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SONETO XXIII

Por José Montero


Padilla

El poema comienza con una locución


temporal, En tanto que, reiterada
anafóricamente después (verso 5.º),
que manifiesta la simultaneidad de las
acciones expresadas por las oraciones
subordinadas (versos 1.º a 8.º) y por
la principal (coged...), locución a la
que sigue la pareja de sustantivos, con
cierto carácter adjetivo, rosa y
azucena, de sugestión y contraste
coloristas. Nuevas parejas de
términos aparecen en seguida, en los
versos siguientes: de adjetivos
(ardiente, honesto), de verbos
(enciende, refrena), y la correlación y
los contrastes significativos se
muestran evidentes:

Los cuatro primeros versos inician al


propio tiempo un retrato de mujer,
retrato que se amplía seguidamente
con la referencia al dorado cabello
(que en la vena del oro se escogió) y
al cuello (blanco, enhiesto). Esta
esbozada descripción coincide, sin
duda, con el ideal renacentista de la
belleza femenina (recuérdese, como
plástico ejemplo, el admirable retrato
de la emperatriz Isabel, esposa de
Carlos V, por el pintor Tiziano).
Todavía en el segundo cuarteto (verso
8.º), el efecto del viento sobre el
cabello es mostrado y matizado
morosa, certeramente por la sabia
gradación de las tres formas verbales:
mueve, esparce y desordena, una
gradación que sugiere, por un
instante, a los ojos actuales, en la
lentitud de los movimientos descritos,
la técnica de la «cámara lenta» en el
cinematógrafo.

Las claves temáticas e ideológicas del


poema se hallan a continuación
(versos 9.º a 11.º), en la exhortación
al goce de la juventud (representada
tópicamente por la imagen de la
primavera), antes de que ésta pase,
antes de que el hermoso cabello rubio
encanezca como consecuencia del
paso del tiempo (metafóricamente,
antes que el tiempo airado / cubra de
nieve la hermosa cumbre). Este tema,
de ascendencia clásica, con
antecedentes inmediatos en la
literatura latina, en Horacio («Carpe
diem...»), y en Ausonio («Collige,
virgo, rosas...»), y al que se suele
denominar precisamente, con las
palabras del poeta latino, del carpe
diem, puede simbolizar y representar
el sentido de afirmación existencial,
el afán por el goce de vivir
característicos del espíritu del
Renacimiento. Por ello mismo, con
significativa coincidencia, el mismo
tema es reiterado y glosado también
por otros importantes escritores
renacentistas: Poliziano, Bernardo
Tasso (al que leyó y tuvo en cuenta
Garcilaso), Ronsard, etc. Todo ello da
testimonio a la vez del interés por la
Antigüedad grecolatina y del retorno
a ella, otra de las claves inspiradoras
del Renacimiento.

Sin embargo, los tres versos finales


del soneto nos recuerdan y aseveran
la inexorable fugacidad de todas las
cosas, con un ejemplo concreto
primero en bellísimo verso
(Marchitará la rosa el viento helado),
mediante una afirmación de ámbito
general después: todo lo mudará la
edad ligera / por no hacer mudanza
en su costumbre. El último verso,
según observó Rafael Lapesa, «se
repliega en una paradoja incolora [...];
pero este final desdibujado facilita la
evasión del pensamiento, librándolo
de fijarse en la futura ruina». (La
trayectoria poética de Garcilaso,
Madrid: Revista de Occidente, 1968
2.ª ed., p. 163). Esos dos últimos
versos acaso nos puedan sugerir,
también, el último acorde de una
composición musical que se apaga
lenta, melancólicamente, y tiembla en
el aire hasta desvanecerse por
completo. Asimismo, el juego de
palabras mudará y mudanza recuerda
los artificios tan habituales en los
cancioneros del siglo XV.

En cuanto a su forma métrica, es la


siguiente: catorce versos
endecasílabos con acentos en 6.ª y
10.ª sílabas —los predominantes— o
en 4.ª y 8.ª sílabas, encabalgados en
su mayoría; con rima consonante o
total, en el siguiente orden:
ABBAABBACDEDCE. Se trata,
pues, de un soneto, una de las
estructuras métricas o estrofa
compuesta incorporadas de manera
definitiva a la métrica española por
Garcilaso, tras los ensayos habidos en
el siglo anterior (como los sonetos del
marqués de Santillana, «fechos al
itálico modo», por ejemplo
significativo).

Son numerosos y concluyentes, por


tanto, los rasgos que definen a esta
composición como un texto
singularmente representativo y de
plenitud del Renacimiento, y de modo
más concreto, de la creación poética
de Garcilaso: abundancia de adjetivos
(apenas hay sustantivos sin ellos),
sugestión sensorial y colorista, el
tema e ideas que expresa, abolengo
clásico, forma métrica de origen
italiano, equilibrada expresión del
pensamiento. Paradigma renacentista
en definitiva.

(Para el comentario utilizo la edición


de Tomás Navarro Tomás y, por tanto,
acepto el verso enciende el corazón y
lo refrena, en lugar de con clara luz
la tempestad serena. Cfr. el valioso
trabajo de María Rosso Gallo, La
poesía de Garcilaso de la Vega.
Análisis filológico y texto crítico, pp.
208-212.)

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