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Cuentos infantiles escritos por: Alex (Salamanca).

Parte V

Se acercó al tronco caído, recogió la diadema y elegantemente se la puso sobre el pelo negro, una
luz intensa iluminó su cara y la ranita observó que sonreía dulcemente. La joven de blanco caminó
hacia el estanque, sus pasos eran delicados, y dejaba tras de si una estela brillante, como hacen los
cometas.

Cuando llegó al estanque se agachó, la pequeña rana verde estaba tan embelesada que no se
movió, el viento se paró para no molestar, y la joven de blanco extendió su mano hacia la ranita,
que como hechizada se posó de un salto en la palma.

La joven habló muy suave.

Hola ranita, cantaste para mi aquella noche y tu canto llegó a mis oídos y a mi alma, quise
conocerte y agradecértelo, pero en el camino las sombras de la noche a la que pertenezco,
quisieron llevarme a su mundo oscuro, rompieron mi imagen de plata, y dejé de oir tu
canto.

Las sombras de la noche tienen cualquier forma, ¿sabes? y son capaces de engañarte, nunca
te fíes de ellas, cuando lloré me consolaron con la mayor de las ternuras, cuando tuve frío
me arroparon, y cuando les dije que había venido a escuchar tu canto, hicieron parar el
viento y me besaron… pero sólo querían distraerme, les molesta mi luz, para ellas sólo
existe el silencio y la oscuridad… y me la quieren arrebatar.

La joven de blanco desprendía una luz blanca de una pureza casi perfecta, continuó
hablando a la ranita.

- Cuando pude vencerlas, me acerqué al estanque pero dormías, no quise despertarte y junto
al tronco caído dejé mi diadema de estrellas, para que todos los días, cuando la miraras al
despertarte te recordara mi brillo, y poder volver algún día a recogerla.

La ranita seguío quieta en la palma de la mano de la joven de blanco.

La joven continuó:

- Esta noche he venido a llevarte conmigo.

La ranita no pudo hablar, estaba paralizada.


- ¡Ven conmigo ranita!, -siguió hablando la joven-, ¡ven conmigo a mi mundo!, ahí arriba,
en el cielo, cantarás para mí todas las noches de plenilunio, y tu canto alejará las
sombras de la noche y llenará la tierra de belleza y de luz.

La pequeña rana verde, sonrió, sus pequeños ojos se llenaron de lágrimas y sintió un calor
profundo dentro de su pequeño cuerpo… esa joven no era una princesa, esa joven era por
quien tanto había sufrido, a quien tanto había echado de menos, esa mujer de
blanco de larga cabellera negra era la luna, su luna… y suavemente, como caen las hojas de
los árboles se dejó caer sobre la mano de la Luna, y durmió para soñar con la eternidad.

Por la mañana Mae, la mariposa , vino a buscarla, como todos los días, pero la pequeña
rana verde no estaba allí… miró al tronco caído y tampoco vio la diadema, la flor de loto
se abría presumida al sol, nada parecía haber cambiado en el estanque y todo parecía como
siempre, pero la ranita no estaba.

Preguntó a los ratones, a los lagartos, a los conejitos, incluso preguntó al lobo solitario y a
la mamá cierva, nadie había vuelto a ver a la pequeña rana verde, la buscó tanto que
cansada se posó sobre el tronco caído y se quedó dormida.

Un bello sonido la despertó por la noche, observó el estanque y vio que el agua brillaba
como si fuera plata, el viento movía las hojas y sobre el cielo la Luna más brillante y más
redonda la sonreía cómplice, el sonido llenaba la tierra, era un canto delicioso,
música destinada al alma de los que sueñan, de los que siempre tienen un niño en su
interior, era un canto conocido, venía de todas partes y a todas partes llegaba, era el canto
de su amiga la ranita, Mae extendió sus alas, miró de nuevo a la luna y entonces
comprendió.

El viento la ayudó a subir alto, muy alto, los peces del estanque, los conejitos y el gato
montés, la vieron volar hacia el cielo, hacia la Luna, y cuando desapareció de su vista,
observaron en el fondo del estanque que una diadema de plata, perlas y diamantes
brillaba blanca bajo el agua, con una luz que ya nunca se apagaría.

FIN

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