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Lo transgeneracional y lo multicultural en las intervenciones con familias

“No hay cultura ni lazo social sin un principio de hospitalidad”

Jacques Derridá

“Hay gente de todas partes, en todas partes”

Alain Badiou

Somos todos mestizos

Introducción

En esta presentación, la nuestra será una mirada clínica, y es desde esa perspectiva que vamos a
encarar la lectura de lo transgeneracional y lo multicultural. Lo haremos considerándolos
herramientas para mayor riqueza y eficacia en el cuidado del sufrimiento psíquico de los pacientes
que consultan en nuestros servicios en busca de alivio y consuelo.

Plantearse la cuestión del sujeto, en tiempos de deshacimiento del tejido social, tiene una
pertinencia política a la que no queremos renunciar.

El trabajo con familias convoca en el terapeuta un acercamiento sistémico o cuanto menos grupal
de la situación: el terapeuta ve individuos con sus historias personales interactuando con otros,
con los que está entramado por sangre y por alianza, pero también ve vínculos, redes, roles,
modos de desafío, de provocación, de protección, ve lealtades y traiciones, ve un sistema de
creencias y modos de representación del mundo y de acción sobre él. Ve repeticiones y ve cómo
se replican en diferentes miembros de una familia patologías, soluciones, implicaciones. La familia
es “el grupo autónomo de ayuda fundamental” (Cloe Madanes) del cual todos disponemos,
aunque sea como referencia, y desde allí puede también el terapeuta tomarla para ayudarse a
resolver los problemas de los individuos que consultan.

Cuanto más profundo y permeable sea el sistema conceptual, teórico y la experiencia vital del
terapeuta, más variables entrarán en su evaluación y por lo tanto más recursos y propuestas
alternativas tendrá para la lectura del significado, sentido y valor de sus percepciones. Dispone así
de una multiplicidad de estrategias en su práctica terapéutica, dado que toda situación de
alteración psíquica produce la vivencia de reducción de los caminos de salida provocando el
sufrimiento, el miedo, la angustia. En ese marco, lo terapéutico está ligado a abrir alternativas. Se
ha demostrado, en las investigaciones actuales sobre evaluación de psicoterapias, que la
capacidad de los terapeutas de modificar sus diagnósticos es uno de los factores generales de
eficacia del tratamiento, cualquiera sea la técnica empleada. Esta flexibilidad del terapeuta crece
al mismo ritmo que lo hace su marco conceptual, su tolerancia a las diferencias y su apertura de
espíritu.

Es con este propósito –el de ampliar el campo de comprensión y por lo tanto de acción– que
queremos recorrer, aunque sea brevemente, la perspectiva multicultural y también la
transgeneracional. Ambas muy estrechamente ligadas entre sí, la cultura es una construcción
social que se produce en el tiempo a lo largo de las generaciones, cada uno en cada familia en
cada grupo social se reapropia y va co-construyendo, permanentemente, con otros esos modos de
representación del mundo. La cultura es un proceso constante de hibridación. Así también
queremos señalar los riesgos y riquezas que comportan estas perspectivas de trabajo y las líneas
más fecundas de desarrollo futuras.

El enfoque familiar

Las propuestas en terapia familiar se han nutrido de corrientes teóricas de muy diversas
procedencias. Encontramos en la actualidad tanto desde lo sistémico como desde el psicoanálisis
trabajos en esta clínica y en cada una de estas líneas de pensamientos múltiples grupos, con
diversas estrategias terapéuticas, con preferencias y acentos puestos tanto en el conflicto como en
la estructura o en la solución.

Sólo para dar un pequeño pantallazo a algunos de ellos, sin que ello indique niveles de
importancia:

Desde los años 50 la terapia familiar sistémica se desarrolla como parte de un proceso que va de la
consideración del individuo como unidad de estudio a la familia (luego lo fue el grupo y la
comunidad más tarde). Donde la enfermedad ocurre entre las personas y no en las personas, y
tiene un sentido relacional, aún así el dolor es vivido por cada uno. Es el individuo que enferma,
sufre. La familia no está enferma o sana, sólo es funcional o disfuncional.

Dentro de esta línea de trabajo podemos señalar entre otros: la Escuela de Palo Alto, Don Jackson,
Jay Haley, la Escuela de Roma, los movimientos de la narrativa constructivista con Carli Slusky, Paul
Watzlavwick en la terapia breve familiar, el grupo de Peggy Papp en la perspectiva de género, el
grupo MRI, Virginia Satir, los trabajos de Whitaker, la escuela de Filadelfia con Alberto Minuchin
en el trabajo con anorexia, la inclusión de las redes familiares de Moni Elkain en los suburbios de
Bruselas, la escuela española de Terapia Sistémica…por sólo mencionar algunos de tantos
riquísimos aportes.

Al mismo tiempo, desde el psicoanálisis ya Gisela Pankov hace más de 25 años incursionaba en la
clínica y la reflexión de los vínculos entre psicosis y familia. En la actualidad, esta perspectiva toma
un auge tal que, en estos mismos días de mayo (14,15,16) se está desarrollando en París el Primer
Congreso Internacional de Terapia Familiar Psicoanalítica “Les metamorphoses familiales”, bajo la
dirección del Dr. Alberto Eiger, reuniendo psicoanalistas familiares de todo el mundo. En
Argentina, la escuela de I.Berestein y E.Liendo y E.Pichon Riviere viene produciendo teoría desde
mediados de los años 50.

Es interesante también ver cómo la línea de lo transgeneracional se despliega mucho más tarde
pero también en las dos grande líneas mencionadas desde María Torok y N. Abraham en los 70,
Francoise Dolto, Didier Dumas abocado a la atención de niños psicóticos, René Kaes en el estudio
de la transmisión de la vida psíquica entre generaciones, así como Serge Tisseron en sus
investigaciones con los secretos de familia a fines de los 90. Ancelin Schustemberger y su ya
popular texto ”Ay, mis ancestros” de hace 2 años. Estos autores abrevaron en el psicoanálisis.

Así como también, y sin que sea estrictamente un procedimiento terapéutico, lo cual no le quita su
efecto reparador, la propuesta de Constelaciones Familiares de Bert Hellinger es una apertura a la
comprensión de los procesos familiares que, partiendo de orígenes sistémicos, va mas allá con la
inclusión de lo espiritual y lo transgeneracional en su conceptualización.

Tenemos también la vertiente de la etnopsiquiatría y el etnopsicoanálisis que traen, en su trabajo


con familias, el acento sobre la perspectiva cultural, y esto tanto en la lectura como en las
instrumentaciones prácticas. Algunos de estos dispositivos los encontramos el equipo del Centro
de Bobigny a las afueras de París, o en el Dpto. Transcultural del Children Hospital de Montreal a
cargo de la psiquiatra Cécile Rousseau, en el hospital italiano de Bs.As. la Dra. Mónica Santagata
trabaja con inmigrados vietnamitas y con los equipos de salud a fin de ampliar su comprensión
cultural, “habilidad cultural” en la práctica médica y psiquiátrica, así como la antropóloga Zahia
Kessar, como muchas otras en los hospitales franceses hasta las iglesias de curación del Zaire que
investiga el psicoanalista Jaak Le Roy.

Como vemos el espectro es amplísimo y con enormes entrecruzamientos teóricos y prácticos


aunque dejamos de lado en nuestro recorrido multitud de grupos, corrientes teóricas,
experiencias y propuestas con matices propios y muchas veces semejantes y otras
complementarios.

Al adentrarnos en algunas reflexiones y dispositivos terapéuticos concretos haremos algunos


señalamientos sobre los conceptos utilizados y los ubicaremos desde nuestra particular mirada y
experiencia.

Lo transgeneracional, tan viejo y tan joven…

Parece sorprendente la reciente inclusión de la perspectiva del inconsciente transgeneracional en


las prácticas y conceptualizaciones terapéuticas psicoanalíticas siendo que desde siglos en todas
las tradiciones y todas las religiones la asociación de situaciones presentes con pasados remotos
como causa, ha sido constante, donde la imagen de la transmisión de dolores, culpas y destinos a
través de las generaciones de una familia no ofrece ningún espacio de duda. Así como el hecho de
que los hijos pagan la deuda de los padres y de antepasados más lejanos también, es algo
evidente para el saber popular y para los dioses bíblicos y para el taoísmo mucho más antiguo
todavía. Y sin embargo esta teoría estalla hoy en el seno del pensamiento contemporáneo como
novedad. Todos los curadores y sanadores saben reconocer, cada uno en su lengua, lo que llaman
“la enfermedad de los antepasados” y saben que ésta sólo se cura poniendo en orden la historia,
evocando lo sucedido, dando lugar, respeto y reconocimiento a aquello que fue roto y silenciado.

Así, podríamos ver el mito de Edipo desde una explicación genealógica. Un Edipo pagando con su
destino difícil la culpa del abuso sexual de un adolescente y posterior suicidio por parte de su
padre Laïos, como lo relata Mary Balmary en “L´homme aux statues”.

Da la impresión de que estamos recuperando un saber que nuestra cultura ha perdido puesto que
lo transgeneracional está en su fundamento mismo: ”un saber recubierto por una gran capa con la
que el materialismo ha tapado al espíritu”.

Podemos ampliar la concepción del fantasma y la cripta en el inconsciente del otro en la que éste
se esconde y se transmite durante generaciones hasta que no se le da palabra, repasando los
fascinantes texto de María Torok y Nicolás Abraham. Este fantasma, que está en el origen de
muchas patologías a veces inexplicables, sería según ellos el otro lado de un acontecimiento
familiar que implicó la sexualidad o la muerte de un modo traumático: violación, incesto,
encarcelamiento, un crimen, un hecho que se tuvo en secreto o se ocultó con explicaciones
mentirosas, queda así escondido en el inconsciente y se va transmitiendo de inconsciente a
inconsciente a lo largo de las generaciones.

Bert Hellinger aporta, desde hace 20años, un pensamiento que si bien tiene su origen en una
lectura sistémica de la familia, esta familia para él incluye muchas generaciones y la idea de la
transmisión a través de todas ellas de mandatos y lealtades. Según él, es siempre el amor el que
rige estos movimientos en la familia, aunque a veces podemos encontrarnos con un “amor mal
entendido” que lleva a la enfermedad o a la muerte. También para él son hechos ocurridos y no
reconocidos por los actores ni por el resto de la familia, en alguna de las generaciones anteriores,
los responsables de los sufrimientos de los posteriores implicados –por amor y lealtad– con la
familia. Él habla de una “conciencia familiar” más fuerte que el instinto de conservación individual.
Desde lo que llama “los órdenes del amor” que son leyes que rigen el funcionamiento de la
familia: ley de pertenencia, de reciprocidad y prioridad, ha desarrollado un método de trabajo que
se conoce con el nombre de constelaciones familiares.

Mediante un dispositivo espacial y atemporal en el que se trabaja en grupo y se eligen


representantes de los miembros de la familia, así el cliente puede ir mirando el despliegue de una
historia, la suya y los movimientos hacia una imagen de solución. Movimientos que son facilitados
por el coordinador del trabajo.

Este sería uno de los recursos de trabajo. Así como los psicogenealogistas trabajan con el
genograma representando en el papel las relaciones entre los miembros de la familia ampliada, así
en las constelaciones se trabaja en el espacio y en los dispositivos psicoanalíticos con el recuerdo,
la imagen, los documentos de familia, las entrevistas familiares, el dibujo de los niños, los sueños y
las asociaciones. Todos ellos buscan poner en un nivel simbólico: palabras, imágenes, escenas, los
acontecimientos potentes –ligados a la vida o a la muerte– que han quedado sepultados en el
inconsciente individual portador de la conciencia o alma familiar, según B.Hellinger. Y todos
trabajan para que ese secreto salga a la luz, se repare lo reparable y se acepte y reconozca lo
irreparable. Este reconocimiento y aceptación de la verdad parece ser el arma terapéutica más
poderosa.

La presencia del pensamiento transgeneracional puede brindarle a toda intervención terapéutica,


aunque ésta se realice con uno solo de los miembros de una familia, un marco de comprensión
más profundo. Puede brindarle al terapeuta y al paciente sostén y apoyatura en la certeza de la no
soledad, modificando muchas veces esa vivencia interna de aislamiento. También puede ser para
el terapeuta una fuente de información y de estrategias de resolución acumuladas a lo largo de
generaciones en ese grupo familiar. Así, con en el plano temporal del presente, Mony Elkaïm
reúne a todo el conjunto de familiares y amigos en sus intervenciones en red para organizar las
estrategias terapéuticas, así se pueden utilizar los recursos de una genealogía. El terapeuta
también se puede sentir más aliviado sintiendo que cuenta con aliados y alianzas para su trabajo
clínico.

La cultura y sus plurales

La cultura es el sistema de base sobre el que están asentadas el resto de las creencias. Lo que se
sostiene con el sistema de base es lo que nos sostiene. Es aquello que la realidad subjetiva toma
prestado para expresarse, son los caminos que nuestra cultura nos provee (Rechtmnan).

Las representaciones culturales dan una preforma a las representaciones individuales y les sirven
de canal semántico para la construcción del relato, son verdaderos principios de narrativa.

La cultura está asociada a la representación del mundo que se traslada a la percepción, a la lengua,
al cuerpo, a los sentimientos, emociones, normas, modos de pensamiento. Este mundo de
percepciones es permanentemente reconstruido y mucho más en grupos con fronteras lábiles.

La mirada exclusiva sobre la cultura la sustancializa y así excluye la propia historicidad del
paciente, reduciéndolo a una norma social, a un “caso de la cultura”, privándolo de su propia
palabra, lo que nos recuerda aquello de que “los indios no tienen alma” de los conquistadores del
siglo XVI. Lo que hacen algunas posturas teóricas es una esencialización de la cultura
desconociendo la hibridación constante a la que están sometidos los procesos de construcción
cultural.

Si bien la cultura es una referencia identitaria, es necesario limitar el peso que se le da en la


lectura de las conductas. Pues pese a que se tenga una postura constructivista siempre hay una
cierta tendencia a estereotipar un poco la cultura. Podemos caer tanto en:

negar la cultura y volver a lo colectivo o a lo individual, o hipervalorarla y verla como fuente de


toda diferencia.
Todos los seres humanos somos parientes pues pertenecemos a un mismo linaje. La fraternidad es
una cuestión matemática, podría decirse.

Cuando hablamos de paciente de “otra cultura” ¿a qué nos referimos? ¿de otra cultura de la de
quién? ¿del profesional que lo recibe en consulta? ¿de la enfermera? ¿del hospital, del barrio, de
la región? ¿Otro en relación a quién?¿Quién es el otro? ¿Quién decide quién es el otro? Sólo aquel
que tiene el poder de decidirlo, sólo aquel que tiene el poder… que no es lo mismo que la razón.

La cultura es algo diferente de las condiciones socioeconómicas de vida, es algo diferente de las
condiciones de superioridad o inferioridad numérica. Todas las culturas son fuente de diversidad,
aprendizaje y plenitud hasta que se considera que una es superior a la otra. Ahí se acabó la riqueza
–como en una pareja–, cuando la diferencia se hace vertical en vez de horizontal, de lo que se
habla ya no es de cultura sino de poder.

Ambos, paciente y terapeuta, tienen pertenencias culturales y están inscriptos en historias


colectivas que impregnan sus reacciones, de las que siendo conscientes pueden transformarlas en
habilidades y recursos.

Una de las características que diferencia los equipos que trabajan con pacientes pertenecientes a
diferentes culturas es el que en algunos los terapeutas pertenecen ellos mismos a diferentes
culturas. En esos casos esos equipos realizan las consultas en grupo. En otros grupos se sigue un
camino más convencional. Algunos de estos equipos incluyen en las sesiones no sólo a la familia
directa sino también a parientes y a otros miembros de la comunidad.

Es interesante la razón que dan para estas prácticas, refiere que para ellos la diversidad es una
ventaja y una posibilidad de ampliar horizontes perceptivos, y además corresponde a la realidad
cotidiana de todos. En un aspecto más metodológico ellos dicen que muestra en espejo lo que
ocurre en la cotidianeidad de cada uno. En cuanto a la ampliación del grupo, la explicación es que
todos los que acuden comparten afectos y expectativas de bienestar que pueden acompañar y
reforzar al paciente. Esta presencia grupal ayuda a restablecer los órdenes de jerarquía y respeto
entre el paciente y su grupo familiar que facilita el trabajo del terapeuta al mismo tiempo.

Esta forma de trabajo posibilita al paciente construir su propio relato apoyándose en


representaciones plurales (de su situación, de la relación terapéutica, de su contexto pasado y
actual). Este dispositivo, piensan, es una máquina de generar lazos entre el aquí y el allá, entre
pasado y presente, entre generaciones, entre universo familiar y mundo exterior.

En el equipo de trabajo de la Dra. Rousseau también se incorporan, en algunas sesiones, los


representantes de las instituciones implicadas en el problema: escuela, iglesia, servicios sociales y
de salud, o en caso de refugiados e inmigrantes, la justicia, y familias de acogida además de los
profesionales trabajando con el caso: terapeuta, psiquiatra, músicoterapeuta, psicopedagogo,
ludoterapeuta… y, claro, el traductor cuya figura es tema de preocupación y de capacitación por
parte de los equipos, por las complejidades que introduce en el proceso. Esto se hace con el fin de
tomar las decisiones con todos los actores del problema y comprometer a cada institución y grupo
con la puesta en acción de las resoluciones del colectivo, así como simultáneamente es un
aprendizaje a la diversidad de puntos de vista y a la negociación de códigos, propuestas, recursos y
presencias.

Estas experiencias y grupos pueden ser considerados como modelos a revisar al plantearse una
clínica con dispositivo transcultural.

Luego de largos procesos de reflexión y análisis compartidos, las dificultades mayores que estos
equipos señalan son: el trabajo sobre su descentraje, su salida del etnocentrismo y el análisis de la
contratransferencia cultural, es decir, la suma de todas las reacciones del clínico explícitas e
implícitas en relación con la alteridad del paciente. Es el trabajo de intercambio y evaluación que
les permite avanzar en este duro territorio.

Para finalizar apuntamos algunas propuestas. Es bueno preguntarse en este momento cuáles son
las “certezas” que nos impiden pensar lo nuevo de la situación. “Certezas” de nuestras prácticas,
de nuestros modelos conceptuales, de nuestras creencias…. pues creemos que es atravesar el
riesgo al vacío de claridades absolutas, a la inconsistencia, el que sitúa un punto en el que puede
aparecer un sujeto de pensamiento.

Riesgos y obstáculos

Como señala la convocatoria de este encuentro, la diversidad y la cultura suponen nuevos retos
para el saber y la atención en estos tiempos de globalizacion y aislamiento subjetivo. Queremos
alertarnos sobre algunos de los riesgos, obstáculos en este camino:

Riesgo de dar a lo cultural un peso de absoluto, con independencia de la historia personal de cada
uno. Donde el sujeto aparece marcado sólo por su pertenencia grupal y deja por ello de ser un
sujeto de pasión y muerte que lo compromete en su condición de humano, actual, presente,
creador. Este riesgo de desubjetivación supone el retiro de la palabra propia. Es a partir de ella,
sujeto de lenguaje como es, que cada sujeto vive su historia, su cultura, sus creencias. Cada sujeto
las acepta, las toma y las transforma. Cada uno es consumidor y productor de cultura al mismo
tiempo, al decir de Michel de Certeau.

Riesgo de visualizar la cultura como algo folclórico, algo que sólo tiene el otro, y si es pobre y
oscuro aún más.

Riesgo de caer en uno de los principales mecanismos de la dominación cultural que es la


imposición del contexto de lectura de los datos a priori.

Riesgo de confundir en el diagnóstico, realizado sin el descentraje necesario, entre la expresión


cultural y un delirio, caer en la no-percepción de una manifestación de afecto melancólico bajo el
discurso cultural entrado en la brujería.
Riesgo de descalificación del padre y su lugar, práctica frecuente basada en la propaganda
prejuiciosa que los dibuja –a los padres– como padres arcaicos y violentos que les convierten a
ellas, las instituciones de salud y de salud mental locales, “salvadoras del niño y de la civilización”;
contribuyendo así a alimentar esa representación descalificada para el niño. El padre pasa de ser la
figura paterna a ser un objeto de juicio, hiriendo las identificaciones inconscientes del hijo, lo que
arroja a los niños a su propia omnipotencia y a una orfandad psíquica con las consecuencias que
conocemos bien.

Riesgo de naturalización y ocultamiento de las propias prácticas clínicas y las formas organizativas
de las instituciones asistenciales, atribuyendo a la “distancia cultural” con los pacientes aquello
que es defecto, pobreza de la organización de los servicios de salud y limitaciones en los
intercambios dentro de los equipos de salud (Zahia Kessar).

Riquezas y aperturas

Éstas, las riquezas, las ganancias, son la contracara de los riesgos. Ya que los obstáculos son
también los puntos de límite y por lo tanto de posibilidad de transformación y crecimiento.

La recuperación del valor de la familia y del lugar del padre de culturas “diz que más primitivas”
que se han desdibujado, hoy en día, en las culturas occidentales. El trabajo, como decíamos más
arriba, con la imagen del padre descalificado nos permite mirar todas nuestras situaciones clínicas
y estar alertados sobre los efectos devastadores de nuestras destituciones institucionalizadas del
lugar y la palabra del padre.

La posibilidad de compartir y enriquecerse con otras miradas sobre la realidad

La posibilidad de situarse frente a lo diferente como diferente a sí mismo. Posibilidad de repensar


y repensarse en la cuestión de la alteridad humana. Volcar miradas sobre el otro irremisiblemente
otro y también y al mismo tiempo hermano.

La posibilidad de percibir lo que se cree absoluto en la propia vida, en las propias creencias, en las
propias representaciones sólo como una posibilidad más de las tantas disponibles para todos en
este mundo.

La posibilidad de rever, modificar y mejorar las propias formas organizativas de trabajo


institucional y profesional.

La posibilidad de pensarse como parte de un sistema social y de una red familiar que limita pero
que también da sentido, pertenencia, raíces y saber, que es el reconocimiento de ello lo que
permite ser libre, autónomo y solidario.
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