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Guía tipos de personajes

Instrucciones:
1. Lee con atención cada uno de los siguientes textos.
2. Identifica 2 personajes en cada cuento.
3. En el cuadro que aparece a continuación anota el nombre de los personajes y su
clasificación de acuerdo a los diversos criterios.

Texto 1:

EL PERRO

Un perro aulló, estremeciéndose, en el porche. La puerta principal reconoció la voz del


perro y se abrió. El perro, en otro tiempo grande y gordo, ahora flaco y cubierto de
llagas, entró recorrió la casa dejando una huella de lodo. Detrás de él zumbaron
irritados ratones. Pues ni el fragmento de una hoja entraba por debajo de la puerta sin
que se abrieran los paneles de los muros y salieran rápidamente los ratones de cobre. El
polvo, el pelo o papel ofensivos, hechos trizas por unas diminutas mandíbulas de acero,
desaparecían en las guaridas. De allí bajaban al sótano por unos tubos, y eran arrojados
al horno siseante de un incinerador que aguardaba en un rincón oscuro como una boca
maligna. El perro corrió escaleras arriba y ladró histéricamente ante todas las puertas,
hasta que al fin comprendió, como ya comprendía, la casa, que allí no había más que
silencio. El perro olfateó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta se
preparaban automáticamente unos panqueques que llenaban la casa de un dulce aroma
de horno y de jarabe de arce. El perro, tendido ante la puerta, respiraba anhelante con
los ojos encendidos y el hocico espumoso. De pronto, giró locamente sobre sí mismo,
mordiéndose la cola, y cayó, muerto. Durante una hora estuvo tendido en la sala.

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personaje participación largo de la complejidad
narración

Texto 2:
Los nacimientos
Eduardo Galeano, escritor uruguayo.
La creación
La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando.
Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y
se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio.
Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de comer. Si
Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo
brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto,
porque estaban locos de ganas de nacer.
Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y
el misterio; y Dios, soñando, los creaba, y cantando decía:
—Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán.
Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca
dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.

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participación largo de la complejidad
narración

Texto 3:
Los nacimientos
Eduardo Galeano, escritor uruguayo.
El tiempo
El tiempo de los mayas nació y tuvo nombre cuando no existía el cielo ni había
despertado todavía la tierra.
Los días partieron del Oriente y se echaron a caminar.
El primer día sacó de sus entrañas al cielo y a la Tierra.
El segundo día hizo la escalera por donde baja la lluvia.
Obras del tercero fueron los ciclos de la mar y de la tierra y la muchedumbre de las
cosas.
Por voluntad del cuarto día, la Tierra y el cielo se inclinaron y pudieron encontrarse.
El quinto día decidió que todos trabajaran.
Del sexto salió la primera luz.
En los lugares donde no había nada, el séptimo día puso tierra.
El octavo clavó en la tierra sus manos y sus pies.
El noveno día creó los mundos inferiores. El décimo día destinó los mundos inferiores
a quienes tienen veneno en el alma.
Dentro del Sol, el undécimo día modeló la piedra y el árbol.
Fue el duodécimo quien hizo el viento. Sopló viento y lo llamó espíritu, porque no
había muerte dentro de él.
El decimotercer día mojó la tierra y con barro amasó un cuerpo como el nuestro.
Así se recuerda en Yucatán

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Texto 4:
Los nacimientos
Eduardo Galeano, escritor uruguayo.
El amor
En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad.
Era raro lo que tenían entre las piernas.
— ¿Te han cortado? —preguntó el hombre.
—No —dijo ella—. Siempre he sido así.
Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
—No comas yuca, ni guanábanas, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré.
Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las
pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los
dientes para no reírse, cuando él le decía:
—No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en
una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta.
Daba saltos de euforia y gritaba:
— ¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.
—Es así —dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De
los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era
tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

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Texto 5:
La naturaleza del amor
Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya.
Un hombre ama a una mujer, porque la cree superior. En realidad, el amor de ese
hombre se funda en la conciencia de la superioridad de la mujer, ya que no podría amar
a un ser inferior, ni a uno igual. Pero ella también lo ama, y si bien este sentimiento lo
satisface y colma algunas de sus aspiraciones, por otro lado le crea una gran
incertidumbre. En efecto: si ella es realmente superior a él, no puede amarlo, porque él
es inferior. Por lo tanto: o miente cuando afirma que lo ama, o bien no es superior a él,
por lo cual su propio amor hacia ella no se justifica más que por un error de juicio.
Esta duda lo vuelve suspicaz y lo atormenta. Desconfía de sus observaciones primeras
(acerca de la belleza, la rectitud moral y la inteligencia de la mujer) y a veces acusa a
su imaginación de haber inventado una criatura inexistente. Sin embargo, no se ha
equivocado: es hermosa, sabia y tolerante, superior a él. No puede, por tanto, amarlo:
su amor es una mentira. Ahora bien, si se trata, en realidad, de una mentirosa, de una
fingidora, no puede ser superior a él, hombre sincero por excelencia. Demostrada, así,
su inferioridad, no corresponde que la ame, y sin embargo, está enamorado de ella.
Desolado, el hombre decide separarse de la mujer durante un tiempo indefinido: debe
aclarar sus sentimientos. La mujer acepta con aparente naturalidad su decisión, lo cual
vuelve a sumirlo en la duda: o bien se trata de un ser superior que ha comprendido en
silencio su incertidumbre, entonces su amor está justificado y debe correr junto a ella y
hacerse perdonar, o no lo amaba, por lo cual acepta con indiferencia su separación, y él
no debe volver.
En el pueblo al que se ha retirado, el hombre pasa sus noches jugando al ajedrez
consigo mismo, o con la muñeca tamaño natural que se ha comprado.
(Peri Rossi, Cristina. “La naturaleza del amor”. Una pasión prohibida.

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participación largo de la complejidad
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