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El impuesto al refresco aplicado en México a partir del año pasado genera pasiones y
posiciones variadas. Que si el único beneficiado es el erario porque el consumo no tiene
mayor impacto, que si es una medida insuficiente porque las causas del sobrepeso y
obesidad son multifactoriales, que no diferencia entre bebidas con mucha o con muy
poca azúcar, que si la demanda del refresco es inelástica (de consumo inamovible
aunque se suba el precio), que en realidad es totalmente elástica.
Que para que funcione verdaderamente debe ser integral, es decir, sumar otras medidas
para impulsar a la gente a tener hábitos saludables; que los multimillonarios recursos
obtenidos por dicho gravamen deben destinarse y etiquetarse para el objetivo, es decir,
combatir obesidad y sobrepeso.
Todo esto se hizo ver en la mesa “Resultados preliminares del impuesto a bebidas
azucaradas y alimentos básicos de alta densidad energética sobre sus precios y
consumo”. Fue una de muchas mesas presentadas en el Congreso de Investigación en
Salud Pública #CONGISP2015, organizado por el Instituto Nacional de Salud Pública
(INSP) en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.
Otro punto destacable entre las exposiciones en esta mesa coordinada por Juan Rivera,
del INSP, fue que el aumento de precios en bebidas endulzadas no fue generalizado en
todo el país. La investigadora del INSP, Arantxa Colchero, mostró un estudio donde se
hace evidente que en ciertas regiones rurales como el sur del país la industria absorbió
el costo y casi no movió el precio de los refrescos. En cambio, en zonas urbanas sí lo
transfirió todo al consumidor.
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