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LA MUERTE Y EL MÁS ALLA

Por Raymond Bernard, F.R.C.

Intentaré aclarar un problema que está en la mente de todo creyente ~ el de la muerte ~


que nosotros los místicos preferimos llamar transición, por el íntimo conocimiento que
tenemos de los verdaderos principios que se refieren a ese gran momento de la
existencia humana. Evidentemente, sólo expondré aquello de lo que estoy seguro,
apartándome deliberadamente de todas esas supersticiones todavía vigentes y, de todas
esas extrañas teorías ~ por no decir ridículas ~ que siempre encuentran crédito en los
espíritus sedientos de maravillas y de imaginaciones fantásticas, que no saben distinguir
lo verdadero de lo falso, y lo que es sensato de lo que no lo es. Concederle fe a todo lo
que se ha escrito sobre los grandes enigmas del origen y fin del hombre, sería en verdad
juzgar muy mal la creación y al mismo Creador y, por nuestra parte, tenemos que
reconocer la sabiduría de la Orden Rosacruz, A.M.O.R.C., en esta materia. Sus
enseñanzas apaciguan el intelecto, revelando lo que es sobre el conjunto de problemas
fundamentales, y al mismo tiempo nos da, con su método práctico, todos los medios
posibles de verificar, no solamente lo que pertenece al campo de lo sensible, sino
también ~ y sobre todo ~ aquello que ha atraído a los más elevados y verdaderos
metafísicos. ¡Todo es tan sencillo, y tendemos tanto a complicarlo!.

Respondiendo a una pregunta que se me hizo en el transcurso de un foro Rosacruz,


declaré: “La hora de la muerte no está fijada; sólo las circunstancias lo están”.
Sobre éste punto vamos a tratar primeramente.

Las enseñanzas Rosacruces establecen que el hombre podría vivir ciento cuarenta y
cuatro años por término medio. La ciencia nos dice, que la duración promedio de la vida
se sitúa hacia los sesenta años actualmente, y que esto constituye un progreso auténtico,
si se compara con los siglos pasados, que era alrededor de cuarenta años. Se observa
pues, según la ley del término medio, una clara progresión, y esto prueba de una manera
muy clara que la vida puede ser, en general, más larga de lo que es ahora.

Es evidente que si el hombre llevase una existencia razonable, perfectamente conforme


con las leyes naturales en lo que se refiere a la nutrición, la bebida, los ejercicios
corporales o a las condiciones de vida, podría alcanzar una edad mucho más avanzada.
Es cierto, sin embargo, que los imperativos de la vida social, la negligencia consciente o
inconsciente de los principios vitales, los hábitos nefastos heredados del pasado o
recientemente establecidos, la manera en que la humanidad, colectiva o individualmente
se comporta, pocas veces permite alcanzar el término medio de edad que nuestras
enseñanzas sitúan hacia los ciento cuarenta y cuatro años. No es menos cierto que si el
hombre quisiera, podría vivir mucho más tiempo. Es un hecho científicamente
comprobado y cósmicamente exacto. La hora de la muerte no está fijada en absoluto. En
otras palabras, “cada ser humano es responsable de la duración de su vida, y no hay,
considerándolo así, “predestinación ni destino””, por emplear un lenguaje corriente. La
predestinación, por otra parte, es incompatible con toda idea de justicia cósmica.
Admitirla como un hecho, sería categóricamente falso, y además desgajaría los
fundamentos mismos de la moral. Porque, si la predestinación fuese una ley exacta, ¿se
les ha ocurrido pensar, que no habría ninguna razón para no aprobar a los que, en la
existencia, buscan a cualquier precio y tan rápidamente cómo sea posible, obtener de la
vida lo que les parece bueno, humanamente hablando?. Si la hora de la gran partida
estuviese establecida con anterioridad, ¿de qué serviría prodigar atentos cuidados a los
enfermos?. Si ha llegado su momento, nada podrá cambiar, y ciertos tratamientos no
harán más que aumentar sus sufrimientos. Si no es su momento, recobrarán la salud y
un simple tranquilizante será suficiente para permitirles franquear ese mal período.
Predestinación implica fatalismo. El amo que se contenta con llevar a su perro al
veterinario para que una inyección abrevie sus sufrimientos, ¿puede decir con sinceridad
que había llegado su hora? O, si cambia de opinión por el camino, ¿pensar que ese no
es el momento para su perro?.
Reconocer que la hora de la muerte está fijada con anterioridad, es admitir todos los
errores y todas las exageraciones. Es negar la utilidad de los logros médicos y de todo lo
que tiene como fin prolongar la vida. Lleva implícito el aplauso de cualquier exceso.
¿De qué serviría luchar por la sobriedad, procurar que todas las cosas estén en su justo
medio, evitarle a éste un plato favorito pero que es peligroso para su salud, o
reprocharle a aquél su vida de noctámbulo, si de todas formas y a despecho de todos los
excesos, no va a vivir un día de más o de menos?
Sus imperfecciones no le impedirán necesariamente cumplir con sus deberes. ¿De qué
sirve entonces, toda esa cantidad de literatura sobre los diversos métodos de conservar
la salud? ¡Qué de tiempo perdido y cuántos esfuerzos vanos!

La naturaleza entera se alza contra el concepto según el cual la hora de la muerte está
fijada de antemano. Es suficiente observar a nuestro alrededor, para darse cuenta de
ello. Si cuida con esmero los rosales de su jardín, serán más productivos, y sus rosas
serán la admiración de sus amigos. Pero si los abandona, perecerán. En este ejemplo, o
en el que he citado antes del perro, no puede decirse seriamente que todo depende del
propietario; es decir, que el perro o el rosal pertenezcan a una persona en lugar de a otra
es porque según las leyes del destino, tiene que ser así. Ante éste razonamiento, hay que
decir simplemente que el propietario del hombre, en lo que concierne a sus elecciones,
es a fin de cuentas su cerebro, y en consecuencia es sólo él el que tiene toda la
responsabilidad.
En conclusión, por mucho que nos guste repetir con cierto fatalismo, ante la transición
de un ser que hemos conocido o amado: había llegado su hora, estamos íntimamente
persuadidos de que, en realidad, esto nunca es así para nadie y, además, pensamos y
actuamos, según una convicción posiblemente inconsciente, radicalmente opuesta y
persuadidos de la idea de que la hora de la muerte no está fijada.

Volveré a tratar de éste asunto más adelante, para considerarlo desde otro punto de vista.
Antes es preciso estudiar en qué forma están fijadas las circunstancias de la muerte.

LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA MUERTE

Toda nuestra existencia está regida por el karma o ley de compensación. Las buenas
acciones dan buenos frutos; las malas se compensan con experiencias penosas y, en
ambos casos, el karma se cumplirá cuando la lección pueda ser más provechosa, sin
tener en ninguna consideración al tiempo. En otras palabras, la compensación podrá
tener lugar inmediatamente más adelante, o incluso en otra encarnación.
No hay ley más justa que ésta ni más reveladora de la justicia, de la bondad y de la misericordia divinas.

Tiene que estar muy claro para un Rosacruz, que la muerte es la última experiencia
dentro de una existencia. En ese momento, la consciencia es capaz de captar con más
intensidad que en ningún otro momento de la vida. La percepción espiritual ~ la
capacidad de conocer del alma, por así decirlo ~ es extremadamente aguda. En suma, el
resultado de una vida, se sintetiza en estos instantes en una impresión final que contiene
a todas las demás. Es en cierto sentido la imagen concentrada de toda una existencia. Al
mismo tiempo, la consciencia se da cuenta del por qué de esta experiencia final y de sus
diferentes elementos. Se puede decir, con todo derecho, que en ningún otro momento de
su vida, el que está muriendo ha vivido con tanta intensidad.
Las circunstancias pueden ser de distintas clases.
Estarán en función del karma de una vida anterior o de la actual. De hecho, serán tan
diversas como los múltiples errores que haya cometido la persona, y tenga que
compensar. Pueden ser de orden espiritual, psíquico o incluso material. Serán de tal
forma, que no solamente compensen un acto, una manera de vivir o una concepción de
la vida, sino que además, constituirán una lección capital para el que atraviesa la gran
experiencia. Contrariamente a la creencia general, la muerte no es en su realidad una
prueba dolorosa ni penosa para el que abandona este plano físico. El cuerpo, en sí
mismo, lo siente en cierta forma, pero la personalidad del alma no sufre los dolores del
vehículo que abandona.

De cualquier manera, aunque la transición tenga lugar en la infancia, en la adolescencia,


en la edad madura o en la ancianidad, las circunstancias serán parecidas, sino en su
forma, al menos en su resultado.
Supongamos que por la ley de compensación, una persona debe morir en un accidente.
Su muerte podrá producirse por un accidente de patineta, de bicicleta, de automóvil, de
avión, por un naufragio o cualquier otra forma similar; siempre será un accidente. Si a
consecuencia de un karma común, debe morir de enfermedad o bruscamente, no faltarán
las causas aparentes, siendo en este caso las circunstancias exteriores: ausencia de un
ser querido, soledad, alejamiento, etc. Sería necesario conocer el ciclo de un alma o toda
una vida para explicar estas circunstancias. Son personales y en todos los casos, un
beneficio para el que las atraviesa.

¿Hay excepciones al gran principio según el cuál la hora de la muerte no está fijada,
cuando sabemos que las circunstancias sí lo están? No, no hay ninguna.
El Imperator de A.M.O.R.C., Ralph M. Lewis [segundo Imperator para el presente
ciclo], llevando el problema al extremo, hizo saber, después de que le pidieran que
precisara sobre este tema, que “algunos aprenden en cincuenta años un número
considerable de lecciones, mientras que otros en cien años apenas consiguen vivir”.
En otros términos, una existencia se valúa, no por su duración, sino por lo que la
constituye, y vale más una vida corta y bien aprovechada, que una larga e inútil.

No hay mayor verdad. El hombre puede vivir más tiempo, pero sí su existencia va a
estar ocupada cada día en buscar la manera de conseguirlo, en examinarse
continuamente para determinar si hay algún fallo; en atormentarse por encontrar la
manera de conservar a cualquier precio una juventud que huye; en concentrar su
atención, las posibilidades de su intelecto y la mayor parte de su tiempo en el
mantenimiento de su forma física, entonces, realmente, ¿de qué le serviría una
existencia más larga, cuándo esa existencia le es tan inútil, desde un punto de vista
universal? El tiempo y el espacio son cósmicamente valores falsos. ¿No sería mejor
vivir veinte o treinta años y llenarlos con una obra que sirva para la evolución personal
y colectiva? Sí, el hombre puede vivir más tiempo y esa decisión debe tomarla cada
uno.
El cósmico, de acuerdo con todas las leyes, comprendida la del karma entre ellas, puede arreglar los
acontecimientos de una vida, de una manera tal, que si es larga, una misión se prolonga o toma otro cariz.
Después de todo, si en su casa se deteriora una bombilla, utilizará otra, y sea cuál sea su
forma, dará la misma luz y realizará el mismo servicio. Por consiguiente, ya sea en un
cierto número de años, en una vida normal, en dos o tres, su alma-personalidad tendrá
todas las ocasiones necesarias para seguir su camino y para instruirse por medio de
diversas lecciones, ya que la muerte no para a nadie. Se puede leer el libro del ciclo
cósmico por párrafos, por capítulos o de una sola vez, en una o varias existencias. Cada
uno decidirá lo que debe leer cada vez y, por ésta razón, cuidará más o menos su ser
físico, según lo que haya decidido. Simplemente, cerrando el libro, antes de volverlo a
abrir, gozaremos por breves instantes de un estado interior que será el resultado de las
diversas experiencias que hayamos atravesado con los personajes de la obra durante
nuestra lectura.

Habiendo sentado el principio de que “la hora de la muerte no está fijada, mientras que
las circunstancias sí lo están”, avanzaremos un poco más en nuestro conocimiento de
esta última experiencia.
Permítanme, sin embargo, recordarles que ignoraré obstinadamente todo ese amasijo de
pretenciosas teorías sin fundamento, aceptadas tan sólo por soñadores o vagabundos del
ocultismo barato. No juzguen estas palabras como demasiado severas. En la función que
yo asumo, veo cada día la profunda desesperación de los que, por debilidad o de buena
fe, han aceptado como verdades, absurdos sin nombre que amargan sus días, confusos y
torturados por los obscuros espejismos sembrados en ellos por algún hábil profesional
del misterio, o por alguien desgraciadamente inconsciente, sediento de viles honores y
de baja admiración. La verdad es tan sencilla y tan bella en su pureza, que nos
contentaríamos con compadecer a aquellos que se dejan enredar en los hilos de
semejantes ilusiones, si no estuvieran acompañadas de una terrorífica cohorte de dolores
inagotables y de remordimientos inútiles. Nadie puede quedarse insensible ante el mal
perpetrado por tan malos libros y falsas teorías. Callarse es consentir, es hacerse
cómplice de la lucrativa o no lucrativa mentira, y naturalmente participar en la grave
falta cometida. Sin disertar sobre sus propósitos, descartemos pues, enérgicamente estas
fastidiosas consideraciones, y contemplemos los acontecimientos de nuestra experiencia
anímica en su noble verdad. Es él más sincero homenaje que se le puede rendir al autor
de todas las cosas, y el mayor respeto que se les puede tener a los demás y a nosotros
mismos, como criaturas de un universo magníficamente ordenado.

Hace unos diez años, me encontré a una madre de familia que en el transcurso de un
viaje muy reciente, había padecido una grave crisis diabética que la sumió durante unos
tres días en coma. Se avisó a su marido e hijos para que acudieran a su cabecera, pues el
acontecimiento parecía fatal. Pero se repuso y pudo volver a su casa con los suyos. Poco
tiempo después tuve la ocasión de conversar con ella. Naturalmente, le expresé mi
simpatía y le dije que estaba enterado de cuánto había sufrido durante ése crítico
período. “¿Sufrido?” ~ me respondió ~ jamás en mi vida había estado tan bien. Me
parecía encontrarme más allá de mi cuerpo; percibía a mi marido cerca de mí, abatido
por el dolor, me oía a mí misma gemir y pensaba; soy una insensata en lamentarme así y
asustar a mis seres queridos; me siento tan bien … Si pudiera por lo menos dejar de
quejarme …”

Algunos meses más tarde, una crisis más grave se la llevaba. Esta mujer era incrédula,
relativamente poco culta y no se interesaba en las cuestiones metafísicas.
Cómo ya dije, en el momento de la transición, el cuerpo parece compadecerse de sí
mismo. Los lamentos del moribundo son, en efecto, una reacción puramente física y
cada vez más inconsciente. A medida que se produce la separación, pueden mantener su
identidad, pero el alma-personalidad no sufre en ningún momento. Para que sirva de
comparación, conviene observar lo que pasa durante el sueño en circunstancias menos
serias.

Si nos despertamos con un fuerte dolor de cabeza, es evidente que el dolor no ha


comenzado en el momento de haber vuelto a tomar contacto con el mundo exterior.
Existía antes, pero no teníamos consciencia de él; no lo percibíamos. Ocurre lo mismo
en la transición. El cuerpo parece a veces que sufre, pero no hay ninguna consciencia de
dolor. Es cierto que antes de llegar los últimos momentos, mientras que el enfermo es
todavía él mismo sufre, porque permanece consciente, pero a partir de ese crepúsculo
que se llama coma, ya no hay más dolor; únicamente hay una forma de automatismo
puramente físico y todo pasa al nivel más inferior; los lamentos son una simple reacción
del mecanismo corporal.

LA MUERTE COMO NACIMIENTO

Por el contrario, desde el comienzo de la separación, hay en el moribundo una


percepción aguda de un orden más elevado. La consciencia se expande para abrazar un
conocimiento más amplio, que incluye el entorno y también el mundo diferente donde
ella se encuentra. Bajo todos los aspectos la muerte es un nacimiento ~ la vuelta a una
condición menos limitada. Asimismo, se podría decir que la muerte es una simple toma
de consciencia del ser liberado de las trabas que lo encadenaban, ofreciéndole así las
experiencias necesarias para una percepción espiritual siempre más elevada. Estas
nociones son las que vamos a considerar ahora.

Examinemos brevemente lo que ocurre en el nacimiento y por analogía,


comprenderemos mejor los primeros instantes de alma-personalidad, liberada de sus
trabas corporales. Cuándo el recién nacido toma su primer aliento, un alma-personalidad
se encarna. La vida entra en un cuerpo preparado para el cumplimiento de una misión
individual. Durante algunos días, por así decirlo, el alma-personalidad traba
conocimiento con su morada. Continúa en cierta medida, en el estado de pura
contemplación que acaba de abandonar, pero al mismo tiempo, se inicia en el mundo en
el que debe manifestarse, para lo cuál, necesita aprender a utilizar el vehículo físico
puesto a su disposición. La consciencia espiritual se extiende entonces por los diferentes
órganos y por todas las partes del cuerpo. Después de algunos días, por ejemplo, tendrá
toma de consciencia de las imágenes visuales. Estas, por supuesto, existían antes, pero
no eran percibidas; ahora se harán cada vez más perceptibles hasta llegar a una plena
consciencia. El niño al principio no está conscientemente separado de su ambiente. No
siente nada como exterior a sí mismo. Todavía no es la individualidad consciente a la
que tiene que llegar a ser, poco a poco. Va cambiando, sin actuación por su parte. De
hecho, aprende las primeras lecciones de la vida en el mundo y, lentamente, al
objetivarse, pierde a causa de una educación demasiado materialista, toda noción de su
anterioridad cósmica que, sin embargo, siempre estará latente en él.

Pasemos estos datos al plano de lo invisible.


Veamos a un alma-personalidad abandonar el instrumento del cuál se ha servido durante
años para manifestar en el mundo material. Esta personalidad espiritual, en ese
momento, tiene una profunda impresión de liberación. Le parece haber sido liberada de
pesadas cadenas y, para usar una imagen clara, diríamos que experimenta el bienestar
infinito de una respiración libre de todo impedimento. Sin embargo, esta impresión es
súbita: no hay consciencia de un nuevo estado. De la encarnación que acaba de
terminar, el alma-personalidad, no se ha separado del todo. Conserva en ella la marca
del mundo que abandona. Su consciencia, por así decirlo, sigue aún en el medio desde el
que se ha elevado. Lo irá abandonando lentamente, y si en el plano cósmico la noción
del tiempo fuese de alguna manera válida, podríamos decir que esa toma de consciencia
del nuevo estado, tiene una duración equivalente a la que precisa el niño para darse
cuenta de su realidad física. Una personalidad evolucionada, necesita un cierto tiempo
para saber que ha vuelto a unirse al plano cósmico, y mucho más, el alma que ha estado
prisionera en un ser frustrado o profundamente materialista. Con esto, quiero decir que
una personalidad evolucionada, aceptará inmediatamente su estado, mientras que otra
rehusará admitir que ha abandonado un mundo al que se encontraba muy unida por
alguna actividad definida. Aquí tocamos el problema de las almas apegadas a la Tierra,
sobre el cuál volveremos más adelante, cuando estudiemos los planos o moradas
espirituales, con el fin de aclarar definitivamente este punto y demostrar que semejante
situación no tiene nada de trágico para estas almas, exceptuando la tristeza que produce
verlas retrasarse en relación con la evolución general. Todos hemos sido, en una época
más o menos lejana, un alma apegada a la Tierra. Esta es una fase normal del ciclo
general de la evolución. Lo esencial en este ciclo, es sobrepasar esta fase y alcanzar sin
cesar metas más elevadas.

El alma-personalidad, en el momento de la transición, conoce un proceso idéntico al que


atravesó en el nacimiento. Vuelve del mundo cargada con nuevas experiencias que van
progresivamente sintetizándose en una lección general de un nivel superior, en mayor o
menor grado, al de antaño y esta lección, fundida con todas las anteriores, será la base
de un desarrollo ulterior. Lo mismo que el carbón es en esencia el más puro diamante,
toda personalidad, por muy llena que esté de imperfecciones, deberá inevitablemente,
ocupar su sitio antes o después, entre las más bellas joyas de la corona divina. Es
necesario recordar esto, cuando un ser querido abandona nuestra compañía. Si partimos
para un largo viaje, los que se quedan se sienten tristes y nuestro corazón se angustia,
pero nos consolamos pensando que aunque separados por grandes distancias, seguimos
viviendo, y sin duda nos volveremos a encontrar tarde o temprano. ¿Acaso no ocurre lo
mismo con la muerte de un ser amado? Esa alma-personalidad que se va, sigue su
existencia y no ha hecho más que precedernos. La volveremos a encontrar en espíritu y
en verdad. Incluso diría que, estaremos así con ella desde el momento de la transición,
porque nunca como a partir de ese instante, habremos estado ambos más unidos en la
realidad de nuestro ser.

Después de estas consideraciones, estudiaremos las diferentes moradas de alma en el


plano cósmico. Es probable que volvamos sobre los instantes mismos de la transición y
ampliemos los detalles. Un tema tan complejo, obliga necesariamente a continuas
precisiones, incluso a repeticiones, pero al final de la exposición, habremos logrado
nuestro objetivo, y todos los puntos quedarán perfectamente aclarados. Ya no habrá para
nosotros “más problemas de la muerte”.

Vamos a contemplar un alma-personalidad separándose lentamente de su envoltura


material. Está abandonando un vehículo que ya no le es útil por razones funcionales y,
mientras espera las nuevas experiencias que deberá conocer para su propia evolución
desde su última reintegración al Todo Universal, descansa por cierto tiempo, reposando
en el nivel de uno de los planos previstos desde el comienzo.

PLANOS

Tocamos aquí un punto muy delicado de nuestro estudio. Cuando hablamos de planos
tenemos la tendencia a imaginarlos desde el punto de vista limitado de nuestras
concepciones humanas y cometemos tremendos errores. Para la comprensión de
verdades tan sutiles, es necesario emplear muy bien las palabras y expresiones, que sean
susceptibles de volver intelectualmente tangible lo que es necesario que nos
representemos mentalmente, pero es esencial que estas palabras y expresiones no
limiten nuestro conocimiento de lo que es en espíritu y en verdad. De hecho, en el reino
cósmico no hay planos delimitados a los que unos van y otros no. No hay más que
grados de evolución, por consiguiente, de percepción, y a estos grados son a lo que
corrientemente llamamos planos. A título de ejemplo, el mundo manifestado en el cual
nos movemos actualmente, en cuanto a seres humanos, es un plano delimitado sólo en
apariencia.
De hecho, no es más que un plano entre otros ~ en medio de otros ~ e incluso ya en este
mundo material, algunos participan en los distintos grados más elevados, quedándose
otros más o menos detrás.
Recuerden que los hombres son diferentes, según el grado de evolución que han
alcanzado, y esto es lo que hace la magnificencia de la creación. Si hubiera planos en el
sentido normal que se le da a esta palabra, sería necesario que hubiera uno para cada
alma-personalidad, y juzguen ustedes por éste hecho el absurdo de ciertas teorías
concernientes a la muerte y sus misterios. No puede haber, en cualquier caso, más que
conciertos entre las almas-personalidad encarnadas o no. Imaginen el clavijero de un
piano y sus octavas. Son las mismas notas en diferentes grados y, sin embargo, estos
diferentes tonos musicales son los que permiten composiciones inagotables, nuevas,
diferentes e infinitas. Sin embargo, estas notas están en un solo clavijero común a todas
ellas.
Traspasemos esta noción al nivel de la creación; pronto comprenderemos cómo las
almas-personalidad, por muy numerosas que sean, muy bien pueden estar reunidas en el
concierto de un clavijero espiritual común y, más particularmente, en una gama común
según su estado de evolución. Tengan presente en el espíritu, el hecho de que en el
clavijero lo mismo que en su octava, cada nota conserva su originalidad y permanece
siempre distinta de las demás. Incluso absorbida en el Todo, el alma-personalidad
seguirá siendo ella misma. Volveremos sobre este punto, cuando abordemos la cuestión
de la reintegración final y sin retorno.

Por el momento, sigamos nuestro examen de los planos y grados de evolución.


Dejemos de lado el universo material que tan bien conocemos y que podemos
comprender más fácilmente, para centrar nuestra investigación en el reino cósmico. Allí,
las almas-personalidad se reconocen, se perciben según su grado. Para que nos sirva de
imagen, entre esa multitud vibrante de entidades espirituales que forman una sola y
única colectividad, algunas almas-personalidad se perciben mutuamente, entran en
contacto unas con otras, comulgan juntas. Las que han alcanzado un grado superior de
evolución conocen a las de su nivel o niveles inferiores. Las ven y las oyen; las
comprenden. En cambio, las que todavía pertenecen a niveles de evolución inferiores, se
perciben armónicamente entre sí, pero no conocen a las que son superiores. Espero
haberme hecho comprender bien, y para estar seguro de ello, pondré un nuevo ejemplo.
Sobre este plano físico, estamos rodeados de vibraciones de todas clases, que nuestros
sentidos limitados no nos permiten percibir. Entre otras, están las ondas de la radio y de
la televisión.
Sabemos que éstas existen y podemos captarlas con un receptor adecuado, pero no
podemos percibirlas por nosotros mismos. Supongamos que estas ondas fuesen
inteligentes, dotadas de consciencia. Nos conocerían sin que nosotros las
conociéramos; y si lo deseasen, podrían manifestársenos, aunque no estuviésemos
preparados para percibirlas, por medio de un aparato que las pusiese en alguna
frecuencia perceptible para nuestros sentidos. Este ejemplo simplemente quiere mostrar,
por analogía, la condición cósmica de las almas-personalidad, pero aún podríamos
añadir que las miríadas de vibraciones que existen alrededor nuestro, también están
mezcladas entre sí unas con otras, sin que por eso se confundan jamás, cumpliendo
según su grado, el fin que les es propio. Tal es en verdad, la situación en la que se
encuentran todas las almas-personalidad que se han desembarazado de sus cadenas
materiales. Es de alguna manera, el estado de unión y les ruego que lo recuerden a lo
largo de mi exposición ulterior, porque a partir de ahora me voy a ver forzado a
particularizar con exceso, en más de una ocasión, para hacerme comprender.

Existen en el plano cósmico grandes planos, conciertos o grados, y ahora podrán


entender, mejor todavía, la importancia que los místicos, y en particular los Rosacruces,
le han dado siempre a ellos.
Comprenderán mejor el símbolo de éstos y su valor místico, temas de los que se habla
en ciertas monografías e iniciaciones. Prestarán también más atención a la universalidad
de estas gradaciones sagradas.
Estos grados incluyen el grado físico. Existen siete grados fundamentales que
repercuten, por así decirlo, en otros grados, cada vez más sutiles o depurados; es decir,
más y más iluminados en el sentido más noble del término. Los grados más altos o
conciertos están en resonancia con los grados más inferiores de la misma naturaleza
fundamental, de tal forma que en el plano cósmico las almas-personalidad de los
primeros grados, pueden abrirse a la percepción de los siguientes, según el plano al que
pertenecen, y recibir de allí una ayuda eficaz. Sobre el plano material, por ejemplo, la
tendencia intuitiva a rezar de una u otra manera y dirigir las súplicas en un sentido u
otro, revela el grado de evolución alcanzado. Toda tentativa para adoptar otra fórmula,
si la evolución no ha cumplido su obra, está abocada al fracaso. El interesado sentirá
como una especie de vacío o, para ser más expresivos, que eso no funciona.
Exactamente lo mismo pasa en la esfera de lo invisible, aunque de una manera mucho
más sutil y espiritual.

La pregunta que viene a la mente ante estos hechos, es la siguiente: ¿Qué ocurre con el
alma-personalidad después de la transición? ¿Se va inmediatamente al plano que le
corresponde o, si se quiere, a su comunión o concierto? O bien, ¿se queda por algún
tiempo cerca de sus seres queridos y lugares que amaba?

Para responder a esta pregunta, vamos a seguir el desarrollo cronológico de la transición


de un alma-personalidad hacia su destino cósmico. El cuerpo, en un último esfuerzo,
acaba de darle total libertad al alma-personalidad que albergaba. Esta se encuentra libre,
pero todavía está un poco marcada por las vibraciones materiales que la impregnaban
mientras estaba encarnada. Se siente inmensamente ligera y al mismo tiempo unida por
una percepción más sensible al entorno que acaba de abandonar. Siente a los que están a
su alrededor de una manera más intensa, y le parece ser ellos al mismo tiempo que ella
misma, y la forma en que siente es comparable a la que el cuerpo le permitía percibir
con sus cinco sentidos objetivos, además de un poder de síntesis y de percepción mucho
más intenso. Podríamos decir que es como aquellos a quienes percibe y al mismo
tiempo es ellos.
Si está suficientemente evolucionada, comprenderá lo que pasa y podrá transmitir a los
seres queridos que acaba de dejar vibraciones apacibles y reconfortantes, que les
ayudarán a soportar la separación provisional.
Si tiene alguna cosa importante que comunicarles, o no ha podido hacerlo a causa de una transición
demasiado repentina, se servirá del mismo medio; es decir, se esforzará en hacerles la revelación
necesaria interiormente, dirigiéndose al yo espiritual de los que siguen en el plano físico. No utilizará
otros medios, porque no puede hacerlo, no puede desearlo y no lo desea. Si los que continúan aquí abajo
se abren interiormente y se encuentran en el estado interior deseado, como normalmente ocurre entre
seres que están unidos por los lazos de amor, la comunicación les llegará más fácilmente, sin que
necesariamente se den cuenta que proviene del ser desaparecido. Pensarán o actuarán de una manera
definida, creyendo que parte de ellos el origen de su comportamiento, sin sospechar que sea una posible
sugestión del difunto.
Si a causa de un estado de exteriorización demasiado intenso, la impresión que
transmite el desaparecido no es inmediatamente percibida, se quedará, sin embargo,
latente en el yo subconsciente del destinatario y en la primera ocasión, tarde o temprano,
aflorará al nivel consciente, será aceptada y puesta en ejecución. Debo recordar que
únicamente las impresiones buenas y constructivas pueden transmitirse, llegar a su
destinatario y ser objetivadas por él, bajo su responsabilidad.
Toda impresión negativa o destructiva será rechazada por el yo espiritual del que la
recibe. Toda reacción de desagrado es debida al yo humano, en los únicos niveles
mental e intelectual, elementos motores de la vida manifestada.

ALMAS APEGADAS A LA TIERRA

Antes de seguir adelante, vamos a agotar el tema del nacimiento de un alma-


personalidad, concentrándonos algunos instantes en las almas que según hemos dicho,
se encuentran apegadas a la Tierra.
Debo precisar que, a pesar de las apariencias y conclusiones precipitadas debidas a un
examen demasiado superficial de un mundo extremadamente materialista y
materializado, hay relativamente muy pocas almas apegadas a la Tierra. Sigo precisando
que estas almas-personalidad están apegadas al mundo físico sólo y exclusivamente por
su culpa, a causa del materialismo terrenal amalgamado con ellas durante su
encarnación. Estas personalidades son, por así decirlo, demasiado pesadas para
encontrar rápidamente su concierto y, de hecho, ningún grado cósmico corresponde a su
naturaleza. Están todavía en el grado físico; ante todo, deben tomar consciencia y
arrojar sus últimas cadenas antes de volverse a unir a un grado verdaderamente cósmico
~ un grado que, necesariamente, tiene que ser el más bajo de los seis de la primera serie
inferior de la esfera espiritual. ¿Por qué están estas almas encadenadas a la Tierra? ¿A
que se debe su estado? Esto es lo que ahora vamos a examinar brevemente.

Las almas encadenadas a la Tierra, por emplear la expresión habitual, permanecen en la


órbita de nuestro globo, en eso que normalmente llamamos cono de sombra de la Tierra.
Inspirados pintores han sabido representar esta condición; poetas malditos o no, le han
dado imagen en caóticas estrofas; grandes compositores lo han expresado en lúgubres
ritmos y, sin embargo, a mi manera de ver, aunque todos ellos han intuido el estado, no
han visto más allá de él.
Ninguno de ellos ha sabido ver la esperanza al final de la noche. Como ya he dicho,
cualquiera que sea nuestro estado actual de evolución, todos hemos sido, en un
momento u otro de nuestro ciclo anímico, un alma apegada a la Tierra. Es una fase
normal de las experiencias que debe afrontar el alma-personalidad. Hemos
experimentado este estado y, por eso, ahora somos místicos ávidos de Dios y de
regeneración. Es posible que lo fuéramos menos, si en lo más profundo de nosotros no
persistiera el recuerdo de la noche. Las almas encadenadas a la Tierra están en Dios
igual que todos nosotros. En Él son el movimiento, la vida y el ser, al igual que todas las
criaturas. Sólo es necesaria una súplica por su parte, para que sean instantáneamente
liberadas de sus cadenas. Permanecen encadenadas por su propio deseo, no quieren
soltarse, siguen aferradas a la Tierra, a su vanidad y a sus engañosas ilusiones.

Insisto en que estas almas-personalidad son poco numerosas. Son la excepción dentro
del ritmo, la discordancia que a pesar de todo, acrecienta, por contraste, el valor de la
armonía. En contra de las apariencias, son extremadamente raros los seres que en
nuestra Tierra llevan una existencia tan vil y siniestra, tan cruel e insensible, tan
monstruosamente egoísta y tan criminal, como para producir sobre el plano cósmico
estas almas-personalidad, cuyo único interés está en el mundo manifestado, rehusando
temporalmente todo progreso hacia un grado de comprensión y un estado superiores. El
más obstinado de los ateos, el más escurridizo de los incrédulos ( o de los que dicen
serlo) conservan las cualidades del corazón, de honestidad, de servicio, aunque sea
interesado, suficientes para clasificarlos en la categoría de criaturas evolucionadas de
nuestro mundo.
Frecuentemente se tiene la tendencia a pensar que las profesiones de fe, las
mortificaciones, las renunciaciones, o los gestos exteriores, son el signo de un ser
espiritualmente superior. Olvidamos que desde el punto de vista cósmico, el hombre es
juzgado por sus actos, por sus prácticas y utilización de la existencia y por su profunda
y verdadera intención ~ jamás por sus creencias o actitudes. Por eso, el ateo honrado, es
más merecedor que el hipócrita piadoso; uno y otro serán juzgados por su verdad, no
por sus afirmaciones. Nunca podemos afirmar, que tal o cuál persona famosa por sus
errores o crímenes, pueda ser un alma encadenada a la Tierra. Es posible que su
compensación kármica sea tremenda, pero esto no significa que esa alma no se reunirá,
en el reino espiritual, con uno de los grados en el que podrá medir con más rigor la
amplitud de sus faltas, y la necesidad de repararlas. Por el contrario, tanto el hombre
ignorado como el célebre, si viven una existencia dominada por una pasión que los
convierte poco a poco en ella misma, hasta el punto que ya no sufren por su causa, sino
que es la pasión encarnada en su ser la que piensa y actúa por ellos; por supuesto que
estos hombres mantienen su alma en el cono de sombra de la Tierra. Están cargados de
vibraciones materiales intensas, centrados exclusivamente en su pasión y en un mundo
en el que esa pasión puede ser saciada y, en cierto modo, voluntariamente, permanecen
en la proximidad del medio que aman esperando lo imposible, creyendo o soñando que
viven como antaño y, sufriendo, oprimidos por una pesadilla que se eterniza, a la espera
de un despertar que no se produce. Creo inútil repetir que tales almas-personalidad no
pueden de ninguna manera influir o actuar sobre los seres vivientes. No solamente les es
imposible, sino que además están tan replegadas sobre sí mismas en su estado, que en
muchos aspectos se parece al sueño, como para simplemente tener el deseo, ni siquiera
el pensamiento.
Sin embargo, es verdad que gentes inexpertas, o bien particularmente sensible,
supersticiosas y temerosas, dispuestas a aceptar y reconocer todo, se ponen algunas
veces, por medio de sus vehículos sutiles, en un estado psíquico tal, que se elevan hasta
el nivel de las almas encadenadas e impresionadas psíquicamente por lo que sienten,
transmutan estas impresiones en interpretaciones grotescas y groseras, y condicionadas
por su comprensión desviada, se hacen una idea radicalmente errónea del reino cósmico,
y generalizando un hecho excepcional, ¡deciden que han encontrado un ser demoníaco
o una potencia siniestra! ¡Que decir de los que se dejan guiar por semejantes
impresiones! ¡Sacan de ellas unas enseñanzas y un modo de vida …!
Su fantasía se mezcla con otra todavía más trágica, aunque momentánea, y construyen
así un castillo sobre fina arena.
Tendrán suerte si tales quimeras no les conducen, por su propia culpa, a un mayor o
menor desequilibrio y si sus interpretaciones, gracias a la divina Providencia, les
conducen a conclusiones con las que pueden llevar una existencia más o menos
razonable.

Las almas encadenadas a la Tierra, a pesar de lo pocas que son, forman un concierto de
excepción que tiene sus propios grados. En la mayor parte de los casos, estas almas se
liberan pronto de sus cadenas, se deshacen de su sueño y sus quimeras, cesan de
replegarse sobre sí mismas y sus recuerdos. Comprenden su estado y entonces aparece
la luz al final del túnel. Otras cargadas más pesadamente, podrán reencarnarse llegado el
momento, aunque no hayan hecho ningún progreso. Esto, únicamente será posible,
cuando el mundo, un país, una colectividad o incluso una familia, a causa de una deuda
kármica qué compensar, de una depuración qué sufrir o de una lección difícil qué
aprender, tengan que educar a la serpiente en su seno y conocer, por medio de ella, el
crisol de la prueba de donde saldrá la comprensión y la luz.

No olvidemos jamás que, si estas almas encadenadas a la Tierra no perciben lo que está
por encima de ellas y, por su propia culpa ~ iba a decir por su propia voluntad y su
propia decisión ~ no ven más allá de sí mismas, hay por encima otros grados o
conciertos, otras familias espirituales que las ven y proyectan sobre ellas vibraciones de
amor y de paz, que al primer gesto que hagan, afluirán sobre ellas, purificándolas y
dándoles tanta luz como les permita su receptividad, que será tan grande como la
intensidad de su llamada.

He hablado largamente, quizás demasiado, de estas almas-personalidad. Su número es


tan poco elevado, que unas cuantas líneas habrían bastado. Sin embargo, se les ha dado
tanta importancia en la literatura mística bajo un nombre u otro; se ha generalizado tanto
sobre ellas, y el miedo que tal estado suscita está tan arraigado en la consciencia de la
mayoría, que convenía insistir sobre este punto y llevarlo a sus justos términos. Como
he afirmado en incontables ocasiones, la transición del alma-personalidad es un
acontecimiento tan ineludible, noble, glorioso y grandioso, que el profundo
conocimiento de los hechos que lo envuelven, es una fuente de paz y profundo consuelo
~ jamás de temor. ¡Qué insulto a un universo majestuoso y admirablemente ordenado,
dejar que se extiendan tantos errores deprimentes, tantas teorías obscuras y
atemorizantes, que con tanta fuerza se adhieren a los espíritus y son la fuente de tantos
dolores morales!
Las almas encadenadas a la Tierra lo están voluntariamente. Si un ser cercano a
nosotros, aun poseyendo grandes riquezas, lleva a causa de su avaricia la existencia de
un mendigo, sin que sea posible hacerle razonar, ¿haríamos algo más que lamentarlo
mentalmente y abandonarlo, volviendo a nuestras ocupaciones personales,
suficientemente cargadas de preocupaciones, pensando:”después de todo, si se comporta
así, es porque le gusta”? No nos preocupemos demasiado de las almas encadenadas a la
Tierra. Pensemos en ellas, como lo hacen de más arriba, para enviarles vibraciones de
amor y de paz que las envuelvan. Se beneficiarán de ello en su momento, pero cuándo
llegue ese momento, depende de ellas. También de la misericordia divina, esa ley
cósmica tan bella e incomprendida.
No depende de nosotros.

EL MARAVILLOSO CONJUNTO

En la gramática hay ciertas excepciones. Pero, felizmente, estas excepciones no


constituyen la gramática.
Al empezar con las excepciones espirituales, hemos elegido un camino que nos permite
volver a la regla y, de esta manera, poder abarcar el maravilloso conjunto.

Las reiteraciones, en un tema tan elevado, son necesarias para poder explorar
perfectamente todas sus fases. Volvamos pues una vez más a los instantes en los que la
transición se acerca y, examinemos lo que le ocurre al alma-personalidad, cuya
expresión en el plano material, ha estado dentro de la norma, según la comprensión
cósmica y las reglas de la evolución.

El único combate, en el momento de la muerte, si es que a esta fase generalmente rápida


se le puede llamar combate, tiene lugar sólo en el nivel mental.
Sólo tendrá lugar, si existe temor; es un reflejo medio psíquico, ante lo que todavía es
desconocido para el cuerpo. Esta impresión cesa, cuando el alma queda totalmente
liberada. No existe si el moribundo se extingue apaciblemente, sin temor, en un
ambiente armonioso. Volveremos más tarde sobre el ambiente que debe rodear al que
nos deja, pero bueno es por el momento, insistir en el hecho de que toda manifestación
ruidosa y desordenada, aunque no culpable y justificada por una profunda pena, no
ayuda en nada al moribundo. Este, mientras todavía está consciente, sufre en su cuerpo
por no poder dar el consuelo que necesitan los que le rodean. Quisiera hacerlo pero no
puede. Además, si su temor todavía subsiste, los gritos y lamentos ruidosos aumentarán
el esfuerzo que tiene que hacer por reconocer esa incógnita que se abre ante él. El alma-
personalidad completamente liberada, quisiera hacer partícipe a los que acaba de
abandonar físicamente, del bienestar que experimenta en su nuevo estado. Como ya he
dicho, lo único que hace es esforzarse en transmitir vibraciones consoladoras desde el
interior, pero los instantes que con gran amor emplea en este esfuerzo, le serían útiles,
por otra parte, si los consagrase a volverse a conocer a sí misma y a su nuevo estado, sin
por eso romper los lazos de afecto que siempre la unirán con los que se quedan. Si un
ser querido les abandona, dejen libre curso a su pena interior, lloren, pero en silencio,
con respeto y dignidad. Es la mejor asistencia que pueden darle al que parte para el
reino del reposo y de la paz.

En el momento de la separación del alma, el cuerpo permanece pasivo, la liberación se


produce, de alguna manera, desde arriba. Es como si el alma-personalidad fuese
aspirada por el medio que le es propio. De hecho, nosotros, como Rosacruces,
comprendemos que el alma universal, en cuyo seno se ha desarrollado esta personalidad
particular e individualizada, “se retira en ese momento con su fuerza cohesiva y vital de
un vehículo físico que ya no le es útil, llevándose en su retirada, la personalidad
encarnada”.

Constataremos también que, entre los adeptos avanzados, hay algunos que todavía creen
que la personalidad anímica apenas liberada de sus amarras materiales, se presenta
inmediatamente delante de un juez que determina el valor de la encarnación que
finaliza, y adjudica al alma-personalidad una morada por un tiempo definido. No existe
juez ni entidad encargada de tal misión en el plano cósmico. El alma-personalidad se
juzga a sí misma, como ya veremos, y su grado de evolución, teniendo en cuenta su
última encarnación, es lo que hará que pertenezca durante su estancia en el plano
espiritual, a un grupo espiritual u otro, al ambiente vibratorio de uno u otro concierto o
familia cósmica.

Otro error extremadamente grave y muy extendido, consiste en creer que, apenas la
transición ha terminado, el alma-personalidad ve a Dios, a Cristo o a algún otro maestro
cósmico, que acude a dar su veredicto en un sentido u otro. Semejante creencia es un
absurdo. No olvidemos que “ como es arriba es abajo”. En la Tierra estamos rodeados y
penetrados por todas partes de múltiples y diversas vibraciones y, aunque somos partes
integrantes de un universo cósmico poblado de seres desencarnados, no nos damos
cuenta de su presencia; pensamos y actuamos a nuestro nivel y nuestra participación se
limita a lo que estamos capacitados para alcanzar, sea por nuestros cinco sentidos o por
nuestras facultades psíquicas más o menos desarrolladas. Lo mismo ocurre con el alma-
personalidad desencarnada. En otros términos, no tiene más consciencia de la que
tenemos los humanos de los planos o grados que le son superiores y, menos aún, de las
personalidades que los habitan. De hecho, tanto ellas como nosotros, todos vivimos en
Dios.
Nunca repetiremos bastante que, en Él tenemos la vida, el movimiento y el ser. Como
por lo general no estamos suficientemente evolucionados, no tenemos consciencia de
ello. En la misma situación que nosotros están las almas-personalidad, salvo si han
adquirido el grado de perfeccionamiento deseado, que les permita vibrar en el nivel de
ese concierto sublime y final. Por consiguiente, la personalidad anímica desencarnada
experimenta sólo una transferencia de consciencia en el nivel de lo invisible, en el
nuevo estado que será suyo. Sea cual sea la familia, concierto o grado al que pertenezca,
se encontrará en la misma situación que nos encontramos nosotros aquí abajo con
respecto a los planos superiores, en los cuáles creemos aunque no los conozcamos, con
la diferencia considerable que ella será capaz de conocer el punto alcanzado en su
desarrollo en relación con el alcanzado en su lejano pasado, ahora totalmente
descubierto ante ella. Verá y comprenderá los errores cometidos durante la encarnación,
aceptando la necesidad de una justa compensación para su propio bien, en condiciones
y medios similares a los que conoció anteriormente.

Antes de unirse a uno de los grados de los cuales he hablado antes, el alma-personalidad
permanece durante unos siete días en el ambiente, en el aura de la Tierra, y en particular
en las proximidades de la residencia que acaba de abandonar. Puede parecer inútil
conocer o señalar este rasgo humano de un estado espiritual. Efectivamente lo sería, si
no sirviese de ayuda a los que se quedan en el plano físico. El alma-personalidad
durante estos siete días se habitúa a su nuevo medio. Toma consciencia, se despierta a
un estado que es fundamentalmente el suyo, pero del cual había perdido el hábito. Al
mismo tiempo mantiene contacto con los que ha abandonado, de la manera que ya he
mencionado antes, no de otra. Es como un último adiós a las circunstancias que ha
conocido y a los seres queridos que ha abandonado provisionalmente. Si tiene
consciencia de alguna circunstancia en particular, la ve inmediatamente de nuevo; ella
es esa circunstancia. Si tiene el recuerdo de un ser que ha amado, inmediatamente está
en comunicación interior con él. Ella es inmediatamente aquello de lo que tiene
consciencia. Pero sobre todo, al darse cuenta de su nuevo estado, comprende que
necesita elevarse, es decir, encontrar su familia espiritual, participar en su grado. Si no
ha tenido interés durante su encarnación en cuestiones metafísicas o espirituales, no
comprende lo que debe hacer, estos siete días le sirven para conocer sus facultades, sus
nuevos poderes y habituarse a ellos. Lo que pasa a continuación, quizás, sea poco
esperado por ella; permanece en este estado de la transición, hasta que no esté en
desventaja con las almas más adelantadas.
¿Qué va a pasar a continuación?

Todos los adeptos reconocen que en este momento, el alma-personalidad entra en un


período que, usando una imagen, puede compararse al sueño. Realmente se trata de un
período total de consciencia. Podemos llamar a este estado segunda muerte o de
cualquier otra manera. Poco importa el nombre en tales materias. ¿Por qué este sueño?
¡Qué admirables son las leyes del cósmico! Esta particularidad de la transición del alma,
ha sido establecida de acuerdo a la gran, a la única ley de amor universal que preside la
creación. El alma-personalidad, habiendo tomado consciencia de su nuevo estado,
necesita ahora unirse a su grado o concierto. En otros términos, necesita tomar
consciencia de sus almas hermanas ~ de esas almas que por distintos caminos y
diferentes experiencias, han alcanzado el mismo nivel espiritual. Contemplen a un niño
durmiendo. A medida que pasan los días, días hechos sobre todo de sueño, el bebé va
despertando a la vida del mundo. A cada nuevo despertar, sus ojos brillan más, su
sonrisa se agranda.
Poco a poco va conociendo el entorno humano. En el plan cósmico, después de una
vigilia temporal, después de la transición de un plano al otro (a ese plano que el bebé
vuelve a encontrar durante su sueño, pero de modo inverso y por razones parecidas de
toma de consciencia), el alma-personalidad se duerme.
En este punto mi concepción difiere de las conclusiones de todos lo que se han dedicado
a investigar sobre la gran experiencia. Algunos constatan este sueño sin más. Otros
declaran que tiene lugar bajo la influencia de la familia espiritual a la que pertenece el
alma-personalidad y más particularmente bajo la influencia directa de una o varias
almas-personalidad de esta familia, venidas al encuentro de la que llega, para conducirla
sana y salva a su morada. La verdad es mucho más bella que todas estas
interpretaciones. El universo está magníficamente ordenado y las leyes que lo gobiernan
son ineludibles y rígidas para el mayor bien de la creación.
Este sueño es una ley con el mismo objetivo que el sueño del cuerpo. No necesita ser
provocado. “Está dentro del orden de las cosas”, como el hecho de comer o beber,
dormir o respirar. La muerte es el sueño del cuerpo y el despertar del alma a una
condición diferente. La segunda muerte es el sueño del alma y su nacimiento a una
nueva vida, a una existencia particularizada en una familia cósmica determinada y
merecida.
Después de éste breve sueño, el alma-personalidad volverá a tomar consciencia, esta
vez, percibirá a las otras almas-personalidad de su grado y su existencia ~de lo cuál ya
hablaré~ se acoplará a su nuevo ambiente. ¿Qué pasa durante ese sueño, exteriormente
al alma-personalidad? Aquí tocamos un punto extremadamente delicado.
Hay quién afirma que ese sueño le evita tomar consciencia de las bajas y penosas
vibraciones que envuelven la Tierra y que están causadas por los pensamientos
negativos del mundo o por la presencia de algunas almas apegadas a la Tierra. Estoy
persuadido que eso no es así y hago notar que esta explicación no resuelve el problema
de lo que pasa durante este sueño del alma. En efecto, algo ocurre y ha sido presentido,
aunque mal expresado por muchos autores místicos.
Realmente es en éste momento cuando el aliento divino se transmite al alma-
personalidad. Entendamos por esto, que por medio de las fuerzas y leyes cósmicas, se
purifica de sus últimas vibraciones materiales y se carga de la energía positiva necesaria
para su nueva expresión cósmica. El niño toma posesión de su cuerpo físico; el alma
toma posesión de sus facultades propias. A su despertar, no volverá a ser la personalidad
anímica que abandonó un cuerpo humano. Será el alma-personalidad consciente de sí
misma que fue desde el comienzo.

LA FAMILIA CÓSMICA

En este punto de mi exposición, debo una vez más, volver atrás para considerar los
hechos a partir de un punto de vista más elevado y establecer, tanto como sea posible,
una comparación. Con esto quiero decir que ya es hora de examinar lo que pasa a nivel
de la familia cósmica donde el alma-personalidad en transición es esperada.
Cuándo un ser querido nos abandona para hacer un largo viaje a un país lejano en donde
residen otros miembros de la familia, tanto él como nosotros nos entristecemos por la
separación, pero nos consolamos pensando en la felicidad de los que le esperan y en la
suya propia al encontrarlos después de tan largo tiempo. Si uno de los nuestros parte
para el gran viaje cósmico, cierto que estaremos tristes, porque nuestro corazón no es de
piedra, pero el consuelo descenderá sobre nosotros, al pensar que, después del rápido
viaje, será recibido con inmensa alegría por los que le han preparado su morada entre
ellos. Soñemos en la maravillosa dicha que experimentará entonces. El amor nunca es
egoísta y, si lo fuese, no merecería este nombre. Si verdaderamente amamos al
desaparecido, tendremos que estar en paz sabiendo que ha llegado a buen puerto entre
seres que lo quieren con el más grande amor, y que jamás se alejarán de su presencia.
Por otra parte, esa persona nunca nos olvidará. “El hombre es un dios caído, que se
acuerda de los cielos”, pero según mi concepto, “el alma es un hombre glorificado y
glorioso que se acuerda de la Tierra”.

¿Han pensado alguna vez en lo que sucede, cuando el alma-personalidad que hemos
amado bajo una expresión física, abandona a su familia espiritual para seguir, en otra
encarnación, el progreso en el camino hacia la vuelta final?
No crean que hay en ese momento tristeza en la familia cósmica; la partida es
acompañada por los mejores deseos de las que se quedan, la tristeza cede
inmediatamente el lugar a la comprensión y a la alegría de saber que una nueva etapa
será franqueada por la hermana querida.

Veamos ahora su retorno. Todas las almas-personalidad del mismo grado, concierto o
familia cósmica sienten cuándo se efectuará. Esperan la llegada de esta personalidad
anímica que viene a ellas por la ley de la armonía. Asisten incluso a los eventos de su
venida y nacimiento cósmico. En los primeros instantes de la muerte, las más
evolucionadas le dirigen sus vibraciones de amor y de paz. La rodean de cuidados tan
afectuosos como los que prodiga una madre al niño que acaba de acoger. Al igual que el
niño, el alma-personalidad no tiene consciencia de este hecho. Su familia sabe que debe
someterse al sueño regenerador y que a continuación llegará el momento de los
encuentros.
Esto es lo que tiene lugar efectivamente. El alma-personalidad al despertarse, reconoce
a su familia, que posiblemente haya aumentado. Puede que algunas de sus almas-
personalidad la hayan abandonado para efectuar otro viaje y otras, una vez terminado el
suyo, se habrán establecido más alto. Ya que la comprensión es diferente en esos
niveles, tales constataciones no son tristes. Saben que todo es para bien y que todas
finalmente se volverán a encontrar en el momento merecido, en el mismo y último nivel
~ más alto y más glorioso.

Por supuesto que la venida del alma-personalidad a este concierto no tiene solamente
como meta el permitirle que se reúna con una determinada compañía.
Este medio ambiente será el telón de fondo del nuevo estado, porque el alma-
personalidad, a partir de ese momento, debe dedicarse a un examen de consciencia,
repasar todas sus experiencias desde su origen y prepararse. No tiene otra cosa que
hacer ni otro trabajo que cumplir sobre el plano que ha abandonado ~ la Tierra.
Ha tenido suficiente tiempo durante la encarnación, para llevar a cabo su obra. Ya no
está en el plano físico. Debe simplemente asimilar la lección de sus experiencias y
prepararse para la próxima etapa.
Naturalmente, hay una forma de instrucción en este nivel, pero sin experiencias. Por
supuesto que la primera y más importante lección consiste en las conclusiones que el
alma-personalidad saca de su obra terrestre, y también en un intenso trabajo de
meditación, que sabe muy necesario, y al cual se dedica con una clara percepción.

Cada uno de los grados de los que ya nos hemos ocupado, se compone de grados o
moradas. Cada alma-personalidad debe franquearlos desde el primero al último,
quedándose en ellos más o menos tiempo, según el grado de evolución que haya
alcanzado por sus experiencias. Por eso, todas las almas-personalidad de una misma
familia cósmica se conocen y están en contacto unas con otras en el plano del amor, de
la cooperación y ayuda mutua, pero cada una tiene su propio grado en la familia.
Teniendo en cuenta lo que les he dicho y repetido desde el principio de esta exposición
dedicada a la transición, deberá estar claro que cada uno de estos grados constituye uno
más y más avanzado de meditación y preparación. El alma-personalidad comprende
cada vez más los errores cometidos, se depura, se afina, toma consciencia del camino a
recorrer y se prepara para ello. Es, en suma, una iniciación que se desarrolla en varias
fases, hasta la última morada.
Los últimos grados son los de la aceptación ~ aceptación de la compensación por grande
que ésta sea y su inmediato cumplimiento para conseguir por medio de la cruz de la
Tierra, que se abra la rosa en el corazón del alma. Naturalmente, en los grados,
conciertos o familias, el trabajo que se efectúa nunca es similar. Lo que he indicado
hasta ahora es el denominador común del conjunto, aunque obviamente el trabajo sea
cada vez más y más depurado, más y más sutil, a medida que se avanza en esta
jerarquía. Es evidente que los niveles superiores de ésta confieren una responsabilidad
mayor que los demás y que en éstos hay que realizar un trabajo especial de servicio. Los
grados subordinados a la escala superior son bajo todos los conceptos una preparación,
aunque consten de otros elementos. En cuánto a los más inferiores, son esencialmente
una preparación para la vuelta. La mayor parte de las almas-personalidad deben volver
al plano de la experiencia humana después de haber franqueado las moradas. Su
descenso se efectuará según un proceso inverso al que he explicado para la elevación al
nivel espiritual. Perderán progresivamente consciencia de su estado, atravesarán la etapa
de sueño y aparecerán en la vida terrestre con el primer llanto del niño.

Creo comprenderán que no me es posible explicar con detalle el trabajo que se lleva a
cabo al final de las moradas intermedias y especialmente en los grados superiores. Sería
un sacrilegio ponerlo en palabras, porque es la obra más directa de la jerarquía esotérica
y concierne al infinito del universo creado. Algunas veces a título de curiosidad, ojeo
libros que pretenden exponer con mucho detalle el plan conjunto del creador y lo que
tiene lugar en los más altos grados del orden cósmico. Nos hace sonreír semejante
pretensión al mismo tiempo que nos entristece pensar que no solamente los autores de
estas obras creen lo que en ellas declaran, con tanta seguridad, sino que los demás les
concedan crédito y admitan, sin más reflexión, incluso que los planos tienen distintos
colores (cuando el color no existe más que para nuestros ojos físicos) y llegan a
explicarnos con todo género de detalles, los maestros que rigen cada plano, enumerando
exhaustivamente sus nombres y cualidades. Desgraciadamente muchos, reciben
informaciones de esta naturaleza, con agrado y veneración, que les produce el efecto de
un narcótico espiritual.
Alimentan su imaginación e intelecto, creyendo por ello haber franqueado una gran
etapa del conocimiento y estar más cerca del final. Olvidan que “Bienaventurados son,
los pobres de espíritu”, y que especialmente a ellos está reservado el reino de los cielos,
o verdadero conocimiento ~ que se adquiere por el método, la técnica y la práctica, y
cuando el intelecto está sosegado (no sobrecargado) por estas cuestiones esenciales. En
esta nueva era, el tiempo no está en el intelecto, ni tampoco en las palabras. Está en el
corazón, centro donde reside el maestro interior.
A él nos debemos dirigir en todas ocasiones. Él nos responderá y son sus directrices las
que debemos aprender a escuchar y seguir. Esto es lo que enseña nuestra Orden a sus
miembros, y por este motivo más que por ningún otro, es un privilegio ser Rosacruz.

CONCEPTOS ROSACRUCES

Quisiera aproximar esta larga exposición a nuestros conceptos Rosacruces. ¿Qué papel
tienen, en esta sucesión de hechos, el cónclave de los maestros cósmicos y su alta
misión?

Los maestros cósmicos sobrepasan en cierta manera las fases y los planos que acabamos
de estudiar, que son, en sí mismos, una etapa hacia un reino todavía más interior, el
corazón o centro del conjunto. Están más allá de estas fases o planos, pero los
condicionan, realizando su misión de servicio total a la creación, en ellos. Actúan de la
misma forma con las almas-personalidad encarnadas, es decir, con la humanidad. No
intervienen directamente, aportan a cada uno el sostén de su inmenso amor. Todos han
pasado por esas etapas y las conocen bien. Saben la mejor manera de actuar a favor de
cada uno. Velan con cuidado a los que tienen a su cargo y saben cómo y cuándo su
cooperación es necesaria. En una palabra, operan en el reino cósmico exactamente de la
misma manera que sobre nuestra Tierra y todas las explicaciones dadas, a este respecto,
en las monografías Rosacruces se pueden traspasar tal cual al plano espiritual.

Ya que hablamos de esto, aprovecho para decir que el simbólico lugar Rosacruz del
sanctum celestial está situado en un nivel que es el suyo y, en consecuencia, trasciende
los planos, grados, conciertos o familias de las que hemos hablado. Por eso, en el
sanctum celestial se encuentran a menudo los pensamientos de los maestros cósmicos,
los de las almas-personalidad desencarnadas y los seres que están todavía en el plano
físico, sin olvidar, naturalmente, la proyección luminosa y purificante de una jerarquía
todavía más suprema.

Quisiera, para terminar, abordar el tema de la comunicación con los que nos han
abandonado para ir al más allá. Las enseñanzas de la Orden Rosacruz, A.M.O.R.C.,
declaran con justa razón ~ y ya he recordado este punto anteriormente que las almas-
personalidad desencarnadas, no vuelven a este plano físico para manifestaciones de
naturaleza material.
Por el contrario, el hombre puede elevarse hasta su grado o familia y comunicarse con
ellas en este estado.
Puede hacerlo por medio de su ser interior y en las monografías de los grados superiores
se examina esta posibilidad con la mayor atención. Mas aún, incluso para las personas
que no se interesan en los problemas metafísicos y no están preparadas para ellos, esta
posibilidad subsiste, con la diferencia de que no pueden utilizarla voluntariamente. Les
falta preparación, técnica y maestría. Sin embargo, con una oración especialmente
intensa o una profunda emoción, su consciencia se eleva hasta el nivel del alma-
personalidad del desaparecido. Esto dura unos segundos y, la impresión que saca el
cerebro, aunque algunas veces sea imperfecta, es de una gran exaltación.
Frecuentemente, es durante el sueño cuando tales contactos se producen. Al despertar
podrá no haber ningún recuerdo de esta comunicación, pero las consecuencias serán las
mismas, aunque a menudo inexplicables. Añadiré que estos contactos pueden hacerse, o
bien con un alma-personalidad conocida en esta encarnación, o con otra encontrada
antaño en un lejano pasado. Cuando nuestra alma-personalidad se reúne después de la
transición con la familia que corresponde a su grado de evolución, reconoce fácilmente
a ciertas personalidades con las que había estado en contacto durante su vida y le habían
pasado desapercibidas. En este momento la luz total brota en nuestra consciencia
glorificada y comprendemos con alegría que, verdaderamente y bajo todos los
conceptos, la muerte no existe.

En ésta exposición hemos considerado la transición y sus etapas. He transmitido aquello


de lo que estoy absolutamente seguro, después de una atenta verificación personal de
cada uno de los puntos abordados, perfectamente consciente de la responsabilidad de mi
trabajo y mis deberes hacia todos.
Desde el principio he advertido cuidadosamente sobre la considerable dificultad que hay
en querer transmitir, con palabras limitadas e imperfectas, el conocimiento de
circunstancias en las que es necesario ser muy cuidadoso y fiel testigo, para captarlas en
su sublime magnificencia. Ciertamente he sufrido, a veces, al darme cuenta de que ésta
explicación es imperfecta y, sin embargo, me es imposible hacerlo de otra manera. Me
entristece pensar que cualquier detalle puede ser mal interpretado y dar lugar a un
concepto erróneo de hechos verdaderos. Por eso, no he dudado en repetirme a menudo,
insistiendo en otra forma, en nociones ya examinadas. Recuerden que he tenido que
emplear imágenes de nuestro plano físico para dar una idea exacta de lo que trasciende
todo aquello que podemos concebir como más bello, más grande y más noble de nuestra
Tierra. He tenido que hablar de planos y ambientes, pero los planos y ambientes, son de
nuestro mundo y no de aquél al que he tratado de conducirlos. Con estas palabras, que
he tenido que utilizar, he hablado a su entendimiento, con la voluntad de comunicar la
comprensión de grandes verdades. Pero en realidad, en el conjunto de ésta exposición,
me he dirigido a su ser interior, a su yo profundo para que, bajo la imperfección de estas
palabras, les revele, en una comunión intensa y serena, el esplendor de la gran
experiencia y las luminosas etapas que la siguen. Deseo que, con la ayuda del Cósmico,
puedan encontrar en éstas líneas, no solamente un consuelo para su ser objetivo, sino
también y sobre todo, una veneración todavía más grande por las leyes naturales y, en
particular por esta fase tan mal conocida, tan mal interpretada y tan siniestramente
juzgada ~ la muerte, o lo que así llamamos.
Si he conseguido mostrarles lo magníficamente ordenada que está la última etapa de
nuestra existencia, si he logrado que la consideren como una experiencia donde todo
está perfectamente previsto según la ley fundamental del amor universal, si, en fin, se
han dado cuenta de que el gran viaje está tan desprovisto de peligros y es tan admirable
y fascinante como un itinerario bien preparado en nuestro mundo manifestado,
entonces, verdaderamente, no lamento haberles entretenido con una cuestión tan
particular y sin embargo tan esencial para nuestra comprensión como místicos y como
Rosacruces.-.-.-.-.-.-

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