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El trauma infantil no resuelto en la terapia con mujeres víctimas

de violencia de género
Publicado en la revista nº039
Autores: Lockett, Marcela - Lamana, Carmen - Seijo, Susana
Son muchas las autoras y autores, que señalan que el haber sufrido violencia
en la familia de origen ha ejercido un efecto de “naturalización” de la violencia:
la cotidianeidad de tales conductas, percibida a lo largo de la vida, las ha
convertido en algo corriente, a tal punto que muchas mujeres no son
conscientes del maltrato que sufren. Un alto porcentaje de mujeres llevan a
cabo un verdadero aprendizaje de la indefensión. Se piensa que la violencia
familiar moldea las actitudes hacia un rol más tradicional de lo que se espera
del hombre y la mujer en cuanto a estereotipos de género, desalentando en las
mujeres una posición de mayor independencia y autonomía.

Brown y Manela (1978, citado en Lockett, 2009, p. 659) señalaron que las
actitudes no tradicionales
proporcionarían a las mujeres un sistema de creencias que podrían guiarlas y
apoyarlas en sus vidas como mujeres independientes con una identidad separada de
su rol como esposas o de ex esposas.

Se considera importante tomar en cuenta los discursos y mensajes que se les


ha transmitido en sus familias de origen acerca de lo que debe ser una mujer:
mandatos sociales ligados a la pasividad, la entrega incondicional a los otros,
perdiéndose ellas mismas como sujetos, quedando aplastados sus deseos. El
amor, entendido como fusión y entrega incondicional, y como consecuencia, el
establecimiento de relaciones de pareja a la manera de relaciones maternales.
A estos mensajes transmitidos vía socialización se suman los modelos
actuados por sus padres, y las identificaciones que se van constituyendo de
cómo debe actuar una mujer frente a un hombre.

Utilizando la clasificación propuesta por Herman (1997) en su libro “Trauma y


Recuperación”, hemos querido presentar una relación de todas las alteraciones
psicológicas, que observamos en el trabajo con mujeres que han sufrido
traumas familiares infantiles que afectan a su vida adulta. Evidentemente, no
todas presentan las mismas dificultades, ni tampoco presentan los síntomas
con la misma intensidad y gravedad, siempre hay variaciones dependiendo de
los factores de protección y de riesgo que hayan encontrado a lo largo de su
vida.

Alteraciones en la regulación del mundo emocional

Entre las múltiples funciones que ejercen los adultos como cuidadores de las
niñas y niños destacamos la capacidad para interpretar y modular la respuesta
emocional.

En palabras de Mary Ainsworth (1978, citada en Lockett, 2009, p. 659):


durante la infancia, la respuesta sensible de los padres incluye notar las señales del
bebé, interpretarlas adecuadamente y responder apropiada y rápidamente. La falta de
sensibilidad, por el contrario, puede o no estar acompañada de una conducta hostil o
desagradable por parte del cuidador. Existe cuando el cuidador fracasa en leer los
estados mentales del bebé o sus deseos o cuando fracasa en apoyar al bebé en el
logro de sus estados positivos o deseos.

El sistema de apego es fundante, en la medida que propicia el vínculo adulto-


niño necesario para la supervivencia del recién nacido, dependiente de un otro,
y permite la regulación de los estados emocionales del mismo.

Fonagy (1999, citado en Lockett, 2009, p. 660) expresa al respecto:


en estados de activación incontrolable, el infante irá a buscar la proximidad física con el
cuidador con la esperanza de ser calmado y de recobrar su homeostasis. Por lo tanto,
el sistema de apego es un sistema regulador bio-social homeostático abierto.

Así, lo patológico se entendería como sintonías afectivas tempranas


defectuosas; rupturas del sistema cuidador-niño que llevan a la pérdida de
capacidad de regular el afecto. La regulación emocional en los primeros meses
a través del vínculo con el cuidador y la validación de su experiencia como
sujeto; permite, la constitución y cohesión de su self, así como, la
construcción de una realidad acorde a su deseo, en caso de ser reconocido
por otro. De no ser así, la realidad es creada en función de la demanda de
sus cuidadores, que no le otorgan el carácter de humanidad necesario para
constituir su subjetividad, como un ser diferente y autónomo.

A partir de esa falta de sintonía en el vínculo, destacamos los siguientes


efectos en la subjetividad de las mujeres que atendemos:

- Dificultades para identificar y explicar sus emociones

- Dificultades de autorregulación emocional y trastornos del apego


derivados de primeros vínculos deficitarios y/o maltratantes.

- Dependencia emocional, foco atencional en el otro/a, expectativa de


que el otro repare, cubra, llene las carencias afectivas (salvador).

- Baja autoestima

- Dificultades para el control del impulso:

o Disforia persistente

o Impulsos suicidas crónicos

o Autolesiones

o Ira explosiva o extremadamente inhibida ( pueden alternar)

o Sexualidad compulsiva o extremadamente inhibida ( pueden


alternar)

Los testimonios de las mujeres lo expresan de la siguiente manera:

“Yo he sido una buena hija, pero siempre que mi madre habla no me
incluye como hija, habla solo de mis dos hermanos varones”. Me ha
dicho por ejemplo: no tengo motivo para estar orgullosa de ti... no tengo
fotos de pequeña, tampoco celebraban mis cumpleaños, o la comunión...
yo llegue a pensar que era adoptada...”.

“De niña siempre he tenido la ilusión de que venga una familia y me


adopte...

Un día a los cinco años, armé el bolso y me fui con la vecina: ahí había
bromas, se hacían diferente los deberes, yo les tenia envidia, sana...”.

“Cuando me conoció él me dijo yo te voy a adoptar, te voy a cuidar, voy


a ser bueno contigo”.

“Echo de menos tener una familia normal, es algo que me traumatiza, se


que no van a cambiar nunca”.

Alteraciones de la conciencia

Episodios disociativos pasajeros: la disociación es un mecanismo de


protección habitual en mujeres abusadas, éste mecanismo consiste en
compartimentar separadamente, contenidos mentales, de sensaciones
corporales y sentimientos. Según se recoge en el manual de Judith Herman
“Trauma y Recuperación” (2004), parece haber un correlación elevada entre la
edad en la que se hayan producido los abusos y la gravedad de los trastornos
disociativos.

Despersonalización: un cambio en el conocimiento de la mujer misma, en el


que se siente separada de su propia experiencia del "yo", el cuerpo y la mente
le parecen algo extraño.

“Me miro en el espejo y no me reconozco” Me comportaba como una


autómata, era un robot completamente programada” “mi cuerpo estaba allí,
pero yo lo vi todo desde afuera”.

Desrealización: un cambio en el medio ambiente de la mujer, en donde el


mundo a su alrededor le parece irreal o desconocido.

“A veces voy por la calle y parece que no tocara el suelo”.

Revivir experiencias, tanto en forma de síntomas intrusivos del desorden de


estrés postraumático, como en forma de preocupación reflexiva.

Amnesia de acontecimientos traumáticos: En palabras de Siegel (1999,


citado en Pace, 2003, p. 10):
Con la disociación, o con la prohibición de hablar con otros lo que se experimentó,
como ocurre tan a menudo en el abuso familiar infantil, puede haber un bloqueo
intenso en el camino hacia la consolidación del recuerdo. Las experiencias traumáticas
sin resolver, pueden implicar un deterioro en el proceso de la consolidación cortical, lo
cual deja estos hechos fuera de la memoria permanente (narrativa, consciente). Sin
embargo, la persona puede volver a experimentar, continuamente, las imágenes
implícitas molestas de los horrores pasados.

Alteraciones en la percepción de sí misma


Identidad frágil o ausencia de un sentido unitario del yo. Las mujeres con
traumas infantiles presentan lagunas de memoria importantes sobre largos
periodos de su vida que dificultan la elaboración de un discurso ordenado y
coherente de sus propias experiencias. Esto motiva la ausencia de un sentido
unitario del yo. En palabras de Cozolino (2002, citado en Pace, 2003, p.
11): “Los abusos tempranos pueden no solamente correlacionar con la falta de
asistencia por parte de los cuidadores, en la co-construcción de narraciones
coherentes acerca del yo, pueden también tener como resultado daños en las
estructuras neuronales necesarias para organizar con cohesión, las
narraciones y la historia del yo, lo que persistirá en la vida adulta”.

Sensación de indefensión, o parálisis de la iniciativa: se perciben carentes


de recursos propios para hacer frente a las situaciones, después de
infructuosos intentos por evitar la violencia.

Sentimientos de vergüenza. Las mujeres con frecuencia nos dicen


en sesión “me da vergüenza que me vean entrar aquí, me da vergüenza estar
en la sala de espera”. En palabras de Lewis, “La vergüenza es una respuesta a
la indefensión, a la violación de la integridad física y a la indignidad sufrida a
ojos de otra persona” (Lewis, 1971, citado en Herman, J. 2004, p. 196)

Sentimientos de culpa. Según Janoff Bulman (citado en Herman, J. 2004, p.


97),

Sentimiento central de desprotección: el mundo no es un lugar seguro.


Locus de control externo, los acontecimientos escapan a su control, esto se
relaciona con la indefensión.
la culpa puede ser entendida como un intento de extraer una lección útil del desastre y
de recuperar cierto sentido del poder y del control. Imaginar que una podía haberlo
hecho mejor puede ser más tolerable que enfrentarse a la realidad de estar
completamente indefenso.

Sensación de estigma y pérdida de dignidad humana. El acontecimiento


traumático destruye la creencia de que una puede ser una misma en relación
con los demás.

“Me ha quitado la dignidad y no la puedo recuperar” “estoy rota”, frases como:


“tenía temor a romperme” “no volveré a ser la misma,” “esto me ha marcado
para siempre” ”no volveré a tener pareja nunca más”

Sensación de absoluta diferencia respecto de los y las otras, convicción de


que nadie puede comprenderla o identidad no humana:
“Tengo miedo que la gente descubra que no soy tan buena como ellos piensan, siempre me he sentido un
fraude por dentro, se que estoy llena de defectos y si me conocen bien se alejaran de mi, jamás me he
creído digna de cariño.”

Alteraciones de la percepción del maltratador

Aceptación del sistema de valores o racionalización del maltratador. La


mujer pierde la conciencia de sí misma, su identidad y el sentido de su vida,
para la víctima solo existe el maltratador, ella es lo que el agresor dice que sea,
a este proceso se le conoce como “Lavado de cerebro”. Todas las personas
son vulnerables a este proceso si son expuestas el tiempo suficiente a la
violencia, si se encuentran solas, sin apoyos y sin esperanzas de poder salir de
esa situación.

Preocupación por la relación con el maltratador. Aunque a veces


surgen sentimientos de venganza, no suele ser la generalidad. Observamos
que cuando aparecen, a las mujeres victimizadas les cuesta reconocerlos o
aparecen acompañados de sentimientos de culpa, lo mismo ocurre con la
fantasía de muerte del agresor, como fin del problema.

Atribución no realista del poder total al perpetrador. A la mujer agredida


frecuentemente le “da pena” su pareja, por su irresponsabilidad “es como un
hijo más”, “depende de mi”, por considerarle enfermo “es que bebe…”, “el está
enganchado a las máquinas”, etc., asumiendo la responsabilidad de cambiarle
o rehabilitarle.

Además, con frecuencia encontramos que las mujeres aún habiendo


denunciado y siendo eficaces las medidas en cuanto a la contención de la
violencia del agresor; siguen convencidas del poder ilimitado expresado en el
contexto privado de la relación de pareja. La sensación de seguridad y
protección aparece en estos casos más lentamente.

Idealización o gratitud paradójica. En el vínculo, la mujer se siente


agradecida por cualquier gesto del maltratador, por una mirada, una sonrisa, un
abrazo; que el maltratador brinda, generalmente, como estrategia cuando el
hombre detecta que puede perder a su mujer. Una frase dice: “se llega a
valorar más la felicidad que siente las pocas veces que se libra del maltrato,
que el dolor que se siente cuando lo recibe cotidianamente”. O lo que es lo
mismo “es más valioso el alivio de la no agresión, que el daño que produce la
misma”

“lo admiraba en la medida en que él era listo, siempre parecía salir bien parado,
y tomar ventaja de todo”

“A veces era bueno, me dejaba tranquila”

Sensación de relación especial o sobrenatural con el agresor. “Cuando


estábamos juntos estábamos todo el día, y se metía menos en líos; yo no hacia
otra cosa... ahora no quiero que lo que he logrado (trabajo y estudio)
desaparezca por volver a verlo”.

“lo malo era muy malo, pero lo bueno también”

Alteraciones en las relaciones con los demás

Aislamiento y distanciamiento. El agresor a través de diferentes estrategias


de maltrato ha logrado su aislamiento y falta de apoyo sociales, la mujer se ha
encerrado en si misma. Se ha producido una separación de cualquier otro
referente externo al propio maltratador, creándose un confinamiento mental que
se traduce en un aislamiento y distanciamiento en las relaciones con los
demás.
Perturbaciones en las relaciones íntimas: las mujeres victimizadas con
frecuencia se muestran extremadamente desconfiadas en el establecimiento de
nuevas relaciones. Asimismo, puede darse el polo contrario, entregarse
fácilmente a una nueva relación, desde los efectos de la traumatización,
exponiéndose a nuevas situaciones de vulnerabilidad.

Búsqueda constante de un rescatador: Existe una negación de su


autonomía, individualidad y libertad personal que llevan a idealizar la aparición
de un rescatador que pueda rescatarla de esa situación.

Desconfianza persistente: Presentan graves problemas y dificultades para


buscar ayuda y apoyo.

Fracasos repetidos en la autoprotección: Dificultades para reiniciar sus


vidas, percepción de amenaza constante.

Alteraciones en los sistemas de significado

Pérdida de una fe de apoyo: manifestándose a través de sentimientos de


desapego por otras personas

Sensación de indefensión y desesperación: Inseguridad respecto al futuro


debido a una sensación de incapacidad para cambiar las circunstancias vitales.

Conclusiones

Hemos recogido algunos aspectos que nos parecen clave, en la intervención


con mujeres víctimas de malos tratos y para la prevención de la transmisión
intergeneracional del trauma familiar infantil, a saber:

La importancia del vínculo terapéutico

“En los casos de violencia hacia las mujeres con las que trabajamos y sobre
todo los más cronificados, hay una historia generalmente de malos tratos,
abusos, de identificación con una madre maltratada por su pareja, de
abandonos y desencuentros con sus padres, faltas de sintonía en el “estar con”
que se repiten en forma de patrones de relación. En esos primeros vínculos
aprendieron como debe comportarse una mujer, la pasividad, el rol de
cuidadora, el constante pedir afecto en las relaciones, el hacer lo que sea para
no ser abandonadas nuevamente, el sacrificio por el otro, como forma de
demostrar los sentimientos, lo poco que valen para sí mismas. No toda mujer
aguantaría las situaciones que se plantean en las historias de violencia que
escuchamos, llegando a anularse como personas a costa de otros: esto ya
estuvo en sus vidas, porque esa manera de vincularse es la que reproducen en
sus vínculos actuales y en el vínculo con el terapeuta” (Lockett, 2008, p169-
170). Podríamos decir que los traumas de la infancia son la base para nuevas
retraumatizaciones en la vida adulta.

Tutte (2006) utiliza la metáfora de “los hilos rotos que no logran el entretejido”
para hablar de lo traumático, porque mostraría los agujeros que quedan en el
self, suponiendo que los mismos podrán ser de mayor o menor amplitud; y
esto, será determinante a la hora del pronóstico de que una mujer pueda salir
adelante en su vida”.

Es necesario que, como profesionales intervinientes en esta


problemática, tengamos en cuenta, a la hora de trabajar con estas mujeres, los
siguientes aspectos: por un lado su historia de violencia con su pareja y las
secuelas que dichas relaciones producen en ellas, pero a la vez el poder ver
como la traumatización crónica afecta su subjetividad, rompiendo esos hilos
que menciona Tutte, en diferentes graduaciones, según la gravedad y
cronicidad del trauma.

Como psicólogas especialistas en la temática, creemos en la importancia de


tomar en cuenta estos primeros vínculos del sujeto, y que las posibilidades de
recuperación dependerán de esta complejidad de factores que hemos intentado
exponer en estas reflexiones, dependiendo de cada caso particular.
Coincidimos con los autores que señalan que la única manera de aprender de
los vínculos, es por medio de relaciones intersubjetivas, y así el espacio
terapéutico abre su abanico de posibilidades de subsanar en relación. Creemos
que la relación terapéutica es un vínculo intersubjetivo de dos, y podemos
apostar por la riqueza de este vínculo a la hora de trabajar dichos déficit.

La importancia de la intervención temprana inmediata

Además de la importancia del vínculo terapéutico en la reparación del daño


psíquico, debemos tener en cuenta la importancia de la pronta intervención con
la figura de apego (generalmente madres, y muy especialmente en madres
maltratadas por sus parejas con traumas infantiles sin resolver), para prevenir
la aparición del trauma en sus hijos e hijas; además de la intervención directa
con el o la menor.

Según Peggy Pace (2003):


la interpretación que los y las menores hacen del acontecimiento traumático
dependerá: de la edad y de su estado de desarrollo en el momento del trauma; y la
cantidad de soporte emocional y la información real disponible (aportada por un adulto)
en los momentos próximos en el tiempo al trauma. El esquema mental que niños y
niñas utilizan para dar sentido al trauma, puede ser a la larga mucho más destructivo
para el sentido del yo emergente de ese niño o niña, que el trauma en sí mismo. (p. 13)

En palabras de Cozolino (2004, citado en Pace, 2003, p. 12),


las experiencias de apego tempranas organizan (en capas ocultas) esquemas
perdurables, los cuales a cambio, configuran nuestra experiencia con aquellos que nos
rodean en toda nuestra vida. El grado de integración entre las conexiones verbales y
emocionales determinará si llegamos a ser conscientes o no de nuestras emociones y
si podemos ponerlas o no en palabras.

Sensibilización, respeto, confianza y compromiso

El conocimiento de las alteraciones en la vida adulta que produce el trauma


infantil por parte de los y las profesionales, es fundamental para identificar
dichos efectos y procurar el abordaje adecuado. El trabajo con el trauma
psíquico está lleno de incertidumbre, una incertidumbre que como
profesionales debemos aceptar y tolerar. Con incertidumbre nos referimos
a que no siempre es posible obtener un detallado relato de lo que ocurrió,
porque a veces esa información no es accesible para la víctima. Importan los
hechos que relata, pero más que la exactitud de los mismos, debemos
atender a la manera en que la víctima está y se relaciona con el mundo; para
poder desde ahí, trazar un mapa que le de sentido a nuestra intervención en el
camino a la recuperación. Incertidumbre también en los tiempos que cada
mujer necesita para romper tantas y tantas capas de desconfianza y temor al
ser humano. En muchas ocasiones, más de las que deberían, se producen
nuevas fragmentaciones en esos tiernos e incipientes sistemas de significado,
que vuelven a retraumatizar por el descrédito y la falta de reconocimiento social
y la no reparación del daño de las víctimas de trauma por violencia de género
desde diferentes estructuras sociales.

Cualquier tratamiento orientado a la recuperación de las víctimas del trauma


debe tener en cuenta unas fases que comprendan la securización, la
transformación del recuerdo o recuerdos traumáticos; y por último, la
reconexión con el presente, para poder proyectarse al futuro. En palabras de
Herman, “el trauma obliga a la superviviente a revivir todas sus luchas
anteriores por tener autonomía, iniciativa, competencia, identidad e intimidad”
(Herman, 1997).

Es necesario que el contexto no sólo terapéutico, sino social y político


contribuya a devolverles a estas mujeres el poder, la voz y la confianza en sí
mismas que durante tantos años les fue negada.

Para terminar, queremos compartir un párrafo casi literal del obligado manual
de referencia en el trabajo con trauma, Trauma y Recuperación, cómo superar
las consecuencias de la violencia de Judith Herman, tantas veces referenciado
en este trabajo:
Los perpetradores lucharán con tesón para asegurar que sus abusos no se vean, no se
reconozcan y estén condenados al olvido. (…) Nosotros, los testigos, debemos mirar
en nuestro interior y encontrar una pequeña proporción del valor que deben tener día a
día las víctimas de la violencia. Los ataques aunque den miedo, son un homenaje
implícito al poder de la relación curativa. Nos recuerdan que es un acto de liberación
crear un espacio protegido, en el cual las supervivientes pueden decir la verdad. (…)
Nos recuerdan también, que la neutralidad moral en el conflicto entre víctima y
perpetrador no es una opción. Como todos los demás observadores, en ocasiones se
necesita que los terapeutas elijan en quélado están. Los que escojan del lado de las
víctimas saben que tendrán que enfrentarse inevitablemente a la furia del perpetrador.
Para muchas de nosotras, ese es un gran honor. (pag 369-370)

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