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1
EL
BARROCO
DE
MADUREZ
EN
LA
PRIMERA
MITAD
DEL
SIGLO
XVIII
ÍNDICE
1
INTRODUCCIÓN
HISTÓRICA
2
ITALIA:
ANTONIO
VIVALDI
2.1
Introducción
2.2
Las
obras
vocales
de
Vivaldi
2.3
Los
conciertos
de
Vivaldi
2.4
Influencia
de
Vivaldi
3
FRANCIA:
JEAN-‐PHILIPPE
RAMEAU
3.1
Introducción
3.2
Rameau
3.3
Las
obras
teóricas
de
Rameau
3.4
El
estilo
musical
de
Rameau
4
UN
COMPOSITOR
INTERNACIONAL:
GEORG
FRIEDRICH
HÄNDEL
4.1
Introducción:
la
música
en
Alemania
4.2
La
carrera
de
Händel
4.3
Música
instrumental
4.3.1
Las
suites
y
sonatas
4.3.2
Los
conciertos
4.4
Música
vocal
4.4.1
Las
óperas
4.4.2
Los
oratorios
4.4.3
El
estilo
coral
de
Händel
5
BIBLIOGRAFÍA
1
INTRODUCCIÓN
HISTÓRICA
Cuando
se
inició
el
siglo
XVIII,
estaba
emergiendo
un
equilibrio
de
poder
en
Europa
entre
varios
estados
fuertemente
centralizados,
apoyado
cada
uno
por
un
ejército
profesional
y
por
una
burocracia
gubernamental.
Francia
poseía
el
mayor
ejército,
aunque
el
despilfarro
de
Luis
XIV,
el
cual
dilapidó
grandes
sumas
en
guerras
en
el
extranjero
y
en
espectáculos
en
palacio,
estaba
agotando
las
arcas
públicas,
mientras
sus
ambiciones
de
expansión
eran
puestas
en
tela
de
juicio
por
otras
naciones.
Gran
Bretaña
poseía
la
armada
más
poderosa
y
la
utilizó
para
arrebatar
a
Francia
la
India,
Canadá
y
varias
islas
del
Caribe
durante
la
Guerra
de
los
Siete
Años
(1756-‐1763).
Después
de
haber
recuperado
Hungría
de
manos
turcas
a
finales
del
siglo
XVII,
Austria
-‐ahora
1
Imperio
austro-‐húngaro-‐
vio
aumentar
su
influencia,
reflejada
en
la
irrupción
en
la
segunda
mitad
del
siglo
XVIIII
de
su
capital,
Viena,
como
capital
musical
de
Europa.
Un
nuevo
poder
se
reveló
cuando
Prusia
se
convirtió
en
reino
en
1701
y
desarrolló
uno
de
los
ejércitos
más
grandes
y
mejor
entrenados
del
continente.
En
la
segunda
mitad
del
siglo,
Polonia
-‐donde
los
nobles
se
habían
resistido
a
la
consolidación
del
poder
en
manos
del
rey-‐
cayó
víctima
de
los
estados
centralizados
que
la
circundaban;
Prusia,
Rusia
y
Austria
se
repartieron
los
territorios
de
Polonia
y
la
borraron
del
mapa
durante
más
de
un
siglo.
Para
entonces,
la
Revolución
Norteamericana
(1775-‐1783)
y
la
Revolución
Francesa
(1789)
propulsaban
vientos
de
cambio
que
convulsionarían
la
cultura
política
de
Europa
y
de
América.
La
población
de
Europa
aumentó
con
rapidez,
especialmente
después
de
1750,
gracias
sobre
todo
al
mejor
abastecimiento
de
alimentos,
hecho
posible
gracias
a
métodos
agrícolas
mejorados,
como
la
rotación
de
cultivos
y
los
abonos
intensivos,
y
nuevos
cultivos
como
la
patata,
introducidos
desde
el
Nuevo
Mundo.
Aunque
las
carreteras
estaban
todavía
en
mal
estado,
el
comercio
se
intensificó,
tanto
en
Europa
como
en
Asia
y
en
el
Nuevo
Mundo.
Puesto
que
los
sectores
manufacturero
y
comercial
se
hicieron
más
lucrativos,
la
clase
media
creció
en
tamaño
y
en
peso
económico,
mientras
que
la
aristocracia
rural
perdía
importancia,
si
bien
ocupaba
todavía
la
cima
de
la
escala
social.
Con
la
creciente
urbanización
del
continente,
la
naturaleza
comenzó
a
ser
idealizada.
La
nostalgia
de
la
aristocracia
por
la
vida
rural
fue
perfectamente
captada
en
las
pinturas
de
Jean-‐Antoine
Watteau
(1684-‐1721).
Se
fundaron
muchas
escuelas
nuevas,
tanto
para
la
élite
gubernamental
como
para
las
clases
medias,
en
las
que
se
impartía
una
educación
más
práctica.
Federico
el
Grande
de
Prusia
(r.
1740-‐
1786)
y
la
emperatriz
María
Teresa
de
Austria
(r.
1740-‐1780)
procuraron
implantar
la
educación
primaria
para
todos
los
niños,
si
bien
sólo
obtuvieron
un
éxito
parcial.
Por
otra
parte,
hicieron
acto
de
aparición
los
periódicos
en
Londres
en
1702
y
se
propagaron
con
rapidez
a
otras
ciudades.
Las
novelas
se
convirtieron
en
la
forma
más
popular
de
literatura,
como
es
el
caso
de
Robinson
Crusoe
(1719)
de
Daniel
Defoe.
En
los
cafés
públicos
y
en
los
salones
las
personas
discutían
sobre
los
más
variados
asuntos,
acontecimientos,
ideas,
la
literatura
o
música
del
momento,
etc.
En
el
marco
del
interés
por
el
conocimiento,
pensadores
como
Voltaire
(1694-‐1778)
analizaron
asuntos
sociales
y
políticos
por
medio
de
la
razón
y
la
ciencia,
generando
el
movimiento
intelectual
conocido
como
la
Ilustración.
Por
lo
que
se
refiere
a
la
música,
en
Londres,
París
y
en
otras
grandes
ciudades,
el
apoyo
de
la
clase
media
a
músicos
y
compositores
creció
en
importancia.
El
público
demandaba
Fig.
1:
Café
inglés
del
s.
XVIII
constantemente
música
nueva.
Pocas
obras
eran
interpretadas
durante
más
de
dos
o
tres
temporadas
ya
que
de
los
compositores
se
esperaba
que
suministrasen
nuevas
piezas
en
cada
nueva
ocasión.
Esta
presión
incesante
explica
la
ingente
producción
de
muchos
compositores
del
siglo
XVIII
y
la
celeridad
desmedida
2
con
la
que
trabajaban.
La
demanda
de
música
nueva
sirve
también
para
explicar
las
cambiantes
modas
en
el
estilo
musical:
el
siglo
XVIII
se
ha
dividido
con
frecuencia
en
el
estilo
barroco
y
el
estilo
clásico,
aunque
ambos
coincidiesen
en
el
tiempo.
De
hecho,
la
historia
de
la
música
de
este
siglo
puede
verse
como
una
larga
polémica
acerca
del
gusto
y
el
estilo,
expuesta
a
menudo
de
manera
literal
en
periódicos,
revistas,
salones
y
cafés.
2
ITALIA:
ANTONIO
VIVALDI
2.1
Introducción
A
comienzos
del
siglo
XVIII,
Venecia,
aunque
ya
en
plena
decadencia
de
su
poder
político
y
enca-‐
minada
hacia
la
ruina
económica,
aún
seguía
atrayendo
viajeros,
en
especial
músicos,
gracias
a
la
fascinación
de
su
vida
llena
de
color
y
exuberancia.
Era
una
vida
puesta
en
música,
como
una
ópera
perenne.
La
gente
cantaba
en
calles
y
en
las
lagunas;
los
gondoleros
cantaban
con
su
propio
repertorio
de
canciones
y
declamaban
los
versos
de
Tasso
acompañados
por
melodías
tradicionales.
Las
familias
patricias
poseían
teatros
de
ópera
en
los
que
ellas
mismas
tocaban
y
cantaban.
Así
mismo
sabían
reconocer
y
recompensar
a
los
músicos
buenos.
Los
festivales
públicos,
más
numerosos
en
Venecia
que
en
cualquier
otro
sitio,
eran
ocasiones
par
desplegar
el
esplendor
musical.
La
capilla
musical
de
San
Marco
seguía
gozando
de
fama.
La
ciudad
se
enorgullecía
de
su
tradición
como
centro
de
impresión
musical,
de
música
religiosa,
de
com-‐
posiciones
instrumentales
y
de
la
ópera.
En
ningún
Fig.
2:
Vista
de
Venecia,
por
Canaletto
momento
durante
el
siglo
XVIII
Venecia
contó
con
menos
de
seis
compañías
de
ópera
que,
en
su
conjunto,
representaban
temporadas
que
duraban
un
total
de
treinta
y
cuatro
semanas
al
año.
Entre
1700
y
1750,
el
público
veneciano
conoció
óperas
nuevas
a
razón
de
diez
o
más
al
año
y
esta
cifra
incluso
aumentó
en
la
segunda
parte
del
siglo.
Los
individuos
por
su
cuenta,
las
confraternidades
religiosas
llamadas
scuole,
y
las
academias
frecuentemente
patrocinaban
programas
musicales,
y
los
servicios
en
las
iglesias
en
los
días
de
festividades
se
parecían
menos
a
ceremonias
religiosas
que
a
grandes
conciertos
vocales
e
instrumentales.
Antonio
Vivaldi
(1678-‐1741),
hijo
de
uno
de
los
violinistas
principales
de
la
capilla
de
San
Marco,
recibió
instrucción
musical
(bajo
la
guía
de
Legrenzi)
y
estudió
para
ser
sacerdote.
Comenzó
a
prestar
servicios
religiosos
en
1703,
pero
a
causa
de
su
mala
salud
fue
dispensado
de
decir
misa
un
año
después.
En
1703
y
1740
Vivaldi
estuvo
empleado
como
director,
compositor,
maestro
y
superintendente
general
de
la
música
de
Pio
Ospedale
de
la
Pietà
(residencia
de
caridad
que
servía
de
refugio
y
escuela
para
niñas),
en
Venecia.
Un
rasgo
del
siglo
XVIII
que
nos
resulta
difícil
de
apreciar
hoy
en
día,
aunque
entonces
muy
importante,
era
la
constante
demanda
pública
de
música
nueva.
No
había
"clásicos"
y
pocas
obras
de
cualquier
clase
sobrevivían
más
de
dos
o
tres
temporadas.
Bach
debía
proveer
cantatas
3
nuevas
para
Leipzig
y
Händel
una
o
más
óperas
nuevas
cada
año
para
Londres;
y
se
esperaba
que
Vivaldi
compusiese
nuevas
obras
en
la
Pietà.
Esta
presión
incesante
explica
tanto
la
prodigiosa
producción
de
muchos
compositores
del
siglo
XVIII,
como
la
velocidad
fenomenal
con
la
que
trabajaban.
Sus
obligaciones
en
la
Pietà
le
exigían
que
escribiese
oratorios
y
música
eclesiástica,
gran
cantidad
de
la
cual
se
conserva
en
manuscrito.
También,
principalmente
para
la
Pietà,
escribió
numerosos
conciertos,
aunque
muchísimos
de
los
publicados
están
dedicados
a
mecenas
extranjeros.
Se
conservan
alrededor
de
500
y
pico
conciertos
y
sinfonías,
90
sonatas
solísticas
o
en
trío,
49
óperas
y
muchas
cantatas,
motetes
y
oratorios.
Fig.
3:
interpretación
de
la
orquesta
femenina
del
Ospedale
della
Pietà
2.2
Las
obras
vocales
de
Vivaldi
Existe
la
certeza
de
que
Vivaldi
tuvo
éxito
en
su
época;
durante
los
años
en
los
que
escribió
óperas
(1713-‐39),
los
teatros
de
Venecia
presentaron
en
escena
un
mayor
número
de
obras
suyas
que
cualquier
otro
compositor
y
su
fama
no
se
limitó
en
modo
alguno
a
su
propia
ciudad
o
país.
Los
pocos
ejemplos
accesibles
de
su
música
eclesiástica
demuestran
que,
también
en
este
terreno,
Vivaldi
fue
un
compositor
de
auténtica
talla.
Entre
las
obras
vocales
religiosas
brilla
con
luz
propia
el
Gloria
RV
589:
tal
como
señala
acertadamente
Michael
Talbot,
ningún
apartado
de
la
creatividad
de
Vivaldi
es
tan
complejo
de
analizar
como
la
producción
sacra
debido
a
que
los
procedimientos
compositivos
son
tratados
de
manera
muy
variada,
como
lo
demuestran
las
cuatro
versiones
del
Gloria
que
llegó
a
escribir
el
músico
veneciano
y
de
las
cuales
sólo
nos
han
llegado
el
RV
588
y
el
RV
589,
que
es
la
versión
más
interpretada.
El
Gloria
RV
589
se
compone
de
tres
voces
solistas,
coro
y
conjunto
instrumental.
Destaca
de
esta
obra
su
carácter
imponente
y
su
concepción
a
gran
escala,
todo
lo
cual
puede
observarse
en
la
majestuosa
introducción
orquestal
del
movimiento
inicial,
que
anuncia
la
temática
que
se
desarrollará
a
lo
largo
de
la
obra
así
como
en
el
segundo
movi-‐
miento.
Tales
partes
concertantes
alternan
con
otros
fragmentos
de
carácter
solista
como
el
Laudamus
te
o
el
Domine
Deus,
logrando
así
el
contraste,
característica
típica
del
estilo
barroco.
4
Por
su
variedad
técnica,
riqueza
expresiva
e
inspiración
melódica,
el
Gloria
RV
589
demuestra
claramente
la
madurez
musical
lograda
por
el
compositor
italiano,
cuya
obra,
representa
la
cumbre
del
barroco
tardío,
junto
a
la
de
compositores
como
Rameau,
Händel
y
Bach.
Fig.
4:
Inicio
del
“Laudamus
te”
del
Gloria
RV
589,
de
Vivaldi
Audición
1:
“Laudamus
te”
del
Gloria
RV
589,
de
Vivaldi
2.3
Los
conciertos
de
Vivaldi
Las
obras
instrumentales
de
Vivaldi,
y
en
especial
los
conciertos,
resultan
siempre
atractivos
a
causa
de
la
frescura
de
sus
melodías,
su
vigor
rítmico,
su
hábil
tratamiento
del
colorido
solístico
y
orquestal,
y
la
claridad
de
su
forma.
El
trabajo
diario
en
la
Pietà,
el
hecho
de
tener
intérpretes
de
buen
nivel
a
su
disposición,
y
la
necesidad
de
producir
música
a
un
ritmo
prodigioso
fueron
factores
que
procuraron
un
taller
de
experimentación
del
concierto.
En
muchas
de
las
sonatas,
así
como
en
algunos
de
sus
primeros
conciertos,
se
palpan
las
deudas
de
este
músico
con
Corelli.
Sin
embargo,
en
su
primera
antología
publicada
de
conciertos
(opus
3,
ca.
1712),
Vivaldi
ya
demostraba
que
era
plenamente
consciente
de
las
tendencias
nuevas
hacia
la
forma
musical
clara,
el
ritmo
vigoroso
y
la
escritura
específica
instrumental,
ejemplificadas
en
las
obras
de
Torelli
y
Albinoni.
Vivaldi
consiguió
una
notable
gama
de
colores
y
sonoridades
gracias
a
diferentes
agrupamientos
de
los
instrumentos
solistas
y
orquestales.
Las
cuerdas
estaban
divididas,
según
una
disposición
que
ha
llegado
a
ser
habitual,
en
violines
I
y
II,
violas,
violonchelos
uy
bajos
(que
por
lo
general
doblaban
los
chelos):
éste
era
el
grupo
nuclear,
si
bien
en
muchos
conciertos
Vivaldi
requirió
también
flautas,
oboes,
fagotes
o
trompas.
Alrededor
de
las
dos
terceras
partes
5
de
los
conciertos
de
Vivaldi
están
escritos
para
un
solo
instrumento
solista
con
orquesta,
casi
siempre
para
violín,
aunque
también
hay
un
número
considerable
para
violonchelo,
flauta
o
fagot.
La
mayor
parte
de
los
conciertos
de
Vivaldi
tienen
el
esquema
tripartito
habitual:
un
allegro,
un
movimiento
lento
en
la
misma
tonalidad
o
en
otra
estrechamente
emparentada
(relativa
menor,
dominante
o
subdominante)
y
un
allegro
final
un
tanto
más
breve
y
animado
que
el
primero.
Vivaldi
establece
cierta
tensión
dramática
entre
el
solista
y
el
tutti;
no
confiere
meramente
al
solista
una
figuración
contrastante,
instrumentalmente
específica
(cosa
que
ya
había
hecho
Torelli),
sino
que
le
hace
destacarse
como
una
personalidad
musicalmente
dominante
en
oposición
al
conjunto,
tal
como
sucede
con
el
cantante
solista
y
la
orquesta
en
la
ópera,
relación
que
ya
estaba
implícita
en
el
aria
con
ritornello,
pero
que
Vivaldi
fue
el
primero
en
llevar
a
una
plena
plasmación
en
un
medio
puramente
instrumental:
a
este
esquema
de
concierto
se
le
denomina
forma
ritornello,
y
se
basa
fundamentalmente
en
la
reaparición
del
ritornello
a
cargo
de
la
orquesta
alternando
con
episodios
de
solista
o
los
solistas;
por
otra
parte,
las
posteriores
apariciones
del
ritornello
son
por
lo
general
parciales
y
en
ocasiones
variadas;
asimismo
los
ritornellos
son
postes
indicadores
de
la
estructura
tonal
de
la
obra
confirmando
las
tonalidades
a
las
que
la
música
modula:
las
apariciones
primera
y
última
suelen
presentar
la
tonalidad
principal.
En
otro
orden
de
cosas,
los
episodios
solistas
se
caracterizan
por
el
virtuosismo
y
la
interpretación
idiomática.
Repitiendo
o
variando
en
ocasiones
elementos
motívicos
del
ritornello,
aunque
a
menudo
exponen
escalas,
arpegios
u
otras
figuraciones.
Fig.
5:
Inicio
del
Ritornello
del
Concerto
Concerto
grosso
en
Sol
menor,
op
3
nº
2
RV
578,
de
Vivaldi
6
Audición
2:
“Adagio-‐Allegro”
del
Concerto
grosso
en
Sol
menor,
op
3
nº
2
RV
578,
de
Vivaldi
Esquema
formal:
1.
Introducción
(Adagio):
tutti
c.
1-‐13
Sol
m
2.
Ritornello
1º:
a,
b,
c
c.
14-‐22
3.
Solo
1º
(2
vls):
material
nuevo
(d)
c.
23-‐27
4.
Ritornello
2º:
b,
c
c.
27-‐33
5.
Solo
2º
(2
vls,
vcho):
d,
material
nuevo
(e)
c.
33-‐45
6.
Ritornello
3º:
a,
b,
c
c.
45-‐54
Re
m
7.
Solo
3º
(2
vls):
material
nuevo
(f)
c.
54-‐70
8.
Ritornello
4º:
b
c.
70-‐73
9.
Solo
4º:
a
c.
74-‐76
Sol
m
10.
Ritornello
5º:
b’
c.
77-‐83
Vivaldi
fue
el
primer
compositor
que
otorgó
al
movimiento
lento
del
concierto
la
misma
importancia
que
a
los
dos
allegros.
Su
movimiento
lento
es
habitualmente
una
melodía
cantable
expresiva
de
amplio
aliento,
como
un
aria
o
arioso
operístico
en
adagio,
del
cual,
desde
luego,
se
esperaba
que
el
ejecutante
agregase
sus
propias
ornamentaciones.
Tanto
en
los
rápidos
como
en
los
lentos
empleo
con
frecuencia
secuencias,
dando
lugar
a
varios
compases
a
partir
de
un
breve
motivo
y
creando
dramatismo
mediante
una
fuerte
progresión
de
acordes.
Audición
3:
“Largo”
del
Concerto
para
violín,
op.
9
nº
2,
RV
345,
de
Vivaldi
(desde
minuto
4’)
En
su
música
programática,
como
son
los
muy
admirados
conciertos
de
Las
cuatro
esta-‐
ciones
y
una
docena
aproximadamente
de
otros
de
pauta
similar,
Vivaldi
compartía
la
actitud
semiseria,
semijuguetona
de
su
época
ante
el
realismo
ingenio
pictórica
indudablemente
sugiera
a
menudo
efectos
particulares
de
color
o
modificación
del
orden
normal
de
los
movimientos,
el
programa
exterior
se
ve
absorbido
por
completo
por
la
estructura
musical
corriente
del
concierto.
En
definitiva,
a
pesar
de
su
dependencia
de
las
fórmulas,
lo
más
asombroso
de
los
conciertos
de
Vivaldi
es
su
variedad
y
su
gama
expresiva:
sus
obras
se
conocían
por
la
espontaneidad
de
sus
ideas
musicales,
sus
claras
estructuras
formales,
las
armonías
convincentes,
las
texturas
variadas
y
los
ritmos
enérgicos.
2.4
Influencia
de
Vivaldi
La
influencia
de
Vivaldi
sobre
la
música
instrumental
de
mediados
y
fines
del
siglo
XVIII
fue
igual
a
la
ejercida
por
Corelli
una
generación
antes.
La
certera
economía
de
su
escritura
para
orquesta
de
cuerdas
fue
una
revelación;
su
concepción
dramática
del
papel
del
solista
fue
aceptada
y
desarrollada
en
el
concierto
clásico;
sus
temas
concisos,
la
claridad
de
la
forma,
la
vitalidad
rítmica,
la
impulsiva
continuidad
lógica
en
el
flujo
de
las
ideas
musicales,
todas
ellas
cualidades
tan
características
de
Vivaldi,
fueron
trasmitidas
a
otros
muchos
compositores
y,
en
especial,
a
J.
S.
Bach.
Este
copió
por
lo
menos
diez
de
los
conciertos
de
Vivaldi,
arregló
seis
de
ellos
para
clave,
tres
para
órgano
y
uno
(originalmente
para
cuatro
violines)
para
cuatro
claves
y
orquesta
de
cuerdas.
La
influencia
de
Vivaldi
se
manifiesta
tanto
en
el
esquema
general
como
en
los
detalles
7
de
muchos
de
los
conciertos
originales
de
Bach,
así
como
en
los
de
sus
contemporáneos
alemanes.
3
FRANCIA:
JEAN-‐PHILIPPE
RAMEAU
3.1
Introducción
Mientras
que
Italia
poseía
numerosos
centros
culturales,
Francia
sólo
tenía
uno:
París,
la
capital,
y,
con
diferencia,
la
metrópoli
más
grande.
Los
músicos
de
provincias
soñaban
con
hacer
carrera
en
la
capital,
donde
mecenas,
editores
y
un
público
entusiasta
esperaban
escuchar
la
música
más
reciente.
Además,
París
era
la
sede
del
Concert
Spirituel,
que
organizaba
series
periódicas
de
conciertos
de
gran
prestigio
desde
1725,
mientras
que
la
corte
de
Luis
XV
continuó
apoyando
la
música
y
los
músicos
franceses
pero
sin
dominar
la
vida
musical
como
la
había
hecho
su
bisabuelo,
el
rey
Luis
XIV.
Por
otra
parte,
desde
el
siglo
XVII,
la
música
italiana
era
considerada
en
Francia
una
influencia
extranjera,
aceptada
por
unos
y
rechazada
por
otros:
de
ello
se
discutía
permanentemente
en
salones,
publicaciones
y
en
toda
clase
de
mentideros
musicales.
3.2
Rameau
Jean-‐Philippe
Rameau
(1683-‐1764),
el
más
importante
músico
francés
del
siglo
XVIII,
tuvo
una
carrera
que
difiere
de
la
de
cualquier
otro
compositor
eminente
de
la
historia.
Prácticamente
desconocido
hasta
la
edad
de
cuarenta
años,
llamó
la
atención
primeramente
como
teórico
y
sólo
después
como
compositor.
Produjo
la
mayor
parte
de
las
obras
musicales
responsables
de
su
fama
entre
los
cincuenta
y
los
cincuenta
y
seis
años
de
edad.
Atacado
por
entonces
como
innovador,
veinte
años
después
soportó
embates
aún
más
furiosos
que
lo
tildaban
de
reaccionario;
beneficiario
de
los
favores
de
la
corte
francesa
y
razonablemente
próspero
durante
los
últimos
años
de
su
vida,
siempre
siguió
siendo
una
persona
solitaria,
polémica
e
insociable,
aunque
también
un
artista
consciente
e
inteligente.
Por
fin,
en
1731,
se
produjo
un
vuelco
de
la
fortuna:
Rameau
fue
acogido
bajo
la
protección
de
La
Pouplinière,
el
principal
mecenas
de
la
música
en
Francia.
Alexandre-‐Jean-‐Joseph
Fig.
6:
Rameau
Le
Riche
de
La
Pouplinière
(1693-‐1762),
descendiente
de
una
antigua
y
noble
familia
francesa,
había
heredado
una
fortuna
inmensa
que
siguió
acrecentando
mediante
la
especulación
y
con
las
rentas
del
lucrativo
cargo
de
recaudador
de
impuestos
(femier
général)
que
ocupó
bajo
Luis
XV
entre
1721
y
1738.
Mantenía
dos
o
tres
residencias
en
París,
así
como
otras
casas
en
sus
inmediaciones
rurales.
Su
salón
era
lugar
de
reunión
para
una
abigarrada
compañía
de
aristócratas,
literatos
(Voltaire
y
J.
J.
Rousseau),
pintores
(Van
Loo
y
La
Tour),
aventureros
(Casanova)
y,
sobre
todo,
músicos.
8
Afanoso
de
novedades,
La
Pouplinière
buscaba
músicos
prometedores
pero
oscuros
y
experimentaba
placer
en
promover
sus
carreras.
En
su
castillo
de
Passy,
cerca
de
París,
mantenía
una
orquesta
de
catorce
ejecutantes,
que
se
incrementaba
con
el
concurso
de
artistas
llamados
de
fuera
cuando
era
necesario;
la
rutina
semanal
incluía
por
la
mañana,
un
gran
concierto
en
la
galería
del
castillo
este
mismo
día
por
la
tarde
y
un
concierto
más
íntimo
por
la
noche,
después
de
la
cena,
todo
ello
además
de
dos
o
más
conciertos
durante
el
resto
de
la
semana.
Rameau
fue
organista,
director
y
compositor
residente
de
La
Pouplinière
entre
1731
y
1735.
Debía
componer
o
preparar
música
no
sólo
para
los
conciertos
y
la
iglesia,
sino
asimismo
para
bailes,
obras
de
teatro,
celebraciones,
cenas,
ballets
y
toda
suerte
de
ocasiones
especiales.
Daba
lecciones
de
clavecín
a
madame
La
Pouplinière;
la
propia
mujer
de
Rameau,
consumada
clavecinista,
tocaba
a
menudo
las
composiciones
de
éste
en
los
conciertos
de
La
Pouplinière.
En
la
década
de
1750,
Rameau
se
vio
envuelto
-‐aunque
no
por
gusto
propio-‐
en
otra
batalla
crítica,
esta
vez
relativa
al
tema
de
los
méritos
de
las
músicas
francesa
e
italiana.
Se
trata
de
la
guerra
de
los
bufones,
como
dio
en
llamarse
a
esta
disputa.
Rameau,
el
más
eminente
de
los
compositores
vivientes
franceses,
fue
exaltado
por
un
bando
como
campeón
de
la
música
francesa,
lo
que
lo
convirtió
en
ídolo
de
la
misma
facción
que,
veinte
años
antes,
lo
había
vituperado
por
no
escribir
como
Lully.
Al
frente
del
bando
italianizante
se
hallaba
Rousseau,
quien
siempre
fue
uno
de
los
críticos
más
mordaces
de
la
música
francesa,
junto
alguno
de
los
otros
philosophes
que
escribieron
artículos
sobre
música
en
la
Enciclopedia
de
Diderot.
3.3
Las
obras
teóricas
de
Rameau
Rameau
consideraba
al
acorde
como
el
elemento
primordial
de
la
música
y
no
el
sonido
aislado,
ni
las
líneas
melódicas
ni
los
intervalos.
El
reconocimiento
por
parte
de
Rameau
de
la
identidad
de
un
acorde
a
través
de
todas
sus
inversiones
constituyó
un
importante
descubrimiento,
como
lo
fue
asimismo
la
idea
del
bajo
fundamental
o
las
progresiones
de
la
fundamental
en
una
sucesión
de
armonías.
Todo
ello
lo
describió
en
su
célebre
Tratado
de
armonía
(1722),
una
de
las
obras
teóricas
más
influyentes
jamás
escritas.
Para
Rameau,
la
música
era
impulsada
hacia
delante
por
la
disonancia
y
alcanzaba
el
reposo
en
la
consonancia.
Los
acordes
de
7ª
originaban
disonancia
y
las
tríadas,
consonancias.
Además,
Rameau
instituyó
los
tres
acordes
de
tónica,
dominante
y
subdominante
como
las
columnas
de
la
tonalidad
y
relacionó
con
ellos
a
otros
acordes,
con
lo
que
formuló
la
noción
de
la
armonía
funcional;
reconoció
asimismo
que
una
pieza
podía
cambiar
de
tonalidad,
un
proceso
denominado
modulación,
pero
consideró
que
cada
pieza
poseía
una
tonalidad
principal
respecto
de
la
cual
otras
tonalidades
eran
secundarias.
Fig.
7:
Tratado
de
armonía
9
3.4
El
estilo
musical
de
Rameau
En
1733
Rameau
estrenó
en
París
su
ópera
Hippolyte
et
Aricie
suscitando
a
la
vez
admiración
y
controversia
obra
que
contribuyó
para
consolidar
su
reputación
como
compositor.
A
esta
ópera
le
siguieron
una
serie
de
éxitos,
incluida
la
ópera
ballet
Les
Indes
galantes
(1735)
y
la
ópera
Castor
et
Pollux
(1737),
considerada
generalmente
como
su
obra
maestra.
Tras
un
periodo
relativamente
estéril,
a
comienzos
de
la
década
de
1740
tuvieron
lugar
sus
años
más
productivos,
de
la
comedia
Platée
(1745)
a
la
ópera
trágica
Zoroastre
(1749).
En
esta
última
etapa,
y
coincidiendo
con
la
querella
de
los
bufones,
Rameau
fue
catalogado
como
el
compositor
francés
más
eminente,
exaltado
como
el
campeón
de
la
música
francesa
por
la
misma
facción
que
veinte
años
lo
había
criticado
por
no
escribir
como
Lully.
El
desarrollo
de
la
ópera
francesa
después
de
Lully
tendió
hacia
el
incremento
de
la
ya
amplia
proporción
de
elementos
decorativos,
espectáculo
escénico
y
ballet,
con
música
orquestal
descriptiva,
danzas,
coros
y
canciones.
En
cuanto
a
sus
características
musicales,
las
obras
teatrales
de
Rameau
son
obviamente
similares
a
las
de
Lully.
En
ambas
hay
el
mismo
interés
minucioso
por
una
declamación
realista
apropiada
y
una
notación
rítmica
exacta
en
los
recitativos;
en
ambas
se
mezclan
recitativos
con
secciones
de
arias
más
formalmente
melódicas,
coros
o
interludios
instrumentales;
y
en
ambas
se
sigue
la
tradición
de
introducir
frecuentes
y
extensas
escenas
de
divertissement.
Sin
embargo,
dentro
de
este
marco
general,
Rameau
introdujo
muchos
cambios,
de
suerte
que,
en
realidad,
la
semejanza
entre
su
música
y
la
de
Lully
es
más
superficial
que
sustancial:
así
por
ejemplo,
el
contraste
más
notable
es
la
naturaleza
de
las
líneas
melódicas
ya
que
el
compositor
Rameau
aplicó
la
doctrina
del
teórico
Rameau,
en
el
sentido
de
que
toda
melodía
está
enraizada
en
la
armonía;
muchas
de
sus
frases
melódicas
son
triádicas
y
dejan
claras
las
progresiones
armónicas
que
las
sostienen.
Por
otra
parte,
Rameau
extrajo
sus
recursos
de
una
rica
paleta
de
acordes
y
progresiones,
incluidas
las
cromáticas,
diversificó
su
estilo
mucho
más
que
el
de
Lully
y
consiguió
fuerza
dramática
mediante
disonancias
expresivas
y
muy
intensas
que
impulsaban
la
armonía
hacia
delante.
Los
coros
siguieron
siendo
prominentes
en
la
ópera
francesa,
mucho
después
de
no
usarse
ya
en
Italia,
y
son
numerosos
en
todas
las
obras
de
Rameau.
En
definitiva,
la
elegancia,
las
descripciones,
los
ritmos
picantes,
la
plenitud
armónica
y
la
ornamentación
melódica
por
medio
de
la
agréments
(adornos)
constituyen
los
rasgos
destacados
de
su
estilo.
Esto
no
equivale
a
decir
que
la
música
de
Rameau
carezca
de
fuerza,
como
lo
demuestra
el
monólogo
"Ah
faut-‐il",
en
la
primera
escena
del
IV
acto,
de
su
ópera
Hippolyte
et
Aricie,
obra
teatral
que
posee
una
grandeza
que
no
se
vio
superada
en
la
ópera
francesa
del
siglo
XVIII:
10
Fig.
8:
comienzo
del
Aria
"Il
faut
il"
(Acto
IV,
escena
1ª),
de
Hippolyte
et
Aricie,
de
Rameau
Audición
4:
Aria
"Il
faut
il"
(Acto
IV,
escena
1ª),
de
Hippolyte
et
Aricie,
de
Rameau
En
conjunto,
las
contribuciones
más
originales
de
Rameau
aparecen
en
las
partes
instrumentales
de
sus
óperas:
oberturas,
danzas,
y
las
sinfonías
descriptivas
que
acompañan
a
la
acción
escénica.
En
todas
ellas,
su
inventiva
es
inagotable:
temas,
ritmos
y
armonías
tienen
una
incisiva
individualidad
y
una
cualidad
descriptiva
inimitable.
Los
franceses
apreciaban
la
música
por
sus
atributos
descriptivos
y
Rameau
fue
su
principal
pintor
sonoro.
La
índole
descriptiva
de
su
música
a
menudo
se
ve
realzada
por
su
novedosa
orquestación:
el
empleo
que
hace
Rameau
de
fagots
y
trompas,
y
en
general,
la
independencia
de
las
maderas
en
sus
partituras
posteriores
están
de
acuerdo
con
las
prácticas
orquestales
más
avanzadas
de
su
tiempo.
Las
piezas
para
clavecín
de
Rameau
tienen
la
fineza
de
textura,
la
vivacidad
rítmica,
la
ele-‐
gancia
de
detalle
y
el
humor
pintoresco
que
se
manifestaba
asimismo
en
las
obras
de
Couperin.
En
su
3ª
y
última
colección
(Nouvelle
Suite
de
Piêces
de
clavecin,
ca.
1728)
Rameau
experimentó
con
efectos
virtuosos,
un
poco
a
la
manera
de
Domenico
Scarlatti.
Puede
resumirse
la
obra
de
Rameau
en
tres
aspectos:
en
el
estilo
grandioso
y
heroico
de
sus
primeras
óperas
y
óperas-‐ballet
es
una
figura
representativa
del
barroco
tardío,
comparada
a
Bach
y
Händel.
Sus
atributos
heroicos
siempre
se
ven
acompañados
y
a
veces
suplantados
por
los
rasgos
característicamente
franceses
de
la
claridad,
gracia,
moderación
y
elegancia,
y
por
una
constante
elegancia
a
las
descripciones;
en
estos
aspectos
puede
compararse
con
su
contemporáneo
Watteau.
Por
último
-‐y
cosa
típica
de
su
país-‐
es
tanto
philosophe
como
compositor,
tanto
analista
como
creador;
y
en
este
aspecto
puede
compararse
con
su
contemporáneo
Voltaire.
No
podemos
separar
estos
tres
aspectos
si
es
que
queremos
11
comprender
en
su
plenitud
los
logros
de
Rameau.
La
suya
fue
una
de
las
personalidades
musicales
más
complejas
y
fecundas
del
siglo
XVIII.
4
UN
COMPOSITOR
INTERNACIONAL:
GEORG
FRIEDRICH
HÄNDEL
4.1
Introducción:
la
música
en
Alemania
Durante
el
siglo
XVIII,
por
primera
vez
en
la
historia,
los
compositores
más
relevantes
de
Europa
procedían
de
países
germano-‐hablantes.
Telemann,
Händel,
los
miembros
de
la
familia
Bach,
Haydn
o
Mozart
alcanzaron
prominencia
no
por
la
invención
de
géneros
nuevos,
como
los
italianos
habían
hecho
en
los
dos
siglos
precedentes,
sino
por
la
síntesis
de
elementos
de
las
tradiciones
italiana,
francesa
y
alemana,
de
fértiles
y
nuevas
maneras.
Durante
siglos,
los
alemanes
se
habían
interesado
por
la
música
de
oras
naciones:
la
polifonía
flamenca,
la
música
para
teclado
holandesa
e
inglesa,
los
madrigales,
óperas
y
conciertos
italianos
así
como
las
óperas,
suites
orquestales
y
música
para
clave
y
laúd
francesas.
Frecuentemente,
los
músicos
alemanes
se
formaban
en
más
de
un
estilo
y
procuraban
estudiar
música
de
otros
países
siempre
que
podían,
importando
géneros,
estilos
y
técnicas
foráneos,
todo
lo
cual
les
permitió
una
gran
flexibilidad
a
la
hora
de
extraer
elementos
de
las
distintas
tradiciones
y
de
adaptarlos
o
fusionarlos
para
adecuarlos
a
un
fin
o
a
un
público
concreto.
Comparado
con
Vivaldi,
Rameau
y
Bach
-‐cada
uno
absorbido
por
su
propia
tradición
nacional-‐
Händel
(1685-‐1759)
fue
un
compositor
totalmente
internacional;
su
música
tiene
la
seriedad
germánica,
la
suavidad
italiana
y
la
grandeza
francesa.
Esos
atributos
maduraron
en
Inglaterra,
tierra
por
entonces
la
más
favorable
al
desarrollo
de
semejante
estilo
cosmopolita;
además,
Inglaterra
aportó
la
tradición
coral
que
posibilitó
los
oratorios
de
Händel.
La
influencia
de
Vivaldi
sobre
el
mundo
musical
fue
inmediata,
a
pesar
de
morir
totalmente
olvidado
en
1741;
la
de
Rameau
se
hizo
sentir
con
mayor
lentitud
y
aun
entonces
exclusivamente
en
los
campos
de
la
ópera
y
la
teoría
musical;
la
obra
de
Bach
yació
en
una
relativa
oscuridad
durante
medio
siglo.
Sin
embargo,
Händel
gozó
de
renombre
internacional
en
vida
y
su
fama
jamás
se
eclipsó,
por
lo
menos
gracias
a
sus
oratorios,
con
las
generaciones
sucesivas.
4.2
La
carrera
de
Händel
Bajo
la
guía
de
Zachow,
Händel
se
convirtió
en
organista
y
clavecinista
capacitado,
estudió
violín
y
oboe,
recibió
sólidos
fundamentos
de
contrapunto
y
se
familiarizó
con
la
música
de
los
compositores
alemanes
e
italianos
contemporáneos
mediante
el
recurso
habitual
y
eficaz
de
copiar
sus
partituras.
Durante
algún
tiempo,
desde
1706
hasta
mediados
de
1710,
Händel
estuvo
en
Italia,
donde
pronto
se
le
reconoció
como
uno
de
los
jóvenes
compositores
de
porvenir
y
donde
se
vinculó
a
los
principales
mecenas
y
músicos
de
Roma,
Florencia,
Nápoles
y
Venecia.
Los
fundamentos
del
estilo
de
Händel
ya
eran
firmes
en
el
momento
en
que
abandonó
Italia
para
convertirse,
a
los
veinticinco
años,
en
director
musical
de
la
corte
del
elector
de
Hannover:
este
nombramiento
sólo
resultó
ser
un
episodio
pasajero.
Casi
de
inmediato,
Händel
se
ausentó
con
12
permiso
por
un
prolongado
lapso
de
tiempo;
entonces
visitó
Londres
en
la
temporada
de
1710-‐
1711,
donde
causó
sensación
Rinaldo.
La
ópera
italiana
estaba
de
moda.
Unos
sesenta
caballeros
nobles
y
acaudalados
habían
organizado
una
compañía
de
repertorio
denominada
Academia
Real
de
Música,
destinada
a
presentar
óperas
al
público
londinense.
Contrataron
como
compositores
a
Händel
y
a
dos
italianos,
Filippo
Amadei
(activo
1690-‐1730)
y
Giovanni
Bononcini
(1670-‐1747).
El
éxito
popular
de
The
Beggar's
Opera
(La
ópera
del
vagabundo)
en
1728
demostró
que
el
público
inglés
comenzaba
a
cansarse
de
la
ópera
italiana
y
la
Academia
comenzó
a
padecer
dificultades
económicas.
En
1729,
ésta
decidió
abandonar
su
empresa
y
Händel,
con
su
socio,
se
hizo
cargo
del
teatro,
en
el
doble
papel
de
compositor
y
empresario.
Sin
embargo,
una
organización
competidora,
la
Opera
de
la
nobleza,
que
contaba
con
el
compositor
napolitano
Nicola
Porpora
(1686-‐1768)
y
los
cantantes
más
cotizados
de
Europa,
dividió
hasta
tal
punto
al
público
londinense
que
hacia
1737
ambas
compañías
estaban
prácticamente
en
bancarrota.
En
Saúl
empleó
una
orquesta
novedosa
en
la
que
incluyó
tres
trombones,
un
carillón
y
timbales
dobles.
Esta
obra
recibió
una
buena
recepción
con
sus
seis
interpretaciones
en
1739.
La
invitación
a
escribir
El
Mesías
para
Dublín
en
1741
hizo
que
Händel
se
comprometiera
con
esta
nueva
clase
de
composición,
el
oratorio
en
inglés,
que
podía
interpretarse
con
menos
gastos
y
para
el
que,
en
potencia,
existía,
además,
un
gran
público
de
clase
media
que
nunca
se
había
sentido
cómodo
con
la
diversión
aristocrática
de
la
ópera
en
italiano.
4.3
Música
instrumental
4.3.1
Las
suites
y
sonatas
Las
suites
y
sonatas
de
Händel
incluyen
dos
antologías
de
suites
para
clave
publicadas
respectivamente
en
1720
y
1733
y
diversas
piezas
misceláneas.
Las
suites
contienen
no
sólo
los
habituales
movimientos
de
danza,
sino
asimismo
ejemplos
de
la
mayor
parte
de
las
formas
para
teclado
de
la
época.
4.3.2
Música
orquestal
De
las
obras
instrumentales
de
Händel,
las
más
significativas
son
las
escritas
para
orquesta
completa,
entre
las
que
se
incluyen
las
oberturas
de
sus
óperas
y
oratorios,
las
dos
suites
conocidas
como
Música
para
los
reales
fuegos
de
artificio
(1749)
y
Música
acuática
(1717)
y,
sobre
todo,
sus
conciertos.
Hay
seis
para
instrumentos
de
viento
y
cuerdas,
habitualmente
llamados
conciertos
para
oboe,
las
dos
series
de
conciertos
para
órgano
y
los
doce
Grandes
conciertos
(Concerti
grossi)
opus
6,
compuestos
en
1739.
Audición
5:
“Obertura”
de
la
Suite
I
de
Música
acuática
HWV
348,
de
Händel
13
4.4
Música
vocal
4.4.1
Las
óperas
En
una
época
en
la
que
la
ópera
constituía
la
principal
ocupación
de
los
músicos
ambiciosos,
Händel
superó
a
todos
sus
contemporáneos.
Sus
óperas
no
sólo
se
escucharon
en
Londres,
sino
también,
con
harta
frecuencia,
en
Alemania
e
Italia,
durante
su
vida.
La
elección
que
hacía
Händel
de
sus
libretos
dependía
de
múltiples
factores.
El
hecho
de
que
los
montajes
estaban
pensados
para
el
público
que
no
entendía
el
idioma
italiano
le
exigía
al
compositor
el
mantener
los
ojos
bien
abiertos
en
lo
tocante
al
reparto
que
era
capaz
de
reunir
para
una
obra
en
particular,
ya
que
los
londinenses
se
sentían
más
interesados
en
escuchar
a
determinados
cantantes
que
en
los
argumentos.
A
pesar
de
ello,
el
libreto
debía
pertenecer
a
la
clase
capaz
de
inspirar
en
Händel
sus
mejores
invenciones
musicales
y
expresiones
de
sentimientos
con
las
que
creaba
sus
arias.
A
menudo
Händel
elegía
un
tema
debido
a
que
había
escuchado
la
musicalización
del
mismo
hecha
por
otro
compositor
y
veía
posibilidades
de
adaptarlo
para
montarlo
en
Londres.
Los
temas
de
estas
óperas
son
los
habituales
de
la
época:
cuentos
de
magia
y
de
aventuras
maravillosas,
como
los
basados
en
las
obras
de
Ariosto
y
Tasso
o,
con
mayor
frecuencia
aún,
episodios
de
la
vida
de
los
héroes
de
la
antigüedad,
libremente
adaptados
para
lograr
el
máximo
número
de
situaciones
dramáticas
intensas.
También
el
esquema
musical
es
similar
al
de
comienzos
del
siglo
XVIII:
desarrollo
de
la
acción
mediante
diálogos
en
recitativo
secco,
acompañados
por
el
clavicémbalo,
con
momentos
emocionantes
en
particular,
como
son
los
soliloquios,
realizados
gracias
al
recitativo
obbligato,
es
decir,
acompañado
por
la
orquesta.
Sus
partituras
son
notables
por
la
amplia
variedad
de
tipos
de
arias
que
presenta,
variedad
que
elude
la
clasificación
estricta.
Sus
arias
van
desde
los
brillantes
efectos
virtuosísticos
de
agilidades
hasta
las
canciones
prolongadas,
patéticas,
de
sublime
expresividad.
Fig.
9:
Inicio
del
Aria
“Aure,
deh,
pietà”
(Acto
III,
escena
4ª)
de
Giulio
Cesare
HWV
17,
de
Händel
14
Audición
6:
Recitado
“Dall’ondoso
periglio”
y
Aria
“Aure,
deh,
pietà”
(Acto
III,
escena
4ª)
de
Giulio
Cesare
HWV
17,
de
Händel
4.4.2
Los
oratorios
Los
oratorios
en
inglés
de
Händel
constituyeron
un
nuevo
género
que
no
se
puede
comparar
con
el
oratorio
en
italiano
ni
con
las
óperas
que
se
componían
para
Londres.
El
cultivado
en
Italia
en
el
siglo
XVIII
apenas
si
es
otra
cosa
que
una
ópera
con
argumento
sagrado,
presentado
en
concierto
en
vez
de
en
un
escenario;
Händel
escribió
este
tipo
de
obras
en
Roma,
como
lo
prueba
La
Resurrezione
(1708).
Con
sus
oratorios
en
inglés
continuó
esta
tradición
al
convertir
a
los
diálogos
en
recitativos
y
a
los
versos
líricos
en
arias.
La
mayor
parte
de
estas
arias
difiere
en
aspectos
importantes
-‐bien
de
forma,
estilo
musical,
naturaleza
de
las
ideas
musicales
o
técnica
para
expresar
los
sentimientos
de
las
de
sus
óperas.
De
igual
modo
que
también
sucede
en
estas
óperas,
la
atmósfera
o
estado
de
ánimo
de
cada
aria
se
suele
ver
preparada
e
introducida
por
un
recitativo.
Sin
embargo,
Händel
y
sus
libretistas
aportaron
elementos
a
sus
oratorios
que
eran
extraños
a
la
ópera
italiana
y
cuyo
origen
hay
que
buscarlo
en
la
masque
inglesa,
el
anthem
coral,
el
drama
clásico
francés,
el
antiguo
teatro
griego
y
las
historias
alemanas.
Las
adaptaciones
prácticas
al
entorno
londinense
también
contribuyeron
a
convertir
a
los
oratorios
de
Händel
en
algo
diferente
de
la
ópera
convencional
del
s.
XVIII.
Un
hecho
fundamental
es
el
de
que
los
libretos
de
los
oratorios
de
Händel
estaban
escritos
en
inglés.
Indudablemente,
la
lengua
italiana,
que
se
caracterizaba
en
la
ópera,
tenía
un
atractivo
snob
para
los
oyentes
londinenses,
la
mayor
parte
de
los
cuales,
si
se
les
premiaba,
difícilmente
hubiesen
podido
traducir
media
docena
de
palabras
de
ese
idioma
sin
ayuda
alguna.
4.4.3
El
estilo
coral
de
Händel
El
carácter
monumental
del
estilo
coral
de
Händel
resultaba
muy
apropiado,
especialmente
para
los
oratorios,
en
los
que
el
acento
está
puesto
en
la
expresión
de
la
comunidad
antes
que
en
la
individual.
En
sus
oratorios,
Händel
a
menudo
utilizaba
coros
allí
donde
hubiese
empleado
un
aria
en
una
ópera,
es
decir,
un
comentario
o
una
reflexión
apropiados
a
una
situación
surgida
en
el
transcurso
de
la
acción.
El
simbolismo
descriptivo
y
emocional
es
uno
de
los
rasgos
más
destacados
y
seductores
de
la
escritura
coral
de
Händel.
Desde
luego,
que
la
descripción
de
pal-‐
abras
y
figuraciones
-‐el
lenguaje
musical
de
las
emociones-‐
eran
universales,
aunque
Händel
a
menudo
empleó
estos
recursos
de
manera
especialmente
oportuna.
15
Fig.
10:
Coro
"How
dark,
O
Lord,
are
Thy
decrees!"
(Acto
II)
de
Jephta
HWV
70,
de
Händel
Audición
7:
Coro
"How
dark,
O
Lord,
are
Thy
decrees!"
(Acto
II)
de
Jephta
HWV
70,
de
Händel
16
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