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de violencia de género
Publicado en la revista nº039
Autores: Lockett, Marcela - Lamana, Carmen - Seijo, Susana
Son muchas las autoras y autores, que señalan que el haber sufrido violencia
en la familia de origen ha ejercido un efecto de “naturalización” de la violencia:
la cotidianeidad de tales conductas, percibida a lo largo de la vida, las ha
convertido en algo corriente, a tal punto que muchas mujeres no son
conscientes del maltrato que sufren. Un alto porcentaje de mujeres llevan a
cabo un verdadero aprendizaje de la indefensión. Se piensa que la violencia
familiar moldea las actitudes hacia un rol más tradicional de lo que se espera
del hombre y la mujer en cuanto a estereotipos de género, desalentando en las
mujeres una posición de mayor independencia y autonomía.
Brown y Manela (1978, citado en Lockett, 2009, p. 659) señalaron que las
actitudes no tradicionales
proporcionarían a las mujeres un sistema de creencias que podrían guiarlas y
apoyarlas en sus vidas como mujeres independientes con una identidad separada de
su rol como esposas o de ex esposas.
Entre las múltiples funciones que ejercen los adultos como cuidadores de las
niñas y niños destacamos la capacidad para interpretar y modular la respuesta
emocional.
- Baja autoestima
o Disforia persistente
o Autolesiones
“Yo he sido una buena hija, pero siempre que mi madre habla no me
incluye como hija, habla solo de mis dos hermanos varones”. Me ha
dicho por ejemplo: no tengo motivo para estar orgullosa de ti... no tengo
fotos de pequeña, tampoco celebraban mis cumpleaños, o la comunión...
yo llegue a pensar que era adoptada...”.
Un día a los cinco años, armé el bolso y me fui con la vecina: ahí había
bromas, se hacían diferente los deberes, yo les tenia envidia, sana...”.
Alteraciones de la conciencia
“lo admiraba en la medida en que él era listo, siempre parecía salir bien parado,
y tomar ventaja de todo”
Conclusiones
“En los casos de violencia hacia las mujeres con las que trabajamos y sobre
todo los más cronificados, hay una historia generalmente de malos tratos,
abusos, de identificación con una madre maltratada por su pareja, de
abandonos y desencuentros con sus padres, faltas de sintonía en el “estar con”
que se repiten en forma de patrones de relación. En esos primeros vínculos
aprendieron como debe comportarse una mujer, la pasividad, el rol de
cuidadora, el constante pedir afecto en las relaciones, el hacer lo que sea para
no ser abandonadas nuevamente, el sacrificio por el otro, como forma de
demostrar los sentimientos, lo poco que valen para sí mismas. No toda mujer
aguantaría las situaciones que se plantean en las historias de violencia que
escuchamos, llegando a anularse como personas a costa de otros: esto ya
estuvo en sus vidas, porque esa manera de vincularse es la que reproducen en
sus vínculos actuales y en el vínculo con el terapeuta” (Lockett, 2008, p169-
170). Podríamos decir que los traumas de la infancia son la base para nuevas
retraumatizaciones en la vida adulta.
Tutte (2006) utiliza la metáfora de “los hilos rotos que no logran el entretejido”
para hablar de lo traumático, porque mostraría los agujeros que quedan en el
self, suponiendo que los mismos podrán ser de mayor o menor amplitud; y
esto, será determinante a la hora del pronóstico de que una mujer pueda salir
adelante en su vida”.
Para terminar, queremos compartir un párrafo casi literal del obligado manual
de referencia en el trabajo con trauma, Trauma y Recuperación, cómo superar
las consecuencias de la violencia de Judith Herman, tantas veces referenciado
en este trabajo:
Los perpetradores lucharán con tesón para asegurar que sus abusos no se vean, no se
reconozcan y estén condenados al olvido. (…) Nosotros, los testigos, debemos mirar
en nuestro interior y encontrar una pequeña proporción del valor que deben tener día a
día las víctimas de la violencia. Los ataques aunque den miedo, son un homenaje
implícito al poder de la relación curativa. Nos recuerdan que es un acto de liberación
crear un espacio protegido, en el cual las supervivientes pueden decir la verdad. (…)
Nos recuerdan también, que la neutralidad moral en el conflicto entre víctima y
perpetrador no es una opción. Como todos los demás observadores, en ocasiones se
necesita que los terapeutas elijan en quélado están. Los que escojan del lado de las
víctimas saben que tendrán que enfrentarse inevitablemente a la furia del perpetrador.
Para muchas de nosotras, ese es un gran honor. (pag 369-370)
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