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UD3. TRABAJO COLABORATIVO. ¿Cuál debe ser el papel de un orientador?

Por Paula López Sánchez

En España se implantó la figura del orientador educativo en el centro docente en 1996 y desde entonces el camino recorrido por estos
profesionales sigue siendo arduo y no exento de problemáticas y retos. A día de hoy, en pleno siglo XXI, su figura parece seguir ensombrecida
por el desconocimiento, la falta de confianza en su labor o la difusa concreción de sus tareas, que son muchas. En este texto, trataré de
acercarme a la figura del orientador y sus funciones, haciendo referencia al contexto actual tanto educativo como social.

La orientación académica es una labor que brinda una ayuda dirigida a todas las personas de todos los niveles educativos, teniendo
como finalidad el prevenir problemáticas particulares y el potenciar el desarrollo (Bisquerra, 2005). El orientador, entonces, es la persona
cualificada para ejercer dicha tarea y que, en conjunto con el equipo directivo, profesores y resto de personal del centro docente en un ámbito
interno y, con los trabajadores sociales en el externo, asistirá a la comunidad de alumnos para diagnosticar, prevenir e intervenir (Caballer,
2003).

Entre las múltiples funciones que el orientador posee, destacan las de asesoramiento, consejo, evaluación, mediación, coordinación,
información y materiales (Carreño, Toscano, tenorio, 2017, p. 125). Estos autores distinguen, dentro del papel del orientador, las asunciones
de roles y funciones. Entre los roles del orientador, además de sus funciones, destacan las de asesor, agente de cambio, comunicador,
coordinador de recursos, evaluador e inventor psicopedagógico. Como puede observarse, la cantidad de tareas que perfila y asume esta figura
es abrumadora y la concreción de su labor resulta fútil sin el apoyo y el trabajo conjunto con el equipo docente y los padres. En el orientador,
como agente interno de cambio, recae la responsabilidad de generar una cultura de mejora, fomentar la capacidad de cambio y optimizar el
aprendizaje de la comunidad escolar de modo que se garantice la calidad de la enseñanza (Garrido, Krichesky, Barrera, 2010). Ante los retos y
tareas que tiene que hacer frente, destaco también la de un orientador que se instituye como líder educativo y figura de referencia para la
comunidad estudiantil. Esta última etapa en el desarrollo de una figura sólida de orientación parece verse incumplida en la mayoría de centros
educativos. Si bien los roles y las funciones que teóricamente debe asumir como agente están completamente definidas, en la práctica se
retoman las discrepancias debido a una multiplicidad de problemas. En la actualidad, el origen las problemáticas y retos más importantes a los
que el orientador son los vertiginosos cambios sociales que sufre la población, culpables de nuevas situaciones complejas que se cuelan en el
aula. Cambios familiares estructurales, económicos, culturales y de diversidad afectan tanto a los alumnos como a los profesores y, junto con
un sistema educativo indefinido y todavía ciertamente hermético al devenir social, provocan, entre otras situaciones, una desmotivación aguda
y una alta tasa de absentismo y deserción escolar en el panorama educativo español que corroe nuestra sociedad y a nuestros profesionales
educativos.

Por tanto, creo altamente relevante la necesidad de un empoderamiento de la figura del orientador como líder y referente a pequeña
escala en el centro docente. Para su construcción, resulta completamente necesario la estrecha colaboración entre éste y la completitud del
equipo docente y el equipo directivo donde se genere un clima de bienestar que se transmita tanto al alumnado como a sus familias. Desde mi
experiencia como alumna, el orientador académico se configuraba en el imaginario adolescente como una figura débil, que no inspiraba
confianza, pusilánime y ciertamente ausente. Abogo por una presencia mucho más constante dentro de las actividades del centro, un
acercamiento vivencial a su figura que parta del tutor del grupo de alumnos que genere una necesaria confianza para acercarse a la figura del
orientador sin miedo a ser juzgado por el resto de compañeros, sesiones plenarias en las que todos los alumnos participen y, en general, una
consolidación en tanto figura clave en el centro docente. Como profesores, recae en nuestra mano en tanto contacto directo con el alumnado,
una detección temprana de las problemáticas que pueden estar atravesando nuestros estudiantes y, para ello, será necesaria una mayor
formación psicopedagógica que, en muchas ocasiones, deberemos buscar por nuestra cuenta pues no está recogido dentro de nuestras
competencias. Con una detección temprana y un mejor manejo de unas habilidades psicológicas, el profesor puede actuar en conjunto con el
orientador y no simplemente delegar una responsabilidad demasiado relevante en su figura. También, como educadores, debemos de introducir
la figura del orientador creyendo firmemente en ella y, como he mencionado anteriormente, concibiéndola como líder de la comunidad en la que
depositar confianza y asesoramiento y, por supuesto, conciliando su figura con la de los padres, a quienes también, en un entorno ideal, podrían
llegar a acudir al orientador en conjunto con sus hijos.

La identidad y los roles/funciones del orientador necesitan ser reforzadas por la comunidad educativa para que, esta nueva confianza se
transmita al alumnado para que se convierta en su referente y soporte en caso de necesitarlo. Esta ayuda reclamada para y por la comunidad
de alumnos no debe verse siempre como una necesidad sino como una guía continua a lo largo del periodo de aprendizaje y educación que es,
en este caso, toda la vida. A modo de inciso, creo que la labor del orientador educativo no debería finalizar en la etapa de la educación
preuniversitaria sino que su figura debería prolongarse dentro de cada centro educativo existente en el país, incluyendo las universidades. Si
bien para ello un mayor presupuesto educativo sería necesario, creo que tanto los roles y funciones como las herramientas que ya están dadas
hay que aprovecharlos para la consecución de los fines y, una buena propuesta, sería la de afianzar la figura del orientador como referente
escolar en todos los alumnos y reforzar la asesoría de un profesional como una actividad normalizada, corriente y participativa.
Bibliografía citada

Bisquerra, R. (1998). Modelos de orientación e intervención psicopedagógica. España: Praxis.

Boza, A., Toscano, M. y Salas M. (2017). ¿Qué es lo que hace un orientador?: Roles y funciones del orientador en educación
secundaria, XXI Revista de educación, 9. Recuperado de
http://rabida.uhu.es/dspace/bitstream/handle/10272/11243/Que_es_lo_que_hace_un_orientador.pdf?sequence=2

Caballer, N. (2003, mayo 30). El papel del “orientador”, El País.

Recuperado de https://elpais.com/diario/2003/05/30/cvalenciana/1054322301_850215.html

Garrido, C., Krichesky, G y Barrera, A. (2010). El orientador escolar como agente interno de cambio. OEI-Revista Iberoamericana de
Educación, 54. Recuperado de http://rieoei.org/rie54a05.htm
Agente de intervención directa e indirecta

Ayuda y asesora en tres niveles: comunidad de alumnos, comunidad


educativa y padres de alumnos

ROLES
Prevención y solución de problemáticas por motivos
GENERALES educativos, sociales, económicos, culturales o de diversidad

Potenciación del desarrollo

Asesoramiento, consejo, evaluación,


mediación, coordinación, información y
Compendio de funciones
materiales

Orientador
Académico Roles y funciones muy extensos poco definidos
Problemáticas en torno a
su figura
Falta de trabajo en equipo con docentes,
dirección y padres. Necesidad de formación
conjunta.
Necesidad actual:
empoderamiento de su rol
Nuevas herramientas de trabajo para responder
a los retos de los cambios sociales

Asunción funciones de liderazgo para presencia


compacta y una mejor y mayor intervención en
todos los niveles educativos.

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