Está en la página 1de 6

Preparación para la muerte

Un ejercicio de vida
Introducción
Lo que normalmente escuchamos e incluso tenemos más presente en nuestra conciencia es que la muerte se
presenta como el fin del hombre, el momento de su cesación, el término de la existencia. Pero, sobre todo, como
un evento, es decir, un momento en que se da la muerte y es cuando marca el final de la vida. Como veremos, no
basta con entender la muerte como un evento terminal, pues su sombra se proyecta durante el entero transcurso
de la vida.
Suena como un juego de palabras, pero es verdadero y lógico el señalar que la muerte se presenta a lo largo de la
vida, y en realidad el morir ya no conforma, a su vez, parte de la vida, pues es con ella precisamente donde se da
el corte entre el vivir y el morir. Como se puede notar, existe una cierta distinción en el trato del mismo evento
abordado como sustantivo (la muerte) o como verbo (morir), todo esto puede ayudar a tomar conciencia de lo que
nos espera y que no podemos eludir. Qué mejor entonces que estar listos y preparados, en la medida de lo
posible, para asumir esta realidad a la cual estamos abocados y que inevitablemente hemos de padecer.
Este “prepararnos” no quiere, en absoluto, asumir una posición trágica de la vida, o un reducir el concepto de vida
ante la muerte, ni para provocar un miedo o temor ante ella, tampoco busca ansiosamente la muerte como una
anticipación o arrebato hacia ella. Al contrario, el comprender mejor lo que nos espera en y tras la muerte nos
ayudará, como veremos, a ir conformando desde esta vida la plenitud que nos aguarda y que celosamente
creemos desde nuestro cristianismo.
Así pues, partimos de una comprensión de la muerte como una realidad humana en tres sentidos: ante todo
entendiendo la muerte como el fin del hombre, esto es, una ruptura del hombre con los demás hombres, con el
mundo, consigo mismo; no es solamente el fin de la vida sino el eclipse del sujeto de la vida. En segundo lugar, la
muerte es la posibilidad por excelencia del hombre pues es la única certeza ineludible que él posee acerca de su
futuro, al nacer se sabe que tarde o temprano morirá. Y tercero, la muerte goza de una constante presencia en la
vida, como se señalaba anteriormente, su constante presencia impone al hombre la obligación de tomar postura
ante ella, como haremos ahora.
Cuando se es joven, por lo general, no se piensa tanto en la muerte como posibilidad que le atañe personalmente,
a menos que padezca una enfermedad mortal, o bien, tenga un estilo de vida en que desempeñe una actividad
continua de riesgo vital. Y es que en la juventud es cuando más se tiene el sentido de la plenitud de vida, la
sensación de la inmortalidad, donde las facultades físicas, mentales, las ilusiones, el optimismo, los
descubrimientos en el amor etc. están siendo fogosamente padecidos, y se mantiene en un opuesto de lo que
significa morir. Sin embargo, sabemos, aunque poco nos percatamos, que en esa misma vida en plena forma, se
está desgastando día con día, en donde la muerte va avanzando constante e ininterrumpidamente.
Cuando se habla de la muerte humana se choca casi inmediatamente con dos prejuicios, el primero de ellos
presupone que en el fondo todos saben lo que es la muerte y que, por lo tanto, resulta superfluo hacer un análisis
sobre ello. Y el segundo de los prejuicios es el que se cree que el problema de la muerte está totalmente resuelto
al afirmar la inmortalidad personal después de la muerte. Pero en realidad, reflexionar sobre la naturaleza de la
muerte significa interrogarse por su incidencia y por su repercusión en la existencia humana.
No es pues, en vano reflexionar sobre la muerte y lo que nos espera con ella, porque nos obliga a reflexionar sobre
lo que nos espera en esta vida. Abordaremos aquí primero esto último para luego entrar de lleno en lo que nos
espera con la muerte y, por último, una aclaración de la importancia de una preparación suficiente para tal
acontecimiento.

¿Qué es lo que nos espera en esta vida?


“Si vis vitam, para mortem” 1
Resulta muy interesante reflexionar sobre algunas cosas que se suelen pasar por desapercibido en la cotidianidad,
como es el caso de la vida eterna.
¿Cuántas veces escuchamos a las personas, los amigos, algún personaje en la televisión, en el cine o el teatro,
entre los individuos que gritan en las plazas públicas... que buscan o han encontrado el remedio para la
inmortalidad? ¿A poco no ha sido ocasión del sueño de muchos hombres el idear, el encontrar la pócima para no
morir, para salir bien librado de eso que nadie jamás ha evitado? Desde que se sabe han existido hombres y
mujeres en busca del remedio, incluso hoy en día, con la medicina tan avanzada, se ha esforzado la humanidad en
prolongar la vida lo más posible, en que esa línea temporal que marca nuestra existencia se tense lo más posible,
1
“si quieres la vida, prepara la muerte”, KÜNG Hans ¿Vida eterna?, p. 282
1
y en la ficción se cree encontrar personas que nunca mueran inmortalizándolas en mitos como el del “judío
errante” entre otros más.
¿Sería lo más idóneo para el hombre extender su vida hasta la eternidad? ¿Sería lo más óptimo el prolongar la
vida humana interminablemente? ¿Puedes imaginarte siguiendo la misma evolución que tienes, pero continuando
la vida en vez de morir? Si siguiéramos el ritmo de la naturaleza, es obvio que el ciclo normal del hombre es de
una ascendencia en estado físico, anímico y mental, que llega a una cúspide y después comienza un descenso
hasta llegar a la muerte, si se quitara este último peldaño la línea tan solo seguiría hacia abajo, cada vez más
viejo, cada vez más desgastado, cada vez más atrofiado y cargado de achaques, cada vez más debilitado
mentalmente y por ende el estado anímico decayendo por sentirse “menos útil” más lento, más pesado, más
frágil... ¿será eso el ideal de la inmortalidad? Si le preguntaran a un anciano que va cada vez más sintiendo el
peso de los años quizá se opondría a ese ideal. La única solución es el sueño de la juventud eterna, en donde la
vida se prolongara pero en sus aptitudes más elevadas como lo es en la etapa juvenil, pero ahí, además de quitar
el elemento propio del ciclo natural del hombre como es la muerte, se quita otro más que es el de la evolución.
Es cierto que la medicina ha dado grandes pasos para la prolongación de la vida, para que los años de esta
existencia, en promedio, sea más extensivo, pero no así con la detención del ciclo natural del hombre que va cada
vez más desgastándose, renovándose, cambiando toda su misma estructura molecular cada siete años excepto
las células del cerebro. Pero a poco no es cierto que si se entendiera por vida eterna la prolongación infinita de
esta vida como es, más que una bendición sería una maldición, pues quién quisiera pasar toda una eternidad
abocándose al deterioro cada vez mayor en vez de lograr una plenitud, que es de por sí el ideal de todo hombre.
Así las cosas, ¿qué es lo que el hombre espera en esta vida? Ya decíamos que su única certeza es la muerte.
Pero ¡atención! Que eso no signifique una fatalidad. Si seguimos el adagio del filósofo existencialista Heidegger,
que dice que el hombre es un ser para la muerte, que en su comienzo está ya marcado su final, no es para
ponernos a llorar, es un realismo que nos invita a adelantarnos a la muerte en el sentido de concebirlo como el
drama de la vida, un drama que no tiene por qué convertirse en tragedia. Basta por ahora el decir esto, pues para
los que somos cristianos tenemos la confianza en que la muerte no tiene la última palabra. Por ahora sólo
reconocemos, con esta presencia de la muerte en nuestra vida no como un futuro sino como presente, que
estamos marcados por la temporalidad.
Concluyendo, en esta vida lo que se espera es una realización del hombre, nosotros, más que definirnos como un
“ser para la muerte” nos concebimos como un ser de futuro, un ser que está llamado a la plenitud, y ésta comienza
desde esta vida, que, como podemos ver, dentro de ese proceso del tránsito a la plenitud se atraviesa la muerte.
De ahí que implique de cada uno la mejor y debida actitud de frente a ella, ¿cuál es esa actitud?
Responde a las siguientes cuestiones:

¿Has tenido experiencia de la muerte de un


ser querido o cercano a ti recientemente? Si
respondes afirmativamente agrega esta
otra: ¿cuál ha sido tu pensamiento en
cuanto a su nueva situación?
¿Crees poder rehuir de algún modo a la
muerte? ¿Puedes prolongar de algún modo
tu vida evitando la muerte?

¿Podrías tener experiencia de morir? Si, no.


¿Por qué?

¿Podrías tener experiencia de la muerte?


Si, no. ¿Por qué?

¿Estás preparado para morir, le temes a


ese momento? ¿Te faltaría algo, qué?

¿Cómo te imaginas muerto?

2
Estas preguntas pueden parecer incómodas pero resultan adecuadas para partir de nuestra reflexión, no te
preocupes si están bien o mal respondidas, tú mismo lo evaluarás al final de nuestras reflexiones.

¿Qué es lo que nos espera al morir?

Requiescant in pace2
Algunas de las preguntas anteriores son realmente difíciles de contestar, lo primero que tenemos que decir aquí es
que nadie tiene experiencia de morir para luego contarnos cómo es y en qué consiste. Esa se da sólo una vez y en
él queda. Pero de lo que sí seguramente casi todos tenemos experiencia es de la muerte de un ser querido, o de
un conocido ante el cual quedamos un tanto desconcertados.
De lo que sí tenemos experiencia es de muerte, no de morir. De muerte tenemos experiencia en cuanto que
sentimos en nuestra vida esas limitaciones propias de quien no posee todo, de quien está limitado en el tiempo y el
espacio. En la enfermedad, en el hambre, en el cansancio, en el desgaste y la vejez “sentimos” que la muerte es
real, pero el morir es un único evento que tiene su instante y ya no estamos viviendo para sentirlo.
Por otros sabemos lo que es morir. Y lo que nos espera al morir lo sabemos de modo más excelente en Jesucristo,
pues es el único que nos ha podido revelar lo que sucederá con nosotros, por mero regalo suyo, y eso es lo que
llamamos resurrección.3
Esto cambia todo el panorama anterior, pues ya la muerte adquiere un sentido de tránsito, no de culmen, no de
aniquilación, sino de superación. Con el morir se pasa a un estado de vida eterna, no al modo de la vida que
tenemos anterior a la muerte sino una vida en plenitud. Ya no es una vida que lleva ciclos sino una vida en la que
todas las expectativas se llevan a su realización, es la plenificación de la vida.
Eso es lo que nos espera porque así nos lo ha dado Jesucristo en su acontecimiento único e inaugural para toda la
humanidad. Pero ello no exime de responsabilidad propia, pues en la muerte se espera de nosotros una decisión,
pues nuestra libertad se expande a tal grado que traspasa la frontera de la muerte, y esa decisión es por la vida
eterna, o por la muerte eterna, lo que tradicionalmente la Iglesia llama cielo e infierno respectivamente.
La muerte es ciertamente el fin de la vida, pero entendiendo la palabra fin como meta alcanzada, plenitud anhelada
y lugar del verdadero nacimiento, y es que aunque la vida biológica se habrá ido consumiendo día a día, dentro de
él –por otra parte- se habrá ido moldeando otro tipo de vida, la de la persona y de la interioridad consciente, que no
se consuma con la vida biológica, al contrario, tiende a desarrollarse cada vez más. 4
¿Qué es lo que pasa con el hombre al morir? Con la muerte se da un corte entre el modo de ser temporal y el
modo de ser eterno en el que el hombre penetra. El hombre no pierde su corporeidad sino que la plenifica, no deja
el mundo sino que lo penetra, no se relacionará con unos pocos sino con la totalidad del cosmos. En fin, al morir,
el hombre llega totalmente a sí mismo. Por eso sería para el hombre una maldición el vivir eternamente esta vida
biológica. Tras la muerte no llega la aniquilación sino la plenitud, ya no hay límites temporales ni espaciales, con la
muerte –decimos los cristianos- damos el paso a la Vida.
¿Cómo será el hombre tras la resurrección? Cada hombre al morir conseguirá el cuerpo que merece; el cual será
la expresión perfecta de la interioridad humana, sin las estrecheces que rodean nuestro actual cuerpo carnal,
dejando tras de sí un cadáver.
Toda esta culminación, se lleva por una última crisis, que es la ya mencionada del factor decisión, en lo que
llamamos juicio, depuración. Y en la que entran el cielo, el infierno, el purgatorio.
JUICIO
En la muerte se presenta la opción privilegiada de la maduración plena, en ella se da también la posibilidad de una
decisión totalmente libre ante Dios, los demás y el cosmos, en la que el hombre determina para siempre su
destino. Al morir, el hombre es colocado ante una decisión radical, es decir, se queda en crisis, en opción. Pero
esta situación crisis-juicio ya le es ejercitada al hombre durante la vida misma, principalmente cuando nos
percatamos de nuestras faltas, de un pecado que al final de cuentas reconocemos como un estado de alienación y
hemos de decidir para afirmar lo que somos.
Lo importante está en que en estas decisiones tomadas a lo largo de la vida pesan en la decisión final porque van
dando orientación al hombre creándole hábitos, dado que la decisión en la muerte no es una decisión inicial sino
final. De ahí la importancia de irnos ejercitando en esta vida por Dios y no fiarnos de que de todos modos al final
podemos optar por él sin importar todas las decisiones previas.

2
“Descansen en paz” KÜNG Hans op.cit., p. 236
3
“Cristo es nuestra esperanza” (Col 1,27)
4
“Aunque el hombre exterior se está destruyendo, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2Cor 4,16)
3
Con esto se aclara algo que está continuamente marcado equivocadamente en nuestra concepción de Dios, pues
al hablar de juicio entendemos instantáneamente un Dios severo que nos está condenando ¡y para la eternidad! a
causa de no ser como el quiso que seamos. Esa concepción concibe un Dios cruel, no cristiano, un Dios que no es
el mismo del que nos habló Cristo. Por el contrario, el juicio consiste en que nosotros mismos, por nuestras obras,
nuestras decisiones –y no la de Dios- le rechazamos. O bien, nos decidimos por Él, que siempre nos espera con
los brazos abiertos para la eternidad.

EL CIELO
Muchas de las veces se nos ha presentado imágenes de lo que llamamos cielo de tal modo que repulsa esa idea a
tal grado de no anhelarlo, por ejemplo, estar todo el tiempo cantando sobre las nubes, en una ceremonia sin fin.
Para quienes no somos muy amantes de conformar corales y estar en celebraciones rígidas, de mucha reverencia,
no suena muy alentador una eternidad así. Dígase igual de las expresiones como de que estaremos delante de
Dios contemplándole todo el tiempo, todo ello queda corto para expresar su realidad. Todo eso parece un eterno e
insoportable aburrimiento.
No existen palabras apropiadas para expresarlo 5 pero en su limitación podemos depurar ante todo el no pensarlo
en un lugar sino como una realidad que se nos escapa infinitamente. La palabra cielo quiere simbolizar la absoluta
realización del hombre en cuanto sacia su sed de infinito, es sinónimo de Dios, de Jesucristo resucitado. Más que
un lugar hacia el que vamos, es una situación de cuantos se encuentran en el amor de Dios y en Cristo. Sólo en el
cielo seremos hombres tal como Dios nos quiso desde toda la eternidad.
Tampoco debemos ver al cielo como contrapuesto de este mundo, sino que es la plenitud de lo que ya aquí se ve
limitado y herido, dividido y atado. El cielo comienza aquí en este mundo porque desde aquí ya estamos
vinculados con Dios, podemos relacionarnos con Él y amar al prójimo.

EL INFIERNO
Entra aquí el terreno de la libertad para poder hablar de esta posibilidad, pues con su libertad es capaz incluso de
decirle no a Dios, puede decidirse por Dios o por sí mismo. Así, el infierno no es creación de Dios sino del hombre,
proviene de un obstáculo puesto a Dios por el pecador. Y este infierno es el endurecimiento de una persona en el
mal, es un estado del hombre y no un lugar al que es echado. Se entiende por infierno esa realidad absurda, en la
que ya no hay futuro, no se ve ninguna salida. Es la soledad, la absurdidad de la ausencia de Dios. Radica
obviamente la cuestión de quién va a desear para sí mismo esa soledad absoluta y la infelicidad. Pero sabiendo
que el hombre se confunde y desde aquí va construyendo su opción, sabemos que no es necesario caer en la
cuenta de la identidad de Dios para negarlo o amarlo. Dios nunca se muestra cara a cara, sino que nos sale al
encuentro en los demás, en las cosas de este mundo (Mt 25).
No se trata pues, de una condena por un hecho aislado (un pecado mortal) sino que es algo que “se va trabajando”
en la que se va disponiendo el hombre a lo largo de toda su vida. Son los actos mismos los que revelan nuestro
proyecto fundamental, de ahí que el infierno puede estarse viviendo desde esta vida como un estado que va
llevando su orientación. Lo que no podemos hacer es señalar que alguien esté en el infierno.

PURGATORIO
Decíamos que en la muerte se llega a la plenitud, pero es bien cierto que la mayoría de los hombres, al morir, no
llegan concluidas sus posibilidades sino muy inacabados, de ahí que se para encontrarse con el Dios perfecto, al
llegar el hombre imperfecto, tiene que purificarse. Por eso el purgatorio viene a significar esa posibilidad otorgada
por Dios al hombre para que este pueda y deba madurar radicalmente al morir. Como en el infierno, también en el
purgatorio se han buscado imágenes que estorban más que ayudan a su debida concepción viendo en ello un
castigo.
El purgatorio en cuanto realidad nos debería de consolar más que atemorizar. Y si se entiende como un periodo de
maduración, de acrisolarnos para estar con Dios, entonces hemos de entender que ya desde esta vida podemos
vivir el purgatorio, esa purificación, con una vida en continua maduración. Debería de llamársele más purificatorio,
o bien, acrisolamiento, más que purgatorio, pues esta última presenta más una connotación de castigo, de mini-
condena por parte de Dios. Mientras que purificatorio o acrisolamiento va más en el sentido de la maduración
delante de Dios para poder gozar plenamente de Él. Y es así como se entiende que desde esta vida nos vamos
acrisolando, nos vamos purificando, vamos madurando nuestro ser para prepararlo al encuentro definitivo.

5
“Lo que nunca ojo vio ni oído oyó, ni jamás penetró en el corazón del hombre, es lo que Dios ha preparado para
los que lo aman” (1Cor 2,9)
4
Responde sinceramente señalando las actitudes, comportamientos, obras, manifestaciones según la indicación
dada:
Cómo estaría preparando desde ahora mi...
Decisión por Dios (cielo)
Es decir, con que actitudes estoy viviendo en
plenitud desde ahora
Decisión contra Dios (infierno)
En qué modo estoy optando por mí mismo y
decidiendo por lo que no me hace más
humano
Purgatorio (acrisolamiento o purificatorio)
Cómo estoy reparando mis fallas y conociendo
lo que quiere Dios de mí
Capacidad de juicio
Cómo voy optando por una vida más
coherente y guiada por los criterios de mi fe
Al finalizar, lee personalmente Mt 25 en donde podrás encontrar lo que el mismo Jesús indica en relación a ese
encuentro del hombre con su muerte personal. Será importante que corrobores y sopeses lo ahí señalado con el
cuadro anterior que acabas de llenar.

¿Qué sentido tiene prepararse para bien morir?

“En el presente Dios es el Reino de los Cielos; en el futuro el cielo es Dios” 6

Como hemos visto, en todas las posibilidades y realidades expuestas que se esperan en la muerte y su
consecuencia, la realidad se presenta desde el presente. Es decir, ya desde esta vida se va llevando a cabo el
juicio, se vive el cielo, el infierno, el purgatorio... todo esto hace ver que la muerte y la vida están muy relacionadas,
y que entre esta vida biológica y la que está tras la muerte no existe un abismo insondable sino que hay
manifestaciones, anticipos de lo que será aquél en el hoy, y que desde el hoy se está posibilitando lo que será
definitivamente.
Conviene tener atención y no caer en la presunción de que ya no necesitamos de Dios, puesto que depende de
nuestras mismas decisiones y realizaciones para alcanzar el cielo, o para optar por el infierno, y que nosotros
somos los únicos en marcar nuestro destino por la libertad. Hemos, por el contrario, de no olvidar que ante todo es
gracia de Dios, que nos permite participar de él y nos posibilita desde antes, en el llamado a la vida biológica en
primer lugar y, consecuentemente, a la vida eterna en comunión con Él, con todos los hombres y con todo el
cosmos. Nuestra función es respuesta, es correspondencia con lo que Él ha originado.
Creo que ahora si queda claro el por qué conviene pensar en la muerte desde nuestra juventud, aunque la veamos
distante sabemos que está al lado de nosotros, y que vamos en el ejercicio cotidiano de la vida orientando nuestra
opción fundamental y definitiva, o Dios o sin Dios, o la plenitud o el replegarse sobre sí mismo.
No me preparo para bien morir solamente con el acceso a los sacramentos en el momento de estar agonizando;
con una buena confesión, la comunión y los santos óleos. Ni tampoco con el pedir perdón y reconciliarme con
todos momentos antes de la agonía última, la preparación es desde el modo en que se vive, en dar su justo valor a
la vida, y reconocer que estamos llamados a algo más que esta vida biológica que ahora poseemos, y que todo lo
que aquí realice, tiene su peso en lo que será el momento definitivo, que si Jesucristo me ha mostrado lo que me
espera si opto por él, entonces esa esperanza será el eje de mi vida. Es ir dejando las cosas en orden, es no sólo
trascender yo sino que todo lo que haga trascienda conmigo, los frutos, los aciertos, mis obras.
Tiene sentido para prepararse a bien morir el realismo cristiano, de ir construyendo el futuro desde aquí, ser
responsable de la libertad otorgada por Dios y vivir conforme a ella. Tiene sentido en cuanto que una muerte
entendida como se ha explicado, da sentido y orientación a la vida, no como una minusvaloración de este mundo
sino al contrario, un esfuerzo por irlo plenificando desde aquí, llevando a cabo el plan de Dios trazado desde la
creación.

6
L. Feuerbach, citado por Hans Küng, op.cit., p. 243.
5
EJERCICIO
Ha llegado el momento en que debes hacer una preparación sería para una disposición de tener una buena
muerte. Si amas la vida, entonces debes prepararte para la muerte, no es una tragedia, es un drama irreparable
que has de padecer para lograr la plenitud y no quedarse “a medias”.
Hay dos maneras de referirse a lo que nos espera, una llamada escatológica y otra apocalíptica, en la primera se
habla del presente en función del futuro por ejemplo; aquí experimentamos el bien, la gracia... de forma imperfecta,
el cielo es una realidad que ya podemos entonces comenzar a ver, a vivir, aunque imperfectamente. La
apocalíptica, en cambio, habla a partir del futuro en función del presente; nos presenta el futuro para consolar a
quienes viven el presente (ver p.e. Mc 13,24-25par. para referirse a la venida última de Cristo). Por lo general en el
Nuevo Testamento encontramos eso que se espera (Escatología) en género literario apocalíptico.
Entendiendo estas maneras de referirse a nuestra esperanza cristiana, realiza el siguiente ejercicio desde tu
comprensión en base a lo asimilado de los contenidos, poniendo lo que tú crees en el presente y crees o deseas
que será en el futuro.

Cómo es mi relación con... Cómo será mi relación con...


Dios

Los demás

El cosmos

conmigo

También podría gustarte