre del nuevo régimen, asociaba al mo­
vimiento con el 25 de mavo v el 3 de febrero como “revoluciones
libertadoras” y prometía “conseguir que la República vuelva a su
estabilidad institucional”, el objetivo político de' Uriburu era pro­
ducir cambios en la Constitución que introdujeran en el régimen
político notas corporativas, evitaran el predominio que conside­
raba “nefasto” de los políticos profesionales e impidieran mediante
la calificación del sufragio experiencias como la vrigovenista. La
restricción del voto v la representación funcional de grupos eran
las líneas de fuerza del difuso programa de Uriburu. Sánchez
Sorondo, por su parte, había concebido un plan político que per­
mitiese el retorno gradual al régimen constitucional reformado.
Comenzaría por elecciones provinciales —para imponer goberna­
dores en los estados donde se suponía que tenían más fuerza los
grupos políticos antiyrigoyenistas—; seguiría por la elección de
congresistas; sometería a la asamblea las reformas constitucionales,
v luego se llamaría a elecciones presidenciales.. F.1 plan parecía
impecable, pero suponía por lo menos dos cosas: que el partido
Radical no tendría capacidad de recuperación, y que sus oposi­
tores políticos —que habían coincidido en el derrocamiento de
Yrigoyen— estarían de acuerdo con la reforma constitucional
corporativa.
-<* Ernesto Bosch ocupaba la cartera de Relaciones Exteriores (como
entre 1910 y 1914); Ernesto Padilla la de Justicia e I. Pública (había sido
gobernador de T ucum án entre 1913 y 1917); O ctavio Pico, O bras Públicas
(fue subsecretario de Justicia en 1895); Beccar Varela en A gricultura; Ernesto
Pérez en Finanzas (donde había estado en 1921). (Confr. A lberto Ciria,
Partidos y poder en la Argentina moderna 11930-1946 \. Buenos Aires, Jorge
Álvarez, 1964. Especialmente págs. 19 a 24.) Completaban el -gabinete: el
general Francisco Medina en G uerra y el contralm irante Abel Renard en
Marina. Era vicepresidente Enrique Santamarina v Secretario de la Presi­
dencia el renienre coronel Emilio Kinkelin
Los presupuestos del plan eran frágiles. Aparentemente, el El plan puesto

partido Radical estaba vencido. Desde la coqueta villa francesa


a prueba: alianzas
y oposiciones

Coeur Volant, Alvear había declarado a un periodista de La Razón


sobre la revolución de 1930:
Tenía que ser así. Yrigoven, con una ignorancia abso­
luta de toda práctica de gobierno democrático, parece que
se hubiera complacido en menoscabar las instituciones.
Gobernar no es p av ar. . . (Yrigoven) destruyó su propia
estatua ( ...) El ejército, que ha jurado defender la Cons­
titución, debe merecer nuestra confianza (pues), no será
una guardia pretoriana ni (estará) dispuesto a tolerar la
obra nefasta de ningún dictador ..
Pero en noviembre de 1930 un radical “alvearista” escribía a
Alvear que:
El peludismo, que en un primer momento se echó a
muerto, v que pedía humildemente ser admitido en las
filas del verdadero radicalismo, es decir, el antipersonalis­
mo, ha reaccionado en los últimos días y va no habla sino
de ir a la lucha por sus cabales. Ha reabierto gran número
de^sus comités; han aparecido en la Capital y en las pro­
vincias periodiquines que defienden sus intereses, v sus
oradores, como Mercader, en una reunión que celebraron
en La Plata, hablan v ensalzan la gloriosa obra de su
partido .. ,'J8
Matías Sánchez Sorondo no contaba ni con la feroz debilidad
de la memoria política, ni con el hecho de que el partido Radical
mantenía su estructura nacional pese a que su jefe v líder Yrigoyen
se hallaba detenido en Martín García, su lugarteniente Alvear resi­
diese en París, y el presidente Uriburu operase con el estado de
sitio y la ley marcial. En noviembre de 1930, el comité nacional
de la U. C. R. había decretado la “reorganización nacional” que
comenzó a cumplir en forma aislada. Pero, entretanto, Alvear había
revisado sus declaraciones de setiembre v tendía a la “reconciliación
de las fracciones internas” del "radicalismo.
Al mismo tiempo, se estaba operando una nueva alineación
de las fuerzas y grupos políticos respecto del gobierno revolucio­
nario, que había sido reconocido por la. Corte Suprema en una
27 La Razón, 8 de setiembre de 1930 (cit. por Félix Luna, Alvear,
págs. 74 a 77).
- K L u n a , Félix, ob. cit., pág. 78.

3 < 0
“acordada trascendental”.29 Era un “gobierno de jacto cuvo título
no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas
en cuanto ejercita la función administrativa v política derivada de
su posesión de la fuerza como resorte de orden v de seguridad
social”, había declarado respetar la supremacía de la Constitución
v la autoridad del Poder Judicial.
El régimen de Uriburu tuvo el soporte fundamental de las
fuerzas armadas, el apoyo del nacionalismo antiliberal v conser­
vador y de las derechas provinciales, v la adhesión inicial del
partido Socialista Independiente, del partido Demócrata Progre­
sista, del partido Socialista, del antipersonalismo v.de algunas or­
ganizaciones del movimiento obrero, mientras el poder económico
y la Iglesia —a través de algunos voceros pertenecientes sobre todo
al nacionalismo católico— seguían el proceso con atención v dis­
posición favorable. Pero tan pronto como Uriburu insistió en sus
propósitos de reformas institucionales, a la oposición abierta v
obvia del partido Radical se unió —respecto de esos objetivos-
la mayoría de los partidos políticos v una facción significativa de
las fuerzas armadas que se inclinaría, paulatinamente, hacia el
liderazgo del general Justo. Cuando el plan de Sánchez Sorondo
se ponía en marcha, el gobierno de Uriburu contaba apenas con
el apoyo condicionado de parte del ejército, los habituales grupos
nacionalistas antiliberales v pequeños sectores del conservadorismo.
Mientras tanto, Justo eludía asumir responsabilidades mayores en
la administración de Uriburu —con lo que quedaba disponible
para la pugna por el poder político—, y sus seguidores militares
—como el coronel Manuel Rodríguez, encabezando Campo de
Mayo y luego el Círculo Militar— ocupaban posiciones estratégicas.
El golpe de gracia para el plan político de U riburu fue dado Las elecciones
por el experimento “piloto” que constituyeron para el gobierno
provisional las elecciones del 5 de abril de 1931 en la provincia
de Buenos Aires. Se preseritaron los conservadores, los radicales
y los socialistas. El partido Radical llevó como candidato a Honorio
Pueyrredón, y triunfó. De esta manera, se derrumbaba uno de los
presupuestos básicos del plan político. Sobrevino la crisis del ga­
binete de Uriburu, y el precio principal fue el cargo de ministro
del Interior. Sánchez Sorondo fue reemplazado por Pico, mientras
el astuto general Justo v el honesto demoprogresista Lisandro de
la Torre —candidato de Uriburu para la presidencia futura— re-
29 El texto com pleto de la acordada se puede leer en Ciria, ob. cit.,
págs. 22 a 24 y en “Jurisprudencia A rgentina”, tom o 34, págs. 5 a 13.
T -7
chazaban insinuaciones para incorporarse al nuevo gabinete v se
aprestaban para la lucha política inminente.
El Presidente pudo apreciar la vulnerabilidad política de su
gobierno, pero insistió en las reformas constitucionales, apoyadas
por Carlos Ibarguren desde su cargo de interventor federal en
Córdoba, v los nacionalistas Molina v Juan Carulla. El periodismo
liberal denunciaba cotidianamente las intenciones “fascistas” de
Uriburu, y la Legión Cívica Argentina, organización paramilitar
con casi diez mil miembros y aprobación presidencial —decreto
del 8 de mayo de 1931—, constituía una prueba inquietante de que
el único revolucionario del régimen era el grupo encabezado por
el Presidente, pero que esa revolución sería de signo corpora-
tivista ...
Justo empleó en el proceso su habilidad política, mostrando
parte de sus cartas, alternativamente, al oficialismo v a los radica­
les. El 25 de abril de 1931 Alvear retornaba a Buenos Aires para
encabezar la estructura radical. Como otrora Roca con Mitre,
Justo fue a recibir a Alvear al puerto de Buenos Aires, para intro­
ducir una cuña entre el sucesor de un Yrigoven preso v sus segui­
dores. Alvear no insistió en descalificar al vrigovenismo, lo cual
neutralizaba en parte la maniobra política de Justo. Desde el hotel
Citv, el jefe radical publicó un manifiesto ordenando la reorga­
nización del partido. Firmado por dirigentes “personalistas" v
“antipersonalistas”, como Gallo, Mosca, Ortiz v Tamborini, y Ri­
cardo Caballero, Güemes v Honorio Pueyrredón, el manifiesto de
la “Junta del City”, como la llamaron los radicales, tendría mayor
influencia que el producido por el resto del antipersonalismo,
conservadores y socialistas independientes para apoyar a Justo des­
de la “Junta del Castelar”. Pero Justo no se amilanó. En julio de
1931 se produjo una conspiración militar dirigida por el teniente
coronel Gregorio Pomar, en Paraná. La rebelión falló v dio ocasión
a Uriburu para perseguir al radicalismo: se clausuraron comités y La represión
periódicos partidarios; se deportó a los principales dirigentes radi­ antirradical

cales incluyendo a Alvear v poco después se vetó la posible can­


didatura de los participantes del gobierno de Yrigoven. I,a lógica
interna del proceso iniciado en 1930 se imponía a los actores: el
radicalismo yrigoyenista no debía volver al poder. En octubre
de 1931 se anularon las elecciones del 5 de abril ganadas por los
radicales, y se vetó la fórmula Alvear-Güemes que la U. C. R.
había elegido para los comicios nacionales convocados para el 8
37 1
de noviembre de 1931. El beneficiario principal de todo esto fue
el general Agustín P. Justo.
Los radicales reaccionaron volviendo a su política tradicional ;l cam ino
I poder
de conspiración y de abstención. La derecha conservadora, carente
de una estructura política nacional, retornó también a su estilo
acuerdista: los conservadores, el socialismo independiente v el anti­
personalismo formaron una fuerza conocida como la Concordancia,
cuyos candidatos fueron Justo v Julio A. Roca —“Julito”, hijo
del ex Presidente, quien desplazó a Matienzo—. La izquierda liberal
formó la Alianza Civil con los socialistas y los demócratas-progre-
sistas, quienes proclamaron a Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto.
El H de noviembre de 1931, la Concordancia, favorecida por el
gobierno provisional v sus recursos, v sin la participación del radi­
calismo, triunfó sin dificultades. Terminaba la experiencia cívico-
militar de Uriburu. Lo que en los propósitos de su jefe se enca­
minaba hacia una revolución institucional inspirada en una suerte
de fascismo atenuado, terminó siendo una reversión política, ex­
presión que responde al objetivo de reinstalar en la estructura de
poder estatal usos de otras épocas. /Movimiento reaccionario, en
cuanto intentaba volver a un pasado anterior a la experiencia

Agustín P. Justo fue el ú l­


tim o g ra n p o lític o de la
de echa argentina.
radical, significaba la entronización de una ilusión política que
sería alterada por la influencia de procesos en marcha.30 En rigor,
fue una forma de restauración neoconservadora, una hábil admi­
nistración v un laboratorio de nuevas alianzas v de tentativas de
ensimismar a una Argentina alterada que desembocaría en una
experiencia hasta entonces inédita.
El régimen de Uriburu dejó ínarcados varios impactos en los
argentinos: desde entonces, comenzó a advertirse una escisión en­
tre la sociedad política y la sociedad militar. En ésta, el llamado
“profesionalismo” había cedido a la denominada “politización” de
las fuerzas armadas, que crearía —pese a esfuerzos para neutrali­
zarla por parte de los gobernantes siguientes— oposiciones internas
o faccionales. Y por fin demostró que los argentinos, en su ma­
yoría, seguían creyendo en valores políticos liberales, pero, que
no habían sido consecuentes con las reglas de juego de una demo­
cracia pluralista, v padecerían las consecuencias.

La administración
de Justo

La presidencia del general Justo contituye, por sus notas ca­


racterísticas, uno de los períodos singulares de la historia de la
Argentina moderna. Durante su gestión se insinuaron procesos
que harían eclosión en la década del 40, pero la restauración
conservadora, que se perfiló como una “reversión política”, fue
al cabo un fenómeno más complejo v matizado que el que sugieren
los calificativos ideológicos, apologéticos o peyorativos, que gene­
rosamente le han atribuido la derecha v la izquierda.
Muv cerca de. los 5 6 años, el Presidente era el 1primer oficial Rasgos
del ejercito profesional que llegaba a aquel cargo desde Roca. Pero significativos

era, además, un ingeniero civil, natural del interior, vinculado con


la “clase alta” de Buenos Aires, con prestigio en el ejército, y con
experiencia política hecha desde posiciones muy próximas al vér­
tice del poder.
Su estilo fue muy diferente al de Yrigoyen, relativamente
próximo al de Roca, pero también adecuado a un difícil período
de restauración. Corpulento, jovial, paternalista, luchador, ambi-
30 Confr. Ferm ín Solana, Introducción a los cambios políticos. Esque­
ma general de la revolución y sus homólogos. “Boletín inform ativo del Se­
minario de D erecho Político”, Salamanca, 1959. pág. 355.
cioso, cauto, muv hábil, flexible v con la doble fisonomía de un
Jano que miraba a un tiempo hacia la sociedad militar y hacia la
sociedad civil, Justo fue el ultimo gran dirigente político que pro­
dujo la derecha argentina.
La administración de Justo se caracterizó por ciertas notas
significativas, propias algunas de una restauración política, v otras
de los nuevos tiempos que se avizoraban a través del fin de la
época anterior. Las notas derivadas de la restauración quedaron
expresadas en el fraude político, que fue una práctica a la que
algunos adosaron un remedo de justificación ideológica menor:
el “fraude patriótico”. Esa nota política impidió la legitimación
del neoconservadorismo en el poder, lo cual explica en parte la
persistencia de la crisis argentina. Las notas apropiadas a los nuevos
tiempos pueden resumirse en el sentido del Estado que demos­
traron Justo v su gabinete —que no es exactamente lo mismo que
el “estatismo de los conservadores”—, v en la importancia conse­
cuente que adquirió la Administración como instrumento de una
política. El poder político se reconcilió con el poder económico
v subordinó al poder militar. Pero al mismo tiempo, no parece
posible entender la administración de Justo v, sobre todo, la crisis
v las experiencias posteriores, sin atender a ciertos hilos conduc­
tores que en la década del 30 son más relevantes que otros, aunque
algunos no se mostraban de manera manifiesta o reservaran en sí
mismos una actitud latente: la persistente militancia ideológica del
nacionalismo de derecha v la tensión pendular entre “profesiona­
lismo” y “politización” en las fuerzas armadas.
El gabinete del presidente Justo fue uno de los barómetros Gabinete y fu e r;

que permitían medir las alternativas de su política. Se inició inte- polítlcas


grado con dos miembros del antipersonalismo —el ministro del
Interior, Leopoldo Meló, v el ministro de Justicia e Instrucción
Pública, Manuel M. de Iriondo—; con un hombre representativo
del partido Demócrata Nacional, que agrupaba a conservadores
militantes —el ministro de Obras Públicas, Manuel Ramón AIva­
rado—; con la presencia singular del socialismo independiente
a través del ministro de Agricultura, Antonio De Tomaso, quien
con Le Bretón sería recordado en el futuro entre los mejores hom­
bres en su puesto; con figuras de mentalidad v estilo conservadores v
relativamente independientes —como el ministro de Relaciones Ex­
teriores, Carlos Saavedra Lamas; el ministro de Hacienda, Alberto
Huevo v el ministro de Marina, Pedro S. Casal—; v con un hombre
de la absoluta confianza de Justo, que sería clave para sus rela­
374
ciones con las fuerzas armadas, conocido entre sus camaradas como
“el hombre del deber” por su adhesión al principio del profesio­
nalismo v de la subordinación militar al poder civil: el coronel
(luego general) Manuel Rodríguez.
Los hombres que mejor colaboraron con la política interna
de Justo desde ese gabinete inaugural fueron De Tomas» v Ro­
dríguez. Per» el primero murió apenas dieciocho meses después
v el segundo en los comienzos de 1936.
Los cambios ocurridos en el gabinete entre 1932 v 1938 fue­
ron tan significativos como la constitución del original: por el
ministerio del Interior pasaron Ramón S. Castillo e, interinamente,
Alvarado; por Hacienda, Federico Pinedo —uno de los hombres
más lúcidos de la derecha v militante del socialismo independien­
te—, Roberto M. Ortiz v Carlos Acevedo; por Justicia e Instruc­
ción Pública el citado Castillo y Jorge de la T orre; por Agricultura
Luis Duhau —dirigente principal de la Sociedad Rural— v Miguel
Ángel Cárcano; v por los ministerios de Marina v de Guerra, el
capitán de navio F.leazar Videla v el general Basilio B. Pertiné.
F.n orden a la sucesión presidencial, se advierte la presencia de
quienes compondrían la fórmula que sucedería a Justo —Ortiz v
Castillo—, v la incorporación, luego de la muerte de Rodríguez,
de un militar al qiK: se atribuían “simpatías radicales” : el general
Pertiné.*1 F.n el Congreso, el presidente Justo tendría el control
absoluto del Senado, en el que salvo dos demócratas progresistas
por Santa Fe, dos socialistas por la Capital Federal y dos radicales
antipersonalistas por Entre Ríos los demás senadores respondían
a la Concordancia. Y dominaría con suficiencia la Cámara de Dipu­
tados, donde el partido Demócrata Nacional llegó en 1932 con
56 diputados, ascendió a 60 en 1934 v se mantuvo en un nivel
relativamente parejo hasta terminar en 1943 con 48 diputados. El
socialismo independiente, en su fugaz actuación política, tuvo
11 diputados al comenzar el período v el radicalismo antipersona­
lista 17. Un indicador complementario de las alternativas del go­
bierno de Justo en sus relaciones con el Congreso está dado por
el hecho de que los socialistas llegaron con 43 diputados en el año
Potash señala que el general Rodríguez era el hombre "elegido" por
Justo para sucederlo en la presidencia. (Entrevistas con Manuel Rojas v
con el abogado y amigo de Justo, Manuel Orús.) Confr. ob. cit., págs. 81 a
8}. El “círculo íntim o” de Justo, además de los ministros nombrados De
Tom aso y Rodríguez, incluía a dos ingenieros —Pablo Nogués y Justiniano
Allende Posse— responsables de los programas de expansión de ferrocarriles
estatales v de caminos, respectivamente.
32 y dejaron el parlamento con 17 en 1943; la democracia progre­
sista llevó 14 y se esfumó antes de terminar el mandato de Justo
v la U. C. R. elevó mucho su caudal, al modificar su política abs­
tencionista, recién a partir de 1936, pero sin poder alterar el con­
trol de Justo sobre la situación política. Reunidas todas las dipu­
taciones favorables al Presidente, éste contaba con casi un centenar
de bancas dispuestas a apoyar su política.
Las consecuencias de la depresión económica mundial coin­ Una gestión
cidieron con los desarreglos en la conducción administrativa del económica
polémica y una
último gobierno radical. La Argentina estaba inserta en un adm inistración
eficaz
cuadro de las relaciones económicas internacionales controlado
por los británicos, mientras la economía nacional se fundaba so­
bre todo en la exportación de productos agrarios v por lo tan­
to se hallaba “gravemente expuesta ante el reajuste económico
de los mercados europeos”.811 Esos factores que condicionaron la
conducción política v económica de Justo, sobre todo en la pri­
mera mitad de su gestión. F.I colapso en los precios internacionales
y el proteccionismo de los mercados tradicionales afectó el vitaf
sector agrícola-ganadero. El desempleo era cada vez mayor. El sis­
tema bancario no estaba preparado para soportar la crisis v los
ingresos del sector público eran tan escasos que no podía enfrentar
ni el pago de sus empleados ni de sus acreedores del exterior. El
gobierno se aprestó a controlar la crisis económico-financiera con­
tando para ello con sus recursos políticos, con una actitud prag­
mática respecto de la realidad y con una consecuente disposición
para abandonar rígidos principios del liberalismo económ ico.
Para ello adoptó una serie de medidas controvertidas, que impli­
caban en algunos casos la decidida intervención del Estado en
campos hasta entonces vedados por quienes, en el mejor de los
casos, decían defender mecanismos económicos que sus mentores
extranjeros habían abandonado sin demasiados escrúpulos.
Justo se lanzó a la regulación del comercio exterior, a través El pacto
de una de las políticas más controvertidas que culminó en el 11a­ Roca-Runciman

32 Confr. Darío Cantón, M ateriales. . . , y Los partidos políticos argen­


tinos entre 1912 y I9SS, docum ento de trabajo del Centro de Investigaciones
Sociales del Inst. T . Di Telia, 1967, pág. 27. Las cifras electorales, sin embargo,
tienen un valor relativo frente a la práctica generalizada del fraude.
33 C o n i l P a z , A lberto y F e r r a r i, Gustavo, ob. cit., págs. 15 a 31. En
el mismo sentido, José A lfredo M artínez de H oz (h.). “A gricultura y G a­
nadería”, en Argentina 1930-1960, Buenos Aires, Sur, 1961, págs. 189 a 210:
“Los resultados de la Conferencia Económica Imperial que se reunió en
O ttaw a en 1932, implicaron para la Argentina una situación de desventaja
frente a los Dominios británicos'. .
mado pacto Roca-Runciman. Este convenio, conocido también
como el Tratado de Londres del 2 de mavo de 1933, fue tramitado
por una misión encabezada por el vicepresidente Roca, e integrada
por Guillermo Leguizamón, Miguel Ángel Cárcano, Raúl Prebisch,
Carlos Brebbia y Aníbal Fernández Beiró. La contraparte era en­
cabezada por el ministro de Comercio inglés W alter Runciman.
Roca llevaba dos instrucciones principales: avudar a los ganaderos
argentinos a que aumentaran su participación en el mercado del
Reino Unido, v arrebatar el control del comercio de exportación
al pool frigorífico anglo-nOrteamericano. Runciman era presionado
por la Cámara de Comercio británica por varios motivos: la escasez
de libras —pues los británicos querían “descongelar” 150 millones
en pesos argentinos bloqueados desde el control de cambios im­
puesto en nuestro país en 1931—, la necesidad de mantener v ex­
pandir mercados en el extranjero para sus productos manufactura­
dos y proteger a los criadores británicos.*4 Antonio De Tomaso
fijó en nota dirigida al ministro Saavedra Lamas las exigencias
mínimas que debía sostener Roca en Londres, entre las cuales no
figuraba el problema de la “descongelación” de fondos. Sin em­
bargo, los británicos plantearon esa cuestión como esencial.-™ La
discusión duró “tres enervantes meses” v dio como resultado la
denominada “Convención accesoria del Tratado de Paz v Amistad
de 1825, para acrecentar v facilitar el intercambio comercial entre
la República Argentina v el Reino Unido de la Gran Bretaña e
Irlanda”, que comprendía un cuerpo principal, un protocolo adi­
cional v una convención arancelaria. Entre las cláusulas principa­
les, el Reino Unido aseguraba a la Argentina una cuota de
importación de las existencias de chilled no inferior a las cantidades
exportadas por la Argentina a los británicos entre julio de 1931
y junio de 1932, y que habían ascendido a 390.000 toneladas; se
previo un sistema para la recuperación paulatina de los fondos
bloqueados, con lo que se decidía sobre el tema de los cambios
con un interés del 4 % anual según lo pactado para los saldos
impagos favorables a Gran Bretaña, interés que en realidad ascen­
día al 14 % según surgió de los debates parlamentarios sobre el
Convenio; y licencias de importación que el gobierno "inglés con­
cedía y controlaba de tal modo que un 85 '/< de la cuota de im­
34 S m it h , Peter H . Carne y política en la Argentina, cit., pág. 141.
35 C o n il P a z , A lberto y F errari, Gustavo, ob. cit., especialmente pá­
ginas 16 a 25, donde están publicadas las instrucciones de De Tom aso, la
respuesta de Roca y los detalles de la Convención.
portación quedaba en manos de los frigoríficos ingleses y norte­
americanos, que controlaban el negocio de la carne en la Argentina.
Este tema fue objeto de polémicas estridentes, pues afectaba la
capacidad de control del gobierno argentino sobre su comercio
exterior.
El debate que siguió al Convenio, para su ratificación por el
Congreso, exhibió posiciones antagónicas. Críticos cáusticos del
convenio fueron Nicolás Repetto, Julio A. Noble, Lisandro de la
Torre y Federico Pinedo —para quien el tratado no era bilateral,
sino “una obligación unilateral argentina”. Parte de los argumentos
fueron resumidos años después por Carlos Ibarguren. Mientras
tanto, el Daily Mail anunciaba en Londres que “por primera vez
en los últimos setenta años los estadistas británicos han sido capaces
de negociar con potencias extranjeras en un pie de igualdad . . . ” (!),
V la mayoría de los grupos de intereses vinculados con la produc­
ción de carne en la Argentina aprobaban el pacto o no revelaban
discrepancias visibles entre invernadores, criadores v frigoríficos.
Pero si bien la C. G. T., por ejemplo, recién creada v aturdida
por los problemas de organización v los más inmediatos del des­
empleo no trató el pacto ni sus consecuencias para los consumi­
dores, el Convenio Roca-Runciman dio pie para la prédica ideo­
lógica nacionalista, especialmente a partir de la publicación de un
libro particularmente agresivo v original escrito por dos hermanos
de “un clan ganadero de Entre Ríos” : Julio v Rodolfo Irazusta,
titulado La Argentina y el imperialismo británico. La bandera del La b a n d e ra d e l

antiimperialismo tenía un lugar donde clavarse, para ser agitada " a n t iim p e r ia lis m o

sin desmayo por el nacionalismo. Algunas frases de los miembros


de la delegación brindaban un blanco excelente. Era bastante más
que el pragmatismo de Justo o la pretensión sincera de De Tomaso
en el sentido de que “no se había inaugurado ninguna política
comercial nueva”, pues el bilateralismo habíase intentado durante
el segundo gobierno de Yrigoven a través del frustrado acuerdo
D’Abernon. Una suerte de alienación económica v política tradu­
cida en frases tan infelices como la de que “la Argentina se parece
a un importante Dominio británico”, dicha por Leguizamón, o
que “la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el
punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Bri­
tánico . . repetida por Roca, brindaría un argumento crítico
oportuno. De todos modos, la mayoría oficialista en el Congreso
aprobó el Pacto. Las controversias continuaron, sin embargo, apo­
yadas en primer lugar en la creencia de que los principales bene­
ficiarios del Pacto eran los grandes intereses agrícola-ganaderos,
que el gobierno de Justo identificaría con el interés general. F.n
segundo lugar, de que dicho gobierno había pagado un precio
muy alto para asegurar el acceso a los mercados británicos v, en
tercer lugar, que una política dependiente siempre mantendría es­
trechos márgenes para la negociación.
Aunque los planteos ideológicos menudeaban v los más prag­
máticos no atendían a los aspectos retóricos de la cuestión para
resistir la crítica, ésta no carecía de una buena parte de verdad.
La influencia o la dominación británica, viose, también, a través
de la legislación bancaria, particularmente tras la creación del
Banco Central, bajo el ministerio Pinedo v con el asesoramiento del
experto británico Otto Niemever, v las medidas adoptadas en torno
del sistema de transportes —tanto el ferroviario, que convergía
desde el siglo pasado sobre el puerto, como el de la compañía de
tranvías de Buenos Aires—, en general con equipos obsoletos, in­
adecuados v cuva renovación estaba subordinada al provecho de
los capitales invertidos en ellos. F.l gobierno de Justo defendíase
de la crítica, v exponía sus progresos en obras públicas v en la
construcción de caminos, que cubrieron más de 30.000 kilómetros
sobre los 2.100 kilómetros que existían en 1932.
Pero el conflicto más sensacional que enfrentó la administra­ Un conflicto
ción de Justo fue, sin duda, el debate sobre la política de las sensacional

carnes, sucedáneo de los entredichos en torno del pacto Roca-


Runciman. F.l debate estalló en el Senado en 1935 a raíz de una
denuncia de Lisandro de la T orre para que se investigara el co­
mercio de la carne, que calificaba como un “escándalo nacional’’.
Debate dramático, con un protagonista temerario v orador temi­
ble, se insertó en la campaña “antiimperialista" v favoreció tal vez
exageradamente al ganadero v político santafesino con el título de
“abogado original de la soberanía económica argentina".:<l1
F.l cáustico ataque de Lisandro de la Torre, con 67 años de
edad v gran experiencia política, duró cinco sesiones del Senado,
pero llevó tres semanas al entonces ministro Duhau v a Federico
Pinedo contestar los cargos. De la Forre actuó tanto en defensa
de los criadores v de los pequeños productores, cuanto en su cali-
:,li S .v iiiH , Peter H., ob. cit., donde describe el sensacional debate. La
comisión investigadora hizo com probaciones espectaculares, como cuando
inspeccionó el buque “N orm an Star" y halló rotulados como “com ed beef”
con aestino a G ran Bretaña legajos de cálculo de costo del Frigorífico Anglo
(pág. 163), pero sus provectos de control eran por lo menos “inocuos’-,
como reconoció uno de sus voceros.
dad de opositor político. Atacó al gobierno en lo político, v a los
invernadores, frigoríficos v poderosos intereses que consideraba
“cómplices” en el escándalo. De pronto, el extenso debate tuvo
un desenlace dramático: el 23 de julio de 1935, en medio de un
grave altercado entre L. de la T orre v Duhau que contemplaba una
barra sin aliento, sonaron varios disparos v se vio caer al senador
Enzo Bordabehere —santafesino, que en ese momento sostenía a
L. de la Torre, empujado por Duhau— v al propio ministro. Éste
había sido herido en una mano. Aquél, que cubría el cuerpo del
interpelante, estaba muerto. El “gran debate” había term inado. . .
Como bien señala Smith, de ese debate salieron maltrechos
en su fama los frigoríficos extranjeros, el ministro Duhau no logró
levantar de manera convincente el cargo de recibir en su calidad de
invernador un “sospechoso favoritismo” v el gobierno, que había
sido atacado por su pasividad frente a la actividad de intereses sec­
toriales que no coincidían precisamente con los intereses de la na­
ción. El impacto psicológico del debate fue notable, si bien los
grupos de interés no abandonaron por eso sus posiciones. El diario
La Prensa, resumió bien la impresión que el debate produjo, luego
de su dramático final:
Creemos que estamos en presencia de uno de los traba­
jos parlamentarios más útiles realizados hasta hoy en el
país. . . De hoy en adelante, ni la actual administración ni
sus continuadores podrán permanecer impasibles .. .¡n
La impasibilidad del presidente Justo se redujo al problema
de las carnes. Había aprovechado bien sus recursos políticos, la
superioridad de su coalición oficialista, la lealtad militar garanti­
zada por la conducción del general Rodríguez, la debilidad de la
oposición pese a la estridencia de los críticos v la división aún
existente en el movimiento obrero.™ En julio de 1933 había muerto Muerte
Hipólito Yrigoyen, en medio de la consternación de una multitud de Yr'8°yen
impresionante. Alvear estaba en el 34 camino a Europa, exiliado
una vez más, y la U. C. R. parecía desmantelada por la acción del
La Prensa, 31 de julio de 1935, v Smith, ob. cit., pág. 182.
:,x Según la investigación de Smith, la información más objetiva y
completa sobre el dominio del pool frigorífico, los beneficios que obtenían
y el manejo de su contabilidad, la superioridad de los invernadores sobre los
criadores y la necesidad de una actitud activa del Estado mediante el control
del beneficio de los frigoríficos y el ajuste de la oferta y la demanda, fue
publicado en 1938 por ...e l Comité M ixto Investigador del Comercio de
Carnes Anglo-A rgentino designado de conform idad con el Pacto Roca-Rnn-
cinian (confr. ob. cit., págs. Í94 a I9iS).
“general Justo, Alelo, Saavedra Lamas, v bella compañía”, como
expresaba indignado don Marcelo en carta a María T. P. de Álzaga. e i p r o c e s o político
F.l4 de mayo de ese año Alvear recibe carta de Manuel Carlés,
quien le informa sobre la situación militar:
Distinguimos para ser exactos: hay tres ejércitos. F.l
dirigido por el E'stado Mayor, cuya dignidad abochornada
espera vindicarse. F.1 que vive como el perro en relación
al amo, con los ojos puestos en el que manda para cumplir
todas las consignas, desde el espionaje a la delación. A’ el
grupo militar que nostalgia la dictadura v mantiene latente
el propósito de restaurarla. Enemigo éste de la democracia,
aliado de la política situacionista, hostil al radicalismo .. .***
El análisis de Carlés reflejaba la realidad. Desde el principio
de su administración, Justo se demostró muy atento respecto del
soporte militar —que en rigor debía suplir la carencia de legitimi­
dad del régimen—, y confiaba en la conducción castrense del
general Rodríguez. Pero si bien la mayor parte de la oficialidad
era políticamente neutral o se mantenía lealmente subordinada al
poder civil, había dos pinzas que podían cobrar con el tiempo si- La vuelta de
métrico poder: una, que simpatizaba con el radicalismo o compartía ios radicales
la opinión de que el gobierno de Justo era originalmente ilegítimo;
otra, que seguía respondiendo a los ideales de Uriburu, consideraba
que la “revolución de setiembre” había sido traicionada, y respon­
día a una mentalidad autoritaria.
Hacia 1935, la presión dentro del radicalismo para que se
levantara la abstención era muy fuerte. No eran los tiempos de
Yrigoven. El partido había conocido la experiencia del poder y,
al fin y al cabo, era un órgano que iba hacia la atrofia si no era
empleado en la función propia: reconquistar el poder. En 1934 lo­
gra algunos triunfos locales; en 1935 rompe la política de intransi­
gencia v concurre a elecciones para gobernador o diputados en
Entre Ríos, Corrientes, Santiago del Estero, Santa Fe, Catamarca,
Córdoba, Buenos Aires. Mientras tanto, renace en la U. C. R. la
rivalidad entre “alvearistas” o “legalistas” —a quienes se asociaba
con el “acuerdismo” finisecular— y los “yrigoyenistas” o “mavori-
tarios”, por lo tanto intransigentes con Justo y su régimen. La
U. C. R. triunfa en Entre Ríos —con la fórmula Tibiletti-Lanús y
54.000 votos contra 43.000 de los conservadores—; pierde en Co­
rrientes v en Santiago, pero a su vez gana en el reducto conser­
vador de Córdoba la fórmula Amadeo Sabattini-Ángel Gallardo,
:,!l L i n a , Félix. Alvear, páif. M2.
por 109.000 votos contra 104.000 del conservador Aguirre Cámara.
Según parecía, donde los comicios eran limpios, los radicales ga­
naban o, en todo caso, era difícil que perdiesen . . . La experiencia
de Buenos Aires ratificaba esa impresión. En noviembre, Manuel
Fresco obtuvo 278.000 votos contra 171.000 del radical Honorio
Puevrredón. El fraude fue manifiesto. El gobierno permaneció fraude

impasible, o casi, frente a lo que constituía un presupuesto com­


partido por sus miembros principales: los radicales no volverían ...
El embajador norteamericano envió su comentario acerca de las
elecciones en un despacho a W ashington fechado el 22 de no­
viembre de 1935. Tanto o más rotundo que el más indignado de
los vrigovenistas, terminaba diciendo:
The National Democratic Partv, the main political
group in the Governm ent Coalition, has won the provin­
cial elections in the Province of Buenos Aires in what is
considered as one of the most farcical and fraudulent poli­
tical contests ever held in Argentina .. .4"
El proceso político tendía nuevamente a la polarización, pero
el arbitraje potencial de las fuerzas armadas no era ignorado por
nadie. Los conservadores no perdían oportunidad para advertir que
a los militares no les agradaría retornar a los “años críticos” del
28 al 30. Los radicales, por conducto de Delfor del Valle, de Alvear
o de otras figuras representativas, tampoco omitían esfuerzos para
aventar sospechas de antimilitarismo. Y el ministro de Guerra
Rodríguez, por su parte, entendía que los políticos querían envol­
ver nuevamente a las fuerzas armadas en sus querellas. Pero el
fraude de 1935 hizo que los radicales reclamaran la vigilancia
militar sobre los comicios, pedido que Justo rechazó haciendo
mérito de los argumentos de Rodríguez. La muerte del Ministro
en 1936 dejó a Justo sin su mano derecha. Nom bró a un sim­
patizante radical como Pertiné, v vio con alarma cómo ganaba
adeptos un insólito discurso del general Ramón Molina en el
Círculo Militar en favor de elecciones democráticas, en contra de
“todos los extremismos” v en torno de una suerte de socialismo
democrático. Las palabras de Molina, publicadas por La Pre?isa por
4n Despacho nQ 835.000/726, cit. por Potash, oh. cit., pág. 88, nota 20:
“El partido D em ócrata Nacional, el principal grupo político en la coalición
gubernam ental, ha ganado las elecciones provinciales en la provincia de Bue­
nos Aires en lo que es considerada una de la más burlesca y fraudulenta
contienda electoral jamás realizada en la Argentina ..
382
envío del autor, hallaron eco inusitado en la oposición, en las
fuerzas de izquierda y en la Federación Universitaria Argentina.
El presidente Justo forzó el retiro de Molina en mavo de 1937 v
éste pasó a apoyar a Alvear v a los radicales, pero entonces era
sólo un militar retirado . . .
Luego de la muerte de Rodríguez y de las elecciones para dipu­ Justo recobra
tados en las que la U. C. R. ganó una docena de distritos creando elproceso
control del

un bloque en la Cámara baja conocido como el “frente popular”


con socialistas y demoprogresistas, Justo se vio enfrentado a un
período crítico en el que creció el hostigamiento de sectores na­
cionalistas, de F. O. R. J. A. —Fuerza Orientadora Radical de la
Joven Argentina— en la que actuaban Luis Dellepiane, Gabriel del
Mazo, A rturo Jauretche, Homero Manzi, A rturo García Mellid y
otros que publicaban su prédica en Cuadernos, de los socialistas
y de parte del radicalismo a propósito del affaire CHADE.41
En ese mismo año retorna del exterior un exponente del nacio­
nalismo de la derecha militarista: el coronel —luego general—
Juan Bautista Molina. Éste encabezaría un grupo opositor a Justo
dentro del ejército y tendría como mentor a Diego Luis Molinari,
quien habría preparado un “plan” para un golpe de Estado que
debía tener lugar el 9 de julio de 1936 y que difundió en un
panfleto con la leyenda: “Por la Argentinidad Integral. Partido
Radical.” El plan corporativista y nacionalista de Molinari no
llegó a fraguar.42 N o sólo preveía el desplazamiento de todas las
41 La prestación de los servicios eléctricos estaba distribuida entre
grandes empresas que se vinculaban con holdings internacionales: ANSF.C
y SO FIN A . La filial de ésta, C H A D E , servía a la Capital Federal, al G ran
Buenos Aires y a parte del litoral. H abía acusaciones graves en torno del
trust eléctrico y de violaciones a las primitivas ordenanzas de concesión
(en 1943, una comisión dirigida por el coronel Matías Rodríguez Conde
realizó una prolija y apenas difundida investigación), y en 1936 se discutió
una propuesta de CA D E (Subsidiaria de SO FIN A y a cargo de la cartera
de C H A D E ) y de la CIA E que pretendía la prórroga de las concesiones
eléctricas por 25 años, y por otros 25 años en form a de sociedades mixtas.
Según docum entos del informe Rodríguez Conde, SO FIN A y sus filiales
llevaron adelante una presión sospechosa sobre la m ayoría radical —la
U. C. R. había ganado el dom inio del Concejo Deliberante en las elecciones
del 36—, y las nuevas ordenanzas resultaron aprobadas. H ubo acusaciones de
soborno, se verificó una sugestiva correspondencia entre directivos de las
empresas eléctricas (se puede ver en parte en el libro Alvear de Félix Luna,
aunque los com entarios son apasionados), se com probó un caso de “impe­
rialismo económ ico” y el affaire fue tan poco claro que ni el revolucionario
coronel Perón puso en circulación el famoso inform e Rodríguez Conde.
T anto la fama de la m ayoría del Concejo como de los directivos de las
empresas no salió bien parada del proceso. Y eso es lo objetivo.
42 V er N a v a r r o G e ra s s i, M arysa, ob. cit., pág. 99 a propósito del sector
nacionalista de Carulla v “Bandera A rgentina" que no atacó al gobierno de
autoridades públicas y la intervención de las empresas económicas
más importantes, sino la reestructuración de las organizaciones la­
borales v profesionales. Todo en aras de la “liberación nacional”,
frase que era frecuente en la prédica nacionalista de derecha y que
años después retomaría la izquierda nacional. Pero el 20 de junio
el ministro de Guerra dispuso el traslado del coronel Molina a la
Dirección General de Ingenieros quitándole el mando de tropas,
V cambió el destino militar de otros sospechosos. Sin embargo,
Justo no fue más allá contra Molina, quien fue propuesto al año
siguiente para ascender a general. Ni el propio Potash, quien estucha
muy bien el poder militar de la época, puede explicar el juego de
Justo, pero quizás aquél responda a la flexibilidad y ambivalencia de
sus movimientos políticos. Hacia 1937 el peligro había pasado. El
Presidente dedicóse a pensar en la sucesión. Contaba aún con la
mavoría de las fuerzas armadas a su favor, conformes con la con­
ducción de los asuntos militares, con el presupuesto, con la moder­
nización del ejército y la marina —que había logrado establecer su
base principal en Puerto Belgrano—, mientras los nacionalistas ha­
bían pospuesto sus maniobras conspirativas para el período si­
guiente que estimaban, no sin razón, más propicio. Justo computaba
a su favor, también, la debilidad de un radicalismo dispuesto a la La política
negociación, y el control que mantenía sobre el Congreso. Había exterior y la
situación interna
llevado una política exterior aceptada por la mayoría de las na­
ciones latinoamericanas y logrado que “la morosa tramitación de
la paz del Chaco”, que puso fin a las hostilidades entre Bolivia y
Paraguay, culminara en Buenos Aires con un armisticio en 1935.
Al año siguiente, Roosevelt había llegado a Buenos Aires en el
acorazado “Indianapolis” para inaugurar la Conferencia interameri­
cana extraordinaria, cuyo desarrollo mostró a la Argentina opuesta
a la idea de una asociación americana y a la tentativa norteameri­
cana de un compromiso regional que significase “una connotación

Justo —al fin, era un militar— ni el pacto Roca-Runcim an. Para confrontar
las críticas ver Ciria: ob. cit., págs. 51 a 63. Una impresión justificadora im­
portante de la derecha liberal puede verse en Federico Pinedo, E n tiem pos'
de la República.
Respecto del nacionalismo católico, conviene no om itir la influencia
falangista, que según un caracterizado nacionalista, el presbítero Julio Men-
vielle, era la forma más perfecta del nacionalismo, sin los vicios del nazismo
y del fascismo italiano. La guerra española era para M envielle una “guerra
santa” y España iba hacia un Estado nacional-cristiano perfecto. Era el his­
panismo nacionalista, frente a Europa. U n rem edo, siglos después, de la
España del siglo xvn (confr. en esta obra, el tom o i, págs. 81 a 87).
de dominio del hemisferio occidental por parte de los Estados
Unidos”, según comentarios del secretario de Estado norteameri­
cano Cordell Hull. Pero Justo contabilizaba lo que para muchos
era una época de “apogeo del prestigio argentino”,43 cuyo ministro
de Relaciones Exteriores había sido distinguido con el Premio N o­
bel de la Paz en ese año de 1936, cuando Hull consideraba to­
davía a Saavedra Lamas una de las “alas de la paloma de la paz”
—la política, pues la económica era él mismo—, y aún no se lamen­
taba del “obstruccionismo” que el ministro premiado practicaría
en la Séptima Conferencia interamericana. En 1938, el entonces
ministro Cantilo expuso al mismo Hull las razones d e ja Argentina
para no llevar demasiado lejos los compromisos regionales: evocaba
al Mitre de casi setenta años atrás e, inevitablemente, a la diplo­
macia del 80 y a Roque Sáenz Peña, aunque no mencionara sino
al último. Se trataba de guardar la individualidad nacional de la
Argentina, de no someterse a la hegemonía norteamericana y,
sobre todo, de “no ofender a Europa”, a la que los argentinos
seguían unidos por lazos económicos y culturales. . .
En última instancia: la restauración conservadora de Justo
jugaba también la carta del peligro de una “salida autoritaria”,
y lo hacía con habilidad. Con ella amenazaba indirectamente a la
oposición, presionaba al radicalismo para que se convirtiese en
una oposición “dentro” del régimen, contenía las aspiraciones re­
volucionarias de las izquierdas que debían temer las consecuencias
de un golpe fascista, y se apoyaba tanto en la vertiente católica
y maurrasiana del nacionalismo como en la tentación clerical de
buena parte del catolicismo.44
Dentro de un régimen ilegítimo, desde el punto de vista socio-
político, la constelación de poderes se articulaba o relacionaba
respecto del gobierno de Justo: subordinación del poder militar;
apoyo del poder moral (la Iglesia Católica y sus voceros princi­
pales); adhesión del poder económico; antagonismo del poder ideo­
lógico; débil oposición de fuerzas políticas neutralizadas por la
43 Confr. Conil Paz-Ferrari, ob. cit., págs. 45 a 63; Ciria, ob. cit.,
pág. 68 y opinión de Edm und Smith Jr. en Yankee Diplomacy (U .S. inter-
vention in Argentina), Dallas, 1953; Federico Pinedo, En tiempos de la Re­
pública, tom o i, págs. 146 y sgtes.
44 “La celebración del Congreso Eucarístico Internacional de Buenos
Aires en 1934, puso en las calles de Buenos Aires una m ultitud de católicos,
por lo cual el oficialismo justista, huérfano de opinión, adoptó también desde
entonces una acentuada definición clerical”. Confr. Ernesto Palacio, Historia
de la Argentina, tom o it, pág. 387.
385
fuerte articulación del oficialismo v por el método del fraude
electoral.
Cuando en 1937 las fuerzas políticas se aprestan para los co­ La sucesión
presidencial
micios presidenciales. Gallo y Julito Roca gestionan una candi­
datura común, una fórmula para “suprimir los apasionamientos de
la lucha”, según una expresión evocativa de la política del Acuerdo.
Pero la convención radical elige su fórmula el 28 de mayo: Mar­
celo T. de Alvear recibe apoyo unánime; Mosca, 125 votos, muv
lejos Laurencena, Puevrredón v Güemes. La Concordancia, con­
trolada por Justo, designa la suva: un ex ministro de Alvear,
antipersonalista y, como recordaba la izquierda, abogado de los
ferrocarriles británicos pero militante radical hasta la “Junta del
City” es candidato a presidente —Roberto M. Ortiz—, v un con­
servador catamarqueño, miembro del gabinete de Justo, como el
primero, completa la fórmula, Ramón S. Castillo.
La Concordancia, con Ortiz v Castillo, obtiene 1.100.000 votos.
La U. C. R., con Alvear v Enrique Mosca, llega a los 815.000 su­
fragios. En todo caso, la consagración del presidente Ortiz mere­
cería de Federico Pinedo el siguiente comentario a propósito de
los comicios v de las acusaciones de fraude que menudearon v que
La Nación registró sin desmentirlas:
Los procedimientos que se usaron en esos comicios (del
5 de setiembre de 1937), que difícilmente podían imputarse
a los ex ministros, hacen imposible catalogar esas eleccio­
nes entre las mejores ni entre las buenas m entre las regu­
lares que ha habido en el país . . ,A:'

4S Federico Pinedo, En rlempos de In República, tom o i, pág. 181. La


Nación, setiembre 7 de 1937. N o hay testimonios objetivos que desconozcan
el mecanismo del fraude político que el oficialismo había puesto en m ovi­
miento en un proceso posterior a la época de la “Argentina de los partidos”,
v por lo tanto cualitativamente diferente al de la “Argentina de los notables”.

386
35 LA REVOLUCIÓN SOCIAL

La crisis de 1943

Si el general Justo procuró hacer de la restauración conser­


vadora un„ Tproceso de modernización del conservadorismo como L°s soo días dei
> , - 11-
fuerza
r
política, su proposito se vio
.
parcialmente
. ,
frustrado,
,
fcj Ls- presidente Ortiz
tado asumió un papel más activo que hasta entonces v la política
económica fue conducida con habilidad v pragmatismo, aunque ex­
cesivamente subordinada a intereses vinculados con metrópolis que
declinaban en el contexto internacional. Pero el llamado liberalismo
conservador estaba doctrinariamente en baja v, en nuestro país,
políticamente a la defensiva. La carencia de dirigentes políticos
lúcidos en el conservadorismo, llevó a Justo a buscar apoyos en
fuerzas distintas de los partidos en cuanto las mismas pudieran
brindar soportes políticos. Justo advirtió, además, que la vigencia
del nacionalismo de derecha, la influencia de la guerra española y
del nazismo y el fascismo, y el temor hacia el “terror rojo” que
habíase difundido entre sectores dominantes, a raíz de las experien­
cias que padecía Europa eran aspectos de un proceso que podía
explotar en favor de su constante y futura gravitación personal.
No sólo fue cauto con los militantes derechistas, sino que proscri­
bió el comunismo y forzó la máquina electoral conservadora.
Sin embargo, se esbozaban procesos paralelos que habrían de
cambiar no sólo la conformación de la sociedad argentina, sino
la actitud de los argentinos hacia la política, los partidos y el poder.
La práctica constante del fraude condujo al escepticismo, y la
apatía de la mayoría alejando a vastos sectores de las clases medias
de las fuerzas conservadoras, que apenas atendieron a los riesgos
del vacío político que se estaba creando. La elección de Sabattini
en Córdoba señaló un rumbo relativamente distinto al radicalismo;
en la medida que expresaba una nueva generación dirigente que
presionaba sobre los cuadros tradicionales, había elegido la táctica
de la “intransigencia” frente a la de la negociación o del acuerdo
387
que criticaban a Alvear, y coincidía con grandes segmentos de los
lincamientos políticos y económicos de F. O. R. J. A. y de inte­
lectuales o ensayistas militantes como Raúl Scalabrini Ortiz v
Jauretche. El nacionalismo de derecha aumentó, en medio de ese
V J

fació, la fuerza de su prédica, y ésta apuntó a objetivos aparente­


mente alejados del campo político: la investigación histórica, tra­
ducida en el “revisionismo” como escuela ideológica e iconoclasta;
la crítica cultural y filosófica del liberalismo y de sus expresiones
vernáculas, y los ensayos políticos críticos.1 Y dentro del régimen,
el conservadorismo populista de un Manuel Fresco, médico ferro­
viario de origen humilde que realizó un gobierno eficaz en reali­
zaciones prácticas en la provincia de Buenos Aires, pudo suceder
con total desprecio hacia el juego limpio en el campo político,
merced a la resignada actitud de la mayoría, que ya no confiaba
en el sistema. Las posibilidades del caudillo Barceló, de Avellaneda,
para la gobernación de la misma provincia, se explicaban dentro
del contexto del régimen y del estado de ánimo que cundía en
el país.
El presidente Ortiz llegó al poder en medio de ese ambiente, presidente Ortiz
sin aparato político propio y merced al apoyo de Justo. Apenas
importaba que las estadísticas le atribuyesen el 57 % de los sufra­
gios, si el régimen sobrevivía penosamente a una profunda crisis
de legitimidad. El general Justo hubiera preferido a su camarada,
el general Rodríguez, pero éste había muerto en el 36. Tenía a su
alcance a un Leopoldo Meló, pero los hechos demostrarían que
Justo aspiraba a retornar, como Roca e Yrigoyen, a la Presidencia,
y ¡Meló no era confiable. Por último, los conservadores del P. D. N.
eran suficientemente impopulares como para prescindir transito­
riamente de ellos. Eligió, pues, a un radical antipersonalista de
52 años, que había sido ministro de Alvear y de su propio gabinete,
aceptable para los radicales alvearistas y para los conservadores,
v un buen sucesor para disponerse a retornar. La vicepresidencia,
en cambio, había sido objeto de negociación, como otrora obser­
1 Confr. Floreal Forni, ensayo en preparación, quien cita en la corriente
revisionista la influencia de M anuel G álvez y sus biografías de Rosas, Sar­
miento, Aparicio Saravia, Y rigoyen; a los mencionados hermanos Irazusta,
en este caso en su análisis de La correspondencia de Rosas; a José Ma.
Rosa, etc.; la crítica antiliberal tiene sus líderes en el padre Castellani —ej.:
El nuevo gobierno de Sancho—-, M envielle; N im io de A nquín; los ensayos
políticos en el mismo Gálvez, en M arcelo Sánchez Sorondo —La revolución
que anunciamos, etc.—. Un detalle inform ativo y valorativo bastante preciso
puede hallarse en Los nacionalistas, obra ya citada de M arysa N avarro Ge-
rassi, lo que nos ahorra otras remisiones.
388
vara Matienzo: Justo había preferido a Miguel Ángel Cárcanof pero
un fuerte líder conservador del interior, Robustiano Patrón Costas,
salteño como el astuto ex presidente, que no podía imponerse como
vicepresidente, impuso en cambio un aliado: el prestigioso abogado
v profesor universitario catamarqueño, Ramón S. Castillo, de 64
años, conservador, y con buena disposición hacia Patrón Costas
para la sucesión futura.2
En este punto se pueden anticipar algunos de los datos polí­
ticos previos a la crisis del 43, pues los protagonistas potenciales
acaban de ingresar a la arena política: Justo, que trabajará en
favor de su retorno; Ortiz, que significaba una garantía para
aquél pero que se inclinará luego hacia los radicales alvearistas;
Castillo, que sucederá a Ortiz v dará lugar a la oportunidad espe­
rada por Patrón Costas, v el poder militar v el poder ideológico
—entonces sobre todo el nacionalista de derecha— que gravitarán
sobre el proceso o lo seguirán. En 1940 se acentúa el declive: Ortiz
desaparece de la escena y Castillo ocupa el poder ejecutivo hasta
el desenláce de junio del 43. Pero en 1942 mueren Alvear v Ortiz,
V en enero de 1943, Justo. De pronto, desaparecerán las fórmulas
de equilibrio v quedarán en la arena Castillo —v su sucesor Patrón
Costas—, el ejército v los nacionalistas.
Ortiz llegó al poder enfermo —era diabético—, v con la apa-
rerite intención de jugar un papel análogo al de Sáenz Peña en
un contexto profundamente cambiado. Fue partidario del juego
electoral limpio, se inclinó por el radicalismo antipersonalista
encarnado por Alvear y procuró ganar la autoridad que los co­
micios ilegítimos no le habían otorgado. Al mismo tiempo, veríase
necesitado del apoyo de las fuerzas armadas y del propio Justo, v
asediado por los nacionalistas.8 Éstos sufrirían el primer golpe
cuando el presidente Ortiz firmó un decreto poniendo en “dispo­
nibilidad” al militar nacionalista Juan Bautista Molina a propósito
de un discurso en torno de la revolución del 30, mientras se ope­
raban cambios que significaban la paulatina remoción de militares
nacionalistas —o por lo menos su neutralización— v la promoción
a comandos estratégicos de hombres como el entonces coronel
2 El relato de Pinedo, ob. cit., tom o i, págs. 182 y sgtes., y los testi­
monios obtenidos por Potash, ob. cit., esp. págs. 104 a 106, son elementos
interesantes para reconstruir esta parte del proceso político.
Cuando asume O rtiz, su prim er gabinete lo integran: Diógenes T a­
beada en Interior; José M aría Cantilo en Relaciones Exteriores; Pedro G rop-
po en H acienda; Jorge E. Coll en J. e Instrucción Pública; José Padilla en
A gricultura; M anuel R. Alvarado en O. Públicas; el contralm irante León
L. Scasso en M arina v el general Carlos D. M árquez en G uerra.
389
José Alaría Sarobe, identificados con una tradición profesionalista
y liberal. La guerra estaba por comenzar, de donde estos pasos
indicaban una tendencia que no pasaba desapercibida. En febrero
de 1940, Ortiz intervino Catamarca —la provincia del vicepresi­
dente— donde los conservadores habían impuesto un gobernador
mediante elecciones fraudulentas, mientras se preparaban los comi­
cios parlamentarios de la provincia de Buenos Aires bajo el control
de Fresco. Éstos contaron con la inusitada presencia de un veedor
militar v culminaron con la intervención federal. Dos ministros
conservadores se negaron a suscribir el decreto de Ortiz, v renun­
ciaron: Padilla v Alvarado. La intervención federal fue asumida
por un militar, v luego por Octavio Amadeo.
El presidente Ortiz había mejorado su imagen —como se dice Rasgos de Ortiz
ihora— frente a la opinión pública, aunque se enajenaba rápida­
mente el apoyo conservador y la condescendencia nacionalista,
'rente al conflicto europeo, el Presidente siguió la tradición
íeutralista argentina aunque “su política exterior reveló cierta
lexibilidad por su adaptación a los acontecimientos mundiales y
los compromisos interamericanos'’.4 En Panamá en 1939 v en
.a Habana en 1940, la Argentina siguió siendo un partenaire difícil
lara los Estados Unidos, mientras el Presidente sostenía ante el
-ongreso en su mensaje del 14 de mayo de 1940 que la Argentina
ra neutral, pero que la neutralidad no significaba “indiferencia
bsoluta e insensibilidad . . denunciando sus simpatías por las
íctimas de la agresión nazi que siguió a la ofensiva de mayo de
940. El Presidente se presentaba, pues, como un liberal conserva-
or, inclinado hacia los Aliados, con una interpretación matizada
e la neutralidad, v con una franca decisión de favorecer la
■íonestidad democrática”. Eso condujo a los nacionalistas a la
rítica, pues al antiimperialismo británico de los Irazusta o los
:alabrini Ortiz se había sumado ya el antiimperialismo norte-
nericano de los seguidores de Manuel Ugarte y Haya de la
orre que se nucleaban en F. O. R. J. A. Por un lado, el naciona- Entre la
imo era “antiyanqui”, neutralista —aunque esta vez el neutra- neutralidad y las
preferencias
mo era en sentido opuesto al de Ortiz, y favorable al Eje— porque ideológicas

¡ potencias del Eje luchaban contra la democracia y el comunis-


o, porque la neutralidad constituía una tradición coincidente con
odelos como el de Franco en España; y porque, en fin, era un
ten negocio. . . Pero había simpatizantes nazis como Enrique P.
>és, que dirigía El Pampero, v periódicos nacionalistas como
4 Confr. Conil Paz-Ferrari, ob. cit., págs. 65 a 78.
>0
Crisol v Bandera Argentina, que al parecer eran subsidiados
por la embajada alemana en Buenos Aires.' Fn el ejército, la
influencia alemana se debía a varios factores concurrentes: la
admiración profesional hacia el disciplinado v eficaz ejército ale­
mán era sincera en muchos oficiales. Debe recordarse la presencia
de los militares v expertos alemanes en la formación del ejército
argentino, v tenerse presente el entrenamiento de buena parte de
los oficiales de los cuadros superiores en Alemania. A ese factor
profesional deben añadirse la influencia ideológica del nacionalis­
mo de derecha v la creencia de que la derrota británica podía
convenir a los intereses argentinos en el campo económico. Quie­
nes recuerdan la atmósfera de los años iniciales de la guerra europea
v la resonancia aún presente del resultado de la guerra española
v del triunfo del falangismo, explican que las tendencias pro­
alemanas presionasen sobre el gobierno de Ortiz y su ministro
Cantilo, que no gozaba de las simpatías nacionalistas, como tam­
poco el ministro de Guerra Márquez, identificado con la tendencia
pro-Aliada. Mientras los argentinos dividían ostensiblemente sus
simpatías v la tensión de la guerra ganaba sentimientos y trinche­
ras ideológicas, se acusó a Fresco, a un periodista nacionalista
llamado José Luis Torres v al político Benjamín Villafañe de
instigar un golpe nazi contra el presidente Ortiz. Éste no mostró
inquietud por esa amenaza, que entonces no cuajó, y en la noche
en que las tropas alemanas invadían a París convocó a sus asesores
militares para discutir problemas de seguridad nacional, mientras
tomaba la iniciativa para establecer lo que en 1941 sería la Direc­
ción General de Fabricaciones Militares.
Cuando promediaba el año 40 la posición del Presidente era
razonablemente firme, aunque la situación europea introducía fac­
tores que tendían a complicarla. Pero la enfermedad de Ortiz hizo
crisis en julio, v el 3 de ese mes viose precisado a delegar el poder
en el vicepresidente.
A partir de ese momento, se hizo manifiesto que la situación Castillo en
de relativo equilibrio que en riiedio de las presiones mantenía el el poder

gobierno nacional, había dependido del Presidente. La presencia


de Castillo cambió las condiciones existentes v reveló la existencia
de, por lo menos, tres líneas militares por las que discurrían com­
binaciones cívico-castrenses: una encabezada por el ministro de
5 Confr. Diario de Sesiones de Diputados, vol. i, 1941; N avarro Ge-
rassi, ob. cit., pág. 141; Potash, ob. cit., pág. 117, despachos del embajador
alemán von T nerm ann, V actas de la Comisión Investigadora de Actividades
Anti argentinas
391
Guerra Márquez, otra por el ultranacionalisra Molina y la tercera
por el ex presidente Justo.
El vicepresidente Castillo se inclinaba hacia los conservadores
y nacionalistas, trataba de sortear el asedio de Justo y de evitar
la vigilancia de Márquez. Entonces ocurrió el affaire de las tierras
de El Palomar,'1 que complicó al ministro de Guerra. La oposición
nacionalista encabezada por el senador jujeño Benjamín Villafañe
y por Sánchez Sorondo, vio la ocasión de deshacerse del ministro
Márquez. Frente al escándalo y al aparente negociado, -el senador
socialista Alfredo Palacios condenó lo que surgía como un acto
administrativo corrupto. Los radicales advirtieron la maniobra,
creyeron que en realidad el Ministro no había entrado en nego­
ciado alguno y lo defendieron. Sin embargo, la manipulación del
asunto terminó con la censura de la mayoría del Senado al ministro
de Guerra. Esto motivó una fuerte reacción del Presidente que se
definió en favor del censurado y trató de poner en evidencia la
probable maniobra. En seguida, el 22 de agosto de 1940, Ortiz
envió su renuncia. El Congreso la rechazó por 170 votos contra 1,
pese a que la renuncia contenía un apoyo explícito al ministro de
Guerra. El voto solitario pertenecía a Sánchez Sorondo. El Presi­
dente ganó el favor de la opinión pública. La mayoría creyó, por
fin, en sus intenciones democráticas. Pero, por otro lado, su enfer­
medad no cedió, fue imposible que retornase al poder para ende­
rezar el proceso y al no reasumir sus funciones. Castillo quedó con
el poder efectivo y un nuevo gabinete.
En setiembre de 1940, cuando Castillo se hizo cargo de la Pre­ 1940-1943: intrigas
sidencia por delegación de Ortiz y designó el nuevo gabinete, su y confusión

posición era débil. Eso explica la transitoria formación de un minis­


terio satisfactorio para el radicalismo de Alvear v para la tendencia
de Justo. La coalición pretendía recobrar el apoyo de la derecha,
sin enajenarse la del radicalismo antipersonalista que había llegado
a “rodear” a Ortiz, según las expresiones de la época. Habían
ingresado, por lo pronto, Federico Pinedo en Hacienda v Julio
A. Roca en Relaciones Exteriores, v éste había condicionado su
11 V er José Luis Torres, La década infame, respecto de instigaciones
nacionalistas. En cuanto al affaire El Palomar, el escandalo sucedió porque
M árquez decidió llevar adelante un trám ite de com pra de tierras adyacentes
al Colegio M ilitar, por un valor m ayor que el fijado por los tasadores oficiales
y por Tos propietarios originales. Fue una maniobra donde ganaron especu­
ladores que lograron vender tierras que com praron en 0.67 pesos el m2 en
1.10 el m2, contra la opinión de los ingenieros militares. El beneficio fue de
un millón de pesos para los especuladores, v una renuncia valiosa para
la oposición a Justo.
3 92
entrada a la continuación de la política de Ortiz. Pinedo se entre­
vistó con Alvear en Mar del Plata a principios de 1941. En el
ministerio del Interior ingresó Miguel Culacciati, antipersonalista,
y en el de Guerra el general Juan N. Tonazzi, amigo de Justo.
En Justicia e Instrucción Pública v en Agricultura fueron desig­
nados los conservadores Rothe y Amadeo Videla; en Obras Pú­
blicas Salvador Oria y en Marina el contralmirante Fincati. Los
hombres claves eran Pinedo, Roca v Tonazzi. Pero el programa
de Castillo apuntaba, paulatinamente, a cobrar fuerza en su po­
sición y mantener la neutralidad argentina impidiendo que cayese
en la esfera de influencia norteamericana. En todo caso, seguiría
una línea de restauración conservadora tanto o más rígida que
la de Justo, con apoyo del nacionalismo v contra toda posibilidad
de retorno radical. Elecciones en Santa Fe v en Mendoza, en
diciembre del 40 y en enero del 41 demostraron, según La Prensa
en su editorial del 6 de enero de ese año, que quizás habríamos
“retornado al fraude como sistema político”, lo que estaba cerca
de los propósitos de Castillo, si del poder se trataba. La crisis que
sucedió a esos comicios produjo las renuncias de Pinedo y Roca.
Los reemplazaron Carlos A. Acevedo v Enrique Ruiz Guiñazú,
mientras Ortiz hacía público un manifiesto en el que repudiaba
el retorno al fraude político. La crisis dio pie para que se intentaran
conspiraciones nacionalistas v se denunciara, simultáneamente, el
incremento de la penetración nazi en la Argentina. Según parece,
la acción de los partidarios de Justo neutralizó las conspiraciones,
pero la acción de Enrique Ruiz Guiñazú demostraría muy pronto
que éste “unía a una limitada experiencia internacional, cierto en­
tusiasmo por la versión hispanista del fascismo”, según la aprecia­
ción de Conil Paz v Ferrari. La guerra llegó al continente ameri­
cano con el ataque japonés a Pearl H arbour en diciembre de
1941, pero la Argentina se mantuvo circunspecta v en 1942, en "la
Conferencia de Río de Janeiro, su delegación afirmó la política
de neutralidad. Esa afirmación fue impuesta por Castillo v motivó
correcciones en el provecto del documento final hasta que, para
lograrse la unanimidad, lo que iba a ser una decisión colectiva de
ruptura con el Eje transformóse en una “recomendación”. Esta
postura fue objeto de controversias en su momento, v es aún
motivo de interpretaciones dispares. Para Castillo, significaba afir­
mar la posición regional de la Argentina v su relativa independen­
cia respecto de los Estados Unidos, v al mismo tiempo aprovechar
la brecha abierta en la opinión política por posiciones neutralistas
393
que no sólo defendían los nacionalistas v muchos militares, sino
fuerzas de izquierda y un sector importante del radicalismo. Para
los que adherían a los Aliados, la posición argentina demostraba
que el gobierno simpatizaba con el Eje. La actitud del gobierno
argentino provocó su aislamiento continental y el endurecimiento
de sus relaciones con los Estados Unidos, que a su vez reaccionaron
negando a la Argentina armamentos gestionados por la misión
López-Sueyro por el sistema de Préstamo y Arriendo. En Dipu­
tados, sin embargo, la aprobación del tratado de Río fue seguida
por la recomendación de la ruptura. El poder ejecutivo hizo caso
omiso de ella. Pero la actitud norteamericana tuvo resonancias
negativas en las fuerzas armadas argentinas, que demostraron pre­
ocupación por la provisión de armamentos norteamericanos al
Brasil y a Chile. El resultado fue la iniciación de gestiones ante
los poderes del Eje e incluso una misión secreta a Madrid.
La posición política de Castillo parecía más fuerte en 1942,
año en el que mueren, con diferencia de tres meses, Alvear v Ortiz.
La U. C. R. queda sin un líder nacional -pues el liderazgo de
Sabattini no tenía aún la difusión propia del sucesor natural de
Yrigoyen— y en las fuerzas armadas disputaban tres líneas: la
“justista”, la “nacionalista” v la “profesionalista”. Justo, mientras
tanto, debía afirmarse ante la deserción definitiva de Ortiz. Un
curioso documento que publica Potash, enviado por un presunto
espía alemán a Berlín en agosto de 1942, alude a una supuesta in­
formación en poder del gobierno argentino según la cual los Es­
tados Unidos, Brasil y Uruguay apoyarían la candidatura de Justo
en la campaña que se iniciaría al comenzar 1943. A su vez. Castillo
se desprendía con una maniobra del general Tonazzi e ingresaba
como ministro de Guerra el general Pedro Ramírez. Pero ni la R a m ire t en ei
información del alemán, ni las gestiones de Justo para obtener el degusto Muer
apoyo concreto de la U. C. R., los socialistas v los antipersonalistas
llegarían a verificarse: el general Justo murió por un derrame
cerebral el 11 de enero de 1943.
El campo parecía despejado para Castillo, a quien se le atri­
buían intenciones de pretender la sucesión discutiendo la cuestión
de si un vicepresidente estaba sometido a la prohibición constitu­
cional, o bien apoyar a Carlos Ibarguren o a Scasso. Pero en 1943,
mientras las potencias del Eje iban siendo derrotadas y el panorama
internacional prometía traer complicaciones a la política .exterior
argentina, Castillo respondía al apoyo original de Patrón Costas,
senador, poderoso industrial azucarero salteño y líder del conser-
394
vadorismo del interior como cabeza de la fórmula del P. D. NT. Fórmula

que sería acompañado por un antipersonalista santafesino, Manuel


del P. D. N.:
Robustlano Patrón

lriondo. Había quedado fuera de juego el gobernador de Buenos


Costas-I riondo

Aires, Rodolfo Moreno. •


Cuando avanzaba 1943, la oposición carecía de líderes mani­
fiestos v de fuerza para neutralizar la "máquina electoral’' oficia­
lista. Castillo no parecía temer la interferencia m ilitar. . .
Sin embargo, el candidato de la Concordancia convocaba la El golpe m ilita r

oposición de los nacionalistas v de los oficiales pro-Aliados v,


del 4 de junio
de 1943
naturalmente, de los radicales v socialistas. En marzo de 1943,
mientras tanto, habíase constituido formalmente una logia militar
cuyo papel sería decisivo, según todos los testimonios, en los
sucesos críticos del 3 v 4 de junio de ese año: el G. O. U. —Grupo
de Oficiales Unidos—.7
El origen del G. O. U. se relacionaba con esfuerzos encabe­ El G.O. U.

zados por dos tenientes coroneles: Miguel A. Montes v Urbano


de la Vega, aunque el grupo definió el sentido de su acción bajo
la inspiración de Perón v otro grupo de oficiales. Montes habría
actuado desde el principio como delegado de Juan Domingo Perón,
v a la acción de éste se sumaron un hermano de aquél, Juan Carlos
Montes, Urbano v Agustín de la Vega, Emilio Ramírez, Aristó-
bulo Mittelbach v Arturo Saavedra. Con excepción de los Montes,
los otros oficiales habían participado en la revolución del 30 o en
alguna de las conspiraciones nacionalistas abortadas. El trabajo
del grupo para persuadir a los oficiales no descansaba selo en la
necesidad de “organización” o de "unidad” —palabras que apare­
cen en las denominaciones que circularon sobre las iniciales, v que
aludían como puede advertirse a preocupaciones profesionales de
la sociedad militar—, sino en la necesidad de prevenir la insurgencia
comunista; el temor de que la Argentina fuera envuelta en la guerra
por la presión norteamericana; el riesgo que importaba la intromi­
sión de los políticos en relación con la unidad profesional v, en fin.
la preocupación por el bienestar de la Patria v de las fuerzas arma­
das, sin ambiciones personales.
• Seguimos aquí el estudio de R obert A. Potash, cit., págs. 183 a 199,
que consideramos el m ejor de cuantos se han publicado sobre este difícil
asunto y el trabajo del Centro de Investigaciones de la Facultad de Ciencias
Políticas de la Universidad Nacional de Cuyo, dirigido por Enrique Díaz
Araujo, “El G. O. U. en la Revolución de 1943”, M endoza, 1970. Las iniciales
G . O. Ü. fueron interpretadas también com o G rupo O bra de Unificación;
G obierno, O rden, U nidad; G rupo O rgánico U nificado; G rupo O rganizador
U nificado o la denom inación que originalmente adoptó, y que parece com ­
partida por sus miembros.

395
El grupo vio facilitada su acción por la designación de Urbano
de la V ega en el servicio militar de inteligencia y, sobre todo, por
la designación del general Ramírez en el ministerio de Guerra de
Castillo. La incorporación del capitán Francisco Filippi, sobrino
de Ramírez, v de un hombre que sería fundamental en los sucesos
posteriores, el teniente coronel Enrique P. González, reforzaron la
capacidad persuasiva v operativa del G. O. U. La decisión de esta­
blecer la logia formalmente, en marzo de 1943, fue el resultado,
según las investigaciones de Potash, de dos factores. Uno interno:
el conocimiento de que la Casa Rosada usaría todos sus recursos
en favor de la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Otro
externo: la política exterior estimulada desde el ejército, cuando
se conoció en febrero un memorándum transmitido por el jefe del
Estado M ayor general Pierrestegui —quien en agosto del año 42
había expuesto su alarma por la ruptura del equilibrio de fuerzas
de la Cuenca del Plata, según comentan Conil Paz y Ferrari—,
militar considerado pro-Aliado, que urgía un arreglo con los Estados
Unidos para la dotación de armamentos.8 Añadimos un tercero:
Justo había muerto. En mayo de 1943, el principal objetivo del
G. O. IA era impedir la candidatura de Patrón Costas v el papel
principal no era en este caso desempeñado por Perón, sino por
el teniente coronel González. El ministro Ramírez estaba ente­
rado de los planes del Q. O. U., pero no actuó contra ellos" ni
los pretendió frustrar. Cuando Castillo definió su posición fa­
vorable al político conservador salteño, el G. O. U. inició con­
tactos con opositores a través de González y decidió dar el golpe
en setiembre de 1943, no obstante que en el partido Radical ga­
naba posiciones la idea de la candidatura presidencial de Ramírez.
Al mismo tiempo, corrían rumores de una conspiración radical
que tendría como jefe al general Arturo Rawson. Nada de eso era
informado por el ministro de Guerra al Presidente, que en una
, “tormentosa sesión” exigió una explicación. Ramírez habría negado
ser candidato radical o haber aceptado una proposición semejante,
negándose a revelar otros detalles. Castillo esperó, a partir de ese
momento, la renuncia de su ministro de Guerra. Pasaron dos días
V nada de eso ocurrió. Entonces, Castillo encargó al ministro de
* Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., pág. 119. V er el grupo directivo
del G. O. U. en Potash, pág. 188. Asimismo, hav que tener presente que el
nacionalismo realizó un im portante Congreso el 16 de diciembre de 1942,
presidido por el coronel retirado Carlos Góm ez y el ideólogo y filósofo
N im io de Anquín, pero parece que los civiles no tenían noticia del golpe
que se preparaba.
396
Marina, almirante Fincati, el 3 de junio de 1943, la redacción del
decreto dando por terminadas las funciones de Ramírez. Pero como
se reveló después, el decreto sin firma no fue a parar a manos del
Presidente: sirvió para galvanizar el aún indeciso o dividido cuerpo
de oficiales v como señal para el golpe de Estado. La confusión
era tan grande que las informaciones confidenciales apenas acer­
taban con el curso de los sucesos. Éstos se dirigían hacia el golpe
de Estado desde las diez de la noche del 3 de junio, cuando el Se busca un
general . .
decreto fue conocido v González gestionó quedar en libertad para
tomar “contramedidas”. Ramírez sólo recomendó que se buscase
un general para encabezar el movimiento . . .
Así comenzó la casual, accidentada v brevísima gestión del
general Arturo Rawson, oficial superior de caballería a cuyas El golpe

órdenes había servido González. Un corresponsal norteamericano


señaló en su diario que apenas sabía de Rawson que se había opuesto
al general Molina “el Führer eventual de los nacionalistas” como
presidente del Círculo Militar.9 La contribución de Rawson al
golpe del 43 fue obtener la actitud neutral de la marina. Los es­
fuerzos para improvisar una revolución en cuestión de horas lle­
garon a su clímax en la reunión de oficiales que tuvo lugar en la
Escuela de Caballería de Campo de Mavo a la que concurrieron
Rawson, González v Carlos Vélez v que encabezó el coronel Elbio
C. Anaya, con asistencia de jefes v oficiales superiores. F.1 coronel
Juan Perón no asistió a ella; según notas e informes, no pudo ser
hallado desde el día anterior a la reunión v no reapareció hasta
que la revolución hubo triunfado.
Esa reunión en Campo de Mavo demostró que la decisión mili­
tar tendría apovo suficiente, pero que sería políticamente irrespon­
sable. Se discutieron los movimientos militares, pero no se llegó a
acordar cuáles serían los objetivos mediatos v ni siquiera quedó
en claro quién sería el futuro jefe del Estado: ¿Rawson? ¿Ramírez?
¿Un triunvirato en el que los acompañara Suevro? Sólo quedó de­
terminado que, esa vez, el gobierno sería m ilitar. . . Un manifiesto
redactado antes de la reunión citada por Miguel A. Montes v
Juan D. Perón en un departamento porteño, según las averigua­
ciones de Potash, anunciaría al pueblo que el golpe de Estado
denunciaba el sistema de venalidad, fraude, peculado y corrup­
ción del gobierno derrocado; que el movimiento era “esencialmente
9 R a v , Joseph, A rgem ine Diary, Random House, N . York, 1944, pág. 5.
Cit. por N avarro Gerassi, ob. cit., pág. 175. E ntre los jefes que Rawson no
pudo convencer estuvo Farrell, que muy pronto “sería uno de los principales
beneficiarios de la revolución”. Confr. Potash, pág. 195 y nota 29.
397
constitucional” v que lucharía para mantener una real v total
oberanía de la Nación. Nada traducía las diferencias ideológicas
>rofundas que separaban a los participantes, los distintos presu-
mestos de su acción en el mediano plazo, los acuerdos sobre polí-
icas específicas que deberían esperarse. Como señala con oportuni-
lad Robert Potash, para algunos de los oficiales jóvenes la marcha
obre la Casa Rosada que realizaron en la madrugada del 4 de
unió de 1943 casi diez mil soldados —una fuerza mucho más po
erosa que la de 1930— fue su única experiencia político-militar;
ara otros era la segunda; y para muchos, como el teniente primero
uan Carlos Onganía, que conducía un vehículo detrás del gene-
ai Rawson, fue el primero de una larga serie .. ,10
El golpe se llevó a cabo sin resistencia —hubo una sola acción
ontra una instalación naval, debida a la precipitación y a la con-
isión de los protagonistas—, sorprendió a todos, no fue rodeado
or la atmósfera de excitación pública del 30, y el general Rawson
i encontró en el poder con pocas ideas acerca de lo que habría
e hacer con él.
El golpe de Estado del 43 había nacido en la cabeza de algunos Las 4¡^horas
aroneles; apenas habían participado algunos de los 37 generales Rawson
t los cuadros superiores del ejército, y dio lugar a la lucha por el
ader pocas horas después de haber llegado Rawson a la Casa
osada. Mientras los hombres del G. O. U. tenían ideas bastante
aras sobre los objetivos de la logia, el Presidente pasaba la noche
:nando en el Jockey Club. Después de comer hizo su primera y
tima demostración de inhabilidad política: luego de un golpe
irmalmente anticonservador, ofreció a sus amigos José María
osa y Horacio Calderón, conservadores de vieja data, el pri-
ero accionista de El Pampero y pro-Eje y el segundo pro-
liado, las carteras de Hacienda v de Justicia. Cuando comunicó
los golpistas sus ofrecimientos cundió, parece, la consternación,
guraban en ellos el general Domingo Martínez —que había sido
fe de Policía durante la gestión de Castillo— y el general Juan Pis-
rini, ambos conocidos por sus simpatías hacia Alemania. Los her-
anos Saba y Benito Sueyro ocuparían los cargos de vicepresidente
ministro de Marina; Ramírez quedaba en el ministerio de Guerra
el almirante Storni v el general Diego Masón ocuparían las
rteras de Interior y Agricultura, respectivamente. No era un
bínete muy lucido para la opinión pública pero, lo que entonces
i más decisivo, era crítico para la opinión militar.
u» P otash, Robert A., ob. cit ., pág. 199 y La Nación, junio 5 de 1943.
'8
La gestión de Rawson comenzó y terminó con la discusión
de su gabinete. Para los miembros del G. O. U. Perón v González,
era preciso desalojar de la Casa Rosada al flamante Presidente. Para
otro de los miembros, simpatizante de los Aliados, como Miguel
Montes, había que sostenerlo. En Campo de Mayo, un grupo de
oficiales tenía la misma opinión. Pero el coronel Anaya cortó por
lo sano. Los civiles Rosa v Calderón fueron escoltados hacia la
salida de la Casa Rosada ni bien aparecieron en ella a raíz de la
oferta de Rawson. Luego, Anaya y un teniente' coronel de apellido
Imbert, fueron a la casa del general Martínez para convencerlo
que dejara la cartera de Relaciones Exteriores. En la noche del 6
de junio Anaya entraba en el despacho de Rawson y le hacía
saber que carecía del apoyo de Campo de Mayo. Según los testi­
monios de Anaya, Sosa v un memorándum de González, Rawson
tuvo una expresión penosa v definitiva: —“ ¡Usted ta m b ié n ...!”;
firmó su renuncia v se fue rechazando escoltas. Entonces hizo su
entrada como nuevo Presidente, el general Pedro Ramírez, que
durante siete meses había servido como ministro de Guerra del
derrocado presidente Castillo.
La experiencia presidencial del general Ramírez fue más pro­ La fugaz
longada que la de su predecesor, pero en todo caso fugaz, pues presidencia del
general Ramírez
debió renunciar el 24 de febrero de 1944. Durante su gestión co­
menzaron a definirse ciertas líneas de fuerza del proceso político
inmediato.
Las líneas se vinculaban con el conflicto interno por la domi­
nación y con la política exterior, que en todo caso era discernible
pero no independiente de aquél. El gabinete de Ramírez dio, para
los informados, las primeras pautas del sentido del conflicto in­
terno: el ministerio de Guerra fue adjudicado al general Edelmiro
J. Farrell, jefe de Perón, v el ministerio del Interior al coronel
Alberto Gilbert, amigo del coronel González. Era evidente que el
G. O. U. había obtenido una importante victoria.11 Pero también
que los coroneles tendrían importante participación en el gobierno
v que la división entre “neutralistas” o germanófilos v los parti­
darios de los Aliados separaba a Farrell, Masón, G ilbert y Sueyro
de un lado, y a Storni, Santamarina, Galíndez y Anaya del otro.
En poco tiempo ingresaron a funciones públicas en la Presidencia,
o en los ministerios de Guerra e Interior, varios tenientes coroneles
11 Masón ocupó la cartera de A gricultura; Benito Sueyro la de Marina;
Storni la de Relaciones Exteriores; Galíndez la de O bras Públicas; Anaya la
de Justicia e Instrucción Pública. Sólo un civil, confiable para el establishment
económico: el ministro de Hacienda Jorge Santamarina.
3 99
S L A N D IA
-Petsam,.-
Democracias
populares o Repúblicas socialistas

Países m iem bros del Pacto del A tlá n tic o

Neutrales con regímenes de tip o occidental

Países socialistas no com prom etidos

País directam ente u n id o a


E. U. de Am érica
H e ls in k i

MAR DEL !stocolm <


N O R TE

D IN A *

/O penhacue

O CEAN O

ATLANTICO
,O S lD E M O C .
Í^ S A L E M A N

F R A N C IA ,
•R U M A N IA
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M ad rid*
MAR NEGRO
HIL G AR L
:S P A Ñ A -
Rom ar inkara-

T U R Q U IA

^ aneo

División política de Europa después de la Segunda Guerra M undial. De ésta


emergería un m undo bipolar dom inado por el poder m ilita r de Estados Unidos
de América y de la Unión Soviética.

) coroneles del G. O. U. —González, Domingo Mercante, Miguel


Montes—, de tal modo que la logia logró construir una impor-
ante base de poder dentro del gobierno nacional. El coronel Perón
:ncabezaba ya la secretaría del ministerio de Guerra, y se conver­
ía en el segundo hombre de ese ministerio crucial.12
Desde ese momento, uno de los cauces para la explicación del
>roceso que siguió en aceleración creciente es el relieve que ad­
vierten amigos y adversarios en el trabajo del coronel Perón para
¡xplotar políticamente el clima de tensión que confundía a los
;rupos rivales. O tro de los cauces es la política exterior de la
Argentina y su resonancia en el área latinoamericana y, sobre todo,
nglonorteamericana. Parece necesario advertir, asimismo, que mien-
ras eso acontecía en la estructura del poder, la sociedad argentina
12 Los cargos que ocupaba el grupo directivo del G .O .U . luego del gol-
>e de Estado oel 43, constan en Potash, pág. 210. Eran veinte hombres en
argos claves: 8 coroneles; 9 tenientes coroneles; 2 m ayores v 1 capitán
Filippi, sobrino de Ram írez).
100
ESTADOSV. JUNIDOS

OCÉANO ATLANTICO
BAHAMAS (Brit.)
-V o^NICANA
¡a» ’^ - V oW
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COLOMBIA

ecuador;

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OCÉANO PACIFICO

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iR G ÉN TÍN A

OCÉANO ATLANTICO
En g u e rra c o n tra el Eje

E S R o m p ie ro n re la c io n e s co n el Eje

m N e u tra le s

Alineam iento de los países latinoam ericanos en la Segunda Guerra Mundial.


[Según “ New York Tim es” del 1? de febrero de 1942.]
Durante el desarrollo de la contienda, alineam iento o neutralidad fueron cues­
tiones de política internacional que trastornaron las relaciones americanas y
la situación interna de la Argentina.
estaba en movimiento v se producían en ella cambios sustanciales,
algunos de cuyos rasgos se intentará perfilar una vez descriptos,
en grandes líneas, los conflictos que tenían atrapados a los prota­
gonistas principales de la lucha por el dominio de la situación.1®
Si, como se ha comprobado, la política exterior del régimen deLa política exterio

conservador fue, como la de la época radical, de estricta neutrali­


Ramírez

dad, no era un secreto para nadie que la división del mundo en


bloques ideológicos v de intereses hacían de la “neutralidad” un
concepto polivalente. En algunas de las corrientes de opiniones
igualmente públicas que entonces circulaban, la neutralidad seguía
expresando una manera de ser del argentino frente a conflictos
demasiado sinuosos o que afectaban a pueblos demasiado vinculados
a su compleja tradicióm^etímo para actuar en perjuicio de unos o
de otros. Era, también, una manifestación del pacifismo por la
línea del esfuem> menor. Pero en los sectores que habían adoptado
una ideoUfgia y perseguían intereses relativamente concretos, ser
neujraf implicaba una toma de posición definida. Para los nacio­
nalistas de derecha, por ejemplo, la neutralidad suponía un apoyo
indirecto a las potencias del Eje. Para ciertos sectores económicos
vinculados con los mercados europeos, la neutralidad permitía
estar con unos v con otros, más bien que con alguno en desmedro
de otros.
La perspectiva de las potencias beligerantes no era menos
matizada que la argentina. Para los norteamericanos, a medida que
avanzaba el conflicto, la neutralidad no era una política “equidis­
tante” —a pesar de que en su historia reciente, según se vio, la
opinión pública debió ser sacudida para no permanecer adherida
a esa posición— sino una manera de favorecer a los intereses del
Eje, de romper la solidaridad americana frente al conflicto inter­
nacional y de impedir una política hegemónica sin complicaciones
en el continente. Para los británicos, la neutralidad argentina no
era una posición deleznable. De ahí su resistencia a romper rela­
ciones con la Argentina o a bloquearla económicamente. Pragmá­
ticos v lúcidos, los británicos tejían presente sus grandes inver-
1:1 A esta altara de los acontecimientos, el historiador apenas se atreve
a avanzar. La advertencia que consta en la nota 1, pág. 287, se hace ahora más
patente. Las ciencias aquí auxiliares perciben el andar jadeante de la Historia,
com prenden sus dificultades, y quizás más atrevidas o con la sensación de
que no deben tener —para justificarse— los reparos que el historiador expone,
adquieren desde ahora más relieve: el politicólogo, el sociólogo, el dem ógra­
fo, el economista, tienen bastante qué decir. Tam bién el cronista, el perio­
dista, la aproximación menos com prom etida que supone el ensayo como
estilo.
4 02
siones en la Argentina, la necesidad que tenían del abastecimiento
de carne para civiles y militares en lucha y, previendo la situación
de posguerra, el riesgo que significaba propiciar medidas que acen­
tuasen el declive de su influencia política v económica en el Río
de la Plata. Los soviéticos, por fin, tenían una visión imperialista
e ideológica del proceso, que por otra parte ocurría lejos de sus
dominios. Stalin sería uno de los rotundos opositores al ingreso
de la Argentina en condiciones aceptables a las Naciones Unidas,
expresando a Roosevelt que si la Argentina hubiera estado en la
zona de influencia soviética él sabría cómo sancionarla.
En ese contexto se movían los actores de la crisis de junio del
43, y el presidente Ramírez se veía en figurillas para no agravar
la tensión con los Estados Unidos sin perder su propia influencia
entre los grupos internos germanófilos o aliadófilos. Del lado norte­
americano actuaba una figura que contribuyó, desde una posición
“dura” y que su rival Sumner Welles no vacilaría en calificar de
"estúpida”, a complicar en exceso tanto la política exterior norte­
americana como la posición de los liberales dentro del gobierno
de Ramírez: ese personaje se llamaba Cordell Hull. Mientras con­
dujo el Departamento de Estado, todos debieron contener el alien­
to, tanto de un lado como del otro. Cuando Hull debía saber el
conflicto interno tp e ocurría en el gobierno argentino, respondió
a una carta —ciertamente forzada v difícil del canciller Storni
explicando la posición internacional de la Argentina— con otra
hiriente, considerada una “de las más severas censuras diplomáticas
jamás asestadas a un gobierno latinoamericano por el Departamento
de Estado”, “pulida y afilada como una navaja”, según la revista
Tim e del 20 de setiembre de 1943. Se burlaba de los argumentos
de Storni, ironizaba acerca de los motivos que aquél expuso para
justificar que aún la Argentina no hubiese roto sus relaciones con
el Eje, y negaba toda posibilidad de abastecimiento militar mientras
la ruptura no ocurriese. La publicación de la carta de Hull en los
diarios argentinos puso al rojo vivo el sentimiento nacionalista. En
el centro de la ciudad se arrojaron volantes contra Storni, escritos
e impresos por el G. O. U. El diario Noticias Gráficas, que se atre­
vió a publicar un editorial condenando la actitud neutralista del
gobierno, fue clausurada v la edición confiscada.14
La afilada navaja cortó el cuello del canciller Storni, quien
14 Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., págs. 123 a 139, donde hay un
buen análisis docum ental del proceso que condujo, al fin, a la ruptura. Potash,
ob. cit., págs. 231 y 232, atribuye im portancia decisiva al affaire H ellm uth.
debió renunciar. La contestación de Hull, “modelo de torpeza”,
privó al gabinete argentino de uno de los factores de compensación
frente a la presión creciente del ala derecha del G. O. U. F.1 12 de
octubre de 1943 Farrell era designado vicepresidente, y a los pocos
días abandonaban el gobierno Santamarina v Galíndez, mientras
el general Gilbert ocupaba la cartera vacante de Relaciones Exte­
riores. La presión norteamericana aumentó; se dirigió incluso a los
aliados y a los demás países latinoamericanos para coordinar un
bloqueo político y económico a la Argentina, v contó por fin con
pruebas documentales de una misión secreta a Alemania de un
cónsul argentino —Oscar Alberto Hellmuth—, con el fin de nego­
ciar la provisión de material bélico. Hellmuth era ciudadano ar­
gentino, pero también miembro de la policía secreta de Himmler, la
R.SHA (Reichssicherheitschauttaunt). El presidente Ramírez ad­ La ruptura con
virtió que la publicación de esa prueba y de otras relacionadas con el Eje. Ramírez
deja el poder
a presunta intervención argentina en sucesos revolucionarios lati-
íoamericanos —como el golpe de Estado en Bolivia ocurrido el 20
le diciembre y la presencia de emisarios militares en países limí-
rofes— podía ser el detonante de una crisis regional inconveniente
>ara la Argentina. Para evitar, no tanto el bloqueo como la publi-
ación de esa documentación por el Departamento de Estado,
Ramírez decidió suscribir el decreto de ruptura de relaciones diplo-
náticas con Alemania v Japón. Era el 26 de enero de 1944. El 25
le febrero, Ramírez ‘“delegaba el mando” en el vicepresidente
arrell, frente a la crítica militar.
Antes de ese desenlace la lucha política interna había tenido
tras manifestaciones. El coronel Perón contaba ya con el soporte
teológico de militantes y escritores nacionalistas tan eficaces como
)iego Luis Molinari y José Luis Torres; se decretaba la disolución
e los partidos políticos, se establecía la educación religiosa en las
¡cuelas públicas y se imponía un control rígido en la difusión de
oticias. Un elemental análisis del contenido de documentos como
is “Instrucciones reservadas del ministerio del Interior” a los
3misionados,ls en pos de la “real unidad integral del pueblo ar-
íntino”, revelaba la tendencia hacia una suerte de homogeneidad
leológica y cultural como objetivo deseable. Cualquiera fuera su
gno, ese dato suponía una secuencia de notas comunes con los
¡gímenes autocráticos o totalitarios y un presupuesto necesario
ira su estructuración. En esa ocasión, el signo estaba dado por
15 Confr. Roberr Potash, ob. cit., pág. 226, donde está el texto de las
¡tracciones citadas.
34
el nacionalismo de derecha v coincidía con la tendencia predomi­
nante en el G. O. U. v en el gobierno, luego de los cambios de
octubre. El coronel Perón actuaba, mientras tanto, en un nivel
hasta entonces descuidado: la revisión de la política social del
gobierno v las relaciones con los gremios. Entre los cambios de El predom inio
ese mes, la designación —según parece, la “autodesignación”— de derecha
nacionalista de
y la
Perón en el Departamento Nacional del Trabajo no sería el menos de Perón
carrera política

importante. Entre los miembros del G. O. U., un oficial hijo de


un ferroviario de La Fraternidad, habría de constituirse en el
principal colaborador de aquél: el entonces teniente coronel Do­
mingo Mercante. No rodos los integrantes del G. O. U. ni del
gobierno adherían a las ostensibles pretensiones del coronel Perón,
mientras éste ganaba posiciones; se insinuaban contradictores im­
portantes, como los coroneles Ávalos v González. Según parece
probable, esas contradicciones contaron paulatinamente con el aval
del presidente Ramírez, quien habría aceptado reemplazar a Farrell
v Perlinger por sus asesores leales, Gilbert v González.'" A su vez,
ocurrían los acontecimientos relatados referentes a la política exte­
rior. El Presidente advirtió que el conflicto podría derivar en un
enfrentamiento militar y no resistió la demanda de su renuncia que
formuló un grupo de oficiales alentados por Farrell v Perón desde
el ministerio de Guerra. Preparó el texto de su renuncia, fechada el El tercer golpe
24 de febrero, dirigida al “pueblo de la República”, v fundada en
que había perdido el apoyo de los militares de la Capital, Campo
de Mayo, El Palomar v La Plata. En pocos meses, pues, se habían
consumado tres golpes de Estado. Él primero, cfontra Castillo,
desde fuera del poder. F.1 segundo y el tercero desde dentro, contra
Rawson y Ramírez. F.1 tercer golpe crearía, sin embargo, una com­
plicación internacional. Para intentar evitarla, era preciso que no
hubiera una discontinuidad formal entre Ramírez v su sucesor. F1
texto original de Ramírez salió de circulación —aunque llegaron a
publicarlo, entre otros, La Prensa v el diario germanófilo Cabildo—
v se difundió una versión oficial que las ediciones posteriores de
ios diarios recogieron: Ramírez delegaba el poder en el vicepresi­
dente Farrell, “fatigado” por la intensidad de sus tareas de go­
bierno . . .
Fn el orden interno, el tercer golpe tardó en ser digerido. Los laHacia el desenlace:

sectores políticos v militares calificados como “liberales" advirtie- de Farrell


presidencia

111 Confr. Robert Potash, ob. cit., págs. 255 a 237, donde se citan pruebas
de la tentativa de Ramírez por desplazar a Farrell y a Perón del gobierno,
con apovo de la .Marina.
405
ron que el proceso había entrado en una nueva y peligrosa fase,
y procuraron convencer a Ramírez para que retornara al poder.
Pero aparte de la negativa de éste, la nueva fase había comenzado
ya. Con el general Farrell en la presidencia, parecía que las bases
de su poder se habían consolidado definitivamente. Sin embargo,
la lucha interna no había terminado y la situación del afortunado
coronel Perón distaba de ser absolutamente segura. Surge, por lo
pronto, un antagonista fuerte: el ministro del Interior, general Per-
linger, quien reuniría en su torno a líderes del G. O. U. como los
coroneles Julio Lagos y A rturo Saavedra, el teniente coronel Se­
vero Eizaguirre y el mayor León Bengoa. Desilusionados con
Perón, de acuerdo con muchos nacionalistas acerca de la equívoca
postura de aquél respecto del proceso que condujo a la ruptura
con las potencias del Eje e inquietos por sus relaciones con los
gremios, esos hombres se movieron para detener la probable desig­
nación de Perón como ministro de Guerra. Desde el Movimiento
de Renovación —formado por jóvenes que correspondían a lo que
hemos llamado el nacionalismo conservador—, surgieron apoyos
para la posición de Perlinger. El coronel Perón fue designado, sin
embargo, ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del Presidente,
del jefe de Campo de Mayo, coronel Ávalos y, desde el 29 de fe­
brero de 1944, con el del nuevo ministro de Marina, contralmirante
Alberto Teisaire. El ministerio de Guerra era, sin duda, una posi­
ción clave para resistir el asedio de facciones opositoras, porque
desde ese lugar podían manipularse asignaciones, destinos, prom o­
ciones y cambios que consolidasen la posición de su titular en la
estructura del poder militar.
La carrera política del coronel Perón había comenzado mucho
antes, pero ese año y el siguiente serían críticos. Puso de manifiesto
rasgos de su personalidad que habrían de acompañarlo en su futuro
inmediato: capacidad intelectual, “viveza” —según la interpretación
criolla del vocablo—, pragmatismo, aptitudes “maquiavélicas”, sen­
tido de la oportunidad y de percepción de algunos fenómenos
nuevos para la mayoría, y también un temperamento ciclotímico
que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi sin
matices.
Dentro de la constelación de poderes, el militar era entonces
el que determinaba la ocupación de roles en. el poder político.
Parece conveniente seguir en sus líneas de fuerza para explicar
una parte de aquella realidad. Los demás componentes de la
constelación remitían a los militares sus demandas, ponían en
406
juego sus influencias o ejercían sobre ellos su capacidad relativa
de presión. A pesar del predominio del nacionalismo de derecha
v de los partidarios de la presencia militar en el poder, seguía
teniendo vigencia entre muchos militares la idea de que las fuer­
zas armadas debían dejar de una manera racional v decorosa el
poder político. Y contrariamente a lo que una interpretación
simplista de las fuerzas políticas v de los valores vigentes en una
sociedad pluralista como la argentina pudiera sostener, lo cierto era
que ciertos valores del liberalismo político subsistían a través de
ideas y de creencias —vinculado o no con el liberalismo económ ico-
entre la mayoría de los argentinos. La presión por el retorno al ré­
gimen constitucional se fue haciendo cada vez más concreta v la opi­
nión pública se manifestaba en contra de la gestión revolucionaria.
Durante la presidencia de Farrell, el aislamiento de los revo­
lucionarios no podía ser disimulado por los conflictos internos
que entretenían a sus protagonistas. Sea porque las consecuencias
políticas de la Segunda Guerra habían dado nuevo impulso legi­
timador a la democracia, o porque las racionalizaciones ideológicas
del nacionalismo de derecha no eran suficientes para justificar al
régimen, lo cierto es que al comenzar 1944 la Argentina buscaba
una solución internacional satisfactoria v una fórmula política
aceptable para salir del atolladero.
En el plano internacional, el comportamiento escasamente há­
bil de la diplomacia norteamericana le brindaría la oportunidad
de iniciar una contraofensiva a través de la Unión Panamericana, en
octubre de aquel año, que culminaría con lo ocurrido en Chapulte-
pec —México— en febrero-marzo de 1945. Cuando se celebró la
Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz
—aunque el tema de la Argentina, ausente, no estaba incluido en la
agenda oficial— los delegados acordaron reanudar relaciones ofi­
ciales si nuestro país suscribía el Acta de esa reunión v declaraba
la guerra al Eje. El 27 de marzo de 1945, el régimen de Farrell
declaraba la guerra al Imperio del Japón v a Alemania. Como
señalan Conil Paz v Ferrari, el gobierno argentino ganaba más
de lo que cedía: normalizaba sus relaciones americanas, se le ase­
guraba un lugar como miembro de la inminente conferencia de
las Naciones Unidas, y el régimen que Roosevelt y Hull denuncia­
ran como “fortaleza del fasc'smo en América” seguía dueño de la
situación.
En el orden interno, "detrás de la máscara de un antipolítico’ .
el coronel Perón no sólo procuraba consolidar apoyos militares.
407
sino hallar soportes en políticos profesionales. Además, había parti­
cipado con el doctor Juan 1. Cooke v otros líderes del gobierno
argentino, según escribió el norteamericano Welles, en conversa­
ciones secretas con delegados estadounidenses, previas a la reunión
de Chapultepec. El pragmatismo del coronel Perón habría conmo­
vido a los anglosajones v sacudido la rigidez de los ideólogos. “Más
allá del bien y del mal”, desde el ministerio de Guerra y la Secre­
taría de Trabajo, el líder del G. O. U. tendía sus líneas hacia el
partido Radical. Según una información diplomática, en abril del
44 Perón habría ofrecido el ministerio del Interior al doctor Ama­
deo Sabattini.17 Éste rechazó la oferta. Perón no ocultaba su respeto
por el partido Radical ante sus camaradas. En Campo de Mavo
habló del partido Radical como una fuerza “grande v poderosa”,
pero añadió que su líder era “anticuado”. No obstante, reveló que
el radicalismo era una fuerza que podía ser “canalizada” en el
sentido que él consideraba adecuado, v que estaba comprometido
en esa tarea. Mientras fracasaban sus primeros intentos con líderes
políticos, del ministerio de Guerra salían “órdenes generales” pre­
viniendo a los militares contra los “cantos de sirena” de los políti­
cos, v haciendo saber que el gobierno de Farrell no tenía intencio­
nes de llamar a comicios nacionales, por lo menos en fecha próxima.
El gabinete de Farrell era escenario de la pugna sorda entre las
tendencias. En mavo de J944 ingresa el nacionalista Alberto Bal-
drich, partidario de Perlinger, para hacerse cargo de la cartera de
Justicia e Instrucción Pública. Al mismo tiempo, se incorpora un
aliado de Perón* el general Orlando Peluffo, en el ministerio de
Relaciones Exteriores. El conflicto haría eclosión en julio, preci­
pitado por Perón, a propósito de la vicepresidencia vacante. Con­
voca una asamblea de oficiales del ejército, de la que resulta
P e ró n
vicepresidente

elegido por un margen ajustado sobre Perlinger. Luego procede


con rapidez: con el apovo del ministro de Marina, almirante Teisai-
re, informa al ministro del Interior que el ejército v la marina
demandan su renuncia. Como el general Perlinger no halla apoyo
en el Presidente, deja el cargo. El 7 de julio de 1944, un decreto
firmado por Farrell v Teisaire hace pública la designación del
coronel Juan Domingo Perón como vicepresidente de la Nación.
Retenía, a la vez, los cargos de ministro de Guerra v de Secretario
de Trabajo. Nadie disponía de más recursos ni más poderes direc-
17 Despacho de la embajada norteamericana fechado en abril 18 de
1944, cit. por Potash. ob. cit., pág. 45, así com o un resumen del discurso ocu­
rrido en mavo de esc año.
4 08
ros que Perón a mediados del 44: pudia usarlos sobre la opinión
pública desde la vicepresidencia, sobre el poder militar desde el
ministerio de Guerra, y sobre las organizaciones v dirigentes labo­
rales desde la Secretaría de Trabajo. La forma en que usó esos
recursos políticos insinuará para muchos sus posibilidades en los
eventos futuros. Como ministro de Guerra, produjo cambios favo­
rables para las fuerzas armadas, cuyos estatutos profesionales fueron
reformados y se contemplaron aspiraciones y necesidades castren­
ses; se amplió el número del cuerpo de oficiales v se aumentó la
movilidad promocional dentro de las fuerzas. Por primera vez
desde que el sistema de conscripción obligatoria tenía vigencia, el
ministro de Guerra incorporó a la totalidad de una “clase”. Como
bien señala Potash, aparte de las consideraciones militares, la me­
dida tenía ciertas implicaciones políticas y sociales. Potash no se
atreve a conjeturar qué influencia tuvo la difusión de consignas
V propaganda que inculcaban el respeto y la admiración hacia los
militares y el desprecio hacia los políticos profesionales, entre
aquellos 80.000 conscriptos respecto de las elecciones del 46, pero
en todo caso el dato denuncia una tendencia v la decisión de usar
cualquier recurso con sentido político. La fuerza aérea, la rama
más nueva de las fuerzas armadas, recibió especial atención, v fue
considerada la preocupación de los militares hacia el desarrollo
industrial. El Banco de Crédito Industrial data de ese año, mientras
la Dirección General de Fabricaciones Militares recibía fuerte apo­
yo financiero. Pero la acción en el campo militar tuvo un comple­
mento de fundamental importancia para el curso de los aconteci­
mientos del crucial año siguiente: las medidas de política social
producidas por el coronel Perón y su aliado, el teniente coronel
Mercante, desde la Secretaría de Trabajo. Aumento de salarios, re­
visión de las condiciones laborales, estatutos destinados a la protec­
ción de trabajadores de gremios diversos, creación de los tribunales
del Trabajo, reglamentación de las asociaciones profesionales, uni­
ficación del sistema de previsión social, extensión de los beneficios
de la ley 11.729 a todos los trabajadores, y frecuentes entrevistas
con los dirigentes de los niveles altos y medios de las organizaciones
obreras, fueron hechos concretos, con un gran efecto multiplicador
en sectores sociales que hasta entonces no habían tenido la sensación
de la participación política v social que esas medidas insinuaban.
La actividad de Perón significaría, pues, la acumulación de recursos
políticos o de antecedentes que luego serían empleados para la
4 09
explotación política de un proceso hasta entonces inédito en la
historia argentina.
Ese proceso, con casi todas sus complejidades y claroscuros,
se insinuaría a través de un “año decisivo” : el 45. En ese año, los
actores parecen moverse sin tener en cuenta que la platea ha subido
al escenario, y que una Argentina profundamente distinta haría
eclosión, atrapando a todos, cerrando todcs las perpectivas, con­
fundiéndolo todo.
Cuando terminaba 1944, el gobierno revolucionario ‘ parecía
enfrentar los mismos problemas ante los cuales había sucumbido el
régimen de Castillo”, pero al mismo tiempo “los mitos de la
Argentina liberal se revelaron dotados de un vigor inesperado:
toda una clase media que se había constituido bajo su sino veía
con recelo profundo la tentativa quizá no totalmente arruinada de
borrarlo de la memoria nacional.. .”. ,s Eso era, si se quiere, una
parte de la verdad. Casi tres lustros después, un conservador veía
la crisis del 43 como el “fruto de las más diversas ideas, y resultado
de las ambiciones más dispares (que) no tuvo virtud de satisfacer
en definitiva a casi ninguno de sus sinceros partidarios”. 19 Para la
izquierda cultural fue un remedo de régimen fascista y clerical y
para casi toda una “‘mayoría silenciosa” un proceso caótico y ajeno,
pero al mismo tiempo crítico y a la búsqueda de una definición.
Ésta fue el resultado de los conflictos del 45.
"Todo el poder
a Perón"

Para los argentinos, el 45 fue un año decisivo. Para quien ei 45


quiera comprender el proceso posterior, una lección histórica in­
soslayable.
Es preciso esbozar ciertos rasgos de la Argentina de la época
para explicar en qué condiciones los argentinos llegaron al desen­
lace de una de sus crisis más profundas, entraron luego en un
período con perfiles inéditos y cayeron más tarde en otra crisis
cuya persistencia no puede explicar, todavía, el historiador.-’0
Is H a l pe r ín D o n g h i , T ulio, Crónica del Período en “Argentina 1930-
1960”, Sur, pág. 47.
,1* A berg C obo , M artín, “F.l 4 de junio de 1943”, en Cuatrb revolucio­
nes , cit., pág. 92.
20 Es aún escaso el material confiable sobre La época, y los estudios
sociológicos existentes son aceptables sólo respecto de ciertos aspectos del
410
H. A. .Murena, en un breve pero lúcido trabajo, advertía hace
linos años que la Argentina figuraba con frecuencia en la primera
plana de los diarios extranjeros por los golpes de Estado militares.
"Quiero no descuidar esta trivialidad —seguía—: indica que nos
hemos revelado como lo que nos jactábamos de no ser, sudameri­
canos.” Fenómeno que dejó estupefactos a muchos argentinos, pero
que les haría reflexionar, por una vía quizás no querida, que tam­
bién pertenecían a Sudamérica v que en el futuro subsistirían como
una nación sólo a través de ella. Por lo pronto, lo que aparecía en
común era la crisis, v ciertos datos de ésta. iMurena miraba hacia
adentro v veía, además, a conservadores, radicales v socialistas
acusándose mutuamente, quebrados en forma vertical v horizontal,
de izquierda a derecha, jóvenes v vieja guardia. Escribía después
de la caída de Perón, v éste se le antojaba un problema que debía
dividirse en dos aspectos: “Perón como persona v Perón como
momento histórico. En cuanto al primero, es razonable emitir una
sanción moral terminantemente negativa. En el segundo, las san­
ciones morales son impertinentes. Significan lo mismo que decir
que la historia es una r a m e r a . L a s notas de Murena fueron
escritas cuando aún estaba “caliente” lo que para los argentinos
había sido el peronismo. Para una parte del país, un proceso que
merecía olvidarse, porque había dividido a la nación v había inten­
tado poner el bienestar v la seguridad sobre otros valores v a costa
de la racionalidad política v económica. Para otra parte del país,
la experiencia era inolvidable. Había abierto perspectivas hasta
entonces desconocidas a mucha gente que nunca había vivido la
sensación de la participación política ni había obtenido gratifica­
ciones sociales. Para esta parte de la Argentina habría desde enton­
ces una suerte de “edad de oro” para recordar. El antiperonismo
tenía, por su parte, porciones distintas del pasado que se le anto­
jaban “tiempos preferidos”. Pero según advierte Murena, la me­
moria argentina es feroz en su debilidad, v son pocos los nombres
vivos que retiene fuera del “cantor-héroe-vate nacional, Carlos
Gardel”. Desde el 55, dos fantasmas lucharían con fuerza pareja.
proceso. Con tocio, el aporte más reciente es el libro de Félix Luna, El 45.
Crónica de un año decisivo, parte de cuyo material vamos a emplear —Buenos
Aires, Jorge Alvarez, 1969-. A pesar de cierta nostalgia por una conversión
retrospectiva, la crónica de Luna es excelente com o tal, y contiene testim o­
nios y alguna docum entación de gran importancia.
- i M u r e n a , H . A . , Notas sobre la crisis argentina, en Sur, Buenos Aires,
nu 248 de setiem bre-octubre de 1957, págs. 1 a 16.
41 1
Pero esos fantasmas levantaban “nubes de polvo”. Los argentinos
volverían a estar en una extraña disponibilidad.
El cuadro social del 45 no mostraba una sociedad fija, sino g® movimiento
una sociedad en movimiento. La población de ese año era, por lo
pronto, mayor que la del 30 o la del Centenario, v se distri­
buía de otra forma en un extenso territorio. A partir del 30 la
inmigración externa había cesado de desempeñar un papel decisivo
en la formación de la Argentina. Su lugar fue ocupado por las
migraciones internas!22 Hasta 1914, en efecto, el 36 % del aumento
de la población de la Argentina ocurrió por los extranjeros. En
cambio, entre 1914 y 1947 los extranjeros proporcionaron apenas
el 0,6 % v entre este año v el 60, el 3,1 %. Como la inmigración
extranjera, la migración interna fue a parar a las ciudades, pero a
diferencia de aquélla no se ubicó en los estratos medios sino en los
inferiores “empujando” a los nacidos en la ciudad hacia las posi­
ciones medias. Germani añade al proceso el impulso a la industria­
lización: “desde 1943 en adelante, la contribución de la agricultura
V ganadería al producto bruto resulta inferior a la de la industria".
Pero la movilidad social —en el sentido que los sociólogos la en­
tienden, como un proceso por el cual los individuos pasan de una
posición a otra en la sociedad, posiciones a las que se adjudican por
consenso general valores jerárquicos específicos, según Lipset— era
cada vez mayor, especialmente en Buenos Aires v su zona inme­
diata. Esa movilidad parece haber sido todavía mayor desde los
niveles populares hacia los medios v altos cuando Germani publicó
sus investigaciones de 1960 y 1961 en Buenos Aires.
Simultáneamente, el proceso de urbanización iba en ascenso
constante. El área metropolitana de Buenos Aires, que era ocupada
por cerca de 800.000 habitantes en 1895 —de los cuales la mitad
eran inmigrantes extranjeros v ocho de cada cien migrantes del
interior—, tenía en 1947 casi 4.720.000 habitantes, de los cuales
sólo el 26 % eran extranjeros inmigrantes v el 29 °/< gente de
nuestro 'interior. Antes, llegaba un promedio anual de ocho mil

22 G erm ani , Gino, “La movilidad social en la A rgentina", apéndice de


la obra de Sym our M. Dipset y R. Bendix, M ovilidad social en la sociedad
industrial. Buenos Aires, Eudeba, 1963, pág. 329. Del mismo autor, ver tam ­
bién Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional
a la sociedad de masas. Buenos Aires, Paidós, 1962, donde se trata el fenómeno
peronista. Tam bién, sobre la cultura de masas en la A rgentina, José Enrique
Miguens. “Un análisis del fenóm eno”, en Argentina 1930-1960, Sur. pági­
nas 329 a 35?.
412
personas del interior al área metropolitana bonaerense. En 1936
ese promedio había ascendido a 83.000 y en 1947 pasaba las 90.000.
Era un éxodo en masa de las provincias a la zona inmediata a
Buénos Aires. La inmigración extranjera había impuesto un es­
fuerzo de “reajuste social” ; como escribió poco después Raúl
Scalabrini Ortiz —El hombre que está solo y espera— la ciudad
se cerró sobre sí misma para asimilar todo lo extraño que se le
había venido encima, y se produjo el declive de la llamada “clase
alta” como grupo social que sirviese de “modelo” a los otros y su
paulatino eclipse en el liderazgo social y cultural. La migración
interna, asociada al proceso de urbanización y de industrialización,
preparó los elementos de una cultura y una sociedad de masas que
tenía vigencia, sobre todo, alrededor de las grandes ciudades y
especialmente de Buenos Aires. En 1914, la industria ocupaba a
380.000 personas. En 1944, a más de 1.000.000. En 1914 el 11 %
de la población activa trabajaba en la industria y el 27 % en el
agro. En 1944, aquéllas significaban el 48,5 % v ¡as ocupadas por
el agro el 17,7 %.
Exactos o aproximados, los datos estadísticos y los estudios
sociales traducen lo que sólo algunos advertían hacia el 45: la
ciudad vivía “su” vida. En torno de ella se aglutinaban miles de
personas de extracción social heterogénea, “con un mínimo de
participación e interacción social y política y un máximo de ano­
nimato”. La sociedad argentina estaba, pues, en movimiento. Los
sectores populares habían aumentado hasta adquirir dimensiones
potencialmente formidables. Los sectores medios, resultado de un
proceso de ascenso social todavía reciente, se habían integrado
según es fama a través del radicalismo. La “clase alta” había deser­
tado del liderazgo político, social y cultural hasta el punto que “al
reanudarse la vida comicial en 1946 —señala Miguens— la tenemos
representada con el 2,70 % de electos con dos miembros en la
Cámara de Diputados y con 0 % en la Cámara de Senadores..
Entre “los que mandan”23 hacia 1945 apenas se perciben los los que mandan
datos nuevos de la situación. Era la época en que tocaba a su fin
28 La expresión es usada por José Luis de Imaz para una investigación
“pionera” de los grupos dirigentes de la Argentina, teniendo en cuenta las
f>osiciones institucionalizadas, dependientes de los rangos a que han llegado
as personas con prescindencia ae sus calidades personales. La investigación
cubre el período 1936-1961, y a ella nos remitimos por considerar indispen­
sable su lectura para una m ejor inform ación sobre el proceso. Apenas aludi­
remos a algunas de sus com probaciones. Los que mandan fue publicado en su
primera edición por F.udeba en Buenos Aires, 1964.

4 13
d predominio de un elenco dirigente. El primero de tres elencos
que registra Imaz a lo largo de 25 años v que gobernaría hasta 1943:
Se trataba de un grupo restricto, en el que el origen,
las relaciones de tipo personal, la situación de familia v los
clubes de pertenencia, operaban como criterios selectivos
(...) El grupo que gobernó entre 1936 v 1943 no tenía
problemas de cooptación. . . En todo Caso las opciones se
daban entre un número limitado de pares. Sobre doce titu­
lares del poder en 1936, ocho eran socios del Círculo de
Armas (Julio A. Roca, Carlos Saavedra Lamas, Roberto
¡VI. Ortiz, Basilio Pertiné, Eleazar Yridela, Miguel Ángel
Cárcano, /Manuel \lvirado, Martín Noel). Como criterio
supletorio el grupo aplicaba criterios de “reconocimiento”
(entre los cuales el primero era) la habilidad en los nego­
cios o la capacidad jurídica (Miguel J. Culacciati) ...
o el éxito electoral, como en el caso de Fresco. Pero la Presidencia
estaba reservada no sólo a los grandes políticos, sino a los políticos
que perteneciesen al más alto estrato social. Clase dirigente con
gran cohesión interna, fue reemplazada por un segundo elenco que
Imaz sitúa entre el 43 v el 55. Fn él se revertirían los términos v se
modificarían los “criterios de legitimidad”.
La nueva clase política que se instala tras el triunfo
electoral peronista no reconoce valores adscriptos, v el
régimen de lealtades que instaura nada tiene que ver con
el preexistente... Los nuevos dirigentes peronistas de
1946 constituyen un grupo de “accesión" muv alto, abier­
to, extenso, basado en un reclutamiento amplio como hasta
entonces no se había conocido. En 1946, todavía el valor
para el ascenso era el exclusivo éxito personal. Pero este
éxito previamente debía haberse producido en alguno de
los cuatro compartimientos básicos, sobre los que se estruc­
turaría el peronismo: la plutocracia, la actividad gremial
y la política social, el comité v las fuerzas arm adas.. ,-M
La plutocracia era un canal de ascenso relativamente nuevo,
pero la novedad que introdujo el peronismo fue que el grupo era
industrial, y no exportador o importador. El ascenso al poder por
la carrera sindical era un fenómeno hasta entonces inédito, v el
comité, base habitual de dirigentes marginales del radicalismo v de
-4 Imaz, José L. de, ob. cit., págs. 11 a 15. El tercer elenco, desde 1956.
com binaría al principio a militares y empresarios, lo que tuvo vigencia espe­
cialmente hasta 1958. b'.n el 61 reaparecen los "políticos de partido’.', que se
afirman luego del 6Í v desaparecen, casi, luego del 66. para retornar paulati­
namente cuatro años después.
4 14
partidos menores. I.os oficiales retirados de las fuerzas armadas, si
bien no constituían una fuente de reclutamiento nueva, serían en-
i unces muchos más que en experiencias anteriores y sus dos repre­
sentantes principales —el nuevo Presidente y el gobernador de
liuenos Aires— no habían culminado profesionalmente su carrera
militar. Esto también resultaría una novedad. Al principio, el siste­
ma de lealtades era difuso, salvo para los militares v quizás los
i>iemialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por la lealtad
i lina pareja gobernante.
Pero en el 45, ese proceso apenas manifiesto en la sociedad Algunos sucesos
argentina, se expresaría abruptamente en la arena política. En la
( lasa Rosada la situación era confusa. Habían ocurrido manifes­
taciones de inequívoco fervor pro-Aliado a raíz de la liberación
de París, v se temían disturbios contra el gobierno a propósito de
la inminente caída de Berlín. Universitarios, partidos políticos,
miembros de lo que Alejandro Korn llamaba “la resistencia civil”,
gente representativa de la llamada “clase alta” pero también mu­
chos otros ciudadanos de los sectores medios organizaron, convo­
caron o concurrieron espontáneamente a demostraciones antigu­
bernamentales acompañando entusiastamente el curso de la gue­
rra, que nutridos sectores sabían desagradable para los gober­
nantes de la “dictadura militar”. En abril del 45 la “resistencia
civil” era manifiesta en el centro de Buenos Aires, alentada por
la rectificación de la política internacional que situaba a los gober­
nantes en una situación por lo menos equívoca. La oposición había
elegido dos blancos: el presidente Farrell —contra el que se dirigió
buena parte de la artillería del humorismo político— v el coronel
Perón, cuva peligrosidad era cierta tanto para la oposición política
como para los sectores militares hostiles a su acción. Perón, que
según una expresión atribuida por testigos entrevistados por Luna,
era para el nacionalista A rturo Jauretche “el tipo ideal para que
vo lo maneje”, procuró distraer a sus opositores —presumiblemen­
te— produciendo en ese mes de abril una declaración en la que
aseguraba no aspirar a la Presidencia. La sensación de los obser­
vadores v testigos era que a esa altura del proceso, pese a su poder,
parecía hallarse a la defensiva frente a una oposición que crecía
dentro v fuera del ejército. Cuando la situación del coronel Perón
era más crítica, aunque aún no le había sucedido lo peor en esta Braden en escena
parte del proceso, fue nombrado Spruille Braden embajador de los
Fstados Unidos en la Argentina. El nuevo embajador vino a la
Argentina con una predisposición ideológica v política militante.
Argentina peronista.

El “ empate social” : la Argentina peronista [m anifestación de un 17 de octubre]


y la Argentina antiperonista [m itin realizado por la Unión Dem ocrática, frente
al Congreso, el 8 de diciem bre de 1945). Dos países, con una profunda división
política que llegó a herir a la sociedad argentina, y otra vez la polarización
centrífuga.

más bien que diplomática. De inmediato se dedicó a una franca


manifestación de sus opiniones políticas, participó de cuanta re­
unión le brindaba una oportunidad de expresar su repudio a la
línea nacionalista, que identificaba con Perón, v se puso a la cabeza
de una ofensiva destinada a derrocar al gobierno de facto. La
ofensiva coincidió con el aparente renacimiento radica! —partido
que, sin embargo, no había superado una profunda crisis interna—
y con el reintegro de los conservadores a la acción política a- través
de figuras como Antonio Santamarina y, sobre todo, tan signifi­
cativas como Barceló. La acción de Braden, que entonces concitó
el aplauso de mucha gente de la oposición, era desde el punto de
vista diplomático una forma de intervención abierta en los pro­
blemas internos argentinos, y desde el punto de vista político —se­
gún se ve ahora más claro, si cabe— de una torpeza no superada.
Argentina antiperonista.

Hacia mediados de año, varios factores concurrían para hacer


más densa la atmósfera conspiracional. El militar no era el me­
nos importante, máxime cuando jefes que habían apoyado o habían
recibido apoyo de Perón desde sus posiciones en el gobierno,
cambiaron su actitud hacia aquél a raíz de una serie de experiencias
individuales y de la influencia del clima opositor de otros sectores
de la sociedad. Uno de esos hombres, significativos en el proceso
del 43 al 45, era el comandante de Campo de Mayo, general Eduardo
Ávalos. Varios hechos fueron erosionando lealtades aparentemente
inconmovibles.2’1
En julio, y a propósito de la comida de camaradería de las
fuerzas armadas, el presidente Farrell anunció la convocatoria a
elecciones nacionales antes de terminar el año:
28 El relato de los diversos aspectos de la creciente oposición antiguber­
namental y de la erosión de la posición poderosa de Perón, así como detalles
de lo acontecido en los partidos, puede leerse en Félix Luna, El 45, esp.
pág. 37 a 202. Tam bién Potash, ob. cit., págs. 259 a 267. A lejandro K orn,
La resistencia civil, M ontevideo, 1945. A lberto Ciria, ob. cit., esp. págs. 113
a 125, etc.
4 17
He de hacer todo cuanto este a mi alcance para asegu­
rar elecciones completamente libres v que ocupe la pri­
mera magistratura el que el pueblo elija . . .
El asedio de los sectores militares sobre las posiciones de
Perón fue abonado por la vinculación de éste con Alaria Eva
Duarte, al punto que se demandó que terminara sus relaciones con
ella, por cuanto “afectaban el código de honor militar”. Pero el
hecho inicial de una secuencia que terminaría desalojando a Perón
del gobierno, fue una petición del jefe de la Marina v de nueve
almirantes, luego de una reunión en el ministerio del arma del 28
de julio; demandaba básicamente tres cosas: que las elecciones
fueran convocadas inmediatamente, que ningún miembro del go­
bierno hiciera o condujera propaganda política a su propio bene­
ficio, y que las facilidades o recursos oficiales no fueran puestos
a disposición de ningún candidato. Al día siguiente, Farrell convocó
a una reunión de almirantes v generales para discutir la situación
política, y de la misma resultó un documento —publicado en The
Times v en La Vanguardia con acuerdo en sus términos— por el
cual 11 almirantes v 29 generales no tomaban posición a favor
o en contra de ningún candidato, pero requerían la reorganización
del gabinete v el alejamiento voluntario de los que intentaban ser
candidatos “o de quienes las circunstancias indicaban que era un
candidato”.-'1 La postura era én términos generales clara, v suponía
además, que Perón debía renunciar. El documento, sin embargo,
no tuvo consecuencias inmediatas. Antes bien. Perón recomendó
para el ministerio del Interior —que desde hacía un año atendía
Teisaire— a un viejo radical vrigovenista del interior, Hortensio
Quijano, que se había aliado a él. Semanas más tarde, otro cola­
borador radical de Perón, Armando Antille, ocupaba la cartera de
Hacienda v a fines de agosto otro de sus amigos radicales, entonces
conocido como pro-aliado, el doctor Juan Cooke, ocupaba el mi­
nisterio de Relaciones Exteriores. No sólo el documento parecía
caer en el vacío, sino que la influencia de Perón no mermaba v
obligaba al partido Radical a echar a los tres políticos que habían
violado el acuerdo —o la decisión partidaria— de no colaborar con
el régimen. La U. C. R., según Luna, bajo el control del “unio-
nismo”, una de sus fracciones, v con un Sabattini que procuraba
que los acontecimientos fueran hacia él, resistía los “propósitos
V er dichos periódicos del 6 y 7 de agosto de 1945 v eonfr. Potash,
ob. cit., páps. 262 y 26?
418
seductores” de Perón, quien por entonces había enviado emisarios
i distintos dirigentes, comenzando por el mismo Sabattini, que se
resumían en la oferta a la U. C. R. de todos los cargos públicos,
menos la Presidencia. Sabattini era el símbolo de la “intransigen­
cia”; los unionistas, de la táctica del “acuerdo”, pero ninguna de
esas líneas pasaba entonces por el coronel Perón. Éste tenía cada
vez menos margen político para operar, aun con los recursos a
los que tenía acceso. La oposición, pese al fracaso de las pre­
siones para provocar la renuncia de Perón, reunió sus fuerzas:
demandó la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justi­
cia, unificó la dirección en una Junta de Coordinación Demo­
crática, y mostró la concurrencia extraña y ocasional de fuerzas
aparentemente tan disímiles como los conservadores, los radica­
les, los socialistas y los comunistas, los universitarios v los repre­
sentantes del poder económico. En la Iglesia habían surgido oposi­
tores al “clericalismo nacionalista” v había apoyos en el ejército
V la marina. Todas las energías de la oposición se manifestaron
en un acto denominado “Marcha de la Constitución v la Libertad”, La división social
que ocurrió en los primeros días de setiembre v congregó, entre
plaza del Congreso v plaza Francia, una multitud que los pesi­
mistas calculaban en 65.000 personas —cifra del informe policial—
y los optimistas en 500.000. Como bien dice Luna, el 9 de setiem­
bre se había congregado de todos modos una multitud que oscilaría
entre ambos “topes”. La situación en las fuerzas armadas era tensa,
pero los objetivos no coincidían sino en la renuncia de Perón. En
cuanto a entregar el gobierno a la Corte, los militares se mostraban
remisos. Entre los factores que jugaban en contra de la demanda
de la oposición dentro del ambiente militar, quizás el más impor­
tante, fue un sentimiento de defensa corporativa frente al antimili­
tarismo difundido entre los opositores y manifestado en episodios
muy agresivos. La verdad parece ser, pues, que los militares coin­
cidían en ver como una humillación que el desenlace del proceso
no fuera conducido por ellos, así como lo habían comenzado.
Hubo algunas tentativas de golpe de Estado, como la encabezada
por el ex presidente Rawson, pero no tuvieron eco en las fuerzas
armadas. Perón creyó que debía ampliar su margen de maniobra,
actuando en el campo sindical y reprimiendo a la oposición. El
estado de sitio reapareció el 26 de setiembre, pero la oposición
aumentó, sobre todo en las universidades, que fueron provisional­
mente clausuradas. La tensión crecía, y los protagonistas corrían
el riesgo de fallar en los cálculos de sus respectivas fuerzas. Perón
419
sorteó por casualidad un atentado que se había preparado en la
Escuela Superior de Guerra. Se estaba llegando al clímax. Cuando
comenzaba octubre, Perón no había percibido aún las dimensiones
de la oposición militar a su persona en lugares tan decisivos como
Campo de Mayo. Su hombre de confianza en el ministerio' de
Guerra, Franklin Lucero, le habría insinuado la remoción de Áva-
los como comandante de aquella importante guarnición. La desig­
nación de un funcionario llamado Nicolini, amigo de María Eva
Duarte, como Director de Correos v Comunicaciones, levantó una
tempestad en el ambiente militar. A esa altura de los sucesos, las
fuerzas armadas no eran ya una corporación unida, sino una “so­
ciedad deliberativa”.
Los protagonistas trataban de evitar, como era ya una constan­
te, que los conflictos llegaran a enfrentamientos armados. Luego
de episodios singulares el Presidente, acompañado por el ministro
del Interior y el general Pistarini —partidarios de Perón— v otros
altos jefes militares, concurrió el 9 de octubre a Campo de Mayo,
accediendo a una invitación del general Ávalos. La reunión culminó
con la misión de que mientras el Presidente permanecía en Campo
de Mayo, demandaran la renuncia de Perón. El desenlace estaba 9 de octubre:
próximo, pero así como el coronel, ministro, secretario de trabajo renuncia de Perón

v vicepresidente había calculado mal la capacidad de sus opositores


internos, éstos —especialmente Ávalos— calcularon mal los recursos
de aquél. El 9 de octubre, la noticia de la renuncia de Perón sacu­
dió al país. Abandonaba todos sus cargos en el gobierno, pero no
lo hacía silenciosamente. Sus adversarios, con el consentimiento de
Farrell, le permitieron despedirse no sólo con un mensaje a traba-
bajadores reunidos en torno de la Secretaría de Trabajo, sino al
pueblo de la nación, a través de la cadena de radios. Lo más signi­
ficativo fue recordar a los beneficiarios las medidas sociales que
en adelante tendrían que defender, v que a él debían.
Los sucesos posteriores pueden interpretarse como una nueva El 17 de octubre
V última fase hasta las elecciones presidenciales. El 12 de octubre, y un protagonista
desconocido
el gabinete que tenía una orientación favorable a Perón es remo­
vido. Ingresarán Ávalos y Vernengo Lima. Según parece los radi­
cales intransigentes negociaban una fórmula electoral: Sabattini-
Ávalos. Mientras tanto. Perón era detenido v enviado a Martín
García. El 13 de octubre escribe una carta a su amigo, el coronel
Mercante, v al día siguiente otra a María Eva Duarte, singular y
decisiva para ponderar el estado de ánimo del futuro líder político
a pocas horas de una jornada especialísima. Aunque incomunicado.
420
el detenido se las compuso para hacer llegar dos mensajes que, sin
embargo, lo mostraban políticamente acabado. La carta a “Evita
Duarte” traduce su cariño por ella, le hace saber que ha escrito
a Farrell “pidiéndole que acelere el retiro” :
. . . en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier
parte a vivir tranq uilos... T e ruego le digas a Mercante
que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo v
nos vamos al Chubut los d o s. . . Tesoro mío, tené calma
y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra.
Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia
y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir
un libro sobre esto . . . El mal de este tiempo v especial­
mente de este país son los brutos v tú sabes que es peor
un bruto que un malo .. ,27
El hombre que pocas horas antes tenía en sus manos casi todos
los recursos del poder, quería alejarse del teatro de los sucesos, y
escribir historia. . . Mientras tanto, la situación demostraba ser
favorable a los nuevos protagonistas, pero éstos parecían no
saber cómo dominarla. El arresto de Perón no había salvado la
debilidad política del gobierno. Éste se vio asediado por demos­
traciones antimilitares el mismo 12 de octubre. Pero los asesores
políticos, vista la cuestión retrospectivamente, no apreciaron ade­
cuadamente la gravedad de la situación ni los peligros que entra­
ñaba para la oposición. Por lo pronto, una prestigiosa y vieja
figura surgió para formar un gabinete: el doctor Juan Álvarez,
procurador general de la Nación. Éste no sólo habría de demostrar
ingenuidad política para los tiempos que se vivían, sino que mien­
tras conversaba con sus candidatos, redactaba condiciones y pade­
cía la obstrucción de quienes insistían en entregar el gobierno a la
Corte. Arribó a la Casa Rosada con nombres y “curricula” en la
noche del 17 de o c tu b re ...
Pero la noche del 17 de octubre y la plaza de Mayo servían
de contexto a una enorme multitud. Se había formado lentamente
desde el mediodía, con grupos que venían del “otro lado” del
Riachuelo. Perón, que a la sazón estaba en el Hospital Militar,
era reclamado por este nuevo protagonista que hizo su aparición
en la escena casi espontáneamente, imponiéndose a los que dirigían
entre bambalinas o desde sus despachos. Sólo algunos percibieron
el significado potencial de ese acto político. Por supuesto, ni Ál-
27 Los im portantes docum entos son publicados por Félix Luna, E l 45,
en fotografías entre págs. 320 y 321, en ocho páginas (los subrayados son
nuestros).
421
varez ni Ávalos. Apenas Eva Duarte v Farrell, quizá mucho más
Mercante. Por lo pronto, el propio Perón debió ser convencido
por sus aliados, especialmente por el último, para que concurriera
a hablar a la multitud. Fue a las once de la noche, frente a un es­
pectáculo insólito, en que sectores populares sin líderes revelaron
a Perón sus aptitudes carismáticas. Incluso Ávalos renunció a usar
la fuerza contra esa multitud —hecho que, algunos creen, hubiera
cambiado transitoriamente o por mucho tiempo el curso da los
sucesos—, y cuando ese día terminó, se marchó a su casa. Las cró­
nicas de los diarios opositores no revelan o no quieren advertir
sobre la importancia política del 17 de octubre. Pero The Tim es,
de Londres, acertaría una vez más con el título exacto: Ftill pou'er
to Peróv ( “Todo el poder a Perón” ).

Del "movimiento"
al "régim en"

A fines de 1945, la convención nacional de la U. C. R. se


reunió para definir el programa de gobierno que expondrían sus
candidatos v elegir a los hombres que debían integrar la fórmula
del partido. Esa fórmula sería apoyada por la Unión Democrática,
formada por los radicales, los socialistas, los comunistas v los
demócratas progresistas. Los conservadores no la integraron for­
malmente.
El domingo 30 de diciembre el partido Radical adoptaba la
plataforma de 1937, con algunas modificaciones, y 130 convencio­
nales elegían al antipersonalista José P. Tamborini candidato a la
Presidencia, mientras 126 optaban por Enrique M. Mosca *para la Tamborini-Mosca
u.c. r.;
vicepresidencia. Lipidio González, Ovhanarte, Mihura, Güemes
. . . r , r 1

v Palero Infante contaron con un voto cada uno. El candidato


radical formuló muy pronto una frase de combate: “Serc, antes
que nada, el presidente de la Constitución Nacional”. La mayor
parte del periodismo prestó su apoyo a los candidatos radicales v
los titulares de los diarios, grandes v pequeños, restaban importan­
cia a la candidatura del coronel Perón: en parte, o en casos precisos,
porque con eso exponían una posición v se inclinaban por una de
las fuerzas políticas en pugna que representaba mejor sus intereses
/ valores. Y en parte también porque así percibían la situación. Esa
¡ingular manera de percibir selectivamente los sucesos nacionales
: internacionales, aun sin necesidad de la prédica periodística, ex-
*2 2
plica la magnitud de la sorpresa que los comicios de febrero pro­
ducirían, conocidos los resultados, en la opinión pública, sobre todo
la de la capital federal.
El domingo 10 de febrero. Noticias Gráficas respondía a las
preocupaciones dominantes de los porteños abriendo su edición
con grandes titulares que daban cuenta de la multitud que asistía
en el estadio de River Píate al partido de fútbol entre los selec­
cionados de la Argentina y el Brasil. En la página tercera anun­
ciaba “el fin de Franco” y en la última explicaba por qué las
disensiones internas hacían “imposible el triunfo del continuismo”,
es decir, del coronel Perón. Una pequeña fotografía de éste era
precedida por un titular que decía: “Un ligero análisis permite
apreciar que no tiene la más remota probabilidad” ...
Las elecciones generales del 24 de febrero de 1946 se realiza­
ron de acuerdo con las disposiciones de la lev Sáenz Peña y con la
vigilancia de las fuerzas armadas. La fórmula Perón-Quijano obtu­
vo 1.478.372 votos v los candidatos de la Unión Democrática
1.211.666. Cuando se reunió el Colegio Electoral, Perón contaba
con 304 electores v su adversario con 72. Asimismo, la diferencia
relativamente estrecha en los sufragios se tradujo de manera muy
distinta en los asientos legislativos: las fuerzas peronistas comen­
zaron a gobernar con 106 diputados v la oposición con sólo 49.
La mayoría que respaldaba al nuevo Presidente era suficiente para
responder y apoyar a sus designios políticos. Ante la sorpresa de
una oposición que había calculado mal la fuerza potencial del
nuevo movimiento y de un periodismo que no analizó con obje­
tividad ni, en el mejor de los supuestos, con penetración la infor­
mación disponible, el oficialismo había ganado el distrito federal de
Buenos Aires, la provincia bonaerense, Catamarca, Córdoba, Entre
Ríos, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis, Santa
Fe, Santiago del Estero y Tucum án.28 Había logrado, pues, los prin­
cipales “centros de poder” político v económico del litoral, del
-N C an tó n , D arío, Materiales para et estudio de la Sociología Política
en la Argentina, tom o i, pág. 64. En el cotejo para electores de presidente y
vice y diputados nacionales en 1946 participaron: Alianza Libertadora N a­
cionalista, U nión Cívica Radical, partido Dem ócrata Nacional, partido So­
cialista, U nión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), partido Laborista,
partido Comunista y partido Independiente. Las cifras por Departam ento
pueden verse con detalle en el Utilísimo aporte de Cantón, tom o ii, págs. 155
a 174.
423
centro, del norte y de Cuyo. Una línea de gobernaciones decisivas
que partía de Buenos Aires y terminaba en Jujuy permitía visua­
lizar la fuerza potencial del movimiento peronista en orden al
régimen político futuro.
A partir del triunfo, el nuevo oficialismo viose enfrentado
ante el problema de hallar una fórmula para la organización política
de lo que hasta entonces constituía una suma de fuerzas reunidas
en torno de la figura del Presidente, pero atravesadas por disen­
siones internas, doctrinarias y personales. Esas fuerzas habían sido
representadas en los comicios por la Alianza Libertadora Nacio­
nalista, la Unión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), el partido
Laborista y conservadores disidentes que se organizaron en el
pequeño partido Independiente. La oposición, que había votado
a los candidados de la U. C. R., había reunido a los viejos partidos
—el partido Socialista, el partido Comunista y el partido Demó­
crata Progresista—, mientras el grueso del conservadorismo no
presentó candidato propio pero tampoco adhirió formalmente a
la Unión Democrática. Sin embargo, la oposición tenía una estruc­
tura nacional de apoyo en el tradicional partido Radical, mientras
el oficialismo debía establecerla para asegurar la explotación polí­
tica de su victoria electoral. Según algunos de los protagonistas,
la mayoría de los seguidores del Presidente vieron claro que era
preciso unificar las fuerzas v los sectores en una sola fuerza política
con una denominación común. Los ex radicales y los sindicalistas
organizados en el laborismo representaban a los sectores más defi­
nidos y de más difícil conciliación, como había quedado en evi­
dencia a raíz de los desacuerdos previos a los comicios del 46. En
las provincias hubo escaramuzas —en algunos casos graves— en
torno de los candidatos v en casi todos lados la gente de los sindi­
catos parecía tener poco en común con la gente de los partidos,
según la manera en que unos v otros se diferenciaban. Luego de
la victoria, las tensiones se hicieron más evidentes porque traducían
la disputa por situaciones de poder que el triunfo electoral ponía
a disposición de la fracción que impusiese sus candidatos internos.
El partido Laborista se mostraba intransigente, especialmente a
través de su líder Cipriano Reyes, y se oponía a la unificación. El
Presidente se esforzó en lograr posponer la crisis, mientras
circulaban designaciones para la estructura política futura: partido
Radical Laborista; partido Laborista Radical; Socialradicalismo;
Unión Cívica Justicialista; partido Republicano; partido Laboris­
424
ta . . Las denominaciones propuestas traducían las preocupacio­
nes dominantes y denunciaban conflictos internos. Cuando pro­
mediaba 1946, dos líneas se perfilaban dentro del movimiento
triunfante. Indicaban el tipo de reclutamiento político y social del
oficialismo v, a la vez, la presencia de dos fuerzas paralelas que
nunca dejarían de distinguirse aun en los tiempos en que la alianza
era un hecho: el “grupo obrero” y el “grupo político”.
A poco de comenzar las conversaciones para la unificación, se El partido Peronista
insinuó una suerte de política de las “paralelas”, patrocinada por el
grupo parlamentario obrero que se reunía en la Confederación
General del Trabajo y por el grupo político que componían radi­
cales vrigovenistas y sectores independientes que se reunían en
residencias de legisladores o en la del senador Alberto Teisaire.
La fórmula no era nueva en la política argentina —a fines del siglo,
la “política de las paralelas” precedió al segundo gobierno de Roca—
aunque fueran nuevos sus componentes, y parecía contar con el
apovo de Perón. Sin embargo, tanto la persistencia peligrosa de
fricciones, como la jefatura carismática del Presidente decidieron
la disolución formal de los grupos y la constitución de un movi­
miento “personalista”. En 1947 quedó fundado el partido Peronista.
La oposición descansaba en la estructura partidaria de la Unión
Cívica Radical. La minoría legislativa fue ocupada por sus repre­
sentantes v por dos conservadores —Reynaldo Pastor, de San Luis
V Justo Díaz Colodrero, de Corrientes—, Durante todo el período
peronista esa fuerza política v legislativa, con escasas modificacio­
nes en su constitución v en su relación con la mayoría, habría de
sostener la política antiperonista.
La victoria peronista fue, pues, completa, pero según le acon­
teciera a Yrigoyen en su primer período, no tan rotunda como el
dominio parlamentario sugiere. Fue, en cambio, una victoria psi­
cológica impresionante para esa época v un índice cierto de que,
desde entonces, el espectro político argentino sería modificado
profundamente por la aparición de una fuerza nueva v, en más
de un sentido, diferente. La Unión Democrática parecía haber
ganado las calles de las ciudades más importantes, contaba con el
poder empresario urbano y rural y con el poder cultural —los
estudiantes y los profesores universitarios fueron en su mayoría
opositores al candidato oficialista— y con la prédica de la prensa
-® B u s to s F ie r r o , Raúl, Desde Perón hasta Onganía. Buenos Aires, O c­
tubre, 1969, págs. 55, 62 y sgtes. El autor fue legislador peronista, hom bre
de confianza de Perón v activo dirigente cordobés.
4 25
con más difusión e influencia en la opinión pública. El peronismo
había ganado el interior, el proletariado rural, el cordón industrial,
las aspiraciones de participación de grandes sectores sociales mar­
ginados y gravitación suficiente en el ejército. Las giras de los can­
didatos, de haber sido seguidas por buenos observadores y por
analistas objetivos, habrían dado pautas interesantes para interpre­
tar un proceso político completamente distinto de los del pasado,
en el que importaba el “estilo” de un candidato que había hecho
de la demagogia una forma de comunicación popular. En el mo­
mento de contar los votos, luego de comicios limpios según afir­
maran todos los participantes y de un período preelectoral marcado
por recursos políticos que el candidato oficialista empleó desde
sus posiciones de poder en el gobierno revolucionario, la oposición
vio con estupor que su confianza había sido excesiva, y los triun­
fadores que la nueva fuerza era un hecho. Durante el año 1946
Perón se propuso reunir todos los recursos políticos dispersos,
organizar su movimiento, definir su programa de acción y ventilar
sus slogans rezumados por tres ideas-fuerza de indudable eficacia
proselitista y aptitud sintetizadora de los sentimientos populares:
justicia social, independencia económica y soberanía política. En
esas tres expresiones, el Presidente lograba reunir la esencia de la
prédica nacionalista, de postulados socialistas, de temas caros al
radicalismo yrigoyenista y de principios expuestos por el cato­
licismo social. Lá oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba
de las consecuencias de la derrota.
La época peronista fue un período singular caracterizado por ia "d ia rq u ta 1
la vigencia de un liderazgo bicéfalo —el de Juan Domingo Perón
y el de María Eva Duarte de Perón—; por el control de un
partido dominante —el partido Peronista—; por el papel prota-
gónico del Estado en la economía y en la política; por el énfasis en
los símbolos igualitarios en desmedro de la libertad política y cul­
tural y por los rasgos de una suerte de “dictadura de bienestar”.
Es posible que un intento de periodización de la época pero­
nista dé resultados diferentes según se adopte la perspectiva política
o la económica. Sin embargo, parece claro que el régimen peronista
tuvo una etapa ascendente que culminó en 1949; una etapa de
tensión que alcanzó el final del primer período presidencial en
1952, y una etapa de fatiga y crisis que comenzó luego de la reelec­
ción presidencial, se hizo visible a partir del receso económico en
ese año y patente durante el conflicto con la Iglesia católica en
1954. Dado que la personalización del poder llegó durante la época
426
peronista a un grado muv alto, no es fácil discernir si la fatiga ganó
al líder o al régimen, pues ambos se confundían. De hecho, cuando
líder v régimen llegan a confundirse, la fatiga de aquél arrastra
al régimen.
El año 1952 es, si se quiere, clave para determinar el fin de
una etapa de prosperidad económica, de estabilidad política v de
control del proceso por sus líderes. En ese año convergen tres
hechos que permiten señalar la frontera entre un período durante
el cual el Presidente controló con cierta holgura el proceso socio-
político v económico, y otro en el que se advierten signos de
desajuste y de agudización de los conflictos, pese a que la adhesión
popular no cedió.
Esos tres hechos simbólicos fueron: la reelección de Perón, el
fin de un período de fuerte expansión v distribucionismo econó­
mico y la muerte de Eva Perón.
Entre 1949 v 1952 habíanse agotado los efectos dinámicos de
una economía apoyada en buena medida en el contexto de la pos­
guerra, y en 1951 una grave sequía castigó el campo y el año
siguiente fue, por esa y otras causas, el peor año del ciclo para la
agricultura.
Al comenzar la década del 50, sin embargo, el régimen parecía
haber superado las consecuencias de la burocratización del “movi­
miento” peronista, proceso que introdujo rigideces en la relación
entre gobernantes v seguidores, que no existían en los años de ma­
yor movilización interna del peronismo.*" De todos modos, que­
daba aún la prueba de vencer la casi tradicional impaciencia de los
argentinos frente a gestiones presidenciales prolongadas. El segundo
período presidencial de Perón no llegaría a ios cuatro años. En
1955 cayó por una revolución militar. Desde entonces, ningún
Presidente —constitucional o “de facto”— llegó a cumplir cuatro
años en el sillón de Rrvadavia, como se usa decir.*'
:t(l F.n esta década se denuncian hechos que demuestran que la corrup­
ción había ganado al régimen a través de fieuras muv cercanas a Perón, como
la extraña carrera de Jorge Antonio en el mundo financiero y —el 9 de abril
de 1953— la no menos extraña m uerte —¿suicidio?- de un herm ano de Eva
Perón, Juan Duarte, luego de un furibundo discurso de Perón prom etiendo
penar sin piedad a los culpables de traiciones y “negociados”.
:n Este volumen entró a im prenta poco después de la destitución del
presidente Onganía. Éste fue desplazado cuando faltaban veinte días para
que se cumpliese el térm ino de los cuatro años. M uchos piensan que la
“picazón del cuarto año” entre los argentinos indicaría que el térm ino cons­
titucional adecuado para los Presidentes sería el de 4 años y no el de 6 años,
com o establece la Constitución del 53.
427
En las elecciones nacionales de 1951, como en 1928 ocurrió
a Hipólito Yrigoyen, el peronismo se mostró como un movimiento
popular potente y aparentemente invencible. Si en 1946 apenas
había sacado una ventaja de trescientos mil votos, en 1951 dobló
los sufragios de la oposición. Perón-Quijano obtuvieron casi
4.700.000 votos contra 2.300.000 de Balbín-Frondizi, la fórmula
de la U. C. R. Esta vez, millones de votos, de hombres y mujeres,
respaldaban la política peronista y sancionaban el reconocimiento
de una etapa de prosperidad popular y de sensación de una política
participativa. Sin embargo, el peronismo vivía, en su mejor mo­
mento, el comienzo de su relativa declinación. Para entender el
proceso que señala, según la tesis de este libro, él fin de la Argen­
tina moderna, es preciso describir algunos rasgos relevantes: las
características del liderazgo de Perón; los apoyos del régimen y la
actitud de la oposición, y ciertos hechos y políticas significativas.
“Por sobre todas las cosas. Perón era un realista en política, ei líder
Esto se ha dicho muchas veces, pero pocas se ha advertido todo
lo que significa decir que Perón era realista en política. Perón
sentía físicamente la realidad política, y subordinó siempre todos
sus actos, aun los aparentemente más insignificantes, a los fines de
su política que era, por cierto, en primer término, conservarse en
el poder. En el período de su ascenso nunca sacrificó nada al logro
de este objetivo. Las actitudes y, muchas veces, los discursos de
Perón que pudieron parecer impolíticos a mucha gente, eran siem­
pre eminentemente políticos con respecto al auditorio al que eran
verdaderamente dirigidos.” 82
N o era sólo un realista, como señala Bonifacio del Carril y en
todo caso un empírico, sino también un oportunista, siguiendo la
clasificación orientadora de Duroselle que hemos empleado antes.88
En política, le parecía absurdo lo que no cambiaba —lema del opor­
tunismo— y era mucho menos obstinado de lo que parecía. “Rompo,
pero no cedo” era la divisa de un Lamennais, obstinado luchador,
imitada por Alem y por Yrigoyen. N o era la divisa de Perón, un
ciclotímico habilísimo que sólo luchaba cuando era obligado por la
intransigencia del adversario. Sólo en el ocaso de su régimen
abandonó el realismo, cedió a la soberbia de su poder, y claudicó
en su capacidad negociadora. Ocurrió entonces el conflicto con la
Iglesia y el principio de su caída. Pero en su mejor momento como
32 C arril , Bonifacio del, Crónica interna de la Revolución Libertadora.
Ed. Emecé, Buenos Aires, 1959, pág. 28.
88 V er capítulo 28, pág. 159.
42R
gobernante v en su gestión como líder exiliado, el realismo, el
sentido de la oportunidad y aun el cinismo como apelación a la
“razón de Estado” fueron sus características dominantes. Fue
además un imaginativo, lo contrario del rígido a quien le em­
baraza lo imprevisto. Si la personalidad del hombre de Estado es,
como se ha dicho ya, un elemento imprescindible para apreciar
una época y una política,* la personalidad de Perón es un dato
indispensable para entender sus éxitos y sus fracasos. En esa perso­
nalidad, sus seguidores y muchos de sus adversarios añaden esa
cualidad, tan difícil de aprehender para el teórico político, que
W eber llamó el “carisma”. Tal vez la descubrió el 17 de octubre
de 1945, así como en esa ocasión decisiva los sectores populares
reconocieron una forma de comunicación directa que los adver­
sarios calificaron como demagogia y los fieles como un don para
la comunicación política. Desde el punto de vista técnico, pues.
Perón fue una expresión mayor de capacidad política. Tenía ideas ei m ito dei je fe
claras para la explotación política de la coyuntura, formas de
expresarse que transmitían convicción y fuerza a las masas, intui­
ción para captar la oportunidad de lo que se sentía necesario. Un
juicio desapasionado de su personalidad es indispensable al histo­
riador y al analista de nuestro tiempo para entender el fenómeno
peronista. Porque a esas virtudes técnicas de la política, Perón
unía el egocentrismo habitual en los caudillos, y el paternalismo
que suele habitar en los personajes dominantes —y. por lo tanto
también dominados por la circunstancia— de nuestra historia.
Esa circunstancia es la Argentina como “sociedad de masas”,
y en ella un ingrediente sustancial fue el “mito del jefe”. Ese mito
no fue el resultado de una construcción cerebral. En la carrera
política de Perón se conjugaron otros factores, además de la cir­
cunstancia social: el ejército y Eva Perón. La carrera pública de
Perón empieza y termina con signo militar. Nace, por decirlo así,
con los sucesos del 30, según consta en sus escritos revelados por
Sarobe en sus “memorias”. Y declina cuando el ejército lo aban­
dona y sus adversarios militares triunfan en el 55. La presencia
de Eva Perón es, asimismo, un factor relevante. Mujer singular, es
una suerte de espontaneidad arbitraria que engendra adhesiones
irracionales y odios también irracionales. La Argentina era —y es Madre*6
desde entonces— sociedad de masas, caracterizada porque un gran
número de individuos reclaman participación en el gobierno de los
asuntos de la colectividad, porque esa participación —al principio
sentimental— procura hacerse más v más formal y consciente; por-
429
El liderazgo carism ático de Perón dio lugar a la incorporación p o lítica de los sectores popula­
res, pero tam bién a un c o n flicto social centrífugo que se trad u jo en antagonism os profundos.
Durante la vida de Eva Perón, una suerte de “ diarquía p o lític a ” efectiva dom inó el régimen.

que anuncia la necesidad de lugares de contacto, de discusión, de


negociación y no sólo de aquiescencia, allí donde todo o casi todo
era el resultado de acuerdos entre pequeñas minorías; porque, en
fin, la sociedad misma se hace más especializada y complicada, los
roles sociales se diferencian v las relaciones sociales aumentan.
Época culminante de la Argentina moderna, prólogo a la vez de
la Argentina contemporánea, es también escenario de la irrupción
de las masas en la vida política, con toda una fenomenología propia,
con sus rasgos de standardización, de individualización v desper­
sonalización correlativas, de clamor reivindicativo, de anonimato
V enajenación, de rebelión al fin. El siglo veinte presencia el adveni­
miento de las masas v de su papel político. La Argentina no es-una
excepción. El autoritarismo, la relevancia del igualitarismo, la ten­
dencia hacia la colectivización, el “mito del jefe”, no son sino
expresiones de un fenómeno singular todavía sin canalizar. Míticas
y místicas, las revoluciones del siglo veinte han servido para des­
pertar los secretos del inconsciente colectivo. En el “jefe”, sacado
de su seno, llevado al poder, la masa se halla a sí misma deificada,
v organiza su propia apoteosis. Fenómeno ambivalente, porque es
un fenómeno humano, en el que actúan hombres solicitados a la
vez por los impulsos del instinto, por las presiones sociológicas,
por los llamados del espíritu, por la toma de conciencia respecto
430
de situaciones injustas. “Calibán no está remachado para siempre
a la cadena de la subhumanidad, ni condenado a rodar de enaje­
nación en enajenación. El hombre cualquiera no está ligado para
siempre a una mediocridad sin esperanza . . decía alguna vez
Joseph Folliet.
El proceso político y social de la Argentina peronista está
inserto en ese proceso más amplio, de alcances universales. Pero
tuvo sus propias características v limitaciones, y aun sus singulari­
dades. Una de ellas, apenas explorada, es la concerniente al papel de
Eva Perón. Una investigación relativamente reciente llama la aten­
ción sobre el “mito de la Madre” que representó Eva Perón du­
rante la época en que compartió el poder con su esposo. Para una
multitud de hombres y, especialmente, de mujeres, ella cumplía el
rol de la “intercesora”, rompía las rigideces de la burocracia par­
tidista y oficialista, y —según una arriesgada pero sugestiva tesis—34
como fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia delibe­
rada o inconsciente del Marianismo . . . Al mismo tiempo, a través
de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón cumplía una
función de asistencia social no formal que afirmaba su carisma,
pero al propio tiempo superaba la incomunicación que la buro-
cratización del movimiento peronista iba creando en torno del
líder.
Llegó a constituirse, pues, una suerte de “diarquía" gober­
nante, en la que el papel de Eva Perón era decisivo para el dina­
mismo interno del régimen. De ahí que su muerte trastornase al
movimiento peronista v al hombre que, detrás del conductor de
34 D íaz de C o n c e p c ió n , Abigail, Eva. El m ito de la madre y el pero­
nismo. Publicado en el IXth Congress of the Interamerican Society of Psy-
cology, Miami, diciembre 17 al 25 de 1964. Díaz de Concepción es profesora
en la Universidad de Puerto Rico. Para la autora, fueron armas poderosas
de Eva Perón lo que en otros casos hubiesen sido elementos fortuitos: su
juventud, su belleza, su origen "plebeyo”, su tem peram ento fogoso, su afición
histriónica. Aun su nom bre —el de la primera madre de la raza humana— le
fue propicio ya que, como diría Jung, evocaba un poderoso arquetipo. V e­
hemente y audaz, atizadora constante del mito del líder, con una capacidad
política férrea y temible, y despiadada incluso con sus adversarios reales o
presuntos, despertó con su acción y presencia fanática fidelidad, y resen­
timientos sociales y políticos tan profundos como aquélla.
Respecto de las funciones mediadoras e informales, de la “espontánea
arbitrariedad” que atribuimos al com portam iento de Eva Perón en el régimen
peronista, conviene ver cierta analogía con lo que expresa Thom as M erton.
Teoría y estructura sociales, respecto del “caciquismo norteam ericano”, de­
nigrado y funcional a un tiem po, y aun la referencia de M erton —en nota 97,
pag. 84— a las tareas de asistencia a los desocupados de N ueva York que
realizaba entonces el secretario privado de F. D. Roosevelt, H arry Hopkins,
a las críticas que se le hicieron, y a los argum entos que usó para contestarlas.

431
masas, pareció perder desde enton ces el control de sus hum ores
V' de su equilibrio em ocional.
Antes de constituirse en lo que se llama un “partido de masas”, ei m o v im ie n t o

el peronismo fue un movimiento. Tenía una meta definida pero


ideológicamente difusa, y un programa suficientemente amplio
como para reclutar gentes de grupos ubicados en un espectro tam­
bién amplio en el sistema de estratificación social. Por eso buscó
elaborar una “doctrina” que quiso ser nacional, de modo de com­
prometer a una mayoría que sólo reconocía una forma de repre­
sentación simbólica: la que significaba Perón. Rodeaba a su diri­
gente de mística v exigía solidaridad, que debía manifestarse
periódicamente a través de una variedad de actividades e institucio­
nes: protestas, huelgas, manifestaciones de adhesión, organizaciones
especiales y las unidades “básicas”, similares a las “secciones” del
socialismo europeo en sus funciones electorales v de adoctrina­
miento. El movimiento peronista tardó mucho tiempo en consti­
tuirse en un partido político con bases amplias, en un partido polí­
tico de masa, pese a que fue declarado formalmente tal en 1947.
Quizá pueda sostenerse que el partido Peronista fue realmente tal
después de la caída de Perón, más bien que durante sus gobiernos,
v que ésta es la situación actual.
La constelación de poderes de la Argentina de la década del los apoyos

40 viose transtornada con lá articulación de intereses v con la acu­


mulación de recursos políticos buscadas por Perón. En primer
lugar, el poder militar fue subordinado al poder político del can­
didato triunfante en 1946. El 28 de julio de 1945, oficiales supe­
riores del ejército reunidos en el Salón de Invierno de la Presidencia
adoptaron una resolución redactada por el general Hum berto Sosa
Molina que definía la orientación política del gobierno revolucio­
nario pocos meses antes de las elecciones. El documento contenía
compromisos tendientes a continuar “las gestiones de acercamiento,
va iniciadas, con el partido mayoritario (el partido Radical) v, en
caso de no obtener resultado, promover la formación de un nuevo
partido que levante la bandera de la revolución” y a “continuar
fomentando el apoyo de las masas a los dirigentes de la revolución,
para que éstos puedan presionar sobre ellas, como caudal electoral".
Se eliminarían del gobierno a los hombres con tendencias políticas
opuestas a dichos objetivos v se favorecería la expresión libre v
democrática del pueblo “de manera que el presidente <que surja
sea la expresión de esa voluntad popular”, que los jefes militares
creían favorables a la revolución. Los objetivos señalados se vincu-
432
laban con “el éxito o fracaso de la revolución v su justificación
ante la historia.. .” 3S El documento era una demostración elo­
cuente del estado de ánimo de los militares. Reaccionaban contra
el “antimilitarismo” que advertían en los círculos sociales de Bue­
nos Aires, en los partidos políticos tradicionales y en los sectores
intelectuales. Los reunía una suerte de espíritu corporativo que
buscaba la satisfacción del triunfo o de la reparación a través de
una fuerza política que con el voto popular no enjuiciase a la
revolución sino que significase su continuación. Perón sería, pues,
“candidato del ejército” en la medida que cumpliese aquellos ob­
jetivos, y así procuró conducir el proceso ante sus camaradas,
neutralizando la oposición de la Marina y de sus adversarios dentro
del Ejército, según se viera en capítulos anteriores.
Sancionado el triunfo del peronismo en elecciones formalmente
libres, las fuerzas armadas adoptaron por largo tiempo la posición
apropiada al sistema constitucional argentino, como poder subor­
dinado que acepta la supremacía del poder político legalizado.
Subordinado el poder militar, la pieza maestra del régimen El " p o d e r s in d ic a l”

fue la Confederación General del Trabajo. En poco tiempo, la


organización laboral pasó de trescientos mil a casi tres millones de
obreros sindicados. Un tercio de los asientos parlamentarios per­
tenecía a la C. G. T. y por lo menos uno de los Ministerios, el
de Trabajo y Previsión, fue ocupado por un representante gre­
mial. La gestión política de Eva Perón se apoyó en el sindica­
lismo, con lo que éste pasó a constituirse en un factor de poder
paralelo al Ejército dentro de la estructura del régimen. También
este aspecto del proceso había comenzado antes de asumir Perón
la Presidencia. La “explosión social” que ocurrió a comienzos de
la década del 40, la operación política llevada a cabo desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión creada durante el gobierno
revolucionario, las disensiones en el movimiento obrero, por otra
parte hostigado por el estado de sitio y la persecución policial, la
expansión industrial, y la escasa sensibilidad de patrones y empre­
sarios frente a las demandas de mayor justicia social y económica,
fueron factores, convergentes que prestigiaron a Perón y a su
política desde la Secretaría de Trabajo y Previsión frente a los
sectores obreros. Al filo del 43, el movimiento obrero aparecía
desgarrado por luchas ideológicas que impedían su unidad y ener­
35 So sa M , J. E., entrevista grabada en A rchivo del Centro A r­
o l in a
gentino del I. L. A. R. I. Cit. por Carlos S. Fayt, en su interesante introducción
a La naturaleza del Peronismo, Buenos Aires. V iracocha. 1967, págs. 63 v 64.
4 33
vaban su acción militante. La U. G. T. en 1903 era socialista; la
F. O. R. A. en 1904, anarquista; la U. S. A. fue penetrada por el
comunismo en 1921; la C. O. A. era reformista en 1926; la C. G. T..
socialista en 1929. Sin embargo, el heterogéneo v7 reivindicativo
movimiento obrero había producido hacia 1943 dirigentes aguerri­
dos v fogueados. “Los sindicalistas que acompañaron a Perón
—Domenech, Borlenghi, Gav, Hernández, Valerga, Diskin, entre
otros— eran militantes sindicales de primera linea.” 3" Perón co­
menzó a trabajar en favor del sindicalismo desde la Secretaría de
Trabajo v Previsión. Sostuvo que era preciso “sustituir la lucha
de clases por la armonía, de modo que las imposiciones irrespon­
sables v las violencias arbitrarias se alejaran para siempre de la
vida de relación entre patrones v trabajadores", v se propuso
conciliar las aspiraciones reivindicativas de los obreros con las
expectativas de una reforma ordenada de los militares v los temo­
res de un “cataclismo social” de los empresarios, según dijo expre­
samente en un significativo discurso pronunciado en 1944 en la
Bolsa de Comercio de Buenos Aires.1' La incorporación del abo­
gado español y experto en derecho corporativo, José F. Figuerola,
v la del asesor letrado di los ferroviarios, Juan Atilio Bramuglia,
entre otros, brindó a Perón un grupo intelectual de apovo para la
implementación legislativa de su política social v la carta decisiva
para negociar el apovo sindical. F.l manifiesto de las fuerzas pro­
ductoras del comercio v la industria de todo el país difundido el
16 de junio de 1945 contra la política social de la Secretaría de
Trabajo significaría, al cabo, un factor de apoyo para Perón al
motivar la reacción inmediata de los sindicatos.
Al avanzar el proceso de formación del movimiento que en­
frentaría en 1946 a la Unión Democrática, el sindicalismo tenía
un intérprete político de carácter obrero en el partido Laborista,
cuyo programa respondía a sus intereses v del cual Perón no era
la máxima autoridad sino, como advierte oportunamente Favt, el
“primer afiliado”. F.I partido Laborista habría de obtener en las
elecciones del 46 el 85 '/< de los votos. Como se advierte, los sec­
tores obreros no votaron con “irracionalidad”. Su voto fue deli­
berado, racional v adecuado a sus aspiraciones e intereses. Pero
el Presidente no era el candidato, v Perón se lanzó entonces a
organizar una de las bases de su poder: la C. G. T. única.*"
F a y t , Carlos S., ob. cit., p ág. 90.
;17 P er ó n , Juan Domingo, Palabras iniciales, en "Revista de T rabajo v
Previsión", año I, nv I, enero-febrero-m arzo de 1944, Buenos Aires, pág. m.
:,N Además de la publicación citada dirigida por Carlos S. Favt v la
434
Más complejo fue el panorama que enfrentó el Presidente res­ p o d e r m o ra l

pecto del poder moral. La Iglesia Católica fue, durante el pe­


ríodo preelectoral y hasta la crisis de 1954, un factor positivo
para la prédica de Perón y su afirmación en el poder. Había sido
hostilizada por el anticlericalismo vigente en las fuerzas políticas
tradicionales y penetrada por la ideología nacionalista antiliberal.
Difusora de los valores del catolicismo social, creía verlos tradu­
cidos en las proclamas del candidato oficial. Proclive a su vez a
una forma de larvado clericalismo a través de sus pronunciamientos
pastorales que significaban indirectamente la descalificación de las
fuerzas políticas que contenían en su plataforma políticas favora­
bles a la separación de la Iglesia y el Estado, o a medidas legislativas
contrarias a la prédica de la Iglesia respecto de la educación y la
familia así como a su libertad de acción en la sociedad, la Iglesia
Católica había producido un documento en las vísperas de los
comicios del 46. El mismo implicaba la recomendación de no votar
por aquellos partidos que contradijesen en sus programas v en su
ideología la prédica de la doctrina católica. La Unión Democrática,
que reunía entre otros a los socialistas y a los comunistas, fue la
más afectada. En 1943, por otra parte, habíase establecido por
decreto-ley la enseñanza religiosa en las escuelas. El régimen pe­
ronista lo transformó en ley. Datos como ése abundaron. El apoyo
de la mayoría de los católicos al candidato oficialista en 1946 no
fue, pues, un hecho insólito ni significó la adhesión de aquéllos a
todas las manifestaciones del régimen. Objetivamente, existían en­
tonces tantas razones para que los católicos votasen a Perón como
para que eligiesen a sus adversarios. Sin embargo, para muchos
había mejores y legítimas razones para elegir, esa vez, al nuevo
político que parecía adherir a valores predicados por la enseñanza
social de la Iglesia, y que había dado muestras de respetarla.
La cuestión se planteaba en términos diferentes en el plano del
poder ¡dtológico. El movimiento triunfante contaba con el apoyo
de amplios sectores nacionalistas antiliberales, de ideólogos radi­
cales procedentes de F. O. R. J. A., de viejos socialistas. Pero ha­
bía conocido desde las refriegas del 43 y del 45 la oposición
universitaria, el hostigamiento de la Federación Universitaria Ar­
gentina, la antipatía de los intelectuales desde la derecha a la
extrema izquierda, incluyendo a los com unistas aún ajenos a
bibliografía allí mencionada, puede leerse con provecho La historia del pero­
nismo publicada por la revista “Prim era Plana". Sobre la C. G. T . única, el
núm ero del 31 de agosto de 1965.
4 35
la difícil y entonces inaccesible problemática “populista” que
mucho más tarde descubrirían, con la nostalgia de los conver­
sos tardíos. Con el tiempo, la fuerza del antiperonismo más pe­
ligroso para el régimen no se hallaría en el poder económico,
sino en el poder ideológico, en la Universidad, especialmente
en las Facultades de Derecho v en la Corte —que habría de ser
removida por Perón quedando sólo un miembro, católico inte-
grista v adherente del nuevo régimen—, entre los disconformes
del clero —como monseñor de Andrea y los padres Luchia Puig
y Dumphy—, en el catolicismo liberal militante —como Ordóñez—,
y en el periodismo —como La Prensa, a la postre confiscada—. La
tarea del régimen fue, en este orden de cosas, sistemática: la Corte
Suprema de Justicia fue enjuiciada v los miembros que según
Perón representaban el “último reducto de la oposición” fueron
removidos. El titular del bloque peronista, Rodolfo A. Decker, fue
designado para presentar el proyecto de juicio político. Roberto
Repetto —que había obtenido la jubilación semanas antes—, An­
tonio Sagarna, Benito Nazar Anchorena, Francisco Ramos Mejía
y el procurador general de la Nación, Juan Álvarez, fueron desalo­
jados de sus puestos acusados, entre otras cosas, de haber “legiti­
mado a gobiernos de facto” (!). Sólo quedó a salvo Tomás D.
Casares, incorporado a la Corte durante él gobierno de Farrell y
simpatizante del peronismo. El sistema educativo fue, a su vez,
paulatinamente “depurado”. A los renunciantes por oposición al
régimen se sumaron los cesantes reemplazados por catedráticos
adictos. La Universidad fue asediada, así como la prensa. Las im­
prentas de la oposición iban siendo clausuradas, los talleres donde
se imprimían hojas clandestinas descubiertos, v a poco de comenzar
el primer período peronista el periódico socialista La Vanguardia
fue cerrado por los “ruidos molestos” que producían sus máquinas.
Pero el hecho más espectacular sería la expropiación de La Prensa,
en 1951, v su traspaso a la Confederación General del Trabajo.
(Mientras tanto, el régimen había montado un sistema eficaz de
propaganda, formando una cadena de periódicos v de radios v
silenciando a buena parte de la oposición. El monopolio de la in­
formación oral v escrita fue uno de sus objetivos, que llegó
a culminar en el episodio de La Prensa v en la instalación de
un canal de televisión —el canal 7— cuya primera imagen fue
una fotografía de Eva Perón. A poco tiempo de comenzar su
gestión, pues, el peronismo había montado un Estado policial y
su comportamiento condujo a la oposición a la resistencia civil.
436
a la prédica clandestina y, a medida que la presión oficial aumen­
taba, a un incipiente terrorismo.™ La política cortesana y la corrup­
ción fueron el precio más alto que pagó un régimen fundado en el
poder personal de Perón, y en la relación directa entre la masa y el
líder. El grupo que inicialmente acompañó a Perón fue reemplazado
por equipos de recambio políticamente mediocres, sin arraigo popu­
lar, que recibieron un enorme poder utilizado a la postre en benefi­
cio de camarillas. Pero el proceso político, económico y social fue
mucho más complejo que lo sugerido por la estridente retórica
peronista o por la sistemática y obviamente parcial crítica anti­ P o l ít ic a s

peronista. Antes de ensayar, pues, un juicio general del régimen,


e s p e c if ic a s

conviene puntualizar algunas de sus políticas específicas, señalando


sólo algunos de los aspectos salientes de la época, según áreas
definidas.
La política interior fue precedida por un acto de gobierno
significativo: la presentación al Congreso de todos los decretos
sancionados por sus predecesores militares que habían gobernado
desde el 4 de junio de 1943. Eso subrayaba la continuidad relativa
del régimen, pero también permitió que pasaran a ser leyes nacio­
nales las medidas sociales adoptadas por Perón desde la Secretaría
de Trabajo y Previsión, decretos de reorganización de las fuerzas
armadas y ei establecimiento de la enseñanza religiosa en las escue­
las del Estado.
La vida parlamentaria se desarrolló con amplio dominio del
partido Peronista, disciplinado y homogéneo. El Presidente se pre­
ocupaba por iniciar el año parlamentario cada 1? de mayo y tuvo
la habilidad de defender al parlamentarismo ante un Congreso
cuyos partidarios controlaban sin inconvenientes, y en el que las
mociones de “cierre del debate” abundaban cuando el bloque
peronista consideraba agotada, innecesaria o inconveniente la in­
tervención de los opositores. En setiembre de 1947, la ley 13.010
estableció el sufragio femenino y el derecho a la elegibilidad en
favor de la mujer. Surgió en seguida el partido Peronista femeni­
no, paralelo al masculino, que reconocía el liderazgo de Eva Perón
:!H A unque frecuente en este tipo de regímenes, y difícil de evitar en
los cambios revolucionarios, la “política cortesana” fue sin duda una de las
formas de corrupción del sistema. La adulonería, el servilismo, el confor­
mismo y la m ediocridad fueron corroyendo a un régimen inicialmente diná­
mico. El régimen tuvo sus “ateneos” de artistas y hombres de prensa; el
sucesor en la cátedra de fisiología de la Facultad de M edicina del doctor
Houssay —Prem io N obel en 1948— cambió el título de la materia por “Fisio­
logía Peronista” (!), confr. “Prim era Plana", 11 de octubre de 1966.
4 37
V la fidelidad al Presidente. Las disidencias más notables nacieron
de las filas del laborismo —especialmente de los dirigentes Luis F.
Gay v Cipriano Reves—, pero fueron sistemáticamente sofocadas.
El control de la Policía Federal se hizo paulatinamente absoluto,
transformándose en un instrumento de represión política. El con­
trol se extendió sobre el poder judicial, la prensa v la Universidad,
según se ha expuesto, de tal modo que la máquina del Estado
respondió con eficiencia a los designios del Presidente v de sus
partidarios.
La existencia de una “doctrina nacional”, de un partido domi­ La re fo rm a

nante v de un liderazgo personalizado v fuerte, dieron una c o n s t it u c i o n a l

fisonomía unitaria al Estado peronista. El federalismo padeció


—como solía ocurrir en el pasado— las consecuencias de una polí­
tica homogeneizante conducida desde Buenos Aires. El Presidente
teorizaba:
Yo veo un federalismo fraternal, no un federalismo
político, porque es el federalismo fraternal el que va a
conducirnos a la avuda mutua a fin de que marchemos
todos en un mismo pie de felicidad v de grandeza en el
porvenir. En tanto que en el federalismo político el egoís­
mo v las ambiciones de los hombres destruyen toda avuda
v toda unión.4"
Hacia fines del 47, ganó adeptos en las filas peronistas la idea
de una reforma constitucional, divulgada antes de las elecciones v
apoyada por la prédica nacionalista antiliberal tradicional, pero
también conforme con quienes postulaban cambios técnicos o la
incorporación de principios sociales v de nacionalismo económico.
Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue el
de la reelección presidencial. A principios de 1948 se habían for­
mado ligas, grupos v organizaciones de toda especie para proclamar
la necesidad de que Perón siguiese en el poder. Su mandato expi­
raba en 1952, de acuerdo con el art. 77 de la Constitución Nacional,
y la modificación de esa norma fue el objetivo aglutinante del
peronismo, pese a que algunos de sus intelectuales difundían otros
motivos. En el mensaje del de mayo de 1948, Perón se manifestó
en contra de la reforma del art. 77 con argumentos ciertamente
interesantes, pero de dudosa sinceridad, a juzgar por lo ocurrido
después:
411 P erón, Juan D om ingo, 3S Conferencia de Gobernadores, 1952. Cit.
por Pierre Lux-W urm. Le Péronisme. París. R. Pichón er R. Durand-Auzias,
1965, pág. 127.

4 38
Mi opinión —dijo entonces— es contraria a tal reforma.
Y creo que la prescripción existente es una de las más
sabias v prudentes de cuantas establece nuestra Carta Mag­
na. Bastaría observar lo que sucede en los países en que
tal reelección es constitucional. No hav recursos al que
no se acuda, lícito o ilícito; es escuela de fraude e incita­
ción a la violencia, como asimismo una tentación a la
acción política por el gobierno o los funcionarios. Y si
bien todo depende de los hombres, la Historia demuestra
que éstos no siempre han sido ecuánimes ni honrados para
juzgar sus propios méritos v contemplar las conveniencias
generales. En mi concepto, tal reelección sería un enorme
peligro para el futuro político de la República. Es menes­
ter no introducir sistemas que puedan incitar al fraude a
quienes supongan que la salvación de la Patria sólo puede
realizarse por sus hombres o sus sistemas. Sería peligroso
para el futuro de la República v para nuestro Movimiento
si todo estuviera pendiente v subordinado a lo pasajero v
efímero de la vida de un hombre .. .4I

41 Cit. por Raúl Bustos Fierro, ob. cit., págs. 122 y 12.?, quien añade
que el tema de la reelección presidencial no se contaba entre las preocupa­
ciones fundamentales de los políticos peronistas, En cambio, importaba intro­
ducir reform as constitucionales que asegurasen la nacionalización del petróleo
y de las fuentes energéticas naturales; la declaración de los “derechos del
trabajador, de la niñez y de la ancianidad”; el concepto de función social
de la propiedad privada; la existencia de ciudadanía nativa para los cargos
de Presidente, V icepresidente, Senadores y Diputados nacionales; expresa
inclusión del derecho de huelga y del hábeas corpus; la escalada represiva
desde el estado de prevención hasta el estado de guerra, etc. I.a reforma debe-
entenderse en la siguiente secuencia:
• Constitución de ¡USi: Articula prim ero las “Declaraciones, derechos
v garantías”, conform e al ideario liberal, y luego las normas destinadas a la
organización del Estado. Esquemáticamente, esta parte del clásico concepto
de la división de poderes: el cuerpo legislativo se com pone de dos Cámaras
—diputados y senadores— bajo la denominación de Congreso Nacional. Los
prim eros se eligen según la población y los segundos según el núm ero de
provincias. El Presidente de la Nación es el titular del Poder Ejecutivo y lo
elige el pueblo en form a indirecta. Con atribuciones numerosas, tiene incluso
funciones colegislativas. El Poder Judicial de la Nación lo componen una
Corte Suprema y tribunales inferiores. La parte “dogm ática” tiene gran
importancia y reconoce la filiación en la generación del 57. Contiene una
de las más amplias y generosas declaraciones de derechos que hayan sido
proclamas en una Constitución (Legón). Para los habitantes —y no sólo
para los ciudadanos— la constitución argentina acentúa mucho más que la
norteamericana los poderes del Presidente La Constitución, ral como la
439
Con la elección directa de las autoridades nacionales por el
pueblo de la República se sancionó, sin embargo, la reforma del
art. 77 de la Constitución, entre otras modificaciones de distinta
importancia. Perón no se equivocó cuando criticó la reelección
sin período intermedio y defendió el principio constitucional. Pero
un líder se siente, de alguna manera, inmortal e irreemplazable.
Como Rosas en su tiempo, rechazó los principios, pero explotó la
necesidad de un príncipe. Cuando aún faltaban tres años para
los comicios del 51, el peronismo no aceptaba otra conducción
que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
concebía A lberdi en “Las Bases”, era en rigor un instrum ento de cambio
y de reordenam iento progresista.
• Reform a de 1860: Acentúa el carácter federalista de la Constitución
eliminando algunas atribuciones conferidas «1 gobierno federal en el texto
de 1853 y, entre otras, a las que sometía a los gobernadores de provincia
a juicio político por el Congreso N acional. Especialmente im portante es la
reform a del art. 3P, que designaba a Buenos Aires capital; la reform a del 60
estableció que las autoridades del gobierno federal residirían en la ciudad
que se designase por ley especial del Congreso, debiendo ceder el territorio
la Legislatura provincial. Hasta 1880 no se dictó esa ley, que declaró a Buenos
Aires capital federal luego de una revolución.
• Reform a de 1866: R eform a parcial del art. 4C? sobre los gastos de la
Nación que provee el gobierno federal con los fondos del tesoro nacional.
Supresión de la parte final del inc. I9 del art. 67 que decía: “hasta 1866, en
cuya fecha cesarán como im puesto nacional no pudiendo serlo provincial”.
• Reform a de 1898: Reform óse los arts. 37 y 87 de la Constitución.
Por el art. 37 la Cámara de D iputados se com pondría desde entonces con
representantes elegidos directam ente por el pueblo de las provincias y de la
capital que se consideran a ese fin com o “distritos electorales” y a simple
pluralidad de sufragios. El núm ero de representantes será de uno por cada
33D00 habitantes o fracción que no baje de 16.500. Después de la realización
de cada censo, el Congreso fijará la representación con arreglo al mismo,
pudiendo aum entar pero no disminuir la base expresada para cada diputado.
El art. 87 reform ado eleva a ocho los ministerios y los ministros secretarios
refrendan los actos del Presidente por medio de su firma, sin la cual aquéllos
carecen de eficacia. U na ley especial deslinda los ramos del despacho de
los ministros. Además, no hizo lugar a la reforma del inc. \v del art. 67 de
la Constitución de 1853.
Desde entonces hasta la reform a de 1949, la Constitución de 1853 con
las enmiendas señaladas perm aneció sin cambios. En 1957 se revisó la reforma
del 49 y se añadieron algunos cambios no sustanciales.
Confr. Las Constituciones de la República Argentina, por Faustino J.
Legón y Samuel W . M edrano. M adrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1953 y
especialmente R eform a de la Constitución Nacional, por Miguel M. Padi­
lla (h.). Buenos Aires, Editorial A beledo-Perrot, 1970, donde entiende que la
reform a del 49 significó el reemplazo por otro instrum ento inspirado en
ideas “distintas” de las de 1853.

440
permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus
élites. Los defensores de la reforma aludían al ejemplo estadouni­
dense. Apenas se mencionaban las diferencias profundas entre los
hábitos, mecanismos y prácticas políticas de ambos países. No se
tuvo en cuenta, entre otros detalles, que el período presidencial
norteamericano es de cuatro años v* no de seis. Perón logró un
fácil triunfo en 1951, pero sus palabras del 48 fueron proféticas.
El régimen padeció casi todos los vicios que el mismo Perón pre­
dijo, llegó fatigado al promediar el segundo período, y desde 1952,
según observamos ya, ningún Presidente argentino llegó a sostener­
se cuatro años en el poder.
Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de
1949 y la posibilidad de la reelección, se manifestó en las filas
peronistas la pugna por la candidatura a la vicepresidencia. De
pronto surgió la fórmula que debía institucionalizar la “diarquía”
que de hecho gobernaba a la Argentina: Perón-Eva Perón. La
candidatura de Eva Perón fue un hecho político singular. Movilizó
muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación
convocada por la C. G. T., el 22 de agosto de 1951, que cubrió bue­
na parte de la avenida Nueve de Julio v en la que se proclamó la
vicepresidencia para la “compañera Evita”. Significó, también, el
desplazamiento del coronel Mercante, hombre de absoluta confian­
za de Perón desde los comienzos de su carrera política en el 43 y
candidato natural para la vicepresidencia. Y por fin, inquietó a las
fuerzas armadas, desde donde habría de hacerse llegar al Presidente
la disconformidad que produjo el anuncio. Éste tuvo aún capacidad
para escrutar lo que los mandos militares pensaban v medir las
posibles consecuencias de la obstinación. Mercante fue expulsado L a c o n s p ir a c i ó n

del partido Peronista —Perón lo consideraba un competidor para


d e 1 9 5 1 y la
re e le c c ió n

la sucesión— v Eva Perón renunció a su candidatura. p r e s i d e n c ia l

Sin embargo, dentro de las fuerzas armadas, se percibían sig­


nos de insubordinación hasta entonces neutralizados por el control
que Perón y la mayoría de los miembros de los cuadros superiores
del poder militar mantenían sobre los subordinados. Temas estric­
tamente relacionados con las preocupaciones profesionales de las
fuerzas armadas —como la industrialización en el sentido dado por
los generales Enrique Mosconi (Y.P.F) y Manuel Savio (Fabri­
caciones Militares y SOM ISA), y el reequipamiento— absorbían
la atención de los jefes militares y de los ministros de Defensa.
En una primera etapa —1946/1949— “el volumen del Ejército fue
reducido en un tercio y la parte de las Fuerzas Armadas en el
441
presupuesto bajó al 25 ''/, de más del 50 r/< en 1945”. En la segunda
etapa, e! Presidente se preocupó por el reequipamiento del ejército,
de la marina v de la aeronáutica v por dotar a las fuerzas armadas de
equipo suficiente como para recobrar la paridad de recursos con
instituciones militares latinoamericanas de la envergadura de la
brasileña, punto de referencia habitual desde la perspectiva cas-
trense.4* Pero casi toda la marina de guerra mantenía un latente
antiperonismo que haría eclosión años después v que penetraría
incluso a los altos mandos navales, incluyendo a hombres como
el contralmirante Aníbal Olivieri, designado por Perón para el
ministerio del arma. A principios de 1949 un grupo de oficiales
del ejército formó la efímera logia “Sol de M ayo”, creada contra
los designios políticos de Perón, luego de posibilitarse su reelección
mediante la reforma- constitucional. Grupos militares comenzaron
a recordar la suerte de la élite castrense alemana cuando el nazismo
adquirió consistencia propia, v se alarmaron cuando Eva Perón
intentó formalizar su jefatura paralela. Perón ya no era el “can­
didato del ejército”, como en el 45, sino un líder con fuerza política
propia y millones de votos tras de sí, sobre todo, de los afiliados
de la C .G .T .
Entonces comenzaron a encontrarse los conspiradores: Eduar­
do Lonardi v Benjamín Menéndez en el ejército; Américo Ghiol-
di, Reynaldo Pastor, Horacio Thedy, Arturo Frondizi en los
partidos políticos más representativos —partido Socialista, par­
tido Demócrata Nacional, partido Demócrata Progresista, Unión
Cívica Radical. El enlace entre militares y políticos fue encarga­
do al capitán Julio Alsogarav. Los coroneles Labayrú v Lorio
intervendrían también en los contactos, dificultosos v vacilantes a
raíz de las diferencias surgidas entre los jefes de la conspiración
acerca del programa de acción futura (preocupación de Menén­
dez) o de las posibilidades concretas de triunfo (interrogante
planteado con inteligencia por Lonardi). Se advertía va la impor­
tancia que tendría en las crisis futuras el papel de las armas. No
sólo el de las distintas armas que componían las fuerzas armadas
—ejército, marina v aeronáutica—, sino las que integraban el ejér­
cito —caballería, infantería, artillería, etc.—. Así como la Marina fue
un cuerpo hostil o en todo caso reticente respecto del peronismo,
en la caballería comenzaron las conspiraciones con más impaciencia
42 Confr. "Prim era Plana”, serie citada, nv 238 del 18 de julio de 1967;
Robert J. Alexander, T he Perón Era y fc'.dwin Lieuwen en su discutido en­
sayo Armas y política en América latina.
442
que en las otras armas —Lonardi y Ossorio Arana, por ejemplo,
eran artilleros— y según la apreciación de algunos de los jefes que
colaboraron en el intento de 1951, con relativas posibilidades de
éxito. El 28 de setiembre de 1951 el general Menéndez decidió
levantar a la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, avanzar
con treinta tanques, unirse al Colegio Militar presuntamente su­
blevado, tomar la base aérea de Morón y entrar a la ciudad de
Buenos Aires con todos los efectivos para cruzarla v llegar a la
Casa Rosada.43
El golpe fracasó. De los treinta tanques Sherman apenas
dos pudieron ser movilizados; doscientos jinetes de la Escuela
de Caballería los seguían pero en el Colegio Militar no hallaron
sublevados sino un director que se negaba a “hacer más revolu­
ciones”; los suboficiales respondían en su mayoría a Perón y los
jefes militares que condujeron la represión no tuvieron dificulta­
des mayores para sofocar el levantamiento. Perón decretó el “estado
de guerra interno”, la C. G. T. convocó a “todos los trabajadores
a plaza de Mayo para expresar su adhesión al líder” y dispuso un
paro general de veinticuatro horas. El Presidente explotó políti­
camente la situación: a las tres y media de la tarde se asomó a
los balcones de la Casa Rosada y anunció que la chirinada había
terminado con la derrota total de los insurrectos. Éstos fueron
juzgados y sentenciados a prisión, que debieron cumplir en el sur.
El Presidente demostraba tener el control del poder y la oposición
conspirativa sufrió un golpe muy rudo que pronto sancionarían
los comicios presidenciales.
Meses después, en efecto, las elecciones daban el triunfo a la ^ ampger¿® de
fórmula Perón-Quijano del partido Peronista. El 4 de junio de 1952,
aniversario del golpe del 43, Perón asumía por segunda vez cohse-
cutiva el gobierno y poco más de un mes después —el 26 de julio-
moría Eva Perón en medio de la consternación de impresionantes
masas populares que se volcaron a despedir sus restos en una mani­
festación de dolor colectivo que sus adversarios respetaron, pese a
que el hecho de la muerte de la dirigente peronista fue utilizado por
el régimen para poner en movimiento los mecanismos de acción
psicológica. Aquél sintió su ausencia. Eva Perón había mantenido
abiertas las vías de comunicación del Presidente con los distintos
niveles sindicales y políticos, aprovechándose o sorteando, según
43 Confr. Historia del Peronismo, en “Prim era Plana” del 25 de julio
de 1967, donde se reconstruyen los sucesos del golpe de M enéndez con el
testimonio de algunos de los principales protagonistas: Benjamín Menéndez,
Samuel G uaycocnea, Julio Alsogaray, Manuel Reim úndez y otros.
4 43
se lo propusiera, la política cortesana. De. rara sensibilidad tanto
hacia la voluptuosidad del poder como hacia las necesidades y
aspiraciones de los sectores populares, desaparecía con ella un
elemento clave para la estabilidad v el dinamismo popular del ré­
gimen. Su muerte fue, según se señaló, uno de los hechos que
contribuyeron al declive de la capacidad conductora de Perón. Al
mismo tiempo, la corrupción llegó a amenazar los niveles de segu­
ridad del sistema v el affaire Juan Duarte, hermano de Eva y
aprovechado funcionario que se enriqueció escandalosamente hasta
ser denunciado por el propio Presidente y terminar muerto, en
aparente suicidio, fue uno de los hechos reveladores de la fatiga
del sistema cuando corría el año 1953.
Dado que la C. G. T. era la pieza maestra del régimen, la L a p o lít ic a

política económica fue subordinada a la política social v en todo


e c o n ó m i c a y s o c ia l

caso a los designios políticos del Presidente. Esto fue claro durante
el primer período presidencial de Perón y demostró consecuencia
con lo hecho y predicado por éste desde que ocupara cargos en el
gobierno surgido del golpe de Estado de 1943. La C. G. T. se
constituyó en uno de los factores de poder del régimen y el pro­
letariado industrial y rural en su principal clientela política. Esto
no significa que el peronismo reclutara a sus adherentes sólo entre
los sectores así llamados proletarios o “descamisados”. Este aspecto
del fenómeno peronista debe ser investigado con mayor precisión,
pues si bien los obreros fueron el núcleo del partido oficialista
en los grandes centros urbanos e industriales, aquél triunfó en el
interior, ganó en lugares con predominio de la clase media y atrajo
incluso a un empresariado industrial incipiente que apoyó su polí­
tica de protección al capital nacional.
Es indudable que con el peronismo fueron especialmente los
sindicatos los que adquirieron mayor influencia; el obrero tuvo la
sensación de una participa¿ión efectiva en el sistema político, se
sancionaron numerosas leyes sociales que lo protegían y hasta en
las embajadas argentinas se creó el rango de “agregado obrero”
con lo cual los observadores extranjeros se hicieron la imagen
de que una suerte de “Estado sindicalista” se había creado en la
Argentina.44
Lo cierto era, sin embargo, que el régimen había jugado dos
cartas complementarias: el sindicalismo era un miembro nuevo y
pleno de la constelación de poderes de la Argentina moderna, pero
a su vez el poder sindical era “encuadrado” por el Estado v con-
44 Confr., por ejemplo, Pierre Lux-Wurm, ob. cit., págs. 163 a 165.
444
frolado en su acción. Cuando algún sindicato traspasaba con su
acción los límites de seguridad del régimen, como ocurrió con la
huelga ferroviaria de 1951, aquél acudía a la movilización general
o sometía a los obreros rebeldes al régimen militar.
La política económica fue parcialmente tributaria de la polí­
tica general del régimen. Con la participación decisiva del español
José Francisco Luis Figuerola v Tresols, que Perón había conocido
en 1943 como jefe de estadística del Departamento Nacional del
Trabajo, se elaboró el llamado “Plan Quinquenal del Gobierno
1947-1951”. Según su autor, el plan inicial constaba de cuatro
etapas esenciales: establecer las necesidades previsibles de materias
primas de origen nacional; verificar el estado v grado de eficiencia
de los sistemas de producción, explotación v distribución de esos
elementos; proveer las obras e inversiones necesarias para asegurar
en el término de cinco años un suministro suficiente de materias
primas, combustibles y equipos mecánicos y desarrollar racional­
mente la industria v la agricultura, v asegurar la descentralización
industrial, la diversificación de la producción y el emplazamiento
de fuentes naturales de energía, vías de comunicación, medios de
transporte v mercados consumidores. Perón añadió otras medidas
V objetivos, pero mantuvo la finalidad principal de evitar que la
posguerra disminuyera en la Argentina la tasa de empleo, me­
diante la promoción de la industria liviana. Según sus protagonistas
más calificados, la política económica peronista tendía a impedir
la destrucción de la industria nacional surgida durante la guerra
a través del proteccionismo y a controlar factores claves de la
actividad económica. De ahí la política de nacionalizaciones, la
conducción y actividad del Banco Central, la creación del
I. A. P. 1., y los acuerdos económicos internacionales.4''
Los tres primeros años de la gestión de Perón estuvieron sig­
nados no tanto por el primer plan quinquenal, sino por el manejo
audaz y discrecional de la economía que inspiró un personaje pin­
toresco, un empresario de viejo estilo, autodidacta y paternalista,
pragmático y “sin prejuicios de escuela” como dijo de él Arturo
Jauretche. Durante el gobierno de Farrell el empresario Miguel
Miranda había logrado imponer sus ideas sobre la nacionalización
del Banco Central; luego propuso la creación del Instituto Argen­
tino para la Promoción del Intercambio, con el fin de controlar
45 Uno de los testimonios técnicam ente serios, aunque parcial por
pertenecer a un funcionario del régimen en su segundo periodo, es el libro
de Antonio F. Cafiero, Cinco años después. . . , Buenos Aires, ed. del autor,.
1961.

4 45
el comercio exterior; y por fin no fue ajeno a uno de los más
espectaculares actos del régimen peronista, la nacionalización de
ciertos servicios públicos, incluyendo la adquisición de los ferro­
carriles que pertenecían a capitales británicos. Pero la política
económica de Miranda —técnicamente vulnerable— descansaba ade­
más sobre la desarticulación de las economías europeas. Cuando és­
tas se rehicieron, uno de los presupuestos de la política de Miranda
faltó y con él se advirtieron las falencias, en el mediano plazo, de
aquélla. Miranda renunció a fines de 1949 y la conducción econó­
mica cambió de manos. Ramón Cereijo, Alfredo Gómez Morales
y más tarde Antonio F. Cañero procuraron introducir racionalidad
en la economía del régimen sin soslayar uno de. los principios fun­
damentales de su acción. Señala Cañero que “el Justicialismo. . .
sujetó el poder económico —hasta entonces invicto— a la autoridad
pública y colocó la economía al servicio de la política.46 El primer
gobierno de Perón se divide pues, en dos etapas, discernibles por
el tipo de medidas adoptadas, el énfasis de las mismas y la persona­
lidad de sus realizadores. Según explica Gómez Morales,47 Miranda
trazó su política económica teniendo en cuenta informes de los
servicios de inteligencia de las fuerzas armadas que aseguraban una
posguerra muy corta y un enfrentamiento inminente entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética. A juzgar por eso, el nivel
de los análisis en torno de la situación y predicciones de las rela­
ciones internacionales no era precisamente alto. La guerra no se
produjo, v en cambio el Plan Marshall trastornó por completo los
cálculos de Miranda y descolocó a la Argentina en mercados in­
ternacionales, donde los Estados Unidos “regalaban lo mismo que
nosotros teníamos que vender”. El nuevo equipo económico que
sucedió a Miranda, tuvo que poner orden en una economía des­
quiciada. A rthur P. W hitaker resume en una paradoja los primeros
seis años del peronismo: “prosperidad y bancarrota”.
Pero ambas situaciones —añade— “fueron completa­
mente ajenas al control de Perón. Sin embargo debe ano­
tarse que su régimen logró capear la crisis sin sufrir daños
perdurables, pues el consumo permaneció en un nivel mo­
deradamente alto en la peor época, de manera que en todo
el período 1946-1952 el promedio de consumo mostró un
4® C afiero, Antonio F., ob. cit., pág. 37}. En realidad, subordinó la
economía a una política.
47 G ó m e z M orales , A lfredo, Historia del Peronismo, cit., 30 de agosto
de 1966 y en El Cronista Comercial, 7-IV-71.
446
aumento considerable de 3,5 % anual; incluso en 1952 la
Argentina conservaba todavía el 22 % de la producción
bruta total de América Latina v comenzaba una recupe­
ración promisoria”.48
Por supuesto, las opiniones están divididas. Partidarios v ob­
servadores extranjeros explican de manera positiva el rumbo de la
política económica peronista, pero los críticos enfatizan otros aspec­
tos de esa misma realidad y concluyen de manera diferente. Si el
peronismo mantuvo una alta tasa de empleo mediante la prom o­
ción de la industria liviana, ésta ocupaba altos coeficientes de mano
de obra con poca eficiencia. Si se rescataron inversiones extranjeras
en servicios públicos —que darían pérdidas crecientes e incidirían
en el déficit presupuestario— como los ferrocarriles, los teléfonos,
el gas, se hizo mediante la aplicación de divisas que pudieron em­
plearse en inversiones básicas de industria pesada o infraestructura.
Su política agraria impidió el aumento de la productividad, afec­
tando las exportaciones y, por lo tanto, una de las bases para finan­
ciar el desarrollo.4” El segundo plan quinquenal pretendió cambiar
el sentido negativo de algunas de las políticas del primero. Éste
habría sido guiado por premisas kevnesianas más que por objetivos
de una economía del desarrollo, que se trataron de practicar en
el segundo período presidencial de Perón.50 En cambio, otros opi­
nan que en 1945 nadie pensaba en la economía argentina con térm i­
nos de subdesarrollo, sino de “dependencia-independencia” y de
desigualdades regionales. De esta manera —opina Florea! Forni— la
opción entre economía de desarrollo y kevnesianismo nunca exis­
tió: dada la situación entonces vigente, el gobierno peronista fue
una combinación pragmática de protección a la única industria
entonces existente —la liviana— hasta llegar a la sustitución de
importaciones. Pero lo más importante fue que el poder del Estado
como conductor de la economía aumentó, y que se aplicó, asimis­
mo, a una redistribución de la renta incorporando nuevos v amplios
sectores sociales a la sociedad de consumo.
Pueden añadirse al debate sobre la política económica del
peronismo las opiniones de economistas que no se refieren al con­
texto político-social del régimen sino a la inserción de aquella
48 W h i t a k e r , A rthur P., La Argentina y los Estados Unidos. Buenos
Aires, Proceso, 1956, pág. 78.
4!> Por ejemplo, Leopoldo Portnoy en Economía argentina en el si­
glo X X . México, F. C. E., 1962.
50 D íaz, A lejandro Carlos F., Stages in the Industrialización of Argen­
tina. Inst. T orcuato Di Telia. C. I. E., n9 18, pág. 59, cit. por Forni.
447
política en una secuencia de “modelos” o bien de etapas del
desarrollo, tal como han hecho Guido Di Telia v Manuel Zv-
melman.51 En la periodización propuesta por éstos, el primer go­
bierno peronista se encuentra en lo qire llaman “crecimiento auto-
generado” y que, según se viera a propósito de la administración de
Justo en adelante, cubre el lapso 1933-1952. A partir de ese año, la
economía argentina habría entrado en una etapa de “reajuste” —lo
cual coincide con la percepción que de su papel tenían Gómez
Morales v Cafiero, por ejemplo, durante la última parte del régimen
peronista—, que continúa en el presente. Según esta perspectiva,' el
gobierno constitucional que siguió a la revolución o cambio polí­
tico del 43' vio en la industria un medio de promover el progreso
económico y de ganar influencia internacional. El control de cam­
bios v una deliberada política industrialista tuvieron el efecto de
retrasar al sector agrícola v volcar la inversión en el sector indus­
trial. Después del período de prosperidad de 1948 v del receso de
1952, la economía evidenció signos de desajuste. A su vez, la inter­
vención del Estado asumió proporciones hasta entonces inusitadas
en la Argentina y la industrialización se apoyó en la provisión de
divisas que brindaba el sector agrícola. La redistribución del in­
greso del sector agrícola al industrial se hizo a través del IAPI.
En 1949, la política oficial tuvo que invertirse por la caída de
los precios internacionales; las reservas de divisas estaban agotadas
v la Argentina se vio obligada a recurrir a un préstamo del Export-
lm port Bank. La inflación —ya parte de una política, más bien que
una tendencia— fue alentada no sólo como una forma de reorien­
tar recursos de la agricultura hacia la industria, sino como una
medida política relacionada con el nivel de los salarios.
Hacia 1955, a pesar de la hostilidad de los industriales aban­
donados a sus propios recursos, de los productores agrarios donde
se afincaba el antiperonismo en función de valores no exclusiva­
mente económicos, de la ausencia de divisas, de la inflación v de
los reclamos del gobierno en favor de la austeridad v |a produc­
tividad, Perón declaraba a los legisladores peronistas su optimismo
respecto del futuro v transmitían en sus discursos insólita e infun­
dada seguridad: “Hemos hallado la solución al 90 JZ de los pro­
blemas del país —decía a los legisladores el 29 de marzo— y hemos
dado una solución a la explotación del petróleo, a la energía eléc­
trica v a la.siderurgia.” El 25 de abril, el ministro de Industria
•-*1 I)i T f .l i .a , G uido v Z y m e i .m a n , Manuel, ob. cit., págs. 23, 12?, 494,
502 v 509
debía suscribir un acuerdo con la Standard Oil, que preveía la
constitución de la “California Argentina de Petróleo S. A.” El
peronismo confiaba en que el acuerdo, impuesto por las circuns­
tancias, permitiría cubrir las necesidades del país en combustibles
v economizar divisas indispensables para equipar la industria y
restablecer el equilibrio de la balanza comercial. La oposición
advierte que el peronismo ha abierto un flanco fácilmente vulne­
rable, mientras se ha desencadenado ya el conflicto con la Iglesia.
En resumen, denuncia que en 49.800 km* del territorio argentino
una compañía extranjera era autorizada a constituir un “Estado
dentro del Estado”, importando máquinas, trayendo su personal,
exportando las sumas que percibiese, construyendo rutas v aero­
puertos, telégrafos y comunicaciones fuera del control del Estado
argentino. El acuerdo es ratificado por la mayoría peronista, pese
a las protestas de la oposición encabezada por un diputado radical
que había hecho del petróleo uno de sus temas polémicos predi­
lectos y, a la postre, una cuestión insoluble en términos racionales
para los argentinos: el doctor Arturo Frondizi.
Después de la caída del régimen peronista, el informe del
argentino Raúl Prebisch, entonces secretario general de la Comi­
sión Económica de las Naciones Unidas para América Latina, con­
tiene una apreciación preliminar de las consecuencias de la política
económica del peronismo que resumió así:
La Argentina conoce hoy la crisis más aguda de su
desarrollo económico, más grave aún que la que debió
conjurar el presidente Avellaneda economizando sobre el
hambre y la sed, más grave que la de 1890 v más grave
que la de hace un cuarto de siglo, en plena depresión
mundial. En esos tiempos, el país conservaba al menos sus
fuerzas productivas intactas. No es el caso de hoy: los
factores dinámicos de su economía están seriamente com­
prometidos y será necesario un esfuerzo intenso y persis­
tente para restablecer su ritmo vigoroso de desarrollo ..
Interpretación compartida por algunos técnicos, discutida por
políticos e ideólogos y rechazada por la opinión popular que tuvo
una sensación diferente tanto del diagnóstico de la situación como
de las medidas que se aconsejaban en el citado informe.
La política exterior procuró ser congruente con la fisonomía La política exterior
interna del régimen v con el realismo del caudillo. Polifacética y y la "tercera
posición”

52 Inform e prelim inar al presidente Lonardi. presentado por Prebisch


el 26 de octubre de 1955.
polivalente, recogió posturas y contenidos ideológicos de distintas
corrientes, trató de conciliarias con los condicionamientos objetivos
de la situación internacional de posguerra, con ciertas tradiciones
y con nuevas amistades internacionales. El resumen de todos esos
factores, a menudo contradictorios y de una apreciación discutible
del proceso internacional, se proyectó en una expresión que el ré­
gimen introdujo como un segmento de su doctrina política: la
“tercera posición”. Ésta se presentó como una postura original,
apropiada a la mística del peronismo.
Un gesto espectacular dio el tono a la política exterior de
Perón: su “mensaje de paz al mundo”, leído el 6 de julio de 1947.
Antes había sorprendido restableciendo las relaciones diplomáticas
con la U.R.S.S., enviando como embajador en Moscú a un cau­
dillo sanjuanino: Federico Cantoni. Los temas del antiimperialismo
fueron movilizados contra los Estados Unidos, mientras cobraban
importancia los tópicos nacionalistas referentes a la tradición “his­
panoamericana” y el papel de la Argentina en la América del Sud,
“un continente latino y moderno” según escribía el Presidente bajo
el seudónimo de “Descartes” proponiendo una confederación con­
tinental. En el plano práctico, sin embargo, el gobierno peronista
se volcó hacia un entendimiento con los Estados Unidos que se
manifestó a poco de comenzar con la ratificación de las Actas de
Chapultepec y San Francisco, pese a las disidencias existentes den­
tro del oficialismo, a los ataques del nacionalismo y a las vacilacio­
nes del radicalismo. A poco andar, la Conferencia Interamericana
para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente,
que sesionó en Río de Janeiro entre el 15 de agosto y el 2 de
setiembre de 1947, puso a prueba la posición exterior de la Argen­
tina. La delegación, presidida por el canciller Bramuglia, no pudo
sostener la tradicional política argentina del principio de la unani­
midad en cuestiones de fondo, y se vio compelido a aceptar el
principio de la simple mayoría. La Conferencia de Río, proyectada
durante la firma del Acta de Chapultepec, vio a una delegación
de la Argentina mucho menos agresiva que lo esperado. The Neiv
York Herald Trihune ironizaba: “La Argentina ha obtenido la
medalla de buena conducta y todo está olvidado.. .” 58 La dele­
gación no había asumido, en realidad, ninguna actitud intransi­
gente, sino cooperativa. El tercerismo parecía más bien retórico
que efectivo, pero mientras tanto el Presidente había enviado a su
53 Citado en Historia del Peronismo, “Primera Plana", 14 de junio
de 1966.
450
esposa a una gira por Europa, y había decidido una ayuda opor­
tuna e importante a España, marginada del Plan Marshall por la
adhesión de Franco al Eje. Esta actitud de la Argentina fue gene­
rosa, la decisión de Perón muy hábil v la repercusión internacional
de la medida significó un éxito diplomático v una demostración
de independencia relativa en la conducción de los asuntos inter­
nacionales que movió al reconocimiento entusiasta de los españoles
v a la irritación de los inspiradores de la rígida política de las
potencias victoriosas.
La “tercera posición” fue, pues, la manifestación ideológica de
una política exterior pendular v ambivalente. Acercaba la Argen­
tina a los países “no comprometidos”, sin comprometerla formal­
mente con los grandes bloques mundiales. Expresaba una posición
realista hacia la U.R.S.S. mientras renegaba del comunismo, y soli­
daria con Occideinte y los Estados Unidos aunque predicaba contra
el imperialismo. Al mismo tiempo satisfacía la aspiración secular de
los argentinos respecto de un papel relevante en América Latina,
aunque inquietaba a los vecinos, que no manifestaban solidaridad
con un peronismo que se les antojaba expansivo v con pretensiones
hegemónicas en la región. Cuando comenzaron las tratativas con
la Standard Oil, el tema del antiimperialismo fue retomado por la
oposición. Pero desde el punto de vista ideológico, el “tercerismo”
peronista iría al encuentro del neutralismo v de posturas interna­
cionales que se hicieron explicables desde el momento en que la
bipolaridad internacional fue reemplazada por la multipolaridad
política.

“La República se creía sana y salva


después de la m uerte de Catilina. N un­
ca se había encontrado más enferma."
E m ii .io C astelar . La civilización en los
primeros cinco siglos del cristianismo.
Resulta difícil precisar en qué momento un régimen político
seencuentra en el cénit de su estabilidad y vigencia o ha comen­
zado amostrar signos defatiga y marcha hacia su ocaso. Visto
retrospectivamente, el proceso político no mostraba, hacia 1954,
signos evidentes que denunciaran la debilidad del régimen pero­
nista o el principio de su declinación.
Cada sector social, político, económico o cultural de la Ar­
gentina de entonces tenía una especial manera de percibir el pro­
ceso, v eso explica que las descripciones del mismo dependan, aún
hoy, de una suerte de selección perceptiva no siempre deliberada
sino espontánea. Para los miembros tradicionales del poder econó­
mico, el régimen significaba la agresión discrecional a sus intereses,
la afirmación del estatismo desorbitado y una peligrosa experien­
cia capaz de transformarse en una revolución colectivista. Los
grandes diarios, los partidos políticos tradicionales, los sectores
sociales o la clase alta y la alta clase media reclutaban o repre­
sentaban la oposición sistemática al régimen. A la izquierda del
espectro opositor estaba casi todo el poder intelectual, los estudian­
tes universitarios organizados en la F. U. A., los profesionales v
aun sectores de la clase media que si bien se habían beneficiado
con la política económica del régimen, compartían valores no
económicos que los acercaba a la oposición antiperonista. Ésta
era, pues, fuerte y estratégicamente distribuida. En los niveles so­
ciales más altos, se comunicaba con los intereses extranjeros, espe­
cialmente norteamericanos, que se sentían agredidos por el nacio­
nalismo .económico del régimen. En los clubes aristocráticos v en
los círculos económicos se encontraban empresarios, ejecutivos de
empresas internacionales, propietarios de tierras y patrones de es­
tilo tradicional para quienes las conquistas obreras, la política
social de Perón, el estatuto del peón o la organización del poder
sindical significaban la modificación inaceptable del statu-quo.
Muchos militares alternaban en esos círculos y escuchaban la pré­
dica opositora, la crítica objetiva o la difamación.
El peronismo no hubiera podido existir sin el apoyo del ejér­
cito, de la Iglesia y de las organizaciones gremiales. Pero sus apoyos
principales no estuvieron sólo en esas fuerzas, sino en la vigencia
ideológica del nacionalismo autoritario y antiliberal, en la adhesión
de sectores importantes de las clases medias urbanas v del interior
V en el poder carismático de sus líderes: Perón v Eva Perón.
Con el tiempo, sin embargo, la oposición entre el peronismo
y el antiperonismo se fue haciendo una cuestión de “piel”, una
cuestión social en el sentido más directo de la palabra. Mucha
gente fue peronista atraída por la novedad del movimiento, inte­
resada en la convocatoria que éste hacía, satisfecha por su política
social o entusiasmada porque por primera vez tenía la sensación
de que sus aspiraciones significaban algo para los que mandaban.
Pero muchos fueron antiperonistas desde el principio, se situaron
en la oposición al candidato del ejército por -antimilitarismo, al
líder de masas por antidemagogia, al autócrata por pasión liber­
taria, al prom otor de los sectores populares por prejuicios sociales.
452
Así como hubo gentes conquistadas por el peronismo —lo que
explica su enorme poder electoral en 1951 en relación con 1946—,
hubo otras que se hicieron fervientes antiperonistas. Quienes vi­
vieron el proceso saben que no todo se puede explicar en orden
a “intereses” en el sentido económico del término, y que buena
parte del mismo se puede entender a partir de “sensaciones” que
vivieron de una manera tal vez para siempre.
Si bien en el sentido político no hav diferencia apreciable Demócratas
entre el Estado democrático v el liberal, en el sentido social (y y liberales

económico) la democracia se entiende a menudo como una forma


de gobernar la sociedad. Si el liberalismo es sobre todo la técnica
de limitar el poder del Estado, la democracia es la inserción del
poder popular en el Estado.'’4 En ese sentido —v quizás únicamente
en ese sentido— el peronismo era demócrata; a su vez, el anti­
peronismo expresaba las preocupaciones liberales. Aquél era indi­
ferente respecto de la vigilancia del ejercicio del poder. Le preocu­
paba sobre todo la sustancia v el ejercicio mismo del poder en
sentido redistributivo. Una vez más, los argentinos no lograban
conciliar la democracia con el liberalismo. Los demócratas se mos­
traban antiliberales o antipluralistas. Y los liberales cultivaban la
antidemocracia por reacción. Si la democracia pide igualdad v el
liberalismo pide libertad, de acuerdo con la distinción clásica de
Tocqueville, no era extraño que los que tenían la posibilidad, los
recursos o los conocimientos para usar de la libertad rechazaran
el ingrediente autoritario del peronismo, mientras que los nece­
sitados de mavor justicia, oportunidades v seguridad no padecían
el peronismo como autoritario, sino como legítimo v deseable.
Desde el punto de vista de las relaciones sociales, sin embargo,
la antinomia peronismo-antiperonismo se vivía de una manera más
profunda aunque con manifestaciones también triviales. En ciertos
sectores ser peronista era “mal visto”, v ser antiperonista era
“bien”. Sin embargo, aun cuando el peronismo fue una forma de
autoritarismo basado en el poder de las masas, no fue un “partido A utoritarism o
de clase”, como no lo había sido el radicalismo en la época en y policlasism o

que representó la vía de participación política de los sectores me­


dios. Uno v otro fueron “policlasistas” v el hecho de que Perón
se negara a cristalizar el movimiento en un partido Laborista ex­
clusivamente obrero es un dato importante. Este policlasismo se
"’4 Confr. Giovanni Sartori, Aspectos Je la democracia. México, Limusa
W iley, 1965. Especialmente págs. ?68 a ?79 donde el tratam iento del tema,
tan confuso hoy, es magistral.

453
manifestó de maneras diferentes, y atravesó tanto a los sectores
proletarios de las zonas industriales —donde los líderes sindicales
fueron v son miembros destacados del movimiento—, como a sec­
tores sociales del interior, donde miembros de familias tradicionales
encabezaron el peronismo político o nuevas burguesías locales
hallaron una vía de expresión frente a pequeñas oligarquías pro­
vincianas que se abroquelaron en el antiperonismo por temor a los
cambios que el peronismo parecía significar.
Al mismo tiempo, en la medida en que Perón entendió que su
autoridad indiscutible sobre una parte del pueblo debía ser acep­
tada coercitivamente por quienes no eran sus fieles, derivó hacia
el autoritarismo y, a la postre, hacia una autocracia populista.
Cuando Perón decía “el pueblo”, entendía la palabra en el sentido
de un todo orgánico o de una mayoría absoluta.. De ahí el “popu­
lismo”, como expresión ideológica de la concepción romántica
que conduce a que puedan ser sometidos uno por uno todos los
miembros del pueblo efectivo. En ese punto, el peronismo dejaba
de traducir a la democracia en el sentido político v moderno del
término. Movimiento poderoso, con el dominio casi total de los
medios de expresión, se liberó de la crítica y comenzó a padecer la
corrupción cortesana. En algún momento del proceso el régimen
comenzó a debilitarse sin que sus conductores v sus beneficiarios
lo percibieran.
Un dato importante de un sistema político es la cantidad, ca­ El sistema:

lidad y tendencia de los partidos políticos. N o sólo interesa el


polarización
centrifuga
número de partidos que componen un sistema político, sino su
comportamiento, la intensidad y la distancia ideológica que existe
entre ellos.53 Aparentemente, el sistema político argentino ha sido
bipartidista en el pasado. Conservadores-radicales, v luego radica­
les-peronistas, cubren la tradición más reciente. Sin embargo, el
bipartidismo tiene sus reglas: que dos partidos estén en condiciones
de competir por la mayoría absoluta; que al menos, uno de esos
partidos pueda conquistar una mayoría suficiente; que tal partido
esté dispuesto y pueda gobernar solo; y que, sin embargo, la rota­
ción en el poder sea para el otro una expectativa confiable. Puede
55 Se pueden distinguir las siguientes categorías de sistemas de partidos,
que no se describirán aquí: I) partido único, 2) partido hegemónico, 3) par­
tido predom inante, 4) bipartidismo, 5) m ultipartidismo moderado^ 6) multi-
partidismo extrem o y 7) atom ización. (Confr. G . Sartori: Tipología dei
sistemi di partito, “Q uaderni di Sociología”, vol. xvn, 1968, n" 5; J. La Pa-
lombara y ¡VI. W einer, Political Partíes and Political Development, Princeton,
1966; M aurice Duverger, l.os partidos políticos, México. F. C. F... 1959, etc.)
decirse que, por lo menos desde la lev Sáenz Peña, la última regla
no fue satisfecha por el sistema de partidos de la Argentina, sea
porque quien ganó trató por todos los medios de no perder el
poder, sea porque quien perdió no tuvo posibilidades o fuerza
propia para conquistarlo por medios lícitos.
Otra condición fundamental para el funcionamiento del sis­
tema bipartidista es que la actitud de los partidos sea compe­
titiva v centrípeta. Que favorezcan un juego político “moderado”
en el sentido de que no exasperen los conflictos ni los clivages
—fracturas— en la línea de división económico-social, Es la mecá­
nica centrípeta del bipartidismo la que crea el consenso respecto
del sistema. Si las actitudes de los partidos acentúan los conflictos,
conducen a que el adversario sea tratado como enemigo v mediante
la práctica de la injusticia política cierren el camino del poder al
competidor. Se produce una polarizadoy centrífuga que hace es­
tallar el sistema por la distancia v la tensión ideológica que se crea
entre los polos. Ese fue, parece, el rasgo relevante del comporta­
miento político durante el régimen peronista. Peronismo y anti­
peronismo fueron al cabo dos “polos”, no dos partidos. Ambos
terminaron por desinteresarse de las reglas de juego del sistema
bipartidista v mientras el peronismo aspiraba a la totalidad del
poder, el antiperonismo quería la supresión, por cualquier medio,
del peronismo.
En ese contexto debe tenerse en cuenta, por fin, la incidencia
polarizadora de la constante “personalista” que se manifestaba a
través del liderazgo de Perón.
Hacia 1955, el régimen peronista había dado casi todo lo que
podía esperarse. Había incorporado la clase obrera al, sistema
político v el poder sindical a la constelación de poderes de la
Argentina. Había innovado en política económica: “los mecanis­
mos de control legados por los conservadores fueron ahora utili­
zados para subvencionar no al sector primario, sino al industrial”.’'11
Había aplicado una política económica neoconservadora cuando pa­
saron los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a advertirlo sus
fieles, que en su mejor momento constituyeron casi el 65 '/ del
electorado. Y su líder, pese a la explosiva retórica que según las
ocasiones v los auditorios empleaba, revelóse con el tiempo un
reformador sin vocación revolucionaria, un progresista social prag­
mático.''7 Pero al mismo tiempo había puesto a la Argentina a las
H ai.perÍn D on ghi, Tulio, ob. cit., págs. 392 a 394.
s” F
K i s to s , Raúl, ob. cit., págs. 264.a 266.
ik r k o

455
Bombardeo a la Casa de Gobierno.
16 de jun io de 1955: bombardeo de la aeronáutica antiperonista que provocó
muchas victim as. Saqueo e incendio de iglesias por bandas que invocaban
a Perón. Dos ejemplos extrem os de una Argentina exasperada y en la frontera
de la guerra civil.

puertas de su historia contemporánea en una situación de paridad


social en la que todos los sectores habían circulado por el poder,
pero ninguno había logrado imponer “la” solución que consideraba
integral y satisfactoria. Una situación de equilibrio inestable v de
conflictos acumulados.
La segunda presidencia de Perón comenzó con dos hechos L a la tig a

críticos: la muerte de Eva Perón y el suicidio de Juan Duarte. y a soberbla


Algunos opositores apreciaban que —no obstante el descrédito mo­
ral que significó el affaire Duarte y la ausencia de Eva P erón-
la situación política era sólida, la inflación iba en camino de ser
contenida y la posibilidad del acuerdo petrolero con la Standard
OH resolvería los graves problemas financieros del régimen.58
Aunque el proceso económico pudiera ser diferente, lo cierto
era que la gente no creía en la posibilidad de una crisis, que las po­
sibilidades electorales del radicalismo eran muy bajas, y que si bien
el nacionalismo antiliberal militante abandonaba al peronismo de­
bilitando la influencia de éste en las fuerzas armadas, pocos indicios
había de la proximidad del ocaso del régimen. Sin embargo, luego
de la muerte de Eva Perón, el líder había caído en la concupiscencia
58 Es la impresión que registra Bonifacio del Carril, Crónica interna de
la Revolución Libertadora, págs. 37 a 38.
456
Saqueo e incendio de iglesias

según lo probaba, para los informados, el “affaire U. F.. S.” y


hechos análogos. A su vez, una rígida burocracia sindical v política
se interponía entre el Presidente v sus seguidores, v el régimen
ponía de relieve sus defectos: ineficiencia v mediocridad. La opo­
sición ganaba las calles y los cuarteles, multiplicando las imágenes
negativas del peronismo, explotando la falta de flexibilidad de
éste. El régimen aumentó la represión, v la oposición los rumores
y la actividad conspirativa. Que los rumores tenían bases ciertas
V que deterioraban al régimen, quedó demostrado por las reac­
ciones de Perón en sus discursos, sobre todo a partir de 1953, en
que dedicaba extensos pasajes a desvirtuarlos. A principios del 55,
sin embargo, los rumores convergían en la crítica moral al régimen
y a Perón —crítica que tenía como portavoces a dirigentes cató­
licos y a sacerdotes— y en la crítica política v económica a pro­
pósito de los contratos petroleros —que penetró en los cuadros
militares.
De pronto estalló el conflicto con la Iglesia Católica. Conflicto ei conflicto con
insólito, que las versiones oficiales asociaron con el presunto apoyo
de la Iglesia al todavía nonato partido Demócrata Cristiano cuyos
organizadores se habían reunido en Córdoba. Las interpretaciones
de peronistas como Bustos Fierro apenas aciertan a explicar el
conflicto a través de una complicada teoría conspirativa que une
al “imperialismo” con la “Orden jesuíta” .. . En verdad, no se ha
457
dado aún una explicación satisfactoria. ¿Un “pecado de soberbia”?
¿La creciente tensión entre un régimen que imponía su ideología
v su “doctrina nacional” aun en los establecimientos educativos de
la Iglesia? ¿La irritación de Perón frente a los actos religiosos que
eclipsaban —en Córdoba, por ejemplo— las manifestaciones de sus
adherentes, sobre todo de la U. E. S.? El 27 de setiembre de 1954
una ley sobre asociaciones retira la personería jurídica “a las
asociaciones constituidas sobre la base de una religión, de una
creencia, de una nacionalidad, de una raza o de un sexo”. Kl 2
de diciembre se suprime la Dirección General de Enseñanza Reli­
giosa. El 28 de diciembre son suprimidas las subvenciones oficiales
a las escuelas privadas. El 29 se reforma la lev de profilaxis social
permitiendo el ejercicio de la prostitución. La Iglesia, que había
gozado de los favores oficiales del régimen desde el 43, comienza
a conocer desde entonces el asedio v la hostilidad. El régimen
“sacraliza” el culto a Evita y el 13 de mayo de 1955 es abrogada
la ley de enseñanza religiosa en medio de declaraciones que denun­
ciaban “la alianza funesta entre el clericalismo oscurantista v faná­
tico v los últimos bastiones de la reacción antiargentina”. Las
sanciones a la Iglesia se sucedían, mientras el Presidente procuraba
añadir por todos los medios motivos de irritación —recibía cada
día ministros de diferentes cultos, v aun a organizaciones teosó-
ficas v espiritistas—, v el. peronismo se aprestaba a una enmienda
constitucional para separar la Iglesia del Estado. Si el régimen
había intentado una maniobra de “diversión” para distraer la aten­
ción de la gente en vista de sus designios en el campo económico,
había elegido mal el tema v había actuado con imprudencia. Si
fue, en verdad, el resultado de los humores de Perón, éste había
perdido su capacidad de escrutar la realidad, hasta entonces una de
sus más notables virtudes políticas.
El conflicto con la Iglesia fue el principio del ocaso del régi­
men peronista. Aglutinó a la oposición. Los templos se transforma­
ron en tribunas de crítica moral v política en donde se congrega­
ban, incluso, anticlericales que no los habían visitado antes. El
antiperonismo desafió al régimen desfilando por las calles de Bue­
nos Aires a propósito de la celebración de Corpus Christi. El
gobierno envió al exilio al obispo auxiliar de Buenos Aires, mon­
señor Manuel Tato, v a un canónigo de la Catedral, Ramón Novoa.
Acusó a los católicos de haber quemado una bandera argentina y
éstos acusaron a la policía. El 15 de junio la Santa Sede excomulgó
a Juan Domingo Perón. F.l 16, una escuadrilla aeronaval que debía
458
rendir homenaje a Eva Perón, atacó la Casa Rosada. La primera
bomba cayó a las 12.40 de ese día triste, en el que muchos inocentes Hacia la
revolución
murieron y la rebelión fracasó. La noche llegó en medio de la luz de 1955

de los incendios de templos católicos, realizados por bandas arma­


das que actuaban en la impunidad. El odio se manifestó entre los
argentinos.
Perón advirtió que todo había llegado demasiado lejos e in­
tentó una “política de pacificación” apelando a la oposición. Pero
las cartas estaban echadas. El régimen había perdido el apoyo del
poder moral, tanto ideológico como religioso, carecía de la adhe­
sión del poder económico y contaba ahora con un poder militar
dividido y asediado por la presión de la opinión pública antipero­
nista, exasperada y militante. La Argentina peronista era fuerte y
fiel, pero quedó desconcertada ante el comportamiento de su líder.
Éste juega, sin embargo, una carta que hubiera sido decisiva en la
etapa de su ascenso político: presenta su renuncia —no ante el La renuncia
Congreso, sino ante el partido— y la C. G. T. moviliza a sus
organizaciones para exigir a su líder que la retire. En la fría tarde
del 31 de agosto, día de la renuncia. Perón arenga a la multitud
en la plaza de Mayo. Pronuncia el discurso más violento que haya
dicho jamás y promete “responder a toda acción violenta con otra
más violenta todavía”. Algunos observadores advierten que, antes
de finalizar el discurso, algunos ministros habían abandonado el
balcón. La noche cae y reina la calma en la ciudad, patrullada por
fuerzas militares. El líder no había mostrado la tolerancia de los
fuertes.
La marina de guerra era el epicentro militar de la conspira­
ción y el capitán de navio A rturo Rial, uno de los principales orga­
nizadores. En el ejército, los planificadores fueron el coronel
Señorans y el mayor Guevara. La aviación se iría plegando a me­
dida que los aparatos despegasen de bases aparentemente leales. Un
intento aislado del general Videla Balaguer fue sofocado y el
movimiento revolucionario se detuvo. Contactos con el general
Justo León Bengoa fueron abandonados. Surgió un jefe revolu­
cionario en los cuadros superiores de la Marina —el contralmirante
Isaac Rojas— y otro en el Ejército —el general Pedro Eugenio
Aramburu—, pero la decisión del levantamiento militar pertenece a
un general de origen nacionalista que había actuado en el 51: el
general Eduardo Lonardi. El 16 de setiembre, a la una de la ma­
ñana, el general Lonardi y un grupo de oficiales acompañados por
el coronel Ossorio Arana tomaron la Escuela de Artillería, en Cór­
459
doba. La situación militar era sin embargo angustiosa para los
sublevados, aunque lograron convencer al jefe de la Escuela de
Infantería cuando ésta no podía ser rendida por las armas. La
acción de la aeronáutica militar no era suficiente para detener a
las tropas leales que convergían sobre el foco rebelde. El 19 de
setiembre, Lonardi estaba copado v sin infantería; el general Lagos
alistado en Cuvo pero sin salir de Mendoza; en el Litoral, los cons­
piradores habían fracasado v la Marina no podía ayudar a los
rebeldes mediterráneos. Según los protagonistas, fue el ánimo re­
suelto y la capacidad de mando del general Lonardi lo que permitió
a los revolucionarios sobrellevar horas críticas en las que el sitio
de las tropas leales —de haber atacado— hubiera terminado con la
rebelión/’” De pronto, llegó desde Buenos Aires la orden de tregua.
Eso sorprendió a todos e indignó' a los militares leales. En la
capital, mientras tanto, se producen los hechos decisivos. La Flota
de Mar bombardea las destilerías de Mar del Plata, amenaza La
Plata y lanza un ultimátum al gobierno nacional. Fue seguido por
dos más, hasta que un grupo de militares fue a parlamentar a bordo
del crucero “La Argentina”. Pero antes sucedieron episodios confu­
sos, que terminaron con la capacidad de conducción militar de la
represión. El Presidente, en efecto, entregó un documento que
—según él— tenía por objeto habilitar al ejército “para llegar a la
terminación de las hostilidades”, pero que la Junta Militar inter­
pretó como una renuncia. Según versiones, el día 20 irrumpieron
el general Francisco Imdz v otros militares en la sala donde estaba
reunida la Junta, que vacilaba ante el documento de Perón v dis­
cutía la posibilidad de resistir el alzamiento. Armas en mano, Imaz
V sus acompañantes habrían impuesto a la Junta que aceptara la
renuncia de Perón. En todo caso, la decisión de éste dejó al co­
mando en jefe v a los generales sin gobierno que defender. Mien­
tras los generales aceptaban en el crucero la rendición incondicio­
nal, Perón se refugiaba en la embajada del Paraguay. El 23 de
setiembre de 1955' la plaza de Mayo se llenó con una multitud
tan compacta e impresionante como la del 17 de octubre de 1945.
Pero era la Argentina antiperonista. Fl poder ya no era de Perón,
como doce años atrás, sino, otra vez, de las fuerzas armadas ...
Las versiones sobre los sucesos de la revolución de 1955 se encuentran
dispersas en ensayos, libros y artículos periodísticos. Pocos documentos lian
salido a la luz, aunque los acontecim ientos principales son conocidos cor,
bastante aproximación. Pueden leerse libros de protagonistas, como Dios es
justo, de Ernesto Lonardi y Crónica interna de la Revolución Libertadora
de Bonifacio del Carril, y los artículos de Historia del Peronismo de “Prim e­
ra Plana” —mayo de 1969—, de "A tlántida” —año 48, nv 1183, setiembre de
1965—; de “Leoplán" —Como cayó el peronismo, nv 744, 1965—; de "Extra"
—Revolución Libertadora, su proceso ~ por Jorge Al. Lozana—, etc.
460
Epilogo
(“T odo lo pasado es p ró lo g o ..."
S
h akespeare, La Tempestad, n, i)

La caída del régimen peronista sorprendió a la mitad de los


argentinos, resignados e impotentes. La otra mitad recibió el hecho
con una patente sensación de alivio. Así como el 17 de octubre
de 1945 fue el símbolo de una Argentina popular que se incor­
poraba espontáneamente a la vida política activa —desde entonces
potencialmente más democrática—, el 23 de setiembre de 1955
significó la manifestación de la Argentina no peronista que vivió
el júbilo, también espontáneo v desinteresado en el nivel de pue­
blo, de la opresión derrotada.
Después vinieron las interpretaciones: más o menos correctas,
apasionadas o racionales, profundamente ideológicas o aparente­
mente despojadas de juicios valorativos. Pero la mayoría de los
argentinos vivió los sucesos de manera mucho más simple v di­
recta. Los peronistas, fieles a su líder, y los estratos populares que
seguían percibiendo al régimen como el más capaz de los cono­
cidos hasta entonces para brindarles bienestar y sensaciones de
participación, recibieron la Revolución Libertadora como el re­
sultado de una conspiración de fuerzas reaccionarias. Los anti­
peronistas —el “no peronismo”, sin el anti, es un fenómeno que
se difunde años después— interpretaron los sucesos como la con­
secuencia de la fatiga de un líder v de un régimen que había
perdido el dinamismo inicial y demostraba —desde 1952 al me­
nos— sus grietas v su exasperada pretensión autoritaria.
Ambas expresiones fueron, a su vez, símbolo de una Argentina
pendular que no ha logrado conciliar aún la democracia con el
pluralismo, el orden con la libertad, la autoridad con la partici­
pación, el desarrollo político con el económico y el social.
Muchos, que no han conocido ni experimentado lo que fue la
época peronista, la observan hoy a través de un prisma ideológico,
en general dominado por una óptica populista. Esta actitud acentúa
los valores positivos del proceso, pero a la vez dificulta la compren­
sión relativamente objetiva de la experiencia con todos sus claroscu­
ros. Por eso, la historia de la época peronista —de la cual hemos
explicado apenas unos aspectos— es una tarea pendiente.
461
Desde el 43, v aun desde el 55, la sociedad argentina se ha
transformado v todos sus sectores —v también el hombre argenti­
no— no se comportan ni perciben al país de la misma manera que
entonces. F.l argentino se siente hov profundamente malhumorado.
Tiene la sensación de la decadencia, más bien que del subdesarro­
llo,1 y tiende a ver su situación en el mundo contemporáneo de dos
maneras extremas: como el resultado de la presión de factores in­
ternacionales, con frecuencia de oscuro origen, o como la conse­
cuencia de cierta incapacidad colectiva para hacerse cargo de un
nuevo “proyecto nacional” en reemplazo del que habría presidido
la acción de la generación del 80.
Sin duda, los argentinos tienen buenas razones para creer que
están viviendo la “crisis de la crisis”, pero no es sencillo discernir
las causas estructurales de las llamadas covunturales, ni en qué
medida la interacción entre factores externos e internos ha llegado
a un punto en el que no es fácil producir un nuevo “despegue”
V, sobre todo, sostener el proceso hacia adelante. Las interpreta­
ciones de la crisis varían según las perspectivas. De ahí que para
el historiador o el observador se abran ahora muchos más interro­
gantes que otrora, algunos de los cuales apenas se esbozan como
ejemplos de nuevas vías de análisis del pasado.
Fn fprimer lugar, no es inoportuno preguntarse acerca del internacional
El contorno
contorno internacional que condiciona el proceso argentino. Y en
.r. re ?

segundo lugar, en qué condiciones enfrenta la Argentina a una


situación internacional extremadamente fluida v polifacética. F.l
poder es cuestionado en todos lados. Los sistemas políticos más
evolucionados apenas demuestran capacidad para responder a las
nuevas expectativas. El resurgimiento de conflictos ideológicos v
de protestas masivas en las sociedades industriales más poderosas
de Occidente ha tomado por sorpresa a toda una generación de
científicos sociales.- Modelos analíticos partidarios de la presun­
ción de que la tecnología posindustrial, la sociedad afluente v la
heterogeneidad social reducirían progresivamente la violencia so-
1 Es im portante distinguir entre subdesarrollo político y decadencia
política. La Argentina se encuentra en “decadencia" y no en un estado de
"subdesarrollo” político, siguiendo en esto los conceptos expuestos de manera
excelente por Samuel P. H untington: Política! Develo pm ent and Political
Decay. En "W orld Politics", xvu, 1965, págs. 592-405, v luego en Political
O rder in Changing Societies, New Haven, 196H.
- Confr. Krank E. .Ylyers, Social Class and Political Cbange in W estern
Industrial Systems. En "Com parative Politics". Ed. T he University Chicago
Press, vol. 2, núm ero ?, abril 1970, págs. 389-412. Y Georges Burdeau, en
Revista ''Projet", París, abril de 1970.
462
cial y los conflictos políticos, parecen cuestionados por los suce­
sos, recientes o en trámite, ocurridos en Francia, Italia, Estados
Unidos de América, etc. La aparente solidez de las autocracias es
desafiada en España o en Checoslovaquia, mientras un ensayista
soviético se pregunta acerca de la sobrevivencia de Rusia en 1984.a
La “marea militar” avanza sobre América latina, pero es ostensi­
ble que los regímenes políticos conducidos por las fuerzas arma­
das no tienen la misma fisonomía de otrora. La experiencia del
Perú, y los procesos políticos y militares del Brasil y la Argen­
tina ponen en evidencia lo que hemos expresado acerca de la
necesidad de estudiar desde nuevas perspectivas el problema de
la intervención de los militares en la política actual. El hecho
de que los analistas políticos se refieran con alguna insistencia al
surgimiento de una suerte de “partido hegemónico” de nuevo
cuño, representado por el “partido militar” en el poder; de “siste­
mas hegemónicos burocráticos-militares” o del esbozo de una es­
pecie de “república militar”,4 supone la búsqueda de nuevas cate­
gorías y formas de apreciar el fenómeno político actual en diversos
países del mundo.
El historiador debe, pues, retomar el proceso de transforma­
ción político, económico, social, ideológico y militar que sigue
a la última guerra, para explicar o plantear nuevas hipótesis de
trabajo en torno de la Argentina contemporánea. La época de la
“guerra fría” dio origen a factores que actúan todavía. Fue un
estado de las relaciones internacionales que sucedió al cataclismo
de la guerra de 1939/1945. El conflicto entre la Unión Soviética
y los Estados Unidos de América era entonces difícilmente con­
cebible. Un reajuste complejo de las posiciones nacionales siguió
a la derrota del Eje. Ambas potencias emergieron de la guerra como
los dos únicos poderes con capacidad para dominar la situación
mundial. Nunca, desde el imperio romano,' el poder estuvo tan
concentrado como en 1945. El sistema tradicional de las relaciones
:1 A m a l r ik , Andrei, L ’ Union Soviétique survivra-t-elle en 19X4?. Edition
Fayard, París, 1970.
4 Confr. Carlos A lberto Floria, El poder militar y el poder sindical en
la nación, Revista “Criterio”, núm ero extraordinario de 1970. N atalio Botana,
La vocación política de los argentinos: burocracia militar o democracia po­
pulista, en la misma publicación. Rafael Braun, La representación de los
partidos políticos y la interpretación del interés público por parte de las
fuerzas armadas: un dilema argentino. Ponencia en el coloquio sobre La
Democracia en el m undo contemporáneo, citado. M ariano G rondona, La Re­
pública militar, en Revista “M ercado”, 1970. Dario Cantón, Revolución A r­
gentina de 1966 y proyecto nacional. En “Revista Latinoamericana de So­
ciología”, 69/3, noviembre de 1969, págs. 520-543, etc.
463
internacionales entró en declinación; el “genio de la tecnología”
había salido de la botella mágica a raíz de la guerra —como alguna
vez observó lúcidamente Lerche— v no volvería más a su estuche,
mientras los nuevos protagonistas mostraban serias debilidades en
sus políticas internacionales de reemplazo. Así como los modos
clásicos de las relaciones internacionales pertenecen al pasado, tam­
bién la “era de la guerra fría” había llegado a su fin. Las relaciones
entre la Unión Soviética y Estados Unidos de América se apro­
ximaron entonces a un nivel de cálculo v racionalidad jamás cono­
cido, sobre todo a partir de la crisis de Berlín de 1961. El cambio El renacim iento
de la flexibilidad
más significativo que reveló al principio la nueva situación fue
el renacimiento de la flexibilidad. El mundo de la posguerra y
el de la guerra fría eran extremadamente rígidos. Los asuntos
internacionales transcurrieron durante un tiempo a lo largo de un
solo eje: Unión Soviética, Estados Unidos de América v sus con­
flictos. El mundo contemporáneo tiene mayores responsabilidades
v nuevos protagonistas. Las posiciones fijas e inamovibles han sido
erosionadas por el cambio. La “alianza del Atlántico” procura
restablecerse en beneficio recíproco de Estados Unidos de América
V de Europa, v en desmedro de las regiones situadas del otro lado
del hemisferio norte. El impresionante resurgimiento del Japón
v el crecimiento v la influencia demográfica, militar e ideológica
de China continental conducen a la modificación del juego inter­
nacional v de la relación de fuerzas. Como advierten, entre otros,
el general Beaufre v Henrv Kissinger, el mundo es todavía mili­
tarmente bipolar, pero política v económicamente es rmdt¡polar.
El contorno internacional no sólo se manifiesta a través de La "doble vida"

los listados nacionales, sobre todo de las “superpotencias". Con­


de la Argentina

tiene, con capacidad creciente v con proyecciones que afectan la


autonomía de los grandes Estados contemporáneos —obviamente,
por lo tanto, de los más pequeños o más débiles—, a las grandes
corporaciones económicas, con capitales v tecnologías en cons­
tante expansión. Una suerte de “nuevo feudalismo” económico
parece sobreponerse a las estructuras de conducción de los Estados
nacionales más poderosos.' La realidad v la teoría comienzan a
Confr., por ejemplo, Robert Lattés, Un billón de dólares. I d. Plaza
& Janés, Barcelona, 1969. “Si continúa el impulso actual —dice— unas sesenta
sociedades pueden dom inar el mundo . . . En su conjunto tendrán, antes de
1985, un billón de dólares de cifra de negocios anual. Los líderes de este
pelotón de cabeza tendrán, cada uno de ellos, un volumen de negocios anual
superior al presupuesto de Francia. Asi, pues, en térm inos de poder finan­
ciero, varios de esos gigantes serán más im portantes (jue Francia. Casi cin­
cuenta de esas sociedades serán de origen americano, v como todas ellas

465
imponer o a proponer reflexiones críticas en torno de la vigencia
de nociones clásicas, como la de la soberanía del Estado y la
soberanía nacional. En regiones que han visto nacer al Estado na­
cional, ha comenzado un movimiento tendiente a desacralizar y a
desmistificar las nociones de Estado y de soberanía, para hacerlos
permeables al control de la razón teórica v de la razón práctica.
El bien común sólo debería ser sagrado para la conciencia cívica,
se observa. Las diferentes formas de Estado y de soberanía no
tendrían otro valor que el de medios vinculados al bien común.
Pero ese criterio predominantemente moral —por lo tanto, c'pnti-
nente de una perspectiva de la realidad—, implica insistir sobre las
nociones de competencias y de responsabilidades más bien que
sobre las de poder en la justificación de la soberanía. Supone buscar
fórmulas —de un tipo próximo a las federalistas— para salvaguardar
a la vez la existencia original de los grupos humanos v su unidad,
aunque no elimine todas las tensiones11. Esa tendencia tiene en vista
un proceso internacional que puede conducir de otro modo a
nuevas e insólitas catástrofes, pero debe transitar por un mundo
que presencia el renacimiento de sentimientos nacionales v nacio­
nalistas, a menudo como formas de manifestar la afirmación de
grupos humanos amenazados por un contorno hostil en el que los
más poderosos se desentienden de los más débiles. El historiador
tendrá aún mucho que decir para colaborar en la explicación de
las causas de tales procesos simétricos. Frente a las contradicciones
actuales, tiene vigencia la idea, aparentemente paradójica, de que
la interdependencia y la solidaridad verdadera de las naciones
dependen hoy de su independencia nacional."
Situada en América latina, tradicionalmente ligada —cuando
no alienada— a Europa, parte del sistema americano cuya poten­
cia dominante son los Estados Unidos, la Argentina ha vivido
una suerte de “doble vida”, expresión v proyección a la vez
de sus dualidades internas. Hay una Argentina “latinoamericana”,
así como hay una Argentina “europea”. Se advierte una Argen­
tina próxima —prójima— a América latina en aquellas regiones
habrán tenido que jugar, de grado o por fuerza, el juego de los grandes
espacios económicos, habrán extendido el territorio de sus operaciones a las
dimensiones del planeta.” Cit. por Jean-Jacques Servan-Schreiber en El
desafío radical. Ed. Plaza & Janes, Barcelona, 1970. Ver en el mismo sentido
J. K. G albraith en La nueva sociedad industrial.
11 Confr. Chronique sociale de b'rance, “M ythe du passé: la souveraineté
nationale”, cahier 3, junio de 1970, Lyon.
7 Fran^ois Perroux, Indépendance de la nation. Ed. A ubier-,Montaigne,
París. 1969.
466
que 110 forman parte del área integrada por la Capital Federal, El dualism o
regional
parte del Gran Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.
Mientras ésta aporta algo más del 80 % del producto total del
país, el resto participa con .el 13 % y el sur con poco menos
del 3 Vt. El área metropolitana concentra más capitales, atrae una
mejor tecnología, tiene índices más altos de productividad, mano
de obra de mavor calidad, mejores salarios y servicios, y vive las
expectativas y contradicciones de las sociedades industriales des­
arrolladas. La “otra” Argentina revela, por su parte, la profundidad
del dualismo regional y sus consecuencias.
Sin embargo, los condicionamientos del contexto internacio­
nal parecen indicar con claridad suficiente que el futuro de la
Argentina está comprometido con el de América latina. El futuro
de ésta, a su vez, está vinculado a la forma de sus relaciones con
la potencia hegemónica v con la posibilidad de la región de lograr
una relativa autonomía. El futuro de la Argentina está en Amé­
rica latina, v será a través de ella que los argentinos podrán
sobrevivir como nacionales de un Estado independiente, lo que
significa que la independencia nacional pasa hoy por la codepen-
dencia nacional, una de cuyas formulaciones es la integración
latinoamericana.*
Para incorporarse al proceso de integración regional, la ma­ La Argentina

yoría de los países ha puesto por delante su propia consolidación


y América Latina

nacional. Algunos han aspirado a conducir o a compartir la con­


ducción de aquel proceso, allí donde se ha dado o está en trámite.
Sin embargo, es difícil arribar a un régimen interno consolidado
y legítimo en una situación regional de dependencia; por otra
parte, para contribuir eficazmente a la conducción de la integración
latinoamericana habría que reunir varias condiciones. La primera
se vincula con las “dimensiones” de un Estado nacional. Si no se
tiene una dimensión geográfica, política, económica v demográ­
fica suficiente, falta una de las condiciones para aspirar a lo que
se llama el liderazgo del proceso. La segunda, es tener estabilidad
política interna, sin la cual es difícil si no imposible una política
internacional coherente, sostenida y consecuente. La tercera se
refiere al prestigio del Estado nacional según lo perciben sus veci-
N lin este punto parece oportuno señalar que tanto los protagonistas
como los teóricos de ¡a integración, cuanto los propios historiadores, han
atendido muy poco —cuando lo han hecho— a la influencia de la historia y
de su enseñanza en el proceso de integración. Hasta ahora, la forma en que
se presentan los problemas históricos latinoamericanos conspira contra acti­
tudes integrativas.
467
nos o co-regionales, así como el status internacional de aquél. La
cuarta, poseer vocación internacional: universal, regional o subre-
gional. Y la quinta, el desarrollo de una política deliberada que se
traduzca en acciones interpretativas de las aspiraciones de la co­
munidad internacional a la que pertenezca.”
Ningún Estado latinoamericano reúne hov todas esas condi­
ciones, lo que indica que el liderazgo de un proceso de integración
latinoamericana o de cualquier política regional debe ser necesa­
riamente colectivo. Quien aspire a sobrevivir como nación deberá
tener una respuesta adecuada a lo que esas condiciones sugieren
v a la medida de su realidad v propósitos. Si no parece posible
que un Estado pueda pretender, solo, el liderazgo en América
latina, el mismo deberá ser colegiado. Y es probable que el pro­
ceso internacional induzca a que las condiciones para integrar esa
colegialidad no sean sólo económicas v geográficas, sino también
tecnológicas, niilitares e ideológicas. Desde el punto de vista de
las condiciones necesarias para aspirar a un liderazgo regional, se
puede apreciar el proceso histórico argentino a partir de la Inde­
pendencia. Las ideologías americanistas tuvieron vigencia en lo
que sería la República Argentina al mismo tiempo que las ideolo­
gías autárquicas. Pero sólo cuando dominaron ideologías que co­
rrespondían a las que eran militantes en su tiempo, las tendencias
autárquicas fueron neutralizadas. Eso ocurrió durante el período
de la emancipación, volvió a advertirse en el período de la orga­
nización nacional y del predominio liberal, v retornó en la década
del 40. Sin embargo, algunas de las condiciones necesarias para un
liderazgo no se han dado. La dimensión geográfica de la Argentina
no ha sido acompañada por una dimensión económica v sobre todo
demográfica, características de los Estados-continente con aspira­
ciones al liderazgo.1" La política interna se ha caracterizado por la
!l Buena parte de estas ideas se extraen de Justo Lipsio, El futuro
latinoamericano de la Argentina, Revista “Criterio", Buenos Aires, diciembre
de 1966. Confr. también Carlos A lberto Floria, Estrategia para la formación
del sistema político. Condicionamientos regionales para un nuevo liderazgo,
“Revista de la Integración", IN T A L , Buenos Aires, mayo de 1968, nv 2.
Sobre las diferencias entre la "dependencia consentida" característica de la
política exterior argentina anterior a 1930, y la dependencia parcial e infor­
mal posterior, ver el interesante trabajo de Félix Peña, Argentina en América
latina, en “Criterio", nv 1609/10, diciembre de 1970.
10 Confr. Censo Nacional de Población de 1970. En el curso de nuestra
historia hemos advertido sobre la, por otra parte conocida, expansión ace­
lerada del núcleo urbano en torno del puerto de Buenos Aires, a expensas
del resto del país. Lo que el Consejo Nacional de Desarrollo denomina la
Región M etropolitana —aproxim adam ente la Capital Federal más los partidos
468
inestabilidad —sobre todo a partir de 1930— mientras la política
exterior padeció por inconsecuencia, carencia de cuadros diplomá­
ticos suficientes v falta de objetivos en el nivel de cada etapa histó­
rica. Por otrá parte, el prestigio de la Argentina en la región ha
sufrido por la escasa ejemplaridad de sus logros políticos. Difícil­
mente la comunidad regional latinoamericana hava podido sentirse
reflejada o interpretada por una Argentina que, en todo caso, sólo
habría aspirado a constituirse en los últimos tiempos en un partenai-
re “serio” de Estados Unidos de América o de Europa occidental.
Lo expuesto indica que es posible elegir más de una perspec­ V ia sde

tiva para interpretar el proceso histórico argentino e intentar una


interpretación
para la Argentina
comprensión general de la crisis contemporánea. Incluso la califi­ contemporánea

cación de la etapa actual de la vida argentina como crítica es, por


sí misma, una interpretación. Significa que ve el proceso argentino
de este siglo como un plano inclinado. La Argentina no se hallaría,
n este sentido, en una etapa del subdesarrollo político o econó­
mico, sino en un momento histórico relativamente extenso de
decadencia, sobre todo política. Cuándo comenzó esa decadencia
—que de existir no hace sino poner de manifiesto que en política
hay etapas de progresión v de regresión, v no desarrollos o progre­
sos lineales ininterrumpidos— es un tema polémico pero importante.
No faltan interpretaciones que parten de la época del Centenario,
v que atribuyen a las clases medias en ascenso a través del partido
Radical el fracaso en su respuesta al desafío político v económico
implícito en el predominio de las clases sociales superiores, espe­ La "de cade ncia"

cialmente de la “oligarquía terrateniente”." N o sólo no se habría


aledaños—, tenía en 1970 nada menos que 8,4 millones de habitantes. Nuestro
'.cipal conglom erado urbano" está situado, pues, sólo después de Nueva
Y o ,. , T okio y México. Pero si se considera la relación existente entre ese
conglom erado y la población total del país, Buenos Aires está en el segundo
lugar detrás de M ontevideo. El 37 % de la población de la A rgentina vive,
en efecto, en la región m etropolitana. El 41 % de la uruguaya en torno de
Montevideo. Sólo el 8 % de la de México —y aproxim adamente la misma
proporción de las de Inglaterra y Francia—, vive en las ciudades capitales
correspondientes. Tokio apenas sobrepasa el 10% de la población del Japón.
La distorsión demográfica argentina es impresionante y la tendencia desin-
tegradora que dicho factor implica puede ser expuesta a través de muchos
ejemplos. Un partido suburbano com o La M atanza tiene, según lo lia reve­
lado el Censo de 1970, más población que cualquiera de la m ayoría de las
provincias. El censo de 1970 establece provisionalmente que la población
argentina es de 23.364.431 habitantes.
11 Confr. en este sentido el interesante artículo de T heodore H. Moran,
T/pe 'Development' of Argentina and Australia. The Radical Party of A r­
gentina and the Labor Party of Australia in the Process of Economic and
Political Development. En “Com parative Politics”, T he U niversity Chicago
Press, vol. 3, núm ero I. octubre de 1970. págs. 71-92, donde compara el papel
469
logrado poner nuevas bases para un cambio social progresivo, un
desarrollo económico sostenido v sobre todo para la integración
política, sino que el partido Radical, con toda su fuerza y su poli-
clasismo interno, no fue capaz de “construir instituciones de com­
promiso" aptas para una democracia estable.
Dicha interpretación sugestiva v verosímil, aparte de desenten­
derse del problema de la forma dependiente de vinculación con el
exterior, “sitúa” entre 1916 v 1930 el punto de partida de un proce­
so de decadencia que otros ubican a principios de la década del 50,
se introduce en una época que es, al mismo tiempo, la que corres­
ponde a la implantación del sufragio universal. Atribuir sólo al
partido Radical la responsabilidad del principio de un proceso de
decadencia, supone rehuir una perspectiva más compleja: la crisis
de legitivtidad política. Ésta no habría sido la consecuencia de la
“falla" unilateral del partido Radical, sino el resultado de la falta de
consecuencia de casi todos los sectores políticos con el principio
de legitimidad igualitario implícito en la prédica en favor de la vi­
gencia efectiva de la Constitución Nacional. La tesis de Moran no
queda, por eso, invalidada, sino inserta en un contexto más amplio
en el que no sólo los radicales —cuyo líder, Hipólito Yrigoyen, pre­
gonaba la necesidad del respeto a la Constitución mientras manifes­
taba su predilección por las vías revolucionarias—, sino las demás La crisis

fuerzas políticas de la época v sobre todo los conservadores, demos­


de la legitim idad
política
traron escasa lealtad a las reglas de juego cuyo respeto hubiera per­
mitido la consolidación de la precaria legitimidad que acompañó al
intento de Roque Sáenz Peña. Esa legitimidad inicial, que consoli­
dada hubiera significado el acuerdo básico colectivo en torno de los
principios conductores de la convivencia política y el respeto por
las reglas de transferencia del poder político, estalló bajo la presión
de la prédica nacionalista antiliberal, de la intervención militar en la
conducción de la sociedad política, y de la deserción de los princi­
pales sectores dirigentes respecto de los principios de la democracia
pluralista. Desde entonces existe un consenso generalizado acerca
de que la Argentina carece de un régimen político estable, pero no
integrativo y progresista desempeñado por el partido Laborista de Australia
—el primero de su tipo en el m undo, fundado en 1909— y el papel del
partido Radical, según el autor, fallido en su intento de cambio estructural
v de desplazamiento de la élite dom inante conservadora, y su rol de inte-
grador social. Tam poco el peronismo —pese a su papel positivo en cuanto
al ascenso de los sectores populares—, logró la integración política. (Confr.
Charirma, Migration and Elite Coalescence. A n interpretation of Peronisvi,
de David J. Butler. En la misma revista, vol. 1. núm ero 3, abril de 1969,
págs. 4H--H9J
470
existe el mismo consenso en torno de las causas v sobre todo de la
terapéutica aplicable para salir de la decadencia política. Junto a la
prédica en favor de la democracia no han faltado desde entonces
viejas v nuevas prácticas de injusticia política: el fraude, la opre­
sión de las minorías, la proscripción. Paralelamente, se ha carecido
de consecuencia en los sectores dirigentes respecto de la importan­
cia que tiene el régimen político en sí mismo, aparte de la perse­
cución de tal o cual objetivo económico, cultural o social.
Los economistas han dado también su interpretación. La crisis La
“ industrialización
argentina ha sido expuesta como el resultado de un proceso de ta rd ía "

hidustrializacióv tardía. Tardía respecto de la transformación irt-


dustrial de las sociedades desarrolladas, que habrían pasado por
estadios históricamente desplegados cotilo en una secuencia: pri­
mero, un estadio en el que el Estado se com portó como una po­
tencia absolutista, racional v reguladora. Sin otros límites para su
acción que los mencionados respecto del absolutismo, transformado
el poder por su capacidad de control social, las naciones que serían
más tarde “sociedades industriales” del tipo occidental atendieron,
predominantemente, a la acumulación de capital. Esta acumulación
permitió el desarrollo industrial sin preocupaciones sociales. La
apertura política, el despeje de las vías de acceso al bienestar v a
la participación política democrática, vino bastante después v de
manera progresiva. La democracia política anglosajona, por ejem­
plo, no precedió sino que sucedió a la industrialización. Esos esta­
dios se dieron, por decirlo así, uno después del otro.1-
En el caso de la República Argentina —nación cusas expec­
tativas, especialmente en el área metropolitana, viven \ crecen al
compás de las sociedades industriales desarrolladas—, las aspiracio­
nes se han ido acumulando. Al no resolverlas por “partes”, los
sectores dirigentes contemporáneos no han podido controlar esas
expectativas. Éstas los asedian, difundiendo una sensación de im­
paciencia v frustración. El argentino requiere, a un tiempo, un
poder político efectivo; participación popular en el sistema polí­
tico; una economía sólida, estable, v con un ritmo sostenido de
crecimiento. A la vez, pretende una distribución más justa de los
recursos v beneficios económicos, fc'.l problema reside —según lo
que se ha dicho— en hacer compatibles en el tiempo objetivos
deseables que no es fácil compatibilizar aún en teoría, v que es
difícil conciliar en el espacio. Como el argentino predica v —en
12 Confr. Eldon K enw orthy, Argentina. The Politics uf Late hidustria-
lization. F.n “Foreign Affairs". abril de l<M7.
471
“ Entre una Argentina que muere y otra Argentina que bosteza" -parafraseando
a Antonio Machado-, se advierte el epílogo y el prólogo de dos épocas, de una
sociedad pluralista y com pleja donde el poder sindical, el poder industrial y
el poder m ilita r disputan la conducción política a los partidos, y la juventud,
los ideólogos v sectores de la Iglesia llamados "del Tercer M undo" constituyen
su mayoría— cree en la democracia que cuando es pluralista
supone conflictos v tensiones, no es extraño que aquellas expecta­
tivas pretendan que un régimen político democrático se caracte­
rice por una eficiencia v rapidez para satisfacerlas, mayores que
las que la lógica interna del sistema permite. Las intervenciones
militares de los últimos tiempos han sido, en parte, consecuencia
de la manifestación de esas impaciencias, racionalizadas a través
de estatutos v actas revolucionarias expresivas de innumerables
contradicciones.
El diagnóstico previo a la elaboración de algunos planes eco­
nómicos parte, asimismo, de la distinción analítica de dos períodos
en los últimos veinticinco años, en los cuales se habrían aplicado
estrategias definidas de desarrollo económico: 1945-1952 y 1959-
1962. La primera estrategia, llamada “distribucionista”, tuvo “la
intención expresa de alcanzar los objetivos de crecimiento, distri­
bución del ingreso e independencia económica”.,H El desarrollo "D istribucion ism o'
e
industrial fue impulsado por la expansión de la demanda, y la "inte gracion ism o’

estrategia tuvo relativo éxito v mostró sus limitaciones hacia 1952,


año que hemos llamado clave del período peronista. Entonces, se
vio que la estrategia trazada en 1945 no podría responder a la
creciente necesidad de importaciones de bienes intermedios recla­
mados por la industria, que la política de ocupación y de salarios y
el proceso inflacionario deterioraban seriamente la capacidad de
inversión y el rendimiento de las empresas públicas, y que la reac­
tivación del mercado internacional de capitales —a partir de la
crisis de Corea— v la rápida expansión de la demanda mundial
por productos agropecuarios, fueron fenómenos desaprovechados
por la situación de la estructura productiva nacional. Luego de un
período de transición que se caracterizó por el intento de rees­
tructurar el sistema productivo, la estrategia “integracionista”
intentó resolver el desequilibrio del sistema de producción desarro­
llando una oferta nacional de productos básicos. Apoyada casi
exclusivamente en la integración del sector industrial y dirigida a
establecer la industria básica sustitutiva de la importación de bie­
nes intermedios, en particular de combustibles, acero, papel y
productos químicos, la estrategia “integracionista” partía del su­
puesto de que el desarrollo integrado del sector industrial crearía
condiciones físicas, técnicas v empresariales para que la expansión
agropecuaria fuera posible más adelante, e incluso para que en el
Extraído del Proyecto de Plan Nacional de Desarrollo, 1970/71, de la
Secretaría del CONADt*., vol. i, “Análisis G lobal”, prim er cuatrim estre de
1970. Buenos Aires.
474
futuro se produjeran cambios en la capacidad operativa v de
inversión del Estado v de los empresarios nacionales. En realidad,
fueron las empresas de origen extranjero las que estuvieron en
condiciones de aportar capacidad operativa, capital v tecnología
para el desarrollo industrial, mientras aparecía en la Argentina el
fenómeno llamado de desempleo estructural. Parecía haber surgido
tanto una creciente disparidad en los salarios de trabajadores ocu­
pados en sectores dinámicos de la industria favorecida por dicha
política v los que permanecían en sectores tradicionales, cuanto
el “ensanchamiento de la brecha entre los ingresos en regiones
favorecidas y el resto del país”. Analizada históricamente, la estra­
tegia integracionista “adquiere el significado de un replanteo de la
estructura económica destinado a resolver sus desequilibrios más
evidentes, a superar las restricciones provenientes del sector exter­
no, de la escasa eficiencia v de la necesidad de renovación tecno­
lógica del sector industrial”.14 Luego de la crisis de 1962-63 y de
la recuperación operada hasta 1967, el período más reciente habría
tenido como resultado importante, en términos estructurales, la
recuperación de la capacidad inversora del Estado v de la capa­
cidad operativa de las empresas públicas, unidas al relativo y tran­
sitorio control del fenómeno inflacionario.
En el seno de la vida ideológica de los argentinos se advierte La vida

la confluencia de corrientes que se abren luego en nuevas ideolo­


ideológica

gías, que a menudo no son tan “nuevas”, pero que sugieren cada
una cierta particular interpretación de la crisis argentina y de la
ubicación de los argentinos en el mundo y en la historia. Las expli­
caciones v teorías que a modo de ejemplo se expusieron hasta aquí,
constituyen a veces un segmento de las interpretaciones ideológicas,
f'.stas reconocen aún la vigencia de alguna de las grandes ideologías
que han llegado con fuerza distinta al último cuarto del siglo xx:
el liberalismo, el marxismo, el nacionalismo y el catolicismo social
predominan en las diferentes corrientes ideológicas. Pero éstas
tienen, a su vez, vertientes internas de fuerza diferente, según
influya sobre elfos el tema internacional, el tema económico, el
tema del conflicto de clases. Las combinaciones difieren v multi­
plican las capillas ideológicas dentro de cada corriente. El renaci­
14 Confr. Análisis global del Proyecto del C O N A D I., citado, fc'.l pá­
rrafo comienza expresando, sin em barco, que: "Desde el punto de vista de
los objetivos de crecim iento, distribución de ingresos y soberanía que procura
el Plan, la estrategia iyitegrai'ionista aparece como temporalm ente regresiva."
4 75
miento del nacionalismo trajo consigo la revisión de las ideologías
internacionales vigentes a través del prisma del “interés nacional”.
El problema del desarrollo ha dado lugar a la difusión de una
interpretación asociada con un modo particular de concebirlo co­
nocido como “desarrollismo”. La militancia del peronismo v la
ideologización de los movimientos populares a través de la con­
cepción del pueblo como entidad, como “todo orgánico” en un
sentido neorromántico, ha dado vigencia inusitada al “populismo".
Pero el nacionalismo v el populismo son maneras de concebir el
papel de la nación v del pueblo que penetran a las ideologías mili­
tantes, más bien que constituirse en alguna de ellas. En la búsqueda
de la convergencia, el nacionalismo procura abandonar su pasado
aristocratizante para reconocerse en el “populismo” que invade
las concepciones económicas, la sociología, las expresiones políticas
y aun la teología. El populismo, a su vez, no se legitima sino a
través de los movimientos “nacionales”. El marxismo no permanece
ajeno al proceso, v estalla en innumerables sectores alimentados
algunos por el “marxismo ortodoxo”, que responde a las direc­
tivas formales e informales de Moscú, v sobre todo por el “mar­
xismo nacional”. Mezcla detonante de nacionalismo v marxismo,
éste procura neutralizar otra mezcla otrora dinámica: la de nacio­
nalistas v conservadores, propicia a la reaparición, fuera de su
época, de nuevas versiones del fascismo. F.l liberalismo, mientras
tanto, evoca la lucha sorda entre quienes sólo expresan su vertiente
económica, v quienes, fieles a la trayectoria histórica del ideario
liberal, retienen todo lo valioso del liberalismo político para pro­
teger al hombre frente al poder en el derrotero hacia nuevas for­
mas de vida social y económica.
Focos dudan que la democracia es el denominador común de
las corrientes ideológicas que habrán de mantener mayor vigencia
en el futuro próximo, v que por largo tiempo seguirá constitu­
yéndose en el “concepto legitimador” de los regímenes políticos
que aspiren a la permanencia o a cierta duración estable. Pero no
siempre se atiende al hecho de que pocos conceptos se prestan hoy
a mayores confusiones v que, como observa agudamente Giovanni
Sartori, si se define incorrectamente la democracia nos exponemos
a rechazar algo que no hemos identificado debidamente v a obte­
ner, en cambio, otra cosa que de ninguna manera hubiéramos
deseado. El historiador percibe, por un lado, una excesiva instru­
mentación del pasado en función de interpretaciones ideológicas
cuya calidad no pone en tela de juicio. Pero el teórico político
podría advertir, por el otro, que el desprecio por la teoría —v en
este caso de la teoría democrática— puede conducir a inconsecuen­
cias notables por ignorancia, y no sólo por mala fe.
Al mismo tiempo, es mucho lo que aún se debe avanzar en los
análisis históricos, políticos, sociológicos y económicos, para rela­
cionar el desarrollo político con el desarrollo socioeconómico.
Martin C. Needler ha puesto en evidencia, en un estudio relativa-'
mente reciente, que se ha supuesto con alguna ligereza una relación
necesaria entre desarrollo político entendido como “democracia
estable”, y cierto nivel de desarrollo económico.
Ubicados los países latinoamericanos en una tabla que tenga
como indicadores el producto bruto nacional y la “democracia es­
table”, ocurre que la prosperidad relativa de la Argentina la sitúa en
una posición de privilegio, mientras Chile, por ejemplo, aparece
en el sexto lugar y México más lejos, muy cerca del Brasil. La
experiencia indica, en cambio, que el caso argentino no ha res­
pondido a las previsiones de las teorías criticadas. Una conclu­
sión análoga se obtiene si se introduce un nuevo indicador: el de
la participación política, medida a través de la participación elec­
toral. La Argentina*vuelve a aparecer primera en el rango, en cuanto
a participación electoral, pero en el decimocuarto lugar en cuan­
to se indica “régimen constitucional estable”. Antes que una corre­
lación necesaria entre estabilidad política, desarrollo económico v
participación, parecería que al principio, al menos, se daría una rela­
ción inversa entre estabilidad y participación. En otras palabras, un
país económicamente desarrollado puede dirigirse hacia un grado
apreciable ae desarrollo político, entendido aquí como una demo­
cracia pluralista estable. Peró puede acontecer que un proceso de
participación política cicciente traiga consigo un período de inesta­
bilidad, que podrá ser superado cuando la sociedad recobre el equi­
librio entre el sistema político v la nueva fisonomía de la realidad
que el proceso de incorporación sociopolítico produjo. Analizar
históricamente el proceso contemporáneo de la Argentina desde esa
perspectiva es, sin duda, incitante, sobre todo cuando se comprueba
que los períodos de crisis más profundas han sucedido a la incor­
poración de sectores sin participación política suficiente —los sec­
tores medios durante el radicalismo gobernante, los sectores obreros
durante el peronismo—. En general, no puede otorgarse mayor
participación política sin enfrentar el problema de requerimientos
4 77
por una mayor justicia distributiva o, si se prefiere, de una más
extensa participación en los bienes y beneficios económicos.'
F.l conocimiento histórico brinda datos fundamentales para
elegir entre las distintas explicaciones que puedan elaborarse res­
pecto de cuáles son las condiciones que se deben satisfacer para
que una determinada forma de vida de la sociedad política sea
posible, y cuáles hacen posible que esa forma funcione. Si se trata
de la democracia, aquellas explicaciones se refieren a su génesis,
v éstas a su funcionamiento.
Lo expuesto demuestra que mientras algunos escritos conectan
el régimen democrático con ciertos presupuestos económicos v
sociales, otros advierten sobre la necesidad de ciertas creencias,
prácticas v hábitos así como actitudes psicológicas entre los ciu­
dadanos, v una tercera corriente insiste en la dialéctica entre con­
flicto v conciliación como esencial a la democracia. El problema
principal reside, quizás, en no confundir “correlación” con “causa”
ni en substituir por condiciones necesarias lo que podría acep­
tarse como condiciones propicias. Sin necesidad de llegar a los
extremos de las explicaciones de Marx v Engels o de los “econo-
micistas” norteamericanos, que recorren vías interpretativas aná­
logas, el historiador comprueba cierta interacción circular entre los
factores políticos, sociales v económicos, nacionales e internaciona­
les, y en todo caso estaría dispuesto a conceder que en cada tiempo
v lugar esos factores no actúan siempre con la misma intensidad.
Pero nadie ignora hov que la realidad es suficientemente com­
pleja como para que las ciencias sociales havan dividido su trabajo
para aprehenderla desde distintas perspectivas. En las ciencias so­
ciales, lo que constituye un “problema" para una disciplina es
simplemente un “dato” para la disciplina contigua. El economista
toma como “dato” la cultura v las instituciones; el sociólogo la
estructura política; v el politicólogo la estructura social. El histo­
riador tiene a la vista estructuras, instituciones, procesos v actitu­
des, v así como advierte que la ignorancia de la historia conduce
a la inocencia ante la realidad, debe aceptar hoy que sólo con la
mayor cantidad de datos de las otras disciplinas podrá contribuir
a la comprensión más aproximada del pasado v de sus potencia­
lidades.
'•'* N eedler , M artin C., en “T he American Political Science Review",
vol. lxm , nv 3, setiembre de 196H, pág. 892 y sgtes. F.l com entario crítico de
Needler apunta, sobre todo, a algunas interpretaciones de l.ipset, Almond
v Coleman.
478
A N K X ()

IVSS/I97II - Hreve crónica del período


El 2 de octubre de 1955 Perón arribó a Asunción; el 17 fue internado en
Villarrica, a 175 km de la capital paraguaya; en noviembre fijó su resi­
dencia en Panamá y años después se refugió en Caracas y en la República
Dominicana, para term inar posteriorm ente en M adrid. Su exilio no significó
el fin del dilema peronismo-antiperonismo. Los revolucionarios de 1955 vi­
vieron una breve etapa de conciliación. Kn realidad, intereses, actitudes y
mentalidades diversas habían coincidido sólo en un hecho: el de la ruptura
del régimen peronista y la expulsión de su jefe. Luego, 'cada grupo, partido,
mentalidad o interés procuró im poner sus designios. En su prim er discurso,
el presidente Eduardo Lonardi, acompañado por el vicepresidente Isaac Rojas,
expresó una fórmula generosa, casi un siglo después de Urquiza: “Ni vence­
dores ni vencidos”. Manifestaba el espíritu del jefe revolucionario, pero
desafiaba la lógica interna del conflicto existente, pues para el antiperonismo
—como para el antirrosismo de otrora— había vencidos, v estos no debían
retornar al poder.
En noviem bre de 1955, un golpe de palacio dentro de la estructura del
poder militar desplazó a Lonardi —quien poco después m urió— v asumió el
poder el general Pedro Eugenio Aram buru, quien representaba entonces al
antiperonismo intransigente opuesto al nacionalismo. Su gestión se extendió
hasta 1958 y significó una especie de “reversión" política, en cuanto tradujo
en cierta manera la intención de restaurar el régimen v los factores decisivos
operantes en la época previa al surgimiento del peronismo. Como dijo Ortega,
el problema de perm anecer en una actitud "anti” es que ésta supone un
mundo en el que el enemigo no existe. Como ese mundo es precisamente el
anterior a la presencia del enemigo, el "anti" hace las cosas de tal modo que
recrea las condiciones que dieron vida al enemigo. El antiperonismo no era,
pues, una política, como quedó dem ostrado durante la gestión que siguió
a la caída del general Lonardi. un nacionalista honesto, un valiente militar,
pero un político inhábil.
A mediados de 1957 el gobierno convocó a elecciones de constituyentes
para reform ar la Constitución de 1949, luego de un dictamen de la Junta
Consultiva Nacional que aconsejaba reforzar la enumeración de derechos v
garantías, incorporar ciertos derechos sociales, limitar el derecho de pro
piedad, proteger la organización cooperativa, declarar la plena soberanía del
Estado Nacional y de los Estados provinciales sobre las fuentes de energía
que se encontrasen en los respectivos territorios, prom over el federalismo
v el fortalecim iento de las autonomías comunales, limitar las facultades del
poder central, suprim ir la disposición constitucional sobre la posibilidad de
reelección del Presidente y del Vicepresidente, reforzar la relativa indepen
dencia de los poderes legislativo y judicial, y limitar las facultades del poder
ejecutivo en lo relativo a la asignación y remoción de empleados públicos.
El propósito fue tanto eliminar las reformas del 49 e introducir nuevas con
cierto espíritu social, cuanto calcular el peso de las distintas fuerzas políticas

479
antes de que se llevara adelante un plan político electoral. A parte del peronis­
mo, la fuerza popular más im portante, surgió la U nión Cívica Radical del
Pueblo, que sería destinataria de los beneficios de la revolución. Fracción re­
presentativa de los viejos cuadros radicales conducidos desde la provincia de
Buenos Aires por el dirigente Ricardo Balbín, soportó el desprendim iento de
los seguidores de A rturo Frondizi, que form aron la U nión Cívica Radical In­
transigente. La Unión Cívica Radical del Pueblo, integrada también por el
ala “unionista” —prolongación más o menos discernible del alvearismo— y
por los intransigentes —con su centro de poder en Córdoba y herederos del
sabattinismo—, tenía predicam ento en sectores rurales que tradicionalm ente
respondieron al radicalismo; en sectores de la clase media y en la burocracia;
ertre las generaciones maduras y en sectores de mentalidad tradicionalista.
Se presentó com o la opción antiperonista y la continuadora de la revolución
del 55, cuya gestión no habría de juzgar, y muchos conservadores la siguieron.
A la izquierda del viejo radicalismo había surgido una • fuerza heterogénea,
dinámica, con apoyo de algunos caudillos provinciales, del reformismo univer­
sitario, apoyada por sectores empresarios y tecnocráticos, y transitoriam ente
por sectores del peronismo. La U nión Cívica Radical Intransigente —U. C. R. I.— Viejas y nuevas
de A rturo Frondizi, impuso así la imagen de una fuerza política con cuadros fuerzas

"técnicos" y con una ideología m odernizante e industrial. Los conservadores,


los socialistas y los demócratas progresistas apenas tenían alguna expresión
local. Nuevas fuerzas políticas procuraron abrirse paso: la U nión Federal
Demócrata Cristiana, dirigida por M ario Amadeo, con los cuadros del nacio­
nalismo clásico, buscó canalizar el apoyo peronista, proscripto este movimien­
to. El partido D em ócrata Cristiano recibía aún los beneficios de la reacción
católica contra la persecución de Perón y la imagen de los gobiernos demo-
cristianos europeos. Por un tiem po concilio a dirigentes reformistas, sobre
rodo del interior, con representantes del catolicismo liberal y de la alta clase
media, constituyendo al cabo- una fuerza política ponderable pero inofensiva
que se distinguía del conservadorismo católico. O tra parte de la nueva fuerza
política estaba más cerca de una suerte de socialismo dem ocrático, salvo en
las llamadas “cuestiones mixtas” —educación, familia— y con el tiempo se
fraccionó en dos sectores, uno de los cuales, como en los demás partidos
tradicionales, procuró acercarse al peronismo com partiendo m uchos de sus
tópicos ideológicos. Fue el único m om ento de relativa vigencia de la demo­
cracia cristiana com o fuerza política. Con el tiem po quedaría planteado el
interrogante de si podía fraguarse un partido Dem ócrata Cristiano en un cua­
dro político donde no existen diferencias religiosas profundas y en el que el
peronismo había levantado en su m om ento algunas de las banderas del catoli­
cismo social. Incluso cuando se advierte que las democracias cristianas de todo
el mundo estarían cum pliendo su ciclo. Por fin, una suerte de “poujadism o”
nacional con respaldo financiero y cierto sentido de la oportunidad fue
expresado por el partido Cívico Independiente, dirigido por el ingeniero
Alvaro Alsogaray. Los comicios para constituyentes del 57 fueron ganados,
en rigor, por el peronismo. Su caudillo, que había recobrado la capacidad
de maniobra y la percepción de la realidad, demostró escrutarla m ejor que
sus adversarios: el voto en blanco, que expresó a un peronismo disciplinado,
fue primera minoría. La asamblea constituyente del 57, representó -al cabo
a menos de la mitad del electorado. A poco de em pezar las sesiones se
retiraron los representantes de la U nión Federal y la U .C . R. I. Los partidos
tradicionales expusieron sus debilidades internas y su escasa capacidad de

480
autocrítica. A rturo Frondizi, mientras tanto, se situó hábilmente dentro del
sistema, pero próxim o al peronismo.
Las elecciones de 1958 señalaron otra vez la fuerza persistente del pero- Frondizi
nismo, cuyo líder “pactó” con Frondizi y éste recibió el apoyo de millones
de sufragios del partido proscripto. La fórmula Frondizi-G óm ez obtuvo
4 090 840 votos. La U. C. R. P., que siguió a la U. C. R .l. con el binomio
Balbin-del Castillo, totalizó apenas 2 624 454 sufragios. Los 831 558 votos en
blanco m ostraron aún la fuerza del peronismo intransigente,'m ientras la duc­
tilidad de Frondizi procuraba superar un conflicto latente y profundo me­
diante concesiones a los mandos militares antiperonistas, al nacionalismo
desplazado desde la caída de Lonardi, a la Iglesia, al poder industrial y a los
sectores populares. La experiencia del “integracionismo desarrollista" com en­
zó, pues, herida por sus contradicciones internas y, sobre todo, por el asedio
del poder militar, que había cedido el gobierno pero no el poder efectivo.*
Las elecciones legislativas de 1960 revelaron cambios importantes: los vo- Ls crisis del 62
tos en blanco que representaban en su enorme m ayoría al peronismo sumaron
2 086 238; la U .C . R. P. siguió con 2 060 339 y la U. C. R .l., rotas sus alianzas
y renovado su electorado a raíz de los cambios en la política froridizista
y de la deserción del peronismo, 1 783 253 votos.
Buenos Aires y Santa Fe eran baluartes del peronismo —sobre todo el
G ran Buenos Aires— y el proceso político llevó al Presidente a alentar la
polarización perm itiendo la participación formal de la fuerza derrotada en
1955. La prim era y última experiencia se realizó en las elecciones legislativas
y de renovación de gobernadores de 1962. La confusión política era extrema,
así como la atomización de las fuerzas: 27 partidos presentaron candidatos.
De 94 asientos legislativos, 45 fueron ganados por el peronismo, que dominó
varias provincias, fundam entalm ente la de Buenos Aires. El presidente Frondizi
había calculado mal las condiciones en las que él y el país llegaban a ese mo­
mento. Procuró anticiparse a la presión militar y conservar el gobierno decre­
tando la “intervención” de las provincias donde el peronismo había triunfado.
T od o aconteció entre el 18 y el 19 de marzo de 1962. D iez días más tarde una
junta militar depuso al Presidente y luego de confusos episodios asumió el
mando quien había sido hasta entonces presidente del Senado, el doctor José Guido
¡María Guido.
La crisis política se planteaba, entonces claram ente, en el poder militar.
Había renacido una corriente aparentem ente “profesionalista”, asociada a
motivaciones de orden corporativo y a factores que unían a jefes pertene­
cientes a una de las armas del ejército que reunía a la parte más decidida
y coherente de la élite militar: la caballería. Conocida como la corriente
“azul” y acaudillada por el nuevo com andante en jefe, general Juan Carlos
Ongánía, enfrentó a la corriente “colorada”, que reunía a los militares fran­
camente golpistas y antiperonistas y a la marina de guerra, representativa
también del antiperonismo rntransigei ite. N o puede entenderse esta crisis sin
atender a la aparentem ente trivial pero profunda cuestión de las “armas”
dentro del ejército, y de las armas militares entre sí. La política aparente del
* Los dilemas de la política de Frondizi fueron analizados y previstos en
un editorial de la revista “C riterio” titulado El problema político presente,
el 22 de mayo de 1958. V er también el interesante ensayo de M ariano G ron-
dona: La Argentina en el tiempo y en el m undo, cit., en págs. 172-183.
481
ejército “azul" era una suerte de “no-peronism o” proclive a una combinación
que marginase a un tiem po a las líneas duras del peronismo y del antipero­
nismo. Pero a medida que el proceso avanzaba —surgió el llamado Frente
Nacional v Popular— el peligro de la escisión de las fuerzas armadas decidió
a los jefes “azules” a proscribir paulatinamente a todos los sospechosos de
alianza o representación del peronismo ortodoxo, probables triunfadores. Los
funcionarios militares fueron vetando candidaturas —hasta la fórmula Matera-
Sueldo—, y de pronto la com petencia electoral fue una opción forzada.
La Unión Cívica Radical del Pueblo, que mantenía su estructura nacional lllia
y un electorado que rondaba la cuarta parte del inscripto y votante, encon­
tróse al cabo con un triunfo relativam ente inesperado. La fórm ula Illia-Perette
recibió el gobierno condicionada por el proceso precedente, por la vigilante
actitud militar, por la escasa representatividad de sus cuadros y por la pre­
vención existente respecto de sus concepciones políticas y económicas, que
se suponían anacrónicas. Sin em bargo, un proceso más profundo, que venía
actuando desde la revolución de 1955, hizo eclosión durante la gestión del
presidente lllia: la vigencia del problema peronista y la retención del poder
efectivo por parte de las fuerzas armadas. El viejo radicalismo, impotente
para solventar el conflicto profundo que dividía a la sociedad argentina y
sin estrategias suficientes en el plano económico y social, vióse atrapado por
el estado de ilegitimidad sociopolítico en el que viven los argentinos desde
1930, acentuado a partir de 1955. Primera minoría, ausente del poder desde
treinta y tres años atrás, trató de ocupar totalm ente su estructura sin aceptar
alianzas necesarias ni haber dem ostrado que en el tiem po transcurrido había
sido capaz de transform ar sus hábitos, su estilo y sus prácticas internas. Su
postura conventual aisló al radicalismo de los grupos de interés y de los
factores decisivos de la A rgentina contem poránea. El peronismo pasó a la
oposición sistemática, sobre todo desde la base de poder que significa la
Confederación G eneral del T rabajo, y el ejército “azul” se replegó sin ceder
el poder efectivo, adoptando el papel de un impaciente poder de reserva.
El espectro político argentino, luego de los comicios legislativos de marzo
de 1965, demostraba una relación de fuerzas potencialm ente conflictiva: las
“estrellas mayores” en torno de las cuales se formaban las constelaciones
políticas —el peronismo y el radicalismo del Pueblo— se diferenciaban en sus
actitudes y mentalidad respecto del sistema político y en cuanto al proceso
de cambio económico y social. La U .C . R .P ., que representaba la lealtad
“estática" al sistema, no asumió la conducción deliberada de un proceso de
cambio económico, político y social que se producía sin concierto en la
realidad y procuró consolidarse en el poder especulando con la opción
peronismo-antiperonismo. El peronismo, a su vez, se recuperaba como m o­
vimiento político con una fuerte estructura sindical, que no manifestaba una
incondicional adhesión al sistema. El oficialismo alentó, pues, la polarización
política que seguía siendo esencialmente centrífuga y con ello reprodujo
las condiciones críticas del pasado inmediato.
Las fuerzas armadas seguían el proceso, cuando se aproximaron las elec- La crisis del 6
ciones legislativas y para gobernadores que ocurrirían en marzo de 1967. 0nganía
Se difundía la sensación de que el peronismo triunfaría en provincias im­
portantes, com o en 1962. Esta vez las fuerzas armadas actuaron antes. A pre­
ciaron —según la interpretación que dieron al hecho— que el dilema peronis­
mo-antiperonismo se acentuaba y que para superarlo era preciso modificar
las “condiciones socioeconómicas" para dar nueva vida a una “democracia
482
estable y eficiente”. Para eso necesitaban de todo el poder. Al mismo tiempo,
es posible que quisieran rescatar de la ilegitimidad sociopolítica que las
rodeaba el principio de legitimidad “insular" en el que se afirman: la unidad
profesional, amenazada por las divisiones políticas. Por fin, la actitud con­
servadora de sus cuadros de conducción era prpelive a interpretar como
una amenaza de desorden el gobierno com partido por radicales y peronistas.
El desenlace era fatal, según se vivía en la opinión pública y lo pregonaba
el periodismo sin distinción de tendencias. La primera plana de las revistas
políticas insistía en publicar figuras militares, sobre todo la de un “caudillo
castrense” que había com enzado su carrera política en 1962: Onganía. Un
estado colectivo de resignación frente al proceso, que alcanzó incluso al
propio oficialismo habitualm ente relacionado con los cuadros militares, y de
abandono ante lo que se aceptaba com o un proceso irreversible, condujo al
cambio político del 28 de junio de 1966.
Fue un golpe m ilitar aséptico, racional, deliberado y fríam ente ejecutado
en nom bre de la restauración de la autoridad y de la democracia. Las fuerzas
armadas tom aron el poder institucional sin planes, aunque con algunos ob­
jetivos habitualm ente asociados con los problemas de la seguridad nacional.
Situaron en la presidencia a su caudillo profesional, el general Juan Carlos
Onganía. Y com enzó una experiencia, que al principio contó en su favor el
“handicap” que le brindó la memoria colectiva respecto de los tiempos de
incertidum bre anteriores.
Por una ilusión a la que son proclives los argentinos —suponen que
cuando los problemas se acumulan la solución es “fugar hacia adelante”—
en muchos sectores cundió la expectativa por esa experiencia a la que se
denominó “Revolución A rgentina”. Recibida con alivio por el establishftient
económico, con buena disposición por el sindical y con aliento por una
nueva e incipiente élite de ejecutivos y tecnócratas, la gestión revolucionaria
pareció iniciar una experiencia “bismarekiava" que en los primeros cuatro
años dejó tras de sí una política económica que favoreció la estabilidad,
modernizó o renovó varios servicios públicos, hizo otras im portantes obras
públicas de infraestructura y padeció, sin capacidad de respuesta política,
la crítica implacable de las nuevas izquierdas, la oposición del terrorism o
y las tensiones que sacudieron a Córdoba y otras provincias.
La ilusión consistió, tal vez, en creer que un proceso de decadencia,
transitorio pero extenso, que había raleado los sectores dirigentes y había
sacudido a todos los miembros de la constelación de poderes de la Argentina
contem poránea, habría de dejar incólumes a las fuerzas armadas. Consistió
también en creer que la inversión total del sistema político hasta transfor­
marlo en un “sistema hegem ónico-m ilitar", en el que la soberanía no reside
en el pueblo sino en el poder militar y tal vez en algunos poderes econó­
micos, podía ocurrir sin sobresaltos mientras se predicara el retorno a la
democracia.* Los hechos habrían de dem ostrar que no sólo las fuerzas
políticas eran reaccionarias en sus fórmulas para enderezar la Nación v
situarla en el nivel del tiempo, sino también las fuerzas armadas, carentes
* Confr. el ensayo de J. K. G albraith, Cómo controlar a los militares,
Granica Editor, Buenos Aires, 1970, donde explica el problema militar en
los Estados Unidos, la inversión de valores operada en la sociedad política
norteam ericana, y la alianza entre el poder industrial proveedor del Pentágono
y el poder militar. El ensayo no es, por eso, una muestra de “antimilitaris­
m o”. De ahí su valor, aparte de sus méritos intrínsecos.
como las demás de verdaderos conductores políticos. Cuatro años después,
el 8 de junio de 1970, los com andantes en jefe juzgaron i|ue el mandatario
elegido por las fuerzas armadas en oportunidad del cambio del 6<S, no
era apto para conducir el proceso político que, según los docum entos re­
volucionarios, debía resolverse en una democracia representativa, estable
y eficiente. Un “colegiado militar" constituido por los com andantes en jefe Levingston
del Ejército, la .Marina v la Aeronáutica y un Presidente, asumió la conducción
del nuevo ciclo encabezado form alm ente por el general Roberto .Marcelo
I.evingston. En un confuso episodio, que comenzó cuando el presidente Le­
vingston intentó rem over al com andante en jefe del Ejército, general A lejan­
dro Agustín Lanusse, la Junta de Comandantes hizo cesar en su cargo al autor
del intento v tom ó para sí el gobierno nacional. El 26 de marzo de 1971 Lanusse
asumió la presidencia de la Nación el com andante en jefe del Ejército,
general Lanusse. La apertura de la actividad política hacia una solución
dem ocrática fue la decisión inmediata más significativa.
Una lección de los hechos es que el m ejoram iento o cambio de las
“condiciones sociales y económ icas” com o requisito para una democracia
pluralista es un argum ento tan cuestionable como que los indicadores eco­
nómicos y sociales eran sospechosamente elevados en K uwait, la Alemania
Nazi, Cuba o el Congo-Kinslvasa. V que sin esas condiciones se dispusieron
a discutir la decisión sobre una democracia Estados Unidos de América, en
1820; Francia, en 1870; y Suecia, en 1890; ¡cuán mal les hubiera ido si, como
se ha insinuado irónicam ente, se hubieran propuesto verificar previamente el
grado de urbanización, el ingreso “per capita", la circulación de periódicos,
la cantidad de médicos disponibles por cada mil habitantes . . . ! Porque al
cabo no existe democracia allí donde no se toma la decisión de "acordar
para diferir” y de sostener el sistema hasta habituarse a que su vigencia
interesa aún en los malos momentos.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Las etapas moderna v contemporánea de la historia de los


argentinos pueden ser estudiadas a través de una exploración bi­
bliográfica más compleja que en las etapas anteriores. A medida
que nos acercamos a los tiempos actuales,- no son frecuentes las
obras de aliento, es preciso distinguir entre los alegatos ideológicos
V los estudios científicos, y abundan los ensayos e investigaciones
relacionados con aspectos parciales de la realidad. Como se hizo
en el tomo primero, lo que sigue es apenas una orientación para
quienes quieran ir más a fondo. La bibliografía ha sido ordenada,
aproximadamente, a partir de las historias generales, y luego según
los sectores de la realidad que se han descrito en el texto. La
selección que esta orientación implica no quita interés a la nume­
rosa bibliografía —que incluye ensayos e investigaciones— que
figura al pie de página en este volumen.
la) Historias generales: Para los siglos xix v xx son holga­
damente suficientes las siguientes obras fundamentales: Historia
general de las civilizaciones, publicada bajo la dirección de Mau-
rice Crouzet, editorial Destino, Barcelona, 1958/61. El tomo 6:
“El siglo xix. (El apogeo de la expansión europea. 1815/1914)”,
por Robert Schnerb, y el tomo 7: “La época contemporánea. (En
busca de una nueva civilización)”, por Maurice Crouzet. Historia
del mundo contemporáneo, por J. R. De Salis (5 tomos), edito­
rial Guadarrama, Madrid, 1966 (2* edición), que comprende desde
los fundamentos históricos del siglo xx (1871-1904) hasta la Eu­
ropa de la posguerra. Historia de las relaciones internacionales,
publicada bajo la dirección de Pierre Renouvin, ed. Aguilar, Ma­
drid, 1964, especialmente los volúmenes i y ii del tomo ii, que
pertenecen a Pierre Renouvin v tratan del siglo xix y las crisis
del siglo xx. Por fin, conviene tener presentes los estudios de
historia económica y social de Fernand Braudel bajo el título Las
civilizaciones actuales, ed. Tecnos, Madrid, 1966, v el pequeño
pero sugestivo ensayo de Geoffrev Barraclough: Introducción a
la historia contemporánea, ed. Credos, Madrid, 1965.
Ib) América latina: Una visión general de América latina a
través de un cuadro teórico relativamente sencillo pero interesante
se encuentra en el libro de Tulio Halperín Donghi: Historia con­
temporánea de América latina, ensayo editado por Alianza Edi­
torial, Madrid, 1969. En 1918 Agustín Álvarez escribió un curioso
ensayo: South America. Ensayo de psicología política, que merece
ser leído para entender una corriente de opinión dominante entre
los argentinos del Centenario. También es recomendable el escrito
485
de John J. Johnson: La transformación política de América latina.
Surgimiento de los sectores medios, traducida y editada por Ha-
chette en 1961. Los franceses aportaron una visión regional muy
buena con el libro de' Jacques Lambert y colaboradores titulado
América latina. Estructuras sociales e instituciones políticas, ed.
Ariel, Barcelona, 1964. Ezequiel Martínez Estrada intentó un es­
tudio comparado en Diferencias y semejanzas entre los países de
América latina, editado por la Universidad Autónoma de México
en 1962, trabajo raro que incluye apreciaciones interesantes. Un
trabajo extenso, esforzado y polémico, de reciente traducción es
el de John E. Fagg: Historia general de Latinoamérica, ed. Taurus,
Madrid, 1970.
Es imposible hacer algo más que señalar unos pocos títulos re­
lacionados a aspectos parciales de la vida y la historia latinoame­
ricana. El problema rural a través de la sociología es explicado con
su habitual autoridad por Aldo E. Solari: Sociología rural latino­
americana, Eudeba, Buenos Aires, 1963, breve e interesante ensa­
yo. También en Tierras nuevas. Expansión territorial y ocupación
del suelo en América (siglos X V I a XIX), editado por Alvaro Jara
en M éxico,. 1969, donde el lector argentino hallará estudios de
Tulio Halperín Donghi, Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde.
El fenómeno de la urbanización y su dimensión regional es objeto
del estudio de J. E. Hardoy: La urbanización en América latina,
Editorial del Instituto, Buenos Aires, 1969. Osvaldo Sunkel con
la colaboración de Pedro Paz ha publicado un trabajo muy bueno
V denso sobre El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del
desarrollo, ed. Siglo Veintiuno, México, 1970, en el que se estudia
el concepto, teorías y políticas de desarrollo aplicadas en América
latina. Sobre las relaciones internacionales desde el punto de vista
regional existe el ensayo de Gastón de Prat Gay: Política inter­
nacional del grupo latinoamericano, ed. Abeledo-Perrot, Bue­
nos Aires, 1967. La dimensión latinoamericana del tema militar ha
sido estudiada por Salvador María Lozada: Las fuerzas armadas
en la política hispanoamericana y se verá también en algunos libros
que mencionaremos a propósito del problema militar. A rthur P.
W hitaker y David C. Jordán estudiaron con seriedad, aunque con­
dicionados por la perspectiva norteamericana respecto de las ideo­
logías: Nationalism in Contemporary Latin America, ed. The Free
Press, New York, 1966. Es ilustrativa, por fin, la publicación de
C.E.P.A.L. sobre El desarrollo social de América latina en la post­
guerra, ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1963.
486
Las publicaciones periódicas que procuran divulgar trabajos
sobre América latina no abundan, pero el lector podrá consultar
con provecho la Latín American Research Revievo, editada en
Austin, Texas, listados Unidos, y a veces la Revista Latinoameri­
cana de Sociología, Editorial del Instituto, Buenos Aires.
Ic) Argentina moderna y contemporánea: N o es sencillo,
como cualquier docente o investigador lo sabe, recomendar his­
torias generales de la Argentina que aporten equilibrio, claridad
expositiva, penetración valorativa, o alguna de esas virtudes, v que
al propio tiempo abarquen la historia de la Argentina moderna v
contemporánea. Sólo mencionaremos algunas obras de consulta:
conviene tener a mano, con las salvedades anotadas en el tomo
primero, la colección de ensayos sobre Historia argentina con­
temporánea publicados por la Academia Nacional de la Historia.
Ernesto Palacio estudia la Historia de la Argentina en 2 tomos pu­
blicados por E. Peña Lillo, 1957, desde una perspectiva inteli­
gente del nacionalismo de derecha. Rodolfo Puiggrós publica
una nueva versión de la Historia crítica de las partidos políticos
argentinos, editada por Jorge Álvarez, que nos sigue pareciendo
lo más serio de la izquierda nacional. Desde la época colonial hasta
1970 avanzan la Historia política de la Argentina, de Ambrosio Ro­
mero Carranza, Alberto Rodríguez Varela v Eduardo Ventura
Floíes Pirán, editada en 3 volúmenes por Panneville, Buenos Aires,
1970; la Historia argentina, de José María Rosa, edición de J. C.
Granda, v la mencionada en el tomo i, de Fernando L. Sabsav.
Un libro ágil v ameno, escrito por un protagonista de los
sucesos de 1930 que describe la política argentina entre 1880 v
1943 con madurez v relativa parcialidad es el de Carlos Ibarguren:
La Historia que he vivido, ed. Peúser, Buenos Aires, 1955. Una
revisión pionera de la historia nacional en una etapa ciertamente
polémica sigue siendo la obra de Adolfo Saldías: Historia de
la Confederación Argentina, de la cual hav varias ediciones v
hemos empleado la publicada en tres tomos por El Ateneo, en
1951. Varios ensayos e investigaciones relativos a la Argentina
moderna v contemporánea, recomendables por las perspectivas no­
vedosas que incluyen, han sido reunidas por Torcuato S. Di Telia
v otros con el título Argentina, sociedad de masas, Eudeba, 1965.
ID Política nacional: Tanto los temas de este volumen como
su literatura parcial son tan vastos, que no pretendemos citar todos
los trabajos que merecen interesar al lector. Para la mejor orienta­
ción mencionaremos algunos ensayos según sectores v problemas.
487
lia) Sobre la sociedad política en la época de Rosas conviene
leer el siempre ilustrativo libro de Carlos Ibarguren: Juan Manuel
de Rosas, ed. La Facultad, 1930, aparte de la ya citada obra de
Saldías. Es importante la Vida política de Juan Manuel de Rosas,
de Julio Irazusta, editado en 1941. Una visión complementaria de
las anteriores, es el libro de Ernesto H. Celesia: Rosas. Apuntes
para su historia, 2 tomos, Peuser, 1954 y 1958. Por fin, es aconse­
jable leer la Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Ha-
chette, 1958.
Ilb) La época de la organización nacional requiere la lectura
previa de un clásico como Juan Bautista Alberdi a partir de sus
obras, especialmente el siempre citado y no siempre bien leído
“Bases”. Sobre la personalidad de Sarmiento son recomendables El
Profeta de la Pampa, de Ricardo Rojas, y los artículos de monseñor
Gustavo J. Franceschi en la revista Criterio, reeditados en los nú­
meros 1377 y 1378 bajo el título general de Sarmiento (El hombre.
La formación. El civilizador). En torno de los tiempos críticos
que suceden a la caída de Rosas hasta el advenimiento de Roca,
Ramón J. Cárcano: De Caseros al 11 de setiembre, Buenos Aires,
1918; Beatriz Bosch, Urquiza, Eudeba, 1967; Rodolfo Rivarola,
Mitre. Una década de su vida política. 1852-1862, Buenos Aires,
1921; Andrés Allende: La conciliación nacional de 1853, Centro de
Estudios Históricos, La Plata, 1944; Abel Cháneton: Historia de
Vélez Sársfield, Buenos Aires, 1937, 2 volúmenes; Equipos de
Investigaciones Históricas: Pavón y la crisis de la Confederación,
Buenos Aires, 1966 y bibliografía allí citada; Ramón J. Cárcano:
Guerra del Paraguay, Buenos Aires, 1939; y Efraín Cardozo: El
Imperio del Brasil y el Río de la Plata. Antecedentes y estallido
de la guerra del Paraguay; Buenos Aires, 1961.
IIc) Existen numerosas obras, ensayos y folletos relacionados
con hombres públicos relevantes, crisis políticas y regímenes vincu­
lados con la formación de la Argentina moderna y contemporánea.
Aparte de los mencionados en este tomo, recomendamos la lectura
de L. H. Sommariva sobre un tema constante de la política argen­
tina: Intervenciones federales en las provincias, ed. El Ateneo,
1929/31, 2 tomos, y al inteligente Rodolfo Rivarola: Del régimen
federativo al unitario. Estudio sobre la organización política de
la Argentina, ed. Peuser, 1908. La actuación de Roca ha motivado
muchos libros; entre ellos los de Marcó del Pont, Leopoldo Lu-
gones y José Arce. Para entender la trayectoria del notable Carlos
Pellegrini es indispensable la consulta de sus Obras completas.
ed. Jockey Club, Buenos Aires, 1941, con un extenso estudio pre­
liminar de Rivero Astengo, a quien pertenece también una biografía
de Juárez Celman, ed. Peuser, 1944. Sobre Leandro N. Alem: Obra
parlamentaria, ed. de la Cámara de Diputados de la Provincia de
Buenos Aires, La Plata, 1949.
El Noventa, del conservador Juan Balestra —ed. Roldán, 1935 —
sigue siendo muy bueno entre los trabajos sobre dicha crisis, que
abundan. Controversias políticas del 80 es una publicación de
Ambrosio Romero Carranza y otros, ed. Club de Lectores, 1964,
en la que se estudia el tema, indicado por el título, ei una
colección de artículos desparejos pero interesantes. Ext'¡entes
por el aporte documental y la penetración de los .autores son el
libro de Julio A. Noble: Cien años, dos vidas, Buenos Aires,
1960, y el de Ricardo Sáenz-Hayes sobre Miguel Cañé y su
tiempo, Buenos Aires, 1955. Muy buen investigador, Roberto
Etchepareborda ha estudiado Tres revoluciones: 1890, 1893, 1905,
ed. Pleamar, 1968. El polémico A. J. Pérez Amuchástegui es­
tudia las Mentalidades argentinas. 1860-1930, Eudeba, 1965, y el
confuso e intuitivo David Viñas la Literatura argentina y reali­
dad política, ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1964. Sobre la cri­
sis del 30: Memorias sobre la revolución del 6 de setiembre de
1930, ed. Gure, 1957, del general José M. Sarobe. N o es sencillo
recomendar obras que cubran el espectro político argentino. La
derecha tiene a un expositor penetrante y lúcido en Federico
Pinedo, especialmente por su obra En tiempos de la República,
Buenos Aires, 1946. El radicalismo tiene un biógrafo clásico en
Gabriel del Mazo: El radicalismo. Notas sobre su historia y doc­
trina, ed. Raigal, 1955, aunque interesa siempre el libro de Manuel
Gálvez sobre la Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del mis­
terio, ed. T or, 1951. Para informarse sobre el socialismo puede
leerse a José Vazeilles, en su ensayo Los socialistas, editado por
Jorge Álvarez en 1968, y a Nicolás Repetto en Mi paso por la polí­
tica. De Uriburu a Perón, Buenos Aires, 1957; sobre el nacionalis­
mo, Los nacionalistas, de Marysa Navarro Gerassi; en torno del
comunismo hay entre otros un pequeño folleto informativo y polé­
mico por sus interpretaciones, de Jorge Abelardo Ramos: El partido
Comunista en la política argentina. Su historia y crítica, ed. Coyoa-
cán, 1962. Breve y excelente, el ensayo del uruguayo Alberto Me-
thol Ferré: La izquierda nacional en la Argentina, ed. Coyoacán,
1960. Sobre el peronismo, la literatura recomendable es aún escasa.
Citamos la interesante crónica de Félix Luna: El 45. Crónica de un
año decisivo, ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1970; puede reco­
mendarse la lectura de Carlos S. Favt v otros: La naturaleza del
peronismo, ed. Viracocha, 1967; los pasajes correspondientes de
Mariano C. Grondona: La Argentina en el tiempo y en el m undo,
ed. Primera Plana, Buenos Aires, 1969; las perspectivas aportadas
por Mario Amadeo en Ayer, hoy, mañana, ed. Gure, 1956; por Bo­
nifacio del Carril en Crónica interna de la Revolución Libertadora,
1959; por Pierre Lux-W ürm en Le Péronisme, París, 1965; por
Alfredo Galletti en La realidad argentina en el siglo XX. La política
y los partidos, México, 1961; por Antonio Cafiero en Cinco años
d esp u és..., 1961 v por Juan José Hernández Arregui en Nacio­
nalismo y liberación, 1969.
Muy buena idea, lamentablemente frustrada con el tercer nú­
mero, fue la Revista de Historia, dirigida por Enrique M. Barba,
que llegó a publicar tres números en 1957 v 1958 sobre La crisis
del 90, Unitarios y Federales y La crisis del 30. Fundamentales las
revistas citadas de Rodolfo Rivarola v Estanislao Zeballos, v la re­
vista Historia, que fundó y dirigió Raúl A. Molina e Investigacio­
nes y Ensayos, publicada por la A. N. de la H.
lid) Política exterior: La política exterior o el contexto inter­
nacional a propósito de la política argentina es objeto de algunos
estudios recomendables: Enrique Arana (h.) publicó en 1954 Rosas
y la política exterior, con otros ensayos v años antes, en 1943, se
tradujo el estudio de John Cadv sobre La intervención extranjera
en el Río de la Plata. 1S3H-1S50. Excelentes los ensayos de Ferns v
McGann en torno de las relaciones de Gran Bretaña v los Estados
Unidos —respectivamente— con la Argentina, libros empleados en
este volumen y reiteradamente citados. Miguel Scenna ha publica­
do un breve e ilustrativo ensavo sobre Cómo fueron las relaciones
argentino-norteamericanas, ed. Plus Ultra, 1970, tema que es ob­
jeto también del extenso libro de Harold F. Peterson: La Argentina
y los Estados Unidos. IS10-1960, Eudeba, 1970. Muv interesante,
aunque relativamente controvertido, el pequeño libro de Alberto
Conil Paz v Gustavo Ferrari sobre Política exterior argentina.
1930-1962, ed. Huemul, 1964.
He) Economía y Sociedad: La sociedad económica ha sido
tema de estudios generales y específicos desde la obra de Juan
Álvarez: Las guerras civiles argentinas y el problema de Buenos
Aires en la Repiíblica, 1936. Al ya citado trabajo de Aldo Ferrer:
La economía argentina. Etapas de su desarrollo y problemas ac­
tuales, ed. FCE, México, 1963, pueden añadirse, desde otras pers­
pectivas, Guido Di Telia y Manuel Zymelman: Las etapas del
desarrollo económico argentino, Eudeba, 1967 y Roberto Alemann:
Curso de política económica argentina, Eudeba, 1970. Estudios de
aspectos específicos hay innumerables. Citamos sólo los trabajos
de Aníbal Vázquez: Causas económicas del pronunciamiento de
Urquiza, Paraná, 1956; James R. Scobie: Revolución en las pampas.
Historia social del trigo argentino. 1860-1910, Buenos Aires, 1968;
Ricardo M. Ortiz: El ferrocarril en la economía argentina, Buenos
Aires, 1968; Horacio C. E. Giberti: Historia económica de la
ganadería argentina, Buenos Aires, 1971 y Mario S. Brodersohn
y otros: Estrategias de industrialización para la Argentina, Buenos
Aires, 1970.
Unas palabras finales sobre otros aspectos: la cuestión sindi­
cal y el problema educativo desde el punto de vista histórico se
encuentran en algunos de los títulos mencionados, que contienen
segmentos de la vida social argentina, tratada en libros y trabajos
citados en este volumen, salvo el más reciente de Juan Carlos
Tedesco: Educación y sociedad en la Argentina. 1880-1900, ed.
Pannedille, Buenos Aires, 1970, y el activamente vigente de Ger-
njani: Estructura social argentina, ed. Royal, Buenos Aires, 1950.
Ilf) Poder militar: La sociedad militar es objeto de estudios
y ensayos. Difícil de investigar es, sin embargo, un tema histórico y
actual insoslayable. Aparte del excelente libro de Robert A. Potash:
The A rm y ét Politics in Argentina. 1928-1945. Yrigoyen to Perón,
Stanford, California, 1969, es preciso consultar obras generales
como la de Hermán Oehling: La función política del ejército,
Madrid, 1968, o la muy buena revisión bibliográfica de L. N.
McAlister: Recent research and voritings on the role of the militar y
in Latin America que nos exime del detalle. Conviene leer, sin
embargo, a Darío Cantón: Military interventions in Argentina.
1900-1966, Buenos Aires, 1967 y la reciente recopilación de V ir­
gilio Rafael Beltrán, precedida por un estudio propio: El papel
político y social de las fuerzas armadas, Monte Ávila editores,
Caracas, 1970. Un estudio militar sobre parte del siglo pasado se
encuentra en el libro de José María Sarobe: Uqruiza militar, 1942.
Sobre la época de la Segunda Guerra, Enrique Díaz Araujo: El
G. O. U. en la revolución de 1943 (Una experiencia militarista en
la Argentina), Mendoza, 1970. Y respecto de las interpretaciones
políticas y económicas sobre el papel del ejército, Mario H ora­
cio Orsolini: Ejército argentino y crecimiento nacional, Buenos
Aires, 1965.
491
índice de nombres de personas
citadas en este tomo

ítalos, J o s é D o m in g o : 61. A l v a r a d o , R u d e c in d o : 77. A n z o r e n a , P e d r o : 237.


Aberastain, A n t o n i n o : 4 0 , A l v a r e z , J u a n : 4 2 1, 422, A p t e r , D a v id : 353».
4 3 6. A q u in o , P e d r o L e ó n : 61.
B.
Aberdeen, J o r g e H a m il t o n A l v a r e z d e T o l e d o , F .: A r a m b u r u , P e d r o E u g e n io :
Gordon, c o n d e d e : 5 5 , 57. 316". 45 9, 479.
Aberg C o b o , M a r t ín : 410". A l v e a r , C a r lo s d e : 325". A r a m b u r u , R ic a r d o A .:
Acevedo, C a r lo s A .: 375, A l v e a r , M a r c e lo T o r c u a t o 324».
S.
d e : 2 9 0 , 3 1 3 ”, 320, 3 2 2, 323, A r a n a , F e l i p e d e : 20, 21».
Acevedo, E d u a r d o : 105. 32 4, 324», 325 , 326, 326", 327, A r ia s , J o s é I .: 149, 186.
Aguirre. A t a n a s i o : 120, 32 8, 328", 3 2 9, 330, 330", 331, A r o n , R a y m o n d : 3 4 9.
©
Aguirre, M a n u e l H e r m e ­
33 3, 3 3 4, 3 3 6, 338, 3 3 9, 3 5 3,
35 7, 3 5 8 , 364, 3 6 9, 3 7 1, 380,
A r r e d o n d o , J o s é M ig u e l:
101, 107, 136, 142, 145, 149,
negildo: 6, 7. 38 2, 3 8 3, 3 8 6, 3 8 8, 3 8 9, 392, 150, 193.
Achával R o d r íg u e z , T r i s - 39 3, 394. A u b e r t , R o g e r : 170».
tín: 190, 200. A l v e a r , T o r c u a t o d e : 222, A u z a , N é s t o r : 293».
Alberdi, J u a n B a u t is t a : 38, 325". A v a lo s , B e n j a m ín : 360».
g). 40, 41. 46. 68 , 74, 77", A lv e a r y P o n c e d e L e ó n , Á v a lo s , E d u a r d o : 4 0 5, 406,
78' 79", 108, 116. 136, 174, D i e g o E s t a n i s la o d e : 325". 4 1 7 , 420, 422.
177, 182, 183, 186, 189", 210, A lz a g a , M a r ía T . P . d e : A v e ll a n e d a , M a r c o : 40, 48.
243-, 244, 440. 380. 5 0 , 5 3 , 2 5 5 , 260.
Alcorta. A m a n c io : 242". A l z a g a , M a r t ín d e : 20. A v e l l a n e d a , N i c o l á s : 97,
Aldao, J o s é F é l i x : 16, 17. A l z o g a r a y , A l v a r o : 3 6 8. 136, 137, 138, 139, 140, 141,
48, 50. A l l e n d e . A n d r é s R .: 197", 142, 144, 146, 147, 148», 150,
Aldao d e D i a z , E l v i r a : 230". 151, 154, 155, 159, 165, 179,
217". 235". A l l e n d e P o s s e , J u s t in ia n o : 184, 185. 186, 194, 201», 205,
Alem, L e a n d r o N .: 143, 375». 2 9 1, 291", 449.
148. 150, 151, 182, 183, A m a d e o , M a r io : 480. A y a la , J u a n : 236.
187,' 187", 189. 190, 2 1 6, 217, A m a d e o , O c t a v io R .: 314, A y a r r a g a r a y , L u c a s : 214.
218, 219, 2 2 7, 2 2 9 , 2 3 1 . 2 3 2, 390.
233’ 234, 235. 2 3 6, 2 3 8, 238", A m a d o , I s a ía s : 330.
313.’ 326, « 8 . A m a lr i k , A n d r e i: 463». Bacle, C é s a r H ip ó li t o : 42.
Alero, M a r c e lin a : 316". A m a r a l, E d g a r d o L .: 308». B a l b í n , R ic a r d o : 4 2 8, 480,
Alessandri P a l m a , A r t u r o : A m s t r o n g , F r a n c is J . d e : 4 8 1.
365". 199. B a l c a r c e , M a r ia n o : 108.
Alexander, R o b e r t J .: 442". A m u n á t e g u i, M ig u e l L u is : B a l d r i c h , A l b e r t o : 408.
Ali, M e h e m e d : 49. 154. B a l e s t r a , J u a n : 220", 223".
Almeida R o s a . O c t a v ia n o : A n a y a , E lb io C .: 3 9 7, 399". B a l m a c e d a , J o s é M a n u e l:
124, 125. A n c h o r e n a , M a n u e l: 20. 155.
Alm ond, G a b r ie l A .: 173", A n c h o r e n a , N i c o l á s d e : 21. B a n c h s , E n r iq u e : 285.
478". j , 72. 8 4 . 143. B a r b a , E n r iq u e : 41», 46»,
Alsina, A d o lf o : 67, 72, 104, A n ch oren a. T om ás S. d e: 51», 220».
¡06 107, 143, 144, 147,150, 6 , 232». B a r b e it o , J u a n : 99.
151,' 154, 183, 194. A n d r e a , M ig u e l d e : 436. B a r b ie r i. E n r iq u e : 323.
Alsina, V a le n t í n : 66, 67, A n e i r o s , F e d e r ic o L e ó n : B a r c a la , L o r e n z o : 36.
72 73, 81. 8 2 , 83. 8 4 . 87, 148. B a r c e ló , A l b e r t o : 338, 388,
104, 291". A n q u ín , N i m io d e : 388". 416.
A lso g a r a y , A l v a r o : 480. 396». B a r in g ( B a n c a ) : 2 4 7.
A iso g a r a y . J u l i o : 4 4 2, 443". A n t i l l e , A r m a n d o : 4 1 8. B a r r a c lo u g h , G e o ffr e y :
A iv a r a d o . M a n u e l R a m ó n : A n t o k o le t z , D a n ie l: 285. 265», 268».
374 375. 389". 3 9 0, 4 1 4. A n t o n io . J o r g e : 427". B a r r e d a L a o s . F e l ip e : 298.
/

B a r r o e ta v e ñ a . F r a n c is c o : B r i z u e la , T o m á s : 3 6 , 48, C a r r il, S a lv a d o r M a r ía d e l:
2 1 5, 2 1 6, 2 2 2, 231. 5 0, 53. 68 , 77, 77», 85, 104.
B a r r o s , A l v a r o : 193. B u n g e , C a r lo s O c t a v io : C a s a d e v a ll, D o m in g o F .:
B a r r o s A r a n a , D i e g o : 245. 302». 283».
B a r r o s P a z o s , J o s é : 104. B u r d e a u , G e o r g e s : 462». C a s a l. P e d r o S .: 374.
B e a u f r e , A n d r é : 465. B u r g in , M ir ó n : 25», 29. C a s a r e s , C a r lo s : 150.
B e a z le y , F r a n c is c o J .: 258. B u r g o s , P e d r o : 20. C a s a r e s , T o m á s D .: 436.
B e c c a r V a r e l a , H o r a c io : B u r n h a m , J a im e : 349. C a s t e la r , E m i lio : 451.
368. B u s t o s , J u a n B a u t is t a : 8 , C a s t e l la n i , L e o n a r d o : 388.
B e c ú , C a r lo s A .: 316", 323. 9. C a s t e l la n o s , J o a q u ín : 2 3 1.
B e i r ó , F r a n c is c o : 338", 339, B u s t o s F ie r r o , R a ú l: 425», C a s t e l la n o s , T e l a s c o : 198.
364. 439», 455», 457. C a s t e l li, P e d r o : 45.
B e l g r a n o , M a n u e l: 144". B u t l e r , D a o r d J .: 470». C a s t illo , R a f a e l: 256».
B e l lo , J o s é M a r ía : 165". B y r o n , lo r d ( G e o r g e G o r - C a s t illo , R a m ó n S . : 375,
B e n a v íd e z , N a z a r io : 3 6 , 50, d o n ) : 3 1 , 41. 38 6, 389, 3 9 1, 392, 3 9 3, 394,
82, 89. 395, 3 9 6, 3 9 8, 3 9 9, 405, 410.
B e n d i x , R e i n h a r d : 277", C a s t illo . S a n t i a g o d e l: 481.
C a b a lle r o , R ic a r d o : 371. C a s t le r e a g h , E n r iq u e R .:
412". C a f ie r o , A n t o n io F .: 445,
B e n e g a s , M a r t ín : 214. 32.
445», 446», 448. C a s tr o , F i d e l : 321».
B e n g o a , J u s t o L e ó n : 406, C a g lie r o , J u a n , 249.
459. C a s tr o , C a r lo s d e : 124.
C a l d e r ó n , H o r a c io : 398, C a t r ie l: 194.
B e r d e b e r , O n o f r e : 259". 399.
B e r g é s , J o s é : 116, 118, 122. C a x ia s , L u is A l v e s d e L i­
B erro, B ern ardo P ru d en ­ C a lv o , N i c o l á s : 81. m a y S ilv a , m a r q u é s d e :
c io : 116, 118, 120 . C a m b a c e r e s , E u g e n io : 150, 103, 109, 127, 131. 132, 133.
B e y h a u t , G u s t a v o : 178", 187. C e le s ia . E r n e s t o : 5. 13".
277». C a m in o s , J o s é R .: 117. 19».
C a m p a , J u a n d e la : 360". C e r e ij o , R a m ó n : 446.
B id a r t C a m p o s, G e r m á n : C a m p o s . J u lio : 186. C ir ia , A l b e r t o : 368». 370»,
299. C a m p o s , L u is M a r ía : 236», 384», 385», 417».
B i n g h a m , H ir a m : 285. 242», 259». C ir ig lia n o , G u s t a v o J .:
B i s m a r k , O tó n , p r í n c i p e C a m p o s , M a n u e l J .: 217, 174».
d e : 113, 159, 160", 161, 241". 21 8, 220 ». C iv it , E m ilio : 242».
B l a in e , J a m e s G .: 164. C la r a , G e r ó n i m o E m i lia ­
B la sc o Ib á ñ e z , V i c e n t e : C a m u s , A l b e r t : 349.
C a ñ é , M ig u e l: 38, 142, 165, n o : 200.
285. C l e m e n c e a u , G e o r g e s : 285.
B eró n d e A stra d a , G e n a ­ 168, 169, 173», 191, 191», 196,
197, 205, 2 1 4, 215, 2 1 6. 226, C l e v e la n d . S t e p h a n G r ó -
r o : 44, 45. 2 3 2, 2 5 0, 283. v e r : 2 4 8.
B ó h m e , H e lm u t : 160". C o d o v illa , V i c t o r i o : 361".
B o l lo , P a l m ir a S .: 94". C a n n in g , G e o r g e : 32.
C a n t ilo , J o s é L u is : 330». C o e , J o h n : 73.
B o n a ld , L o u is d e : 356. C a n t ilo , J o s é M a r ía : 385, C o le m a n , J a m e s S .: 478».
B o rb ó n , In fa n ta Isa b el d e: 389», 391. C o ll, J o r g e E .: 389».
285. C oncha S u b erca seau x ,
B o r b ó n , I n f a n t a M a r ía C a n t ó n , D a r ío : 293», 314»,
331», 339», 376», 423», 463». C a r lo s : 248.
C r is t in a d e : 32. C a n t o n i, A ld o : 331, 335. C o n e s a , E m ilio : 145.
B o r d a b e h e r e , E n z o : 380. C o n il P a z , A l b e r t o : 344»,
B o r g e s , J o r g e L u is : 280", C a n t o n i, F e d e r ic o : 3 3 8, 450.
C a p d e v i l a , A l b e r t o : 217, 352», 376», 377», 385», 390»,
308". 3 93, 3 9 6, 403», 407.
B o r le n g h i, Á n g e l: 434. 2 1 9.
C a r b ó , A l e j a n d r o : 3 0 8 ,3 1 0 . C o n t r e r a s , M ig u e l: 339».
B o r r e r o , A n t o n io : 165. C o o lid g e , C a lv in : 343.
B o r r e r o , J o s é M a r ía : 3 1 8. C árcan o, M ig u e l A n g e l:
224», 297», 333, 3 7 5, 3 7 7, 389, C o o k e , J u a n I.: 408, 418.
B o s c h , B e a t r iz : 76", 86 », C o r n b ilt , O s c a r : 177", 277».
91". 4 14. C o r t é s C o n d e , R o b e r to :
B o s c h , E r n e s t o : 368». C á r c a n o , R a m ó n J .: 69», 178».
B o s c h , F r a n c is c o B .: 236. 115, 124», 157, 2 1 4, 2 1 5 , 217, C o s s io , C a r lo s : 364».
B o t a n a , N a t a li o : 463". . 301, 302». C o s ta , E d u a r d o : 103, 103»,
B o x , P e l h a m H o r t o n : 117», C a r lé s , M a n u e l: 324», 333, 106, 2 2 4, 225, 2 2 7, 236».
123». 339», 380, 381. C o s ta , J e r ó n im o : 79.
B r a c h o , J o s é : 51». C a r lo s X ( d e F r a n c ia ) : 30, C o s ta . J u l i o A .: 230.
B r a d e n , S p r u il le : 415, 416. 32. C o tta , S e r g i o : 316».
B r a m u g lia , J u a n A t i l i o : C a r u lla , J u a n E .: 3 5 5 , 371, C r á m e r , A m b r o s io : 45.
434. 383». C r e s p o , D o m in g o : 99.
B r a u d e l , F e r n a n d : 478. C a r r e t e r o , A n d r é s M .: C u c c o r e s e , H o r a c io J u a n :
B r a u n , R a f a e l: 463». 280». 212», 251", 252, 253".
B rau n M enén d ez, A rm an ­ C a r r e r a s , F r a n c is c o d e l a s : C u it iñ o , C ir ía c o : 18, 2 0 .
d o : 243», 248». 104. C u l a c c i a t i , M ig u e l: 393,
B r a v o , M a r io : 302», 339». C a r r il, B o n if a c i o d e l: 428», 414.
B r e b b ia , C a r lo s : 377. 4 56». 460». C u lle n , D o m in g o : 43, 44.
C ú n e o , D a r d o : 250, 3 1 3 n. E c h e v e r r í a , E s t e b a n : 38, F l o r e s J ij ó n , A n t o n io : 165.
C u r r e n t , R i c h a r d : 162", 39", 40, 41". F lo r ia , C a r lo s A .: 68», 87",
163". E iz a g u ir r e , S e v e r o : 406. 288», 294», 356», 463», 468».
E liz a ld e , R u f i n o d e : 67, F o l l i e t , J o s e p h : 267», 431.
C h a t e a u b r ia n d , F r a n g o i s 103, 103", 106, 107, 117, 118, F o r s , L . R .: 234».
R e n é , v iz c o n d e d e : 41. 124, 143, 151. F o r n i, F l o r e a l : 388», 447,
C h il a v e r t , M a r t in ia n o : 46. E n g e ls , F e d e r ic o : 2 3 8, 348, 447".
478. F o v ie , J o r g e G u il le r m o :
E r r á z u r iz E c h a u r r e n , F e ­ 312".
D a h l, R o b e r t A .: 309", 339". d e r ic o : 245. F r a g a , R o s e n d o M .: 257.
D a ir e a u x , E m i lio : 175, 175". E r r á z u r iz U r m e n e t a , R a ­ F r a g u e ir o , M a r i a n o : 77",
176. f a e l : 248. 85.
D a r ío , R u b é n : 2 7 4, 285. E p u m e r : 194. F r a n c e s c h i , G u s t a v o J .:
D e A n g e lis , P e d r o : 27, 38. E s c a la d a , M a r ia n o : 66 . 293».
D e c k e r , R o d o lf o A .: 436. E s c a l a n t e , W e n c e s la o : 232. F r a n c ia , G a s p a r R o d r íg u e z
D e h e z a , R o m á n A .: 9, 10. E s c h , J . v a n d e s : 350". d e : 113, 114, 146.
D e lb r ü c k , R u d o lf v o n : E s q u iú , M a m e r t o , fr a y : F r a n c o , F r a n c i s c o : 346,
160". 199. 39 0, 423.
D e lg a d o , F r a n c is c o : 104. E s t ig a r r i b i a , A n t o n io d e la F r a y M o ch o (J o s é S ix to
D e l l e p i a n e , A n t o n io : 322, C r u z : 127, 129. Á l v a r e z ) : 174».
3 30, 358. E s t r a d a , J o s é M a n u e l: 197, F r e i d e l , F r a n k : 162», 163".
D e ll e p i a n e , L u is : 360", 365, 198, 2 0 0, 2 0 8, 222. F r e r s , E m i lio : 242".
383. E s t r a d a , S a n t i a g o : 200. F r e s c o , M a n u e l : 382, 388,
D e m a r ía , M a r i a n o : 2 1 7 , E tc h e p a r e b o r d a , R o b e r to : 3 9 0, 3 9 1, 414.
2 2 0, 2 2 2, 2 3 4, 234", 236. 222", 234", 257", 308", 33 1 “, F r e u n d , J u l i e n : 170".
D e r q u i, S a n t i a g o : 82, 85. 339", 3 5 8, 360", 361". F r ía s , F é l i x : 84, 150, 155,
86 , 86 ", 88 , 90, 91, 92, 94, E z c u r r a , E n c a r n a c i ó n : 18, 186.
104, 157, 2 9 1, 291". 19. F r o n d iz i, A r t u r o : 321", 428,
D e s c a lz o , B a r t o lo m é : 364, 442, 448, 480, 481.
365. F u n e s . C la r a : 192.
D e T o m a s o , A n t o n io : 374, Faccione, E m i lio : 3 6 7, 368.
3 75, 375", 3 7 7, 377" 378. F a l c ó n , R a m ó n L .: 260.
D í a z , A l e j a n d r o C a r lo s F .: F a r r e ll , E d e lm ir o J .: 397», Gainza, M a r t í n d e : 144,
447". 3 9 9, 4 0 4, 4 0 5, 405», 406, 407, 145, 148, 151.
D í a z A r a u j o , E n r iq u e : 395". 408, 415, 4 1 7, 418, 420, 421, G a lá n , J o s é M ig u e l: 61,
D ía z , C é s a r : 8 2 , 99. 4 2 2, 4 3 6, 445. 71".
D í a z C o lo d r e r o , J u s t o : 425. F a y t , C a r lo s J .: 2 9 9, 433», G a l a r z a , M ig u e l G e r ó n i­
D ía z d e C o n c e p c ió n , A b i- 4 3 4, 434". m o : 61.
g a il: 431". F é r n á n d e z B e i r ó , A n íb a l: G a lb r a it h , J . K .: 341", 466,
D ía z , J u a n J o s é : 23». 377. 483.
D ía z , P o r f i r io : 165. F e r n a n d o V II (d e E sp a ­ G a lí n d e z , I s m a e l: 399 ", 404.
D i c k m a n , E n r i q u e : 250", ñ a ) : 32. G á lv e z , M a n u e l: 285, 388".
302", 337. F e r n s , H . S .: 27", 29», 49», G a lla r d o . A n g e l: 325, 326,
D i é g u e z , H é c t o r : 328". 55", 56», 80», 203, 203», 213, 328", 3 3 6, 338", 381.
D i G io v a n n i , S e v e r i n o : 242. G a ílo , E z e q u ie l ( h .) : 314".
321. F e r r a r i , G u s t a v o : 165", G a l l o . V i c e n t e C .: 326,
D i p s e t , S y m o u r M .: 412". 242", 2 4 5, 247", .248", 344", 329", 3 3 0. 3 3 2. 334. 336. 339".
D i s k i n , D a v id : 4 3 4. 352", 376», 377», 385», 390», 3 7 1, 386.
D i T e l ia , G u id o : 178", 328", 39 3, 3 9 6, 403», 407. G a r c ía B e l s u n c e , C é s a r A .:
448». F e r r é , P e d r o : 11, 12, 26, 87", 90", 91", 92", 201", 205".
D o m e c q G a r c ía , M a n u e l: 27, 47, 5 1 , 53, 77", 114. G a r c ía . G im é n e z , F .: 280".
328», 338". F e r r e r , A l d o : 174". G a r c ía , J u a n A g u s tín :
D o m e n e c h , J o s é : 434. F e r r e r , H o r a c io A .: 280". 174".
D o r r e g o , L u is : 6 . F e r r y , J u l e s : 172. G a r c ía , L u is : 358.
D o r r e g o , M a n u e l: 6 . F i g u e r o a , J u lio : 2 1 8. G a r c ía , M a n u e l J o s é : 20.
D r a g o , L u is M a r ía : 142, F ig u e r o a A lc o r ta , J osé: G a r c ía M e llín , A r t u r o : 3 8 3.
2 4 9, 255. 24 9, 256, 2 5 8, 259, 260, 261, G a r c ía M e r o u , M a r tín :
D u a r t e , J u a n : 427», 444, 262", 2 6 3 , 2 7 8, 285. 142, 220.
4 5 fr F i g u e r o la y T r e s o ls , J o s é G a r c ía M o r e n o , G a b r i e l :
D u h a u , L u is F .: 329, 375, F r a n c is c o L u is : 434, 445. 109.
3 7 9, 380. F i l i p p i , F r a n c i s c o : 396, G a r c ía . R a f a e l: 208. 208».
D u r o s e lle , J e a n B a p t is t e : 400". G a r c ía V a ld é s , J o s é : 5.
159", 160», 2 6 8, 312", 428. F i n c a t i , M a r io : 3 9 3, 397. G a r d e l, C a r lo s : 411.
D u v e r g e r , M a u r ic e : 454». F l e it a s , J u a n B .: 360". G a r m e n d ia , J o s é I g n a c i o :
F l o r e s , J u s t in ia n o : 79. 21 9.
Easton, D a v id : 288». F lo r e s , V e n a n c i o : 93, 95, G a r r o , J u a n M .: 229.
E c h a g íie , P a s c u a l: 11, 44, 115, 116, 117, 118, 119, 120, G a r f ie l d , J a m e s : 164.
4 7 , 51, 58. 121, 122. 123. 124, 127, 130. G a r z ó n . F é l i x T .: 296.

494
G a y , L u is F .: 4 3 4. 438. G u t ié r r e z , J u a n M a r ía : 38, I r r a z á b a l, P a b lo : 101.
G e lly y O b e s, J u a n A n ­ 67, 69, 74, 77, 142, 151. I v a n o w s k y , T e ó f i l o R .:
d r é s : 103", 145, 230», 237». 149.
G e o r g e , H e n r y : 202. H a lp e r ín D o n g h i , T u l i o :
G e r m a n i, G in o : 177", 178", 163", 165", 275», 321», 351», J a c k a l: v é a s e J o s é M .
179", 180», 2 7 7, 277», 278», 352», 366", 410", 455». M e n d ia .
412». H a r r is o n , B e n j a m ín : 164. J a c q u in , J o s é : 243.
G h io ld i, A m é r ic o : 442. H a y a d e la T o r r e , V í c t o r J a g ü a r ib e , H e li o : 160".
G h io ld i, R o d o lf o : 339». R a ú l: 321», 390. J a n o ( d io s ) : 374.
G il, A n a c le t o : 300. H a y e s, R u th e fo r d B ir - J a u r e t c h e , A r t u r o : 383,
G ilb e r t , A l b e r t o : 399, 404, c h a r d : 157. 388, 4 1 5, 445.
4 05. H é g e l, J o r g e G u i l l e r m o J u á r e z , B e n it o : 108.
G im é n e z d e la S e r n a : R a ­ F e d e r ic o : 31, 33. J u á r e z C e lm a n , M i g u e l :
m ó n : 280». H e ll m u t h , O s c a r A l b e r t o : 184. 191». 198. 201». 2 0 7. 208.
G io l it t i , J u a n : 319. 403», 404. 208». 209. 210. 212. 2 1 3, 214,
G o d o y , E n r iq u e : 256». H e r a s , C a r lo s : 140». 2 1 7 , 2 1 9, 2 2 0, 220», 2 2 1, 221»,
G ó m e z , A l e j a n d r o : 481. H e r e d ia , A l e j a n d r o : 35, 36, 222, 2 2 3. 225. 238. 291. 291»,
G ó m e z , C a r lo s : 396». 38, 45. 315.
G ó m e z , I n d a l e c i o : 2 9 6 ,2 9 7 , H e r e d ia , F e l ip e : 21, 36. J u n g , C a r i G u s t a v : 431».
2 99, 3 0 2, 308. H e r n á n d e z , A m e li o : 434. J u s t o , A g u s t ín P .: 322, 323,
G ó m e z , J u a n C a r lo s : 125. H e r n á n d e z , J o s é : 142. 328», 3 3 0. 357. 358. 359. 364.
G ó m e z , R a m ó n : 316». H e r r e r a , L u is A lb e r to : 36 7. 3 7 0, 371. 3 7 2. 3 7 3, 374.
G ó m e z , R u f in o : 82. 118". 375". 3 7 6. 3 7 9. 380. 381. 382.
G ó m e z M o r a le s , A l f r e d o : H e r r e r a V e g a s , R a f a e l: 383. 383». 3 8 4. 385, 386. 387.
446», 448. 329». 3 8 8. 389. 392, 392». 3 9 3. 394,
G o n z á l e z , E l p id io : 316», H im m le r , H e in r ic h : 4 0 4. 396,■ 448.
324, 325, 3 3 0, 360», 422. H i n d e n b u r g , P a b lo v o n : J u s t o , J u a n B .: 2 5 0, 280,
G o n z á le z , E n r iq u e P .: 396, 2 68. 30 0. 302». 309. 313». 334. 338».
3 9 7, 3 9 9, 4 0 0, 405. H it le r , A d o l f o : 3 4 7, 349.
G o n z á l e z , J o a q u í n V .: 350. K e n w o r t h y , E ld o n : 471»
174», 250, 2 5 1, 2 5 6, 256», 285. H o b b e s , T o m á s : 198, 2 0 6. K in k e li n , E m i lio : 368, 368».
305, 308. H o d a r a , J o s e p h : 173». K is s in g e r , H e n r y : 465.
G o n z á le z , L u c a s : 103», 140. H o p k i n s , H a r r y : 431". K o r n , A l e j a n d r o : 170", 191,
G o n z á le z A r r il i, B e r n a r ­ H o r n o s , M a n u e l: 71, 7 3 ,9 3 . 4 15, 417".
d o : 283». H o u s s a y , B e r n a r d o : 437". K o r n h a u s e r , W illia m : 267».
G o n z á le z B a lc a r c e , J u a n H u e y o , A l b e r t o : 374.
R a m ó n : 7, 12. 16, 18, 1 9 ,2 5 . H u ll. C o r d e l l : 385. 403, L a b a y r ú , B e r n a r d i n o : 4 4 2.
G o n z á le z I r a m a in , N i c o ­ 4 0 4, 407. L a f a y e t t e , M a r io , m a r q u é s
lá s : 337. H u n t i n g t o n , S a m u e l P .: d e : 33.
G o r i, P i e t r o : 250. 462". L a fe r r é r e , G r e g o r i o d e :
G o r o s t e g u i , H a y d é e : 178». 174», 283.
G o r o s t ia g a , J o s é B .: 6 6 ,7 4 , I b a r g u r e n , C a r lo s : 2", 3", L a g o s , H ila r io : 6 7 , 74.
77, 104, 144, 186, 208. 6 ", 22, 23", 226», 2 5 6, 302, L a g o s , J u lio : 406, 460.
G o y e n a , P e d r o : 191, 199, 302", 305", 3 0 8, 310, 3 3 6, 345, L a g o s G a r c ía , L u is : 2 0 1.
200, 2 1 6, 2 2 2, 227. 3 7 1, 3 7 8, 394. L a l le m a n t , G . A .: 238
G o y e n e c h e , A r t u r o : 326. I b a r g u r e n , F e d e r ic o : 356". L a m a d r id , G r e g o r i o A r á o z
G o y r e t , J o s é T .: 94». I b a r r a , A b s a ló n : 102. d e : 10, 13, 37, 48, 4 9 , 50, 6 1 .
G r o n d o n a , M a r ia n o : 243", I b a r r a , F e l ip e : 10, 13, 15, L a m a r c a , E m i lio : 200.
463", 481». 35, 36, 44. L a m a s , A n d r é s : 4 1 , 46.
G r o p p o , P e d r o : 389». I ll ia , U m b e r t o A .: 4 8 2. L a m b e r t , J a c q u e s : 352».
G r o u s s a c , P a u l: 198. I m a z , F r a n c is c o : 460. L a m e n n a is , H u g o F . R o ­
G u a y c o c h e a , S a m u e l: 443". I m a z , J o s é L u is d e : 413", b e r t o : 4 1 , 428.
G ü e m e s , A d o lf o : 3 7 1, 386, 4 1 4, 414». L a n ú s , R o q u e : 3 8 1.
422. I m b e r t , A n íb a l: 399. L a n u sse , A le ja n d r o A g u s ­
G u e v a r a , J u a n : 459. I n g e n i e r o s , J o s é : 285. t í n : 484.
G u id o , J o s é M a r ía : 481. I r a z u s t a , J u lio : 355, 378, L a P a l o m b a r a , J .: 454».
G u id o , M a r io : 330. 388, 390. L a p id o . O c t a v io : 118. 119.
G u id o , T o m á s : 60, 143. I r a z u s t a , R o d o lf o : 3 5 5, 378, L a s p iu r . S a t u r n in o : 184.
G u il le r m o II ( d e A l e m a ­ 3 88, 390. L a s t r a , B o n if a c i o : 229.
n ia ) : 268. I r ia r t e , T o m á s d e : 81. L a t o r r e . P a b lo : 21.
G ü ir a ld e s , R ic a r d o : 326". I r ig o y e n , B e r n a r d o de: L a t r e il le . A .: 173».
G u iz o t , F r a n c is c o P . G u i­ 143, 149, 150, 167, 184, 186. L a t t é s , R o b e r t : 465.
ll e r m o : 41. 187, 2 0 5, 208, 2 2 7, 2 2 9. 232, L a u r e n c e n a , M i g u e l : 323,
G u t ié r r e z , C e le d o n io : 99. 2 3 4, 2 3 5, 2 3 7, 254, 2 6 2. 326, 386.
G u t ié r r e z , E d u a r d o : 173". I r ig o y e n , M a r t ín : 5. L a v a ll e , J u a n : 5, 7, 8 , 45,
G u t ié r r e z , J o s é M a r ía : 106, I r io n d o , M a n u e l M . d e : 46, 47, 48, 50, 51».
143, 224, 225. 3 7 4, 394. L a v a ll e , R ic a r d o : 262.

4 95
L a v a ll e j a . J u a n A n t o n io : L u c e r o , F r a n k -lin : 420. M e A l is t e r , L . N .: 366».
115. L u d e n d o r f f , E r ic o v o n : M e G a n n , T h o m a s F .: 166,
L a v a llo l, F e l ip e : 83. 2 6 8. 2 7 2. 166», 167, 168», 180, 202»,
L e b la n c , L o u is F . : 43. L u g o n e s , L e o p o l d o : 285, 2 2 6, 226», 275». 277», 279,
L e B r e t ó n , T o m á s : 328", 319, 341», 355, 356, 365. 284», 285. 2 8 6. 305.
3 2 9. 330. 374. L u n a , F é l i x : 32.4», 369», M e d in a , A n a c le t o : 61.
L e g ó n . F a u s t i n o J .: 439, 381», 383», 410», 4 1 5, 417", M e d in a , F r a n c is c o : 368».
440. 4 1 8, 421». M e d i n a c e ll i: 110, 111.
L e g u i z a m ó n , G u il le r m o : L u n a , P e l a g i o B .: 309. M e d r a n o , S a m u e l W .: 440.
377. 378. L u q u e , M a te o J .: 91. M e ló , C a r lo s R .: 223».,255»
L e g u iz a m ó n . O n é s im o : L u rd e , A le x a n d r e , c o n d e 260», 263», 3 2 3, 3 2 6, 3 3 0, 336.
142. d e : 55. 339".
L e i v a , M a n u e l: 15, 27. L u x b u r g , K a r l v o n : 319. M e ló . L e o p o ld o : 3 2 6. 330,
L c n c in a , C a r lo s W a s h i n g ­ L u x - W u r m , P i e r r e : 438», 3 3 6, 3 3 9, 374, 380. 388.
to n : 3 3 1, 335. 444». M e n d e v ill e , J u a n E n r iq u e :
L e n in , N i c o l á s : 2 7 1, 348. 4. 50, 52, 55.
L e ó n X I I I ( p a p a ) : 249. M a c k a u , b a r ó n d e : 49. M e n d ia , J o s é M . ( J a c k a l ) :
L e p r é d o u r , F o r t u n é J .: 57. M a c h a d o , A n t o n io : 473. 220 ».
L e r c h e , H a r o ld : 465. M a d a r ia g a , J o a q u ín : 54, 56. M e n é n d e z , B e n j a m ín : 442,
L e r m in ie r , J u a n L u is E u ­ M a d a r ia g a , J u a n : 53, 56. 443».
g e n i o : 41. 71. M e n v ie l le , J u lio : 384», 388».
L e r o u x , G a s t ó n : 41. M a d e r o . E d u a r d o : 203. 291. M e r c a d e r , E m ilio : 369.
L e v a ll e , N i c o l á s : 217, 218. M a d e r o , F r a n c is c o B .: 187. M e r c a n t e , D o m i n g o : 400,
2 1 9. 220. 221». 2 2 4. 225. 236. M a fu d , J u lio : 180», 280». 405, 4 0 9, 4 2 0, 421, 422, 441.
L e v e n e . R i c a r d o : 102». M a g n a s c o . O s v a ld o : 242. M e r t o n , T h o m a s : 431».
165». M a lt h u s , T o m á s R o b e r t o : M e tte r n ic h -W in n e b u r g ,
L e v i l l i e r . R o b e r t o : 7 6 n, 171. K le m e n s W e n z e l, p r ín c ip e
146». 201», 230», 237». M a n s illa , L u c io V .: 56, 61, d e : 32.
L e v in g s t o n , R o b e r t o M a r ­ 106, 142, 173», 180, 220», 284. M ic h e ls , R o b e r t : 267».
c e l o : 484. M a n z i, H o m e r o : 383. M ig u e n s , J o s é E n r iq u e :
L i e u w e n , E d w i n : 442». M a q u ia v e lo , N i c o l á s B e r ­ 412», 413.
L i lie d a l, O s c a r : 231. n a r d o d e : 2, 194. M ir a n d a , M ig u e l: 445, 446.
L in a r e s Q u in t a n a . S e g u n ­ M a r a ñ ó n , G r e g o r io : 313. M it r e , B a r t o lo m é : 2 9 , 41,
d o V .: 299. M a r c ó . C e le s t in o J .: 328». 61, 67, 6 9 , 70, 70", 71, 72,
L i n c o l n , A b r a h a m : 108. 329», 330. 73, 78, 81, 8 2 , 8 3 , 84, 86 , 88 ,
L i p s e t , S e y m o u r M .: 277», M á r m o l, J o s é : 6 7 , 92, 96, 8 9 , 90, 92, 9 3 , 94, 95, 96, 97,
4 1 2, 478». 120 . 9 9 , 100, 101, 101", 102, 103,
L is t , F e d e r ic o : 171». M a r t e l, J u liá n : 173». 103", 104, 106, 107, 108, 111,
L o n a r d i , E d u a r d o : 442, M a r t ín , J u a n A .: 256». 112, 112», 116, 117, 119, 120,
443, 449», 4 5 9, 460, 460», 479. M a r t ín e z , D o m i n g o : 398, 121, 122, 123, 124, 124», 125,
481. 399. 126, 127, 129, 130, 131, 134,
L óp ez, B e n ig n o S o la n o : M a r t ín e z . E n r iq u e : 18. 19, 135, 136, 140», 141, 142, 143,
114. 364. 146, 147, 148, 149, 150, 151,
L ó p ez, C a r lo s A n t o n io : M a r t ín e z d e H o z , J o s é A l ­ 155, 156, 157, 183, 186, 187,
114. f r e d o ( h .) : 376». 187», 189, 192, 205, 2 0 7, 208.
L ó p e z , E s t a n i s la o : 7, 11, M a r t ir é , E d u a r d o : 14. 2 1 7, 220», 2 2 7, 2 2 8, 228», 229,
12, 13, 14», 15, 2 2 , 35, 36, M á r q u e z , C a r lo s D .: 389». 2 3 1, 2 3 2, 238, 242», 2 4 7, 254,
43, 44, 51, 77», 82. 3 9 1. 3 9 2, 392». 2 5 9, 2 6 2, 2 9 1, 291», 3 2 2, 371,
L ó p e z , F r a n c is c o S o l a n o : M a r x , C a r lo s : 34, 2 3 8, 348, 3 8 5.
8 3 , 114, 116, 117, 118, 122, 458. M it r e , E m i lio : 93, 145, 259,
123, 124, 126, 129, 130, 132, M a s ó n , D i e g o : 3 9 8, 399». 2 6 1, 262.
133, 156. M a s t r o n a r d i , C a r lo s A .: M i t t e l b a c h , A r is t ó b u lo :
L ó p e z , J a v i e r : 10. 326». 395.
L ó p e z , J u a n P a b lo : 4 9 , 51, M a t e r a , R a ú l H .: 482. M ir a b e a u , H o n o r a t o G a ­
5 3 , 61. M a t t e r a , L u is : 198, 200. b r ie l d e R i q u e t i, c o n d e d e :
L ó p e z , L u c io V .: 142, 173», M a t ie n z o , J o s é N i c o l á s : 206.
2 1 8, 224, 234». 195, 2 1 5 , 2 2 2, 290», 291", M o lé , L u is M a t e o , c o n d e
L ó p e z , V i c e n t e F i d e l : 38, 292", 328», 329», 330, 331, d e : 43.
4 0, 67, 68 , 69. 71», 142, 143, 3 3 5, 339», 3 7 2, 389. M o lin a , A b r a h a m : 2 3 1.
186, 2 1 6, 224, 2 2 5, 226. 229. M a x i m ili a n o I ( d e M é x i­ M o lin a , J u a n B a u t i s t a :
L ó p e z . M a n u e l: 36. c o ) : 109, 165. 368, 3 7 1, 3 8 3, 384, 3 8 9, 392,
L ó p e z J o r d á n , R ic a r d o : 11, M a u r r a s , C a r lo s : 346, 356. 3 9 7.
9 2, 96, 142, 145, 192. M a y e r , J o r g e M .: 183», M o lin a , L u i s : 99.
L ó p e z y P la n e s , V ic e n te : 188». M o lin a , P e d r o ; 36.
66, 6 7 , 71, 77. M a z a , M a n u e l V i c e n t e : 19, M o lin a , R a m ó n : 382, 383.
L o r io , J u a n C a r lo s : 442. 2 1 , 23, 2 5 , 3 7 , 45, 52. M o lin a , R a ú l A .: 324», 325»,
L o z a , E u f r a s io : 328», 329». M a z a , R a m ó n ,* 45. 331", 334, 338", 339".
L o z a n o , J o r g e M .: 460». M a z o , G a b r ie l d e l: 383. M o lin a , V í c t o r M .: 329».

496
M o lin a r i, D i e g o L u i s : 383, O lm o s , A m b r o s io : 214. 20 3. 2 0 8. 208». 2 1 6. 2 1 7. 219,
404. O n g a n ía . J u a n C a r lo s : 398. 221". 223, 2 2 4, 2 2 5. 2 2 6, 227.
M o lt k e , C a r lo s B e r n a r d o 427». 4 8 1. 483. 2 2 9. 2 3 1. 231". 2 3 2. 2 3 5, 236,
v o n : 113, 160. O r d ó ñ e z . M a n u e l V .: 436. 2 3 8, 2 3 9. 239». 240. 241. 243",
M o n r o e , J a m e s : 32. O r g a m b i d e , P e d r o : 283». 246. 251. 252. 2 5 8. 2 5 9. 262.
M o n t e s , J u a n C a r lo s : 395. 284». 284. 291».
M o n t e s . M ig u e l A .: 395. O r ia . S a lv a d o r : 393. P e l le g r in i. E r n e s t o : 252,
39 7, 399. 400. O r ib e , M a n u e l: 44. 4 8 . 49. 25 3, 254. 255.
M o n te s d e O ca . M a n u e l 5 0 . 5 1 , 51", 5 2 , 5 4 , 55. 5 7 . 60. P e l liz a . M a r ia n o A .: 242».
A u g u s t o : 2 5 9 a, 260, 302. 6 1 . 115. P e l u f f o , O r la n d o : 408.
M o r a n . T h e o d o r e H .: 469". O r le á n s . L u is F e l i p e d e : P e n e ló n , J o s é F . : 339».
470. 3 0 , 31. 34. P e ñ a . F é l i x : 468».
M o r e n o , J o s é M a r ía : 186. O r m a . A d o lf o F .: 256». P e ñ a . F é l i x d e la : 102.
M o r e n o . J u a n J o s é : 187. O r o n a , J u a n V .: 322». 243».
M o r e n o , R o d o lf o : 395. O r ú s , M a n u e l: 375". P e ñ a . J u a n B a u t is t a : 81.
M o r e t t i, F lo r in d o A .: 3 3 9 n. O r te g a y G a s s e t, José: P e ñ a lo z a . Á n g e l V ic e n te
M o s c a . E n r iq u e M .: 422. 180". 267». 286». 3 4 1, 4 7 9. (E l C h a c h o ) : 50. 53. 99.
M o s c o n i. E n r iq u e : 441. O r tiz , R o b e r t o M .: 329». 100. 101. 101". 144.
M o u n ie r . E m m a n u e l: 349. 3 7 1 , 3 7 5, 386, 3 8 8 . 3 8 9. 389». P e r a l t a . A l e j a n d r o N .:
M o u s s y . M a r t ín d e : 77. 3 9 0, 391. 392, 3 9 3, 3 9 4. 414. 300".
M u r a t u r e , J o s é L u i s : 284. O s é s , E n r iq u e P .: 390. P e r e t t e . C a r lo s A .: 482.
M u r e n a . H . A .: 280". 411». O s o r io , M a n u e l L u is : 124. P é r e z A m u c h á s t e g u i, A n ­
M u s s o lin i, B e n i t o : 3 4 6 .3 4 9 . 130. t o n io J .: 110", 306". 331".
350. O s s o r io A r a n a . A r tu r o : P é r e z C o l m a n . E n r iq u e :
M y e r s . F r a n k E .: 462». 4 4 3. 4 5 3. 360".
O y h a n a r t e . H o r a c io : 360». P é r e z . E r n e s t o : 368».
N a b u c o : 125. 422. P e r e y r a . G a b r ie l: 116.
N a m u n c u r á , M a n u e l: 154. P é r e z , S a n t o s : 22. 36.
N a p o le ó n I : 3 1 , 32. P a c c in i, R e g in a : 325». P e r l in g e r . L u is : 4 0 5. 406.
N a p o le ó n I I I : 108. P a c h e c o , Á n g e l: 12. 17. 21, 4 08.
N a v a r r o G e r a s s i. M a r y s a : 50, 6 1 , 73. 325». P e r ó n , J u a n D o m in g o : 299,
354». 356, 356». 383». 388», P a c h e c o , E lv ir a : 325». 364", 383», 3 9 5, 396, 3 9 7, 399,
3 91, 391», 397». P a c h e c o , W e n c e s la o : 210». 4 0 0, 404, 405. 405». 4 0 6. 407.
N a v a r r o V i o l a . M ig u e l: P a d il la , E r n e s t o E .: 3 0 1, 4 0 8. 409. 4 1 1. 4 1 5. 4 1 6. 417,
200 . 368». 417», 418. 419. 4 2 0, 4 2 1. 422.
N a z a r , L a u r e a n o : 99. P a d il la . J o s é : 389», 390. 4 2 3, 4 2 5. 426. 427. 427». 428.
N a z a r A n c h o r e n a , B e n it o : P a d il la , M ig u e l M . ( h . ) : 4 2 9. 4 3 0. 432. 433. 434. 434»,
436. 440. 4 3 5. 4 3 6. 437. 438. 438». 440.
N e e d le r . M a r t ín C .: 477. P a g é s , P e d r o : 329. 441. 4 4 2. 443. 444. 4 4 5. 446.
478». P a l a c i o , E r n e s t o : 355. 361». 447. 450, 4 5 2. 4 5 3. 454. 456.
N e ls o n . E r n e s t o : 284. 385». 457. 458. 459. 4 6 0, 479. 480.
N e v a r e s . A l e j o : 2 0 0, 222. P a l a c i o s . A l f r e d o L .: 254. P e r ó n , M a r ía E v a D u a r t e
N i c o l in i, O s c a r : 420. 3 00. 309. 392. d e : 418, 420, 421, 4 2 2. 426.
N i e m e y e r . O t t o : 379. P a l c o s . A l b e r t o : 136». 4 27. 427», 429, 430, 431, 431",
N i e t z s c h e . F e d e r ic o : 268». P a l m e r s t o n . lo r d ( J u a n 4 33, 436, 441, 442. 4 4 3. 444.
N o b le . J u lio A .: 217», 218", T e m p le ) : 28. 32, 33, 3 7 . 49. 4 5 2. 456. 4 5 8. 459.
220». 228». 230». 233». 235», 54. 5 5 . 57. P e r r o u x . F r a n g o is , 466.
237, 378. P a n n ik a r , K . M .: 2 6 5. P e r t i n é , B a s i lio B .: 375,
N o e l. M a r t ín : 414. P a r r a , A n d r é s : 18. 3 8 2, 414.
N o g u é s , P a b lo : 375». P a s c a l, B la s : 41. P h i lli p s , E d u a r d o : 245.
N o lt e , E r n s t : 354». P a s t o r , R e y n a ld o : 425, 442. P i c o , C é s a r E .: 3 5 5.
N o v o a . R a m ó n : 458. P a t r ó n C o s ta s , R o b u s t ia - P i c o , F r a n c is c o : 6 7 , 69.
N u n , J o s é : 366». n o : 3 0 1. 389. 3 9 4. 396. P i c o , O c t a v io : 368", 370.
P a u n e r o , W e n c e s la o : 93. P i e d r a b u e n a , L u is : 105.
O b li g a d o . P a s t o r : 79. 81. 95. 9 9 . 100. 101. 107. 127. P i e r r e s t e g u i, J u a n : 396.
84. 96. P a z . J o s é C .: 149. 151, 2 1 4. P i e t t r e , A n d r é : 171».
O b lig a d o , R a f a e l: 142. P a z , J o s é M a r ía : 5, 7 , 8 . P i n c é n : 194.
O c a m p o , J u a n C r u z : 94. 10. 11, 12, 13, 48. 50. 51. 54. P i n e d o , A g u s t ín d e : 19,
O c a r n p o . M a n u e l: 9 4 , 148, 56. 77". 126. 143.
208, 208». 222 . P a z . M a r c o s : 67. 8 5 , 99. P i n e d o , F e d e r i c o : 259",
O ’C o n n o r , E d u a r d o : 220». 102, 103. 104, 106. 132. 33 7, 361", 3 7 5, 3 7 8. 3 7 9. 384».
O d d o n e . J a c in t o : 250». P a z , M á x im o : 207. 385», 386». 389». 392. 393.
O la z á b a l, M a n u e l d e : 18, P e d e r n e r a , J u a n E ste b a n : P i n t o , G u il le r m o : 73.
81. 12, 8 5 , 94, 95, 2 9 1. P i n t o , M a n u e l: 71.
O liv e r a . R i c a r d o : 2 9 8. P e d r o II ( d e l B r a s i l ) : 60, P i ñ e r o . N o r b e r t o : 259».
O li v e ir a S a la z a r , A n t o n io 115, 118. 323.
d e : 313. P e l l e g r i n i , C a r lo s : 143, 147. P í o I X ( p a p a ) : 170».
O li v ie r i, A n íb a l: 442. 148. 151. 168. 191, 195. 200, P ir á n . J o s é M a r ía : 71.

497
P i s t a r in i. J u a n : 367. 398, R a c e d o , E d u a r d o : 210». 2 24. 225, 227 229. 2 3 1. 232,
420. R a m ír e z . E m ilio : 395. 235, 236, 237. 238, 239. 240.
P la z a . V i c t o r i n o d e la : 140. R a m ír e z . F r a n c is c o : 11. 2 41, . 242, 242». 243», 244.
262. 2 6 3. 302. 3 0 3, 304. 305. R a m ír e z . P e d r o P .: 394, 244», 245, 247, 248, 249, 250.
306. 307. 308. 309. 319. 320. 396, 3 9 7. 398, 3 9 9. 400». 402. 254, 255, 2 5 8, 259, 260, 281.
P iz a r r o , M a n u e l D .: 198. 403. 404. 405, 405». 406. 263, 291". 299, 308, 316, 371,
199, 2 1 9. 227. 230. R a m o s M e jía , E z e q u i e l : 372, 373, 377», 380. 388, 392,
P o d e s t á C o s ta . L . A : 2 4 8 “. 259». 3 9 3, 414, 425.
P o m a r . G r e g o r io : 371. R a m o s M e jía . F r a n c is c o : R o c a , J u l i o A . ( h .) : 258,
P ó r t e l a . I r e n e o : 84. 216», 436. 3 72, 386.
P o r t n o y , L e o p o ld o : 447". R a w s o n , A r t u r o : 396. 397, R o c c a , S a n t i a g o C .: 323.
P o r to A le g r e , b a ró n d e : 397», 398. 399, 405, 419. R o c c o . P e d r o : 367.
131. R a w s o n . G u ille r m o : 103". R o c h a , D a r d o : 151, 184,
P o s s e . F i le m ó n : 210'*. 214. 187, 208, 2 1 9. 221». 225.
105. 106. 186. R o d ó , J o s é E n r iq u e : 274.
P o t a s h . R o b e r t : 246". 322". R a y . J o s e p h : 397».
357». 358». 359». 366. 367. R o d r í g u e z . M a n u e l: 370,
375». 382». 384. 389». 391». R e a l, J u a n J o s é : 361». 3 7 5, 375». 380. 381, 382. 383.
3 9 4. 395». 396». 397». 398". R e b a u d i. A .: 123». 124». 388.
400». 403». 404». 405». 408». R e im ú n d e z . M a n u e l: 443» R o d r íg u e z . M a r t ín : 1, 44.
409. 417». 418». R e in a f é . J o s é V i c e n t e : 13. 46.
P r e b is c h . R a ú l: 329. 377. 22. 35. 36. R o d r íg u e z C o n d e , M a tía s :
449. 449». R é m o n d . R e n é : 173». 354» 383».
P r é lo t . M a r c e l: 346». 349. R e n a r d . A b e l: 368. R o d r íg u e z L a r r e t a , C a r lo s :
P r im o d e R iv e r a . M ig u e l: R e n n ie . I s a b e l F .: 325". 256". 257.
3 47. R e n o u v i n . P i e r r e : 30». 269". R o g e r , A i m é : 42, 43. 44.
P r im o d e R iv e r a y S á e n z 270». 272». 274, 312», 350» R o ja s . A b s a ló n : 232.
H e r e d ia . J o s é A .: 3 4 7 . 348. R e p e t t o . N ic o lá s : 250». 309. R o ja s , A n g e l D .: 310.
348». 356. 323». 339», 372, 378. R o j a s . I s a a c : 459, 479.
P r i n g l e s . J u a n P a s c u a l: 12. R e p e t t o , R o b e r t o : 436 R o j a s . M a n u e l: 375".
13. R e y e s . A n t o n io : 61. R o j a s , N e r io : 146".
P r o u d h o n , P e d r o J o s é : 34. R e y e s . C ip r ia n o : 424. 438 R o ja s . R ic a r d o : 285.
P ú a . C a r lo s d e la : 280». R ia l. A r t u r o : 459. R o ld á n . B e l is a r io : 2 2 8. 228'
P u e n t e s . G a b r ie l J .: 19». R i c c h ie r i . P a b lo : 249 R o ló n . J o s é M a r ía : 99.
P u e y r r e d ó n . C a r lo s A : R ic o , M a n u e l: 45. R o ló n . M a r ia n o B e n it o : 19.
257». R ie r a . M a n u e l: 136". R o m e r o . J u a n J o s é : 232".
P u e y r r e d ó n . H o n o r io : 316». R ie s c o . G e r m á n : 247. R o o n , A lb e r to T e o d o r o
3 20. 370. 371. 382. 386. R ie s t r a . N o r b e r t o d e la : E m ilio , c o n d e d e : 160.
P u e y r r e d ó n . M a n u e l: 19. •80. 8 7 . 89. 92. 140. 143. 150. R o o s e lv e lt , F r a n k lin D .:
81. R io B r a n c o . J o s é M a r ía d a 34 4, 384, 403, 407, 431».
P u i g . J u a n C a r lo s : 243». S ilv a P a r a n h o s , b a r ó n d e : R o o s e v e lt . T h e o d o r e : 111
244». 116. 124. 156. 303. R o s a . J o s é M a r ía : 242".
P u i g b ó , R a ú l: 180». R i v a d a v ia . B e r n a r d in o : 2. 243. 308. 388». 398. 399.
P u i g g r ó s , R o d o l f o : 238». 20. 427. R o s a le s . L e o n a r d o : 4.
250». 361». R i v a d a v i a . M a r t ín : 242». R o s a s . J u a n : 63.
P u j o l . J u a n : 68. 69. 85. 247. R o sa s, J u a n M a n u el d e:
P u r v is . J . B r e t t : 55. R i v a r o l a , H o r a c i o : 1*74. 1, 2. 3, 4. 5. 6. 7, 11. 12. 13.
176». 201». 205». 330». 14. 14», 15, 16. 17, 18. 19. 20.
Q u e s a d a . E r n e s t o : 1 4 2 ,2 2 2 . R iv a r o la . M a r io A .: 334». 2 1 , 2 2 . 23, 25. 26. 27, 28, 29,
Q u esa d a , V ic e n te G r e g o ­ R i v a r o la . R o d o lf o : 69», 70». 33. 34. 3 5 , 36. 37, 38. 39, 40,
r io : 155, 167. 73». 84». 142. 175", 189. 190», 4 1 . 4 2 . 43. 4 4 , 45. 46. 47, 48.
Q u e v e d o , F r a n c is c o : 19. 288». 2 9 0. 293». 294. 301. 50. 51, 51", 52. 53. 54. 5 5 , 56.
Q u ij a n o . H o r t e n s i o : 418. 302». 324». 57. 5 8 . 59, 60. 61. 62. 65. 66 .
423, 428. 443. R iv a s , I g n a c i o : 132, 145, 68 . 70. 90. 100. 105. 114. 115,
Q u in e t , E d g a r d o : 32. 146, 149. 189. 388". 440.
Q u i n t a n a . E n r iq u e : 234, R i v e r a A s t e n g o , A g u s t ín : R o s a s . M a n u e li t a : 63.
234», 236». 195», 206», 207», 209, 235». R o s a s . P r u d e n c i o : 19. 45.
Q u in t a n a . F e d e r ic o : 284. R iv e r a , F r u c t u o s o : 44. 45, R ó s le r , O s v a ld o : 280».
Q u i n t a n a , M a n u e l : 104, 46, 47, 49, 50. 51. 52. 54. 55. R o s m in i . S e r b a t i A .: 316».
142. 143. 167, 2 3 2. 232». 236. 56. 59. 115. R o s s i. S a n t o s V .: 367.
236». 237. 254. 255. 256. 257. R o b le s . D o r o t e o M a r c e lo : R o t h e . G u il le r m o : 393.
258. 262. 291. 129. R o t h s c h ild ( B a n c a ) : 247.
Q u ir n o C o s ta . N o r b e r t o : R o c a . J u l i o A r g e n t in o : 97. R u a n o , A g u s t ín : 19».
167. 209. 210», 242. 247. 259». 149, 151. 153. 154. 167. 168. R u iz G u iñ a z ú , E n r iq u e
Q u i r o g a . H o r a c i o : 174». 177. 183. 184. 185. 186. 187. ( h . ) : 367». 393.
341». 188, 191, 192, 193, 194, 195. R u iz H u id o b r o , J o s é : 16.
Q u ir o g a . J u a n F a c u n d o : 8 . 196. 197, 198, 201», 202, 205. R u iz M o r e n o . I s i d o r o J .:
9. 10. 12. 13. 14, 14». 15. 16. 206, 2 0 7. 208. 210, 214, 216, 91". 190».
20. 21. 34. 35. 36. 40. 46. 2 1 7, 2 1 8, 219, 220, 220", 221», R u iz M o r e n o . M a r t ín : 94
R u n c im a n , W a lt e r : 377. S a r o b e . J o s é M a r ía : 364, T a u A n z o á te tfu l, Vl«>l•»» l i
R u s t o w , D a n k w a r t A .: 364". 365. 367. 390. 429. T e d ín . M ig u e l URO"
478". S a r t o r i, G i o v a n n i : 170", T h e r m a n n . R d u iu n il v m i
453», 454", 4 7 6, 478". 391.
S a s t r e , M a r c o s : 38. T e i l h a r d d e • I i n h II i
S a á . F e l ip e : 101. S a v i g n y , F e d e r ic o C a r lo s r r e : 348.
S a á , J u a n : 89, 91, 9 2 , 99. d e : 41. T e is a ir e , A lb e r t o 400 4011
101.
S a v i o , M a n u e l: 3 6 7, 4 4 1. 4 18. 425.
S a a v e d r a , A r t u r o : 395, 406. S c a l a b r i n i O r t i z , R a ú l: T e j e d o r , C a r lo s ; MI, o
S a a v e d r a , M a r ia n o : 104. 212". 388. 3 9 0. 413. 84, 105, 150. 104 M ......
S a a v e d r a L a m a s , C a r lo s : S c a s s o . L e ó n : 389". 3 9 4. 187, 188. 196.
285, 374, 3 7 7 , 3 8 0, 3 8 5, 414. S c o b i e . J a m e s R .: 213", T errero. Juan N III 14.1
S á b a t o , E r n e s t o : 2 8 0 n. 234". 256". 279". Terry, José A
S a b a t t i n i , A m a d e o : 381, S c o t t , W a lt e r : 32. 247, 256, 256».
3 8 7, 394, 4 0 8, 4 1 8, 4 1 9, 420. S c h i lle r , J o h a n n C h r is t o p h T h e d y , E n r iq u e 11110"
S a b a t u c c i, A n t o n io : 2 4 9. F r i e d i c h v o n : 41. T h e d y , H o r a c io 441
S a b i n e , G e o r g e s : 346». S c h n e id e r , R . M .: 464. T i b ile t t i . E d u a r d o ... i
S á e n z H a y e s , R ic a r d o : S e g u í , F r a n c is c o : 68 . T o c q u e v i lle , C a r io » A r í e
169", 192", 196", 214", 216", S e n i llo s a , F e l ip e : 6 . r e í d e : 33, 453.
217", 220", 232", 233. S e ñ o r a n s , E d u a r d o : 4 5 9. T o d d , J o s é M a r ía tu»
S á e n z P e ñ a , L u is : 143, 151, S e ñ o r a n s , J o r g e » 2 1 8. T o n a z z i, J u a n N inv u n
2 3 0, 230", 2 3 1, 2 3 3, 2 3 6, 237, S e r ú , J u a n E .: 310. 3 94.
237", 2 3 8, ,238", 2 5 6, 291". S e r v a n -S c h r e ib e r , Jean T o r e llo , P a b lo : .110"
S á e n z P e ñ a , R o q u e : 143, J a c q u e s : 466". T o r in o . D a m iá n IM * , .1.10
167, 168, 2 0 0, 207, 2 0 8, 230, S h a k e s p e a r e , W illia m : 461. T o r r a d o . S u s a n a 17n-
230", 232, 2 5 8, 262, 2 6 3, 285, S h e l l e y . P e r c y B y s s h e : 32. T o r r e . C a lix t o d e In JVJ
28 7, 2 8 8, 2 9 2, 293, 2 9 4, 295, S ig a l. S ilv i a : 314. T o r r e . J o r g e d e In i .
29 6, 297, 2 9 8, 2 9 9, 3 0 2, 303,
i

S i l v a P a r a n h o s : v e r R io T o r r e . L i s a n d r o «I•• In
308, 385, 389. B r a n c o , J o s é M a r ía d a S i l ­ 217". 2 1 8. 218». aiw m u
S a g a r n a , A n t o n i o : 329", v a P a ra n h o s. b arón d e. 220". 221. 232. 230 131’ KM)
330", 436. S is m o n d i , J u a n S . L e o n a r ­ 308, 308". 309. 310 :i4l* tM»
S a g u ie r , F e r n a n d o : 3 3 0. d o d e : 41. 372. 3 7 8. 379. 380
S a in t S im ó n , C la u d e H e n - S m it h , E d m u n d ( h .) : 385". T o r r e n t . J u a n : 141»
ri d e R ou vroy, co n d e de: S m it h . P e t e r : 180". 243". T o r r e s . J o s é L u í » .11»!
31, 34, 41. 279", 317". 329". 377". 379". 392". 404.
S a la b e r r y , D o m in g o : 316". 380". T o r n q u i s t , E m e n t o |NM,
S a la n d r a , A n t o n io : 3 1 9. S o la n a . F e r m í n : 373». 243", 246, 247.
S a ld ía s , A d o lf o : 3", 2 0 , 21". S o s a , I n d a l e c i o : 399. T u lc h iu , J o s e p h ; .107"
42", 69". 143, 2 3 1. S o s a M o lin a , H u m b e r t o :
S a lin a s . J o s é S .: 316". 432. U d a o n d o , G u ille r m o Uto
S a l o m ó n ( J u liá n G o n z á ­ S o s a M o lin a , J . E .: 433». 2 55. 262, 308.
le z ) : 20 . S p ili m b e r g o , J o r g e E n e a : U g a r t e , M a n u e l: lltft ton
S á n c h e z , F l o r e n c io : 174». 250". 3 09. 310. 390.
S án ch ez S oron d o, M arce­ S t a é l- H o lt e i n , A n a L u is a U g a r te , M a r c e lin o 10.r
lo : 388". 392. G erm a n a N é c k e r (b a r o n e ­ 187. 255. 256, 2511, SAI). M I
S á n c h e z S o r o n d o , M a tía s s a d e ) : 32. 263.
G .: 353, 3 6 8. 3 6 9. 370. S t a lin , J o s é : 3 4 8. 403. U g a r t e c h e , J o s é l«'i uo< '
S a n M a r t ín , J o s é d e : 5. c o : 6.
S a n t a C r u z , A n d r é s : 37. S t e a d . W . T .: 266".
S t o r n i , A l f o n s i n a : 341". U r b in a , J o s é M mi'In Iftft
S a n t a m a r in a . A n t o n io : 416. U r d in a r r a in . M a n u e l III
S a n ta m a r in a , E n r iq u e : S t o r n i , S e g u n d o : 398, 399",
3 9 9, 403. U r ib u r u . F r a n c is c o MAN
368", 404. U r ib u r u , J o s é E v o r l l t t t
S a n t a m a r in a , J o r g e : 399, S u b e r c a s e a u x , B e n j a m ín :
165». 103". 229, 230. l'.lll
399". U r ib u r u . Jos»'* l'V-li i
S a n u c c i, L ía E . M .: 183", S u e l d o , H o r a c io : 482.
S u e y r o , B e n it o : 398, 399". 2 18. 247", 257. 304. :tfM »0 i
186", 187". 369, 370, 371. 3 7 1, I I I | j
S a r a iv a , J o s é A n t o n io : 121, S u e y r o , S a b a H .: 397. 398.
U r ib u r u , J u a n N .: PW
123. U r q u iz a , J u s t o J o s * Al
S a r a v ia , A p a r ic io : 388". Taboada. A n t o n i n o : 101 , 53. 54, 56, 57, ftfl, 51».«0 ni
S a r m i e n t o , D o m in g o F a u s ­ 102 . 62, 65, 66 , 67, 0 8 , 09
t in o : 40, 6 1 , 6 7 , 77, 82, 84, T a b o a d a . D i ó g e n e s : 389». 71", 72, 73, 74, 75, H I |
89, 92, 95, 9 7 , 98. 9 9 . 100. T a b o a d a . M a n u e l: 102. 103. 77", 79, 80, 82, H3. 04 «A
101", 103, 104, 105, 106, 107, 106, 145. 86". 87. 88 . 89. 90, 01 UH
110, 111, 136, 137, 138, 141, T a m a n d a r é : 125, 131. 93. 94, 95. 96. 07. 00 101»
142, 142", 143, 144, 145, 146, T a m b o r in i, J o s é P .: 323. 103. 104, 105, 106. 107 114
147, 149". 151. 155, 156, 157, 329". 331", 334", 3 3 8, 371. 116, 117, 122, 123, I¡I4 IIt i
177. 184, 186. 2 0 0. 205. 291". 422. 142. 143. 144. 146. IH0 HUI
388". T a t o . M a n u e l: 458. 291". 479.
V i d e l a , A m a d e o : 393. W ild e , E d u a r d o : 142, 187,
V a l l e , A r is t ó b u lo d e l: 143, V i d e l a , E le a z a r : 375, 414. 198, 199, 210", 254".
15C, 151. 183, 187, 191“, 199, V i d e l a B a l a g u e r , D a lm ir o : W illia m s , T . H a r r y : 162",
2 1 2, 215, 216, 2 1 7, 2 1 8, 219, 451. 163».
2 2 0, 2 2 3, 229, 2 3 1, 232, 233, V i d e l a C a s t illo , J o s é : 10, W ilm a r t , R .: 300", 330".
234, 2 3 5, 2 3 6, 316". W ils o n , T h o m a s W o o d r o w :
V a lle , D e lf o r d e l : 382. 13.
V i e j o b u e n o , D o m in g o : 186. 2 6 9, 2 7 1, 3 1 9 , 320.
V a ll e I b e r lu c e a , E n r i q u e V i lla f a ñ e . B e n j a m ín : 323. W r ig h t , C a r o l D .: 252.
d e l: 302». 3 9 1 , 392.
V a ll é e , T o m á s : 253". V i lla lb a , T o m á s : 122.
V a r e la , F e l ip e : 101. Y a n c e y , B e n j a m ín : 82.
V a r e la , F l o r e n c io : 4 1 , 44, V i l l a n u e v a , B e n it o : 256, Y o f r é , F e l i p e : 242».
45, 46. 308. Y r ig o y e n . H i p ó l i t o : 111,
V i lla n u e v a , B e n j a m ín : 215. 187, 2 1 7, 2 1 8 , 231, 231", 235,
V a r e la , M a r ia n o : 144, 156, V illa n u e v a , F r a n c is c o :
157. 2 3 8, 238", 2 3 9, 257, 2 5 8, 262»,
V a r g a s . G e t u li o : 365". 262». 280, 294, 301, 306. 307, 308,
V i n t t e r , L o r e n z o : 236, 258. 3 0 9, 310, 3 1 2, 3 1 3, 313", 315,
V a z e ill e s , J o s é : 250". V i ñ a s , D a v id : 326".
V á z q u e z , S a n t i a g o : 3. 3 1 6, 316", 3 1 7, 3 1 8, 3 1 9, 320,
V ir a s o r o , B e n j a m ín : 5 9 ,6 0 , 3 2 1 , 3 2 2, 3 2 3, 3 2 4, 3 2 5, 325»,
V e g a . A g u s t ín d e la : 395. 6 1 , 77". 92, 94, 122.
V e g a , U r b a n o d e la : 395, 326, 327, 3 2 9, 3 3 0, 330", 331,
V ir a s o r o , J o s é A n t o n io : 82, 3 3 2. 3 3 4. 3 3 5 . 3 3 6. 3 3 7. 338",
396. 85, 88 , 89.
V e i n t i m i l l a , I g n a c io d e : 3 3 9, 3 4 5, 3 5 3, 353", 354, 355,
V ir a s o r o , V a l e n t í n : 234, 3 5 6, 360, 360", 364, 3 6 5, 366,
165. 234". 236".
V é le z , C a r lo s : 397. 3 6 7, 3 6 8, 3 6 9. 3 7 1, 3 7 3, 378,
V é le z S á r s f ie ld , D a lm a c io : V is o . A n t o n i o d e l : 186, 3 8 1 , 388", 3 9 4, 4 2 5, 4 2 8, 470.
6 7, 6 9 , 7 1 , 84, 103", 105, 144. 191». Y r ig o y e n , M a r c e li n a : 258.
V e r b a , S id n e y : 173". V is o , J o s é d e l: 222. Y r ig o y e n , M a r t ín : 316".
V e r g a r a D o n o s o , F r a n c is ­
c o : 247. W a l k e r , W illia m : 110 . Z a ñ a r t ú , M a n u e l A r í s t i-
V e r n e n g o L im a . H é c t o r : W a lk e r M a r t ín e z , J o a q u ín : d e s : 109.
420. 24 5. Z e b a l l o s , E s t a n i s l a o S .:
V e r n e t , L u is : 36. W a lt h e r , J u a n C a r lo s : 17". 151, 168, 175. 2 2 7, 229, 237,
V i a m o n t e , J u a n J o s é : 5, W a t k i n s , F r e d e r i k M .: 24 7, 252, 2 5 3.
11. 19, 20, 25. 346". Z u b e r b ü lh e r , C a r lo s : 222.
V ic o , J u a n B a u t is t a : 41. W e b e r , M a x : 313, 429. Z u r u e t a , T o m á s : 360".
V i c t o r i c a , B e n j a m í n : 86 , W e in e r , M .: 454". Z u v ir ía , F a c u n d o : 77".
232". W e lle s , S u m n e r : 403, 408. Z y m e lm a n . M a n u e l: 174»,
V id a r t . D a n ie l: 280". • W h it a k e r , A r t h u r P .: 446". 328". 448".
índice de nombres geográficos
citados en este tomo

Á f r i c a : 32, 160, 3 6 6. B a h ia ( S a lv a d o r : B r a s i l ) : C o lo r a d o , r io : 17.


A g u a d i t a : 100. 270". C o n c e p c ió n d e l U r u g u a y :
A lc a r a z , t r a t a d o d e : 5 4 ,5 7 . B a h ía B l a n c a : 18, 257. 77.
58. B a h ía N e g r a : 125. C o n c h a s , r ío d e la s : 62.
A l e m a n ia : 3 0 , 3 4 , 113, 159. B a n d a O r ie n ta l: v é a s e C o n f e d e r a c ió n A r g e n t in a :
160, 162, 2 4 6, 2 4 7 , 2 4 9, 269, U ruguay. 114.
27 1, 2 7 2, 2 9 0, 3 1 9, 3 4 4, 346, B a r a d e r o : 47. C o n g o ( K i n s h a s a ) : 484.
347, 349, 3 5 0 ”,352", 3 9 1. 398, B a r r a n c a Y a c o : 22. 35. C ó r d o b a : 8 , 9, 10, 11, 12,
404, 4 0 7, 484. B é l g i c a : 2 4 7. 2 6 7. 13, 2 2 . 3 5 , 3 6 , 40, 48. 49, 50,
A l v e a r : 154. B e l la c o , e s t e r o : 130. 77, 78, 8 0 . 85, 90, 91, 92, 99,
A m é r ic a : 3 9 , 109, 110, 111, B e n e g a s , p a c t o d e : 1. 101, 102, 106, 107, 135, 137,
114, 115, 174, 175, 192, 244, B e r l í n : 2 6 6, 4 1 5, 465. 138, 149, 178, 184, 186, 199.
279, 4 0 7. B o l i v i a : 3 7 , 43. 109, 110, 2 0 4, 206, 207, 2 0 9. 2 1 4. 229.
A m é r ic a C e n t r a l: 110, 2 6 9, 125, 155, 156, 165, 167, 205, 2 3 0, 2 5 6, 2 5 7, 258, 2 5 9, 261,
273. 2 4 6 , 2 6 1, 270", 3 0 3, 384, 404, 2 9 1, 291", 3 0 1, 3 1 6, 320, 327,
A m é r ic a d e l S u r : 3 9 , 49, B o q u e r ó n : 131. 3 3 2, 3 3 3, 334, 336. 3 3 7, 361,
61, 113, 126, 129, 131, 204, B r a s i l: 5 5 , 5 8 , 6 0 , 61, 6 2 , 3 7 1 , 3 8 1, 387, 423 , 457, 458.
2 6 9, 270", 2 7 3, 2 8 5 , 4 1 1, 4 5 0. 77, 102, 109, 110, 111, 112, 467, 4 8 0, 483.
A m é r ic a h is p á n i c a : 114. 114, 115, 116, 117, 118, 119, C o r e a : 474.
A m é r ic a l a t i n a : 110, 164, 120, 121, 123, 124, 125, 126, C o r o n d a : 51.
166, 168, 2 6 8, 2 7 0, 2 7 3, 2 7 4, 127, 131, 147, 156, 157, 164, C o r r a le s : 129, 206.
2 7 5, 320, 3 2 1 ”, 3 4 3, 3 4 4, 350, 165, 167, 169, 178", 205 , 245, C o r r ie n t e s : 11, 12, 13. 13",
3 5 1, 3 6 6, 447, 4 5 1, 463, 466, 24 8, 2 6 1, 2 7 4, 2 7 9, 2 9 0, 3 0 3, 2 2, 3 6 . 43, 44, 45, 47, 5 1 . 52,
467, 468. 305, 3 5 2, 365", 394, 463, 4 7 7. 5 4 , 5 6 , 57. 5 9 . 60, 61, 62, 94,
A n d a lu c ía : 325". B u e n o s A í r e s , c iu d a d d e : 9 9, 106, 122, 123, 124, 125,
A n d e s , c o r d i lle r a d e lo s : s e c it a e n t o d a la o b r a . 127, 129, 146, 185, 186, 187,
154, 204. B u en o s A ir e s , p r o v in c ia 2 29, 230, 233 , 234, 237 , 260,
A n g a c o : 50. d e : s e c it a e n to d a la o b r a . 3 0 7, 309. 3 1 0. 3 2 9. 336. 381,
A n g o s t u r a : 133. 425.
A p ip é , is l a d e : 157. C r im e a , g u e r r a d e : 130.
A r g e lia : 32, 4 2 . C a a g u a z ú : 5 1 , 52. 5 4 , 59. C u b a : 163", 2 7 3. 4 8 4.
A r g e n t in a : s e c it a e n to d a C a g a n c h a : 47. C u r u p a i t y : 126, 131.
la o b r a . C a l c h i n e s : 12. C u r u z ú : 131. 132.
A r r o y o d e l M e d io , r io : 92, C a m p a n a : 2 1 9. C u y a m b u y o : 38.
308". C a n a d á : 2 7 0. 2 9 0. C u y o : 10, 13. 2 2 . 48. 99,
A r r o y o G r a n d e : 5 2 , 5 4 . 56. C a ñ a d a d e G ó m e z : 9 5 . 116. 107, 395 . 424. 460.
A s i a : 366. C a r a c a s : 270", 4 7 9.
A s ia o c c id e n t a l : 270. C a r h u é : 153.
A s u n c ió n : 6 1 . 144, 117, 118, C a s e r o s : 48, 62, 6 3 , 6 5 , 66 , C h a c a r i lla : 50.
121, 123, 124, 125, 129, 131, 69, 97. C h a c o : 132. 133, 155, 156,
132, 133, 156, 157, 4 7 9. C e p e d a : 8 3 , 84, 90, 91, 92. 157, 205.
A t l á n t i c o , a lia n z a d e l: 465. C a t a m a r c a : 9, 10, 4 8 , 52, C h a c o , p a z d e l: 3 8 4.
A t lá n t ic o , o c é a n o : 37, 112, 9 9 , 101, 102, 107, 184, 229. C h a p u lte p e c , A c ta d e : 450.
.5 5 , 3 5 0. 23 2, 2 3 6, 307, 3 1 0, 3 3 2, 381, C h a p u l t e p e c : 407 . 408.
A t u e l, r ío : 17. 39 0, 423. C h a s c o m ú s : 42. 45.
A u a h y : 133. C e r r it o , is la d e l: 157. C h e c o s lo v a q u ia : 463.
A u s t r a li a : 2 7 0, 290, 470». C e r r o C o r á : 133. C h ic a g o : 2 6 6.
A u s t r ia : 113, 3 4 4. C í u d a d e la : 13. C h il e : 16. 3 7 , 50, 5 2 . 109,
A v e ll a n e d a : 3 8 8. C o l o m b i a : 109, 110. 167, 110. 112. 154, 155, 165, 166,
A z u l: 149, 175. 169. 270". 167, 178". 194. 204. 2 3 9, 244,
2 4 5, 246, 2 4 7, 248, 270", 274, F r a n c ia : 4. 3 1 , 32, 3 3 , 38, L a M a ta n z a , p a r t id o d e :
2 75, 3 0 3, 305 , 365", 394, 477. 4 2 , 43, 44, 46, 47 , 49, 50, 55, 469".
C h in a : 164, 268, 270, 465. 5 8 . 108. 109, 113, 160, 161, L a P a m p a : 178.
C h in c h a s , is l a s : 112. 162, 163, 164, 165, 166, 168, L a P l a t a : 2 3 4, 2 5 6, 335 , 369,
C h iv il c o y : 137, 144. 172. 173", 269. 272, 326, 349, 4 0 5, 460.
C h o e l e - C h o e l : 17, 18. 3 5 6, 4 6 3. 465", 469", 484. L a s P l a y a s : 101.
C h u b u t : 421. L a R io j a : 9, 10, 13, 36. 48.
C h u b u t , v a lle d e l: 105. 5 0 , 5 2 . 99, 100, 102, 107, 184,
G ib r a lt a r , e s t r e c h o d e : 350. 3 1 0, 3 3 1, 3 3 2, 3 3 6, 423.
G in e b r a : 274. L a T a b la d a : 9.
D e s e a d o , r ío : 155. G in e b r a , r e u n i ó n d e : 313, L a tin o a m é r ic a : v éa se
D e t r o it : 163. 320. A m é r ic a la t i n a .
D i a m a n t e : 62. G o y a : 127. L a V e r d e , e s t a n c ia : 149.
D i a m a n t e , r io : 155. G r a n B r e t a ñ a : 4, 5. 26. 28. L im a : 110, 165, 3 5 1.
D in a m a r c a : 113. 30, 3 2 , 33 , 37 , 4 9 , 54, 5 8 , 63, L o m a s B l a n c a s : 101.
D o lo r e s : 4 2 , 4 5 . 77, 80, 80", 110, 112, 113, 115, L o m a s V a le n t i n a s : 133.
D o n C r is t ó b a l: 4 7 , 145. 138, 155, 159, 160, 161, 162, L o n d r e s : 32. 37, 43, 56, 57,
D o n G o n z a lo : 145. 164, 168, 171, 226, 2 2 7, 249, 5 8 , 140, 173, 192, 2 0 4, 226,
2 6 6, 2 6 7, 2 6 9, 270", 272, 329, 2 6 6, 3 4 3, 3 7 7, 378, 422.
3 4 3, 344, 345 , 347 , 349, 360, L o n d r e s , t r a t a d o d e : 3 7 7.
E c u a d o r : 109, 110, 165. 3 7 7, 3 7 8, 379", 469". L o s S a n t o s : 145.
E l C e ib a l: 99. G r e c i a : 268. L u j á n d e C u y o : 101.
E l P a l o m a r : 392, 392", 405. G u a le g u a y : 5 1 .
E l S a lv a d o r : 274. G u a m : 163".
E l T ío : 13.
E n t r e R ío s : 11, 12, 13. 13",
G u a m in i: 153.
G u a t e m a la : 110.
M adrid: 3 4 7, 394, 4 7 9.
M a d r id , t r a t a d o d e : 248.
22 43. 46 , 47 , 5 1 . 52, 5 4 . 56, M a g a lla n e s , e s t r e c h o d e :
57] 58, 60, 6 1 , 6 2 , 73, 7 6 , 86 , 3 7, 154, 155, 2 0 4. 245, 248».
9 0 9 2 , 9 4 , 9 5 , 9 6 , 9 9 , 103, H o la n d a : 2 6 7.
H u a iq u e - G n e l o : 153. M a g a lla n e s , g o b e r n a c i ó n :
105, 106, 107, 127, 135, 145, 155.
178 184. 185, 2 3 0, 2 6 1, 291", H u m a it á : 114, 132.
M a lv in a s , is la s : 5, 36, 37,
3 0 7, 3 3 6. 361, 375, 3 7 8, 381. 112.
4 2 3, 467,
E s p a ñ a : 3 6 , 110, 112, 163", Iguazú, r io : 126. M a n a n t ia l: 52.
I ll ís c a : 5 2 . M a r d e l P l a t a : 2 5 7, 393,
164, 168, 175, 189. 2 4 8, 267, I m p e r io a le m á n : v é a s e 460.
286 . 314 , 346 , 347 , 357 , 384", A l e m a n ia . M a r t ín G a r c ía , is la d e : 44,
390, 4 5 1, 463. I m p e r i o b r it á n ic o : v é a s e 46, 5 6 . 5 8 , 3 6 9. 420.
E s p e r a n z a : 77. G ra n B r e ta ñ a . M a to G r o s s o : 116, 121, 146.
E s t a d o s U n id o s d e A m é ­ I m p e r io d e l B r a s il: v é a s e M e d io O r ie n t e : 49.
r ic a : 32, 3 3 , 37, 82. 106, 108, B r a s i l. M e d i t e r r á n e o , m a r : 3 2 ,3 5 0 .
109, 110, 111. 112, 113, 141, I m p e r io d e l J a p ó n : v é a s e M e n d o z a : 9, 10, 13, 36, 45,
157, 162, 163, 164, 167, 168, Japón. 5 0 , 99. 101, 135. 149. 150,
178, 226, 2 2 7, 2 4 4, 2 4 8, 249, I n d ia M u e r t a : 57. 178, 184, 2 1 4, 257, 2 6 0, 291,
252,’ 266, 2 6 7, 269. 270, 270", I n d o c h in a , p e n í n s u l a : 160. 3 07, 3 1 0, 331, 336. 393. 423.
2 7 1, 2 7 3, 2 7 4, 2 7 9, 285, 287, I n g la te r r a : v é a s e G ra n 460.
2 90, 305, 307", 3 1 9. 3 2 0, 329, B r e ta ñ a . M e r c e d e s : 149.
3 43, 3 4 4, 3 4 7, 349, 351, 355, I t a li a : 3 0 . 34, 162, 164, 168, M e r lo : 48.
3 85, 3 9 3, 394, 400, 4 0 3. 415, 2 4 9, 2 6 7, 268, 3 0 3, 3 1 9, 346, M e s o p o t a m ia : 60.
44 6, 450, 451, 463, 465, 466, 3 4 9, 3 5 0, 3 5 7, 463. M é x i c o : 3 3 , 42, 108. 109,
4 6 9, 4 8 3, 484. I t a p ir ú : 130. 110, 112, 165, 2 4 6, 2 6 9. 271,
E s t a d o s U n id o s d e l B r a s i l: 2 7 5, 3 0 5, 352. 407, 469", 477.
v é a s e B r a s i l. M é x i c o , c o n f e r e n c ia p a n ­
E s t e r o B e l l a c o : 131. J a p ó n : 164, 2 6 6, 2 6 8, 404, a m e r ic a n a d e : 352".
E u r o p a : 30, 32, 33, 3 4 , 38, 4 0 7, 4 6 5, 469". M in n e á p o lis : 163.
110, 111. 112. 113, 130, 159, J u j u y : 48, 5 0 , 9 0 , 107, 184,
160, 161, 166, 167, 168, 171, M is io n e s : 2 4 8.
196, 2 9 9, 310, 332, 3 3 7, 423,
174, 183, 198, 202, 2 2 7 , 228, 424. M is io n e s ( g o b e r n a c i ó n ) :
2 44 270, 2 7 2, 2 7 3, 2 7 4. 279, J u n i n : 149. 2 0 5.
285, 3 4 4, 349, 352, 366. 380, M is s i s s ip p i, r ío : 33.
384", 3 8 5, 3 8 7, 400, 451, 465, M o n t d id i e r : 272.
466. K u w a it : 484. M o n t e v id e o : 40, 41. 43. 44.
E u r o p a o c c i d e n t a l : 270, 4 5 . 46. 5 1 , 54, 55, 56, 57, 58,
270". 469.
E x t r e m o O r ie n t e : 161, 344.
La B a n d e r i t a : 100. 59. 6 1 , 118, 121, 122. 123,
L a H a b a n a : 2 7 4, 390. 149. 167, 270», 469".
La H abana, C o n fe r e n c ia M o n t e v i d e o , c o n f e r e n c ia
F a m a illá : 50. d e : 3 5 2. d e : 351.
L a H a y a . S eg u n d a C o n fe ­ M o r ó n , b a s e a é r e a d e : 443.
F i li p i n a s , is l a s : 163". 164. M o s c ú : 266. 450, 476.
F r a i le M u e r t o : 12. r e n c i a d e : 279.
N e g r o , r ío : 16, 17. 105, 151. P e r ú : 37, 109. 110, 112, 155, S a lin a s d e M o r e n o : 100 .
153, 154, 155, 194. 165, 167. 178», 2 4 6. 303. 365», S a lt a : 9, 2 1 , 36, 37, 48, 90.
N e u q u é n : 154. 4 63. 9 9 , 102, 107, 184, 196. 260.
N e u q u é n , r ío : 105. P i k y s y r y : 133. 301. 3 3 6, 337, 423.
N o r u e g a : 2 6 7. P i la r : 132. S a n A n t o n io , r ío : 248.
N u e v a Y o r k : 204. 266 . 344, P i lc o m a y o , r ío : 157. S a n F r a n c is c o , A c t a d e :
469". P l a t a , c u e n c a d e l: 3 9 2. 450.
P l a t a , r ío d e la : 120. S a n I g n a c i o : 101.
P o c i t o : 89. S a n I ld e f o n s o , t r a t a d o d e :
Ñ a e m b é : 145. P o l o n i a : 126. 248.
t f a r ó : 131. P o r t u g a l: 115, 2 4 8, 2 6 8. S a n J o s é : 77, 86 , 88 . 91,
P o t r e r o d e C h a c ó n : 13. 144.
O c c id e n t e : 4 5 1, 4 6 2. P o t r e r o d e O b e lla : 132. S a n J o s é d e F lo r e s : 83.
O lt a : 101. P o i , is la : 132. S a n J u a n : 10, 3 6 , 40, 50,
O m b ú : 132. P o z o d e V a r g a s : 101. 82, 88 , 8 9 , 30, 9 9 . 184. 260,
O n c a t iv o : 10. 13. P r i m e r o , r ío : 8 , 9. 3 1 0 , 3 3 1, 336, 3 3 8, 339, 423.
O r e g ó n : 33. P r o v in c ia s U n id a s : 113. S a n L u is : 10, 13, 85, 89, 91,
O t t a w a : 3 4 5. 376». P r u s i a : 113, 126, 160. 9 9 , 101, 184, 2 0 6, 234, 236,
O x f o r d : 265». P u á n : 153. 2 6 0, 299, 3 0 9, 310, 312, 336,
P u e n t e d e M á r q u e z : 63. 4 2 3, 425.
P u e r t o L u is : 3 6 , 37. S a n N ic o lá s , a c u e r d o d e :
P a c í f ic o , A c t a d e l: 248. P u e r t o R ic o : 163», 431». 6 7, 72, 95.
P a c í f ic o , g u e r r a d e l : 165. P u n a d e A t a c a m a : 245. S a n N i c o l á s , c o n f e r e n c ia s
246. P u n t a A r e n a s : 154. d e : 11 .
P a c í f i c o , o c é a n o : 108, 110, P u n t i l l a s d e l S a u c e : 101. S a n N i c o l á s d e lo s A r r o ­
112, 126, 155, 164, 268. y o s : 66 , 68, 83, 186
P a g o L a r g o : 45. S a n P a b lo : 270», 365».
P a í s e s B a j o s : 30. Q u e b r a c h o H e r r a d o : 49, S a n P e d r o : 47.
P a l e r m o , p r o t o c o lo d e : 66 , 50. S a n R o q u e : 8 , 9.
68. Q u e q u é n , p u e r t o d e : 2 5 7. S a n t a C r u z : 155, 318.
P a m p a R e d o n d a : 48. S a n t a F e : 8 , 10, 11, 12, 13,
P a n a m á : 167, 3 9 0, 479. 14, 22, 3 6 , 43, 44, 45, 48, 49,
P a n a m á , c a n a l d e : 163». R e in o U n id o : v é a s e G r a n 71, 71", 84, 94, 9 9 , 105, 106,
P a r a c u é : 132. B r e ta ñ a . 107, 135, 137, 178, 184, 185,
P a r a g u a y : 5 4 , 5 6 , 5 7 , 77, 82, R e p ú b l ic a A r g e n t i n a : s e 2 3 0, 234, 2 3 5, 236, 2 5 0, 261.
101, 102, 105, 106, 110, 112, c it a e n to d a la o b r a . 29 8, 307, 3 1 0, 3 1 2. 3 3 6. 3 3 7 r
113. 114. 115. 116, 117, 118. R e p ú b lic a D o m in ic a n a : 3 7 5. 381. 393. 423. 467, 481.
119. 120. 121. 122, 123, 124, 4 7 9. S a n t a F e , c o n f e r e n c ia s d e :
125, 126, 127, 129, 135, 140», R e p ú b l ic a O r ie n t a l: v é a s e 13, 26, 28.
141, 146, 151, 156, 157, 167, U ruguay. S a n t a R o s a : 145, 150, 193.
2 07, 384, 460. R i a c h u e lo ( r ío M a t a n z a ) : S a n ta T e r e sa (S a n ta F e ) :
P a r a g u a y - G u a z ú : 146. 129, 421. 308».
P a r a g u a y , g u e r r a d e l: 225. R in c o n a d a d e l P o c i t o : 101. S a n t i a g o ( C u b a ) : 274.
P a r a g u a y , r ío : 121, 125, 126, R ío C o lo r a d o : 100. S a n t i a g o ( C h il e ) : 2 0 4, 248.
129, 132, 157. R ío C u a r t o : 12. 193. S a n t i a g o d e l E s t e r o : 10, 13,
P a r a n á : 76, 82. 116, 117, R ío d e J a n e i r o : 54, 6 0 , 119, 21, 43. 4 5 , 90. 99, 102, 107,
122, 135, 189, 3 7 1. 120, 123, 126, 156, 2 6 6, 270", 135, 143, 146, 184, 196, 229,
P a r a n á , r ío : 12, 2 7 . 47. 51, 3 5 2, 450. 232, 3 1 0, 312», 3 3 2, 381. 423.
56. 58, 62, 121, 126, 127, 129, R ío d e J a n e i r o , c o n f e r e n ­ S a ñ o g a s t a : 50.
130, 157. c ia d e : 3 9 3, 450. S a u c e : 131.
P a r í s : 38, 115, 173, 183, 204, R ío d e J a n e i r o , t r a t a d o d e : S a u c e G r a n d e : 47.
2 04», 206, 2 6 6, 320, 324, 325, 3 94. S e r v i a : 161.
369, 391, 415. R ío d e la P l a t a : 10, 30, 32, S ie r r a C h ic a : 81.
P a s o A g u ir r e : 51. 3 3 , 4 9 , 55, 57, 5 8 . 118, 122, S u d a m é r ic a : v é a s e A m é r i­
P a t a g o n e s : 18. 123, 173, 403. ca d e l S u r.
P a t a g o n ia : 105, 154, 155, R ío d e la P l a t a , v ir r e in a t o S u e c i a : 484.
2 0 4, 2 1 4, 2 2 5, 248». d e l: 115. S u iz a : 2 6 7. 2 7 1. 290.
P a t a g o n ia , g o b e r n a c ió n d e R ío G r a n d e : 5 5 , 115.
la : 155, 193. R ío Q u in t o : 13.
P a v ó n : 9 4 , 9 7 , 9 9 , 116, 117, R o d e o d e l M e d io : 50. Tandil: 154.
186, 193, 2 0 6, 224. R o m a : 2 4 9, 2 7 9. T a t a i y b á : 132.
P a v ó n , a r r o y o : 9 2 , 93. R o s a r io : 48, 77, 78, 80, 83, T a y í: 132.
P a y s a n d ú : 5 9 , 122, 123. 94, 104, 135, 138, 186. 228, T e b ic u a r y : 132.
P e a r l H a r b o u r : 3 9 3. 2 2 9, 257, 262». T e j a s : 33.
P e p i r y (o P e q u i r y G u a - R u b io Ñ u : 133. T ie r r a d e l F u e g o : 1 5 5 ,2 0 4 .
z ú ) , r ío : 2 4 8. R u m a n ia : 268. 248».
P e r g a m in o : 175. R u s ia : 82, 33, 161. 164, 266. T o k io : 2 6 6, 469».
P e r i b e b u y : 133. 2 7 1, 357, 463. T r e n q u e L a u q u e n : 153.
T u c u m á n : 9, 10, 13. 2 1 , 35, 115, 116, 117, 118, 119, 120, V i lla O c c id e n t a l: 157.
37, 40, 48, 5 0 , 5 2 , 90, 99, 121, 122, 127, 165, 167, 2 6 1, V i lla r r ic a : 4 7 9.
2 4 5 , 2‘ 102, 138, 193, 2 1 4, 2 3 7, 301, 274, 365" , 394. V u e lt a d e O b l i g a d o : 5 6 , 62.
2 7 5, 31 3 1 0, 334, 3 3 7, 423. U r u g u a y , r ío : 12, 2 7 , 127.
C h in a T ú n e z : 160. U r u g u a y a n a : 127, 129.
T u r q u ía : 4 9 . W a l l S t r e e t : 3 4 3.
C h in e W a s h i n g t o n : 164, 168, 343,
T u y ú - C u e : 106.
C h iv i T u y u t i: 131, 132. Valparaíso: 112. 382.
C hoe V a t ic a n o , c iu d a d d e l: 2 4 8.
Chub V e n c e s : 5 8 , 60.
Chut U n ió n S o v i é t i c a : v é a s e V e n e z u e l a : 109, 110, 169, Y a c ir e t á , is l a d e : 157.
U .R .S .S . 249. Y a t a it y - C o r á : 126, 131.
D ése U . R .S .S .: 400, 446 , 4 5 0, 451, V e r d ú n : 2 6 8. Y a t a y : 127.
463, 465. V e r s a ll e s , t r a t a d o d e : 2 7 3. Y e r u á : 47.
D e tr U r u g u a y : 4 4 , 5 0 , 5 1 , 5 4 , 56, V ie n a : 266. Y t o r o r ó : 133.
D ia r 5 8 , 5 9 , 60, 6 1 , 62, 8 2 , 91, V i lla m a y o r : 79. Y u n g a y : 38.
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La E D IT O R IA L K A P E L U S Z , S .A ., d io té rm in o a la p rim era e d ición de esta obra en el mes


de agosto de 1971, en el E s ta b le c im ie n to L ito g rá fic o A llo n i H nos., S .A . C entenera 1 4 3 6 /5 2 ,
Buenos A ires.

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