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Cuenta la leyenda que, en las noches más claras y limpias, cuando las estrellas brillan en el

firmamento y el suave silencio del viento nocturno recorre las calles del viejo pueblo, la luna
baja del cielo y se hace presente.

La luna es una bella mujer de facciones suaves y blancas; su cabello es largo y muy blanco,
como hilos de plata, envuelta en un hermoso vestido largo de la más fina seda, creada por las
hadas de las estrellas; sus zapatillas son como la nieve más pura e inmaculada y siempre tiene
una sonrisa en los delicados labios. Al bajar, camina con paso solemne y tranquilo, pues ningún
humano ha de verla en circunstancias así, por lo que su andar es reposado y alegre, mientras
tararea una vieja canción que le compusieron hace ya mucho tiempo…

“Ya la Luna baja en camisón


a bañarse en un charquito con jabón.
Ya la Luna baja en tobogán
revoleando su sombrilla de azafrán.
Quien la pesque con una cañita de bambú,
se la lleva a Siu Kiu…”

La luna cantaba alegremente esta canción, lo cual hacía que las flores, dormidas por la ausencia
del sol, se levanten y la miren con asombro y adoración, pues están admiradas de su belleza; es
entonces que llega la luna a un pequeño río de agua cristalina, que corre silente, dividiendo el
quieto pueblo. Al primer contacto, la luna se estremece, pues el agua es fría, pero se
acostumbra y toma un poco de agua con sus manos, refrescando su rostro y mirándose con una
enorme sonrisa en el reflejo del río. Deja que sus hermosos cabellos naden en la suave
corriente y los pequeños peces, sorprendidos por la blancura de semejante cabellera se
acercan respetuosos, mirando como la bella mujer lava su cabello en el río. Ahora miremos al
otro lado de la ciudad, donde una pequeña se levanta de su cama, pues no puede dormir. Su
nombre es Ruma, una chiquilla pequeña de ojillos vivaces, voz cantarina y una innata ternura.
Se despereza con ahínco, pues tuvo una pesadilla y no quiso dormir más, por lo que al mirar
por la ventana, un suave hálito la rodea y la invita a salir. Se calza unas pequeñas zapatillas y
sale a la calle vacía, donde ni siquiera se escucha el maullido de un gato. Mientras deambula,
logra notar para su sorpresa, que la luna, que veía grande y bonita antes de acostarse, ahora ha
desaparecido del cielo y corre sin saber por qué hasta llegar a la ribera del río, donde se
encuentra con algo tan lindo que creyó estar en un sueño.

La luna se sorprende al darse cuenta de que alguien la ha visto y comienza a llorar lágrimas de
azúcar pues le habían dicho hace mucho tiempo que si una persona la llegase a mirar, jamás
volvería a pisar el reino de los hombres, pero al ver que su cuerpo no desaparecía, sonríe
tiernamente y le extiende los brazos a la pequeña, que parece asustada.
-No temas, pequeña, pues no he de hacerte daño-dijo la bella mujer, sonriente. La pequeña
Ruma se encontraba maravillada por la belleza de aquella mujer y comenzó a dar pasitos
cortos hasta llegar a la orilla del río.

-¿Quién eres?-preguntó curiosa-. –Soy la Luna-dijo la mujer- pero hoy vine a descansar un rato
en la Tierra. Debe ser destino que nos hayamos conocido, pues nunca antes una persona había
logrado verme-.

Tomó a la pequeña en brazos y tiernamente besó su frente. –Eres una niña muy lista, por lo
que puedo ver en tus ojos, así que te llevaré de viaje a un muy lejano país, pero debes dormir
para que la magia pueda hacer efecto-. Entonces la pequeña cayó presa de un profundo sueño y
ambas viajaron por las estrellas, caminando por un sendero de estela plateada, hacia el más
lejano horizonte, cruzando los confines del Universo.
-Despierta, pequeña, ya hemos llegado-. Nuestra pequeña amiga despertó somnolienta y al
abrir sus pequeños ojos, se maravilló. –Bienvenida a Siu Kiu, pequeña Ruma-.

A los pies de la niña había un hermoso país, lleno de vida y color, iluminado por estrellas de
muchos colores y un cielo tan oscuro que parecía nunca fuese a levantarse el sol. Habían
llegado a Siu Kiu, el país de los sueños, ubicado a dos mil años, tres meses y media hora.

Al bajar y caminar por sus calles, la niña descubría miles de cosas hermosas que ningún mortal
ha visto jamás: instrumentos de formas extrañas, cuyos sonidos hechizaban a los oyentes; telas
de materiales que la niña jamás había visto o tocado; suaves panes y dulces que comió con
avidez y sabían a girasoles o a una tarde de verano. Caminó por las calles, hechas de hojas de
jacaranda y brezos de jazmín, completamente feliz. En ningún momento soltó la mano de su
bella acompañante.

Al poco rato, ambas llegaron a una enorme calle, donde mucha gente se reunía. Parecía un
enorme festival, donde una enorme comitiva tocaba con biombos y trompetas y muchos
instrumentos que quizás solo has visto en tus sueños. Enormes banderas moradas ondeaban al
viento, guiadas por pequeños hombres de ropas verdes, con sonrisas enormes; a su lado,
muchas niñas bailaban con vestidos hechos de flores, como las hadas que habitan los más
profundos bosques; todos se miraban muy contentos y la pequeña devoraba todo con su tierna
mirada.

De pronto todos se detuvieron y se hincaron, en señal de respeto, pues de una lejana estrella
amarilla, un enorme dragón blanco bajó y se inclinó hacia la gente. Todos lo abrazaron y
acariciaron su piel, muy contentos, y así hizo la niña, que acarició su enorme nariz y el dragón
la miró, contento y complacido. Este, a modo de agradecimiento, la tomó y la colocó en su lomo
con uno de sus largos bigotes, mientras todos la miraban admirados, pues nunca antes había
ocurrido cosa semejante.

Entonces el dragón despegó y con sus enormes alas sobrevoló el cielo, dejando a la niña tocar
las estrellas, que eran suaves y dulces y le dejó rasgar el cielo, que era suave como la más fina
seda. Súbitamente una bella música comenzó a sonar: era la luna quien tocaba para el dragón y
para la niña, tocando una bella balalaika de plata pura, usando sus largos cabellos como
cuerdas. Un dulce sopor invadió a la pequeña, quien se perdió en los más hermosos sueños,
acompañada siempre de la armoniosa música y el cálido abrazo de su amiga, la Luna.

Cuando la pequeña despertó se encontraba en su habitación; casi amanecía y creía que todo lo
que había visto no era más que un sueño, así que corrió con sus padres y los abrazó muy fuerte,
contándoles toda la historia que ustedes han leído hasta ahora. Los padres, por supuesto, no le
creyeron, pero casi se cayeron de la cama cuando notaron que los ojos negros de la pequeña
ahora eran de un tono gris plateado, así como un mechón de su cabello, símbolo de bendición
de la luna. Entonces la pequeña Ruma sonrió y dijo: “Ojalá algún día vuelva a ver a la Luna,
para poder volver a Siu Kiu”.

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