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HistARG Belsunce Floria Tomo2 PDF
HistARG Belsunce Floria Tomo2 PDF
DE LOS
ARGENTINOS
o
TOMO
HISTORIA
DE LOS
ARGENTINOS
2
fi E DI . T O R » A l
E D IT O R IA L K A P E L U S 2 , S. A . - B u e n o s A ir e s
H e ch o d e p ó s ito q u e e s ta b le c e la le y 11.723.
Publicado en junio de 1971.
LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA
INDICE
RO SAS Y SU ÉPOCA
PÁG.
21 Rosas en el poder . . . . 1
El hombre y su e s t i l o ........................................ . .. . . 1
El general Paz y la lucha por la dominación nacional . 7.
La escisión del federalism o porteño . . . . .. 1 5
22 El a p o g e o ................................ 24
Política económica de Rosas . . . . . . . . . 24
El contexto internacional de la época . . . . . . 30
Acción y reacción 34
El dilem a de Rosas y la internacionalización de los
conflictos . . 53
La c a í d a .................................................... 58
L A R E C O N S T R U C C IÓ N A R G E N T IN A
DE L A A R G E N T IN A É P IC A A L A A R G E N T IN A M O D E R N A
L A A R G E N T IN A DE L O S P A R T ID O S ( 1 9 0 6 - 1 9 2 8 )
LA ARGENTINA ALTERADA
34 La restauración neoconservadora . . . ... . . 341
El fin de una é p o c a .......................341
La fatiga del régim en . . . . . . . . . . 352
La crisis de 1930 ....................................................................... 360
La frustración de U r i b u r u .................................................365
La adm inistración de J u s t o ................................................. 373
35 La revolución s o c i a l .......................................................... 387
La crisis de 1943 ....................................................................... 387
“Todo el poder a Perón” ..............................................................410
Del “m ovim iento” al “régim en” ...........................................422
L a c a í d a ............................................................................... . . 451
E p í lo g o ..............................................................................................461
A n e x o ..............................................................................................479
El hom bre
y su estilo
A
com o cuando in ten tó cancelar la deuda con B aring B rothers re
n unciando al dom inio de las islas M alvinas, ocupadas años antes
p o r G ra n Bretaña.
N i bien Ju an ¿Manuel de Rosas asum ió el g obierno de la p ro
vincia, el p artid o federal dio los prim eros pasos para dotarlo de
un prestigio y un p o d er extraordinarios, coincidente con las aspi
raciones y opiniones del nuevo gobernador.
A fin del año 29 y principios del 30 se debatió en la Legislatura El Restaurador
de las Leyes
un p ro y e c to , finalm ente aprobado, que aplaudía la actuación an
te rio r de Rosas, le ascendía a brigadier general v le confería el
títu lo de Restaurador de las Leyes. E sto últim o p ro v o có la o p o
sición de los diputados federales M artín Irig o y en v José G arcía
V aldés quienes consideraron que tal títu lo agraviaba los principios
republicanos. Pero la euforia del p artid o hacia su líder no se enfrió
p o r estas prevenciones ni p o r la respuesta del hom enajeado quien
previno que
no es la p rim era vez en la historia que la prodigalidad de
los honores ha em pujado a los hom bres públicos hasta el
asiento de los tiranos.
Características
Las características de su gobierno se pusieron en evidencia del prim er
casi inm ediatam ente: o rden adm inistrativo, severidad eñ el co n tro l gobierno de Rosas
5
:: truso que se erigió en esta ciudad en aquel m ism o día, y
que no hubiese dado ni diese de h o y en adelante pruebas
positivas e inequívocas de que m ira con abom inación tales
atentados, será castigado com o reo de rebelión, del mismo
,': y . . m odo que to d o el que de palabra o p o r escrito o de cual
q u ier otra m anera se m anifieste adicto al expresado m otín i;
.de 1? de diciem bre o a. cualquiera de sus grandes aten-
v c / '; ,■ tados.6 ■'
L a frase “que ni diese de h o y en adelante pruebas positivas
e inequívocas” y la am enaza de ser “reo de rebelión” daban al
g obierno u n p o d e r discrecional de persecución sobre los ciuda
danos y sus opiniones. L a pasión política, del m om ento, la falta
de perspicacia de los hom bres y la m oderación c o n 'q u e el gobierno ¡
venía usando sus poderes, im pidió la reacción ante d ecreto tan
peligroso. ‘
P ero la cuestión fundam ental se planteó en to rn o a las facul Debate sobre las
facultades
tades extraordinarias con que fue investido en el acto de su elec extraordinarias
ción, C uando el 3 de m ayo de 1830 expiraron dichas facultades,
Rosas ofreció d ar cuenta del ejercicio que había hecho de ellas.
A raíz de la queja de u n d etenido se originó un debate público
sobre la necesidad de tales facultades, que llegó a la Legislatura
cuando úna com isión parlam entaria p ro p u so que se renovaran al
g o b ern ad o r las facultades de excepción. '
E l d iputad o federal M anuel H erm enegildo de A g u irre inició
la oposición exigiendo que se precisasen qué leyes se suspendían.
E l m inistro T o m ás M. de A nchorena in tervino hábilm ente seña
lando que el g o b ern ad o r no solicitaba ni deseaba tales facultades,
p e ro que eran necesarias ante la situación del país. A g u irre insistió
en que las facultades se lim itasen p ara honor del pueblo y del go
bierno y p o r respeto a las leyes, y exho rtó a éste a p ro m o v er
la conciliación. A g u irre fue d e rro ta d o en la votación, ju n to con
C ernadas, Seniilosa, U g artech e y Luis D o rreg o —herm ano de M a
nuel— que le siguieron. ;
E l 17 de octubre, de 1831 volvió a plantearse la misma cues
tión y o tra vez fue A g u irre el p o rtav o z de la oposición federal.
E i clima había cam biado. La g u erra con Paz había term inado, p ero
la violencia parecía haber acrecido. U n d iputado dijo que lacues
tió n era injuriosa para el R estaurador, A guirre fue m olestado y
debió p edir garantías p ara expresar su opinión. La, v otación ¡e
d e rro tó nuevam ente, p ero el debate ¡legó a la calle evidenciando
■que había m ay o ría p o r el cese de las facultades extraordinarias.
t! T ranscripto en Carlos Ibarguren, oh. cit,, pág. 221.
6
El 7 de m ayo de 1832 Rosas devuelve a la Legislatura dichas
facultades, pues ése es el deseo de la p arte ilustrada de la población
que —señala ácidam ente— es la más in flu y en te pese a ser poco
num erosa, v aprovecha para dejar sentada su opinión en contrario.
Esta renuncia era un pedido disim ulado de que se renovasen los
poderes de excepción sin los cuales el g o b ern ad o r consideraba que
el gobierno estaría inerm e v que el caos sobrevendría. U n grupo
de diputados, fiel al c riterio de Rosas, p ropuso la renovación de
las facultades. O tra vez A guirre se opuso v pidió explicaciones
a los m inistros. Rosas les o rd en ó no in terv en ir en los debates. Ahora
fueron m uchos los que siguieron a A g u irre que esta vez obtuvo
un triu n fo ab rum ador: 19 votos co n tra 8. El pueblo de Buenos
Aires reclam aba más libertad v la futu ra división entre los fede
rales doctrinarios v los rosistas quedaba insinuada.
El proceso term ina cu ando el 5 de diciem bre la Legislatura F¡n dei prim er
.. 1„ . i i i r i i gobierno de Rosas
reelige a Rosas en su carg o p ero sin acordarle las facultades extra
ordinarias. Rosas ve m enguado su p oder v herido su prestigio. Su
carrera política está am enazada. C om prende que sólo un op o rtu n o
rep lieg u e'p u ed e salvarle. Si un sector de su p artid o se ha cansado
de él, es necesario que vuelva a ser el hom bre indispensable de
1829. Iniciando un juego m agistral, renuncia a la nueva designación
de gob ern ad o r, declara que no puede hacer más nada y que la
responsabilidad del fu tu ro recaerá sobre los diputados. Éstos se
desorientan e insisten, pero no o frecen las facultades extraordina
rias que espera el g o b ern ad o r. T am bién p ara ellos se trata va de
una cuestión de honor. Rosas ha dejado, aparte de su acción polí
tica, una apreciable obra adm inistrativa: ha m ejorado las finanzas
fiscales, ha levantado escuelas, ha hecho c o n stru ir dos canales. So
bre tod o , sigue siendo la prim era figura del partido. R eitera su
negativa, inflexible. La Legislatura no retrocede.
Por fin, el 12 de diciem bre, para salir del “impasse”, los dipu
tados eligen g o b ern ad o r al brigadier general Ju an R am ón Balcarce
que acaba de p articip ar en la g u erra co n tra el general Paz v es un
antiguo federal.
El general P a i
y la lucha por la
domiiiaeién nacional
7
Juan M a n u e l de Rosas p e rso n i
fic ó por largos años una s u til
p o lític a d e h e g e m o n ía p o rte ñ a .
[R e tra to , po r C ay e ta n o Descalzi.J
8
U n ataque com plem entario sobre el flanco izquierdo com pletó la
d errota de Bustos, quien se retiró a La Rioja.
Esta victoria dio a Paz una sólida base de operaciones v la
adhesión de las provincias de T u cu m án v Salta.
El genera] Q uiroga, cu y a influencia se extendía desde Cata-
m arca a M endoza, salió a b a tir a quienes calificó despectivam ente
de “ m ocosos vencedores de San R o que” . A vanzó en busca de un
en cuentro p o r sorpresa desde el sur de C órdoba, m ientras Paz
se lim itó a observar sus m ovim ientos y m antenerse en los alrede
dores de la capital apro v ech an d o su am plio sistema de com unica
ciones que le perm itía m últiples m aniobras, en tanto dejaba en la
ciudad una guarnición.
Q uiro g a o b tu v o la prim era ventaja, pues con una sorpresiva Batalla
• * ' r r (jg ^3 Tablada
m aniobra o cu p ó C órdoba rindiendo a su guarnición (21 de junio)
V estableciendo el grueso de sus fuerzas en el cam po de La Tablada.
Paz avanzó de noche sobre esa posición que atacó al m ediodía si
guiente. Q u iro g a le doblaba en núm ero, pero sus tropas no tenían
ni el arm am ento ni la disciplina de las del cordobés. La batalla,
reñidísim a, consistió fundam entalm ente en un ch oque recíproco
donde am bos jefes buscaron la definición p o r m edio de un ataque
sobre el extrem o libre de la línea —el o tro se apoyaba sobre las
barrancas del río P rim ero —, Dos veces fracasó Q u iroga en su
intento v Paz logró p o r fin c o n c e n tra r allí suficientes tropas para
lograr la ru p tu ra y dispersión del ala enem iga, a la que siguió el
resto de las fuerzas federales.
Los vencedores —agotados— no persiguieron. Q uiroga, reuni
do con su infantería que había dejado en C órdoba, decidió buscar
el desquite. Al am anecer del 23 de junio apareció sorpresivam ente
sobre la retag u ard ia de Paz que se dirigía sobre la ciudad, m aniobra
que el jefe unitario calificó de “ la más audaz” que había visto en
su vida. El apodado T ig re de los Llanos co ro n ó las barrancas. Paz
form ó en el bajo y m andó una división que p o r la derecha re cu
perara las alturas. L og rad o esto, dicha fuerza cav ó sobre el flanco
V la retag u ard ia de Q u iro g a que debió in v ertir su fren te v pese
a todos sus esfuerzos fue com pletam ente d erro tad o , perdiendo mil
hom bres en tre m uertos v heridos. La superioridad de las tropas
veteranas y de la capacidad m ilitar de Paz habían quedado es
tablecidas.
La victoria tu v o un epílogo siniestro. El coronel Deheza, jefe
del estado m ay o r unitario, q u in tó los prisioneros —oficiales y sol
dados— fusilando a más de un centen ar de ellos. Este acto bárbaro
Q
—c o n trario a! espíritu v a las órdenes de Paz, según él afirm ó—
abrió las p u erta a toda clase de represalias sangrientas.
La tenacidad de Q uiroga casi no conocía límites. M ientras Segunda campaña
de Quiroga
sus segundos aplastaban m ovim ientos unitarios en C uvo, levantó contra Paz
11
A l resolverse la situación en trerrian a se consideró necesario
un nuevo tratad o . Los delegados de las c u atro provincias se reu n ie
ro n en Santa Fe. F erré p ropuso que se acelerara la organización
nacional y se arreglara el com ercio exterior y la libre navegación
de los ríos Paraná y U ru g u ay . El planteo im plicaba la pérdida
para Buenos A ires del m onopolio aduanero. El delegado p o rteñ o
se opuso. F e rré insistió, critic ó la posición de Buenos Aires v el
sistema exclusivam ente agrop ecu ario de su econom ía, afirm ando
que el librecam bism o sólo era posible cuando el país ya se hubiese
engrandecido p o r un previo proteccionism o, opinión que revelaba
conocim iento de la historia económ ica europea. Santa Fe v E n tre
Ríos, atraídas p o r este planteo p ero cuidadosas de la alianza por-
teña, buscaron una posición de equilibrio que salvara la co n feren
cia. A cep taro n despojar, siguiendo a Buenos Aires, a la p royectada
C om isión Perm anente de facultades legislativas, p ero le atrib u y ero n
el p o d er de invitar a un congreso co n stitu y en te. Rosas se opuso al
acuerdo, p ero al v er que L ópez y F erré eran p o r entonces p a rti
darios de un acuerdo p acífico co n la Liga del In terio r, tem ió el
aislam iento de Buenos A ires y transó, con la idea de recu p erar
luego el terre n o perdido. A cep tó la idea de que se convocase un
congreso, pero dem orándolo hasta que las provincias estuvieran
“en plena libertad, tranquilidad y o rd e n ”, o p o rtu n id ad en que
reglarían la adm inistración nacional, sus rentas y la navegación.
López acep tó com placido la actitu d de Rosas, que en el fondo
dilataba para tiem pos m ejores y rem otos las aspiraciones de sus
aliados y que iba a ser el g erm en de los alzam ientos arm ados de
C orrientes c o n tra la hegem onía de Buenos Aires, años después.
A l tiem p o que Rosas transaba con sus aliados las bases del
fu tu ro P acto Federal, les convencía de que no era posible la paz
con el S uprem o P o d er M ilitar, que acababa de to m ar form a. Desde
entonces am bos núcleos políticos, dispuestos a disputarse la dom i
nación de la R epública, se lanzaron a una carrera arm am entista y
el verano de 1831 vio la reanudación de las operaciones militares.
Estanislao L ópez asum ió el m ando suprem o de las fuerzas Operaciones
m ilitares en 1831
federales. Pacheco d e rro tó a Pedernera en Fraile M uerto (5 de
feb re ro ) y cu ando Paz atacó a López en Cale hiñes (1? de m arzo ),
éste reh u y ó la lucha a la espera de la in co rp o ració n de Balcarce
y de los resultados de la ofensiva de Q u iro g a en el su r de C órdoba.
Con su acostum brada rapidez operativa, el general riojano Campaña
de Quiroga
realizó una cam paña relám pago. El 5 de m arzo, tras tres días de
lucha se apoderó de R ío C uarto, defendida p o r Pringles, a quien
12
volvió a d e rro ta r en R ío Q u in to (17 de m arzo) siendo m uerto
Pringles después de rendido. Q uiro g a vio ab ierto el cam ino de
C uyo, se ap oderó de San Luis, en tró en M endoza v el 28 de m arzo
batió a V'idela en Potrero de C hacón, fusilando a los oficiales ren
didos com o represalia p o r el asesinato del general V illafañe, reali
zado p o r los hom bres de Videla. Q uiro g a dom inaba C u v o v tenía
el paso libre hacia La Rioja o hacia C órdoba.
Paz vio la perspectiva de una lucha en dos frentes v el de
rrum be del esquem a g eo p o lítico co n stru id o después de O ncativo.
D ecidió entonces o p erar rápidam ente c o n tra su enem igo más in
m ediato v avanzó sobre López seguro de vencerlo. Pero uno de
esos peregrinos golpes de la suerte cam bió en un instante el curso
de la situación. El m ejor estratega de nuestras guerras civiles ex
ploraba el cam po de El T ío , el 11 de m avo, cu ando se acercó a un
bosquecillo crey én d o lo ocupado p o r sus tropas, cuando lo estaba
en realidad p o r una p artid a federal. C uando se apercibió ya era prisión de Paz
tarde. Su caballo fue boleado v cayó prisionero.
Paz era el nervio m ilitar v político de la Liga del Interior. Los
cordobeses pidieron la paz que López concedió gustoso v apadrinó
la elección del coronel José V . R einafé com o g o b ern ad o r de aque
lla provincia. L am adrid se retiró a T u c u m á n perseguido por Q u i
roga. Diez jefes y oficiales de Paz fueron fusilados p o r orden de
Rosas. Ibarra recu p eró el g o b iern o de Santiago del Estero. Sólo
Lam adrid resistía y fue deshecho p o r Q u iro g a en la batalla de la
Cindadela (4 de n o v iem b re), donde se rep itió la ejecución de jefes
y oficiales. E l general Paz pudo salvarse de la cruel ley de esos
tiem pos gracias a la p ro tecció n de López, quien resistió los insis
tentes pedidos de Rosas de que: “es necesario que el general Paz
m uera” .7
La g u erra había con clu id o de m odo a lavez sorpresivo y El Pac,°
brillante p ara los federales. La Liga del In terio r se había esfum ado —
y el litoral había consum ado su alianza con la firm a del Pacto
Federal p o co antes de la iniciación de la cam paña. El 4 de enero
de 1831 los particip an tes de las conferencias de Santa F e K habían
docum entado su alianza en la que reconocían la recíproca inde
pendencia, libertad, rep resentación v derechos de las provincias,
establecían la form a de los auxilios v m andos m ilitares, la incorpo-
13
ración de otras provincias a la alianza, la extradición de crim inales
v los derechos de im portación v exportación.
La única condición im puesta a quienes se adhirieran era acep
ta r el sistema federal v no d iscu tir los térm inos del Pacto. F.l rápido
derrum be de la Liga prohijada p o r Paz, facilitó la incorporación
de las otras provincias al Pacto Federal, que llegó a co n stitu ir
así un acuerdo de carácter nacional.”
Pero vencido el enem igo com ún tom aron im portancia otros
aspectos del tratad o en el que las partes no habían estado tan
acordes. U n o de sus artículos estipuló la constitución de una C o
misión R epresentativa de los G ob iern o s de las Provincias L itora
les, con residencia en Santa Fe, integrada p o r un d ip u tado de cada
gobierno, con facultades de d eclarar la guerra v celebrar la paz,
de disponer m edidas m ilitares v —cláusula clave— de invitar a
todas las provincias a reunirse en federación con las tres litorales
v organizar el país p o r m edio de un C ongreso Federativo.
Desde el principio se d iscutieron las facultades de la C om i
sión R epresentativa. Se recordará que desde tiem po atrás Buenos
Aires había venido ejerciendo la representación nacional en las
cuestiones exteriores, v así tam bién lo había hecho el general R o
sas. El Pacto atribuía a la C om isión R epresentativa com petencia en
cuestiones interiores, pero no alteraba aquella representación, es
decir que —com o afirm a T aü A nzoátegui— el pod er nacional queda
ba bifurcado. Rosas se cuidó m uv bien de sostener esta bifurcación,
para luego pasar a sostener la falta de necesidad de la Comisión
una vez lograda la paz.1"
A p a rtir de ese m om ento, Rosas no dejó de buscar la disolu
ción de dicha Com isión, que había transferido a Santa Fe buena
parte de la autoridad nacional. En realidad, Rosas tem ía que aqué
lla Negase a m aterializar la co nvocatoria al Congreso, sobre cuva
inoportunidad no dejó de pronunciarse repetidas veces, llegando
hasta invocar la falta de fondos para costear su instalación." Sus
cartas a Q u iro g a en este sentido tra ta ro n de anular la prédica con-
” T a l A n z o á t e g u i , V ícto r v A U k t i r f , l-duardo. Manual de historia de
las instituciones arnentinas, Kd. La Ley, Bs. As.. 1967, pág. 57. Recomendamos
la interpretación y análisis del Pacto que realiza este autor.
10 Carta de Rosas a Q uiroga del 4 de octubre de 1831, Correspondencia
entre Rosas, Quiroga y l.ópez, Buenos Aires, H achette, 1958, págs. 51 a 55.
" V er al respecto las cartas de Rosas a Quiroga del I" de diciem
bre de 1829, 4 de octubre v 12 de diciembre de 1831 y 28 de febrero de 1832,
así com o la célebre del 14 de diciembre de 1834. Tam bién es ilustrativa la de
Quiroga a Rosas del 12 de enero de 1832, donde expresa ser federal sólo
por respeto a la voluntad de los pueblos, no por opinión propia. I-n Corres
pondencia entre Rosas, Quiroga v López, ob cit., págs 51 i 7 5 v 90.
14
traria de López. P o r fin, Rosas buscó un p retex to fútil para retirar
el d ip u tad o p o rte ñ o de la Com isión v no lo reem plazó nunca, te r
m inando así de hecho la existencia de ésta.
E n tre ta n to , Ibarra reclam aba la organización del Estado v Q ui-
roga p articipaba de las preocupaciones constitucionales de López.
A fines de 1832 los c o rren tin o s parecieron p e rd er la paciencia v
M anuel Leiva afirm ó agriam ente:
Buenos Aires es quien únicam ente resistirá la form ación
del Congreso, p o rq u e en la organización v arreglos que
m editan, pierde el m anejo de nuestro tesoro con que nos
ha hecho la gu erra, y se co rta rá el com ercio de extranjería,
que es el que más le p ro d u c e .12
Pero la reacción constitucionalista y an tip orteña no se co n
cretó. E i p o d er efectivo del país se dividía entre tres grandes:
Rosas, L ópez y Q uiroga. Este últim o estaba disgustado con los dos
prim eros, especialm ente co n “el gigante de los santafesinos” com o
lo llam aba despectivam ente. Pero ninguno tenía p o d e r p ro p io para
oponerse a los demás e im ponerles su criterio. La desconfianza y el
resentim iento im pidieron a L ópez y a Q u iro g a hacer fren te com ún
co n tra Rosas. T am b ién lo im pidió el pred icam ento de éste sobre
cada uno de ellos. H ábilm ente, Rosas cultivó las coincidencias
con cada uno y explotó sus debilidades. C uando p u d o doblegó,
cuando no pudo, neutralizó. Al descender del gobierno, a fines de
1832, el g o b ern ad o r de Buenos Aires ejercía p o r delegación de
las provincias las relaciones exteriores de la R epública v los intentos
constitucionalistas habían sido frenados. C om batido en el orden
provincial, Rosas triu n fab a en el nacional.
La escisión del
federalismo porteño
1 c;
M in u é en B uenos A ires. [A c u a re la re a liza d a por P e lle g rin i en 1831.]
expedición c o n tra los indios, tendiente a conq u istar todas las tie
rras situadas al n o rte del río N e g ro , v de estrech ar a las tribus
entre varias fuerzas condenándolas a la d estrucción. El p ro y e cto
era am bicioso v suponía la colaboración de las otras provincias
amenazadas v aun del g o b iern o de Chile. La colum na occidental
estaría com andada p o r el general A ldao, la del c e n tro p o r el general
Ruiz H u id o b ro v la del oriente p o r Rosas. Q uiro g a sería el com an
dante en jefe.
E nferm o entonces, Q uiro g a no dem ostró m ayor entusiasm o
p o r la em presa, actuando a la distancia sobre los dos destacam entos
del oeste v el cen tro , sin in te rfe rir en la acción de Rosas. La falta
de recursos de aquéllos hizo fracasar a la colum na central v restó
m ovilidad a la de A ldao, p o r lo que el peso de la cam paña recayó
sobre las fuerzas de Rosas. F.1 g o b iern o chileno no c o n c u rrió con
las fuerzas program adas.
Este desbarajuste del plan original no p e rtu rb ó al caudillo
p o rteñ o quien a fines de m arzo de 1833 ya estaba en cam paña.
Pero los fondos escaseaban y el g o b iern o de B alcarce no pareció
m uy dispuesto a esforzarse en conseguirlos. En realidad, el nuevo
g o b ern ad o r era un buen federal, un hom bre recto que apreciaba
a Rosas, pero irresoluto e influenciable. Los federales antirrosistas
eran m ayoría en la Legislatura v no pensaban agitarse para acrecen
ta r la influencia de Rosas. Las dificultades logísticas eran m uy
grandes y la capacidad para resolverlas poca, p o r lo que casi desde
La m e d ia c a ñ a . [L ito g ra fía e fe c tu a d a por P e lle g rin i.)
El b a ile e ra u n a de las fo rm a s corrientes d e e n tr e te n im ie n to social, ta n to en la
c iu d a d c o m o en el c am p o : M in u é en B uenos A ires y La m e d ia c añ a .
in
E l clim a de violencia ha crecid o tan to que en o c tu b re es seguro Revolución de
los Restauradores
un estallido. El diario rosista E l Restaurador de las L e yes publicó
un artícu lo injurioso para Balcarce, p o r lo que el fiscal lo som etió
a proceso. C om o un huracán co rrió p o r la ciudad la am bigua n o ti
cia de que sería procesado el R estau rad o r de las Leyes. G entes del
bajo y del suburbio, gauchos y soldados se ap retu jaro n fren te al
tribunal, dirigidos p o r com andantes militares. E l choque con la
guardia de seguridad se p ro d u jo y en m edio de una inmensa grita
la pueblada se retiró a Barracas, donde jefes de origen distinguido
asum ieron su dirección: M aza, R olón, M anuel P u ey rred ó n , Q ue-
vedo, etc. El general A gu stín de Pinedo asum ió el m ando de los
revolucionarios, m ientras P ru d en cio Rosas reunía tropas en la cam
paña. E ra el 11 de o c tu b re de 1833. U n breve com bate desfavorable
al gobierno afirm ó a los rebeldes que reclam aron el cese en el
m ando del general Balcarce, quien sólo se m antenía en él a ins
tancias del general M artínez. C om enzaron las tratativas, de las que
Rosas tu v o cuidadosa inform ación. Si d u ran te los días precedentes
—dice un testigo— ningún bando podía acusar al o tro de haberse
excedido m ás,14 estas gestiones fu ero n tensas p ero pacíficas. La
presión p o p u lar y el dom inio de la cam paña daban a los rev o lu
cionarios todas las ventajas. El 3 de noviem bre la Legislatura, en Gobierno
de Viamonte
cargada p o r B alcarce de resolver sobre su con tin u ación en el m an
do, le dio p o r renunciado y n o m b ró en su reem plazo al general
Ju an José V iam onte.
E n últim o térm ino, los artífices de la victoria, p o r la cuidada
preparación del m ovim iento, habían sido d on Ju a n M anuel y doña
E ncarnación, bien que el p rim e ro lo hubiese hecho en la trastienda
y excusara su participación. Los lom os negros habían sufrido una
seria d erro ta p ero no habían sido elim inados de la escena política.
C onservaban todavía el dom inio de la Legislatura y el p ro p io V ia
m onte era un d o ctrin ario que estaba más cerca de Balcarce que
de Rosas. E ra ferviente p artid ario de la conciliación, com o había
dem ostrado en 1829. Pero ése no era, en opinión de los rosistas,
m om ento para conciliaciones.
E ncarn ació n E zcu rra fue de las prim eras en expresar su dis
g usto p o rq u e se había entreg ad o el p o d er a o tro s “m enos m alos”
que los anteriores, pero que no eran “am igos”. Rosas se quedó en
el cam po, sin una palabra de ap o y o al nuevo gobierno. Su cónyuge
inspiró a Salom ón, B urgos, C uitiño v otros la form ación de la
Sociedad Popular Restauradora (L a M azo rca), que se co n stitu y ó
inm ediatam ente en instrum ento de terro rism o político: las casas
de los opositores fueron apedreadas y baleadas. Los “cism áticos”
com enzaron a em igrar, com o en 1829 lo habían hecho los unitarios.
,r> Versión de A dolfo Saldías, según papeles de Arana; ob. cit., tom o i,
pág. 431.
Salta y T u cu m án , tras lo cual em prendió el regreso a Buenos Aires.
A la ida había sido advertido de que elem entos del g o b ern ad o r de
Asesinato
C órdoba querían asesinarlo. D espreció todos los avisos v el 16 de de Quiroga
febrero, en jurisdicción de C órdoba, en el lugar de Barranca Yaco,
fue asaltado y m u erto p o r una partida al m ando del capitán
Santos Pérez.
puesto m ilitar, co n tin u ó g rav itan d o seriam ente sobre los gastos. Fn
1836 representaba el 2 7 '/ del total, pero en 1840 a causa de la
guerra se elevó al 71 '/< v desde entonces apenas bajó del 5 0 '/ . -
Su resistencia a aum en tar los im puestos hizo que en caso de
extrem a necesidad recurriese a la emisión, especialm ente en el
últim o lustro, de m odo tal que el circulante aum entó en quince
1 Burgin, M irón, Aspectos económicos del federalismo argentino, Bue
nos Aires, H achette, 1960, pág. 241.
- Idem, pág. 262.
años en un 1.000 ' / . En cam bio, logró reducir la deuda interna en
1840 a 1850, de 36.000.000 de pesos a algo menos de 14.000.000.
Los problem as financieros del gobierno de Rosas no eran los
únicos ni los principales. N i siquiera la deuda con Baring Brothers
le trajo m ayores preocupaciones. Rosas nunca se decidió a hacer
sacrificios especiales para pagar a los acreedores extranjeros, y
debe decirse que G ra n B retaña nunca presionó para ello. Pero el
co n cep to de aquél sobre el ord en y la probidad adm inistrativa lo
llevó a p agar a p artir de 1844 la m odesta suma de $ 60.000 al año,
reanudando así el pago suspendido en 1827.
El problem a fundam ental fue la oposición en tre librecam bistas Librecam bio
v. proteccionism o
y proteccionistas, polém ica que excedía el ám bito provincial v que
tuvo —o debió tener p o r sus pro y eccio n es— p ro p orciones nacio
nales. La polém ica no afectaba a los porteños, pues unitarios y
federales eran, p o r igual, p artidarios del librecam bio, aunque dife
rían en la form a de aplicarlo. Sólo grupos num éricam ente pequeños
v de no m ucha gravitación —artesanos, agricultores, pequeños co
m erciantes— sentían atracción p o r el proteccionism o.
Las otras provincias, en cam bio, querían p ro te g er su p ro d u c
ción frente a la com petencia extranjera y deseaban un aum ento de
los im puestos aduaneros. C uando en su p rim er gobierno Rosas
desgravó la im portación; algunas provincias se consideraron trai
cionadas. Pero Rosas defendía los intereses ganaderos v su a rg u
m ento frente a los proteccionistas fue que el consum idor m erecía
tanta pro tecció n com o el p ro d u c to r y que un aum ento de los
im puestos p rovocaría un alza del costo de la vida.
En las conferencias de Santa Fe p rim ero y luego en la C om i
sión R epresentativa, en 1832, la polém ica alcanzó nivel oficial asu
m iendo el representante c o rre n tin o F erré la defensa del p ro tec
cionism o. El delegado p o rteñ o alegó entre otras razones que el
proteccionism o era co n trario al progreso de la industria pecuaria,
que perju d icaría el com ercio de exportación v aum entaría el costo
de la vida. Adem ás, sostenía que la industria nacional era incapaz
de satisfacer la dem anda del país. Sostuvo, p o r fin, que no debían
sacrificarse las ventajas presentes a los dudosos beneficios del fu
turo. En su réplica —que va hemos m encionado antes— F erré c ri
ticó el librecam bio com o fatal para el país, ya que si bien bene
ficiaba a la ganadería im portaba una postergación indefinida del
desarrollo industrial. E ra necesario que Buenos Aires revisara su
política para adecuarla a los intereses de to d o el país. T am bién
exigía que no m onopolizara el com ercio exterior y que los ríos
Paraná v U ru g u a y se abrieran a dicho com ercio, haciendo p a rtí
cipes a las provincias de los beneficios fiscales de aquél.
Al peso de estos argum entos, que tenían el prestigio de em a
nar de un federal insospechado, Buenos Aires sólo podía op o n er el
argum en to de que habiendo recaído en ella la deuda nacional de
la época rivadaviana, era lógico que m onopolizara la principal
fuente de recursos con que debía pagar esa deuda. De Angelis y
otros periodistas se p reo cu p aro n p o r co m b atir la tesis de Ferré,
pero lo que éstos no p udieron, lo logró un hecho político. Aquella
tesis fue usada p o r Leiva y M arín para p ro p u g n ar una política
co n tra Buenos Aires, v descubierto el hecho, el anatem a cavó
sobre sus a u to re s,o b lig a n d o a F erré a esperar nuevos tiem pos para
reanudar su prédica.
C uando Rosas vuelve al poder, su agudeza política le lleva a Una experiencia
levemente
hacer un p rim er in ten to serio de arm onizar sus intereses econó proteccionista
m icos con los de las provincias del interior. La lev del 18 de di
ciem bre de 1835 aum entó las tasas aduaneras a la im portación en
general, liberó to talm en te de tasas a los p ro d u cto s que Buenos
Aires prod u cía con un alto nivel de calidad v pro hibió totalm ente
la in trod u cció n de ciertos p ro d u cto s —trig o , harina, etc .— p ro d u
cidos en el país, rom piendo así p o r prim era vez con la tradición
librecam bista. La nueva lev favoreció a los agricultores, que pasaron
a ap oyar al general Rosas. Los p ro d u cto res de vinos, textiles y
lanas del in terio r tam bién se beneficiaron, v tu v ieron la im presión
de que Buenos Aires em pezaba una política económ ica de interés
nacional.
F.n 1837 Rosas volvió a aum entar las tarifas, pero al p ro d u Regreso
al librecam bio
cirse el bloqueo francés, las pérdidas del com ercio le llevaron a
reducirlas en un t e r c i o . I - a g uerra subsiguiente im pidió el retorno
a la ley de 1835. E m pezó a sentirse una progresiva escasez de
p roducto s m anufacturados, v com o no se d ictó ninguna medida de
fom ento industrial, el incipiente p ro teccionism o fue abandonado
lentam ente. Desde 1841 se perm itió la in tro d u cción de artículos
prohibidos p o r la ley de 1835, lo que prácticam ente ponía fin al
experim ento. Desde entonces, las provincias no p udieron esperar
nada de Buenos Aires en el plan económ ico.
En 1848 el fin de la g u erra internacional b rindó ciertas con-
3 Es probable que la presión de los hacendados haya tenido más fuerza
en la decisión que ios efectos del bloqueo francés. Ferns sostiene que los
efectos de éste sobre el com ercio inglés fue casi nulo y que en 1839 aum en
taron las im portaciones inglesas en Buenos Aires. V er H . S. Ferns, Gran
Bretaña y A rgentina en el siglo XI X, Solar-H achette, Buenos Aires, 19<V>,
pág. 25H.
diciones para un nuevo aum ento de las tarifas, p ero la ruina general
de la econom ía y en p articu lar de la industria, hacían im posible
pensar en un sistema de proteccionism o.
Si en las conferencias de Santa Fe se invocó el interés in te r
nacional para justificar el librecam bio, dicho arg u m ento no fue
real, aunque haya sido sincero el tem o r de una reacción inglesa
a una política proteccionista. E n 1837, al elevarse las tasas, lord
Palm erston aconsejó al m inistro inglés en Buenos A ires que no se
quejara oficialm ente, aunque le recom endaba señalar al gobierno
las virtudes del librecam bio. Y en los dos años anteriores no dio
G ran Bretaña paso alguno en este sentido. E n realidad, el gabinete
inglés tem ía más a los disturbios políticos que a las leyes rioplaten-
ses com o obstáculo al com ercio. Y Rosas era para él una garantía
de paz.
E n m ateria de tierras, la p o lítica de Rosas estuvo enderezada La tierra
principalm ente a p o d er disponer del m ay o r núm ero de tierras p ú
blicas enajenables, com o m edio de p o b lar la pam pa y com o recurso
fiscal. Con este objeto, se d edicó a liquidar p rogresivam ente el
sistema de enfiteusis. La ley de 1836 aprobó la venta de tierras
dadas en enfiteusis; aquellos enfiteutas que no las com prasen pa
garían un arrendam iento duplicado. En m ayo de 1838 se lim itó la
enfiteusis a las zonas apartadas co n el arg u m en to de que la dem anda
de tierras para la ganadería se había acrecentado y que la pro p ie
dad era el m ejor m edio de p ro m o v er el bienestar social.
E ste proceso no co n d u jo a una red istrib u ció n de las tierras
entre nuevos g rupos sociales, pues los adquirentes perten eciero n
al m ism o 'co n ju n to de p ropietarios, a los que se agreg aron aquellos
m ilitares que las o b tu v iero n com o prem ios a sus servicios. Sin em
bargo, Rosas in ten tó p o r este m edio aum entar la p ro d u c ció n y la
población ru ral, en las que veía el fu tu ro de Buenos Aires.
C uando el bloqueo de 1838-39, se p rev iero n dificultades para
la exportación y en consecuencia dism inuyó el interés p o r la co m
pra de tierras y la provincia q u ed ó co n grandes extensiones que
no p u d o vender.
La insignificancia de la ag ricu ltu ra hizo que Rosas diera pocos
pasos para favorecerla. E n realidad, las dificultades para el desarro
llo agrícola eran m uchas: escasez de m ano de obra y su alto costo,
m étodos prim itivos que ocasionaban un rendim iento bajo, falta de
capital para c o m p rar m aquinarias y herram ientas, dificultad y costo
del tran sp o rte que obligaba a re c u rrir a tierras cercanas a los cen
tro s de consum o y p o r ende de m ay o r precio. P o r fin, la com pe-
28
tenpia extranjera era ruinosa. C o rta r ésta o asegurar a los chacareros
una ganancia segura hubiera p ro v o cad o un alza del costo de la
vida que el g o b iern o no q uería afro n tar. Sólo cuando en 1835
el precio del trig o había bajado en un 66 % se p ro h ib ió la im por
tación. La reacción fue inm ediata, el p recio se estabilizó, p ero al
sobrevenir la g u erra aum entó vertiginosam ente —un 2.000 % ap ro
xim adam ente— lo que obligó a d ar m archa atrás. H acia 1851 los
precios habían bajado a la m itad.
La m ay o r p arte de los argum entos referidos a la agricultura
valen para la industria p o rteñ a: falta de capital, de c réd ito , de
m ano de obra, de m aquinaria. El panoram a que bosquejam os al c r i t i c a a i s is te m a
respecto para el p erío d o 1810-30 no se había m odificado en lo
substancial y Rosas no dio n in g ú n em puje para favorecer un cam
bio. E n resum en, podem os d ecir que la política económ ica de Rosas
en el ám bito restrin g id o de la provincia se caracterizó p o r el orden
fiscal, una excesiva dependencia de los intereses ganaderos, y en
lo demás, pragm atism o y falta de im aginación.
Pero donde la cuestión adquiere más im portancia es viendo
el sistema rosista en fu n ció n nacional. Buenos Aires quiso cargar
con la responsabilidad p o lítica del país en el plano in tern o e in te r
nacional, p ero se negó a responsabilizarse de su bienestar econó
m ico y social, lo que com o dice B urgin, c o n stitu y ó la trágica in
consecuencia del sistema.4
Esta actitu d no puede, sin em bargo, atribuirse exclusivam ente
a su afán de riqueza o a su egoísm o. D esde m ayo de 1810, Buenos
Aires había tom ado la iniciativa del cam bio nacional y había em
pezado trab ajan d o para to d o el país y para A m érica. La resistencia
y el odio de las provincias la hizo desviarse de aquellas metas y se
replegó sobre sí misma. E n definitiva, el localismo p o rteñ o tenía
dos vertientes: una de ellas p ro p en d ía a librar a Buenos A ires del
peso m u erto de una federación de provincias em pobrecidas. La
o tra era la que afirm aba el vitalism o p o rte ñ o para im ponerlo al
resto del país. E n estas dos líneas está en g erm en la diferencia entre
los segregacionistas del 60 y los nacionalistas com o M itre.
E n síntesis, el aislacionism o económ ico chocaba con el in
tervencionism o p olítico. L legó u n m om ento en que las p e rtu rb a
ciones que ocasionaba el m antenim iento del sistema —guerras in te
riores, etc.— term in aro n siendo m ayores que sus ventajas. T a n to
en el plano económ ico com o en el p olítico, el tiem po de Rosas
había acabado v sólo faltaba el m ovim iento que lo derribara.
33
del poder, el socialismo hace su aparición va no bajo la form a
posrrom ántica de Saint-Sim on, sino en las utopías de P roudhon
v en la form ulación filosófica m aterialista de Carlos Marx.
F.l año 1848 fue de agitaciones en casi toda E uropa. Luis
Felipe fue d erribado p o r la alianza ocasional de la burguesía, el
pueblo v la Ciarde N a t ¡ovale v se proclam ó la R epública. En A le
mania surge la revuelta de los cam pesinos, en Italia los carbonarios
tom an alas, M arx publica su “ ¡Manifiesto C om unista” . La cuestión
social pasa a ser dom inante en ciertos círculos y co n stitu y e el
meollo de los co nflictos internos. Pero o tro s am bientes no perciben
este cam bio radical v viven todavía en los esplendores entrelazados
de la aristocracia v la burguesía, alentados p o r una expansión eco
nóm ica sin precedentes. Para estos núcleos, que deten tan el poder
en to d a E uropa, la década del 50 se inicia bajo el anhelo de “ Paz.
Riqueza \ H o n o r” .
Acción y reacción
34
La a d h e s ió n y el fa n a tis m o p o lí
tic o se e x te rio riz a b a n h a s ta en
la m oda. [G u a n te s con la e fig ie
d e R osas.]
38
dios im portados v desnudos de toda originalidad nacional,
no podían ten er aplicación en una sociedad, cuyas co n d i
ciones norm ales de existencia diferían totalm ente de aque
llas a que debían su origen exótico; que por tanto, un siste
ma pro p io nos era indispensable . . .
. . . lo que el gran m agistrado ha ensayado de practicar en
la política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en
la filosofía, en la industria, en la sociabilidad: es decir, es
llamada la juven tu d a investigar la lev V la form a nacional
del desarrollo de estos elem entos de nuestra vida am erica
na, sin plagio, sin im itación, v únicam ente en el íntim o v
p ro fu n d o estudio de nuestros hom bres v de nuestras cosas.
Y agregaba:
H em os pedido pues a la filosofía una explicación del
v ig o r gigantesco del pod er actual: la hem os podido en
c o n tra r en su c a rá c ter altam ente representativo . . .
. . . El Sr. Rosas, considerado filosóficam ente, no es un
déspota que duerm e sobre bayonetas m ercenarias. Es un
rep resentante que descansa sobre la buena fe, sobre el co
razón del pueblo. Y p o r pueblo no entendem os aquí la
clase pensadora, la clase propietaria únicam ente, sino tam
bién, la universalidad, la m ayoría, la m ultitud, la plebe."
Años después Esteban E cheverría se hacía eco con ren co r de
aquella fru strad a esperanza de los jóvenes del 37 que vieron en
Rosas al posible c o n stru c to r de la A rgentina que soñaban:
H o m b re afo rtu n ad o com o ninguno (R osas) todo se le
b rindaba para acom eter con éxito esa em presa. Su p o p u
laridad era indisputable; la juventud, la clase pudiente v
hasta sus enem igos más acérrim os lo deseaban, lo esperaban*
cuando em puñó la suma del p o d er; v se habrían reconci
liado con él y ayudádole, viendo en su m ano una bandera
de fratern id ad , de igualdad v de libertad.
Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del
verdadero progreso: habría sido venerado en él y fuera
de él com o el p rim e r estadista de la A m érica del Sud; y
habría igualm ente paralizado sin sangre ni desastres, toda
tentativa de restauración unitaria. N o lo hizo; fue un im*
bécil v un malvado. H a p referid o ser el m inotauro de su
país, la ignom inia de A m érica v el escándalo del m u n d o .'
39
Los nu evos ideólogos: Juan B a u tis ta A lb e rd i y E steb an E c h e v e rría tra ta n de s u p e
rar la o p osición e n tre fe d e ra le s y u n ita rio s , [ó le o s re a liza d o s por P e lle g rin i.]
40
f
41
A cusaban a los unitarios de carecer de crite rio social, a los
federales de despotism o; eran em inentem ente dem ócratas —com o
tradición, prin cip io e institución, decían— pero no eran populistas:
el progreso del pueblo sería a través de la cu ltu ra, que constituiría
su verdadera carta de ciudadanía. Así atribuían los males del u n i
tarism o a la le y de sufragio universal.
Descontento en
Si la “rebelión intelectual” m erecía de Rosas más desprecio la campaña sur
que preocupación, no pasó lo m ism o con el creciente descontento
que desde 1836 se desarrollaba en un secto r de los hacendados p o r
teños. Parte de ellos se había beneficiado con el régim en de enfi-
teusis que les había perm itido la explotación de grandes extensiones
a costos bajos, y la ley de 1836, agravada p o r la de 1-838, term inaba
prácticam en te con ese régim en. Al d escontento económ ico se aña
dió el disconform ism o político, p o r la form a violenta en que eran
reprim idos todos aquellos que m anifestaban cierta independencia
hacia el p artid o oficial. Lo grave de este estado de cosas era que
se p roducía en el c en tro m ism o del p o d er de Rosas: la cam paña
bonaerense. Chascom ús y D olores eran el núcleo del malestar.
El conflicto
E n esas circunstancias, un c o n flicto con F rancia, originado con Francia
en asuntos bastante nimios, actu ó com o d etonante de un am biente
político caldeado, que distaba de los resultados del famoso ples-
biscito de 1835, en el que sólo o cho ciudadanos sobre más de nueve
mil electores negaron su aprobación al general Rosas."'
Las relaciones francoargentinas pasaban p o r un p erío d o deli
cado a raíz de la negativa del g o b iern o de Buenos Aires —en 1834—
de co n c erta r un tra ta d o que pusiera los m iem bros de la colonia
francesa en igualdad de condiciones con los ingleses. U n dudoso
incidente sobre unos mapas de interés m ilitar co n d u jo a la prisión
del litógrafo César H ip ó lito Bacle, de nacionalidad francesa. El
cónsul francés R o g er intercedió, y en el ínterin falleció Bacle.
R oger, en un lenguaje inusitado reclam ó indem nizaciones, a lo que
Rosas replicó intim idándole que abandonara el país. A esta cuestión
se sum ó casi en seguida la del servicio m ilitar de los ciudadanos
franceses, a diferencia de los británicos que estaban exentos de él
p o r el T ra ta d o de 1824.
T odas estas cuestiones se suscitaban en el m om ento en que
el gobierno francés hacía gala de una política fu erte y “ de h o n o r”
y había dem ostrado éxitosam ente sus afanes intervencionistas en
varias partes de) globo, especialm ente en Argelia y M éxico. F.l pri-
10 Tom am os los datos del plebiscito de Adolfo Saldías, oh. cii., tom o n,
pág. 11.
42
m er m inistro, conde de M olé, que apoyaba además las aspiraciones
de Bolivia, decidió ad o p tar con la C onfederación A rgentina la
política de fuerza que venía practicando en otras partes v ordenó
al alm irante Leblanc que apoyase coercitivam ente con fuerzas na
vales las gestiones del cónsul R oger. El 30 de noviem bre de 1837
dos barcos de g uerra franceses se estacionaron en la rada de Bue
nos Aires.
Los pasos de R oger im portaban d esconocer al m áxim o la psi
cología de Rosas v del pueblo de Buenos Aires. A nte la presión
arm ada, el g obierno dem ora la respuesta a las reclam aciones para
term inar afirm ando —en nota cu y o p ropósito no adm itía du d a—
que no había tenido tiem po de estudiar el caso con la necesaria
detención. F.I cónsul acusa el im pacto v denuncia un silencio ofen
sivo hacia el g obierno de Su M ajestad. Rosas le replica descono
ciéndole c a rá c ter d iplom ático e indicándole que se limite a asuntos
consulares.
En febrero, Leblanc llega a M ontevideo con instrucciones de
apovar a R o g er con “ medidas co ercitivas” no especificadas.
Una nueva gestión de R o g er term ina con la entrega de sus
pasaportes para que se aleje del país. Leblanc declara el 28 de
m arzo de 1838 el bloqueo de Buenos Aires v demás puertos de la
C onfederación, a p a rtir del 10 de m avo. Buenos Aires se indigna.
A su vez, L ondres bram a co n tra la m edida v un lord sugiere que
es un caso de g u erra c o n tra Francia. Pero no es ésa la línea política
británica. N u n ca un asunto sudam ericano había ocasionado una
guerra europea v no sería éste el caso. A dem ás, era una tradición
inglesa el reconocim iento de los bloqueos. Saint-Jam es guardó un
p rudente silencio, dejando a la prensa la expresión de su desagrado.
El atropello francés, al m ovilizar las fuerzas xenófobas de todo
el país, dio a Rosas una m agnífica carta política. D on Juan M anuel
requirió entonces a las provincias que aprobasen su actitu d en
defensa de la soberanía de la C onfederación. C uriosam ente, las
provincias dem oran su respuesta. ¿Qué ha pasado? A rriesgar una
guerra con Francia no era lo mismo que arriesgarla con Bolivia,
máxime cuando la cuestión era en su origen de poca m onta. D o- Acción de cuiien
m ingo C ullen, m inistro de Santa Fe en ejercicio del gobierno por
enferm edad de López, escribió a los g o b ernadores de C orrientes,
E ntre Ríos v Santiago del E stero, sugiriéndoles un estudio m editado
del asunto e insinuando que el co n flicto derivaba de la aplicación de
una lev provincial de Buenos Aires, v p o r tan to no revestía carác-
ter nacional. En m avo Cullen reiteró este planteo ante Rosas, que
respondió invocando el artícu lo 2 del Pacto Federal.
Cullen insistió en una solución y se com unicó con el jefe naval
francés invitándole a levantar el bloqueo para que Rosas pudiera,
sin estar presionado, conv en ir co n Francia un tratad o satisfactorio.
Cullen se p ro p o n ía tam bién separar a las provincias litorales de la
tutela de Rosas. En ese m om ento crucial m uere Estanislao López
(15 de junio de 1838). El intento de dem ora de Cullen fracasa. Las
provincias aprueban la co n d u cta de Rosas. La misma Santa Fe lo
hace. La últim a es C orrientes, siem pre remisa ante la p re p o n d eran
cia porteña.
Paralelam ente a este co n flicto diplom ático se desarrollaba en £1 conflicto
oriental. Oribe
la Banda O rien tal o tro más serio. El presidente, general M anuel v. Rivera
O ribe, m entalidad autócrata, apoy ad o en las clases más distinguidas
de la sociedad v con am plio predom inio de opinión en el sector
urbano, venía enfrentándose co n el general F ru ctu o so Rivera, cau
dillo p o p u lar entre los hom bres de cam po, de escasa cultu ra v de
m enos principios. Las características personales v políticas de am
bos personajes habían dado a R ivera el dom inio de la cam paña
oriental, m ientras el Presidente se afirm aba en la capital. Rosas
había venido apoyando al m andatario legítim o.
A provechando esta situación, el cónsul R o g er com enzó a in
trig ar para lograr el apoyo de R ivera v Cullen en un plan de lucha
co ntra Rosas, a cam bio del ap o v o a Rivera para que obtuviese su
vieja aspiración: el g obierno u ru g u ay o . Rivera en tró en la co m
binación. En o ctu b re las fuerzas navales francesas com pletaron el
cerco de M ontevideo que R ivera hacía p o r tierra y se apoderaron
en batalla de la isla argentina de M artín G arcía. La “ cuestión
francesa” ha dejado de ser exclusivam ente francesa v ha salido del
plano diplom ático.
El 20 de o ctu b re O rib e capituló, renunció bajo protesta a
su cargo y p artió para Buenos Aires, donde Rosas lo reconoció
com o único presidente legal del U ru g u ay .
R ivera y R o g er apresuraron sus trabajos. Se esperaba m ucho
de la acción de Cullen en Santa Fe. En diciem bre Berón de A stra-
La Comisión
da, g o b ern ad o r de C orrientes, convino su alianza con Rivera. El Argentina
20 de ese mes, los em igrados argentinos en M ontevideo co n stitu
y ero n la Com isión A rg en tin a , presidida p o r el general M artín
R o dríguez y bajo la influencia de F lorencio V arela, y prom ovieron
la form ación de una legión que, arm ada p o r los franceses, co o p e
raría en el plan. Se hicieron co n tacto s con los descontentos de la
cam paña del su r bonaerense. T o d as las esperanzas eran insufladas
por la mala inform ación de los franceses v las esperanzas de los
demás com plotados. Berón de A strada ha dejado constancia de
que hacía la g u erra a Rosas v no a la C onfederación. T am bién se
abrieron com unicaciones con H eredia, el líder del noroeste. F loren
cio V arela se encargó de vencer la resistencia del general Lavalle
a e n trar en una acción m ilitar com o aliado de una potencia ex tran
jera. P or fin, en Buenos A ires, algunos m iem bros de la A sociación
de M ayo que form aban el C lub de los C inco, co m prom etieron a
num erosos p o rteñ o s en un com plot, del que to m ó parte el co ro
nel «Ramón Maza, hijo del presidente de la Legislatura.
El R estaurador de las Leyes no está desprevenido. Lanza a La represión
rosista
E chagüe sobre C orrientes, v en la batalla de Pago Largo (31 de
m arzo de 1839), Berón de A strada es to talm ente batido v m uerto.
El agente francés D ubué es descubierto en M endoza v fusilado,
pero antes denuncia la participación de Cullen en la alianza an tirro -
sista. Éste abandona Santa Fe v se refugia en Santiago del E stero
bajo la p ro tecció n de Ibarra. Rosas le exige su entrega v éste,
tem eroso, entrega innoblem ente a su proteg id o , que es fusilado ni
bien pisa te rrito rio p o rte ñ o el 21 de junio, sin juicio alguno.
R ivera, al saber la d erro ta de los corren tin o s, tra tó de hacer
la paz con Rosas v p ro c u ró d eten er a Lavalle que se aprestaba a
iniciar su cam paña. El co m p lo t de M aza fue d escubierto el 24 de
junio. M aza fue arrestado v fusilado el 28. El día an terio r, su padre,
M anuel V . M aza, p resuntam ente com p ro m etid o en el m ovim iento,
fue asesinado en su despacho p o r m iem bros de La M azorca.
El últim o episodio de esta sucesión de desastres para los alia
dos se desarrolló en los cam pos del sur. Desilusionados de que
Lavalle desem barcara en Buenos Aires v sabiéndose descubiertos,
los cabecillas P edro Castelli, A m brosio C rám er v M anuel R ico se
pro n u n ciaro n c o n tra Rosas en D olores, el 29 de o ctu b re. C arecían
casi totalm en te de arm as v las pidieron a M ontevideo. Pero P ru
dencio R osas,. herm ano del gob ern ad o r, no les dio tiem po y los
venció en la batalla de Chascormís el 7 de noviem bre, dando
m uerte a sus jefes con excepción de Rico.
¿Q ué había pasado co n Lavalle? A ntes de d ar respuesta a esta La expedición
de Lavalle
pregunta, nos rem ontarem os a los orígenes de la participación de
Lavalle en la em presa planeada entre em igrados, orientales v fran
ceses. Dos obstáculos oponía el general argentino: su negativa a
actu ar aliado a una potencia extranjera c o n tra Buenos Aires v el
espíritu de p artid o de algunos em igrados. H abía expresado:
Estos hom bres conducidos p o r un interés p ro p io m uy
mal entendido, q uieren tran sfo rm ar las leves eternas del
patriotism o, del h o n o r y del buen sentido; pero co n fío en
que toda la em igración p referirá que la R evista la llame
estúpida, a que su patria la m aldiga m añana con el dictado
de vil tra id o ra .11
C hilavert le había p ro m etid o que no se pisaría suelo argentino
sino bajo el pabellón nacional, que no se consentiría ninguna in
fluencia extranjera en la organización del país y que los auxilios
serían pagados con una indem nización. T ales seguridades parecie
ro n insuficientes al general. A lberdi logró en feb rero de 1839 que
el cónsul francés en M ontevideo le diera p o r escrito las miras de
F rancia respecto de sus intenciones en la A rg en tin a.12 N i aun así
consintió Lavalle, que fue llam ado reiteradam ente p o r Lamas, Va-
rela, C hilavert, R od ríg u ez v A lberdi. Por fin, F lorencio V arela
lo convenció de to m ar el m ando de todas las fuerzas argentinas
existentes en la Banda O riental, para evitar que la invasión fuera
efectuada p o r R ivera. Los argum entos de V arela disiparon los es
crúpulos del general; en abril se trasladó a M ontevideo v aceptó
el encargo.
E n cuan to a los partidos, quiso que la expedición no fuese uni
taria sino argentina, y respetando las tendencias de los pueblos, se
dispuso a aceptar la federación, com o m ucho antes la había acep
tado Q uiroga. P or eso, la proclam a con la que acom pañó su entrada
en E n tre R íos decía: “ ¡Viva el g o b iern o republicano, representa
tivo federal!” .13 El p ropósito evidente de Lavalle fue el de dar a
la cam paña el carácter de una lucha nacional c o n tra la dictadura,
exenta de connivencias con los extranjeros que la apoyaban y de
com prom isos con el p artid o unitario. Las resistencias creadas poi
Rosas en las provincias, hacían o p o rtu n o el m om ento para arreb a
tarle la bandera federal.
Rivera, que recelaba del prestigio de Lavalle y que había p re
tendido su b o rd in ar a su m ando a la Legión A rgentina, había en
tra d o en trato s con Rosas y obstaculizaba la expedición, p o r lo
que la partida de Lavalle de M ontevideo, en los buques franceses,
fue clandestina. El 2 de julio desem barcó en M artín G arcía. Allí
preparaba sus tropas cuando la C om isión A rgentina le inform ó que
no podía enviarle ni reclutas ni dinero para rem ontarlas. F.ntre-
A tL
tan to , Rosas, que no c re y ó que Lavalle había p o dido iniciar sus
operaciones sin la com plicidad de R ivera, dio o rd en a E chagüe de
invadir a E n tre Ríos. E n to n ces Lavalle cam bió su plan de cam paña
—destinado a invadir a Buenos A ires— y desem barcó en E n tre Ríos
el 5 de setiem bre, para c o rta r las com unicaciones de E chagüe y re
clu tar a los descontentos. E l 22 batió a los rosistas en Yeruá, pese
a ser doblado en núm ero. E l efecto fue u n nuevo p ro n unciam iento
co rren tin o co n tra Rosas, anim ado esta vez p o r el infatigable Pe
d ro Ferré.
Lavalle se in tern ó en C orrientes, m ientras R ivera derro tab a a
E chagüe en Cagancha (29 de diciem b re). P ero estas sonrisas de la
fo rtu n a ten d rían su precio. R ivera p reten d ió nuevam ente subordi
n ar a Lavalle, y F erré, p revenido c o n tra un jefe que era p o rteño,
entregó el m ando suprem o al general oriental. N o obstante, Lavalle
decidió o p e ra r según su criterio e invadió E n tre R íos nuevam ente,
con el p ro p ó sito u lte rio r de pasar el Paraná. E n D on Cristóbal
obtuvo u n triu n fo relativo sobre E chagüe (ab ril 10 de 1840), pero
el 16 de julio fue rechazado p o r éste en Sauce G rande. Esta d erro ta
fue grave, no p o r lo sucedido en el cam po de batalla, sino p o r sus
consecuencias estratégicas: c e rró a Lavalle la posibilidad de do
m inar E n tre R íos antes de c ru z a r el Paraná. T a m p o c o le era posible
dem orar este cru ce, para el que necesitaba la escuadra francesa,
ante los rum o res serios de un próxim o arreglo en tre Francia y
Rosas. R etirándose a C orrientes no hacía sino co m plicar su situa
ción. E ntonces, decidió trasladar su ejército sin dem ora al oeste del
Paraná y atacar a Rosas directam en te con la esperanza de pro v o car
un alzam iento general.
Pese a que dejó una fuerza encargada de h ostigar a E chagüe Cruce del Paraná
en E n tre R íos y a que había o btenido que el general Paz —quien
se había fugado el año an terio r después de o cho de cárcel— fuera
a C orrientes a o rganizar o tro ejército , F erré consideró la deci
sión de Lavalle com o una vil traició n que dejaba su provincia a
m erced de los rosistas. Pese a la pretensión de co n stitu ir una em
presa nacional, los jefes de la coalición seguían operando según
sus intereses locales.
Lavalle p u d o —gracias a los buques franceses y a la inepcia de
E chagüe— desem barcar en B aradero y San P edro el 5 de agosto
de 1840. Inicialm ente tu v o algunas adhesiones que le dieron espe
ranzas, ratificadas p o r el resultado favorable de todas las escaram u
zas que sostuvo co n las fuerzas rosistas. La escasez de pastos, agua
das, caballos e in fantería y la esperanza de un apreciable refuerzo,
47
le h icieron dem orar el avance. Sólo el 5 de setiem bre logró llegar
a M erlo, a apenas 15 kilóm etros del ejército de Rosas.
E ntonces se hizo evidente a Lavalle lo co m p ro m etido de su
situación. N o se p ro d u jo el levantam iento general que esperaba y
se en co n tró , p o b re de vituallas y casi sin in fantería, con 3.000
hom bres fren te a un enem igo que había reh u id o cuidadosam ente
el com bate en cam po abierto. Rosas, atrin ch erad o en Caseros con
más de 7.000 hom bres y 26 cañones, no se m ovía de su posición,
que era' inatacable para Lavalle.
E l 7 de setiem bre, decidió retirarse hacia Santa Fe con la Lavalle seretira
esperanza de que L am adrid, que había sublevado c o n tra Rosas el
noroeste, m archara sobre C órdoba, y para evitar que O ribe, que
había ocupado Rosario, lo atacara p o r el norte.
La etapa ofensiva de la expedición de Lavalle estaba term inada.
Rosas había obten id o un triu n fo político-m ilitar.
A principios de 1840 Rosas encom endó a su com padre, el ge- La Liga dei Norte
neral L am adrid —ex oficial de Paz que había adh erid o a la causa
rosista—, que m archara a T u c u m á n a reu n ir tropas y a o cu p ar si
era posible el g obierno de la provincia. C uando L am adrid llega a
destino, encu en tra una m arcada efervescencia c o n tra el régim en
de Rosas. Las provincias n orteñas resienten la dependencia política
y la independencia económ ica del R estaurador. La reacción ya
estaba en m archa y el 7 de abril M arco A vellaneda fue nom brado
go b ern ad o r; inm ediatam ente desconoció a Rosas com o gob ern a
d o r de Buenos A ires —éste estaba p o r ser reelecto — y le re tiró la
autorización para m anejar las relaciones exteriores. L o mismo aca
baba de hacer Salta y les siguieron Ju ju y , C atam arca y La Rioja.
E ntonces Lam adrid, en un increíble cam bio de fren te, se pro n u n ció
co n tra Rosas y adhirió a la Liga de los gobernadores, que pusieron
en sus manos el suprem o m ando m ilitar. Los recursos de las p ro
vincias coligadas eran escasos, las desconfianzas m utuas arraigadas,
nadie se fiaba demasiado de L am adrid; a su vez, Brizuela recelaba
de la particip ació n de los franceses en el conflicto. Los pueblos se
m ostraban apáticos, pero tam bién lo estaban los de C u y o y C órdoba
donde A ldao organizaba la fuerza de represión.
E l 21 de setiem bre L am adrid d e rro tó a A ldao en Pampa R e
donda y diez días después u n C ongreso reu n id o en T u cu m án
proclam ó la alianza de las provincias norteñas “c o n tra la tiranía
de d o n Juan M anuel de Rosas y p o r la organización del E stad o ” .
El carácter federativo de la Liga está a la vista.
El 10 de o ctu b re estalló una revolución en C órdoba ante la
aproxim ación de las fuerzas de L am adrid, a quien el nuevo g o
bierno en treg ó el m ando de las tropas provinciales.
M ientras tan to , Lavalle se retira hacia Santa Fe y se apodera
de la ciudad, sin que Ju an Pablo López le oponga el grueso de sus
fuerzas. La retirada ha queb rad o la disciplina de las tropas de
Lavalle, que se desbandan de los cam pam entos y com eten toda
clase de tropelías p o r los alrededores. Su general se siente im po
ten te para contenerlas y adopta una especie de “estilo gau ch o ” en
su ejército , pensando que así está más acorde con la idiosincrasia
nacional. P ero la eficacia m ilitar de sus tropas se resiente.
E n terad o de que L am adrid estaba en C órdoba, se dirigió
hacia allí, indicándole que bajara a su vez a reunírsele y le p ro v e
yera de caballadas. El general O ribe, a quien Rosas había enco
m endado el m ando suprem o de sus fuerzas, lo persigue tenazm ente.
Lavalle se retrasa y L am adrid falta a la cita. El 28 de noviem bre Quebracho
Herrado
las agotadas tropas de Lavalle —un tercio de su caballería de a
pie—, deben hacer fren te en Q uebracho H errado al ejército de
O ribe, sup erio r en núm ero, en equipo y en caballos. Lavalle co n
duce a sus hom bres con pericia, pero el en cu en tro estaba decidido
de antem ano p o r el estado físico v m oral de los ejércitos. Los
vencedores hicieron en la persecución una verdadera carnicería.
M ás de mil quinientos m uertos, sin c o n tar los prisioneros, señala
ron el exterm inio del E jé rc ito L ibertador.
Solución
C om o si no fuera bastante, Lavalle recibe poco después la del conflicto
noticia de la convención M ackau-A rana que pone fin al conflicto con Francia
ta
la casa en que se en co n trab a m atándolo accid entalm ente.15 Después
de Famaillá, O ribe reprim ió sangrientam ente a los coligados: A ve
llaneda, Cubas y o tro s fu ero n ejecutados.
La v ictoria de O rib e silenciaba toda oposición a Rosas en el
noroeste argentino. Pero C o rrientes seguía en pie m antenida p o r
su entusiasm o y p o r la técn ica m ilitar del general Paz. D os veces
invadió E chagüe esta p rovincia sin éxito. E n su segunda tentativa
se e n c o n tró con Paz sobre el río C orrientes, en el paso de Caaguazú.
El 28 de noviem bre de 1841, Paz o b tu v o una victoria total. H abía
incitado al enem igo a un ataque que term in ó en una em boscada,
m ientras la derecha c o rren tin a tom aba al adversario p o r el flanco
y la retaguardia. Más de 2.000 bajas rosistas en tre m uertos, heridos
V prisioneros atestiguan la m agnitud del triu n fo.
P o r entonces, Ju an Pablo L ópez había defeccionado de la
causa rosista y su scripto un tra ta d o con C orrientes. R ivera, a su
vez, esperaba una victoria de Paz para decidirse a actu ar sobre
E n tre Ríos. C uando lo hizo alcanzó a U rquiza en G ualeguay y lo
d erro tó . U rq u iza se em barcó para Buenos A ires y Paz o cu p ó toda
la provincia. U rg ía ap ro v ech ar la victoria p o rq u e el ejército de
O rib e y a bajaba del n o rte. Pero las rencillas en tre R ivera, Paz y
F erré anularon tod o : el caudillo oriental tem ía la influencia de
Paz y esperaba que éste invadiera al oeste del Paraná, quedándose
él en E n tre R íos para asegurar su influencia allí —tal vez soñara
con reed itar la Liga de A rtigas—. F erré, a su vez, con un localismo
estrecho, preten d ía que Paz perm aneciera en E n tre Ríos p o r tem or
a que se reeditara la situación del año 40. L ópez tem ía que Paz
limitase su influencia y no veía con tranquilidad el avance de
O ribe. Sorpresivam ente, cu an d o Paz se disponía a cru zar el Paraná,
F erré retiró el ejército c o rre n tin o hacia su provincia y lo licenció.
Rivera repasó el U ru g u a y V Paz no tu v o más rem edio que retirarse
a M ontevideo.
La reacción rosista no se hizo esperar: Ju an Pablo López fue
batido en C oronda y Paso A g u irre (12 y 16 de abril) y h u y ó a
C orrientes. F erré, sensible a la influencia de R ivera, en treg ó a éste
la d irección de la g u erra, sacrificando al prestigioso general Paz,
que q uedó fuera de la cam paña.
El cam bio no p u d o ser peor, pues R ivera era tan mal general
52
frenta en u n solo día, co n el d ecreto del 19 de abril de 1842. E l
te rro r no había sido u n desborde de sectores extraviados, sino una
verdadera arm a política.
El dilema de Rosas
y la Inter nacionalización de
los conflictos
54
nacionalización del co n flicto . N o sólo in terv en d rían tropas para Interés del Brasil
16 F erns, H . S., ob. cit., págs. 258 y 259, que se basa en la docum enta
ción del Foreign O ffice y en los Aberdeen Papers.
de ésta a su acción, que le fue dado en .a rm a vaga e im precisa. En
m arzo de 1842 dio sus instrucciones a M endeville, acordando que
en caso de una negativa debía hacer saber a Rosas que la defensa
de sus intereses com erciales podía im poner a su g o b ierno “el deber
de re c u rrir a otras m edidas tendientes a ap artar los obstáculos que
ahora interru m p en la pacífica navegación de esas aguas” .17 La
m ediación adquiría así form a de ultim átum , y de ese m odo lo en
ten d ió M endeville y se lo ad v irtió a Rosas, quien no se inm utó.
Ya en 1843, el m inistro inglés, co n ju n tam en te con el francés —co n
de de L urd e— presentó fo rm alm ente la m ediación. Rosas dem oró
la respuesta, con visible m olestia del francés, v en noviem bre la
rechazó totalm ente.
Poco después se p ro d u c ía A rro y o G ran d e y el sitio de M on
tevideo. A n te tal cam bio de la situación la m ediación carecía de
bases, pero los representantes diplom áticos de las dos potencias
propusieron un arm isticio, que significaba salvar a R ivera de su
du ro trance. Peor aún, p ro m etiero n ayuda m ilitar a los sitiados,
con lo que anim aron la resistencia. M endeville se dio cuenta tarde
de que había ido dem asiado lejos cuando el com andante británico
Purvis im pidió a la escuadra de Buenos Aires b loquear M ontevi
deo. Purvis fue desautorizado p o r A berdeen, p ero éste no desistió
de su pro y ectad a m ediación co n ju n ta, pese al rechazo ya sufrido.
M ientras tan to , el com ercio m ontevideano languidecía v Rosas
hábilm ente com enzó a satisfacer las reclam aciones de sus acreedo
res internacionales, con lo que logró que la balanza del interés
com ercial se inclinara de su lado. P ero A berdeen n o se p ercató de
ello y am enazó con in terv en ir m ilitarm ente si no se levantaba el
sitio de M ontevideo y no se retirab an las tropas argentinas de la
Banda O riental.
La com unidad com ercial britán ica de Buenos A ires protestó. La intervención
C uando las quejas reiteradas llegaron a L ondres, A berdeen dio
m archa atrás, pero ya era tard e. El 26 de setiem bre de 1845 la
escuadra anglofrancesa bloqueó Buenos Aires y o cu p ó M artín G a r
cía. Inm ediatam ente se in ten tó fo rz a r el paso de los ríos para abrir
los puertos de E n tre Ríos, C o rrientes v Paraguay al com ercio
inglés, representado p o r un cen ten ar de barcos m ercantes cargados
de m ercancías. Rosas encargó a Mansilla fo rtific a r el Paraná, y
éste lo ce rró con cadenas bajo la p ro tecció n de la artillería en la
V uelta de O bligado. El 18 de noviem bre se p ro d u jo un enconado
com bate en tre esta posición v la escuadra anglofrancesa, la que
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finalm ente p u d o abrirse paso. E l esfuerzo, que tan to dañó las rela
ciones en tre los beligerantes, fue estéril, pues las provincias a las
que iba dirigida la expedición com ercial estaban casi en bancarrota
y no co m p raro n nada.
A principios de 1846, U rquiza, que había batido el año ante Campañas
de Urquiza
rio r a R ivera en India M uerta en form a tal que puso fin práctica
m ente a su carrera m ilitar, invadió C orrientes donde Paz aprestaba
un ejército co rren tin o -p arag u ay o . S orprendió a la vanguardia de
Ju an M adariaga (4 de fe b re ro de 1846) y to m ó a éste prisionero.
Paz se re tiró a posiciones prefijadas, donde U rq u iza no se anim ó a
atacarlo y e m p re n d í» la retirada hacia E n tre Ríos, p ero en tretanto,
p o r interm edio de su in flu y en te prisionero, p ro p u so la paz a C o
rrientes a con d ició n d é q u e Paz fuese alejado de la provincia. La
propuesta incluía la insinuación de que ambas provincias podían
co n stitu ir la base de una reorganización de la R epública. Joaquín
M adariaga fue sensible a la propuesta que le enviaba su herm ano.
El 4 de abril, el general Paz, eterno desechado de sus aliados, fue
despojado del m ando suprem o. Los paraguayos regresaron a su
país y Paz se exilió con ellos.
Inm ediatam ente com enzaron las tratativas de paz, que U rquiza Paz de Alcaraz
m anejó p o r su cuenta, sin in fo rm ar a Rosas. E l g o b ern ad o r de
E n tre R íos había tom ado conciencia de su posición clave den tro
del panoram a nacional, d onde hasta los ingleses 16 halagaban p ro
poniéndole la secesión m esopotám ica bajo su presidencia. Pero
U rquiza no era hom bre de fantasías. El 13 de agosto firm ó con
M adariaga la paz de Alcaraz. P o r ella. C orrientes se reintegraba a
la C onfederación y al P acto Federal. P ero p o r un p acto secreto
adjunto, se liberaba de a c tu a r c o n tra sus aliados de ay er y m an
tenía su alianza con P arag u ay y M ontevideo. Este p acto secreto
revela el p ro p ó sito de U rq u iza de lograr u lterio rm en te la paz de
la R epública, y su desilusión de Rosas.
E l desastre com ercial inglés en el Plata, fru to de su in terven Nuevo cam bio
de la política
ción, hizo c o m p ren d er en L ondres el e rro r de la política seguida. británica
La caída
Situación general
A m edida que progresaban las tratativas en tre la C o nfedera
ción, G ra n B retaña y F rancia, se hacía más visible para todos que
una nueva época de paz y prog reso podía abrirse para el R ío de
la Plata. El año 1849 significó para Buenos Aires un renacim iento
m ercantil. D espués de la batalla de V ences había cesado toda lucha
en te rrito rio argentino, la inm igración había aum entado conside
rablem ente, en Buenos Aíres com enzaban a abrirse fábricas, el
ganado lanar se había m ultiplicado en form a so rprendente, las
provincias interiores gozaban de un d iscreto bienestar y la de
E n tre Ríos había hecho progresos sorprendentes. T o d o este pan o
ram a hizo renacer en L ondres la convicción de que Rosas seguía
siendo el cam peón del orden del R ío de la Plata v el únjco capaz
de p ro teg er el com ercio de im portación.
La gu erra que se m antenía p o r el g o b iern o de la R epública
O riental p ro n to ten d ría fin, al m enos para las arm as argentinas.
Sin em bargo, Rosas tenía en aquel m om ento una p reocupación y
una obsesión. La p reocupación era el general U rquiza, que daba
m uestras de una peligrosa independencia en sus actos. La obsesión
era el Im perio del Brasil, del cual esperaba una agresión, y estaba
decidido a ganarle de m ano y llevarlo a la g u erra cuando fuera
conveniente a los intereses de la C onfederación.
Si el T ra ta d o de A lcaraz había constituido el p rim er síntom a
externo de que el g o b ern ad o r de E n tre Ríos abrigaba planes de
m ayor alcance en sus relaciones con Rosas, tal cosa no se le ocultó
a éste, que rechazó el acu erd o en térm inos severos. Pero m ientras
58
C on Justo José de U r
q u iz a la h e g e m o n ía p o
lític a pasa al in t e r i o r ,
sin a b a n d o n a r el lito ra l
ar\
En enero de 1851 un agente de U rquiza p ropuso en M o n te
video al represen tan te im perial una alianza para deponer a O ribe
V expulsar a los argentinos de aquella república. Brasil tem ía una
d e rro ta m ilitar, que hubiera acabado con el Im perio, trataba de
hacer m éritos en A sunción y M ontevideo, v la expulsión de las
fuerzas .argentinas del U ru g u a y le quitaba una secular preo cu p a
ción, de m odo que no vaciló en aceptar la p ropuesta, pero exi
giendo que previam ente U rquiza ro m piera públicam ente con R o
sas. E n tre ta n to , la prensa en trerrian a presentaba a U rquiza com o
“el paladín de la organización nacional” . La política del g o b ernador
com enzaba a hacerse pública.
Desde diciem bre de 1848 Rosas había insinuado que no iba a La ruptura
aceptar una reelección cuando term inara su p eríodo en m arzo de
1850. D u ran te el año 1849 reiteró varias veces esto y cuando llegó
el mes de diciem bre lo anunció una vez más. El género de política
que venía desarrollando con el Brasil perm itía suponer que estas
renuncias no eran sinceras, pues de lo c o n tra rio hubiera m ediado
inconsecuencia en tre ambas actitudes, defecto que Rosas nunca
tuvo.
C om o en 1832 y 1835, puede presum irse que Rosas procuraba
m ejorar su situación política antes de em p ren d er una guerra que
lo con v ertiría en á rb itro de Sud A m érica. D a respaldo a nuestra
presunción el p ro y e c to presentado en la Legislatura po rteñ a de
designar a Rosas Jefe S uprem o de la C onfederación, con plenos
poderes nacionales. De este m odo, Rosas dejaba de ser el goberna
d o r de Buenos A ires en cargado de las relaciones exteriores para
convertirse en jefe del estado argentino.
O n ce provincias adhirieron al p ro y e c to . E n tre Ríos v C o
rrientes se abstuvieron, y el prim ero de m ayo de 1851, U rquiza
aceptó la renuncia presentada p o r Rosas com o encargado de las
relaciones exteriores, separó a E n tre R íos de la C onfederación v la
declaró en ap titu d de entenderse con todas las potencias hasta que
las provincias reunidas en asamblea nacional dejasen constituida la
república. Pocos días después V irasoro le im itó.
C uando Rosas se enteró, calificó a U rq u iza de traid o r, loco
y salvaje unitario. E ra la misma etiqueta para un p ro d u cto distinto.
E l 29 de m ayo de 1851 se firm ó la alianza en tre Brasil, E n tre Alianza con
Brasil y
R íos y el g o b iern o de M ontevideo, para luchar c o n tra O ribe. La Montevideo
respuesta de Rosas es la declaración de g u erra al Brasil el 18 de
julio y su aceptación a co n tin u a r en el g o b iern o (15 de setiem bre).
U rq u iza se puso en cam paña inm ediatam ente. D ejó a V irasoro
en E n tre R íos para co n ten er cu alquier m ovim iento de Rosas e
invadió el U ru g u ay . Las tropas de O rib e no o freciero n resistencia
V el general o riental o p tó p o r cap itu lar el 8 de o c tu b re ante las
excelentes condiciones que le ofrecía U rquiza, que inauguró el
lema: “N i vencedores ni vencidos” .
T erm in ad a esa cam paña con tan to éxito com o m oderación, el
21 de noviem bre se firm a un nuevo p acto en tre Brasil, E n tre Ríos,
U ru g u a y y C orrientes, destinado a p o n er fin a la extensa dom i
nación del g o b ern ad o r Rosas. Se establece que el m ando suprem o
correspond erá al general U rquiza, se estipula la cooperación m ili
tar y financiera de las potencias aliadas v se p ro m ete la libre na
vegación de los ríos.
Inm ediatam ente com ienza la form ación del E jército G ran d e La campaña
• i t xt contra Rosas
en D iam ante, que se pone en pie con una rapidez asom brosa. N u n -
ca se había visto tam año ejército en nuestro país: 30.000 hom bres,
de los cuales 24.000 eran argentinos, 4.000 brasileños v 2.000 o rien
tales. T o d o s los jefes de división eran federales, con excepción del
general L am adrid, cu y o co lo r p o lítico es difícil de definir: V ira-
soro, M edina, Ábalos, Juan Pablo López, G alán, U rd inarrain v
G alarza. A lgunos oficiales que han m ilitado en el “ unitarism o”
tam bién se in co rp o raro n : los principales eran A quino y el teniente
coronel de artillería B artolom é M itre. D om ingo F. Sarm iento ob
tuvo un cargo adm inistrativo en el ejército.
A m ediados de diciem bre p u d o U rquiza cru zar el Paraná con
la colaboración de la escuadra brasileña, sin ser hostigado p o r las
fuerzas rosistas. A l entusiasm o que reina en las filas de U rquiza,
corresponde una m arcada frialdad en el bando co n trario . La gente
está harta de guerras. Los soldados todavía responden a su caudillo,
pero entre los jefes se nota una apatía rayana en el desgano y aun
en el disgusto. El general M ansilla, héroe de la V uelta de O bligado
y pariente del dictad o r, rechaza el m ando superior v se va a su casa.
Rosas nom bra entonces a P acheco, pero éste renuncia varias veces
invocando que es desobedecido y que hav “órdenes secretas” en el
ejército que no em anaban de él. T ra s m uchas vacilaciones acepta
el cargo. A fines de enero un jefe denuncia a Rosas que Pacheco
lo traiciona. Según el testim onio de A ntonino Reves, secretario de
Rosas, esta noticia p ro d u jo en éste un efecto trem endo. El 30 de
enero U rquiza llega al río de las C onchas y Pacheco en vez de
defender el paso se retira sobre Caseros, luego envía su renuncia
a Rosas y se va a su estancia.
Estos episodios ensom brecieron el ánim o de Rosas. O bligado
ZT
p o r las circunstancias tu v o que asum ir el m ando suprem o, cuando
nu nca lo había hecho y no había estado en o tra batalla propiam ente
dicha que la de Puente de M árquez, 22 años antes. El 2 de febrero,
m ientras U rquiza se aproxim aba, reunió un consejo de guerra do n
de m anifestó su decisión de luchar, p ero ofreciendo su renuncia si
la opinión era la de p actar con el enem igo. Se o p tó p o r dar batalla,
dada la cercanía del adversario.
E l 3 de feb rero , en el cam po de Caseros, se libró la lucha. Los
ejércitos eran parejos en núm ero y disciplina. La posición defen
siva era buena, pero la co n d u cció n de Rosas fue totalm ente estática
y sus subordinados tam p o co d ieron m uestras de iniciativa. U rquiza
planeó bien su acción, aunque siguiendo una actitud que le sería
típica: en un m om ento de la batalla abandonó la co nducción general
para m ezclarse en la batalla com o jefe de un ala. La victoria de
los aliados fue total. Rosas nada salvó y con unos pocos seguidores
regresó a Buenos Aires. Los honores de la jornada habían corres
pond id o a la caballería m esopotám ica y a la infantería oriental.
Rosas red actó inm ediatam ente su renuncia y a continuación
se asiló en la legación británica. Esa misma noche, acom pañado
del encargado de negocios inglés, se trasladó con sus hijos Ma-
nuelita y Ju an a una fragata inglesa. C u atro días después partía
para Inglaterra, para no reg resar jamás.
LA RECONSTRUCCION
ARGENTINA
LA HEGEMONÍA
DEL INTERIOR
La República escindida
66
I
67
quiza v lo prueba la sola m ención de del C arril, Seguí v A lberdi,
para lim itarnos a los más conspicuos, pero su situación en el “siste
ma federal” era am bivalente, pues “no eran p ro p iam en te hom bres
del sistema en el sentido de los tipos mentales adecuados” .1 El sis
tem a federal al que perten ecía U rq u iz a -c o rre sp o n d ía en buena
m edida a la época v al estilo del tiem po de Rosas, v la dificultad
V a la vez el m érito del gran en trerrian o fue in te n ta r una simbiosis
entre las características de un tiem po que pasaba p ero aún existía
V o tro tiem po que advenía lentam ente. Esta intención está m ani
fiesta en su deseo de re e stru c tu ra r la nación sin alterar el equilibrio
de hecho logrado p o r Rosas v tra ta r de reconstruirla, políticam ente
con una m ayoría de hom bres que provenían del sistema derribado.
E n este sentido, podem os calificar a U rquiza de “bisagra” entre
dos tiem pos políticos.
F ren te al pragm atism o v al sentido tradicional del general
U rquiza se levantaba en Buenos Aires un fren te cuva heterogénea
com posición acabam os de analizar, p ero donde la voz cantante la
llevaban los ideólogos liberales. M uchos de ellos habían em igrado
durante la época de Rosas y co n cebido en el d estierro un fu tu ro
para la A rgentina y una política para lograrlo. H abían vuelto al
país dispuestos a realizar a toda costa lo p rogram ado, con el senti
m iento de quien cum ple una misión v a la vez recu p era el lugar
de que había sido privado hasta entonces. P or eso la vehem encia
V el dogm atism o de los ex em igrados. E n tre ellos, el realismo m o
d erador de M itre co n stitu y e una variante excepcional.
U rgía al general U rquiza, en tretan to , d ar a su p o d er de facto saneN¡°oíás
una base jurídica. Para ello su único p u n to de apoyo eran las
autoridades va constituidas, los gobernadores de las provincias. De
ahí la convocatoria resuelta en el P ro to co lo de Palerm o. La tesis
urquicista, que V icente Fidel López expondrá después era: llegar
a la legalidad a través de la personalización del poder, es decir, que
las masas pasaran del respeto al organizador al respeto a la o rg a
nización. El p ro sp ecto liberal era distinto. D aban p o r supuesto en
todos la adm iración p o r la ley que ellos sentían v p artiendo de
ella iban hacia la institucionalización del poder.
U rquiza llegó a San N icolás de los A rro y o s con el p ro y ecto
del co rre n tin o Juan Pujol en su cartera. Para lograr la adhesión
porteña, había elim inado tem as tan irritantes com o la nacionaliza
sc\
organización nacional p o r m edio de un congreso co n stitu y en te"
v de su federalism o:
El federalism o es la base natural de la reorganización
del país . . .
La organización federativa es no sólo la única posible
sino que es tam bién la más racional.3
¿F.n qué fincaba pues su oposición? M itre invocaba el exceso
de facultades otorgadas a U rquiza. La som bra de Rosas estaba d e
masiado cerca para los liberales, v bajo la invocación de los “p rin
cipios” latía en el discurso de M itre un tem or que disimulaba por
respeto al vencedor:
72
J
73
La acción se rep itió sobre las tropas de Lagos, quien vio deser
ta r a sus soldados en tales cantidades que a m ediados de julio el
ejército estaba prácticam ente disuelto V se levantó el sitio. Buenos
Aires había ganado la prim era etapa de su nueva lucha p o r la>
hegem onía.
Sin em bargo, su ventaja no era decisiva. E n el ínterin, el C o n
greso había p ro d u cid o una C onstitu ció n que fue aceptada p o r el
resto del país. U rquiza había ejercido su p o d e r provisorio con
seguridad y m oderación y p o r fin había sido electo presidente de
la R epública. E l p o d er había sido legitim ado. La C onfederación
tenía una C onstitución, un presidente y un líder. E n Buenos Aires,
si no dom inaba u n hom bre, sí lo hacía un partido.
La Constitución Nación
Urquiza Presidente
R1
al del “fraude p a trió tic o ” . Se alteraron los padrones, se utilizó la
policía, hubo agresiones en los com icios v triu n fó la lista oficial.
Poco después, 3 de m avo, V alentín Alsina era elegido go b ern ad o r
de Buenos Aires.
Alsina co n tin u ó la línea de O bligado v la situación política se
m antuvo estacionaria hasta que en ,1858 episodios m arginales ac
tuaron conm detonantes. En enero el general u ru g u ay o César Díaz,
del p artid o c o lo ra d o , invadió su patria desde Buenos Aires, con
la com plicidad del gobierno p o rteñ o , o al m enos con su bene
volencia. El gobierno de la C onfederación auxilió al del U ruguav
—p artid o b lanco— con fuerzas militares. Los invasores fueron ven
cidos v p o r ord en del presidente oriental, fu ero n fusilados Díaz
V 51 de sus seguidores. El hecho suscitó agrias acusaciones entre
82
fru stró el in ten to . Lo m ism o o cu rrió con la m ediación del general
Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo.
A com ienzos de o c tu b re U rquiza se situó cerca de R osario cepeda
con un ejército de 14.000 hom bres bien instruidos y con una exce
lente caballería. M itre acam pó cerca de San N icolás con unos
10.000 hom bres de buena infan tería y p o b re caballería. El 23 de
o ctu b re se dio la batalla. La caballería p o rteñ a se dispersó en se
guida, p ero com o U rq u iza dio el com bate ya avanzada la tarde,
no p u d o antes del ano ch ecer c e rra r su caballería sobre la infantería
enem iga, a la que la p ro p ia no había in tentado vencer. M itre a p ro
vechó la noche p ara retirarse sobre San N icolás, perdiendo la
artillería pesada en la m archa, y una vez allí em barcó en la escuadra
para Buenos A ires. Su aparición, en m om entos en que se suponía
al ejército p o rte ñ o totalm en te d estruido v se sabía que U rquiza
avanzaba sobre Buenos A ires, tran sfo rm ó su d erro ta en un nuevo
triu n fo para la excitada opinión de la ciudad.
Alsina la fo rtific ó v M itre asum ió el m ando de su defensa.
U rquiza se situó en San José de Flores. Se inten taron negociacio
nes, pero ahora U rquiza le devolvió el guante a don V alentín: no
negociaría m ientras Alsina estuviese en el gobierno. Al mismo tiem
po arengaba a los habitantes de Buenos Aires:
Los problemas
del doctor Derqui
se
designa a un p o rteñ o , N o rb e rto de la Riestra, m inistro de H acien
da y piensa o fre c e r una cartera en el gabinete nada m enos que a
V alentín Alsina. E l p artid o Federal, con excepción del círculo
más allegado al presidente, vio con tem o r esta m aniobra v cerró
filas alrededor de U rquiza, que guardaba un p ru d e n te silencio.
Casi al mismo tiem po que D erqui asumía la presidencia na- de,rBuenosrA?resr
cional, el general M itre se hacía cargo de la g o b ern ación de Buenos
Aires para cu m p lir el P acto de U nión N acional. Jefe del ala na
cionalista del partido, M itre realizó una sutil tarea convenciendo
a unos y conteniendo a otros, reduciendo al m ínim o las diver
gencias y dando m uestras de gran elasticidad política. Así, aunque
realm ente en m inoría, logró arrastrar a su p artid o a la zaga de su
p ro y e cto , aun al precio de resentir la estru ctu ra partidaria.2
N o se puede co m p ren d er, p o r otra parte, la política de aque
llos días, si no se recu erd a las características de los partidos de
entonces, tan distintas de las que ha co nocido el lecto r de hoy.
Los dirigentes políticos trabajaban en fun ció n de una base
electoral reducida. E n Buenos Aires, la ciudad más politizada del
país, en 1864 sólo votó el 4 % de la población. Libres de la tarea
de ten er que co nquistar el apoyo electoral de la masa, los políticos
eran elaboradores de opinión y “co n d u cto res de cuadros” . La
organización p artidaria era ru d im entaria y consistía básicam ente
en una alianza más o m enos circunstancial en tre sujetos de ideas
afines para realizar algún p ro p ó sito com ún. Esta sim plicidad favo
recía la personalización del p o d er p o lítico d e n tro y fuera del p a r
tido. De ahí que la clave de cada p artid o estuviera en el o los
“notables” que lo integraban. De los notables surgían las ideas
rectoras, los planes de acción, a los que coadyuvaban el círcu lo
de los amigos.
El ám bito operativo de estos núcleos reducidos era el club
p o lítico —C lub del Pueblo, C lub de la L ib ertad — donde se hacía
proselitism o, se evaluaba la situación y de d onde se propalaban las
decisiones de los notables. En el sistema del club, no contaban los
“afiliados” , sino los adherentes ocasionales, lo que hacía más fluida
la situación p artidaria.s
R7
In te r io r d e la casa de M itr e en B uenos A ires.
88
In te r io r d e l P a la c io San José, re s id e n c ia d e U rq u iz a .
D e n tro de las lim ita c io n e s de la é p o c a , los d irig e n te s p o lític o -s o c ia le s u n ía n en
su v id a p riv a d a el c u lto del “c o n fo rt” y del bu en g u sto con c ie rta a u s te rid a d
p a tric ia .
soro a resignar el m ando para evitar males m ayores. Pero ese mismo
día, 16 de noviem bre, una sedición estallaba en San Ju an y V irasoro
era asesinado en su casa con varios de sus parientes. Inm ediata
m ente asum ió el m ando provincial el jefe del p artid o Liberal san-
juanino, A n to n in o A berastain.
El hecho p ro d u jo estu p o r en to d o el país. E n tre los federales
se clam ó venganza, y el presidente n o m b ró in te rv en to r al general
Juan Saá, g o b ern ad o r de San Luis, acoplándole dos consejeros
liberales, p ara su b ray ar su ecuanim idad. Pero en Buenos Aires,
com o en el caso de Benavídez años antes, la reacción fue la de
festejar el fin de un tiran o y el triu n fo de la libertad. U n m inistro
de la provincia, S arm iento, hizo el panegírico del suceso, c o m p ro
m etiendo al mismo g obierno, lo que pro v o có su salida del gabinete.
Las pasiones se encresparon y las acusaciones llovieron de uno a
o tro bando. E n tre ta n to Saá,. que había despachado a sus consejeros
liberales, d e rro tó a A berastain en el P o tito , tom ándolo prisionero.
Al día siguiente, A berastain fue fusilado p o r o rden del segundo
de Saá. E ntonces, las acusaciones de crim en se invirtieron. Él diá
logo se hizo más difícil y R iestra renunció a su cargo de m inistro
nacional, m ientras U rquiza enrostraba a M itre haber nom brado en
su gabinete a un separatista com o Pastor O bligado. La política de
la “en te n te ” estaba a p u n to de naufragar.
on
D esde un p rincipio, M itre había p ro cu rad o el apoyo de las El plan político
de Mitre
provincias interiores para in v ertir el esquema geopolítico de C e
peda, en el que Buenos A ires se en co n tró sola fren te a todas las
provincias. E n 1861 una línea de provincias con gobiernos liberales
o sim patizantes, atravesaba to d o el país de sur a n o rte y dividía en
dos sectores a los federales: el litoral, fu erte, y d irigido p o r U rq u i-
za; el cordillerano, débil, v que aislado dejaba de ser tem ible.
C órdoba, Santiago del E stero y T u c u m á n eran las provincias que
respondían a la influencia liberal, en tan to Salta v Ju ju y eran p o te n
ciales adherentes. N o se le escapaba a M itre que si esa alianza se
presentaba com o sostenedora del p o d er constitucional del Presiden
te fren te a las influencias y los poderes de facto del g o b ern ad o r de
E ntre Ríos, tenía serias posibilidades de lograr apovo, v con los años
lograr la m ayoría parlam entaria v la hegem onía p o rteña v litoral
en la C onfederación.4
N o había cesado la grita p o r los incidentes de San Juan, cuan Rechazo de
los diputados
do la presentación de los diputados p orteños al C ongreso N acional porteños y
Iracaso de
originó un nuevo choque. E legidos según la ley provirícial en vez la "en tente"
de la nacional, sus diplom as fu ero n objetados. La cuestión era ju rí
dica pero no fue encarada com o tal, p orque los p o rteñ o s tra n sfo r
m aron el asunto en una cuestión de honor. D erqui p ro c u ró la
aceptación de los diputados, p ero la m ayoría, federal y urquicista,
rechazó a los diputados.
El episodio reveló a M itre la inconsistencia política del apoyo
presidencial. D erqui, a su vez, m idió la insuficiencia del apoyo
liberal, que si ya m enguaba p o r los sucesos sanjuaninos, más le
faltaría luego del rechazo de los diputados. C on esos escasos ele
m entos no podía resistir la presión de los am igos de U rquiza. Desde
ese m om ento M itre ya no co n tó co n D erqui y éste se p rep aró para
cam biar de fren te y reco n q u istar el apoyo federal. U rquiza, p o r su
parte, en ro stró a M itre que la exaltación liberal p retendía
La ruptura
x A rchivo del !Museo H istórico Sarmiento, Carp. 14, Doc. 1806. Citado
in extenso por C. A. G arcía Belsunce en E q u ip o s ..., pág. 134.
n->
La G u ard ia N a c io n a l e ra el o rg u llo de B uenos A ires y el p u n to de c o n c e n tra
c ión de la ju v e n tu d b u rg u e sa . H ela a q u í p a rtie n d o pa ra la c a m p a ñ a de Pavón.
[S egún P a llié re .l
El triunfo de Mitre
no
ridad que les impedía elegir librem ente, v que prim ero debían ser
libertados, darles acceso a la cu ltu ra política, pára que luego pu
diesen elegir conscientem ente el sistema de su predilección.
Así, la acción a desarrollar iba a ser considerada p o r los
liberales una misión libertad o ra v civilizadora, en tan to que los
pueblos del in terio r iban a ver sim plem ente en ella la prepotencia
de Buenos Aires, im poniendo a las provincias hom bres v estilos
ajenos para m ejor sojuzgarlos.
El general M itre no quiso o p erar sobre el in terio r m ientras no
tuviera asegurada una base de p o d er en el litoral. Para ello p ro
m ovió una revolución en C orrientes que d errib ó a R olón, ocupó
la ciudad de Santa Fe, y n o m b ró g o b ern ad o r a D om ingo C res
po; pese a alguna m om entánea tentación, respetó el dom inio de
U rquiza en E n tre Ríos, c o n v ertid o en un aliado pasivo.
La revolución liberal cordobesa del 12 de noviem bre de 1861
c o n stitu y ó la única dem ostración de fuerza de los liberales del
interior, pues los T aboada perm anecían inactivos en Santiago.
C uando M itre envió al general P aunero con una división del ejér
cito sobre las provincias, éste llegó a C órdoba para en co n trar un
partido Liberal dividido p o r las apetencias del poder. Paunero
ofició de á rb itro e im puso com o g o b ern ad o r provisorio a su
segundo, el coronel M arcos Paz, tu cu m an o liberal. Al avanzar
sobre las dem ás provincias, fueron cayendo sin resistencia los
gobernadores federales. Saá, N azar, V idela, Díaz, se exiliaron v
C uyo pasó a los liberales B arbeito (San L uis), M olina (M endoza)
v Sarm iento, quien había acom pañado la expedición com o audi
to r, con el expreso designio de o b ten er la g o bernación de San
Juan que reclam aba a M itre desde el día siguiente a Pavón.
En el norte, A n to n in o T aboada d e rro tó en El Ceibal al go
b ernad o r tu cu m an o G u tié rre z , que fue reem plazado p o r Del C am
po. El g o b ern ad o r de C atam arca renunció para evitar la invasión,
el de La Rioja, V illafañe, se p ro n u n ció p o r M itre. Sólo Salta
quedaba en pie para los federales, pero M arcos Paz, abandonando
el difícil g o b iern o de C ó rd o b a fue a T u c u m á n com o com isionado
nacional v logró un acu erd o pacífico (m arzo 3 de 1862) entre
los gobiernos de T u cu m án , C atam arca, Santiago del E stero v Salta,
renunciando el g o b ern ad o r de esta últim a, T o d d , que fue reem pla
zado p o r Juan N . U rib u ru .
El éxito de M arcos Paz hubiera puesto final feliz al proceso
de los reem plazos, si no hubiera sido p o rq u e el general riojano
Angel V icente Peñaloza. apodado el C hacho, se rebeló c o n tra la
QQ
pasividad de V illafañe. H abía luchado veinte años antes p o r la
federación co n tra Rosas v volvía a hacerlo c o n tra las tropas de
Buenos Aires. T ra tó de inv ertir la situación tucuniana pero las
fuerzas de esa provincia le rechazaron en R ío Colorado (feb re ro
10 de 1862) y p o co después fue batido p o r las tropas porteñas en
A guadita v Salinas de M oreno (m a rz o ), siendo fusilados los ofi
ciales prisioneros p o r orden de Sarm iento, convencido que civili
zaba si no “ahorraba sSngre de gauch o s”. N uevos com bates m eno
res, casi siem pre favorables a Buenos Aires, pusieron a Peñaloza
en una situación desesperada v dem ostraron que la m ontonera
gaucha, falta de recursos, no podía m edirse con las fuerzas de
línea. Pero al mismo tiem po, Paunero se fue convenciendo que Paz de
La Banderita
Peñaloza era el único hom bre capaz de p oner ord en en La Rioja
v que era posible conseguir su adhesión. Con ese fin n om bró una
Com isión M ediadora, a cuyas instancias cedió Peñaloza, quien el
30 de m ayo, desde La Banderita, declaró su som etim iento a las
autoridades nacionales v se co m p ro m etió a p acificar la provincia.
Restablecimiento
E n tre ta n to , M itre había sido encargado p o r las provincias de de las autoridades
reu n ir el C ongreso N acional y de m anejar las relaciones exteriores. nacionales
- A rchivo del general M itre, tom o vi. pág. 183. Citado por Ricardo
Levene en Academia Nacional de la Historia, Historio Argentina C ontem
poránea, vot. i, I9 sección, cap. “Presidencia de M itre", pág. 22.
Sólo a la m u erte de Paz (en ero 2 de 1868), se resignó a
en tregar el m ando suprem o m ilitar al general brasileño M arqués
de Caxias y reasum ir la presidencia, que salvo el lapso entre febrero
y julio de 1867, había abandonado el 17 de junio de 1865. Pese
a tantas dificultades, al term in ar su m andato en o c tu b re de 1868,
había logrado su p ro p ó sito de c o n stru ir una A rg en tin a política
m ente liberal.
Administración política
103
tre buscó entonces una solución transaccional que se m aterializó
en la Lev de C om prom iso, p o r la cual las autoridades nacionales
residirían en Buenos Aires, q u ed an d o la ciudad bajo la jurisdicción
provincial hasta que el C ongreso nacional dictara la lev definitiva
sobre la C apital, convenio que tenía cinco años de duración.
El p ro y e c to m itrista había definido m ejor que ningún o tro la División del
Partido Liberal
línea nacional de su au to r v fue en esta ocasión que se c o n c re tó
la va insinuada división del p artid o Liberal, fu ndando A dolfo Al-
sina el p artid o A utonom ista.
El hecho de que el nuevo g o b ern ad o r de Buenos Aires, M a
riano Saavedra, p erteneciera al m itrism o, facilitó el buen en ten d i
m iento entre las autoridades nacionales v provinciales, condenadas
a vivir en curiosa superposición. En 1866 A dolfo Alsina conquistó
la gobernación p orteña v p oco después cesó la lev de C om prom iso,
pero M arcos Paz, en ejercicio de la Presidencia, invocó el derecho
del gobierno nacional de residir en cualquier p u n to del territo rio
V co n tin u ó ejerciendo sus funciones desde Buenos Aires, con el
consentim iento de Alsina, a quien se había acercado políticam ente.
N o faltaron intentos de hacer de R osario la capital de la R e
pública —p ro v e c to de M anuel Q u in tan a— p ero la cuestión no se
c o n cretó p o rq u e M itre vetó la lev en los últim os días de su presi
dencia, p o r considerar que tam aña reform a correspondía a su
sucesor. Sarm iento dejó d o rm ir el problem a, que sólo tuvo solución
violenta en el año 1880.
C orrespondió a M itre —pese a las com plicaciones políticas v Obra
adm inistrativa
bélicas de su g o b iern o — realizar una intensa labor adm inistrativa,
especialm ente hasta el año 1865, en que su alejam iento del gobierno
V las atenciones de la g u erra internacional p ro v o caro n una dism i
nución del ím petu creador.
El colapso de la C onfederación d u ran te la presidencia de
D erqui obligó a rehacer varias de las obras realizadas o com enzadas
du ran te la presidencia de U rquiza. La prim era de estas tareas fue
la reconstitución de la C o rte Suprem a de Justicia v la organización
V proced im ien to de los tribunales nacionales. T u v o M itre el acierto
de llamar a in teg rar el suprem o tribunal a hom bres ajenos a su
línea política: V alentín Alsina —que no acep tó —, José Benjamín
G orostiaga y Salvador M. del C arril, a quienes acom pañaron los
doctores C arreras, Barros Pazos y D elgado. La C o rte se negó a
actuar com o consejera del g obierno, estableció su com petencia e
inició una jurisprudencia de alta calidad jurídica que le dio soste
nido prestigio.
La C onstitu ció n había previsto la unificación de la legislación
fundam ental del país, p ero la tarea aún no había sido em prendida.
E n este p erío d o se ad o p tó para la N ació n el C ódigo de C om ercio
de Buenos A ires —obra de A cevedo y V élez Sársfield—; se enco
m endó al p rim ero de ellos la redacción del C ódigo Civil, obra
m onum ental term inada en cinco años, que el C ongreso aprobó
a libro cerrad o y fue prom u lg ad a p o r Sarm iento en 1869, y encargó
a Carlos T e je d o r la redacción del C ódigo Penal.
L a enseñanza secundaria fue atendida, siguiendo las líneas del
g obierno de U rquiza. Se re e stru c tu raro n los colegios nacionales
existentes y se crearo n o tro s en varias provincias. Poco se pudo
hacer en m ateria de enseñanza prim aria, obra que correspondería
a la adm inistración entrante.
E l p roblem a del indio, en tretan to , se había agravado. Las tie
rras conquistadas p o r la expedición de Rosas se habían perdido
progresivam ente y desde 1854 los m alones avanzaban cada vez más
sobre estancias y poblaciones. Las guerras civiles prim ero y la del
Paraguay después habían obligado a d esguarnecer de tropas las
fron teras interiores. P or ello, el plan originario de M itre de llevar
Ja ocupación nuevam ente hasta los ríos N e g ro v N e u q u én no
en c o n tró ocasión de realizarse y quedó en p ro y e c to hasta el
año 1879.
M itre pensaba que la verdadera fro n tera co n tra el indígena
la constituía la ocupación efectiva y en propiedad de la tierra,
y decía que los indios habían recu p erad o las tierras de los enfi-
teutas p ero no habían p o d id o o cu p ar la tierra de los propietarios.
R aw son, a su vez, hablaba de la “ fro n tera de h ie rro ” constituida
p o r el ferro carril, con lo que coincidía en la necesidad de una
colonización real del desierto. P o r eso vieron satisfechos que la
inm igración europea superaba las previsiones oficiales v sorprendía
dada la agitación reinante en el país. E ra una inm igración espon
tánea que se rad icó princip alm en te en Buenos Aires v en m enor
m edida en Santa Fe y E n tre Ríos. Para ella el gobierno no previo
ningún régim en especial en m ateria de tierras ni en ningún o tro
orden. U na excepción a esta característica fue la inm igración
galesa que, debidam ente planeada, se estableció en 1865 en el valle
del C h u b u t, donde subsistió pese a sus padecim ientos iniciales.
N o fue este el ú n ico m om ento en que el gobierno dirigió su
atención hacia la Patagonia. E l com andante Piedrabuena exploró
am pliam ente la región, afirm ando la soberanía argentina v se dictó
105
una lev declarando federales los territo rio s no incorp orados a las
provincias, previendo la ocupación de nuevas regiones.
Llegado el año 1866, el problem a de la sucesión presidencial La sucesión
presidencial
com enzó a agitar el am biente político. El general U rquiza surgía
com o el candidato natural del p artid o Federal. Los autonom istas
propiciaron la candidatura de su jefe, A dolfo Alsina. El partido
N acionalista se inclinaba p o r Elizalde. O tro s dos m inistros, Raw son
v Costa eran candidatos potenciales, v no faltó quien alentara la
candidatura de M arcos Paz, pese al im pedim ento constitucional.
En un p rim er m om ento Elizalde se veía favorecido p o r las
provincias cuvanas v to d o el n o rte argentino que respondía a la
influencia de los T aboada, con lo que reunía casi la m itad de los
electores. Alsina contaba con Buenos Aires v Santa Fe v U rquiza
con C órdoba, C orrientes y E n tre Ríos. Pero el vicepresidente
logró que T aboada le transfiriera el apoyo que había dado a Eli
zalde, con lo que llegó a c o n ta r en su haber con 58 electores
posibles.
La im prevista m uerte de M arcos Paz restableció parcialm ente
las perspectivas de Elizalde, en ta n to que Alsina m ejoraba su situa
ción a costa de U rquiza. Para éste, Alsina encarnaba las peores
corrientes del porteñism o, p o r lo que se m anifestó dispuesto a
entenderse con Elizalde, p ero no se pusieron de acu erdo sobre el
candidato a la vicepresidencia. En esas circunstancias, v cuando
Elizalde parecía ser el hom bre de las m ayores posibilidades, Lucio
V . Mansilla lanzó la can d id atu ra de D om ingo F. Sarm iento, en
tonces m inistro argentino en los Estados U nidos. Esta candidatura
había surgido en los cam pam entos m ilitares en el Paraguay, a
espaldas del Presidente, v respondía a la idea de sup erar el anta
gonism o en tre porteños y provincianos, consagrando a un político
provinciano que gozaba de gran p redicam ento en Buenos Aires.
C onsultado M itre p o r G u tié rre z sobre los candidatos, respondió
desde T u v ú -C u e el 28 de noviem bre de 1867 con un “ program a
electoral” —mal llam ado testam ento político — donde proclam aba
su prescindencia en favor de los distintos candidatos liberales. Des
calificaba M itre la candidatura de U rquiza p o r estim arla reaccio
naria, pese a lo cual anunciaba que sólo le o p o n d ría su autoridad
m oral; tam bién se pronunciaba co n tra el candidato autonom ista,
aunque reconocía que esa candidatura tendría validez si fuera
ratificada p o r una m ayoría. Luego pasaba revista a los demás can
didatos liberales v concluía que el m ejor sería aquel que reuniese
el m ayor núm ero de votos espontáneos. De no ser consagrado por
i r\c.
esa vía, decía, sólo dará o rigen a su d erro ta o en caso con trario
a un gob iern o raq u ítico y sin fuerza, y en últim o térm in o , frente
a U rquiza, sólo daría lugar a un gobierno de com prom iso. Si el
p artido L iberal no era capaz de p ro c e d e r c o rrectam en te m erecería
su d errota
pues para escam otear la soberanía del pueblo, desacredi
tan d o la libertad y desm oralizar el g obierno dándole por
base el fraude, la co rru p ció n o la violencia, ahí están sus
enem igos que lo harán m ejor,
La negativa de M itre a a p o y ar un candidato desorientó a Eli-
zalde. A la vez los m ilitares en tre quienes había surgido la candi
datura de Sarm iento se consideraron en libertad de proceder.
A rred o n d o p rom ovió revoluciones en C órdoba y La Rioja para
asegurar la o rientación de los respectivos electores. P or vez p ri
m era, el ejército , o al m enos alguno de sus m iem bros destacados,
se co n v ertían en un fa c to r p o lítico , utilizando la fuerza de la ins
titu ció n en la contienda electoral. Lo curioso de este caso es que
tal proced im ien to se da al m argen de la v oluntad del jefe del
Estado.
E ra la p rim era vez que se daba en el país una auténtica co n
tienda electoral presidencial. C uando las provincias cuvanas se in
clinaron p o r S arm iento, hasta entonces candidato sin partido, pero
cuyas posibilidades crecían, Alsina consideró o p o rtu n o llegar a un
acuerdo co n sus sostenedores. De ese acuerd o surgió la fórm ula
Sarm iento-A lsina, que p restó al sanjuanino to d o el apoyo del p a r
tido A utonom ista y de los electores porteños. Llegado el m om ento
de la elección. Sarm iento o b tu v o 79 votos —electores de Buenos
Aires, C órdoba, to d o C uyo, La R ioja y J u ju y —, U rquiza 26 —E n
tre Ríos, Santa Fe y Salta— y Elizalde sólo 22 votos de Santiago del
E stero y C atam arca, lo que vino a dem ostrar, aparte del fracaso de
los T ab o ad a en su zona de influencia, la p érd id a de prestigio del
p artido M itrista, com o consecuencia de las agitaciones interiores
y de los sacrificios im puestos p o r una g u erra im popular. Para la
vicepresidencia, Alsina logró 82 votos co n tra 45 de P aunero, can
didato nacionalista.
La política exterior
y el m undo am ericano
107
tienen buenas relaciones que p erm iten rever parcialm ente, el tratad o
de paz firm ado p o r la C onfederación. En éste, A lberdi había adm i
tido com o prin cip io de la nacionalidad el jus sanguinis, según el
cual un nativo seguía la nacionalidad de sus padres, principio
harto peligroso para un país que necesitaba de la inm igración v
que va entonces tenía dos tercios de extranjeros en la población
de su ciudad más populosa. M itre encom endó a M ariano Balcarce
la revisión de ese aspecto del T ra ta d o v, p o r uno nuevo firm ado
en setiem bre de 1863, logró el reconocim iento del fus soli, que
establece que la nacionalidad es la del lugar de nacim iento.
Estas buenas relaciones, que no excluían intensas vinculacio
nes com erciales en las que G ra n Bretaña ocupaba un destacadísim o
lugar, eran el indicio no sólo de que los gabinetes europeos habían
abandonado la política de fuerza p racticada tres lustros antes, sino
de que A rgentina estaba en tra n d o en una nueva etapa de su
desarrollo nacional donde sería más independiente políticam ente
de E uropa y desarrollaría su p ro v e c to nacional según cánones p ro
pios, vuelta sobre sí misma y sobre los estados vecinos.
En la m edida en que dism inuye la gravitación europea, aum en
ta la im portancia de los países am ericanos en la determ inación de
una política internacional. E n consecuencia, es o p o rtu n o establecer
cuáles eran las líneas básica« en que se m ovían esas naciones.
Los Estados U nidos, después de su g uerra con M éxico v de El panorama
americano.
su colosal expansión hacia el P acífico, se habían visto envueltos Estados Unidos
en la gu erra de Secesión, donde no sólo se jugaba el fu tu ro de la
esclavitud en el país, sino que se oponían los Estados industriali
zados del n o rte a los Estados rurales del Sur, v los criterios p ro
gresistas y liberales de los prim eros co n tra la m entalidad tradicio-
na lista de los segundos. Esta g u erra -no careció de resonancias
internacionales v obligó al presidente L incoln, v encedor final en
la contienda, a desentenderse de m uchos otros problem as, en p ar
ticular aquellos referentes al resto del pontinente am ericano.
Esta circunstancia fue aprovechada p o r Francia, donde la res Liberales
y conservadores
tauración napoleónica había insuflado nuevas tendencias im peria en Latinoam érica
listas, a ten ta r suerte en M é x ic o , donde apoyó al secto r conservador,
que con la adhesión d e (la Iglesia trataba de re c u p e rar el poder
que había pasado a m anos del m ovim iento liberal, cuva cabeza
era Benito Juárez. Se p ro p o n ía N ap o leó n III establecer en M éxico
un antem ural católico v latino a la influencia sajona v protestante
de los Estados U nidos, del que Francia fuera el p ro te c to r. Así
nació bajo la p ro tecció n de las armas francesas el Im perio de
¡Maximiliano que no p u d o vencer la resistencia juarista. En 1866,
habiendo term inado E stados U nidos su g u erra civil, com enzó a
terciar en el problem a m exicano, apoyando a los liberales rep u
blicanos. Francia, que veía a la vez com plicarse el horizonte eu ro
peo (g u e rra austro-prusiana) o p tó p o r retirarse v librar a M axi
m iliano al ap o v o conservador, lo que d eterm inó su d erro ta v
fusilam iento.
La im posición del liberalism o en M éxico distaba de ser un
fenóm eno aislado en A m érica. Si tras las guerras de em ancipación,
seguidas de procesos anárquicos, había sucedido en casi todos los
países regím enes de tip o conservador, frecu en tem ente autocráticos,
la estabilidad o el p rogreso de aquellas sociedades v los excesos de
los gobiernos com enzaron a g en erar hacia la m itad del siglo el
debilitam iento de aquéllos y el alza de los regím enes liberales.
Ya hem os visto cóm o se im pone el liberalism o en A rgentina.
T am b ién en V enezuela se derru m b a el conservadorism o hacia 1850
dando lugar a un liberalism o federalista y anticlerical. Lo mismo
o cu rre en C olom bia, donde los liberales g o biernan desde 1850 v
desde 1861 a 1880 lo hace el ala extrem ista del partido. En Chile,
el conservadorism o gob ern an te, progresista en lo económ ico v cu l
tural, transa hacia 1861 co n los liberales iniciándose así una tra n
sición que diez años después daría a Chile el prim er presidente
liberal, Z añartú. Incluso el Im perio del Brasil ha alternado en el
g obierno elem entos conservadores v liberales, pero a p artir de
1863 estos últim os se aseguran en el g obierno que les pertenecerá
hasta después de la g u erra de la T rip le Alianza, cuando la influen
cia del duque de Caxias inclinará o tra vez la balanza hacia los
conservadores.
Esta revisión nos p erm ite inscribir el cam bio operado en A r
gentina en 1861-2 d e n tro de un m ovim iento continental p ro
liberal. Los únicos países que se han sustraído a ese proceso son
Bolivia, Perú y E cuador. Bolivia se g o b ern ó en esta época sobre
la base de un p o d er militar,, que se apoyaba circunstancial v alter
nativam ente en elem entos oligárquicos o populares. Perú respondió
de 1845 a 1875 a una p lu to cracia conservadora que basaba su
sistema económ ico en la explotación del guano v que se caracterizó
por cierta co rru p ció n adm inistrativa que desem bocó en contiendas
civiles. E cuador, p o r fin, con o ció bajo la égida de G a rc ía M oreno
(1860-75) una dictad u ra conservadora v católica, progresista en
lo económ ico v afrancesada en lo cultural.
A m érica había crecid o considerablem ente en los últim os años. Potencial
de América
Brasil tenía 10.000.000 de habitantes, M éxico era el país más po
blado de la A m érica española, Colom bia frisaba los 3.000.000 de
habitantes, Perú tenía 2.600.000, Chile 2.000.000 v V enezuela
1.800.000. La R epública A rg en tin a apenas igualaba las cifras de
este últim o E stado al p rom ediar la década del 60. El aporte inm i
grato rio recién em pezaba a hacerse sentir v p o r lo tan to nuestro
país era uno de los m enos poblados de A m érica. T am bién la vida
económ ica de estas naciones había tom ado cierto vuelo. Chile co
menzaba su desarrollo m inero, Perú vivía del guano, C olom bia
com enzaba su desarrollo cafetero , Paraguay exportaba bajo m ono
polio estatal tabaco y y erb a m ate. La p ro d u cció n agropecuaria
argentina estaba todavía cen trad a en la exportación de p roductos
del ganado bovino y ovino. L atinoam érica era en su totalidad
exportadora de m aterias prim as cu y o principal co m p rad o r era
G ra n Bretaña. Los intereses e influencias de los Estados U nidos
eran variados según las regiones del contin en te y se debilitaban
hacia el extrem o sur, en tan to que el desarrollo industrial francés
daba lugar a un m arcado acrecentam iento de sus relaciones c o m er
ciales con A m érica latina.
H acia 1856 y a causa de las actividades del pirata W a lk e r en El hispano
am ericanism o de
A m érica C entral, se firm ó un T ra ta d o C ontinental entre Perú, las naciones
del Pacífico
Chile y E cu ad o r, tendiente a fo m en tar la unión hispano-am ericana
y a e n fren tar la agresión europea. C uando en 1861 los dom inicanos
decidieron reinco rp o rarse a España, Bolivia se in co rp o ró al T r a
tado, y sus firm antes co nvinieron en p ro m o v er una gran alianza
latinoam ericana a través de un C ongreso que se reunió en Lima,
al que co n c u rrie ro n aparte de las naciones ya nom bradas, V ene
zuela, Colom bia y G uatem ala. Los organizadores excluyeron ex
presam ente a los Estados U nidos:
N ada político —explicaba el boliviano M edinacelli—
era m ezclar en el asunto a la A m érica Inglesa cu y o origen
es distinto, cuyos intereses son igualm ente distintos v, q u i
zá, opuestos a los nuestros, cu y o p oder colosal, sobre todo,
es tem ible. ¿A qué m ezclar al fuerte, cuando se trata de
asociar a los débiles para que dejen de serlo ?4
Identificación
La alianza estaba dirigida a c o n ten er a E u ro p a y cuando el con Europa
gobierno argentino recibió la invitación la rechazó (noviem bre de y repudio del
panam ericanism o
1862) afirm ando que respondiendo el p ro y ectad o C ongreso a un
111
político v casi p erm anentem ente en el plano económ ico, aunque
desde la Prim era G u e rra M undial acrecerá la relación con los Es
tados U nidos en d etrim en to p aulatino de las potencias europeas.
Pero no se agota ahí la posición de M itre; al desahuciar al am eri
canism o com o form a de acción política com ún v form u lar el
principio de “ bastarse a sí m ism os” v auxiliarse según “ las circuns
tancias y los intereses de cada país” estaba afirm ando una verdadera
autarquía nacionalista —que enraiza en el particularism o de la p ra
xis federal— antecedente cie rto del fu tu ro aislacionalismo argentino
frente a las dem ás naciones am ericanas y uno de los elem entos
integrantes de la “política de no in terv en ció n ” defendida p o r nues
tra cancillería en este siglo.
Identificación con E u ro p a y autarquía nacionalista no eran,
al parecer de M itre, térm inos incom patibles. Los países am ericanos
no podían o fre c e r p o r entonces nada co n creto al interés argentino,
m ientras que E uropa era la fuen te de su com ercio, de los capitales,
de los inm igrantes que el país necesitaba y de la cu ltu ra que p rac ti
caba. Y en la opción práctica que realizaba p arecería que M itre
intuía o tra constante de la política am ericana —la acción com ún del
“g ru p o del P acífico ”— cu ando hacía referencia en o tra parte de los
docum entos citados a la necesidad del apoyo n o rteam ericano para
una “política del A tlán tico ” .
C onform e a este planteo, y teniendo presente las dificultades
crecientes de la situación u ruguaya, com plicada p o r la in terven
ción de Brasil y Paraguay, M itre se desentendió de la gu erra que
com o consecuencia de la ocupación de las islas Chinchas y el
bom bardeo de V alparaíso p o r la escuadra española, se desató entre
C hile y Perú p o r un lado y España p o r el o tro . N o terciaro n en
el conflicto los demás participantes del C ongreso A m ericano, lo
que en cierto m odo ratificó la opinión de M itre sobre la inoperan-
cia del am ericanism o que, según él, va se había m anifestado en el
caso de las M alvinas, en la agresión anglo-francesa c o n tra la C on
federación, en la intervención francesa en M éxico v en el incidente
entre Paraguay v G ran B retaña.“
Las naciones
protagonistas
Brasil toma
la iniciativa
La guerra
i - i/ i
horas en los cuarteles, err 15 días en C orrientes, en tres meses en
A sunción.”
T u v o razón el h istoriador brasileño N a b u co cuando afirm ó
que nunca se había co n c re ta d o un tratad o tan fundam ental con
tanto apresuram iento. Exigidos p o r las circunstancias, se buscó
dar form a de hecho a la alianza. Ésta estuvo a p u n to de naufragar
por la cuestión del m ando de las tropas. C uando M itre dijo que si
el m ando suprem o no corresp o n d ía al presidente de la República
no había alianza, A lm eida cedió. C om o com pensación, T am andaré
recibió el m ando suprem o naval. El p ro p ó sito confesado de la
Alianza es “ hacer d esaparecer” el gobierno de López, respetando
la “soberanía, independencia e integridad te rrito ria l” del Paraguay.
Es la prim era vez en la historia, probablem ente, que se aplicó un
principio que si no igual, es niuv próxim o al de la “ rendición
incondicional”, pues no había posibilidad, alguna de un cam bio de
gobierno espontáneo en Paraguay. T am p o co se respetaba la inte
gridad te rrito rial desde que se fijaban los lím ites del Paraguay con
Brasil y A rgentina, con generosidad para los aliados. En realidad,
los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales
v o p taro n p o r la reclam ación más amplia. Casi inm ediatam ente de
firm ado el tratad o , Brasil reacciona y a su pedido se firm a un
p roto co lo reversible que establece que los lím ites argentinos —fi
jados sobre el río Paraguay hasta Bahía N e g ra — son sin perjuicio
de los derechos de Bolivia. Este p ro to c o lo es la prim era gran de
rrota argentina en la alianza. Brasil había p o r ella neutralizado los
derechos argentinos v creado un co n flicto latente con Bolivia.
T am b ién se pacta que Paraguay será obligado a pagar las
deudas de g uerra. Pero el grueso de las cláusulas del T ra ta d o no
está dirigido c o n tra P araguay sino al recíp ro co c o n tro l de los alia
dos, en clara m anifestación de la m utua desconfianza: ninguno de
los aliados p o d rá anexarse o establecer p ro te c to rad o sobre Para
g uay (cláusula 8^), no p o d rán hacer negociaciones ni firm ar la
paz p o r separado (cláusula 6^), se garanten recíprocam ente el
cum plim iento del tratad o (cláusula 17? ).
E n el T ra ta d o , M itre com etió un erro r: se declara, en una
frase elocuente y política, que la g u erra es c o n tra el gobierno de
López y no c o n tra el pueblo paraguayo. C u atro años después, en
la célebre polém ica con Juan Carlos G óm ez, M itre debió rectifi
carse: los argentinos no habían ido al Paraguay a d errib a r un tirano
sino a vengar una ofensa g ratu ita, a reconquistar sus fronteras de
hecho v de derecho, a asegurar su paz interio r y exterior, y habría
obrado igual si el invasor hubiese sido un g obierno liberal y civi
lizado. E ra la verdad tardía, p ero tam bién era cierto que se había
ido a la g u erra con m enos escrúpulos co n tra un “régim en b á rb a ro ” .
La c rítica del T ra ta d o no sería justa si no se agregara que los
brasileños qued aro n disconform es con él a raíz de los lím ites atri
buidos a nuestro país. Para el C onsejo de Estado im perial, el trata d o
es un triu n fo de la diplom acia argentina; para los intereses brasile
ños, un calam itoso convenio. A rgentina ha obtenido la m argen
oriental del Paraná hasta el Iguazú y la m argen occidental del
P araguay hasta el paralelo 20; ha logrado una fro n tera com ún con
el Im perio, lo que éste había tratad o cuidadosam ente de evitar.
N u n ca la A rgen tin a podía haber p reten d id o extenderse arriba del
río Berm ejo o com o m áxim o del Pilcom ayo. Los nuevos límites le
darán una influencia decisiva sobre el Paraguay. Sin em bargo, el
T ra ta d o ha sido ratificado v solo restaba al Im perio perm anecer
en guardia.
T ra s u n año y m edio de g u erra y estando ya los ejércitos alia
dos en te rrito rio p araguayo, la d erro ta p rácticam ente inevitable
im puso al m ariscal L ópez a p ro p o n e r una conferencia de paz al
general M itre, que se llevó a cabo en Y ataití-C orá el 12 de setiem
bre de 1866. M itre rem itió a la decisión de los gobiernos aliados,
p ero la conferencia fue in terp retad a en R ío de Janeiro com o un
inten to arg en tin o de n egociar una paz separada c o n tra lo estipu
lado en el T ra ta d o , p ero será Brasil quien años más tard e firm ará
la paz p o r separado, en una nueva ofensiva diplom ática co n tra la
A rgentina.
La d e rro ta de C u ru p aity conm ovió a los aliados que ya sopor
taban la presión internacional. P araguay se presentaba al m undo
com o la nación pequeña y sufrida que soportaba el asalto de los
dos colosos de Sudam érica. Las naciones del Pacífico la llaman
“ la Polonia am ericana” —antes alguien la llamó co n igual o m ayor
acierto “ la Prusia am ericana”— y censuran severam ente a los alia
dos. Éstos se dedican a rep o n er las pérdidas sufridas. Brasil aum enta
sus tro p as m ientras las provincias argentinas se sublevan y los
reclutas se desbandan. N o sólo no se reponen las bajas argentinas,
sino que la m itad del ejército es retirad o para dom inar la rebelión
interior. C uando p o r fin ésta ha sido contenida y M itre vuelve a
asum ir el m ando suprem o aliado, la prep o n d erancia m ilitar del
Im perio en el teatro de g u erra es enorm e. La m uerte del vice
presidente Paz obligó a M itre a resignar el m ando suprem o, y ya
no fue cuestión de p lan tear com o en 1865 que el m ando corres-
pondiera a un general argentino. N o se luchaba en nuestro te rri
to rio sino en el p araguayo, y las tres cuartas partes del esfuerzo-
de guerra corresp o n d ían al Brasil. F.1 m ando co rrespondió al ma
riscal m arqués de Caxias. A rgentina había p erd id o, por im perio
de sus circunstancias interiores, la con d u cció n m ilitar de la guerra
com o antes había perd id o su conducción diplom ática.
Las operaciones
militares
C aig u a tá
ia ng uin a
C oncepción
ray n C a m p a m e n to de Lóp ez
\ \
f U 'm*
o v i l l a Ig atim i
R osario
Luque C ara g u a ta y
A S U N C IÓ N *
R e n d ic ió n
3 0 - X I1-1861 \ /r P ir ib e b u y
P a rag uary
V illa Franc.
San F e rn a n d o
C u a rte l g e n e re ! de López
'G uerra d e la T rip le A lia n za . O p era c io n e s m ilita re s en te rr ito rio p a rag uayo.
tre m uertos y heridos y el resto prisioneros. Los vencedores se
c erraro n sobre U ruguayana, donde E stigarribia debió rendir su
división sin lucha el 18 de setiem bre, al ejército va com andado
p o r M itre.
Estas operaciones pusieron fin irrecusable a la am pulosa o fen Retirada paraguaya
siva paraguaya con la que el m ariscal L ópez pensaba d e rro ta r a los
aliados. E l 7 de o c tu b re dio o rd en de retirad a a la colum na del
Paraná donde el general R esquín reem plazaba a Robles. A fin de
mes los paraguayos habían recru zad o el Paraná. Influencia decisiva
en esta retirad a fue la d e rro ta naval del R iachuelo (11 de ju n io ),
donde el alm irante Barroso deshizo a la escuadra paraguaya, lo
que hizo tem er a López que sus tropas fueran cortadas en su reti
rada. Pero la escuadra brasileña contem p ló inerte el pasaje de los
paraguayos, e rro r que costó c u a tro años de d u ra lucha.
La g u e rra en tró entonces en una nueva etapa. El ejército alia Invasión
al Paraguay
do se c o n c e n tró en las cercanías de la ciudad de C orrientes para
p rep arar la invasión al te rrito rio enem igo, tras rech azar una in c u r
sión paraguaya (batalla de Corrales, 31 de enero de 1866). A p rin
cipios de abril, M itre había logrado reu n ir un ejército de 60.000
hom bres (30.000 brasileños, 24.000 argentinos y 3.000 u ruguayos)
con 81 piezas de artillería y disponía además de un ejército brasi
leño de reserva de 14.000 hom bres y 26 cañones, m andado p o r el
barón de P o rto A legre.
El desam paro m ilitar en que se habían en co n tra d o los aliados
al p rincipio de la g u erra no había sido ap rovechado p o r el mariscal
López. A l cabo de un año y m ediante un trem en d o esfuerzo habían Características
de esta guerra
levantado un ejército form idable, el m ay o r que hasta entonces
había visto Sudam érica en una cam paña. Los problem as logísticos
que presentaba la m ovilidad, abastecim iento y batalla de sem ejante
fuerza eran enorm es, to talm en te nuevos, y d ebieron ser resueltos
p o r el general M itre. Su solución co n stitu y ó tal vez su m ayor
m érito com o c o n d u c to r m ilitar.
Para los aliados, y en p a rtic u la r para argentinos y orientales,
la cam paña sobre el P araguay representaba un gén ero de guerra
igualm ente nuevo. U n te rre n o de bosques, selvas y esteros, espe
cialm ente apto para las operaciones defensivas y dificultoso para
la ofensiva, un clim a tro p ical cuyas nefastas consecuencias para la
salubridad de las tro p as p ro n to iba a sentirse: una gu erra, en suma,
especialm ente de infantería. Adem ás, los paraguayos contaban con
un cin tu ró n de fo rtificaciones que cerraba el cam ino hacia A sun
ción y que apoyaba u n extrem o sobre el río P arag u ay V el o tro
sobre los esteros, lo que exigía un esfuerzo artillero v la colabora
ción naval.
Los progresos técnicos que el arte bélico evidenciaba en
E uropa no habían llegado a nuestras tierras. Los beligerantes no
disponían de fusiles de re tro carg a ni de cañones de ánima rayada.
Sus armas eran más o m enos equivalentes a las utilizadas p o r los
ejércitos europeos en la g u erra de Crim ea diez años antes, o sea
anteriores a la revolución técnica m ilitar. Las fortificaciones para
guayas, aunque estaban lejos del nivel de sus equivalentes europeas,
dem ostraron ser plenam ente aptas para sus fines.
G u e rra de grandes masas hum anas, com o sus contem poráneas,
la de Secesión v la austro-prusiana, fue adem ás una guerra san
grienta p o r la tenacidad de los contendientes. C om batir co n tra un
tirano era un eufem ism o de los aliados, pues el m ariscal López tenía
atrás a to d o su pueblo, e invadido defendió su te rru ñ o con ve
hemencia.
Cruce
La m ejor ocasión que quedaba a los paraguayos era im pedir del Paraná
el cruce del Paraná a los aliados o arrollarlos ni bien pisaran la
m argen defendida p o r ellos. El general M itre planeó la operación,
una de las m ejores de la gu erra. M uchos de sus jefes, acostum brados
a o tro tip o de lucha, no co m p ren d ían lo que pasaba, v es ilustrativa
al respecto una carta del- general Flores:
13=5
A rrib o de in m ig ra n te s .
1 Ad
Pero no era el del rebelde e n trerrian o el único obstáculo que
el Presidente quería reconocer. Le molestaba particu larm ente el co n flicto con
“im perio” de los T aboada, p rolongación del de Ibarra, tío de los Taboada
aquéllos. A p oyado p o r el p artid o L iberal, constituía o tra entidad
intocable en la R epública co n tra la cual se lanzó Sarm iento con
inesperada prudencia. Envió p rim ero al norte al general Rivas
com o represen tan te suyo, con la m isión de dislocar la influencia
de T aboada fuera de Santiago del E stero. M anuel T aboada fue
quien prim ero p erd ió la paciencia v se quejó p o r carta al Presidente
en térm inos altaneros e hizo co n o c e r su carta a U rquiza v otros
políticos antes de ser entregada al destinatario. La respuesta de éste
no se hizo esperar. U só su viejo estilo de periodista v anonadó a su
adversario que supuso un p o d er trem en d o en quien así se atrevía
a hablarle. Sarm iento lo trataba com o pretenso geren te de las p ro
vincias del n o rte, y añadía:
C onozco m edianam ente su provincia, la tiranía cruel,
horrible, estúpida del m o n to n ero Ibarra, a quien V d. su
sobrino, ha sucedido inm ediatam ente, com o ai D r. Francia
han sucedido los L ópez, sus sobrinos, en el Paraguay, sin
que nadie haya podido ro m p er esas tradiciones de sumisión
que dejan los tiranos. Ésta ha sido la herencia de los T a-
boadas e Ibarras, hom bres creados así en el seno de p ro
vincias apartadas, acatados p o r todos los que le tem en,
llegan casi infaliblem ente en un m om ento dado, a creer
que es estrecho el te a tro de sus explotaciones, v em piezan
a volver la vista en to rn o suyo para asimilar provincias o
territo rio s al que consideran patrim onio; y entonces C o
rrientes, M atto G rosso, en tran a fo rm ar p arte de sus D o
minios. E sto sucedió ya en el P araguav-G uazú, e ignoro si
aquel N o rte de la R epública es ya el te rrito rio destinado
a red o n d ear u n b o n ito Paraguav-M iní.7
1A l
La cuestión decisiva se plan teó con la elección de diputados
nacionales p o r Buenos Aires, que llevaba com o candidatos a O cam -
po, Pellegrini, A lem , al arzobispo A neiros v al general G ainza.
Esa lista era el sím bolo de la alianza entre los autonom istas v el
g obierno, o si se prefiere en tre Alsina v Avellaneda. La elección
de feb rero de 1874 fue un v erdadero escándalo p o r la violencia
e irregularidad de su desarrollo. Los. nacionalistas d enunciaron
el fraude y pidieron la anulación de los com icios. Los resultados
m ostraban una lucha reñidísim a: 15.590 votos co n tra 15.099. Pero
se alegaba hasta el vuelco de las urnas v anomalías en los padrones.
El C ongreso no supo qué hacer con la elección. N o era la prim era
vez que se hacía una elección fraudulenta. P or fin, o p tó p o r no
anular las elecciones sino p ro c e d e r a un recu en to de votos. Se
anularon más de dos mil sufragios p o r partid o con lo que la v icto
ria quedó en manos autonom istas aunque p o r menos diferencia
aún: autonom istas: 12.906, nacionalistas: 12.642.
E n ese clim a de tensión y antes de que se hubiese aprobado la La elección
presidencial
elección de diputados, tu v o lugar en abril la elección presidencial.
La fórm ula A vellaneda-A costa logró 146 electores v la integrada
p o r M itre -T o rre n t, 79.
La d e rro ta grav itó tan to en el ánim o de los nacionalistas com o
la dem ora del C ongreso en decidir sobre la elección de diputados.
E n julio, el C lub C onstitucional, m itrista, lanzó un m anifiesto que
decía que había llegado el m om ento de que el p artid o aceptara la
lucha en el terren o de la fuerza al que lo arrastraban los “opreso
res” . A probadas las elecciones en agosto, los nacionalistas inician
tratativas co n jefes del ejército para una revolución.
El proceso tu v o un desarrollo aparentem ente paradojal. A ve La revolución
m itrista
llaneda había proclam ado antes de entonces:
. . . el derech o electoral falseado, la soberanía del pueblo
suplantada, tray en d o representantes que no son la expre
sión de la m ayoría . . . co n stitu y e una agitación peor que
las revoluciones a m ano armada."
M itre p o r su p arte había dicho en agosto a sus partidarios
para calm arlos: “ La p eo r de las votaciones legales vale más que
la m ejor revo lu ció n ” .
U n mes después, A vellaneda defendería la legalidad de la
elección y fustigaría la revolución, m ientras M itre, tras aclarar
que no cuestionaba la elección presidencial, iba a la revolución
i /IO
Los v ap ores de la e s c u a d ra g u b e rn is ta d u ra n te la rev o lu c ió n de 1874. La flo tilla
era c o m a n d a d a por el c o m o d o ro L u is Py. [ó le o re a liz a d o por A. S ilv e s trin i,
M u s e o N a v a l.) /•
l 40
avanzó sobre M endoza y en Santa Rosa, el 7 de diciem bre, con una
hábil m aniobra rod eó a A rre d o n d o y tom ó p o r asalto su cam po.
A vellaneda asum ió el g o b iern o en m edio de la revolución,
pero vencida ésta pidió al C ongreso una ley de am nistía. Iniciaba
A vellaneda la prim era faz de la política de conciliación.
La tarea no era sencilla. La división política había alcanzado
a la vida social, reuniéndose los nacionalistas en un nuevo Club
para no “codearse” con adversarios de su misma condición.
La designación de Casares —autonom ista m o d erado— com o La conciliación
g o b ern ad o r de Buenos A ires, facilitó los propósitos del Presidente.
En agosto de 1875 B ernardo de Irig o y en fue nom b rado canciller,
y com o segunda figura del autonom ism o secundó la obra de co n
ciliación. A l reto periodístico lanzado en tal sentido p o r La R e p ú
blica, el m itrism o respondió co n una condición: que el sufragio
fuera libre y la C onstitu ció n vigente. E n ese caso la conciliación
sería un hecho sin necesidad de proclam arse. C uando en plena
crisis financiera A vellaneda n o m b ró m inistro de H acienda a N o r-
b erto de la Riestra, viejo nacionalista, pareció que se daba un
nuevo y decidido paso hacia el acuerdo, p ero La N a ció n , c o n ti
nuaba su crítica incisiva c o n tra el gobierno. Los autonom istas se
dividieron a su vez sobre el problem a: los que seguían a Cam baceres
ap o yaron la política del P residente y los que acaudillaba A ristóbulo
del V alle se declararon co n trario s a la conciliación.
E n 1877 se d ictó la nueva ley de elecciones que si no era una
panacea satisfacía las exigencias más perentorias de los opositores.
A l leer su m ensaje al C ongreso, en m ayo de 1877, A vellaneda hizo
su m anifestación de fondo. N o sólo la política, sino la salud eco
nóm ica de la nación necesitaban de la conciliación. P ropuso una
política de “liberal toleran cia” , am nistía total, rein co rporación al
ejército de los m ilitares que actu aro n en la revolución del 74. En
fin, una política “para to d o s”, abandonando los gobiernos el cam po
electoral. E l 9 de m ayo se en trevistaron M itre y A vellaneda y
resolvieron la situación: el g o b iern o garantizaba los derechos cívi
cos y el nacionalism o se com p ro m etía a actu ar d e n tro de la ley.
La idea de la conciliación se abrió paso trabajosam ente. En
los partidos se delineaban alas intransigentes. La elección del nuevo
g o b ern ad o r de Buenos A ires fue la ocasión decisiva. Alsina y M itre
im pulsaron una lista m ixta. La fórm ula final, que triu n fó , llevó
al autonom ista Carlos T e je d o r para g o b ern ad o r y al nacionalista
Félix Frías para vice. E l secto r de del V alle y A lem o p tó por
repudiar la conciliación y separarse del partido, fundando o tro
i en
con el nom bre de R epublicano. Pero, el nuevo g o b ern ad o r no era
conciliador sino p o r la circunstancia. H o m b re vehem ente o in tran
sigente, p oco tard aría en ser protagonista de un grave conflicto.
En el nacionalism o, José C. Paz v Estanislao Zeballos tam bién repu
diaron la conciliación p ero sin lograr nuclear m uchos adherentes.
Sim ultáneam ente, en traro n al gabinete nacional Juan M. G u tié rrez
y R ufin o de Elizalde. El p ro p io M itre recibió sus entorchados de
general en acto público y en m edio de una dem ostración pública
notable. La conciliación había triu n fad o y A vellaneda, que siem pre
había hecho profesión de antipersonalism o, inauguraba el prim er
gobierno co n un sistema b ip artito , propiam ente dicho, de la R e
pública.
Sin em bargo, eso no alteraba la apatía política popular, que
alarm aba a La N a ció n . A nunciaba que si la conciliación no se
extendía a to d o el país, la próxim a elección presidencial no sería
una elección sino una revolución.
E n ese panoram a, la m uerte de A dolfo Alsina, en diciem bre de
1877, fue un explosivo p olítico. Le sucedió el general Julio A. Roca
en el M inisterio de G u erra. Los autonom istas conciliados o teje-
doristas y los nacionalistas reco n stru y ero n el viejo p artid o Liberal,
de donde habían nacido las dos fuerzas. El p artido R epublicano Fin de la
conciliación.
se desintegró. En setiem bre de 1878, el general G ainza convocó El P.A.N.
a una reunión para reco n stru ir el partid o A utonom ista. C oncu
rriero n S arm iento, Pellegrini, Sáenz Peña, Irigoven, R ocha, Alem,
del V alle y m uchos otros. Sarm iento bautizó a la reunión Partido
A u to n o m ista N acional. Este p artid o iba a ser el p u n to de apoyo
del general R oca en Buenos A ires y la estru ctu ra com plem entada
p o r la Liga de G o b ern ad o res, del interior. Desde o tro p u n to de
vista, era la m uerte de la política de conciliación.
La tarea política y adm inistrativa de este p eríodo term inó
con la realización de dos arduas empresas: la conquista del desierto
v la paz con el Paraguay.
Desde la presidencia de M itre existía la idea de recu p erar la La conquista
del desierto
fro n tera del río N e g ro para asegurar las poblaciones pam peanas
de los ataques indígenas y d ar nuevos cam pos a la explotación. Los
sucesos del país habían im pedido c o n c re ta r la idea. D urante la
presidencia de A vellaneda la presión popu lar se hizo m avor com o
consecuencia de los aportes inm igratorios y de los malones indí
genas. E l m inistro de G u e rra Alsina to m ó el asunto en sus manos
y en 1875 p ro p u so un plan de acción: avanzar la línea de la fro n
tera sur o cu p an d o lugares estratégicos v levantando en ellos pobla-
Córdoba
— -
C oncepción R osario
M endo za -(R ío IV)
San Luis La C a r lo ta /
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M o n te “
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G u erra
C a rm e n de P atag ones
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D u ra n te la s eg und a m ita d del siglo pasado la fo to g ra fía se in co rp o ra a los e le
m e n to s con q u e c o n ta m o s pa ra re c o n s tru ir el pasado. U n fo tó g ra fo a c o m p a ñ ó
a los e x p e d ic io n a rio s de 1879; a él d e b e m o s e s ta im a g e n de R oca y a lg u n o s
de sus o fic ia le s en e l c a m p a m e n to de H u a iq u e G n elo , R ío N eg ro , d u ra n te la
c a m p a ñ a d e 1879Í. [F o to g ra fía d e l A rc h ivo G e n e ra l de la N a c ió n .]
Europa y la
expansion colonial
i rr\
La acción del canciller prusiano significó, en ocho años v a La política
hism arckista
través de tres guerras victoriosas, la unificación de Alemania en
favor de Prusia, cu v o rev se co n v irtió en el “em p erador alem án”.
Es la época clave de la industrialización alemana, de la conducción
económ ica de D elbrück —sin la cual no se aprehende la política
general de Bism arck—, de los grandes estrategas v jefes militares
com o von R oon v von M oltke, v de un p erío do que llegó a
conocerse com o el de la “ E u ro p a de B ism arck". Se ha observado
con agudeza que Alemania articuló, a través del bizmare kism o,
un estilo y un m odelo político: arb itraje en tre las clases sociales,
pero tam bién una form a de dirigism o nacional. Resistió la te n ta
ción de las teorías británicas del internacionalism o liberal v ejecutó
una política interna e internacional relativam ente autónom a, con
la alianza en tre el Estado v los em presarios alemanes. El desarrollo
“espontáneo” a la m anera británica v de alguna de sus ex colonias
sería un proceso histórico excepcional v term inado hacia la mitad
del siglo xix. El desarrollo alem án, v tam bién el francés, se harían
antes de la Prim era G u erra M undial, a p artir de un “ desarrollo
planeado” en el que el Estado jugaría un papel decisivo com o
agente del proceso v com o á rb itro social. A eso añadía Bismarck
la imagen de un m ilitar triu n fa d o r e insaciable, dom inado por
la am bición g u errera. N o obstante, era esa im agen la que le servía
para im poner la paz, aunque convencido de ciertas cosas —com o la
enem istad hereditaria en tre Francia v A lem ania— que lo llevarían
a trab ajar en pos del aislam iento sistem ático de Francia. Pese a los
designios de Bismarck, sin em bargo, esa política no llevaría a la
paz. Alemania llegaría a p ro d u c ir un m odelo distinto del libera
lismo económ ico clásico que evocaba la G ran Bretaña de los siglos
x v i i i v xix, p ero el mapa de E uropa sufriría m odificaciones cons
La situación
am ericana
La Argentina
en el mundo
8 M c G a n n , Thom as, ob. cit., págs. 172, 202 y siguientes, donde se ha
llará una aguda descripción de las posiciones de los participantes.
9 Citado por M cG ann, ob. cit., pág. 280. La carta es del 18 de diciem
bre de 1898 y puede hallarse en “Pellegrini: 1846-1906. O bras”, tom o n,
pág. 512.
mismo Cañé una buena radiografía de los sentim ientos que ani
maban a quienes atendían los acontecim ientos am ericanos:
Mi estim ado am igo: usted es un buen observador que
no viaja im punem ente, com o tan to espíritu frívolo, v me
jor n a rra d o r de lo que ve v observa. H e leído, pues, con
verdadero g usto su carta del 7 de o c tu b re v no puede ser
más interesante v fiel la pin tu ra que en ella me hace del
estado político, social v económ ico de Colom bia v V ene
zuela que, p o r lo visto, recién ahora van p o r lo m ejor de
esa vía crucis, cay en d o tan p ro n to en el despotism o más
brutal com o en ía dem agogia más desenfrenada, de que
felizm ente nosotros hemos salido va sin haber descendido
ta n to com o ellas. Pero no hay que desesperar ni afligirse
inútilm ente. Esos pueblos que se revuelcan en la miseria
co n sus ilustres am ericanos, al fin se han de organizar y
co n stitu ir, m odificándose o (absorbidos) por la ola eu
ropea o vankee que no ha de ta rd a r en hacer sentir su
influencia. ( ....................................................................................... )
P or aquí to d o m archa bien. El país en to d o sentido se
abre a las co rrien tes del progreso con una gran confianza
en la paz y la tranquilidad públicas y una fe profunda en
el porvenir. Al paso que vamos, si sabemos conservar el
juicio en la prosperidad, que no han sabido conservar los
chilenos en sus triu n fo s m ilitares, p ro n to hem os de ser
un gran pueblo v hemos de llam ar la atención del
m u n d o ..
A rrogancia, optim ism o, creencia en la fatalidad del progreso,
sensación de dom inio de la situación v del porvenir. N i los rum ores
de una posible crisis con el Brasil inquietaban a una clase dirigente
confiada en que co n tro lab a la faz agonal de la política v en unn
era prolongada de “ paz v adm inistración".
El liberalismo
com o ideología
La generación del 8 0
y una nueva
"cultura política"
Factores
de transición
0) w
1880: Buenos Aire
capital leder
1 Maykk, Jorge Al.. A lberdi y sil tiempo. L.udeba, Buenos Aires, 1963.
pág. 864.
- S a n lc c i, l.ía I'.. Al., La renovación presidencial de IftXI). Editorial U ni
versitaria, l.a Plata. 1959, págs. 13 v 14,
El ran ch o era la v iv ie n d a p o p u
la r del in te rio r. La a rq u ite c tu ra
p o rte ñ a de fin e s de siglo c o n s ti
tu ía u n a m a n ife s ta c ió n de s o fis
tic a c ió n , fre c u e n te m al g u sto y
a lie n a c ió n c u ltu ra l.
1 OCT
el fraude era una práctica general. G ru p o s arm ados reco rren las
calles porteñas v se vota seis v más veces en una sola mesa por
ciudadano, “en m edio de las risas v la com plicidad irónica de los
m iem bros de la junta recep to ra de votos”, com o denuncia La
Prensa, para quien las urnas son “cinerarias de las libertades pú
blicas” .3 El am biente es de relativa tranquilidad en las provincias,
donde la situación se consideraba definida, pero de guerra en
Buenos Aires. l,a ciudad es un cam pam ento. Dos jefes del ejército
nacional —José I. Arias v Julio C am pos— se rebelan co n tra el
Presidente. N o sólo hav dos partidos: hav dos ejércitos.
El p artid o N acional se transform a en una fuerza conspirativa. La^ “ revolución"
80
Fracasa en C órdoba, donde intenta d erro car al g o b ern ad o r del
Viso, instalar una d ictadura m ilitar v actuar sobre las provincias
de la Liga. El gobierno nacional convoca a elecciones generales.
Las candidaturas vuelven a circular. Los “ republicanos” se dividen
entre Sarm iento v B ernardo de Irigoven. Avellaneda trata de c o n
vencer a Carlos T ejedor para que acepte la candidatura de su
am igo José M aría M oreno, v icegobernador de Buenos Aires, com o
candidato de transacción. Sarm iento no vacila en atribuirse “ la
autoridad para todos, la constitución restaurada, la lev, la fuerza"
v de paso añade que Roca es un general joven v un “ hom bre de
circunstancias”.
C ierto cinism o realista de los protagonistas no sólo frustra
una entrevista entre los candidatos que polarizan las fuerzas —Roca
V T e je d o r—, sino tam bién las tentativas desesperadas de Avellaneda
p o r evitar el co n flicto . R eúne a los notables: M itre, Sarm iento,
R aw son, A lberdi, V icente F. López, Frías, G orostiaga. M itre ataca
a Roca. Avellaneda v S arm iento lo defienden. Las líneas están
tendidas. Sobreviene la ru p tu ra que está en el am biente, com o
otro ra, en vísperas de Pavón. Se m ovilizan las fuerzas de Buenos
Aires v de la N ación. El coronel Y iejobueno com anda a los nacio
nales. O cupa puestos estratégicos en C hacarita v otros puntos de
la ciudad; tom a San N icolás, bloquea Rosario v separa a Buenos
Aires de su aliada C orrientes. Es el reverso de Pavón. M itre se
define, naturalm ente, p o r Buenos Aires. E ntra en negociaciones con
C orrientes v arregla las siguientes bases:
- C orrientes hace suva la resistencia que Buenos Aires
sostiene para im pedir el triu n fo de la candidatura de Roca.
2* - O b ten er ese resultado d en tro de la paz v el respeto
a las autoridades nacionales. 3® - R espetar la unidad nació-
S a n lc c i, L ía l\. A l., oh. c i t pájjs. 96 y 97.
r
4 M useo M itre, A rch ivo Inédito de Mitre, D ocum ento 10703 (Cit. por
Sanucci, ob. cit., pág. 155).
5 A le m , Leandro N ., O bra parlam evtaria. La Plata, 1949, tom o m.
pág. 209.
La “ c u e s tió n C a p ita l" se re s o lv e ría en fa v o r de un po der n a c io n a l c o n s o lid a d o
y fu e r te , con sed e en la c iu d a d -p u e rto . S e ría , al cabo, la c irc u n s ta n c ia n e c e sa ria
p ara a fir m a r el p o d e r de R oca y los lib e ra le s . P ero h a c ia 1880 e ra a ú n una
c iu d a d “ p a tr ia rc a l” . . .
La cuestión religiosa in tro d u ce, p o r cierto tiem po, una cuña “ Liberales’ ’
y "C lericales"
que divide a los “clericales” de los “anticlericales” o “ liberales”
—usada peyorativ am en te esta palabra p o r los católicos, v a p artir
del sentido que le atrib u ía G o v en a—, v m otiva en el 82 la renuncia
de P izarro, católico m ilitante, que deja el cargo del M inisterio
relacionado con el cu lto y la educación al agnóstico y cáustico
E d u ard o W ild e. E n el m ism o año se realiza el C ongreso Pedagógico
y en él se plantea una contienda ideológico-religiosa en to rn o de
la inclusión o exclusión de la enseñanza religiosa en las escuelas
que co n stitu y e un an tecedente im portante para co m p ren d er la
sanción de la ley 1420. E n el 83 m uere el adm irable E squié, y
m onseñor Clara es designado vicario capitu lar de C órdoba. C uando
el g o b ern ad o r G av ier designa a la señora A m strong, de fe pro tes
tante, presidenta del C onsejo P rovincial de E ducación de dicha
provincia, el vicario Clara pro h íb e a los fieles enviar sus hijas a la
Escuela N o rm a l regida p o r aquel C onsejo. El gobierno nacional
reacciona con violencia, considera la pastoral de Clara com o un
alzam iento c o n tra sus deberes de “funcio n ario p ú b lico ” y decreta
la separación del V icario del g obierno de su diócesis, ordenando
su procesam iento p o r el juez federal de C órdoba. N o fue suficiente
un principio de arreg lo en tre autoridades eclesiásticas y las maes
tras p ro testantes de la Escuela N orm al. C lara dio otra pastoral
declarando nulo el d ecreto de destitución; en el Senado, Pizarro
v del V alle critican al g o b iern o v “ La N a c ió n ” pone de relieve
la excesiva vehem encia oficial. Pero las líneas de com bate estaban
i qq
tendidas. El g obierno am onesta a las m aestras que habían tratado
de a y u d ar a la superación del co n flicto , deja cesantes a profesores
universitarios cordobeses p o r ad h erir a la posición de Clara v a
José M anuel E strada en su cáted ra de D erecho C onstitucional por
haber defendido los derechos de la Iglesia. Los liberales g o b ern an
tes im ponían, pues, su versión ideológica com o d o ctrin a de Estado,
vulnerando incluso la libertad académ ica. Y la Iglesia padecía el
esfuerzo de adaptación a nuevos tiem pos de secularización a los
que no estaba acostum brada. La “g u erra religiosa” culm inó con la
expulsión del nuncio M attera y con la suspensión de las relaciones
oficiales en tre el E stado arg en tin o y la Iglesia C atólica, que queda
ro n interrum pidas p o r largos años. T o c ó al m ismo Roca, en su
segunda presidencia, rep arar un exceso político que aceleró la
cohesión del g ru p o católico, lo co n v irtió en p artid o político, v
llevó al periodism o a través de “ La U n ió n ” la prédica antioficia
lista de E strada, G o y en a, M iguel N a v a rro V iola, Em ilio Lam arca,
Santiago E strada, T ristá n A chával R o d ríg u ez y A lejo N evares. La
cuestión religiosa tendría, al cabo, serias consecuencias políticas
para el oficialism o, pues daría regularidad sistem ática a la crítica
m oral c o n tra el régim en. La contienda ideológica había llegado
a la opinión pública, y el oficialism o recibió el ap o y o de “ El N a
cional”, donde escribía Sarm iento, p eriódico fundado p o r iniciativa
de R oque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini. La polém ica llegó a
co n fu n d ir a hom bres que, con el tiem po, se alistarían en posiciones
distintas, superado el ofuscam iento intelectual que aquélla produjo.
V inculada con la cuestión religiosa y con influencias del co n La reforma
educativa.
to rn o internacional, aunque discernible de éstas, la reform a edu Ley 1420
cativa se en trev eró con el litigio ideológico hasta el p u n to de
qu edar difusos algunos p ropósitos de la misma que trascendían los
conflictos de la época. E l C ongreso Pedagógico convocado en el
81 tenía un p ro g ram a exigente: determ in ar el estado de la educa
ción com ún en el país y las causas que im pedían su m ejor desarro
llo; hallar m edios p rácticos para rem over tales causas; definir la
acción e influencia de los poderes públicos en el desarrollo edu
cativo, teniendo en cuenta el papel que les atribuía la C onstitución
y los estudios de la legislación vigente en la m ateria, y las reform as
aconsejables. Sus conclusiones señalaban la necesidad de que la
enseñanza en las escuelas com unes fuera gratu ita y obligatoria, que
respondiese a un p ro p ó sito nacional en arm onía con las institucio
nes del país, que contase co n rentas propias y que contem plase
reform as pedagógicas apropiadas, incluso a la educación rural, a la
enseñanza para los adultos, a la educación de los sordom udos v a
la m odificación de program as v m étodos de enseñanza.
En el clim a de co n flicto del m om ento, el C ongreso se prestó
para que sus debates derivasen hacia la discusión de la enseñanza
religiosa en las escuelas v para que la fórm ula que luego usaría
la lev 1420 —que no im pedía la enseñanza religiosa aunque la
hacía optativ a— le atribuyese el signo de bandera del liberalismo
decim onónico en el ord en cultu ral v la denom inación excesiva de
“ ley de la enseñanza laica” . E n cam bio, las pasiones derivadas
de la polém ica o scurecieron la im portancia de dicho instrum ento
legal en orden a la “nacionalización” de una sociedad transform ada
p o r la inm igración v a la difusión de valores com unes en m edio de
la crisis de identidad nacional antes descripta.
C uando en 1883 se realizó el censo escolar nacional, co m p ro
bóse que sobre casi m edio m illón de niños en edad escolar había
124.558 analfabetos, 51.001 sem ianalfabetos v 322.390 alfabetos.
La lev 1420 fue una de las bases sobre las que se c o n stru y ó un
sistema educativo que situó a la enseñanza prim aria argentina entre
las de m ejor nivel en el m undo. A los diez años de su aplicación,
el índice nacional de analfabetism o había descendido al 53,5 '/
y en 1914 je hallaba en el 35 '/<. C on el tiem po, y sin m inim izar
la sinceridad de los defensores d o ctrinarios de las posiciones de
cada parte, quizás deba m erecer la atención del h istoriador una
confesión deslizada p o r el dip u tad o Lagos G arcía en medio de los
debates del C ongreso:
D ebo decirlo con franqueza: la cuestión que se debate
no es cuestión de escuela atea; no es tam poco cuestión
religiosa siquiera . . . es sim plem ente una cuestión de dom i
nació n .1"
La sociedad económ ica no vivió zozobras ideológicas, porque La sociedad
económica
el liberalism o de los g o bernantes era consecuente con los postula
dos del liberalism o económ ico casi tan to com o en la práctica sería
¡lL
La crisis de 1890
1AO
A u tó crata y liberal, Ju árez Celm an expresó con igual fra n
queza sus creencias económ icas.
ir
N o s hemos dejado ro b ar hasta que nos han dejado en
cueros y llegarem os a so p o rtar el ham bre sin acordarnos
que som os hom bres y ciudadanos. N o hay diez juariztas
en Buenos A ires y si tú llamaras a la plaza al pueblo para
que vote o para que pelee no se reunirían cincuenta op o
sitores espontáneam ente. Les hablas de elecciones: para
qué nos vamos a p o n er en ridículo, te contestan. Les ha
blas de revolución y te p reg u n tan si cuentas con el e jér
cito . . .28
Sin em bargo, C añé advertía contradicciones notorias entre las
m anifestaciones de del V alle y sus trabajos de co n sp irad o r; entre su
escepticism o respecto del estado de la opinión pública y el resul
tado del m itin en el Ja rd ín F lorida del 1*? de setiem bre de 1889 en
el que habían estado presentes del Valle, V icen te F. López, Pedro
G o y en a y L eandro N . A lem convocados p o r la “ U nión Cívica
de la J u v e n tu d ” que, com o había previsto uno de sus anim adores
—F rancisco B arroetaveña—, generó la U nión Cívica?" C añé no se
engañaba. Poco m enos de un mes después recibía o tra carta de
del V alle, escrita luego del fam oso m itin del 13 de abril de 1890 en
el F ro n tó n Buenos A ires, donde más de diez mil personas —cifra
im p o rtan te para una reu n ió n política de la época— testim oniaron
la con stitu ció n definitiva de la U .C. Parece o tro el que escribe.
V alle atrib u ía a los clam ores de la opinión y a la proxim idad del
m itin la caída del m inisterio de Ju árez C elm an, ocu rrid a el día
an terio r a la reunión p opular. N o sólo ren u n ció el gabinete, sino
que a proposición de Pellegrini, R oca y C árcano re tiraro n sus
candidaturas. Del V alle rescataba al “G rin g o ” —así llam aban a Pe
llegrini— de tanta especulación:
Roca se ha ejecutado con bastante buena voluntad apa
ren te y C árcano c o n tra to d o su q u e re r y el de sus amigos;
en cu an to al G rin g o creo que se ha m ovido p o r un senti
m iento p atrió tico y para salir de una situación difícil. V eía
llegar la revolución y no sabía qué hacer. ¿Con el gobier
no? Bien sabe oue son unos bribones. ¿Con la oposición?
Sería tachado de traid o r. Más vale salvar al país de una
1 17
y el coronel Figueroa votaron p o r (Mitre. Este d ato es im portante
en lo relativo a Cam pos, pues Lisandro de la T o rre evocará los
sucesos m uchos años después y explicará la defección del general
Cam pos en la cond u cció n de las operaciones del Parque desde las
filas revolucionarias, a p a rtir del m om ento en que se habrían im
puesto soluciones que im pedirían un cam bio p acífico v deliberado,
v p o r lo tan to co n d u cirían al enfrentam iento arm ado hasta un
pu n to sin reto rn o . Según la in terp retació n de de la T o rre , Campos
V R oca pensaban en la candidatura de M itre, viable m ientras en
el “gobierno provisional” de los revolucionarios se hubiera elegido
a aquél o a L ucio V. López, e im pensable al elegirse a A lem .3-
La estru ctu ra del m ovim iento cívico-m ilitar era, pues, hetero
génea, su p rogram a difuso v su organización deficiente. El 17 de
julio los com plotados se reunieron para fijar la fecha del levanta
m iento. En p rincipio se fijó el 21 de julio. El arresto de Cam pos
V la delación de Palma obligaron a suspender el m ovim iento. Éste
pareció desarticularse con el traslado dispuesto p o r Levalle de
diversos oficiales a destinos distantes, p o r él desplazam iento de
batallones fieles sobre o tro s sospechosos v p o r la estricta vigilancia
policial de la ciudad. El aparato represivo del g o b ierno se puso en
m archa para n eutralizar la revolución. Cam pos, m ie n tra s' tanto,
recibía la visita de com plotados v de amigos, que duraban cinco
m inutos en cada caso. De p ro n to lo visitó R oca: estuvo a solas con
él cerca de una hora. Visita decisiva y escrutable sólo p o r presun
ciones: C am pos fue sorpresivam ente liberado, la revolución se re
solvió el 25 v estalló en la m adrugada del 26 de julio. A las 4 de
la m añana, pequeñas fuerzas de com plotados se dirigieron hacia
el Parque de A rtillería —em plazado donde h ov se encuentra el
Palacio de Justicia—; una colum na era encabezada p o r el c o ro
nel Figueroa —que tam bién había escapado de sus custodios—,
p o r el teniente Señorans, p o r el subteniente U rib u ru v p o r los
civiles del Valle, L ucio V. López e H ip ó lito Y rigoyen. O tra co
lum na de cu atro cien to s civiles llevaba a la cabeza a L eandro N .
Alem . A la colum na de F igueroa se in co rp o ró el general Cam pos,
con el 10 de Infantería, a la altura de la R ecoleta. C erca de mil
hom bres iban hacia el Parque, donde p ro n to reinaría cierta n er
viosa algazara de gente cu b ierta con un sím bolo provisorio adqui
rido en una tienda cercana: boinas blancas. Pero el m ovim iento
T I O
revolucionario, recuerda de la T o rre , se paralizó una vez llegado
al Parque, “e rro r que determ in ó la d erro ta".
La suspicacia es odiosa —escribe Lisandro de la T o r r e -
p ero no es posible aceptar, así no más, que lo inexplicable
sea casual v que los historiadores en vez de explicarlo lo
desdeñen. Ñ o se trata tam poco de excluir los móviles ele
vados v desinteresados. Podría haber tenido allí com ienzo
lo que seis meses después se exteriorizó con el nom bre de
solución nacional para suprim ir la lucha. El hecho es
que . . . el jefe m ilitar resolvió apartarse del plan conve
nido que consistía en atacar a ¡as fuerzas del gobierno
apenas estuviera term inada la co n cen tración de las tropas
revolucionarias en la Plaza Lavalle. En vez de hacerlo, se
dispuso intim arles rendición p o r m edio de notas que lle
varon a los respectivos cuarteles em isarios civiles. Se o r
denó en seguida que la tropa “ch u rrasq u eara” v m ientras
llegaba la carne se tocó el him no nacional. Y esas vacila
ciones no tenían su origen, sin duda, en que al general
Cam pos le faltara valor para a ta c a r . •. ,:1:l
Las fuerzas del g obierno, m ientras tan to , contaban con la c o n
ducción enérgica y eficaz de Levalle v Pellegrini, buena inform a
ción sobre los sucesos v la m ano férrea del jefe de Policía C apde-
vila. M ientras en el Parque el jefe m ilitar de la revolución esperaba
del o tro lado “ algo que no sucedió” y surgían desinteligencias v
disputas en tre los co n d u cto res civiles v m ilitares, el gobierno actúa
con frialdad v cada uno asume su papel: Ju árez Celm an es enviado
a Cam pana; en R etiro, con la presencia de Roca v del vicepresi
dente Pellegrini, se celebra un acuerdo de m inistros. En el m om ento
de las decisiones. Roca aparece al frente del g ru p o v Pellegrini con
Levalle a la cabeza de la represión. El V icepresidente tom ó el m an
do político v el m inistro de G u e rra el m ando m ilitar. A prueban un
plan de ataque del coronel G arm endia. Al ano checer se cuentan
ciento cincuenta m uertos v más de trescientos heridos. El Presi
dente vuelve a la casa de g obierno v com isiones m ediadoras que
integran R oca, Pellegrini, R ocha, Alem v del Valle pactan una tre
gua para posibilitar un acuerdo. La revolución, perdida la ocasión de “ El triu n fo
y la victoria
la sorpresa, había fracasado, pero el g obierno estaba, según la g rá llo ra n ". (Byron)
Los ochocientos
días de Pellegrini
'•% yl
p o der establecido, en el m inisterio de G u e rra v M arina. U n go
bierno de coalición, con predom inio p o rte ñ o (C osta, López y
G u tié rre z , además del p ro p io P ellegrini) v la presencia del tucu-
m ano R oca. U n gabinete de viejos “p atricio s” —Costa, 65 años;
López, 75; G u tié rre z , 65—, ju n to a jóvenes dirigentes del P.A .N .
—Pellegrini, 44 años; R oca, 47— y el cin cu en tó n Levalle, que los
conocía desde la g u erra del P araguay v gozaba de la confianza
de casi todos los notables en circulación. Adem ás, la incorporación
del “m itrism o” en la estru ctu ra de p o d e r del autonom ism o nacio
nal, fue una m aniobra hábil y la gratificación lógica para una acti
tu d negociadora y reticen te respecto de la revolución p o r parte del
líder del m itrism o, que elim inaba una posible oposición v sería
prem on ito ria de acuerdos políticos posteriores.
Los m oderados del Parque se unían con los “antijuaristas” del
P .A .N .: los notables sabían aliarse en los m om entos críticos v
c o n stru ir una base política v m ilitar para restau rar el equilibrio
perdido.
Creadas las condiciones para restablecer alianzas políticas estra- económ¡caac'6n
tégicas y reim plantado el sistema de com unicaciones d e n tro de la
clase dirigente, Pellegrini se lanzó a conquistar un objetivo económ i
co inm ediato: salvar al E stado de la b an carro ta. Con V icente López
se dio a la tarea de p re p a ra r una serie de m edidas económ ico-
financieras, luego de haber sondeado con éxito a m iem bros desta
cados del p o d er económ ico. N o habían cesado las m anifestaciones
de júbilo p o r la renuncia de Ju árez C elm an cu ando Pellegrini se
reunía con un g ru p o de com erciantes, estancieros y banqueros a
quienes reclam ó d ram ático apoyo: la suscripción de un em préstito
a c o rto plazo de q uince millones de pesos para pagar un servicio
de la deuda externa que vencía días después. La respuesta fue
positiva. E n seguida, p re p a ró con López un plan financiero v lo
envió al C ongreso. A utorizaba la emisión de billetes de T esorería
hasta la sum a de sesenta m illones de pesos para cancelar la em i
sión bancaria, la enajenación de fondos públicos que garantizaban
los del Banco N acional y p ro y ectab a la creación de la Caja de
Conversión. C ancelaba concesiones ferroviarias que no habían sa
tisfecho las condiciones del c o n tra to y volvía atrás con la oferta
en el m ercado eu ropeo de las 24.000 leguas en la Patagonia. E n tre
setiem bre y o c tu b re el C ongreso había apro b ad o los proyectos,
incluso el de am nistía política y m ilitar que p resentó D ardo Rocha.
P o r cierto tiem po, Pellegrini podía sacar p ro v ech o de los recuerdos
que había dejado Ju árez Celm an. Carlos Ibarguren registró en sus
m em orias la acción de Pellegrini v López en esos meses de gobierno:
. . . pudieron capear el tem poral económ ico con eficaces
v enérgicas m edidas; se co n tu v o el agio v la especulación;
se arregló con un em préstito interno y una emisión la
situación de los bancos p o r m edio del redescuento de sus
valores de cartera; se fu n d ó el Banco de la N ación sin más
capital que un bono em itido p o r el g o b ierno; se creó la
Caja de C onversión que fue la prim era institución regu
ladora de la circulación en to d o el p a ís . . . se solucionó la
situación con los acreedores del extranjero m ediante una
m oratoria que fue cum plida . . . se estableció el sistema de
los im puestos in te rn o s . . . El cuadro económ ico y finan
ciero se aclaraba . . .;fll
Pero esa claridad sobrevino luego de difíciles gestiones para
superar conflictos políticos v obstáculos financieros procedentes
del colapso de los principales gestores de los acreedores ingleses:
la casa B aring B rothers. P or eso, M cG an n no vacila en subrayar
el “prim er a c to ” de Pellegrini al asum ir el p o d er com o una res
puesta a los banqueros ingleses:
Pellegrini rastreó todos los pesos disponibles en el nau
fragio financiero de la A rgentina y los envió a Inglaterra,
para aten d er las deudas de su país. Las medidas tom adas
p o r Pellegrini d u ran te su m andato, de agosto de 1890 a
o ctu b re de 1892, no restablecieron inm ediatam ente la pros-
La experiencia de
Aristobulo del Valle
La vuelta de Roca
tantes. G ustavo Ferrari, C onflicto y paz con Chile. IX9K-1903. Eudeba, 1968,
pág. 9. Tam bién Mariano A. Pelliza, La cuestión del estrecho de Magallanes.
Eu d eb a, 1969, que con tiene las alternativas de los litigios ch ilen o -argen tin o s
hasta 1881.
- F.n las elecciones de 1898, sobre ?<X) electores votaron 256. D e ellos,
218 lo hicieron por R o c a y 58 p o r M itre , que en realidad no era candidato
form al. F.l p rim er gabinete de R o c a lo fo rm aro n Felip e Y o fr é en In terio r;
A m an cio A lc o rta en R elacio n es E x te rio re s; Jo sé M aría R o sa en H acien d a;
O svald o M agn asco en Ju sticia e In stru cción P ú blica; E m ilio Frers en A g r i
c u ltu ra; h'milio C iv it en O b ras P ú blicas; Lu is M aría C am po s en G u e rra v
M artín R iv ad av ia en M arina.
r
v dos actos legislativos —uno prom ulgado, el o tro fru strad o — die
ron el to n o de la gestión roquista: la ley de conversión v el p ro
vecto de unificación de la deuda.*
La política ex terio r argentina se inserta, p o r su parte, en el Líneas de
política exterior
contexto que había definido la generación del 80.4 F.n sus linca
m ientos fundam entales esa política era consecuente con las creen
cias, vinculaciones culturales v económ icas v com portam ientos
políticos de esa generación dirigente. La A rgentina tenía, según
su parecer, tres opciones: la prim era, p o r decirlo así, vegetar com o
un país p eriférico con artesanías prim itivas; la segunda, insertarse
de la m ejor m anera posible en el esquema internacional im perante
v convertirse en un eficiente país ag ro ex p o rtad o r periférico, des
arrollando todos sus recursos para ser “cola de león” en lugar de
“cabeza de ra tó n ” ; v la tercera, desafiar dicho esquemq v, por su
llegada tardía a la eclosión industrial, edificar con enorm es sacri
ficios una industria p ropia v una cu ltu ra relativam ente autónom a
respecto de la europea, soslayando la “alienación c u ltu ra l”.
Con el andar del tiem po v consecuentes con sus ideas v creen
cias, los sectores dom inantes de la generación del 80 se inclinaron
por la segunda de esas opciones. Juan Bautista A lberdi había seña
lado en su Sistem a eco nóm ico y rentístico de la C onfederación
A rgentina (aludim os a la edición Besançon, im prenta de José
Jacquin, de 1858), qué rum bos debían descartarse. U na política
p roteccionista, sostenía, significaba p o r m ucho tiem po “ vivir mal,
registra o id en tifica 140 entre 1906 y 1914 (co n f. ob. cit., pág. 4, nota 6).
U n o de los más prestigiosos m ilitares argentinos en trenad os en A lem an ia sería
el teniente gen eral Jo s é F . U rib u ru . E l tem a de la in flu en cia alem ana en la
projesionalizacióv del e jé rc ito es tan im portan te com o el de la reacció n que
se p ro d u jo con tra dicha in flu en cia, así com o el de las com p lejas razones que
exp licarán la p ro gre siva “ p o litización ” del ejérc ito . P e ro en este períod o,
el hecho relevante es el de la “ pro fesio n alizació n ” , y la d eriva ció n interesante
es el de la sub o rdinación de la fu erza arm ada al poder p o lítico .
B C o n fr. G u sta v o F e rra ri, ob. cit., pág. 47.
-)A1
sentantes chilenos Carlos C oncha Subercaseaux v E rrázu riz U r-
m eneta. La acción de todos se sobrepuso a los condicionam ientos
negativos del am biente, y p erm itió que se co n cretaran los “ Pactos
de M ay o ”, suscriptos p o r A rgentina v Chile en Santiago el 28
de m ayo de 1902. E ran c u a tro instrum entos: “ un A cta prelim inar
al tratad o de arbitraje, llamada tam bién acta o cláusula del Pací
fico, incorporada a dicho tra ta d o pero digna p o r su im portancia
de ser encarada en form a independiente; un T ra ta d o general de
A rbitraje; una C onvención sobre L im itación de A rm am entos N a
vales v u n A cta pidiendo el á rb itro que n om brara una com isión
para fijar en el te rre n o los deslindes establecidos p o r la sentencia.
Estos c u atro instrum entos se co m pletaron más adelante con otros
dos: un A cta adicional del 10 de julio de 1902, que aclaraba los
Pactos anteriores v un A rreg lo para hacer efectiva la equivalencia
en las escuadras argentina v chilena, suscripto el 9 de enero de
1903” .'"
La política exterior de R oca no se agotó con la solución del
agudo co n flicto con Chile —con ser ésa la gestión más ardua e
im p o rtan te—: definió cuestiones pendientes relativas a los límites
con Brasil a través de un T ra ta d o suscripto en 1898 v que versó
sobre la fro n tera oriental de M isiones; reanudó las relaciones con
el V aticano —rotas d u ran te su p rim er g o b iern o —, v aprobó la
D octrina D rago. La cuestión con el Brasil se vinculaba con la
época colonial, cuando España v Portugal aco rd aron p o r los tra
tados de M adrid en 1750 y de San Ildefonso de 1777 que el lím ite
de esa región pasaría p o r los ríos Pepirv o P equiry G uazú v San
A n to n io ," p ero la dem arcación no llegó a hacerse v surgieron
desde entonces problem as que co n tin u aro n d u ran te la época de la
C onfederación, v que p ro v o c a ro n el laudo del presidente Cleveland
de los Estados U nidos, que falló en favor de la tesis brasileña (1895).
Los gobiernos argentino v brasileño firm aron el 6 de o c tu b re de
1898 un tratad o fijando los límites de acuerdo con el laudo, para
term in ar la dem arcación en 1904. La cuestión con el V aticano se
De la política exterior
a la cuestión social
i en
económ ico, se tra d u jo en las leves citadas y en la represión sis
tem ática del gobierno.
La “cuestión social” había sido abordada por los católicos, La búsqueda
de respuestas
inspirados en la encíclica R e ru m N o v a ru m del Papa León XIII adecuadas.
González
(1881), p o r los socialistas, p o r los anarquistas v p o r los radicales y Pellegrini
—aunque éstos reconocieran que su pensam iento en la m ateria fue
deficitario v su prédica y acción atendió m ucho más a la faz
agonal de la política—. M ás curiosa, p o r su procedencia, es la
atención que prestan al problem a m iem bros del secto r político
dirigente. F.n 1903 el presidente Roca ab o rd ó el asunto en su
mensaje anual al C ongreso, aludiendo a los m ovim ientos huel
guísticos com o expresión de un próblem a que reclam aba la aten
ción del legislador v com o trad u cció n de la acción m ilitante de
“elem entos extraños” a los verdaderos intereses sociales. D urante
el año 1902 se habían p ro d u c id o 27 huelgas violentas, que a su
juicio justificaron las leves represivas. Se tratab a de defender al
Estado v de restablecer “el tráfico com ercial". La exposición del
Presidente se adecuaba, pues, a una perspectiva del problem a v a
una m entalidad. La Prensa, p o r ejem plo, d enunció a su vez los
abusos a que dio lugar la acción represiva apoyada en leves cues
tionadas v los excesos policiales, que constituían un cu adro de
acción que desbordaba las facultades constitucionales apropiadas
para hacer frente a las crisis. Joaquín V. G onzález, en cam bio, Proyecto de
Ley Nacional
elaboró un com plejo p ro y e c to de Lev N acional del T ra b a jo que del Trabajo
en 466 artículos preten d ía atender a casi todos los aspectos de la
“cuestión social". El p ro v e c to , enviado al C ongreso en 1904, p re
cedido p o r un fatigoso mensaje del Poder E jecutivo, no fue
aprobado. Pudo ser p o rq u e el “estadista d o ctrin ario de form ación
europea” que era G onzález vio im pedida su acción política re fo r
mista d e n tro del sistema p o r una “burguesía capitalista argentina
(que) com o g ru p o de presión e invisible g o b iern o paralelo im pidió
todo intento de cam bio estru ctu ral d e n tro del régim en trad icio
nal”. O bien, sencillam ente, porque el P ro v ecto era según Pelle-
grini una “olla p o d rid a ” en la que había de to d o , y abrum ó incluso
a los pocos que term in aro n de leerlo.Is Q uizás sea más apropiada
a la realidad esta conclusión que la “teoría co n sp irato ria” que la
o tra implica. Las reacciones fueron diversas: el anarquism o repu-
Los com icios presidenciales del 10 de abril de 1904, fieles a ^oiu^ón* radical
las prácticas del régim en, hom ologaron la fórm ula presidencial. de 1905
Q uintana v Figueroa A lcorta asum ieron el gobierno. F.l nuevo
Presidente, “dogm ático v estoico ante el d eb er” según Carlos
Ibarguren, se declaró dem o crático , inclinado a la form ación de
“ partidos orgánicos”, v p o r fin “conservador p o r tem peram ento
V p o r principios” . A los setenta años de edad m antenía el tem ple
de la década del 90, cuando debió resistir los em bates radicales
desde el gabinete de Luis Sáenz Peña, v venía decidido a “ im poner
orden”, refiriéndose con benevolencia al “ p rogram a m ínim o” del
p artido Socialista m ientras no afectase la C onstitución, reconociese
la “preem inencia del E stado v m ientras se detenga ante la pro p ie
dad, la familia v la herencia” . Con Q u in tan a el país vivió “un
segundo auge económ ico, que d u ró de 1904 a 1912, y revivió la
inm igración en la A rg en tin a”.17 T a n to fue así que la inm igración
neta casi d uplicó la de los años 80. E n tre 1904 v 1913 la población
argentina viose aum entada p o r un m illón y m edio de europeos.
El censo de 1914 m ostró una A rgentina de 8.000.000 de habitantes,
de los cuales la tercera p arte había nacido en el extranjero. La
A rgentina m oderna estaba, pues, en plena evolución política, eco
nóm ica y social.
Q uintan a se aprestó a cu m p lir un program a que le venía dado
con un gabinete fiel a sus propó sito s.18 T e rry aseguró desde H a
cienda una co n d u cció n financiera ortodoxa. Jo aq u ín V. G onzález
trab ajó para o rd en ar el sistema educativo v la ley 4699 aprobaría
el convenio con la provincia de Buenos Aires sobre el estableci
m iento de la U niversidad de La Plata que presidiría más adelante
el mismo G onzález. Las obras públicas se alentaron, especialm ente
17 Soobie, James R., R evolución en las pampas, ob. cit., pág. 160.
IN El gabinete lo formaban inicialmente Rafael Castillo, en Interior;
Carlos R odríguez Larreta, en Relaciones Exteriores; José A. T e rry , en H a
cienda; A dolfo F. O rina, en O bras Públicas; Damián T o rm o , en A gricultura;
Joaquín V. González, en Justicia e Instrucción Pública; el general Enrique
G odov, en G uerra y el almirante Juan A. M artín, en Marina.
las portuarias, m ejorándose los puertos com erciales de Bahía Blan
ca y Q u eq u én v resolviéndose la co n stru cció n del de M ar del
Plata, de acu erd o con indicaciones de la M arina.19 De todos m o
dos, la breve gestión de Q u in tan a veríase alterada m uy p ro n to p o r
la conspiración radical de 1905. U n “m anifiesto” del 4 de febrero
afirm aba:
La R epública ha tolerado silenciosa (estos) excesos en
horas de in certid u m b re, ante el peligro de com plicaciones
internacionales, llevando la abnegación hasta el sacrificio,
en hom enaje a su solidaridad y con la esperanza de ver
cum plida la proinesa tantas veces reiterada de una nación
espontánea, que elim inara la necesidad de una nueva c o n
m oción revolucionaria.
E ra el estilo y el lenguaje de H ip ó lito Y rigoyen quien ma
nejaba los hilos de la conspiración, p o r o tra p arte conocida
p o r todos y seguida co n cierta facilidad p o r la policía. E ra “el
secreto de P olichinela”, según Carlos R o d ríg u ez L arreta, confiado
en el apoyo m ilitar, pues m uchos de sus jefes fu ero n entrevistados
p o r el p ro p io Y rigoyen en los lugares más insólitos: desde su
p ro p io dom icilio de la calle Brasil 1039, hasta el hall del Banco
de L ondres y R ío de la Plata o los bancos de plaza Italia.'20 A pa
rentem ente, la revolución no podía fracasar, tantos eran los com
prom etidos y tan im p o rtan tes eran los cen tro s urbanos y m ilitares
que se confiaba caerían en m anos de los revolucionarios v los
sublevados en los m om entos iniciales del m ovim iento. Sólo que el
jefe de Policía R osendo M . Fraga sabía tan bien com o los cons
piradores la hora de la revolución y los cantones estratégicos que
aquéllos in ten tarían co nquistar. Q u in tan a recibía desde inform a
ciones m ilitares y policiales, hasta esquelas anónim as de “esposas
y m adres afligidas” que le advertían sobre la revolución inm inente.
La revolución estalla el 4 de feb rero en la C apital, C órdoba, M en
doza, R osario y Bahía Blanca. E n tre lo d ram ático y lo pintoresco:
los sublevados o cupan algunas com isarías, la Biblioteca N acional
y la revista “Caras y C aretas” . N o parece que fuera suficiente para
vencer a las fuerzas gubernistas, a un presidente com o Q uintana
custodiado —esta vez— p o r el m ay o r José Félix U rib u ru , que
El contexto
internacional
“Es verdad que no hav ningún trazo firm e y claro que separe
el p erío d o ‘c o n tem p o rán eo ’ del llam ado ‘m o d ern o ’.” Pero si bieo
el nuevo m undo “creció v m aduró a la som bra del viejo” , se pue
den ad v ertir los prim eros síntom as de su nacim iento alrededor de
fines del siglo xix.' E n esto casi todos los pensadores están de
acuerdo. H acia 1918 ese nuevo m undo ha nacido va. De todos
m odos, las divisiones de la historia del hom bre son conceptuales.
D ependen de la perspectiva del que las form ula v, a m enudo, de
la cultu ra desde donde se las form ula. Para un hindú com o K. M.
Pannikar, la historia m oderna, que asocia con la dom inación occi
dental, com enzó en 1498 v term in ó en 1947. Para un argentino, la
A rgen tin a m oderna fue concebida p o r los ideólogos de 1837 v
hacia 1870 estaba en m archa. En 1930 habría m u erto, para dar lugar
a la A rgentina contem poránea. T od av ía es posible fo rm ular o tro
intento de periodización, que es el que preside este ensayo: la
historia realm ente contem poránea de la A rgentina com enzó des
pués de la experiencia peronista. N o hubo allí una fro n tera m era
m ente cronológica señalada p o r un cam bio p o lítico violento, sino
un cam bio cualitativo a p a rtir del epílogo de un proceso de in c o r
poración social y política aún invertebrado.
M ucho antes, sin em bargo, hubo un año clave en to rn o del
cual el m undo com enzó a d efin ir nuevos rum bos: 1890. Los nue
vos rum bos fuero n señalados p o r la revolución industrial v social
de fines del siglo xix v p o r el “nuevo im perialism o” que tom aba
form a entonces. N in g u n o de los cam bios fue decisivo p o r sí solo.
Lo decisivo fue su confluencia, com o señala B arraclough. La gue
rra de 1914-1918 fue el suceso que sacudió con más dram atism o
a sus contem poráneos, pero fue seguida p o r un afán conservador e
n (0
y Am érica latín
América Central, pero sí en México y en América del Sur. Las influjo europeo y
crecim iento del
resistencias políticas se apoyaban en la influencia subsistente de estadounidense en
América latina
intereses económicos europeos, especialmente ingleses, y en un
factor que indirectamente la favorecía: las convicciones todavía
pacifistas del americano medio. Ese panorama se modificó sustan-
cialniente cuando las perspectivas de una guerra larga fueron claras
para todos. Gran Bretaña y Francia acudieron al mercado ameri
cano —Alemania estaba paralizada por el bloqueo— por armamen
tos, petróleo y productos alimentarios. Eso comenzó a notarse en
octubre de 1914 y a crecer mes a mes. “Las grandes bancas ame
ricanas estimaron necesario abrir créditos a los europeos, señala
Renouvin— para permitirles efectuar esas compras y para evitar
8 Para el estudio de los aspectos relevantes de la Prim era G uerra M un
dial y del com portam iento de los protagonistas y neutrales, ver la excelente
obra de Pierre Renouvin, Historia de las relaciones internacionales, especial
mente el tom o ii, volumen n “Las crisis del siglo xx”. M adrid,«Aguilar, 1964.
Tam bién la bibliografía allí citada. A los fines de este ensayo, la obra dirigida
por Renouvin es suficiente.
7 R e n o u v in , Pierre, ob. cit., tom o ii, vol. u, págs. 665 y sgtes.
que dirigiesen parte de sus pedidos a otros mercados —Canadá,
Australia, Argentina .. .* Los europeos no podían seguir pagando al
contado. Estados Unidos de América tendía lazos financieros con
los beligerantes v se convertía en proveedor v en acreedor de
aquéllos. Su política de neutralidad va no era —no podía seguir
siendo— imparcial. Incluso, la cuestión de la “libertad de los ma
res” habría de adquirir, desde entonces, otra dimensión. Conforme
se prolongaba la guerra, la influencia europea en China, Asia
occidental v América latina, se fue debilitando en beneficio de
los Estados Unidos. Ésta es, sin duda, una de las primeras conse
cuencias de la Primera Guerra que interesa directamente a la
mejor ubicación de la política argentina —sus relativas virtudes,
sus frustraciones v sus condicionamientos— en el tránsito hacia su
historia contemporánea.
En rigor, la guerra europea tuvo consecuencias decisivas en Repercusión
’Estocolmo*
Petrogrado
Copenhague
-Londres'
Berlín
P olonia
M mX \ALEM ANIA^
Bélgic a *
Viena
Budapest U cran ia
AUSTRIA HUNGRIA
NEGRO
Madrid
................. Inmigrantes
a c u m u la d o s — — — — ................................................. Emigrantes
....................................... Saldo migratorio
MILLONES
sonas; cinco años más tarde quedaron 138.850 inmigrantes; en
1906, 198.397; en 1907, 119.861; v siguieron ingresando por milla
res hasta el Centenario, cuando quedaron aquí 208.870 personas.
Los índices de radicación de inmigrantes fueron positivos hasta
1913.18 La guerra del 14 no sólo impidió el flujo continuado de esa
masa inmigratoria, sino que reclamó a los nacionales de los beli
gerantes. Eso explica que aquellos índices tuvieran signo negativo
exactamente entre 1914 v 1918, que recobraran tímidamente el
signo positivo en seguida de finalizada la Gran Guerra, v que al
año siguiente —1920— el flujo migratorio aumentara visiblemente
hasta promediar los años veinte.
La movilidad social aumentó, aunque sin afectar profundamen La movilidad
te la estructura económico-social respecto de las situaciones domi social
—a razón del 0,56 '/ anual en 1869 v 1896, v alrededor del 0,27 '/
anual en las épocas posteriores— v los extranjeros contribuían con
casi la mitad de ese porcentaje. En los centros urbanos más impor
tantes, como Buenos Aires, v en las áreas centrales del país —no
así en las periféricas— la movilidad ascensional desde los estratos
populares era más acentuada, v en todo caso, se tenía la sensación
de que así ocurría. Si se coteja la situación de esas áreas privile
giadas de la Argentina con los países más evolucionados de enton
ces, nuestro país soporta las exigencias comparativas en varios ni
veles sociales, con un grupo de países en proceso de industrializa
ción v modernización. Ésos aspectos de la sociedad argentina
incluven factores que debían tener impacto en el comportamiento
colectivo. La hipótesis generalmente aceptada —como señala G er El orden social
RELACIO JUSTICIA
PRESI VICE- NES HACIEN AGRICUL OBRAS e
PERIODO INTERIOR EXTERIO DA EJÉRCITO MARINA
DENTE PRES. TURA PÚBLICAS INSTR
RES PÚBL
•
•
•
•
•
•
•
•
•
De la Plaza 1914-16 No hubo
•
•
•
Yrigoyen 1916-22
•
•
•
Alvear 1922-28 •
•
Yrigoyen 1928-30
•
•
•
Uriburu 1930-32
•
•
•
•
•
Justo 1932-38 •
•
Ortiz 1938-41
•
El sistema político
y la autocrítica
de la élite
V II. N a c io n a lis m o
Kdnd ...................— ........... - .......... ..v ÉU. iijsrósi«:o: que intenta fo rm ar la unidad de la conriencia na
cional con la adm iración del pasad*», y adopta la cnsc-Kanza
P r o f e s ió n ......................................................................... de la historia com o instrum ento educativo de m oral cívica. -
t I 'r !>• rHocMKSivo. que asiura
á form ar la unidad de la conciencia na-
I o n iir u io *...... ............................... .............. .............. cional m ediante el n^conoi'imiento la nueva com posición de
i a éUki^a de la población, y U lidelidad A la prom esa declarada
>A0t0nsi>WMl ..
...... ........................ ...................... en ei nreám bulo de la constitución: «para todos loa hombre*
del mui do que quieran habitar en el suelo argentino»
S írv ase d ev o lv erla á la Dirección de la*R r% tar« A sokhtii* ns Un^ou-n Hiv^utu*
<Mtn»M I'niltif»*- A venida de M ayo 6 0 5 . B u en o s Aires.
J a s é N ic o lá s M a tie n z o d e s c r ib ió el s i s te m a p o lític o a r g e n tin o , s u s v ir tu d e s y
d e fe cto s. R o d o l f o R i v a r o l a , d e s d e la R e v i s t a A r g e n t i n a d e C i e n c i a s P o l í t i c a s ,
r e a l i z a b a la p r i m e r a e n c u e s t a p o lític a . La a u to c rític a d e c ie rta p a r t e d e la
“é lite " d irig e n te p re p a ró el ca m b io p o lític o .
desde una perspectiva científica. Rivarola entendía que la política
cobraba importancia en un país acostumbrado a considerarla “como
término de acepciones tan lejanas del concepto científico, que
personificadas la ciencia y la política se habrían mirado como dos
seres de opuesta condición". La revista era una excelente respuesta
a los requerimientos de la realidad v lo fue mientras subsistió, des
de el Centenario, y casi toda la época de los gobiernos radicales.
Un ejemplo singular v valioso —tanto como el de Rivarola
pero con la factura de un libro— fue el ensayo sobre El Gobierno
Representativo Federal en la República Argentina, editado en
1910 y escrito por quien fuera “incondicional” juarista en su
juventud y ministro de Alvear en su madurez: José Nicolás Ma-
tienzo.s Recorre las experiencias federalistas de los Estados Unidos,
Canadá, Alemania, Suiza, Australia y Brasil, v las compara con la
nuestra. Estudia los orígenes de nuestro federalismo, los antece
dentes de las formaciones provinciales v describe los rasgos prin
cipales de nuestra Constitución. Analiza los partidos políticos, las
instituciones constitucionales, los gobiernos de provincia. Penetra
en la cultura política nacional, sus hábitos v sus creencias, sus
prácticas y la relación entre la moral y la política. Para la mayoría
de los argentinos, sobre todo después de la organización consti
tucional de la República, la política era, según Matienzo, un
juego de ambiciones y de influencias que tenían por objeto la
elección de los poderes públicos nacionales v provinciales. Ad
vierte que la distribución “de las fuerzas militares sobre el terri
torio de la nación y la organización de comandos de diversos
órdenes está estrechamente relacionada con la política”. Los pre
sidentes eran de ordinario jefes de partido, y si no lo eran antes
de acceder al gobierno procuraban serlo durante el mismo. De esa
tendencia deduce Matienzo que “todo nuevo presidente se esfuer
za en anular la influencia política de su predecesor para imponer la
suya”. El número de argentinos que podían aspirar a la presidencia
de la República, comienza diciendo Matienzo en el capítulo vm,
3 M a tie n z o , José Nicolás, Le G ouvernem ent Représentatif Fédéral dans
la République Argentine. París, H achette, 1912. La edición fue patrocinada
por el “G roupem ent des Universités & Grandes Écoles de France pour les
Relations avec L’Am erique Latine”. Los argentinos del Centenario tenían,
como se ve, acceso privilegiado a la com unidad académica europea, pues
M atienzo se presentaba como profesor de las Universidades de Buenos Aires
y La Plata. (Usaremos esta edición por ser posterior a la argentina y contener
acotaciones nuevas respecto de la que se publicó en Buenos Aires. Las citas
serán, pues, de la edición francesa.)
era “muy restringido”. El pretendiente debía ser jefe de un partido
o disponer de fuerzas políticas potentes, que se obtenían de ordina
rio con el cargo de gobernador de una provincia importante o de
un ministerio nacional. A falta de esos recursos, el candidato nece
sitaba el apovo de un hombre que la poseyese —habitualmente el
Presidente al que aspiraba suceder—. En todos los casos debía ser una
personalidad importante en la vida política v social del país, consi
deración que se adquiría muy difícilmente si se residía lejos de la
ciudad capital.4 A partir de 1862, en efecto, todos los candidatos
presidenciales, salvo Juárez Celman, habían sido habitantes de Bue
nos Aires, v todos eligieron a sus ministros entre porteños nativos
o provincianos con residencia y fama en Buenos Aires. Las profe
siones habían dado tres presidentes militares (Urquiza, Mitre v dos
veces Roca); un intelectual y activista como Sarmiento; cinco
abogados (Derqui, Avellaneda. Sáenz Peña, Juárez v Quintana).
De los diez vicepresidentes habidos hasta entonces, uno había sido
militar (Pedernera), uno “propietario” (M adero) v los otros ocho
abogados. Los escrutinios electorales-' demostraban a su vez la
gravitación de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza v otras provin
cias estratégicas respecto del Presidente, pero el cargo de Vice
presidente era, en cambio, propicio para la negociación. Los gabi
netes ministeriales se prestaban, a su vez, para dar lugar a la com
binación de fuerzas políticas v al incremento de los recursos polí
ticos presidenciales mediante la gratificación de los amigos políticos
o de los candidatos de fuerzas relativamente afines o aliadas. La
fisonomía del Congreso respondía a las características del sistema:
los parlamentarios pertenecían, en su mayoría, a los estratos socia
les superiores y predominaban las profesiones liberales. En 1908
había en la Cámara de Diputados 53 abogados, 15 médicos, 5 inge
nieros, 4 maestros de escuela, 17 hacendados, 5 militares, 10 indus-
4 M atienzo da ejemplos: Urquiza fue elegido presidente siendo gober
nador de Entre Ríos y |efe de Partido; Derqui venía de ser ministro del
Interior; M itre fue nom brado Presidente siendo gobernador de Buenos Aires,
jefe de partido y jefe militar triunfante; Sarmiento contó con el apoyo del
porteño Alsina, jefe del autonomismo de Buenos Aires; Avellaneda habia
sido ministro de Instrucción Pública; Roca era m inistro de G uerra y jefe
militar prestigioso cuando fue elegido por prim era vez; Juárez Celman venía
de la gobernación de Córdoba y era pariente y delfín del presidente Roca;
Luis Saenz Peña llegó por acuerdo de M itre y Roca y el asentimiento de
Pellegrini; Roca llegó la segunda vez siendo jefe del P. A. X.
Ver en M atienzo, oh. cit., págs. 146 a 161.
tríales, 2 periodistas y 9 miembros “sin profesión conocida”,11 lo
que sumado a la homogeneidad social de los componentes predis
ponía “a la uniformidad de juicio v de conducta”. Según Matienzo,
los subsidios, las pensiones v otras formas de seguros pecuniarios,
así como las frecuentes omisiones legislativas en relación con los
problemas sociales v las cuestiones obreras, eran manifestaciones
de los sentimientos oligárquicos de los miembros del Congreso,
sin distinción de facciones o de partidos. Al propio tiempo, la
adhesión u hostilidad del Congreso no dependía tanto de la perte
nencia al partido dominante como a la habilidad del Presidente,
dato que revelaba la ausencia de lo que hoy llamaríamos “disciplina
partidaria”. En el sistema político, pues, había roles ciertamente
dominantes, con grandes recursos e influencias políticas: el de
Presidente v los de gobernadores provinciales eran, sin duda, los
principales. El “poder electoral” estaba en las manos de quienes
ocupaban esos roles, sea en forma de designación, captación, “re
comendación” o “sugerencia”. Ese enorme poder estaba limitado
sólo por la prudencia de los que lo poseían v por cierto nivel de
“moral cívica”, que fue descendiendo con el tiempo v el ardor de
las disputas. El reclutamiento de los candidatos a las diputaciones
se hacían de ordinario entre los parientes y Tos amigos del gober
nador. Y no era desdeñable en los momentos culminantes de los
procesos políticos el papel de lo que Matienzo llama el “pistero”,
personaje dedicado a descubrir la “pista” de la voluntad presiden
cial o gubernamental respecto de los candidatos en pugna. El
periodismo no colaboraba para la formación vera/, de la opinión
pública. En la prensa, artículos de ordinario anónimos falseaban
con frecuencia las opiniones v los argumentos del adversario —pues
la mayoría de la prensa era militante— para refutarlos luego con
impunidad. Lo que Matienzo observaba era, en fin, una débil moral
pública y en ello veía un riesgo para las empresas “reformistas”.
En última instancia, la autocrítica de Matienzo, que parece diri
girse a justificar la reforma política de Roque Sáenz Peña, termina
en una proposición alberdiana: poblar v educar, antes que apurar
reformas arriesgadas. Porque Matienzo advierte que la reforma
implica, por su propia dinámica, la transferencia del poder a hom
bres relativamente “diferentes".
" Si l>icii se citan los rasgos significativos del sistema según lo apreciaba
.Matienzo, las referencias surgen especialmente de la obra citada, versión
francesa, págs. 140-45; 147; 164-167; 178-180; 183; 190-196; 197-221; 235;
317-319 y 334-336, que mencionamos reunidas para evitar citas reiteradas.
Desde un sector distante del propiamente político, un miembro í?cesar¡smo
inteligente del poder moral hacía el balance de un siglo de inde- republicano"
pendencia política. El sacerdote Gustavo J. Franceschi, com pro
metido en la experiencia social de la Iglesia, advertía que “desde
1810 hasta ahora no se ha puesto realmente en práctica el régimen
democrático v que un cesarismo republicano es el que nos gober
nó”. En la práctica, el régimen federal se distinguía del unitario
en que era más costoso, mientras “el pueblo obrero, inútil es ne
garlo, ha prestado oído a la voz revolucionaria”. Según Franceschi;
el pueblo observaba y perdía “lastimosamente su fe en la demo
cracia”. Falseado el voto, “cree que únicamente las armas podrán
entronizar la democracia, retira su confianza en las clases dirigen
tes en las que —afirma— no reinan más ideales que la ociosidad, la
concupiscencia del poder, del placer, o de la fortuna . . . ” En el
fondo se necesitaba una “reconstitución de la colectividad entera”,
v en frases incisivas anunciaba que el Centenario abría “un nuevo
período: el de la transformación profunda de nuestra constitución
interna, de nuestra organización social en el sentido más amplio
de la palabra”. Y terminaba: “Dios quiera que los llamados ma
ñana a la vida, al celebrar el segundo centenario de nuestra auto
nomía como nación, puedan celebrar el primer centenario de
interna, progresista v pura democracia argentina . . ,"7
la sola virtud de los prestigios personales de sus hom bres. . . " 1,1
Frente a los hombres-programa, la Argentina conocía va la cons
tante personalista. Sáenz Peña cree que el personalismo es un vicio
político v llega a decir
.. . dejadme creer que sov pretexto para la fundación del
partido orgánico y doctrinario que exige la grandeza ar
gentina.
Reconoce que se está viviendo una transición, que los partidos
se disuelven, vacilan v que nuevas fuerzas v hombres políticos se
preparan para la acción. N o es un revolucionario, sino un refor
mista, v se propone la “recta administración v el mejoramiento
institucional”. Sabe que aspira al poder en tiempos en que se llega
con influencias más bien que con votos. Confía en la opinión, en
saber escrutar sus aspiraciones v en dejar encaminado el país por
la vía democrática. No es un ingenuo. Es un conciliador —lo que
no significa un hombre que ceda siempre—; es veraz v cree que
su rol es hacer la transición. “Si hacéis triunfar a un candidato,
dice a sus seguidores, no será seguramente para dejar derrotar a
un presidente . . . ”
El discurso inaugural de su presidencia siguió la lógica de
su pensamiento. Se trataba de ampliar las bases electorales, de
integrar la oposición hasta entonces revolucionaria o conspira-
1(1 l-.l discurso-program a, así como la constitución de la U nión Nacional
y la campaña política ac 1910 puede verse en los dos tomos publicados por
dicha fuerza con el título Sáenz Peña, l.a campaña política de 1910. Buenos
Aires. Pesce, 1910.
*»r»r
tiva en el sistema constitucional dando vigencia a un régimen
competitivo y, según su famosa expresión, de “crear al sufragante".
En ningún momento de su gestión, Roque Sáenz Peña faltó a su
palabra o dejó de ser fiador personal de su política de reforma
electoral. Incluso, se preocupó porque los gobernadores com pren
dieran su pensamiento y la decisión adoptada. Una carta al gober
nador de Córdoba, Félix T. Garzón, en respuesta a otra de éste en
la que prometía neutralidad en la lucha partidaria es, en ese sen
tido, un documento interesante." El Presidente juzgaba el momento
“decisivo v único” :
Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca
con rumbos definitivos. O habremos de declararnos inca
paces de perfeccionar el régimen democrático que radica
todo entero en el sufragio, o hacemos obra argentina,
resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de
intereses transitorios que hoy significarían la arbitrariedad
sin término ni futura solución ...
El 17 de diciembre de 1910, el gobierno había enviado el
proyecto de ley proponiendo el enrolamiento general de ciuda
danos y la confección de un nuevo padrón electoral. Las leves de
enrolamiento géneral y de padrón electoral en base al padrón
militar debían poner al sufragante al abrigo del fraude. El proyecto
que sigue a ambos es ya el del sistema electoral. Sufragio uni
versal, secreto y obligatorio. Sistema electoral de lista incompleta,
para asegurar la representación de la minoría. En octubre de 1911,
a un año de haber llegado Sáenz Peña a la presidencia, el pro
yecto estaba en debate. La crónica registra no sólo la elocuencia
y fidelidad del ministro del Interior, Indalecio Gómez, sino su
capacidad persuasiva. A principios de octubre, “según cómputo
de persona muy informada”,12 los diputados favorables a la lista
incompleta no pasaban de doce; el resto se dividía entre partidarios
de la lista total y del voto uninominal por circunscripciones. A
fines de octubre, los partidarios del provecto eran cincuenta. La
labor de antesalas de Indalecio Gómez fue tan efectiva como la
que realizó en la sala del Congreso. La ley de elecciones nacionales Ley^ssn °a"Ley
se sanciona, por fin, el 10 de febrero de 1912. Sería, desde entonces,
11 La carta puede leerse en “Rev. Arg. de C. Políticas", año 1, nv 6.
págs. 821 a 826. Lleva fecha enero 30 de 1911 y el comentarista añade que
“el presidente asume valientemente el puesto de campeón del sufragio libre,
y la prensa y el pueblo aplauden. El cronista también suelta la pluma y aplau
de . . aunque con reservas y tqmor.
12 “Revista Arg. de C. Políticas”, nv 14. 12-X 11-1911, pág. 220.
la “lev Sáenz Peña”. En verdad, casi un año v medio de gobierno
había costado al Presidente imponer su “programa de moral polí
tica”. En ese tiempo no hizo mucho más, pero con fe v sinceridad
asombrosas, según los observadores de ese tiempo, cumplió su
palabra v se propuso romper con la “teoría del oficialismo”. El
Presidente produjo un “manifiesto” al pueblo de la República
como un acto excepcional. En verdad lo era. Roque Sáenz Peña
expuso en él la trascendencia de la reforma, pero también las
condiciones de su futura eficiencia. Ajeno a la “milicia partidaria”,
esperaba el cumplimiento fiel de la lev, pero también la acción
de partidos “de principios” v de partidos de “opinión”. Confiaba en
que la competición política fuera abierta. Para eso eran necesarios
por lo menos dos contendientes. Sáenz Peña sabía que uno estaba
preparado —la U. C. R.—; advertía, pues, a sus amigos conserva
dores del peligro de la defección. Ea advertencia no era expresa,
pero se deduce de la opción v de su concepción de la renovación
política argentina. El manifiesto, retórico pero franco, plantea las
condiciones de la Argentina de los partidos
.. . Sean los comicios próximos v todos los comicios ar
gentinos escenarios de luchas francas v libres, de ideales
v de partidos. Sean anacronismos de imposible reproduc
ción, tanto la indiferencia individual como las agrupacio
nes eventuales, vinculadas por pactos transitorios. Sean por
fin las elecciones la instrumentación de las ideas. He dicho
a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones v mis
esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra v el consejo
de su primer mandatario. Quiera votar.
Hábil, sobrio v sincero, el Presidente había logrado imponer
la reforma electoral, tema dominante v eje de su programa. Como
bien señala Cárcano, lo hizo con método: primero articulando los
instrumentos para el enrolamiento ciudadano v la vigencia del
padrón militar con la vigilancia del poder judicial; luego, entre
gando a éste, libre de influencias partidarias, la confección del
padrón definitivo v la designación de los funcionarios que contro
larían el escrutinio; por fin, la reforma del sistema electoral. Entre
el primer provecto, remitido al Congreso el 17 de julio de 1910,
v el último, enviado el 2 de agosto de 1911, había transcurrido un
año. Los debates —memorables— v la excelente defensa de los
provectos por Indalecio Gómez, ganaron las voluntades o vencie
ron las resistencias.'
1:1 C á rc a n o , Miguel Angel, "Ensayo histórico sobre la presidencia de
Pero junto con la reforma electoral dejó planteado un sin
gular problema político: en primer lugar, la aceptación de las
nuevas reglas de juego por todos los contendientes; en segundo
término, el establecimiento de un sistema de partidos organizados,
que no dependieran de la vida de un grupo de líderes o deun
notable; y en tercer lugar, el desafío explícito a la “derecha” de
entonces, de fundar una fuerza orgánica nacional capaz de com
petir por el poder con la “izquierda" popular v militante: el
radicalismo.
El eclipse
conservador
ciales que debían ocurrir mucho después fueron varias. Siguió la triu n fo radical
nuevo
Hipólito Yrigoyen,
caudillo popular
Aspecto en el cual la oposición propugna cambios q Aspecto en el cual la oposición no propugna cambios
mecanismo electoral, el triunfo radical fue ajustado. Si se consi
deran los votos, fue amplio, pero distó de parecerse a un “plebis
cito” como interpretaría luego Yrigoyen. Si se aprecia el espectro
político de la época, distinguiendo entre los votos favorables al
reformismo y los partidarios de una suerte de statu quo ante,
los primeros —U. C. R., P. D. P., P. S. v U. C. R. de Santa F e -
reunieron 544.131 sufragios v los segundos 153.406. Pero si se
suman los votos conservadores de los partidos provinciales pro
piamente tales y los “progresistas”, los caudales reunidos no alcan
zaban al de la U. C. R. Si se juzga, en fin, la representatividad po
lítica del nuevo gobierno en función del sufragio universal cuya
ampliación introdujo la ley Sáenz Peña, la elección de Yrigoyen
fue un triunfo claro.
“Nadie es tan consciente como el historiador de la infinita caudillo
FRANCIA [29]
ESTADOS UNIDOS
ESPAÑA
f ü l—
CUBA
MALASIA INGLESA
Costa N ¡,
G am biafc
Sierra Leona
AMÉRICA
CENTRAL Uganda)
ranga nica
BRASIL
OTROS PAISES I
SUDAMERICANOS| AFRICA OCCIDENTAL
INGLESA j
AFRICA ORIENTAL
INGLESA
IMPERIO BRITANICO
Las cifras' indican cientos de SUDAFRICA Y OTROS TERRITORIOS
RHODESIA INGLESES
miles de libras esterlinas.
El tamaño de cada cuadrado
es proporcional al monto de
la inversión.
Aguilai, 1964, espec. tom o 11, vol. n: "Las crisis del siglo xx”, pág. 1021. Ver
también sobre la cuestión española, J. Van des lisch, Prelude to war. T he
internatioval repercttssions of rhe Spanish Civil IVar. I916-IIIW, La Hava.
1951.
metrópolis, sino que complicó la vida de aquellos que trataron de
permanecer neutrales.
El crash del 29 produjo en la economía latinoamericana con
secuencias mucho más graves que crisis anteriores. Después del 29,
y sobre todo de la Segunda Guerra Mundial, se advirtió que la
prosperidad financiera de ciertos países latinoamericanos no era
suficiente para hacerlos invulnerables a los peligrosos cambios ope
rados en las relaciones económicas internacionales. Éstas iban hacia
un “relativo divorcio entre las economías metropolitanas v las peri
féricas, de las que se espera ahora predominantemente ciertas
materias primas, no todas por cierto indispensables” y según una
difundida caracterización, las áreas periféricas amenazan transfor
marse en los slums del planeta, comparables a esas áreas urbanas
cuya degradación, una vez comenzada, parece irrefrenable.'1
N o sólo los cambios en las relaciones económicas internacio
nales gobiernan o condicionan decisivamente el comportamiento
de los sistemas políticos nacionales de América latina por la acción
de los grupos de interés, sino que el factor ideológico operará
como detonante de crisis políticas y sociales y retornará, aunque
con nueva y sutil fisonomía, la intervención de las fuerzas armadas
en la política como rasgo, desde entonces característico, del proceso
latinoamericano. El Estado, a su vez, asume un rol activo que ni
siquiera los partidos conservadores podrán soslayar. Estado, eco
nomía y política se vincularán desde entonces de manera diferente.
La separación entre la sociedad política v la económica, que en
los años veinte parecía imponerse como necesaria, aparecerá insos
tenible, máxime cuando la crisis afecta incluso a los sectores diri
gentes de la economía.
La diplomacia trabaja para evitar que la crisis económico-
social afecte el sistema internacional. Pero la conferencia paname
ricana de Montevideo, de 1933, si bien se tradujo por iniciativa
argentina en un tratado de no agresión v conciliación, tuvo su
contrapartida económica en cuanto los Estados Unidos lograron
evitar una condena masiva del proteccionismo aduanero que prac
ticaba y la conferencia se inclinó en favor de acuerdos bilaterales
de liberalización aduanera recíproca. En 1936 v en 1938 —en Bue
nos Aires y en Lima—, los países americanos volvieron a reunirse
bosquejándose paulatinamente un sistema panamericano que, sin
embargo, dependía estrechamente del comportamiento de la po
tencia hegemónica de la región: los Estados Unidos. Si al princi-
11 H a i . p e r Í n D o n g h i, T u l io , oh. cit., p á tjs. 157 a Í5 V .
pió el sistema parecía una “liga de neutrales”, como las que Europa
había conocido en el pasado" pronto se vería asediado por el
cambio insinuado hacia 1940 en la política norteamericana, como
se advirtió va en la conferencia de La Habana de fines de ese año.
Para los norteamericanos, en efecto, el mecanismo panamericano
sería desde entonces, v hasta su ingreso en la guerra, demasiado
lento como para condicionar sus inminentes decisiones beligeran
tes. Sólo en 1942 se reuniría en Río de Janeiro una nueva conferen
cia panamericana, la que recomendó la ruptura de relaciones con
el Eje. La guerra sirvió para recomponer el sistema panamericano
según las posiciones relativas de sus componentes hacia la potencia
hegemónica v hacia la guerra. Los países centroamericanos decla
raron la guerra, México v Brasil lo hicieron poco después —1942—
con lo que lograron explotar política v económicamente a su favor,
en el contexto latinoamericano, la crisis internacional, sobre todo
en sus relaciones con el “poderoso vecino del N orte”, mientras
que la reticencia argentina, que luego se explicará, “no sólo se
apoyaba —como querían los adversarios de su política— en el pres
tigio alcanzado por el Eje entre muchos de sus políticos conser
vadores y jefes militares: se vinculaba también con la perduración
del ascendiente británico, opuesto entonces como antes a la inclu
sión total de la Argentina en el área de predominio norteame
ricano ..
La política exterior v las relaciones económicas internacionales
se convirtieron, en la década del 30 y sobre todo en los años de la
guerra, en ejes fundamentales de las políticas interiores de los Es
tados latinoamericanos, v en signos de referencia necesarios para
hacer inteligibles los procesos internos.
La fatiga del
3 < 0
“acordada trascendental”.29 Era un “gobierno de jacto cuvo título
no puede ser judicialmente discutido con éxito por las personas
en cuanto ejercita la función administrativa v política derivada de
su posesión de la fuerza como resorte de orden v de seguridad
social”, había declarado respetar la supremacía de la Constitución
v la autoridad del Poder Judicial.
El régimen de Uriburu tuvo el soporte fundamental de las
fuerzas armadas, el apoyo del nacionalismo antiliberal v conser
vador y de las derechas provinciales, v la adhesión inicial del
partido Socialista Independiente, del partido Demócrata Progre
sista, del partido Socialista, del antipersonalismo v.de algunas or
ganizaciones del movimiento obrero, mientras el poder económico
y la Iglesia —a través de algunos voceros pertenecientes sobre todo
al nacionalismo católico— seguían el proceso con atención v dis
posición favorable. Pero tan pronto como Uriburu insistió en sus
propósitos de reformas institucionales, a la oposición abierta v
obvia del partido Radical se unió —respecto de esos objetivos-
la mayoría de los partidos políticos v una facción significativa de
las fuerzas armadas que se inclinaría, paulatinamente, hacia el
liderazgo del general Justo. Cuando el plan de Sánchez Sorondo
se ponía en marcha, el gobierno de Uriburu contaba apenas con
el apoyo condicionado de parte del ejército, los habituales grupos
nacionalistas antiliberales v pequeños sectores del conservadorismo.
Mientras tanto, Justo eludía asumir responsabilidades mayores en
la administración de Uriburu —con lo que quedaba disponible
para la pugna por el poder político—, y sus seguidores militares
—como el coronel Manuel Rodríguez, encabezando Campo de
Mayo y luego el Círculo Militar— ocupaban posiciones estratégicas.
El golpe de gracia para el plan político de U riburu fue dado Las elecciones
por el experimento “piloto” que constituyeron para el gobierno
provisional las elecciones del 5 de abril de 1931 en la provincia
de Buenos Aires. Se preseritaron los conservadores, los radicales
y los socialistas. El partido Radical llevó como candidato a Honorio
Pueyrredón, y triunfó. De esta manera, se derrumbaba uno de los
presupuestos básicos del plan político. Sobrevino la crisis del ga
binete de Uriburu, y el precio principal fue el cargo de ministro
del Interior. Sánchez Sorondo fue reemplazado por Pico, mientras
el astuto general Justo v el honesto demoprogresista Lisandro de
la Torre —candidato de Uriburu para la presidencia futura— re-
29 El texto com pleto de la acordada se puede leer en Ciria, ob. cit.,
págs. 22 a 24 y en “Jurisprudencia A rgentina”, tom o 34, págs. 5 a 13.
T -7
chazaban insinuaciones para incorporarse al nuevo gabinete v se
aprestaban para la lucha política inminente.
El Presidente pudo apreciar la vulnerabilidad política de su
gobierno, pero insistió en las reformas constitucionales, apoyadas
por Carlos Ibarguren desde su cargo de interventor federal en
Córdoba, v los nacionalistas Molina v Juan Carulla. El periodismo
liberal denunciaba cotidianamente las intenciones “fascistas” de
Uriburu, y la Legión Cívica Argentina, organización paramilitar
con casi diez mil miembros y aprobación presidencial —decreto
del 8 de mayo de 1931—, constituía una prueba inquietante de que
el único revolucionario del régimen era el grupo encabezado por
el Presidente, pero que esa revolución sería de signo corpora-
tivista ...
Justo empleó en el proceso su habilidad política, mostrando
parte de sus cartas, alternativamente, al oficialismo v a los radica
les. El 25 de abril de 1931 Alvear retornaba a Buenos Aires para
encabezar la estructura radical. Como otrora Roca con Mitre,
Justo fue a recibir a Alvear al puerto de Buenos Aires, para intro
ducir una cuña entre el sucesor de un Yrigoven preso v sus segui
dores. Alvear no insistió en descalificar al vrigovenismo, lo cual
neutralizaba en parte la maniobra política de Justo. Desde el hotel
Citv, el jefe radical publicó un manifiesto ordenando la reorga
nización del partido. Firmado por dirigentes “personalistas" v
“antipersonalistas”, como Gallo, Mosca, Ortiz v Tamborini, y Ri
cardo Caballero, Güemes v Honorio Pueyrredón, el manifiesto de
la “Junta del City”, como la llamaron los radicales, tendría mayor
influencia que el producido por el resto del antipersonalismo,
conservadores y socialistas independientes para apoyar a Justo des
de la “Junta del Castelar”. Pero Justo no se amilanó. En julio de
1931 se produjo una conspiración militar dirigida por el teniente
coronel Gregorio Pomar, en Paraná. La rebelión falló v dio ocasión
a Uriburu para perseguir al radicalismo: se clausuraron comités y La represión
periódicos partidarios; se deportó a los principales dirigentes radi antirradical
La administración
de Justo
antiimperialismo tenía un lugar donde clavarse, para ser agitada " a n t iim p e r ia lis m o
Justo —al fin, era un militar— ni el pacto Roca-Runcim an. Para confrontar
las críticas ver Ciria: ob. cit., págs. 51 a 63. Una impresión justificadora im
portante de la derecha liberal puede verse en Federico Pinedo, E n tiem pos'
de la República.
Respecto del nacionalismo católico, conviene no om itir la influencia
falangista, que según un caracterizado nacionalista, el presbítero Julio Men-
vielle, era la forma más perfecta del nacionalismo, sin los vicios del nazismo
y del fascismo italiano. La guerra española era para M envielle una “guerra
santa” y España iba hacia un Estado nacional-cristiano perfecto. Era el his
panismo nacionalista, frente a Europa. U n rem edo, siglos después, de la
España del siglo xvn (confr. en esta obra, el tom o i, págs. 81 a 87).
de dominio del hemisferio occidental por parte de los Estados
Unidos”, según comentarios del secretario de Estado norteameri
cano Cordell Hull. Pero Justo contabilizaba lo que para muchos
era una época de “apogeo del prestigio argentino”,43 cuyo ministro
de Relaciones Exteriores había sido distinguido con el Premio N o
bel de la Paz en ese año de 1936, cuando Hull consideraba to
davía a Saavedra Lamas una de las “alas de la paloma de la paz”
—la política, pues la económica era él mismo—, y aún no se lamen
taba del “obstruccionismo” que el ministro premiado practicaría
en la Séptima Conferencia interamericana. En 1938, el entonces
ministro Cantilo expuso al mismo Hull las razones d e ja Argentina
para no llevar demasiado lejos los compromisos regionales: evocaba
al Mitre de casi setenta años atrás e, inevitablemente, a la diplo
macia del 80 y a Roque Sáenz Peña, aunque no mencionara sino
al último. Se trataba de guardar la individualidad nacional de la
Argentina, de no someterse a la hegemonía norteamericana y,
sobre todo, de “no ofender a Europa”, a la que los argentinos
seguían unidos por lazos económicos y culturales. . .
En última instancia: la restauración conservadora de Justo
jugaba también la carta del peligro de una “salida autoritaria”,
y lo hacía con habilidad. Con ella amenazaba indirectamente a la
oposición, presionaba al radicalismo para que se convirtiese en
una oposición “dentro” del régimen, contenía las aspiraciones re
volucionarias de las izquierdas que debían temer las consecuencias
de un golpe fascista, y se apoyaba tanto en la vertiente católica
y maurrasiana del nacionalismo como en la tentación clerical de
buena parte del catolicismo.44
Dentro de un régimen ilegítimo, desde el punto de vista socio-
político, la constelación de poderes se articulaba o relacionaba
respecto del gobierno de Justo: subordinación del poder militar;
apoyo del poder moral (la Iglesia Católica y sus voceros princi
pales); adhesión del poder económico; antagonismo del poder ideo
lógico; débil oposición de fuerzas políticas neutralizadas por la
43 Confr. Conil Paz-Ferrari, ob. cit., págs. 45 a 63; Ciria, ob. cit.,
pág. 68 y opinión de Edm und Smith Jr. en Yankee Diplomacy (U .S. inter-
vention in Argentina), Dallas, 1953; Federico Pinedo, En tiempos de la Re
pública, tom o i, págs. 146 y sgtes.
44 “La celebración del Congreso Eucarístico Internacional de Buenos
Aires en 1934, puso en las calles de Buenos Aires una m ultitud de católicos,
por lo cual el oficialismo justista, huérfano de opinión, adoptó también desde
entonces una acentuada definición clerical”. Confr. Ernesto Palacio, Historia
de la Argentina, tom o it, pág. 387.
385
fuerte articulación del oficialismo v por el método del fraude
electoral.
Cuando en 1937 las fuerzas políticas se aprestan para los co La sucesión
presidencial
micios presidenciales. Gallo y Julito Roca gestionan una candi
datura común, una fórmula para “suprimir los apasionamientos de
la lucha”, según una expresión evocativa de la política del Acuerdo.
Pero la convención radical elige su fórmula el 28 de mayo: Mar
celo T. de Alvear recibe apoyo unánime; Mosca, 125 votos, muv
lejos Laurencena, Puevrredón v Güemes. La Concordancia, con
trolada por Justo, designa la suva: un ex ministro de Alvear,
antipersonalista y, como recordaba la izquierda, abogado de los
ferrocarriles británicos pero militante radical hasta la “Junta del
City” es candidato a presidente —Roberto M. Ortiz—, v un con
servador catamarqueño, miembro del gabinete de Justo, como el
primero, completa la fórmula, Ramón S. Castillo.
La Concordancia, con Ortiz v Castillo, obtiene 1.100.000 votos.
La U. C. R., con Alvear v Enrique Mosca, llega a los 815.000 su
fragios. En todo caso, la consagración del presidente Ortiz mere
cería de Federico Pinedo el siguiente comentario a propósito de
los comicios v de las acusaciones de fraude que menudearon v que
La Nación registró sin desmentirlas:
Los procedimientos que se usaron en esos comicios (del
5 de setiembre de 1937), que difícilmente podían imputarse
a los ex ministros, hacen imposible catalogar esas eleccio
nes entre las mejores ni entre las buenas m entre las regu
lares que ha habido en el país . . ,A:'
386
35 LA REVOLUCIÓN SOCIAL
La crisis de 1943
395
El grupo vio facilitada su acción por la designación de Urbano
de la V ega en el servicio militar de inteligencia y, sobre todo, por
la designación del general Ramírez en el ministerio de Guerra de
Castillo. La incorporación del capitán Francisco Filippi, sobrino
de Ramírez, v de un hombre que sería fundamental en los sucesos
posteriores, el teniente coronel Enrique P. González, reforzaron la
capacidad persuasiva v operativa del G. O. U. La decisión de esta
blecer la logia formalmente, en marzo de 1943, fue el resultado,
según las investigaciones de Potash, de dos factores. Uno interno:
el conocimiento de que la Casa Rosada usaría todos sus recursos
en favor de la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Otro
externo: la política exterior estimulada desde el ejército, cuando
se conoció en febrero un memorándum transmitido por el jefe del
Estado M ayor general Pierrestegui —quien en agosto del año 42
había expuesto su alarma por la ruptura del equilibrio de fuerzas
de la Cuenca del Plata, según comentan Conil Paz y Ferrari—,
militar considerado pro-Aliado, que urgía un arreglo con los Estados
Unidos para la dotación de armamentos.8 Añadimos un tercero:
Justo había muerto. En mayo de 1943, el principal objetivo del
G. O. IA era impedir la candidatura de Patrón Costas v el papel
principal no era en este caso desempeñado por Perón, sino por
el teniente coronel González. El ministro Ramírez estaba ente
rado de los planes del Q. O. U., pero no actuó contra ellos" ni
los pretendió frustrar. Cuando Castillo definió su posición fa
vorable al político conservador salteño, el G. O. U. inició con
tactos con opositores a través de González y decidió dar el golpe
en setiembre de 1943, no obstante que en el partido Radical ga
naba posiciones la idea de la candidatura presidencial de Ramírez.
Al mismo tiempo, corrían rumores de una conspiración radical
que tendría como jefe al general Arturo Rawson. Nada de eso era
informado por el ministro de Guerra al Presidente, que en una
, “tormentosa sesión” exigió una explicación. Ramírez habría negado
ser candidato radical o haber aceptado una proposición semejante,
negándose a revelar otros detalles. Castillo esperó, a partir de ese
momento, la renuncia de su ministro de Guerra. Pasaron dos días
V nada de eso ocurrió. Entonces, Castillo encargó al ministro de
* Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., pág. 119. V er el grupo directivo
del G. O. U. en Potash, pág. 188. Asimismo, hav que tener presente que el
nacionalismo realizó un im portante Congreso el 16 de diciembre de 1942,
presidido por el coronel retirado Carlos Góm ez y el ideólogo y filósofo
N im io de Anquín, pero parece que los civiles no tenían noticia del golpe
que se preparaba.
396
Marina, almirante Fincati, el 3 de junio de 1943, la redacción del
decreto dando por terminadas las funciones de Ramírez. Pero como
se reveló después, el decreto sin firma no fue a parar a manos del
Presidente: sirvió para galvanizar el aún indeciso o dividido cuerpo
de oficiales v como señal para el golpe de Estado. La confusión
era tan grande que las informaciones confidenciales apenas acer
taban con el curso de los sucesos. Éstos se dirigían hacia el golpe
de Estado desde las diez de la noche del 3 de junio, cuando el Se busca un
general . .
decreto fue conocido v González gestionó quedar en libertad para
tomar “contramedidas”. Ramírez sólo recomendó que se buscase
un general para encabezar el movimiento . . .
Así comenzó la casual, accidentada v brevísima gestión del
general Arturo Rawson, oficial superior de caballería a cuyas El golpe
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E S R o m p ie ro n re la c io n e s co n el Eje
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111 Confr. Robert Potash, ob. cit., págs. 255 a 237, donde se citan pruebas
de la tentativa de Ramírez por desplazar a Farrell y a Perón del gobierno,
con apovo de la .Marina.
405
ron que el proceso había entrado en una nueva y peligrosa fase,
y procuraron convencer a Ramírez para que retornara al poder.
Pero aparte de la negativa de éste, la nueva fase había comenzado
ya. Con el general Farrell en la presidencia, parecía que las bases
de su poder se habían consolidado definitivamente. Sin embargo,
la lucha interna no había terminado y la situación del afortunado
coronel Perón distaba de ser absolutamente segura. Surge, por lo
pronto, un antagonista fuerte: el ministro del Interior, general Per-
linger, quien reuniría en su torno a líderes del G. O. U. como los
coroneles Julio Lagos y A rturo Saavedra, el teniente coronel Se
vero Eizaguirre y el mayor León Bengoa. Desilusionados con
Perón, de acuerdo con muchos nacionalistas acerca de la equívoca
postura de aquél respecto del proceso que condujo a la ruptura
con las potencias del Eje e inquietos por sus relaciones con los
gremios, esos hombres se movieron para detener la probable desig
nación de Perón como ministro de Guerra. Desde el Movimiento
de Renovación —formado por jóvenes que correspondían a lo que
hemos llamado el nacionalismo conservador—, surgieron apoyos
para la posición de Perlinger. El coronel Perón fue designado, sin
embargo, ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del Presidente,
del jefe de Campo de Mayo, coronel Ávalos y, desde el 29 de fe
brero de 1944, con el del nuevo ministro de Marina, contralmirante
Alberto Teisaire. El ministerio de Guerra era, sin duda, una posi
ción clave para resistir el asedio de facciones opositoras, porque
desde ese lugar podían manipularse asignaciones, destinos, prom o
ciones y cambios que consolidasen la posición de su titular en la
estructura del poder militar.
La carrera política del coronel Perón había comenzado mucho
antes, pero ese año y el siguiente serían críticos. Puso de manifiesto
rasgos de su personalidad que habrían de acompañarlo en su futuro
inmediato: capacidad intelectual, “viveza” —según la interpretación
criolla del vocablo—, pragmatismo, aptitudes “maquiavélicas”, sen
tido de la oportunidad y de percepción de algunos fenómenos
nuevos para la mayoría, y también un temperamento ciclotímico
que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi sin
matices.
Dentro de la constelación de poderes, el militar era entonces
el que determinaba la ocupación de roles en. el poder político.
Parece conveniente seguir en sus líneas de fuerza para explicar
una parte de aquella realidad. Los demás componentes de la
constelación remitían a los militares sus demandas, ponían en
406
juego sus influencias o ejercían sobre ellos su capacidad relativa
de presión. A pesar del predominio del nacionalismo de derecha
v de los partidarios de la presencia militar en el poder, seguía
teniendo vigencia entre muchos militares la idea de que las fuer
zas armadas debían dejar de una manera racional v decorosa el
poder político. Y contrariamente a lo que una interpretación
simplista de las fuerzas políticas v de los valores vigentes en una
sociedad pluralista como la argentina pudiera sostener, lo cierto era
que ciertos valores del liberalismo político subsistían a través de
ideas y de creencias —vinculado o no con el liberalismo económ ico-
entre la mayoría de los argentinos. La presión por el retorno al ré
gimen constitucional se fue haciendo cada vez más concreta v la opi
nión pública se manifestaba en contra de la gestión revolucionaria.
Durante la presidencia de Farrell, el aislamiento de los revo
lucionarios no podía ser disimulado por los conflictos internos
que entretenían a sus protagonistas. Sea porque las consecuencias
políticas de la Segunda Guerra habían dado nuevo impulso legi
timador a la democracia, o porque las racionalizaciones ideológicas
del nacionalismo de derecha no eran suficientes para justificar al
régimen, lo cierto es que al comenzar 1944 la Argentina buscaba
una solución internacional satisfactoria v una fórmula política
aceptable para salir del atolladero.
En el plano internacional, el comportamiento escasamente há
bil de la diplomacia norteamericana le brindaría la oportunidad
de iniciar una contraofensiva a través de la Unión Panamericana, en
octubre de aquel año, que culminaría con lo ocurrido en Chapulte-
pec —México— en febrero-marzo de 1945. Cuando se celebró la
Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz
—aunque el tema de la Argentina, ausente, no estaba incluido en la
agenda oficial— los delegados acordaron reanudar relaciones ofi
ciales si nuestro país suscribía el Acta de esa reunión v declaraba
la guerra al Eje. El 27 de marzo de 1945, el régimen de Farrell
declaraba la guerra al Imperio del Japón v a Alemania. Como
señalan Conil Paz v Ferrari, el gobierno argentino ganaba más
de lo que cedía: normalizaba sus relaciones americanas, se le ase
guraba un lugar como miembro de la inminente conferencia de
las Naciones Unidas, y el régimen que Roosevelt y Hull denuncia
ran como “fortaleza del fasc'smo en América” seguía dueño de la
situación.
En el orden interno, "detrás de la máscara de un antipolítico’ .
el coronel Perón no sólo procuraba consolidar apoyos militares.
407
sino hallar soportes en políticos profesionales. Además, había parti
cipado con el doctor Juan 1. Cooke v otros líderes del gobierno
argentino, según escribió el norteamericano Welles, en conversa
ciones secretas con delegados estadounidenses, previas a la reunión
de Chapultepec. El pragmatismo del coronel Perón habría conmo
vido a los anglosajones v sacudido la rigidez de los ideólogos. “Más
allá del bien y del mal”, desde el ministerio de Guerra y la Secre
taría de Trabajo, el líder del G. O. U. tendía sus líneas hacia el
partido Radical. Según una información diplomática, en abril del
44 Perón habría ofrecido el ministerio del Interior al doctor Ama
deo Sabattini.17 Éste rechazó la oferta. Perón no ocultaba su respeto
por el partido Radical ante sus camaradas. En Campo de Mavo
habló del partido Radical como una fuerza “grande v poderosa”,
pero añadió que su líder era “anticuado”. No obstante, reveló que
el radicalismo era una fuerza que podía ser “canalizada” en el
sentido que él consideraba adecuado, v que estaba comprometido
en esa tarea. Mientras fracasaban sus primeros intentos con líderes
políticos, del ministerio de Guerra salían “órdenes generales” pre
viniendo a los militares contra los “cantos de sirena” de los políti
cos, v haciendo saber que el gobierno de Farrell no tenía intencio
nes de llamar a comicios nacionales, por lo menos en fecha próxima.
El gabinete de Farrell era escenario de la pugna sorda entre las
tendencias. En mavo de J944 ingresa el nacionalista Alberto Bal-
drich, partidario de Perlinger, para hacerse cargo de la cartera de
Justicia e Instrucción Pública. Al mismo tiempo, se incorpora un
aliado de Perón* el general Orlando Peluffo, en el ministerio de
Relaciones Exteriores. El conflicto haría eclosión en julio, preci
pitado por Perón, a propósito de la vicepresidencia vacante. Con
voca una asamblea de oficiales del ejército, de la que resulta
P e ró n
vicepresidente
4 13
d predominio de un elenco dirigente. El primero de tres elencos
que registra Imaz a lo largo de 25 años v que gobernaría hasta 1943:
Se trataba de un grupo restricto, en el que el origen,
las relaciones de tipo personal, la situación de familia v los
clubes de pertenencia, operaban como criterios selectivos
(...) El grupo que gobernó entre 1936 v 1943 no tenía
problemas de cooptación. . . En todo Caso las opciones se
daban entre un número limitado de pares. Sobre doce titu
lares del poder en 1936, ocho eran socios del Círculo de
Armas (Julio A. Roca, Carlos Saavedra Lamas, Roberto
¡VI. Ortiz, Basilio Pertiné, Eleazar Yridela, Miguel Ángel
Cárcano, /Manuel \lvirado, Martín Noel). Como criterio
supletorio el grupo aplicaba criterios de “reconocimiento”
(entre los cuales el primero era) la habilidad en los nego
cios o la capacidad jurídica (Miguel J. Culacciati) ...
o el éxito electoral, como en el caso de Fresco. Pero la Presidencia
estaba reservada no sólo a los grandes políticos, sino a los políticos
que perteneciesen al más alto estrato social. Clase dirigente con
gran cohesión interna, fue reemplazada por un segundo elenco que
Imaz sitúa entre el 43 v el 55. Fn él se revertirían los términos v se
modificarían los “criterios de legitimidad”.
La nueva clase política que se instala tras el triunfo
electoral peronista no reconoce valores adscriptos, v el
régimen de lealtades que instaura nada tiene que ver con
el preexistente... Los nuevos dirigentes peronistas de
1946 constituyen un grupo de “accesión" muv alto, abier
to, extenso, basado en un reclutamiento amplio como hasta
entonces no se había conocido. En 1946, todavía el valor
para el ascenso era el exclusivo éxito personal. Pero este
éxito previamente debía haberse producido en alguno de
los cuatro compartimientos básicos, sobre los que se estruc
turaría el peronismo: la plutocracia, la actividad gremial
y la política social, el comité v las fuerzas arm adas.. ,-M
La plutocracia era un canal de ascenso relativamente nuevo,
pero la novedad que introdujo el peronismo fue que el grupo era
industrial, y no exportador o importador. El ascenso al poder por
la carrera sindical era un fenómeno hasta entonces inédito, v el
comité, base habitual de dirigentes marginales del radicalismo v de
-4 Imaz, José L. de, ob. cit., págs. 11 a 15. El tercer elenco, desde 1956.
com binaría al principio a militares y empresarios, lo que tuvo vigencia espe
cialmente hasta 1958. b'.n el 61 reaparecen los "políticos de partido’.', que se
afirman luego del 6Í v desaparecen, casi, luego del 66. para retornar paulati
namente cuatro años después.
4 14
partidos menores. I.os oficiales retirados de las fuerzas armadas, si
bien no constituían una fuente de reclutamiento nueva, serían en-
i unces muchos más que en experiencias anteriores y sus dos repre
sentantes principales —el nuevo Presidente y el gobernador de
liuenos Aires— no habían culminado profesionalmente su carrera
militar. Esto también resultaría una novedad. Al principio, el siste
ma de lealtades era difuso, salvo para los militares v quizás los
i>iemialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por la lealtad
i lina pareja gobernante.
Pero en el 45, ese proceso apenas manifiesto en la sociedad Algunos sucesos
argentina, se expresaría abruptamente en la arena política. En la
( lasa Rosada la situación era confusa. Habían ocurrido manifes
taciones de inequívoco fervor pro-Aliado a raíz de la liberación
de París, v se temían disturbios contra el gobierno a propósito de
la inminente caída de Berlín. Universitarios, partidos políticos,
miembros de lo que Alejandro Korn llamaba “la resistencia civil”,
gente representativa de la llamada “clase alta” pero también mu
chos otros ciudadanos de los sectores medios organizaron, convo
caron o concurrieron espontáneamente a demostraciones antigu
bernamentales acompañando entusiastamente el curso de la gue
rra, que nutridos sectores sabían desagradable para los gober
nantes de la “dictadura militar”. En abril del 45 la “resistencia
civil” era manifiesta en el centro de Buenos Aires, alentada por
la rectificación de la política internacional que situaba a los gober
nantes en una situación por lo menos equívoca. La oposición había
elegido dos blancos: el presidente Farrell —contra el que se dirigió
buena parte de la artillería del humorismo político— v el coronel
Perón, cuva peligrosidad era cierta tanto para la oposición política
como para los sectores militares hostiles a su acción. Perón, que
según una expresión atribuida por testigos entrevistados por Luna,
era para el nacionalista A rturo Jauretche “el tipo ideal para que
vo lo maneje”, procuró distraer a sus opositores —presumiblemen
te— produciendo en ese mes de abril una declaración en la que
aseguraba no aspirar a la Presidencia. La sensación de los obser
vadores v testigos era que a esa altura del proceso, pese a su poder,
parecía hallarse a la defensiva frente a una oposición que crecía
dentro v fuera del ejército. Cuando la situación del coronel Perón
era más crítica, aunque aún no le había sucedido lo peor en esta Braden en escena
parte del proceso, fue nombrado Spruille Braden embajador de los
Fstados Unidos en la Argentina. El nuevo embajador vino a la
Argentina con una predisposición ideológica v política militante.
Argentina peronista.
Del "movimiento"
al "régim en"
431
masas, pareció perder desde enton ces el control de sus hum ores
V' de su equilibrio em ocional.
Antes de constituirse en lo que se llama un “partido de masas”, ei m o v im ie n t o
4 38
Mi opinión —dijo entonces— es contraria a tal reforma.
Y creo que la prescripción existente es una de las más
sabias v prudentes de cuantas establece nuestra Carta Mag
na. Bastaría observar lo que sucede en los países en que
tal reelección es constitucional. No hav recursos al que
no se acuda, lícito o ilícito; es escuela de fraude e incita
ción a la violencia, como asimismo una tentación a la
acción política por el gobierno o los funcionarios. Y si
bien todo depende de los hombres, la Historia demuestra
que éstos no siempre han sido ecuánimes ni honrados para
juzgar sus propios méritos v contemplar las conveniencias
generales. En mi concepto, tal reelección sería un enorme
peligro para el futuro político de la República. Es menes
ter no introducir sistemas que puedan incitar al fraude a
quienes supongan que la salvación de la Patria sólo puede
realizarse por sus hombres o sus sistemas. Sería peligroso
para el futuro de la República v para nuestro Movimiento
si todo estuviera pendiente v subordinado a lo pasajero v
efímero de la vida de un hombre .. .4I
41 Cit. por Raúl Bustos Fierro, ob. cit., págs. 122 y 12.?, quien añade
que el tema de la reelección presidencial no se contaba entre las preocupa
ciones fundamentales de los políticos peronistas, En cambio, importaba intro
ducir reform as constitucionales que asegurasen la nacionalización del petróleo
y de las fuentes energéticas naturales; la declaración de los “derechos del
trabajador, de la niñez y de la ancianidad”; el concepto de función social
de la propiedad privada; la existencia de ciudadanía nativa para los cargos
de Presidente, V icepresidente, Senadores y Diputados nacionales; expresa
inclusión del derecho de huelga y del hábeas corpus; la escalada represiva
desde el estado de prevención hasta el estado de guerra, etc. I.a reforma debe-
entenderse en la siguiente secuencia:
• Constitución de ¡USi: Articula prim ero las “Declaraciones, derechos
v garantías”, conform e al ideario liberal, y luego las normas destinadas a la
organización del Estado. Esquemáticamente, esta parte del clásico concepto
de la división de poderes: el cuerpo legislativo se com pone de dos Cámaras
—diputados y senadores— bajo la denominación de Congreso Nacional. Los
prim eros se eligen según la población y los segundos según el núm ero de
provincias. El Presidente de la Nación es el titular del Poder Ejecutivo y lo
elige el pueblo en form a indirecta. Con atribuciones numerosas, tiene incluso
funciones colegislativas. El Poder Judicial de la Nación lo componen una
Corte Suprema y tribunales inferiores. La parte “dogm ática” tiene gran
importancia y reconoce la filiación en la generación del 57. Contiene una
de las más amplias y generosas declaraciones de derechos que hayan sido
proclamas en una Constitución (Legón). Para los habitantes —y no sólo
para los ciudadanos— la constitución argentina acentúa mucho más que la
norteamericana los poderes del Presidente La Constitución, ral como la
439
Con la elección directa de las autoridades nacionales por el
pueblo de la República se sancionó, sin embargo, la reforma del
art. 77 de la Constitución, entre otras modificaciones de distinta
importancia. Perón no se equivocó cuando criticó la reelección
sin período intermedio y defendió el principio constitucional. Pero
un líder se siente, de alguna manera, inmortal e irreemplazable.
Como Rosas en su tiempo, rechazó los principios, pero explotó la
necesidad de un príncipe. Cuando aún faltaban tres años para
los comicios del 51, el peronismo no aceptaba otra conducción
que la de Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
concebía A lberdi en “Las Bases”, era en rigor un instrum ento de cambio
y de reordenam iento progresista.
• Reform a de 1860: Acentúa el carácter federalista de la Constitución
eliminando algunas atribuciones conferidas «1 gobierno federal en el texto
de 1853 y, entre otras, a las que sometía a los gobernadores de provincia
a juicio político por el Congreso N acional. Especialmente im portante es la
reform a del art. 3P, que designaba a Buenos Aires capital; la reform a del 60
estableció que las autoridades del gobierno federal residirían en la ciudad
que se designase por ley especial del Congreso, debiendo ceder el territorio
la Legislatura provincial. Hasta 1880 no se dictó esa ley, que declaró a Buenos
Aires capital federal luego de una revolución.
• Reform a de 1866: R eform a parcial del art. 4C? sobre los gastos de la
Nación que provee el gobierno federal con los fondos del tesoro nacional.
Supresión de la parte final del inc. I9 del art. 67 que decía: “hasta 1866, en
cuya fecha cesarán como im puesto nacional no pudiendo serlo provincial”.
• Reform a de 1898: Reform óse los arts. 37 y 87 de la Constitución.
Por el art. 37 la Cámara de D iputados se com pondría desde entonces con
representantes elegidos directam ente por el pueblo de las provincias y de la
capital que se consideran a ese fin com o “distritos electorales” y a simple
pluralidad de sufragios. El núm ero de representantes será de uno por cada
33D00 habitantes o fracción que no baje de 16.500. Después de la realización
de cada censo, el Congreso fijará la representación con arreglo al mismo,
pudiendo aum entar pero no disminuir la base expresada para cada diputado.
El art. 87 reform ado eleva a ocho los ministerios y los ministros secretarios
refrendan los actos del Presidente por medio de su firma, sin la cual aquéllos
carecen de eficacia. U na ley especial deslinda los ramos del despacho de
los ministros. Además, no hizo lugar a la reforma del inc. \v del art. 67 de
la Constitución de 1853.
Desde entonces hasta la reform a de 1949, la Constitución de 1853 con
las enmiendas señaladas perm aneció sin cambios. En 1957 se revisó la reforma
del 49 y se añadieron algunos cambios no sustanciales.
Confr. Las Constituciones de la República Argentina, por Faustino J.
Legón y Samuel W . M edrano. M adrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1953 y
especialmente R eform a de la Constitución Nacional, por Miguel M. Padi
lla (h.). Buenos Aires, Editorial A beledo-Perrot, 1970, donde entiende que la
reform a del 49 significó el reemplazo por otro instrum ento inspirado en
ideas “distintas” de las de 1853.
440
permanencia del partido en el poder, permitiesen la rotación de sus
élites. Los defensores de la reforma aludían al ejemplo estadouni
dense. Apenas se mencionaban las diferencias profundas entre los
hábitos, mecanismos y prácticas políticas de ambos países. No se
tuvo en cuenta, entre otros detalles, que el período presidencial
norteamericano es de cuatro años v* no de seis. Perón logró un
fácil triunfo en 1951, pero sus palabras del 48 fueron proféticas.
El régimen padeció casi todos los vicios que el mismo Perón pre
dijo, llegó fatigado al promediar el segundo período, y desde 1952,
según observamos ya, ningún Presidente argentino llegó a sostener
se cuatro años en el poder.
Con la sanción de la reforma constitucional del 11 de marzo de
1949 y la posibilidad de la reelección, se manifestó en las filas
peronistas la pugna por la candidatura a la vicepresidencia. De
pronto surgió la fórmula que debía institucionalizar la “diarquía”
que de hecho gobernaba a la Argentina: Perón-Eva Perón. La
candidatura de Eva Perón fue un hecho político singular. Movilizó
muchedumbres, culminando en una impresionante manifestación
convocada por la C. G. T., el 22 de agosto de 1951, que cubrió bue
na parte de la avenida Nueve de Julio v en la que se proclamó la
vicepresidencia para la “compañera Evita”. Significó, también, el
desplazamiento del coronel Mercante, hombre de absoluta confian
za de Perón desde los comienzos de su carrera política en el 43 y
candidato natural para la vicepresidencia. Y por fin, inquietó a las
fuerzas armadas, desde donde habría de hacerse llegar al Presidente
la disconformidad que produjo el anuncio. Éste tuvo aún capacidad
para escrutar lo que los mandos militares pensaban v medir las
posibles consecuencias de la obstinación. Mercante fue expulsado L a c o n s p ir a c i ó n
caso a los designios políticos del Presidente. Esto fue claro durante
el primer período presidencial de Perón y demostró consecuencia
con lo hecho y predicado por éste desde que ocupara cargos en el
gobierno surgido del golpe de Estado de 1943. La C. G. T. se
constituyó en uno de los factores de poder del régimen y el pro
letariado industrial y rural en su principal clientela política. Esto
no significa que el peronismo reclutara a sus adherentes sólo entre
los sectores así llamados proletarios o “descamisados”. Este aspecto
del fenómeno peronista debe ser investigado con mayor precisión,
pues si bien los obreros fueron el núcleo del partido oficialista
en los grandes centros urbanos e industriales, aquél triunfó en el
interior, ganó en lugares con predominio de la clase media y atrajo
incluso a un empresariado industrial incipiente que apoyó su polí
tica de protección al capital nacional.
Es indudable que con el peronismo fueron especialmente los
sindicatos los que adquirieron mayor influencia; el obrero tuvo la
sensación de una participa¿ión efectiva en el sistema político, se
sancionaron numerosas leyes sociales que lo protegían y hasta en
las embajadas argentinas se creó el rango de “agregado obrero”
con lo cual los observadores extranjeros se hicieron la imagen
de que una suerte de “Estado sindicalista” se había creado en la
Argentina.44
Lo cierto era, sin embargo, que el régimen había jugado dos
cartas complementarias: el sindicalismo era un miembro nuevo y
pleno de la constelación de poderes de la Argentina moderna, pero
a su vez el poder sindical era “encuadrado” por el Estado v con-
44 Confr., por ejemplo, Pierre Lux-Wurm, ob. cit., págs. 163 a 165.
444
frolado en su acción. Cuando algún sindicato traspasaba con su
acción los límites de seguridad del régimen, como ocurrió con la
huelga ferroviaria de 1951, aquél acudía a la movilización general
o sometía a los obreros rebeldes al régimen militar.
La política económica fue parcialmente tributaria de la polí
tica general del régimen. Con la participación decisiva del español
José Francisco Luis Figuerola v Tresols, que Perón había conocido
en 1943 como jefe de estadística del Departamento Nacional del
Trabajo, se elaboró el llamado “Plan Quinquenal del Gobierno
1947-1951”. Según su autor, el plan inicial constaba de cuatro
etapas esenciales: establecer las necesidades previsibles de materias
primas de origen nacional; verificar el estado v grado de eficiencia
de los sistemas de producción, explotación v distribución de esos
elementos; proveer las obras e inversiones necesarias para asegurar
en el término de cinco años un suministro suficiente de materias
primas, combustibles y equipos mecánicos y desarrollar racional
mente la industria v la agricultura, v asegurar la descentralización
industrial, la diversificación de la producción y el emplazamiento
de fuentes naturales de energía, vías de comunicación, medios de
transporte v mercados consumidores. Perón añadió otras medidas
V objetivos, pero mantuvo la finalidad principal de evitar que la
posguerra disminuyera en la Argentina la tasa de empleo, me
diante la promoción de la industria liviana. Según sus protagonistas
más calificados, la política económica peronista tendía a impedir
la destrucción de la industria nacional surgida durante la guerra
a través del proteccionismo y a controlar factores claves de la
actividad económica. De ahí la política de nacionalizaciones, la
conducción y actividad del Banco Central, la creación del
I. A. P. 1., y los acuerdos económicos internacionales.4''
Los tres primeros años de la gestión de Perón estuvieron sig
nados no tanto por el primer plan quinquenal, sino por el manejo
audaz y discrecional de la economía que inspiró un personaje pin
toresco, un empresario de viejo estilo, autodidacta y paternalista,
pragmático y “sin prejuicios de escuela” como dijo de él Arturo
Jauretche. Durante el gobierno de Farrell el empresario Miguel
Miranda había logrado imponer sus ideas sobre la nacionalización
del Banco Central; luego propuso la creación del Instituto Argen
tino para la Promoción del Intercambio, con el fin de controlar
45 Uno de los testimonios técnicam ente serios, aunque parcial por
pertenecer a un funcionario del régimen en su segundo periodo, es el libro
de Antonio F. Cafiero, Cinco años después. . . , Buenos Aires, ed. del autor,.
1961.
4 45
el comercio exterior; y por fin no fue ajeno a uno de los más
espectaculares actos del régimen peronista, la nacionalización de
ciertos servicios públicos, incluyendo la adquisición de los ferro
carriles que pertenecían a capitales británicos. Pero la política
económica de Miranda —técnicamente vulnerable— descansaba ade
más sobre la desarticulación de las economías europeas. Cuando és
tas se rehicieron, uno de los presupuestos de la política de Miranda
faltó y con él se advirtieron las falencias, en el mediano plazo, de
aquélla. Miranda renunció a fines de 1949 y la conducción econó
mica cambió de manos. Ramón Cereijo, Alfredo Gómez Morales
y más tarde Antonio F. Cañero procuraron introducir racionalidad
en la economía del régimen sin soslayar uno de. los principios fun
damentales de su acción. Señala Cañero que “el Justicialismo. . .
sujetó el poder económico —hasta entonces invicto— a la autoridad
pública y colocó la economía al servicio de la política.46 El primer
gobierno de Perón se divide pues, en dos etapas, discernibles por
el tipo de medidas adoptadas, el énfasis de las mismas y la persona
lidad de sus realizadores. Según explica Gómez Morales,47 Miranda
trazó su política económica teniendo en cuenta informes de los
servicios de inteligencia de las fuerzas armadas que aseguraban una
posguerra muy corta y un enfrentamiento inminente entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética. A juzgar por eso, el nivel
de los análisis en torno de la situación y predicciones de las rela
ciones internacionales no era precisamente alto. La guerra no se
produjo, v en cambio el Plan Marshall trastornó por completo los
cálculos de Miranda y descolocó a la Argentina en mercados in
ternacionales, donde los Estados Unidos “regalaban lo mismo que
nosotros teníamos que vender”. El nuevo equipo económico que
sucedió a Miranda, tuvo que poner orden en una economía des
quiciada. A rthur P. W hitaker resume en una paradoja los primeros
seis años del peronismo: “prosperidad y bancarrota”.
Pero ambas situaciones —añade— “fueron completa
mente ajenas al control de Perón. Sin embargo debe ano
tarse que su régimen logró capear la crisis sin sufrir daños
perdurables, pues el consumo permaneció en un nivel mo
deradamente alto en la peor época, de manera que en todo
el período 1946-1952 el promedio de consumo mostró un
4® C afiero, Antonio F., ob. cit., pág. 37}. En realidad, subordinó la
economía a una política.
47 G ó m e z M orales , A lfredo, Historia del Peronismo, cit., 30 de agosto
de 1966 y en El Cronista Comercial, 7-IV-71.
446
aumento considerable de 3,5 % anual; incluso en 1952 la
Argentina conservaba todavía el 22 % de la producción
bruta total de América Latina v comenzaba una recupe
ración promisoria”.48
Por supuesto, las opiniones están divididas. Partidarios v ob
servadores extranjeros explican de manera positiva el rumbo de la
política económica peronista, pero los críticos enfatizan otros aspec
tos de esa misma realidad y concluyen de manera diferente. Si el
peronismo mantuvo una alta tasa de empleo mediante la prom o
ción de la industria liviana, ésta ocupaba altos coeficientes de mano
de obra con poca eficiencia. Si se rescataron inversiones extranjeras
en servicios públicos —que darían pérdidas crecientes e incidirían
en el déficit presupuestario— como los ferrocarriles, los teléfonos,
el gas, se hizo mediante la aplicación de divisas que pudieron em
plearse en inversiones básicas de industria pesada o infraestructura.
Su política agraria impidió el aumento de la productividad, afec
tando las exportaciones y, por lo tanto, una de las bases para finan
ciar el desarrollo.4” El segundo plan quinquenal pretendió cambiar
el sentido negativo de algunas de las políticas del primero. Éste
habría sido guiado por premisas kevnesianas más que por objetivos
de una economía del desarrollo, que se trataron de practicar en
el segundo período presidencial de Perón.50 En cambio, otros opi
nan que en 1945 nadie pensaba en la economía argentina con térm i
nos de subdesarrollo, sino de “dependencia-independencia” y de
desigualdades regionales. De esta manera —opina Florea! Forni— la
opción entre economía de desarrollo y kevnesianismo nunca exis
tió: dada la situación entonces vigente, el gobierno peronista fue
una combinación pragmática de protección a la única industria
entonces existente —la liviana— hasta llegar a la sustitución de
importaciones. Pero lo más importante fue que el poder del Estado
como conductor de la economía aumentó, y que se aplicó, asimis
mo, a una redistribución de la renta incorporando nuevos v amplios
sectores sociales a la sociedad de consumo.
Pueden añadirse al debate sobre la política económica del
peronismo las opiniones de economistas que no se refieren al con
texto político-social del régimen sino a la inserción de aquella
48 W h i t a k e r , A rthur P., La Argentina y los Estados Unidos. Buenos
Aires, Proceso, 1956, pág. 78.
4!> Por ejemplo, Leopoldo Portnoy en Economía argentina en el si
glo X X . México, F. C. E., 1962.
50 D íaz, A lejandro Carlos F., Stages in the Industrialización of Argen
tina. Inst. T orcuato Di Telia. C. I. E., n9 18, pág. 59, cit. por Forni.
447
política en una secuencia de “modelos” o bien de etapas del
desarrollo, tal como han hecho Guido Di Telia v Manuel Zv-
melman.51 En la periodización propuesta por éstos, el primer go
bierno peronista se encuentra en lo qire llaman “crecimiento auto-
generado” y que, según se viera a propósito de la administración de
Justo en adelante, cubre el lapso 1933-1952. A partir de ese año, la
economía argentina habría entrado en una etapa de “reajuste” —lo
cual coincide con la percepción que de su papel tenían Gómez
Morales v Cafiero, por ejemplo, durante la última parte del régimen
peronista—, que continúa en el presente. Según esta perspectiva,' el
gobierno constitucional que siguió a la revolución o cambio polí
tico del 43' vio en la industria un medio de promover el progreso
económico y de ganar influencia internacional. El control de cam
bios v una deliberada política industrialista tuvieron el efecto de
retrasar al sector agrícola v volcar la inversión en el sector indus
trial. Después del período de prosperidad de 1948 v del receso de
1952, la economía evidenció signos de desajuste. A su vez, la inter
vención del Estado asumió proporciones hasta entonces inusitadas
en la Argentina y la industrialización se apoyó en la provisión de
divisas que brindaba el sector agrícola. La redistribución del in
greso del sector agrícola al industrial se hizo a través del IAPI.
En 1949, la política oficial tuvo que invertirse por la caída de
los precios internacionales; las reservas de divisas estaban agotadas
v la Argentina se vio obligada a recurrir a un préstamo del Export-
lm port Bank. La inflación —ya parte de una política, más bien que
una tendencia— fue alentada no sólo como una forma de reorien
tar recursos de la agricultura hacia la industria, sino como una
medida política relacionada con el nivel de los salarios.
Hacia 1955, a pesar de la hostilidad de los industriales aban
donados a sus propios recursos, de los productores agrarios donde
se afincaba el antiperonismo en función de valores no exclusiva
mente económicos, de la ausencia de divisas, de la inflación v de
los reclamos del gobierno en favor de la austeridad v |a produc
tividad, Perón declaraba a los legisladores peronistas su optimismo
respecto del futuro v transmitían en sus discursos insólita e infun
dada seguridad: “Hemos hallado la solución al 90 JZ de los pro
blemas del país —decía a los legisladores el 29 de marzo— y hemos
dado una solución a la explotación del petróleo, a la energía eléc
trica v a la.siderurgia.” El 25 de abril, el ministro de Industria
•-*1 I)i T f .l i .a , G uido v Z y m e i .m a n , Manuel, ob. cit., págs. 23, 12?, 494,
502 v 509
debía suscribir un acuerdo con la Standard Oil, que preveía la
constitución de la “California Argentina de Petróleo S. A.” El
peronismo confiaba en que el acuerdo, impuesto por las circuns
tancias, permitiría cubrir las necesidades del país en combustibles
v economizar divisas indispensables para equipar la industria y
restablecer el equilibrio de la balanza comercial. La oposición
advierte que el peronismo ha abierto un flanco fácilmente vulne
rable, mientras se ha desencadenado ya el conflicto con la Iglesia.
En resumen, denuncia que en 49.800 km* del territorio argentino
una compañía extranjera era autorizada a constituir un “Estado
dentro del Estado”, importando máquinas, trayendo su personal,
exportando las sumas que percibiese, construyendo rutas v aero
puertos, telégrafos y comunicaciones fuera del control del Estado
argentino. El acuerdo es ratificado por la mayoría peronista, pese
a las protestas de la oposición encabezada por un diputado radical
que había hecho del petróleo uno de sus temas polémicos predi
lectos y, a la postre, una cuestión insoluble en términos racionales
para los argentinos: el doctor Arturo Frondizi.
Después de la caída del régimen peronista, el informe del
argentino Raúl Prebisch, entonces secretario general de la Comi
sión Económica de las Naciones Unidas para América Latina, con
tiene una apreciación preliminar de las consecuencias de la política
económica del peronismo que resumió así:
La Argentina conoce hoy la crisis más aguda de su
desarrollo económico, más grave aún que la que debió
conjurar el presidente Avellaneda economizando sobre el
hambre y la sed, más grave que la de 1890 v más grave
que la de hace un cuarto de siglo, en plena depresión
mundial. En esos tiempos, el país conservaba al menos sus
fuerzas productivas intactas. No es el caso de hoy: los
factores dinámicos de su economía están seriamente com
prometidos y será necesario un esfuerzo intenso y persis
tente para restablecer su ritmo vigoroso de desarrollo ..
Interpretación compartida por algunos técnicos, discutida por
políticos e ideólogos y rechazada por la opinión popular que tuvo
una sensación diferente tanto del diagnóstico de la situación como
de las medidas que se aconsejaban en el citado informe.
La política exterior procuró ser congruente con la fisonomía La política exterior
interna del régimen v con el realismo del caudillo. Polifacética y y la "tercera
posición”
453
manifestó de maneras diferentes, y atravesó tanto a los sectores
proletarios de las zonas industriales —donde los líderes sindicales
fueron v son miembros destacados del movimiento—, como a sec
tores sociales del interior, donde miembros de familias tradicionales
encabezaron el peronismo político o nuevas burguesías locales
hallaron una vía de expresión frente a pequeñas oligarquías pro
vincianas que se abroquelaron en el antiperonismo por temor a los
cambios que el peronismo parecía significar.
Al mismo tiempo, en la medida en que Perón entendió que su
autoridad indiscutible sobre una parte del pueblo debía ser acep
tada coercitivamente por quienes no eran sus fieles, derivó hacia
el autoritarismo y, a la postre, hacia una autocracia populista.
Cuando Perón decía “el pueblo”, entendía la palabra en el sentido
de un todo orgánico o de una mayoría absoluta.. De ahí el “popu
lismo”, como expresión ideológica de la concepción romántica
que conduce a que puedan ser sometidos uno por uno todos los
miembros del pueblo efectivo. En ese punto, el peronismo dejaba
de traducir a la democracia en el sentido político v moderno del
término. Movimiento poderoso, con el dominio casi total de los
medios de expresión, se liberó de la crítica y comenzó a padecer la
corrupción cortesana. En algún momento del proceso el régimen
comenzó a debilitarse sin que sus conductores v sus beneficiarios
lo percibieran.
Un dato importante de un sistema político es la cantidad, ca El sistema:
455
Bombardeo a la Casa de Gobierno.
16 de jun io de 1955: bombardeo de la aeronáutica antiperonista que provocó
muchas victim as. Saqueo e incendio de iglesias por bandas que invocaban
a Perón. Dos ejemplos extrem os de una Argentina exasperada y en la frontera
de la guerra civil.
465
imponer o a proponer reflexiones críticas en torno de la vigencia
de nociones clásicas, como la de la soberanía del Estado y la
soberanía nacional. En regiones que han visto nacer al Estado na
cional, ha comenzado un movimiento tendiente a desacralizar y a
desmistificar las nociones de Estado y de soberanía, para hacerlos
permeables al control de la razón teórica v de la razón práctica.
El bien común sólo debería ser sagrado para la conciencia cívica,
se observa. Las diferentes formas de Estado y de soberanía no
tendrían otro valor que el de medios vinculados al bien común.
Pero ese criterio predominantemente moral —por lo tanto, c'pnti-
nente de una perspectiva de la realidad—, implica insistir sobre las
nociones de competencias y de responsabilidades más bien que
sobre las de poder en la justificación de la soberanía. Supone buscar
fórmulas —de un tipo próximo a las federalistas— para salvaguardar
a la vez la existencia original de los grupos humanos v su unidad,
aunque no elimine todas las tensiones11. Esa tendencia tiene en vista
un proceso internacional que puede conducir de otro modo a
nuevas e insólitas catástrofes, pero debe transitar por un mundo
que presencia el renacimiento de sentimientos nacionales v nacio
nalistas, a menudo como formas de manifestar la afirmación de
grupos humanos amenazados por un contorno hostil en el que los
más poderosos se desentienden de los más débiles. El historiador
tendrá aún mucho que decir para colaborar en la explicación de
las causas de tales procesos simétricos. Frente a las contradicciones
actuales, tiene vigencia la idea, aparentemente paradójica, de que
la interdependencia y la solidaridad verdadera de las naciones
dependen hoy de su independencia nacional."
Situada en América latina, tradicionalmente ligada —cuando
no alienada— a Europa, parte del sistema americano cuya poten
cia dominante son los Estados Unidos, la Argentina ha vivido
una suerte de “doble vida”, expresión v proyección a la vez
de sus dualidades internas. Hay una Argentina “latinoamericana”,
así como hay una Argentina “europea”. Se advierte una Argen
tina próxima —prójima— a América latina en aquellas regiones
habrán tenido que jugar, de grado o por fuerza, el juego de los grandes
espacios económicos, habrán extendido el territorio de sus operaciones a las
dimensiones del planeta.” Cit. por Jean-Jacques Servan-Schreiber en El
desafío radical. Ed. Plaza & Janes, Barcelona, 1970. Ver en el mismo sentido
J. K. G albraith en La nueva sociedad industrial.
11 Confr. Chronique sociale de b'rance, “M ythe du passé: la souveraineté
nationale”, cahier 3, junio de 1970, Lyon.
7 Fran^ois Perroux, Indépendance de la nation. Ed. A ubier-,Montaigne,
París. 1969.
466
que 110 forman parte del área integrada por la Capital Federal, El dualism o
regional
parte del Gran Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos.
Mientras ésta aporta algo más del 80 % del producto total del
país, el resto participa con .el 13 % y el sur con poco menos
del 3 Vt. El área metropolitana concentra más capitales, atrae una
mejor tecnología, tiene índices más altos de productividad, mano
de obra de mavor calidad, mejores salarios y servicios, y vive las
expectativas y contradicciones de las sociedades industriales des
arrolladas. La “otra” Argentina revela, por su parte, la profundidad
del dualismo regional y sus consecuencias.
Sin embargo, los condicionamientos del contexto internacio
nal parecen indicar con claridad suficiente que el futuro de la
Argentina está comprometido con el de América latina. El futuro
de ésta, a su vez, está vinculado a la forma de sus relaciones con
la potencia hegemónica v con la posibilidad de la región de lograr
una relativa autonomía. El futuro de la Argentina está en Amé
rica latina, v será a través de ella que los argentinos podrán
sobrevivir como nacionales de un Estado independiente, lo que
significa que la independencia nacional pasa hoy por la codepen-
dencia nacional, una de cuyas formulaciones es la integración
latinoamericana.*
Para incorporarse al proceso de integración regional, la ma La Argentina
gías, que a menudo no son tan “nuevas”, pero que sugieren cada
una cierta particular interpretación de la crisis argentina y de la
ubicación de los argentinos en el mundo y en la historia. Las expli
caciones v teorías que a modo de ejemplo se expusieron hasta aquí,
constituyen a veces un segmento de las interpretaciones ideológicas,
f'.stas reconocen aún la vigencia de alguna de las grandes ideologías
que han llegado con fuerza distinta al último cuarto del siglo xx:
el liberalismo, el marxismo, el nacionalismo y el catolicismo social
predominan en las diferentes corrientes ideológicas. Pero éstas
tienen, a su vez, vertientes internas de fuerza diferente, según
influya sobre elfos el tema internacional, el tema económico, el
tema del conflicto de clases. Las combinaciones difieren v multi
plican las capillas ideológicas dentro de cada corriente. El renaci
14 Confr. Análisis global del Proyecto del C O N A D I., citado, fc'.l pá
rrafo comienza expresando, sin em barco, que: "Desde el punto de vista de
los objetivos de crecim iento, distribución de ingresos y soberanía que procura
el Plan, la estrategia iyitegrai'ionista aparece como temporalm ente regresiva."
4 75
miento del nacionalismo trajo consigo la revisión de las ideologías
internacionales vigentes a través del prisma del “interés nacional”.
El problema del desarrollo ha dado lugar a la difusión de una
interpretación asociada con un modo particular de concebirlo co
nocido como “desarrollismo”. La militancia del peronismo v la
ideologización de los movimientos populares a través de la con
cepción del pueblo como entidad, como “todo orgánico” en un
sentido neorromántico, ha dado vigencia inusitada al “populismo".
Pero el nacionalismo v el populismo son maneras de concebir el
papel de la nación v del pueblo que penetran a las ideologías mili
tantes, más bien que constituirse en alguna de ellas. En la búsqueda
de la convergencia, el nacionalismo procura abandonar su pasado
aristocratizante para reconocerse en el “populismo” que invade
las concepciones económicas, la sociología, las expresiones políticas
y aun la teología. El populismo, a su vez, no se legitima sino a
través de los movimientos “nacionales”. El marxismo no permanece
ajeno al proceso, v estalla en innumerables sectores alimentados
algunos por el “marxismo ortodoxo”, que responde a las direc
tivas formales e informales de Moscú, v sobre todo por el “mar
xismo nacional”. Mezcla detonante de nacionalismo v marxismo,
éste procura neutralizar otra mezcla otrora dinámica: la de nacio
nalistas v conservadores, propicia a la reaparición, fuera de su
época, de nuevas versiones del fascismo. F.l liberalismo, mientras
tanto, evoca la lucha sorda entre quienes sólo expresan su vertiente
económica, v quienes, fieles a la trayectoria histórica del ideario
liberal, retienen todo lo valioso del liberalismo político para pro
teger al hombre frente al poder en el derrotero hacia nuevas for
mas de vida social y económica.
Focos dudan que la democracia es el denominador común de
las corrientes ideológicas que habrán de mantener mayor vigencia
en el futuro próximo, v que por largo tiempo seguirá constitu
yéndose en el “concepto legitimador” de los regímenes políticos
que aspiren a la permanencia o a cierta duración estable. Pero no
siempre se atiende al hecho de que pocos conceptos se prestan hoy
a mayores confusiones v que, como observa agudamente Giovanni
Sartori, si se define incorrectamente la democracia nos exponemos
a rechazar algo que no hemos identificado debidamente v a obte
ner, en cambio, otra cosa que de ninguna manera hubiéramos
deseado. El historiador percibe, por un lado, una excesiva instru
mentación del pasado en función de interpretaciones ideológicas
cuya calidad no pone en tela de juicio. Pero el teórico político
podría advertir, por el otro, que el desprecio por la teoría —v en
este caso de la teoría democrática— puede conducir a inconsecuen
cias notables por ignorancia, y no sólo por mala fe.
Al mismo tiempo, es mucho lo que aún se debe avanzar en los
análisis históricos, políticos, sociológicos y económicos, para rela
cionar el desarrollo político con el desarrollo socioeconómico.
Martin C. Needler ha puesto en evidencia, en un estudio relativa-'
mente reciente, que se ha supuesto con alguna ligereza una relación
necesaria entre desarrollo político entendido como “democracia
estable”, y cierto nivel de desarrollo económico.
Ubicados los países latinoamericanos en una tabla que tenga
como indicadores el producto bruto nacional y la “democracia es
table”, ocurre que la prosperidad relativa de la Argentina la sitúa en
una posición de privilegio, mientras Chile, por ejemplo, aparece
en el sexto lugar y México más lejos, muy cerca del Brasil. La
experiencia indica, en cambio, que el caso argentino no ha res
pondido a las previsiones de las teorías criticadas. Una conclu
sión análoga se obtiene si se introduce un nuevo indicador: el de
la participación política, medida a través de la participación elec
toral. La Argentina*vuelve a aparecer primera en el rango, en cuanto
a participación electoral, pero en el decimocuarto lugar en cuan
to se indica “régimen constitucional estable”. Antes que una corre
lación necesaria entre estabilidad política, desarrollo económico v
participación, parecería que al principio, al menos, se daría una rela
ción inversa entre estabilidad y participación. En otras palabras, un
país económicamente desarrollado puede dirigirse hacia un grado
apreciable ae desarrollo político, entendido aquí como una demo
cracia pluralista estable. Peró puede acontecer que un proceso de
participación política cicciente traiga consigo un período de inesta
bilidad, que podrá ser superado cuando la sociedad recobre el equi
librio entre el sistema político v la nueva fisonomía de la realidad
que el proceso de incorporación sociopolítico produjo. Analizar
históricamente el proceso contemporáneo de la Argentina desde esa
perspectiva es, sin duda, incitante, sobre todo cuando se comprueba
que los períodos de crisis más profundas han sucedido a la incor
poración de sectores sin participación política suficiente —los sec
tores medios durante el radicalismo gobernante, los sectores obreros
durante el peronismo—. En general, no puede otorgarse mayor
participación política sin enfrentar el problema de requerimientos
4 77
por una mayor justicia distributiva o, si se prefiere, de una más
extensa participación en los bienes y beneficios económicos.'
F.l conocimiento histórico brinda datos fundamentales para
elegir entre las distintas explicaciones que puedan elaborarse res
pecto de cuáles son las condiciones que se deben satisfacer para
que una determinada forma de vida de la sociedad política sea
posible, y cuáles hacen posible que esa forma funcione. Si se trata
de la democracia, aquellas explicaciones se refieren a su génesis,
v éstas a su funcionamiento.
Lo expuesto demuestra que mientras algunos escritos conectan
el régimen democrático con ciertos presupuestos económicos v
sociales, otros advierten sobre la necesidad de ciertas creencias,
prácticas v hábitos así como actitudes psicológicas entre los ciu
dadanos, v una tercera corriente insiste en la dialéctica entre con
flicto v conciliación como esencial a la democracia. El problema
principal reside, quizás, en no confundir “correlación” con “causa”
ni en substituir por condiciones necesarias lo que podría acep
tarse como condiciones propicias. Sin necesidad de llegar a los
extremos de las explicaciones de Marx v Engels o de los “econo-
micistas” norteamericanos, que recorren vías interpretativas aná
logas, el historiador comprueba cierta interacción circular entre los
factores políticos, sociales v económicos, nacionales e internaciona
les, y en todo caso estaría dispuesto a conceder que en cada tiempo
v lugar esos factores no actúan siempre con la misma intensidad.
Pero nadie ignora hov que la realidad es suficientemente com
pleja como para que las ciencias sociales havan dividido su trabajo
para aprehenderla desde distintas perspectivas. En las ciencias so
ciales, lo que constituye un “problema" para una disciplina es
simplemente un “dato” para la disciplina contigua. El economista
toma como “dato” la cultura v las instituciones; el sociólogo la
estructura política; v el politicólogo la estructura social. El histo
riador tiene a la vista estructuras, instituciones, procesos v actitu
des, v así como advierte que la ignorancia de la historia conduce
a la inocencia ante la realidad, debe aceptar hoy que sólo con la
mayor cantidad de datos de las otras disciplinas podrá contribuir
a la comprensión más aproximada del pasado v de sus potencia
lidades.
'•'* N eedler , M artin C., en “T he American Political Science Review",
vol. lxm , nv 3, setiembre de 196H, pág. 892 y sgtes. F.l com entario crítico de
Needler apunta, sobre todo, a algunas interpretaciones de l.ipset, Almond
v Coleman.
478
A N K X ()
479
antes de que se llevara adelante un plan político electoral. A parte del peronis
mo, la fuerza popular más im portante, surgió la U nión Cívica Radical del
Pueblo, que sería destinataria de los beneficios de la revolución. Fracción re
presentativa de los viejos cuadros radicales conducidos desde la provincia de
Buenos Aires por el dirigente Ricardo Balbín, soportó el desprendim iento de
los seguidores de A rturo Frondizi, que form aron la U nión Cívica Radical In
transigente. La Unión Cívica Radical del Pueblo, integrada también por el
ala “unionista” —prolongación más o menos discernible del alvearismo— y
por los intransigentes —con su centro de poder en Córdoba y herederos del
sabattinismo—, tenía predicam ento en sectores rurales que tradicionalm ente
respondieron al radicalismo; en sectores de la clase media y en la burocracia;
ertre las generaciones maduras y en sectores de mentalidad tradicionalista.
Se presentó com o la opción antiperonista y la continuadora de la revolución
del 55, cuya gestión no habría de juzgar, y muchos conservadores la siguieron.
A la izquierda del viejo radicalismo había surgido una • fuerza heterogénea,
dinámica, con apoyo de algunos caudillos provinciales, del reformismo univer
sitario, apoyada por sectores empresarios y tecnocráticos, y transitoriam ente
por sectores del peronismo. La U nión Cívica Radical Intransigente —U. C. R. I.— Viejas y nuevas
de A rturo Frondizi, impuso así la imagen de una fuerza política con cuadros fuerzas
480
autocrítica. A rturo Frondizi, mientras tanto, se situó hábilmente dentro del
sistema, pero próxim o al peronismo.
Las elecciones de 1958 señalaron otra vez la fuerza persistente del pero- Frondizi
nismo, cuyo líder “pactó” con Frondizi y éste recibió el apoyo de millones
de sufragios del partido proscripto. La fórmula Frondizi-G óm ez obtuvo
4 090 840 votos. La U. C. R. P., que siguió a la U. C. R .l. con el binomio
Balbin-del Castillo, totalizó apenas 2 624 454 sufragios. Los 831 558 votos en
blanco m ostraron aún la fuerza del peronismo intransigente,'m ientras la duc
tilidad de Frondizi procuraba superar un conflicto latente y profundo me
diante concesiones a los mandos militares antiperonistas, al nacionalismo
desplazado desde la caída de Lonardi, a la Iglesia, al poder industrial y a los
sectores populares. La experiencia del “integracionismo desarrollista" com en
zó, pues, herida por sus contradicciones internas y, sobre todo, por el asedio
del poder militar, que había cedido el gobierno pero no el poder efectivo.*
Las elecciones legislativas de 1960 revelaron cambios importantes: los vo- Ls crisis del 62
tos en blanco que representaban en su enorme m ayoría al peronismo sumaron
2 086 238; la U .C . R. P. siguió con 2 060 339 y la U. C. R .l., rotas sus alianzas
y renovado su electorado a raíz de los cambios en la política froridizista
y de la deserción del peronismo, 1 783 253 votos.
Buenos Aires y Santa Fe eran baluartes del peronismo —sobre todo el
G ran Buenos Aires— y el proceso político llevó al Presidente a alentar la
polarización perm itiendo la participación formal de la fuerza derrotada en
1955. La prim era y última experiencia se realizó en las elecciones legislativas
y de renovación de gobernadores de 1962. La confusión política era extrema,
así como la atomización de las fuerzas: 27 partidos presentaron candidatos.
De 94 asientos legislativos, 45 fueron ganados por el peronismo, que dominó
varias provincias, fundam entalm ente la de Buenos Aires. El presidente Frondizi
había calculado mal las condiciones en las que él y el país llegaban a ese mo
mento. Procuró anticiparse a la presión militar y conservar el gobierno decre
tando la “intervención” de las provincias donde el peronismo había triunfado.
T od o aconteció entre el 18 y el 19 de marzo de 1962. D iez días más tarde una
junta militar depuso al Presidente y luego de confusos episodios asumió el
mando quien había sido hasta entonces presidente del Senado, el doctor José Guido
¡María Guido.
La crisis política se planteaba, entonces claram ente, en el poder militar.
Había renacido una corriente aparentem ente “profesionalista”, asociada a
motivaciones de orden corporativo y a factores que unían a jefes pertene
cientes a una de las armas del ejército que reunía a la parte más decidida
y coherente de la élite militar: la caballería. Conocida como la corriente
“azul” y acaudillada por el nuevo com andante en jefe, general Juan Carlos
Ongánía, enfrentó a la corriente “colorada”, que reunía a los militares fran
camente golpistas y antiperonistas y a la marina de guerra, representativa
también del antiperonismo rntransigei ite. N o puede entenderse esta crisis sin
atender a la aparentem ente trivial pero profunda cuestión de las “armas”
dentro del ejército, y de las armas militares entre sí. La política aparente del
* Los dilemas de la política de Frondizi fueron analizados y previstos en
un editorial de la revista “C riterio” titulado El problema político presente,
el 22 de mayo de 1958. V er también el interesante ensayo de M ariano G ron-
dona: La Argentina en el tiempo y en el m undo, cit., en págs. 172-183.
481
ejército “azul" era una suerte de “no-peronism o” proclive a una combinación
que marginase a un tiem po a las líneas duras del peronismo y del antipero
nismo. Pero a medida que el proceso avanzaba —surgió el llamado Frente
Nacional v Popular— el peligro de la escisión de las fuerzas armadas decidió
a los jefes “azules” a proscribir paulatinamente a todos los sospechosos de
alianza o representación del peronismo ortodoxo, probables triunfadores. Los
funcionarios militares fueron vetando candidaturas —hasta la fórmula Matera-
Sueldo—, y de pronto la com petencia electoral fue una opción forzada.
La Unión Cívica Radical del Pueblo, que mantenía su estructura nacional lllia
y un electorado que rondaba la cuarta parte del inscripto y votante, encon
tróse al cabo con un triunfo relativam ente inesperado. La fórm ula Illia-Perette
recibió el gobierno condicionada por el proceso precedente, por la vigilante
actitud militar, por la escasa representatividad de sus cuadros y por la pre
vención existente respecto de sus concepciones políticas y económicas, que
se suponían anacrónicas. Sin em bargo, un proceso más profundo, que venía
actuando desde la revolución de 1955, hizo eclosión durante la gestión del
presidente lllia: la vigencia del problema peronista y la retención del poder
efectivo por parte de las fuerzas armadas. El viejo radicalismo, impotente
para solventar el conflicto profundo que dividía a la sociedad argentina y
sin estrategias suficientes en el plano económico y social, vióse atrapado por
el estado de ilegitimidad sociopolítico en el que viven los argentinos desde
1930, acentuado a partir de 1955. Primera minoría, ausente del poder desde
treinta y tres años atrás, trató de ocupar totalm ente su estructura sin aceptar
alianzas necesarias ni haber dem ostrado que en el tiem po transcurrido había
sido capaz de transform ar sus hábitos, su estilo y sus prácticas internas. Su
postura conventual aisló al radicalismo de los grupos de interés y de los
factores decisivos de la A rgentina contem poránea. El peronismo pasó a la
oposición sistemática, sobre todo desde la base de poder que significa la
Confederación G eneral del T rabajo, y el ejército “azul” se replegó sin ceder
el poder efectivo, adoptando el papel de un impaciente poder de reserva.
El espectro político argentino, luego de los comicios legislativos de marzo
de 1965, demostraba una relación de fuerzas potencialm ente conflictiva: las
“estrellas mayores” en torno de las cuales se formaban las constelaciones
políticas —el peronismo y el radicalismo del Pueblo— se diferenciaban en sus
actitudes y mentalidad respecto del sistema político y en cuanto al proceso
de cambio económico y social. La U .C . R .P ., que representaba la lealtad
“estática" al sistema, no asumió la conducción deliberada de un proceso de
cambio económico, político y social que se producía sin concierto en la
realidad y procuró consolidarse en el poder especulando con la opción
peronismo-antiperonismo. El peronismo, a su vez, se recuperaba como m o
vimiento político con una fuerte estructura sindical, que no manifestaba una
incondicional adhesión al sistema. El oficialismo alentó, pues, la polarización
política que seguía siendo esencialmente centrífuga y con ello reprodujo
las condiciones críticas del pasado inmediato.
Las fuerzas armadas seguían el proceso, cuando se aproximaron las elec- La crisis del 6
ciones legislativas y para gobernadores que ocurrirían en marzo de 1967. 0nganía
Se difundía la sensación de que el peronismo triunfaría en provincias im
portantes, com o en 1962. Esta vez las fuerzas armadas actuaron antes. A pre
ciaron —según la interpretación que dieron al hecho— que el dilema peronis
mo-antiperonismo se acentuaba y que para superarlo era preciso modificar
las “condiciones socioeconómicas" para dar nueva vida a una “democracia
482
estable y eficiente”. Para eso necesitaban de todo el poder. Al mismo tiempo,
es posible que quisieran rescatar de la ilegitimidad sociopolítica que las
rodeaba el principio de legitimidad “insular" en el que se afirman: la unidad
profesional, amenazada por las divisiones políticas. Por fin, la actitud con
servadora de sus cuadros de conducción era prpelive a interpretar como
una amenaza de desorden el gobierno com partido por radicales y peronistas.
El desenlace era fatal, según se vivía en la opinión pública y lo pregonaba
el periodismo sin distinción de tendencias. La primera plana de las revistas
políticas insistía en publicar figuras militares, sobre todo la de un “caudillo
castrense” que había com enzado su carrera política en 1962: Onganía. Un
estado colectivo de resignación frente al proceso, que alcanzó incluso al
propio oficialismo habitualm ente relacionado con los cuadros militares, y de
abandono ante lo que se aceptaba com o un proceso irreversible, condujo al
cambio político del 28 de junio de 1966.
Fue un golpe m ilitar aséptico, racional, deliberado y fríam ente ejecutado
en nom bre de la restauración de la autoridad y de la democracia. Las fuerzas
armadas tom aron el poder institucional sin planes, aunque con algunos ob
jetivos habitualm ente asociados con los problemas de la seguridad nacional.
Situaron en la presidencia a su caudillo profesional, el general Juan Carlos
Onganía. Y com enzó una experiencia, que al principio contó en su favor el
“handicap” que le brindó la memoria colectiva respecto de los tiempos de
incertidum bre anteriores.
Por una ilusión a la que son proclives los argentinos —suponen que
cuando los problemas se acumulan la solución es “fugar hacia adelante”—
en muchos sectores cundió la expectativa por esa experiencia a la que se
denominó “Revolución A rgentina”. Recibida con alivio por el establishftient
económico, con buena disposición por el sindical y con aliento por una
nueva e incipiente élite de ejecutivos y tecnócratas, la gestión revolucionaria
pareció iniciar una experiencia “bismarekiava" que en los primeros cuatro
años dejó tras de sí una política económica que favoreció la estabilidad,
modernizó o renovó varios servicios públicos, hizo otras im portantes obras
públicas de infraestructura y padeció, sin capacidad de respuesta política,
la crítica implacable de las nuevas izquierdas, la oposición del terrorism o
y las tensiones que sacudieron a Córdoba y otras provincias.
La ilusión consistió, tal vez, en creer que un proceso de decadencia,
transitorio pero extenso, que había raleado los sectores dirigentes y había
sacudido a todos los miembros de la constelación de poderes de la Argentina
contem poránea, habría de dejar incólumes a las fuerzas armadas. Consistió
también en creer que la inversión total del sistema político hasta transfor
marlo en un “sistema hegem ónico-m ilitar", en el que la soberanía no reside
en el pueblo sino en el poder militar y tal vez en algunos poderes econó
micos, podía ocurrir sin sobresaltos mientras se predicara el retorno a la
democracia.* Los hechos habrían de dem ostrar que no sólo las fuerzas
políticas eran reaccionarias en sus fórmulas para enderezar la Nación v
situarla en el nivel del tiempo, sino también las fuerzas armadas, carentes
* Confr. el ensayo de J. K. G albraith, Cómo controlar a los militares,
Granica Editor, Buenos Aires, 1970, donde explica el problema militar en
los Estados Unidos, la inversión de valores operada en la sociedad política
norteam ericana, y la alianza entre el poder industrial proveedor del Pentágono
y el poder militar. El ensayo no es, por eso, una muestra de “antimilitaris
m o”. De ahí su valor, aparte de sus méritos intrínsecos.
como las demás de verdaderos conductores políticos. Cuatro años después,
el 8 de junio de 1970, los com andantes en jefe juzgaron i|ue el mandatario
elegido por las fuerzas armadas en oportunidad del cambio del 6<S, no
era apto para conducir el proceso político que, según los docum entos re
volucionarios, debía resolverse en una democracia representativa, estable
y eficiente. Un “colegiado militar" constituido por los com andantes en jefe Levingston
del Ejército, la .Marina v la Aeronáutica y un Presidente, asumió la conducción
del nuevo ciclo encabezado form alm ente por el general Roberto .Marcelo
I.evingston. En un confuso episodio, que comenzó cuando el presidente Le
vingston intentó rem over al com andante en jefe del Ejército, general A lejan
dro Agustín Lanusse, la Junta de Comandantes hizo cesar en su cargo al autor
del intento v tom ó para sí el gobierno nacional. El 26 de marzo de 1971 Lanusse
asumió la presidencia de la Nación el com andante en jefe del Ejército,
general Lanusse. La apertura de la actividad política hacia una solución
dem ocrática fue la decisión inmediata más significativa.
Una lección de los hechos es que el m ejoram iento o cambio de las
“condiciones sociales y económ icas” com o requisito para una democracia
pluralista es un argum ento tan cuestionable como que los indicadores eco
nómicos y sociales eran sospechosamente elevados en K uwait, la Alemania
Nazi, Cuba o el Congo-Kinslvasa. V que sin esas condiciones se dispusieron
a discutir la decisión sobre una democracia Estados Unidos de América, en
1820; Francia, en 1870; y Suecia, en 1890; ¡cuán mal les hubiera ido si, como
se ha insinuado irónicam ente, se hubieran propuesto verificar previamente el
grado de urbanización, el ingreso “per capita", la circulación de periódicos,
la cantidad de médicos disponibles por cada mil habitantes . . . ! Porque al
cabo no existe democracia allí donde no se toma la decisión de "acordar
para diferir” y de sostener el sistema hasta habituarse a que su vigencia
interesa aún en los malos momentos.
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B o x , P e l h a m H o r t o n : 117», C a r lé s , M a n u e l: 324», 333, 106, 2 2 4, 225, 2 2 7, 236».
123». 339», 380, 381. C o s ta , J e r ó n im o : 79.
B r a c h o , J o s é : 51». C a r lo s X ( d e F r a n c ia ) : 30, C o s ta . J u l i o A .: 230.
B r a d e n , S p r u il le : 415, 416. 32. C o tta , S e r g i o : 316».
B r a m u g lia , J u a n A t i l i o : C a r u lla , J u a n E .: 3 5 5 , 371, C r á m e r , A m b r o s io : 45.
434. 383». C r e s p o , D o m in g o : 99.
B r a u d e l , F e r n a n d : 478. C a r r e t e r o , A n d r é s M .: C u c c o r e s e , H o r a c io J u a n :
B r a u n , R a f a e l: 463». 280». 212», 251", 252, 253".
B rau n M enén d ez, A rm an C a r r e r a s , F r a n c is c o d e l a s : C u it iñ o , C ir ía c o : 18, 2 0 .
d o : 243», 248». 104. C u l a c c i a t i , M ig u e l: 393,
B r a v o , M a r io : 302», 339». C a r r il, B o n if a c i o d e l: 428», 414.
B r e b b ia , C a r lo s : 377. 4 56». 460». C u lle n , D o m in g o : 43, 44.
C ú n e o , D a r d o : 250, 3 1 3 n. E c h e v e r r í a , E s t e b a n : 38, F l o r e s J ij ó n , A n t o n io : 165.
C u r r e n t , R i c h a r d : 162", 39", 40, 41". F lo r ia , C a r lo s A .: 68», 87",
163". E iz a g u ir r e , S e v e r o : 406. 288», 294», 356», 463», 468».
E liz a ld e , R u f i n o d e : 67, F o l l i e t , J o s e p h : 267», 431.
C h a t e a u b r ia n d , F r a n g o i s 103, 103", 106, 107, 117, 118, F o r s , L . R .: 234».
R e n é , v iz c o n d e d e : 41. 124, 143, 151. F o r n i, F l o r e a l : 388», 447,
C h il a v e r t , M a r t in ia n o : 46. E n g e ls , F e d e r ic o : 2 3 8, 348, 447".
478. F o v ie , J o r g e G u il le r m o :
E r r á z u r iz E c h a u r r e n , F e 312".
D a h l, R o b e r t A .: 309", 339". d e r ic o : 245. F r a g a , R o s e n d o M .: 257.
D a ir e a u x , E m i lio : 175, 175". E r r á z u r iz U r m e n e t a , R a F r a g u e ir o , M a r i a n o : 77",
176. f a e l : 248. 85.
D a r ío , R u b é n : 2 7 4, 285. E p u m e r : 194. F r a n c e s c h i , G u s t a v o J .:
D e A n g e lis , P e d r o : 27, 38. E s c a la d a , M a r ia n o : 66 . 293».
D e c k e r , R o d o lf o A .: 436. E s c a l a n t e , W e n c e s la o : 232. F r a n c ia , G a s p a r R o d r íg u e z
D e h e z a , R o m á n A .: 9, 10. E s c h , J . v a n d e s : 350". d e : 113, 114, 146.
D e lb r ü c k , R u d o lf v o n : E s q u iú , M a m e r t o , fr a y : F r a n c o , F r a n c i s c o : 346,
160". 199. 39 0, 423.
D e lg a d o , F r a n c is c o : 104. E s t ig a r r i b i a , A n t o n io d e la F r a y M o ch o (J o s é S ix to
D e l l e p i a n e , A n t o n io : 322, C r u z : 127, 129. Á l v a r e z ) : 174».
3 30, 358. E s t r a d a , J o s é M a n u e l: 197, F r e i d e l , F r a n k : 162», 163".
D e ll e p i a n e , L u is : 360", 365, 198, 2 0 0, 2 0 8, 222. F r e r s , E m i lio : 242".
383. E s t r a d a , S a n t i a g o : 200. F r e s c o , M a n u e l : 382, 388,
D e m a r ía , M a r i a n o : 2 1 7 , E tc h e p a r e b o r d a , R o b e r to : 3 9 0, 3 9 1, 414.
2 2 0, 2 2 2, 2 3 4, 234", 236. 222", 234", 257", 308", 33 1 “, F r e u n d , J u l i e n : 170".
D e r q u i, S a n t i a g o : 82, 85. 339", 3 5 8, 360", 361". F r ía s , F é l i x : 84, 150, 155,
86 , 86 ", 88 , 90, 91, 92, 94, E z c u r r a , E n c a r n a c i ó n : 18, 186.
104, 157, 2 9 1, 291". 19. F r o n d iz i, A r t u r o : 321", 428,
D e s c a lz o , B a r t o lo m é : 364, 442, 448, 480, 481.
365. F u n e s . C la r a : 192.
D e T o m a s o , A n t o n io : 374, Faccione, E m i lio : 3 6 7, 368.
3 75, 375", 3 7 7, 377" 378. F a l c ó n , R a m ó n L .: 260.
D í a z , A l e j a n d r o C a r lo s F .: F a r r e ll , E d e lm ir o J .: 397», Gainza, M a r t í n d e : 144,
447". 3 9 9, 4 0 4, 4 0 5, 405», 406, 407, 145, 148, 151.
D í a z A r a u j o , E n r iq u e : 395". 408, 415, 4 1 7, 418, 420, 421, G a lá n , J o s é M ig u e l: 61,
D ía z , C é s a r : 8 2 , 99. 4 2 2, 4 3 6, 445. 71".
D í a z C o lo d r e r o , J u s t o : 425. F a y t , C a r lo s J .: 2 9 9, 433», G a l a r z a , M ig u e l G e r ó n i
D ía z d e C o n c e p c ió n , A b i- 4 3 4, 434". m o : 61.
g a il: 431". F é r n á n d e z B e i r ó , A n íb a l: G a lb r a it h , J . K .: 341", 466,
D ía z , J u a n J o s é : 23». 377. 483.
D ía z , P o r f i r io : 165. F e r n a n d o V II (d e E sp a G a lí n d e z , I s m a e l: 399 ", 404.
D i c k m a n , E n r i q u e : 250", ñ a ) : 32. G á lv e z , M a n u e l: 285, 388".
302", 337. F e r n s , H . S .: 27", 29», 49», G a lla r d o . A n g e l: 325, 326,
D i é g u e z , H é c t o r : 328". 55", 56», 80», 203, 203», 213, 328", 3 3 6, 338", 381.
D i G io v a n n i , S e v e r i n o : 242. G a ílo , E z e q u ie l ( h .) : 314".
321. F e r r a r i , G u s t a v o : 165", G a l l o . V i c e n t e C .: 326,
D i p s e t , S y m o u r M .: 412". 242", 2 4 5, 247", .248", 344", 329", 3 3 0. 3 3 2. 334. 336. 339".
D i s k i n , D a v id : 4 3 4. 352", 376», 377», 385», 390», 3 7 1, 386.
D i T e l ia , G u id o : 178", 328", 39 3, 3 9 6, 403», 407. G a r c ía B e l s u n c e , C é s a r A .:
448». F e r r é , P e d r o : 11, 12, 26, 87", 90", 91", 92", 201", 205".
D o m e c q G a r c ía , M a n u e l: 27, 47, 5 1 , 53, 77", 114. G a r c ía . G im é n e z , F .: 280".
328», 338". F e r r e r , A l d o : 174". G a r c ía , J u a n A g u s tín :
D o m e n e c h , J o s é : 434. F e r r e r , H o r a c io A .: 280". 174".
D o r r e g o , L u is : 6 . F e r r y , J u l e s : 172. G a r c ía , L u is : 358.
D o r r e g o , M a n u e l: 6 . F i g u e r o a , J u lio : 2 1 8. G a r c ía , M a n u e l J o s é : 20.
D r a g o , L u is M a r ía : 142, F ig u e r o a A lc o r ta , J osé: G a r c ía M e llín , A r t u r o : 3 8 3.
2 4 9, 255. 24 9, 256, 2 5 8, 259, 260, 261, G a r c ía M e r o u , M a r tín :
D u a r t e , J u a n : 427», 444, 262", 2 6 3 , 2 7 8, 285. 142, 220.
4 5 fr F i g u e r o la y T r e s o ls , J o s é G a r c ía M o r e n o , G a b r i e l :
D u h a u , L u is F .: 329, 375, F r a n c is c o L u is : 434, 445. 109.
3 7 9, 380. F i l i p p i , F r a n c i s c o : 396, G a r c ía . R a f a e l: 208. 208».
D u r o s e lle , J e a n B a p t is t e : 400". G a r c ía V a ld é s , J o s é : 5.
159", 160», 2 6 8, 312", 428. F i n c a t i , M a r io : 3 9 3, 397. G a r d e l, C a r lo s : 411.
D u v e r g e r , M a u r ic e : 454». F l e it a s , J u a n B .: 360". G a r m e n d ia , J o s é I g n a c i o :
F l o r e s , J u s t in ia n o : 79. 21 9.
Easton, D a v id : 288». F lo r e s , V e n a n c i o : 93, 95, G a r r o , J u a n M .: 229.
E c h a g íie , P a s c u a l: 11, 44, 115, 116, 117, 118, 119, 120, G a r f ie l d , J a m e s : 164.
4 7 , 51, 58. 121, 122. 123. 124, 127, 130. G a r z ó n . F é l i x T .: 296.
494
G a y , L u is F .: 4 3 4. 438. G u t ié r r e z , J u a n M a r ía : 38, I r r a z á b a l, P a b lo : 101.
G e lly y O b e s, J u a n A n 67, 69, 74, 77, 142, 151. I v a n o w s k y , T e ó f i l o R .:
d r é s : 103", 145, 230», 237». 149.
G e o r g e , H e n r y : 202. H a lp e r ín D o n g h i , T u l i o :
G e r m a n i, G in o : 177", 178", 163", 165", 275», 321», 351», J a c k a l: v é a s e J o s é M .
179", 180», 2 7 7, 277», 278», 352», 366", 410", 455». M e n d ia .
412». H a r r is o n , B e n j a m ín : 164. J a c q u in , J o s é : 243.
G h io ld i, A m é r ic o : 442. H a y a d e la T o r r e , V í c t o r J a g ü a r ib e , H e li o : 160".
G h io ld i, R o d o lf o : 339». R a ú l: 321», 390. J a n o ( d io s ) : 374.
G il, A n a c le t o : 300. H a y e s, R u th e fo r d B ir - J a u r e t c h e , A r t u r o : 383,
G ilb e r t , A l b e r t o : 399, 404, c h a r d : 157. 388, 4 1 5, 445.
4 05. H é g e l, J o r g e G u i l l e r m o J u á r e z , B e n it o : 108.
G im é n e z d e la S e r n a : R a F e d e r ic o : 31, 33. J u á r e z C e lm a n , M i g u e l :
m ó n : 280». H e ll m u t h , O s c a r A l b e r t o : 184. 191». 198. 201». 2 0 7. 208.
G io l it t i , J u a n : 319. 403», 404. 208». 209. 210. 212. 2 1 3, 214,
G o d o y , E n r iq u e : 256». H e r a s , C a r lo s : 140». 2 1 7 , 2 1 9, 2 2 0, 220», 2 2 1, 221»,
G ó m e z , A l e j a n d r o : 481. H e r e d ia , A l e j a n d r o : 35, 36, 222, 2 2 3. 225. 238. 291. 291»,
G ó m e z , C a r lo s : 396». 38, 45. 315.
G ó m e z , I n d a l e c i o : 2 9 6 ,2 9 7 , H e r e d ia , F e l ip e : 21, 36. J u n g , C a r i G u s t a v : 431».
2 99, 3 0 2, 308. H e r n á n d e z , A m e li o : 434. J u s t o , A g u s t ín P .: 322, 323,
G ó m e z , J u a n C a r lo s : 125. H e r n á n d e z , J o s é : 142. 328», 3 3 0. 357. 358. 359. 364.
G ó m e z , R a m ó n : 316». H e r r e r a , L u is A lb e r to : 36 7. 3 7 0, 371. 3 7 2. 3 7 3, 374.
G ó m e z , R u f in o : 82. 118". 375". 3 7 6. 3 7 9. 380. 381. 382.
G ó m e z M o r a le s , A l f r e d o : H e r r e r a V e g a s , R a f a e l: 383. 383». 3 8 4. 385, 386. 387.
446», 448. 329». 3 8 8. 389. 392, 392». 3 9 3. 394,
G o n z á l e z , E l p id io : 316», H im m le r , H e in r ic h : 4 0 4. 396,■ 448.
324, 325, 3 3 0, 360», 422. H i n d e n b u r g , P a b lo v o n : J u s t o , J u a n B .: 2 5 0, 280,
G o n z á le z , E n r iq u e P .: 396, 2 68. 30 0. 302». 309. 313». 334. 338».
3 9 7, 3 9 9, 4 0 0, 405. H it le r , A d o l f o : 3 4 7, 349.
G o n z á l e z , J o a q u í n V .: 350. K e n w o r t h y , E ld o n : 471»
174», 250, 2 5 1, 2 5 6, 256», 285. H o b b e s , T o m á s : 198, 2 0 6. K in k e li n , E m i lio : 368, 368».
305, 308. H o d a r a , J o s e p h : 173». K is s in g e r , H e n r y : 465.
G o n z á le z , L u c a s : 103», 140. H o p k i n s , H a r r y : 431". K o r n , A l e j a n d r o : 170", 191,
G o n z á le z A r r il i, B e r n a r H o r n o s , M a n u e l: 71, 7 3 ,9 3 . 4 15, 417".
d o : 283». H o u s s a y , B e r n a r d o : 437". K o r n h a u s e r , W illia m : 267».
G o n z á le z B a lc a r c e , J u a n H u e y o , A l b e r t o : 374.
R a m ó n : 7, 12. 16, 18, 1 9 ,2 5 . H u ll. C o r d e l l : 385. 403, L a b a y r ú , B e r n a r d i n o : 4 4 2.
G o n z á le z I r a m a in , N i c o 4 0 4, 407. L a f a y e t t e , M a r io , m a r q u é s
lá s : 337. H u n t i n g t o n , S a m u e l P .: d e : 33.
G o r i, P i e t r o : 250. 462". L a fe r r é r e , G r e g o r i o d e :
G o r o s t e g u i , H a y d é e : 178». 174», 283.
G o r o s t ia g a , J o s é B .: 6 6 ,7 4 , I b a r g u r e n , C a r lo s : 2", 3", L a g o s , H ila r io : 6 7 , 74.
77, 104, 144, 186, 208. 6 ", 22, 23", 226», 2 5 6, 302, L a g o s , J u lio : 406, 460.
G o y e n a , P e d r o : 191, 199, 302", 305", 3 0 8, 310, 3 3 6, 345, L a g o s G a r c ía , L u is : 2 0 1.
200, 2 1 6, 2 2 2, 227. 3 7 1, 3 7 8, 394. L a l le m a n t , G . A .: 238
G o y e n e c h e , A r t u r o : 326. I b a r g u r e n , F e d e r ic o : 356". L a m a d r id , G r e g o r i o A r á o z
G o y r e t , J o s é T .: 94». I b a r r a , A b s a ló n : 102. d e : 10, 13, 37, 48, 4 9 , 50, 6 1 .
G r o n d o n a , M a r ia n o : 243", I b a r r a , F e l ip e : 10, 13, 15, L a m a r c a , E m i lio : 200.
463", 481». 35, 36, 44. L a m a s , A n d r é s : 4 1 , 46.
G r o p p o , P e d r o : 389». I ll ia , U m b e r t o A .: 4 8 2. L a m b e r t , J a c q u e s : 352».
G r o u s s a c , P a u l: 198. I m a z , F r a n c is c o : 460. L a m e n n a is , H u g o F . R o
G u a y c o c h e a , S a m u e l: 443". I m a z , J o s é L u is d e : 413", b e r t o : 4 1 , 428.
G ü e m e s , A d o lf o : 3 7 1, 386, 4 1 4, 414». L a n ú s , R o q u e : 3 8 1.
422. I m b e r t , A n íb a l: 399. L a n u sse , A le ja n d r o A g u s
G u e v a r a , J u a n : 459. I n g e n i e r o s , J o s é : 285. t í n : 484.
G u id o , J o s é M a r ía : 481. I r a z u s t a , J u lio : 355, 378, L a P a l o m b a r a , J .: 454».
G u id o , M a r io : 330. 388, 390. L a p id o . O c t a v io : 118. 119.
G u id o , T o m á s : 60, 143. I r a z u s t a , R o d o lf o : 3 5 5, 378, L a s p iu r . S a t u r n in o : 184.
G u il le r m o II ( d e A l e m a 3 88, 390. L a s t r a , B o n if a c i o : 229.
n ia ) : 268. I r ia r t e , T o m á s d e : 81. L a t o r r e . P a b lo : 21.
G ü ir a ld e s , R ic a r d o : 326". I r ig o y e n , B e r n a r d o de: L a t r e il le . A .: 173».
G u iz o t , F r a n c is c o P . G u i 143, 149, 150, 167, 184, 186. L a t t é s , R o b e r t : 465.
ll e r m o : 41. 187, 2 0 5, 208, 2 2 7, 2 2 9. 232, L a u r e n c e n a , M i g u e l : 323,
G u t ié r r e z , C e le d o n io : 99. 2 3 4, 2 3 5, 2 3 7, 254, 2 6 2. 326, 386.
G u t ié r r e z , E d u a r d o : 173". I r ig o y e n , M a r t ín : 5. L a v a ll e , J u a n : 5, 7, 8 , 45,
G u t ié r r e z , J o s é M a r ía : 106, I r io n d o , M a n u e l M . d e : 46, 47, 48, 50, 51».
143, 224, 225. 3 7 4, 394. L a v a ll e , R ic a r d o : 262.
4 95
L a v a ll e j a . J u a n A n t o n io : L u c e r o , F r a n k -lin : 420. M e A l is t e r , L . N .: 366».
115. L u d e n d o r f f , E r ic o v o n : M e G a n n , T h o m a s F .: 166,
L a v a llo l, F e l ip e : 83. 2 6 8. 2 7 2. 166», 167, 168», 180, 202»,
L e b la n c , L o u is F . : 43. L u g o n e s , L e o p o l d o : 285, 2 2 6, 226», 275». 277», 279,
L e B r e t ó n , T o m á s : 328", 319, 341», 355, 356, 365. 284», 285. 2 8 6. 305.
3 2 9. 330. 374. L u n a , F é l i x : 32.4», 369», M e d in a , A n a c le t o : 61.
L e g ó n . F a u s t i n o J .: 439, 381», 383», 410», 4 1 5, 417", M e d in a , F r a n c is c o : 368».
440. 4 1 8, 421». M e d i n a c e ll i: 110, 111.
L e g u i z a m ó n , G u il le r m o : L u n a , P e l a g i o B .: 309. M e d r a n o , S a m u e l W .: 440.
377. 378. L u q u e , M a te o J .: 91. M e ló , C a r lo s R .: 223».,255»
L e g u iz a m ó n . O n é s im o : L u rd e , A le x a n d r e , c o n d e 260», 263», 3 2 3, 3 2 6, 3 3 0, 336.
142. d e : 55. 339".
L e i v a , M a n u e l: 15, 27. L u x b u r g , K a r l v o n : 319. M e ló . L e o p o ld o : 3 2 6. 330,
L c n c in a , C a r lo s W a s h i n g L u x - W u r m , P i e r r e : 438», 3 3 6, 3 3 9, 374, 380. 388.
to n : 3 3 1, 335. 444». M e n d e v ill e , J u a n E n r iq u e :
L e n in , N i c o l á s : 2 7 1, 348. 4. 50, 52, 55.
L e ó n X I I I ( p a p a ) : 249. M a c k a u , b a r ó n d e : 49. M e n d ia , J o s é M . ( J a c k a l ) :
L e p r é d o u r , F o r t u n é J .: 57. M a c h a d o , A n t o n io : 473. 220 ».
L e r c h e , H a r o ld : 465. M a d a r ia g a , J o a q u ín : 54, 56. M e n é n d e z , B e n j a m ín : 442,
L e r m in ie r , J u a n L u is E u M a d a r ia g a , J u a n : 53, 56. 443».
g e n i o : 41. 71. M e n v ie l le , J u lio : 384», 388».
L e r o u x , G a s t ó n : 41. M a d e r o . E d u a r d o : 203. 291. M e r c a d e r , E m ilio : 369.
L e v a ll e , N i c o l á s : 217, 218. M a d e r o , F r a n c is c o B .: 187. M e r c a n t e , D o m i n g o : 400,
2 1 9. 220. 221». 2 2 4. 225. 236. M a fu d , J u lio : 180», 280». 405, 4 0 9, 4 2 0, 421, 422, 441.
L e v e n e . R i c a r d o : 102». M a g n a s c o . O s v a ld o : 242. M e r t o n , T h o m a s : 431».
165». M a lt h u s , T o m á s R o b e r t o : M e tte r n ic h -W in n e b u r g ,
L e v i l l i e r . R o b e r t o : 7 6 n, 171. K le m e n s W e n z e l, p r ín c ip e
146». 201», 230», 237». M a n s illa , L u c io V .: 56, 61, d e : 32.
L e v in g s t o n , R o b e r t o M a r 106, 142, 173», 180, 220», 284. M ic h e ls , R o b e r t : 267».
c e l o : 484. M a n z i, H o m e r o : 383. M ig u e n s , J o s é E n r iq u e :
L i e u w e n , E d w i n : 442». M a q u ia v e lo , N i c o l á s B e r 412», 413.
L i lie d a l, O s c a r : 231. n a r d o d e : 2, 194. M ir a n d a , M ig u e l: 445, 446.
L in a r e s Q u in t a n a . S e g u n M a r a ñ ó n , G r e g o r io : 313. M it r e , B a r t o lo m é : 2 9 , 41,
d o V .: 299. M a r c ó . C e le s t in o J .: 328». 61, 67, 6 9 , 70, 70", 71, 72,
L i n c o l n , A b r a h a m : 108. 329», 330. 73, 78, 81, 8 2 , 8 3 , 84, 86 , 88 ,
L i p s e t , S e y m o u r M .: 277», M á r m o l, J o s é : 6 7 , 92, 96, 8 9 , 90, 92, 9 3 , 94, 95, 96, 97,
4 1 2, 478». 120 . 9 9 , 100, 101, 101", 102, 103,
L is t , F e d e r ic o : 171». M a r t e l, J u liá n : 173». 103", 104, 106, 107, 108, 111,
L o n a r d i , E d u a r d o : 442, M a r t ín , J u a n A .: 256». 112, 112», 116, 117, 119, 120,
443, 449», 4 5 9, 460, 460», 479. M a r t ín e z , D o m i n g o : 398, 121, 122, 123, 124, 124», 125,
481. 399. 126, 127, 129, 130, 131, 134,
L óp ez, B e n ig n o S o la n o : M a r t ín e z . E n r iq u e : 18. 19, 135, 136, 140», 141, 142, 143,
114. 364. 146, 147, 148, 149, 150, 151,
L ó p ez, C a r lo s A n t o n io : M a r t ín e z d e H o z , J o s é A l 155, 156, 157, 183, 186, 187,
114. f r e d o ( h .) : 376». 187», 189, 192, 205, 2 0 7, 208.
L ó p e z , E s t a n i s la o : 7, 11, M a r t ir é , E d u a r d o : 14. 2 1 7, 220», 2 2 7, 2 2 8, 228», 229,
12, 13, 14», 15, 2 2 , 35, 36, M á r q u e z , C a r lo s D .: 389». 2 3 1, 2 3 2, 238, 242», 2 4 7, 254,
43, 44, 51, 77», 82. 3 9 1. 3 9 2, 392». 2 5 9, 2 6 2, 2 9 1, 291», 3 2 2, 371,
L ó p e z , F r a n c is c o S o l a n o : M a r x , C a r lo s : 34, 2 3 8, 348, 3 8 5.
8 3 , 114, 116, 117, 118, 122, 458. M it r e , E m i lio : 93, 145, 259,
123, 124, 126, 129, 130, 132, M a s ó n , D i e g o : 3 9 8, 399». 2 6 1, 262.
133, 156. M a s t r o n a r d i , C a r lo s A .: M i t t e l b a c h , A r is t ó b u lo :
L ó p e z , J a v i e r : 10. 326». 395.
L ó p e z , J u a n P a b lo : 4 9 , 51, M a t e r a , R a ú l H .: 482. M ir a b e a u , H o n o r a t o G a
5 3 , 61. M a t t e r a , L u is : 198, 200. b r ie l d e R i q u e t i, c o n d e d e :
L ó p e z , L u c io V .: 142, 173», M a t ie n z o , J o s é N i c o l á s : 206.
2 1 8, 224, 234». 195, 2 1 5 , 2 2 2, 290», 291", M o lé , L u is M a t e o , c o n d e
L ó p e z , V i c e n t e F i d e l : 38, 292", 328», 329», 330, 331, d e : 43.
4 0, 67, 68 , 69. 71», 142, 143, 3 3 5, 339», 3 7 2, 389. M o lin a , A b r a h a m : 2 3 1.
186, 2 1 6, 224, 2 2 5, 226. 229. M a x i m ili a n o I ( d e M é x i M o lin a , J u a n B a u t i s t a :
L ó p e z . M a n u e l: 36. c o ) : 109, 165. 368, 3 7 1, 3 8 3, 384, 3 8 9, 392,
L ó p e z J o r d á n , R ic a r d o : 11, M a u r r a s , C a r lo s : 346, 356. 3 9 7.
9 2, 96, 142, 145, 192. M a y e r , J o r g e M .: 183», M o lin a , L u i s : 99.
L ó p e z y P la n e s , V ic e n te : 188». M o lin a , P e d r o ; 36.
66, 6 7 , 71, 77. M a z a , M a n u e l V i c e n t e : 19, M o lin a , R a m ó n : 382, 383.
L o r io , J u a n C a r lo s : 442. 2 1 , 23, 2 5 , 3 7 , 45, 52. M o lin a , R a ú l A .: 324», 325»,
L o z a , E u f r a s io : 328», 329». M a z a , R a m ó n ,* 45. 331", 334, 338", 339".
L o z a n o , J o r g e M .: 460». M a z o , G a b r ie l d e l: 383. M o lin a , V í c t o r M .: 329».
496
M o lin a r i, D i e g o L u i s : 383, O lm o s , A m b r o s io : 214. 20 3. 2 0 8. 208». 2 1 6. 2 1 7. 219,
404. O n g a n ía . J u a n C a r lo s : 398. 221". 223, 2 2 4, 2 2 5. 2 2 6, 227.
M o lt k e , C a r lo s B e r n a r d o 427». 4 8 1. 483. 2 2 9. 2 3 1. 231". 2 3 2. 2 3 5, 236,
v o n : 113, 160. O r d ó ñ e z . M a n u e l V .: 436. 2 3 8, 2 3 9. 239». 240. 241. 243",
M o n r o e , J a m e s : 32. O r g a m b i d e , P e d r o : 283». 246. 251. 252. 2 5 8. 2 5 9. 262.
M o n t e s , J u a n C a r lo s : 395. 284». 284. 291».
M o n t e s . M ig u e l A .: 395. O r ia . S a lv a d o r : 393. P e l le g r in i. E r n e s t o : 252,
39 7, 399. 400. O r ib e , M a n u e l: 44. 4 8 . 49. 25 3, 254. 255.
M o n te s d e O ca . M a n u e l 5 0 . 5 1 , 51", 5 2 , 5 4 , 55. 5 7 . 60. P e l liz a . M a r ia n o A .: 242».
A u g u s t o : 2 5 9 a, 260, 302. 6 1 . 115. P e l u f f o , O r la n d o : 408.
M o r a n . T h e o d o r e H .: 469". O r le á n s . L u is F e l i p e d e : P e n e ló n , J o s é F . : 339».
470. 3 0 , 31. 34. P e ñ a . F é l i x : 468».
M o r e n o , J o s é M a r ía : 186. O r m a . A d o lf o F .: 256». P e ñ a . F é l i x d e la : 102.
M o r e n o . J u a n J o s é : 187. O r o n a , J u a n V .: 322». 243».
M o r e n o , R o d o lf o : 395. O r ú s , M a n u e l: 375". P e ñ a . J u a n B a u t is t a : 81.
M o r e t t i, F lo r in d o A .: 3 3 9 n. O r te g a y G a s s e t, José: P e ñ a lo z a . Á n g e l V ic e n te
M o s c a . E n r iq u e M .: 422. 180". 267». 286». 3 4 1, 4 7 9. (E l C h a c h o ) : 50. 53. 99.
M o s c o n i. E n r iq u e : 441. O r tiz , R o b e r t o M .: 329». 100. 101. 101". 144.
M o u n ie r . E m m a n u e l: 349. 3 7 1 , 3 7 5, 386, 3 8 8 . 3 8 9. 389». P e r a l t a . A l e j a n d r o N .:
M o u s s y . M a r t ín d e : 77. 3 9 0, 391. 392, 3 9 3, 3 9 4. 414. 300".
M u r a t u r e , J o s é L u i s : 284. O s é s , E n r iq u e P .: 390. P e r e t t e . C a r lo s A .: 482.
M u r e n a . H . A .: 280". 411». O s o r io , M a n u e l L u is : 124. P é r e z A m u c h á s t e g u i, A n
M u s s o lin i, B e n i t o : 3 4 6 .3 4 9 . 130. t o n io J .: 110", 306". 331".
350. O s s o r io A r a n a . A r tu r o : P é r e z C o l m a n . E n r iq u e :
M y e r s . F r a n k E .: 462». 4 4 3. 4 5 3. 360".
O y h a n a r t e . H o r a c io : 360». P é r e z . E r n e s t o : 368».
N a b u c o : 125. 422. P e r e y r a . G a b r ie l: 116.
N a m u n c u r á , M a n u e l: 154. P é r e z , S a n t o s : 22. 36.
N a p o le ó n I : 3 1 , 32. P a c c in i, R e g in a : 325». P e r l in g e r . L u is : 4 0 5. 406.
N a p o le ó n I I I : 108. P a c h e c o , Á n g e l: 12. 17. 21, 4 08.
N a v a r r o G e r a s s i. M a r y s a : 50, 6 1 , 73. 325». P e r ó n , J u a n D o m in g o : 299,
354». 356, 356». 383». 388», P a c h e c o , E lv ir a : 325». 364", 383», 3 9 5, 396, 3 9 7, 399,
3 91, 391», 397». P a c h e c o , W e n c e s la o : 210». 4 0 0, 404, 405. 405». 4 0 6. 407.
N a v a r r o V i o l a . M ig u e l: P a d il la , E r n e s t o E .: 3 0 1, 4 0 8. 409. 4 1 1. 4 1 5. 4 1 6. 417,
200 . 368». 417», 418. 419. 4 2 0, 4 2 1. 422.
N a z a r , L a u r e a n o : 99. P a d il la . J o s é : 389», 390. 4 2 3, 4 2 5. 426. 427. 427». 428.
N a z a r A n c h o r e n a , B e n it o : P a d il la , M ig u e l M . ( h . ) : 4 2 9. 4 3 0. 432. 433. 434. 434»,
436. 440. 4 3 5. 4 3 6. 437. 438. 438». 440.
N e e d le r . M a r t ín C .: 477. P a g é s , P e d r o : 329. 441. 4 4 2. 443. 444. 4 4 5. 446.
478». P a l a c i o , E r n e s t o : 355. 361». 447. 450, 4 5 2. 4 5 3. 454. 456.
N e ls o n . E r n e s t o : 284. 385». 457. 458. 459. 4 6 0, 479. 480.
N e v a r e s . A l e j o : 2 0 0, 222. P a l a c i o s . A l f r e d o L .: 254. P e r ó n , M a r ía E v a D u a r t e
N i c o l in i, O s c a r : 420. 3 00. 309. 392. d e : 418, 420, 421, 4 2 2. 426.
N i e m e y e r . O t t o : 379. P a l c o s . A l b e r t o : 136». 4 27. 427», 429, 430, 431, 431",
N i e t z s c h e . F e d e r ic o : 268». P a l m e r s t o n . lo r d ( J u a n 4 33, 436, 441, 442. 4 4 3. 444.
N o b le . J u lio A .: 217», 218", T e m p le ) : 28. 32, 33, 3 7 . 49. 4 5 2. 456. 4 5 8. 459.
220». 228». 230». 233». 235», 54. 5 5 . 57. P e r r o u x . F r a n g o is , 466.
237, 378. P a n n ik a r , K . M .: 2 6 5. P e r t i n é , B a s i lio B .: 375,
N o e l. M a r t ín : 414. P a r r a , A n d r é s : 18. 3 8 2, 414.
N o g u é s , P a b lo : 375». P a s c a l, B la s : 41. P h i lli p s , E d u a r d o : 245.
N o lt e , E r n s t : 354». P a s t o r , R e y n a ld o : 425, 442. P i c o , C é s a r E .: 3 5 5.
N o v o a . R a m ó n : 458. P a t r ó n C o s ta s , R o b u s t ia - P i c o , F r a n c is c o : 6 7 , 69.
N u n , J o s é : 366». n o : 3 0 1. 389. 3 9 4. 396. P i c o , O c t a v io : 368", 370.
P a u n e r o , W e n c e s la o : 93. P i e d r a b u e n a , L u is : 105.
O b li g a d o . P a s t o r : 79. 81. 95. 9 9 . 100. 101. 107. 127. P i e r r e s t e g u i, J u a n : 396.
84. 96. P a z . J o s é C .: 149. 151, 2 1 4. P i e t t r e , A n d r é : 171».
O b lig a d o , R a f a e l: 142. P a z , J o s é M a r ía : 5, 7 , 8 . P i n c é n : 194.
O c a m p o , J u a n C r u z : 94. 10. 11, 12, 13, 48. 50. 51. 54. P i n e d o , A g u s t ín d e : 19,
O c a r n p o . M a n u e l: 9 4 , 148, 56. 77". 126. 143.
208, 208». 222 . P a z . M a r c o s : 67. 8 5 , 99. P i n e d o , F e d e r i c o : 259",
O ’C o n n o r , E d u a r d o : 220». 102, 103. 104, 106. 132. 33 7, 361", 3 7 5, 3 7 8. 3 7 9. 384».
O d d o n e . J a c in t o : 250». P a z , M á x im o : 207. 385», 386». 389». 392. 393.
O la z á b a l, M a n u e l d e : 18, P e d e r n e r a , J u a n E ste b a n : P i n t o , G u il le r m o : 73.
81. 12, 8 5 , 94, 95, 2 9 1. P i n t o , M a n u e l: 71.
O liv e r a . R i c a r d o : 2 9 8. P e d r o II ( d e l B r a s i l ) : 60, P i ñ e r o . N o r b e r t o : 259».
O li v e ir a S a la z a r , A n t o n io 115, 118. 323.
d e : 313. P e l l e g r i n i , C a r lo s : 143, 147. P í o I X ( p a p a ) : 170».
O li v ie r i, A n íb a l: 442. 148. 151. 168. 191, 195. 200, P ir á n . J o s é M a r ía : 71.
497
P i s t a r in i. J u a n : 367. 398, R a c e d o , E d u a r d o : 210». 2 24. 225, 227 229. 2 3 1. 232,
420. R a m ír e z . E m ilio : 395. 235, 236, 237. 238, 239. 240.
P la z a . V i c t o r i n o d e la : 140. R a m ír e z . F r a n c is c o : 11. 2 41, . 242, 242». 243», 244.
262. 2 6 3. 302. 3 0 3, 304. 305. R a m ír e z . P e d r o P .: 394, 244», 245, 247, 248, 249, 250.
306. 307. 308. 309. 319. 320. 396, 3 9 7. 398, 3 9 9. 400». 402. 254, 255, 2 5 8, 259, 260, 281.
P iz a r r o , M a n u e l D .: 198. 403. 404. 405, 405». 406. 263, 291". 299, 308, 316, 371,
199, 2 1 9. 227. 230. R a m o s M e jía , E z e q u i e l : 372, 373, 377», 380. 388, 392,
P o d e s t á C o s ta . L . A : 2 4 8 “. 259». 3 9 3, 414, 425.
P o m a r . G r e g o r io : 371. R a m o s M e jía . F r a n c is c o : R o c a , J u l i o A . ( h .) : 258,
P ó r t e l a . I r e n e o : 84. 216», 436. 3 72, 386.
P o r t n o y , L e o p o ld o : 447". R a w s o n , A r t u r o : 396. 397, R o c c a , S a n t i a g o C .: 323.
P o r to A le g r e , b a ró n d e : 397», 398. 399, 405, 419. R o c c o . P e d r o : 367.
131. R a w s o n . G u ille r m o : 103". R o c h a , D a r d o : 151, 184,
P o s s e . F i le m ó n : 210'*. 214. 187, 208, 2 1 9. 221». 225.
105. 106. 186. R o d ó , J o s é E n r iq u e : 274.
P o t a s h . R o b e r t : 246". 322". R a y . J o s e p h : 397».
357». 358». 359». 366. 367. R o d r í g u e z . M a n u e l: 370,
375». 382». 384. 389». 391». R e a l, J u a n J o s é : 361». 3 7 5, 375». 380. 381, 382. 383.
3 9 4. 395». 396». 397». 398". R e b a u d i. A .: 123». 124». 388.
400». 403». 404». 405». 408». R e im ú n d e z . M a n u e l: 443» R o d r íg u e z . M a r t ín : 1, 44.
409. 417». 418». R e in a f é . J o s é V i c e n t e : 13. 46.
P r e b is c h . R a ú l: 329. 377. 22. 35. 36. R o d r íg u e z C o n d e , M a tía s :
449. 449». R é m o n d . R e n é : 173». 354» 383».
P r é lo t . M a r c e l: 346». 349. R e n a r d . A b e l: 368. R o d r íg u e z L a r r e t a , C a r lo s :
P r im o d e R iv e r a . M ig u e l: R e n n ie . I s a b e l F .: 325". 256". 257.
3 47. R e n o u v i n . P i e r r e : 30». 269". R o g e r , A i m é : 42, 43. 44.
P r im o d e R iv e r a y S á e n z 270». 272». 274, 312», 350» R o ja s . A b s a ló n : 232.
H e r e d ia . J o s é A .: 3 4 7 . 348. R e p e t t o . N ic o lá s : 250». 309. R o ja s , A n g e l D .: 310.
348». 356. 323». 339», 372, 378. R o j a s . I s a a c : 459, 479.
P r i n g l e s . J u a n P a s c u a l: 12. R e p e t t o , R o b e r t o : 436 R o j a s . M a n u e l: 375".
13. R e y e s . A n t o n io : 61. R o j a s , N e r io : 146".
P r o u d h o n , P e d r o J o s é : 34. R e y e s . C ip r ia n o : 424. 438 R o ja s . R ic a r d o : 285.
P ú a . C a r lo s d e la : 280». R ia l. A r t u r o : 459. R o ld á n . B e l is a r io : 2 2 8. 228'
P u e n t e s . G a b r ie l J .: 19». R i c c h ie r i . P a b lo : 249 R o ló n . J o s é M a r ía : 99.
P u e y r r e d ó n . C a r lo s A : R ic o , M a n u e l: 45. R o ló n . M a r ia n o B e n it o : 19.
257». R ie r a . M a n u e l: 136". R o m e r o . J u a n J o s é : 232".
P u e y r r e d ó n . H o n o r io : 316». R ie s c o . G e r m á n : 247. R o o n , A lb e r to T e o d o r o
3 20. 370. 371. 382. 386. R ie s t r a . N o r b e r t o d e la : E m ilio , c o n d e d e : 160.
P u e y r r e d ó n . M a n u e l: 19. •80. 8 7 . 89. 92. 140. 143. 150. R o o s e lv e lt , F r a n k lin D .:
81. R io B r a n c o . J o s é M a r ía d a 34 4, 384, 403, 407, 431».
P u i g . J u a n C a r lo s : 243». S ilv a P a r a n h o s , b a r ó n d e : R o o s e v e lt . T h e o d o r e : 111
244». 116. 124. 156. 303. R o s a . J o s é M a r ía : 242".
P u i g b ó , R a ú l: 180». R i v a d a v ia . B e r n a r d in o : 2. 243. 308. 388». 398. 399.
P u i g g r ó s , R o d o l f o : 238». 20. 427. R o s a le s . L e o n a r d o : 4.
250». 361». R i v a d a v i a . M a r t ín : 242». R o s a s . J u a n : 63.
P u j o l . J u a n : 68. 69. 85. 247. R o sa s, J u a n M a n u el d e:
P u r v is . J . B r e t t : 55. R i v a r o l a , H o r a c i o : 1*74. 1, 2. 3, 4. 5. 6. 7, 11. 12. 13.
176». 201». 205». 330». 14. 14», 15, 16. 17, 18. 19. 20.
Q u e s a d a . E r n e s t o : 1 4 2 ,2 2 2 . R iv a r o la . M a r io A .: 334». 2 1 , 2 2 . 23, 25. 26. 27, 28, 29,
Q u esa d a , V ic e n te G r e g o R i v a r o la . R o d o lf o : 69», 70». 33. 34. 3 5 , 36. 37, 38. 39, 40,
r io : 155, 167. 73». 84». 142. 175", 189. 190», 4 1 . 4 2 . 43. 4 4 , 45. 46. 47, 48.
Q u e v e d o , F r a n c is c o : 19. 288». 2 9 0. 293». 294. 301. 50. 51, 51", 52. 53. 54. 5 5 , 56.
Q u ij a n o . H o r t e n s i o : 418. 302». 324». 57. 5 8 . 59, 60. 61. 62. 65. 66 .
423, 428. 443. R iv a s , I g n a c i o : 132, 145, 68 . 70. 90. 100. 105. 114. 115,
Q u in e t , E d g a r d o : 32. 146, 149. 189. 388". 440.
Q u i n t a n a . E n r iq u e : 234, R i v e r a A s t e n g o , A g u s t ín : R o s a s . M a n u e li t a : 63.
234», 236». 195», 206», 207», 209, 235». R o s a s . P r u d e n c i o : 19. 45.
Q u in t a n a . F e d e r ic o : 284. R iv e r a , F r u c t u o s o : 44. 45, R ó s le r , O s v a ld o : 280».
Q u i n t a n a , M a n u e l : 104, 46, 47, 49, 50. 51. 52. 54. 55. R o s m in i . S e r b a t i A .: 316».
142. 143. 167, 2 3 2. 232». 236. 56. 59. 115. R o s s i. S a n t o s V .: 367.
236». 237. 254. 255. 256. 257. R o b le s . D o r o t e o M a r c e lo : R o t h e . G u il le r m o : 393.
258. 262. 291. 129. R o t h s c h ild ( B a n c a ) : 247.
Q u ir n o C o s ta . N o r b e r t o : R o c a . J u l i o A r g e n t in o : 97. R u a n o , A g u s t ín : 19».
167. 209. 210», 242. 247. 259». 149, 151. 153. 154. 167. 168. R u iz G u iñ a z ú , E n r iq u e
Q u i r o g a . H o r a c i o : 174». 177. 183. 184. 185. 186. 187. ( h . ) : 367». 393.
341». 188, 191, 192, 193, 194, 195. R u iz H u id o b r o , J o s é : 16.
Q u ir o g a . J u a n F a c u n d o : 8 . 196. 197, 198, 201», 202, 205. R u iz M o r e n o . I s i d o r o J .:
9. 10. 12. 13. 14, 14». 15. 16. 206, 2 0 7. 208. 210, 214, 216, 91". 190».
20. 21. 34. 35. 36. 40. 46. 2 1 7, 2 1 8, 219, 220, 220", 221», R u iz M o r e n o . M a r t ín : 94
R u n c im a n , W a lt e r : 377. S a r o b e . J o s é M a r ía : 364, T a u A n z o á te tfu l, Vl«>l•»» l i
R u s t o w , D a n k w a r t A .: 364". 365. 367. 390. 429. T e d ín . M ig u e l URO"
478". S a r t o r i, G i o v a n n i : 170", T h e r m a n n . R d u iu n il v m i
453», 454", 4 7 6, 478". 391.
S a s t r e , M a r c o s : 38. T e i l h a r d d e • I i n h II i
S a á . F e l ip e : 101. S a v i g n y , F e d e r ic o C a r lo s r r e : 348.
S a á , J u a n : 89, 91, 9 2 , 99. d e : 41. T e is a ir e , A lb e r t o 400 4011
101.
S a v i o , M a n u e l: 3 6 7, 4 4 1. 4 18. 425.
S a a v e d r a , A r t u r o : 395, 406. S c a l a b r i n i O r t i z , R a ú l: T e j e d o r , C a r lo s ; MI, o
S a a v e d r a , M a r ia n o : 104. 212". 388. 3 9 0. 413. 84, 105, 150. 104 M ......
S a a v e d r a L a m a s , C a r lo s : S c a s s o . L e ó n : 389". 3 9 4. 187, 188. 196.
285, 374, 3 7 7 , 3 8 0, 3 8 5, 414. S c o b i e . J a m e s R .: 213", T errero. Juan N III 14.1
S á b a t o , E r n e s t o : 2 8 0 n. 234". 256". 279". Terry, José A
S a b a t t i n i , A m a d e o : 381, S c o t t , W a lt e r : 32. 247, 256, 256».
3 8 7, 394, 4 0 8, 4 1 8, 4 1 9, 420. S c h i lle r , J o h a n n C h r is t o p h T h e d y , E n r iq u e 11110"
S a b a t u c c i, A n t o n io : 2 4 9. F r i e d i c h v o n : 41. T h e d y , H o r a c io 441
S a b i n e , G e o r g e s : 346». S c h n e id e r , R . M .: 464. T i b ile t t i . E d u a r d o ... i
S á e n z H a y e s , R ic a r d o : S e g u í , F r a n c is c o : 68 . T o c q u e v i lle , C a r io » A r í e
169", 192", 196", 214", 216", S e n i llo s a , F e l ip e : 6 . r e í d e : 33, 453.
217", 220", 232", 233. S e ñ o r a n s , E d u a r d o : 4 5 9. T o d d , J o s é M a r ía tu»
S á e n z P e ñ a , L u is : 143, 151, S e ñ o r a n s , J o r g e » 2 1 8. T o n a z z i, J u a n N inv u n
2 3 0, 230", 2 3 1, 2 3 3, 2 3 6, 237, S e r ú , J u a n E .: 310. 3 94.
237", 2 3 8, ,238", 2 5 6, 291". S e r v a n -S c h r e ib e r , Jean T o r e llo , P a b lo : .110"
S á e n z P e ñ a , R o q u e : 143, J a c q u e s : 466". T o r in o . D a m iá n IM * , .1.10
167, 168, 2 0 0, 207, 2 0 8, 230, S h a k e s p e a r e , W illia m : 461. T o r r a d o . S u s a n a 17n-
230", 232, 2 5 8, 262, 2 6 3, 285, S h e l l e y . P e r c y B y s s h e : 32. T o r r e . C a lix t o d e In JVJ
28 7, 2 8 8, 2 9 2, 293, 2 9 4, 295, S ig a l. S ilv i a : 314. T o r r e . J o r g e d e In i .
29 6, 297, 2 9 8, 2 9 9, 3 0 2, 303,
i
S i l v a P a r a n h o s : v e r R io T o r r e . L i s a n d r o «I•• In
308, 385, 389. B r a n c o , J o s é M a r ía d a S i l 217". 2 1 8. 218». aiw m u
S a g a r n a , A n t o n i o : 329", v a P a ra n h o s. b arón d e. 220". 221. 232. 230 131’ KM)
330", 436. S is m o n d i , J u a n S . L e o n a r 308, 308". 309. 310 :i4l* tM»
S a g u ie r , F e r n a n d o : 3 3 0. d o d e : 41. 372. 3 7 8. 379. 380
S a in t S im ó n , C la u d e H e n - S m it h , E d m u n d ( h .) : 385". T o r r e n t . J u a n : 141»
ri d e R ou vroy, co n d e de: S m it h . P e t e r : 180". 243". T o r r e s . J o s é L u í » .11»!
31, 34, 41. 279", 317". 329". 377". 379". 392". 404.
S a la b e r r y , D o m in g o : 316". 380". T o r n q u i s t , E m e n t o |NM,
S a la n d r a , A n t o n io : 3 1 9. S o la n a . F e r m í n : 373». 243", 246, 247.
S a ld ía s , A d o lf o : 3", 2 0 , 21". S o s a , I n d a l e c i o : 399. T u lc h iu , J o s e p h ; .107"
42", 69". 143, 2 3 1. S o s a M o lin a , H u m b e r t o :
S a lin a s . J o s é S .: 316". 432. U d a o n d o , G u ille r m o Uto
S a l o m ó n ( J u liá n G o n z á S o s a M o lin a , J . E .: 433». 2 55. 262, 308.
le z ) : 20 . S p ili m b e r g o , J o r g e E n e a : U g a r t e , M a n u e l: lltft ton
S á n c h e z , F l o r e n c io : 174». 250". 3 09. 310. 390.
S án ch ez S oron d o, M arce S t a é l- H o lt e i n , A n a L u is a U g a r te , M a r c e lin o 10.r
lo : 388". 392. G erm a n a N é c k e r (b a r o n e 187. 255. 256, 2511, SAI). M I
S á n c h e z S o r o n d o , M a tía s s a d e ) : 32. 263.
G .: 353, 3 6 8. 3 6 9. 370. S t a lin , J o s é : 3 4 8. 403. U g a r t e c h e , J o s é l«'i uo< '
S a n M a r t ín , J o s é d e : 5. c o : 6.
S a n t a C r u z , A n d r é s : 37. S t e a d . W . T .: 266".
S t o r n i , A l f o n s i n a : 341". U r b in a , J o s é M mi'In Iftft
S a n t a m a r in a . A n t o n io : 416. U r d in a r r a in . M a n u e l III
S a n ta m a r in a , E n r iq u e : S t o r n i , S e g u n d o : 398, 399",
3 9 9, 403. U r ib u r u . F r a n c is c o MAN
368", 404. U r ib u r u , J o s é E v o r l l t t t
S a n t a m a r in a , J o r g e : 399, S u b e r c a s e a u x , B e n j a m ín :
165». 103". 229, 230. l'.lll
399". U r ib u r u . Jos»'* l'V-li i
S a n u c c i, L ía E . M .: 183", S u e l d o , H o r a c io : 482.
S u e y r o , B e n it o : 398, 399". 2 18. 247", 257. 304. :tfM »0 i
186", 187". 369, 370, 371. 3 7 1, I I I | j
S a r a iv a , J o s é A n t o n io : 121, S u e y r o , S a b a H .: 397. 398.
U r ib u r u , J u a n N .: PW
123. U r q u iz a , J u s t o J o s * Al
S a r a v ia , A p a r ic io : 388". Taboada. A n t o n i n o : 101 , 53. 54, 56, 57, ftfl, 51».«0 ni
S a r m i e n t o , D o m in g o F a u s 102 . 62, 65, 66 , 67, 0 8 , 09
t in o : 40, 6 1 , 6 7 , 77, 82, 84, T a b o a d a . D i ó g e n e s : 389». 71", 72, 73, 74, 75, H I |
89, 92, 95, 9 7 , 98. 9 9 . 100. T a b o a d a . M a n u e l: 102. 103. 77", 79, 80, 82, H3. 04 «A
101", 103, 104, 105, 106, 107, 106, 145. 86". 87. 88 . 89. 90, 01 UH
110, 111, 136, 137, 138, 141, T a m a n d a r é : 125, 131. 93. 94, 95. 96. 07. 00 101»
142, 142", 143, 144, 145, 146, T a m b o r in i, J o s é P .: 323. 103. 104, 105, 106. 107 114
147, 149". 151. 155, 156, 157, 329". 331", 334", 3 3 8, 371. 116, 117, 122, 123, I¡I4 IIt i
177. 184, 186. 2 0 0. 205. 291". 422. 142. 143. 144. 146. IH0 HUI
388". T a t o . M a n u e l: 458. 291". 479.
V i d e l a , A m a d e o : 393. W ild e , E d u a r d o : 142, 187,
V a l l e , A r is t ó b u lo d e l: 143, V i d e l a , E le a z a r : 375, 414. 198, 199, 210", 254".
15C, 151. 183, 187, 191“, 199, V i d e l a B a l a g u e r , D a lm ir o : W illia m s , T . H a r r y : 162",
2 1 2, 215, 216, 2 1 7, 2 1 8, 219, 451. 163».
2 2 0, 2 2 3, 229, 2 3 1, 232, 233, V i d e l a C a s t illo , J o s é : 10, W ilm a r t , R .: 300", 330".
234, 2 3 5, 2 3 6, 316". W ils o n , T h o m a s W o o d r o w :
V a lle , D e lf o r d e l : 382. 13.
V i e j o b u e n o , D o m in g o : 186. 2 6 9, 2 7 1, 3 1 9 , 320.
V a ll e I b e r lu c e a , E n r i q u e V i lla f a ñ e . B e n j a m ín : 323. W r ig h t , C a r o l D .: 252.
d e l: 302». 3 9 1 , 392.
V a ll é e , T o m á s : 253". V i lla lb a , T o m á s : 122.
V a r e la , F e l ip e : 101. Y a n c e y , B e n j a m ín : 82.
V a r e la , F l o r e n c io : 4 1 , 44, V i l l a n u e v a , B e n it o : 256, Y o f r é , F e l i p e : 242».
45, 46. 308. Y r ig o y e n . H i p ó l i t o : 111,
V i lla n u e v a , B e n j a m ín : 215. 187, 2 1 7, 2 1 8 , 231, 231", 235,
V a r e la , M a r ia n o : 144, 156, V illa n u e v a , F r a n c is c o :
157. 2 3 8, 238", 2 3 9, 257, 2 5 8, 262»,
V a r g a s . G e t u li o : 365". 262». 280, 294, 301, 306. 307, 308,
V i n t t e r , L o r e n z o : 236, 258. 3 0 9, 310, 3 1 2, 3 1 3, 313", 315,
V a z e ill e s , J o s é : 250". V i ñ a s , D a v id : 326".
V á z q u e z , S a n t i a g o : 3. 3 1 6, 316", 3 1 7, 3 1 8, 3 1 9, 320,
V ir a s o r o , B e n j a m ín : 5 9 ,6 0 , 3 2 1 , 3 2 2, 3 2 3, 3 2 4, 3 2 5, 325»,
V e g a . A g u s t ín d e la : 395. 6 1 , 77". 92, 94, 122.
V e g a , U r b a n o d e la : 395, 326, 327, 3 2 9, 3 3 0, 330", 331,
V ir a s o r o , J o s é A n t o n io : 82, 3 3 2. 3 3 4. 3 3 5 . 3 3 6. 3 3 7. 338",
396. 85, 88 , 89.
V e i n t i m i l l a , I g n a c io d e : 3 3 9, 3 4 5, 3 5 3, 353", 354, 355,
V ir a s o r o , V a l e n t í n : 234, 3 5 6, 360, 360", 364, 3 6 5, 366,
165. 234". 236".
V é le z , C a r lo s : 397. 3 6 7, 3 6 8, 3 6 9. 3 7 1, 3 7 3, 378,
V é le z S á r s f ie ld , D a lm a c io : V is o . A n t o n i o d e l : 186, 3 8 1 , 388", 3 9 4, 4 2 5, 4 2 8, 470.
6 7, 6 9 , 7 1 , 84, 103", 105, 144. 191». Y r ig o y e n , M a r c e li n a : 258.
V e r b a , S id n e y : 173". V is o , J o s é d e l: 222. Y r ig o y e n , M a r t ín : 316".
V e r g a r a D o n o s o , F r a n c is
c o : 247. W a l k e r , W illia m : 110 . Z a ñ a r t ú , M a n u e l A r í s t i-
V e r n e n g o L im a . H é c t o r : W a lk e r M a r t ín e z , J o a q u ín : d e s : 109.
420. 24 5. Z e b a l l o s , E s t a n i s l a o S .:
V e r n e t , L u is : 36. W a lt h e r , J u a n C a r lo s : 17". 151, 168, 175. 2 2 7, 229, 237,
V i a m o n t e , J u a n J o s é : 5, W a t k i n s , F r e d e r i k M .: 24 7, 252, 2 5 3.
11. 19, 20, 25. 346". Z u b e r b ü lh e r , C a r lo s : 222.
V ic o , J u a n B a u t is t a : 41. W e b e r , M a x : 313, 429. Z u r u e t a , T o m á s : 360".
V i c t o r i c a , B e n j a m í n : 86 , W e in e r , M .: 454". Z u v ir ía , F a c u n d o : 77".
232". W e lle s , S u m n e r : 403, 408. Z y m e lm a n . M a n u e l: 174»,
V id a r t . D a n ie l: 280". • W h it a k e r , A r t h u r P .: 446". 328". 448".
índice de nombres geográficos
citados en este tomo
Ec u
El
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El
El
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22 .
5 7,
90,
10!
17:
30
42
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16
21
35
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K — 1 0 .5 9 6