Está en la página 1de 5

¿Cuál fue la razón de su compromiso a predicar la Palabra de Dios?

(John MacArthur responde)

Nunca anhelé ser conocido como un teólogo o académico. Mi pasión es enseñar


y predicar la Palabra de Dios.

Aunque he tratado con preguntas teológicas y controversias doctrinales en


algunos de mis libros, nunca lo he hecho desde la perspectiva de un teólogo
sistemático. Me interesa conocer lo que dice la Biblia. Todos mis intereses
buscan estar fundados en la Biblia, y mi deseo es basarme en las Escrituras en
todo lo que enseño.

Predica la Palabra

Así es como me he aproximado al ministerio desde el principio. Mi padre fue un


pastor, y cuando le dije hace años, que sentía que Dios me había llamado a una
vida de ministerio, él me regalo una Biblia, en la que había escrito las siguientes
palabras de aliento: “¡Predica la Palabra!” Esa simple frase se convirtió en un
fuerte estimulo en mi corazón. Esto es todo lo que me he esforzado a hacer en
mi ministerio—predicar la Palabra.

Hoy en día, muchos pastores están bajo una tremenda presión creyendo que
deben saber hacer todo, menos predicar la Palabra. Los expertos les dicen que
para que crezca su congregación en números, deben tratar con las
“necesidades sentimentales” de las personas. Son animados a ser cómicos,
psicólogos, y oradoresque solamente motivan a su audiencia. Son advertidos a
tocar temas que para la gente son un tanto desagradables. Muchos han
abandonado la predicación bíblica por sermones devocionales que han sido
diseñados para que la gente se sienta bien con sí misma. Algunos han
reemplazado la predicación con dramas y otras formas de entretenimiento.

Pero para el pastor cuya pasión es la predicación bíblica, tiene solo una opción:
“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye,
reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2).

Cuando Pablo le escribió esas palabras a Timoteo, agregó su advertencia


profética: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído…” (V.3-4).

Claramente no había lugar en la filosofía ministerial de Pablo para la teoría de


dale-a-la-gente-lo-que-quieren, que es tan común hoy en día. No le urgió a
Timoteo tomar una encuesta para saber lo que desea la gente. Él le ordenó a
predicar la Palabra—fielmente, con reprensión y paciencia.

En realidad, este mandato no traería aprobación del mundo para Timoteo.


¡Pablo advirtió al pastor joven del sufrimiento y las penas! Pablo no le ayudó a
ser “exitoso”. Lo estaba alentando a seguir el principio divino. No le estaba
aconsejando a buscar la prosperidad, el poder, la preeminencia, popularidad, o
cualquiera de las otras nociones de éxito en el mundo. Él le urgió al pastor
joven a ser bíblico—no importaba cuales fueran las consecuencias.

Predicar la Palabra no siempre es fácil. El mensaje que somos requeridos a


proclamar puede ser ofensivo. Jesús mismo es una piedra de tropiezo y roca de
escándalo, (Romanos 9:33; 1 Pedro 2:8). El mensaje de la cruz es piedra de
tropiezo para algunos (1 Corintios 1:23; Gálatas 5:11) y nada más que necedad
para otros (1 Corintios 1:23).

Pero nunca hemos sido autorizados a acortar el mensaje, o a adaptarlo para


que quede conforme a lo que la gente prefiere. Pablo se lo hizo muy claro a
Timoteo a finales del capítulo 3: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil
para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo
3:16, énfasis agregado). Esta es la Palabra que debe ser predicada: todo el
consejo de Dios (Hechos 20:27).

En el capítulo uno, Pablo le había dicho a Timoteo, “Retén la forma de las sanas
palabras que de mí oíste” (v. 13). Él se refería a cada palabra revelada en la
Escritura. Le urgió a Timoteo que “Guarde…el tesoro que te ha sido
encomendado.”Después en el capitulo dos le dijo que estudiara la Palabra y que
la manejara con precisión (2:15). Ahora le estaba diciendo que la
proclamara. Así que la fiel tarea del ministro gira alrededor de la Palabra de
Dios—guardándola, estudiándola, y proclamándola.

En Colosenses uno, el apóstol Pablo describió su propia filosofía del ministerio


diciendo: “de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me
fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de
Dios” (v. 25, énfasis agregado). Primera de Corintios lo lleva un paso más allá:
“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor.
2:2). En otras palabras, su meta como predicador no fue entretener a la gente
con su estilo retórico, o divertirlos con su inteligencia, su humor, nuevas ideas,
o metodología sofisticada— él simplemente predicó a Cristo crucificado.

Para predicar y enseñar fielmente la Palabra, ella necesita estar en el centro de


nuestra filosofía ministerial. Cualquier otro método substituye la voz de Dios por
la sabiduría humana; suya fue la voz que usó Dios para hablarle a la
congregación. Ningún mensaje humano viene con una estampa de divina
autoridad—solamente la Palabra de Dios. ¿Cómo se atrevería cualquier pastor
a sustituirlo con otro mensaje?

Francamente no entiendo a los predicadores quienes están dispuestos a abdicar


este privilegio solemne. ¿Por qué debemos predicar la sabiduría de los hombres
cuando tenemos el privilegio de predicar la Palabra de Dios?
Insta a tiempo y fuera de tiempo

Un trabajo que nunca termina es el nuestro. No solamente tenemos que


predicar la Palabra, lo tenemos que hacer a pesar de la opinión de otros
alrededor de nosotros. Es mandato que sigamos fieles cuando este tipo de
predicación es tolerada—pero también cuando no.

Debemos enfrentar que hoy en día, predicar la Palabra está fuera de


tiempo. La filosofía de hoy dice que la verdad de la Biblia plenamente
declarada es algo anticuado y no tiene caso. “Los congregantes ya no quieren
que se les predique,” dice esta filosofía. “La generación de hoy no se sentará
en las bancas de la iglesia para aguantar que alguien se pare frente a ellos y les
predique. Ellos son productos de una sociedad que se deja manejar por lo
contemporáneo, y necesitan una experiencia religiosa que les agrade en sus
propios términos.”

Pero Pablo dice que el ministro excelente debe ser fiel a predicar la Palabra
hasta cuando sea considerado anticuado. La expresión que él usa es “estar
listo”. El término griego que se usa es “epistemi”, y literalmente significa
“pararse al lado”. Da la idea de estar ansioso. Esta palabra fue frecuentemente
usada para describir a un soldado, un militar, siempre en su guardia, preparado
para hacer su deber. Pablo estaba hablando de un ansia explosiva para
predicar, como la de Jeremías, quien dijo que la Palabra de Dios era como
lumbre dentro de sus huesos. Esto era lo que le estaba exigiendo a Timoteo.
No desánimo, sino que estuviera listo. No indecisión, sino que fuera audaz. No
pláticas que motiven, sino la Palabra de Dios.

Redarguye, reprende, y exhorta

Pablo también dió instrucciones sobre el tono de su predicación. Él usa dos


palabras que tienen una connotación negativa, y otra que tiene connotación
positiva: redarguye, reprende, y exhorta. Todo el ministerio valioso debe tener
un balance positivo y negativo. El predicador que no redarguye ni reprende no
está cumpliendo con su comisión.

Hace algunos años, escuché una entrevista por la radio de un predicador que
es muy conocido por su énfasis en pensar positivamente. Este hombre había
declarado por escrito, que con perseverancia trata de evitar mencionar el
pecado en sus predicaciones porque siente que las personas ya están
abrumadas con bastante culpa. El que lo entrevistaba le preguntó que cómo
podía justificar una práctica como esta. El pastor le contestó diciendo que había
tomado esa decisión desde el principio de su ministerio, para poder enfocarse
en las necesidades de las personas y no en atacar su pecado.

Pero la necesidad más profunda que tiene la gente es el de confesar y superar


su pecado. Así que la predicación que no confronta y corrige el pecado usando
la Palabra de Dios no está respondiendo a la verdadera necesidad de la gente.
Quizás se sentirán mejor. Y quizás responderán con entusiasmo hacia el
predicador, pero esto no es lo mismo que responderle a la verdadera necesidad
que tiene la gente.

El redargüir, reprender, y exhortar es lo mismo que predicar la Palabra, porque


estos son los mismos ministerios que realizan las Escrituras. “Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Note el mismo balance del tono positivo y
negativo. Reprender y corregir es negativo; enseñar e instruir es positivo.

El tono positivo también es crucial. La palabra “exhortar” es paracleto, que


significa “animar.” Un predicador excelente confronta el pecado y después
anima a pecadores arrepentidos a conducir sus vidas de una manera justa. Lo
ha de hacer “con toda paciencia y doctrina” (4:2). En 1 Tesalonicenses 2:11,
Pablo dijo, “como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos”. Muchas
veces esto requiere mucha paciencia e instrucción. Pero el ministro excelente
no puede omitir estos aspectos de su llamado.

No te comprometas en tiempos difíciles

Hay una urgencia en lo que Pablo le encomienda a Timoteo: “Porque vendrá


tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír,
se amontarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Timoteo
4:3). Esa es una profecía que tiene reminiscencias de aquellas que se
encuentran en 2 Timoteo 3:1 (“También debes saber esto: que en los postreros
días vendrán tiempos peligrosos”) y en 1 Timoteo 4:1 (“Pero el Espíritu dice
claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe”). Esta,
entonces, es la tercera advertencia que Pablo le da a Timoteo sobre los tiempos
difíciles que se acercaban.

Noten la progresión de las advertencias: En la primera, dijo que el tiempo


vendrá cuando la gente se apartará de la fe. En la segunda, le advirtió a
Timoteo que tiempos peligrosos se acercaban a la iglesia. Ahora en la tercera,
sugiere que el tiempo vendrá cuando aquellos en la iglesia no soportarán la
sana doctrina, pero desearán que les hagan cosquillas a los oídos.

Esto está ocurriendo en la iglesia hoy. El evangelicalismo ha perdido su


tolerancia por la predicación que confronta. Las iglesias ignoran la enseñanza
bíblica sobre el papel de las mujeres, la homosexualidad, y otros temas que
están cargados de política. El medio humano ha superado el mensaje divino.
Esto es evidencia que hay concesiones serias con la doctrina. Si la iglesia no se
arrepiente, estos errores y otros como este se convertirán en una epidemia.

Note que Pablo no está sugiriendo que la manera para alcanzar a una sociedad
es ablandar el mensaje para que las personas se sientan cómodas. Sino, todo lo
opuesto. Este tipo de cosquilleo de oídos es deplorable. Pablo le urge a Timoteo
a estar dispuesto a sufrir por el amor de la verdad, y que continúe predicando
la Palabra fielmente.
Un apetito por este tipo de predicación tendrá un final horrible. El versículo 4
dice que estas personas en última instancia “apartarán de la verdad el oído y se
volverán a las fábulas”. Ellos mismos se harán victimas de su propio rechazo de
la verdad. “Y apartarán” está escrito en la voz activa. La gente por su propia
voluntad escoge tomar esta acción. “Y se volverán a las fábulas” está escrito en
la voz pasiva. Describe lo que les pasa. Una vez apartándose de la verdad, se
harán víctimas de la decepción. Al momento que se aparten de la verdad, se
hacen esclavos de Satanás.

La verdad de Dios no le hace cosquillas a los oídos, la encaja. Las quema.


Reprende, redarguye, y condena—luego exhorta y anima. Predicadores de la
Palabra deben tener cuidado de mantener este balance.

Siempre han existido hombres tras el pulpito quienes se les acercan grandes
multitudes porque son oradores, narradores interesantes, conferencistas
divertidos, personalidades dinámicas, manipuladores astutos, oradores
estimulantes, políticos populares, o estudiosos eruditos. Este tipo de
predicación quizás sea popular, pero no necesariamente tiene poder. Nadie
puede predicar con poder si no está predicando la Palabra. Y ningún predicador
fiel diluye ni abandona el consejo entero de Dios. Proclamar la Palabra—en su
totalidad—es el llamado del pastor.

También podría gustarte