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EDITORES •
'TIrRCIRMUNDO lA SANTAFé DE BOGOTÁ
TRANSV.2a. A. No. 67·27, TELS.2550737 - 2551539. AA. 4817, FAX2125976
.'
EDICIÓN A CARGO DE HERNÁN LOZANO HORMAZA
CON EL AUSPICIO DEl FONDO GERMÁN COLMENARES
DE LA UNlVERSlDADDEL VALLE

Diseño de cubierta: Héctor Prado M., TM Editores

Primera edición: 1968, Universidad de los Andes


Segunda edición: 1978, Ediciones Los Comuneros
Tercera edición: agosto de 1997, TM Editores

© Marina de Colmenares
© TM Editores en coedición con la Fundación General de Apoyo
a la Universidad del Valle, Banco de l¡:¡República y Colciencias

Esta publicación ha sido realizada con la colaboración financierá de Colciencias,


entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y tecnológico de Colombia
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ISBN: 958-601-719-2{Obra completa) ."
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ISBN: 958-601-650-1 (Tomo) • ')r
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Edición, armada electrónica, impresión y encuadernación:
Tercer Mundo Editores
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Impreso y hecho en Colombia ~
Printed and made in Colombia
Se es ante todo de su clase, antes de ser de su opinión.
'1 Pueaen oponérseme, sin duda, individuos;
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'{ hablo de clases; sólo ellas deben ocupar la Historia.
Tocqueville (Ancien Régime)
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NOTA DE LOS EDITORES

Partidos ha sido publicado tres veces:

_ Entre 1966 y 1967, por capítulos en el Boletín Cultural y Bibliográfico,


(mayo a diciembre del 66 y enero del 67), bajo el nombre de Formas de la
conciencia de clase en la Nueva Granada.

_ En 1968 la Universidad de los Andes publicó el libro bajo su nombre final


Partidos políticos y clases sociales.

_ En 1978, Partidos es publicado por Ediciones Los Comuneros.

El artículo que en esta edición aparece como último capítulo: «Manuela», la


novela de costumbres de Eugenio Díaz, fue publicado en 1988 en el Manual de
literatura colombiana de Procu\tura y Planeta.

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RECONOCIMIENTOS

Al Gobierno francés, por una beca de estudios otorgada en 1963, la cual


-~---~ -~~~ - -permifi¡s-Jtevaracabo~estetrabajo; a PierreChaunu,GUya generosidadinte-
lectual debiera haber estimulado un resultado mejor; a Mario Arrubla y a
Jorge Orlando Melo, de la U. N., que leyeron los originales y adelantaron
críticas con las cuales estoy plenamente de acuerdo. A Andrés Holguín y
Jaime Duarte French, cuyo interés me ha animado a esta publicación. A
Darío Fajardo, que cuidó de la corrección de las pruebas.

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I
I

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1
CONTENIDO

RECONOCIMIENTOS ix
INTRODUCCIÓN
CONSIDERACIONESMETODOLÓGICAS Xl
Los agentes históricos Xl
La versión oficial de la historia / xvii

.i,
Capítulo 1. 1848 ) 1
El problema de la revolución de 1848 1
La cristalización de una revolución latente 9
Elliberalisffio, en el origen de una conciencia de clase 14
Una burguesía naciente. Sus adversarios y su coyuntura 18
Otros factores históricos. La visión retrospectiva de los reformadores 22

Capítulo 11. LAS CUESTIONESQUESEDEBATÍAN(Económicas) ,/ 25


Puntos de vista sobre la propiedad territorial 25
La ausencia de capitales, la empleomanía y los pretextos de la usura 33
El punto de vista de los comerciantes 38
La mano de obra. La manumisión y los miramientos
a los diputados del sur 42

Capítulo III. LAS CUESTIONESQUESEDEBATÍAN(Religiosas) / 45


El problema político de la religión y sus supuestos 45
Ambigiiedades de la conciencia \ 49
La moral secular 51

---, . -CapítunnV~[ASF1JENTES DELCONSERVATlSMO 57


La imaginería antiliberal 57
Los temores conservadores y el testimonio de Mercado
sobre los conflictos del sur 59
Los anatemas de los jefes y el desaliento de los propietarios 65
Los candidatos conservadores 67
La visión complaciente de Eugenio Díaz 70
I

1
I Capítulo V. FLORENTINOGONZÁLEZ,ELMENTOR 77
I La garantía de los intereses 77

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"--_ .•._----------------------------~~----
-------------------------------- -- -. -------
viii CONTENIDO

La independencia de don Florentino 81


La anglomanía 85

Capítulo VI. LA ABOLICIÓNDELMONOPOLIODELTABACO 91


i.·· ,j,
1.;

Comercialización de la agricultura 91
Los aspectos sociales de la cuestión 94

Capítulo VII. EL SOCIALISMOGRANADINO 101


La comedia de los errores 101
~.- ..-~- .- ~~7~-Para~qué.ser.vía~elsocialismQ.u .~, ~~
u, ..
105

~aPítulo VIII. GÓLGOTASy DRACONIANOS / i~ 113


El tema de las generaciones 113
La RepÚblica civil y el soplo heroico 116
Memorables sesiones en que se debatieron la lógica y los principios 120
Reflexiones 126

Capítulo IX. Los ARTESANOS / \0- 131


Curiosos antecedentes de las Sociedades Democráticas 131
Los temas de las Sociedades Democráticas 133
Gólgotas y artesanos: el desengaño 135
Sobre el verdadero carácter histórico del régimen provisorio
del general Melo 140

Capítulo X. MANUELA, LANOVELADECOSTUMBRESDE EUGENIODíAZ 145


Las costumbres del campo y el canon literario nacional 145
La novela latinoamericana: ¿absorción en el paisaje o problemas
de figuración? 148
El conformismo y la transgresión social 151
La afirmación de una cultura 155
El ver, el oír 157

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INTRODUCCIÓN
CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

Los AGENTES HISTÓRICOS


·
Una de las preocupaciones dominantes de la mayoría de los histo-
riadores colombianos, ha consistido en acpmular razones destinadas
a «probar» la veracidad de algunos hechos que contribuirían a de¡;a-
creditar la tradición de un partido político. Es frecuente, por ejemplo,
la alusión a «los puñales del 7 de marzo» para referirse, con una
frase consabida pero plena de sugerencias, a la elección de José Hilario
López, verificada por el Congreso en el recinto de Santo Domingo,
para el período presidencial de 1849 a 1853. No puede descartarse el
hecho de que se haya ejercido cierta forma de violencia sobre los
congresistas. Tampoco puede afirmarse de manera absoluta que la .
haya habido, porque todos los testimonios son contradictorios y mu-
chos pueden objetarse de parcialidad. Pero aun si fuera posible es-
tablecer la verdad sobre este episodio sin dejar lugar a dudas, su
esclarecimiento no arrojaría más luz sobre los datos que poseemos
acerca de todas las circunstancias que lo rodearon. Sería en todo caso
____
un dato más, ilustrativo de las costumbres políticas de la éooca. oero
~.. . -. .•...
__ .. - ..L' J.

- no un argumento contra los procedimientos censurables que caracte-


rizan a una agrupación política. La verdad histórica afecta a una de
"
I las formas del conocimiento y no a la satisfacción o a la reprobación
I
moral. Un hecho parecido, para salvar el escollo de la parcialidad,
debe situarse entonces dentro de una perspectiva mucho más am-
plia que aquélla en que puede colocado una dudosa preocupación
por la verdad. Dudosa porque no hay manera de relacionada con el
saber histórico si no es dentro de la anticuada concepción de la His-
toria como «supremo tribunal de las acciones de los hombres».
----------------------------------

xii PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

En otras palabras, resulta casi sin interés, en el ejemplo propues-


to, el aspecto anecdótico de la elección, a no ser que todo el proceso
que condujo a ella, como también los hechos ulteriores, encuentren
una conexión que sirva para interpretar cada episodio dentro de un
conjunto ordenado y racional, sin la interferencia de una devoción
ideológica deformadora. La agitación popular del momento, único
dato que puede afirmarse con certeza, puede encerrar entonces un
sentido mucho más hondo que aquél que se deriva de una aprecia-
- - -~ ciÓILge t!P9_JllQr_al sobre las presiones, reales o supuestas, de que
habrían sido objetol~s- no-tables-reurlldosenlo que se denomina,un-- --
poco convencionalmente y para reforzar el efecto moral, ~<augusto
recinto» .
Un error semejante en la apreciación de los hechos se desliza
cuando admitimos, sin otra caución que la que se arroga a sí mismo
el :<tribunal de la historia», que a partir de la elección y por el hecho
de ser espuria, la gestión de los asuntos del Estado estuvo a cargo de
hombres incapaces o que reinó la más profunda «inmoralidad» y
«desgobierno». Ni aun una historia meramente política puede con-
cebirse en estos términos, puesto que la exposición del acontecer po-
lítico se subordina a consideraciones relativas a la sociedad en su
conjunto.
Cabe preguntarse si esta limitación en los puntos de vista no obe-
dece en gran parte a la injustificada pretensión de valorar moral-
mente la acción histórica de un personaje o de un grupo político .•
Aún más, si la necesidad puramente lógica que conllevan los juicios de
valor no conduce a asignar erróneamente como causa de un acontecer
histórico la acción de agentes cuya influencia real sobre los aconte-
cimientos resulta muy problemática de establecer. Se busca forzosa-
mente la responsabilidad de algo o de alguien cuando quiere emitirse
un juicio de esta clase y por eso se tiende a sobrevalorar la impor-
tancia de los grupos o de las personas más aparentes.
Los partidos políticos, por ejemplo, no constituyen entidades his-
~."
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1
tóricas inalterables ni menos aun seres corpóreos que puedan ser
••
objeto de un proces condenatorio, ni conceptos metafísicos de tal
naturaleza que puedan r conjurados o abolidos. Su acción está en-
cuadrada dentro de circuns ncias concretas y, por lo tanto, irrepeti-
bles. Su composición misma puede variar dentro de ciertos límites,
I

.~\
1
INTRODUCCIÓN xiii

según los intereses que el partido tienda consciente o inconsciente-


mente a prohijar. Si existen algunas constantes por las que pueda
identificarse el partido, esto no quiere decir que su esencia perma-
nezca inalterable. En Colombia, al menos, no puede identificarse a "
los partidos por sus afirmaciones doctrinales. Una alianza pasajera .
de intereses puede conducir, insensiblemente,
de doctrina.
a cambios radicales
..t).
Uno de los hombres que afirmaron con suficiente nitidez el prin-¡
cipio conservador' en Colombia, Mariano Ospina Rodríguez, sancionó ~.
la constitución de 1858, que abrió las puertas al federalismo. Este
hecho sería inexplicable si 110 existiera el antecedente de una alianza
entre el partido conservador y la fracción teóricamente más radical
del liberalismo, que tuvo por objeto enfrentar a la dictadura del gene- ~
ral Melo en 1854. A la inversa, muchos de los hombres que contribu-"
yeron a fijar una actitud dogmática en el liberalismo respecto al clero'~' .
y al ejército, terminaron apoyando fervorosamente la Regeneración. I
En resumidas cuentas, si los componentes de un partido (secto-
res'sociales o individuos) poseen cierta movilidad, puede decirse lo
mismo de l~a. És.~.p~.e~9~ .fluid~z, como los intereses
mismos que pugna por expresar, y u~i_t~-º irreg!JJar....de <!-fi]::.macio-
~esJ~' desm?yos qu~ está determinado por las oscilacioI1e,s,g.el po.d,er,
por la personalidad de sus defensores y aun por factores tan imprevi-
sibles como los cambios del equilibrio entre las naciones. Si al historia-
dor le interesa subrayar los elementos constantes de una agrupación
política, esta preocupación no debe exagerarse hasta el extremo de
lolvidar señalar las diferencias necesarias que deben existir en dos
épocas diferentes. Las similitudes representan una tentación, parti-
cularmente cuando se trata de emparentar dos períodos de crisis. El
civilismo de una de las fracciones del partido liberal, por ejemplo,
I
•. "~.
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que en 1848 se expresa a través de ataques directos dirigidos contra
la institución militar, no puede explicar una actitud similar en Aquilea
Parra, Nicolás Esguerra y Miguel Samper, que se muestran reticen-
tes frente a la posibilidad de emprender una guerra contra el régi-
men de la Regeneración, en 1899. En este caso, no se trata de una
afirmación doctrinaria que pueda caracterizar a través de dos gene-
raciones a la fracción gólgota o radical del liberalismo, sino más bien
la reacción psicológica adecuada, y por lo mismo constante, de abo-
1
l'
xiv PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

gados y comerciantes; es decir, una clase social, frente a las manifes-


taciones de fuerza. Lo cual significa algo muy diferente a la afirma-
ción de una superioridad moral en cuanto a los principios.
Tampoco la acción del «héroe» obedece de manera exclusiva a su
mera condición moral. No puede afirmarse que un hombre de Esta-
, do, por el hecho de serIo, quede colocado automáticamente por enci-
ma de la moral corriente. Pero en su caso no pueden emitirse juicios
morales inexorables. Muchas de sus decisiones escapan a la mera
comprobación o no puede medirse de manera adecuada la relación
del personaje con la responsabilidad moral de sus acciones.
Sucede con mucha frecuencia que los testimonios que se refieren
a la intimidad de un personaje contrastan extrañamente con los jui-
cios adversos sobre su actuación política. En realidad, es muy raro
encontrar una «semblanza» de un hombre público, que no constitu-
ya una apología. Todas parecen tener en cuenta una lealtad que debe
presidir las relaciones privadas, pero de la que evidentemente pue-
de prescindirse cuando se trata de la vida pública.
Sabemos, por ejemplo, que Obando poseía cualidades sociales
altamente apreciables y que, sin embargo, era víctima de ataques y
persecuciones iracundas. Poseemos, por ejemplo, una gran cantidad
de documentos oficiales que se refieren a la actuación del general,
presidente de la República, en el golpe de Estado del 17 de abril de
1854. En este caso, se trata de una documentación parcial puesto que
toda tiene su origen en el juicio político que se siguió a Obando ante
el Congreso, una vez restablecida la legalidad. En ningún momento
pudo probarse la participación activa del presidente de la República
en el golpe de Estado. Se procedió más bien por inferenaias de tipo
político, tales como la de la presunta reacción de Obando por haber
tenido que sancionar la Constitución de 1853, que sustraía una por-
ción considerable de poder al jefe del Estado. Esto había creado una
situación que se consideraba personalmente humillante para Oban-
do, dadas las costumbres políticas de la época. A nadie parecía ex-
traño que el general hubiera pecado, por lo menos por omisión, frente
a la insurrección de Melo.
El tono que domina las acusaciones revela, sin embargo, que el
juicio no involucraba solamente la persona de Obando o la ambigue-
dad de su conducta del 17 de abril, sino que estaba dirigido contra
INTRODUCCIÓN xv

la institución militar misma. Los alegatos de Salvador Camacho Rol-


dán y Florentino González, el uno como acusador ante el Senado y
,:.' el otro como Procurador General de la Nación ante la Corte Suprema
de Justicia,dejan entrever la misma preocupación. Según Camacho Rol-
dán « ... el poder militar que sobrevivió a las encarnizadas luchas de
la Independencia; poder organizado en medio de individualidades
disueltas; poder armado en medio de un pueblo desarmado; fuerza
viva y latente alIado de gobiernos sin vigor y de poblaciones espar-
cidas sobre un vasto territorio, no podía menos de ser amenazante
a la tranquilidad pública y a la nueva organización que, pasada la
guerra con la metrópoli, exigía una República pobre y atrasada» 1•
El argumento central de Florentino González añade a estas incri-
minaciones el contraste que presentan con las conquistas de la revo-
lución de 1848:
... pero en esta tierra, en donde el clero renunció a ser una clase privilegiada;
.ff¡, en donde los abogados abdicaron el derecho exclusivo que tenían de admi-
nistrar justicia y defender los derechos de los ciudadanos; en donde los
médicos dejaron de ser un gremio; en donde ningún ciudadano es otra cosa
que lo que pueda ser con el buen uso que haga de las facultades de que lo
dotó la naturaleza y de la libertad que tiene para desarrollarlas; en esta
tierra, en donde se han dedicado a los trabajos pacificos de la agricultura y
del comercio tantos hombres notables y beneméritos que derramaron su
sangre para asegurar la independencia nacional, allá en la época gloriosa
en que se combatió por ella, sólo esos militares insolentes que custodiaba'n
al encargado del poder ejecutivo, bajo las órdenes de Melo, pretenden que
se les conserve en sus puestos como un cuerpo privilegiado, y que se siga
trayendo como galeotes a los granadinos para enrolarlos en sus filas y con-

l.
vertirlos, bajo las inspiraciones del dictador del 17 de abril, de pacíficos agri-
2
cultores en sediciosos pretorianos .

Estos alegatos concluyen un proceso de seis años de la república


, ~ civil contra las instituciones militares, y ni siquiera la conveniencia
política pudo atenuar el rigor de la sentencia. Los liberales hubieran

1 Salvador Camacho R.,Escritos varios. Librería Colombiana, 1893.V. el artículo «Pro-


ceso del 17 de abril de 1854",p. 95.
2 Florentino González, Alegato ante la Corte en la causa seguida a Obando. Imprenta del
Neogranadino, 1855,p. 13.

I
f,C'!
xvi PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

podido, en efecto, obtener la absolución de Obando y restablecerlo


en el poder. Sucedió todo lo contrario. Fueron los hombres de la frac-
ción radical quienes estuvieron encargados de la acusación. Es cierto
que las operaciones militares que culminaron el 4 de diciembre de
1854con la caída de Melo habían sido dirigidas por los conservadores
y la dirección de la guerra había escapado de las manos de los cau-
dillos liberales, a raíz de la derrota de los generales Herrera y Franco
en Zipaquirá. Pero como lo sugiere Aquilea Parra en sus Mernorias3,
sólo la pasión legitimista de los liberales permitió la subordinación
de un interés político a las necesidades de la guerra. Los radicales
no trataron de recobrar su preeminencia a lo largo de la guerra y,
una vez terminada, les pareció preferible la garantía de un régimen
civil, aunque fuera conservador, a la amenaza que representaba
Obando para la constitución del 21 de mayo.
La república civil, fundada trabajosamente con las reformas ins-
tauradas a partir de 1848 y amenazada transitoriamente por «sedi-
ciosos pretorianos», podía seguir subsistiendo merced a una alianza
bastante extraña entre la fracción más radical del liberalismo y el
muy recientemente fundado partido conservador.
¿Resulta legítim<;>,e~.tonces, ver una oposición inconciliable en-
tre las dos fraccioné\~·~JIÍticas? ¿O, más concretamente, puede asig-
. narse a un juego dialéctico entre dos ideologías sin ningún punto de
contacto como la causa eficiente del movimiento histórico? pn estu-
dio _c!~talladode las tesis sustentadas por radicales y conservadores
puede sorprendemos, antes que por las diferencias, por la profunda
similitud de los intereses que revelan. El hecho deja de ser tan para-
dójico si deslindamos la mera actuación política, que muchas veces
se reduce a meros antagonismos personales, de las condiciones so-
ciales y económicas que yacen en estratos más profundos. Una vez
expuesto el programa de reformas que se propone la administración
de José Hilario López, Caro y Ospina, los más decididos expositores
del principio conservador, se contentan con declarar ·en La Civili-
zación:

3 Aquileo Parra, Memorias. Imprenta de La Luz. Bogotá, 1912, p.102 .

• 1
,
INTRODUCCIÓN xvii

... el principio conservador acepta y promueve todo género de reformas,


pero hechas gradualmente y con el tino y prudencia debidos, para que los
males de la reforma no vengan a ser peores que los que con ella se intenta
destruir.

No se trata de una intransigente defensa del statu quo, sino más


bien de una forma atenuada de la conciencia que urge las reformas.
Debe!)consultarse todos los intereses sociales afectados por una me-
dida, antes de proceder a instaurarla. La sociedad es un organismo
complejo cuyo equilibrio depende de la gradual adaptación de las
medidas políticas a los nuevos hechos sociales. No todo puede depen-
der de la ley, es decir, de la voluntad política activa. Aquí encontra-
mos un punto de contacto con el radicalismo, aunque la formulación
de los puntos de vista sea diferente: los radicales confían en la ley,
pero para desembarazar de trabas fiscales o institucionales a la ini-
ciativa individual. Pero en ambas formulaciones tiende a afirmarse
un principio esencial: 'el de la individualidad como agente activo del
progreso social.

LA VERSIÓN OFICIAL DE LA HISTORIA

La reconstrucción histórica está sometida en Colombia a las reglas


de un empirismo bien probado, pues se escamotea de antemano todo
intento de interpretación. Los hechos no trascienden jamás la ver-
sión oficial del documento que los contiene. El investigador reduce
de ordinario su tarea a hilvanar documentos de prosa oficial y a tra-
ducirlos a prosa cotidiª-na.' Este procedimiento, fammar a toaos
aquellos que-hélñIcido un manual escolar, da como resultado la enu-
meración interminable de actos oficiales.
-- 'El.p!ºblema_ no tiene nada que ~.~~~con~ 1~~~cog~Il~i~c!~ ks fuen-
t~s históricas, sino con fa Ji:1a:~~r.a~g~._ªsimilarl_as.
La historia no puede
reducirse a faversión escueta del contenido de documentos oficiales
o ae testimonios que se acuerden con ellos. Debe ser, por el contra-
rio, a partir de las fuentes, una elaboración del espíritu humano. En
rigor, 1!QainterRretación Y-no una mera traducción.
La traducción no tiene, a menudo, otro mérito que el acumular
los hechos ordenadamente, en torno a la función burocrática del Es-
tado. Los actores individuales de la historia aparecen siempre inves-
r
I

I
I
xviii PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

tidos de un incómodo carácter oficial y no se reconoce otro agente


histórico, fuera de las voluntades que se mueven delimitadas previa-
mente por ese carácter. Cualquier hecho que se salga de este marco
solemne suele contemplarse, o como una catástrofe de la naturaleza, •
o como una reacción contra los actos del gobierno. Una guerra civil,
por ejemplo (y es el caso más frecuente durante el siglo XIX), da oca-
, sión apenas para señalar las «causas», que pueden encontrarse ex-
. puestas en cualquier mensaje de los presidentes al Congreso, para
1- seguir detenidamente las operaciones militares y para concluir con
la descripción de la ruina económica y moral, especialmente esta úl-
1 tima, que se presta más a un tratamiento literario, que el trastorno
! trajo consigo.
" Pero si bien se prescinde con facilidad de la interpretación, nin-
gún historiador escapa a la tentación de emitir juicios de valor ac~r~
ca de acontecimientos o personajes excepcionales. Simultáneamente
a sus propias inclinaciones, fundadas sobre convenciones morales o
de partido, su método lo constriñe a tal punto, que debe someterse
a una escala de valores muy peculiar. Los criterios de valoración se
subordinan, más que a una preocupación de tipo histórico, a conceptos
jurídicos de legitimidad y de legalidad. Existe una tendencia evidente
a confrontar los simples hechos históricos a la evolución institucio-
nal del país. Acaso pueda verse como raíz de esta tendencia, el hecho
cierto de que, a partir de 1810, la preocupación dominante en los
I hombres del siglo XIX consistió en encuadrar el mismo acontecer his-
; tórico dentro del marco de instituciones ideales. Pero esta tendencia
I histórica no justifica la intromisión, dentro del campo del conoci-

miento, del formulismo jurídico que emana del estilo oficial y de lo~
hábitos burocráticos.\La evolución institucional apenas ~~ala una
ruta para las aspiraciones socÚ1Tes,pero no-transmite una imageñ
exacta de las fuerzas puestas~n.movimiento.
L..§l tradición de los partidos políticos impone limitaciones pare-

c;idas. La historia se escribe como se haría una confesión de fe, y el
principio de adhesión que la preside impone la más absoluta bana-
lidad en los calificativos. Los personajes se ven aureolados con cua-
lidades morales que se gradúan en una escala intermin!lble, o se ven
estigmatizados con los defectos correspondientes. El efecto literario
parece ahorrar cualquier intento de veracidad.
INTRODUCCIÓN xix

Cuando el historiador logra sobreponerse a sus más íntimas in-


clinaciones y desechar un tipo de interpretación que le impone su
fidelidad, apela a una generalización suficientemente vaga como para
cobijar a un partido entero, sin tener que recurrir a los ataques per-"
sonales. Pues hay muchas expresiones que permanecen inalterables
y deliberadamente oscuras en la jerga política del país. Su sola men-
ción posee una virtud explicativa suficiente, un carácter mágico tan
evidente que i:1 nadie se le ocurriría preguntarse por lo que realmen-
te significan. La más efectiva de todas se conoce con el nombre de
espíritu de partido. Debe adelantarse que el espíritu de partido parece
ser la causa eficiente de una infinidad de calamidades. Una consti-
tución efímera o una ley injusta, todas las guerras y las polémicas
encarnizadas,los insultos, los destierros, las confiscaciones son pro-
ducto de este malhadado espíritu. Son muy raros los hechos que es-
capan a su omnipresencia. Debe subrayarse, sin embargo, su virtud
explicativa, pues ninguna consideración de tipo económico, social,
y ni siquiera psicológico, ha sido capaz de desplazado de los escri-
tos históricos en Colombia. Tener una nueva caja de Pandora excusa
cualquier esfuerzo serio de investigación.
Si se intentara caracterizar una acepción definida del espíritu de
partido, que aparece tan frecuentemente como explicación en los tex-
tos, habría que asimilado a una especie de interpretación psicológica.
Es el aspecto censurable que reviste en un individuo o en un grupo
.limitado la fidelidad incondicional a su partido. Esta fidelidad gene-
ra un curioso estado de ánimo con el que se tiende a contrariar sis-
temáticamente la acción del adversario político, cuando éste ocupa
momentáneamente el poder, o a ejecutar actos desafiantes para la
__oposición, en el caso contrario. La imposibilidad de gobernar o el
origen de una verdadera persecución contra los vencidos, son las
dos consecuencias más obvias que el historiador deduce de la apa-
rición del espíritu de partido. Sus manejos perseguirían dos objetivos:
primero, la paralización o el aniquilamiento del adversario político,
según el caso, y, en segundo término, obtener una línea neta de de-
marcación con respecto a la otra ideología.
La ausencia de un programa político y la necesidad constante de
improvisar sobre el terreno, harían nacer este espíritu de diferencia-
ción y de identificación arbitrarias. Negar simplemente al adversario
I
I

xx PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

bastaría de suyo para configurar un partido político o para dotarIo


de una conciencia sobre su propia naturaleza, mal definida por los
programas. Por eso el espíritu de partido, si lo aceptamos como una
interpretación histórica de tipo psicológico, no basta para explicar sino
los vacíos de los programas que un partido político puede proponer,
(
o aquellos puntos en que no se insinúa una solidaridad distinta a la
adhesión partidista; es decir, el complejo mecanismo de las solidari-
dades de clase. Ninguna mitología que se construya alrededor del
juego político de dos partidos resulta suficiente para aproximarse a
este tipo de fenómenos. Sencillamente, porque se mueven dentro de
un contexto diferente del contexto político, y la escueta exposición
de actos oficiales no penetra el sentido de las fuerzas sociales pues-
tas en movimiento. Acaso sIrva para revelar la actividad de un sec-

.
tor muy influyente, pero en todo caso reducido, de la sociedad, una
clase burocrática cuyos nexos con los demás sectores sociales no son
evidentes a través del estudio de las instituciones .
El análisis de la imagen petrificada de la historia que ofrecen los ' :
manuales escolares, podría conducirnos a examinar otros aspectos
que se deriven de su carácter didáctico, de su tendencia apologética
y de su falta absoluta de imaginación. Deben bastar, sin embargo, las
observaciones que preceden y que se refieren a las características
más notorias de una metodología deficiente .

-------------~---~-~-------- - -------
.
.~
'
I
Capítulo 1
1848

EL PROBLEMA DE LA REVOLUCIÓN DE 1848 /

Desde 1848 se insinúan en el país una serie de fenómenos cuya


complejidad e intensidad son desconocidos hasta entonces en nues-
tra historia. Un despertar súbito de todas las tendencias sociales, su
necesario conflicto exacerbado y, en un intento para dominar este con-
flicto, la voluntad de afirmación de una clase compuesta por buró-
cratas y comerciantes, que pretende encarar el pasado y eliminar
sus residuos en beneficio propio, imprimen un ritmo acelerado y
casi febril a los acontecimientos. En el lapso muy corto de siete años,
de 1848 a 1854, ocurre una serie de acontecimientos y se introduce
una variedad tan grande de reformas que las oscilaciones políticas
apenas sirven para subrayar el alcance efectivo de los hechos socia-
les. Estas oscilaciones están netamente marcadas por el acceso del
partido liberal al poder, después de doce años de un régimen más o
menos autoritario; por la revolución conservadora de 1851, gue :,~e
calificaba c().mo.~I1~ ~~a~~iónc:o~t!~l~s~<~~ce_sos» d_~P"?rtido«r~j~»;
por el golpe militar del 17 d~-ª1)JiLde185Ly~eLgobier:no.pr.o.visiOJ:lal
del general Melo, aparentemente una recdCCÍónJambién contra las re-
___ •.L . . ----.-- w - - - - ------ ----

forma.sradicalés lntroduc!.9él~!lla CQnsJiJudól1.·get2:1d~ayo d~


f853;fmalmente, por la guerra de 1854, destinada a restablecer la
legitimidad, y que tuvo como consecuencia secundaria la recupera-
ción del poder por parte de los conservadores.
La mera enumeración de los cambios de régimen no basta, sin
embargo, sino para dar una idea forzosamente superficial de las trans-
formaciones sociales operadas. El as.a}~o ..a.ll~oder Y.la.p!:!gIlicicií?d
parti dis ta_!:.eflej.~ul_e_~~~~illl!en!g_up.._P~PS~so
his t§rico .ID u cQ.Q.Elá.s
c.Qm12lejQcP9.1'Ja variedad de los gl~l!1gntossocLalesgu~~.eE'Cie.~~~
.'
••
2 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

proceso que no puede simplificarse con la imagen escueta del con-


flicto de los partidos. O por lo menos de partidos que se conciben
apenas como un instrumento político para hacer prevalecer una idea •
acerca de la amplitud relativa que debe acordarse a los poderes del
Estado. Esta manera de describir el proceso histórico es puramente
abstracta, si se excusa de señalar las conexiones necesarias entre el
proceso político formal y él contenido de las ideologías, por una par-
te y, por otra, la manera como la ideología se inscribe en el contexto
social. "
La idea del Estado liberal, por ejemplo, no concierne únicamente
al proceso político en sentido estricto, sino principalmente a la acción
, de una clase que aspira a desligarse de la tutela del Estado. Esta id~a
no es suficientemente clara hasta 1848, cuando la actividad econó-
mica ·dé esta clase ha cobrado alguna extensión y encuentra obstácu-
los para su crecimiento, en algunas instituciones fiscales del Estado.
La compenetración con el espíritu de la doctrina liberal, que aspira
a la creación de intereses armónicos dentro del marco social por la •
acción exclusiva del individuo, sólo surge en el momento preciso en
que se desencadena tal actividad. Mosquera lo comprendía muy
bien en 1847, cuando declaraba al Congreso que se había «desperta-
do un verdadero espíritu de empresa en la república» y, acto seguido,
proponía la abolición de la renta de diezmos, reforma sugerida por
el secretario de Hacienda, Florentino González:

Solamente de este modo, concluía el Presidente, nuestros frutos intertropicales


yel producto de nuestros ganados, viniendo a ser suficientes para la expor-
tación después de haber llenado las necesidades interiores, sufrirán los gastos
de transporte y podrán concurrir con los de otras naciones en los mercados
extranjeros.

El problema de la revolución de 1848 debe examinarse dentro de '.


, este contexto de necesidades sociales y económicas. Pues existe la
02inión generalizada, alm~ue un poco vaga, de que en 1848 t~rmina_
4efinltlvarri.ente el período co~oI1i~1en Colombia. Aun los hombres
que vivieron y actuaron en esa fecha, poseyeron la clara conciencia
de que se estaba verificando una revolución. No conocemos, sin em-
bargo, suficientemente bien las razones que apoyan esta coinciden-
cia entre la opinión actual y el sentimiento de los hombres del 48.
~....

'.'
1848 3

Podría ocurrir que este sentimiento se haya transmitido invariable-


mente, sin que se hayan examinado los hechos que podrían justifi-
carlo. 0, lo que es más grave, esta coincidencia puede obedecer a
una deformación impuesta por un esquema histórico europeo.
No debe perderse de vista, en efecto, que 1848 es el año de la
revolución francesa de febrero. Esto ha conduddo a algunos histo-"
dadores a suponer que los acontecimientos de 1848, decisivos para
el continente europeo, pudieron haber irradiado, de una manera
inexplicable o al menos muy difícil de explicar, hacia la Nueva Gra-
nada. Como no existe una conexión muy precisa entre los dos órde-
nes de acontecimientos, parecería gue los historiadores colombianos <íf. '
se han atenido a u~ c::sq~C::~~Q2..eo.,haciendo una transposición'l
slmplísta. -Al menos así se ha procedido al señalar las causas de la
emancipación americana, cuando se pone de relieve la ideología
francesa de 1789..
Aquí, si bien existe el peligro de incurrir en una interpretación
histórica provinciana, parece más grave el de una generalización
apresurada. l;.ílferpretaciqnprovm:ci~ quiere decir, en este caso, la ~.
que se localiza demasiado estrechamente; es decir, aquella que se
establece con respecto de factores que no trascienden el horizonte
geográfico de América, yni siquiera de Colombia. La generalización
consiste en vincular arbitrariamente un acontecimiento europeo de
alguna trascendencia con un fenómeno semejante en América. Este
tipo de error está viil.culado al intento de interpretación causal, que
liga siempre un antecedente al hecho que se trata de explicar. Pues
no es lo mismo afirmar que la ideología del llamado Socialismo Utó-
pico, que culminó con la Revolución de Febrero, conformó ciertos
temas y, aun de ,manera muy limitada, la ideología política radical
en-la Nueva Granada, a pretender que la revolución francesa de 1848
tuvo ramificaciones en América.
Si hubo de alguna manera una «influencia» o puede señalarse
una relación de causa a efecto entre los hechos europeos y nuestra
discutida revolución de 1848, no cabe duda de que la forma en que
tales hechos fueron captados por una minoría en la Nueva Granada,
no corresponde exactamente a su configuración histórica. Existió una
necesaria deformación en la perspectiva de los granadinos, y esta
sola circunstanci~ excluiría el intento de emparent'ár los dos órdenes
í

4 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

de acontecimientos. Francia vivió en 1848 un momento de su histo-


ria cuyos antecedentes y secuelas no podían ser aprehendidos por
los neogranadinos sino de una manera esquemática, sin un conoci-
miento siquiera aproximado del trasfondo económico y social de
acontecimientos que aparecían entonces bajo su aspecto meramente
político. Nada invitaba a una reflexión sobre este trasfondo a quie-
nes se entusiasmaban en la Nueva Granada por la instauración de la
segunda república francesa. Para hombres como Mariano Ospina,
significaba apenas la abolición del principio monárquico, y para los
«avanzados», la adopción del sufragio universal, o, en otras pala-
bras, el triunfo de determinados principios. Pues el principio reviste
una forma absoluta, allí donde no se establecen las necesarias cone-
xiones entre una afirmación teórica y sus implicaciones sociales.
En la Nueva Granada de mediados del siglo XIX, la teoría política
I se presentaba enriquecida por una experiencia histórica ajena, la ex-
periencia francesa, y, por consiguiente, con una terminología y con
unos conceptos perfectamente inadecuados a las condiciones sociales
y económicas locales. Esa expresión puramente teórica jugó, sin em-
bargo, un papel muy importante, aun sobre realidades que no servía
para definir. Así, el estudio de la influencia francesa en este período
de nuestra historia debería tener, ante todo, un carácter semántico.
Debería preguntarse por las realidades a las cuales se designaba con
expresiones que corresponden a otra experiencia histórica. A pesar
\ de este equívoco,lLasideas prestadas a Europa constituyeron un ins-
)trumento político y no una forma de conciencia atemporal y ascép-
tica. Ellas servían para expresar a cabalidad las aspiraciones de una
minoría,

\~, \ una generación dotada de una mentalidad radical, soñadora de utopías,


educada en teorías políticas extranjeras e ignorante de la realidad nacional l.

No todo en esta generación es tan negativo, como pretende el


señor Liévano Aguirre. Es cierto, sí, que adoptó formas europeas en
, materia de pensamiento político, lo que no resulta extraño, si tene-

1 Indalecio Liévano Aguirre, Rafael NÚñez. Especialmente el capítulo tercero, dedica-


do al «radicalismo en Colombia».
1848 5
I
, /
mas en cuenta que la casi totalidad de las formas de cultura que se
exhibían en Colombia en el siglo XIX eran de procedencia europea.
1./
Lo que no suele reconocerse voluntariamente a esta generación son
los esfuerzos que realizó para difundir este tipo de ideología entre
las masas. ~l!~l!n intento fallido de «democratizaciQI1»,y tenía que
serio, porque la universaliaa-a-cfél enunciad~ de tales teorías no po-
día disimular la oposición feroz que encontraban en formas de con-
ciencia impermeables a la identificación con los intereses de una
clase.
El conflicto con la ideología europea nace en el momento mismo
en que los criollos la aducen en un intento de justificar el nuevo or-
den que instauran ellos mismos. Sus propias aspiraciones no coinci-
den con las de «los naturales del país», pues en ese momento existe
una sólida barrera racial que los separa de la mayoría de la pobla-
ción granadina. Es la situación que describe Bolívar en 1815:,
Yo concibo el estado actual de América, como cuando desplomado el Im-
perio Romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a
sus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunos
jefes, familias o corporaciones; con esta notable diferencia, que aquellos
miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las al-
teraciones que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas
conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no
somós indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos pro-
pietarios de] país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros
americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que
disputar estos a los del país y que mantenemos en él contra la invasión de
los invasores: así nos hallamos o en el caso más extraordinarIo y compli-
cadozo

La corlcÍerLcia rOiTLántica de Bolívar eclla de rrLerlOS el sustrato na-


cional que se atribuía a los pueblos germánicos e intuye la profunda
oposición entre los privilegios de los criollos, que habían sido cau-
cionados hasta entonces por el poder español, y los derechos de una
'masa 'indígena y mestiza. Este conflicto sólo puede resolverse con la
extensión ilimitada del principio democrático. Por eso la disputa de

2 Bolívar, Obras completas, V. 1. (1799-1824), compiladas por Vicente Lecuna. 2a. ed.
Edit. Lex, La Habana, 1950, p. 164.


~,

! ----------------------------------- --
6 PARTIDOS PoLíTICOS y Cl~ASES SOCIALES
.'
los derechos europeos, vivos aún en la conciencia de los delpait>~u-
chodespués de terminadas las guerras de independencia, va~,:,ers_e
reflejada en la lucha que emprende la ideología liberal contra-1os ~. j
restos de la Colonia. Éste es un proceso de integración y afirmación
a partir del desgarramiento inicial, de la mala conciencia originada
~
por la separación de/la metrópoli española. La ruptura con ésta ha I
(

dado lugar a una preoc~pación insuperablesobre el principio de la


l~git~midad. Casi extinguida esta forma de la conciencia civil por II

las persecuciones de Morillo, sólo los caudillos militares parecen ha-


berse sobrepuesto inmediatamente a los efectos de esta ruptura. Las
figuras de Bolívar, Urdaneta, Santander, Obando, Herrán, Mosque-
ra, López y Melo dominan el panorama político por medio siglo. Los
civiles, Castillo y Raqa,. qarcía -del Río, Soto, Azuero o Cuervo hacen .
apenas figura de comparsa o, como en el caso de Joaquín Mosquera
y José Ignacio Márquez, ti~nen que enfrentar una insurrección mili-
tar o una revolución. En esta forma, la supremacía económica de los
criollos, que Camilo Torres subrayaba en su Representación, se desva-
nece ante el prestigio de la casta militar. Sólo a partir de .1848, un

esbozo de conciencia de clase, de afirmaci6ñ económ-icade clase, va
a'aoriise-paso a traves de las supervivencias coloniales y contra el
prestigio militar y la influencia del clero.
La discusión sobre la supervivencia del colonialismo después de
1810, se reporta a la existencia de algunas instituciones de carácter
fiscal que perpetuaban un régimen opresivo. Se responsabilizaba al
diezmo y a los monopolios fiscales de los escasos adelantos de la
agricultura en la Nueva Granada, puesto que privaban a los particu-
lares de iniciativa en explotaciones agrícolas fructuosas.
Comoquiera que se mire este problema del colonialismo, ningún
argumento basta para ocultar su verdadera naturaleza y su alcance
real. Puesto que la transformación de las instituciones dependía de
los hombres que tomaron el poder a partir de 1810, ¿la superviven-
cia de algunas que habían caracterizado el régimen colonial no sig-
nificaba la continuidad de este régimen, aunque sus beneficiarios
fueran diferentes? No debe perderse de vista, en ningún momento,
el carácter especial del Estado granadino en el siglo XIX. Cualquier
observador imparcial no dejaba de extrañarse ante el espectáculo de
una república en la que reinaban las más chocantes desigualdades

.'
1848 7

sociales y en la que la barrera racial jugaba un papel tan importante.


Saltaba a la vista que una cast_a_d~abog~~os y militares ejercía u!la ;'
verdadera tir.'!DÍ9-.,§Qbreuna gran masa de indios, mestlZ-óS- y_'i}1U- .
latas a los·que se sometía mediante una influencia directa, o a través
de leyes vejatorias o, simplemente, explotando su ignorancia. El co-'
lonialismo sobrevivía entonces de una manera natural, merced a
estructuras sociales que el régimen republicano no había modificado
en absoluto. La separación de España no había bastado para integrar
un Estado en el que los intereses fueran homogéneos. La lucha E.0r
el control del Estado signifi~~ba.!lnalucha por la libertad, aun dentro
de un régimen republicano. Las aspiraciones de los n!l~yº~,goIl}ina-
dores sólo podia,n c<?ln:'-~!"~~
fOD~L~9,D.trol absolt!to del E§t~.9-.o,_y-esJe
control coinCIdía con l~.Ji~ertªd.Pues si Estado significaba exacción
aihtrada, el único medio de librarse de ella consistía en su controL
Así, el más primitivo origen de los partidos buscó, ante todo,
constituir un medio de protegerse de pretensiones opuestas sobre la
dominación estatal. Su organización como una cohesión orgánica de P. /1::AI!;"t,
int~~que se expresan mediante la formulación de una ideología,
es más bien tardía. Si bien existe, en la primera mitad del siglo XIX,
un rudimento ideológico sugerido por el liberalismo ilustrado de la
centuria precedente o por la noción de un Estado paternalista here-
dado de la Colonia, los partidos no se definen sino hasta muy entra-
do el siglo XIX, precisamente hacia la época de que nos ocupamos,
Entretanto, las luchas frecuentes entre las facciones sólo pueden ex-
plicarse como un resultado de la situación creada por las guerras de
la independencia. El prestigio militar de algunos hombres basta para
congregar a su alrededor un número suficiente de gentes para soca-
var las bases del nuevo Estado. Obran movidos por la pasión inextin-
\~
~\ guible que se originó en una época revuelta, cuando no se discernían
muy bien los motivos de la lucha sino a 'través de una imagen del
poder. El carácter de guerra civil de estas luchas (al que nunca se
alude por una falsa noción de patriotismo), explica los trastornos
consiguientes. El barón Gros, encargado de negocios de Francia, ca-
racteriza la situación en estos términos, cuyo rigor sin atenuaciones
ilustra la época en que fueron consignados, en medio de la guerra de
1840:

1/ .'1
.. '

8 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

Ha querido elevarse aquí un edificio sin base, un edificio de libertad con


materiales españoles. Qué esperar de una república en donde todo hombre
llama amo a todo individuo má" blanco o mejor vestido que él. «Sí mi amo»
es la respuesta que se recibe a todas las órdenes que se dan, y esta respuesta
no es una palabra vacía de sentido: el pobre indio obedece y cree hacer bien.
De allí una cantidad de abusos deplorables y los desórdenes renovados sin
cesar que afligen al país. La clase que se dice culta, aquella que ha destruido
el poder monárquico para sust.i.tuirel suyo, no tiene ninguna instrucción,
ningún sentimiento de moralidad, ningún principio de justicia. Su interés
y sus pasiones son el sólo móvil al cual obedece. Dispersa sobre un vasto
territorio ejerce una influencia inmensa scbre los pueblos a los cuales diri-
ge. Todo jefe militar que tiene algunos hombres bajo sus órdenes los hace
obrar según su capricho, cada cura hace otro tanto en su pueblito, cada
propietario sobre su finca 3.

Puede parecer sorprendente que los puntos de vista del encarga-


do de negocios de Francia, que parecen dictados por un profundo

.'
desdén hacia un pueblo semibárbaro, fueran compartidos casi en su
integridad por una generación posterior de granadinos, que prácti-
camente se colocan en la perspectiva europea para enjuiciar la realidad
social y económica de su tiempo. Los senti~~ntos de esta genera-
ción son profundamente.antimilitaristas y anticlericales. Preconizan
un igualitarismo teórico con el que quieren integrar a la vida política
a '¡as masas oprimidas que describe el barón Gros. Hasta coinciden
con éste en la afirmación de que los criollos no se vieron movidos en
su afán de independencia sino por el deseo de sustituir a la monar-
quía española en el poder.
Estas ideas, profundamente críticas, señalan el nélcimiento de una
f~ __
de_~_Qn.c.ienciaque tiende a responsabilizarse del manejo de
. los instrumentos del poder. A través de la anarquía política, se abre
paso una conciencia civil que quiere sujetar al Estado a sus propios
objetivos. La escisión entre el Estado y la totalidad de la vida de la
nación es tan evidente, que quiere prescindirse de su tutela para li-
berar las energías puramente individuales. Cada vez más tiende a
imponerse la idea, que se calificaba de «radical», de que es posible
.obtener una organización espontánea de la sociedad mediante la
trabazón armónica de intereses meramente privados. El problema

3 AAE. Va\. 15, fol. 334 v. y ss.

\
\
\
1848 9

va a consistir, en adelante, en encontrar la manera de fortificar sufi-


cientemente estos intereses, de tal manera que se equilibren mu-
tuamente entre ellos y constituyan una limitación al poder del Estado.

LA CRISTALIZACIÓN DE UNA REVOLUCIÓN LATENTE

1848no presencia una revolución abierta, sino más bien el recrude-


cimiento de pugnas hasta entonces latentes. Si en 1810 los perfiles
de la lucha no se destacan a la luz de controversias sociales sino que
subrayan su aspecto meramente jurídico, en 1848,el movimiento re-
novador deinstituciones no enmascara suficientemente el trasfondo
social. No resulta sorprendente, entonces, la tesis que sostiene que
en 1848 tiene lugar la verdadera emancipación. Esta afirmación no
par~ce tener otro alcance que el señalar la manifestación en la vida
política del país de exigencias que provienen de todos los sectores

.' sociales. Nieto Arteta4 hace notar que el transcurso del tiempo había
vigorizado a los manufactureros, a los comerciantes y a los artesa-
nos, cada uno de los cuales encontraba obstáculos para el normal
desenvolvimiento de su actividad en los residuos de las institucio-
nes coloniales. P·uede hablarse entonces de revolución, si se conside-
ra que la intervención de estos elementos ,sociales ha acelerado el
movimiento histórico.
No debe perderse de vista el hecho de que una larga tradición
histórica -a la que se señala sus orígenes en fábulas infantiles-
parece haber encauzado en Colombia todos los movimientos histó-
ricos, aun si se designan corno populares, dentro de los límites de
una legalidad aparente. Este hecho puede explicarse si tenemos en
1 r1 .. l' 1 1 1 .• 1" 1 1.
cuenTalas roanas aeslguateS ue las IraulclOnes ae cultura. tm la pn-
T"""'I' •

mera mitad del siglo pasado, y antes, naturalmente, los criollos go-
zaban de una instrucción jurídica que ponía en sus manos, de una
manera natural e indiscutible, la herencia burocrática española. El
papel social preponderante de esta clase y su actividad, confinada a
la discusión de cuestiones legales, imprimían un carácter general

4 Luis E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia. Ed. Tercer Mundo.
Bogotá, 1962, p. 229 Y ss.

, (.~'

~------_. -
10 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

a la sociedad, a la que vez que proveían a la clase dominante de un


arma que ésta podía utilizar en su propio provecho. Así- una de las
características de la lucha latente entre las clases sociales, durante la •
primera mitad del siglo XIX, era la apelación permanente a instru-
mentos legales. Páradójicamente, resulta difícit en cambio, asignar
el carácter de lucha de clases a los sucesivos levantamientos arma-
dos, por lo menos hasta la rebelión de Melo, en 1854. Aun la pugna
racial que se entabló a propósito de los resguardos5, revistió siempre
un carácter curialesco. Como la ley española asignaba estos resguar-
dos a los indios con toda clase de precauciones de tipo legal, de allí
parecía derivarse una especie de desafío a la inventiva jurídica de
los criollos, que ejercían una presión exterior y que querían tener ac-
ceso a ellos. Sólo una progresiva mezcla de razas permitió edulcorar
la lucha abierta y mantenerla en un estado latente. De la misma ma-
nera, el traslado a zonas urbanas de los mestizos que confinaron su
actividad a labores artesanales, distrajo las tensiones puramente ra-
ciales. ~?

Con todo, las asimilación cultural que se opera a lo largo del siglo
XIX no basta para eliminar del todo la impresión de que en el origen
de todos los problemas sociales de la Nueva Granada existía una
dominación racial. Las formas de conciencia de la clase artesana1
revivían ingenuamente temas indigenistas, para expresar su incon-
formidad social en el interior de un movimiento que coartaba cada
vez más su actividad tradicional. Esto no quiere decir que se dieran
formas autónomas de conciencia indígena. Al contrario, las reivin-
dicaciones sociales de los artesanos quedaban enmarcadas por su
actividad y se teñían de un acento marcadamente europeo porque
Europa acababa de popularizar, con la revolución francesa de febre-
_ 1'0, el lenguaje apropiado para expresar los antagonismos d'e clase.
A pesar de los profundos cambios operados, muchos se resisten ., ,
a atribuir un carácter revolucionario a las reformas llevadas a cabo
a partir de 1848. Esta tendencia atribuye a un error de óptica parti-
dista la significación desmesurada que se confiere al nuevo rumbo
de las instituciones. En realidad, éstas son una resultante de la ace-

5 Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930. E. S. F. Medellín,


1955, p. 6.

,.'
.t=-
1848 11

leración histórica producida por la intervención de grupos sociales


que hasta entonces habían permanecido marginados, y no lo contra-
rio. Si bien un estudio que tienda a poner en claro el papel histórico
jugado por las clases sociales debe matizarse al máximo, con todos,
los detalles que puedan modificar un esquema demasiado general,
este esquema se impone por sobre toda variación. En este sentido,
puede hablarse legítimamente de una revolución acaecida en 1848.
Es claro que el estudio de un fénómeno semejante debe atenerse
a antecedentes históricos conocidos. Una visión general de la década
del 40 sirve a este propósito porque indica los puntos esenciales con
respecto a los cuales se opera un cambio profundo.!
A la altura de 1840, se posee una experiencia histórica decisiva,
que va a gravitar sobre el desarrollo ulterior de la vida política y
social de la Nueva Granada. Este año se señala precisaménte por la
guerra civil, que muchos historiadores coinciden en calificar como
la más injustificada de las muchas conmociones que presenció el
país durante el siglo XIX. Este juicio parece inducido de dos motivos
que saltan a primera vista. Es notorio el hecho de que todavía no se
habían constituido los partidos políticos, al menos ideo1ógicaIT\ente,
y entonces no cabe sino atribuir, de una manera muy general,.E"inoti-
vos puramente persona listas el desarrollo de un conflicto que se ori-
ginó de la manera más inesperada, a raíz de la supresión de algunos
conventos menores en Pasto. Al margen de este juicio, exclusivamente
político, existe una consideración de' mayor entidad para calificar
desfavorablemente la guerra de, 1840. Esta provocó una profunda
desmoralización en los hombres 'que habían c~menzado un precario
movimiento de industrialización. Los escasos establecimientos que
habían obtenido, casi de una manera simbólica, privilegios del Esta-
do para la producción de loza, tejidos, cristal y papel sufren el rudo
impacto de la guerra y se ven obligados a suspender sus actividades,
No se trataba, en este caso, de una ruina financiera de grandes propor-
ciones. Sería un error exagerar las pérdidas reales producidas por la
guerra a industrias incipientes. Sin embargo, el efecto psicológico
parece haber sido incalculable. Si la política económica había apoyado
hasta ese momento, de una manera decidida, los esfuerzos tendien-
tes a introducir en la Nueva Granada los mejoramientos que el opti-
mismo decimonónico prometía a todos los esfuerzos aplicados a la

.
~.í
( .'

I
12 PARTIDOS POLlTICOS y CLASES SOCIALES

actividad industriat en adelante se descarta casi por entero la posi-


bilidad de incorporar, de una manera normal, una economía con un
mercado interno para producción. La actividad de los pocos hombres 't'
de empresa tiende automáticamente a encauzarse dentro de otros
campos, más propicios a un desarrollo adecuado con lo que se juz-
gaban que eran las condiciones reales del país. No debe atribuirse
una importancia excesiva a las doctrinas económicas en boga, hasta
el punto de olvidar la aptitud de los hombres para recibirlas. Esta
aptitud no es otra que el resultado de una experiencia histórica con-
creta, que en el presente caso se refiere a la frustración de los prime-
ros esfuerzos dirigidos, de una manera espontánea y optimista, a
obtener las promesas que la industrialización europea había gestado
con la ideología liberal.
A la frustración sucede la desmoralización, muy bien tipificada
por las especulaciones de Judas Tadeo Landínez. Joaquín Tamayo,
biógrafo de José María Plata, describe a Landínez como a una espe-
cie de personaje balzaquiano, entregado a audaces combinaciones
financieras en un torbellino increíble, en el que se movían alocada-
mente los millones y en el que la avidez y el puro gusto del riesgo
parecían conducir a una buena parte de los granadinos a la banca-
rrota. Este cuadro responde muy bien al estilo de la escuela histórica
lírico imaginativa, según Ospina Vásquez. El episodio puede redu-
cirse a las palabras desdeñosas y lacónicas de un francés contempo-
, 6
raneo :
El señor Landínez, antiguo ministro de asuntos extranjeros, había introdu-
cido en Bogotá, a raíz de la interrupción de las comunicaciones con la costa,
una especie de especulación que ponía en movimiento todos los capitales
improductivos a consecuencia de la inmovilización del comercio. No se tra-
taba en realidad sino de un juego o de una lotería. Algo parecido al delirio
se ha apoderado de la población y todos, previendo una catástrofe inevita-
ble pero que se difería a una fecha posterior al plazo de los billetes que se
poseería, iban a confiar su fortuna al hombre cuya capacidad financiera
parecía fabulosa. Éste acaba de suspender pagos y no hay acaso diez fami-
lias en Bogotá' que no se encuentren arruinadas. Este acontecimiento sin
ejemplo en el país domina necesariamente a todos los demás y es todavía

6 A.A.E. Vo!. 16. Fo!' 99 v. y ss .


1848 13

un nuevo flagelo que debe añadirse a todos aquellos que han desolado la
república. I

Ésta no es la única descripción del incidente pero posee la venta-


ja de reducirlo a sus verdaderas proporciones. Se trata de una des-
gracia más que debe sumarse a la guerra civil, pero que revela el
espíritu de u~!~?a~ en la que ~~~inan la?_m_ás.~'S~rañasfanta-
sías. Al optimismo razonableyala labor paciente se sustituye un
delirio incontrolado y un afán de lucro tan desmesurado, que hace
perder de vista la realidad.
A partir de una experiencia parecida, nada tiene de extraño que
la mentalidad conquistadora de una minoría haya experimentado
un giro radical. En menos de 10 años, esta mentalidad ha cambiado
respecto de uno de los temas capitales de la política económica. De
un l?~gte<;cio!l~§mq_ <:lecj(H<i_o~y-
muy_bien..fundamentacio. (en.el.tnjor::. _.
me del secretario de hacienda, José 1. Márquez, a la Convención d-e
1831, por ejemplo), se pa1ia,casLsjnJraI}~.iciÚn,_¡Lla_aJ:eptación. casi
7
general de las te_oEías_~~st~~~dasP2.r_ ~llibr_e.cambio.Ospina Vásquez

para crear un clima escépHco!.esp~


.....
las bo~d~~-
---
expone con suficiente claridad las circunstancias que rodearon este
cambio. El primer fracaso de una incipiente ind~~trialización bastó
--.-----

ma que exigía sacrificiossuperior_~s_alos quese podjanpr.everen_un


medio que parecía destinado a ~ecibir-gr-atuÍta mente t0cl0Slos bene-
ficios de la civilización. Antes del fracaso, había parecido suficiente
adoptar la insignia del progreso para que esta deidad protegiera con
largUeza a sus abanderados. Dar los primeros pasos parecía bastante
. para anticipar con el simple deseo las imágenes más seductoras. En
este clima espiritual, el fracaso al primer intento centuplicaba sus
efectos. Y como ninguna promesa parecía bastante satisfactoria a
partir de ese momento, la división internacional del trabajo, que
. asignaba un sitio modesto pero seguro a las regiones intertropicales,
se adecuaba perfectamente a un deseo creciente de «realidades». La
adopción misma del régimen republicano no representaba una ven-
taja desde el punto ·de vista económico, puesto que nada se había

7 Op. cit., p. 143 Y ss.


14 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

hecho para incrementar la producción sobre la que descansaba el


estatuto colonia11Así lo manifiesta Florentino González, en 18468:
Es vergonzoso decirlo: si fuéramos colonia española, no tendríamos hoy
monopolizado el tabaco, porque los resultados de Cuba habrían inducido al
gobierno español a hacemos la misma concesión,

Así, a los ojos de muchos, la Nueva Granada era un país esencial-


mente agrícola, lo que constituía una verdad sencilla y fácil de cap-
tar. De allí a concluir que deberíamos seguido siendo siempre, nos
parece hoy que existe un abismo, pero no lo era así para los hombres
de la época, que concebían la economía como una ciencia de realida-
des inmutables. Si uno de los caminos era equivocado, el otro debía
ser forzosamente el verdadero. El principio de no contradicción es
la máxima certidumbre a que puede aspirar un espíritu curioso de
demostraciones. Desde 1842, el argumento se repite incansablemen-
te. La Providencia ha designado a la Nueva Granada para que pro-
vea de materias primas a las naciones que han sido favorecidas con
un mayor adelanto en las artes y sobre las que recaen tremendas
responsabilidades y, ¿quién sabe?, una carga tal vez más pesada con
todas sus aparentes ventajas.

EL LIBERALISMO, EN EL ORIGEN DE UNA CONCIENCIA DE CLASE


IJ, f'1 ,..,... 7'/~ ":l' f .•Y" " • ,

Se ha sugerido que la minoría cií~l}~prefiguraba una burguesía. El


factor racial -uno de los punfales más sólidos de su prestigio-
jugó un papel equivalente al predominio económico y canalizó su
atención hacia la ideología liberal europea. En tanto que en los países
europeos no industrializados (Alemania, Italia y Europea Central), en
~"l.los que el liberalismo no,postulaba los intereses de una clase sino los
ideales puramente antifeudales de la Revolución Francesa, se impuso
una versión nacionalista y romántica del liberalismo, es decir, una vi-
sión parcial, en la Nueva Granada una minoría criolla, dotada de todas
las preeminencias de una clase colocada a la cabeza de una sociedad

8 Florentino González, «Hagamos algo de provecho», artículo publicado en El Día,


número 375, de 23 de agosto de 1846,
!.
1848 15

indep-endiente, fue mucho más receptiva a las influencias de la ideo-


I
logía liberaL En un mismo país coincidieron todas las versiones po-
1 '.1 sibles, y todas dotadas de un optimismo transformador en la esfera
l' social y económica. Se esperaba mucho con la adopción de una ima-
gen rnitológica de la dem9--,=-mciaJWJ1~flmer:icana_y_.deJas_Yidlldes
republicanas de Benjamí!lJ;~ranklin, del radicalismo utilitarista de
Bentham, de las teorías económicas de Smith y Say, de la doctrina
manchesteriana de Cobden, de las armonías económicas de Bastiat
y aun de la influencia aislada de autores franceses como Constant y
Béranger. Esta amplia imaginería podía subsistir sin una raíz social
y económica adecuada, puesto que estaba sustentada por el pres-
tigio de una clase social que manejaba todos los instrumentos del
poder.
El mi~Ill~.~n!!I~IJe~alismoeuropeo,ilriginado en la afirmacióD.lla-
cionalista frente a las invasiones napoleónicas, 2arecía trélsE!antado
'. -'-~~---'-----9----'" _..- . -.-.
enJas Meditacion~s de Ga~cía deU\.ío . En el caso europeo, la inspiración
romántica confería una entidad a ciertas peculiaridades linguísticas y
raciales que se oponían al influjo ava~é!!~9.Q.!:.,~_~.!Dgp-ºlita,.q~J.~
Revolución Francesa. En Garda del Río encontramos excepcional-
mente, y por' iÚÚ;sola vez, la exaltación típicamente antiliberal de
ciertos elementos de la nacionalidad, qPQ~~g~2.qqeJwJlalJó .!1!l_ ~Q.
a_decuado en lo que más tarde se de.finiQ <.:Wnoconse:rvatismo.
Nada podía oponerse en la Nueva Granada a la influencia euro-
pea', desde el momento mismo en que se produjo la ruptura con Es-
paña y que trajo consigo amargas reflexiones sobre la condición del
americano. Se da entonces la paradoja de una democratización cre-
ciente que no resulta de un grado superior de civilización, como !o \
s~p¿ne el prinéipio Hber'al, sinodeTintentofanId.Q~c;l~.al?roxi.tn-ªIs~a )
l,aE> ma$as.p.ara legitimaLUn_p-o.der que se siente como usurpado y
también, acaso, del deseo de singularizarse. Al tenerse noticia, por
ejemplo, de la revolución de 1848 en Viena, escribe El Neogranadi-
I 10
no :
1,

9 Juan García del Río, Meditaciones colombianás. Imprenta de J. Cualla. Bogotá, 1829,
1, p.5 Y ss.
r
10 N° 21 de 23 de diciembre de 1848, p. 161.

16 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

... faltábanos un poco de fe, y los sucesos de Europa nos la han suministra-
do copiosamente: faltábanos decisión pura y absoluta por nuestro sistema
social, y ahora la tendremos, pues ha llegado el tiempo de alzar orgullosos
la frente con la convicción de que no estamos detrás sino delante del movi-
miento de civilización universal. .

La lucha de algunos países europeos contra supervivencias feu-


dales parecía invitar en ese momento a liquidar todos los restos del
pasado colonial y a tomar una decisión pura y absoluta por el princi-
pio liberal que parecía haber alcanzado un triunfo total en el conti-
nente europeo. La existencia de un régimen republicano producía la
ilusión de encontrarse «delante del movimiento de civilización uni-
versal», puesto que los países europeos luchaban por instaurarlo.
Se trataba, simplemente, de una extraña alucinación nacida de con-
templarse en un espejo distorsionado. No puede negarse, sin embar-
go, alguna semejanza entre las aspiraciones de la burguesía europea
y el deseo de los radicales granadinos de liquidar definitivamente
la estructura colonial de un Estado paternalista. La lucha emprendi-
da no enfrentaba, sin embargo, un poder absoluto, como en Europa,
sino algunas instituciones fiscales y la rutina de un poder burocráti-
co que dependía de ellas. La ampliación indefinida del horizonte de
la iniciativa pri'vada no significaba un salto hacia la industrializa-
ción, o hacia las condiciones que la harían posible, sino que creaba
la posibilidad de sustituir la actividad del Estado, que se juzgaba
calcada sobre moldes coloniales, por la explotación individualista
.de los mismos recursos. Así, llegó a crearse la antinomia de un libe-
ralismo importado, o más bien reflejado, en medio de condiciones
incompatibles, lo que daba como resultado una ideología cosmopo-
lita, y en cierta medida antinacional, frente al liberalismo industrial
de las grandes potencias. Sería un error, sin embargo, acentuar de-
masiado los elementos negativos que, dadas las condiciones del país,
conllevaba la idea liberal. Debe tenerse en cuenta el aislamiento re-

lativo de la Nueva Granada dentro del circuito económico mundial
y, sobre todo, su absoluta impotencia industrial. Estos dos factores
contribuyeron a crear una ilusión, que sólo el siglo xx ha desvaneci-
do, en torno a la ideología liberal.
Desde 1830,ya través de la universalidad de los enunciados po-
líticos del liberalismo, fue abriéndose paso en la conciencia de la
1848 17

minoría criolla un sentido todavía oscuro de la interdependencia en-


tre las naciones. Contribuía a reforzar esa impresión el hecho de que
pesaran sobre el país las deudas contraídas a raíz de las guerras
de independencia y el temor no disimulado de una intervención
europea. Se pensaba que los intereses políticos de la Santa Alianza
eran un reto permanente aunque lejano (pues sólo se concretizaba a
raíz de reclamaciones consulares) a la existencia de las repúblicas
hispanoamericanas. La adopción casi general por parte de Europa
del principio republicano, significaba la única garantía permanente
de esa existencia. De otro lado, el mismo principio liberaJ alimentar
ba la ilusión del progreso indefinido, y a ella se aferraban los que
veían amenazada la independencia nacional por una intervención
europea.
Los países «eminentemente civilizados» no podían menos que
formarse una pobre idea de la moralidad y la eficacia de las nuevas
repúblicas, a la vista de su pobreza y de su constante anarquía polí-
tica. Había entonces una necesidad inaplazable de abolir la fuente
de toda crítica, impulsando el desarrollo material. <;;9Jl_el éxito tn,a-
t~~ial se reintegraría la conciencia criolla escindida del marco de
su primitivo origen europeo. Esta ruptura había traído consigo el
desconocimiento, por parte de Europa, de la legitimidad de las nue-
vas repúblicas y la desconfianza hacia sus instituciones. Sólo si
Europa ?dopt~ba a su vez el principio r~publicano, podríé! crearse
una comunidad de iÍltéresés capaz de realizar las promesas dellipe-
ralismo. Los granadinos se lamentaban del desconocimiento de Amé- '~,
;ica por parte de los europeos, y lo atribuían al hecho de que España
no hubiera adoptado el régimen republicanoeh1812. En 'suma, de
que se hubiera roto la vinculación de América y't:uropa y no se hu-
biera formado, según José María Samperl1 « ... una gran confederación
social de España y sus antiguas colonias». España habría tenido una
preponderancia enorme dentro de esta confederación y los ameri-
canos,

11 José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
repúblicas colombianas. B.P.C. p. 5 Y 55. Y p. 10.
18 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

.,. sostenidos por el prestigio español, habríamos consolidado en breve una


democracia pacífica, hospitalaria, noble y esencialmente progresista, con-
tando con el respaldo del mundo europeo .

No resulta extraño, entonces, que la revolución europea de 1848


••
se juzgara como un acercamiento entre los dos mundos y elcomien-
zo de una comunidad internacional en la que se armonizarían todos
los intereses, gracias a la aceptación generosa de las teorías econó-
\ micas europeas.

UNA BURGUESÍA NACIENTE. SUS ADVERSARIOS


Y SU COYUNTURA

Si estos eran los sentimientos corrientes en la minoría criolla, queda-


ba subsistente la dificultad de realizar sus aspiraciones de progreso
material en un país casi despoblado, con una disparatada composi-
ción racial, sin recursos fiscales adecuados para impulsar las activi-
dades económicas, con un acceso difícil y costoso a las costas y con
habitantes que se apegaban a formas de conciencia seculares, here-
dadas del régimen español.
1848 presenta una coyuntura en la que todos estos problemas se
discuten y encaran. El régimen, nominalmente conservador pero pro-
gresista, del general Mosquera había abierto el camino a una serie
de preocupaciones de tipo económico y aun de carácter social desde
el momento en que Flor~t:l.t!I10 González, uno de los más caracteriza-
dos representantes de las nuevas preocupaciones, había sido llama-
do a ocupar la Secretaría de Hacienda. En 1847 se rebaja el ara!,!cel
aduanero, con el objeto de activar el comercio amenazado por la crisis
europea 12, se discute la supresión de los diezmos que gravan la agri-
cultura, se introduce una reforma monetaria y se insinúa la abolición
definitiva del monopolio del tabaco. Todas estas fi!edidas tendían a

12 Informe del secretario de Hacienda, al Congreso Constitucional de 1848.Imp. de J. Cualla,


1848,donde afirma: «A pesar de la crisis mercantil que ha afligido a las naciones
europeas, que naturalmente ha debido oponer dificultades a la extensión del co-
mercio,la importación ha sido tan abundante en la Nueva Granada, desde que se
puso en ejecución la ley, que es muy probable que la renta de aduanas tenga este
año un aumento de mucha consideración». pp. 8 Y9.
1848 19

~incular la actividad del Estado en provecho de los Eartic1}lares y,


especialmente, de los comerciantes, que constituyen el núcleo de lo
que podría verse como el esbozo de una burguesía.
Pese a todo, Mosquera encarna en 1848 una tradición temible a
los ojos .de esta naciente burguesía, en la cual es muy fuerte la con-
ciencia civilista. La naturaleza del conflicto está indicada por el pro-
ceso que en el último año de la administración del general se siguió
a dos periodistas liberales, ante un jurado especial. Ricardo Vanegas
y José María Vergara Tenorio, ardientes partidarios de toda clase de
reformas, habían sugerido en El Aviso y La América una connivencia
entre el presidente y el general Flórez que, apoyado por España, pla-
neaba una expedición destinada a someter al Ecuador a su antigua
metrópoli. La expedición fracasó por el embargo que llevó a cabo In-
glaterra de los suministros españoles. El incidente había provocado,
sin embargo, la suspicacia de los liberales que apoyaban las refor-
mas de Mosquera y había convertido al presidente en el protago-
nista involuntario de algo parecido a una opereta, el 13 de junio de
1848. Absueltos los periodistas Vanegas y Vergara del cargo de difa-
mación, fueron vitoreados por la multitud. El general Mosquera
temió que estuviera ocurriendo una verdadera revolución destinada
a deponerlo o a atentar contra su vida, y apresuradamente salió ar-
mado de la casa presidencial, con el objeto de alertar a las tropas.
Esta qesconf.illp.za mutua ilustra las aprehensiones de la que comien-
za a semejar una burguesía, frente al prestigio de los militares que
intervinieron en las guerras de la. Independencia. Un temgr pareci-
do ante Obando va a ser el origen de los esbozos federalistas de la
Constitución de 1853 (en la que se priva al ejecutivo de la facultad
de nombrar sus agentes en las provincias), y los ataques irrazonados
al ejército van a precipitar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854.
El origen y las vinculaciones de Mosquera contribuían a alimentar
las sospechas infundadas de que era víctima. A los ojos de cualquie-
ra, podía representarse la imagen exagerada de la poderosa familia
.Mosquera, cuyo ascendiente aristocrático la colocaba en un lugar pri-
vilegiado entre las de la región más reaccionaria del país, adonde la
.~ emanciRación no había llegado aún y en donde las formas republi-
. canas de gobierno apenas se toleraban por un precario acuerdo. Tan
20 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

precario que, según el testimonio de R. Mercado13, al saberse de la


expedición proyectada por Juan José Flórez en 1846, el entusiasmo
cundió entre las familias aristocráticas de las provincias del Cauca y
de Buenaventura y « ... ya los que se reputaban nobles se hablaban al
oído sobre el restablecimiento de los títulos de sus familias». Y,según el
mismo Mercado, llegaron a formarse clubes en Cali que eran verda-
deros focos de propaganda monárquica. Hay una evidente intención
caricaturesca de estas pretensiones de nobleza en la descripción de
Mercado, pero es indudable que existía una oposición muy marcada
de intereses entre ciertos sectores y actividades tradicionales de la po-
blación y las aspiraciones reformadoras de la clase comerciante.
A pesar de sus temores, y tal vez a causa de ellos mismos, esta
clase se insinúa desde 1848 como un agente histórico dispuesto a
combatir la influencia del ejército, eSa institución nacida de la nece-
sidad y, en todo caso, « ... organizada en medio de una República, por
las ordenanzas despóticas de España»14.
Pero no es sólo el prestigio de los viejos caudillos de la Indepen-
I 11 ,dencia lo que combate el espíritu civilista liberal. Si en el ámbito
I social una naciente burguesía de comerciantes busca la preeminen-
cia incontestada, asimismo tiende a constituirse en un poder real, es
decir, un poder económico que contraste con el poder caduco, den-
tro del marco republicano, de los grandes propietarios territoriales
del sur de la República, poder que se derivaba de su antigua alianza
.con el régimen colonial español y que se apoyaba en la superviven-
cia de estructuras coloniales. Para este propósito, la coyuntura de
1848 es eminentemente favorable, puesto que, como se acaba de ver,
con la revolución europea se iniciaba una comunidad internacional
presidida por principios liberales .

13 R. Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur, especialmente en la provincia de


Buenaventura, durante la administración del 7 de marzo de 1849. Bogotá, 20 de julio de

1853. Este panfleto de justificación fue escrito por Mercado para defenderse de los
cargos que Florentino González dirigió contra su administración como gobernador
de la provincia de Buenaventura, por haber procedido con lenidad frente a los ar-
-lesanos que en 1850 castigaron duramente a los propietarios del sur de la Repúbli-
ca.
14 Florentino González, de un discurso ante el Congreso; publicado en El Neogranadi-
no, No, 241 de 11 de marzo de 1853, p. 81.
1848 21

Aun más, muy recientemente, en 1846, Cobden había librado y


~ la batalla del librecambio en Inglaterra. Con la impresión de
que se trataba de una ~ueva conquista de la civilización, los grana-
dinos, bajo la sugestión de Florentino González, se apresuran a expedir
la ley de 14 de junio de 1847, que reducía los derechos de importa-
ción y que colocaba en un pie de igualdad a los buques que prove-
nían de los Estados Unidos y de Europa. Esta medida da fin a una
política tradicionalmente proteccionista y, según las palabras del se-
cretario de Hacienda,

... hoy pueden todos los habitantes de la tierra venir a traemos sus produc-
tos ya comprar los nuestros bajo el pie de la más perfecta igualdad, sin temer
otra competencia que la de la actividad, la economía y la inteligencia 15.

La reducción de la tarifa aduanera se presenta así como un acto


de confianza en la actividad sin trabas de los comerciantes, y con ella
~I se espera un mayor volumen tanto de las importaciones como de
las exportaciones. El interés evidente del Estado reside en que su
renta no se vea disminuida, y en este sentido se expresa Florentino
González (véase nota 12) en su informe, como secretario de Hacien-
da, al Congreso de 1848. Mucho más tarde, sin embargo, como con-
gresista, defiende la misma ley de 14 de junio de 1847 y atribuye el
mejor producido de las aduanas a la crisis europea, que impedía a
los comerciantes la obtención de créditos16• Las dos declaraciones
son tan notoriamente contradictorias, que dejan entrever claramente
la actitud de los comerciantes, cuya mentalidad encarna Florentino
González, frente a la reforma aduanera. En ella se revela su interés,
pero también la confianza implícita, de que el comercio pueda contri-

.1 buir a activar la producción nacional. La reducción de la tarifa es una


reforma preliminar que debe traer consigo otras más sustanciales,
como la abolición del monopolio del tabaco o el comercio del oro sin.
restricciones. De esta manera, el librecambio, doctrina nacida de los
intereses colonialistas de Inglaterra, va a estimular cierto tipo de pro-

15 Informe cit., p. 8.
16 Florentino González, «Ley de Importación», artículo publicado en El Siglo, No. 9,
de 10 de agosto de 1848.
,
22 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

ducción capitalista tropical. Constituye, en el fondo, un llamamien-


to a incorporarse dentro de un circuito económico mundial y, en la
Nueva Granada, constituye el punto de apoyo del capital mercantil , .
para fundar una supremacía de clase. '"
OTROS FACTORES HISTÓRICOS. LA VISIÓN RETROSPECTIVA
DE LOS REFORMADORES

, No debe perderse de vista, sin embargo, que en 1848 se inicia un


proceso histórico caracterizado por las incidencias políticas. La in-
tervención activa en este proceso de la generación radical o gólgota,
que introduce sus aspiraciones en la Constitución de 21 de mayo de
1853;de la resistencia de un sector moderado del liberalismo, el cual
representa la función burocrática tradicional del partido en el poder;
del partido conservador, cuyo jefe visible, Mariano Ospina Rodríguez,
defiende con cautela el principio del librecambio y denuncia al mis-
mo tiempo los atropellos al orden de que son víctimas los hacendados
y la Iglesia, y, finalmente, de los artesanos organizados en sociedades
democráticas, revela la variedad de las tendencias puestas en conflicto.
Si cada cambio político traduce, aunque sea imperfectamente, el
~squema de rasfUerz_~s soci~les g~e intervie~en, pueden mirarse
también tales cambios como etapas de un proceso de transformación
desmesurado que tiende a un equilibrio momentáneo. Después de
la victoria alcanzada el 4 de diciembre de 1854 por una coalición
radical-conservadora sobre las tropas del general Melo, los liberales
deben ceder el poder a los conservadores. Esto no significa, sin em-
bargo, un retorno al punto de partida' en 1848. El impulso inicial
estaba dado y los mismos gólgota s pudieron contribuir en otro sen-
tido a la transformación iniciada. Según Medardo Rivas17,

oo.cuando la escena política se cambió y ya no tuvieron ni Escuela Republi-


cana ni campo dónde figurar, vinieron a prestar su contingente de trabajo y
su valioso impulso a la industria en estas regiones.

17 Medardo Rivas, Lostrabajadores de tierra caliente. B.P.C.C. Bogotá, 1942, p. 142. Rivas
cita, entre otros, a Camacho Roldán; Miguel Samper y sus hermanos Silvestre, An-
tonio y Manuel, Manuel Murillo; Juan N. Solano y Aníbal Galindo.
1848 23

Pero puede contarse ya con que la obra de emancipación de una


clase social ha alcanzado su punto culminante. Se ha calmado por
~I
entero la desazón que producía la coexistencia de un antiguo estilo
de vida con las instituciones republicanas. Más concretamente, se ha
quebrantado el poder exclusivo de la vieja clase latifundista y se
ha emprendido el camino que va a conducir a la federación y a la
constitución ultralibeial de Rionegro.
Florentino González resume en 1852las conquistas alcanzadas, e
insinúa ya el principio federativo, al defender ante el Senado la elec-
ción popular de los gobernadores, que se introdujo en la constitu-
ción del año siguiente:

Mucho recalca el señor Núñez sobre las importantes reformas que ha hecho
entre nosotros el gobierno central: la abolición de la esclavitud y el cadalso
político: la libertad absoluta de prensa y algunas otras. Pero el doctor Nú-
ñez debiera considerar que esto se debe enteramente a hombres que por
f) casualidad han tenido el poder en sus manos; a circunstancias fortuitas y
. 1es, no a l'"as instituCIones centra 1es 18 .
excepclOna

González alude aquí a su presencia en el gobierno de Mosquera,


que él juzga como una circunstancia fortuita y excepcional, puesto
que su presencia, como liberªl, no se explicaba muy bien dentro de
\ : un gobierno conservador. Las reformas que enumera el antiguo se- .
,
cretario de Hacienda, comprenaeñloaas sus iniciativas durante los ,
dos últimos años de la administración del general: libertad de cul-
tos, abolición del diezmo y del monopolio del tabaco, reforma libe-
ral de la tarifa de aduanas, navegación a vapor por el río Magdalena,
arreglo de la contabilidad, etc. La conclusión de González parece un
preserttirrLiert to:

... porque yo, que pertenecería siempre, si quisiese, a esa oligarquía que
domina los países hispanoamericanos, tengo bastante probidad política para
renunciar a esa posición y a esas pretensiones de los que, con el gobierno
central, quieren co~tinuar siendo los tutores forzados del pueblo.

18 Artículo «Federación», publicado en El Neogranadino, No. 239, de 25 de febrero de


1852, p. 66.
r

24 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Lograda su afirmación política, reducidos a la impotencia sus ad-


versarios, no queda sino asumir una actitud discreta, o como lo ex-
presa José María Samper:~'
,..cuando el movimiento está operado, cuando la revolución en las institu-
ciones está consumada, la sociedad empieza a renunciar al espiritualismo
de la ciencia (sic) para lanzarse en el mundo positivista de la industria 19.

Sin duda, los reformadores estaban indigestos de su propia retó-


rica, de su excesivo espiritualismo. Con el tiempo, sobrevendrá la ex-
periencia y hasta costará un esfuerzo enorme comprender el alcance
de las reformas operadas entre 1848 y 1854. Sólo en unos pocos se
mantendrá viva la conciencia de lo que significaba el radicalismo y
la declamación popular como instrumento político. Llegada la edad
de la razón, cuando la conciencia burguesa se ha consolidado sufi-
cientemente, apenas se avocarán con tolerancia las luchas en que se
'comprometió la juventud, un poco inconscientemente. Las Reminis- Ilt.
cencías, de Cordovez Moure, gozan en grado eminente de esta carac- •• J
terística. Puede decirse otro tanto de Historia de un alma, de J. M.
Samper, o de las memorias de Camacho Roldán y las de Aníbal Ga-
lindo. Excepcionalmente, Medardo Rivas traza un cuadro con atis-
bos heroicos de la actividad de la naciente burguesía en un nuevo
tipo de latifundio, creado en virtud de las reformas de 1850. La vi-
sión de los acontecimientos de 1848hasta 1854,y de los que fue prin-
cipal protagonista la generación nacida entre 1825y 1830, reviste un
matiz complaciente y ligero, casi de arrepentimiento. Puede resultar
chocante la manera como tales recuerdos son confrontados en la edad
madura. Quieren limar se las asperezas, recubrir de un tono amable
y juguetón las polémicas ardientes; en una palabra, minimizar la
victoria alcanzada y convertida en una sucesión de anécdotas ame-
nas en las que se adivina la satisfacción modesta, henchida de orgu- ,.
Uo, en el fondo, de los autores de «memorias».

19 Artículo «Ambalema», publicado en El Neogranadino, No. 218, de 8 de octubre de


1852,p. 235.
Capítulo 11
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATÍAN
(Económicas)

PUNTOS DE VISTA SOBRE LA PROPIEDAD TERRITORIAL

P ara comprender el alcance, pero también las limitaciones, de las


reformas emprendidas a mediados del siglo pasado, o el acento pe-
culiar de la ideología liberal y de las declamaciones de la generación
que comenzaba a actuar en esa época, parece conveniente esbozar
rápidamente un c;uadro de la situación ec;onómj.ca de la Nueva Gra-
nada, antes de 1848:
--Como este'ensayo se limita a la exploración de las formas de la
conciencia en las clases sociales de la época, parece obvio limitar,
asimismo, la exposic~ón a los argumentos que se esgrimían como
resultado de un enfoque particular de las cuestiones. En rigor, no se
trata de testimonios imparciales, puesto que cada uno refleja tenden-
cias muy personales y, en casos extremos, los propios intereses. Pero
éste es, precisamente, uno de los aspectos que deben subrayarse: el
afianzamiento de una de las formas de conciencia de clase a trayés. de
las dTficultaaes ~etUVog~~·en.fr~ntar. También sus modificaciones
por-necesidades políticas (y aun cierto grado de contradicción), o la
escogencia de un término medio entre la total afirmación y las com-
ponendas con una sociedad que no podía transformar totalmente a su
imagen y semejanza, sin abolir sus propias posibilidades.
Los trabajadores de tierra caliente, una curiosa obrita de Medardo
Rivas1, retraza con acentos épicos la tarea que emprendieron algu-
nos comerciantes y doctores a partir de 1848, cuando se crearon las

1 Op. cit., p. 128. M. Rivas.


.~----.

26 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

condiciones favorables para su ascenso económico. Según Rivas, los


I monopolios del aguardiente y del tabaco, que tenían empobrecida la
nación, arruinada la industria, paralizado el comercio, contribuían a
que esos hombres laboriosos se mantuvieran en la inactividad. Aboli-
dos, nada se oponía a que su trabajo fuera coronado por el éxito.
La apología de Medardo Rivas refleja bastante bien el proceso de
colonización interior, que estimuló la avidez de una fácil ganancia.
Un proceso que activó las energías sociales enquistadas apacible-
mente, hasta ese momento, en la inalterable uniformidad de loshá-
bitos heredados y en las estructuras sociales legadas por la Colonia.
El dinamismo irrumpe en las relaciones entre el campo y la ciudad,
y las altera. El cultivo del tabaco, y más tarde del añil, es un cultivo
comercial que permite el acceso a un mercado mundial. Así, en lugar
de operarse el fenómeno habitual de inmigración rural hacia las ciu-
dades, ocurre más bien lo contrario, ya que la ciudad constituye ape-
nas un asiento administrativo, escasamente comercial e incapaz de
absorber mano de obra, por la ausencia de industrias:

... los artesanos, los comerciantes, los buhoneros y hasta la criadas abando-
naron a sus antiguos amos, para ir en pos del dorado que se llamaba añil.

Esta preeminencia anormal del campo sobre la ciudad, señala cla-


. ramente los límites de la acción de la clase comerciante, que tendía
a adquirir los rasgos de una burguesía. También los límites de su
lucha contra el primitivo latifundio. Este fenómeno parece haber sido
general en toda la América hispana. Según un investigador norte a-
. 2
mencano ,

... hasta la difusión del industrialismo en Latinoamérica, el mayor canal de


modernización en esta área, particularmente después de los alrededores de
1850, fue el nexo entre la propiedad territorial y los mercados europeos o
norteamericanos, o las grandes ciudades de Latinoamérica.

Allí donde la producción se dedicó al mero consumo doméstico,


particularmente en las regiones montañosas impropias para la ex-

2 Stanley S.Stein, «TheTasks Ahead for Latin American Historians», en The Hispanic
American Historical Review. Vol. XII,No. 3, agosto, 1961.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 27

plotación de géneros coloniales, el peonaje y las condiciones ances-


trales de vida tendieron a perpetuarse. Por el contrario, en las zonas
r_ aptas para este tipo de explotación se impuso una forma de agricul-
tura capitalista, sustentada por una mano de obra esclava. En la Nueva
Granada, excepcionalmente, fue necesaria la abolición de la escla-
vitud para desplazar mano de obra de los viejos latifundios a las
nuevas empresas. Según Stein, debe subrayarse la actividad de los
comerciantes en estas zonas de agricultura de exportación, puesto que
sus hábitos contribuyeron a modificar los métodos de explotación:

'" los comerciantes, que actuaron como agentes comisionistas y en última


instancia como banqueros, adquirieron gradualmente la propiedad de
¡-
grandes haciendas y tendieron a aplicar incentivos capitalistas, innovacio-
nes y prácticas cuidadosas de teneduría de libros.
:=>

La clase comerciante tiene que convertirse, a su vez, en latifun-'


dista y adoptar los métodos de explotación rurales, combinándolos
con sus propios métodos. Su acción no puede irradiar del centro na- ,
tural de su asentamiento y de su influencia, sino que tiene que tras-
ladarse a las má~genes de los grandes ríos que le abren un camino
hacia los mercados exteriores. La ciudad, particularmente Bogotá, ¡
lleva una vida parasitaria, y su influencia, completamente artificial, \
obedece a una tradición burocrática impuesta por el régimen colo- ¡'

nial españo¡3. Florentino Gonzáléz y Juan de Dios Restrep04 ponen


en evidencia esta anomalía y reclaman la prioridad para sitios acce-
sibles a vías naturales de comunicación. Dice Florentino González:
Esta ciudad (Bogotá) no es, ni puede ser un lugar de tránsito para ninguna
parte, ni un centro de donde parta la actividad de la industria que vivifique
la nación. Así es que ella se compone de empleados, de militares, de clérigos,
de frailes, monjas, profesores y alumnos de los establecimientos de educa-
ción, abogados, médicos, unos pocos hacendados que gastan aquí su renta,
los que venden los géneros de que se viste toda esta gente, unos pocos sas-

3 Miguel Samper, «La miseria en Bogotá», en Escritos político-económicos, l. Edit. de


Cromos, 1925.
4 Artículo de F. González, «Comencemos desde el principio», en El Neogranadino, No.
210, de agosto 12 de 1852, p. 172; Y Emiro Kastos, «Cartas a un amigo de Bogotá»,
artículos aparecidos en El Neogranadino, No. 192, de enero 16 de 1852, p. 23.
28 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

tres, zapateros y herreros; y alIado de todos ellos una caterva de mendigos


enfermos y asquerosos bloquean constantemente las puertas de las casas y
embarazan el paso por las calles.

Juan de Dios Restrepo es todavía más explícito con respecto a la


significación económica de la ciudad:
En la Nueva Granada no puede haber ciudades populosas sino a orillas del
Magdalena o en nuestros litorales de ambos mares (...). Solamente la agri-
cultura o las manufacturas cerca de los ríos navegables, de los ferrocarriles
o del mar, pueden dar alimento a una gran población: la agricultura en el
interior siempre será mezquina y las fábricas imposibles.

Efectuadas las reformas, el contraste con la situación anterior a


1850 es evidente. El cultivo del tabaco (más tarde del añil) beneficia
una mano de obra ociosa, y activa los procesos económicos, en tal
medida, que Nieto ArtetaS puede decir que el tabaco contribuyó po-
derosamente a la constitución de la economía nacional. El cultivo
comercial, orientado hacía un mercado mundial, sustituyó tanto a la
economía de archipiélagos a que se refiere este autor, como a la eco-
nomía de mera subsistencia.
Con excepción de algunas poquísimas posesiones6, antes de la
Independencia todas las grandes haciendas de la Sabana y de las fal-
das de la cordillera Oriental habían pertenecido a comunidades re-
ligiosas. Como se trataba de vastas extensiones de tierra confiadas a
jornaleros -cuyo salario, en la Sabana, estaba constituido por la sola
alimentación, que no incluía una ración de carne-, el producto del
trabajo agrícola era forzosamente miserable. ¡Y aun se considera un
privilegio ser propietario en la Sabana! Pues,

...ser propietario en tierra caliente en otro tiempo era no tener propiedad


en concepto de los habitantes de Bogotá, acostúmbrados a ver en la Sabana
a los animales pastando en praderas naturales y las cosechas sucederse
unas a otras, con un poco de labor, en que empleaban a los indios, de los . :,1

cuales estaba poblada, alquilándose sumamente barat%~~

,
5 Op. cit., p. 264. Nieto Arteta . ./
6 Salvador Camacho R., Memorias, l. BibliotecaPopular de Cultura Colombiana. Bo-
gotá, 1946,p. 127Yss.
7 Medardo Rivas, op. cit., p. 27.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATIAN 29

No creo necesario insistir, pues bastante se ha hecho, sobre el ca-


rácter predominante del régimen latifundista en todas las épocas de la
historia de Colombia. Ospina Vásquez8 anota una excepción muy
importante en el período colonial, cuando los «vecinos» españoles
no tenían el carácter de latifundistas y la clase acomodada e impor-
tante se componía de funcionarios y de comerciantes. Las órdenes
religiosas, como queda dicho, eran las grandes propietarias. Queda
por hacer una investigación prolija relativa al período inmediata-
mente posterior y a las modificaciones sufridas por la propiedad te-
rritorial en períodos como 1819-1830, 1840, 1850-1854 Y en 1863.
Comoquiera que sea, la gran hacienda, en el período a que me refie-
ro (poco antes de 1848), es la unidad económica fundamental. Las
poblaciones que rodea
... no tienen sino una estrecha área, sin ejidos, sin dehesas comunes, ni si-
quiera donde recoger leña, y sus habitantes tienen que limitarse a poner
9
algunas tiendas de comestibles o dedicarse al comercio de tránsito .

Aun Bogotá sufría con tal estado de cosas, puesto que sólo con-
taba, para animar el comercio, con el numerario que ponían en
circulación las precarias actividades que enumera González en el
texto citado más arriba. Contra esta oponión, corriente en la épo-
ca, Ospina Vásq1.,lezpiensa, por el contrario 10, que los pueblos no
eran simples apéndices de los latifundios y que en ellos se concen-
trara la mano de obra agrícola, sino que más bien se componían
de una masa de artesanos y de pequeños comerciantes que com-
plementaban con su trabajo la actividad de las áreas agrícolas-¡Pero
aun si las pequeñas I'-0blac:iol!~ssignjJi~ªbJlILalgo_máLq.u.e,_una
fuente de lá-mano de obra, y la ausencia <i~_é.~_~ª-~k~~artala i11l}2.0r-
táncia económica 'del latif~n9i.o;~~¡(~:~_g!!Le_Ie.d~cir _qu~_1}9_?~
diera en un grado más of!\ce.f\osgJ:a,ng~l? cPJ1CE~J1t!"~cj9D.,c!.Ll<LP-ro-
piedad territorial, aunque fuera improductiva. Esta última circuns-
tancia no hacía sino reforzar la precariedad de la vida urbana. Con
,la eliminación efectiva de los resguardo?, se vigOJ.:izóel sistema~

. 8 Op. cit., p. 12. Ospina.


9 Medardo Rivas, op. cit., p. 48.
10 Op. cit., p. 9.

30 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

lahaciendall, al proletarizar las masas agrarias, aunque su efecto


principal fue el de crear un nuevo tipo de unidad económica, lar-
gamente deseado por los progresistas, que envidiaban los resulta-.J
dos obtenidos en Cuba: el sistema de plantación, que aseguraba
algún salario a los trabajadores, beneficiando con ellos los mercados
urbanos. Entretanto, el ámbito de las ciudades no podía dar cabida
sino a muy pocas actividades, que contribuían al desmedro de las
áreas rurales. En otro pasaje del escrito citado, Juan de Dios Restre-
po señala que

... los negocios de nuestras ciudades son de suyo tan reducidos que, dejan-
do de ser fructuosos a poca concurrencia, no queda colocaciónen ellas sino
para los usureros, algunos comerciantes muy favorecidos y algunos pocos
empleados.

Así, el primitivo latifundio, eje de la economía granadina, se re-


vela impotente para renovarse a sí mismo y para desarrollar otra •
cosa que una magra economía de subsistencia confiada a la activi-
dad de jornaleros y arrendatarios. A pesar del prestigio social de que
gozan los grandes hacendados, de su poder indiscutible, la actitud
que asumen frente a las posibilidades de explotación de sus tierras y,
en general, a la necesidad de multiplicar la riqueza, es negativa. Por
eso son tan frecuentes las alusiones a su egoísmo, a su apego a la
rutina, en suma, a su conservatismo. El abismo que separa a un pro-
pietario de sus dependientes basta para colmar la ambición medio-
cre de un hacendado. El campesino, que no es del todo un proletario
sino una especie intermedia ligada al señor por un contra tato de
arrendamiento de la tierra que explota, sobre el cual pesa la amena-
za permanente de verse despojado de la noche a la mañana, se con-
tenta apenas con asegurar su diaria subsistencia: .'

- ... pobreza?, ¿con tierras tan fértiles y exuberantes? -pregunta Demóste-


nes [el cachaco de Manuela12, a un arrendatario].
-¿Y qué hacemos con ellas?

11 Ibid. p. 196.
12 Eugenio Díaz, Manuela, B.P.C.C.Bogotá,p. 75.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 31

-Descuajar todos estos montes, y sembrar plantaciones para la exporta-


ción como café, añil, cacao, algodón y vainilla; y no sembrar maíz exclusi-
vamente como hacen ustedes.
-Muy bueno sería todo eso; pero la pobreza no nos deja hacer nada, y
como no hay caminos ahí se quedaría todo botado; y no es eso sólo sino que
los dueños de las tierras nos perseguirían. Es bueno que con lo poco que
alcanzamos a tener a medio descuido ya nos están echando de la estancia,
haciéndonos perder todo el trabajo, ¿qué sería si nos vieran aun labranzas
de añil, de café y de todo eso?

El mismo Eugenio Díaz insinúa.otro tipo de relación, despojada


de rasgos paterna listas, en el episodio que lleva a la heroína a Am-
balema. Allí la palabra amo ha sido proscrita, para dar lugar a una
relación impersonal, al menos entre los campesinos que se dedican
a preparar el tabaco para la exportación y el consumo interior. Esta

. '
manufactura rudimentaria los torna propiamente proletarios. Su sa-
lario, en todo caso, es mucho más elevado que el de los peones de
las haciendas .
Si las reformas de 1850 modifican profundamente las estructuras
sociales agrarias, alproletarizar el sector rural con la eliminación
efectiva de los resguardos, liberan al mismo tiempo las energías de
los comerciantes y estimulan su iniciativa en el sentido querido por
Demóstenes, el personaje de Eugenio Díaz, el cual caracteriza preci-
samente la fracción más audaz de los reformadores, el llamado gol-
gotismo.
La actitud de los hacendados, en contraste, consiste en aferrarse
a las ventajas adquiridas y conlleva una buena dosis de fatalismo,
que refleja inconscientemente el periódico de Mariano Ospina R., al
tratar de responder a la pregunta ~¿por qué'está p-obre la Nueva
"
~~_a.~)el? 13.. 11 ••• n~ Od''''TV''''~
r'\
~..H~LHV~
~.n'
u,u.y
_;_~_1 __._ .- .•.•
<u_u;:" clLldld, purque no na SidO
posi1Jreque 10 estemos». Y,en seguida, manifiesta desconfianza por
las reformas legislativas: precisamente aquellas reformas que impli-
can un grado m--ªy:o[p'e libertacLeconómica, tan cara a los ideólogos
liberales. Cita el caso de la tarifa de aduanas, cuya reducción, en
1847, ha dado apeñas're~hé\(iºsme.diocres, que algunoshan queri-
'do exagerar. Argumenta que si se concede alguna influencia a la legis-

13 El Nacional, No. 11,de julio 30 de 1848.

la>
" ip"

32 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

lación sobre la actividad económica, debe repararse en que esa in-


fluencia está encaminada a destruir lo existente y que apenas se nota
su influencia benéfica en un proceso constructivo" Defiende la obra .'
legislativa que suscitó la revolución de Independencia y que, a pesar
de lo excelente, no bastó para despertar la actividad aletargada por
siglos de dominación española. No es entonces la carencia de leyes fa-
vorables loque obstaculiza el surgimiento de fuerzas productivas, sino
la naturaleza, que hace del hombre un animal de costumbres. El pro-
blema queda desplazado de su contexto de generalidad teórica, para
radicarse en el empirismo de una peculiaridad psicológica o de la
observación de deficiencias individuales: la ausencia de hábitos de
trabajo o de conocimientos industriales en la masa del pueblo.
La gran propiedad territorial permanece encerrada en un círculo
vicioso: la incapacidad para cultivar provechosamente las tierras las
abarata ~ como resultado, se hace muy fácil concentrar la propiedad
en pocas manos. La concentración progresiva agudiza, a su vez, el
problema inicial originado en la necesidad de confiar las tierras a ., .
arrendatarios, a los que se limita las posibilidades de explotación por
exacciones continuas y desconsideradas. Su precaria existencia consti-
tuye el fundamento del poder y del prestigio del hacendado, pero no
se traduce en un provecho positivo; antes bien, multiplica la miseria y
crea una tensión constante con el propietario. No existe una relación
impersonal y abstracta, garantizada por el derecho, sino que reina la
más absoluta arbitrariedad, favorecida por anormalidades legislativas.
José María Samper14 pide leyes protectoras para los arrendatarios, con-
tra las depredaciones de los propietarios de finca raíz. Considera, por
otra parte, perfectamente inadecuadas las leyes existentes:
... pero la ley dónde está? Esa ley protectora del desgraciado es irrisoria
porque está refundida en los rincones de un viejo edificio levantado en .'
. épocas remotas, las Siete Partidas. Allí está la ley, pero una ley escrita en
idioma ininteligible para el pueblo, conexionada con otras muchas y sujeta
a las interpretaciones ambiguas y contradictorias del foro. Y esta ley está en
un código desconocido para el pueblo, puesto que en muchísimos distritos
no hay quien posea un ejemplar de las Siete Partidas.

14 Artículo «Protección al pueblo», en su periódico El Suramericano, No. 30, de enero


26 de 1850.

'.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBA TtAN 33

Así, una subordinación anómala del tenedor de la tierra con res-


pecto al propietario elimina toda posibilidad de trabajo productivo,
,.1 como lo sugiere el texto de E. Díaz, citado más arriba. Hablar de
feudalismo resulta impropio, pero sirve al menos de término de com-
paración, y a él han acudido todos los que han querido caracterizar
este estado de cosas.

LA AUSENCIA DE CAPITALES, LA EMPLEOMANÍA


y LOS PRETEXTOS DE LA USURA

EJsgmercio se resentía_coI) l~j!!!p-roductividad rural, aunque podía


disponer, en alguna medida, de los capitales cuya ausencia se seña-
laba como el mayor obstáculo para el desarrollo de la agricultura. ,
Pero esta actividad era muy limitada y necesitaba ampliarse para
proporcionar un piso sólido a las aspiraciones de predominio de la
~•• clase comerciante .• ,
! 'I! A tal punto era limitada, que aferrarse a un empleo -lo cual sig- Urf;co. "',
nificaba cierta dosis de prestigio social para los doctores----; se justifi- h "J"<~,,,,-;.
caba muy bien, por la simple razón de que en algo había que ganarse
la vida. Florentino González, en El Siglo, como Manuel Samper o
Mariano Ospina R., combatía con muy buenas razones la prolifera-
ción de los doctores, a quienes José I. de Márquez responsabilizaba
e.nbuena parte de haber atizado la guerra 'Cie1840. El Siglo15 imagina
un diálogo en el que un funcionario confiesa ser empleado,

... por ganar un sueldo con qué vivir; porque vivo en un país en que ésta es
la única ocupación que puede darme el pan para mis hijos.

El diálogo asocia, naturalmente, este tema con las dificultades de


la agricultura y el comercio en tierra fría, por la ausencia de merca-
dos. Los inconvenientes de la tierra caliente no son menores: los climas
son insalubres y se carece por completo de vías de comunicación.
Parece entonces una consecuencia forzosa que los mono}2oliosfisca-
les deban mantenerse para obtener rentas con las cuales alimentar la
empreomariía. Se saerificaen esta forma la actividad económica nor-
------ --.-----
I
l· 15 No. 9, de agosto 10 de 1848.
I

¡'
¡
i
'~,
,. ~.,
•1
34 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

mat gravada desproporcionadamente, a la única ocupación posible


para los doctores.
Este círculo vicioso que encadena las posibilidades de la incipien-
te burguesía burócrata y comerciante, sólo puede romperse en vir-
tud de una coyuntura económica que libere la iniciativa privada y
conceda, no una mera preeminencia virtual derivada de la función
de gobernar o estar adscrito al «servicio público», sino un verdadero
poder representado por el dinero. De esta manera, se impone una
clara conciencia de la necesidad de agenciarse capitales. Necesidad
que reviste un matiz diferente para la óptica conservadora y para los
anhelos de los comerciantes liberales. Aquella adopta una actitud muy
próxima a la pasividad, que confía más en la atra<sión de capitales ex-
tranjeros, ofreciéndoles la ventaja que representa la estabilidad políti-
ca, la paz, el orden, etc., y en el recurso del ahorro, eliminando los
gastos improductivos16. Los liberales, en cambio, ponen todo su em-
peño en la transformación política, que aportará consigo las franqui-
cias que requiere «oo.la acción libre favorable y bien dirigida de la
inteligencia humana»17. Esta actitud, un poco teórica, confía más en
la acción de supuestos agentes naturales y en «condiciones muy ven-
tajosas en la producción de la riqueza»; es decir, postula un economis-
mo frente a la lenta evolución a que se atiene la óptica conservadora.
La situación de la Nueva Granada, en 1848, ofrece serias difj.cul-
tades al impulso ascendente de las clases laboriosas, particularmente
por la ausencia de capitales. Los periodistas liberales no se cansan
de insistir sobre ello:

16 El Nacional, No. 11 cito


17 Editorial «Caminos», de El Neogranadino, No. 22, de diciembre 30 de 1848, p. 169: •
«... La acción libre, favorable y bien dirigida de la inteligencia humana, de los capi-
tales y de los agentes naturales, producen la suma de bienestar social designada
con la palabra genérica «prosperidad». Pero la acción libre, favorable y bien dirigi-
da de la inteligencia de un pueblo, presupone una legislación perfecta, una dispo-
sición de raza privilegiada y una ilustración sólida y extensa. La acción libre,
favorable y bien dirigida de los capitales presupone la existencia de éstos, es decir,
de una complicada serie de hechos económicos que determinan y permiten la acu-
mulación, resultado de la seguridad en personas y bienes y de condiciones muy
ventajosas en la producción de la riqueza.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBA TtAN 35

18
... el capital circulante en la Nueva Granada [dice Ricardo Vanegas ¡ es
escaso; por consiguiente caro y su uso poco ventajoso para ninguna empre-
~~ sa en que haya de tomarse sobre un interés dado. De ahí viene que la pro-
~" piedad inmueble no tenga ya casi ningún valor; de ahí que los propietarios
encuentren una absoluta imposibilidad para tomar prestado un capital con
qué dar ensanche a sus especulaciones; de ahí que los cambios sean difíci-
les, lenta la circulación; y de ahí, en fin, que todo hombre laborioso y traba-
j¡tdor tropiece con una invencible fuerza de inercia, siempre que trata de
poner una planta o de dar vuelo a una industria.

Durante la primera época de El Neogranadino, de inspiración mos-


querista19, este periódico libró una enérgica campaña destinada a
suscitar las más variadas IRe.o.cupaciones_económicas. «Bien que par-
tiaafios de la acción individual», proponen la interv~n.d.ón.deLgohíer.=..
no para pr()tege!.!.a.~E!:~cultll!~)!,:Iflas
co~c~iétamente,lainter.\éención
iñcaminada a la creación .ci~c.r~ditoagrícola y a la .~p_e!tur.!!Qf.9l!!1i-
nos. Ha de ser el g·obierno porque los esfuerzos de los particulares
•• severían anulados por la timidez industrial, la rutina o la pereza. El
gobierno debe prestar su concurso hasta el momento en que arrai-
guen firmemente los hábitos que permitan prescindir de su concur-
so. Poco después se propone la fundación de un banco de emisión
para facilitar las transacciones comercia:1es~EstaVez la invitación
está dirigida a los particulares, pues parece llegado el caso «... de
hacer nosotros, como particulares, lo que ya no debemos esperar de
entidades políticas». Este cambio intempestivo respecto al crédito
que merecía el Estado, se debió a la negativa de la Cámara provincial
de Bogotá a fa..cilitarla conversión de la caja de ahorros (que había
fundado Lino de Pamba junto con otros notables de Bogotá) en un
banco, autorizando la emisión de cédulas al portador (acciones). Los
capitalistas deberían apresurarse a venir en socorr~_deJ_~oJ!le~~~;Y

18 Artículo «Situación financiera de la República», en La América, No. 19, de junio 23


de 1848, p. 84. En el mismo sentido, el periódico editado en Santa Marta por Manuel
Murillo Toro, La Gaceta Mercantil, No. 5, de noviembre 2 de 1847. Edit. «Capitales».
19 Pertenecía entonces a Manuel AnCÍzar. Más tarde, fue comprado por Manuel Mu·
rillo T. y se convirtió en el oráculo del radicalismo. Para apreciar los esfuerzos del
periódico en el sentido indicado, véanse los números 7 (Edt. «Fomento industrial>,),
9 (Edit. «Caja de Ahorros»), 10, 11, 22, 23 (sobre caminos), y 12 Y 14 (sobre bancos).
r

36 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

de la agricultura, estableciendo por su propia iniciativa un banco de


emisión, puesto que la experiencia parecía demasiado aventurada al
gobierno. Con ello sacarían un provecho mayor de su dinero que el
que reportaban colocándolo a un interés decente, «.•. pues no hable-
mos de la usura ratera y emboscada, oficio de pocos, ocupación de
cerebros ruines, vulgares».
Cabría el beneficio de la duda en favor de la rareza de la usura,
si los testimonios no fueran tan insistentes sobre su práctica, al pa-
recer generalizada en todos los centros urbanos de alguna importan-
cia. Examínese, por ejemplo, este párrafo de una carta que escribe
José E. Caro desde su destierro voluntario, y en la que resume la
situación general que se ha tratado de describir:
'" En Bogotá la juventud no tiene carrera alguna y es más ociosa y por con-
siguiente más viciosa que en cualquier otra parte. Bogotá es una ciudad sin
comercio y sin industria, en que los capitales no tienen más empleo que el
20
de la usura, en que el juego reina de una manera espantosa .

Podría sospecharse de la imparcialidad de Caro o advertir que


enfrenta la situación con una psicología peculiar, mezcla de excita-
ción moral y de encono que prestan a menudo acentos apocalípticos
a su palabra, muy del gusto de una oposición desesperada. Pero lo
que describe es casi siempre exacto, si no paramos mientes al estilo
rencoroso y desorbitado. Un testimonio menos sospechoso, el de Juan
de Dios Restrep021, confirma la apreciación de Caro en este punto.
Restrepo describe minuciosamente, y apenas con la antipatía natural
que puede despertar el oficio de usurero, cierto tipo de «... aristo-
cracia monetaria algún tanto iletrada» que domina todos los resortes
de la vida pública de Medellín. Ninguna cualidad deseable adorna
a esta clase social. Es verdad que él admite, como cosa natural y has-
ta provechosa y lícita, la influencia de los ricos, pero a condición de
que la riqueza se convierta en una fuente de beneficio social o en una
ocasión para practicar las virtudes cristianas.

20 José E.Caro, Epistolario. Biblioteca de Autores Colombianos, Bogotá, 1953. Carta de


11 de junio de 1851, p. 155.
21 «Cartas a un amigo ...», cit. Emiro Kastos.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 37

... Pero [agrega] esos banqueros de uno y medio y dos por ciento, como los
hay aquí y en Bogotá, que viven en sus poltronas explotando las miserias
ajenas, llenando sus cofres a mansalva, arruinando colectivamente el país,
sin arriesgar una peseta en ninguna industria nueva de utilidad general, ni
correr las vicisitudes de los negocios, son una especie de vampiros que po-
drán inspirar temor pero nunca simpatías ni respeto.

De esta clase, y de su gusto por el dinero que le proporciona una


influencia siniestra, se deriva en política una actitud rabiosamente
conservadora, pues su interés más evidente consiste en mantener el
statu qua.
22
Como para verificar estas observaciones, rasé María Samper
comprueba que uno de los efectos inmediatos de la abolición del
monopolio del tabaco y de la intensificación del cultivo ha sido el de
rebajar el interés del dinero del 6% a12%y aun al 1'12 %, « ... hecho que
prueba -a su manera de ver-la competencia de los capitales y de
la moralizac!Qp de la i1]..du,§tria». _
Debe citarse, finalmente, la reacción que se desató, en ciertos me-
dios, durante el régimen pravisaria del general Melo, contra la usura.
Si bien existe cierta confusión respecto de la posición particular de
los adherente s en este breve período revolucionario (17 de abril a 4
de diciembre de 1854), puesto que se pretendía garantizar los privile-
gios de los propietarios al mismo tiempo que se los sometía a em-
préstitos forzosos, la condenación de la usura quiso utilizarse como
argumento político para mantener la adhesión de los artesanos.
Joaquín Pablo Posada, redactor del periódico del régimen, se expre-
sa violentamente contra las actividades de la minoría dominante, a
la que Melo recurría con amenazas y aún con la prisión efectiva, con
el fin de arbitrar recursos para sostener los gastos de la guerra:

I~ Oh! Una revuelta para ellos, que saben que nuestra América no está sujeta
1- a los principios de la economía política europea, una revuelta para ellos ha
I sido siempre una fuente abundante de riqueza, porque aquí no hay lo que
I
propiamente se llama comercio, no hay industria y el negocio positivo es la
usura, y para que el interés del dinero suba, no hay como un amago de
revolución .•

22 «Cartas desde Ambalema», en El Neogranadino, No. 208, de julio 30 de 1852,p. 154.



38 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

EL PUNTO DE VISTA DE LOS COMERCIANTES

Desde 1846, Florentino González sintetiza, en dos artículos aparecidos


en El Día23, las grandes líneas de política económica y el programa
*
de gobierno que realizará la revolución de 1848. Expone por primera
vez el argumento de orden histórico-político que inspirará en ade-
lante a los gólgotas en su afán transformador. Según su punto de vista,
la transición del régimen colonial al régimen republicano~rada
c,?n la Independencia, sQ!osignificó un cambio en el I'\()mbr~cie los
funcionarios y la adop¡::iónde un gobierno republicano representativo
que se encargó de la dirección·y el manejo de los negocios públicos,
pero que dejó subsistentes la mayoría de las instituciones coloniales.
González subraya la función meramente burocrática d~ los detenta-
9.ores def nt.levo régÍmen'y señala que éste no ha contribuido para
nada al increme.l1t(::>-defos recursos casi naturales ni se ha preocupa-
do por abolir contribuciones y monopolios que entraban las activi-
dades productoras de riqueza de los particulares. Luchas estériles, •
que el nuevo tipo de gobierno parece suscitar de suyo, han contribuido
a extraviar el interés de los granadinos de sus verdaderos objetivos,
puesto que ellos no han ganado nada en riqueza y comodidades con
el cambio. Los pocos capitales de que han podido disponer se han
empleado en la explotación de algunas minas, en el comercio exte-
rior y en el establecimiento de unas pocas fábricas, actividades que
no han obtenido resultados ventajosos «... porque se ha trabajado
bajo el influjo de leyes opresivas que encadenan la producción y el
tráfico» .
Florentino González tiene en cuenta el fracaso experimentado en
1840 con el intento de una incipiente industrialización, apoyado por
el Estado. Es posible que no haya profundizado suficientemente en
las ventajas de una experiencia parecida, puesto que todos sus argu-
mentos tienden, por un lado, a ctescar!~~Jaacción del Estad9 y, por
.1
otro, a suprimir toda actividad dirigida hacia la industrialización.
El Estado debe contentarse con liberar a la iniciativa individual
\ de todas las trabas que pesan sobre ella y que la inhiben en el ejerci-

23 «Hagamos algo de provecho», No. 375, de agosto 23 de 1848, y «Vamos adelante»,


en el No. 377, de agosto 30. Florentino González.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBA TfAN 39

cio de una actividad económica productiva. Esta actividad debe li:~


mitarse, a su vez, a la explotación de las minas y de la agricultura
porque la Nueva Granada « ... no está llamada a ser una nación manu-
facturera». GonzáLez sostiene el principio de la división internacio-
nal del trabajo y aduce tres argumentos que fuerzan a su aceptación
en la Nueva Granada. En primer término porque este país no cuenta
c~n facilidades para m.?ntaE-!áp!icas;es.cie.cir,sgrLcélpitalesymediQs
t~~!1icosaCfécuados.Luego, porque nº-R_~seematerias pri~as. parª
alimentar una industria ya establecid~. Finalmente, González cita
una circunstancia que refleja claramente la índole social, muy pecu-
liar de la época: las fábricas que se establecieran no con_~aríancon
c0I!su~i?~res queprefffleran sUSrrÚi-niaacturas -aras
extranjeras:€n
un mercado de libre competencia. Se da por descontado el hecho de
que el establecimiento de fábricas (y González piensa con seguridad
en los textiles) no implica un proteccionismo que elimine del mercado
la competencia extranjera. En estas condiciones, ninguna industria
podría competir con las mercancías extranjeras. Pero aun descartan-
do el interés de los comerciantes que se oponían al proteccionismo
mediante fuertes gravámenes aduaneros, la mención de la preferencia
de los consumidores implica un matiz psicológico que no debe desde-
ñarse en un estudio dedicado a las formas de conciencia de clase en
la época. Un ilustración aproximada de este problema, se halla con-
signada en una novela de costumbres, Amores de estudiante, de Prós-
pero Pereira Gamba24.El héroe del relato, un estudiante del Colegio
de San Bartolomé en los años 30-40, se muestra desconsolado con res-
pecto a su propia indumentaria, la cual comprendía « ... calzones de
'manta socorrana (que, entre paréntesis, nos hacían usar para proteger
la industria del país»>25.Se trataba, evidentemente, de una imposi-
ción quepo podía cobijar sino a los estudiantes o al ejército, someti-
dos a una especie de tutela. Ninguna otra clase social podía aceptar,
de buen grado, una imposición semejante. El personaje de la novela
se encuentra reducido a una especie de inferioridad social, por la
ridícula indumentaria que se ve constreñido a llevar. Decidido a abor-

24 Amores de estudiante, de Próspero Pereira Gamba. Bogotá. Imprenta de Echeverría


Hnos., 1865.
25 Ibid. p. 15.
40 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

dar a una linda joven que aparece en el teatro, hace una apuesta con
sus compañeros, y confiesa:

Lo que más arduo les parecía a mis camaradas, era que yo tuviese el arrojo
de presentarme ante aquella noble familia con el triste uniforme con que
estaba vestido26 ..

Es muy probable que no se tratara en modo alguno de una noble


familia, pero al estudiante se lo parecía con su admirativa simplici-
dad frente al atuendo de los acompañantes. En qué consistía esta
nobleza, el estudiante nos lo revela cuatro páginas más adelante:

... todos los jóvenes de las provincias que van a los colejios de Bogotá, por
más miserables que sean, mienten riqueza para tener entrada en la capa de
la sociedad donde reside la aristocracia monetaria.

Frente al consumo, existen pues diferencias psicológicas muy


marcadas, que influyen decisivamente en el punto de vista con que
debe mirarse el problema industrial en el siglo XIX. Existe una capa
de la sociedad que se resiste al consumo de los productos naciona-
les, por razones de prestigio social. Si bien entra en juego la calidad
del producto en las consideraciones del consumidor, esta calidad no
se determina forzosamente teniendo en cuenta razones de mera ín-
dole económica (duración, resistencia, p. ej.), sino más bien atenién-
dose a su «finura», es decir, a su aspecto puramente exterior, que
sirve para identificar entre sí a quienes pueden comprado. Y aun si
el precio es comparativamente inferior (dada la calidad) al de los
productos nacionales, el uso del artículo importado constituye casi
el privilegio de una clase superior. Aun en el Congreso llegó a deba-
tirse, en el momento de discutirse la cuestión del librecambio, si
era posible obligar a un cachaco a usar vestidos de manta.
Existía, en resumidas cuentas, una prevención muy fuerte contra
los productos elaborados por la industria tradicional. Por otro lado,
no hay que olvidado, la industria fracasó. En realidad, no subsistían
sino los establecimientos tradicionales, que eran objeto de ataques
porque lo que quedaba del primitivo proteccionismo estaba dirigido

26 lbid. p. 17.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 41

a mantenerlos. Florentino González combate los impuestos indirec-


tos sobre la importación de géneros de algodón que, según él, son
los que tienen mayor consumo entre los sectores más pobres de la
población. Califica de absurdo este sistema que tiende a favorecer el
supuesto fomento de nuestras fábricas pues « ... parecería que posi-
tivamente haya fábricas entre nosotros, y que nos conviene inclinar
a nuestra población a que sea manufacturera». La existencia de estas
fábricas es muy problemática y no merecen este nombre los mez-
quinos establecimientos que funcionan en Tunja y en El Socorro, los
cuales carecen de maquinaria o alguno « ... de los auxilios que pudie-
ran hacerla rivalizar con la industria extranjera». Calcula que el
trabajo de un obrero de El Socorro le produce tres centavos al día y que
este mismo hombre, trabajando en. establecimientos agrícolas dedica-
dos a la explotación de frutos exportables, ganaría cuatro veces más.
La argumentación de González no se detiene a mostrar meramente
la imposibilidad de convertir a la Nueva Granada en una nación ma-
nufacturera, sino que tiende asimismo a subordinar el crecimiento
económico a las posibilidades del mercado exterior. Aun las conve-
Q niencias fiscales, que suelen invocarse para el mantenimiento del
monopolio de uno de los principales frutos exportables, el tabaco,
no se verían afectadas si se sustituyera este arbitrio por un impuesto
moderado a la exportación. A quienes arguyen que la producción
intensiva haría bajar los precios en los mercados de ultramar, puede
objetárseles que si bien se ofrece una cantidad limitada, esta limitación
obedece a que existe casi un único mercado, el de Inglaterra, ya que
en Bremen y Hamburgo sólo se ofrecen cantidades muy pequeñas.
Basta ampliar entonces el acceso a los mercados para mantener los
precios. Ningún argumento, en todo caso, parece refutar esta simple
proposición:

El comercio de exportación es el único que puede enriquecer a un país pro-


porcionándole vender en el extranjero las producciones que no necesita
para el consumo interior.

Por eso,

es necesario de que nos convenzamos de que solamente lo que nos facilite


oo.

especular sobre el mercado inmenso de Europa puede contribuir a la pros-


peridad y aumento de la fortuna pública y privada.
42 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

LA MANO DE OBRA. LA MANUMISIÓN Y LOS MIRAMIENTOS


A LOS DIPUTADOS DEL SUR

Una curiosa observación de Medardo Rivas27, nos pone delante de


otro de los problemas en que se debatía la vida económica granadi-
na. Según Rivas,

... propiedad sin negros que la cultivasen no servía para nada. Por esto la
esclavitud se prorrogó hasta 1851; y entonces se creyó efectivamente que
abolida ésta, la poca industria que había en el país iba a arruinarse.

El comercio exterior -lo que hoy llamaríamos «la balanza co-


mercial»- se saldaba siempre con el producido de las minas de oro.
La explotación de éstas dependía del trabajo de los esclavos, aunque
su importancia hubiera disminuido sensiblemente en tiempos de la
República. Pero la agricultura «en grande» descansaba casi entera-
mente sobre la misma base28t Estas sencillas consideraciones hubieran
bastado para serenar la exaltación filantrópica y para situar la discu-
sión sobre un terreno eminentemente práctico, si los intereses que con- ~
cernían a la conservación de un determinado tipo de riqueza hubieran
coincidido con las aspiraciones de la clase en ascenso/Pero ésta, a ries-
go de alarmar a los propietarios de las provincias del sur, colocó entre
las reformas que debía emprender la administración del 7 de marzo la
cuestión «Esclavos» y se apresuró a declamar en todos los tonos sobre
la iniquidad que encerraba la institución. Para confirmar a la luz pú-
blica su determinación y para darle una iniciación práctica, se apeló al
espíritu filantrópico de los notables de Bogotá, en forma de suscripcio-
nes voluntarias a un fondo privado de manumisión. Finalmente, el 20
de julio de 1849se celebró la fecha conmemorativa de la Independen-
cia, con el tema dominante de la manumisión.
El Congreso de 1850, que había logrado integrarse con la mayo-
ría liberal necesaria para encarar las reformas que figuraban en el

27 Op. cit., p. 28.


28 «Manumisión de esclavos», edit. de El Neogranadino, No. 50, de junio 23 de 1849,p.
209, en donde se sostiene que «... la abolición de la esclavitud entre nosotros no es
una cuestión filosófica sino una cuestión práctica y económica, y como tal ha de
ventilarse si se quiere llegar a buenos resultados» .
••
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 43

programa del 7 de marzo, debatió largamente el asunto durante las


sesiones de abril y may029.El procedimiento parlamentario, basado
casi íntegramente en el prestigio de la oratoria, obligaba a discutir el
problema a la luz de principios que se iban desenvolviendo en los
detalles prácticos que sugería su realización. En esta forma, se en-
frentaban dos principios cuya enunciación teórica no bastaba para
ocultar los intereses de sus defensores. Al principio de libertad para
todos los habitantes de la Nueva Granada, los ciudadanos diputa-
dos del sur oponían el de la intangibilidad de la propiedad privada.
Este antagonismo se resolvía en un problema práctico, el de la in-
demnización que deberían recibir los propietarios. En el fondo, las
discusiones versaban, principalmente, sobre los arbitrios destinados
a agenciarse recursos para establecer fondos de manumisión.
Una especie de regateo impulsaba a los diputados a ocuparse de
la suerte de los m,anumitidos, pues su condición, a la vez que creaba
algunos problemas de asentamiento, ofrecía la posibilidad de procu-
rarse mano de obra barata en las provincias que no habían gozado
, de ella. ¿Qué iba a hacerse entonces con los manumitidos? ¿Fundar
- poblaciones exclusivamente para negros? ¿Dejarlos en el lugar de su
antigua opresión? ¿Dispersarlos por todo el país? Cada una de estas
soluciones planteaba problemas desconcertantes. Si se los segregaba
del resto de la sociedad reduciéndolos a poblados, representaban una
amenaza constante de disturbios, pues siempre tendrían ocasión de
estimular mutuamente sus «malos instintos», que se suponían repri-
midos hasta entonces. Se corría también el riesgo, al abandonarlos a
su propia suerte, de que vegetaran en la mis.eria, puesto que los
reductos implicaban un abandono a sus propias capacid.ades, que
el régimen paternalista a que habían estado sometidos no había con-
tribuido, sin duda, a desarrollar. Además, ¿cómo podrían hacerse a
ellas sino gracias al contacto permanente y aun al mestizaje con una
raza superior? Finalmente, ¿quién iba a gobernarlos? Un blanco sería
el objeto de su odio y no podía confiarse en las virtudes de un negro,
pues se daba por supuesta su absoluta inferioridad. Dejarlos en el
lugar de su origen era exponer a los propietarios a las presumibles

29 «Diario de Debates», Imprenta de El Neogranadino, 1850.


44 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

retaliaciones de sus antiguos esclavos, llenos todavía de resentimiento


por su miseria pasada. Dispersarlos parecía lo más adecuado, y
esto ofrecía una ventaja adicional, la de eliminar los anteriores incon-
venientes. Se disponía de una mano de obra barata y se participaba de
un beneficio que hasta ese momento había sido el privilegio de los pro-
pietarios del sur. A lo cual los ciudadanos diputados del sur ponían
todo su empeño en oponerse, pues, según ellos, la medida arruinaría
las explotaciones de caña de azúcar de las provincias del Cauca y Bue-
naventura. Si bien los antiguos esclavistas podían temer las represalias
de los manumitidos, era evidente que estos trabajadores se hallaban
familiarizados con las explotaciones del sur.
Efectivamente, los propietarios tropezaron con dificultades, tal
como se había previsto. EH4 de enero de 1852 escribe Joaquín Mos-
quera a Rufino Cuervo30:
... hasta hoy no ha producido desorden la libertad general de esclavos, pero
preveo dificultades alarmantes porque algunos genios malévolos les aconse-
jan que no se concierten con sus antiguos amos, ni salgan de las tierras, para
apoderarse de ese modo de las propiedades. Sé que el señor Arboleda (Manuel)
ofreció a los suyos tres reales diarios para continuar trabajando en sus hacien-
das de caña, y no ha admitido uno solo tan ventajosa propuesta.

y pOComás tarde, el 7 de abril de 1852, vuelve a escribir

'" la libertad simultánea de los esclavos ha hecho por allá (se refiere a Ca-
1
loto) el efecto que hace un terremoto en una ciudad cuando la derribl .

30 Luis Ángel Cuervo, Epistolario del doctor Rufino Cuervo, III (1843-1853).Imprenta
Nacional, Bogotá, 1922,pp. 206 Y315.
31 No me refiero aquí a otra de las fuentes de mano de obra que es útil mencionar,
constituida por los indígenas de los resguardos, a partir de 1838.Sobre este punto,
véase el testimonio de Salvador Camacho Roldán, Memorias, 1,p. 136, Ysu curiosa
apreciación sobre la suerte corrida por los indígenas que se trasladaron a tierra
caliente en busca de mejores salarios y que fueron diezmados por la epidemia de
1851 .

Capítulo III
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATÍAN
(Religiosas)

EL PROBLEMA POLíTICO DE LA RELIGIÓN Y SUS SUPUESTOS

Quien quisiera definir el fondo mismo de las controversias políti-


cas en el siglo pasado debía recurrir forzosamente a una antítesis
bastante simple, que tenía el privilegio de ser clara. La oposición
neta entre creyentes y «rojos», entre católicos e irreverente s, parecía
encerrar la razón última de una discusión apasionada que se desenvol-
vía en una secuencia de puntos accesorios que concernían a la tradi-
ción y a la novedad, al atraso y al progreso. Los hombres podían
converger acerca de estos puntos, pero su opinión era irreductible
en cuanto se tocaba la cuestión religiosa. La religión era un dique
a los excesos o una barrera a los beneficios del progreso, según el :
punto de vista, pero en todo caso constituía un punto de referencia
ineludible. Por eso, Diego Caro escribe a su ilustre pariente, en 18511:

... La cuestión religiosa es lo que realmente se ventila en la Nueva Granada.


El catolicismo, o mejor dicho, la idolatría, quiere sostener su rango y sus
preeminencias con todo su fanatismo y la juventud en su m;::ynría lucha
contra prácticas establecidas.

Estas palabras debían producir un efecto:Gur.iosoen José Eusebio


Caro, que había promovido u~uestíón mora{sontra la adminis-
-- ----------
1 José E. Caro, Epistolario, p. 317.Un juicio parecido se expresa en al panfleto atribui-
do a Pastor Ospina, Ojeada sobre los primeros catorce meses de la administración
del 7 de marzo, dedicada a los hombres imparciales y justos. Imprenta de El Día, Bogotá,
p. 9 Y ss.
46 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

tración del 7 de marzo y para quien el sentimiento religioso era la


garantía de una futura desaparición del partido rojo, pues el día en
que se operara una general conversión al cristianismo, este partido
no tendría razón de ser2•
El partido rojo mostraba, en efecto, una acritud y una desenvoltu-
ra excesivas respecto de las formas exterióres religiosas y lanzaba
un desafío constante a las exhortaciones de la jerarquía eclesiásti-
ca. El sustrato racionalista de tales desplantes era, por lo demás,
bastante convencional y se originaba en la adopción indjscrimina-
da de los puntos de vista, ya históricos, de la Ilustración. No hay
un escrito en que se aborde esta espinosa cuestión, aunque sea
tangencialmente, que no retrace un cuadro truculento de la Histo-
ria Universat a la manera de los autores de la Enciclopedia. Un hi-
potético espíritu de libertad se manifiesta gradualmente a través de
los siglos y a partir de las negras tinieblas del medioevo. Cada ba-
talla fortalece este principio desvalido, hasta el momento decisivo
en el que surge el libre examen, que da a tierra con la teocracia y
comienza a carcomer los cimientos de la sociedad feudaL Una lógica
histórica inflexible lo conduce hacia la alborada revolucionaria de
1789y la más reciente aún de 1848.Desgarrado el velo del oscuran-
tismo, se acogen los principios de libertad y de tolerancia, que van
asociados naturalmente a todo progreso humano. El libre examen
favorece el adelanto de las ciencias, y sin él no podría ni siquiera
concebirse el desarrollo de los inventos útiles. Para comprobarlo, no
habría sino que echar una ojeada a la condición de los países sujetos
todavía al yugo teocrático y al fanatismo, que contrasta tan viva-
mente con la prosperidad material y moral de aquéllos que se eman-
CIparon.
Estas críticas, sin embargo, a causa precisamente de su genera-
lidad, no rozan sino la superficie del problema. Jamás llegan a con-
cretarse en una forma disidente de conciencia religiosa, sino que se
mantienen en la vaguedad del terreno político y apuntando siempre,
inconscientemente, a la influencia de la jerarquía clericaL Como lo

2 Artículo «El partido conservador y su nombre», en La Civilización, No. 17, de 29 de


noviembre de 1850.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 47

admite Juan Nepomuceno Neira3, un draconiano que encuentra de-


masiado audaces las reformas que pretenden introducir los gólgotas,

... en la Nueva Granada no ha llegado, ni quiera la providencia que llegue,


nuestro filosofismo hasta negar la existencia de Dios, los dogmas de la
religión, o las necesidades del culto. Pero ya que a ta1situación no se encuen-
tran nuestras divergencias, sí las encontramos, y demasiado marcadas, en
orden a la importancia moral del clero en la sociedad civil, y respecto de los medios
que deben asegurar su subsistencia.

En suma, se pretende combatir políticamente los privilegios del


clero y someterlo a la tutela del Estado. Suprimir los derechos de
estola,
, por ejemplo, o lo diezmos, o el fuero eclesiástico y hacer depen-
der el nombramiento de los párrocos de las autoridades civiles, para
quebrantar el principio jerárquico, inspirador de tendencias conser-
vadoras o que, según la terminología liberal de la época, perpetúa
un principio autoritario y antidemocrático que se opone a la vigen-
cia plena de las nuevas instituciones.
El problema lleva, incluso, la división al seno del liberalismo, pues
los liberales tradicionales -o draconianos- insisten en la primacía
del Estado sobre toda otra organización y estiman que la Iglesia debe
quedar sometida a su influencia. Los ideólogos, por el contrario, ex-
treman el rigor en la aplicación de los principios y piden la separa-'
ción absoluta del Estado y de la Iglesia. Por un lado, se tiende al
control d.e la institución, por otro, a evitar una presunta coalición
que favorecería los intereses de los representantes de la Iglesia y
del Estado asociados. Planteado en un terreno de realidades po-
líticas, el problema se resuelve en enunciados políticos, sin que deje
margen a alegatos de tipo teológico. Lo que se discute es la influencia \
del ciero en ei resto de la sociedad y la manera de neutralizarla, ora
valiéndose del poder del Estado, ora abandonando a la Iglesia a su
propia suerte.
El problema político no carece de otros supuestos que se refieren \
a la conciencia, pero no a la conciencia religiosa sino a la conciencia
de clase. Se combaten deliberadamente ciertas formas de asc.~tismo,

3 Reflexiones que el doctor Juan Nepomuceno Neira dirige al Congreso de 1851, sobre tres
cuestiones importantes. ImprentQ.de El Día, Bogotá, 1851, pp. 8 Y9.
48 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALUS

O más bien, de fatalismo entregado a los dictados de la Providencia,


que pueden asociarse a los métodos de trabajo en una sociedad rural
y conservadora y cuyo efecto inmediato es el de sancionar un orden
aparentemente inmutable y sin ningún dinamismo. A las creencias
, tradicionál'~ssk opone un nuevo evangelio de carácter profano, des-
1 tinado a justificar moralmente las conquistas materiales. No se adu-
ce una aprobación divina que señale por anticipado el destino de los
elegidos, pero tampoco se admite que el éxito se oponga de alguna
manera a las exigencias de la moral corriente .

... Una voz sentimental, una voz aduladora de las ilusiones se deja oír cla-
mando contra el culto de los intereses materiales de la sociedad. Esta voz
predica el naufragio de la moral en medio de la diligente actividad que
excita elfomento de aquellos intereses. Error! Los intereses morales no pue-
den seria víctima de los intereses materiales bien entendidos4.

Sin duda, las promesas de un paraíso ganado a fuerza de priva-


ciones pueden parecer una ilusión, pero tampoco se pretende ani-
quilar la fuente de toda moralidad. ¿Acaso el trabajo no es una
fuente de satisfacciones morales? ¿Yla organización de este trabajo,
su racionalización, no es un elemento ordenador de la sociedad, que
selecciona de una manera natural las aptitudes y subordina las ca-
pacidades menores a las más valiosas de los dirigentes?
La afinidad de este tipo de creencias con ciertas proyecciones
del protestantismo anglosajón no son casuales. Pero los elementos
calvinistas asumidos inconscientemente con las doctrinas libera-
les no bastaban para hacer oscilar tan violentamente la conciencia
que se fuera a dar de bruces en la conversión. El mismo José Eu-
sebio Caro, que muestra un entusiasmo sin restricciones por la
condición moral del pueblo norteamericano, coloca como funda-
mento de la ideología conservadora la adhesión a principios reli-
giosos. A pesar de su impulso ascendente, la clase comerciante,
que prohíja una admiración fanática por el mundo anglosajón, no
entra en conflicto abierto con el resto de la sociedad granadina,
sino que tiende a amoldada a sus propios ideales de trabajo, sos-

4 «Prospecto» de El Siglo, periódico de Florentino González, No. 1, de 8 de junio de


1848.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 49

layando hábilmente las cuestiones más espinosas. No es cuestión de \ .'


subvertir el orden violentamente, sino de colocarse a la cabeza /
de esa sociedad, imponiendo módulos de pensamiento y de ac-
ción que puedan conciliarse de algún modo con las creencias tra-
dicionales.

AMBIGÚEDADES DE LA CONCIENCIA

¿Qué alcance real tenían entonces los ataques al magisterio eclesias- \


tico? La actitud de los radicales oscila dentro de una ambigiiedad ¡\
desconcertante. Cierto grado de romanticismo, impregnado de un 1,

vago sentimiento religioso coexiste con la perentoria desautoriza-¡


5
ción de la disciplina impuesta por la Iglesia. José María Samper ad-
vierte en sí mismo una «... mezcla de sentimiento religioso y cristiano
y de espíritu hostil a la Iglesia Católica». Este espíritu hostil proviene
claramente de una tradición racionalista, y el sentimiento religioso,
de la literatura romántica; es decir, de dos expresiones culturales
que, en la generación nacida entre 1825y 1830,coexisten y se yuxta-
ponen de una manera contradictoria. Debe insistirse particularmen-
te en los motivos puramente literarios que se encuentran en la raíz
de la actitud asumida por esta generación, para hacer inteligible la
oposición que sus predicaciones encontraron en la masa del pueblo,
y la superficialidad de las convicciones, que facilitó muchas conver-
siones de los radicales en la edad madura, especialmente durante el
régimen de la Regeneración. Al definirse a sí mismo como «religioso
en verso y volteriano en prosa», Samper deja entrever la magnitud
puramente relativa del conflicto y su raíz exclusivamente literaria.
La a.rtificialidad ~e este conflicto señala la base sodalmente precaria,
a la que adhiere, pues en la sociedad entera dominan todavía moti- ,
vos religiosos tradicionales heredado~ de una cultura agraria,
pero que tolera ocasionalmente la inconsistencia de una moda li-
teraria. El racionalismo y el romanticismo apenas sirven de pre-
texto a las veleidades de una minoría, sin que den margen a una
creación original. Su adopción reproduce, en el plano de la cultu-

5 Historia de un alma. B.P.C.C., 1948. U, p. 103.


50 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

ra,la faita de originalidad de la afirmación de clase de la burguesía


granadina, que accede a la universalidad valiéndose de formas y de
soluciones adventicias, sin que los elementos propiamente urbanos de
cultura puedan sobreponerse a elementos tradicionales más arrai-
gados de una cultura agraria. En el interior mismo de los hombres de
la generación radical, combate la nostalgia sentimental de los con-
suelos del sentimiento religioso con las exigencias positivas de la
civilización que quieren construir. José María Samper, por ejem-
plo, que, como todos los integrantes de la Escuela Republicana, ha
defendido ardiente mente la adopción del matrimonio civil, se resiste
él mismo a contraerlo, y alega que

'" las leyes del honor, sancionadas por las costumbres, tendrán siempre
más fuerza obligatoria para los hombres de corazón que todas las leyes
6
civiles .

Samper quiere indicar el antagonismo de los dictados más pro-


fundos de la conciencia con el carácter objetivo de la ley escrita. Ol-
vida con demasiada ligereza que esa ley fue querida por él mismo y
que, en rigor, debería coincidir con sus exigencias más íntimas. La
retórica de la dramaturgia española parece, sin embargo, amoldarse
más fácilmente a tal exigencia. No se trata de una exigencia de orden
moral (el «honor» es un valor social), sino de una tendencia a aco-
modar los actos individuales a las sanciones latentes de una socie-
dad ante cuya estructura inmodificable se han estrellado los deseos
de los reformadores. Significa el reconocimiento implícito del poder
de esas sanciones y su acatamiento, a pesar de la propia voluntad
expresada en la ley. Ésta se revela de pronto como una mera manio-
bra política, incapaz de ligar la conciencia o de comprometer el «ho-
nor» sobre el cual se sustenta la preeminencia de una clase social.
Aun antes de verificarse la reforma, Salvador Camacho Roldán7 com-
prende la incompatibilidad de la institución civil ,con la conve-
,niencia social de una minoría. Su punto de vista no se apoya en

6 Ibid.
7 «El divorcio», discurso pronunciado en la Escuela Republicana, en noviembre de
1850,en Escritosvarios. Librería Colombiana.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 51

los dictados de la conciencia moral sino que adopta el disfraz del


sentimentalismo. La contradicción no es por eso menos palpable:

... Si nosotros, [dice], miembros de la Escuela Republicana, sostenemos el


divorcio, tenemos fe completa en que aun cuando fuese admitido en nues-
tras leyes, jamás llegaríamos a usar de él; quédese allá para otros seres más
desgraciados. En cuanto a nosotros, que también sentimos en nuestros pe-
chos la semilla de esa pasión indefinible y profunda que llaman amor y que
tarde o temprano iremos al pie de los altares a unimos para siempre a una
compañera (...), nosotros haremos en lo íntimo de nuestra alma el voto de
unimos a ella para siempre ...

LA MORAL SECULAR
-
Para el pensamiento liberal, es evidente que las prácticas religiosas,
reducidas a la mera exterioridad, no garantizan la moralidad del
pueblo. La práctica puramente ritual, la agrupación mecánica y el
sentimiento irracional que supone la importancia desmedida acor-
dada al culto, no derivan, en modo alguno, de la necesidad de un
comportamiento moral. Idea a la que se opone decididamente el
pensamiento conservador, deseoso de mantener una disciplina co-
lectiva. Si bien se admite que las prácticas no son causa del espíritu,
debe tenerse en cuenta que

... en la generalidad de las gentes y mucho más en las del pueblo es al con-
8
trario; el espíritu es fruto de la práctica .

El problema no se plantea desde un punto de vista meramente


individual, sino tendiendo en cuenta las consecuencias sociales de
la conducta. Al dinamismo de la nueva sociedad republicana no le
basta la estrecha vinculación de la norma moral al dogma religioso,
puesto que el predominio de este último disimula el imperativo de
una conducta social. En otras palabras, la conducta no debe reducir- r
se a la creación de meros valores morales, orientados en un sentido.
religioso y subjetivo, sino que debe tender a la creación de valores:
social~7 K.

8 «Reflexiones sobre la influencia de la religión en el orden y la moral», editorial de


El Nacional, No. 21, de 21 de octubre de 1848.
52 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

La cuestión se define como un conflicto de fidelidades entre la


sociedad civil y la conciencia religiosa:

De aquí nace el influjo profundo, aunque en cierta manera indirecto, del


clero, en la suerte de la nación; porque las ideas que él siembra en el pueblo
se mezclan a las ideas políticas, y cuando unas y otras no están de acuerdo
resulta un conflicto en que sucumbe la razón política con perjuicio de los
intereses sociales, o sucumbe la conciencia religiosa con perjuicio de las
creencias que, como otros lo han dicho, son la filosofía del mayor número
9
t de asociados .

La deficiencia se señala del lado de esta «filosofía del mayor nú-


mero» que no concuerda con los intereses sociales. Por eso el clero
debe adaptarse al cumplimiento de una tarea social y abandonar su
inclinación a difundir terrores sobre la otra vida, para ocuparse más
de los intereses de ésta. Debe convertirse al espíritu de tolerancia e
ilustración de la época, y no constituirse en un obstáculo de estas
tendencias. Debe, inclusive, tratar de llenar los vacíos de las institu-
ciones civiles, amoldando su actividad a los intereses sociales y no
provocando un conflicto con ellas. Se quiere un aliado y no un ad-
versario. Un promotor del progreso y no su enemigo encarnizado
que declama contra la

... corrupción del siglo, contra el lujo y las riquezas, contra la tendencia
irresistible de los espíritus hacia la ilustración, la tolerancia y el libre
pensar.

Por estas razones, el utilitarismo, en el que la conducta está diri-


gida a un interés inmediato y cuya sanción no es trascendente sino
que está dada por una reacción instantánea de la conciencia, puede
conciliarse con el interés general, puesto que tiende a la creación de
bienes materiales y se impone fácilmente a la conciencia laica como
el único sistema cgmpatible con el dinamismo social. De esta doctri-
1 na se deriva un ~jIévo tipo de moralidad, que se justifica plenamente
por los resultados y que supone siempre una conducta consecuen-
te con tales resultados:

9 «Partidos políticos y fe religiosa», editorial de El Neogranadino, No. 39, de 28 de abril


de 1849, p. 129.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 53

... cuando en los colegios de la capital se enseñaban las doctrinas del utili-
tarismo de Bentham; cuando los jóvenes tenían por directores a hombres
que aborrecían el fanatismo y 10 condenaban sin embozo y sin temor; cuan-
do el jesuitismo no se creía necesario, todos los habitantes de Bogotá goza-
ban de tranquilidad doméstica, la propiedad era respetada y rara vez se
lO
ejecutaban actos escandalosos o inmorales .

Es difícil atribuir seriamente al utilitarismo resultados tan hala-


gadores con el solo testimonio de un pasado que se hace coincidir
con las administraciones liberales y con la ausencia de los jesuitas.
En todo caso, se trata de una convicción que opone la validez del
predicado racional a la formación moral puramente religiosa. El im-
perativo social debe imponerse por su propio peso, es decir, por su
racionalidad, o de 10 contrario, se corre el riesgo de una ambiguedad
en la conducta que se atiene al dogma y desdeña las consecuencias
terrenales de la conducta. O como lo expresa popularmente Vergara
Tenorio, se consagra la práctica de la religión mal entendida, con su
perniciosa máxima de «el que peca y reza-empata».
Este conflicto con la sanción religiosa de la ley moral no es en
modo alguno intemporal, ni puede exponerse desde el punto de vis-
ta dogmático de principios teológicos o racionales. Por el contrario,
acusa una etapa muy concreta del desarrollo de la sociedad granadina.
Se quiere introducir un factor dinámico en la relación tradicionalista
del individuo y la comunidad, relación fijada por hábitos e institucio-
f1.escoloniales, dentro del marco social del latifundio. Éste y aquéllos
imponían una misión a la jerarquía eclesiástica, que se derivaba de
la tradición realista de la monarquía española. Ahora quiere prescin-
dirse de esta colaboración, de su acción reguladora y, principal-
mente, de su influencia sobre las masas. Al principio de orden que la
predicaciÓn ayuda a mantenerl1, y que las prácticas religiosas forti-

10 Artículo «MoralizaCÍónde las masas», en El Aviso, periódico de José Ma. Vergara


Tenorio, No. 35, de 17 de septiembre de 1848.
11 Los textos en este sentido son muy numerosos. Citaré tres. De Mariano Ospina (El
Nacional, editorial del No. 25, de 4 de noviembre de 1848, «Reflexiones»):«... una
nación, pues, compuesta en su mayoría de hombres religiosos, contiene más ele-
mentos de orden que otra cuya mayoría se componga de incrédulos», De Eugenio
Díaz (Manuela, p. 25): «oo. y en una parroquia de éstas, donde nadie lee, donde nadie
explica ni recuerda la ley escrita, donde nadie se apura porque haya escuela, ¿quién
54 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

fican en el pueblo, se opone el valor del instinto liberado, que lo


conduce a su perfección:

... es que la sociedad tiene su tendencia irresistible a perfeccionarse; y el


pueblo tiene su instinto sobre lo que le conviene, dejándolo sin trabas. El
principio «dejad hacer» vale más que todas las leyes del mundo12.

Del mismo modo, la religión no es invocada por Caro y Ospina


corno una fuente de la voluntad individual, capaz de operar transfor-
maciones de la conducta, o como una incitación a instaurar una ima-
gen ideal de conducta, sino que es concebida en forma estática, como
garantía de las relaciones sociales subordinadas a un principio de
orden. Aquéllos que quieren abolir la religión se ven impulsados a
ello porque temen el imperio de los principios religiosos que deben
restringir necesariamente una parte de la libertad en el hombre. Pre-
cisamente aquella parte destinada al daño de sus semejantes y de la
sociedad. Los mismos que atacan el culto sólo pretenden entibiar el
sentimiento religioso para desatar las pasiones y manipuladas polí-
ticamente. Pero el mismo Mariano Ospina, frío analista del dinamis-
mo que generan las críticas racionalista s, ¡no duda en combatir el
fuego con el fuego y aconsejar que se utilice la pasión religiosa como
arma política! Según él, los ricos no son buenos conservadores por-
que están dominados por la frialdad del cálculo. Sólo las mujeres y
la masa del pueblo, «oo. que confunde en una idea compleja la reli-
gión, la justicia y la libertad, y esta idea expresa el catolicismo»,

(Continuación Nota 11)


señala el camino del deber?, ¿quién recuerda el respeto a los padres?, ¿quién con-
tiene el robo que se puede hacer al hacendado?, ¿quién lucha en favor de la institu-
ción del matrimonio, base de la sociedad política?». De José E. Caro (artículo
aparecido en La Civilización, No. 2, de 16 de agosto de 1849): "oo. si a esa muchedum-
bre le quitáis la noción de Dios, la represión moral, las esperanzas y los temores de
una vida futura, a esa, decid qué le quedan si no lo afanes de la miseria actual, en
frente y alIado de los goces y comodidades de la opulencia, y los apetitos brutales
del salvaje, aspirando sin cesar el perfume irritante de los frutos más sazonados de
la civilización. Eso es lo que le queda ... y la conciencia de su fuerza y de su número
que vosotros venís a revelarle».
12 Eugenio Díaz, Manuela, p. 25.
LAS CUESTIONES QUE SE DEBATíAN 55

poseen ese elemento pasional que infunde energía en la lucha contra


el error13•
El error está significado por la desnaturalización liberal de la
doctrina católica. Se quiere ampliar el sentido ideal de la religión
con vagas reivindicaciones de justicia social, de fraternidad huma-
na, de amor al prójimo, etc. Se quiere introducir, en suma, la confu-
sión inadmisible que retrata Eugenio Díaz en este pasaje:

De todo esto deberíamos deducir que gólgotas y sacerdotes católicos somos


una cosa parecida. Y que no le quede duda, señor cura: todo esto que noso-
tros predicamos y escribimos de abolición de monopolios, de división de
grandes terrenos, de igualdad fraternal, de trabas a los ricos, de aliviar al
menesteroso con el sobrante del avaro, todo esto no es otra cosa que la doc-
14
trina predicada en el Gólgota; no es otra cosa el catolicismo .

La discusión está centrada en torno al significado social de la reli-


gión verdadera, el mensaje de amor del cristianismo, sin que intervenga
para nada el motivo de la salvación, de la gracia, o cualquier argu-
mento específicamente religioso. Pues, debe repetirse, no es la con-
ciencia religiosa lo que está en juego. Es la aceptación o el rechazo
de un orden tradicional en el que interviene el clero como un factor
decisivo y, en todo caso, como el estamento social más prestigioso.
No se trata, en ningún caso, de concebir en una u otra forma las
resonancias de la vida interior (a menos que ésta signifique un
obstáculo para las conquistas materiales, cuando se traduce en un
fatalismo que conduce a la pasividad), sino de someterse o no a las
consecuencias del prestigio de ese estamento y de su influjo en la
vida social.
En este sentido, la acción política del régimen del 7 ¿'e marzo
contra los privilegios de la Iglesia, puede considerarse lograda. Ade-
más del destierro del arzobispo Mosquera y del extrañamiento de
los jesuitas, de la separación efectiva de la Iglesia y el Estado, consa-

13 J. E. Caro, Epistolario, p. 351.


14 Manuela, p. 26. Véase también El socialismo a las claras, periódico que se publicó en
Bogotá, en 1850.Es un violento ataque contra las doctrinas gólgotas, especialmente
contrajo M. Samper, a quien apoda «Fray Casildo»; según Samper, puede admitirse
el catolicismo como religión verdadera pero incompleta, puesto que carece de pro-
yecciones sociales.
56 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

grada en la Constitución del 21 de mayo (1853), se expidieron las


leyes de 14 de mayo de 1851 sobre desafuero eclesiástico; de 27 de
mayo, adicional y reformatoria de las del patronato, por la cual se
atribuyó el nombramiento de curas a los Cabildos Parroquiales; de
1 de junio, adicional y complementaria de la de descentralización de
rentas, y de 30 de mayo, sobre arbitrios, estas dos últimas destinadas
a incluir en la nómina civil a los eclesiásticos.
Capítulo IV
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO

LA IMAGINERÍA ANTILIBERAL

A la idea un poco vaga -o como se decía entonces, filosófica- sobre


la existencia de dos principios teóricos que se combatían sin tregua
a lo largo de toda la historia, y que consistían en la idea de la libertad
triunfante sobre la opresión o, a la inversa, un principio de orden y
de autoridad que se oponía al libertinaje y al desenfreno, vino a su-
marse, al arsenal ideológico del conservatismo, otra idea liberaLdis-
torsionada en la mlsITíaTórma-que la anterior, como las figuras de
una tapicería que se contemplara por el revés.
Se trataba de una simple comprobación empírica sobre el presen-
te, que resultaba desalentadora si en su exposición no se introducía
el espejismo del porvenir (como siempre cuidaban de hacerlo los
liberales) sino que, al contrario, el espectador se fijaba con fuerza en
los umbrales mismos del presente. Se comparaba el estado actual de
la República, amenazada a cada paso por una conmoción política,
con la tranquilidad conventual de la Colonia. Imagen seductora esta
última y ya casi semiborrada¡ que contrastaba forzosamente con la
inquietud suscitada por recuerdos mucho más vivos (sobre todo en
las masas campesinas) de conscripciones y expropiaciones destina-
das a servir una causa siempre problemática.
La imagen de los tiempos heroicos de la Independencia, capaz de
identificar en una conciencia mítica a todos los estratos de la socie-
dad, no había adquirido la consistencia suficiente como para obstruir
el asalto de una memoria presta a adornar con rasgos idílicos un
pasado remoto. SIn contar con que los testimonios de ese pasado se
multiplicaban a tal punto, que bastaban para justificar ese tipo de
58 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

conciencia aferrada al prestigio de lo existente, de-lo-que-siempre-

·
ha-sido-así.
No es raro, entonces, que una de las preocupaciones más grandes

l
., de los doctrinario s liberales consistiera en enfrentar a la estática de
la conciencia campesina, la dinámica de las reformas sociales. En los
jóvenes, sobre todo, se exacerba un sentimiento romántico de sole-
dad, de rechazo, que les valía el reproche de los conservadores de no
comprender un ápice de las condiciones rurales y de entregarse irre-
flexivamente, por puro desarraigo, a promover un cataclismo en las
formas de vida tradicionales.

Errante visité varias provincias de la República [se lamenta Próspero Perei-


ra Gamba]l buscando un pueblo que aceptase mis creenci.as, un corazón
que comprendiese mis máximas y un alma, en fin, que reflejara mis pensa-
mientos. Por todas partes supersticiones añejas, pronunciado espíritu de
partido, incredulidad en los unos, fanatismo en los otros, dominio del clero
sobre las conciencias, aristocracia en las clases altas, miseria en las clases
bajas ... y no vi en tanto recinto un solo rasgo homogéneo, un solo punto de
uniformidad; todo era anómalo y divergente.

, Este lenguaje dulzón, teñido de una mansa nostalgia y de sole-


i dad, pleno de una preocupación real por formas irracionales de vida
y por el abismo de las desigualdades sociales, oculta, ¡quién lo creye-
ra!, una voluntad incansable de reducir a la impotencia a la aristo-
, cracia de las provincias del sur y es un preludio lento y pausado a la
, acción de las sociedades democráticas en la provincia del Cauca2• Es
también el lenguaje de los cachacos, ingenuos y tenaces propagandis-
tas del radicalismo, descritos en las novelas de Eugenio Díaz, que
aparecen como por azar en una apartada región para criticado todo
y matan los ratos ociosos leyendo Los misterios de París, de Eugenio
Sué,
La arquitectura colonial, los caminos, los puentes, las técnicas
más primitivas constituían un punto de apoyo, un mirador constan-
te hacia el pasado. No representaban solamente, como lo pretendían

1 Artículo «Mis impresiones», publicado en El Neogranadino, No. 42, de 12 de mayo


de 1849,p. 154.
2 R. Mercado se refiere a este cuadro trazado por Pereira Gamba, al exponer la con-
dición de las provincias del Cauca y Buenaventura, en Memorias, p. XVI.
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 59

los teóricos, los frutos del fanatismo o la fuerza de la inercia de la


herencia española, sino el armazón íntegro de la vida material, el
sustrato último más evidente, a lo que se aferraba la conciencia como
a una garantía de estabilidad, o al menos como a un talismán, contra
lo desconocido. Agréguese a esto el deterioro, natural a veces, a ve-
ces provocado, de los símbolos materiales del antiguo poder que el
nuevo no había tenido tiempo de sustituir, y que debían producir
cierta nostalgia, aun si la suponemos involuntaria.
No es exagerada, en modo alguno, esta vinculación del espíritu
conservador con una imagen idealizada de la Colonia. Pues la es-
tructura colonial subsistía íntegra, sin que a ella pudieran incorporarse
con naturalidad las formas republicanas de vida. Las masas campe-
sinas, y con mayor razón los propietarios territoriales, no advertían
diferencia alguna favorable en los nuevos tiempos ni en las nuevas
instituciones, que sólo parecían embozar amenazas al statu qua y que
se soportaban con un fatalismo resignado.

Por eso es que algunos viejos [se expresa con amargura un personaje de
3
Eugenio Díaz ] suspiran por la tiranía del tiempo de la Colonia, que en nombre
de la ley aseguraba a todos la verdadera libertad, y todos vivían garantizados
por la autoridad; pero esos eran otros tiempos ... hoy somos republicanos y de-
bemos seguir la república porque no hay otro remedio.

No puede pedirse un texto más elocuente. En él están condena-


dos todos los sobresaltos de la vida republicana, todas las innova-
ciones que quebrantaban el poder natural de los propietarios
territoriales y anuncian el advenimiento, en medio de luchas cruen-
tas y de incertidumbre política, de un nuevo poder.

Los TEMORES CONSERVADORES y EL TESTIMONIO


DE MERCADO SOBRE LOS CONFLICTOS DEL SUR

Nos están degollando y saqueando a cada rato -decía don Elías- porque \
se ha dado más libertad al pueblo de lo que es capaz de comprender y so-
portar, en el estado de ignorancia en que se halla.

3 «Los aguinaldos en Chapinero», incluida en Obras inéditas. Imp. de La América, 1873,


p.63.
60 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

4
Puede pensarse que este temor expresado por Eugenio t---" Díaz
_ so-
bre deguello y saqueo sea una mera hipérbole. En realidad~~l nove-
lista no hace sino reproducir los clamores iracundos de la prensa
l
conservadora (La Civilización, El Día, El Misóforo, El Ariete, etc.) que
denunciaba la acción de las sociedades democráticas en las provin-
cias del Cauca y Buenaventuras. Debe advertirse, sin embargo, que
el sentido verdadero de estos hechos nos coloca frente a un antago-
nismo de clases evidente, que el régimen del 7 de marzo supo esti-
mular y canalizar en su provecho. La responsabilidad del gobierno,
en efecto, era generalmente admitida, y por eso raras veces en nues-
tra historia las invectivas han alcanzado el grado de intensidad y de
iracundia como las dirigidas por Julio Arboleda al presidente López,
por su presunta complicidad con las sociedades democráticas del
Cauca. ':,~'']".é}./:;r-"S\l-c,
El origen de la acción popular de l~~deii1Ocráticas, se remonta a
reivindicaciones sobre ejidos comunales, en el siglo XVIII. Así lo sos-
tiene la sociedad democrática de Cali, en una justificación publicada
por El Neogranadino6• El movimiento representa, siquiere esquema-
tizar se, la acción un poco anárquica de masas semirrurales y semiur-
banizadá's por -el e]erCiciode una actividad artesanal. La pugnacidad
de estas masas había revestido siempre un carácter apolítico y se
refería a los r~~~~mºsexpresados, en varias oportunidades, aJ~s pro-
p~eta~iosEor la usurpación de los ejidos vecinos a Cali. El mismo
conflicto se revivió en 1834 y en 1848. En 1850, el gobierno de López
quiso aprovechado para afirmar la supremacía liberal en ese baluar-
te del conservatismo que eran las provincias del sur. Florentino Gon-
zález acusó abiertamente en el Senado (marzo de 1853) la conducta
parcial del gobierno, casi en los mismos términos en que lo hacían

4 ¡bid. p. 83.
5 Aníbal Galindo, que perteneció a la generación radical de 1863, condena el carácter
de estas manifestaciones. Véase Recuerdos históricos (1840-1895). Imprenta de La
Luz, Bogotá, 1900, p. 43. José María Samper condena los acontecimientos del Cau-
ea, que considera mucho más graves, y busca justificar los de Buenaventura. Véase
Apuntamientos para la historia social y política de la Nueva Granada (desde 1810, y espe-
cialmente de la administración del 7de marzo). Imprenta de El Neogranadino, Bogotá,
'1853.
6 Véase el No. 149, de 28 de marzo de 1851, pp. 106-107.
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 61

los caudillos conservadores. El mismo Murillo Toro le habría mani-


festado, en una conversación privada del entonces secretario de Ha-
cienda, a quien se atribuían los actos más radicales del gobierno
como jefe invisible de una «camarilla», la complacencia de los hom-
bres en el poder por la actitud que asumió el gobernador de la
provincia de Buenaventura, Ramón Mercado, frente a los incidentes.
Murillo se defiende de esta imputación, pero con tan mala fortuna
que la lectura de su alegato deja exactamente la impresión contra-
ria de lo que quiere afirmar7• Según el secretario de Hacienda, el
gobernador se habría limitado a cumplir una función meramente
política como agente del ejecutivo, al mantener a raya a los enemi-
gos del Gobierno. No resulta extraño que quisiera suprimirse este
celo excesivo mediante una reforma constitucional que privara al
presidente de la facultad de nombrar gobernadores, como se hizo efec-
tivamente en la Constitución de 1853,dando con ello uno de los pri-
meros pasos hacia el federalismo.
Ante la acusación de Florentino González, y por sugestión de
8
Murillo Toro, Mercado publica una justificación, en julio de 1853 •
Para Mercado, los acontecimientos de las provincias del sur deben
ser examinados ateniéndose a las causas que los provocaron. El aná-
lisis expone dos series de causas: causas generales y causas especia-
les «o el Sur de la República antes de 1849».
Colocados en esta perspectiva, los hechos pierden su aspecto po-
lítico formal para darnos la imagen de una verdadera reivindicación
de clase.
Las causas generales expuestas por Mercado resultan demasiado
generales, y es lo menos que puede decirse de este tipo de exposicio-
.•....
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manifestaciones de un hipotético instinto irreprimible de libertad a


través de los siglos. No faltan alusiones favorables a la «revolución
luterana», que con el libre examen dio un golpe de muerte a la tiranía
teocrática, ni a la filosofía del siglo XVIII y la revolución francesa de
1789. Hacía falta, sin embargo, otra revolución europea para desa-

7 lbid. No. 245, de 8 de abril de 1853, p. 116.


8 Memorias.
62 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

rraigar toda huella del viejo orden de cosas. Y que sus efectos se
hicieran sentir en América, pues
... la guerra contra España no fue una revolución. Bastante grande por sí
sola para ser la idea exclusiva de una generación, la independencia no hizo
sino modificar muy superficialmente la epidermis del problema social, sin
cambiar su naturaleza ni sus condiciones.

A estas causas generales, que concluyen afirmando que hubo una


influencia de la revolución francesa de febrero en las elecciones de
marzo de 1849 en la Nueva Granada, se agregan las causas especia-
les o la descripción de las provincias del sur de la República antes
de 1849.Esta pintura refleja todos los conflictos latentes en una so-
ciedad que mantiene elementos retrógrados detrás de una fachada
republicana. A ello contribuyen el «ser moral de sus creencias cató-
lico-moriscas», las costumbres coloniales, los intereses egoístas y
ajenos al progreso de la humanidad y las leyes dictadas en «siglos
bárbaros». Si bien existen elementos de libertad en Nueva Granada,
ello se debe exclusivamente a la índole y carácter de algunas provin-
cias situadas en el centro y en el norte de la República. Pero en el sur
todo se opone a las ideas de emancipación y su territorio permanece
secuestrado al comercio del mundo culto.
Esta oposición entre las provincias del sur y del norte es bien
característica. Presenta una analogía, puramente casual, con la situa-
ción norteamericana. Las provincias del sur de la Nueva Granada,
en efecto, también son esclavistas. Lo que opone los intereses de los
propietarios de estas regiones a la naciente burguesía, que tiende a
afirmarse en el resto del país, es la ventaja de que gozan al poseer
una mano de obra servil. En el aspecto político, la ventaja de basar
su ascendiente en estructuras sociales que eliminan absolutamente
el juego de la opinión y de la competencia partidista, puesto que la
adhesión de las masas a un caudillo se realiza a través de vínculos
de dependencia mucho más estrechos que en el resto del país. Frente
a la clase comerciante, ellos profesan «intereses ajenos al progreso
de la humanidad», es decir, se mueven dentro de una economía ce-
rrada que obstaculiza la colonización interior para abrirse paso a los
mercados del exterior. En resumen, son una negación viva a las as-
:y'
piraciones cosmopolitas e igualitarias de la burguesía naciente:
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 63

... ningún rasgo republicano resaltaba en aquella comarca de señores y sier-


vos, de ídolos y preocupaciones, de apego a los rezagas del despotismo y
odio a cualquiera innovación liberal.

Mercado se extiende en consideraciones sobre la suerte de los


esclavos, y no es necesario reproducir el patetismo que encierran para
aqivinar todas las características de degradación que conllevaba la
institución. Sus odiosos efectos no se limitaban a mantener una raza
en la más negra de las miserias, sino que contaminaban las relacio-
nes sociales en su totalidad. A la humillación de los esclavos se impo-
nía la soberbia de los amos, y ésta se extendía sobre todas las capas
sociales inferiores. La condición miserable del esclavo se comunica-
ba a aquéllos que tuvieran, así fuera en forma imprecisa, sangre ne-
gra en sus venas. La condición social de los manumitidos y de 10s1
libertos resultaba a veces peor que la de los m.ismos esclavos, puesto
que carecían de un esta tus que les fuera propio y se veían forzosa-
mente condenados a la mendicidad, al margen de una sociedad que
los aniquilaba con su desprecio y en la que no tenían una sola opor-
tunidad de trabajar.
La anormalidad absoluta del esclavismo no sólo envenenaba las
relaciones humanas, sino que desnaturalizaba de una manera absur-
da las creencias. Ninguna justificación racional bastaba para aplacar
las conciencias y se apelaba entonces a la caución del orden estableci-
do y querido por Dios9• La dominación de los amos se sostenía como
si se tratara de un derecho divino

... y éste fue por mucho tiempo el tema de varios predicadores en aquéllas
malaventuradas provincias. Y éste era también el gran principio que daba
a los granadinos del Sur un carácter distinto de los granadinos del Norte y
Centro de la República.

9 Al punto de que un propietario, moralmente excepcional por lo demás, Joaquín


Mosquera, puede captar neta mente el matiz de reciprocidad en la disminución de
la condición humana que encerraba la relación amo-esclavo, y escribe a Rufino
Cuervo, el 7 de abril de 1852:«He perdido mucho; pero me he aliviado del inmenso
peso que gravitaba sobre mí, contra mi carácter. La manumisión de esclavos me ha
manumitido a mí». Véase Luis Ángel Cuervo, op. cit., p. 305.
.64 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

No hay duda de que una excepcional tolerancia divina debía


proporcionar un carácter totalmente distinto a los propietarios de
las provincias del sur. Más aún, si esta tolerancia se refrendaba
mediante un acuerdo terrenal con los pastores del rebaño, que no
tenían escrúpulo en utilizar la religión para justificar el principio de
opresión:
n. su predicación se reducía a dar una idea terrífica del Dios de las miseri-
cordias; a sublimar a los poderosos de la tierra; a inculcar al pueblo una
obediencia ciega respecto de las clases privilegiadas; a enseñar la aspereza
del ascetismo; a combatir la libertad amenazando a sus partidarios con las
eternas penas del infierno; a recabar por vía de limosna cuantiosas donacio-
nes, y a erigir en pecados las acciones más indiferentes de las clases pobres
y desvalidas.

Parece verosímil esta pintura de una región en donde las relacio-


nes sociales ocultan antagonismos irtedutibles. Resalta el aspecto
sombrío que revisten las creencias inculcadas por los predicadores,
que procuran subrayar más bien la culpa que la esperanza de una
redención. De allí también la influencia, mencionada por Mercado,
de los confesores en la vida social. Cada familia tenía un confesor,
como para desterrar a fuerza de escrúpulos los recuerdos del tráfico
con carne humana.
Sin embargo [aclara Mercado), la autoridad ilimitada de los confesores vino
a ser funesta para el progreso social, porque el interés del sacerdote cifrá-
base en mantener el orden de cosas existente, y más aún, cuando los cléri-
gos y frailes estaban ligados con los aristócratas, y representaban en
pequeño la alianza del altar y del trono.

La conclusión de Mercado, destinada a explicar las perturba-


ciones sociales, y a través de ellas su propia conducta, es digna del
resto. Según él, el dominio de las clases privilegiadas se extendía
en forma tan minuciosa, que la usura practicada en las ciudades,
las exigencias de los propietarios y el sistema decimal eclesiástico
condenaban al pueblo a un trabajo que apenas bastaba para satisfa-
cer sus deudas, o a la expectativa de la cárcel si no llenaba todos
sus compromisos.
No es raro, entonces, que se hubieran acumulado materiales su-
ficientes para un gran incendio. La esclavitud, la segregación racial
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 65

y las discriminaciones sociales, la arbitrariedad judicial que refleja-


ba las desigualdades de las clases, todo atizaba el odio hacia los mon-
teras (señores) y las ñapangas (señoras),
combustibles a montones [dice Mercado] había en aquellas sociedades:
oo.

de Bogotá se había lanzado un botafuego que debía incendiarios.

Los ANATEMAS DE LOS JEFES Y EL DESALIENTO


DE LOS PROPIETARIOS

La Administración del 7 de marzo y su protección a las s~es


de~as que le sirven de instrumento, desencadenan la protesta
de los conservadores. La complacencia del gobierno frente a la ac-
ción de las democráticas parece evidente. La suya parece haber sido
una actitud que, según José María Samper, convenía a los hombres
distinguidos, y que consistía
OO'no en oponerse abiertamente a las tendencias de los pueblos en conmoción,
sino en colocarse a su frente, dirigir sus movimientos, moderar sus instintos
y salvar los peligros con energía y valor, para evitar los excesos y los crí-
10
menes .

La revolución social permanente tiende a aceptarse como un estado


político normal enef
que la acción de una minoría debe limitarse a
cierto oportunismo moderador, puesto que se atribuye a las socieda-
des un movimiento propio infalible, unas «tendencias» o un instinto
que señalan sin equívocos el camino de la historia.
Los propietarios, a su vez, parecen haber adoptado una resigna-
ción tan filosófica y un sentido de la adaptación tan ejemplar, que
contra ellos fulminaban anatemas Caro y Ospina, aunque éste últi-
mo alimentara ciertas esperanzas antes de 1851y creyera que
la parte de la república que está al occidente de la Cordillera Central va
OO,

llegando al grado de uniformidad y de energía en su opinión contra el régi-


men de violencia, a que esperamos conducir toda la república 11.

10 Apuntamientos ...,op. cit., p. 531.


11 Véase José E. Caro. Epistolario, p. 344. La carta de Mariano Ospina lleva la fecha de
5 de noviembre de 1850.
66 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

En cuanto a Bogotá, no había que contar con ella para nada, pues
« ... la insolencia roja ha avasallado un poco más a los ricos egoís-
tas, que casi no se atreven ya a llamarse conservadores». Derrotados
los jefes caucanos de la revolución de 1851 (Borrero, en Antioquia y
Arboleda, en el Cauca), Caro condena sin salvedades geográficas la
complicidad de los propietarios: « ... esa bobería, esa cobardía sin lími-
tes de los propietarios de la Nueva Granada nos ha perdidoI2».
Esta deserción, sin embargo, estaba sobradamente prevista. El
antiguo poder de los hacendados -o mejor, su supremacía- se des-
moronaba ante sus propios ojos pusilánimes y fatalistas. El aislamien-
to los tornaba egoístas, y lo mejor que podían desear era un régimen
marcadamente conservador que mantuviera el país en el estanca-
miento y del cual pudieran derivar un poder natural. Pero se iban
haciendo cada vez más excepcionales los casos semejantes al del co-
ronel Ardila, de hombres capaces de sostener sus aspiraciones con
las armas y que se rebelaran por su propia iniciativa contra un go-
bierno con el que no estaban de acuerdo13.
El humor ligero y socarrón de Juan Francisco Ortiz nos transmite
una imagen llena de desaliento del hacendado, en víspera de las elec-
ciones del 7 de marzo 14.

Don Cándido Miraflores es un hombre honrado, si los hay, y sus haciendas


valen más de cien mil pesos; en ellas se da una vida de príncipe y en Bogotá
se contenta con no hacer ruido, con que no lo nombren para ningún empleo,
con que no le presten ni un real, con que no lo visiten, con que no lo ocupen.
Si un asesino, en una noche oscura, lo cogiera del pescuezo y alzando un
puñal enorme le pusiera el problema, que en lengua de los choríes se llama
la bolsa o la vida, vacilaría don Cándido para contestar y este rasgo pinta
todo su carácter.

12 Ibid. p. 161.Carta de julio 13 de 1851.


13 José María Ardila fue un rico hacendado de la Sabana, que participó de una manera
quijotesca en la revolución de 1851.
14 El Tío Santiago. Imprenta de Cualla, 1848,p. 137.Esta sátira política, que Ortiz pu-
blicó por entregas, poco antes de"las elecciones del 7 de marzo de 1849, fue muy
é!plaudida en la época y es una obra maestra del género, infortundamente poco
conocida.
LAS FUENTES DEL CONSERV ATlSMO 67

A tal punto llegó la ~tonía de los conservadores pudientes, que I


Mariano Ospina especulaba con la acción de las masas. Debían des- \
cartarse de la lucha elementos ideológicos, puesto que la pasión por'
las libertades, según su razonamiento, no distinguía a las masas ile-
tradas, que nunca habían podido saborearla. Tampoco serviría aliar-
se con los propietarios, pues su ineficacia, su egoísmo, y peor aun,
su manía del cálculo, habían quedado comprobados en la fracasada
revolución de 1851. Quedaba un camino que abría el acceso a las
masas: la religión:

... la única bandería conservadora que tiene vida y muestra resolución y


vigor es la que obra por sentimientos religiosos. El rojismo no tiene más
15
enemigo que le haga frente en la Nueva Granada que el catolicismo .

Ospina valora con justeza la eficacia de elementos irracionales


para mover a las masas. Un factor pasional -que según él se da en
su forma más pura en las mujeres, inclinadas a la piedad religiosa-
no puede contagiar la mente fría y calculadora de los ricos. Los re- \
volucionarios de 1851 sucumbieron, precisamente, porque los jefes
no compartían la animación emocional de las masas que enca-
bezaban.
En realidad, hubiera hecho falta un reactivo demasiado fuerte
para provocar un movimiento de oposición adecuado en el ele-
mento más genuinamente conservador de la Nueva Granada. En-
frentados a la marea montante del liberalismo, a la inspiración
«mística» de Lamartine y Eugenio Sué, los conservadores se halla-
ban maniatados por la indiferencia y la rutina, y porque las vagas
esperanzas del país no correspondían por entero a la imagen de sus
candidatos.

LOS CANDIDA TOS CONSERVADORES

El desaliento de los hacendados, parecían compartido los candidatos


conservadores. Poco antes de las elecciones de 1848,éstos abundaban
entre las notabilidades de Bogotá y d~ las provincias. Ellos traían

15 J. E. Caro, op. cit., p. 349. Carta de junio 22 de 1852.


68 P ARTlDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

consigo las aspiraciones de su provincia, o el prestigio social o de la


riqueza. El camino de las reformas emprendidas por el presidente
Mosquera les privaba de las opciones que podrían surgir de la pure-
za doctrinaria, es decir, de presentarse como conservadores a ultranza.
Su conservatismo, por otra parte, obedecía más bien a una tradición
imprecisa que asociaba sus nombres a los regímenes conservadores
desde los tiempos de Bolívar y, en un grado mayor, a su extracción
social o a la actividad que desempeñaban, antes que a la enfática
, afirmación de una doctrina. Aun Mariano Ospina, que defendía las
tesis conservadoras en El Nacional, parecía optar más bien por la mo-
deración en el uso de la retórica liberal, antes que oponerse abierta-
mente a las reformas liberales, orientadas, al fin y al cabo, en un
sentido clasista. Todo lo que podía esperarse del conservatismo era
la promesa de una administración sin demasiados sobresaltos para
el orden constituido, en el que aun los propietarios gozaban del dis-
cutible privilegio de no compartir la miseria general y, acaso, de la
complacencia en una «sobriedad republicana».
El conservatismo podía, sin embargo, exhibir una lista bastante
extensa de notabilidades que habían figurado desde siempre en
posiciones más o menos importantes dentro del gobierno o a las que
distinguía cierta celebridad local. Entre ellos, figuraban Eusebio Bo-
rrero, Joaquín Barriga, Mariano Ospina, Manuel María Mosquera,
José Ignacio París, Eusebio María Canabal, Juan de Francisco Mar-
tín, José Joaquín Gori y Rufino Cuervo. Este último era, sin duda,
el candidato ideal. La categoría de sus simpatizantes no nos deja
.s:avilardemasiado sobre las tendencias políticas de Cuervo. Según
Juan Francisco Ortiz, a quien complacía particularmente esta candi-
da tura,

'" el clero y el ejército, los jesuitas y los cachacos, los hombres influyentes
de la capital y los honrados electores de las provincias, todos, todos, que-
darían satisfechos si el doctor Cuervo, que es el ciudadano que está más
cerca del solía, lo ocupara en el período entrante16.

16 El tío ..., p. 39.


LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 69

Si el clero, el ejército, los jesuitas y los hombres influyentes hu-


biera logrado la victoria de su candidato, «la sobriedad republicana»
habría subsistido, quizá, por muchos años en la Nueva Granada.
Pero la aprobación de todos los elementos influyentes del país no
era suficiente para sobreponerse al desánimo que invadía a los prin-
cipales candidatos conservadores, Cuervo y Gorí, frente a proble-
mas que se insinuaban ya con demasiada evidencia. Juan Francisco
Ortiz revela este estado de ánimo por medio de una fábula que narra
el sueño de los tres candidatos17, en la noche del 6 de marzo de 1849.
¿Quién podría gobernar un país sin población, sin rentas, con tradi-¡
ciones políticas execrables, etc.?, es la duda que asaltaba a los candi-
datos conservadores:

... ¿Saben ustedes qué cosa es ser, no diré presidente sino siquiera vicepre-
sidente de este país, en este tiempo, en estas circunstancias, con los jesuitas,
la conserva, la democracia y el comunismo encima?

Fantasmas evocados involuntariamente como un eco de los te-


mas que los periódicos se complacían en exagerar o en debatir. Pero
con un fondo de verdad, al fin y al cabo, disimulada por la garrule- .
ría. En el horizonte político y social habían surgido problemas, o
mejor, necesidades inaplazables, que la ponderación y la influencia
de los altos círculos no bastaban para conjurar. Cualquier cosa podía
convertirse en una amenaza, en un clima de desconfianza y de ex-
pectativa.
La revolución francesa de febrero, que había proclamado el co-
mienzo de la república social, era mirada como un nuevo cataclismo
universal. Así parecían indicado los movimientos que se desenca-
denaron en toda Europa. ¿LaNueva Granada escaparía a esa total con-
flagración? Nadie lo esperaba. Juan Francisco Ortiz, disfrazado de
auende,

.,. vio, delante de la Europa que arde como una inmensa hoguera, y de las
repúblicas americanas que vkn reflejarse en ambos mares las llamas de
aquel incendio: vio (...) consumarse en silencio una imprevista revolución,
disfrazada con el sencillo ropaje de una elección de presidente.

17 Imprenta de M. Sánchez y G. Morales. 1849(?).


70 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

Esta interpretación del 7 de marzo, llena de dramatismo un poco


pueril, es, sin duda alguna, exagerada. Para las condiciones de la
Nueva Granada, algo había ocurrido, no obstante, que significaba
una transformación fundamental. El general López, a quien no distin-
guían grandes talentos, excepto su honradez que nadie negaba, era
el candidato que exaltaban los liberales de todos los matices. A los
conservadores no les cabía duda de que ellos iban a disputárselo,
a influenciarlo y a obligarlo a asumir las reformas más descabella-
das. De nada habrían valido las alarmas y las imágenes apocalíp-
ticas que se habían evocado para desterrar la indiferencia de los
ricos:

... las piedras no se mueven; pero vendrá el día (y tal vez muy pronto) en
que no quede una sobre otra! Adiós almacenes, adiós casas, adiós hacien-
das! Ellas pasarán a otros dueños, porque los intentos revolucionarios tien-
18
den a esos fines .

LA VISIÓN COMPLACIENTE DE EUGENIO DÍAZ

Es el momento de citar las obras de Eugenio Díaz. Ya Salvador Ca-


macho Roldán colocaba a Manuela en el centro de los confliCtos que
provocó «... el partido liberal triunfante en las elecciones de 1948 y
1849»19. Eugenio Díaz traduce efectivamente en sus novelas los tras-
tornos que el nuevo orden producía en un cierto medio social, que
se identifica con los estratos más conservadores, exactamente entre
los hacendados de la sabana de Bogotá.
Díaz prodiga a todo lo largo de su obra sentimientos de simpatía
hacia los pobres, hacia los indios desposeídos de su primitiva heredad
por las instituciones republicanas, y, en general, hacia todos aquéllos
que eran las víctimas señaladas no sólo de los sistemas tradicionales
de explotación sino de los que toda revolución, presente, futura o
pasada, trajera consigo:

18 El tío..., p. 146.
19 Véase el ensayo sobre ManueIa, en Estudios. B.A.C.Edit. Minerva. Bogotá, 1936,p.
85 Y ss.
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 71

... pues no saben ustedes que en nuestras revoluciones y guerras civiles se


salvan a lo último los magnates, y los que pagan el pato son los que com-
20
ponen el pueblo?

Este sentimiento, un poco amargo, se ve reforzado por una natu-


ral desconfianza hacia la sociedad urbana y sus refinamientos: «...
de las clases altas sale la corrupción que pervierte las buenas cos-
tumbresde los pobres», dice en El rejo de enlaza/l. Sus ingenuas
y bobaliconas heroínas poseen una afición marcada por las novelas
sentimentales -sin que ninguna de ellas encarne siquiera por ca-
sualidad el prototipo de Ernma Bovary-, que el novelista se apresura
a condenar con justicia, porque tales novelas pervierten los corazo-
nes sencillos y recatados, haciéndoles anhelar insensateces que los
galanes pueblerinos rechazarían con indignación. Sin duda, el am-
biente en que viven posee cualidades desiTltoxícantes, y Díaz insi-
núa apenas esta inclinación malsana como uno de los caprichos
naturales de las cl,,:ses altas, al que se dejan seducir pasajeramente
sus virtuosas hacen dadas, por la insinuación de algún robusto ga-
ñán que ha pasado algunos años en el Colegio de San Bartolomé.
En él hay una natural complacencia hacia los señores rurales,
hacendados bonachones e incorruptibles que ejercen su poder arbi-
trario con una conciencia paternalista. De vez en cuando cometen
algún desafuero con sus inferiores, pero el novelista se apresura a
hacer resaltar al mismo tiempo su sentido innato de la justicia, una
justicia que desgraciadamente se ven precisados a aplicar ellos mis-
mos.
Aunque Díaz no ahorre las censuras destinadas a los propieta-
rios, se trata siempre de reflexiones generales y vagas sobre «los ricos»,
que le arranca el espectáculo de la miseria de las víctimas. Nunca un
hacendado «real», es decir, alguno de sus personajes, aparece pinta-
do con rasgos antipáticos o que pudieran inducimos a pensar que
estos buenos señores someten deliberadamente a sus arrendatarios
a las más gravosas condiciones. Estas condiciones existen, pero obe-

20 Eugenio Díaz, El rejo de enlazar. B.P.C.C.2a. edic. Edit. Kelly. Bogotá, 1944,p. 71.
21 Ibid. pp. 98 Y99.
72 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

decen a un orden más general y, en todo caso, no dependen de la


benevolencia de los señores. Ellos se compadecen razonablemente y
están animados siempre de sentimientos cristianos. Sólo que su uni-
verso es perfectamente estático, aparentemente una obra de la natu-
raleza que, como tal, no puede modificarse. El 2rbe moral no tiene
cabida dentro de este orden, sino en la forma de menudas virtudes,
un poco tarisaicas y siempre provechosas. Los cambios, si los hay,
deben ser lentos como la acción misma de la naturaleza. Es la natu-
raleza lluviosa y melancólica de la Sabana, que prolonga el tiempo
y 10 colora de su luz nebulosa:

'" las haciendas de la Sabana van pasando por la reforma lenta de la civili-
zación de la Nueva Granada, que no se presta a los adelantos de verdadero
provecho ni en máquinas, ni en crías, ni en nada de las artes que dan el
22
verdadero lucro .

En el ambiente antinovelesco creado por Eugenio Díaz, no hay


un solo personaje que encarne un principio moralmente «malo» y
que con sus maquinaciones amenace la tranquilidad idílica de los
«justos» oque ponga a prueba sus mediocres virtudes. El agente ma-
ligno viene de fuera, de la ciudad y de la administración, y consiste
en la exaltación reformadora que desquicia el inmutable orden ru-
I ral. Díaz no denuncia propiamente a los energúmenos radicales o
gólgotas que propician toda esa alharaca. Ellos son seres superiores
y bienintencionados que comparten la humanidad paternalista de
los hacendados. Lo que teme es el cataclismo social, la imagen odiosa
de la alteración de un orden de cosas, por el que se pronuncia con
reticencias perceptibles a ratos, pero que pudiera ser infinitamente
peor. Es el temor de ver el poder en manos de seres oscuros y sin
linaje, incapaces de comprender todo idealismo y que buscan la opre-
sión por la opresión. Es el miedo, en fin, de que los reformadores
bien intencionados, que se dedican como a un noble juego a propa-
gar principios, no comprendan el peligro que éstos encierran y pier-
dan el control de una situación entregada a merced de hombres sin
escrúpulos. Don Tadeo, el ridículo y exaltado tinterillo de Manuela,

22 Ibid. p.12.
LAS FUENTES DEL CONSERV ATISMO 73

no es una pura ficción novelesca, sino la pintura aproximada de un


fenómeno social que hunde sus raíces en una forma inusitada de
prestigio y de dominación: la de la casta de los doctores, incapaces ,1
por tradición, o más bien por rutina, de convertirse en empresarios ~
(como lo deseaba Miguel Samper)23y cuya prolongación natural es
la del rábula, especie de caricatura de los abogados, que se forma
alrededor de las escribanías y de los juzgados.
Díaz, por miedo de la demagogia, se veda el derecho de compar-
tir las amargas críticas que de vez en cuando coloca en boca de sus
personajes humildes, destinadas a los que visten botas y casaca.
Aunque denuncie la suerte miserable de los arrendatarios y de los
peones de las haciendas, deja entrever siempre que éste es el orden,
o que al menos las reformas son impotentes para alterarlo. A las ve-
leidades cosmopolitas de los doctrinarios, opone el arraigo a formas
de vida cuyos detalles más nimios se infiltran en los gestos cotidia-
nos o se incorporan a las actividades esenciales:
... los potajes principales fueron la mazamorra y las papas cocidas, y su
vino, 1<\chicha que corría al par del huso y la piedra de moler a despecho
de los buenos discursos de los apóstoles del progreso de la Nueva Granada.

y más adelante:

... trescientos años de civilización colonial y cincuenta años de civilizacion


republicana no han podido dar a los moradores de Cundinamarca los objetos
industriales que puedan sustituir las tres piedras del fogón, los telares, el
huso, las puertas de talanquera, las lavaderas y la piedra de moler de las
24
cocinas de los pobres y de los ricos :

¿Elautor echa de menos la civilización o exhibe un orgulloso apego


a objetos que se convierten en símbolo de lo duradero?

23 La miseria en Bogotá, op. cit. p. 28: «Surgió de esto un hecho de las más funestas
consecuencias, pues saliendo los alumnos de entre las familias acomodadas, que
son las que desempeñan como empresarios de industria el papel más importante
en la obra de producción, los hábitos de rutina e ignorancia se perpetuaron y no
sólo han continuado su atraso los cultivos y empresas ya establecidas, sino que se
ha retardado la explotación de industrias tales como el cultivo del café, del añil y
del nopal, que exigían empresarios activos y preparados».
24 El rejo..., pp. 113 Y 119.
74 PARTIDOS POlíTICOS y CLASES SOCIALES

En el antiguo orden paternalista de hacendados más o menos ilus-


trados, no es raro encontrar un patrón bienhechor (Díaz se resiste a
describir uno que no lo sea). Si no lo es, al menos hace parte natural
del mismo mundo en que se mueven sus desheredados arrendata-
rios. Ese mundo se ve atacado y removido por todo lo que viene de
fuera: se ve amenazado por reformadores que son impotentes para
introducir una sola mejora en su interior, y que apenas lo utilizan
como escenario para sus guerras civiles, en las que consquistadores
¡ y conquistados vierten su sangre. Díaz quiere sustraer a su querido
mundo a todo movimiento, enclaustrado dentro de una fortaleza en
cuyo ámbito no transcurriera el tiempo: « ... ojalá que todas las ha-
ciendas tuvieran puentes levadizos y fosos y castillos para la defen-
sa de las propiedades» 25.
¿Qué significan las leyes mejor concebidas en un medio imper-
meable a su influencia, en donde su interpretación queda a la merced
de un tinterillo inescrupuloso? ¿Qué bien pueden procurar a una
sociedad que no se rige por ellas sino que se somete al capricho san-
tificado por el derecho de propiedad? En este caso, las leyes sólo
sirven para introducir confusión y se convierten en la razón de ser
de quienes las manipulan a su amaño, contra el querer y el parecer
de propietarios y desposeídos. Para éstos significan una nueva fuen-
te de agravio. Para aquéllos, una intromisión en el orden que sancio-
na su presencia.

OO'Yo creía cándidamente que todas esas leyes que se dan en el Congreso y
todos esos bellísimos artículos de la Constitución eran la norma de las pa-
rroquias y que los cabildos eran los guardianes de las instituciones; pero
estoy viendo que suceden cosas muy diversas de las que se han propuesto
los legisladores; por lo menos en donde haya un don Tade026.

Esto confiesa uno de los personajes de Manuela, Demóstenes, el


cachacho y gólgota bogotano, cuya presencia en una alejada parroquia
obedece a motivos aparentemente sentimentales y ocultamente po-
líticos.

25 . Ibid. p. 207.
26 Manuela, p. 214.
LAS FUENTES DEL CONSERVA TISMO 75

Don Tadeo, personaje al que se refiere Demóstenes, es el tinterillo


pintado, sin ninguna condescendencia, con los colores más sombríos,
la caricatura de una minoría superior aunque extraviada, el reverso
de la medalla y el único eslabón visible de los doctrinarios de la ca-
pital con la parroquia lejana. Si el radical puro es un ideólogo con-
vencido, para el que todo lo que predica y escribe « ... de abolición
de monopolios, de división de los grandes terrenos, de igualdad fra-
ternal, de trabas a los ricos, de aliviar al menesteroso con lo sobrante
del avaro (...) no es otra cosa que la doctrina predicada en el Gólgo-
ta»27,el tinterillo es propagandista en su propio provecho. Es el re-
sentido que no respeta las jerarquías sociales, y por eso prohíja las
teorías liberales más extremas, aplicándolas con tal rigor deforma-
dar, que en sus manos se convierten en un arma de opresión.
Con todo, contra la intención más evidente del inexperto nove-
lista, se está tentado a simpatizar con don Tadeo por su maldad de
opereta, que consiste sobre todo en atemorizar a las lugareñas (el
autor disimula púdicamente algo más atrevido), más bien que con
Demóstenes, que se contenta con deseadas y explicarles el alcance
teórico de la libertad y la fraternidad, tropezando a cada paso con
sus límites reales, los que impone la ridícula prestancia de su propia
persona.
Para Díaz, don Tadeo es el verdadero peligro de las nuevas doc-
trinas, su excrecencia natural e inevitable: la subversión de las pri-
mitivas jerarquías, mil veces preferibles y tolerables. El tinterrillo
encarna el temor constante de los hacendados de que se los despoje
de su poder y se lo sustituya por el de un agente despótico y arbitra-
rio de la clase en el poder, destinado a sojuzgados. En la nueva so-
ciedad, hasta ei cura, ei abada naturai de 10s propietarios, queda a J

merced de las manipulaciones electorales de este agente de la socie-


dad civil por las leyes que confieren el nombramiento de los párro-
cos a las cámaras de provincia y a los cabildos.
El tinterillo se mueve libremente dentro de un ámbito semiur-
bano y opone el poder que se deriva de una mañosa interpretación
de las leyes al orden, hasta ahora indiscutible, que sanciona la pre-

27 [bid. p. 26.
76 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

eminencia social y económica. Por eso los hacendados de la novela


se ponen de acuerdo, sin el menor escrúpulo, para eliminar a don Ta-
deo, en una sesión memorable que recuerda extrañamente la alianza
pasajera de gólgotas y conservadores para luchar contra el gobierno
provisorio del general Melo.
El testimonio de Eugenio Díaz es interesante y, no hay que decirlo,
absolutamente parcial. Da cuenta del escepticismo en que se movía
una población campesina, cuyo estado nada tenía de envidiable, frente
a cambios que no la modificaban y que, antes bien, daban la impre-
sión de que la empeoraban. ¿A qué tanto hablar de libertad, de de-
rechos sancionados por la Constitución, si su efecto servía apenas
para introducir la incertidumbre y la desconfianza respecto a un or-
den malo pero aceptado unánimemente? Y la igualdad ... ¿es que ha-
bía igualdad posible en un medio cuya estabilidad dependía de la
rigidez de las jerarquías sociales y en donde aun diferencias raciales
casi impercep'tibles elevaban una valla infranqueable entre los des-
poseídos y la casta de los hacendados? El poder de éstos y su pres-
tigio social se apoyaba, precisamente, en la existencia oscura de miles
de infelices, a quienes representaban políticamente. Más aún, los pro-
pietarios constituían la única garantía de un orden posible, con su
mediana ilustración y su conciencia innata de señores. Era el dique
imprescindible a la marea amenazante de resentimientos seculares
que pugnaban por sobreponerse a la dominación. Eugenio Díaz
aprueba tácitamente las diferencias que señalan a cada uno su pues-
to dentro de la sociedad y permiten que la virtud de los buenos ricos
brille con todo su esplendor. Pues si no existiera esta virtud, ¿qué
sería de la sociedad?
Capítulo V
FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR

LA GARANTÍA DE LOS INTERESES

Florentino González supo halagar al presidente Mosquera y hacer


parte de su gabinete, a pesar de la resistencia que debía encontrar
uno de los conjurados de septiembre en el ánimo del general. La
colaboración de un~_o~~ti~adoliberalel! un .gobierno cons~r~~~9r
causó cierfOdesconcierto en las filas conservadoras. La Civilización,
el periódico de Caro y Ospina, calificaba el hecho de inexplicable, y
no tardó en atribuir la derrota del 7 de marzo a una supuesta de-
fección de Mosquera y la adopción por su parte de un «programa
rojo» propuesto por González . Así se calificaba el proyecto de con-
vertir en documentos de deuda pública los bienes eclesiásticos y las
reformas al sistema de Hacienda.
González había salido del país, a raíz de la revolución de 1840, y
establecido una casa de comercio en París.
A su regreso aquí, hace seis meses y todavía bajo la impresión de las gran~
des cosas llevadas a cabo en Francia después de algunos años, el señor Gon~
zález, tomándose por campeón de los intereses. materiales, se dedicó, en
una serie de artículos muy bien hechos, corteses por lo demás, a la apatía y
a la ignorancia del gobierno en las cuestiones más vitales para la prosperi~
dad del país. Buenas razones dadas con moderación, alabanzas certeras y
personales al general Mosquera, extinguieron las repugnancias de éste por
un hombre cuyo pasado y cuyo carácter firme no le convenían y el acuerdo
fue pronto tan perfecto que todas las condiciones que ponía el señor Gon~
zález obtuvieron la sanción del presidente.

1 Véase Estanislao Gómez B.,Don Mariano Ospina y su época. Medellín, 1913,p. 404
Y ss.
78 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

Tales son las impresiones del cónsul francés, De Lisle2, sobre la


alianza entre Mosquera y Florentino González, que a los conserva-
dores les parecía inexplicable. De LisIe se refiere, sin duda, a los ar-
tículos publicados por González en El Día en los cuales elogiaba las
medidas tomadas por Mosquera para liberar la producción de oro
de trabas fiscales y lo invitaba a hacer otro tanto con la agricultura.
En cuanto a «las grandes cosas llevadas a cabo en Francia», durante
la monarquía de Luis Felipe, que pudieron impresionar al colombia-
no, la obra de Balzac, y particularmente uno de sus personajes, el
barón de Nucinl!.en, las ilustra bastante bien.
La a l·lanza con -iVlOsquerano es 1a unrca
¡\¡¡19é'~~' ,. a l'lanza mespera
. d a que
contrae el nuevo campeón de los intereses materiales. Más tarde lo
veremos dirigir un periódico, que lanza su candidatura a la presi-
dencia, asociado con Lino de Pombo -burócrata profesional y uno
de los principales promotores de la Caja de Ahorros de Bogotá- y
con Julio Arboleda, a quien, sin duda, lo acercaba una común aver-
sión por los jesuitas.
Su figura se destaca por una ambición que no se disimulaba y
por un elevado concepto 'de sí mismo. Era conocido por su amor al
dinero y por frecuentar la amistad de capitalistas y hombres de ne-
gocios3. A su nombre están asociadas las más audaces reformas del
presidente Mosquera y, especialmente, la reducción de la tarifa adua-
nera, que Ospina criticaba tan duramente. Esta medida le valió la
aversión de los artesanos de Bogotá -y el consiguiente acercamien-
to a la fracción gólgota-, que lo vapulearon en 1853, en el momento
de mayor exaltación en su lucha contra los comerciantes de Bogotá.
El mismo Florentino González, al referirse a su colaboración en
la administración de Mosquera, escribe:

... me tocó el honor de ser el órgano de la liberal administración del general


Mosquera para iniciar en 1846 el restablecimiento de los principios libera-
les, de que ya nadie se atrevía a hablar siquiera en esta tierra. En 1847 se
abrió decididamente la campaña entre las nuevas y las viejas ideas; y me

2 Archivo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia. Vol. XVIII. Colombia.


1845-1847.Fol. 194 v.
3 Salvador Camacho R., Memorias, 11.p. 41.
FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 79

parece que a la constancia con que lidiamos los qu~ dirigíamos las opera-
4
ciones es que se debe el restablecimiento de los principios liberales .

González es un eslabón muy importante para comprender la


ruptura de las condiciones económicas que se opera en la Nueva
Granada a partir de 1859, y más aún, la mentalidad de los hombres
que provocaron esa ruptura. Aunque dotado de un estilo muy per-
sonal, su acción y su pensamiento políticos aparecen en cierta forma
como representativos de las aspiraciones de la clase comerciante.
Si tenemos en cuenta su experiencia europea y sus vinculaciones ul-
teriores, resulta fácil concebir el papel que jugó como mentor de esa
clase, la cual insinuaba su energía conquistadora. Ya desde 1845,
sugiere en una carta privadas la conveniencia de crear un banco des-
tinado a facilitar el movimiento mercantil. Considera que la forma-
ción de grandes intereses constituye un factor de estabilidad capaz
de subordinar la acción del Estado, de esterilidqd capaz de subordi-
nar la acción del Estado, de esterilizada en cierto modo, de tal manera
que el mismo Estado no constituya un peligro para la paz, cuando
se convierte en el instrumento de una facción política. Quiere hacer
derivar el Estado hacia una postura racional, indicada por su pro-
pio interés, que debe coincidir con el interés de los grandes capita-
les. No puede expresarse un deseo más claro de convertir al Estado
en instrumento de una clase (económica), la cual, por 10 demás, no
interviene en la gestión burocrática -lograda como una conquista
de partido-, pues su poder no reside en esa gestión sino en su in-
fluencia sobre ella.
Esta aspiración, que rechaza el apoyo sobre nexos afectivos e
irracionales, propios de la mecánica de los partidos o que al menos
éstos acogen en un mayor o menor gr-ado, 10 induce a enfrentarse a
los partidos tradicionales como si se tratara de instrumentos ~sue-
tos o al menos inadecuados para 10 que se propone. Sus críticas acerbas
a la empleomanía, apuntan precisamente a descartar una cóncep-
ción d~l Estado que se limita a convertido en el instrumento de un

4 Artículo "Federación», en El Neogranadino, No. 239, de 25 de febrero de 1852, pp.


66 Y 67.
5 Publicada en El Aviso, No. 27, de 23 de julio de 1848.
80 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

, partido. En realidad, Florentino González concibe una forma de es-


tructuración de la sociedad que corresponde a un estadio superior
de evolución histórica, y que debía resultar un poco desconcertante
a sus contemporáneos, acostumbrados a asociar su suerte a la de su
! partido, sin preocuparse de sus responsabilidades como clase. Gon-
zález hace hincapié sobre estas responsabilidades de la casta diri-
gente, y prácticamente la invita a reproducir en Nueva Granada las
condiciones de Francia bajo Luis Felipe, en la que los intereses finan-
cieros están convenientemente entrelazados con la gestión oficial.
Sus deseos apuntan a una supremacía social sustentada por el poder
del capital y la organización del trabajo. Hace observaciones muy
concretas, que revelan la importancia que atribuye a los «interese~
como elemento ordenador de la sociedad, en el sentido- depreemi-
nencia de clase a la que aspira:
'" así, [explica], los intereses han venido a resolver el problema de la paz y
de las garantías sociales. La clase proletaria, ansiosa de z:edrar sin trabajo, mur-
mura a veces, mas se ve necesariamente obligada a limitarse a éstos; por estar
dependiente su subsistencia del trabajo que la clase propietaria le propor-
ciona, no puede lanzarse a empresas de éxito incierto, dejando la posición
segura aunque humilde de que goza en su dependencia de los intereses.

Esta declaración, que expresa enfáticamente el deseo de subordi-


nar la clase trabajadora y uncirla al yugo de los intereses, contrasta
extrañamente con la posición liberal que el autor asume en el juego
político, pues renuncia a los privilegios burocráticos de los que
«... quieren continuar siendo los tutores forzados del pueblo». En
I otras palabras, renuncia a las vinculaciones de tipo partidista y a las
ventajas obvias de pertenecer a un partido, en provecho de la crea-
ción de una dependencia más estrecha de los ciudadanos con respec-
to a sus dirigentes. Esta idea constituye la expresión nítida de una
conciencia capitalista en un medio que, por lo demás, debía contras-
tar con ella, por las formas anárquicas de la organización del trabajo.
Las formas del trabajo artesanal por lo menos invitaban a estas em-
presas de éxito incierto que sugiere González, pero no había manera de
\ reemplazadas por formas de producción industrial. Debe tenerse en
I cuenta, sin embargo, que González escribe en París, indudablemente
FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 81

bajo la impresión de las grandes cosas llevadas a cabo en Fran-


« ...
cia».
Con tales premisas y afianzado en un tal poder, desdeñando la
mezquindad de los bandos para crear la potencia gubernativa de la
riqueza, Florentino González postula su candidatura a la presiden-
cia, cuando las circunstancias no han alcanzado un grado de madurez
como para prescindir de las viejas banderas y de los viejos gritos de
combate; cuando su alianza con Lino de Pombo y Julio Arboleda no
es todavía caución suficiente y tampoco lo es la garantía de inde-
pendencia que proporciona el diner06; cuando la explotación lati-
fundista de los estados del sur está a punto de enfrentar su más grave
crisis y el comercio no ha iniciado su carrera ascendente. Otros, más
instintivamente, buscarán conciliar el cálculo con las viejas quere-
llas, para iniciar el ascenso. Pero el momento de los hombres como
Florentino González no ha llegado todavía. Al menos así lo adivinan
sus contemporáneos, y su parecer queda consignado en el apóstrofe
de Manuel Murillo Toro: «oo. si usted hubiera gobernado o gobernara
la República, en tres meses habría usted perdido el país con su libe-
ralismo a la Luis Felipe>/.

LA INDEPENDENCIA DE DON FLORENTINO

¿Liberal? ¿Conservador?: frente al aspecto partidista de la lucha que


se entabla en 1848,la posición de Florentino González se mantiene en
la ambigi.iedad. Desde otro punto de vista, el significado aparente
de esta posición queda justificado por el deseo eminentemente ra-
cional de superar una lucha política estéril. El Prospecto de El Siglo
es categórico en este sentido, aunque en otros aspectos sea bastan-
te vago. No es muy convincente, en efecto, cuando se declara parti-
dario de la libertad, la fila n tropía y la civilización, en los umbrales de

6 En el «Prospecto» de El Siglo (No. 1, de 8 de junio de 1848), declara: «Indepen-


dientes por nuestra posición; profesando opiniones hijas de nuestra convicción, no
hacemos causa común con ningún partido; no prohijamos sus extravíos ni sus exi-
gencias; no pertenecemos sino a la causa común de la libertad, la filantropía y la
civilización» .
7 El Neogranadino, No. 245, de 8 de abril de 1853, p. 116.
82 PARTIDOS poLíTICOS y CLASES SOCIALES

una lucha que no interpreta las palabras literalmente, sino que exige
que sugieran promesas o rencores.
I Para la ortodoxia conservadora de Mariano Ospina, González
, « ... se ha hecho representante de un partido equívoco que a nadie
, place y que ninguno acepta»8. Pero ya la postulación de su candida-
, tura había creado alguna confusión. Muy poco antes, cuando se
creía que ella provenía del partido liberal, los conservadores se ha-
bían apresurado a manifestarse complacidos9, pues se reconocía en
el candidato a un hombre preocupado, ante todo, por el estímulo de
los intereses materiales del país y dominado por la idea que había
traído de Europa de desarrollar los gérmenes de riqueza de la Nueva
Granada. No sólo para los conservadores era el candidato más de-
seable que podía proponer el partido liberal -en cuyas filas se lo
contaba, «conalgunas modificaciones», es cierto-, sino también para
todos los hombres positivos del país, que compartían el mismo tipo de
preocupaciones económicas y a los que se toleraba la excentricidad
de despreocuparse por las discusiones políticas.
Aprobado como adversario, encuentra resistencia como agente
de una fracciónmás del partido conservador, que por entonces atrave-
saba una aguda crisis, sin que los clamores de Mariano Ospina por la
unidad fueran escuchados. Pues, si en rigor los enunciados de Gon-
zález eran liberales, su violenta oposición a los niveladores, de quie-
nes todo se temía, lo convertían en un aliado del conservatismo. Un
aliado incómodo en las circunstancias anotadas ..., que no garantiza-
ba la pureza doctrinaria tan necesaria a la unidad, y cuyo único punto
de contacto con los conservadores lo constituía cierta intransigencia
de minoría que aspiraba a una « ... democracia ilustrada, en que la
inteligencia y la propiedad dirijan el destino del pueblo ...» y que
rechazaba con energía «... una democracia bárbara, en que el proleta-
rismo y la ignorancia ahoguen los gérmenes de felicidad y traigan la
sociedad en confusión y desorden»lO.Los ideales más genuinos del
liberalismo del siglo XVIII se aliaban en este caso a los temores con-
servadores de una sociedad igualitaria.

8 El Nacional, No. 9, de 16 de julio de 1848.


9 Ibid. No. 2, de 28 de mayo de 1848.
10 El Siglo, No. 3, de 29 de junio de 1848.
FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 83

El Siglo subraya la necesidad para la minoría de mantener su co-


hesión frente a las masas, pues el abismo que la separa de éstas no
puede ser colmado por los halagos de una ideología. No es cosa de
dejar intervenir la irreflexión y las pasiones, allí donde deben decidir
la inteligencia y el peso del prestigio social. Ni propiciar una des a-
gregación social del poder para apoyarse en el concurso de las masas,
afirmando una mentirosa universalidad de los privilegios que sólo
competen a una clase. Pero el proceso es inevitable, aunque los hom-
bres de El Siglo quieran detenerlo y renovar al mismo tiempo los
objetivos sociales y políticos de la minoría. Aunque quieran afian-
zarla sobre las bases de un poder real, estructurando la economía. El
Prospecto reproduce inútilmente los motivos familiares de Florenti-
no González:

miembros de esta generación, de la generación llamada a sustituirlo todo,


oo.

a sustituir el movimiento de la industria y el comercio a la apatía de la


pereza; a reemplazar los delirios del fanatismo con los consejos de la tole-
rancia; a destruir los privilegios de la aristocracia con la igualdad de la de-
mocracia; nos apresuramos a hacer esfuerzos para que se consume la obra
de regeneración social, para que la especie humana llegue a aquel grado de
felicidad sobre la tierra a que el Creador la destinó dándole la inteligencia
para alcanzarlo.

Pero si Florentino González renuncia voluntariamente a la Demo-


cracia bárbara de los niveladores, el partido conservador no descarta en
modo alguno el concurso de sus propias masas. Y paraobtenerlo,
recurre a otro tipo de universalidad que enfrenta a las promesas de
los niveladores: promueve deliberadamente la cuestión religiosa. Un
arma que desdeña también la democracia ilustrada del «partido progre-
si.sta .m.od_erado» de Florentino González. Su rep-ulsiónen este serlti-
do es casi instintiva y obedece a un filosofismo decantado, casi a una
segunda naturaleza. No debe atribuirse esta reacción a un impulso
irreligioso, sino más bien a cierta inmoderación de la tolerancia. Le
irrita los nervios ver las calles invadidas por procesiones intermina-
bles, le incomoda sacarse el sombrero cada vez que las campanas
-innumerables- de las iglesias anuncian una ceremonia. Es, en el
fondo, la antipatía por un exceso cultural que constituye una especie
de presencia obligada de la religión en la vida social y una coerción
invisible; lo que es peor, una imposición de actos mecánicos y super-
84 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

ficiales, de un vago significado de acatamiento social más que reli-


gioso, sin que arraiguen casi nunca en una verdadera intención pia-
dosa.
A pesar de su subjetividad, los motivos últimos de esta actitud
son mucho más concretos que los de los niveladores. Para éstos, el
fanatismo posee una entidad que se alía oscuramente a los designios
de los conservadores. Los jesuitas son una organización tenebrosa que
ejecuta sombrías maquinaciones destinadas a obtener dominación y a
despojar alas viudas ya los huérfanos (se piensa involuntariamente en
El judío errante, de Eugenio Sué, una de las fuentes de estos sentimien-
tos tan especiales). El antagonismo de Florentino González es menos
caprichoso:

... desde que de alguna manera se autorice que los jesuitas estén en el país
como comunidad pública, se les facilitan los medios de adquirir, porque
ellos no pueden adquirir sino para la comunidad y de ninguna manera in-
dividualmente. Ahora bien, sabida es la codicia insaciable de los jesuitas y
las grandes adquisiciones l\ue han hecho en todas partes en poco tiempo
l
con sus manejos hipócritas .

Con excepción de la cuestión «jesuitas»,los enunciados políticos de


Florentino González tienden a una conciliación entre los dos parti-
dos. Más exactamente, a una superación de las querellas tradiciona-
les. No se procura el acercamiento sino la adopción de un punto de
vista más elevado, que El Siglo p!-opone_cmnº-...unailIlªg~J.'lideal del
lfombre de EstaiIiJl3., Este es, ante todo, el hombre quese-colOQ por
encima de las pasiones y que puede concebir y ejec~t~r designios
racionales. La racionalidad debe ser la piedra de toque de todas
sus acciones y debe aún anteponerse a las incitaciones de la opinión
general: « •.. debe examinar (el hombre de Estado) si lo que existe es
lo mejor, si la opinión que lo sostiene es racional. Y en caso de no
serio arrostrar esta opinión», La intención se inclina hacia las refor-
mas, pues es bien sabido que lo que existe en la época es considerado
como una herencia gravosa del pasado colonial. La decisión debe
quedar, en todo caso, en manos de un solo hombre, capaz de medir

11 [bid. No. 12,de 31 de agosto de 1848.


12 [bid. No. 3.
FLORENTlNO GONZÁLEZ, EL MENTOR 85

la conveniencia de una reforma o de valorar con justeza la bondad


de lo existente. Se da por sentado que tal virtud sólo es poseída por
el ser excepcional que es el verdadero hombre de Estado. Y no es de-
masiado aventurado suponer que esta imagen ideal se refiere al mismo
Florentino González. Todos convenían, en efecto, en que González
tenía un elevado concepto de sí mismo y que aún le asistía la razón.
La imagen del hombre de Estado, en todo caso, es bastante halagadora
si él mismo quería pasar por tal:

...vastos conocimientos, habilidad par las combinaciones políticas, convic-


ciones profundas, firmeza incontrastable, fe en sus principios, decisión ac-
tiva y perseverancia para realizarlos, sin ~drarse por ninguna dificultad,
he aquí las cualidades del hombre de Estado.

Debe agregarse que sus designios, aunque muy personales, de-


ben trascender su interés egoísta. Esto lo diferencia del vulgo, que
se ve atraído más bien por intereses transitorios y por la satisfacción
inmediata de sus deseos, siendo incapaz por eso mismo de abrigar
propósitos de largo alcance o de~esar su conveniencia.
La actitud desdeñosa de González hacia las masas es un comple-
mento necesario a su valoración negativa de los partidos. Éstos no
son sino la forma semiorganizada de las masas y sustentan su raíz
en los defectos populares. Son in~decuados para efectuar una selec-
ción válida dentro de su seno, puesto que su razón de ser apunta a
satisfacer las pasiones y no al reconocimiento de la cualidad superior
del hombre de Estado. Ni siquiera saben reconocerlo, ni gozan del pri-
vilegio de acatado. La selección de los dirigentes se opera de acuer-
do con la naturaleza menguada de los partidos, que toman por hombre
de Estado al que sepa halagar sus pasiones o manifieste un odio más

-
inveterado hacia los adversarios.

LA ANGLOMANÍA

Florentino González se esforzó en dotar a la minoría dirigente de


una clara conciencia de sus objetivos y trató de evitar concesiones
que atribuía a la demagogia, es decir, al desconcierto de un sector de
la minoría, pero que en realidad implicaban una táctica política. Él
86 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

asume con propiedad los intereses de su clase, invitándola a conver-


tirse en el espejo en que se mire toda la sociedad.
A raíz de su segundo viaje a Europa, adquiere la convicción de
que la influencia francesa es nociva a la juventud porque constituye
un estímulo constante a la imitación ridícula de Napoléon o de los
I extremistas13. Aconseja a los jóvenes volver la mirada hacia la histo-
ria norteamericana, sin duda para llamar la atención sobre la severi-
dad puritana de los gestos, desprovistos de todo patetismo. Que los
jóvenes aprendan la versión menos heroica pero más consecuente de
los principios republicanos. Que la libertad se convierta en el ejerci-
cio austero de virtudes burguesas recompensadas por el fruto del
trabajo, y que cese su ruidosa versión, confusa mezcla de algarabía
y de declamaciones.
Para facilitar la aproximación a esta nueva fuente de experiencia
democrática, emprende una crítica de lo que denomina el sofisma de
14
la raza . Como para establecer que su propio análisis recurre a prin-
cipios racionales, sustentados por la experiencia, comienza por re-
cordar el papel desmitificador de las teorías económicas de origen
anglosajón. Inserta de este modo sus argumentos dentro de un clima
espiritual, ajeno del todo a las tradiciones granadinas, y que repre-
senta cierto grado de originalidad o al menos un esfuerzo por enca-
rar lugares comunes con alguna lucidez. Enfrenta deliberadamente
dos actitudes que, valiéndose del argumento de la raza, colocan a los
hispanoamericanos en desventaja frente a los pueblos anglosajones.
La más desesperada de estas actitudes admite sin reservas la in-
ferioridad de una presunta raza hispanoamericana, cuya formación
se halla viciada en los orígenes mismos por los elementos que la
15
constituyen • No se discute siquiera la evidente inferioridad de los
pueblos indígenas.
En cuanto a los españoles, ellos exhiben, precisamente, todos los
defectos incompatibles con las virtudes republicanas. No es raro en-

13 «Carta a un amigo», fechada en París y publicada en El Neogranadino, N° 211, de 20


de agosto de 1852, p. 181.
14 El Neogranadino, N° 233, de 21 de enero de 1852, p. 19.
15 R Gutiérrez, «Raza hispanoamericana», en El Neogranadino, N° 116, de 30 de agosto
de 1850,p. 283 Yss.
FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 87

tonces que, como los españoles, seamos «... el más firme sostén de
añejas y detestables preocupaciones, rutineros, perezosos e intole-
rantes en todas materias y opiniones». ¿La solución? Parece sencillo
procurarse todas las cualidades inherentes él. las razas del norte me-
diante cruzamientos que regeneren estas razas «viciadas» y «raquí-
ticas».
Este tipo de argumentos parece conceder demasiado a una su-
puesta virtud inherente a la raza anglosajona~.,yentraña un pesimismo
tan radical que debe conducir a quienes lo prohíjan a un fatalismo
quietista y resignado. La solución, por otra parte, no se da al alcance
de la mano y sólo puede ser entrevista por una mentalidad en la que
la conciencia de la propia peculiaridad se desvanece, frente a consi-
deraciones de orden puramente teórico.
La actitud de las nuevas generaciones insiste, por el contrario, en
16
esa conciencia, se apega a ella y a sus posibilidades • La solución,
en el sentido de integrar homogéneamente los intereses sociales, pa-
rece estar señalada por la tendencia de la raza española a absorber
la sociedad primitiva, creándose en virtud de este proceso una socie-
dad enteramente nueva. Y la raza española dominante, que pertenece
al grupo de los pueblos latinos, debe reclamarse de las instituciones
propias de tales pueblos. Aunque no se tenga una noción muy clara
de esta latinidad, las afinidades empujan necesariamente a la imita-
ción de los franceses, el pueblo que se halla a la cabeza de las reivin-
dicaciones democráticas en 1848.
Florentino González, por su parte, n.Q...quiere_QÍLhablar de esta
logomaquia que se apoya en el «... falso concepto de que hay razas
queson buenas para tener ciertas instituciones políticas y otras que no
lo son». Que 1'10 se hable de herencia española yde la inhabilidad de 1
los españoles para adoptar instituciones democráticas cuando quiere
atribuirse un origen a las frecuentes conmociones políticas de His-
panoamérica. La experiencia histórica está ahí para probamos que
hubo una época en la que las libertades municipales españolas consti-
tuyeron un dique a las pretensiones imperiales. La misma experiencia
muestra a los pueblos anglosajones adoptando instituciones de-

16 José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones ..., pp. 34 Y 35.
88 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

mocráticas en un momento histórico y someterse a ellas en un proceso


paciente y continuado de adaptación. Debe escaparse al atractivo mí-
tico que ofrece la explicación de fenómenos soCiales por medio de
las cualidades intemporales de la raza, pues son las instituciones, el
elemento racional que presupone la inteligencia, las que conforman
históricamente ciertas características que se atribuyen equivocada-
mente a la raza.
Esta discusión, aparentemente abstracta, encadena otras consi-
deraciones propiamente políticas, que tienden a establecer una comu-
nidad americana de principios, cuyo centro de gravedad estaría en
los Estados Unidos. Se quiere afirmar la universalidad racional de
ciertos principios, que debe imponerse al relativismo que encierra el
concepto racial, o sea la peculiaridad propia que rechaza todo aque-
llo que no le sea afín. Al antagonismo teórico de hispanoamericanos
y anglosajones se opone la vigencia del momento histórico que esta-
blece una verdadera comunidad entre los pueblos del nuevo mun-
do, frente a los principios que se ve obligada a adoptar la Europa
vetusta y superpoblada. La novedad de estos pueblos impone un
nuevo tipo de acción dentro de la democracia, acción que se encuen-
tra contenida en las virtualidades del individuo, por oposición a las
constricciones que provienen de la sociedad y que Europa se ve obli-
gada a mantener. Se debería agregar que las condiciones propias de
la «riqueza» americana -tal como se concebían en la época- impo-
nen este tipo de acción. La apropiación de la tierra y el empleo de la
mano de obra -de poblaciones casi primitivas- invitan al desplie-
gue de energías individuales, más bien que a la acción coordinada
del Estado. En pocas palabras, la avidez de una minoría no debería
encontrar obstáculos en un tipo de Estado ideado como defensa para
sociedades más populosas. O al menos así parecen sugerirlo los ar-
gumentos que emplea González para combatir la adopción de fór-
mulas socialistas que son el corolario de una democracia a la europea.
Las fórmulas socialistas se encuentran en incompatibilidad lógica
absoluta con el funcionamiento de la democracia adoptada en Amé-
rica, según González17• Ésta tiene su origen en Inglaterra y Norte-

17 Artículo La democracia y el socialismo, en el N° 233, citado antes.


FLORENTINO GONZÁLEZ, EL MENTOR 89

américa, y significa la afirmación de potencialidades individuales, de-


senvueltas desde el comienzo para crear un tipo determinado de so-
ciedad histórica. Es cierto que en el continente europeo existe una
tendencia hacia la democracia, pero su desarrollo tiene un contenido
y una significación radicalmente diferentes a la conquista alcanzada
por los pueblos anglosajones.
Mientras que en éstos «... se marcha a la democracia sobre el
principio de la libertad, de la individualidad, de la soberanía del
individuo ...»,

en Europa se pretende marchar a ella sobre el principio de la igualdad, de


la protección, de la centralización de la soberanía en los que han usurpado
el poder público, o lo han obtenido por voluntad más o menos implicita de
los individuos que componen la nación.

La expresión «voluntad más o menos implícita» señala una dife-


rencia fundamental, pues excluye la participación activa y consciente
en el proceso de creación de la democracia. Según los teóricos «pri-
mitivos» del liberalismo, debemos record arlo, el fundamento y la
última razón de ser de la democracia reposan en el individuo, en su
voluntad consciente o en su razón ilustrada, que tienden a crear un
tipo determinado de sociedad. Rigor o ilusión que sólo puede apli-
carse a sociedades nuevas, donde los hábitos no opongan su pesan-
tez a la voluntad iluminada y en donde se supone una buena dosis
de bondad natural.
En las mismas fuentes se inspira González para pronunciarse por
el voto calificado, al discutirse en el Senado las disposiciones de la
Constitución de 185318• Proponía que el artículo original sobre re-
quisitos de ia ciudadanía se modificara, en el sentidode exigir a los
ciudadanos saber leer y escribir o pagar contribuciones, fueran for-
zosas o voluntarias. El principio gensualista que sugiere proviene,
sin lugar a dudas, de la influencia norteamericana. Los argumentos
con que lo defiende tienen el mismo origen:

18 Sesión del 10 de marzo, reproducida en El Neogranadino, N° 242,de 18de marzo de


1853.
90 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

... la propiedad, como la contribución que se pague, es un indicio de la ha-


bilidad del individuo para tener participación útil en las elecciones: es la
muestra visible de que sabe lo que va a hacer al sufragar.

El interés: he ahí el termómetro del juicio. No puede pedirse


nada mejor para saber a ciencia cierta a qué atenerse sobre la esco-
gencia de los ciudadanos. El éxito es un principio infalible de selec-
ción, una prueba segura de la que no debería eximirse a nadie con
falsos halagos.
Aquéllos a quienes gusta evocar con simpatía la suerte del pobre
o hacer pinturas aflictivas de su situación, declamando al mismo
tiempo contra los ricos, son los peores enemigos de esos pobres, pues
los incitan a la holgazanería, los privan de todo estímulo para traba-
jar y del aliciente de mejorar su posición. Para hacer odiosa la ima-
gen de los ricos, no dudan en emplear la palabra aristocracia, cargada
de las más sombrías asociaciones. ¿Para qué asustarse? « ... aristócra-
tas son los americanos del norte; la aristocracia individual, la garan-
tía de la condición elevada a que llega el individuo por el empleo
libre de todas sus facultades naturales». Hay que alegrarse más bien
por esa posibilidad de ennoblecimiento que brindan las virtudes
burguesas. La inteligencia y la riqueza, o más bien la aptitud para
adquirir esta última, son indispensables en la sociedad:
... ellas son el aliciente más poderoso que pueda presentarse al hombre
para hacer esfuerzos por mejorar su condición, y ellos son el pedestal sobre
el que podemos fundar nuestra democracia representativa.
Capítulo VI
LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO

COMERCIALIZACIÓN DE LA AGRICULTURA

El acceso más o menos generalizado a la riqueza, esta condición tan \


indispensable para la democracia representativa, parecía estar ga-
rantizado por la abolición del monopolio del tabaco, cuyo cultivo,.
junto con ciertas formas rudimentarias de elaboración, se ofrecería
a la libre actividad de los particulares.
Entretanto, los granadinos podían felicitarse de que la miseria
entre las masas no fuera palpable como en los países europeos, que
acumulaban enlas ciudades una :n¿anode obra necesaria a su expan-
. , . d ustna.
SlOnIn . 11 N o h ab'la trazas . e nauerse InICiad o un d esp 1aza-
eu 'Oa.0"~.7~.tv,..,,,ryQ...
miento rural hacialascllidades (coil1a intensificac1Ón-defculfivocfel
tabaco se opera máSOien el fenómeno contrario, como ya se ha indi-
cado) y lapobreza, por lo tant(),1l9~eré!_evidente.Existíª~Lerto eq]..li-
librio énTapobreza general, que para la minoría se compensaba con
privilegios de carácter sO-cialyp5lIfico. Tales privilegios se consi-
derab-a.nIiattiñi1es en una sociedad·paterI!alistá, ide allCla-iil-dlg-
naCión conservaaora contra los que se atrevían a señalar, así fuera
tímidamente, las desigualdades entre las clases sociales.
Niveladores, soc;Jalistas y comunistas eran aquéllos que asociaban el
principio· revolucionaric) de--Fa7ernidad a la doctrina de la caridad
cristiana, insistie~do al mismo tiempo en la n~c~sidad de crear ri-
quezas materiales paraa·úmentareloieneStar social. Esta exigencia,
------ - ---.'- - - -----.- --
.. --'--

1 La imagen de la proletarización creciente en Europa, particularmente de los artesa-


nos, fue abundantemente explotada por el folletín popular, particularmente por
Eugenio Sué, que parece ser la fuente de información más accesible y entretenida
de muchos socialistas y conservadores granadinos.
92 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

, que en sí nada tenía de revolucionaria, significaba el desplazamien-


· to del eje del poder de manos de propietarios o hacendados de tipo
· tradicional, a las de comerciantes habituados a técnicas contables
! racionales y dotados de una visión más amplia de apertura a los
· mercados exteriores. Esta apertura tenía corno preámbulo necesario
, la colonización interior de tierras aprovechables con cultivos co-
I merciales.
Frente a una coyuntura mundial, el comerciante, más receptivo
que cualquier otro estrato social, toma la iniciativa que le va a re-
presentar un amplio margen de predominio social y económico. Ante
los esfuerzos demasiado lentos de los liberales que se adherían a una
tradición ideológica cuyos contenidos eran demasiado amplios, y
ante la impotencia de los voceros de una estructura agraria impro-
ductiva, una audacia instintiva le muestra el camino que va a colo-
carlo a la cabeza de la sociedad. Sólo que esta audacia tiene que
amoldarse a las condiciones que brinda el acceso, si no de una riqueza
inmediata -la única adecuada a satisfacer la psicología propia del co-
merciante, según algunos-2, al menos de aquélla que ha sido posible
gracias a una coyuntura mundial. El comerciante se desplaza con gus-
to, y hasta con entusiasmo, a las regiones bajas que bordean el Magda-
lena a cultivar tabaco, añil o café, y él mismo contempla desencantado,

2 Luis E. Nieto Arteta, op. cit., p. 194, traza una imagen psicológica del comerciante
granadino, cuya expresión política identifica con la corriente gólgota. Según Nieto
A., el comerciante es inestable, desarraigado, un anarquista en economía, pero sen-
sible a las crisis económicas. Deduce que tales crisis lo impulsan a desdeñar la pura
producción de riquezas. Si esto es cierto con respecto a la producción industrial,
aquí se subraya el aspecto positivo de la comercialización de la agricultura y se
atribuye una importancia suficiente a los argumentos de los comerciantes sobre la
imposibilidad de la industrialización. Creo más razonable pesar estos argumentos
a la luz de las creencias de la época y de la coyuntura económica, que condenar la
política del siglo XIX con la óptica de nuestro siglo XX. Se vinculan también dos
fenómenos entre los cuales Nieto A. no establece conexión alguna, sino que califica
por separado -y de manera contr.adictoria-, a saber: la abolición del monopolio
del tabaco y la reducción de la tarifa aduanera. Finalmente, dentro de los esquemas
del mismo Nieto A., puede adelantarse, como hipótesis'interesante,la posibilidad
de que la crisis inglesa de 1847 haya impulsado a los comerciantes granadinos a
comercializar la agricultura.
LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 93

al final de su vida, la ruina que le impone el mecanismo de las co-


, . 3
yunturas econornrcas .
Pero, entretanto, se ha operado un fenómeno muy importante, la
estabilidad misma del comercio exterior. El comerciante, que presen-
ciaba con cierto asombro los rendimientos de la agricultura colonial
de las Antillas, empieza a concebir serias dudas sobre la posibili-
dad de una manufactura encadenada a sistemas tradicionales. El pre-
sidente Mosquera había suprimido, en 1846, algunas trabas fiscales
que reducían el volumen de la exportación de oro, un producto cuya
explotación revestía tradicionalmente mucha importancia, debido
a que de ella dependía el pago de mercancías extranjeras. En adelan-
te, al obtener productos con fácil salida en el mercado internacional,
podrá prescindirse en gran medida de la exportación del oro, desti-
nada a equilibrar la balanza comercial. No parece un azar que la
manumisión de los esclavos (que debía hacer descender vertical-
mente la productividad de las minas de oro), la rebaja del arancel (y
aun su supresión absoluta)4 y la abolición del monopolio del tabaco
hayan sido objeto de reformas perseguidas, casi simultáneamente,
dentro de los programas del liberalismo.
La abolición del monopolio del tabaco y la rebaja de derechos de
importación, que presentan aspectos complementarios a pesar de que,
por motivos políticos evidentes, la administración del 7 de marzo
insinúe ambiguamente su protección a los artesanos, están destina-
das a estimular los cambios con el exterior y concebidas con un crite-

3 Podría sugerirse también una actitud ideológica correspondiente a esta decepción. Si )


algunos radicales de la generación del 63 (que vemos actuar en el 48 como gólgotas o
_..J1-~ J,. ••..•~ ..J_l~ .. T.:;'
....._~~ ....•
1__ ,D .....
_.11-1~_...•
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chos se operó un cambio radical que los condujo a apoyar la política, teñida de nacio-
nalismo, de la Regeneración. El caso más saliente es, sin duda, el de José María j
Samper.
4 Que pide un editorial de El Neogranadino, No. 176, de 3 de octubre de 1851, p. 317:
« ••• porque en el hecho de dar libre, franca y desembarazada entrada en nuestro país
a todo efecto de comercio, se promueve necesariamente la actividad de los cambios,
que no pudiendo, tener lugar sin ofrecer artículos nuestros en trueque de los extranjeros, se
determinará tal vigor en la producción nacional, que apenas lo concebirán aquellos
que saben cuánto influyen la facilidad y permanencia de las salidas en la próspera
suerte de los fenómenos» (subrayo).
94 PARTIDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

rio comercial. Tal era el resultado final que perseguían los liberales
de la época, para quienes
la rebaja de derechos de importación [no es considerada] como un favor
oo.

hecho al comercio sino secundariamente, y primariamente a la agricultura,


que es acaso lo único que merece el nombre de industria nacional en este país
5
con relación al comercio exterior .

La subordinación de la pretendida industria nacional al comercio


exterior puede inferirse claramente del lapsus involuntario en que
se incurre, al considerar la medida como un favor hecho a la agricul-
tura. En todo caso, no se trataría de la agricultura de subsistencia de
tipo tradicional, sino de la agricultura comercializada, cuya explota-
ción asumieron los mismos comerciantes.

Los ASPECTOS SOCIALES DE LA CUESTIÓN


Una vez suprimido el monopolio del tabaco, se operó un crecimien-
to palpable en la actividad económica. Los testimonios son tan abun-
dantes que su cita detallada mostraría una verdadera explosión de
optimismo. Los ecos de este optimismo se dejan percibir, esta vez con
una nota melancólica, en las Memorias de Salvador Camacho Rol-
dán, en los Escritos político-económicos de MIguel Samper (especial-
mente La miseria en Bogotá, escrito en 1867) y en la obrita citada de
Medardo Rivas, que incluye -a manera de consolación- unas cuan-
tas máximas de La Rochefoucauld! Pero prescindiendo de tales ma-
nifestaciones revestidas de un ropaje lírico, no hay duda de que el
crecimiento económico, y más aún, la anhelada coincidencia de una
medida, que en teoría se expresaba mediante los postulados de la
libertad económica, con sus efectos, en la práctica, Jlenó de c-º.Dfian-
Úl a quienes la habían sostenido y sirvió de puntal a -la c¿-nciencí'a
todavía informe de la burguesía, estimulándola a mayores audacias.
Porque ésta, en su acción política, se veía obligada a emitir una serie
de afirmaciones comprometedoras que producían un efecto múlti-
ple: si por un lado quebrantaban el prestigio de los antiguos pode-

5 Edit. de El Neogranadino (<<Fomentoindustrial»), No. 7, de 16 de septiembre de 1848,


p.49.
LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 95

res, por otro creaban un cierto clima de confusión y desconfianza


entre aquéllos a quienes estaban dirigidas.
José María Samper, por ejemplo, se proclama vagamente socialis- \
ta y propugna porque los desposeídos alcancen los privilegios que
anuncia la nueva era económica y,más concretamente, la propiedad.
Afirmación peligrosa pero indicadora deLQE!imismo de una nueva
clase cuyo triunfo pretende cierto grado de universafia.ad. La pros-
peridad de la clase comerciante, en efecto, quiere cobijar a todos los
que han colaborado en su ascenso, o que se espera que van a cola-
borar. El enunciado político de participación general en la vida del
Estado mediante el sufragio universal, se extiende irreflexivamente
en forma de promesas de renovación económica. Pero estas prome-
sas ocultan;un conflicto insuperable que no planteaba la mera parti-
cipación política formal.
Una hoja suelta que circulaba en Bogotá6 , exigía, todavía en 1852,
la supresión de los monopolios, pues se estimaba que éstos no habían
desaparecido sino que, sencillamente, se habían transformado. Se de-
nunciaba el empleo del poder del Estado para favorecer a una minoría
que, sola, podía hacer frente a la explotación del tabaco mediante el
empleo de grandes capitales:
... y por este hecho se acabó el monopolio del tabaco? No, no, no: vive aún.
Lo renunció el gobierno, para entregárselo a dos o tres familias o compa-
ñías. Los señores Montoyas, Sáenz, Uribes, Samperes, Nietos y pocos más
se subrogaron en los derechos de que se desprendía la nación y por consi-
guiente ellos solos recogerán el fruto; para esta pequeña sección será el prove-
cho, puesto que a los demás granadinos no les es dado acometer la empresa
sin quedar arruinados desde el primer ensayo.

La identificación del monopolio del Estado con el que real o su-


puestamente podían ejercer unas pocas personas, obedece al concepto
de que en uno y otro casolrl.monopolio constituye un privilegio idea- \
do para beneficiar a una minoría -en la que no se distinguen los
agentes de la burocracia de los meritorios partidarios de la libre em-
presa-, y de todas maneras para privar a la generalidad de los aso-

6 «Abajo los monopolios», citado por E1Neogranadino, No. 203, del 2 de abrí! de 1852,
p.114.

'. Md-'V'-4e dP G,J=b <E:_~


96 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

ciados de una actividad lucrativa. El Neogranadino concluye que esta


afirmación de que los capitales grandes desalojen a los pequeños en
el negocio del tabaco podría calificarse de socialista, calificación que,
piensan los redactores del periódico, tal vez no resulte adecuada a
un ataque que proviene de la oposición conservadora. Por lo mismo
que la observación, pelígrosa como se la reconoce, proviene de una
fuente insospechable, podemos acogerla. Además, el mismo Miguel
Samper, uno de los que se tachaban de monopolistas, nos revela todo
el mecanismo de la apropiación del cultivo por parte de capitalistas
e intermediarios.
En 1852,los hermanos Samper expusieron puntos de vista con-
trastados sobre la prosperidad de Ambalema, en una sc~r~e de artícu-
los publicados en El Neogranadino. Si bien ninguno de Jos dos cede
en entusiasmo al alabar las transformaciones que se operaban ante
sus ojos, Miguel Samper no diluye su complacencia en postulados
políticos de una generalidad abstracta, como su hermano José María.
Más realista, no duda un momento «... que la libertad de cultivo y
comercio del tabaco ha sido una verdadera era, no sólo para Am-
balema, sino para el país entero>/. Pero admite que un proceso tan
benéfico viene acompañado de todas las taras que impone la estruc-
tura social existente. Por un lado, los procedimientos habituales de
la explotación agrícola; por otro, el espíritu especulador y desasido,
respecto de la tierra, de los comerciantes.

La tierra pertenece a un estrecho círculo de individuos, que a medida que


han ido vislumbrando el vuelo y el porvenir de que era susceptible la pro-
ducción del tabaco, han ido adquiriendo los terrenos adyacentes a precios
muy bajos por lo regular, hasta formar los grandes haciendas, o mejor dicho
8
feudos, que hoy componen el distrito de las siembras .

7 Artículo «Ambalema», en El Neogranadino, No. 212, de agosto de 1852.Mucho más


tarde, en 1867,repite con el mismo fervor: « ••• la extinción del monopolio del tabaco
desarrolló la vitalidad productiva de los antiguos distritos de siembras, especial-
mente el de Ambalema y los adyacentes y que fue tan vigorosa y rápida la acción,
que en seis años se verificó una labor gigantesca, equivalente por sí sola, para estas
comarcas, a la de los tres siglos anteriores». Escritos... op. cit., p. 35.
8 En el mismo sentido, S. Camacho R., Memorias, n, p. 34.
LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 97

El proceso de concentración de la propiedad de la tierra se había


iniciado mucho antes, desde el momento mismo en que se pudo adi-
vinar la abolición inminente del monopolio. Yadesde 1848, Samper
preveía la suerte que esperaba a los cosecheros, en cuyo presunto
beneficio se proponía la abolición. Así, escribe a Fernández Madrid,
el 11 de noviembre de 1848:

.,. sin embargo, es triste la convicción de que esos alegres campos y esas
pingi.ies cosechas forman, en su mayor parte, una especie de feudalismo
industrial nada exento de vejaciones y miseria para los cultivadores. Noté
mucho desaliento en los cosecheros, que no tienen fe alguna en la promesa
9
de libertad que les ha ofrecido la ley de tabac0 .

Se trata, a primera vista, de un nuevo tipo de latifundio, «es~-


~eJ.eJJ..daljsmo industria.!», como lo describe Samper, cuyo princi-
pio, a diferencia del antiguo radicado en tierras frías y con ventajas
sobre el de las provincias del sur, estriba en una explotación eminen-
temente lucrativa. La única preocupación de los propietarios consistirá
en acumular propiedad territorial, desentendiéndose de la produc-
ción directa. La iniciativa ha escapado de sus manos, puesto que
sólo quienes disponen de muy g~aIlcles<;é!}2it-ªJes ejercen un verda-
~llQP.olio, si bien indirecto, y aunque los, terratenientes se
beneficien enormemente como intermediarios. Estos arriendanJ,ª
tierra a cosecheros que siembran y cultivan asum!~ndo ~odos. los
riesgos, aunque valiéndose de "avances en' metálico de los propie-
tariosque financian esta parte de la operación. Samper piensa que
el sistema tiene como efecto eliminar gran parte de los beneficios
que la teoría prevé para toda actividad económica en que se con-
¡uguen
, ~ los estímulos de la más extendida libertad individual 'y' de I
la competencia, que rigen leyes naturales de la riqueza. Esta crítica'
invita a la supresión de los intermediarios, es decir, de los propie-
tarios cuya actividad económica no se encuentra justificada, y a la
constitución de agentes económicos autónomos (trabajador-pro-
pietario) que multiplicarían el rendimiento por el libre ejercicio
de su actividad. Un deseo que apenas se sugiere y que Samper no

9 Escritos,!, p. 67.
98 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

se atreve a desarrollar en sus últimas consecuencias, como se verá


más adelante.
La actividad parasitaria de los propietarios (entre los que se
cuentan comerciantes y los inevitables doctores) sirve de enlace entre
los cosecheros y dos o tres casas (Montoya-Sáenz & Cía., Powels-
Wilson & Cía.) que han logrado monopolizar la compra del tabaco,
para someterlo a un proceso rudimentario de elaboración y ofrecerlo
al mercado nacional e internacional. La financiación proviene, en úl-
timas, de estas casas, puesto que los propietarios, mediante el com-
promiso de vender íntegro el producto de la cosecha, reciben a su
turno avances de la casa compradora, los cuales, siendo muy altos
(representan habitualmente un cuarto del valor presunto de la co-
secha), pueden distribuir holgadamente entre los cosecheros. Esta
transacción resulta extraordinariamente ventajosa para los propieta-
rios, si se tiene en cuenta que los cosecheros deben venderles a doce
reales la arroba, y ellos la ceden a veinte reales.
Para obtener efectos tan favorables, la mayor preocupación del
propietario debe ser la de eliminar la libre competencia entre los co-
secheros. Los obligan a recibir cotidianamente visitas domiciliarias
destinadas a controlar las existencias de cultivos, a confesarse ladro-
nes si venden a una persona distinta del propietario y, como último
recurso, los despojan de la tierra y la plantación, en caso de reinci-
dencia. A estas medidas se agrega otra muy beneficiosa para el pro-
pietario doblado en comerciante, y que consiste en obligar al
arrendatario a comprarle sus vituallas a precios muy elevados (carne,
ropas, sal y aguardiente).
Samper muestra una moderada repugnancia hacia los medios de
que se valen los propietarios para someter a los cosecheros, y no va
muy lejos en su desaprobación:

'" no niego que conforme a la ley los propietarios tengan el derecho de


hacer tales exigencias, ni que el cosechero pueda renunciar algunos de los
que tiene por las leyes civiles, aunque también creo que la venta de tabaco
hecha por ellos no es hurto y que las visitas domiciliarias son atentados
contra la libertad individual que un juez recto debe castigar el día que cual-
quier interesado los denuncie.
LA ABOLICIÓN DEL MONOPOLIO DEL TABACO 99

La crítica pulsa una nota melancólica y aborda lo improbable,


colocándonos frente al aspecto formal de la cuestión. Sugiere pru-
dentemente la rareza de jueces rectos que pudieran enfrentarse a las
pretensiones arbitrarias de los propietarios, y la imposibilidad ma-
terial para los arrendatarios de recurrir a ellos en el caso de que exis-
tieran.
Samper comprueba una irritante desigualdad en-la distribución
de la riqueza, que parece seguir el modelo de la fábula del león, pero
le parece más lamentable aún privarse del espectáculo soberbio que
presentarían las leyes naturales de la riqueza, funcionando sobre el
principio imprescindible de la competencia. Ir más lejos significa
deslizarse peligrosamente en los postulados de esa escuela que « ... hoy
pone en duda y ataca los fundamentos de la propiedad»; es decir,
exponer la sociedad a los peligros de la barbarie. Porque el supuesto
de la propiedad se identifica con la causa de la civilización. ¡Con-
ciencia moderada que se ha desprendido de su crisálida y exhibe al
aire los matices de una metafísica burguesa! Conciencia afianzada
en sí misma, que se postula a la universalidad en enunciados mora-
les redimibles en especie: según Samper, puede afirmarse en realidad
que todo el mundo es propietario, de sus facultades físicas y morales,
se entiende, que en última instancia representan un fondo produc-
tivo «oo. según su desarrollo». De tales facultades -parece obvio
que contribuyan a la civilización con su desarrollo- se desprenden
los objetos creados por su actividad. Esta emanación justifica la pro-
piedad de la tierra, en virtud del trabajo que supone su apropiación.
En el caso concreto que se plantea, Samper encuentra natural que
los propietarios cobren precios exorbitantes por las tierras de Am-
balema, dado el principio de la competencia. Nos asegura, sin em-
bargo, que no hay que desesperar, puesto que existe otro principio
teórico del que puede esperarse que tienda a corregir esta situación:
introducida la libertad de cultivos, su extensión, por el trabajo que
incorpora, amplía al mismo tiempo las bases de la competencia y
obliga a abaratar las tierras. ¡Espectáculo halagador y previsible gra-
cias a las teorías!
Pues si la situación es mala, podría ser peor, debido a una imper-
tinente intrusión del Estado. Entonces desaparecerían las consola-
doras perspectivas que brinda el rigor de la teoría: Samper no duda
100 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

un momento de que los principios de la libertad y la competencia


tienden a corregir mutuamente sus efectos anormales. La conclusión
normal de una confianza parecida sería la de que un gobierno debe
penetrarse de la sana convicción de su inutilidad, una vez que ha
otorgado la libertad económica y puesto a funcionar el mecanismo
de las leyes naturales. Si las cosas van mal, debe armarse de paciencia
y evitar a toda costa interferir en ese funcionamiento, pues la natu-
raleza misma de las cosas «oo. tiene remedios infalibles para todO»lO.
Esta lección de ciencia política, inspirada por la adhesión a los
principios puestos en práctica con la abolición del monopolio del
tabaco, culmina con un ataque al socialismo: quienes claman por las
clases desheredadas no hacen sino halagar a la parte menos valiosa
de la sociedad. Desconocen, sobre todo «oo. la verdadera naturaleza
del valor o de la riqueza» que proviene del ejercicio de facultades
físicas y morales -una forma preciosa de propiedad a la que todos
tienen acceso-, y que importa, por lo tanto, desembarazar de obstá-
culos para que el trabajo se convierta, con sus frutos, en el verdadero
nivelador de la sociedad.

10 La fe de Miguel Samper es inquebrantable: según él, «... estos elementos operan a


impulso de causas naturales tan poderosas, tan inmutables como las del mundo
físico, y es ante esta consideración que muchas de las doctrinas socialistas pueden
calificarse de utópicas». Y a propósito del gobierno: «... antes que ser el ejercicio de
la soberania colectiva, debe ser la garantía de la soberanía individual, el símbolo
de los derechos del hombre en acción, sin trabas, sin coerciones y libres de todo
atentado, ya sea de parte de la fuerza pública o de un individuo». Artículo «Dejad
hacer» (un titulo que ahorra cualquier comentario), en El Neogranadino, No. 225, de
26 de noviembre de 1852,pp. 295-296.
Capítulo VII
EL SOCIALISMO GRANADINO

LA COMEDIA DE LOS ERRORES

El empleo de la palabra socialismo se ha restringido considerable-


mente a partir de los escritos de Marx, y con el marxismo ha adqui-
rido un sentido muy preciso que ya no cobija la vaga oposición que
se establecía entre el individualismo (de raíz liberal) y una preocupa-
ción más amplia, puede decirse que más generosa, que apuntaba a
los intereses de toda la sociedad.
No es necesario exponer las implicaciones teóricas de un socialis-
mo más o menos consistente, es decir, elaborado como sistema, pues
debe recordarse que, en sus orígenes, la palabra sólo señalaba una
preocupación particular por sol~<::~onarpro_ble.!DaseS¡2eciliCamente
soda:res(cuanaos·e·creyó·necesario señalar la existencia de tales pro-
blemas), es decir, .emblemas que esca.ea1?aneD.una.gnuU1.l~cliqfU!JoS
que
enun<::iad~sQ0i!~c~~<::9rrien!~s.9_ éstos se encargª~aXlc!~milli~-
zar, ateniéndose a
princi.eios _ap~tractosde_lib~rtad o_d~jgualdad.
Tales prindpiosy enunciados, que provenían del liberalismo, recla-
maban una universalidad que comenzó a tornarse sospechosa para
quienes se habían tomado el trabajo de comprobar las desigualdades
sociales que se mantenían en un régimen de aparente libertad. La
denuncia de tales desigualdades aparecía como la única afirmación
teórica que servía para identificar de alguna manera a los adeptos del
socialismo, que se reclamaban partidarios de escuelas diferentes y que
proponían sistemas muy variados de reorganización sociall.

1 Hay un excelente resumen de las ideologías del 48 y una explicación de su fracaso


para moldear la historia francesa en el momento de su aparición, en la obrita 1848,
de Georges Duveau. Gallimard, 1965.
102 P ARTlDOS pOlÍTICOS y CLASES SOCIALES

La intervención activa de Louis Blanc, de Blanqui, de Buchez, de


Pierre Leroux y de Cabet en la revolución francesa de febrero de
1848, contribuyó a difundir en la Nueva Granada la idea de una aso-
ciación espontánea entre las doctrinas socialistas y las nuevas con-
quistas que se atribuían a todo movimiento revolucionario europeo
-particularmente francés-, del que cabía esperarse un avance con-
siderable en el camino recorrido por la civilización. En esta creencia
iba implícita la teoría del progreso, a la que se adhería para obstruir
l~dencia irritante oeun pasado que se arrastraba corno un peso
muerto y que sólo se evoS,!~ª_'y_oluntaria!!lentecon recriminaciones.
La convicción de que'-<S.._,-,~!1_ast~
~hora n~ ~~-mo~_~echo na~era tan
fuerte, que se esperaba todo un vuelco lmprevlslble '],-so re todo la
liquidación definitiva del legado colonial.
Es muy dudoso que la revolución de febrero haya tenido en
Nueva Granada una interpretación que no coincidiera con las íntimas
inclinaciones o con las suspicacias arraigadas en los mismos grana-
dinos. El sentido objetivo de los hechos se desvanecía con la distancia
y se veía sustituido por una imagen fugaz y grandilocuente (piénse-
se en la capacidad evocadora de una figura corno la de Lamartine),
que se prestaba a más de una justificación acomodaticia. En ningún
momento la conciencia de los granadinos pudo penetrarse del alcan-
ce real de la revolución francesa, sino de sus gestos declamatorios
que invitaban al mimo, sin que ello signifique que los actos reflejos
de imitación estuvieran totalmente desprovistos de sentid02•
Una sociedad que mantenía un complejo constante de ser obser-
vada por los países eminentemente civilizados, no podía permitirse
otra extravagancia que la de producir una revuelta política periódi-
ca sin mayores consecuencias. Pero propiciar deliberadamente una
movilización de energías sociales, en rigor un juego político no con-
vencional, para colocar a su cabeza a una clase social (casi puede
decirse que una generación) que prometía asumir nuevas responsa-
bilidades, sólo podía operarse a la sombra de un aparente desquicia-
miento universal.

2 Una relación detallada de la extravagancia imitativa de los granadinos, en Ángel y


Rufino J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, Il, París, 1892, p.
172 Y ss.
EL SOCIALISMO GRANADINO 103

Debe precisarse que sólo en este sentido, que habla de la relación


de las intimidades de una conciencia colectiva atraída por un espe-
jismo de redención universal, es decir, a un clima propicio creado
por la sugestión de vagos enunciados que se referían a «lo social»
y cuya realización se creía definitiva, puede hablarse de una influencia
de la revolución francesa de febrero. Entendida y aceptada tal influen-
cia dentro de estos límites, deben examinarse con alguna atención
los equívocos que el eco de las doctrinas socialistas -mal asimila-
das, según las propias conveniencias- introducía en las recrimina-
ciones partidistas.
Esta confusión llega al extremo regocijante de identificar toda
reminiscencia literaria romántica con algún matiz imprevisto del so-
cialismo. Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Eugenio Sué pasan por
socialistas con la misma legitimidad que Saint Simon, Fourier,
Proudhon. La suspicacia conservadora confunde todo grado de exal-
tación, que bien pudiera originarse en la imaginería del romanticiS-¡
mo popular, cuyo esquema sentimental de ricos y pobres, buenos y
malvados, suscita vagas reivindicaciones con el temido socialismo.
Todo es de esperarse, al menos de las inquietudes de la generación
gólgota: ésta no ha tenido tiempo de desprenderse de los fantasmas
juveniles y, llamada a actuar en la vida pública, los proyecta en los
asuntos más serios. José María Samper, por ejemplo, publica sus ver-
sos de adolescente (título característico: Flores marchitas), y acto
seguido escribe sobre manumisión de esclavos, legislación, aboli·-
ción del monopolio del tabaco, aduanas, etc.
La lectura de Los girondinos, de Lamartine, y de Los misterios I
~_~_~a~~s~~~ ~~~~~;:~L~~ec:_
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Z>Ul..lUtLZ>lUZ>. ~uuu~~a ~e ~elleJall ell
~~i~_a_e~p~~.i~
~Ulabell aUlLJ1C;Ua I
de una confraternidad universal de hombres selectos que se co-
dean con las sombras lastimosas que emergen de un mundo de
tinieblas, que ellos deben redimir. La Escuela Republicana, compues-
ta por estudiantes de San Bartolomé, se declara socialista, de un
socialismo un poco turbio, emparentado vagamente con aspiracio-
nes humanitarias que derivan de una visión dramática del miste-
rio cristiano (podría identificarse, en este caso, una influencia de
Leroux).
104 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

Las evocaciones librescas no hubieran bastado, sin embargo, para


dar cuerpo a las aprehensiones conservadoras o para alarmados
demasiado, aunque las prédicas fueran incendiarias y las refor-
mas propuestas rayaran con lo absurdo. En realidad, detrás de toda
la retórica sobre la «revolución social» se disimulaba una apelación
partidista a las masas, cuyo concurso no podía redamarse con la doc-
trina algo académica del utilitarismo que, enseñado en las universida-
des, se encontraba en desventaja frente a la predicación eclesiástica.
Vino a iniciarse así una época en la que la verdad se convirtió en
«un deísmo sublime» (?) y las ideas sociales se elevaron «a la altura
de la religión». Confusión deliberada: José María Samper, que acuña
este extraño lirismo, confiesa, después de proclamarse socialista,
que «... estas teorías no las (ha) aprendido en Fourier, Saint Simon,
Proudhon ni Blanc; las (ha) aprendido en la Biblia ...», pues « .... el
Gólgota ha sido la primera tribuna en donde se ha predicado el
socialismo» 3.
El equívoco se mantiene y sirve para exacerbar cada vez más la
suspicacia conservadora hacia las reformas liberales de 1850. La ad-
ministración del general López tiene que defenderse de esta incrimi-
nación, y Obando, producida la ruptura entre gólgotas y draconianos,
debe rechazar enérgicamente

... los ecos destemplados venidos a nuestras playas y repetidos por una que
otra concavidad de nuestros Andes, las voces que han proclamado en EU- L

ropa, como verdades inconcusas de la democracia, el derecho al trabajo, la-


asistencia gratuita, el fal~sterio, el banco industrial, el banco del pueblo,
la limitación de la prop";dad de la tierra, el crédito gratuito y la asociación
artificial ( ...). Pues todos esos sueños, todos esos delirios, se han inventado
allende los mares para embaucar al p'ueblo, haciéndole esperar que no se
morirá de hambre ni se helará de frí04.

3 Apuntamientos para la historia ..., p. 1, véase también El Neogranadino, N° 122, de 30


de septiembre de 1850, p. 330. Compárese el tono empleado por Samper con una
frase de Pierre Leroux: «Jesúses el ¡:násgrande de todos los economistas, y no existe
ciencia verdadera fuera de su doctrina» Cit. por Jean Touchard, Historia de las ideas
políticas. Madrid, 1961,p. 440.
4 Alocución a los granadinos, del 1° de abril de 1853. Casi todas estas ideas son de
Proudhon.
EL SOCIALISMO GRANADINO 105

PARA QUÉ SERVÍA EL SOCIALISMO

En la edad madura, ].osé-M~am~r critica la inconsecuencia de .


su generación al adoptar máximas de origen extranjero, cuyos alcan-
ces se le escapaban. Pero era él mismo quien proclamaba, en 1849, la
necesidad no ya de una mera revolución política, sino de una verda-
dera revolución social. La necesidad de sacudirse toda traza del legado
colonial y de instituciones que no se amoldaban, aparentemente, a
vagas exigencias sociales:
oo.nosotros observamos una verdad sumamente aflictiva, a saber: que des-
pués de nuestra emancipación no hemos adelantado lo que era de esperarse
a la sombra de los gobiernos libres; nada o casi nada hemos hecho; creíamos
que con sólo ser independientes alcanzaríamos el bienestar político y social;
y una vez dado este primer paso nos hemos detenido en la carrera. ¿Dónde,
pues, encontrar el origen de nuestra agitación? El está indisputablemente
en un hecho -claro y decisivo: la revolución que produjo la independencia
produjo en nuestra sociedad el espíritu democrático, sin echar por tierra el
edificio vetusto de la monarquía; efectuó una revolución política, mas no
una revolución socia{

Con el argumento de que la Nueva Granada era un país nuevo y


se prestaba, por lo tanto, a seguir una ruta novedosa, no sólo se ex-
presaba el rechazo de un pasado que integraba la tradición de una
monarquía europea, sino también la creencia un poco ingenua de
que ninguna vinculación histórica se interponía entre el deseo es-
nieto y la realización de una sociedad ideal:
oo.ya que no es posible alcanzar a los habitantes del viejo mundo en la ca-
rrera industrial, adelantémoslos en la construcción de una sociedad en que
se acaten los principios y en que.la persona del hombre sea dignificada sea
6
cual fuere su clase y su posición social .

Desde este punto de vista, el atraso material constituía casi una


ventaja porque, en teoría, hacía menos sensibles las diferencias de cla- \
se. En la práctica, estas aspiraciones no rebasaban los límites formales
del trato social, que se confundían con el espíritu democrático de una

5 El Suramericano,de agosto 30 de 1849,y el N° 24, de 2 de diciembre.


6 La América, No. 13, de 11 de junio de 1848.
106 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

I sociedad republicana. Para disimular las distinciones de rango y es-


¡ tablecer el principio de igualdad, los reformadores proponían gene-
( ralizar el título de ciud3!!!-no. Con lo cual no lograban sino estimular
el empleo de expresiones familiares -guache, _c!lEhaC¿q-que más que un
antagonismo de clase revelaban la repugnancia instintiva hacia una
igualdad predicada ardientemente en teoría, pero rechazada en la
I práctica.
El proceso de esta solicitación a las masas puede seguirse desde
¡el momento en que Ricardo Vanegas, al pedir el sufragio universal,
I denuncia la diferencia de clases que existe al margen, y a pesar de
. : una constitución republicana. Según Vanegas, «... el pobre, el igno-
\ rante, el desvalido pertenecen a la última esfera social; mientras que
¡ el rico, el ilustrado, el hombre de posición se halla encumbrado a
r una enorme distancia de aqueh/. Estas observaciones serían absolu-
tamente banales si no encontraran eco en El Siglo, que las encuestas
escandalosas y da una voz de alarma: con las palabras de Vanegas,
que se reducen a describir un hecho social evidente aun para ros más
miopes, se insinúan no se sabe qué funestos delirios.
El argumento de Vanegas está destinado a comprobar, solamen-
te, que existe una esfera social desposeída del derecho político del
sufragio, en contradicción con la igualdad concedida por la ley, y
que esta privación se origina precisamente en su falta de preeminen-
cia social. Los otros ven en la manera de enfocar el problema un
propósito nivelador dirigido contra los ricos, contra los propietad:/os
y aún contra aquéllos que por su talento o por sus virtudes ocupan
con justicia los primeros puestos en la sociedad.
Vanegas se defiende, afirmándose simplemente liberal y aducien-
do que el liberalismo sólo se propone el triunfo de los principios (en
abstracto. Sin duda se refiere a la igualdad constitucional), apoyado
por la opinión nacional. En cuanto a la acusación de comunismo, sólo
pretender la existencia en la Nueva Granada de una doctrina parecida,
constituye un desatino. Todos saben que los problemas del Nuevo
Mundo son bien diferentes a los de la sociedad europea. Mientras aquí
todo está por hacer, observa Vanegas, y pueden preverse posibilida-

7 [bid. No. 19, de 23 de julio de 1848, p. 84.


EL SOCIALISMO GRANADINO 107

des de apropiación de la riqueza casi ilimitadas, en Europa las gentes


se ven privadas de oportunidades y obligadas a concebir en su defensa
doctrinas extremistas. Para abundar en argumentos, Vanegas analiza
el problema de la riqueza en la Nueva Granada. Establece que no existe
una gran concentración de capitales, pero tampoco se palpan los efec-
tos de la pauperización de las masas, que trae consigo el régimen
capitalista europeo. Una economía de subsistencia basta para satisfa-
cer medianamente las necesidades generales y aun se cae en el extremo
contrario del capitalismo, pues cabe hablar de una miseria generali-
zada que nunca daría lugar a la temida codicia de los pobres.
Esta crítica tampoco resulta del agrado de la moderación social
(¿o falta de imaginación?) de Caro y OspinaB• Se apresuran a respon-
der que el debate sobre las causas posibles de la pobreza en Nueva
Granada se repite desde hace 25 años. No hay, entonces, respuesta
más adecuada que la mera comprobación empírica: «... no estamos
muy ricos porque no ha sido posible que lo estemos». Y aun esta
comprobación de la mediocridad económica granadina resulta un
alivio, comparada con los peligros que encierra la pauperización de
las masas sometidas a un régimen industrial.
El aspecto más superficial de las críticas socialistas, su postulado \
inicial sobre los efectos desastrosos del capitalismo entre las masas
proletarias, era, al parecer, lo que captaban más fácilmente los gra-
nadinos. Este punto de vista, adoptado por los simpatizantes de la
numerosa variedad de ideas «sociales», traía consigo una confusión
pintoresca. Si se trataba de compadecerse de las clases sociales infe-
riores, la estructura social de la Nueva Granada justificaba cualquier
lamentación. Pero pensar seriamente en organizar la sociedad según
un patrón destinado a atajar los estragos del individualismo capitalis-
ta, equivalía a renunciar a todo proceso histórico real y refugiarse en
la utopía intemporal. Ningún socialista granadino aspiraba a tanto. Al-
gunos pocos se daban cuenta de la contradicción que implicaba una
crítica socialista con respecto al medio granadino, pero estos mismos
se apresuraban a motejar de socialista a todo el que avanzara una idea

8 El Nacional, N° 11, de 30 de julio de 1848.


108 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

destinada a asegurar un vínculo entre las masas y la minoría políti-


camente activa.
Otros tendían a aprovechar tales críticas para impedir de raíz el
mal inicial, el origen de una situación tan injusta: el capitalismo. Los
más se daban cuenta del valor que como argumento político, destina-
do a quebrantar la influencia electoral de los terratenientes, poseían
las novedosas doctrinas, dosificadas convenientemente de golgotis-
\ mo. Para MigueLS-ªillper,la oposición misma de las clases acomoda-
r das a las reformas liberales, estimulaba el crecimiento de las ideas
I socialistas. Existía entonces una relación entre el juego de los
I
1 antagonismos políticos tradicionales y la introducción de nuevos
, motivos ideológicos, destinados a abrirse camino en la mentalidad
popular.
No hay duda, sin embargo, de que la experiencia gólgota, seudo-
socialista, constituyó un ruidoso fracaso en este sentido. Muy pronto
se echó de ver, en efecto, la incompatibilidad de los intereses artesa-
nales (la audiencia más propicia por el momento) con la retórica que
embozaba un interés de clase muy diferente, en el cual se habían
inspirado las reformas de 1850. Era tan disparatada esta alianza
como el siguiente pasaje del socialista José María Samper, en un artí-
culo que tiende a establecer una diferencia bien marcada entre las
supuestas teorías socialistas del autor (en realidad del más ortodoxo
liberalismo) y el comunismo de Cabet:
... Yosupongo practicado el comunismo: una hora después (!) los botarates,
los hombres sin talento, sin hábitos de economía ni de trabajo, habrían dis-
minuido su fortuna, en tanto que los hombres de juicio, de inteligencia, de
9
virtud y economía tendrían su riqueza en aument0 .

A estos socialistas no les costaba esfuerzo alguno concebir un


Estado comunista en el que florecieran las más escogidas virtudes
burguesas (con su triunfo consiguiente), ni un socialismo en el que
el interés de toda la sociedad se confundiera con su propio interés
de clase.
La actitud má.s radicalmeI}í~~()~iil1istª-laesgrime ManueJ Muri-
110,y sus argumentos van dirigidos al nervio mismo de la burguesía
.- "

9 El Neogranadino, N° 122, art. cít.


EL SOCIALISMO GRANADINO 109

naciente: el individualismo económico 10. Según Murillo, las doctri-


nas económicas de Adam Smith, Juan B. Say,etc., no representan sino
la sanción del derecho del más fuerte, disfrazado de teoría económica.
Observa que la fórmula «dejad hacer» equivale a «dejad apropiar», y
sólo puede traer como consecuencia la concentración desmesurada
de capitales y la pauperización consecuente de las masas. Tal es el
fenómeno que se ha operado en Europa y que Murillo teme que haya'
comenzado aquí. Incurre en un equívoco, que podemos suponer in-
voluntario, cuando pretende asimilar una doctrina concebida para
un medio artesanal que presiente su desaparición, a las condiciones
que estaba a punto de crear un nuevo tipo de latifundio en la Nueva
Granada. El no se propone, en efectº,_defe~9.~r_lº~i1}t~xesesde los
arteSañóSnic?mbatl~:E:na oligarquía financiera o industrial,_en...cu;)ms
manos la acuñllifació~.de capital signifjca~í9_.t!l}ª_a}A~!1ª~-ªJ29.Lª-la
condición del art~san.s:>-,--~ino
la tend~nc!ª_~ la_~Q1}s:~mrªciºllg.~Rro-
piedad territorial, gue_e§ estimulada por el crecimiento qelStlltivo
del tabaco. Aspira a que este negocio no s~ c.onyi~~a_e,~.~L~eg~~io
de unos pOCQ.~,P':l~s la consecuenéia'forzosa va aser la miseria par.a
~ri?~!!lE.iQrTa«oo.que apenas podrá alimentarse para no morir y se-
guir trabajando como las bestias de carga».
Murillo percibe con justeza las consecuencias que se derivan para
los campesinos, de la comercialización de la agricultura, entre otras,
la proletarización progresiva. Más aún, asimila la eXRlotación ~9P-~-
talista industrial c,onel sistema latifundista de-l21anta<j§n.Y lo mismo
que el socialismo pequeño burgués europeo tiende a la conservación
del artesanado, Murillo quiere mantener, o aun crear, las condicio-
nes para la explotación agrícola del minifundio. Piensa que todavía
es tiempo de hacerlo, cuando apenas se esboza el desenvolvimiento
económico que trajo consigo el libre cultivo del tabaco, y que los
propietarios territoriales «oo.no han extendido su influencia, ni aca-
so apercibídose de su poder».
A diferencia de Miguel Samper, que esperaba el surgimiento na-
tural de fundamentos para la competencia en un régimen de libertad
absoluta, Murillo atribuye al Estado una iniciativa moderadora de

10 Artículo «Dejad hacer» -una réplica al de José María Samper, citado en el capítulo
anterior-, en El Neogranadino, No. 246, ,de 15 de abril de 1853.
110 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

los efectos imprevistos de la libertad otorgacja.'La cuestión era saber


si eTEstadoestaba dispuesto a asumir intereses sociales más amplios
que los implicados por la doctrina liberal-individualista. La res-
puesta era evidentemente negativa. Puede citarse, por ejemplo, la ob-
jeción del presidente López a un proyecto de Murillo, secretario de
Hacienda, proyecto que, sin embargo, había sido aprobado por el
Congreso. El artículo cuarto del proyecto disponía: « ... ninguno po-
drá hacerse en adelante dueño de una extensión de tierra de la per-
teneciente al Estado mayor de mil fanegadas». Con esta disposición,
se cerraba el acceso a un poder económico indiscutible a quienes
podían obtener fácilmente del Estado una concesión de baldíos, a
cambio de títulos de deuda pública depreciados. Ytambién el acceso
al poder político. Pues, para Murillo, queda fuera de toda duda el
fatalismo económico que condena a los granadinos a la agricultura.
y quien pueda dominar esta actividad privilegiada, poseerá las lla-
ves del poder político: « ... tenemos que restringir las adquisiciones
como hemos prohibido que se compren los votos para las elecciones
sin olvidar que el voto está en relación directa con la tierra». Hay,
pues, que evitar, a toda costa, la formación de una aristocracia terri-
torial, aprovechando que la existente «no se ha apercibido de su
poder».
Murillo no dice una palabra acerca de otras actividades que pue-
den originar acumulación de capital. Además, sólo la tierra posee la
virtualidad de sujetar a los hombres y de convertidos en dependien-
tes de otros hombres. Existe también una última consideración, re-
lativa a la diferencia entre la naturaleza de la tierra como «valor» y
los demás valores acumulables: si éstos son fruto del trabajo, la tie-
rra no es un producto sino una concesión gratuita de la naturaleza,
con lo cual queda desvirtuada la clásica teoría liberal sobre el dere-
cho a la apropiación fundado en el trabajo.
Ricardo Vanegasll señala la omisión de Murillo y declara no
comprender por qué éste «... adhiere exclusivamente esa preponde-
rancia política a la propiedad territorial y no la encuentra también
en la riqueza, bajo cualquiera otra forma que exista». En otras pala-

11 El Neogranadino, N° 251, de 20 de mayo de 1853, p. 171.


EL SOCIALISMO GRANADINO 111

bras, Vanegas no se atiene al esquema tradicional de un poder polí-


tico atribuido a la influencia que pueden ejercer los gamonales, sino
que prevé una forma más evolucionada de sociedad.
Por QtriLparte, para Vanegas es evidente que las críticas socialis-
tas no son conciliables con las circunstancias de la Nueva Granada.
Habría que buscar las causas del malestar de las clases menesterosas
en las condiciones mismas del país, sin preocuparse demasiado por las
teorías concebidas para los problemas europeos. Vanegas piensa que,
sin duda, Murillo puede mostrarse consecuentemente socialista al re-
criminar un régimen de desigualdad absoluta, en donde se codean la
abundancia más desmesurada con la indigencia más lastimosa y en
donde el régimen de trabajo impone diez, doce y catorce horas de ex-
tenuante labor. Pero, indudablemente, no se refiere entonces a la Nue-
va Granada12. Pues tal actitud, adoptada sin matices frente a la minoría
comerciante que pugna por acceder a una cierta conciencia de sus res-
ponsabilidades, no sería razonable. Y aun cuando sus ataques estén
dirigidos a evitar la formación de una aristocracia territorial, lo cierto
es que sólo contribuyen a debilitar el impulso conquistador de una
clase que tiende a desplazarse a las márgenes del Magdalena.
Vanegas hace notar que precisamente la ausencia de dinamismo
en el antiguo latifundio, ha creado las condiciones de miseria que,
con todo, no pueden compararse con el malestar social europeo, fru-
to exclusivo de la explotación capitalista. Y todavía no se había lle-
gado a esto en la Nueva Granada. Por eso, según él, era preciso crear
primero, antes que pensar en someter el trabajo a una organización
racional, mediante la intervención del Estado. La prioridad debía
corresponder a la necesidad de formar capitales y no a preocupacio-
nes sociales puntillosas y excesivas. Como se inclina a pensar que la
riqueza significa de cualquier modo preeminencia política, concluye
que parece inevitable inclinarse sencillamente ante el hecho, puesto
que proviene de Un orden de cosas natural. Y aún queda la posibili-
dad de conjurar un riesgo parecido (de plutocracia), ensanchando
progresivamente el círculo de los privilegiados. En pocas palabras,
créese la República burguesa con sus pretensiones de universalidad

12 Editorial «Socialismo», en El Neogranadino, N° 135, de 27 de diciembre de 1850, p.


433.
112 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALFS

y con su equilibrio «natural» de intereses y no habrá para qué temer


la influencia política de la riqueza. Si ésta se da, no podrá ser en otra
forma que en la de beneficios para los asociados, porque hay mu-
chos motivos -aun el egoísmo- que estimulan a las clases acomoda-
das al mantenimiento de la paz, de la religión y al fomento general
de la prosperidad.
Capítulo VIII
GÓLGOT AS y DRACONIANO S

EL TEMA DE LAS GENERACIONES

Hombres que nacieron casi todos -podemos atribuido a una coin-


cidencia- en el momento en que la estrella de Bolívar declinaba y
éste se veía forzado a asumir la dictadura para preservar su obra;
que tuvieron por maestro a Ezequiel Rojas, al doctrinario convenci-
do de las teorías de Bentham, y por mentores a Florentino González,
uno de los conjurados del 25 de septiembre, y a Manuel Murillo, el
hombre más notable de la administración del 7 de marzo; que para
expresar su fe republicana no vacilaron en santificar la fecha de la
conjuración y fundaron la Escuela Repulilicana un 25 de septiembre,
sin de'ar lugar a dudas sobre su identificación con los tiranicidas, los
ólgotas presentan una imagen demasiado familiar que se trasr.nite
ha15itualmente entre los historiadores como un ejercicio literario en
el que deben abundar los adjetivos cargados de alusiones psicológi-
cas. Según esta imagen, su destino hubiera podido ser el mismo del
de algún personaje muy conocido de Flaubert o de Stendhal, su pa-
o
sión igualmente inútil que la de Sorel su frustración en 1848 muy
parecida a la de algunos personajes de «la educación sentimental»,
Pero todavía no habían llegado a la Nueva Granada los modelos li-\
terarios del desencanto, y a todos los gólgotas los animaba una
pasión ingenuamente romántica, segura de sí misma, porque se mo-
vían bajo los ojos complacientes de una sociedad un poco paternal,
pero dentro de la cual gozaban de todos los privilegios. Parece, pues,
inútil repetir ese ejercicio tentador, al que ellos mismos se entre-
gaban, esforzándose por identificados con algún personaje noveles-
114 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

\ COl. Más importante que su imagen literaria -que no carece de cier-


ta virtualidad explicativa- se impone la interpretación de su papel
histórico, íntimamente vinculado al ascenso de la clase comerciante.
Si bien las reformas de 1850y 1851estaban inscritas en el progra-
ma del partido liberal en 1848, su realización sólo podía confiarse a
una legislatura completamente liberal, puesto que en la existente en-
contrarían los mismos obstáculos con que ya habían tropezado los
proyectos más audaces de Florentino González (reforma monetaria,
supresión del diezmo) durante la administración del general Mos-
o quera. Defendiendo tales reformas en el Congreso, y ganando de
paso a su causa a hombres más maduros, irrumpe entonces en la
vida política de la Nueva Granada la generación gólgota, recién sa-
lida de las universidades2•
Pasaban por gólgotas Francisco Javier Zaldúa, Antonio María
Pradilla, Januario Salgar, Justo Arozemena, Ricardo Vanegas, José
María Vergara Tenorio y Victoriano de D. Paredes. Hombres mucho
más maduros como Florentino González, Murillo Toro y el general
Herrera hacían alternativamente el papel de mentores. Un draconia-
no en derrota después de 1854,Pedro Neira Acevedo, refiriéndose a
la juventud y a la inexperiencia de los nuevos legisladores, nos
transmite un testimonio elocuente del fenómeno gólgota, extraña
mezcla de vehemencia desorbitada y de cálculo interesado: según él,

oo.una reunión de hombres enteramente desprovistos de experiencia polí-


tica, llenos de exaltación y la mayor parte sin luces de ninguna especie,
absorbieron la representación nacional; y como los legisladores no se im-
provisan ni basta el justo conocimiento de los intereses privados para conducir
bien los negocios públicos y facilitar la marcha de la constitución, resultó de
allí una asamblea llena de confusión y tumult03.

1 Véanse las imágenes de J. M. Samper, Historia de un alma, n, p. 41 YApuntamientos


para lahistoria ..., p. 476.S. Camacho R.,Memorias, n, p. 57 YEstudios, p. 89. M. Rivas,
Los trabajadores de tierra caliente, p. 142.Aníbal Galindo, Recuerdos históricos, p. 40 Y
ss. Ángel y R. J. Cuervo, Vida de Rufino Cuervo, II, p. 170 Yss. Joaquín Tamayo, Don
José María Plata y su época, Edit. Cromos, Bogotá, 1933,p. 117.
2 José M. Samper. Apuntamientos ..., p. 476.
3 Manifiesto a la Nación. 1855.
G6LGOT AS Y DRACONIANOS 115

La pintura, apasionada por lo demás, parece bastante exacta cuan-


do se refiere al conocimiento de los intereses privados. Este rasgo
serviría muy bien, entre otros, para caracterizar a los gólgota s frente
a sus adversarios, los draconianos. El giro especulativo y declamato- \
rio que imprimieron los gólgota s a su intervención política no puede \ '
atribuirse a cuenta de su mera ingenuidad, como tampoco su mani-
festación perentorias y vehementzs sobre la «fuerza de las ideas» se '
reducen a un puro romanticism~Todo esto embozaba una verdade- .
ra amenaza para el que supiera interpretar su lenguaje a la luz de los
hechos políticos{Ésgrimir hechos de contenido social y económico r:
no se reducía a un vaga filantropía, puesto que con ello se buscaba 1
deliberadamente la alianza -pasajera, debe reconocerse- con cla- '
ses «... hasta ahora proscritas de la concurrencia al gran mercado de
las ideas y de la vida mora!>:) Con ello s!-E2-8tulaba Wl ver.dad,ero
int~r_ésde,clase y se negaba la objetividad de estructuras sociales y
económicas que le oponían resistencia. Se esgrimía de paso la amena-
za de los furores populares, si la ocasión llegaba a ser propicia. Nada
más revelador en este sentido que el e~rop--Qr_ciQI1ado a las
democráticas en las provincias del sur y su represión final en Bogot~
-rugoIgotismo, al uncir a su carro las reivindicaciones de otros
sectores, alcanza un grado más_eleyado_cle_conciencia_de..clase. Los'
draconiano s, revolucionarios en 1840 contra un régimen conserva-
dor, llevan el lastre de su concepción estrecha y burocrática del Es-
tado. Ellos jamás podrían concebir, como Murillo Tor06, que

... las naciones, especialmente de América, regidas por instituciones repu-


blicanas, no se consideran sino como vastos talleres o compañías de comer-

4 Samper, ob. y lug. cit.


5 Según el testimonio de M. Bianqui, encargado de negocios de Francia, el presidente
y sus ministros asistían a las reuniones de las Sociedades Democráticas en 1850, con
gran escándalo del diplomático. A.A.E.F. Vol. XX, fol. 78 v. Refiere también que

--
Murillo Toro habría declarado en el Congreso, cuando los propietarios del Cauca
fueron duramente maltratados en 1851, que «... el gobierno no lo creía, pero que si \
los hechos eran como se los describían, aun así no era raro, y que el pillaje y las
violaciones de domicilio no eran sino exageraciones del pueblo que comienza a
conocer sus derechos». Fol. 175 r.
6 La Gaceta Mercantil (Santa Marta), No. 5, de 2 de noviembre de 1847.
116 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

cio, en que el gobierno es el encargado de la firma y gestión de los negocios


sobre los que gira toda la sociedad.

Es una generación a la que se atribuye cansancio y un deseo in-


vencible de reposo. Los representantes de la nueva generación la de-
claran en quiebra porque, según ellos, sus resortes morales están
agotados y es incapaz de aspirar el soplo renovador que se advierte
por todas partes: incapaz de asimilar las nuevas ideas o de tolerar el
desquiciamiento aparente y momeni:áneo de las clases sociales; inca-
paz de propiciar un orden nuevo o de hallar un punto de reposo a la
inestabilidad reinante: debería mostrarse razonable y retirarse a
descansar7•

LA REPÚBLICA CIVIL Y EL SOPLO HEROICO

Cuando la Escuela Republicana avanzó principios que excedían el


programa inicial del liberalismo, éstos se convirtieron muy pronto
en manzana de la discordia entre las dos generaciones. Si con la su-
presión del ejército y la elección popular de los gobernadores se que-
ría sacudir toda tutela que aminorara el impulso ascensional de una
clase, los draconianos tenían que oponerse porqu~ ellos « ... estab9-p
acostumbrados a ver en la organización militar la más segura,garªn-
Úa del orden y el mejor apoyo a las nuevas instituciones»8. Obstácu-
lo chocante: ¿quién podía ignorar en esa época, «acunada ,, por la
ciencia», que el mejor Estado es aquél que n.-o~9bien}WSobrelal!a-
ciente burguesía no se -éjercíaninguna presión ni existía una oposi-
ción organizada de clases que aminorara su influencia, a no ser ese
imprevisible Estado y ese aparato militar que no se amoldaban del
todo a sus exigencias. Los hechos, sin embargo, iban a desvirtuar la
I teoría. Mucho más tarde, en efecto, en 1854, vamos a presenciar un
! acontecimiento que constituye una paradoja: las masas populares,
en las que los detractores del Estado y del ejército confiaban para
'apoyarse, tampoco van a prestarse a los experimentos «civilistas».
I, Es un hecho que la guardia nacional (galicismo previsible), es decir,

7 Editorial de El Neogranadino, No. 41, de 8 de mayo de 1849,p. 144.


8 S. Camacho R., Estudios, p. 86.
GÓLGOT AS Y DRACONIANOS 117

los artesanos organizados en milicias para sustituir al ejército, cons-


tituyó el puntal más firme del gobierno provisorio del general Melo.
En cambio, «los temidos sayones de la espada», generales cuya ca-
rrera se había iniciado durante la época de la Independencia y que
en rigor constituían ellos solos el ejército que se atacaba, tales corno
Mosquera, López, Herrán, Herrera y Franco, permanecieron fieles al
lado de los notables del gobierno de Ibagué.
En los ataques de la juventud gólgota al ejército_110 se disimulaba
el temoq~or el caudjllisIDQ.En su espíritu, tan desorbitado y román-
tico"por"las luchas incruentas, no asomaba siquiera la más leve nos-
talgia por una edad heroica. Hombres de acción, no cultivaban la
indecisa ensoñación de Julián Sorel. ¡Tal vez si todos los hombres
que se batieron en las guerras de la Independencia hubieran estado
muertos! Entonces su memoria habría significado un estímulo y ha-
brían merecido la reverencia. Pero no. Estaban vivos y su influencia
«... se hace sentir fuertemente en nuestra sociedad». Ellos, que habían
estado «'" acostumbrados a imponer su yugo en la guerra de Indepen-
dencia, a mandar despóticamente a nuestros pueblos y a marchar en
una carrera brillante de triunfos y de glorias», no han querido después
«,.. sujetarse al régimen legal y a obedecer a los magistrados»9,
Ni una brizna de envidia por la gesta heroica y sí una prosaica
adhesión a la República civil. Sin duda, los gólgotas se reservaban lo
mejor de la tarea, puesto que~ revolución de la Independencia, al
fin y al cabo, no había sido gran cosa como revolución, Así por lo
menos lo sugiere José M. Samper, para quien la emancipación había
fundado una República «oo.apoyada en los cimientos de un trono».
Había pues que perfeccionar la obra. Nada más adecuado que supri-
mir el ejército ¡ esa institución que" ... es entre nosotros un contrasen- \
tido con la República, porque (.,.) organiza una oligarquía vitalicia
que tiene a sus órdenes una multitud armada y obligada a obedecer-
le· clegamen t e»10 ,

9 J. M. Samper. El Suramericano, No. 24, de 2 de diciembre de 1849. Véase también El


Siglo, periódico de S. Camacho R., Medardo Rivas y Antonio Ma. Pradilla, No. 2,
de 8 de abril de 1849. Este periódico es distinto aunque contemporáneo del de F.
González.
10 F. González, en el Senado. Véase El Neogranadino, No. 241, de 11 de marzo de 1853.
118 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Una crítica como ésta de Samper sólo era posible a raíz de una
nueva actitud hacia la Independencia y de una revaloración del con-
j cepto de libertad. En la base de estas nuevas ideas se encontraba la
, convicción de que la Independencia no había encontrado un eco en-
\ tre las masas, lo que invalidaba sus resultados, y de allí la necesidad
¡ de invitadas a intervenir activamente en el proceso político.
Así lo reconoce, desde una posición oficial, Victoriano paredesll,
para quien
... el absolutismo y las preocupaciones de todo género, procedentes del
tiempo colonial, habían echado profundas raíces en estas comarcas: la liber-
tad y las ideas luminosas que ella engendra y fomenta, no aparecieron sino
a esfuerzos de unos pocos patriotas, y tan aisladas y faltas de bases suficien-
tes sobre qué poder reposar, que era menester buscar en las masas el apoyo
necesario para hacer triunfar definitivamente las innovaciones y corolarios
inherentes a los nuevos principios proclamados; pero las masas, educadas
en la ignorancia y la barbarie, no los apoyaban con decisión porque no los
comprendían. Así fue que hasta que no empezaron a ilustrarse y a hacer las
comparaciones a que las mismas oscilaciones políticas han dado lugar, no
empezaron a apercibirse de la excelencia del nuevo sistema de gobierno y
a cooperar con conocimiento de causa y con enérgicos esfuerzos a la con-
quista de los derechos y la civilización emprendida por los próceres de la
Independencia.

Al ejército se atribuían, en gran parte, las oscilaciones políticas,


puesto que se lo identificaba como a un agente de la reacción. Peor
que esto, el ejército aparecía como una supervivencia del régimen
monárquico. No deja de parecer extraña una idea parecida, si se tie-
ne en cuenta que nació de las guerras de independencia, a menos
que se recuerden los proyectos monárquicos atribuidos a los parti-
darios de Bolívar. Aún más, la expedición de Flórez al Ecuador y su
presunta connivencia con el presidente Mosquera en 1846, desperta-
ba la sospecha de que los generales de la Independencia no eran
ajenos a ambiciones un poco extravagantes. Todavía vivos, eran un

11 Victoriano Paredes. Informe del secretario de Relaciones Exteriores. 1m. de El Neogra-


nadino, 1851.En el mismo año, el presidente Lópezhabía recomendado a las cámaras
las bondades del sufragio universal, como una manera de garantizar la interven-
ción de las masas en la democracia.
GÓLGOT AS Y DRACONIANOS 119

positivo estorbo y no se apresuraban a morirse para traspasar el um-


bral mítico de la historia y convertirse en ese cúmulo de virtudes
heroicas que son el patrimonio de los manuales escolares. Sobre todo
la virtud del desprendimiento:
12
...he visto [dice un corresponsal de La América ] que la mayor parte de los \
prohombres que proclamaron la independencia, no tuvieron por objeto la li-
bertad, cuyos bienes no conocían y cuyos resultados temían; no tuvieron en
cuenta sino la pura independencia, con el exclusivo objeto de sustituir en el I
gobierno a los españoles; de manera que, puede decirse, no tuvieron otro ¡
móvil que el deseo de mandar.

Esta irreverencia premeditada no constituía todavía ningún gé-


nero de audacia. Revelar los móviles demasiado humanos de hombres
que aún vivían era contribuir a corregir sus errores, y de ninguna
Manera atentar contra la solemnidad imponente de algún fetiche
histórico.
Los ataques al ejército estaban, pues, dirigidos contra los hom-
bres de la Independencia que se habían permitido sobrevivir. Si se
tiene en cuenta la precariedad de los efectivos y su papel secunda- !
rio, resulta que, en cierto modo, esos hombres eran el ejército, es de-
cir, el blanco de los ataques de la nueva generación. Aquí se insinúa .l '
una duda sobre la exactitud de la valoración tradicional del golpe de \
Estado del general Melo, a quien se identifica con el ejército. En rea- \
lidad, Melo no hubiera podido hacer nada sin el apoyo de los arte-
sanos. Es cierto que Melo había asumido activamente la defensa de
los intereses militares por medio de un periódico y que su carrera
había comenzado honorablemente con servicios prestados a la causa
de la Independencia. Pero no debe perderse de vista la totalidad del
proceso que lo condujo a un golpe de fuerza y que debe atribuirse,
en gran parte, a los errores mismos de lo~ sostenedores de la Repú-
blica civil.
Es bien sabido el papel que jugó en Francia la guardia nacional
como sostenedora de la burguesía, durante la corta vida de la Segun-
da República proclamada en 1848.Frente a los ejércitos regulares de
la monarquía -y de aquí viene la confusión de Florentino González,

12 No. 25, de 31 de agosto de 1848,p. 108.


120 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

para quien el ejército granadino es una supervivencia monárquica-,


la burguesía había creado su propio ejército, merced a una alianza
con las otras clases sociales, arrastradas por su impulso revolucio-
nario. En la Nueva Granada, el remedo tuvo sus tropiezos. Suprimi-
do prácticamente el ejército, los comerciantes se apresuraron a armar
a sus presuntos sostenedores, los artesanos, a quienes creían haber
inflamado lo suficiente con el credo demecrático. A las levas rurales
sustituyeron la organización de las masas urbanas de artesanos, cuyo
adoctrinamiento se había llevado a cabo en las Sociedades Democráti-
cas, creando así un cuerpo armado del que suponían la adhesión.
Extraño error que habría que atribuir a la débil forma de conciencia
burguesa, como débiles eran sus cimientos, puesto que constituía
apenas una proyección europea, lo que dio lugar a una permanente
comedia de las equivocaciones.

MEMORABLES SESIONES EN QUE SE DEBATIERON LA LÓGICA


Y LOS PRINCIPIOS

Los legisladores de 1850 se apresuraron a publicar para la posteri-


dad un "Diario de Debates", que registra en detalle las controversias
( .~ntre gólgotas,Y dracOJlianos. Según Nieto Arleta 13, esta escisión del
! partido liberal tuvo su origen en una pugna entre comerciantes y
~ manufactureros. Este esquema parece demasiado simplificado y sólo
(' puede sostenerse de una manera muy general; es decir, sin insistir
i demasiado en la identidad, en cuanto hace coincidir los intereses
~ manufactureros con las actuaciones de los draconianos. Las relacio-
I nes de un grupo político con un sector económico suelen, en efecto,

I ser más complejas que las señaladas por una simple coincidencia o

\ identificación, y por eso sólo es legítimo hablar de las tendencias de


! un grupo político que, por otra parte, puede actuar de una manera
no realista frente a las condiciones económicas, o favorecer a un sec-
tor económico por razones no económicas.
; En este sentido, puede decirse que los draconianos, que represen-
taban los aspectos tradicionales del liberalismo, actuaban frente a

13 Gp. cit., p. 193.


G6LGOT AS Y DRACONIANOS 121

los gólgotas por razones de <!arácterpolítico y pretendían mantener


una actividad económica tradicional que ya había entrado en plena
decadencia o se apoyaban simplemente en los artesanos, cuyos inte-
reses se veían amenazados por ciertas medidas que tendían a favorecer
a los comerciantes. Puede concluirse, no sin razón, que la defensa de
los artesanos no significaba en modo alguno un interés concreto de
conservar ciertas formas de producción o de preservar una manu-
factura nacional contra la amenaza de la competencia de artículos
extranjeros, sino más bien que los draconianos confiaban en la fuerza
política de un sector social o temían desafiada.
Como tendencia tradicionalista los draconianos confinaban la
acción del partido, una vez en el poder, a la función meramente bu- i
rocrática a la que puede aspirar un político, y este límite había que- \
dado trazado por su presunto fundador, el general Santandero La
fidelidad a las pautas del general se pone de manifiesto una vez más
en esta controversia entre comerciantes y protectores de los artesa-
nos. Pues ya el general escribía desde Nueva York a su amigo Vicen-
te Azuero, el 19 de enero de 1832:

O" la ley de aduana es vital en el estado de penuria en que quedó el país.


Por Dios, abandonen la teoría del comercio libre, quiero decir, de que todos
los productos y manufacturas extranjeras deben ser introducidos sin res-
tricciones ni recargos de derechos. La práctica de todas las naciones maes-
tras en comercio están en oposición a tales teorías (...) protejan, pues,
nuestras miserables fábricas y artes, no excluyendo absolutamente sino po-
niendo restricciones a los artefactos y productos extranjeros que nosotros
· . pro d'uc¡mos o po demos a poca costa pro duc¡r
tam bl€n . 14.

En las sesiones de la Cámara -en 1850- se debatían dos cues-


tiones que muestran, por un lado, hasta qué punto predominaban

14 Santander, Cartas y mensajes del general. Comp. de Roberto Cortázar. Edit. Librería
Voluntad. Bogotá, 1954. Vol. VIII, p. 185. En el mensaje al Congreso de 1833, el
presidente se apresura a poner en práctica su propio consejo. Dice: «... merece, no
obstante, las meditaciones del Congreso, la conveniencia de reformar las leyes que
establecen los derechos de importación y exportación. Las aduanas han tenido y
aún tienen en casi todas las naciones, el doble objeto de proveer a los gastos públi-
cos y de favorecer la industria propia, intereses ambos de que no podemos prescin-
dir en las presentes circunstancias», p. 253.
122 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

los intereses de la clase comerciante y, por otro, ilustran suficiente-


mente el antagonismo señalado entre gólgotas y draconianos.
La primera se refería a un proyecto sometido a consideración del
Congreso por el secretario de Hacienda Murillo Toro, y que estaba
destinado a combatir el contrabando. Se calculaba que la renta de
aduanas debía producir dos millones de pesos, cuando de hecho
producía apenas setecientos mil. La actividad de los contrabandistas
era evidente y la enorme diferencia bastaba para justificar la sospe-
cha de que ella cobijaba gran parte del comercio. Murillo, ante la
oposición enconada que encontró el proyecto, llegó a afirmar que
hasta en la Cámara de representantes encontraban un asiento los
contrabandistas.
La oposición de los interesados, y aun de aquellos que nada tenían
que ver con el comercio, se apoyaba en consideraciones muy par-
ticulares, pues derivaban del conocimiento minucioso de las condi-
ciones relativas a las mercancías que debían ser transportadas desde
la costa. El secretario de Hacienda pretendía que cada bulto prove-
niente del exterior fuera examinado por los funcionarios de aduana.
Una precaución excesiva, se le objetaba, si se tenía en cuenta el vo-
lumen del comercio de importación frente a la exiguidad de los em-
pleados dignos de confianza a los que se asignaba la tarea.
La lectura de los debates deja una impresión bastante curiosa, la
de la imposibilidad absoluta en que se encontraba el Estado para
reprimir el contrabando. Cualquier medida resultaba impracticable
o se consideraba lesiva en sumo grado a los intereses de los comer-
ciantes. Sin tener en cuenta, claro, el escepticisITlosobre la probidad
de los funcionarios de la aduana, ya que se admitía casi como un
axioma que el contrabando más importante se llevaba a cabo con la
complicidad de tales funcionarios.
Todos estaban de acuerdo en evitar cualquier perjuicio a los co-
merciantes. Con ese objeto se aducían toda clase de argumentos: los
que se fundaban en la simple lógica como los que recurrían al des-
crédito de la administración o a la solidaridad con los intereses de
una clase. Para los Representantes era evidente la oposición entre
los intereses del fisco y los del comercio y la prelación de éstos, aun
si tenían que someterse a la eventualidad de un riesgo y no a un
G6LGOT AS Y DRACONIANOS 123

perjuicio actual y previsible. No había pues la posibilidad de una


opción: debía evitarse el riesgo a toda costa.
No se mencionaba en ningún momento la preferencia deliberada
o la protección acordada a una clase social, silt consideración a las
demás. Parecía no percibirse la peculiaridad del comerciante, sino
que se confundían sus intereses con el interés social y sus convenien-
cias con la conveniencia general. El comercio constituía, por decido
así, la actividad social por excelencia. Se juzgaba que el comercio
poseía una calidad de la que carecían otras actividades, y que con-
sistía en cobijar la totalidad de los intereses sociales. La figura del
comerciante como miembro de una clase desaparecía (o se escamotea-
ba), para dejar en su lugar la entidad social entera que reclamaba
garantías en calidad de consumidora. Lo que no ocurría jamás cuan-
do las discusiones versaban sobre la protección que debía acordarse
. a los agricultores o a los artesanos. Entonces sí saltaba a la vista la
particularidad social propia a esas actividades y la inconveniencia
teórica de rodeadas de privilegios a que ningún otro granadino ten-
dría acceso.
Recordar este curioso debate puede servir de introducción para
analizar uno mucho más importante, en el que ya no estaba en juego
la lógica sino los principios (la lógica de la ciencia y los principios al-
ternaba de una manera habitual, según el estado de ánimo de los
ciudadanos diputados a la Cámara en 1850).
Los artesanos de Bogotá y Cartagena habían hecho una repre-
sentación por la cual solicitaban al Congreso que se elevaran los de-
rechos de importación a las mercancías introducidas en el país. El 8
de mayo, sometido a primer debate15, la Cámara negó el proyecto.
El diputado J. J. Nieto pidió que se reconsiderara esta decisión, con
el argumento, no muy entusiasta, de que «.:.la práctica no está siempre
de acuerdo con los principios». Se refirió enseguida al principio del
librecambio, cuya infalibilidad nadie en el recinto de la Cámara hu-
biera osado poner en duda, pues hacerlo hubiera significado casi una
deserción de las banderas liberales, según le constaba al expositor.

15 Diario de debates, deIS de junio de 1850.


124 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Con todo, J.J. Nieto pudo insinuar que la práctica inglesa era di-
ferente y que los ingleses protegían a los artesanos y fabricantes de
su país. Parecería entonces, como si « ... todos esos bellos pensamien-
tos que nos mandan de Europa son para que se practiquen aquí pero
no para que se ejecuten allá». Esta maliciosa observación se vio recha-
zada en el debate por Manuel M. Mallarino, casi con indignación16;

se me dirá que esos principios son buenos en unos casos y no en otros;


OO'

pues yo rechazo desde ahora y para siempre, rechazo absolutamente la di-


versidad de climas y de latitudes para los principios de la ciencia, para las
verdades eternas que son iguales en todas partes.

La vehemencia de una fe parecida señala una de las actitudes


típicas de la nueva generación. La afirmación incondicional tendía a
una coherencia puramente subjetiva y a evitar contradicciones con-
sigo misma, aunque chocara con el medio. Tales actitudes reflejan el
impulso ascendente de una clase cuyas afirmaciones se referían ex-
clusivamente a su propio interés. Los demás intereses sociales debían
plegarse a exigencias teóricas cuya validez aparecía como absoluta.
Lo objetivo exterior sólo podía tener realidad y oponer su pesantez
a conciencias más maduras.
En el caso de un draconiano típico, por ejemplo, la adhesión a los
principios ya la comprobación empírica generaban un conflicto que
el sentido"común podía resolver. Así, Lorenzo María Lleras, como
liberal, era seguramente partidario de los principios de Say, de Bas-
tiat y de Cobden. Si admitía que tales principios podían convencer-
lo, no pretendía, en cambio, elevados al rango de axiomas: «... yo me
he puesto a examinar la cuestión, luchando por una parte los prin-
cipios económicos, por otra la compasión de mis compañeros arte-
sanos». Puede expresarse una duda razonable sobre la sinceridad de
este sentimiento de compasión, pero no sobre su oportunidad polí-
tica. Los draconianos sabían con certeza que la suerte de los artesa-
nos dependía del proteccionismo aduanero. Sobre ellos pesaba una
amenaza de pauperismo y podía argi.iirse que su realización sólo
serviría para restringir el mercado mismo de artefactos extranjeros.

16 Sesióndel 14 de mayo. Diario de 17 de junio, p. 306.


GÓLGOT AS Y DRACONIANOS 125

Pero esta prevención aparentemente justa no bastaba para hacer de-


sistir a los comerciantes de sus pretensiones, puesto que nadie igno-
raba que los géneros importados estaban destinados al consumo casi
exclusivo de las clases altas de lá sociedad .
. Hay un matiz diferente en todos los argumentos aducidos, que
sería muy útil poder reproducir a cabalidad. Se trataba, casi, de una
representación teatral. Las barras se hallaban atestadas de artesa-
nos que expresaban su aprobación o su repulsa, y frente a tales ma-
nifestaciones resultaba difícil reprimir las buenas intenciones. El
diputado Manrique, por ejemplo, es aplaudido cuando expresa el
punto de vista de los artesanos con suficiente nitidez: «... qué es
lo que se sanciona entre nosotros? La tiranía en contra del pobre, el
favoritismo en favor del rico: esto es lo que está entronizado en esta
tierra» .
Contra la exaltación teorizante se traían argumentos destinados
a desprestigiar las teorías:
... ya se ha acusado a los economistas europeos [declara A. Acevedo] de
haber sido pagados por los gobiernos de sus naciones para generalizar cier-
tos principios en América, para abrir por todas partes nuestros puertos al
torrente, a la inundación de producidos extranjeros: ya se les ha acusado y
la prueba de que aquello es cierto, es que allí los gobiernos obran de distinta
manera.

y al lado de las teorías se pone de relieve la ingenuidad de los


teorizantes:
... disculpo, pues, el acaloramiento con que algunos jóvenes abrazan y sos-
tienen las luminosas ideas de los economistas modernos (...) veinte años
hace que yo dejé esos estudios y me consagré a los negocios públicos. Veinte
años de experiencia y de reflexión han venido a persuadirme de que no es
todo oro lo que reluce, y de que es necesario hacer abstracción de los princi-
pios escritos cuando ellos no son aplicables, cuando las circunstancias difi-
cultan su adopción.

Pero un proyecto destinado a «proteger a una clase de nuestra


sociedad que carece hoy de estímulos y de día en día va siendo más
.miserable y desgraciada», los artesanos, debía encontrar todavía
otro tipo de oposición que no se conformaba con las teorías econó-
micas sino con la suspicacia política. Juan N. Neira declaraba el pro-
yecto «un mal en el fondo», pues se trataba de una maquinación
126 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

socialista. Según él, el socialismo pretendía « ... dar la ley al capitalista


y al consumidor por medio de una estrecha asociación de obreros». N.
Neira podía inferir de allí que sostenían el librecambio. Actuaríamos
sobre la base de una experiencia y a la mera construcción teórica
podrían no otra cosa perseguía un proyecto encaminado a gravar
solamente a los ricos pues eran ellos los únicos consumidores de
artículos importados.

REFLEXIONES

Otro rasgo que caracterizaba la controversia era la actitud de las dos


fracciones del liberalismo respecto a las relaciones con el exterior.
Pedro Neira Acevedo, u,Edra~~nia!!o,pensaba que la ayuda financiera
de los ingleses durante las guerras de la Independencia había dado
como resultado que la Gran Bretaña se apoderara de nuestro nacien-
te e insignificante comerciol7. Los capitales nacionales se habían
visto devorados por la ambición del Imperio, sin reportar ventaja
alguna para el país: a cambio de oro y plata, los ingleses se habrían
limitado a remitir géneros que sólo servían para fomentar el lujo, sin
que por otra parte se hubiera fundado un solo establecimiento in-
o dustrial. Según él, «... hay comercio libre para acabar de arruinar con
I artículos de un lujo costoso y de primera necesidad que echan por
tierra (siendo más baratos) los de nuestras nacientes fábricas».
Algunos investigadores en nuestros días han tomado literalmen-
te este argumento (y los de Lorenzo María Lleras y A. Acevedo, que
se reproducen más arriba) para enjuiciar los puntos de vista, decidi-
damente librecambistas, de los gólgotas. El juicio resulta parcial si se
considera que el argumento proviene del sector draconiano y que la
actuación de los gólgotas debe examinarse, al menos, dentro de su
contexto histórico. Pues no hay duda de que ese contexto es muy
diferente a aquél en que nos movemos hoy. Si en la actualidad quisié-
ramos resucitar la controversia que opuso en este punto a gólgotas
y draconianos, no representaría una gran agudeza rebatir los argu-
mentos que sostenían el librecambio. Actuaríamos sobre la base de

17 Artículo «El Congreso de 1849»,en El Republicano, No. 1, de 14 de enero de 1849.


G6LGOTAS y DRACONIANOS 127

una experiencia, y a la mera construcción teórica podrían oponerse


hechos cuya consistencia ha tenido tiempo para desarrollarse desde
entonces.
Un juicio francamente adverso esgrimido ahora contra el libre-
cambio, equivale a reprochar a los comerciantes el atenerse a sus
propios intereses de clase y, en el fondo, a no ser otra cosa que co-
merciantes. Si se menciona, debe hacerse valer como un punto de
vista draconiano, es decir, como uno de los extremos de una contro-
versia histórica. No puede asumirse, en cambio, como criterio de
valoración histórica, a menos que se pretenda prolongar esa contro-
versia al mismo nivel en que se planteaba para los hombres de la
época, con el propósito, confesado o no, de deducir responsabilida-
des partidistas. Y si esto fuera posible, no estaríamos intentando una
aproximación histórica, sino elaborando un manifiesto político, en
el que se introduciría el recuento de las distintas fases de un proble-
ma todavía actual.
Si bien es cierto que la ausencia de proteccionismo significaba la
ruina para muchos artesanos, aquélla era, por otra parte, la condi-
ción requerida para configurar una burguesía de comerciantes que
sólo podía disponer, como en las primeras etapas del capitalismo, de
capital mercantil y aun apelando a cierto tipo de producción agraria.
No se requiere una inclinación particular por la apología para reco-
nocer el papel histórico jugado por una clase social, en este caso la
naciente burguesía colombiana, que en un momento determinado
postulaba su acción y sus intereses con un carácter de universalidad.
Es cierto que con ello se prescinde del examen (que sería en todo
caso hipotético) de otros intereses sociales. Se descarta, por ejemplo, la
eventualidad de que los artesanos granadinos hubieran asumido el
papel -directivo que desempeñaron los comerciantesl8• Pues, desde
un punto de vista opuesto, quiere imaginarse que en este caso im-
probable el país habría entrado por las vías de la industrialización,
reduciendo el problema a los términos de una preocupación pura-

18 Según Ospina Vásquez. op. cit., p. 206, «oo. contrasta el aparato de acción y la influen-
cia (de las Sociedades Democráticas) con la insignificancia de sus pretensiones en
el campo puramente económico: protección para la ínfima industria de una docena
de sastres, talabarteros y zapateros».
128 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

mente contemporánea. Un proceso de industrialización resulta, sin


embargo, demasiado complejo para contemplar su posibilidad (en
el pasado) en términos de una simple evolución del trabajo artesa-
nal. Aun sisuponemos la existencia de talleres diseminados, no pode-
mos atribuirles la virtualidad de transformarse en establecimientos
industriales. Los problemas que implica la acumulación de capital y
la acción clasista que favorece la industrialización, eliminan la posi-
bilidad de una evolución parecida.
Antes de 1850 podía pensarse seriamente en el valor de los estí-
mulos encaminados a proteger el trabajo de los artesanos, porque la
expansión industrial europea no había alcanzado el extremo de abo-
lir el artesanado en la misma Europa. Entonces era todavía posible
concebir el problema de la producción refiriéndose a artefactos
manufacturados, salidos de un taller artes anal. La competencia con
Europa residía en la habilidad, o la mera técnica artesanal, y se con-
taba para hacerla posible con la índustríosídad de los habitantes; es
decir, su interés para aprender nuevas técnicas que obedecían a tra-
diciones europeas y que los granadinos envidiaban y hubieran que-
rido igualar. Son muy frecuentes los testimonios de esa índole y las
quejas sobre las deficiencias del trabajo artes anal en la Nueva Gra-
nada. Pero una previsión de lo que significaba la revolución indus-
trial, estaba muy lejos del ánimo de los homhres de la época.
Excepcionalmente, y colocado desde un punto de vista europeo,
Florentino González comprendió los efectos políticos del capital fi-
nanciero. Pero la idea más generalizada sostenía que nuestra economía
de subsistencia representaba una ventaja evidente ante el espectácu-
lo de una Europa amenazada por el hambre y la miseria más espan-
tosas. Nuestro aislamiento nos preservaba de los efectos de las crisis
periódicas del capitalismo en desarrollo, y los únicos que podían
tener una experiencia directa de este fenómeno eran los comercian-
tes, sometidos como estaban a las restricciones del crédito interna-
cional para sus operaciones, cuando una crisis se presentaba.
Para los contemporáneos, la Nueva Granada era una especie de
Arcadia:

... Nadie se muere de hambre: no se presentan nunca esas calamitosas épo-


cas de escasez con que gran parte de la Europa se ve frecuentemente ame-
nazada: por todas partes nuestros fértiles terrenos brindan al granadino con
GÓLGOTÁS y DRACONIANOS 129

alimentos obtenibles a muy poca costa y siempre en la mayor abundancia;


pero la riqueza no aparece reconcentrada en grandes proporciones y for-
. 1es 19.
man d o gruesos capIta

y eran muchos los que no querían salir de ese estado por nada
del mundo. Mariano Ospina R., por ejemplo: « ... es necesario decir
-y lo dice- que nuestra poca riqueza es fecunda y la riqueza de los
ingleses muy estéril. Nosotros tenemos poco pero ese poco está re-
partido; y basta para hacer vivir sin gran fatiga a nuestra población».
y más adelante expresa una idea de curiosa resignación: « ... noso-
tros, pues, estamos pobres respecto del pueblo inglés, pero nuestra
pobreza es cien veces preferible a la opulencia de aquél»20.No es
necesario insistir demasiado sobre las implicaciones de una afirma-
ción parecida. Revela, en todo caso, un clima mental que debe ser
tenido en cuenta al analizar las verdaderas proporciones de la dis-
cusión sobre el librecambio. Puede verse también como el resultado
de una falta de perspicacia respecto de los fenómenos contemporá-
neos. O puede explicarse como la pretensión conservadora de opo-
nerse al ascenso de una burguesía de comerciantes, apoyándose
para ello en las viejas estructuras agrarias que aseguraban una eco-
nomía de subsistencia. O como la imagen de una Arcadia ahistórica
que no puede anticipar el futuro.

19 «Situación financiera de la república», en La América, N° 19, de 23 de julio de 1848,


p.84.
20 El Nacional, N° 11, cit.
Capítulo IX
LoS ARTESANOS

CURIOSOS ANTECEDENTES DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS

En 1838, Monseñor Baluffi, internuncio de la Sede Apóstolica en


Bogotá, aparecía como uno de los principales promotores de la 50-
_c,iedad Católica, cuyo fin aparente consistía en propagar las máximas
)2del Evangelio. A esta misión se asociaba de manera natural un com-
,/ bate contra el filosofismo en boga. Dadas las circunstancias, era muy
fácil confundir los fines aparentes con un interés velado por las
cuestiones políticasl. Para hacer frente a este instrumento político
que el gobierno de José I. Márquez dejaba obrar en toda libertad, el
partid2_de ~pos_icíónfU!l~_nª_so_ciedad «Democrática»_destinac:ia
-",--a_co~~atirel (<f~~~~},_pedir la_!ibe~'tad.~e.~t!t!g_sYjlbogarp-or
u¡;lregImen feder~l. El obISpo de Popayan dmglO una carta pastoral
en la que se estimulaban las actividades de la Sociedad Católica, y el
Consejo de Estado resolvió que se procediera penalmente contra el
obispo por arrogarse funciones que no correspondían a su cargo. En
el curso de la discusión del Consejo de Estado, Salvador Camacho
(padre de S. Camacho Roldán) acusó al internuncio de ser uno de los
promotores de la sociedad. Ésta se disolvió-finalmente, debido a ia
actitud del prior de~convento de agustinos, fray Pedro Cadena, que
remitió una carta a La BatideiaNaoonal-Cp-erioairode-l-general San-
tander), en la cual atribuía a.!9-s.Jlci~3.~~~~~~llikos..manifiest{)s.-
Cuatro años más tarde, a raíz de la derrota de los liberales en la
guerra de 1840,los jesuitas fueron llamados a la Nueva Granada por

1 Así lo reporta el cónsul Lemoyne el15 de agosto de 1838 al Ministerio de Relaciones


Exteriores de Francia. V. A.A.E. Vol. XIV, fol. 258 v. y ss.
132 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

la administración del general Herrán, gracias a los esfuerzos de Ma-


riano Ospina, entonces secretario de Instrucción. Los padres de la
Compañía no tardaron en adquirir una notoria influencia y, según el
testimonio del encargado de negocios de Francia, señor de LisIe,

... los jesuitas llegados a Bogotá en la más profunda miseria, hace un año
apenas (escribe en 1845), hoy se ven no solo al abrigo de la necesidad, lo
que apenas sería justo, sino casi ricos, gracias a los regalos de toda clase que
han recibido. Esto no es suficiente para ellos. Piensan consolidar su influen-
cia sobre la clase media y sobre el pueblo por prédicas y por el estableci-
miento de congregaciones obreras2.- - .

Si bien los jesuitas habían sido llamados para ejercer una influen-
cia confesíonal sobre la juventud, su apoyo principal se hallaba en-
tre las clases bajas que recordaban maliciosamente quiénes habían
sido los primitivos propietarios de las haciendas más fértiles del
país; este solo pensamiento bastaba para intranquilizar a los actua-
les propietarios y despertar su hostilidad hacia los jesuitas. Ahora
bien, aunque se prescinda de los motivos de hostilidad -reales o
ficticios- que atribuye el señor LisIe a los artesanos, siempre debe
ser tenida en cuenta la acción que se propusieron los jesuitas por
medio de las congregaciones, que parecen ser el antecedente inmedia-
to de las Sociedades Democráticas.
Un poco más tarde, Juan Francisco Ortiz3 ~ncontraba entre l.Qs
artesaTllJ.s
y los jesuitas una comunidad de interese~ tan est~~cba,que
, teníamotivos para esperar -en las elecciones de ~84:~.::- el apoyo de
los artesanos a la fracción conservadora. Según Ortiz,
./
,,/ o •• los jesuitas han encarnado en los artesanos como éstos están incrustados,
si se permite tan atrevida frase, en la guardia nacional de Bogotá; de manera
que jesuitas, milicianos y artesanos forman una masa compacta que piensa
de un mismo modo, y obrará de concierto, cuando llegue el caso, a una sola
señal, a una sola voz.

Las esperanzas de Ortiz eran excesivas. Convertida la sociedad


de artesanos en Sociedad Democrática, los radicales disputaron su

2 [bid. Vo!. XVIII, fa!, 89 v.


3 El Tío Santiago, p. 71.
Los ARTESANOS 133

influencia a los jesuitas para convertida en un instrumento político


diferente. Obtuvieron inclusive que los artesanos «exigieran» al go-
bierno la expulsión de los padres de la Compañía.

Los TEMAS DE LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS

Los artesanos y la guardia nacional obraron finalmente, mucho más


tarde, en 1854, tal como lo preveía Ortiz para 1849, en contra de los
exagerados partidarios de la democracia y de los «excesos» de la
Constitución de 1853. Pero, ya los jesuitas no estaban allí para pre-
senciar el golpe de Estado del 17 de abril de 1854. Y aun para esta
fecha, las sociedades compuestas en gran parte por artesanos esta-
ban muy transformadas, y las enseñanzas que se referían a los debe-
res de los trabajadores para con Dios, para con la Constitución, para
con sus superiores y para consigo mismos habían sido sustituidas
por otras que se referían muy poco a los deberes y sí a los derechos
emanados de principios democráticos. A la enseñanza religiosa, que
no hay por qué pensar desprovista de finalidades políticas en el si-
glo XIX, la había sucedido la enseñanza de un catecismo civil laico
destinado a crear una «conciencia ciudadana», es decir, un instru-
mento político utilizable.
El tono de las enseñanzas de los padres de la Compañía de Jesús
se revela en este consejo, consignado en Deberes de los católicos en las
próximas elecciones4;
... rehusad vuestros votos a esos agiotista s y especuladores que de tiempo
atrás están minando los institutos religiosos como opuestos al espíritu del
siglo, para apoderarse de los bienes que les legara la piedad de nuestros
mayores, consignando vales que han adquirido a bajo precio en. cambio de
fincas que dan subsistencia a los regulares y que mantienen el culto católico
con el esplendor de sus iglesias.

De un lado y de otro se agitaba el espantajo de «agiotistas» y


«especuladores», que hacía pensar en una lucha social y que iba a
convertirse en una de las justificaciones del régimen de Melo. El adoc-
trinamiento a que por su parte sometían los gólgotas a las Sociedades

4 Imprenta de J.A. CuaBa. 24 de mayo de 1848, p. 9.


134 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

Democráticas, tenía una predilección muy marcada por subrayar el


desdén con el que «la gente decente» acostumbraba a mirar a los
artesanos, sobre los que debía reconocerse que, al fin y al cabo, pe-
saba 10 más duro de las cargas sociales. Y parecía inútil que los con-
servadores se esforzaran por neutralizar la enorme fuerza que en el
partido en el poder había desatado, recurriendo al mismo expediente
de fundar una Sociedad Popular y una Sociedad Filotémica, paralelas a
la Sociedad Democrática y a la Escuela Republicana y destinadas a en-
frentadas, como efectivamente ocurrió en enero de 1850y en marzo
de 1851. En el caso de la Popular, los radicales se apresuraron a esta-
blecer parangones5 que debían mostrar la índole tan diferente de los
/.<:!gstípos(Iesocie~Mientras que en la una se ofrecía el espec-
táculo de una promiscuidad social condescendiente, de una indiscri-
minación tolerante en suma, de la simpatía más candorosa por la
causa del pueblo, codeándose los cachacos con los de ruana, en la Po-
pular se imponía el espíritu de jerarquización y un mal disimulado
desprecio por los humildes. Ésta era entonces una concesión tardía y
sin consecuencias, además. Así lo advierte G. (?) a Juan Manuel
Arrubla, en una carta aparecida en El Neogranadino6:

... ustedes los aristócratas se han suicidado al enrolarse en las sociedades


populares las que no se contentan con el sacrificio de amor propio que ha-
cen usted y su copartidario el señor Juan de Francisco, al sentarse alIado
del maestro Espejo; exigen más, exigen que ustedes estimen al pueblo, que
no pronuncien la palabra canalla, exigen, en fin, que ustedes sean para ellos
lo que los liberales son para la sociedad de artesanos y que ustedes no pue-
den ser jamás, porque dejarían de ser lo que son.

De la advertencia podía concluirse que los conservadores no re-


portarían ventaja alguna, si no era atizar momentáneamente los an-
tagonismos sociales que se volverían contra ellos.
Pero los radicales no fueron más afortunados. Después de los en-
cuentros del 19 de mayo y del 10 de junio de 1853 iba a esfumarse
toda huella de fraternidad y de simpatía. El espectáculo ik...ggache§
LcachacDs movidos por la misma fe democrática se convirtió en un

5 V. p. ej. El Suramericano, N° 30 de 20 de enero de 1850.


b N° 82de 11 de enero de 1850,p. 15.
Los ARTESANOS 135

antagonismo irreconciliable. Pero la lección que recibieron los arte-


sanos sobre su valor y sus derechos permaneció arraigada en la con-
ciencia:

... en este tiempo y en este rincón de América española, se ha dado y se da


por excelencia el nOlpbrló!ded~mQc!átiS9al hombre de ruana; y visto está
que entre esos dem~cráticos propiamente-di~hos, se-cuentan-soldados va-
lerosos, artesanos honrados, patriotas distinguidos; porque qué significa si
atendemos a las opiniones el llevar casaca o una ruana, unas botas o unas
alpargatas, un sombrero de París o uno de jipijapa? Nada. El hombre vale
7
por sus hechos, por su conducta ...

GÓLGOT AS Y ARTESANOS: EL DESENGAÑO

Al posesionarse de la presidencia, el_generalLÓEe,?: había prometido \


a los granadinos la libertad de industria, y acto seguido había agre-
gado: «... pero trabajaré porque esta misma libertad no se convierta
en la desigualdad opresiva y destructora que apareja la acumulación 1/
de la riqueza». Y para limitar esta afirmación, prometía: «... la pro- )
piedad, como primer elemento de medro y de goces, será fielmente
respetada» . ¿Qué significaban es!a1?d~claraciones_cQmoprogri\l]la
<;legobiern()? Por un lado, se buscaba tranquilizar a,losproEi~tarios,
.e.ara quienes'fa ~_~~q~e!ajlhefél1 de la revolución significaba, literal-
mente, un atentac!9 contr.ª suJ2Qlsa.Por otro lado, se limitaba la «li-
bertad de industria» en sus efectos más naturales, «la acumulación
de la riqueza». Quienes sostenían la libertad de industria a todo tran-
ce, eran comerciantes. Pero la frase es de tal ambiguedad, que no
puede pensarse en un ataque directo a las aspiraciones de los comer-
ciantes. Además, el presidente se comprometía, en primer término, ,
a sostener la libertad de industria. El sentido más inmediato de la
frase tendía, pues, a ha}¡:~ga..r
a las clases populares. Combinado este
J
sentido con la restricción más velada dirigida a los comerciantes,
parece indudable que el presidente quería insinuar su protección a los
artesanos. Al menos así lo entendían éstos, que en diferentes opor-
tunidades reclamaron del Congreso la aplicación estricta de los pro-

7 Los Democráticos.Hoja mural fechada el3 de agosto de 184?


136 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

gramas del 7 de marzo, una fecha que estaba asociada a su propio


triunfo contra las vacilaciones de los congresistas.
La velada promesa tuvo consecuencias imprevisibles. Si las So-
I ciedades Democráticas constituyeron un arma política que pudo uti-
lizarse contra la aristocracia de las provincias del sur, su manejo
I ocultaba dificultades insuperables en el ámbito de una sociedad de
comerciantes. Por lo mismo, se observa una diferencia notable en el
trato dado a los artesanos de Bogotá ya los miembros de las Demo-
cráticas de las provincias del sur: « ... los democráticos del Cauca
glorificados, los de Bogotá entregados al suplicio»8. Aunque las rei-
vindicaciones de unos y otros obedecieran a las mismas consignas,
las masas de las provincias del sur poseían un carácter y defendían
intereses diferentes a los de los artesanos de Bogotá. Éstos estaban
colocados a una distancia apropiada respecto de los gamonales y
dueños de tierras, es decir, gozaban de una relativa independencia
frente a las estructuras conservadoras de la sociedad, pero no esta-
ban exentos de una oposición de intereses frente a la clase comer-
ciante de las ciudades.
La diferencia es tan marcada que se revela en el origen mismo de
las sociedades democráticas. Los artesanos de Bogotá se ()rg~~é!J:"on
primitivamente, sin una finalidad política definida9, apenascQmo
«hombres del pueblo». Sólo posteriormente fueron influidos y hala-
gados por los radicales y acaso arrancados de la influencia de los
jesuitas. La Sociedad Democrática de Cali, por el contrario, se lanzó
tras la «bandera democrática» y quiso hacer efectivo el dogma de la
soberanía del pueblo, combatiendo «1osvicios de la oligarquía»lO.
El motivo clasista fue mucho más débil en la Sociedad Democrá-
tica de Bogotá, al menos en los primeros tiempos, cuando existía una
alianza tácita con los radicales. Éstos se esforzaron por dotar a los
artesanos de una conciencia ciudadana y por inculcarles ciertas am-
biciones cuyo solo enunciado parece ridículo; tan ceñidas estaban a
los ingredientes teóricos, que la más pura doctrina liberal exige para

8 V. Ángel y R. J. Cuervo, op. cit. n. p. 193.


9 V. el manifiesto en que apoyaban la candidatura de López en La América, N° 12 de
4 de junio de 1848. También V. S. Camacho R. Memorias. 1.p. 107.
10 V. El Suramericano, N° 29 de 20 de noviembre de 1849.
Los ARTESANOS 137

el ejercicio de los derechos políticos. Véanse, por ejemplo, estas con-


sideraciones que José M. Samperll dirige a los artesanos:
... sabíais que como ciudadanos podíais obtener los puestos públicos para
servir a vuestra patria: quisísteis hacer efectivo ese derecho y vuestras es-
peranzas se malograron. ¿Por qué sucedió así? Porque para gozar de los
derechos y de las garantías se necesita una fuerza, la fuerza moral; y ella no
se adquiere sino con el patriotismo reunido a la ilustración, y con la inteli-
gencia apoyada en la fraternidad y la justicia. Vosotrosla teníais todo menos
la ilustración, y he aquí por qué fracasaron vuestras nobles aspiraciones.

Consecuentemente, los cachacos se dedicaron a improvisar este


ingrediente que lo prometía todo, dando clases de lectura, escritura,
aritmética y dibujo a los artesanos12• Esfuerzo que no halló jamás
su adecuada recompensa (a no ser el martirio político después de14
de diciembre de 1854),pues, co.ntra toda previsión optimista, la ilus-
tración, escasa, debe convenirse, no parecía bastar a los artesanos,
ese Yaro don de la fuerza moral, el «ábrete sésamo» de los puestos
públicos.
Muchas oscuras tendencias germinaban en el alma de los artesa-
nos y aun certidumbres, que una conciencia ingenua pugnaba por
expresar. El esquema histórico elaborado por el racionalismo liberal
(y calcado de patrones franceses) era captado por ellos de una ma-
nera espontánea, infantil y extrañamente distorsionada, sin que pu-
dieran identificarse ni por un momento con el hermoso papel que se
atribuía a los criollos en las jornadas de la emancipación. Puede ha-
blarse, en rigor, de una interpretación mestiza de la historia. Ésta
constituía su propio punto de vista, calcado, claro está, de la inter-
pretación tradicional. La distorsión, sin embargo, era evidente: a pe-
sar de que se incorporaran los temas de progreso, de emancipación, de
libertad, etc. El esquematismo introducido por los manuales, según
el cual a la Conquista había sucedido la Independencia tras un pe-
ríodo intermedio y negativo, era tomado literalmente y llevado a sus
últimas consecuencias. El famoso sentido común, tan ilógico la ma-

11 «Leccionesorales sobre moral, dictadas en la Sociedad Democrática de Artesanos


de Bogotá»,en El Suramericano, N° 31 de 3 de febrero de 1850.
12 S..Camacho R. Memorias, l. p. 107.
138 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

yoría de las veces, se atenía al hecho fundamental de que los indios


habían sido conquistados una vez y de que por ninguna parte se veía
traza de su emancipación. El artesano, como era de prever, se iden-
tificaba por entero con la raza dominada.
Como en toda imagine ría popular, el pasado remoto se coloreaba
con tintes amables: «Había una vez ...» en que

... prósperos y felices, los pueblos de la Nueva Granada, antes de la conquis-


ta, perdieron con la dominación española sus costumbres inocentes y puras,
sus tesoros inmensos, productos de su industria constante y los conoci-
mientos científicos que habían ido recopilando 13.

Imagen encantada del país de cucaña y tan inexacta como sólo


podía proporcionarlo una conciencia que quería asumirse a sí mis-
ma redimida, aunque fuera en el pasado. El presente se echaba de
ver también como un espejismo que se proyectaba en el pasado a
través de una alusión, que parece extraña, a los «tesoros inmensos»
fruto de una «industria», o a la «ciencia» que tánto prometía en el
siglo XIX. Los argumentos mismos de los gólgotas, dirigidos a que-
brantar el prestigio de la casta militar, tomaban un giro del todo inu-
sitado en la conciencia de los artesanos: «oo. la guerra de diez años
que preparó ese triunfo [de la Independencia] no sacó al país de la
dominación española a que en todo estaba sujeto, sino que separó
apenas el territorio y la autoridad para establecer un gobierno dis-
tinto». ¡Sancta simplicitas que posee todo el prestigio de la verdad
inacatable! Con todo, se hacían concesiones generosas: «oo. para or-
ganizar un Estado libre, virtuoso y sabio, hubiera sido indispensable
la destrucción de los americanos españoles que formaron la Repú-
blica de Colombia y ya se ve que esa suposición es imposible». Im-
posible, es cierto, pero eso no evitaba que se alimentara el deseo.
Había pues que contar con los «americanos españoles», aunque
sin darles demasiado crédito. ¿De qué valían los espejismos de los
gólgotas frente a esta conciencia irreductible de una peculiaridad ra-
cial que quería ver resucitar en su integridad un pasado que se pin-
taba con tonos tan amables? ¿Contra esta solidaridad profunda con

13 V. Editorial de El Demócrata, periódico de la Sociedad de Artesanos, N° 5, de 9 de


junio de 1850.
Los ARTESANOS 139

un pasado, falseado es cierto, que oponía su continuidad a la con-


ciencia escindida de la minoría criolla, de los comerciantes alucina-
dos ellos mismos por el espejismo de Europa?
Si bien la certidumbre de los artesanos era oscura y muy pro-
bablemente no constituyeron ese grupo « ... animoso y emprendedor,
que quiere destruir las trabas coloniales que se oponen al desarrollo
económico de la Nueva Granada», como lo quiere Nieto Arteta14, no
hay duda de que ella bastaba para hacerles presente el peligro que
encerraban los conciliábulos parlamentarios, dirigidos a obstaculi-
zar sus peticiones. En este punto, sus intereses más evidentes choca-
ban con los de la clase comerciante y los obligaban a la acción.
Son muy conocidos los hechos de mayo y junio de 1853, que Cor-
dovez Moure relata regocijadamente en sus «Reminiscencias». Yades-
de 1852se había operado la conversión más notable de los artesanos,
al pasarse Ambrosio López al partido conservador, pese a los violen-
tos ataques que el mismo López había dirigido en 1848 contra Ma-
riano Ospina R.15. También en 1852, Miguel León, a propósito de un
problema laboral con los artesanos en la imprenta de Murillo Toro
(de El Neogranadino), lanzaba una violenta requisitoria contra el se-
cretario de Hacienda, y le preguntaba16:

oo.¿qué utilidad nacional ha hallado usted y los de su círculo, en ahogar en


el Congreso las triplicadas solicitudes que los artesanos hemos hecho para
que en nuestros puertos se graven las manufacturas extranjeras que se fa-
brican en el país?

En ese momento (1852), el artesano se limitaba a exhibir su fuer-


za y a oponer su propio poder al del secretario de Hacienda.' Ame-
nazaba a Murillo con la impopularidad y le prevenía que no tendría
muchos votos para futuro presidente. A partir de mayo de 1853, la
situación tomó un cariz muy diferente, pues los artesanos se dieron
cuenta de que su poder, hasta entonces estimulado por el régimen,
era puramente ilusorio. Yano eran un aliado y un dócil instrumento,

14 Op. cit., p. 238.


15 V. Un papel viejo, editorial de El Neogranadino, N° 191, de 9 de enero de 1852, p. 9.
16 Satisfacción que da el que suscribe, al señor doctor Murillo, secretario de hacienda. Cartel
mural firmado por Miguel León. 19 de enero de 1852.
140 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

sino «un estorbo a toda reforma filantrópica»17. Muerto un artesano


en la lucha, su matador (los artesanos señalaban a Izquierdo) no fue
ajusticiado. En cambio, Nepomuceno Palacios, acusado del asesina-
to de Antonio París, fue juzgado y ejecutado «... porque no tenía tí-
tulos de doctor ni tampoco de gólgota». ¿Por qué no se juzgaba al
doctor Eustaquio Álvarez, que, siendo juez de circuito, capitaneó a
los cachacos contra los artesanos? «... ah!, porque a más de vestir ca-
saca es doctor y tiene títulos de gólgota, y contra la aristocracia la
ley no tiene poder». Los motivos de resentimiento seiban ahon-
dando y sólo quedaba el desengaño de haber sido apenas un instru-
mento en la lucha «democrática»;

'" ya habéis visto el desprecio con que hemos sido tratados. Nuestras solici-
tudes no tienen mérito alguno, ni somos capaces de presentar motivo alguno
de conveniencia pública; porque ésta no se encuentra sino en nuestro pro-
pio exterminio: por esto no se nos pagará lo que se nos debe, no seremos
protegidos con el trabajo que se nos debiera proporcionar; con tal motivo
los contratos, principalmente de vestuarios, han de ser traídos de la extran-
jería y no construidos en el país.

Ya no había lugar para las ilusiones. Sólo quedaba la lucha. ¿Y


por qué no? La venganza.

17 ¡Artesanos, desengañáos! Cartel mural firmado por Miguel León. Bogotá, 6 de agosto
de 1853.M. Goury du Rosland presencia escandalizado los síntomas de una verda-
dera guerra social. Escribe el ministro francés el 11de julio de 1853: «En otro tiempo,
y diciendo esto no tengo la intención de remontarme sino a un pasado de algunos
meses, el vestido y el sombrero negros que llevaba un granadino eran una distin-
ción suficiente para protegerlo en medio de las agitaciones populares. La hostili-
dad, cuando a grandes intervalos llegaba a manifestarse entre el poder ayudado de
sus soldados y la clase turbulenta de los doctores, sostenida por el descontento de
todos los partidos, tomaba, al menos, una bandera sobre la cual se estaba habituado
a leer la palabra consoladora de "respeto a la propiedad". Los primeros luchaban
para conservar el poder del que estaban revestidos, los segundos para quitárselo.
Hoy, señor ministro, la escena ha tomado un aspecto más dramático y el color del
rostro de los actores, al mismo tiempo que la diferencia de sus vestidos, indican que
hay en los unos tentativa de transformación social y en los otros esfuerzo para
resistir el peligro que ellos mismos han hecho nacer» A.A.E. Vol. XXI, fa!, 292 r. y
293v.
Los ARTESANOS 141

SOBRE EL VERDADERO CARÁCTER HISTÓRICO


DEL RÉGIMEN PROVISORIO DEL GENERAL MELO

La llamada dictadura de Melo conserva en los relatos habituales un


aspecto bastante antipático. Un militar oscuro, culpable del asesinato
premeditado de un inferior, decidió escapar a la justicia dando un
golpe de Estado. Para ello se valió de un ejército amenazado de ex-
tinción y del apoyo de la plebe. Aprovechó la debilidad -o la com-
plicidad- del presidente en ejercicio, que se había visto privado de
sus prerrogativas por la Constitución de 1853,inspirada en un progra-
ma ultrademocrático. Contra él se coligaron militares prestigiosos,
lo más brillante de la juventud granadina y los jefes tradicionales de
los partidos. Y tras este brillante cortejo, la historia unánime 10 con-
dena por haber atentado contra la legitimidad.
Es posible que la figura de Melo fuera antipática. Este tipo de
apreciación es irremediable y son vanos los esfuerzos que se hagan
para modificar un juicio parecido. Es posible hasta convertir un demo-
nio en un santo aceptable, pero transformar una figura más o menos
oscura en un personaje atrayente parece una tarea inútil. Sin embar-
go, es un error enjuiciar la dictadura de Melo a través de Melo, el
personaje histórico cuyo perfil siempre aparecerá impreciso y cuya
presencia parece más bien un accidente, si se enfocan los hechos bajo
cierta perspectiva.
Es demasiado tentador asociar al heroico Herrera o a los genera-
les Franco, López, Herrán o Mosquera con el aspecto positivo de la
historia concebida como una tradición de legitimidad, para oponer-
los al advenedizo que en un golpe de audacia se apoderó del poder,
sin el consentimiento de nadie. Desgraciadamente, la historia carece
de un aspecto positivo identificable con la legitimidad o un aspecto
condenable, por salirse de los cauces previstos por una Constitu-
ción. y no puede calificarse sino de manía leguleya esta insistencia
en lo injustificable del golpe del 17 de abril.
Por familiar que sea la interpretación tradicional, debería hacer-
se constar al menos que el juicio de los contemporáneos era mucho
más matizado. Algunos, como José M. Samper, colocaban el hecho
dentro de un contexto bastante general, haciendo alusión al fenóme-
142 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

no del militarismo enfrentado a las ideas del gobierno civil18 y a la


pugna de las dos facciones del partido liberal. Otros, como Aníbal
Galindo19, sólo tenían en cuenta este último aspecto. Pero, en gene-
ral, predominaba la imagen de un movimiento confuso, en el que
habían tenido cabida toda clase de factores, particularmente de ín-
dole social. Y ni aun se descartaba el papel disolvente jugado por las
doctrinas predicadas en el seno de las sociedades demoCráticas:
20
oo'tal era la recompensa [se lamentaba Samper J que aquellos desenfrena-
dos demagogos nos daban a los que habíamos sido los más ardientes tribunos
de la democracia (...) por mi parte reconozco que algo nos lo merecíamos,
pues con nuestras enseñanzas habíamos extraviado, sin quererlo, a una mu-
chedumbre ignorante que aún no estaba educada para el gobierno verdade-
ramente democrático.

Aquí vale la pena recordar, aunque parezca un poco cruel, que era
el mismo Samper quien había predicado un catecismo de moral
laica, según el cual bastaba cierta aplicación a las enseñanzas pro-
porcionadas en las Democráticas para tener acceso a la plenitud ciu-
dadana.
Otro punto de vista tenía como factor decisivo la intervención de
los artesanos que apoyaban al general Obando contra la imposición
de la Constitución del 21 de mayo (que calificaban de anárquica) por
los gólgotas.
y aun puede discutirse el carácter militar que siempre se ha atri-
buido al golpe de Estado. Esto es por lo menos lo que se desprende
del punto de vista de un militar de profesión21• Los ataques de Flo-
rentino González, que acaudillaba con este propósito a la juventud
gólgota, habían dado por tierra con la institución tradicional. Se había
armado a los miembros de las Sociedades Democráticas, constitu-
yéndolos en Guardia Nacional. Se esperaba evidentemente que este
cuerpo se convertiría en el guardián de las instituciones y en la ga-

18 Historia de un almil, II, p. 88.


19 Recuerdos históricos, p. 74 Y ss.
20 Op. cit. pp. 48 Y 49.
21 V. Resumen histórico de los acontecimientos que han tenido lugar en la RepÚblica,
extractados de los diarios y noticias que ha podido obtener el general en jefe del estado mayor,
general Tomás C. de Mosquera. Imp. de El Neogranadino. Bogotá, 1855.
Los ARTESANOS 143

rantía de las conquistas alcanzadas por la recién estrenada burgue-


sía. Pero ésta nunca contó con los acontecimientos de mayo y junio
de 1853, que consumaron la ruptura con los artesanos. Fue así como
el presidente Obando, a quien los gólgotas exigían garantías un poco
excesivas, se apoyó en los artesanos: «oo. de este modo se formó y
envalentonó el partido, si merece este nombre, que hizo la revolu-
ción del 17 de abril de 1854»22.
Según el general Mosquera los guardias nacionales no podían
sostener las instituciones, pues eran cuerpos irregulares, de bastar-
«'00

da creación, y los revolucionarios, llamados impropiamente demo-


cráticos, eran los que tenían la denominación de guardias nacionales».
Lo que quedaba del ejército había sido desnaturalizado de tal modo
que apenas constituía un «.oo instrumento ciego de los jefes de partido» o
La República Civil era ahogada por las manos de sus propios
guardianes que, por otra parte, no le debían sino motivos de resen-
timiento. Los militares más prestigiosos, a los que se había atacado
encarnizadamente, permanecían alIado de la legitimidad. El mismo
Obando, de quien hubiera dependido la victoria de la revolución,
adoptaba una actitud equívoca. Y luego, en el desarrollo de la lucha,
se enfrentaron los artesanos a ejércitos reclutados según procedimien-
tos más ortodoxos. La acción decisiva se libró no en campo abierto
sino dentro del perímetro urbano, lo que parece indicar de sobra el
carácter de las fuerzas con que contaba el gobierno provisorio. final-
mente, quienes sufrieron las consecuencias de la derrota fueron los
mismos artesanos, deportados a Chagres en masa.

22 Ángel y R. J. Cuervo. Op. cit., Il, p. 246.


Capítulo X
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES
DE EUGENIO DÍAZ

LAS COSTUMBRES DEL CAMPO Y EL CANON LITERARIO


NACIONAL

Manuela, novela de costumbres, siempre ha figurado con este mem-


brete en el panteón escolar de una literatura nacional. Los responsa-
bles de erigir ese panteón han dedicado una atención distraída a la
obra de don Eugenio Díaz, la cual aparece vagamente emparentada
con otros ejemplos literarios de valoración más segura. Hasta las ra-
zones por las cuales figura en un canon literario parecen ajenas a la
literatura.
Don José María Vergara y Vergara, quien patrocinó la publica-
ción de Manuela en el periódico de los costumbristas (El Mosaico), en
1858, la calificaba en el prólogo de esa primera salida como «la
novela nacional» 1. En unos pocos años, el entusiasmo que había dis-
cernido un título tan generoso debió atemperarse por un cierto
sentido de las conveniencias de las bellas letras nacionales. En un
escrito publicado a raíz de la muerte de Díaz, en 1865,el mismo Ver-
gara y Vergara recordaba las circunstancias de su primer encuentro
con el novelista2• Este relato, que constituye la pieza casi única con
la que se suele esbozar la biografía del novelista, acentuaba el aspec-
to campesino de su indumentaria y su interés literario por las cos-
tumbres del campo. En cuanto al libro que Dlaz le traía para buscar
" ---'- ---

1 J. M. Vergara y Vergara, «Manuela, novela original de Eugenio Díaz». Apéndice, T.


II de Eugenio Díaz Castro, Novelas y cuadros de costumbres. Bogotá: Procultura, 1985.
2 Ibid. «El señor Eugenio Díaz».
146 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

su patrocinio, el señor Vergara conceptuaba que era «la tierra calien-


te... trasladada al papel, como si se hubiera empleado para ello el
daguerrotipo». Vergara, como muchos críticos después de él, insistía
en la exactitud verista del escritor. Este rasgo parecía quedar confir-
mado por la vestimenta misma de Díaz y por una supuesta falta de
educación que debía haberse suplido con «los libros que había leído
en la naturaleza». Nada de esto podría inducimos hoya pensar fa-
vorablemente sobre las cualidades literarias de una novela. Pero pa-
recía ser suficiente para alimentar una imaginería del siglo XIX sobre
los milagros del oficio literario. El libro que Díaz le traía al señor
Vergara se presentaba como el testimonio de primera mano de un
mundo extraño y remoto para este último, una especie de emanación
directa de lo que don José María admitía graciosamente como <~-
tras costumbres pop~l_~!es».Con los detalles del relato de su encuentro
con EugenioDíaz, Vergara y Vergara certificaba la autenticidad del
novelista y una competencia indiscutible sobre las materias que tra-
taba.
Don Salvador Camacho Roldán se ocupó de Manuela3• Su interés
en la novela no era literario sino que quería hacer resaltar en ella el
valor documental. Don Tomás Rueda Vargas insistía también en este
carácter documental de Manuela4. Le parecía que su interés principal
debía residir en que trataba de «los problemas sociales que ocupan
en el día de hoy la mente de sociólogos y estadistas».
Pero, por lo demás, el juicio propiamente literario sobre los escri-
tos de Eugenio Díaz ha sido ambiguo. Según Vergara y Vergara, «el
estilo es caluroso y pintoresco, lleno de imágenes de buena ley,gracio-
sas, originales; su lenguaje es incorrecto pero está exento de galicismos
y de neologismos, porque Díaz no conocía la literatura extranjera»5.
En otras palabras, Díaz no había tenido una cultura literaria y sus

3 Camacho Roldán, «Manuela, novela de costumbres colombianas, por Eugenio


Díaz», en: Escritos varios. Segunda serie. Bogotá: 1893. pp. 494-513. Esta nota crítica
apareció como introducción a la edición de Manuela hecha en París en 1889.
4 T. Rued-aVargas, «Prólogo al lector» de El reojo de enlazar, Edic. Bogotá: Biblioteca
Popular de Cultura Colombiana, 1944.
5 «El señor Eugenio Díaz», cito
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DíAZ 147

virtudes y defectos provenían de su carácter elemental. Por su parte,


Daniel Samper Ortega6 hacía explícitos los prejuicios de Vergara so-
bre el lenguaje de Díaz y ya no hablaba de incorrección sino de «rus-
tiquez y desmaña». A Manuela apenas le concedía «el valor relativo
de toda novedad» y uno más permanente como documento de una
tendencia literaria. Para don Tomás Rueda Vargas, Díaz ni siquiera
ostentaba «el más leve alarde literario». A 10 sumo, sus escritos apa-
recen como una especie de fruto espontáneo y silvestre, en los que
las cualidades literarias se confunden con las cualidades mismas de
los rústicos objetos que describen: «encanto sobrio y sencillo como
un bordón de guayacán». Sólo don Baldomero Sanín Cano se abstie-
ne de identificar «naturalidad» y «sencillez» con «desmaño» o «in-
corrección» y supone que Eugenio Díaz debía tener alguna clase de
formación literaria7. '.

Sin duda, la sentencia definitiva sobre la calidad de la escritura


y del estilo de un autor constituye una de las piezas más importantes
para incluido en un canon literario nacional. Sin embargo, la crítica
debe ir un poco más lejos. El hecho de que una obra tenga una inten-
ción claramente literaria obliga a preguntarse por un significado. A
menos que se confunda el contenido de las obras literarias, ese uni-
verso que aún el escritor más realista abstrae de manera fragmenta-
ria y deliberada de su entorno, con la realidad de la cual constituyen
un documento. El realismo ingenuo, el apego a la naturaleza o la
afición a pintar tipos sociales, en fin, sus pretensiones fotográficas,
han hecho ~e~confiar del costumbrismo com9Jiteratura. Por esta ra-
zón se hace énf~sis más ]:,ienep su valor documental o, en el caso de
Éugenio Díáz~~~su c(irácter de testimonio directo, como si se tratara
~e una curiosidad etnogr,áfíca. tñ el caso de esté escritor 'nI si'quiera
se separa su condici6n social, su apariencia personal o el carácter del

6 «Don Eugenio Díaz», en: Una ronda de don Ventura Ahumada y otros cuadros. Selec-
ción Samper Ortega de literatura colombiana. Bogotá, s. f. doña Elisa Mújica supo-
ne que este prólogo fue escrito por el responsable de la colección. V. «Nota crítica
biográfica sobre Eugenio Díaz Castro», el excelente estudio que sirve de introduc-
ción a la edición de Procultura.
7 Baldomero Sanín Cano, «Eugenio Díaz», en: Escritos, Bogotá, Instituto Colombiano
de Cultura, 1977 p. 417.
148 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

contenido de su obra. Los escasos datos sobre su persona se incor-


poran arbitrariamente como una clave del verismo de sus escritos.
Laverde Amaya8 describía la obra de Eugenio Díaz como «un pa-
norama de muchísimo mérito, de seductora realidad que, a modo de
espejo clarísimo en que se reflejan hasta los más insignificantes de-
talles, dan completa vida y animación al asunto y fijan de un modo
indeleble la faz curiosa, original y verdadera, de hábitos que poco a
poco van modificándose». Con esto se presumía que su valor litera-
rio se derivaba de un acceso de primera mano a las costumbres del
campo. Cuando, a la pregunta de si era escritor, Eugenio Díaz respon-
día modestamente: «De costumbres del campo, nada más», el señor
Vergara exclamaba: «como quien dice: 'no tengo más riqueza que
una mina de oro' ». De esta manera ha quedado fijado el valor etnográ-
fico del testimonio de Eugenio Díaz. Él, a diferencia de sus contem-
poráneos citadinos de El Mosaico, tenía acceso a la estofa perecedora
y arcaica de unas costumbres destinadas fatalmente a desaparecer
muy pronto.

LA NOVELA LATINOAMERICANA: ¿ABSORCIÓN EN EL PAISAJE


O PROBLEMAS DE FIGURACIÓN?

Don Salvador Camacho Roldán, el menos literario de los críticos de


Manuela, formulaba con claridad uno de los problemas centrales de
la novela costumbrista. Según Camacho Roldán, la novela de cos-
tumbres remontaba sus orígenes a Cervantes y en el siglo XIX había
sido revivida por Walter Scott, Dickens, Cooper y la señora Beecher-
Stowe. Colocaba en la misma tradición a Eugenio Sué, Balzac, Man-
zoni, Pereda y hasta Tolstoi, Gogol, Dostoievski y Turgueniev.
Este problema era retomado en 1960 por Hernando Téllez9, en
términos aparentemente similares. Según Téllez, «los apologistas del
costumbrismo pueden reclamar para el género a Cervantes, a Dos-
toievski, a Tolstoi, a Shakespeare, a Balzac, a Flaubert». Sin embargo,

8 Citado por T. Rueda Vargas, Op. cit.


9 Hemando Téllez, «El costumbrismo», en: Textos no recogidos en libro. Bogotá, T. 2,
Colcultura, pp. 561-565.
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DtAZ 149

las razones que daban origen a estas dos series de asociaciones son
diferentes. Para don SalvªdQLCamachQ,_C.Qmopara muchos de sus
contemporán;;s,la novela no debía contentarse con se~~!lmerQ..l2!Q-
dUctodelaimagihacion~· en cuyo··ciisole·pareCíaque estaba destinada
apenas a alImentar o·ciosas ensoñaciones sentimentales de las jóve-
nes, cuando debía contribuir a reformar costumbres viciosas y a lla-
mar la atención del poder sobre situaciones sociales injustas.
Esta visión victoriana de la novela desapareció con el siglO XIX y
para Hernando Téllez el problema era de naturaleza estrictamente
literaria. ¿Era el costumbrismo una «categoría literaria de segundo
rango» frente a' la gran novela europea? En cierto sentido, podría
decirse que los genios de los géneros narrativas habían sido costum-
bristas. Colocar, corno lo hacía Camacho Roldán, a la señora Bee-
cher-Stowe, a Eugenio Sué, a Pereda alIado de Cervantes, Dickens
o Balzac, contribuía a reforzar todavía más la confusión. Pero Her-!
nando Téllez no podía dejar de percibir claramente el abismo estéti- \
co que existía entre la gran novela europea y nuestro costumbrismo. \¡
La gran novela no debía contentarse con la descripción de tipos ge-
néricos sino que debía acceder a '~\ .} .
, ~ e- 1+
un plano más rico y complejo, más problemático, donde la presencia del'. ~\'~:"'-'.
conflicto de la persona humana o su ausencia de conflicto, que es también ("¡¡ o/o\",'f
conflicto, le da a la creación literaria su trascendencia verdadera. r IZ-::: ..¡ \-v<
. ~~
Podría agregarse que en la novela hay una poética de formas fun-
damentales que no quedan confinadas a lo circunstancial de tipos o
de clases sociales definidas histórica o sociológicamente.
Hernando Téllez proponía también el problema de la novela en
LatinoaméricalO• Hace poco menos de treinta años este era un tema
consabido de la crítica literaria entre nosotros. La comprobación de
un florecimiento de la novela en los Estados Unidos, que había co-
menzado en los años veinte y cuyas grandes figuras estaban todavía
en su apogeo en los cincuenta, inducía a esta impaciencia y a los
interrogantes sobre las condiciones que hacían posible la «gran no-

10 Agradezco a don Renán Silva haber llamado mi atención sobre las tesis de Hernan-
do Téllez,
150 PARTIDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALeS

vela». Hernando Téllez encontraba una constante histórica, desde


las remotas crónicas de la conquista hispanoamericana, en una so-
ciedad que había sido siempre absorbida por el paisaje. Proponía,
para que se diera una novela «en al cual el hombre aparezca enfren-
tado consigo mismo, con su propio misterio», encarar la tarea de
crear una novela urbana, dejando de lado los temas rurales que ha-
bían dominado hasta entonces.
Hoy, a diferencia de hace un cuarto de siglo, parece posible re-
conciliarse con esta tradición de temas rurales. El problema de la
existencia de la novela latinoamericana ya no se plantea, aunque to-
davía quepa preguntarse si se ha logrado una gran novela urbana.
De todas maneras, el problema que proponía Hernando Téllez sirve
para orientar la discusión sobre el desarrollo histórico de la narrativa
en Colombia. Alterando un poco su formulación, la pregunta sería:
¿por qué la narrativa en Colombia ha tenido la tendencia a eludir
problemas éticos fundamentales? Al mismo tiempo, puede hacerse
este otro interrogante: ¿por qué la tendencia a la descripción de tipos
genéricos, es decir, al costumbrismo?
La dialéctica latinoamericana entre el hombre y un paisaje ab-
sQrbente parecía dar cuenta de la rudeza de una sociedad en la cual,
desde sus orígenes, l~ tarea más urgente parecía ser la de hu~r
~spacios~enes. Pero esta observación omitía el hecho de que, aun
en el caso de los cronistas, las descripciones minuciosas de la natu-
raleza o del hombre salvaje estaban pobladas con fantasmas euro-
peos o con las expectativas del hombre europeo de lo maravilloso.
Pero se omitía sobre todo que estas descripciones rivalizaban en los
textos de los cronistas con el asombro que querían transmitir y per-
petuar hacia las hazañas desmesuradas de los conquistadores. Si se
excluye esta pretendida absorción en la naturaleza, habría que bus-
car la explicación de la ausencia de una preocupación ética en las
estructuras mismas de una sociedad hierática, en la cual quedaba
excluida toda visión de las relaciones humanas como conflicto.
Pero no debe insistir se demasiado en apelar a una instancia ex-
traliteraria para explicar fen6menos que ocurren en el ámbito de la
literatura. Las dificultades de la narrativa latinoamericana no po-
dían residir tanto en un paisaje absorbente o en unas estructuras so-
ciales incapaces de liberar la individualidad como una falta de
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DfAZ 151

adecuación de la figuración literaria a su objeto. La realidad ameri-


cana parecía oscura y caótica sencillamente porque faltaban herra-
mientas de figuración, esos esquemata que describe E.H. Gombrich y
que hacen posible la obra de arte. Frente a las convenciones literarias
europeas, la realidad americana -se tratara de la naturaleza o de la
sociedad- resultaba doblemente extraña.:No es un azar que el cua-
dro de costumbres buscara aislar fragmeritos de la realidad y se en-
carnizara en copiados una y otra vez. Antes que una visión moral,
la literatura imponía una visión plástica destinada a apropiarse una
realidad rebelde para la cual debían ser creadas metáforas adecua-
das. La mimesis literaria quería producir en este caso efectos simila-
res a los de la pintura de género, el bodegón o la naturaleza muerta.
Entre nosotros, la narrativa estuvo asociada al mismo impulso que
fijab~en las acuarelas de los viajeros los tipos dispersos en una vasta
geografía.

EL CONFORMISMO Y LA TRANSGRESIÓN SOCIAL

Una de las dificultades que se atraviesan en los juicios literarios so-


bre Manuela es su llamado carácter social. Camacho Roldán y Rueda
Vargas la comparaban en su intención primordial con La cabaña del
tío Tom. Ambos parecían creer que la novela de la señora Beecher-
Stowe había tenido una influencia efectiva en la abolición de la es-
clavitud en los Estados Unidos. De una manera similar, la obra de
Eugenio Díaz debía estar destinada a corregir abusos sociales entre
nosotros.
Al parecer, Eugenio Díaz escribió la mayor parte de su obra lite- ¡
raria en los últimos diez años de su vida, entre 1855 y 1865. Según
su propia denominación, él pertenecía a la generación de los colom-
bianos, es decir, de aquellos que habían comenzado a vivir su vida
adulta bajo el régimen de la Gran Colombia (había nacido en 1803).
La creación literaria tardía parece haber sido una respuesta a los acon-
tecimientos históricos que se precipitaron entre marzo de 1849 (la
elección de José Hilario López) y diciembre de 1854 (la caídá del
general Me10).La avalancha de reformas liberales que ocurrieron en
este lapso parecían amenazar las raíces más profundas del orden ru-
ral que el novelista había vivido. A pesar de su personal escepticis-
152 PARTIDOS PoLíTICOS y CLASES SOCIALES

mo sobre los cambios, su obra aparece como el testimonio excepcio-


nal de un momento cuya importancia histórica se ha subrayado una
y otra vez. En parte, era la respuesta irónica pero complaciente en el
fondo de un hombre maduro y conservador a la irrupción en la po-
lítica de una generación que no quería saber nada de las glorias mi-
litares de la Gran Colombia..:!Una generación impaciente e idealista
que quería su propia revolución y que estaba moldeada en los exce-
sos retóricos de Lamartine: Más profundamente, la obra de Eugenio
Díaz era la exploración sucesiva de frágiles equilibrios sociales que
el novelista sentía amenazados. Primero, el de un mundo constitui-
do por aparceros, estancieros, arrendatarios y peones en Manuela y,
luego, el de ese otro mundo, que parece tan distante del primero,
constituido por los hacendados de El rejo de enlazar. ,Podría agregar-
se que Eugenio Díaz intentó penetrar también la artificialidad del
«alto tono» bogotano, ese olimpo repleto de gracias y cortado igual-
mente de los otros dos mundos, en Los aguinaldos en Chapinero.
Esta exploración sucesiva y caleidoscópica es notable en la medi-
da en que la fragmentación y el desplazamiento sociales conllevan
en Eugenio Díaz una fragmentación y un desplazamiento del punto
de vista moral. Lo que ocurre en cada uno de estos mundos ni si-
quiera parece rozar con el otro. Pero los mismos actos, en uno y otro
mundo, poseen un significado moral diferente. El infortunio de un
estanciero, al que el propietario arrebata su parcela, no enturbia en
lo más mínimo el benévolo mundo de los hacendados cuyo distinti-
vo son las «ideas caballerosas y nobles» y tienen un monopolio de
«la ilustración y la probidad». Para el estanciero, se trata de una des-
gracia tan inevitable como el rayo o las inundaciones. El propietario,
por su parte, se limita en este caso a ejercer un derecho. Cuando se
abstiene de ejercerlo, su omisión constituye un acto de generosidad.
Así, la vida de los estancieros es posible siempre y cuando no se
agite el olimpo que reposa sobre sus espaldas. La libertad y la justi-
cia posibles se fundan en el inmovilismo social. La supervivencia
económica parece reposar también sobre esta inercia, puesto que «en
la Nueva Granada ninguno se muere de hambre», «ni la tierra de la
Nueva Granada se niega a sustentar al que tiene manos».
Los infortunios femeninos son igualmente abstractos, pues el
mundo de las mujeres es también un submundo. Uno de los perso-
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DíAZ 153

najes de Manuela que «ha echado por la calle de en medio» lo expre-


sa con precisión:

Guarecidas como las ratas entre los cimientos de las mejores casas de Bogo-
tá, somos como de nación separada. Teniendo relaciones íntimas con la so-
ciedad, la sociedad nos desdeña.

Estos infortunios de la mujer surgen siempre porque no están


suficientemente vigiladas y resguardadas de peligros infinitos, con-
cebidos con una infinita gazmoñería.
Eugenio Díaz no se equivocaba respecto al significado global de I
las relaciones sociales en el mundo rural del siglo XIX. Los propietarios I
eran señores feudales. Los trapicheros, los arrendatarios, los peones, I
eran una masa de desposeídos y de explotados. Pero en el mundo de \
sus novelas estas relaciones abstractas no se concretan en un solo·
conflicto individual, no hay (y esto obedece a razones estéticas del
autor) un enfrentamiento entre un propietario de carne y hueso y
uno de sus arrendatarios. Toda relación entre estos extremos sociales
está amortiguada por una turba de intermediarios y los universos de
propietarios y desposeídos no llegan nunca a tocarse.
Eugenio Díaz utiliza el recurso de la novela clásica de desplazar
a sus personajes por campos abiertos o entre montes y breñas. Pero
estos itinerarios no significan en modo alguno una transformación.
Los personajes del costumbrismo no tienen un itinerario distinto al
de sus meros desplazamientos físicos, puesto que no pueden sufrir
una transformación de su condición social o de su condición moral.
Dramáticamente, la muerte de Manuela, la heroína de la novela, es
un exabrupto, como las muertes que ocurren en el teatro de guiñol.
Hubiera podido perfec!amente no ocurrir! puesto que la heroína se
encontraba, como en el principio de la obra, sin estar en posesión de
una verdad o sin haber transgredido un límite invisible. Su transgre-
sión hubiera podido ser, en la lógica de los mundos separados de
Oíaz, el acceso al mundo de don OemóstenesJ Pero aquí radica pre-
cisamente la imposibilidad dramática del costumbrismo. El univer-
so de la heroína, la descalza Manuela y el de su huésped, el calzado
don Demóstenes, deben girar armoniosamente uno alIado del otro,
sin entrar en colisión. Dentro de esta lógica, los malvados deben per-
tenecer al mismo rango social que los oprimidos. Si el sistema de las
154 PARTIDOS POLÍTICOS y CLASES SOCIALES

haciendas oprime, lo hace en la figura de mayordomos despiadados,


seguramente sin que lo sepan el benévolo propietario y su encanta-
dora familia.
En Manuela, el factor de perturbación es don Tadeo, un personaje
que tiene la función narrativa de precipitar la trama. Como tal, es un
préstamo ingenuo a las tramas rocambolescas de los folletines fran-
.ceses de la época. Pero don Tadeo es también la figura de la trans-
gresión social. El don es una usurpación y por lo tanto un signo de
su transgresión. En él se opera la alquimia nefanda del ascenso so-
cial a través de la política. Don Tadeo, quiffi curiosamente apenas
aparece en unos pocos cuadros de la novela y sin embargo mueve
todos los hilos de su trama, es el producto de las perturbaciones y
de los desórdenes. Como transgresor de las jerarquías sociales legí-
timas es la fuente de la tiranía y el desorden. Pero, paradójicamente,
sólo a través de este personaje maldito pueden expresarse la totali-
dad de las querellas de los oprimidos. En una de sus raras aparicio-
nes, don Tadeo se expresa con fuerza inusitada:

¿Pero qué? ¿Los hacendados, no hacen lo que se les da la gana? ¿Don Leo-
cadio desde su castillo feudal, como dice don Demóstenes, no gobierna con
sus leyes propias doscientos arrendatarios que no obedecen a las autorida-
des sin tomar su parecer? ¿No defiende a los criminales y reos prófugos,
porque este servicio le cuesta menos que el servicio de los hombres libres?
¿No se excusa don Leocadio del servicio público que imponen las leyes, y
de los ser'vicios privados de caminos y puentes? ¿No les prohíbe a sus arren-
datarios que cumplan con el servicio personal de los caminos, por tener el
gusto de que los pobres de otros sitios o partidos hagan camino para él y
para sus mulas? ¿No sentencia y castiga como señor feudal? ¿Y qué le su-
cede a don Leocadio? ¿Qué les sucede a todos los que hacen su gusto atro-
pellando leyes y autoridades? ¿Quién los acusa? ¿Quién los castiga? Los
majaderos, los sumisos, los santos son los que la llevan perdida, o diremos
más bien, los zoquetes. ¿Los intereses de los escrupulosos no van a dar a las
manos de los hombres vivos y de empresa y que no se paran en pelillos?
¿Qué vamos a hacer, si esto no es sino el efecto de una constitución acomo-
da ticia, de una legislación floja y de una política que santifica la impunidad
de los delitos? ¿Qué se hace en este caso? ¿Ser víctimas de los atrevidos, o
ser atrevido con los atrevidos?

y poco antes don Tadeo había sostenido que la sociedad no era


otra cosa que «la guerra eterna de los ricos contra los pobres». Por
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DíAZ 155

lo atrevido, este discurso sólo podría ponerse en boca de un réprobo


social. Alguien cuya visión extrema de la realidad lo impulsaba ;;;'0
transigir con el equilibrio sino a actos extremos de incendio y exter-
minio. Por tratarse del único personaje que transgrede el orden social
y niega reconocimiento a las jerarquías sociales establecidas, don Ta-
deo es el único también que ofrece posibilidades de un conflicto ver-
daderamente novelesco.

LA AFIRMACIÓN DE UNA CULTURA

Nadie ha resumido mejor que don Salvador Camacho Roldán el


asunto social y político de los cuadros de costumbres contenidos en
Manuela. A don Salvador, uno de nuestros mejores observadores en
el siglo XIX, no podía escapársele la exacta localización geográfica de
la novela, ni el carácter fragmentario de esta localización con respecto
a la geografía del país, ni el tipo de unidades agrícolas de explota-
ción económica, o su configuración y su universo social de propie-
tarios ausentistas, de mayordomos, arrendatarios y peones, ni sus
relacioñes con una cabecera semi urbana de origen relativamente
reciente, ni el momento histórico de los episodios o sus actores po-
líticos (draconianos, gólgotas, conservadoresL:iSin embargo, el resu-
men sociológico e histórico no corresponde exactamente al cuadro
del costumbrista. ¿Qué se le escapa? Para Camacho Roldán, como
para muchos de sus contemporáneos ilustrados, las costumbres de
Ja parroquia y de la hacienda no eran sino un testimonio del atraso
y, de acuerdo con sus deseos, estaban destinadas a desaparecer irre-
mediablemente. Eugenio Díaz veía las cosas de una manera diferen-
te, Má.sallá de la controversia política o de su evidente conformismo
social, su testimonio permanece como el testimonio de un universo
cultural. El cura de la parroquia resume así la experiencia de su vi-
sitante, el cachaco don Demóstenes.

Usted ha hecho en la parroquia un estudio más provechoso que el que hizo \


en los Estados Unidos. Allá vio usted cómo es un pueblo extraño; aquí ha
visto cómo es nuestro pueblo. Allá vio usted qué civilización se debe imitar;
pero aquí ha visto qué vicios hay que corregir. Estoy seguro de que si va
usted al Congreso, no se acordará de legislar de lo que vio allá, sino de lo
156 PARTIDOS pOLÍTICOS y CLASES SOCIALES

que existe aquí. Mi súplica, pues, consiste en que no se olvide usted de la


vida de la parroquia.

Hay un espesor en las costumbres que la prédica política no pue-


de penetrar. Cuando lo hace, es sólo en apariencia y no trae consigo
cambios sustanciales. Ala sumo, contribuye a trastocar pasajeramente
un orden natural, a crear apariencias detrás de las cuales permanece
intocada la dura almendra de la jerarquía y de la deferencia. El equi-
librio de ese orden natural debería traer la felicidad y el sosiego,
pues el crimen y la desdicha son el resultado de los «refinamientos
de la civilización».

Nada más parecido al estado primitivo de la naturaleza que este agreste


cuadro; mas las dos personas que figuraban en él tenían el corazón deshe-
cho en lágrimas, derramadas por los sufrimientos que en otras partes son
el resultado del gran refinamiento del lujo y de la civilización. Nuestras dos
heroínas estaban sufriendo los resultados de los grandes crímenes, sin ha-
ber disfrutado los goces de los pueblos cultos, que es lo que sucede cuando
se desmoraliza a los pueblos antes de civilizarl0l"_

Los adjetivos que don Demóstenes, el gólgota citadino, endilga a


las cosas de la parroquia: colonial, retrógrado, supersticioso, fanáti-
I co, teocrático, monástico, viejo, etc., no hacen sino afirmar, por con-
I traste, la c-ºE!~~~r~~~nt€-d~una..cultUIa. En Eugenio Díaz hay un
1: paralelismo entre la permanencia inalterada por más de tres siglos
i de objetos de la vida material, como el arado de madera o la piedra
, de moler, y la inmutabilidad de las costumbres. En ninguno de los
dos casos hay atraso. Se trata a lo sumo de una condición del ser de
la vida campesina. En todo cambio, en toda transformación, hay una
pérdida de esencia. A don Demóstenes le parece que el concubinato
en que vive Dimas, un humilde estanciero, traduce un estado avan-
zado de civilización o el término deseado de sus ideales políticos, la
abolición de la teocracia. A lo que el cura de la parroquia le observa:

Aquí tiene usted un problema social de grandes trascendencias. ¿Ganará o


perderá la sociedad granadina con tener la mayor parte de las familias pa-
recidas a la del ciudadano Dimas? ¿Está la familia del ciudadano Dimas
muy ilustrada, o se halla más bien en estado de salvajismo? ¿Han adelanta-
do en ilustración las gentes de esta parroquia todo lo que debieran en cua-
renta y seis años de independencia? .
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DÍAZ 157

y cuando don Demóstenes se escandaliza por el carácter pagano


y supersticioso de las celebraciones del San Juan en la parroquia y
reprocha a la Iglesia no hacer nada para corregido, el cura la explica:
Porque está arraigado en una costumbre de origen remoto, porque es una
tradición popular.

y agrega más adelante:


En una república no se puede legislar contra los usos religiosos ni contra los
usos superticiosos, porque los legisladores son el pueblo y no pueden legis-
lar contra sí mismos, esto es, ninguno se quiere dar con una piedra en los
dientes.

Frente a este partí prís por la cultura del mundo rural tradicional,
sorprende un poco la relativa neutralidad de Eugenio Díaz con res-
pecto a ese nuevo mundo que se había abierto para los trabajadores
rurales con el cultivo del tabaco en Ambalema. Bien es cierto que allí
las mujeres tomaban un «cierto aire de livianidad y descoco» pero el
cuadro subraya también los efectos liberadores de un salario regular.
Esta experiencia social era en todo caso demasiado reciente (pues
apenas databa de unos diez años cuando Díaz escribía su obra) pero
el novelista ya podía intuir que en ese nuevo mundo se disolverían
para siempre las jerarquías y la deferencia del mundo rural:
... Manuela preguntó a su paisana cuál era el amo de su trabajo.
-¿Amo? exclamó Matea, haciendo sonar uno de sus cachetes con el puño
que se dio. ¿Amo? De eso no se usa por aquí.
-¿Cuál es el que las sacude con la zurriaga, pues?
-¿Esta es la zurriaga que gobierna todas las cosas, dijo Matea, mostrándole
tres o cuatro fuertes.

EL VER, EL OÍR

La desconfianza hacia 10~_mfut9.Q}iterarios_deL~0 se fun-


daba en parte en su espontaneidad. El escritor se acercaba a una rea-
lidad cotidiana e inmediata que podía reproducir por su misma
familiaridad con ella, sin apelar a ningún artificio descriptivo y sin
intentar modificarla con una invención propia. Este procedimiento
suponía una capacidad espontánea del lenguaje para calcar la reali-
158 P ARTTDOS POLíTICOS y CLASES SOCIALES

dad. Por esto se suele repetir que los escritos de E. Díaz poseen una
cualidad fotográfica, un verismo que se compenetra con los objetos
de la naturaleza.
Ocurre sin embargo que las descripciones de la naturaleza en
Manuela están lejos de parecer una reproducción fotográfica, si por
esto se entiende una copia en la que cada fragmento de la realidad
está traspuesto en una reproducción. En realidad, en los escritos de
Díaz ni siquiera hay una naturaleza. Su tierra caliente no tiene tex-
tura, olor ni color. Su presentación es simplemente una enumeración
profusa de objetos, un amontonamiento. Nada parece más artificial,
menos espontáneo que estas descripciones sin artificios. La natura-
leza del costumbrista es un simple catálogo, en el que cada entrada
va acompañada de una descripción botánica o zoológica elemental:

El suelo estaba limpio en algunas partes, y en otras tupido de helechos, de


bejucos de largos tallos de la apreciable zarzaparrilla; en algunos sitios se
hallaban como almacenados los montones de fruta llamada castaña, cubier-
ta de una cáscara parecida a la del cacao, que tiene la consistencia y el sabor
del haba.

Lejos de ser una pintura o una fotografía, el catálogo no disimula


su carácter detrás de algún recurso descriptivo que involucre los
sentidos o las emociones de los espectadores. La enumeración de
árboles, frutos, arbustos, flores o animales tiende a ser exhaustiva,
como si acabara de tornarse de algún manual de botánica o de zoolo-
gía. Este inventario de objetos individualizados e identificados con
un nombre y alguna «apreciable» cualidad no basta para crear una
atmósfera de tierra fría o de tierra caliente. Ninguno de los objetos
que pueblan los campos o los montes tienen tampoco una función
narrativa. Están allí, artificiosamente, corno los objetos muertos de
un museo de historia natural. Las fórmulas de E. Díaz para el paisaje
son las mismas fórmulas de algún viejo manual escolar olvidado.
El elemento verista de los cuadros de costumbres de E. Díaz no
reside en una copia fotográfica de la naturaleza. La atribución de
veracidad pasa por la experiencia de otra forma de figuración, la de
la pintura. El lenguaje costumbrista se esfuerza por aproximarse no
a la realidad bruta sino a las formas de composición de los grabados
de la época. Los cuadros de costumbres se pintaban literalmente o,
MANUELA, LA NOVELA DE COSTUMBRES DE EUGENIO DtAZ 159

según la divisa de E. Díaz, ncLSe.J.ny.entabalLsinQ.Jluese copiaban.


Ciertas realidades cotidianas trascendían su familiaridad por su cuali-
dad pintoresca. En Eugenio Díaz son cuadros fijos,llreiterados, en los
que se ensaya unª--Y-_Qtrªyez. En el trapiChe, el~ey;1a trírr;,- se
eSfuerza porreproducir las cualidades plásticas y crear una conven-
ción literaria equivalente al claro-oscuro, el movimiento violento y
sudoroso, la confusión de bestias y hombres.
La transposición en los diálogos del lenguaje popular es más di-
recta. Aquí, el instrumento verbal se identifica de manera inmediata
con la llaneza de su objeto. El oído de E. Díaz capta y reproduce con
fidelidad sus cualidades plásticas. Pero este lenguaje, como el de las
costumbres y el de los rituales colectivos en el trabajo y en el goce,
estaba destinado a desaparecer. De allí que la obra de Eugenio Díaz \
aparezca como una etnografía elemental y no como lo que quería
ser, la afirmación orgullosa y melancólica de una cultura.
este libro se terminó de imprimir en agosto de 1997
en los talleres de tercer mundo editores.
era. 19 no. 14-45, tels.: 2772175 - 2774302 - 2471903.
fax 2010209 apartado aéreo 4817
santafé de bogotá, colombia.
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