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CARACTERÍSTICAS DEL ESTADO MODERNO

2.1 EL TERRITORIO. FRONTERAS Y ADUANAS

El Estado moderno que se formó a partir de la Baja Edad Media se constituyó


como Estado territorial. Las monarquías medievales, basadas en las
relaciones personales entre señor y vasallo habían dado más importancia a los
hombres que a los territorios, Había muchos vasallos que reconocían a
distintos señores. Hubo vasallos que cambiaron de señor. Los reyes trataron
de extender su poder mediante la creación de nuevos vínculos de vasallaje.
En muchos casos los feudos carecían de unidad geográfica. Los reinos
medievales no tuvieron fronteras fijas.

El Estado Moderno trató de unir el territorio y de crear fronteras estables.


Así como la soberanía era indivisible, así también el territorio debía permanecer
indiviso. El territorio entero debía quedar sujeto a una autoridad central y debía
quedar delimitado por medio de una frontera frente a los Estados vecinos.

La frontera cumple fundamentalmente con una función política: es la


línea dentro de la cual un Estado ejerce su soberanía y jurisdicción y más allá
de la cual comienza otro poder soberano.

La fijación de las fronteras dependió de numerosos factores, entre los


cuales en algunos casos los accidentes geográficos desempeñaron un papel
importante. Un río o una montaña se convirtió de frontera natural en frontera
política. En algunos países los gobernantes se propusieron hacer coincidir las
fronteras políticas enteramente con las fronteras naturales.

La frontera, constituía, en alto grado, un fenómeno natural que se tradujo


en representaciones cartográficas. Trabajos de los grandes geógrafos del
Renacimiento, como Sebastián Munster, autor de Cosmografía (1552),
contribuyeron en forma masiva a que los hombres visualizaron el territorio de
su Estado y tomaran conciencia de la existencia de las fronteras políticas.

Sin embargo, no bastaba con representar la frontera, también era


necesario hacerla visible y, ante todo, había que tomar medidas para poderla
extender. La frontera política también debía ser frontera militar, guarnecida en
los lugares estratégicos por fuertes o protegida en toda su extensión
la línea de fortificaciones.

La frontera adquirió también importancia económica y se convirtió con el


tiempo en frontera aduanera. La unidad política fue complementada por la
unidad económica. Los gobiernos empezaron a su las aduanas internas
y establecieron los derechos de aduana para los géneros y las mercaderías
que entraban o salían del país. En las fronterizas, se
levantaron puestos aduaneros con el fin de registrar las mercaderías y cobrar
los derechos correspondientes.
La frontera, concebida intelectualmente e impuesta por medio de la
voluntad, se apoyó también en el sentimiento de hombres unidos por la misma
frontera, empezaron a sentirse una comunidad. La frontera contribuyó en
forma decisiva al desarrollo de la individualidad de los países.

La frontera, que se apoyó frecuentemente en accidentes geográficos,


fue y es un fenómeno eminentemente histórico. Las fronteras europeas fueron
el resultado de un largo y complicado proceso histórico.

Venecia extendió su dominio más allá de las lagunas e islas y se


apoderó de extensas regiones de Tierra Firme, hasta que pudo definir la
frontera que la separaba de los territorios conquistados por los Visconti y los
Sforza de Milán. La comuna de Florencia se conviertió en el Gran Ducada de
Toscana, colindante con Milán en el norte y los Estados Pontificios en el sur.
Lentamente se simplificó el mapa político de Italia, desaparecieron los señoríos
y los estados menores,. Y se formaron cinco Estados territoriales medianos. El
proceso de la redefinición de las fronteras italianas se prolongaría hasta el siglo
XIX y aún hasta el siglo XX.

Procesos análogos se repitieron en una u otra forma en el resto de


Europa. Castilla y Aragón se unieron en la monarquía española. De la unión
de Escocia, Galia e Inglaterra nació Gran Bretaña. Desde París y la Isla de
Francia los reyes franceses extendieron su dominio hasta alcanzar sus
fronteras naturales en el norte, oeste y sur: el Atlántico, los Pirineos y el
Mediterráneo. El cardenal Richelieu y el rey Luis XIV quisieron que Francia
estuviera protegida también en su flanco oriental por una frontera natural y
trataron de convertir el río Rin en frontera política. Luis XIV encomendó a su
ministro Vauban la tarea de proteger la frontera oriental de Francia por medio
de una línea de poderosas fortificaciones.

Las luchas por los territorios y las fronteras fueron el resultado de los
esfuerzos desplegados por los Estados europeos por definir y afirmar su
individualidad.

2.2 LA CONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD CAPITAL

La sociedad y la cultura del Renacimiento en Italia tuvieron un carácter


esencialmente urbano. También el proceso político fue promovido
especialmente por y desde las ciudades. Tanto la Serenísima República
Veneciana como el Gran Ducado de Toscana o el Ducado de Milán, tuvieron su
origen en pequeñas comunas medievales. Estas comunas crecieron y
pudieron extender su dominio sobre las regiones colindantes, convirtiéndose en
capitales del nuevo Estado territorial.

La ciudad-capital siguió siendo centro económico, sea industrial o


comercial. Justamente su nueva función de capital política le proporcionó
nuevas posibilidades de crecimiento económico. Hacia la capital confluían los
tributos provenientes del resto del territorio. Venecia impuso a las ciudades
sometidas la obligación de vender y comprar sus mercaderías en la capital,
Aumentó fuertemente el número de consumidores.
La capital se convirtió en centro político y administrativo del Estado
territorial. Allí residía el príncipe o el gobierno central. Allí funcionaban los
organismos de gobierno y los tribunales de justicia. La corte reunía a las
principales figuras de la vida social y cultural.

El proceso italiano se repitió en los otros Estados europeos, si bien éstos


no tuvieron un origen comunal. Pero también las monarquías centralizadas
necesitaban una capital desde la cual se pudiese gobernar el país y hacia la
cual convergiese la vida de la nación. Conjuntamente con el Estado moderno
se formarían las grandes capitales: Lisboa, Madrid, París, Londres, Viena,
Berlín, San Petersburgo.

2.3. LA ORGANIZACIÓN DEL PODER

Institución de un poder central soberano: el régimen feudal se basó en las


relaciones personales entre el señor y el vasallo, los cuales debían prestarse
servicios mutuos y que estaban unidos por un vínculo de lealtad. El rey
medieval entregó funciones públicas en feudo, las cuales se hicieron
hereditarias entre los feudatarios. El poder público y los derechos privados se
confundieron y se produjo una dispersión del poder. Nacieron numerosos
poderes intermedios. Los siervos dependían de sus señores. Los vasallos
dependían de los reyes. Los reyes estaban sujetos, al menos idealmente, a los
emperadores y papas.

El Estado moderno se constituyó como poder soberano, cuya primera


distintiva fue la independencia exterior. Florencia o Venecia ya no reconocieron
ninguna jurisdicción superior. De la misma manera los otros Estados europeos
negarían al emperador o al Para toda autoridad política universal. La celosa
defensa de la soberanía nacional sería uno de los fenómenos más importantes
de la vida política moderna.

: La soberanía implicó, por otra parte, la concentración de todo el poder


público en manos del Estado. El Estado y sólo el Estado debía ejercer los
derechos de soberanía. Sólo el Estado debía asumir la responsabilidad por la
paz interna y externa, sólo él debía mantener fuerzas armadas . recaudar
impuestos, legislar, ejecutar las leyes y administrar justicia. La conquista de la
soberanía por parte del Estado fue un proceso largo y difícil, Durante todo el
Antiguo Régimen, o sea hasta la Revolución Francesa, el Estado tuvo que
seguir compartiendo muchas funciones con los privilegiados. Sin embargo,
desde sus orígenes el Estado moderno luchó por constituirse como poder
soberano. En la lucha por su soberanía, el Estado centralizó el poder, creó una
base territorial, desarrolló sus propias instituciones y sustituyó el ideal feudal de
lealtad por los nuevos conceptos de autoridad y obediencia.

Las formas concretas a través de las cuales se expresó la soberanía


fueron muy variadas. La Señoría florentina tuvo una base democrática. El
Dogo y el Gran Consejo de Venecia eran exponentes de un régimen
aristocrático. Los “tiranos” de Milán ejercían un poder monárquico. Pero en
todos estos Estados el poder soberano fue ejercido en forma centralizada por
los poderes públicos. Estas aprobaban y ejecutaban las leyes y administraban
la justicia.

En la mayor parte del resto de Europa se impondría la monarquía


absoluta, caracterizada por la concentración de todo el poder en manos del rey
quien representaba el Estado y quien sólo era responsable ante Dios. “El
Estado soy yo”, habría dicho Luis XIV. La soberanía se identificó con la
monarquía, el soberano era el rey. A partir de la Revolución Francesa se
impondría la soberanía popular. El pueblo fue comprendido como el verdadero
soberano y se ensayaron diversas formas para proporcionar al pueblo una
participación creciente en el ejercicio del poder.

Las características fundamentales del Estado moderno, cualquiera que


haya sido la forma concreta que éste haya adoptado en los siglos posteriores,
quedaron definidas en aquellos tiempos turbulentos en que se constituyeron
en Italia las repúblicas y las tiranías. El Estado que nació entonces se
constituyó como poder soberano, esto es como un poder independiente hacia
el exterior y como detentor del poder público en el interior.

En la medida en que el Estado logró superar los poderes feudales, tuvo


que crear sus instituciones propias que le permitiesen cumplir con sus
funciones públicas. En las Repúblicas democráticas y aristocráticas muchas de
estas funciones fueron ejercidas por los mismos ciudadanos que eran elegidos
para las magistraturas y los consejos: el Dogo y los miembros del Gran
Consejo en Venecia; los Priores de la Señoría, el Capitano del Popolo, o los
distintos consejos en Florencia. Sin embargo, la creciente complejidad de los
negocios públicos obligó a recurrir a especialistas y a contratar personal
permanente. Esta necesidad se hizo aún más patente en las tiranías, ya que
no existiendo una participación de ciudadanos elegidos, el tirano tuvo que
rodearse de personal que ejecutase las órdenes y ejerciese las tareas
gubernativas. Este aparato gubernativo y administrativo recibió la designación
de “stato”, que luego se impuso como nombre general de la nueva organización
del poder que nació entonces, el Estado.

No sólo en las tiranías sino también en las repúblicas y monarquías el


aparato administrativo adquirió cada vez mayor importancia. Subió el nivel
cultural, aumentó el número de personas que dominaba el difícil arte de leer y
escribir y se recurrió cada vez más a los documentos escritos. En la
administración de justicia la ley escrita desplazó la tradición oral. Hubo que
contratar a secretarios, archiveros y copistas. Hubo que organizar oficinas
públicas para la ejecución de las leyes. Pero ante todo la administración fiscal
requirió de un personal numeroso. Hubo que hacer los catastros. Hubo que
distribuir y recaudar los impuestos. Hubo que vigilar las obras públicas. Hubo
que controlar la aplicación de las ordenanzas comerciales e industriales y
recaudar los derechos de aduana.

Conjuntamente con el Estado moderno nació la burocracia administrativa


y apareció el funcionario público. La burocracia sería uno de los pilares del
Estado moderno.
El ejército: los condotieros y mercenarios

Durante la Edad Media las fuerzas militares habían estado formadas por
los ejércitos de los señores feudales y sus vasallos y por las milicias urbanas.
Más esta organización resultó a la larga ineficiente. Por contrato de vasallaje
los señores sólo estaban obligados a prestar servicio militar durante cuarenta
días y se resistían a ausentarse de sus tierras por más tiempo. Los reyes
nunca pudieron disponer incondicionalmente de los ejércitos feudales. Los
vecinos de las ciudades, interesados en sus actividades económicas y
acostumbrados a las comodidades de la vida urbana, estuvieron cada vez
menos dispuestos a someterse a los duros sacrificios de la acción bélica, de
modo que las milicias urbanas perdieron con el tiempo todo valor militar. Las
interminables contiendas de la Baja Edad Media y del Renacimiento obligaron a
crear nuevas formas de la organización militar.

En el curso de los siglos XOV y XV las bandas feudales fueron


reemplazadas por ejércitos de oficio. El caballero feudal fue desplazado por el
mercenario a sueldos, el soldado. En Italia apareció el condotiero (conductor),
el capitán de guerra que contrataba a los soldados para hacer la guerra. En
analogía con las compañías comerciales de la época, el condotiero, actuando
como empresario, constituía una sociedad con sus soldados. La unidad militar
básica, que era a la vez una unidad administrativa y económica, era el
regimiento. Dueño y comandante del regimiento era el capitán. El regimiento
se dividía en compañías, al frente de cada cual figuraba un teniente, el
lugarteniente del capitán. El capitán actuaba como un verdadero empresario.
Contrataba a los soldados y firmaba los contratos cons los reyes, príncipes o
ciudades que requerían su servicio. En estos contratos se estipulaban las
obligaciones financieras del empleador y las obligaciones militares del capitán.

Un capitán rico y poderoso disponía de suficiente capital para mantener


su ejercito en forma permanente. En otros casos, un capitán enrolaba a los
soldados con el dinero que obtenía de algún empleador. Era necesario tener
fama y haber conquistado victorias para poder pactar contratos favorables y
encontrar buenos soldados.

En el caso de los Estados más grandes y de acciones militares de


mayor envergadura no bastaba con un regimiento, sino que se hacía necesario
contratar a varios capitanes. Como era indispensable coordinar la acción, se
generalizó la costumbre de pactar con un solo capitán que recibió el nombre de
capitán general, o simplemente general. Este firmaba el contrato y se hacía
responsable de su cumplimiento, y se encargaba de contratar , por su parte, los
servicios de otros capitanes que quedaban bajo sus órdenes.

Cada capitán debía ser, no sólo un militar experimentado, sino también


un hábil empresario. Con el dinero que recibía del empleador, había pagar a
los soldados, comprar material de guerra y financiar a los agentes que le
proveían de mercenarios. Debía saber administrar su capital que se componía
del dinero que recibía de los empleadores y de su parte en el botín de guerra.
Con la nueva organización militar la guerra se convirtió en un negocio y
en oficio pagado. Los conductores de la guerra eran grandes empresarios y
“traficantes de la guerra”. En este negocio bastante sangriento las viejas
virtudes de caballero cristiano perdieron su sentido. Cierto que la valentía
seguía siendo una virtud, porque no podía haber soldados cobardes. Cierto
que la lealtad seguía siendo un valor, porque el capitán desleal que traicionaba
a su empleador o que engañaba a sus soldados, perdía todo prestigio. Más
estas virtudes ya no correspondían a un ideal de vida como la concepción del
caballero cristiano que había animado al señor feudal. La guerra se convirtió
en negocio. Era un oficio, una manera de ganarse la vida, una forma
específica de existencia económica.

Los capitanes y sus tenientes ya no pertenecieron a un determinado


estamento feudal. Cierto que entre los oficiales siguió habiendo muchos
nobles, ya que éstos siguieron dedicándose al oficio de las armas, su actividad
tradicional. Pero al lado de los nobles hubo también muchos comunes. La
conducción de la guerra dejó de ser un privilegio aristocrático. Entre los
soldados había numerosos aventureros, elementos asociales, y personas que,
por una razón u otra, abandonaban su casa, su trabajo y su medio social
tradicional. Constituían un conjunto de personas que sólo podían ser
mantenidas unidas mediante la más rigurosa disciplina. Los castigos eran
feroces y era frecuente imponer la pena de azotes y la pena de muerte.

Los soldados provenían de todas partes. Salían de los lugares más


poblados o de las regiones que, por su pobreza, no podían dar trabajo a toda
su población. En Italia los primeros mercenarios provinieron del mismo país.
Más tarde se empleó con preferencia a los mercenarios suizos, considerados
entonces como los mejores soldados de Europa. En aquel tiempo nació la
Guardia Suiza del Vaticano. Famosos eran también los lansquenetes
alemanes.

Los capitanes y soldados se contrataban en cualquier parte donde se


requerían sus servicios y donde creían que les podía favorecer la suerte, donde
podía haber buen sueldo, vino, mujeres y otros placeres. Terminada la guerra
o cumplido el contrato, el capitán con su regimiento probaba suerte en otra
parte. Fueron frecuentes los casos en que un capitán firmaba contrato con el
príncipe contra quien acababa dew hacer la guerra.

Los ejércitos de mercenarios no quedaron limitados a Italia sino que se


impusieron en toda Europa. Así como Francisco Sforza dispuso en Milán de un
ejército permanente, así también las grandes monarquías europeas formaron
ejércitos permanentes, ya que no podían quedar en ningún momento sin el
debido resguardo militar. La mantención de los ejércitos mercenarios originó
enormes gastos, los cuales obligaron a los gobiernos a aumentar las
contribuciones , perfeccionar el sistema fiscal, y crear los correspondientes
organismos administrativos. El ejército permanente, fuera de su función en la
guerra y la política internacional, cumplió también un importante papel en el
desarrollo interno de los Estados y permitió a éstos afianzar su soberanía. El
ejército fue, junto con la burocracia administrativa, el segundo pilar del Estado
moderno.
2.4. EL PRINCIPE COMO MECENAS

Según el pensamiento medieval los supremos deberes de los emperadores y


reyes consistían en apoyar a la Iglesia y en mantener la paz y la justicia. El
Estado renacentista asumió conscientemente una función cultural. Ello tuvo su
origen, en parte, en aquel entusiasmo que la sociedad renacentista sentía ena
general por las artes y letras, Los humanistas señalaron que únicamente el
hombre culto era auténticamente humano. La culta sociedad renacentista tuvo
un agudo sentido de la belleza y una gran receptividad estética. Las artes y
letras no fueron simple decoración y entretención, sino que se convirtieron en
parte integrante y elemento necesario de la vida. Los miembros de la clase
dirigente se construyeron magníficos palacios y lujosas villas campestres y las
llenaron de hermosas obras de arte. Este entusiasmo no estuvo limitado a los
particulares, sino que correspondían a un sentir general de la comunidad y fue
compartido por los gobernantes de las comunas y por los príncipes. En la
Edad Media, los fieles lo habían considerado su deber natural dedicar sus
esfuerzos más nobles a la construcciónd e capillas, iglesias y catedrales.
Durante el Renacimiento la autoridad pública se encargó conscientemente de
foemenatar las artes. Se siguieron construyendo iglesias, pero a éstas se
agregaron todas las manfiestacioens de las artes profanas. La ciudad medieval
se sintió orgullosa de sus santos y de las reliquias de sus iglesias. La ciudad
renacentista se sintió orgullosa de sus obras de arte y de sus ciudadanos
famosos que sobresalían por su genio creador. Los gobiernos comunales y los
príncipes dieron especial importancia a la arquitectura, la más pública y más
popular de las artes, cuyas creaciones daban testimonio del poder y de la
riqueza de

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