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Lo Grupal, Politicas de Lo Neutro
Lo Grupal, Politicas de Lo Neutro
Marcelo Percia
Lo neutro concibe astucias para escapar a figuras que el habla capitalista impone. La
inmovilidad de una política necesita fijeza de enunciados.
Ductilidades de las izquierdas juveniles congenian mejor con los grupos que con los
divanes, con los barrios que con los consultorios, con las campañas de alfabetización
que con lecturas de especialistas que deletreaban los significantes amos.
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Pichon-Rivière aprovecha una huelga de enfermeros para proponer grupos de
autogestión entre pacientes del hospicio y aprovecha el psicoanálisis para cuestionar la
fijeza de los liderazgos, la identificación con el ideal, la pedagogía moral en los grupos.
Horacio González (1999), en Restos pampeanos, traza una serie -de la psicología social
argentina que piensa las multitudes- con los nombres de Ramos Mejía (1899),
Scalabrini Ortiz (1946), Martínez Estrada (1956), León Rozitchner (1972). Discursos que
entrecruza con el manual de Conducción política de Perón (1950).
Lo grupal como sentido que excede a los grupos y a los colectivos sociales, aunque
celebre el acontecimiento momentáneo de sus inusitadas potencias. No los grupos
como sujeto, sino lo grupal como movimientos sin representación, como potencia
incapturable siempre por advenir más allá de lo existente. Lo neutro como política que
se reinicia cada vez que en el lugar de lo posible se aposenta una posibilidad.
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Lo grupal no se reduce a los grupos existentes ni bosqueja grupos ideales, traza
pasadizos entre una cosa y otra. Los grupos se ofrecen como lagos y ciénagas. En esos
espacios del estar juntos -entre amores y odios, fidelidades y traiciones-, cada tanto, se
vislumbran pistas de despegue para la inesperada suscitación de lo desanudado.
Las prácticas clínicas en grupos, iniciadas alrededor de 1950 en Buenos Aires (Pichon-
Rivière, Marie Langer, Emilio Rodrigué, entre otros), se realizan contra la institución del
psicoanálisis de esos tiempos.
Una canción infantil, que narra una historia de elefantes que desafían la ley de la
gravedad, dice: “Un elefante se balanceaba / sobre la tela de una araña / y como veía
que no se caía / fue a llamar a otro elefante. / Dos elefantes se balanceaban / sobre la
tela de una araña, / y como veían que no se caían / fueron a llamar a otro elefante...”.
Una sociedad (proximidad de quienes se alían o atan entre sí para seguirse, protegerse,
guerrear, esclavizar, celebrar contratos) se representa como trama, urdimbre, tejido,
enredo, telarañas, nudo, moño, galleta.
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disponibilidad para enlaces y desenlaces imprevistos. No se trata de costuras ni de
bordados, sino de hilvanes invisibles que esperan un porvenir sin diseñar.
Lo Grupal sirve de contraseña política para una publicación promovida por Eduardo
Pavlovsky, Juan Carlos De Brasi y Hernán Kesselman, que alcanza diez textos colectivos
entre 1983 y 1993.
Explica Pavlovsky, en la presentación del primer libro, que la iniciativa retoma, tras los
años de exilio, la revuelta del psicoanálisis argentino que en los años setenta decide
acompañar el movimiento social emancipador, testimoniando la ruptura con la
Asociación Psicoanalítica Argentina a través de los volúmenes Cuestionamos 1 y 2
compilados por Marie Langer y Armando Bauleo (1971/1973).
Escribe Oscar del Barco (2002) que la soberanía del vivir reside en “vivir la intensidad
del instante”. Intensidad de estar en la vida sin causa, sin fin, sin objeto, sin cálculo, sin
saber.
Pichon Rivière (1970) advierte con la expresión portavoz que no habla un hablante,
sino una voz que emplea o elije a alguien para decirse. La idea de portavoz sugiere que
hablantes se precipitan hablados por voces que no les pertenecen. Y también recuerda
que el habla de la comunicación no se despliega como transparencia lisa, sino que se
agita y sacude como conflictividad de voces que luchan entre sí.
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hablante que buscaba decirse). Cree que si los grupos guardan o aquietan lo no dicho,
lo grupal adviene como instante propicio para palabras que se sublevan.
El misterio de las criaturas que hablan vive en esta pregunta: ¿por qué una voz sale de
una boca y no de otra?
El sentido común se presenta como habla colectiva de las derechas. Se considera habla
de las derechas cualquier habla entonada según la voz de un mando, aunque ese
hablar se pretenda de las izquierdas.
Grupos sujetos al poder de un amo. Grupos sujetos al impoder de cada cual como
potencia indisciplinada que habita en todas las criaturas que hablan
El infinitivo de pensar en grupo conjuga políticas que ponen en cuestión ideas de autor,
pensamiento individual, origen personal. Lo grupal discute la propiedad. Se pertenece
a un tiempo histórico que no se posee. Cuando Pichon Rivière supone que procesos,
cambios, transformaciones grupales se realizan a través de la remoción de resistencias,
obstáculos, temores, esa conjetura se afina con el diapasón marxista que piensa en
procesos, cambios, transformaciones históricas y sociales.
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El Antiedipo de Deleuze y Guattari (1972) comienza con el hablar de lo neutro: “Ello
funciona en todas partes, bien sin parar, bien discontinuo. Ello respira, ello se calienta,
ello come, ello caga, ello besa. Qué error haber dicho ‘el’ ello. (…) yo y no-yo, exterior e
interior ya no quieren decir nada”.
No besa el amante ni la boca, besa el besar; besan los besos que en las infinitas bocas,
en los infinitos amantes, besan.
Escribe De Brasi (1986) en el prólogo a Lo Grupal 3: “Lo grupal dice, a un oído atento,
sobre conjunciones, disyunciones, atravesamientos; evoca multiplicidad de formas y
repertorios que arman esas fluidas -a veces efímeras- ‘positividades’ llamadas grupos”.
Los grupos celebran acciones que ligan y acciones que desligan. Lo grupal atiende al
movimiento que separa uniendo y que une separando.
En una entrevista (1997) Juan Carlos De Brasi recuerda que la publicación Lo Grupal
fue refugio en tiempos de la post-dictadura: “En esos devenires, la fórmula-advertencia
‘lo grupal no son los grupos’ nos sirvió como un estilete negativo para hundirnos en
tierras soleadas. Y para impulsarnos a salir de la encerrona que acecha a cualquier idea
de ‘sujeto’ o ‘subjetividad’ a secas; ahí hubiéramos quedado atrapados en una mera
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relación de antagonismo con la ‘objetividad’ o en alguna versión sustancialista, donde
ahora la ‘subjetividad’ ejercería la impostura que denunciaba en su oponente. De modo
que circulando por otros senderos llegamos al desfondamiento de la misma idea de
subjetividad”.
Los modos de decir, pensar, obrar, que gobiernan el mundo de las criaturas que
hablan, instalan sus dominios en esas vidas que auspician.
Borges (1952) presenta esta cita de David Hume (1779): “El mundo es tal vez el
bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer,
avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los
dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y
jubilada, que ya se ha muerto”.
¿Alivia pensar que la vida está escrita en notas de un borrador? ¿Y que la denotación,
define, precisa, consagra, una nitidez; tanto como la connotación agranda, exagera,
minimiza, enturbia, pasiones? Pero, ¿quién escribió esas notas?, ¿dónde está ese
cuadernos?, y ¿si las hojas se hubieran volado, mezclado, perdido? Vivimos un mundo
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anotado por el lenguaje cincelado en la historia de las luchas de hablantes que viven
en comunidad. Esas anotaciones obran, sensibilizan, conciben, las existencias que
creemos ser. De esas anotaciones emanan las hablas.
Anzieu (1968) advierte que en la intimidad de los grupos se sueñan pesadillas sociales.
Las prácticas grupales nacen en espacios públicos. Esos estados de palabra (entre
muchos) se ofrecieron como sensibilidad amplificadora de dolores, injusticias,
desigualdades, sin recepción, en hospitales, escuelas, barrios.
Una cosa supone una negación (o una afirmación) absoluta y otra sugiere una negación
(o una afirmación) infinita: si lo absoluto ejecuta la clausura (no hay nada fuera de la
negación o de la afirmación), lo infinito llama o sigue las pistas de lo que huye no
clasificado.
Deleuze (1969) se resiste a tener que optar entre la idea de ser, sujeto soberano, forma
enraizada en una base propia o la idea de una existencia sin fondo, informe, suelta,
suspendida, abismada, sin poder hacer pie en nada. Desfondar la idea de subjetividad
supone poner a la vista la condición ficcional de esa idea.
El aforismo de Paul Valerý (1932) (“lo más profundo que hay en el hombre es la piel”)
rompe alianzas entre las ideas de sujeto y profundidad. Cuando se acaricia la piel de
otra criatura viva, en ese contacto, vuelve a vibrar el estallido primero, la expansión del
comienzo.
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En la entrevista a la que se hace referencia, De Brasi, por momentos emplea las
expresiones lo grupal y la grupalidad como alusiones próximas. Explica: “hablo de
grupalidad para arrancar al término de su uso adjetivo…”. Suele decirse talleres
grupales, técnicas grupales, coordinadores grupales, producciones grupales, como si la
cosa grupal fuera una cualidad de los talleres, las técnicas, los coordinadores, las
producciones. De Brasi no piensa grupalidad como núcleo esencial arrancado de la
contingencia del habla y la acción de los grupos, sino como horizonte ético, móvil, de
enunciación colectiva.
Marx escribe sobre grupos cuando piensa la historia social como lucha de clases. La
fabricación desigual de esas criaturas hablantes se realiza en familias, escuelas,
religiones, fábricas, ejércitos.
Las palabras endulzan y dañan la vida. Las lenguas ulceradas no drenan lo inexplicable,
sino lo explicable de una civilización que cultiva tanto la injusticia como el dolor.
Lo grupal sostiene un horizonte ético, por momentos borroso, en el que las soledades
(que no se autorizan en la prepotencia de un nosotros ni en el abuso de las mayorías)
se abisman sin otro poder que el del desamparo.
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cohesión, interacción y roles, resistencias y transferencias, ilusiones y supuestos) hacia
“Lo Grupal (y la producción de subjetividad), especie de acontecimiento blanco que
dispara el neutro ‘lo’, neutro del que carecen todavía algunas lenguas…”.
Lo grupal se presenta para De Brasi como deslizador, fluir en otro sentido, fuga desde
los grupos hacia la interrogación sobre las condiciones de producción de subjetividad.
Lo neutro como pase en un tránsito histórico, estético, político y de ideas clínicas hacia
otros modos de pensamiento y acción. Acontecimiento blanco (acontecimiento de lo
neutro) que posibilita pasar más allá de las narrativas conocidas.
Lo grupal aloja la visión del paisaje en ruinas tras el derrumbe esos escenarios:
momento estallado de las fábulas.
Lo grupal como estado (más allá de los estados conocidos) liberado de la idea de
producción y de subjetividad: improductividad de un habla que adviene sujetada y
desasida en voces que no pertenecen a nadie.
¿A qué se llama capacidad personal? ¿La ilusión de que hay en uno una fuerza de obrar
o voluntad de sentir? Cuesta pensar la vida como obrar sin voluntad, como sensibilidad
sin sentir. La idea de capacidad supone la de interioridad (contener dentro de sí). Un
grupo, ¿aumenta la capacidad personal?, ¿configura una interioridad mayor? Cuando
se dice que un dolor excede lo que alguien puede soportar, ¿ello significa que muchos
cuerpos cercanos podrían soportar lo insoportable? No, muchos cuerpos tampoco
podrían contener tanto dolor. El impoder grupal posibilita entrever que eso que se
presenta como impotencia personal, expresa tragedias negadas en la historia social.
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Ideas políticas que conciben el trabajo en grupos como condición germinal de un
cambio social, ¿se trasforman en prácticas profesionales que ofrecen terapias o
mejoras del sí mismo en el mercado? Los grupos que se piensan como colectivos de
enunciación de deseos revolucionarios, ¿se mimetizan con espacios técnicos de
superación individual de inhibiciones o ataduras afectivas, emocionales, creativas,
corporales? Los grupos como asambleas entre iguales que ponen en cuestión las
relaciones de poder, ¿se ofrecen como hinchazón de un supuesto genio personal? Los
grupos que denuncian que en los sufrimientos que se viven como dramas personales
laten malestares de la historia, ¿incurren en exageraciones colectivistas? Los grupos
que se preguntan cómo hacer para salir de la fascinación del ensimismamiento
introspectivo para abismarse en el flujo anónimo en el que habla el presente social,
¿cometen excesos anti individualistas?
Esa intención política, ¿se transforma en una técnica creativa grupal que promete
liberar supuestas potencialidades personales?
Los grupos, divididas sus zonas de influencia en las aguas del mercado, ¿se ofrecen
como espacios de consecución individual de beneficios materiales, refuerzos morales o
valores espirituales?
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En Heroína, la película de Raúl de la Torre (1972) basada en la novela que escribe
Emilio Rodrigué (1969), se presentan dos escenas de época. En una, un psicoanalista
(en análisis didáctico) reconoce en sesión que, mientras están en ese consultorio
protegido, el pueblo está luchando en las calles (se ven imágenes documentales de los
días del Cordobazo); en la otra, en un grupo terapéutico, ante el padecimiento de una
compañera, cada integrante reconoce que ese sufrimiento está presente en todos y
que ese malestar, también y al mismo tiempo, denuncia un malestar social. En ambas
escenas, los protagonistas no anhelan realizar sus vidas de modo ejemplar, corregir
conductas, desentrañar un inconsciente personal, sino que desean participar del flujo
de las luchas sociales saliendo de la pequeña caparazón individualista y burguesa en la
que habitan.
Estampas de una corriente intelectual que sostiene que no habrá bienestar personal,
sin bienestar social y que no concibe armonías individuales en una sociedad desigual e
injusta.
Militar con otros, festejar con otros, aprender con otros, analizarse con otros. El con
otros se presenta como erótica política de las izquierdas. La idea de un con otros se
opone a la de empresario de sí; la de colectivo de iguales, a la de capital humano.
¿Cómo vivir sin un enigma delante? No se habita una identidad, sino un enigma que las
identidades apaciguan. No se pacifica el enigma (que está ahí sin respuesta), sino la
inquietud que habita el habitar.
¿La separación irreducible con el otro me pone frente a las infinitas distancias que
crecen en mí? Lo desconocido no es el otro, destella como lo otro en el otro; no es mi
otro yo, reverbera como lo otro en el yo; no es el futuro, resplandece como porvenir.
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Lo desconocido se presenta como aquello de lo que nada ni nadie podrá adueñarse. Lo
otro recuerda el diferir que late en lo existente.
Lo otro no designa al otro; el otro está ahí como víctima hablada, lo otro esboza un
corte, un desgarro, una fuga: el diferir de la ficción de sí como hemorragia de una
fábula herida.
Michel Serres (2007) dice en una entrevista: “Amar a alguien es oírle contar su vida y
contarle la tuya. Existir es relatar la propia vida. Hay que hacer que la vida sea algo que
se pueda decir. Todos necesitamos un relato para existir”.
¿Lo grupal inventa espacios para infinitos relatos? El amor (que soporta todas las
ficciones) consiente la creencia de que el otro posee una vida. El amor propio (que
comienza declarando la propiedad de sí) difunde la idea de propiedad sobre la vida. Si
relatar la propia vida supone establecer una biografía o reseña curricular, ¿relatar la
vida supone salir de la idea de sí: probar estar no siendo en ese relato?
Si los grupos cumplen la función social de consagrar historias propias, tal vez lo grupal
guarde el secreto del pasaje por la vida sin poseerla. Se podría llamar vida a lo que no
puede ser apropiado. Lo neutro simpatiza con lo inapropiado.
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Lo neutro se resiste a quedar confinado en las opciones existentes. Lo neutro: ni uno ni
otro, ni una cosa ni otra, escapa a toda definición, no puede clasificarse. Lo indefinido
no evita la decisión, decide poner en cuestión la condición fatal de lo definido.
Escribe Blanchot (1981): “Lo otro habla. Pero cuando lo otro habla nadie habla, pues lo
otro, al que debe evitarse honrar con una mayúscula que lo fijaría en un sustantivo de
majestad, como si poseyera alguna presencia sustancial, incluso única, precisamente
nunca es sólo lo otro, tal vez no sea ni uno ni lo otro, y el neutro que lo señala lo retira
de ambos, como de la unidad, estableciéndolo siempre fuera del término, del acto o del
sujeto en que pretende ofrecerse”.
Lo otro habla dice lo inquietante, sugiere que la palabra no pertenece a nadie, que las
identidades llegan después o nunca a adueñarse de esa efervescencia anunciadora. Lo
neutro interesa como revuelta anti-mayúscula, como fuerza desbordante que delira (se
sale de surco) cada vez que un límite se declara horizonte natural de las cosas.
Lo grupal (como reserva de sentido) imagina la posibilidad de pensar a partir y más allá
de los grupos. La presencia simultánea de otros puede (o no) resquebrajar el
ensimismamiento, ayudar a escuchar que hablan emociones y no personas, empujar
hacia estados clínicos no escudados en los rituales técnicos.
Los grupos se reúnen tras concertar una cita para realizar cierto plan. Lo grupal
acontece inesperado en cualquier momento.
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La situación clínica sobreviene como solicitación: arrebato o empuje de una prisa
respetuosa. Se suele llamar transferencia a ese pedido dirigido a alguien, al don de
cuidar, escuchar, amar, que se presume habita en otro.
Alberto Greco (1962), que difunde la idea de arte vivo como aventura de lo que
acontece en cualquier lugar, como revuelta contra la exclusividad de salones y galerías,
piensa una obra situacional: dibuja con una tiza blanca un círculo sobre la vereda de
una calle transitada en una ciudad. Alguien pasa por el círculo: en ese momento se
toma una fotografía del cuerpo en tránsito dentro del círculo y el artista firma la obra
de arte viva.
Se emplea el círculo de tiza en un lugar de tránsito en el hospital (en los pasillos de una
sala, en la playa de estacionamiento, en el descanso de una escalera) para levantar
paredes que necesita la intimidad para ponerse hablar. Un círculo en el que puedan
caber dos o tres personas. La transparencia del muro de tiza ayuda a no olvidar la
condición efímera, fugaz, incontenible, de lo que se está por decir. Diferentes diálogos
suceden dentro del círculo: Quiero salir de aquí. Dios subió en el tren en el que llegué a
este mundo. Hoy no voy a la asamblea porque la cosa está que arde. Alguien dice:
Tengo diez casas, tres barcos, un avión, pero mis hermanos me robaron todo. Se invita
a un tercero para que responda al que vive en el delirio: Por favor, dígale al compañero
que eso que le pasa se llama angustia y que, a veces, la propiedad ayuda a soportar lo
insoportable. El invitado transmite: Dice el psicólogo que todas esas casas que tenés
están llenas de tristezas. La sesión transcurre así: se habla con el que está tomado a
través de un invitado al que se pide que traslade lo que se está pensando en voz alta.
El que vive en el delirio escucha dos veces: una mientras se habla con el invitado, otra
cuando el invitado repite lo que escucha. Alguien espera fuera del círculo su turno para
ingresar.
Maurice Blanchot escribe (1969) que: “Lo neutro es aquello que no se distribuye en
ningún género: lo no-general, lo-no genérico, así como lo no particular”.
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Lo neutro esquiva la soberbia de las opciones consagradas, dice: “ni lo uno ni lo otro: lo
posible más allá de lo uno y más acá de lo otro”. Lo grupal se avergüenza por la
arrogancia de los grupos.
Lo grupal guarda secretos que potencian lo todavía no nacido o exiliado en los grupos.
Alberto Silva traduce así el poema de Bashô: “No pertenece /ni al alba ni al ocaso/ (flor
del melón)”.
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normalidad. Tener gusto de lo neutro es, forzosamente, sentir disgusto por el término
medio”.
Si los grupos (la familia, los amigos, los que se encuentran en las aulas escolares y
universitarias, los que se dan cita en la misma plaza, los que viajan juntos, los que
viven en el mismo edificio, los que se encuentran hablando en un hospital porque
sufren la vida) trazan laberintos: pequeños territorios segmentados por cientos de
caminos imbricados, de los cuales, tal vez, ninguno lleva a una salida; lo grupal se
pregunta cómo volver a espaciar el desierto saturado de sentido común.
Los grupos consagran modelos, normas, culturas; lo grupal desbarata esas formaciones
instituidas.
Lo grupal ¿se ofrece como reserva de intensidades que necesitan más de un cuerpo, de
dos, de tres, de cientos, de miles? ¿Reserva que no conserva algo, sino que aloja el
deseo de un espacio para la espera de lo inesperado? Pero, si la espera, espera lo
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inesperado, ¿cómo se reconoce la llegada de lo que no se conoce ni se sabe? Lo grupal
soporta la imposibilidad de responder a esa pregunta.
Las luchas políticas conciernen a los grupos, las representaciones de poder estrechan
ilusiones entre los que se unen. Lo grupal no se escuda en la fachada de la
imparcialidad o neutralidad que declara que no está a favor de una cosa ni de otra. Lo
grupal respira en las izquierdas que intentan ir más allá de lo establecido, aunque
siente la falta el aire en las izquierdas establecidas. Lo grupal respira en las cercanías
efímeras que toman distancias un segundo antes de que una voz diga nosotros, somos
un grupo.
La palabra escrache deriva del lunfardo (escrachar: arrojar algo con fuerza; escrachar:
fotografiar o pescar en infracción). La agrupación de derechos humanos HIJOS la
utilizó, desde 1995, para describir una acción colectiva de resistencia al indulto
otorgado durante el gobierno de Menem a los criminales de la dictadura de 1976. El
escrache se diseña como una acción que se hace en público. Suele emplearse para
denunciar la violación de los derechos humanos, un hecho de corrupción, un suceso
nefasto. El escrache grita algo denegado: en la ciudad, en el barrio, en la cuadra de la
casa, en el edificio, en el que vive alguien responsable de una violación, un hecho de
corrupción o suceso nefasto. Un grupo interviene señales para indicar la dirección de
quien participó en el hecho denunciado, realiza pintadas, sentadas con canciones y
bailes frente a su domicilio, dramatizaciones de lo ocurrido en un escenario
improvisado en la puerta de su casa. El escrache se opone al indulto, al perdón, a la
gracia, del Estado que celebra pactos de silencio con el horror. El escrache ejerce una
violencia que resiste un violencia sostenida por el Estado.
Los grupos encarnan poderes y batallan contra otros poderes. ¿Lo grupal necesita de la
idea de justicia para espaciar la potencia de los cuerpos que se aproximan en una
lucha? Pero, ¿qué justicia?, ¿la de las instituciones conocidas en las democracias
capitalistas?, ¿la de las minorías o mayorías hablantes que luchan por el derecho a la
diferencia?
La idea de comunidad se sostiene en una visión de justicia que esparce injusticias entre
quienes no están incluidos en esa visión (salvo que una comunidad declare la injusticia
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como soporte necesario para la unificación de algunos). Los grupos obran una idea de
justicia y de injusticia. Una política decide lo justo y lo injusto. En lo grupal retumba la
pregunta indecidible: ¿qué justicia?
La idea de una ciencia de los grupos todavía no hace reír. Cuando llegue el momento
de la carcajada, la risa reirá de cualquier saber que pretenda alcanzar los secretos del
poder, del amor, del deseo. Lo grupal se desprende de las obligaciones
epistemológicas (tener un objeto formal abstracto) con el filo de lo neutro. No podría
haber técnica de lo que vive sin acontecer y que, si acontece, adviene por única vez.
Lo grupal resiste a la violencia técnica de los grupos. Cuando se sugiere que lo grupal
necesita ser pensando más desde las prácticas estéticas que desde las teorías
psicológicas, psicoanalíticas o sociológicas, no se propone hacer talleres artísticos de
música, teatro, escritura, plástica, circo, danza; sino aprender de lo estético sus modos
de aproximarse a los misterios de la sensibilidad y la enunciación colectiva, sus modos
de alojar lo todavía no catalogado, no previsto, no codificado, no representado.
Roland Barthes encuentra en lo neutro un borde que ayuda a diferenciar entre querer
asir y querer vivir. ¿Cómo vivir si aferrarse a la vida, sin aprisionarla en una dirección o
meta, sin sujetarla del lenguaje, la razón, la guerra? ¿Querer vivir equivale a no querer
morir? ¿Desear la vida podría significar algo diferente que poseerla?
Si las técnicas de grupo sirven como recetas para conducir colectivos humanos, ¿lo
grupal porta el deseo de lo colectivo desprendido de las maniobras control? El deseo,
tal vez, no desee lo colectivo, sino el estallido de cuerpos que se mueven, respiran,
hablan, en simultáneo. Deseo de ese momento de sacudidas, expectaciones,
nerviosismos que vibran antes de que se ordene un grupo.
La tierra no llora ni se lamenta en cada ocaso por no poder asir al sol, todas las noches
rota sobre sí para volver a estar en la cita.
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Si los grupos crean conjuntos que se aferran a consignas (vivir en una casa, viajar en un
barco, concurrir a la misma aula), lo grupal sobrevuela las superficies como deseo
errático del estar juntos.
Lo neutro evita estabilizarse, anota Barthes: “lo Neutro es desapego del sentido”. Lo
grupal no deja de interrogar el sentido de los grupos. El sentido copula en la pregunta.
Los grupos contabilizan cuántos integrantes los componen; lo grupal se interesa por lo
intrigante de cada composición.
A propósito de las acciones del Grupo de Arte Callejero, el Colectivo Situaciones (2009)
escribe: “El GAC no es un grupo sino un repertorio de formas operativas, que hacen de
su plasticidad una puesta en escena a la vez barrial, detallada, intempestiva y
colectiva. Su pensamiento metodológico, como ellas se ocupan de exponer, implica un
conjunto de procedimientos donde se reúnen materiales, estrategias y decisiones
políticas en una misma voluntad de intervención. Y, en ese sentido, el grupo no es más
que el nombre de fantasía o la superficie de una ‘producción por movilidad’”.
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Acciones que detonan formas que ponen a la vista el daño injusto y caprichoso que
provocan las construcciones que impone un poder. Si las sensibilidades no
permanecerían, adormecidas desatarían tempestades. Los grupos portan nombres de
fantasía; lo grupal evoca cercanías sin nombre, cercanías que no se llaman cercanías,
ni proximidad, ni simpatía; cercanías -incluso- no cercanas. Lo grupal aloja
complicidades que no se unen, ni agrupan, ni se identifican con un nombre. La fuerza
de una acción de quienes no tienen otro poder que el de la potencia del momento de
la acción misma. Acciones que irrumpen no para conquistar, dominar, invadir, sino
para espaciar lo inmovilizado.
Los grupos crían mayorías fanáticas que se afirman contra algunos disidentes que se
oponen; lo grupal hiere la unanimidad.
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La palabra intento anda con zancos.
Lo neutro, tras desprenderse de los lugares comunes, boceta una posición que se
disuelve. Silencio podría no querer decir ausencia de sonidos, sino sonidos de la
ausencia. ¿Cómo se entra en esa ausencia? ¿Escuchando lo que pasa por esa extensión
que llamamos nosotros, desasidos, sin propiedad, desaferrados?
Los grupos se definen por intenciones conjuntas; lo grupal ¿pregunta por las
intensidades colectivas? Lo grupal se pregunta por las intenciones que no se juntan,
por las intenciones sin intención de alcanzar algo, por las intenciones de la espera que
se suelta de esperar lo esperado.
Barthes anota que lo neutro designa el tiempo del todavía no, el momento anterior a
las diferencias. ¿El todavía no como inminencia de un sí que no está listo? ¿Astucia de
la afirmación que se anuncia sin llegar? ¿Lo grupal aloja memorias disponibles que los
grupos olvidan o inminencias que podrían acontecer en acciones de quienes obran no
siendo?
Lo grupal desea pensar, tras la regularidad de los grupos, qué insiste como
irregularidad; tras la previsibilidad de los conjuntos, qué insiste como imprevisibilidad;
tras el equilibrio de los colectivos humanos, qué insiste como oscilación.
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Lo grupal a veces queda cancelado por las imposiciones de los grupos. Suele decirse
“se incorpora un miembro al grupo” como si -en ese acto- la bestia del conjunto se
devorara un brazo, una pierna o una oreja.
Escribe Blanchot (1969): “Lo neutro. Eso que lleva la diferencia hasta dentro de la
indiferencia, más exactamente, que no deja a la indiferencia en su igualdad definitiva”.
Los grupos presionan a hacer o no hacer algo; en lo grupal moran potencias que
esperan.
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Los grupos atesoran historias, levantan monumentos, trazan zonas de exclusión y
coleccionan repeticiones confirmatorias de su razón de ser; lo grupal celebra lo
perecedero, lo que ocurre por única vez.
Una pregunta de Kafka: “en qué momento y cuántas veces, cuando ocho personas
están conversando, conviene tomar la palabra si no se quiere pasar por silencioso”.
En los grupos cada cual calcula cómo cuidar su imagen personal; lo grupal agita lo
incalculable de un colectivo desprendido de imaginarios personales.
Los grupos suelen actuar como espacios de regulación de la afectación; lo grupal busca
el contacto con lo desajustado y sin medida.
No se concibe lo colectivo como un solo cuerpo que marcha unido hacia el porvenir; a
veces adviene como estado de ebriedad de muchos que chocan, se lastiman o creen
que se acompañan.
Lo grupal, así invocado, sólo puede narrarse como potencia ya acontecida, como
existencia nunca imaginada antes de estar viviéndose.
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creencias personales, y a los conceptos universales y generales. Los estoicos supieron
decirlo: ni palabra, ni cuerpo, ni representación sensible, ni representación racional. E
incluso puede que el sentido fuera ‘neutro’, completamente indiferente tanto a lo
particular como a lo general, a lo singular como a lo universal, a lo personal y a lo
impersonal. (…) Anteriormente, el sentido considerado como ‘neutro’ nos parecía que
se oponía a lo singular, no menos que a las otras modalidades. Ya que la singularidad
no estaba definida sino en relación con la designación y la manifestación, lo singular no
era definido sino como individual o personal, y no como ‘puntual’. Ahora, por el
contrario, la singularidad forma parte del dominio neutro”.
Deleuze (1969) cita de la obra de Joe Bousquet dos fragmentos para pensar lo neutro
como acontecimiento de una herida que espera: “Mi herida existía antes que yo; he
nacido para encarnarla (…) Todo estaba en su sitio en los acontecimientos de mi vida,
antes de que yo los hiciera míos; y vivirlos, es sentirse tentado de igualarme con ellos,
como si les viniera sólo de mí lo que tienen de mejor y de perfecto”.
Deleuze sugiere que, a veces, se logra habitar esa potencia que vive en nosotros: como
si la hiciéramos nuestra dándonos al esplendor neutro de un acontecimiento
“impersonal y preindividual, más allá de lo general y de lo particular, de lo colectivo y lo
privado” que espera.
Lo grupal nombra acontecimientos de los que, a veces, algunos grupos se adueñan. Los
grupos realizan efectuaciones posibles de lo grupal. Lo neutro aloja lo pre-individual e
impersonal de potencias que no pertenecen a nadie.
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La intensidad respira en instantáneos globos de aire que, luego, la marca, el signo, la
huella, remedan.
Los grupos realizan experiencias más o menos satisfactorias, más o menos divertidas,
más o menos útiles. Lo grupal sabe que satisfacción, diversión, utilidad, componen
fantasías de felicidad.
Los grupos suelen contentar fanatismos que se unen a través del odio para huir del
miedo; lo grupal estalla como alegría de los que se saben tristes, solos, vulnerables.
Los grupos suelen practicar sacrificios para conjurar el miedo (al grupo, a los extraños,
a la representación de sí); lo grupal acompaña la disposición a practicar la hospitalidad
con lo que se teme.
Los grupos suelen postularse como teatros, escenarios para espiar conductas
estereotipadas, sitios de intrigas y crisis repetidas, espectáculos de bondades y
maldades, actividades y pasividades, timideces y desenvolturas, de razonabilidades y
caprichos. Lo grupal espera potencias de lo impersonal, movimientos de lo diseminado
más allá de lo individual, pujos de sentidos no representados.
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Lo grupal guarda el secreto de la inventiva de los grupos que vendrán; los grupos, ya
sidos conservan formas canónicas, constrictivas, sobre significadas. Lo grupal no se
reduce a los grupos, pero los grupos incitan a pensar lo grupal. Los grupos encastran
marcos morales en lo amuchado; lo grupal resguarda la inquietud de lo indisciplinado.
Asistimos a una cultura que trata de entretener: cultiva el aburrimiento para activarlo
detrás de objetivos más o menos alcanzables. El mundo social ofrece un surtido de
trivialidades para matar el tiempo. Matar el tiempo consiga la cultura del
entretenimiento. El entretener inventa una criatura tenida, capturada como público: el
entretener labra una boca amordazada por un deseo espectador.
El tiempo puede morir asesinado estando uno solo o participando en un grupo. Los
grupos pueden servir de campos de exterminio del tiempo (como ocurre en algunas
aulas o audiencias televisivas).
La arrogancia ofensiva o defensiva de los grupos dice: ¡juntos somos más! Lo grupal
espera la posibilidad de un estar juntos sin sentido. Silenciosa cercanía de quienes van
a morir.
Estar juntos se puede pensar como coincidencia de soledades que habitan ausencias.
Soledades que salen de sí arrojadas desde las formas. Soledades que copulan sin
penetrarse, unirse, asociarse, poseerse. Roce o contacto tangencial entre nieblas.
Juntos, precipitados.
Las prácticas de grupo se agotan: en un momento, realizan todas las posibilidades para
las que fueron diseñadas. Los grupos se consumen; lo grupal alberga inquietudes que
recomienzan cuando los recorridos ya realizados se repiten desvitalizados.
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técnicas disciplinan potencias. Las potencias viven en las técnicas como el viento
encerrado en una botella.
Lo grupal soporta simultaneidad; los grupos actúan nerviosismos que dicen: hablemos
uno por vez, así nos escuchamos todos.
Los grupos, a veces, posibilitan entrever algo de lo grupal: lo grupal adviene cuando
alguien se da cuenta que, ensimismado en los fantasmas de siempre, se está
perdiendo algo de la fiesta que crece fuera de sí.
Lo grupal no interesa sólo como espacio posible en el que se alojan diferencias de los
que se reúnen en grupo, importa como ocasión para que, en el relato de cada cual,
acontezca la posibilidad del diferir de sí mismo, oportunidad de una fuga, huída de la
obstinada perseverancia de una representación.
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ninguna posibilidad de que el que manda ‘exista’, esté presente, sea el mismo en algún
sitio y todavía menos que se haga consciente”.
Los grupos consagran espacios propicios para la dramatización del malestar. Quienes
concurren a grupos tensionados por el poder (casi todos los grupos se convocan
alrededor de algún poder) portan malestares que comentan en voz baja en pasillos y
bares: temores y rumores que circulan por fuera de las reuniones. Los espacios de
grupo no cultivan trasparencias: a veces se escucha a quienes participan pero no se
advierte qué pensamientos los piensan.
Lo grupal sabe que no se trata de zarandear silencios hasta que caigan de las bocas
blasfemias contenidas, sino de intentar la escucha de lo acallado como extrañeza
siempre por alojar, aún sin decir.
Lo grupal sabe que acontece algo más y diferente que eso que los grupos creen
comprender.
Freud cita en Psicología de las masas y análisis del yo una parábola de Schopenhauer
(1859) incluida en su Parerga y Paralipómena (términos que suelen traducirse como
cosas insignificantes y que no vienen al caso) sobre la comunidad de los puerco
espines, para decir que nadie soporta la cercanía íntima con los demás.
En el crudo invierno puerco espines se juntan para darse calor y no morir de frío, pero -
en esa cálida y necesaria proximidad- no pueden evitar lastimarse con las púas que
recubren sus cuerpos. En la distancia tiritan desamparados y en la proximidad se
hieren sin motivo. Una y otra vez intentan, sin embargo, acercarse y, una y otra vez,
vuelven a alejarse llevados y traídos por el frío y el dolor. Y así, entre dos sufrimientos,
oscilan hasta encontrar el punto preciso en el que pueden darse calor sin clavarse las
espinas.
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voluntad: la desgracia de estar solos y la desgracia de desear estar con otros, entre el
hastío y el aburrimiento de los que viven aislados y entre las inevitables lastimaduras
que nos causan nuestros semejantes (aunque de todas, las que más duelen son las del
amor). Se desea estar con otros para escapar del vacío y la monotonía que creemos
ser, pero los desprecios y desdenes de los demás llevan a refugiarnos otra vez lejos de
todos. La solución de Schopenhauer reside en dar con el punto óptimo, ayudados por
la razón escéptica y desapegada de todo deseo: a esa distancia justa la llama
urbanidad y buenos modales.
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Dale Carnegie (1936) publica el libro de autoayuda que inaugura la psicología popular
del capitalismo. Cómo ganar amigos ofrece un manual de técnicas para tener éxito con
el resto de criaturas hablantes. Difunde un conjunto de procedimientos para agradar a
la gente. Aconseja no criticar ni hablar mal de otro, no lastimar orgullos ni herir
susceptibilidades. Sugiere alentar la estima de todos haciéndolos sentir importantes,
ensalzando virtudes y repartiendo elogios. Recomienda sonreír en cada encuentro
como si se expresara cuánto me gusta usted, qué alegría verlo. Carnegie propone
ganar amigos como un modo de ascenso social tras la crisis financiera de los años
treinta. El genio mercantil del folleto se resume con esta frase: “Si quieres obtener
miel, nunca patees la colmena”.
Una definición de archipiélago dice: conjunto de islas agrupadas por una superficie,
más o menos extensa, de mar. Otra propone: conjunto de islas unidas por aquello que
las separa.
Los grupos alucinan síntesis de unidad más poderosas que las oposiciones. Lo grupal
resguarda el misterio de lo que aproxima separando y separa aproximando.
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