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PRACTICAS DE CRIANZA
Las pautas de crianza no son recetas que están ya establecidas; son acuerdos que construyen los padres que se
comprometen con responsabilidad a acompañar y a generar espacios que favorezcan el desarrollo humano de
sus hijos.
Las pautas de crianza son aprendidas por los padres de sus propios padres y son transmitidas de generación en
generación, algunas veces sin modificaciones. Este proceso que se inicia durante la socialización del niño en el
núcleo familiar, social y cultural, lo asimilan por medio del juego de roles, con el que se apropian de las pautas
con las que sus padres los orientan, las asumen e incorporan, para más tarde, al ser padres, implementarlas con
sus hijos.
Es así como se pueden transferir comportamientos que se creen adecuados, porque a los padres les fueron
efectivos; pero es necesario tener en cuenta que cada hijo es único y como tal va a responder a la crianza que se
le ofrece. Además, las influencias externas y las demandas del contexto son diferentes para cada tipo familiar.
APOYO MUTUO
El apoyo de los padres debe ser incondicional y si entre ellos hay diferencias, éstas se deben discutir en espacios
en los que los hijos no participen. Es importante el respeto del uno por el otro ante los hijos. El desautorizar o
criticar al otro ante el hijo no le quita valor a la relación padre-hijo, pero, sí debilita el necesario trabajo en equipo
de los padres.
Esta diferencia de jerarquía varía de acuerdo con la edad de los hijos, pues en la medida en que crezcan,
demandarán la participación en las diferentes actividades que se efectúan en la familia.
El secreto del éxito de la labor parental en la educación del hijo descansa en el máximo respeto a la
dignidad humana del niño, en el estímulo a su autorrealización y al ejercicio de su responsabilidad y
de su libertad, según su grado de maduración.
La mayoría de las veces los padres castigan las malas conductas de los niños, pero muy pocas veces
aplauden lo bueno. Muchas veces se están buscando constantemente hombres de bien, pero no se
percibe que se está haciendo todo lo contrario, se están reforzando sentimientos de impotencia, se
está formando una autoimagen, un autoconcepto y una autoestima negativa con resultados quizás de
ansiedad y depresión.
Al castigarlos no se debe hacer con cólera porque es mucho más importante el ser que el hacer, es
decir, el niño debe sentir que es corregida su conducta inadecuada, que está mal pero que él sigue
siendo importante y valioso para el padre. Se debe corregir para que el niño adquiera responsabilidad
de sus propios actos y no porque nos molesta que lo haya hecho. Para el niño el castigo no debe ser
sinónimo de la pérdida de amor de los padres sino al contrario porque le aman es que corrigen lo que
ha hecho mal.
El Autoritarismo: Parte de una actitud profundamente normativa. Tiene como idea fundamental que
la norma TIENE que cumplirse, es poco realista pues ésta puede cumplirse o incumplirse, generando
una percepción de desautorización su no cumplimiento, una amenaza a la autoridad. Esta técnica de
crianza está basada en la combinación de una actitud parental inflexible sin consideración de la
situación, la edad del niño ni su proceso particular. Las normas son desproporcionadas, hay límites
rígidos, supervisión persecutoria, aplicación de consecuencias excesivas. Esto genera niños con
dificultad para seguir normas, desafiantes, agresivos, resentidos, poco autónomos y dependientes,
tienden a pensar que cuando incumplen la norma pierden el valor como personas.
La Pasividad: Esta actitud no educa, deja pasar. Puede haber conciencia de la norma, pero NO SE
HACE nada cuando la norma se cumple o se incumple, está la creencia de que si se es fuerte con el
niño, puede afectarlo psicológica o emocionalmente. Parte de la idea fundamental de que el niño
sabe cómo comportarse porque ya se le ha dicho, él decide como hacerlo. Los niños pueden sentir
que no son lo suficientemente queridos, ya que los padres parecen indiferentes frente a su
comportamiento, lo que puede significar para ellos indiferencia emocional. Produce hijos sin
autorregulación, sin autocontrol, sin normas, sin límites, lo cual es nocivo para ellos en el momento
en que se enfrentan a una realidad que no perdona sus conductas.
La Queja- súplica: Este patrón se da a partir de la impotencia que sienten los padres ante el
comportamiento de sus hijos, generalmente cuando se han agotado los modelos autoritarios y
pasivos; se combina con actitudes agresivas (rechazo) o de indiferencia. Los padres se ven INCAPACES
de educar a sus hijos, su actitud es de implorar que las normas se cumplan. La idea fundamental es
que la norma tiene que cumplirse para complacer a los padres, no hacerlo es mortificarlos. Este es el
modelo más dañino, pues los niños aprenden a molestar a los demás, generando relaciones
conflictivas, trayendo como consecuencia problemas emocionales y de personalidad.
El Rechazo: Es uno de los modelos más perniciosos, puede ser utilizado por los padres de forma no
intencional, pues muchas veces está relacionado con el comportamiento del niño. Los niños “difíciles”
generan en los padres sentimientos de frustración, de impotencia, pero esto a su vez reforzará el
comportamiento del niño y afirmarán su idea de ser rechazado o ser diferente, generando en él
sentimientos de rabia, resentimiento tanto hacia los otros como hacia él mismo. Los niños necesitan
sentirse aceptados incondicionalmente, pues eso ayudará a desarrollar seguridad y confianza en sí
mismo y en los demás.
La Indiferencia: Son padres que no son afectuosos con sus hijos, pero tampoco muestran un rechazo
abierto; el mensaje que le dan al niño es “No me importas”. No proporciona en el niño ni la sensación
de protección ni de rechazo, sino una sensación de no importar, de no ser querido. El niño desarrolla
frente a esto, una actitud de autocompasión, se queja de no ser valorado, de no ser querido, lo que
puede llevarlo a pensar que no es digno de ser amado y puede generar un desinterés afectivo.
Lo anterior exige entonces, que los padres tengan una actitud diferente frente al niño y la
administración de la norma, de manera que les permita tener una adecuada interacción y así pueda
ayudar a su hijo a desarrollar adecuadamente su identidad.
Frente a la norma y los hijos, la actitud de los padres debe ser de “realismo”, parte de lo que puede
realmente suceder, parte de la realidad, no de lo que debería o tendría que pasar. La idea
fundamental es que la adhesión a la norma por parte del niño es libre, no es una imposición de los
padres, ante la norma hay dos opciones que se cumpla o no. Esto implica educar al niño en el recto
ejercicio de su libertad para que sepa escoger entre lo mejor y lo óptimo, educar la capacidad de
juicio de los niños y en la asunción responsable de las consecuencias de sus actos. La libertad nos hace
responsables de nuestros actos, al reconocer que todo acto es una decisión personal. Si bien los
padres no la imponen deben orientar a sus hijos a decidir correctamente, y exige de los padres tener
expectativas realistas frente a sus hijos para poder esperar lo que ellos, de acuerdo a su edad, están
en capacidad de dar.
En este modelo, los padres tienen un papel activo en la educación y formación de sus hijos, exige
administrar adecuadamente la norma, teniendo los refuerzos y castigos adecuados para cada
situación, y evitando totalmente la retirada de afecto como consecuencia del incumplimiento de la
norma. Implica sobre todo que los padres eduquen a sus hijos más con el testimonio que con la
palabra, siendo modelos coherentes.
Deben fomentar en los niños la autonomía, la capacidad para expresar sus propias necesidades y
emociones, así como fomentar en ellos la asignación de responsabilidades; igualmente deben
ayudarlos a establecer adecuadas relaciones interpersonales a partir de proporcionarles un amor
confiable, un ambiente familiar seguro, atención, respeto, cuidados, etc. Para fomentar una recta
autovaloración en los niños, deben proporcionarles amor, respeto, aceptación incondicional, apoyo.
Pero también es importante que los niños desarrollen un sentido de límites, capacidad de
autocontrol, la capacidad para dejarse de ver mucho a sí mismos y preocuparse por los demás, darles
la idea de que no son perfectos y no tienen que serlo para ser amados y aceptados por los padres.
Padres firmes (democráticos): Los democráticos enseñan a sus hijos a tener en cuenta las
consecuencias de sus acciones. Promocionan valores prosociales y de autodirección, propician el
desarrollo de la autonomía como una de las características más sobresalientes. La comunicación es
efectiva, comprensiva y bidireccional analizando las explicaciones de sus hijos, a la vez que presentan
significativos aprendizajes con carácter profundo en sus estructuras de personalidad. Las normas son
entonces proporcionales, los límites realistas, hay una supervisión constructiva y aplicación de
consecuencias adecuadas. Genera niños alegres, sanos, no egocéntricos, autocontrolados, con
tolerancia a la frustración, sociables y adaptativos.
#consecuencias
#órdenes dadas
Cada orden que dé, la debo respaldar con una acción. Cuando dé una orden debo llegar hasta la
última consecuencia. ORDEN DADA, ORDEN MONITOREADA, ORDEN CUMPLIDA, SINO
CONSECUENCIA APLICADA. La autoridad no se logra de otra manera. Esto se debe hacer cara a cara y
día a día.
PRINCIPIOS:
4 PASOS:
La norma debe ser clara, concisa, comportamentalmente precisa, con contacto visual y físico. El tono
de voz no debe ser amenazante ni suplicante, debo ser clara, templada y con un buen tono. Si doy una
orden no levanto el ojo supervisor hasta que no la cumpla. No hay devuelta. Es necesario tener en
cuenta que hay momentos, lugares y situaciones adecuadas para dar las órdenes. Al comienzo la
formula funciona en ambientes que puedo controlar.
Repito la orden, contacto advertencia. “tú eliges”. Ej. “lávate los dientes, sino lo haces apago el tv y
no lo puedes prender hasta que pasen 30 minutos”.
Digo 2 palabras y acción física “Felipe tu elegiste” apago el tv y lo llevo a lavarse los dientes.
Es importante conseguir un reloj para medir el tiempo del castigo.
La fase 3 se aplica pase lo que pase, porque sino el niño siempre me va a hacer llegar hasta este
punto.
Establezca previamente las "reglas del juego", procure que sean formas aceptadas por todos y
exigibles a todos.
Póngase de acuerdo en quién ejerce la autoridad en un momento dado y apóyense, para que su hijo
confíe en ambos.
No ejerza la autoridad fiscalizadora, su hijo necesita un margen de libertad y confianza para su
desarrollo.
Ofrezca razones claras, válidas y cortas, evitando la "cantaleta", cuando hagan uso de su autoridad. Su
hijo necesita saber por qué y para qué razón obedece.
Respeten sus procedimientos o estilos personales de mandar siempre y cuando estén en función del
beneficio del hijo.
Procuren exigirse a sí mismos lo que exigen a sus hijos.
El ejercicio de la autoridad es para siempre, algunas veces no se obtiene lo deseado, pero hay que
insistir.
Evite chantajear o amenazar afectivamente al hijo, eviten la ironía despectiva, la burla o el sarcasmo
porque la autoridad se desgasta en ella.
Garanticen la armonía familiar con una autoridad razonable y justa.
Sepan resistir las dificultades y frustraciones. No se desanime cuando el hijo falle, acójanlo por grande
que sea la falta.
Recuerde que comprender a su hijo no significa dejar de hacerle exigencias.
Confíe en el ejercicio de la autoridad que ustedes, como padres, establecen. No lo suprima por el
hecho de que los demás no lo hacen, o lo hacen de forma diferente.
Procuren que la sanción sea proporcional a la falta, piensen antes de hacerlo y sean firmes. Ofrezca
siempre una explicación.
Hagan participar al hijo en la elaboración de las sanciones y revísenlo periódicamente.
Ofrezcan disculpas al hijo cuando lo hayan juzgado equivocadamente o le hayan impuesto una
sanción injusta, ganarán su respeto y él seguirá aceptando su autoridad.
Eviten que la sanción sea humillante para el hijo o que lo avergüence frente a otros, la discreción, y la
oportunidad tienen mejores efectos educativos.
Valoren a su hijo por lo bueno que hace, no estén pendientes sólo de sus fallas.
Demuéstrenle a su hijo que confían en él, no preguntándole constantemente sobre su vida, sino
esperando pacientemente que él decida qué y cuándo quiere contarles, escúchenlo como amigo sin
juzgarlo: después serenamente pensarán qué conviene decir o hacer.
Sean respetuosos con las confidencias que hacen los hijos.
Manejo de la desobediencia
Los niños muchas veces se niegan a hacer lo que se les ordena y se comportan como si no oyeran,
hacen lo contrario de lo que se les dijo, se burlan de la persona que dio la orden o dicen que “no”
frecuentemente.