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EMILIANO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ

DAVID
UN HOMBRE SEGÚN EL CORAZÓN DE DIOS

SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH


Dios suscitó por rey a David, de
quien dio este testimonio: He
encontrado a David, un
hombre según mi corazón,
que realizará todo lo que yo
quiera.
He 13,22

Yahveh se ha buscado un
hombre según su corazón.
1Sam 13,14

2
CONTENIDO

PRESENTACION 5

1. Marco histórico 9
2. Nacimiento de David en Belén 13
3. David pastor 21
4. Dios rechaza a Saúl 25
5. Unción de David 31
6. David calma con su cítara a Saúl 39
7. Combate con Goliat 43
8. Meditaciones de David 53
9. Rivalidad de Saúl contra David 55
10. David perseguido 61
11. Abigaíl 67
12. Muerte de Saúl y subida de David al trono 71
13. Joab 77
14. La danza ante el Arca 81
15. Lucha contra la idolatría 85
16. Las guerras de David 89
17. David como juez 95
18. La profecía de Natán 97
19. Pecado del "hombre según el corazón de Dios" 101
20. Conversión de David 105
21. Sublevación de Absalón 111
22. Humildad de David 117
23. Ajitófel y Jusay 121
24. Subida de Salomón al trono 129
25. Muerte de David 133
26. El arpa de David 137
27. David en el paraíso 143
28. La espada de David 145
29. Jesús, hijo de David 149

3
PRESENTACION

Yo creía que conocía a Dios. Como también creía conocer a


David. Pero el Dios que yo conocía no se parecía a David. El corazón de
Dios y el corazón de David no parecían semejantes en nada. Por ello, al
leer el testimonio de Dios sobre David, me quedé sorprendido. Una de
dos: o yo no conocía a Dios o yo no conocía a David. El testimonio de
Dios es veraz, aunque no encaje en mi razón.

De aquí nació este libro. Me puse a escrutar las Escrituras para


conocer a Dios y para conocer a David. He querido conocer a David
para conocer el corazón de Dios. Lo primero que he descubierto es que
las apariencias engañan. El testimonio de Dios sobre David no coincidía
con el mío porque "la mirada de Dios no es como la mirada del
hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el
corazón".1

Por lo que se refiere a Dios, el mismo David le proclama "juez


justo" (Sal 7,12), pues Dios juzga siempre con justicia. Y, como juez
justo, "a éste humilla y a éste ensalza" (Sal 75,8). Y cuando humilla a
uno y ensalza a otro lo hace con justicia y rectitud, aunque al hombre
le parezca lo contrario. Por ello, aunque nos parezca que humilla a
quien correspondería ser ensalzado y que ensalza a quien
correspondería ser humillado, el hombre piadoso no deja que su
corazón se incline a dudar de la justicia del Señor. El sabe que siempre
habrá un motivo que se le oculta o que escapa a su comprensión. Los
sabios, bendita su memoria, nos han dejado muchos relatos en los
que, al final, se descubre la razón de la actuación del Señor.

Se cuenta que un santo varón, después de ayunar y rezar, pidió


a Dios que le permitiera acompañar a uno de sus ángeles para ver las
maravillas que les encomendaba realizar en el mundo. Dios, aunque le
amaba y solía escuchar sus súplicas, esta vez se negaba a
concedérselo:

-No comprenderás lo que veas hacer. Entorpecerás la acción del


ángel con tus continuas preguntas para que te explique las razones de
cada uno de sus actos.

-Te prometo, Señor, que no le cansaré ni molestaré con mis


preguntas, sólo deseo ver lo que le mandas hacer, nada más.

Dios le puso la condición de que el ángel se separaría de él


cuando quisiera saber la razón de su obrar. Aceptada esta condición,
Dios accedió a su petición. Así, el ángel del Señor se presentó, en la
figura de un profeta, ante el siervo de Dios y le invitó a acompañarlo.
Caminaron los dos juntos y, al cabo de un rato, se encontraron ante la
casa de un pobre hombre, que no tenía más que una vaca. Entraron en

1
1Sam 16,7.

4
la casa y hallaron al hombre sentado a la mesa con su mujer. Este
pobre hombre, apenas los vio, se levantó y los recibió con toda
amabilidad, ofreciéndoles la mejor comida que encontró en la casa.
Los dos peregrinos comieron y bebieron y el buen hombre les honró
todo lo que pudo. Cuando amaneció, el ángel se levantó, mató la vaca
y se marcharon los dos.

El santo varón no entendía por qué el ángel había matado la


vaca y se decía para sus adentros:

-No es justo lo que acaba de hacer. No puede ser un ángel del


Señor. ¿Qué ha hecho este pobre hombre para que le mate la vaca? No
ha hecho más que agasajarnos y...

-¿No te ha puesto el Señor la condición de que cuando veas algo


que no entiendes permanezcas callado? ¿Es que quieres que me
separe de ti?

El buen hombre se calló.

Siguieron andando todo el día y por la tarde se hospedaron en


casa de un hombre rico, que no se ocupó absolutamente nada de ellos;
ni agua o un mendrugo de pan les dio. Cuando se levantaron, a la
mañana siguiente, el ángel se dirigió hacia una de las paredes de la
casa del rico, que estaba para derrumbarse, y la apuntaló para que no
se cayera.

Y, sin comentar nada, se marcharon los dos.

El asombro del santo varón iba en aumento, pero esta vez se


abstuvo de preguntar nada, para que el ángel no se alejara de él,
dejándole en la total confusión.

Caminaron todo el día. Al anochecer entraron en una sinagoga


en la que había sillas de oro y plata. En cada silla había un hombre
sentado, con su libro de oraciones en las manos. Los recién llegados
saludaron y dijeron:

-¿Quien convidará esta noche a estos dos pobres?

Uno de los que estaban sentados, sin levantar siquiera la cabeza


del libro, contestó:

-Con pan y sal tenéis suficiente.

Y no se ocuparon más de ellos. Los dos se echaron en un rincón


y se durmieron. Al despertar, el ángel saludó a todos, diciéndoles:

-¡Dios os haga jefes a todos!

Siguieron caminando todo el día. El santo varón iba


apesadumbrado y arrepentido de haber querido saber lo
incomprensible. Así, al caer el sol, llegaron a una ciudad. Entraron en
ella y se detuvieron ante la casa de unos hombres pobres e indigentes.

5
Cuando éstos los vieron se apresuraron a acogerlos con alegría y
muestras de amabilidad. Les honraron según sus posibilidades y les
ofrecieron abundante comida. Comieron y bebieron y pernoctaron en
paz. Cuando se levantaron por la mañana, el ángel les dijo:

-¡Dios os dé un solo jefe!

El santo varón no pudo contenerse más y exclamó:

-¡Señor mío!, líbrame de esta incertidumbre y me separaré de ti.


No puedo comprender nada de lo que te he visto hacer.

El ángel le dijo:

-Lo que le ocurrió al pobre hombre, que se le murió la vaca,


tiene una explicación muy sencilla. Su mujer tenía que morir aquel
mismo día en que llegamos nosotros a su casa. Yo pedí a Dios que
muriera la vaca a cambio de la esposa.

-¿Y por qué apuntalaste la pared de la casa del rico, que no nos
hizo el mínimo caso?

-Apuntalé el muro que estaba a punto de caer, porque si hubiera


caído habrían quedado al descubierto los cimientos y el impío hubiera
encontrado en ellos un tesoro, que no merecía. Por eso lo apuntalé,
para que resista aún un tiempo y el tesoro lo descubra otro que se lo
merezca. Lo que hice en los otros dos casos, podrías entenderlo por ti
mismo. Desear a los malvados que todos ellos lleguen a ser jefes es
anunciarles su ruina. ¿No has oído nunca el refrán: "con muchos
capitanes se hunde la nave"? En cambio, al desear a los otros que
tuvieran un solo jefe, les deseé su bien pues "por uno inteligente se
puebla la ciudad" (Eclo 16,4), es decir, con un experto se salva la nave.

Después añadió:

-Ahora que nos separamos, te daré un consejo que te será útil:


si ves a un impío que prospera y se enriquece, no te asombres de eso,
pues será para su mal. Y lo mismo, si ves a un justo, que está
necesitado o sometido a pruebas, ciertamente se le evita con esto una
desgracia mayor. Por esto cuida que tu corazón no te engañe con sus
juicios.

Los libros de Samuel, como los libros de los Reyes y de las


Crónicas, llenos de narraciones, son la base de este libro. Sus palabras
son lo bastante luminosas como para transmitirnos la historia de
David. Pero nos acercaremos a esta historia también desde el Midrash
y el Targum, como una ayuda para hacer resonar y revivir el color
fascinante de la historia. De este modo intentaremos desvelar las
palabras dormidas bajo el velo de polvo, que cubre todo libro antiguo.
Se trata de dar a las palabras su brillo antiguo, para que suenen hoy
con toda su fuerza actual. Mi deseo es llegar hasta el corazón de
David, hasta ese corazón en donde se halla la semejanza con Dios. No
se trata simplemente de seguir la historia para conocer cómo termina,
sino de descubrir el sentido de los acontecimientos, para participar del

6
mensaje escondido en ellos. Se trata de descubrir las raíces del árbol
en que estamos injertados.

Los salmos, que la antigua tradición judía atribuye a David, nos


ayudarán a descubrir la unión íntima que se da entre la fe y la historia
concreta del elegido de Dios. 2 La historia, con su multiplicidad de
hechos, es una cadena de acontecimientos unidos por la mano de
Dios, que teje interiormente dicha historia. La alianza que Dios pacta y
mantiene fielmente es el hilo conductor que unifica la historia de la
salvación. La historia, misteriosamente trenzada por la acción de Dios,
es el seno de la salvación. La salvación de Dios se perfila en el correr
del tiempo y no en la huida del tiempo y altibajos de la vida. Hasta el
pecado, confesado y perdonado, anuda más fuertemente la alianza. La
insatisfacción, la miseria, la oscuridad de los hechos llenan
aparentemente la vida, pero, por debajo de esos hechos, corre el río
de agua salvadora, que se abre cauce y aparece después luminoso,
como fuente de alegría y reconocimiento en el canto de los salmos. La
fe transforma los hechos en acontecimientos, que restan como
memoriales de salvación.

Los salmos llenan la vida del israelita. Por generaciones han


llevado los salmos en sus manos como libro de compañía, guía del
camino, voz de la plegaria, consuelo en el infortunio, fuerza en la
adversidad, luz en las tinieblas de la existencia. En todo momento y en
toda ocasión brota de sus labios una frase de un salmo. Una lágrima o
una sonrisa, un triunfo o un fracaso son ocasiones para entonar un
salmo. Diariamente, la oración de los salmos saca del corazón los
sentimientos y deseos más íntimos. Toda emoción o experiencia halla
en los salmos su acorde preciso. En ellos escuchamos la voz de David
y la vida de fe de sus descendientes.

David compone los salmos en medio del aprieto. El libro de los


salmos no es un libro de memorias escrito en la calma posterior a los
acontecimientos. No es un libro de poemas. Los salmos son
frecuentemente un grito de ayuda, lanzado en medio de la tribulación,
con la urgencia de la situación y la tensión del momento: "Señor,
escucha mi voz, atiende mi súplica". Para descubrir el alma de David
es preciso prestar oído al son del arpa. Al son del arpa nos revela el
misterio de su corazón. 3 Cuanto más vigorosamente se puntean las
cuerdas del arpa más fuertes son sus sonidos, más resuenan sus
tonos. Del mismo modo, cuanto más fuerte Dios toca el corazón de
David con la aflicción más fuerte y más bello es su canto. En la
angustia, David recurre a su arpa: "¡Despierta alma mía! ¡Despertad
cítara y arpa!4 El alma es despertada y estimulada al mismo tiempo
que el arpa y la cítara.

Los datos y fechas de la historia se registran en los anales del


reino de David. Los acontecimientos se graban en el corazón y brotan
a través de los labios en la plegaria íntima, que se hace canto e
invitación al canto, haciendo partícipes a los demás de la propia
2
Sólo citaré algunos salmos y sólo algunos versículos de ellos.
3
Sal 49,5.
4
Sal 57,9.

7
alegría. Los hebreos no han llamado libros históricos a los libros de
Samuel, de los Reyes, como el libro de Rut y de los Jueces, sino que los
han considerado como "profetas anteriores". La historia es profecía, en
ellos está el dedo de Dios actuando. Y ya sabemos que Dios escribe
derecho hasta con líneas torcidas. Con ojos de fe podemos intuir la
profecía luminosa debajo de la opacidad de la historia. La fe saca a la
luz lo que se encuentra escondido debajo de la envoltura contingente
de los hechos. Cada hecho nos revela una teofanía, una epifanía de
Dios encarnado en la historia. David se nos hace figura anticipada del
Mesías, Hijo de David.

En David se anticipa en figura la encarnación del Mesías. La cruz


atraviesa toda la revelación y en David se dibujan sus rasgos con
luminosidad casi transparente. Se desvelará abiertamente en el
cumplimiento de la figura en Cristo, hijo de David. El trazo vertical de
la cruz es el designio de Dios sobre los hombres, que penetra como
rayo de fuego las entrañas de David. Y el trazo horizontal son los
hechos, el cuerpo que presta David al desarrollo del designio divino. En
el largo y difuso acontecer de la existencia de David, con todo lo
transitorio, contingente, desciende Dios y anuda en cruz al hombre con
El. Es la alianza entre lo humano y lo divino, entre Dios y el hombre, lo
que hace de la historia salvación, historia de salvación.

Con el barro de David, profundamente pasional y carnal,


circundado de mujeres, hijos y personajes que reflejan sus pecados,
Dios plasma el gran Rey, Profeta y Sacerdote, el Salmista cantor
inigualable de su bondad: "Un hombre según su corazón".

8
1. MARCO HISTORICO

No es el marco lo importante, sino el cuadro. Pero el marco da


realce al cuadro. Esto pretenden estas notas: enmarcar la vida de
David en el marco histórico, para realzar la historia del rey según el
corazón de Dios.

La historia de David la encontramos en los libros de Samuel, que


nos narran el advenimiento de la monarquía y de los dos primeros
reyes: Saúl y David. Samuel es el último Juez, por ello es como el anillo
de la cadena que une la etapa de los jueces y la de la monarquía. Los
jueces eran figuras dispersas, locales, sin dinastía que les prolongara.
Con Samuel se acaba la era de los jueces. Y él mismo, más que juez-
jefe, es un profeta. No empuña nunca la espada ni el bastón de mando.
En realidad es el confidente del Señor; recibe sus oráculos y los
transmite a Israel.

Con la entrada en la Tierra prometida Israel comenzó un proceso


lento, que le lleva a establecerse en Canaan, configurándose como
"pueblo de Dios" en medio de otros pueblos. La experiencia del largo
camino por el desierto, bajo la guía directa de Dios, le ha enseñado a
reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y
Señor. Durante todo el período de los jueces no entra en discusión esta
presencia y señoría divina. Pero, a medida que se van estableciendo,
pasando de nómadas a sedentarios, poseyendo campos y ciudades, su
vida y fe va cambiando. Las tiendas se sustituyen por casas, el maná
por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día manda su
alimento, en confianza en el trabajo de los propios campos. Israel,

9
establecido en medio de otros pueblos, contempla a esos pueblos y le
nace el deseo de organizarse como ellos. Quiere cambiar sus estatutos
políticos, sin darse apenas cuenta que con ello algo está cambiando en
su alma. Pidiendo un rey, "como tienen los otros pueblos", Israel está
cambiando sus relaciones con Dios.

Samuel, el viejo juez, llamado por Dios en tiempos de Elí (1Sam


3), debe retirarse para dejar lugar al rey, que el pueblo reclama en un
deseo incomprensible de autonomía respecto al mismo Señor. "Samuel
había adquirido autoridad porque el Señor estaba con él y no dejó caer
en vacío ni una sola de sus palabras. Por eso, todo Israel, desde Dan a
Bersabea, sabía que Samuel había sido constituido profeta por el
Señor" (1Sam 3,19-20). Pero ahora el pueblo le pide que se retire y les
dé un rey. Samuel, persuadido por el Señor, cederá ante las
pretensiones del pueblo. Pero, antes de desaparecer, se mostrará como
verdadero profeta del Señor, manifestando al pueblo el verdadero
significado de lo que está aconteciendo. Con ojos iluminados penetrará
en el presente más allá de las apariencias, descifrando el designio
divino de salvación incluso en medio del pecado del pueblo: 1Sam
12,6-11.

Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de


Dios y de gritos de angustia, a los que Dios responde fielmente con el
perdón y la salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita
de Dios y cae continuamente en la opresión; grita de nuevo,
confesando su pecado, y el Señor, incansable en el perdón, les salva de
nuevo. El pecado de Israel hace vana la salvación de Dios siempre que
quiere ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su
pequeñez y queda a merced de los otros pueblos más fuertes que él.
Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se repite
constantemente... hasta el momento presente:

Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas,


venía contra vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un rey
sobre nosotros, siendo así que vuestro rey es Yahveh, Dios
vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os habéis elegido. Yahveh
ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a Yahveh y le
servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órdenes de
Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a
Yahveh, vuestro Dios, está bien. Pero si no escucháis la voz de
Yahveh, si os rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la
mano de Yahveh pesará sobre vosotros y sobre vuestro rey. 5

Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina


poco después que los israelitas, han convivido codo con codo junto a
Israel unos doscientos años, en intermitentes pero crecientes fricciones
durante la época de los Jueces. Pero hacia el año mil, los filisteos, no
muy numerosos pero formidables guerreros, pretendieron la
hegemonía sobre Palestina, hostilizando constantemente a los
israelitas. De aquí que fueran una amenaza permanente para Israel. Su
monopolio del hierro les daba una preeminencia militar sobre los
israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del hierro, los
5
1Sam 12,12-15.

10
filisteos prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria de los
metales, dependiendo, para todos los servicios, de los artesanos
filisteos (1Sam 13,19-22). Además los tiranos filisteos actuaban
concertadamente entre ellos. Los israelitas, divididos en tribus,
difícilmente podían hacerles frente.

Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre


sí, con fuertes tensiones entre ellas. En las últimas páginas del libro de
los Jueces se narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan
grave que las otras tribus deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará
refugiándose en los bosques. Estas tensiones internas debilitaban su
fuerza frente a los enemigos externos.

Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050


cerca de Afeq (1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance filisteo,
llevaron a la batalla desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza
de que la presencia de Yahveh les diera la victoria. Pero el ejército fue
desbaratado; Jofní y Pinjás, los sacerdotes que llevaban el arca, fueron
matados, y el Arca misma fue capturada por los filisteos. Aunque los
filisteos devolvieron pronto el Arca a los israelitas, a causa del terror
que les inspiró una plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron
dominando sobre Israel.

En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de


Israel, una vez vencida la resistencia a la monarquía que opuso el
vidente Samuel, que finalmente fue quien le ungió, primero en privado
en Ramá y, luego, públicamente en Mispá (1Sam 9,1-10.16;10,17-27).
La expansión de los filisteos ponía en peligro la existencia misma de
Israel e impuso la monarquía. Saúl es, en un principio, como un
continuador de los Jueces, pero su reconocimiento por todas las tribus
le convierte en una autoridad universal y permanente, naciendo así la
realeza.

La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia


de intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la amenaza olvida su
historia y se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la
memoria, sólo queda el peligro presente y la búsqueda angustiosa de
una solución inmediata.
Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El
primer rey, Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor, rompió con
Saúl y se convirtió en su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha
por designación profética y por aclamación popular (1Sam 10,1ss;
11,14ss). Las primeras empresas de Saúl contra los filisteos fueron
tales que justificaron la confianza depositada en él. Israel respiró de
nuevo y cobró nuevas esperanzas. Los filisteos son arrojados hasta su
territorio, quedando liberada la tierra de Israel. En los confines
israelitas tendrán lugar los posteriores encuentros, en el valle del
Terebinto y en Gelboé. Pero el respiro fue sólo temporal. Saúl acabó
con un triste fracaso, que dejó a Israel peor que antes. El combate de
Gelboé acabó en desastre.

Saúl, con su inestabilidad emocional, cayó en depresiones al


borde de la locura. Oscilando como un péndulo entre momentos de
lucidez y disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a

11
los hombres, sólo lograba indisponerse con todos. Sus compromisos le
enemistaron con Dios, y Samuel rompió con él. Saúl llega a usurpar la
función de sacerdote (1Sam 13,4-15) y viola el anatema (1Sam 15). El
"espíritu malo" de Yahveh le invadió hundiéndolo en la depresión, de la
que sólo se libraba con los acordes de la música del joven David, el
último de los ocho hijos de Jesé.

La popularidad de David acrecentó la ruina de Saúl, a quien le


comían las entrañas los celos. Pero David, a quien Saúl necesitaba y
odiaba, se ganó la amistad de Jonatán, hijo de Saúl y la mano de Mikal,
hija del mismo Saúl. La fama de David fue así eclipsando al primer rey
de Israel. Obsesionado por perseguir a David, Saúl se olvidó de los
filisteos, que volvieron a someter a Israel. En la batalla de Gelboé las
tropas israelitas fueron aniquiladas, los tres hijos de Saúl murieron y el
mismo Saúl, gravemente herido, se suicidó. Saúl lo ha perdido todo y
no logra siquiera encontrar uno que lo mate; se expone en primera fila,
pero los enemigos no le matan; no le quiere matar su escudero, pues
no desea incurrir en tal sacrilegio. No le queda a Saúl más que
abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra.

Dios ha rechazado a Saúl.

En este marco se encuadra la historia del rey David.

2. NACIMIENTO DE DAVID EN BELEN

David, el elegido de Dios, desciende de una familia de elegidos


de Israel. Entre los elegidos de Israel se encuentran Abraham y Jacob,
Leví y Judá, Moisés y Salomón. Pero, entre todos, sobresalen Moisés y
David: Moisés, el gran profeta, es el elegido entre los profetas; y David,
el gran rey, es el elegido entre los reyes.

En la genealogía de David, los sabios, bendita su memoria, han


llegado hasta Miriam, la hermana de Moisés. También entre sus
antepasados se cuenta Naason, "el príncipe de la tribu de Judá", el

12
primero en atravesar el mar Rojo después de la salida de Egipto... Pero
ya cercanos a su nacimiento, están, como elegidos de Dios, su abuelo
y su padre. La vida de su abuelo Obed no tuvo otro objetivo que el
servicio a Yahveh, como indica su mismo nombre: "el siervo". Y Jesé, el
padre, fue uno de los más grandes sabios de su tiempo y uno de los
cuatro que murieron sin contaminarse con el pecado. Si el Santo,
bendito sea, no hubiese decretado, a raíz del pecado de Adán, la
muerte para todos los hombres, ciertamente Jesé hubiera vivido para
siempre. Por ello, Jesé no murió de muerte natural, sino que, al cumplir
cuatrocientos años, murió de muerte violenta a mano del rey de Moab,
a cuyo cuidado dejó David su familia cuando huía de Saúl.

A pesar de su piedad Jesé no se libró de ser tentado en su vida.


Una de sus esclavas se encaprichó con él y trató de acostarse con él.
Pero Dios le salvó de ello, inspirando a su esposa, Nazbat, que se
disfrazara de esclava. Y así, gracias a esta treta, Jesé se encontró con
su propia esposa en lugar de tener relaciones ilícitas con la esclava.

El niño que nació a Nazbat fue entregado como hijo a la esclava,


ya liberada, para que el padre no descubriera el engaño de que había
sido objeto. Este niño, de cabellos rojos, despreciado por sus
hermanos, era David.

En realidad, el nacimiento de David participa del misterio de


todo elegido de Dios. Su vida se la debió a Adán. Cuando el Santo,
bendito sea, hizo pasar ante Adán a todas las futuras generaciones,
viendo que a David sólo se le concedían tres horas de vida, Adán rogó
al Señor que concediera a David setenta de los mil años que le habían
sido destinados a él. El Señor accedió y el hecho fue escrito con letras
de oro y rubricado por Dios y por el ángel Metatrón. Setenta años de
Adán fueron cedidos a David y, de acuerdo con los deseos de Adán,
belleza, dominio y un don poético acompañaron a estos años.

Metatrón se encargaría de hacer cumplir este decreto en el


futuro, cuando llegara el tiempo del nacimiento de David en Belén de
Judá. Al ver los cabellos rojos, sus hermanos sospecharon que era fruto
de un adulterio de su madre y estuvieron a punto de matar a madre e
hijo ya a las tres horas del parto. David más tarde comparará su suerte
con la de Abel a quien mató su hermano: "Esto no me sucedió a mí
porque Dios me ha guardado y ha mandado a sus ángeles que me
protegieran; pero también yo fui víctima de la envidia de mis hermanos
y mi padre y mi madre no me tuvieron en cuenta". 6

Protegido por los ángeles del Señor, David salva su vida, pero
sólo a condición de ser considerado como siervo y así, durante
veintiocho años, se dedicó a pastorear el rebaño de su padre Jesé en
los campos de Belén.

Belén, la aldea de casas blancas como palomas, anida en la


falda de las montañas de Judá. En ella nace David. En la aldea de
Belén, al aire y libremente, goza David de una paz larga y tendida,
fruto de la bendición del Señor, que le infunde una alegría que supera
a la alegría que produce la abundancia del trigo y el vino. Con razón
6
Cfr Sal 118.

13
puede cantar, al caer la tarde: "En paz me acuesto y en seguida me
duermo, porque Tú, Señor, me haces vivir tranquilo". 7

Es el recuerdo de sus años de pastor lo que David evocará


cuando, más tarde, se sienta inmerso en las intrigas de la corte del rey
Saúl, acusado y acosado por sus enemigos que, amantes de la
falsedad y el engaño, ultrajan su honor, hasta hacer dudar a sus fieles
compañeros, que le susurran: "¿Quién podrá darnos la dicha si la luz
del rostro del Señor ha huido de nosotros?".

Pero esto será más tarde. Ahora es el momento de acumular la


experiencia de la paz de Dios, que con sus favores le ensancha el
corazón, le da holgura cada vez mayor, según le va colmando de
alegría. Es la anchura de la tierra, dilatada en el Valle del Terebinto,
con su asombro de oro en sus latitudes. Tras sus rebaños de ovejas,
David recorre los valles y las colinas, sube a la cumbre de las
montañas, desde donde sus ojos hacen la ronda en torno hacia
Hebrón, Engadí, Nob... Y en la noche, el sueño le dilata el horizonte
hacia atrás y hacia adelante. Revive la historia de su bisabuela Rut,
que le ha contado su abuelo Obed, a la sombra de los arbustos a
mediodía:

En el tiempo de los jueces, cuando aún no había rey en Israel y


cada uno hacía lo que mejor le parecía, hubo una carestía en el país,
carestía de pan y pobreza de alma y corazón. Entonces Elimélek (mi
Dios es rey), descendiente del patriarca José, vivía en Belén en los
montes de Judea, en el corazón de la Tierra Santa.

(Y los sabios, bendita su memoria, aprovechan la ocasión para


intercalar su enseñanza: Has de saber que fueron diez las recias
carestías que se decretaron desde los cielos para que aconteciesen en
el mundo, desde el día en que fue creado el mundo hasta el tiempo en
que venga el rey Mesías. Carestía primera: en los días de Adán.
Carestía segunda: en los días de Lamek. Carestía tercera: en los días
de Abraham. Carestía cuarta: en los días de Isaac. Carestía quinta: en
los días de Jacob. Carestía sexta: en los días de Booz, que era de
Belén. Carestía séptima: en los días de David, rey de Israel. Carestía
octava: en los días del profeta Elías. Carestía novena: en los días de
Eliseo, en Samaría. Carestía décima: ha de ser no hambre de pan, y no
será sed de agua, sino de oír la palabra de Yahveh). 8

En los tiempos del hambre de Belén nuestro antepasado


Elimélek, con su mujer Noemí (mi gracia y alegría) y sus dos hijos,
Majlón y Kilyón abandonaron la alta tierra de la promesa de Dios para
descender a las bajas llanuras de Moab, más allá del Jordán,
instalándose junto a los paganos cananeos, descendientes de Moab.
Triste historia, pues si abandonan la tierra prometida a nuestros padres
es, sobre todo, porque han perdido la esperanza en Israel y en el Dios
de Israel. No han dejado la tierra de Israel transitoriamente, mientras
pasa la carestía, sino que "llegados a los campos de Moab, se

7
Sal 4,9.
8
1ª: Gén 3,17;2ª: Gén 5,29;3ª: Gén 12,10;4ª: Gén 26,1;5ª: Gén 45,6;6ª: Rut 1,1;7ª:
2Sam 21,1;8ª: 1Re 17,1;9ª: 2Re 6,25;10ª: Am 8,11.

14
establecieron allí". El glorioso Elimélek ha decidido dejar tras de sí, en
el pasado, la patria de Israel. ¡Qué bien expresan los nombres de los
hijos la situación a que ha llegado esta familia: Majlón, el enfermizo,
y Kilyón, el anonadado! Esta era la situación de Israel al final de la
época de los jueces. El pueblo elegido se estaba arruinando, enfermo y
anonadado. De aquí la necesidad de instaurar un rey, que salvara a
Israel.

Moab, junto con Ammón, al este del Jordán, son dos pueblos que
viven sin espíritu, en la más cruda exterioridad materialista. Allí espera
Elimélek encontrar la solución para su familia. Pero, al poco tiempo,
Elimélek murió y Noemí quedó viuda. Sus dos hijos, violando la ley de
Moisés, se casaron con Orpá y Rut, dos muchachas moabitas no
convertidas, de las que no tuvieron hijos. El dedo de Dios, que conduce
la historia, les cerró el seno, haciéndoles estériles. Y, a los diez años,
murieron también los dos esposos, los hijos de Noemí. La
descendencia de Elimélek y Noemí se ha terminado en Moab; parece
cancelada para siempre su existencia.

Noemí, entonces, sin esposo y sin hijos, decidió regresar a


Belén, pues Yahveh había visitado nuestra tierra, dándola de nuevo
pan. Lo que ella esperaba encontrar en el exilio, lo descubre en medio
de sus hermanos, los israelitas. Pero Noemí retorna a Israel sin marido,
sin hijos ni descendencia alguna: una viuda envejecida y pobre, sin
ninguna posibilidad de futuro. Partió de Israel con hambre de pan y
regresa "con las manos vacías". Se presentará diciendo a sus
conciudadanos: "No me llaméis ya Noemí, sino Mara, amargada,
porque el Omnipotente me ha amargado tanto".

Noemí, pues, se puso en camino hacia Judá. Sus dos nueras la


acompañaban. Pero Noemí, besándolas, les dijo:

-Volveos cada una a casa de vuestra madre. Aún sois jóvenes y


Yahveh tendrá piedad de vosotras como vosotras la habéis tenido
conmigo, alimentándome, y con mis hijos, pues os habéis negado a
tomar marido después de su muerte. Yahveh os hará encontrar un
esposo con quien vivir una vida apacible.

Al oírla, las dos nueras rompieron a llorar y le dijeron:

-No volveremos a nuestro pueblo ni a nuestro dios. Iremos


contigo a tu pueblo y aceptaremos a tu Dios.

Noemí, conmovida, se tragó las lágrimas y respondió:

-Volveos, hijas mías. ¿Qué sacaríais con venir conmigo? ¿Acaso


tengo yo hijos en mi seno que puedan ser esposos vuestros? Yo soy ya
una vieja para casarme otra vez. Y, aun cuando me quedara alguna
esperanza y decidiera hoy mismo casarme de nuevo y me nacieran
hijos, ¿esperaríais, sin casaros, hasta que ellos fueran mayores? No,
hijas mías, aunque se me rompe el corazón, es mejor que os volváis a
casa de vuestra madre, ya que la mano de Yahveh ha caído sobre
vosotras, privándoos del esposo en vuestra juventud. Os lo suplico,

15
hijas mías, no amarguéis más mi alma, haciendo que viva angustiada
por mí y por vosotras.

Las dos nueras se echaron a su cuello entre sollozos.


Finalmente, Orpá besó a su suegra y se volvió atrás, "a su pueblo y a
su dios", permaneciendo para siempre en la idolatría del dios Moloch.
Pero Rut no quiso separarse de ella. Noemí le dijo:

-Mira, Orpá, tu cuñada, ha regresado a su pueblo y a sus dioses.


Vete también tú en pos de ella a tu pueblo y a tus dioses.

Pero Rut le respondió:

-No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque


donde tú vayas, yo iré, donde tú habites, habitaré yo. Tu pueblo será
mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras allí seré enterrada
también yo.

Noemí le dijo:

-Nosotros hemos recibido la orden de observar los sábados y los


días festivos, sin caminar más de dos mil codos.

Rut replicó:

-Donde tu vayas iré yo.

Noemí añadió:

-Hemos recibido la orden de no habitar en compañía de las


naciones.

Rut replicó:

-Donde tú habites, habitaré yo.

Siguió aún Noemí:

-Hemos recibido la orden de no dar culto a dioses extraños.

Respondió Rut:

-Te lo he dicho y repito, no insistas, tu Dios será mi Dios. ¡Que


esto me haga Yahveh y esto otro añada sobre mí, si me separa de ti
otra cosa que no sea la muerte!

Al ver lo decidida que estaba, Noemí no insistió más. Así es


como Noemí y Rut marcharon juntas y llegaron juntas a Belén, al
comienzo de la siega de la cebada. Al verlas llegar, las mujeres de
Belén, conmovidas, se comunicaban la noticia unas a otras, diciendo:

-¿No es ésta Noemí?

Pero ella repetía una y otra vez:

16
-No me llaméis ya Noemí -"mi dulzura"-, sino Mara, porque
Sadday me ha llenado de amargura. Marché satisfecha con mi marido
y mis hijos, pero Yahveh me ha hecho volver vacía sin ellos. ¿Por qué,
pues, me llamáis Noemí? Ante Yahveh ha sido testificada mi culpa
contra mí y El me ha llenado de amargura.

Y contaba a todas la historia de su peregrinación en los campos


de Moab, donde dejó enterrados a su esposo y a sus dos hijos.

Así es como Rut, la moabita, mi madre y bisabuela tuya, llegó a


Belén acompañando a su suegra Noemí.

Con esto el abuelo Obed, siervo de Dios, daba por terminada la


historia. Pero David quería conocer la continuación y suplicaba a su
abuelo que siguiera contándole de su familia. Obed entonces se
remontaba en la genealogía hasta Miriam, la hermana de Moisés, como
su ascendiente; otras veces llegaba hasta los patriarcas Jacob, Isaac y
Abraham o hasta Adán, formado por las mismas manos de Dios. A
David, en estas narraciones, siempre le llamaba la atención el papel de
las tres mujeres, que se incluían en el árbol genealógico de su familia:
Tamar, que se disfrazó de prostituta para tener descendencia de Judá,
Rajab, la madre de Booz, y Rut la moabita...

David amaba a su abuelo, que le había enseñado el arte de


apacentar los rebaños, a distinguir las hierbas tiernas para los corderos
y las duras para las cabras. También le había enseñado a tocar la
flauta, la cítara y el arpa y a mirar las estrellas, el río y los árboles, y a
cantar al Señor, Creador del cielo y de la tierra. Nadie como David
conocía la piedad de su abuelo y, por ello, le molestaba que algunos
pastores le llamaran el nieto de Obed, aludiendo a la madre de su
abuelo que vivió sus primeros días entre los siervos de Booz, el padre.
No se avergonzaba David de esa parte de su historia, más bien le
conmovía la ternura y sencillez de Rut. Aunque su abuelo se resistiera
a contarla, él la conocía y se enternecía con ella:

Booz era pariente de Noemí. Pero Noemí había vuelto a Belén en


la más completa miseria y Booz, absorbido por su riqueza, o no se
enteró de la vuelta de su pariente o no quiso darse por enterado. Pero
el amor de Rut a su suegra Noemí la llevó a las tierras y a los brazos
de Booz.

Era la época de la siega de la cebada. Rut dijo a Noemí:

-Déjame ir al campo a espigar detrás de aquel a cuyos ojos halle


gracia.

Con pena y un tanto humillada, Noemí le respondió apenas:

-Vete, hija mía.

Rut salió al campo y se puso a espigar detrás de los primeros


segadores que encontró. Quiso la suerte -¡Bendito sea el Señor de la
suerte!- que Rut fuera a dar en una parcela de Booz, de la familia de

17
Elimélek, el esposo de Noemí. A media mañana llegó Booz, despierto y
campechano, saludando a los segadores:

-¡Yahveh con vosotros!

-¡Yahveh te bendiga!, respondieron ellos a coro.

Booz, entonces, descubre a Rut y pregunta:

-¿De qué nación es esa muchacha?

Le respondió el criado que Booz había constituido como jefe de


los segadores:

-Es la joven moabita que ha venido con Noemí de los campos de


Moab.

Ella, con los ojos bajos, pero con el coraje del amor, se acercó y
le dijo:

-Permitidme espigar detrás de los segadores. Aquí estoy en pie


detrás de ellos desde la madrugada.

Algo tocó el corazón de Booz al escuchar la súplica de la mujer.


Con solicitud inusitada le dijo:

-Alza tu frente, hija mía, y escúchame. Que tú recibas una


recompensa plena de parte de Yahveh, Dios de Israel, bajo cuyas alas
has venido a refugiarte; que El te recompense lo que has hecho,
dejando tu madre, tu pueblo y tu dios para seguir a Noemí. No vayas a
espigar a otros campos, quédate aquí junto a mis siervos. Cuando
terminen esta parcela vete con ellos a la siguiente. Espiga tras ellos,
que no te molestarán. Y si tienes sed bebe del agua de sus vasijas.

Conmovida, Rut cayó a sus pies y exclamó:

-¿Cómo es que he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en


mí no siendo más que una extranjera, perteneciente a las hijas de
Moab, que no hemos obtenido la gracia de participar en la asamblea
de Yahveh?

Y Booz le respondió:

-Hija mía, nuestros sabios, bendita su memoria, me han


ilustrado que el decreto de Yahveh sobre tu pueblo sólo se refiere a los
varones. También se me ha comunicado proféticamente que de ti han
de salir reyes y profetas, pues has dejado a tu dios y a tu pueblo, la
casa de tu padre y la tierra de tu nacimiento y has venido a un pueblo
que antes no conocías. ¡Que Yahveh te colme de sus bendiciones pues
has venido a cobijarte bajo las alas de la Shekinah de su gloria! ¡Que
tu porción esté con Sara, Rebeca, Raquel y Lía!

Le replicó ella:

18
-Encuentre yo gracia ante ti, señor mío, porque tú me has
confortado considerándome digna de ser aceptada en la asamblea de
Yahveh.

Y a la hora de la comida le dijo Booz:

-Ven aquí y moja tu rebanada en el caldo de los segadores.

Ella se sentó al lado de los segadores y Booz le ofreció trigo


tostado y comió y se sació, y guardó lo que le sobró. Luego estuvo
espigando en el campo hasta la tarde. Vareó las espigas que había
recogido. Se cargó la cebada y volvió a casa, mostrando satisfecha a
su suegra el fruto de su trabajo. Luego le dio también el alimento que
le había sobrado después de que ella se había saciado.

Le preguntó su suegra:

-¿Dónde has espigado hoy, que te fue tan bien? ¡Que sea
bendito quien se ha interesado por ti!

Le respondió:

-La suerte me llevó a los campos de un varón llamado Booz.


Y Noemí dijo a su nuera

-¡Que le bendiga Yahveh, pues su bondad no ha abandonado a


los vivos ni a los muertos! Ese hombre es pariente nuestro; es uno de
nuestros go'el.

Y Rut le dijo:

-El me ha dicho: Continúa con mis muchachos hasta el tiempo


en que se concluya toda mi cosecha.

Y Noemí, conmovida, dijo a su nuera:

-Bueno es, hija mía, que vayas con ellos y que no te encuentren
en otros campos.

Sin marido, sin fortuna, extranjera, Rut no es más que una


huérfana espigadora. Pero, aunque sea hija de idólatras, se ha
refugiado en Belén bajo las alas del Santo de Israel. Aconsejada por su
suegra, en la noche cálida y casta de junio, Rut descenderá a la era
donde duerme Booz, después de haber aventado la parva de cebada,
haber comido y bebido con la alegría de la cosecha. Con el pasmo en
el corazón descubrirá los pies de Booz y se acostará junto a él. Y aquí
entra en acción el Santo, bendito sea, que desde la creación se
encarga de combinar los matrimonios, haciendo que se encuentren el
hombre y la mujer creados el uno para el otro según sus designios. En
los montes de Judea, coronados de estrellas, Booz se despertó
sobresaltado de su profundo sueño y se encontró, como en los
orígenes Adán, con una mujer acostada a sus pies. En la semioscuridad
de la noche de verano, con voz ronca pregunta:

19
-¿Quién eres?

Rut le responde con las palabras de bienvenida que él mismo


Booz le ha dirigido la víspera:

-Soy Rut, tu sierva, extiende las alas de tu manto sobre tu


sierva y tómame como esposa, porque tú eres mi go'el.

-Sí, yo te rescataré, como es verdad que el Eterno vive.

Es la respuesta solemne de Booz, que siente la presencia del


Dios vivo, bendiciendo el amor que El mismo ha suscitado entre él,
avanzado en edad, y la joven Rut, que "no ha ido a buscar esposo
entre los jóvenes". Gracias al Santo, bendito sea, los dos pueden
empezar a vivir y a esperar que, en un día futuro, de su descendencia
nazca el Esperado de Israel.

Así Rut es rescatada por Booz, su go'el que, según la ley del
levirato, la esposa y la hace madre en Israel. De este modo, a través
de Rut, entra en la historia de la salvación el pueblo de Moab,
condenado a las tinieblas desde sus orígenes incestuosos. Lot, el
ascendiente de Rut, se une finalmente a Abraham, ascendiente de
Booz. Lot, el ambicioso sobrino de Abraham, se separó del tío
descendiendo a las llanuras fértiles de Sodoma para establecerse en
ellas. Rut, en cambio, siguiendo la fe de Abraham, decide emigrar
"lejos de la casa de su padre, de su ciudad", para seguir a Noemí a
Belén, al encuentro de su redentor (su go'el). De esta unión
inesperada de un descendiente de Abraham y de una moabita, más
tarde, nacerá el Mesías de Israel.
El Santo, bendito sea, bendijo a Rut y a Booz con un hijo, a quien
llamaron Obed, y que Noemí, la abuela, adoptó como hijo. Así la
felicitaron en Belén:

-¡Un hijo le ha nacido a Noemí!

Pero a Booz, todo el pueblo de Belén, junto con los ancianos


reunidos a la puerta de la ciudad, le felicitan con el curioso augurio:

-Que tu casa sea como la casa de Peres, el hijo que Tamar dio a
Judá, gracias al semen (a la posteridad) que Yahveh te dará a través de
esta mujer.

Son los designios misteriosos del Santo, que salva y lleva


adelante la historia por vías insondables, por encima de los pecados
del hombre. Si Rut es Moabita, hija del incesto de la hija mayor de Lot,
también Booz es descendiente de Peres, el hijo de la unión medio
incestuosa de Tamar con su suegro, el inocente Judá, hijo del patriarca
Jacob. Así es la genealogía del rey David, que va desde Peres a Booz,
que engendró a Obed, padre de Jesé, del que nació David. 9

La voz de la sangre o el Dios de la historia arranca la confesión


del corazón de Booz. Abuelo y nieto, en la paz de Belén, entonan a
coro el cántico:
9
Libro de Rut 4,21-22; como Mt 1,3-6;Lc 3,31-33.

20
Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
porque tú escuchas las súplicas.
Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas


y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua;
preparas sus trigales.

Así la preparas: riegas los surcos,


igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.10

3. DAVID, PASTOR

Belleza y talento, los dones de Adán a David, no libraron a David


de dificultades. Eliab, el hermano mayor de David, encendido en
cólera, le apostrofó:

-¿A quién has dejado el rebaño en el desierto? ¿Qué has venido a


hacer aquí? Ya conozco tu atrevimiento inconsciente y la maldad de tu
corazón. Has venido a curiosear, a ver la batalla. 11

Es el hermano mayor, el primogénito, alto y fuerte, que no tiene


ojos para el hermano pequeño. Le ciega el orgullo y la cólera. Por ello
ofende injustamente a David, que con calma le responde:

-Dime, ¿qué he hecho? ¿Es que no se puede hablar?

Y mientras responde a su hermano, que no le escucha, David


entra en su interior, donde Dios dirige su mirada, y ora: "Examíname,
Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque
tengo ante los ojos tu bondad". 12 Y Dios realmente fija sus ojos en el
corazón de David lo mismo que examina el corazón de sus hermanos.
10
Sal 65.
11
1Sam 17,26-31.
12
Sal 26,2.

21
Sus hermanos mayores, orgullo de su padre, son presentados a
Samuel y, más tarde, enviados al ejército de Saúl. Son grandes y
fuertes, hombres de guerra. David es el pequeño, que nadie invita al
sacrificio de Samuel ni se cuenta con él para luchar contra los filisteos.
En cambio, David, el pequeño, va y viene,13 va a la corte del rey y
vuelve a cuidar el rebaño de ovejas. Pero no va con armas, sino con su
arpa; no se le invita a la guerra contra los extranjeros, sino a sanar con
la música el corazón del rey de sus enemigos internos.

Ante la mirada de Dios, David se sentía libre. Y esa libertad se


expresaba en sus ojos limpios y ardientes como el arco iris, formado
de sol y lluvia. Por ello el corazón le latía al ritmo de la sangre y sus
labios susurraban salmos, casi sin darse cuenta, algo así como brotan
y maduran las frutas en los árboles. Las notas y las sílabas iban
cayendo como gotas de rocío que el viento arranca de las palmeras de
Engadí.

David era un joven apuesto, inteligente y valiente. Por ello, su


padre, Isaí, le encomendó el cuidado de su rebaño de ovejas, aunque
era el más joven de sus hijos. Esto es lo que dicen los sabios, bendita
su memoria. Pero no todos piensan como ellos. David no estuvo libre
de sospechas infamantes. Su cabello rojizo le hizo sufrir el desprecio
de sus mismos hermanos. Las sospechas de que fuera hijo de una
esclava, afirman las malas lenguas, fue la causa de que fuera alejado
de la compañía de sus hermanos y mandado al desierto, donde pasó
sus días pastoreando el rebaño de su padre.

Pero el Santo escribe derecho con líneas torcidas. A Dios le


gusta el juego del columpio. Lo pobre y despreciado, lo que no pesa es
lo que sube y es ensalzado, mientras que la arrogancia hace al hombre
pesado y en el columpio del Señor baja hasta quedar en tierra. Fue la
vida de pastor lo que llevó a David a su exaltación. David se dedicaba
al pastoreo con gran amor. Se levantaba al alba y, recitadas sus
plegarias, con el zurrón al hombro y el cayado en la mano, se dirigía al
aprisco, sacaba el rebaño y le llevaba a los pastos del campo.

Belén está situada en una zona radiante de montes en la región


de Judea. A Belén se la llama casa del pan, posada de reposo, campo
de pastores. Al salir el sol, el rocío brilla en la amplia campaña que
circunda la ciudad. La llanura de trigo verde comenzaba a dorarse,
cuando una bandada de palomas torcaces, alborotadas, revoloteó
entre los olivos. En las grutas calientes y umbrías penetra el sonido de
las esquilas de las ovejas, que se desperezan al alba. Los hilos de las
arañas se trenzan entre las briznas de paja y heno... Todo el paisaje de
Belén entraba por los ojos de David hasta hacer vibrar su alma. La
alegría pujaba entonces incontenible hasta convertirse en canto.
Transportado, en armonía dedos y labios, brotaban música y palabras
desde el hondón de su ser.

El corazón del joven pastor rebosaba de contento ante la vista


del luminoso paisaje. Delante del rebaño, al comienzo, y detrás de él,
más tarde, David iba canturreando las melodías, que luego serían los

13
1Sam 17,15.

22
"salmos de David". El salmo brota en el corazón de Belén
silenciosamente como los sueños de la hierba en la noche.

No le gustaba a David detenerse en los prados cercanos a los


campos cultivados de trigo; temía que las ovejas se le escaparan y
pisotearan las espigas. Por ello, prefería caminar hasta los pastos,
aunque fueran lejanos, pero no cultivados de cereales. A lo largo del
camino se distraía arrancando melodías a la cítara, sosteniendo con la
música el cansancio de las ovejas más débiles.

Su oído excelente le permitía distinguir y reproducir los más


variados sonidos de la naturaleza: el piar de las aves, el roce de las
mieses, el susurro del viento en los árboles, el murmullo de las aguas.
Pasaba largas horas escuchando la palabra del árbol y el eco de las
piedras rodando por el arroyo; tras noches enteras escuchando la
ininterrumpida plática del cielo con la tierra, de los abismos con las
estrellas, nadie mejor que el pastor conoce el idioma de los bosques,
de los vientos y las nubes: "El cielo proclama la gloria de Dios, el
firmamento pregona la obra de sus manos; el día pasa el mensaje al
día; la noche se lo susurra a la noche". 14

Así seguía al rebaño, sin perderlo de vista por un instante. Se


cuidaba de que los corderillos no se quedasen rezagados y, si alguno
se cansaba y no conseguía mantener el paso, David lo cargaba en
torno a su cuello. Llegado al lugar de los pastos, se preocupaba de que
todos encontraran su alimento; él mismo cortaba el pasto y se lo daba
en la boca a las ovejas recién paridas o a los corderillos. Al mediodía,
escuchando a los pájaros, el pastor se duerme contemplando sus alas.
En otras ocasiones, el olor a lluvia del campo le penetra en el corazón,
ablandándolo y dilatándolo para acoger la vida y sembrarse de
esperanzas. Las nubes gotean el gozo y el amor de lo alto. Dios dibuja
y desdibuja su nombre para su pastor en el firmamento. Así, día a día,
de sábado a sábado, se va llenando el corazón de David del canto al
Señor, del mismo modo que, al caer la tarde entre los montes, las
sombras se van acomodando por todos los rincones.
El elegido del Señor se prepara a su misión de rey de Israel,
ejercitándose como pastor del rebaño de su padre, tomando cada día
conciencia de su pequeñez; aprendiendo a cuidar de los hombres que
le serán encomendados, cuidando ahora de las ovejas y corderos;
abandonándose con confianza a Dios, se va vistiendo cada día las
armas de la fe y la obediencia.

Se cuenta que en cierta ocasión no logró encontrar más que un


campo de malezas y arbustos. ¿Qué hizo? Por temor a que las ovejas
más jóvenes y fuertes se comieran los tallos más tiernos y que las
demás no encontraran luego nada qué comer, David hizo entrar
primero sólo a los corderos para que se nutrieran de lo más tierno del
pasto; luego hizo entrar a las ovejas más viejas y achacosas y,
finalmente, cuando éstas se hubieron saciado, dejó pastar a las
jóvenes, que podían triscar y comer hasta de las hierbas más duras o
difíciles de alcanzar. De este modo consiguió saciar a todo el rebaño...

14
Sal 19,2-3.

23
Yahveh, que escruta al justo,15 examinaba a David en el
pastoreo. Así el Señor apreció el comportamiento de David con el
ganado y, viendo su corazón de pastor, se dijo el Santo, bendito sea su
nombre:

-Quien sabe apacentar a cada oveja según sus fuerzas, será el


que apaciente a mi pueblo.

Así Yahveh "eligió a David su servidor, le sacó de los apriscos del


rebaño, le tomó de detrás de las ovejas, para pastorear a su pueblo
Jacob, y a Israel, su heredad. El los pastoreaba con corazón perfecto, y
con mano diestra los guiaba". 16 Los sabios, bendita su memoria, nos
narran la sorprendente actuación de Dios muchas veces con palabras
transmitidas de los labios al oído, en cadena ininterrumpida. Así
despiertan la espera vigilante de la intervención de Dios en el
momento menos esperado:

-Uno sale de casa a buscar unas asnas perdidas y vuelve


transformado en rey, en "otro hombre". Como le sucede a un joven
pastor con la única pasión de cantar a las estrellas y lanzar piedras con
la honda...

David ve pasar los días, sin darse cuenta de que cada día le
acerca al cumplimiento de la profecía. Sin pensar en Jacob, su
antepasado, "ata a la vid su asno". 17 Ve cómo la luna crece y mengua
mes tras mes y canta: "Toda carne es como hierba del campo; su
magnificencia, como flor que brota y enseguida se seca y desaparece".
Pero esto no le impide amar a las flores y a las estrellas, al agua que
corre y canta, las ondulaciones del desierto sobre las que cabalga su
alma. La poesía polícroma de la jornada se le hace música y silencio.
Sí, al final de su vida podrá confesar: "He amado la belleza,
transformándola en salmos; he amado apasionadamente, con
vehemencia la vida y las cosas, sin importarme su fragilidad, más aún,
su fragilidad aumentaba mi amor por ellas".

Con un trozo de pan, un puñado de aceitunas y medio queso se


sentía feliz cada mañana. Con los ojos cerrados podía recorrer el
camino, orientado por los olores diversos, que conocía de memoria:
desde los aromas de los jazmines hasta el hedor de los troncos
podridos. Y luego, con los brazos cruzados bajo la nuca, ¡cuantas horas
mirando al cielo! A veces sin una nube que amortiguara el fuego del
mediodía, cuando hasta los pájaros y los insectos callan, esperaba que
se alargaran las sombras del peñasco y de los arbustos para sacar a su
rebaño de la modorra. Otras veces se deleitaba con el fuerte sabor de
los dátiles. Y ¿cómo olvidar los días de esquileo, en que se come bien y
se bebe aún más? Todo es una invitación al canto:

¡Sabed que Yahveh mima a su amigo,


Yahveh escucha cuando yo le invoco!
Muchos dicen: ¿Quien nos hará ver la dicha?
15
Sal 11,5.
16
Sal 78,70-72.
17
Gén 49,11.

24
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!
Yahveh, tú has dado a mi corazón más alegría
que cuando abundan el trigo y el vino nuevo.
En paz yo me acuesto y me duermo,
pues tú solo, Yahveh, me haces vivir tranquilo. 18

Contra el cielo del atardecer se alzaba la roca de Sión, como


"alas de paloma, revestidas de plata, cuyas plumas con reflejos de oro"
envuelven el sueño del pequeño pastor. La sinfonía de los insectos no
turbaba el silencio de la noche. Así, los días, semanas y lunas se iban
desgranando lentamente como una espiga de cebada.

4. DIOS RECHAZA A SAUL

Saúl y David son dos figuras unidas y contrapuestas. Saúl es el


primer rey de Israel. Con él se instaura la monarquía, deseada por el
pueblo, para ser "como los demás pueblos", cosa que contradice la
elección de Dios, que separó a Israel de en medio de los pueblos,
uniéndose a él de un modo particular: "Tú serás mi pueblo y yo seré tu
Dios". Pero el pueblo quiere ser como los demás pueblos. Se han
18
Sal 4.

25
cansado de ser distintos. ¡Es pesado ser diferente! Ser el pueblo
elegido, separado, consagrado a Dios, con una misión para los otros
pueblos... es maravilloso, pero la diferencia pesa, cansa. Ser como los
demás no es muy sublime, pero es cómodo. Es la tentación. En Ramá
Samuel y los representantes del pueblo se enfrentan en una dramática
discusión:

-Mira, tú eres ya viejo. Nómbranos un rey que nos gobierne,


como se hace en todas las naciones.

Samuel se disgustó con ellos y les replicó:

-¿Ya habéis olvidado la palabra de Gedeón, cuando el pueblo


quiso aclamarlo como rey, diciéndole: Tú serás nuestro jefe, y después
tu hijo y tu nieto, pues nos has salvado de los madianitas?

-¿Y qué es lo que Gedeón respondió?

-Ni yo ni mi hijo seremos vuestro jefe. Vuestro jefe es el Señor. 19

Como los ancianos insistían en su petición, Samuel les recordó


la fábula de los árboles, que quisieron elegirse un rey:

-Escuchadme. Una vez los árboles se pusieron en camino para


elegirse un rey. Dijeron al olivo: Sé tú nuestro rey. Pero el olivo les dijo:
¿Y voy a renunciar a mi aceite, con el que son honrados los dioses y los
hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la
higuera: Ven tú a ser nuestro rey. Pero la higuera les respondió: ¿Y voy
a dejar la dulzura de mi fruto sabroso para ir a mecerme sobre los
árboles? Dijeron entonces a la vid: Ven a ser nuestro rey. Pero la vid
replicó: ¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para
ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron todos a la zarza: Ven
a ser nuestro rey. Y les dijo la zarza: Si de veras queréis ungirme rey
vuestro, venid a cobijaros bajo mi sombra, y si no, salga fuego de la
zarza y devore a los cedros del Líbano. 20

Por si no habían entendido el apólogo, Samuel añadió la


moraleja:

-Estos son los derechos del rey que os regirá: a vuestros hijos
los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y
caballería, y para que corran delante de su carroza; los empleará como
aradores de sus campos y segadores de su cosecha. A vuestras hijas
se las llevará como perfumistas, cocineras y panaderas. Vuestros
campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos a sus
servidores. De vuestro grano y de vuestras viñas os exigirá el diezmo.
A vuestros criados y criadas, vuestros mejores bueyes y burros, se los
llevará para él. De vuestros rebaños os exigirá el diezmo. ¡Y vosotros
mismos seréis sus esclavos!21 El rey es la peligrosa zarza que devora a
cuantos se acogen a su sombra.
19
Ju 8,22-23.
20
Ju 9,8-15.
21
1Sam 8,11-17.

26
Samuel, el profeta de Dios, se opone visceralmente a la
monarquía, calificándola de idolatría. Pero Dios, en su fidelidad a la
elección de Israel, mantiene su alianza y transforma el pecado del
pueblo en bendición. El rey, reclamado por el pueblo con pretensiones
idolátricas, es transformado en don de Dios al pueblo: "Dios ha
constituido un rey sobre vosotros". 22 Dios saca el bien incluso del mal,
cambiando lo que era expresión de abandono en signo de su presencia
amorosa en medio del pueblo.23 Por ello dirá a Samuel:

-Mañana te enviaré un hombre de la región de Benjamín, para


que lo unjas como jefe de mi pueblo, Israel, y libre a mi pueblo de la
dominación filistea; porque he visto la aflicción de mi pueblo; sus gritos
han llegado hasta mí.

Samuel, el profeta de Dios, se tragará sus ideas y ungirá como


rey, primero, a Saúl y, después, a David. Los profetas, que sucedan a
Samuel, vivirán siempre esta misma tensión interior: ¿No es Dios
nuestro rey? ¿Para qué queremos otro rey en su lugar? Los salmos
superan la tensión exaltando al rey futuro, el Mesías, el Rey salvador.
David, el rey pastor encarna ya, en figura, al Rey Mesías: potente en su
pequeñez, inocente perseguido, exaltado a través de la persecución y
el sufrimiento, siempre fiel a Dios que le ha elegido.

De todos modos, aceptada la petición del pueblo, Samuel unge


rey a Saúl, que entra en escena con toda solemnidad, como sobre un
palco. Saúl es descendiente de la tribu de Benjamín, la más pequeña
de las tribus de Israel y que, poco antes, ha sido casi eliminada, por el
grave delito de Guibeá. Saúl aparece en una ambientación de simpleza
aldeana. Está en el campo, buscando unas borricas perdidas, se
encuentra con unas aguadoras, el profeta le ofrece el pernil en la
comida y una estera para dormir en la azotea. Pero el retrato de Saúl
es majestuoso; su presencia llena el escenario, incluso cuando,
derrotado, cae por tierra:

Había un hombre de Loma de Benjamín, llamado Quis, hijo de


Abiel, de Seror, de Becorá, de Afiaf, benjaminita, de buena
posición. Tenía un hijo que se llamaba Saúl, un joven alto y
apuesto; nadie entre los israelitas le superaba en gallardía:
sobresalía por encima de todos, de los hombros arriba.

Cuando Samuel, que subía a la colina de Suf, se encontró con


Saúl, reconoció en él al designado:

-Éste es, sin duda, el hombre que regirá a Israel.

Samuel invitó a Saúl a comer en su casa, donde le preparó


alojamiento. Al despuntar el sol, Samuel acompañó a Saúl a las afueras
del pueblo. Tomó el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de
Saúl. Y le besó, diciendo:

22
1Sam 12,13.
23
Cfr Rom 5,20-21.

27
-El Señor te unge como jefe de su heredad, de su pueblo Israel;
tú gobernarás al pueblo del Señor, tú lo salvarás de sus enemigos.

Tras esta unción en las afueras del pueblo, al amparo del alba,
sin testigo alguno, Samuel convocó al pueblo en Mispá, sacó a Saúl de
su escondite, lo puso en medio del pueblo y dijo a los israelitas:

-¿Veis al que ha elegido Yahveh? No hay otro como él en todo el


pueblo.

Y el pueblo lo aclamó:

-¡Viva el rey!

Y Samuel, cumplida su tarea, despidió al pueblo.

El espíritu de Dios invadió a Saúl, que reunió un potente ejército


y salvó a sus hermanos de Yabés de Galaad de la amenaza de los
amonitas. El pueblo, tras esta primera victoria, coronó solemnemente
como rey a Saúl en Guilgal.

Saúl, reconocido como rey por todo el pueblo, comienza sus


campañas victoriosas contra los filisteos. Pero Saúl, a quien tuvieron
que buscar y sacar de su escondite para proclamarlo rey, ahora que ha
saboreado el gusto del trono real no quiere perderlo; se aferra al poder
a toda costa, arrogándose funciones que no le competen. La historia de
Saúl es terriblemente dramática. Constituido rey contra su deseo, 24 se
siente seducido por la "enfermedad del poder". Ante la amenaza de los
filisteos, concentrados para combatir a Israel con un ejército tan
numeroso como la arena de la orilla del mar, los hombres de Israel se
vieron en peligro y comenzaron a esconderse en las cavernas, en las
endiduras de las peñas y hasta en las cisternas. En medio de esta
desbandada, Saúl se siente cada vez más solo, esperando en Dios que
no le responde y aguardando al profeta que no llega. En su miedo a ser
completamente abandonado por el pueblo llega a ejercer hasta la
función sacerdotal, ofreciendo holocaustos y sacrificios, lo que provoca
el primer reproche airado de Samuel:

-¿Qué has hecho?

Saúl mismo se condena a sí mismo, tratando de dar las razones


de su actuación. Ha buscado la salvación en Dios, pero actuando por
su cuenta, sin obedecer a Dios y a su profeta. Se arroga, para defender
su poder, el ministerio sacerdotal:

-Como vi que el ejército me abandonaba y se desbandaba y que


tú no venías en el plazo fijado y que los filisteos estaban ya
concentrados, me dije: "Ahora los filisteos van a bajar contra mí a
Guilgal y no he apaciguado a Yahveh. Entonces me he visto obligado a
ofrecer el holocausto.

Samuel le replica:

24
1Sam 10,17-24.

28
-Te has portado como un necio. Si te hubieras mantenido fiel a
Yahveh, El habría afianzado tu reino para siempre sobre Israel. Pero
ahora tu reino no se mantendrá. Yahveh se ha buscado un hombre
según su corazón, que te reemplazará.

Y Samuel se alejó hacia Guilgal siguiendo su camino.

Pero Samuel volverá de nuevo a enfrentarse con Saúl y


anunciarle el rechazo definitivo de parte de Dios. Se repite, de nuevo,
la historia. Saúl, el rey sin discernimiento, pretende dar culto a Dios
desobedeciéndolo. Enfautuado por el poder, que no quiere perder, se
glorifica a sí mismo y condesciende con el pueblo, para buscar su
aplauso, aunque sea oponiéndose a la palabra de Dios. Samuel,
pasado algún tiempo, se presentó y dijo a Saúl:

-El Señor me envió para ungirte rey de su pueblo, Israel. Por


tanto, escucha las palabras del Señor, que te dice: "Voy a tomar
cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, cortándole el camino
cuando subía de Egipto. Ahora ve y atácalo. Entrega al exterminio todo
lo que posee, toros y ovejas, camellos y asnos, y a él no le perdones la
vida".

Amalec es la expresión del mal y Dios quiere erradicarlo de la


tierra. La palabra de Dios a Saúl es clara y perentoria. Pero Saúl es un
necio, como le llama Samuel. Ni escucha ni entiende. Dios entrega en
sus manos a Amalec. Pero Saúl pone su razón por encima de la palabra
de Dios y trata de complacer al pueblo y a Dios, buscando un
compromiso entre Dios, que le ha elegido, y el pueblo, que le ha
aclamado. Perdona la vida a Agag, rey de Amalec, a las mejores ovejas
y vacas, al ganado bien cebado, a los corderos y a todo lo que valía la
pena, sin querer exterminarlo; en cambio, exterminó lo que no valía
nada.

Entonces le fue dirigida a Samuel esta palabra de Dios:

-Me arrepiento de haber constituido rey a Saúl, porque se ha


apartado de mí y no ha seguido mi palabra.

Samuel se conmovió y estuvo clamando a Yahveh toda la noche.


Por la mañana temprano se levantó Samuel y fue a buscar a Saúl.
Cuando Saúl le vio ante sí, le dijo:

-El Señor te bendiga. Ya he cumplido la orden del Señor.

El orgullo le ha hecho inconsciente e insensato, creyendo que


puede eludir el juicio del Señor. Pero Samuel, con ira mezclada de
ironía, le preguntó:

-¿Y qué son esos balidos que oigo y esos mugidos que siento?

Saúl contestó:

29
-Los han traído de Amalec. El pueblo ha dejado con vida a las
mejores ovejas y vacas, para ofrecérselas en sacrificio a Yahveh, tu
Dios...

Pero Samuel le replicó:

-¿Cómo a Yahveh, mi Dios? ¿Es que no es el tuyo y el del


pueblo?

-Sí, lo es... Y en cuanto al resto lo hemos exterminado.

-Basta ya y deja que te anuncie lo que Yahveh me ha revelado


esta noche.

Pero Saúl, aunque ya no tan seguro, insistía:

-¡Pero si yo he obedecido a Yahveh! He hecho la expedición que


me ordenó, he traído a Agag, rey de Amalec, y he exterminado a los
amalecitas. Del botín, el pueblo ha tomado el ganado mayor y menor,
lo mejor del anatema, para sacrificarlo a Yahveh, tu Dios, en Guilgal.

Saúl, hipócrita, se atribuye a sí los actos de obediencia y


descarga sobre el pueblo la culpa de las transgresiones. Pero Samuel
no se deja engañar y le replica:

-¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios


como en la obediencia a la palabra de Yahveh? Mejor es obedecer que
sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Pecado de
adivinos es la rebeldía, crimen de idolatría es la obstinación. Por haber
rechazado la palabra de Yahveh, El te rechaza hoy como rey.

La excusa del sacrificio no tiene valor alguno. El culto sin fe en


la palabra de Dios, manifestada en la vida, es algo que da náusea a
Dios. El rito sin que vaya acompañado del corazón no sube al cielo.
Dios busca y desea un corazón fiel y no el humo del sacrificio. Es lo
que Dios encontrará en David:

Los sacrificios no te satisfacen;


si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado
Tu no lo desprecias.25

Samuel, pronunciado el oráculo del Señor, se dio media vuelta


para marcharse, pero Saúl se agarró al orlo del manto, que se rasgó. El
manto rasgado es el signo de la ruptura definitiva e irreparable, como
explica Samuel, mientras se aleja:

-El Señor te ha arrancado el reino de Israel y se lo ha dado a otro


mejor que tú.

25
Sal 51.

30
5. UNCION DE DAVID

Observó el Señor todas las montañas y no encontró ninguna tan


digna de que sobre ella se diera la Torá y se posara la Shekinah como
sobre el monte Sinaí. ¿Por qué? Porque se humilló a sí mismo. Cuando
el Sinaí vio al monte Hermón y al monte Siryon que contendían entre
sí, diciendo uno: "se posará sobre mí", y el otro: "no, se posará sobre
mí"; viendo cómo rivalizaban el uno con el otro y cómo se ensalzaban a
sí mismos, el monte Sinaí se humilló y no abrió la boca. Por ello, el
Señor, que no se fija en las apariencias, reparó en su humildad e hizo
posar la Shekinah sobre él, porque Dios es Alto y Excelso, "pero se fija
en el humilde y al soberbio le mira desde lejos". 26

Samuel, el profeta de Dios, está al centro de la historia de


David. Desde su nacimiento, Samuel es una irradiación de la presencia
de Dios en medio de Israel. Elcana y su esposa Ana vivían en Rama, un
pequeño pueblo de la llanura de Sarón, frente a las montañas de
Efraím. Se habían casado realmente enamorados. Pero pasaban los
años y el seno de Ana seguía cerrado. Mientras tanto, Pennina, la otra
mujer de Elcana, orgullosa de su seno, continuamente engendraba
hijos, suscitando los celos de Ana. Y, aunque Elcana repitiera que su
amor valía por diez hijos, no lograba ocultar la arruga de amargura que
cruzaba de vez en cuando su frente. Y, cuando Ana contemplaba esa
arruga, cada vez más honda, en la frente de su esposo, sentía una
inquieta ansiedad en su corazón.

Con su pena acuestas, cada año acompañaba Ana a su esposo


al Santuario de Silo, donde se hallaba el Arca del Señor, para la fiesta
de las Tiendas. Se trata de la fiesta otoñal de la vendimia, una de las
fiestas más populares de Israel. Las gentes se trasladaban a las viñas y
durante varias semanas habitaban en tiendas. Más tarde, sin perder
este colorido, la fiesta pasó a evocar las tiendas del peregrinar por el
desierto, bajo la protección de Dios.

En el Santuario las gentes ofrecían sus sacrificios al Señor y


después se sentaban en los alrededores del templo. En medio del
bullicio de la fiesta, Ana se sentó a comer su pan bañado en lágrimas,
disimuladas por los cantos. Después de comer, mientras Elcana se
26
Sal 138,6.

31
quedó adormilado, Ana se levantó sigilosa y se fue al templo, en
aquella hora, solitario. Sólo el sacerdote Elí cabeceaba ante la puerta,
sentado en su silla baja. Sin dejarse ver ni hacerse sentir, Ana penetró
en el interior fresco y oscuro del Santuario. En un murmullo, apenas
perceptible, comenzó a susurrar su pena ante el Señor:

-Señor, Dios mío, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y


acordarte de mí, dándome un hijo, yo te lo entregaré por todos los días
de su vida y la navaja no tocará su cabeza.

Postrada ante el Señor, Ana siguió moviendo sus labios, orando


en su corazón, sin percibir el paso del tiempo ni los pasos de Elí que,
intrigado, se acercó a ella. La sacó de su ensueño la voz irritada del
sacerdote:

-¿Hasta cuándo va a durarte la borrachera, mujer? ¡Echa ya el


vino que llevas dentro!

Ana se sobresaltó y con un hilo de voz respondió:

-No, señor, tu sierva no está borracha. Soy una mujer


acongojada, que desahoga su corazón ante el Señor. No he bebido vino
ni nada embriagante. No juzgue mi señor a esta pobre sierva, que sólo
por su aflicción habla al Señor.

Compadecido, el anciano sacerdote colocó la palma de su mano


arrugada sobre la cabeza de Ana y la bendijo:

-Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que has


pedido.

Fruto de la oración de Ana y de la bendición del sacerdote, nació


Samuel, como un verdadero don de Dios. Ana lo consagró al Señor,
entonando ante El su canto de alabanza. ¡Cuantas veces se inspiraría
David en este canto al elevar a Dios sus salmos!

Porque, sin conocerse entre ellos, Samuel y David se


encontraron en Belén. Dios, que eligió al uno como profeta y al otro
como rey de su pueblo, hizo que sus vidas se entrecruzaran. Samuel
era ya avanzado en años y David era aún un muchacho con quien
nadie contaba. Samuel entraba y salía en la corte del rey Saúl; David,
en cambio, no hacía otra cosa que pastorear los rebaños de su padre
Jesé. No, ninguno de ellos pensaba en el otro. Sólo Dios, el Señor de la
historia, pensaba en el uno y en el otro, encaminando los pasos del
uno hacia el otro.

Desde los tres años, apenas destetado, Samuel sirvió al Señor


en el santuario de Silo. Allí, envuelto en su vestidura de lino, creció y
recibió la llamada de Dios, que lo constituyó en su boca, su profeta,
mensajero de sus designios para Elí y sus perversos hijos, para Saúl...y
para David.

La verdad es que, aunque Dios había rechazado a Saúl, Samuel


no conseguía aceptarlo. ¿No había sido el mismo Dios quien le había

32
enviado a ungirlo como primer rey de Israel? Después de toda su
repugnancia, Samuel se había doblegado a la voluntad del pueblo y a
la voluntad de Dios y había ungido a Saúl como rey. Y ahora, ¿podía
ungir a otro, mientras Saúl estaba en vida?

El Señor, que hizo una concesión al pueblo, ante la


desobediencia de Saúl, no retira su don al pueblo, pero sí a Saúl:

-Tú me pediste: Dame un rey. Airado te di un rey, y encolerizado


te lo quito.27

¡Pobre profeta que tiene que ser siempre profeta! ¡Siempre


hablando y actuando en nombre de otro! El Otro, el Señor, se le
apareció y le dijo:

-¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después que yo le


he rechazado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite
y vete. Te envío a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey
para mí.

Samuel, el profeta fiel, pero respondón, replicó:

-¿Cómo voy a ir? ¡Se enterará Saúl y me matará!

Pero ya, mientras está farfullando, Samuel busca la ampolla del


óleo santo que Moisés había preparado en el desierto para la
consagración del Sumo Sacerdote y destinado a la unción de los reyes
de Israel hasta el final de los tiempos. De ese óleo milagroso, que
jamás se agota, Samuel llenó su cuerno y se dispuso a cumplir el
deseo del Señor. Pero, temiendo que Saúl se enterase del propósito de
su viaje, Samuel tomó consigo una becerra y esparció la noticia de que
iba a Belén a ofrecer un sacrificio en honor del Señor. En honor al
Señor, sólo por obediencia al Señor, emprende Samuel el viaje hasta
Belén. El Señor es el único protagonista y Samuel no es más que el
profeta intermediario:

-Yo te haré saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel


que yo te indicaré.

Llegado a Belén, los ancianos de la ciudad, llenos de estupor,


salieron al encuentro de Samuel. No se explicaban el porqué de la
insólita visita del profeta. Samuel les tranquilizó:

-He venido en son de paz. Vengo a ofrecer un sacrificio al Señor.


Purificaos y venid conmigo al sacrificio.

Jesé y los ancianos se congregaron a la sombra del emparrado,


en el patio de la casa. Bajo la parra, cargada de racimos verdes,
inmolaron la becerra. De un modo particular purificó a Jesé y a sus
hijos y les invitó al sacrificio. Jesé tenía siete hijos: Eliab, Abinadab,
Šammá, Netanel, Radai, Ozem y David. Pero sólo seis de ellos se
presentaron ante Samuel para el rito, ya que el más pequeño no

27
Os 13,10-11.

33
estaba con ellos en casa, sino que se hallaba en el campo pastoreando
el ganado.

Samuel aún no ha recibido la indicación del Señor sobre quién


será el ungido. Por ello, Samuel comienza llamando al hermano mayor,
a Eliab. Se trataba de un joven alto, de impresionante presencia.
Samuel, al verle, creyó que estaba ante el elegido de Dios. Se dijo a sí
mismo:

-Sin duda está ante Yahveh su ungido.

Dios quiso que Samuel fuera engañado por las magníficas


apariencias de Eliab, pues deseaba humillar a su profeta que había
tenido la pretensión de llamarse a sí mismo El Vidente. El Santo,
bendito sea, le convenció de que él no veía más que lo que se le
concedía ver.

Por otra parte el error de Samuel tenía su justificación. La


elección del Señor, inicialmente, había sido de Eliab y, por ello, le había
dado esa estatura y aspecto real. Pero Dios, que escruta el corazón,
descartó a Eliab por la violencia que descubrió en su interior y por la
dureza con que siempre trató a David, su hermano menor. Mas Dios,
fiel a sí mismo, aunque negó la realeza a Eliab, le compensó, años más
tarde, haciendo que a una hija suya la tomara por esposa el rey
Jeroboam.

Tomó, pues, Samuel en su mano derecha el cuerno del óleo y se


dispuso a derramarlo sobre la cabeza de Eliab. Pero, al inclinar el
cuerno, con gran sorpresa Samuel se dio cuenta de que el cuerno
estaba vacío; ni una gota cayó sobre Eliab. El Señor, de nuevo,
contradecía a su profeta:

-No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he


descartado.

La mirada de Dios no es como la mirada del hombre. El hombre


mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón. La similitud de Eliab
con Saúl debían haber ayudado al profeta a descubrir que Dios, como
ha rechazado a Saúl, ha descartado también a Eliab. Su estatura
imponente no les hace más aptos para regir al pueblo. Los criterios de
Dios no coinciden con los criterios humanos. Dios, probando a su
profeta, le está invitando a mirar no según el esquema o concepto
humano sobre el rey. Dios ha elegido a otro, diverso. El profeta lo
reconocerá renunciando a sus ideas para poder escuchar la indicación
del Señor: "Ungirás a quien yo te indicaré".

Con un gesto, Samuel hizo retirarse de su presencia a Eliab.


Jesé, apesadumbrado, llamó a su segundo hijo, Abinadab, que se
colocó ante el profeta, inclinando la cabeza. Apenas se había retirado
Eliab el cuerno se había llenado del óleo santo. Pero, ya un poco
desconcertado, Samuel no miró siquiera a Abinadab, sino que apenas
le tuvo ante sí se dispuso a derramar sobre él el óleo santo. Una vez
más el Señor hizo desaparecer el óleo del cuerno, para que su profeta
entendiera que no era Abinadab el elegido. Retirado Abinadab, el

34
profeta metió casi en el cuerno sus ojos miopes y pudo comprobar que
estaba lleno de óleo. Siguió así con los seis hijos de Jesé, uno detrás de
otro.

Los ancianos de la ciudad y el pueblo, que asistía al rito, todos


habían visto a los hijos de Jesé acercarse, uno tras otro, al profeta,
inclinar la cabeza hacia el cuerno del óleo y, luego, retirarse sin haber
sido ungidos. Todos habían contemplado la turbación de Samuel cada
vez que inclinaba el cuerno y no goteaba en absoluto nada. Una
especie de terror sagrado se había ido difundiendo entre los presentes.

Jesé asistía a la escena con una mezcla de estupor y de dolor


por la humillación de sus hijos. El mismo profeta participaba de su
estupor y no sabía qué pensar ni qué hacer. El Señor era misterioso en
su elección. Pero Samuel, en su infancia, durmiendo junto al Arca en el
templo, había aprendido a distinguir la voz del Señor. El sabía que el
Señor le había hablado claro: era un hijo de Jesé el elegido. Y también
sabía que el Señor no se contradice. ¿Cómo es que ha descartado a
todos los hijos que Jesé le ha presentado? De repente se le iluminó el
rostro y, dirigiéndose a Jesé, le preguntó:

-¿No tienes otros hijos?

Con voz apagada y sin dar importancia a lo que decía, pues no


podía imaginar que, después de haber descartado a los hijos mayores,
el profeta fuera a ungir al pequeño, Jesé respondió:

-Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el rebaño.

-¡Manda que lo traigan!, -exclamó Samuel-. ¡No haremos el rito


hasta que él no haya venido!

El muchacho no sólo es el menor de los hermanos, sino también


el más pequeño, tan pequeño, tan insignificante que se han olvidado
de él. Nadie ha contado con él. Pero Dios sí le ha visto. En su pequeñez
ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en
medio del pueblo. Es un pastor, que es lo que Dios desea para su
pueblo como rey: alguien que cuide de quienes El le encomiende.
Mejor la pequeñez que la grandeza; mejor un pastor con un bastón que
un guerrero con armas. Con la debilidad de sus elegidos Dios confunde
a los fuertes. En la fragilidad de su cabellera rubia está su belleza a los
ojos de Dios, aunque a los ojos ciegos de los hombres provoque el
desprecio.28

Jesé, más por respeto al profeta que por otra cosa, mandó que
fueran a buscar a David. Corrieron al campo y, sin explicación alguna,
llevaron a David ante el profeta. El corazón le dio un vuelco en el
pecho a Samuel apenas vio a David ante sí. A Samuel, al ver a David
agitado y lleno de polvo de los pies a la cabeza, no le pareció que
tuviera el aspecto de un rey y se preguntó si una persona de cabellos
tan rojos no sería un sanguinario como Esaú. Se quedó fijo, mirándole,
mientras David clavaba sus ojos en los ojos del profeta, a quien le

28
Cfr 1Sam 17,42.

35
palpitaba el corazón como si quisiera salírsele. Pero la voz del Señor
cortó sus reflexiones y dudas:

-Aunque será un rey guerrero, no combatirá más que cuando yo


se lo ordene. ¿Cuándo aprenderás a no fijarte en las apariencias y
mirar al corazón que se asoma en la mirada? ¡Levántate! Mi ungido
está ante ti, ¿y tú estás sentado?

Samuel, un poco confundido, se levantó y fijó su vista en los ojos


de David y ya no le quedó la mínima duda. Sus ojos eran bellos y
luminosos, rebosantes de bondad. En ellos resplandecía la piedad de
su corazón. Su frente era límpida, signo de su inteligencia. Hasta los
cabellos rojos le parecieron diversos, como si fueran un mechón de
oro. De verdad su aspecto, superada la inicial apariencia, era
admirable. Era la contrafigura de Saúl, corpulento y tosco, pura
apariencia. De la frente de David emanaba el halo del artista, delicado,
débil, el último en quien pensar para rey. Samuel se extasiaba ahora
contemplándolo. El Señor tuvo que sacarlo de su arrobo con su voz
irresistible:

-¡Es el elegido! ¡Anda, úngelo!

Samuel tomó el cuerno y lo derramó sobre la cabeza rubia de


David. El aceite se extendió sobre la cabellera brillando a la luz del sol
como una corona de oro. Con la unción, el espíritu de Yahveh se posó
sobre David. El espíritu que había irrumpido ocasionalmente sobre los
jueces, se posa para permanecer sobre David. Es el espíritu que se ha
apartado de Saúl, dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba
la mente.

Ante su hijo, esplendente por la unción, la madre reveló a Jesé


su secreto, declarando, para asombro de sus hermanos, que ella era
realmente la madre. Dios hacía justicia, ensalzando al último, al
despreciado de todos, olvidado hasta de su padre. Entonces David
exclamó:

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,


porque es eterno su amor!
En mi angustia grité al Señor
y me escuchó, poniéndome a salvo.

Samuel respondió:

Mejor es refugiarse en el Señor,


que confiar en los hombres.

Jesé cantó:
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.

David exultó:

Abridme las puertas del triunfo


y entraré para dar gracias al Señor.

36
Los hermanos, a coro, cantaron:

Es el Señor quien lo ha hecho,


ha sido un milagro patente.

Samuel proclamó:

Este es el día en que actuó el Señor,


sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Los hermanos, danzando en corro, prosiguieron:

Señor, danos la salvación,


Señor, danos prosperidad.

Jesé, conmovido, entre lágrimas exclamaba:

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Y Samuel, con voz de profeta:

Os bendecimos desde la casa del Señor.

Y todos a coro proclamaron:

El Señor es Dios: El nos ilumina.


¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Celebrado el sacrificio, Samuel se volvió a Ramá y David regresó


con su rebaño, dando vueltas en su corazón lo que el profeta había
hecho con él, esperando que el Señor le revelase el sentido y el
momento de cumplir la misión para la que le había ungido. Pero ya
desde aquel día se dio un profundo cambio en la vida de David. La
gente decía:

-El Espíritu del Santo está en el muchacho.

Y, al son del arpa, David cantaba:

Te cantaré, Señor, con todo mi corazón,


yo narraré todas tus maravillas.29

Pero cuando Samuel se marchó, también David sintió deseos de


huir. En pie, el viejo profeta era imponente, infundía respeto con su
mirada que escrutaba hasta los huesos. Pero ¿y ahora qué? David sólo
deseaba huir, pero ¿a dónde, cómo y de quién? David volvió al campo
con su rebaño y en la noche el arpa susurró:

Yahveh, tú me escrutas y conoces,


sabes cuando me siento y cuando me levanto,
te son familiares todas mis sendas.
29
Sal 118.

37
¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu,
a dónde de tu rostro huiré?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si desciendo hasta el abismo, allí te encuentras.
Si tomo las alas de la aurora,
si voy hasta los confines del mar,
también allí te encuentras tú...30

6. DAVID CALMA CON SU CITARA A SAUL

Cuando el profeta Samuel partió, la vida de Belén volvió a su


normalidad, como si nada hubiera ocurrido. La unción de David se
guardó en secreto, aunque su efecto se mostraba en el don de profecía
y de canto que actuaba en David. Naturalmente estos dones
despertaron la envidia en algunos con quienes David se encontraba.

30
Sal 139.

38
Nadie sintió mayores celos que Doeg, el sabio más grande de su
tiempo.

De todos modos la vida de David era tranquila en el campo,


transcurriendo en la rutina del pastoreo del rebaño. El Espíritu del
Señor, en cambio, se había apartado de Saúl. Un mal espíritu le
perturbaba el ánimo. El malhumor oprimía su corazón, como si no
pudiera respirar. El rey gemía desesperado y no soportaba la presencia
de nadie junto a él. Era el mes de las lluvias y el goteo monótono del
agua llenaba aún más el aire de melancolía. Los árboles perdían sus
hojas como si participaran de la desolación del rey. Venciendo la
resistencia del rey, sus servidores lograron que aceptara un cantor:

-La música aleja los malos humores y calma el espíritu;


queremos traerte un hombre que sepa tocar el arpa.

-Cuando te asalte el mal espíritu, él tocará para ti y te hará bien.

No muy convencido, Saúl preguntó:

-¿Y quién es ese cantor, que pueda aliviarme?

Uno de los siervos le respondió:

-Tu siervo conoce a un hijo de Jesé, betlemita, que toca muy


bien. Es un pastor.

-¿Es que queréis traerme un rudo maloliente?, gritó el rey.

-Oh, no, señor, es de palabra amable y de agradable presencia.


Sin duda el Señor está con él...

La última frase se le clavó al rey en el corazón. "Está con él y a


mí me ha abandonado", pensó para sus adentros. El sabía que ahí
estaba la causa de su mal, pero no lo quería confesar, por ello dijo:

-Está bien, traédmelo.

Abner eligió un mensajero y lo mandó a Belén, en busca del hijo


de Jesé, "el que está con el rebaño". Al llegar el mensajero del rey se
rompió, de nuevo, la monotonía de Belén. En las tiendas de Jesé había
una gran agitación. La conmoción invadió a los betlemitas, que
difundían la noticia de oído a oído:

-Un mensajero del rey Saúl ha llegado a pedir a Jesé que mande
a su hijo al palacio real.

En privado, bajo el gran algarrobo, que se levanta detrás de la


casa, rogándole que guardara el secreto, el mensajero explicó a Jesé:

-El rey está enfermo. No se trata de una enfermedad del cuerpo,


sino de una turbación interior. La tristeza y la angustia le han
paralizado y no quiere salir de su tienda. Se dice que tu hijo es un
prodigio tocando el arpa. El hijo del rey, Jonatán, te suplica que lo

39
mandes a palacio. Así, cuando al rey le dé una crisis de tristeza, tu hijo
tocará el arpa ante él y quizás la música logre sanarlo.

Era otoño. Hacía poco que habían celebrado la fiesta de Fin de


año, que culmina con el Yom Kipur. David estaba pastoreando en las
cercanías. Su hermano llegó corriendo:

-Regresa a casa, que te necesitan.

-¿A mí?

Es lo único que se le ocurre preguntar. Pero, sin esperar la


respuesta, David recoge su arpa y su honda y desciende a todo correr
a su casa. A llegar a casa, David encuentra a toda la familia agitada. Su
padre ha preparado pan, un odre de vino, un cabrito y fruta seca, que
cargan sobre un asno.

-Pondrás a los pies del rey este presente, le dice su padre con
voz apagada.

-Lávate y ponte tus mejores vestidos, le dice su madre sin


levantar la cara para que no se vieran las lágrimas de sus ojos.

Cuando estuvo listo, David volvió donde estaban los demás. Dos
soldados, con cara de aburrimiento, esperaban a David para conducirlo
a la casa real de Saúl. Así David tuvo que dejar una vez más su rebaño
y partió con los mensajeros del rey. Pero, de pronto, uno de los
soldados preguntó a David:

-¿No habrás olvidado tu arpa?

Sí, la había olvidado. Nadie le había hablado de música ni de la


enfermedad del rey. En realidad no sabía lo que querían de él. Uno de
sus hermanos, corriendo, le alcanzó el arpa, que David abrazó contra
su pecho y continuó la marcha tras los soldados. David, con tristeza,
comprendió que no le llevaban a la corte para ser soldado, como
deseaba, sino como cantor.

Apenas llegaron al palacio, David fue presentado al rey Saúl, el


héroe que había salvado Jabes de Galaad y había guiado a su pueblo
en sus combates contra los filisteos, pero que ahora yacía en su tienda
oscura, con la cabeza caída sobre el pecho. Saúl no soportaba la luz ni
el ruido; estaba sumido en una mortal desgana. No podía aceptar que
Dios le hubiera rechazado; no quería admitir que su trono estaba ya
herido de muerte y próximo su fin. No sentía el deseo de pedir perdón
a Dios, pues no era capaz de ver su pecado, aunque su conciencia no
dejaba de atormentarle.

En la penumbra oscura de la estancia, David siente sus pasos


retumbando en el silencio, llenándole el alma de zozobra. Afloran a su
mente todos los turbios presentimientos, que veía dibujados en el agua
del pozo, al sacarla para abrevar a las ovejas, algo así como alas de
águila que se cierran sobre la presa. El rey Saúl estaba reclinado en el
lecho y, sin embargo, llenaba la estancia con su imponente persona. La

40
tristeza y una especie de dejadez le daban el aspecto de un ídolo, que
tiene boca que no habla, ojos que no ven y oídos que no oyen. El rey
no se movió en absoluto cuando David entró a su presencia. Sin saber
explicar porqué David sintió una inmensa piedad por él. Sentía deseos
de acercarse a él y besarle las manos. Pero no se atrevió; se sentó en
el suelo a cierta distancia. Y al sentarse descubrió, detrás del rey,
apoyada en la pared, la gigantesca espada dorada. La piedad que
sentía por el rey se tiñó de miedo y terror, hasta paralizarlo,
impidiéndole huir, como deseó en aquel momento.

Así encontró David, por primera vez, al rey Saúl. Saúl y David, el
uno frente al otro. Sus vidas y sus personas, contrapuestas, seguirán
unidas por mucho tiempo. El uno ya rechazado por Dios y el otro ya
ungido para sustituirlo. Enfermo y solo Saúl, perdido en medio de su
delirio; David, aún un muchacho, pero elegido por Dios y colmado del
espíritu que ha abandonado a Saúl. Pero David no se ha presentado en
la corte del rey Saúl para suplantarle, sino para ayudarle con su
música. A la cabecera de Saúl está su hijo, el príncipe Jonatán, que
suplica a David:

-¡Toca el arpa! Quizá tu música le devuelva la paz.

David rozó suavemente las cuerdas del arpa y una dulce melodía
llenó la tienda. Las palabras temblaban en sus labios, pero seguían
fluyendo como agua que mana y se abre paso entre las rocas. La
música, que David arrancaba al arpa, se difundía por la habitación
como alas protectoras. Como cuando el viento cruza las ramas de los
árboles y agita suavemente sus hojas, que vuelan y descienden en
lentos giros, así iban volando las notas y las palabras hasta serenar la
mente turbada de Saúl. Sorprendido, Saúl alzó la cabeza y sus ojos
desprendieron un pequeño brillo de sosiego. Con voz apenas audible
dijo:

-Me conforta tu música. Pediré a tu padre que te deje aún


conmigo.

Finalmente Saúl lograba conciliar el sueño. David seguía aún por


un poco tocando y luego callaba y de puntillas salía de la habitación,
anunciando:

-El rey duerme.

Una corriente de simpatía unió a los dos. De este modo David se


quedó a vivir con Saúl, que le amó de corazón. Cada vez que le oprimía
la crisis de tristeza, David tomaba el arpa y tocaba para el rey y le
pasaba la crisis. La música acallaba el rumor de los sentidos y
alcanzaba la fibras del espíritu con su poder salvador. De este modo, al
son del arpa, el espíritu maligno pierde el punto de apoyo y se ve
obligado a salir, dejando calmado al enfermo.

Pero esto no agradó a Doeg, que empezó a intrigar en la corte


contra David. Doeg, con astucia, empezó a alabar excesivamente a
David, con el propósito de suscitar los celos del rey y hacer a David
odioso a sus ojos. Y el veneno de los celos se inoculó en el corazón de

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Saúl, aunque no renunció a la presencia de David, pues necesitaba de
su música para calmar su espíritu agitado. David con su arpa es
medicina para Saúl, pero su persona terminará siendo la verdadera
enfermedad de Saúl.

Cada vez que David se presentaba ante el rey se mezclaban en


su corazón la piedad y el miedo. La espada, colgada a la espalda del
rey, brillaba amenazadora. Sólo los acordes del arpa lograban serenar
a David, tanto o más que a Saúl. Sólo tras un lento y repetido punteo
de las cuerdas le brotaban las palabras:

La voz de Señor sobre las aguas,


el Dios de la gloria hace oír su trueno,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz de Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.
La voz del Señor lanza llamas de fuego,
la voz del Señor sacude el desierto de Cadés.
La voz del Señor retuerce los robles,
la voz del Señor descorteza las selvas... 31

Saúl, oyendo el canto, se estremece, se agita en su lecho, se


incorpora y clava sus ojos apagados en los ojos de David, dejando
traslucir su locura, cargada de odio y envidia. David, desde su rincón,
mira a Saúl y a la espada, y tiembla de pies a cabeza. Cierra los ojos y
canta de nuevo:

Señor, mi corazón no es ambicioso,


ni mis ojos altaneros,
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo mis deseos,
como un niño amamantado,
en brazos de su madre.32

Y así transcurrieron los meses de las lluvias tardías. Y pasó el


invierno. Cuando Saúl se sentía bien despedía a David, que volvía a
pastorear su rebaño y a componer nuevas melodías. Pensaba en el rey
y para él se inspiraba en las colinas y en el cielo estrellado de Belén.
Cuando el mal espíritu asaltaba a Saúl, David era llamado y acudía de
nuevo a su lado. El rey se calmaba y despedía a su cantor, a quien no
llegó a conocer. Era simplemente el cantor del rey, que debía
mantenerse en un ángulo de la estancia siempre oscura...

Años más tarde, cuando el abatimiento alcance al mismo David,


recordando las horas oscuras de Saúl, tocará para sí:

Señor, no me reprendas con ira,


no me corrijas con cólera;
piedad, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.

31
Sal 29.
32
Sal 131.

42
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuando?
Vuélvete, Señor, salva mi vida.
Estoy extenuado de gemir,
baño de lágrimas mi lecho cada noche.
Mis ojos se consuman por el tedio,
envejezco entre tantas contradicciones. 33

7. COMBATE CON GOLIAT

David ha dejado el palacio real y regresado a su tierra con su


padre. Un día, como de costumbre, David sacó el rebaño a pastar sobre
los montes. Al llegar a la cima del lugar elegido, buscó un matorral
para sentarse a su sombra y protegerse de los rayos sofocantes del sol.
Era tal el calor que David no sentía ganas ni de tocar la cítara ni de
canturrear sus canciones. Se quedó, a la sombra, dando vueltas,
apesadumbrado, a sus preocupaciones por la suerte de Israel en
guerra, una vez más, con los filisteos.

David, el pequeño, ha sido de nuevo excluido en esta ocasión.


Sólo sus hermanos mayores se hallan presentes en el campo de
batalla. Con él no se cuenta en los momentos importantes. Nadie
piensa en David en los momentos cruciales. Es la historia del elegido
de Dios, olvidado de los hombres por su insignificancia, pero amado y
escogido por Dios para desbaratar los planes de los potentes. Lejos del
campo de batalla, David pasa su tiempo con las pacíficas ovejas. Lejos
del atronador ruido de la guerra, con su fragor de armas y gritos
amenazantes, David se halla en la paz del campo, con su padre
anciano en la pequeña y tranquila ciudad de Belén. Mientras en el valle
del Terebinto se decide la suerte de Israel, David no escucha más que
los balidos del rebaño.

El rey Saúl, para responder al ataque de los filisteos, había


llamado a las armas a sus mejores hombres. Pero el enemigo era
mucho más fuerte y disponía de municiones de las que carecía el
ejército de Israel. Los filisteos se habían fabricado espadas y puñales,
escudos y carros armados, mientras que los israelitas apenas si tenían
armas de hierro. Sus únicas armas eran arcos, flechas y bastones. En
estas condiciones la posibilidad de victoria era prácticamente nula para
Israel. Y, a pesar de los graves riesgos de esta guerra, David se
consumía por los deseos de participar en ella. En sus horas
interminables y soñolientas tras las ovejas, no cesaba de preguntarse:

-¿Por qué sólo han sido llamados a las armas los hombres de
más de veinte años? ¿Es que un joven como yo no puede batirse con el
enemigo? Si se me permitiera enrolarme en el ejército del rey estoy
seguro que lograría levantar el honor de Israel.

33
Sal 6.

43
Con estos pensamientos en el cuerpo, al regresar a casa, día
tras día, pedía a su padre que le permitiese ir al campamento a ver a
sus tres hermanos mayores. Pero el padre siempre le repetía lo mismo:

-Aún eres demasiado joven, hijo mío, y el rey tiene necesidad de


hombres maduros. Ya verás que hay suficientes soldados para, con la
ayuda del Señor, vencer a esos filisteos. Anda, sigue apacentando el
pequeño rebaño y piensa que también se necesita valor para ser
pastor.

Pero David no entendía de qué valor hablaba el padre. Llevar el


ganado a pastar, ver cómo las ovejas se mueven en busca del pasto
por sí mismas y estar sentado sin hacer nada... ¿Dónde está el valor
del pastor? Refunfuñando en su interior, le pasó por la mente
escaparse y marchar al campamento a escondidas de su padre. Pero
rechazó enseguida la idea; no estaba bien que un pastor abandonase
su rebaño... En medio de estas cavilaciones, adormilado por el calor del
día, se sumió en un dulce sopor hasta que se durmió con el cayado al
lado y la cabeza apoyada sobre el zurrón. Pero, al rato, de improviso le
despertó un horrible rugido proveniente del fondo del campo. Las
ovejas, sobresaltadas, balaban y huían en remolinos por todas partes.
Al ver a su rebaño desbandado por el campo, David miró alrededor
para darse cuenta de lo que sucedía.
No lejos de él, David vio a un cachorro de león abalanzándose
contra un cordero. Ya le había dado un zarpazo y el pobre cordero se
debatía entre las fauces del león, al mismo tiempo que lanzaba sus
balidos angustiados. David, sin pensar en un momento en huir, salió
corriendo hacia el león. Con el cayado en la mano se abalanzó sobre él
y comenzó a descargar golpes sobre su cabeza. El león, sorprendido,
lanzó un furioso rugido y soltó al cordero. Por un instante el león
retrocedió, pero al instante la fiera feroz saltó sobre el pastor. David,
que no pensaba en sí, no se acobardó, sino que con una mano cogió al
león por la quijada y con la otra lo golpeaba con todas sus fuerzas en la
cabeza. Los rugidos del león, mientras se retorcía tratando de apresar
entre sus zarpas a David, llenaban el aire del campo. Finalmente el
león perdió sus fuerzas y se derrumbó por tierra, sin lograr ya
levantarse por más que se agitaba y rugía...

Terminada la lucha, David, al son del arpa, logró reunir de nuevo


en torno a sí a las ovejas dispersas. Al regresar en la tarde a casa, en la
misma puerta, lo esperaba su padre Jesé. David hubiera preferido
pasar inadvertido, pero no pudo ocultarse a su padre que, al verle
aparecer con sus ropas desgarradas y los brazos llenos de arañazos, se
quedó atónito, sin saber qué decir. Corrió a su encuentro y lo abrazó un
largo rato. Repuesto del susto, el padre preguntó qué le había
sucedido. David contó todo atropelladamente. El padre, cuya expresión
había ido cambiando a medida que escuchaba al hijo, le abrazó de
nuevo, ahora con admiración y amor. Complacido, el padre abrió sus
labios:

-¿No te había dicho que también se requiere valor para ser


pastor? ¿Eh? Y tú querías abandonar el rebaño para ir al combate. Ya
has visto que para mostrar tu valor no tienes necesidad de ir a la
guerra. Me siento orgulloso de ti.

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Esta es una de las muchas ocasiones en que David, en la
soledad del desierto, demostró su valor. La aventura más prodigiosa
fue la del mamut. La verdad es que David la guardó como un secreto,
pues nunca supo si fue algo más que un sueño. David encontró el
mamut dormido y, tomándolo por una montaña, empezó a subir a ella.
Pero, de repente, el mamut se despertó y se puso en pie. David se
encontró en el aire encima de la enorme bestia. Asustado, David hizo al
Señor el voto de construirle un templo alto como el mamut, si salía
salvo de aquella situación. Dios entonces acudió en su auxilio. Mandó
un león, que era el único animal que infundía temor al mamut. El
mamut se arrodilló ante el rey de la selva y así David pudo descender
fácilmente de él. En aquel momento apareció un ciervo y el león salió
corriendo tras él. De este modo David se libró del mamut y del león.
Con la piel del león vencido David se hizo un vestido de piel, que
siempre llevó consigo como memorial de la bondad del Señor para con
él. Satisfecho con su hijo, mientras acariciaba sus rojos cabellos, el
padre añadió:

-Y ahora tengo una buena noticia para ti. Mañana te dejaré ir al


campamento a visitar a tus hermanos. Te mandaré a llevarles trigo
tostado y unos panes. También te prepararé unos quesos como regalo
para el capitán del ejército. Quiero que vayas a ver cómo les va a tus
hermanos y vuelvas a contármelo.

David no creía lo que oían sus oídos. Le llegaba la ocasión


deseada. Podría ir al campo de batalla y, aunque sólo fuera una breve
visita a sus hermanos, podría ver a los soldados de Israel, a los altos
oficiales y quizá, ¿quién sabe?, hasta al mismo rey en persona... Padre
e hijo se entretuvieron aún un buen rato haciendo los preparativos del
viaje. Después se fueron a dormir, aunque David no logró conciliar el
sueño en toda la noche. Esa noche soñó con los ojos abiertos, viendo
héroes y oyendo cantos de batalla, acompañados por la melodía de su
arpa.
Al despuntar el alba, David se levantó, corrió un momento al
redil como para despedirse de las ovejas. Allí encontró ya a un joven a
quien su padre había buscado para sustituirlo en su ausencia. David le
recomendó que cuidase de los corderos y de las ovejas más delicadas
y se marchó, llevándose en sus oídos los balidos del rebaño que se
lamentaba de su abandono. Pero no era el momento de caer en
sentimentalismos. David se echó al hombro el gran saco con todo lo
que la víspera había preparado con su padre y, con paso ligero, lleno
de alegría, emprendió la marcha hacia el lugar donde acampaba el
ejército de Israel. Ansioso por llegar, no sentía el peso del saco ni el
calor del sol, que aumentaba a medida que pasaban las horas.
Inconscientemente se pasaba el saco de un hombro a otro y seguía
caminando sin detenerse ni a comer siquiera.

Hacia mediodía comenzó a distinguir las primeras señales de la


cercanía del campamento: los campos de mieses estaban devastados.
Pronto David se topó con los centinelas que le detenían y lo sometían a
todo un interrogatorio antes de dejarle seguir adelante. Sorprendido al
principio, David comprendió la importancia de la seguridad del ejército
y respondió con toda seriedad a cuantas preguntas le hacían. Y ya no

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eran sólo los centinelas y los controles, ante su vista aparecía el
campamento de Israel. Primero sus ojos no divisaron más que una
masa informe de gente que se movía desordenadamente, casi como un
rebaño enorme de ganado. Pero, al acercarse, pudo distinguir los
diversos escuadrones, cada uno en torno a la propia bandera. Ya
llegaba a sus oídos un rumor sordo y creciente como de mar agitado.

Ante semejante espectáculo, David aceleró el paso, sin darse


cuenta de que iba sudando por todos los poros de su cuerpo. Al llegar a
la entrada del campamento, se le acercaron dos guardias que le
exigieron la explicación de los motivos de su presencia en el
campamento. Escuchadas sus palabras, lo acompañaron a la tienda de
sus hermanos. Apenas vio a sus hermanos a la entrada de la tienda, a
David le brincó el corazón y a gritos les llamó:

-¡Eliab, Abinadab, Šammá! ¿Cómo estáis?

Sin responder, los tres hermanos introdujeron a David en la


tienda y, ya dentro, le preguntaron por el padre y por toda la familia.
Probaron un poco de todo lo que David les había llevado. David comió
con ellos, pero, a pesar del gran apetito que tenía, no dejó de fijar su
vista en el rostro de sus hermanos. Estaba sorprendido. El había
imaginado a sus hermanos felices y serenos, orgullosos de estar en la
guerra contra los enemigos de Israel y, sin embargo, sólo advertía en
ellos agitación y preocupación. Las preguntas que llevaba preparadas
se le helaron en su interior. No se atrevió a preguntar el porqué de ese
aire angustiado de sus rostros. David pensó que lo mejor era dejar a los
hermanos y salir a llevar al capitán del ejército el don que había
llevado para él. Pero apenas lo mencionó, Eliab le dijo oscamente:

-Tú te quedas aquí en la tienda a descansar; iremos nosotros a


ofrecer el homenaje al capitán.

No podía creerlo ni resignarse. A pesar del tono de las palabras


del hermano mayor, David se atrevió a suplicar:

-No, por favor, dejadme dar una vuelta por el campamento. Yo


no he venido aquí a descansar, ya tendré tiempo de descansar cuando
vuelva a casa.

Pero Eliab le cerró la boca, exclamando mientras le apuntaba


con el dedo:

-Ya conozco tu atrevimiento y la maldad de tu corazón. Ya sé a


qué has venido; tú lo que deseas es ver la guerra y, por ello, has
abandonado el rebaño en el campo.

Una vez más aparece el contraste entre el hermano mayor y el


menor. Eliab, el grande, imponente hombre rudo de guerra, se halla
frente al pequeño y frágil hermano, venido del campo del pastoreo sólo
para traer provistas y llevar noticias al padre de sus hijos, pero que con
sus movimientos y preguntas denuncia el miedo e impotencia de
quienes confían en sus fuerzas y se olvidan del Señor. David mete el

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dedo en la llaga y se alza como la conciencia de Israel, manifestando lo
que cada fiel israelita debería hacer.

David quiso replicar, pero comprendió que era inútil y se mordió


la lengua para no responder. Quiso esquivar la vigilancia de sus
hermanos y salir a dar una vuelta por el campamento, pero tampoco
esto le fue posible. Entonces, con la pena y la desilusión en el alma,
decidió regresar a casa con el padre, que sin duda le estaría
esperando.

David no quedó muy contento de su primera visita al


campamento. Pero Jesé siguió mandándolo a visitar a sus hermanos
para tener noticias de ellos. Y un día, durante una de estas visitas,
David logró burlar la vigilancia de sus hermanos y llegó hasta el centro
del campamento. Las tropas se hallaban dispuestas en círculo, prontas
para la batalla. Israel y los filisteos se encontraban frente a frente
sobre dos colinas separadas por el valle del Terebinto. Instintivamente
David dirigió su mirada en primer lugar hacia el campamento hebreo:
contempló una gran cantidad de tiendas, pero notó que entre las
tiendas había un ir y venir desordenado de soldados nerviosos y con el
rostro deprimido. Su corazón comenzó a batir aceleradamente...

Volviéndose a mirar hacia la otra ladera, halló ante sí otro


espectáculo completamente diferente: las tiendas de los filisteos
brillaban con toda clase de adornos, que en la distancia producían un
efecto de magnificencia. Los soldados estaban armados hasta los
dientes, dándoles un aspecto de seguridad y serenidad. Las armas de
hierro forjado de los filisteos brillaban a la luz del sol. Y los soldados
que no estaban de servicio cantaban y paseaban sin preocupación
alguna, pero incluso los que estaban haciendo maniobras mostraban
su buen humor, orgullosos de sus yelmos y lanzas forjadas que relucían
al sol. Todo presagiaba su victoria. David se preguntaba:

-¿Qué puede haber pasado a nuestros soldados? Como si fuera


la primera vez que se enfrentan a estos incircuncisos... ¿Por qué se
sienten tan acobardados?...

Dando vueltas a sus pensamientos, David giraba la cabeza de


uno a otro lado, cuando de pronto descubrió algo nuevo en el
campamento de los filisteos. De entre sus tropas salió un guerrero de
estatura gigantesca, con un yelmo de bronce en la cabeza y una
coraza de escamas en el pecho. En una mano llevaba la lanza y en la
otra una flecha; le precedía su escudero. Todo es enorme y excesivo en
él: la estatura, las armas y la armadura, la voz amenazante y la certeza
de la victoria. La arrogancia de sus palabras hace de su desafío un
insulto ignominioso para Israel.

Con solo aparecer el gigante un silencio de tumba cayó sobre el


campamento de Israel. Espada, lanza y jabalina resaltaban la
insolencia de Goliat. Envalentonado, salía una y otra vez a retar a
Israel, desmoralizando cada día más al ejército de Saúl. La situación se
hacía exasperante. Alguno, cerca de David, murmuró aterrado:
-¡Goliat, Goliat, hijo de Orpá!, de nuevo vuelve a insultar a las
filas de Israel.

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David y Goliat estaban unidos por lazos de sangre. Goliat era
descendiente de la moabita Orpá, la cuñada de Rut, antepasada de
David. Pero David y Goliat eran tan diferentes como sus abuelas. En
contraste con Rut, la piadosa y prosélita judía, Orpá se había
mantenido en la idolatría, llevando una vida infame. De Goliat (padre)
se decía que "era el hijo de cien padres y una madre". Pero, aunque se
le escarneciera justamente de este modo, Dios no deja sin
recompensa, incluso a los malvados, por sus buenas acciones. En
premio a los cuarenta pasos con que Orpá acompañó a su suegra
Noemí, Goliat recibió fuerza y destreza durante cuarenta días,
amedrentando al ejército de Israel. Y como recompensa por las cuatro
lágrimas que Orpá había derramado al despedir a su suegra, se le
concedió la gracia de dar a luz cuatro hijos gigantes. El más fuerte de
los cuatro era Goliat. Pero no tuvo tiempo David de recordar todas
estas cosas, pues se oyó la voz atronadora de Goliat:

-Elegid uno de vosotros que venga a enfrentarse conmigo. Si me


vence, todos nosotros seremos esclavos vuestros; pero, si le derroto
yo, vosotros seréis esclavos nuestros... Mandad a uno de vuestros
hombres y combatiremos el uno contra el otro.

Goliat esperó unos instantes y, viendo que nadie salía de las filas
de Israel, volvió a lanzar palabras injuriosas, despreciando a Israel y
blasfemando contra su Dios...

Los soldados israelitas escuchaban con la cabeza baja,


avergonzados y furiosos. Había muchos que deseaban salir a combatir
con el filisteo, sin importarles arriesgar su vida. Pero a todos les
preocupaba arriesgar la suerte de Israel, si al enfrentarse con el
gigante eran derrotados. El temor a llevar a Israel a la esclavitud les
ataba los pies y no les permitía desahogar su rabia y humillación. Ante
la figura y las palabras de Goliat, "Saúl y todo Israel" 34 es presa del
pánico.

Después de un tiempo de espera, Goliat repitió su invectiva,


hasta que, después de una gigantesca risotada, se volvió a incorporar
a las filas de su ejército.

El eco de aquella risa sarcástica le llegó a David como una


puñalada en el corazón. Había comprendido el abatimiento del
campamento de Israel. Goliat es la encarnación de la arrogancia, de la
fuerza, de la violencia frente a la debilidad, que Dios elige para
confundir a los engreídos. Pequeñez y grandeza se hallan frente a
frente. Pero la pequeñez tiene a sus espaldas la mano de Dios,
sosteniéndola. Alguien le explicó a David:

-Ya son cuarenta días que sufrimos la misma afrenta de ese


filisteo incircunciso.35
34
1Sam 17,11.
35
El número 40 es símbolo de la plenitud de una experiencia. Por cuarenta días han
asistido, mañana y tarde, a la misma ceremonia. Con martilleante obsesión Goliat ha
repetido las palabras insultantes. Los soldados de Israel han soportado por cuarenta
días la vergüenza, obligados a tragarse el miedo, que les paraliza.

48
-Mañana y tarde, cuando nos preparamos para recitar el Shemá,
él sale a injuriar a nuestro Dios.

-El rey está abochornado y no sale de su tienda, añadió otro.

La agitación de David era como el bramido del mar encrespado


por las olas. Su corazón no soportaba el ultraje que se hacía a Israel y
al Santo, bendito sea su nombre:

-Iré yo a dar a ese incircunciso su merecido. Estoy seguro que el


Señor me ayudará.

Mientras se decía esto a sí mismo, el furor le creció dentro y no


pudo contenerse. David decidió aniquilar a Goliat. El salvaría a Saúl, el
benjaminita, del gigante, lo mismo que Judá, su antepasado, había
rogado por la salvación de Benjamín, el antepasado de Saúl, a quien,
en definitiva, odiaba Goliat. Su enemistad contra Saúl se debía a que
en una refriega entre filisteos e israelitas Goliat había logrado capturar
las Tablas de la Ley y Saúl se las había arrebatado de las manos.
Dirigiéndose, pues, a los que se hallaban alrededor, David exclamó:

-¿Quién es ese filisteo incircunciso para ofender a las huestes


del Dios vivo?

Los soldados le contaron lo que llevaban sufriendo y añadieron:

-Todos los días sube varias veces a provocar a Israel. A quien lo


mate el rey lo colmará de riquezas y le dará su hija como esposa.

-Y librará de tributo a la casa de su padre, añadía otro.

David replicó:

-El Señor me ayudará a liquidarlo.

Enseguida alguien corrió a referir a Saúl las palabras de David y


el rey le mandó a llamar. Cuando David llegó a su presencia, confirmó
al rey sus palabras:

-Tu siervo irá a combatir con ese filisteo.

Saúl midió con la mirada a David y le dijo con conmiseración:

-¿Cómo puedes ir a pelear contra ese filisteo si tú eres un niño y


él es un hombre de guerra desde su juventud?

También Saúl se fija en la pequeñez de David, que considera


desproporcionada para enfrentarse con la imponencia y experiencia de
Goliat. Pero David no se acobardó ante las palabras del rey, sino que
con voz firme se puso a contar al rey, a los generales y consejeros sus
aventuras:

49
-Cuando tu siervo estaba guardando el rebaño de su padre y
venía el león o el oso y se llevaba una oveja del rebaño, yo salía tras
él, le golpeaba y se la arrancaba de sus fauces, y si se revolvía contra
mí, lo sujetaba por la quijada y lo golpeaba hasta matarlo. Tu siervo ha
dado muerte al león y al oso, y ese filisteo incircunciso será como uno
de ellos, pues ha insultado a las huestes del Dios vivo.

David estaba radiante viendo cómo todos lo escuchaban.


Terminó su narración y, tras un breve silencio, añadió:

-El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me
librará de la mano de ese filisteo.

Para convencer al rey, David apela a su condición de pastor. El


buen pastor, encargado de cuidar el rebaño, sabe defenderlo,
combatiendo contra las fieras que lo atacan. Aunque Goliat se muestre
como una bestia monstruosa, un pastor puede enfrentarlo y arrojar su
carne a las fieras. Impresionado por el tono decidido con que hablaba
David, el rey aceptó que saliera a combatir en nombre de Israel contra
el filisteo. Saúl mandó que vistieran a David con sus propios vestidos y
le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió el pecho con una
coraza. Ciñó luego a David su propia espada y le dijo:

-Ve y que Yahveh sea contigo.

A pesar de que la armadura había sido hecha a la medida de la


alta estatura de Saúl, le caía perfectamente a David. Al ver el prodigio,
Saúl se convenció de que David era el elegido para dar batalla al
filisteo, pero al mismo tiempo el hecho despertó los celos de su
corazón contra David. Por esto David salió de la presencia del rey, pero
al momento dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. No quería
presentarse al combate con la armadura del rey, sino ir al encuentro
del gigante como un simple pastor:

-No puedo caminar con esto, me pesa inútilmente. A mí me


bastan mis armas habituales.

Para Saúl era necesaria aquella armadura; para David, en


cambio, es superflua e inconveniente, un obstáculo. Uno confía en la
fuerza; el otro pone su confianza en Dios. David se despojó, pues, de
cuanto le había dado el rey y salió en busca de Goliat con su cayado y
su honda. David rechaza los símbolos del poder y la fuerza para
enfrentarse al adversario con las armas de su pequeñez y la confianza
en Dios, que confunde a los potentes mediante los débiles. Saúl y
David muestran sus diferencias. El rey y el pastor. El "más alto" y el
"pequeño". La espada y la honda. El rechazado por Dios y su elegido.
Saúl, el fuerte, tiene miedo y no combate en defensa de su pueblo,
pues no cuenta con Dios; David, en cambio, en su pequeñez, hace lo
que debería hacer Saúl: como pastor ofrece su vida para salvar la grey
del Señor. En su insignificancia se está mostrando rey de Israel.

Libre de la armadura de Saúl, con paso decidido David bajó la


pendiente de la colina. El corazón le latía mientras las trompetas
anunciaban a los filisteos que, finalmente, un israelita aceptaba el reto

50
de Goliat. Mientras David se alejaba, el rey y los generales le seguían
con la vista, bendiciéndolo y suplicando para él la ayuda del Santo,
bendito sea su nombre. En su interior, mientras se va acercando a
Goliat, que ha blasfemado el Santo Nombre, David recita el Shemá:
"Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es uno". Pero, en su
apuro, desde lo más hondo de sus entrañas aflora la plegaria que, de
pequeño, su madre le hacía recitar al ir a dormir: "En nombre del
Eterno, Dios de Israel, que Miguel esté a mi derecha, Gabriel a mi
izquierda, Ariel delante de mí, Rafael detrás de mí y por encima de mí
la Shekinah". Esta oración era el escudo que envolvía a David,
protegiéndole mucho mejor que la coraza de escamas a Goliat.

David era consciente de que todos estaban pendientes de él,


pues de él dependía la suerte de Israel. Con la esperanza de terminar
con la angustia del ejército, sacó su cítara y entonó un canto de
alabanza al Señor:

Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?


Yahveh es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Cuando se acercan contra mí los malvados para devorar mi
carne,
son ellos los que tropiezan y sucumben.
Aunque acampe contra mí un ejército,mi corazón no teme...
Yahveh me protegerá y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me hostiga.
Cantaré y salmodiaré a Yahveh.36

Oyéndolo cantar, todo el ejército se sintió confiado, pues David


les transmitió la confianza en Yahveh que él llevaba en su corazón, bajo
las apariencias de su juventud insignificante ante la fuerza de Goliat.

Al llegar al valle, que separaba los dos campamentos, David se


inclinó a recoger unos cantos del torrente para su honda. Pero, por más
que buscaba no conseguía encontrar ninguno hasta que, de repente,
vio junto a sí cinco piedras puntiagudas y afiladas, como si le
estuvieran esperando. Había pensado coger una sola, pero al
levantarla del suelo le saltaron a la mano otras cuatro: una se la
mandaba el Santo, bendito sea su nombre, otra era don de Aarón, el
primer Sumo Sacerdote y las otras tres se las enviaban los tres
Patriarcas. Cada una de las piedras parecía suplicar a David: "Sírvete
de mí para dar su merecido a ese malvado". Guardó las cinco en el
zurrón y se dirigió hacia el filisteo.

Mientras David avanzaba hacia el campamento filisteo, Goliat


salió como de costumbre a insultar al ejército de Israel. Al ir a abrir su
boca insolente, Goliat notó que alguien se iba acercando hacia él.
Precedido de su escudero, Goliat avanzó hacia David. Cuando pudo
distinguirlo bien a través de su yelmo, Goliat vio que era un muchacho
rubio el que se le acercaba y lo despreció:

-¿Acaso me tomas por un perro que vienes contra mí con un


cayado? Si te acercas un paso más daré tu carne a las aves del cielo y
a las fieras del campo.
36
Sal 27.

51
Goliat ante el pequeño David se siente ofendido, no es un digno
rival de su potencia. ¿Por quién lo toman? ¿Por un perro? David le había
comparado con un león o un oso, algo más aceptable, pero Goliat no lo
ha oído. Lo que oye es la réplica de David a sus palabras:

-Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy


contra ti en nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a
quien tú has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos y
sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel. Y toda esta asamblea
sabrá que no por la espada y por la lanza salva Yahveh, porque de
Yahveh es el combate y os entrega en nuestras manos.

Es la confesión de fe de David en Dios, el Señor de los últimos,


que no necesita de ejércitos para derrotar a los enemigos. El es el
Señor de la historia. Es lo que da confianza a David para enfrentarse a
Goliat. Va con la certeza de que Dios le librará de la mano del filisteo
como ya lo ha librado otras veces de las garras del león. El, el pastor,
ahora se presenta como una oveja indefensa e inerme ante las fauces
monstruosas del león que desea devorarlo, pero que no lo logrará
porque el verdadero pastor, el Señor de los ejércitos, arrancará la presa
de su boca.

Goliat, al oír las palabras de David, se enfureció y ya le iba a


lanzar la lanza, pero la mirada de David le frenó incomprensiblemente.
Le dejó como enraizado en el suelo sin poder moverse. Tan confundido
quedó Goliat, al sentir su impotencia, que no sabía ni lo que decía; por
ello, se atrevió a proferir la loca amenaza de que daría la carne de
David a los ganados del campo, como si los ganados comieran carne.
Al oírle, David supo que ya había vencido, y replicó al filisteo que
arrojaría su cadáver a los pájaros carroñeros. A la mención de los
carroñeros, Goliat levantó los ojos al cielo, para ver si había alguno. Al
levantar la frente empujo la visera del yelmo, descubriendo su frente.
David se adelantó, corriendo a su encuentro. Y mientras corría, David
metió la mano en el zurrón, sacó de él una piedra, la colocó en la
honda, que hizo girar sobre su cabeza y la soltó, hiriendo al filisteo en
la frente; la piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra.
La boca, que había blasfemado contra Dios, mordió el polvo.

David corrió hasta el filisteo y con desprecio puso su pie contra


la boca que se había atrevido a blasfemar contra el Dios del ejército de
Israel. Goliat estaba encasquetado en su armadura de pies a cabeza.
David no sabía cómo arrancarle la armadura para cortar la cabeza del
gigante. Entonces Urías, el hitita, se le ofreció para ayudarle, a
condición de que se le diera como mujer una israelita. David aceptó la
condición y Urías le mostró cómo estaban unidas las piezas de la
armadura a partir de los talones de los pies. Así pudo despojar de la
armadura a Goliat. Luego David tomó la espada misma de Goliat, la
sacó de su vaina y con ella le cortó la cabeza.

Una pequeña piedra ha bastado para derribar la montaña vacía


de Goliat, montaña de arrogancia sin consistencia ante el Señor. Y, al
final, de bruces y sin cabeza, Goliat queda en tierra como Dagón, el
ídolo filisteo derribado en su mismo templo "por la presencia del arca

52
del Señor".37 Ante el Señor cae la hueca potencia de la idolatría,
derribada con la piedra de la fe, por pequeña que sea... Con las dos
manos David levantó la cabeza para que la vieran bien todos los
soldados, los del ejército de Israel y los filisteos. David, exultante,
eleva su canto:

Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,


cantaré todas tus maravillas;
quiero alegrarme y exultar en ti,
salmodiar a tu nombre, Altísimo.
Has reprimido y perdido al impío,
has borrado su nombre para siempre,
no quedará memoria del enemigo.
Ha caído en la fosa que hizo,
su pie enredado en la red por él tendida,
atrapado por la obra de sus manos. 38

Los hijos de Israel prorrumpieron en gritos de júbilo por la


grande e inesperada victoria, mientras que los filisteos, desmoralizados
por la muerte de su héroe, se dieron a la fuga desordenadamente. Pero
los hombres de Israel se levantaron y, lanzando el grito de guerra,
persiguieron a los filisteos hasta sembrar el campo con sus cadáveres.

David, el pastor de Belén, se ha mostrado como el verdadero rey


de Israel. El, y no Saúl, ha quitado la vergüenza del pueblo, quitando
la cabeza a Goliat, que con su boca había blasfemado contra Israel y su
Dios. Y lo ha logrado quitándose la armadura de Saúl para
enfrentarse al enemigo del pueblo con las armas de la fe en su Dios.
Así lo ha reconocido Jonatán, que le esperaba en la tienda de Saúl.
Jonatán lo acogió con entusiasmo:

-Te he oído mientras hablabas con mi padre y he visto la batalla.


En verdad no hay un héroe que pueda igualarte.

Hay algo en común entre David y Jonatán, a pesar de la


diferencia de sus historias personales: el uno hijo del rey y el otro un
pastor. Ambos luchan contra los filisteos "incircuncisos" animados por
el celo de su fe y sostenidos por la confianza en Dios, sabedores de
que "para el Señor no es difícil salvar con muchos o con pocos". 39 No
es extraño que, nada más encontrarse, se reconozcan el uno en el otro
y se acepten mutuamente, uniendo "sus almas". 40

Desde aquel instante el alma de Jonatán se apegó al alma de


David, a quien amó como a sí mismo. Jonatán, penetrando en el alma
de David, descubrió el resplandor del ungido del Señor. Jonatán se
despojó de su manto real y se lo dio a David junto con la espada, el
arco y el cinturón. Jonatán ha dado a David los emblemas de su
dignidad real, reconociendo en él al futuro rey, que sucederá a su
padre en el trono. Y David, que antes había rechazado la armadura de
37
1Sam 5,3.4.
38
Sal 9.
39
1Sam 14,6.
40
1Sam 18,1.

53
Saúl, ahora acepta el gesto profético de Jonatán. David y Jonatán se
juraron amistad eterna. Y desde entonces ambos se amaron como
hermanos.41

Todos aquel día cantaron a David, menos él que cantó al Señor:

Bendito sea Yahveh, mi Roca,


que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la batalla;
él, mi amor y mi baluarte,
mi ciudadela y mi libertador,
mi escudo en el que me cobijo...
Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo,
salmodiar para ti con el arpa de diez cuerdas,
tú que das a los reyes la victoria,
salvando a David, tu servidor...
¡Feliz el pueblo cuyo Dios es Yahveh! 42

41
Jonatán que se alegra con el triunfo de David es una figura de Juan Bautista, que
dice ante el Mesías, "hijo de David": "El que posee la esposa es el esposo; pero el
amigo del esposo, que está presente y le escucha, exulta de alegría al oír la voz del
esposo. Ahora mi alegría ha llegado a su plenitud. El debe crecer y yo disminuir" (Jn
3,29-30). Jonatán dará testimonio a favor de David, arriesgando incluso su propia vida
por el amigo: 1Sam 19,4ss;20,32-33.
42
Sal 144.

54
8. MEDITACIONES DE DAVID

Así como Dios estuvo con David en su lucha con Goliat, también
estuvo con él en otras muchas ocasiones, ayudándolo en sus
dificultades. Con frecuencia, cuando perdía toda esperanza, el brazo de
Dios intervenía y le salvaba de forma inesperada. Y no sólo le ayudaba,
Dios le iba comunicando sabiduría para descubrir cómo El guía el
mundo con justicia.

Tras la victoria sobre Goliat, David siguió pastoreando el rebaño


de su padre. Cuando salía tras las ovejas, le gustaba detenerse en lo
alto de los cerros o a la sombra de un arbusto y, silbando sus salmos,
se abandonaba a largas meditaciones sobre la creación, que le
llevaban a alabar al Creador. Pasaba largas horas escuchando la
palabra del árbol y el eco del roce de las piedras rodando por el arroyo.
Y, noche tras noche, pasaba horas escuchando la ininterrumpida
plática del cielo con la tierra, de los abismos con las estrellas. Nadie
mejor que el pastor conoce el idioma de los bosques, de los vientos y
las nubes. Al son del arpa, David descifraba su mensaje:

El cielo proclama la gloria de Dios,


el firmamento pregona la obra de sus manos;
el día le pasa su mensaje al día,
la noche se lo susurra a la noche.43

Pero, a veces, sus meditaciones se llenaban de interrogantes al


tratar de explicarse los fenómenos de la naturaleza. Deseaba descubrir
la razón de cada cosa y de cada ser viviente y no siempre la
encontraba, turbándose por las dudas que se suscitaban en su interior
acerca de la bondad de algunos seres creados por Dios. Entonces se le
agotaba la inspiración y no brotaban en él las melodías de sus cantos.

En una ocasión, después de haber compuesto y cantado varias


veces uno de sus cantos, David se sintió tan complacido de su melodía
que en su interior se inoculó una orgullosa pregunta: ¿Existirá acaso en
el mundo otro ser que sepa cantar al Creador como yo?

43
Sal 19,2.3.

55
En aquel instante una rana se puso a croar a poca distancia y
David, al oírla, siguió el hilo de su vanidoso pensamiento: ¿Qué placer
puede hallar Dios en esos sonidos de rana que no dicen nada? Esta
pregunta desagradó grandemente a la rana, que, con voz humana, se
dirigió al pastor:

-No te enorgullezcas, David, que mis cantos y melodías agradan


al Creador tanto como los tuyos. Yo sé muy bien que no soy más que
un pobre animal que no tiene otra morada que los fosos y ciénagas y
que sólo se me busca para hacerme del mal, pero yo bendigo
incesantemente al Creador y, aunque sea sin palabras, le canto día y
noche. Y sin embargo no me vanaglorío como haces tú...

David se sintió cortado con las palabras de la rana, pero no se


dio por vencido y preguntó:

-¿Y cómo sabes tú que tu canto agrada a Dios tanto como el


mío?

Replicó la rana:

-El Señor me ha dado pruebas evidentes de que yo le agrado. ¿O


acaso no se sirvió de mí en sus plagas contra los egipcios?

Dicho esto, la rana extendió sus patas, arqueó el cuerpo y saltó


al agua, dejando a David con sus cavilaciones. Algo aprendió David de
la rana. Desde aquel día David no se vanaglorió más de sus cantos y,
por ello, ganaron en inspiración y belleza.

En otra ocasión, mientras las ovejas pastaban, David se sentó a


la sombra de una parra. Su mirada vagaba de un lado a otro sin fijarse
en nada. De pronto le llamó la atención una araña que tejía en un
ángulo su telaraña; la araña corría adelante y atrás cruzando los
sutilísimos hilos. David estuvo un largo rato siguiendo a la araña con la
mirada, hasta que le surgió una de esas preguntas que le nublaban el
corazón, la mirada y toda su persona: ¿para qué se afana tanto este
sucio animalejo, como si una araña pudiera ser de alguna utilidad a
alguien?

Pensó y pensó, pero no logró entender para qué podía haber


creado Dios un ser semejante. ¿No será que al Creador le han salido
algunas criaturas inútiles...?

Mientras rumiaba estos pensamientos, una avispa comenzó a


dar vueltas en torno suyo. Pero en lugar de picar a David, la avispa
divisó la araña, se abalanzó sobre ella y la mató. Este hecho confirmó a
David en sus dudas: Mira este animal de avispa, no es capaz de
producir miel y se divierte destruyendo a otros seres vivos. ¿Para qué
habrá sido creada? ¿Qué finalidad puede tener una avispa?

Tales reflexiones le dejaron perplejo y turbado. En todo el día


David no fue capaz de celebrar con sus cantos al Señor, Creador del
mundo.

56
Dios, siempre atento al corazón de David, descubrió su estado
de ánimo y guardó en su memoria los sucesos de ese día, decidiendo
aclarárselos a David, mostrándole en su propia vida cómo esos seres,
que le habían perturbado, tenían su razón de ser...

Pero, aún eran más las cosas que turbaban la paz de David. Ese
mismo día, después de recoger el rebaño, mientras regresaba a casa,
David se encontró con un loco que gesticulaba y gritaba, babeando y
desgarrando sus vestidos. David le miraba ese día como si nunca antes
le hubiera visto. Así se dio cuenta cómo los muchachos del pueblo
rodeaban al loco y se burlaban de él. La vista del loco, y el espectáculo
de los muchachos riendo y abusando de él, hizo que David reviviera en
una forma mucho más aguda las dudas del día sobre la bondad de la
creación: ¿Qué ha buscado el Creador al mandar al mundo personas
como ésta? ¿Por qué y para qué existen los locos?

David no encontraba una respuesta a sus interrogantes. Y el


Santo, bendito sea, incluyó esta última pregunta en la lista que ya
tenía preparada para responder con la experiencia misma de David... a
su debido tiempo.

9. RIVALIDAD DE SAUL CONTRA DAVID

Después de dar muerte a Goliat, la fama de David se divulgó por


todo el reino. David es cantado por las mujeres y amado por todo el
pueblo. Cuando los soldados regresan victoriosos, la población les sale
al encuentro con cantos de fiesta. Es un día de exultación tras la
angustia de la guerra, tras el miedo de días y días bajo la amenaza y
provocación de Goliat. Liberados, por la victoria, del miedo
angustiante, el pueblo se desahoga con una explosión de cantos y
danzas. Las mujeres salen al encuentro de Saúl, pero aclaman a David,
que es quien ha derrotado al filisteo:

Saúl ha vencido a mil,


pero David a diez mil.

Esta aclamación provocó los celos del rey Saúl, envidioso del
triunfo de David. Saúl no pudo soportarlo:

-Han dado a David diez mil y a mí sólo mil. Sólo falta que le den
el reino.

En el corazón enfermo del rey el canto suena como una


estocada. David, a quien en realidad Dios ha dado ya el reino, 44 se
transforma en el fantasma principal de su mente atormentada. El joven
pastor, que con su arpa le liberaba de los fantasmas de su locura y que
con su honda le ha librado del peligro filisteo, se ha transformado
ahora en una amenaza más profunda que todos los males
precedentes. David es la encarnación, presente y real, del rechazo de
44
1Sam 15,28.

57
Dios. Los celos le trastornan la razón y la rivalidad se hace irracional
en su lucidez.

La envidia le fue corroyendo las entrañas al rey hasta


transformarse en odio y deseo de venganza. Y, de nuevo, Saúl cayó en
su crisis depresiva, encerrándose en su tienda a rumiar su fracaso. En
su desamparo deliraba: Si ya le cantan como diez veces más valiente,
pronto querrán que David sea rey en mi lugar. Apenas acabada la
batalla contra Goliat, Saúl llama a Abner y le pregunta:

-Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo?

La inquietud obsesiva de Saúl no le deja gozar de la victoria


sobre los filisteos. Su mente gira en torno a su preocupación. Este
muchacho, que el rey finge desconocer para mantener el secreto de su
enfermedad; este muchacho, que con su música apacigua sus crisis;
este muchacho transformado ahora en valiente guerrero, capaz de
usar sus armas e incluso blandir la pesada espada de Goliat, con la que
ha cortado la cabeza del gigante, ¿no es acaso betlemita? ¿No es
acaso hijo de Jesé, en cuya casa se encerró Samuel después de
anunciarle a él que Yahveh le había abandonado...

-Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo?

La herida sangrante se transforma en sospecha y oprime el


pecho de Saúl. ¿No es acaso de la tribu de Judá, a quien nuestro padre
Jacob bendijo, diciéndole: "Los hijos de tu padre se postrarán ante ti"?

-Abner, este muchacho, ¿de quién es hijo?


Abner, primero, esquiva la pregunta. Pero no es posible esquivar
la pregunta de un enfermo obsesivo. Saúl vuelve siempre sobre lo
mismo. Abner jura que no le conoce. Pero, apenas David se acerca
radiante con la cabeza de Goliat, Saúl le suelta la misma pregunta:

-Muchacho, ¿de quién eres hijo?

Y David, ingenuo y orgulloso, responde:

-Soy hijo de tu siervo Jesé, el betlemita.

¡Cómo amó Jonatán a David en ese momento! No, no había


revelado la enfermedad del rey, su padre, contestando: ¿No me
conoce, el rey? Soy el pastor que, con su música, aplacaba las
horribles crisis...

El rey Saúl, para alejar a David, le promovió como capitán de


diez mil hombres y, con este ejército, venció muchas batallas contra
los filisteos. David tenía éxito en todo lo que emprendía, "pues Dios
estaba con él, mientras que se había retirado de Saúl". Todo Israel lo
amaba y alababa. Y, mientras tanto, envió a Abner, su general, a
indagar si David, que él sabía que era de la tribu de Judá, pertenecía al
clan de Pérez o al de Zéraj. En el primer caso, se confirmarían sus
sospechas de que David estaba destinado a ser rey. En las intrigas se

58
metió de nuevo Doeg, el viejo enemigo de David. Pero Doeg fue
confundido por el Señor. Doeg se presentó ante Saúl y le informó:

-David es descendiente de la moabita Rut. Ni siquiera pertenece


a la comunidad de Israel. El rey puede estar tranquilo.

Pero Abner no era del mismo parecer. Se entabló una fuerte


discusión entre Abner y Doeg respecto a la ley del Deuteronomio.
Abner decía que la ley excluía a los hombres moabitas de la
comunidad de Israel, pero no a las mujeres. Doeg, experto dialéctico,
refutó todos los argumentos de Abner en favor de la admisión de las
mujeres moabitas. Como no se pusieran de acuerdo, se apeló a la
autoridad del profeta Samuel, que sentenció:

-Los hombres moabitas y los hombres amonitas han sido


excluidos para siempre de la comunidad de Israel, pero no las mujeres
moabitas o amonitas.

Saúl, al oír la sentencia del profeta, se sintió abatido de nuevo.


Jonatán, oyendo delirar a su padre, suplicó a David que volviera a tocar
su arpa para calmar a su padre, el rey. Pero sucedió que, mientras
David tocaba con su mano el arpa, Saúl, que tenía en su mano la
lanza, la arrojó contra él. David logró esquivarla. La lanza le pasó
raspándole la frente y fue a incrustarse en la pared. David está inerme
ante el rey armado. La fuerza y la debilidad están frente a frente: el
amor, hecho canto, enfrentado a la violencia del odio y la envidia. Pero
David indefenso logra esquivar el arma del rey. Saúl experimenta que
su fuerza es impotente contra David y empieza a temerle.

Demudado, con la mirada perdida, la ira del rey queda dibujada,


petrificada en su rostro. David, entonces, comprende que Saúl
realmente desea matarlo y huye del palacio. En la pared quedó aún
vibrando la lanza cuando David huyó como una sombra. Desde su
escondite, David mandó a llamar a Jonatán y le dijo:

-¿En qué he ofendido a tu padre para que quiera matarme?

Jonatán, que amaba a David y también a su padre, estaba


afligidísimo. Prometió a David averiguar las verdaderas intenciones de
su padre, para ver si podía volver al palacio o debía huir.

Al día siguiente, durante la fiesta de la luna nueva, Saúl


descubrió que el puesto de David en la mesa del banquete estaba
vacío. Con los ojos desorbitados de ira, preguntó:

-¿Cómo es que el hijo de Jesé no viene a sentarse a la mesa?

Jonatán, con voz temblorosa, respondió:

-Le he dado permiso para ir a una fiesta de familia en Belén.

Saúl gritó a su hijo:

59
-¡Hijo de una perdida! ¿Crees que no sé que tú estás de su
parte? ¡Vergüenza para ti y para tu madre! Pues has de saber que
mientras viva el hijo de Jesé no estarás seguro tú ni tu reino. Anda,
manda a buscarlo y traémelo, pues debe morir.

Jonatán, lleno de ira, se levantó de la mesa sin probar bocado. Al


día siguiente, apenas amaneció, se fue al campo en busca de David y
le dijo:

-Huye y vete en paz. Ahora que nos hemos jurado amistad, que
el Señor esté conmigo y contigo.

David, pues, huyó; y Jonatán se volvió a casa. El primer día reina


un denso silencio, el segundo día estalla la cólera y el tercero se
consuma la fuga.

En medio del odio, los celos, envidia e intrigas de Saúl contra


David, la amistad de Jonatán y el amor de Mikal, hijos de Saúl, son
como una sonrisa consoladora para David. Jonatán y David se unen
entre sí con un pacto de sangre. Su unión queda sellada con el
intercambio de traje y armas. La alianza sellada ante el Señor vincula a
ambos: si uno quebranta la lealtad, el otro podrá matarlo sin recurrir a
una instancia superior.

Así Saúl comenzó a perseguir a David, que se vio obligado a huir


y a esconderse en los montes. En una ocasión se escondió en una
gruta. Sabiendo que los guardias del rey andaban buscándolo por
aquellos parajes, David no se atrevía a salir de su escondrijo, temiendo
que lo descubrieran. El miedo le atenazaba y no osaba ni moverse.
Sólo su corazón gritaba al Señor:

A ti Yahveh en mi clamor imploro,


ante ti derramo mi lamento,
pues tú conoces mi sendero.
En el camino por donde voy
me han escondido un lazo.
No hay nadie que me conozca,
nadie cuida de mi vida.45
Hacia ti clamo, Yahveh, mi refugio,
mi porción en la tierra de los vivos.
¡Líbrame de mis perseguidores,
pues son más fuertes que yo!
¡Saca mi alma de la prisión
y daré gracias a tu nombre!46

Como siempre, el Señor se compadeció de él y le auxilió. Pero el


Señor no sólo buscaba liberar a David de la ira del rey, sino liberarlo de
sí mismo, de sus dudas, que le llevan al miedo. El Señor, pues, mandó
unas arañas a la gruta y éstas en un momento tejieron sus telarañas,
45
¡Sálvame, Yahveh, de las manos de Saúl! Sálvame, Tú, pues no queda ni uno que
me sea fiel y hable con verdad en mi favor. Todos, los que rodean a Saúl, le hablan de
mí con falsedad; sus labios de engaño vomitan la doblez de sus corazones...": Del
comentario rabínico al Sal 12.
46
Sal 142.

60
cerrando el ingreso de la gruta. Cuando Saúl, con sus soldados, pasó
ante la gruta, David sintió su taconeo y se estremeció de terror. Pero, al
instante, se tranquilizó, oyendo la voz de Saúl:

-No puede estar aquí, pues, si se hubiera escondido en esta


gruta, hubiera roto la telaraña al entrar...

Al oír el comentario del rey, a David se le hizo presente el día en


que había despreciado a las arañas. Hallada la respuesta a su
pregunta, salió gozoso de la gruta y exclamó:

-Bendito sea el Señor que hace prodigios y no ha creado nada


inútil. Bendita sea su sabiduría que sobrepasa infinitamente mi
inteligencia.

Con la confianza en el Señor, recobrada gracias a las arañas,


David, a los pocos días, se atrevió a acercarse a la tienda de Saúl. El
rey estaba durmiendo la siesta y Abner, jefe del ejército, en vez de
custodiar el sueño del rey, se había dormido también. David, viendo a
Abner dormido, decidió llegar hasta el interior de la tienda y dejar junto
al rey un signo de que, habiendo podido matarlo, no había querido
poner la mano sobre él.

David, cautelosamente, entró en la tienda, tomó la cantimplora


de agua, que se hallaba junto a la cabecera de Saúl. Cuando salía con
ella, justo en el momento en que iba a saltar sobre Abner, éste se dio
media vuelta y aprisionó a David entre sus piernas, impidiéndole salir.
Asustado por el imprevisto contratiempo, David se detuvo e invocó el
auxilio del Señor. Y el Señor, siempre atento a las súplicas de su
elegido, al instante escuchó su oración y le concedió, como siempre,
más de lo que pedía. El Señor mandó una avispa que hundió su aguijón
en el pie de Abner, obligándolo, por el dolor, a hacer un brusco
movimiento. David así pudo aprovechar ese momento y escapar del
peligro. Apenas estuvo a salvo, David recordó cómo había despreciado
como inútiles y dañinas a la avispas. Reconoció su error y atrevimiento,
que le habían llevado a juzgar al Creador. Recobró así la paz y pudo
cantar las alabanzas del Señor, que ha creado todo con sabiduría y
amor.

Aún le quedaba al Señor una pregunta de David sin responder:


su encuentro con el loco. Y Dios fraguó para David una nueva situación
que le sirviera de lección y le curara de su orgullo. En una de sus
huidas de Saúl, David buscó refugio entre los mismos filisteos, aunque
sabía que éstos le odiaban. Intentó, pues, refugiarse en el palacio de
Akíš, rey de Gat. Pero, para su desgracia, los centinelas del palacio
eran los hermanos de Goliat. Al verle acercarse, éstos le reconocieron y
decidieron vengar la muerte de su hermano:

-Es el asesino de nuestro hermano, ha llegado la hora de darle


su merecido.

El rey Akíš oyó la voz de sus centinelas y corrió a impedir que los
hermanos de Goliat hicieran justicia por su mano:

61
-No permitiré una acción semejante. Goliat fue vencido en
combate, ¿y vosotros queréis matar a David a traición?

Exasperados por esta salida del rey, los centinelas le replicaron:

-Si eso es lo que quieres, ¿ábrele las puertas de tu palacio?


Goliat proclamó que, si era vencido, los filisteos seríamos esclavos de
Israel. ¡Hazte, pues, esclavo de David!

Ante estas palabras el rey cedió y dejó a los hermanos de Goliat


que realizasen sus planes de venganza. David, que había oído toda la
discusión, se sintió perdido e invocó el auxilio del Señor. La situación
de peligro arranca siempre en David el lamento y la petición de ayuda.
En la prueba no confía en sus fuerzas; siempre siente la necesidad de
ser salvado y la experiencia repetida de la salvación crea en él la
certeza de que el Señor no le fallará nunca. De aquí que la súplica sea
simultáneamente lamento, invocación, alabanza y abandono confiado
en el Señor:

Ten piedad de mí, oh Dios, porque me persiguen,


todo el día, hostigándome, me oprimen.
Me pisan los talones mis enemigos,
innumerables son los que me hostigan.
Pero yo confío en ti,
¿qué puede hacerme un ser de carne?
Se conjuran, me insidian, observan mis pasos,
ansiando atrapar mi alma...
Tú llevas la cuenta de mis pasos errantes,
¡recoge mis lágrimas en tu odre!
Yo sé que estás de mi parte,
¿qué puede hacerme un hombre?47

El auxilio del Señor no tardó en llegarle. A David, poco a poco, se


le fueron confundiendo las ideas y, en pocos instantes, cayó en la
locura: tamborileaba sobre el batiente de la puerta, reía y la baba le
caía sobre su barba. David, que está huyendo de un rey enloquecido,
se finge loco para escapar de otro rey... Akíš no soportaba a los locos,
pues su esposa y una de sus hijas llevaban años en la más deprimente
de las locuras. Por eso, al ver el estado de David, casi él mismo se
vuelve loco:

-Mirad, este hombre está loco. ¿Qué hace aquí? ¿Es que me
faltan locos para que venga a mi casa uno más?

Los centinelas, viendo el horror del rey, harto de los gritos de su


esposa y de la hija, se asustaron de David y de la reacción del rey.
Ninguno se atrevió a acercarse a David, sino que le gritaron que se
alejase de allí. La fingida locura del israelita y la verdadera necedad del
filisteo se alían para abrir una salida al ungido del Señor. Así David
pudo salir del aprieto y volver sobre sus pasos. Y, una vez a salvo,
recordó al loco de Belén y, arrepentido de sus juicios sobre el Creador,
cantó, con el alma purificada, el canto agradecido al Señor, que
mediante la locura le había salvado de la muerte:
47
Sal 56.

62
Bendeciré a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahveh mi alma se gloría,
¡óiganlo los humildes y se alegren!
He buscado a Yahveh y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.
Cuando el pobre grita, Yahveh oye
y le salva de todas sus angustias.
Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón,
él salva a los espíritus hundidos.
Muchas son las pruebas del justo,
pero de todas le libra Yahveh. 48

Otros muchos milagros hizo Dios en favor de David en su huida


de Saúl. En una ocasión, cuando Saúl y sus hombres estaban rodeando
a David, un ángel se apareció y anunció a Saúl que los filisteos estaban
a las puertas de su ciudad. Así Saúl tuvo que interrumpir la
persecución de David, para ir a rechazar el ataque de los filisteos.
David comprendió que hasta los enemigos entran en el plan de Dios
para salvar la vida de sus elegidos. Del arpa de David brotó el canto
agradecido:

Yahveh es mi pastor, nada me falta,


aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo,
tu vara y tu cayado me sosiegan.49

En su huida, David gustó el sabor amargo de la soledad; abatido


recorrió caminos y desiertos; conoció la suerte del elegido de Dios, a
quien El ama y acrisola hasta hacerlo uno con El. Como elegido de
Dios, David se adhiere a El de corazón y espera la hora de Dios, sin
querer anticiparla él. Abandonado a los planes de Dios, lo acepta todo
de El y espera que el Señor transforme en bendiciones todas las
desgracias que le toca sufrir.

Pero una cosa, por encima de todas, le dolió a David en su


huida: el verse obligado a abandonar la Tierra Santa. Abandonar la
Tierra, para habitar en otro país, era para David "como adorar a los
ídolos". Esto le llevó a pronunciar su única maldición contra Saúl y sus
hombres: "Malditos sean, porque me han hecho escapar de la
presencia del Señor, sacándome de su heredad, diciéndome: Vete a
servir a otros dioses". Pero, apenas pronunció esta maldición, el temor
de Dios le invadió el corazón. Le duele el odio de Saúl, pero no puede
dejar de amarlo como ungido del Señor. Entró dentro de sí y, con todo
su ser, pidió dos cosas al Señor:

No me entregues, Señor, en manos de mis enemigos,


y que Saúl no caiga en mis manos,
para que no me asalte la tentación de matar a tu ungido.

48
Sal 34.
49
Sal 23.

63
10. DAVID PERSEGUIDO

64
Con razón dice un sabio, bendita sea su memoria: Para todo el
que, antes de subir yo al poder, me decía "sube", no tenía más que un
deseo: ¡perseguirlo hasta la muerte! Pero, una vez que he alcanzado el
poder, no tengo más que un deseo para todo el que me dice que lo
deje: ¡derramar sobre él una olla de agua hirviendo! Pues es difícil
ascender al poder, pero más difícil es descender de él. Por eso
encontramos respecto a Saúl que cuando se le dijo: "Sube a la
realeza", se escondió, según se dice: "Y dijo Yahveh: ahí está oculto
entre los bagajes".50 Pero cuando le dijeron: "desciende de ella",
persiguió a David para matarlo.

Pero la paradoja de Saúl está en que, oponiéndose a los


designios de Dios, es él mismo quien los realiza. Quiere matar a David
y, para ello, le encomienda empresas cada vez más difíciles y con ello
no logra sino ensalzar a David ante el pueblo. Quiere aniquilar a David
y termina por introducirlo en la familia real. Le ofrece su hija Mikal a
cambio de cien prepucios filisteos -siempre con la esperanza de que
muera en la empresa- y David se presenta ante él con doscientos. Y el
amor de Mikal por David, que parecía la trampa para que cayera
David, se transforma en una nueva amenaza para Saúl. La división ha
entrado en casa y la hija enamorada se pone de parte de David,
ayudándolo a huir de Saúl. Saúl cae en las mismas redes que tiende a
David. Furioso e impotente, no es capaz de ocultar ni a su hijo Jonatán,
el fiel amigo de David, sus intenciones asesinas.

El rey ha enloquecido en su enemistad contra David. La


situación se hace insostenible. Escapado de la espada, que Saúl lanza
contra él, se refugia en su casa para pasar la noche. Saúl manda a sus
hombres a vigilar la casa para sorprenderlo al amanecer y darle
muerte. Pero Mikal, su esposa, la hija del rey, lo ayuda a escapar,
burlando a los enviados de su padre. 51 Mientras salta por la ventana,
David elevaba su súplica al Señor:

Líbrame de mi enemigo, Dios mío,


protégeme de mis agresores,
sálvame de los hombres sanguinarios.
Mira que me están acechando
y me acosan los poderosos:
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor,
sin culpa mía, avanzan para acometerme.
Despierta y no te apiades de estos traidores,
que regresan a la tarde, aúllan como perros,
rondando por la ciudad.
Mas tú, Yahveh, te ríes de ellos,
te mofas de todos, ¡oh fuerza mía!
Hacia ti miro, pues tú eres mi ciudadela,
el Dios de mi amor, que vienes a mi encuentro...
Yo por la mañana aclamaré tu misericordia;

50
1Sam 10,22.
51
1Sam 19,11-17. Mikal es hija de Raquel, con quien tiene tanto en común, y sabe
qué hacer con los terafim: Cfr Gén 31,17-35; Cfr también Jos 2,1-16.

65
porque has sido mi refugio en el día del peligro. 52

Sin tiempo para tomar nada, comida, ropa o una espada, David
tuvo que huir a toda prisa de Saúl. En su huida, David llegó a Nob,
donde estaba el sacerdote Ajimélec, que, temblando, le salió al
encuentro y le preguntó:

-¿Por qué vienes solo y no hay nadie contigo?

David, sin revelar el motivo de su huida, pidió al sacerdote


comida. Y, al ver que era visto por Doeg, uno de los servidores de Saúl,
David dijo a Ajimélec:

-¿No tienes aquí a mano una lanza o una espada?

Le contestó el sacerdote:

-Ahí está la espada de Goliat, el filisteo que mataste en el valle


del Terebinto, envuelta en un paño detrás del efod. Si la quieres,
tómala.

Dijo David:

-Ninguna mejor que esa. Dámela.

David tomó la espada y partió inmediatamente de allí. 53 Sobre


los montes, donde se guarecen los osos y los leones, David encontró
para esconderse una gruta profunda llamada La cueva de Adulam.

Al poco tiempo, todo un ejército de valientes y de maleantes se


congregó en torno suyo. A él llegaron sus hermanos y sobrinos desde
Belén, audaces y veloces como ciervos. Se congregaron también
arqueros, tiradores de saetas y cuantos se sentían agobiados por
deudas o perseguidos por los acreedores o por la justicia. Seiscientos
hombres formaron el ejército de los fieles a David.

David se refugió, en primer lugar, en Mispá de Moab.


Recordando su ascendencia moabita por parte de Rut, pidió al rey de
Moab asilo para sus padres, durante el tiempo de su huida, "mientras
yo sepa qué va a hacer Dios conmigo". Colocados al seguro sus
padres, David regresó al refugio. Pero el profeta Gat, que le acompaña
en su fuga, le dijo:

-No te quedes en el refugio. Vete y penetra en las tierras de


Judá.

Partió, pues, David y entró en el bosque de Jéret. Pero David


sabía que Doeg avisaría a Saúl de sus pasos. Por ello no podía residir
en un lugar fijo, mucho menos dentro de una ciudad. David comenzó
su peregrinación por los montes y desierto de Judá con sus abundantes
52
Sal 58.
53
Saúl, que no fue capaz de exterminar a los amalecitas, cuando estaba en juego el
nombre de Dios, ahora es capaz de hacerlo con los sacerdotes del Señor, porque está
en juego su nombre y su realeza (Cfr 1Sam 15,1-9 y 22,6-23).

66
cavernas como refugio.54 La existencia de David entra en precariedad,
marcada por encuentros y enfrentamientos, huidas y agresiones,
traiciones y amistades, delaciones y ayudas. El desierto inhóspito se
hace refugio acogedor.

Los pastores del desierto se sentían protegidos teniendo a David


en sus cercanías, porque los hombres de David les defendían de los
brigantes que merodeaban por el desierto para robarles los mejores
corderos. Como paga agradecida por esta protección los ricos
propietarios de ganados mandaban a David, para él y los suyos, pan y
carne, trigo, higos y uvas.

David está refugiado en Engadí, el bello oasis sobre la colina


occidental del mar de la Arabá. En medio de un panorama
completamente abrasado brota una fresca cascada de agua, que da
nombre al lugar: Engadí, la Fuente del Cabrito. A los márgenes de sus
aguas desciende hasta el valle como una serpiente verde la
vegetación. El sol ilumina las esbeltas palmeras, dando dulzor a sus
dátiles. Muy cerca de la fuente está la cueva donde se ha refugiado
David. Los senderos que llevan a Engadí son difíciles y abruptos. En
realidad son trochas escarpadas sobre la costa, pues los montes bajan
a pico hasta el vértice del mar. Pero, al llegar a ella, Engadí compensa
el esfuerzo con sus espléndidas palmeras cargadas de dátiles, con sus
viñas y exuberantes campos verdes. Es el oasis de aromas
embriagadores. Las rocas rosadas, que la circundan, junto con el mar,
compiten con las flores y los pájaros de inesperadas especies. Arboles
de pistacho se mezclan con los rosales. Por los tajos abiertos en los
troncos destilan su resina el nardo, el cinamono, el áloe y una múltiple
variedad de incienso... Allí David se consoló de la pérdida de Mikal con
la delicia exquisita de Ajinoam, en la tregua que le concedió Saúl, al
verse obligado a combatir a los filisteos.

Con David en sus alrededores, los pastores se sentían seguros.


Pero David no estaba nunca seguro, porque Saúl y sus huestes lo
perseguían sin tregua de un lugar a otro. Así, un día Saúl llegó hasta la
cueva de Engadí, donde David se escondía. Los soldados del rey
tomaron un pedrusco y lo colocaron ante la puerta de la gruta,
comieron y se echaron a dormir, sin sospechar siquiera que allí mismo,
en la cavidad del monte, se hallaba David con sus hombres. Los
hombres de David le decían:

-Mira, éste es el día que Yahveh te anunció: Yo pongo a tu


enemigo en tus manos, haz de él lo que te plazca.

Se levantó David y sigilosamente cortó el borde del manto de


Saúl. Pero, al hacerlo, su corazón le latía fuertemente por haber
cortado la punta del manto del ungido del Señor. Ha sido un simple
gesto simbólico, no ha rozado siquiera a Saúl y, sin embargo, su
corazón, delicado como el de Dios mismo, le golpea en el pecho. Con
voz enérgica dijo a sus hombres, para que no se lanzasen contra Saúl:

-Yahveh me libre de alzar mi mano contra el ungido del Señor.


54
Muchos salmos, en sus títulos hacen referencia a este período de la vida de David:
52;54;56;57;63;142; léase también todo el 31.

67
A la mañana siguiente, cuando Saúl y sus huestes se alejaron de
la cueva, David salió y, mostrándole el borde del manto que le había
cortado, llamó a gritos a Saúl:

-¡Oh rey, mi señor!

Volvió la vista Saúl y David, inclinándose rostro en tierra, le dijo:

-¿Por qué escuchas a quienes me difaman ante ti? Hoy mismo


han visto tus ojos que Yahveh te ha puesto en mis manos en la cueva,
pero no he puesto mis manos sobre ti, porque eres el ungido de
Yahveh. Mira, padre mío, mira el borde de tu manto y reconoce que no
hay maldad en mí. ¿Contra quién sale el rey de Israel, a quién estás
persiguiendo? ¿A un perro muerto, a una pulga? Que Yahveh juzgue y
sentencie entre los dos, que El vea y defienda mi causa.

Apenas se dio cuenta de que David le había perdonado la vida,


el rey se sintió avergonzado, rompió a llorar y, alzando la voz, dijo:

-¿Es ésta tu voz, hijo mío, David? Más justo eres tú que yo. Tú
me haces el bien y yo te devuelvo males. Hoy has mostrado tu
bondad, pues Yahveh me ha puesto en tus manos y no me has matado.
¿Qué hombre encuentra a su enemigo y le permite seguir su camino
en paz? Que Yahveh te recompense por el bien que hoy me has hecho.

Saúl se volvió a casa, suspendiendo la persecución de David,


que subió con sus hombres al refugio. Pero el odio de Saúl hacia David
era ya una enfermedad. La tregua de su locura no le duró mucho. Al
poco tiempo emprendió de nuevo la persecución de David, llevando
consigo a unos tres mil soldados escogidos entre los más expertos
guerreros. Con este ejército acampó en la colina de Jakilá, en el
desierto de Zif.

David supo que Saúl había vuelto al desierto en su persecución.


Los habitantes de Jakilá, a quienes David ha liberado de los filisteos,
por el miedo de ser aniquilados por Saúl, como los sacerdotes de Nob,
le han traicionado. Han avisado a Saúl de la presencia de David en el
desierto de Zif.55 Desde lo hondo de su corazón, David elevó a Dios su
súplica:

¿Por qué te glorías del mal, héroe de infamia?


Todo el día lo pasas maquinando crímenes;
tu lengua es una espada afilada, artífice de engaños.
Prefieres el mal al bien, la mentira a la justicia;
amas toda palabra de perdición, lengua mentirosa.
Por ello Dios te aplastará, te destruirá para siempre,
te arrancará de tu tienda, extirpándote de la tierra de los vivos...
Mas yo, como un olivo verde, en la Casa de Dios,
en el amor de Dios confío por siempre jamás.
Te alabaré eternamente, por cuanto has hecho,
55
El contraste entre David y Saúl se hace cada vez más manifiesto. David, en
súplica angustiosa, pide a Dios que le muestre qué debe hacer (1Sam 23,10-12), Saúl
sólo cuenta con sus espías (vv.19-23).

68
esperaré en tu nombre, bueno con los que te aman. 56

Con la confianza puesta en el Señor, David, acompañado de uno


de sus sobrinos, Abisay, hijo de Servia, penetró en el campamento de
Saúl. Todo el ejército dormía: el Rey, los soldados y el capitán Abner. La
lanza de Saúl estaba junto a él clavada en tierra. Abisay susurró al oído
a David:

-Dios ha escuchado tu súplica y pone en tus manos a tu


enemigo. Por favor, permíteme que le atraviese y le clave en la tierra
con su misma lanza. De un solo golpe lo mataré. No tendré que repetir.

Pero David le replicó:

-Nunca me permita el Señor devolverle el mal que me hace. No


alzaré mi mano contra el ungido del Señor.

Y añadió David:

-Yahveh será quien le hiera, cuando le llegue su día.

La lanza, la misma que David había esquivado por dos veces,


ahora -y ese es el deseo de Abisay- podría poner fin a la vida de su
dueño de un solo golpe. La lanza del rey, símbolo de su poder y de su
autoridad, ha pasado a manos de David, que podría usarla contra su
dueño, como hizo con Goliat, caído bajo el peso de su armadura y
decapitado con su propia espada. Pero David, el hombre según el
corazón de Dios, rechaza la violencia y, una vez más, no se toma la
justicia con sus manos. Con la lanza del rey y su cantimplora, se alejó
del campamento. Y, al amanecer, desde la colina opuesta, David gritó
a través del valle:

-Abner, ¿qué jefe eres? ¿Cómo es que no has guardado vigilante


la vida del rey? Mereces la muerte por no haber cuidado a tu señor.

Y mientras gritaba, David alzaba la lanza y la cantimplora que


Saúl tenía a su cabecera:

-Mira, aquí tengo la lanza y la cantimplora del rey. Manda a uno


de los soldados que venga por ella.

Saúl reconoció la voz de David y le respondió:

-¿Eres tú, David, hijo mío?

-Sí, soy yo, oh rey. ¿Por qué me persigues? ¿Qué mal te he


hecho? ¿Por qué andas a la caza de mi vida como se va por los montes
a la caza de las aves rapaces?

-He pecado y obrado tontamente, David, hijo mío. ¡Vuelve! No te


haré ningún mal, pues ya por dos veces me has perdonado la vida.

56
Sal 52.

69
Pero David se dijo: Hoy el rey me ama, pero mañana le volverá
el mal depresivo y me odiará de nuevo. Si permanezco, un día u otro
me capturará. Mejor es que me aleje del rey y huya al país de los
filisteos. Es lo que propone a su brigada de valientes y fieles soldados,
que aceptan, aunque algunos murmuren contra él, por su actitud con
el rey Saúl. Al llegar la noche, David se retira y, en su soledad, abre su
corazón al Señor:

Escúchame, Dios, defensor mío,


tú que, cuando me cierran los caminos,
me abres una salida. Cuando te llamo,
ten piedad de mí, escucha mi oración.

Y en su oración al Señor se interponen sus enemigos,


arrogantes, confiados, prisioneros de sus intrigas y engaños, planeando
su fracaso :

Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,


amando la falsedad, enredándoos en el engaño?

Pero no son sólo sus enemigos, también le abruman el corazón


muchos de sus compañeros que, vacilando en su confianza, no saben
esperar en la adversidad, no saben aguardar cuando Dios esconde su
rostro y, por ello, le repiten todo el día:

¿Quién podrá devolvernos la dicha


si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?

No, David no pierde su confianza, no tiembla ante sus


perseguidores, no se deja envenenar por la duda de sus compañeros:

Yahveh, Dios mío, tú has dado a mi corazón


más alegría que cuando abundan trigo y vino.
En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú, sólo tú, eres mi seguridad. 57

David, con su paz, brotada de la experiencia de Dios, es un


testimonio para sus compañeros de la presencia y del favor de Dios en
medio del aprieto. Para David, acostarse es dormir y no dar vueltas en
la cama y en la mente al fracaso y al miedo, alimentando la angustia,
como lo describen los sabios:

Y cuando se echa a descansar en la cama,


el sueño nocturno lo turba:
descansa un momento, apenas un instante,
y lo agitan las pesadillas;
aterrado por las visiones de su fantasía,
como quien escapa huyendo del que lo persigue;
y cuando se ve libre, se despierta
descubriendo que su terror no tenía objeto. 58

57
Sal 4.
58
Eclo 40,5-7.

70
En su huida, con el desierto como marco, le brotan a David los
versos de lamentación, de súplica y de abandono confiado en el Señor.
El desierto hace aflorar la situación interior de David, perseguido, solo,
sin apoyos, obligado al silencio, amenazado de muerte. Arido y con la
boca reseca anhela el agua de la presencia y ayuda del Dios salvador.
Sólo el agua de su gracia puede abrir los labios al canto y a la
alabanza:

Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el amanecer te busco,


mi alma tiene sed de ti, te anhela mi carne
como tierra reseca, agostada, sin agua...
Pues tu gracia vale más que la vida,
mis labios cantarán tu alabanza.
Te bendeciré mientras viva,
en honor de tu nombre levantaré mis manos,
mis labios te alabarán jubilosos.
Cuando en el lecho me acuerdo de ti
y en mis vigilias medito en ti,
que has sido mi único auxilio,
exulto de alegría a la sombra de tus alas,
mi alma se adhiere a ti
y tu diestra me sostiene.59
11. ABIGAIL

David se enamora fácilmente. Muchas mujeres sabrán


ablandarle el corazón. Una de ellas es Abigaíl, en quien se unían la
belleza, la sabiduría y dones proféticos. Era tal su encanto que excitaba
la pasión de los hombres con su sola mirada. Es una mujer ya casada.
Su marido, no por casualidad, se llama Nabal, que quiere decir "necio",
"uno a quien no se le puede decir nada".

Nabal se opone a David. Tendrá un triste final. Nabal tenía su


hacienda en Carmelo. Era un hombre muy rico; poseía tres mil ovejas y
mil cabras. David se encuentra en el desierto. Allí le llegó la noticia de
que Nabal estaba esquilando su rebaño. El esquileo es siempre fiesta y
alegría; durante él un propietario rico se muestra normalmente
generoso, invitando a amigos y vecinos a participar de la abundancia
de sus bienes. David, que ha alejado a los merodeadores, protegiendo
los ganados de Nabal, envía a diez muchachos, esperando que Nabal
les acoja con hospitalidad y les dé algo para sus hombres. Estos se
presentaron a Nabal y, en nombre de David, le saludaron:

-Paz para ti, para tu casa y para todo lo tuyo. He sabido que
estás de esquileo. Pregunta a tus pastores y te dirán cómo nosotros
nunca les hemos molestado ni les ha faltado nada desde que hemos
estado con ellos en Carmelo. Que estos muchachos encuentren gracia
a tus ojos, ya que hemos venido en un día de fiesta. Dales lo que
tengas a mano para tus siervos y tu hijo David.

El saludo, con el triple deseo de paz, expresaba las buenas


intenciones de David y era un augurio de prosperidad. Pero, al oírlo,
Nabal hizo gala de su nombre y, con toda su insensatez, les respondió:

59
Salmo 63.

71
-¿Quién es David? Abundan hoy los siervos que andan huidos de
sus señores. ¿Acaso voy a tomar mi pan, mi vino y mis reses, que he
sacrificado para mis esquiladores, para dárselas a unos hombres que
no sé de dónde son?

Con esta respuesta, los muchachos se dieron media vuelta y


volvieron por su camino a comunicársela a David. Y uno de los
servidores de Nabal corrió, igualmente, a avisar a Abigaíl:

-Mira, David ha enviado mensajeros desde el desierto para


saludar a nuestro amo, y él los ha despreciado. Sin embargo, esos
hombres han sido muy buenos con nosotros, y nada nos ha faltado
mientras anduvimos con ellos, cuando estábamos en el campo. Fueron
nuestra defensa noche y día. Mira qué debes hacer, pues está
decretada la ruina de nuestro amo y de toda su casa. Y él es tan necio,
que no se le puede decir nada. 60

Abigaíl, con la sensatez que le faltaba a su marido, a toda prisa


tomó doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros, cinco
arrobas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos
pasteles de higos secos, cargó todo sobre unos asnos y se lo mandó a
David.

Detrás del suntuoso presente iba ella montada en otro asno. En


la espesura del monte se topó con David y sus hombres, que bajaban
en dirección contraria. David se iba desahogando con sus soldados:

-En vano hemos guardado en el desierto lo de este hombre, que


ahora nos devuelve mal por bien. Para el alba no quedará con vida ni
un solo varón de los de Nabal.

Pero ante él estaba ya Abigaíl que, apenas vio a David, bajó del
asno, se postró en tierra ante él y le dijo:

-Deja que tu sierva hable a tus oídos y escúchame. El Señor


ciertamente hará una casa permanente a mi señor, pues mi señor
combate las batallas del Señor. Ningún mal vendrá sobre ti en toda tu
vida. Aunque ahora te encuentres perseguido, la vida de mi señor está
a salvo en la bolsa de la vida junto al Señor, tu Dios. Cuando el Señor
haga a mi señor cuanto le ha prometido y te haya establecido como
rey de Israel que no haya turbación ni remordimiento en el corazón de
mi señor por haber derramado sangre inocente y haberse tomado la
justicia por su mano. Cuando el Señor haya cumplido sus promesas,
acuérdate de tu sierva.

Abigaíl no estaba libre de la debilidad femenina de la coquetería.


Las palabras "recuerda a tu sierva" nunca debería haberlas
pronunciado, atrayendo la atención hacia ella, ya que era una mujer
casada. Y lo cierto es que a David, escuchando a Abigaíl, algo le ha
tocado el corazón, borrando su deseo de venganza. Como si Dios

60
Nabal en hebreo significa necio. Es un "nabal" quien piensa que Dios no exista
(Sal 14,1;53,2); es "nabal" Israel cuando responde con el pecado a los dones de Dios
(Dt 32,6); es "nabal" quien, como en este caso, habla pérfidamente de Dios y niega el
alimento al hambriento (Is 32,5-6).

72
mismo le hubiera hablado por boca de Abigaíl, a él le brotó la
exultación:

-¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a


mi encuentro. Bendita sea tu prudencia y bendita tú misma, que me
has impedido derramar sangre y tomar la justicia por mi mano!

David aceptó de mano de Abigaíl cuanto ella le traía y le dijo:

-Sube en paz a tu casa. Mira, he escuchado tu voz y he accedido


a tu petición.

En las palabras de Abigaíl, David ha recordado toda su vida


como una historia conducida por la mano de Dios. Y, si Dios la ha
guiado hasta ahora, El la llevará a su plenitud. David puede dejar en
manos de Dios su justicia.

Abigaíl se volvió a casa. Allí estaba Nabal celebrando un


banquete de rey. Tenía el corazón alegre y estaba completamente
ebrio. Ella no le dijo nada hasta la mañana siguiente. Pero, al alba,
cuando se le había pasado la borrachera, Abigaíl le contó todo lo
sucedido. Entonces el corazón se le murió en el pecho y Nabal se
quedó como una piedra.61 La obsesión de las riquezas seca el alma,
embrutece al hombre.

La noticia de la muerte de Nabal le llegó a David, que exclamó:

-Bendito sea el Señor que ha defendido mi causa contra la


injuria de Nabal y me ha preservado de hacer el mal. El Señor ha
hecho caer la maldad de Nabal sobre su cabeza.
Abigaíl ha quedado libre. David, que no ha podido olvidarla
desde que la vio, manda unos mensajeros a proponerla que sea su
mujer. Abigaíl ni lo piensa; también ella ha quedado cautivada con el
héroe David. Se montó en su asno y, seguida de cinco siervas, se fue
detrás de los enviados de David y fue su esposa.

Cuando David se encuentre en su trono, Abigaíl susurrará a


oídos del rey el salmo que ha aprendido de él:

Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey;


¡oh, cómo le colma de júbilo tu salvación!
Tú le has otorgado el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
has puesto en su cabeza una corona de oro.
Tu gloria le confiere esplendor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes
y lo colmas de alegría en tu presencia.
Que tu mano alcance a todos sus enemigos
y aniquile a todos sus adversarios.

61
Nabal, el necio rico, que responde al bien con el mal, es una copia de Saúl. David,
por el contrario, renuncia a pagar el mal con el mal, dejando a Dios que le haga
justicia, como anuncia la sabia Abigaíl: "Sean como Nabal todos tus enemigos y
quienes intentan el mal contra mi señor" (1Sam 25,26).

73
Aunque tramen tu ruina y urdan intrigas,
nada podrán, pues tu arco les pondrá en fuga.
¡Levántate, Yahveh, con tu fuerza
y al son del arpa salmodiaremos para ti!62

12. MUERTE DE SAUL Y SUBIDA DE DAVID AL TRONO

Para salvar su vida y la de los suyos, David se estableció con su


tropa en el país de los filisteos. Es una situación paradójica y en
extremo peligrosa para David. Es difícil conservar limpia la fe en
Yahveh, que le ha ungido, en tierra extranjera; y es difícil librarse de
tener que pelear contra los israelitas, viviendo en medio de sus eternos
rivales. Con frecuencia David conducía sus hombres en ayuda de los
filisteos contra las incursiones de los amalecitas.

Pero, como era de temer, un día los filisteos decidieron organizar


un gran ejército para atacar una vez más a los israelitas. Este fue el
peor momento de la vida de David. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo luchar
contra su pueblo? ¿Cómo oponerse a los filisteos si vive asilado en su
territorio? David se debate en su angustia y de su alma surge el
quejido:

¿Hasta cuándo, Yahveh, te olvidarás de mí?


¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
¿Hasta cuándo he de estar preocupado
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?
Yo en tu amor confío,
62
Sal 21.

74
exulte mi corazón con tu auxilio
y te cantaré por el bien que me has hecho. 63

La respuesta del Señor no tardó en llegar. Afortunadamente, los


jefes filisteos no quisieron que David fuese con ellos, pues decían:

-No, que no nos acompañe David. ¿No es acaso él quien venció y


mató a nuestro campeón Goliat? ¿Cómo sabemos que, en medio de la
batalla, no se volverá contra nosotros? ¿No es aquel David a quien, en
medio de danzas, celebraban las mujeres, cantando: Saúl ha matado
sus mil/pero David sus diez mil?

Así David permaneció fuera del combate, aunque esperando


angustiado las noticias de la batalla. Pero dejemos, por un momento a
David, para dirigir la atención sobre Saúl. La historia de Saúl está
llegando a su trágico final. Y, al empezar el último acto de su vida,
como presentimiento de su hundimiento, tenemos la escena misteriosa
y sombría de la evocación de Samuel, que lleva años muerto.

En Israel están prohibidos los magos, adivinos y nigromantes. Al


israelita le basta la palabra de Dios para guiarse en su historia. Y
cuando no se oye la palabra de Dios, ¿qué hacer? Los profetas,
burlándose de los que consultan a los muertos los problemas de los
vivos, dirán: "Esperar".64 Pero Saúl está desesperado por el silencio de
Dios, que le ha rechazado. Y los filisteos, armados hasta los dientes,
están a las puertas, acampados en Gelboé. El pueblo está divido entre
él y David. Los sacerdotes y su mismo hijo sienten simpatía por su
rival. A Saúl, la vista del ejército filisteo le hiela el corazón. Ante tal
aprieto, Saúl siente la necesidad de un oráculo de Dios. Pero Samuel,
su amigo de un tiempo y enemigo al final, está muerto. No cuenta con
otro profeta. ¿Qué hacer?

Sí, hay un camino, un único camino abierto, aunque él sabe que


está prohibido. Pero Saúl, en su desesperación, se aventura a recurrir a
ese camino. Desesperado, Saúl, que ha desterrado del país a
nigromantes y adivinos, dijo a sus servidores:

-Buscadme una nigromante para que vaya a consultarla.

Le dijeron sus íntimos:

-Aquí mismo, en Endor, hay una nigromante.

Disfrazado, Saúl se presentó ante ella y le suplicó:

-Evócame a Samuel.

Samuel, llamado, aparece envuelto en su manto y pronuncia su


último oráculo, un oráculo de muerte. Samuel que, al consagrarlo,
había pronunciado el primer oráculo de bendición, Samuel que, luego
más tarde, había pronunciado la primera condena, evocado

63
Sal 13.
64
Is 8,16-20.

75
mágicamente de la tumba, pronuncia el oráculo de condena definitivo
contra Saúl. La voz del muerto sigue siendo la voz del profeta, que
transmite la palabra de Dios:

-¿Por qué me perturbas evocándome?

Respondió Saúl:

-Estoy en grande angustia. Los filisteos mueven guerra contra


mí, Dios se ha apartado de mí y ya no me responde ni por los profetas
ni en sueños. Te he evocado para que me indiques qué debo hacer.

Samuel le dijo:

-¿Para qué me consultas si el Señor se ha apartado de ti y se ha


unido a otro? El Señor ha cumplido lo que te dijo por mi boca: ha
arrancado el reino de tu mano y se lo ha dado a David, porque no
escuchaste la palabra de Dios contra Amalec. Mañana tú y tus hijos
estaréis conmigo.

Saúl, sobrecogido, cayó en tierra cuan largo era. Quedó aterrado


con las palabras de Samuel.

Marcado con el oráculo de Samuel sobre la frente, Saúl se dirige


a la última batalla de su vida. Los filisteos han avanzado desde la
llanura occidental del litoral mediterráneo hasta el norte de Israel,
invadiendo la llanura de Yisrael en Galilea, considerada el granero de
Palestina. Saúl, rechazado por Dios, rebelde, atormentado, maldecido y
solitario, avanza sabiendo que va camino de la tumba.

Es el final del camino comenzado en la guerra contra los


amalecitas, que Saúl no quiso dar al anatema. Y ahora, de nuevo, los
amalecitas, el eterno enemigo de Israel, vuelve a hacerse presente.
Durante la ausencia de David, en camino con los filisteos, han hecho
una incursión contra Siquelag, incendiándola y llevándose cautivas las
mujeres, hijos e hijas, entre ellas Ajinoam y Abigaíl, esposas de David.
Cuando David y sus hombres regresaron, la amargura les invadió el
corazón ante la desolación de la ciudad desierta y consumida por las
llamas. Sin pensar siquiera en reposar, David cobró fuerza y ánimo en
el Señor y salió en persecución de los amalecitas. Les hallaron
desparramados por el campo, comiendo, bebiendo y bailando, felices
por el gran botín conquistado. David les batió desde el alba al
anochecer, rescatando a todos los prisioneros.

Lo que no había hecho Saúl, provocando el rechazo de Dios, lo


hace David. Está, pues, llegando el momento de que David sea
entronizado como rey de Israel, mientras Saúl se acerca al final en su
lucha contra los filisteos.

La maldición pesa sobre Saúl. Víctima de sí mismo, encerrado


en la desesperada soledad de su locura, Saúl busca una palabra,
mendiga un gesto, que le saque del aislamiento total. Ante el peligro,
aterrorizado, con el corazón en la garganta, se dirige inútilmente a
Dios, que le ha rechazado, a la nigromante de Endor, aunque él mismo

76
había prohibido la nigromancia, a Samuel, que está muerto, y,
humillado, implora a su escudero que le dé muerte con su espada.
Derrotado no logra siquiera morir en la batalla. Ve que los filisteos han
vencido, que todo está perdido y desea morir. No quiere caer
prisionero de sus adversarios. Se expone para caer en el combate,
pero sólo logra salir herido. Busca entonces a su escudero y le dice:

-Saca tu espada y traspásame, no sea que esos incircuncisos se


mofen de mí.

Pero el escudero, atemorizado, se niega. A Saúl no le queda otra


salida que clavar la espada en tierra y "abandonarse sobre ella". Una
vez más, por última vez, Saúl no entrega su vida al Señor, sino que la
toma entre sus propias manos, dándose muerte a sí mismo. Con él
mueren sus tres hijos y su escudero; toda su casa murió con él. 65 Los
filisteos, al día siguiente, le cortarán la cabeza y la pasearán, junto con
sus armas, por todas sus ciudades.66

David en su atalaya esperaba noticias de la batalla. Y un día,


finalmente, llegó hasta él a todo correr un individuo. Llevaba los
vestidos rotos; llegó hasta David y cayó postrado ante él. David le
preguntó:

-¿De dónde vienes?

Le respondió:

-He huido del campamento de Israel.

-¿Cómo ha ido la batalla?

-Los israelitas han huido del campo de batalla y han caído todos.
Saúl y Jonatán han sido matados sobre el monte Gelboé.

David no escuchó más. Se echó a llorar con fuertes lamentos por


la muerte de Saúl y de Jonatán:

¡Ay, tu gloria, Israel, yace muerta en las alturas!


¿Por qué han caído los valientes?
No lo pregonéis en las calles de Ascalón,
que no se alegren las muchachas filisteas,
no lo celebren las hijas de los incircuncisos.
¡Montes de Gelboé, altas mesetas,
ni rocío, ni lluvia caiga sobre vosotros! 67

65
1Cro 10,6. "Saúl murió a causa de la infidelidad que había cometido contra Yahveh,
porque no guardó la palabra de Yahveh..., por lo que le hizo morir y transfirió el reino a David,
hijo de Jesé" (1Cro 10,13-14).
66
Saúl tiene muchos aspectos comunes con Goliat. Grandes, imponentes, los dos son una
amenaza para la pequeñez de David. Los dos, confiando en sus armas, han sufrido el mismo
fin: derribados por tierra, atravesados por su propia espada, a los dos se les ha cortado la
cabeza y la han paseado por distintas ciudades.
67
Esta imprecación contra los montes de Gelboé se ha cumplido. Incluso en el
Estado de Israel actual se ha prohibido todo cultivo y que se planten árboles, para que
no quede frustrada la maldición de David.

77
Allí quedó manchado el escudo de Saúl.
¡Arco de Jonatán, que no volvía atrás!
¡Espada de Saúl, que no tornaba en vano!
Saúl y Jonatán, amables y amados,
ni vida ni muerte los pudo separar.
Muchachas de Israel, llorad por Saúl,
que os vestía de púrpura y de joyas.
¡Cómo cayeron los valientes en el combate!
¡Jonatán, cómo sufro por ti, hermano mío, Jonatán!
Tu amistad era para mí mejor que amor de mujer.

David se ha olvidado del odio; el amor ha cancelado los rastros


de la enemistad. Por cuatro veces resuenan los nombres de Saúl y de
Jonatán, el amigo, cuya amistad ha sido para David más preciosa que
los amores de las mujeres.

Había llegado la hora de regresar a su tierra. David reunió a su


gente, soldados y familia, y con ellos emprendió la subida hacia la
ciudad de Hebrón en Judá, una de las ciudades queridas, que guardaba
la memoria de Abraham.

David había sido ya consagrado rey por Samuel, pero había sido
en privado. Ahora su investidura se realizará solemnemente. Los
hombres de Judá ungieron a David como rey de su tribu. Pero las otras
tribus estaban divididas. Unos querían que David fuera el rey y otros
preferían que subiera al trono uno de los hijos de Saúl. Hubo confusión
y discordia, pero al final todas las tribus de Israel reconocieron a David
como rey. Le decían y se decían unos a otros:

-Mira, ya mientras Saúl era nuestro rey, tú nos has guiado contra
nuestros enemigos y salíamos victoriosos. Hemos sabido además que
Samuel, el profeta y vidente, te ha ungido como rey hace ya tanto
tiempo, cuando aún eras un pastor en Belén. ¡Dios te ha ungido como
rey!

-Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya antes, cuando Saúl


era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel.

-Hoy se cumple la palabra del Señor, que te dijo: "Tú


apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel".

David se dejó aclamar en silencio. Hizo un pacto con ellos ante


el Señor; y los ancianos volvieron a derramar el óleo de la unción sobre
la cabeza de David, lo mismo que había hecho Samuel. David, el
pastor, ¡era el rey de Israel!

Treinta años tenía David cuando empezó a reinar y reinó


cuarenta años, siete años y seis meses en Hebrón sobre Judá y treinta
y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá.

Pero David no olvidaba a Jonatán, su grande y fiel amigo.


Preguntó:

78
-¿No queda nadie de la familia de Jonatán con quien yo pueda
mostrarme bueno y generoso?

Un viejo siervo de Saúl respondió:

-Queda aún un hijo, cojo de los dos pies.

Y narró a David la historia del hijo de Jonatán: Éste cumplía cinco


años el día en que murió su padre y se entretenía con su nodriza
cuando llegó uno con la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto
en la guerra. La nodriza lo cogió en brazos y salió corriendo asustada.
Y, mientras corría, el niño se le escapó de entre las manos y se rompió
las dos piernas. Ahora vivía en el campo con uno de los siervos de su
abuelo Saúl.

David mandó a buscarlo. Se lo llevaron al palacio, donde el


pequeño llegó tembloroso, temiendo que el rey lo tratara mal. Pero
David se dirigió a él con dulzura:

-No temas, seré bueno contigo por amor a Jonatán, tu padre.


Serás como uno de mis hijos y comerás a mi mesa.

Luego David se dirigió al siervo de Saúl y le dijo:

-Yo doy al muchacho toda la tierra que pertenecía a su abuelo


Saúl y tus hijos se la cultivarán.

Así, el hijo de Jonatán fue a vivir en el palacio de David y fue


considerado como uno de sus hijos.

13. JOAB

79
La vida de David, rey de Israel, está ofuscada por la sombra de
una figura misteriosa y turbia. Desde lo escondido su influencia pesa
sobre David. Se trata de su sobrino, el general Joab, hijo de su hermana
Sarvia. Hábil guerrero, pero implacable y ambicioso.

David busca recomponer la unidad de todo Israel. Ofrece la


reconciliación a los seguidores de Saúl. Matará al amalecita que,
mintiendo, se arroga haber dado muerte a Saúl y Jonatán, pensando
que David se lo recompensará. Desgarrando sus vestidos, David
proclama su sentencia de muerte:

-Tu sangre sobre tu cabeza, pues tu misma boca te acusó cuando


dijiste: "Yo maté al ungido de Yahveh".

Lo mismo hará con los dos jefes de banda, Baaná y Rekab, que
mataron mientras dormía a Isbaal, el hijo cojo de Saúl, y tuvieron el
atrevimiento de cortarle la cabeza y llevársela a David:

-Aquí tienes la cabeza de Isbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, el que


buscó tu muerte. Hoy ha concedido Dios a mi señor, el rey, venganza
sobre Saúl y sobre su descendencia.

Pero David, encendido en ira, les replicó:

-¡Vive Yahveh, que ha librado mi alma de toda angustia! Si al


que me anunció la muerte de Saúl, creyendo que me daba una buena
noticia, lo prendí y ordené matarlo, dándole ese pago por su noticia,
¿cuánto más ahora que hombres malvados han dado muerte a un
hombre justo en su casa, sobre su lecho? ¿No deberé pediros cuenta de
su sangre y exterminaros de la tierra?

Para David, Saúl no es su rival, sino el ungido del Señor, y


Jonatán, no es el heredero del trono, sino el amigo del alma. No se
alegra David por la muerte de Saúl, lo llora y hace duelo. Las lágrimas,
que fluían copiosamente, iban desatando los nudos de sus ansiedades.
Y apenas se entera que los hombres de Yabés de Galaad han dado
sepultura a Saúl, David les envía mensajeros para decirles:

-Benditos seáis del Señor por haber hecho esta misericordia con
Saúl, vuestro señor, dándole sepultura. Que el Señor sea con vosotros
misericordioso y fiel. También yo os trataré bien por haber hecho esto.
Y ahora, tened fortaleza y sed valerosos, pues murió Saúl, vuestro
señor, pero la casa de Judá me ha ungido a mí por rey suyo.

Sin embargo, no son estos los sentimientos del general de su


ejército. Joab mancha de sangre los primeros tiempos del reinado de
David. Y la sombra de Joab acompañará y amargará a David hasta la
hora de su muerte.

En la gran derrota del ejército de Saúl en los montes de Gelboé


logró salvarse el general Abner, un valiente guerrero, que goza de una
fama merecida. David lo busca y le ofrece su confianza, con el deseo

80
de atraer a la unidad a cuantos podían soñar con reconstruir un ejército
de fieles a Saúl en torno a su capitán.

Abner está al corriente de la palabra del Señor a David: "Le


pasaré el reino de Saúl y afianzaré el trono de David sobre Israel y
Judá, desde Dan hasta Berseba". Muerto Saúl, tras un corto período en
que apoya a Isbaal, el único hijo vivo de Saúl, Abner decide unirse a
David. Para ello, despachó unos emisarios a Hebrón, para hacer a
David esta propuesta:

-Haz un pacto conmigo y te ayudaré a poner a todo Israel de tu


parte.

David, complacido, le respondió:

-Está bien. Yo haré un pacto contigo, pero te pido una cosa:


cuando vengas a verme sólo te recibiré si me traes a Mikal, hija de
Saúl, mi mujer.

Abner recuperó a Mikal, habló en favor de David a los ancianos


de Israel de los lugares por donde pasaba y, finalmente, se dirigió a
Hebrón a hablar personalmente con David, que lo acogió y lo convidó a
un banquete, hablaron, le despidió y Abner marchó en paz.

Pero Joab, con sus soldados, regresó de una correría poco


después y alguien le dio enseguida la noticia:

-Ha venido Abner a visitar al rey y el rey lo ha despedido y se ha


marchado en paz.

Joab, que teme que un general como Abner pueda hacerle


sombra en la estima del rey, se sintió ofendido. Se presentó a David y
le dijo:

-¿Qué has hecho? ¿Por qué lo has dejado irse en paz? ¿No sabes
que Abner ha venido a engañarte, espiando tus movimientos, y a
enterarse de lo que piensas?

Joab salió de palacio y, sin decir nada a David, mandó emisarios


a llamar a Abner. Cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte,
como para hablar a solas con él, y allí lo mató. David se enteró y dijo:

-Ante el Señor y para siempre, yo y mi reino somos inocentes de


la sangre de Abner. ¡Respondan de ella Joab y su casa! ¡No falten
nunca en su familia enfermos, muertos a espada y muertos de hambre!

El rey David caminaba apesadumbrado detrás del féretro de


Abner. Y cuando lo enterraron, el rey gritó y lloró junto a su tumba.
David entonó este lamento por Abner:

¿Tenía que morir Abner


como muere un insensato?
Sus manos no conocieron las cadenas
ni sus pies los grilletes.

81
Caíste como se cae
a manos de traidores.68

Es lo único que David puede hacer frente a su terrible sobrino:


maldecirle. No puede hacer otra cosa. El rey dijo a sus servidores:

-¿No sabéis que hoy ha caído un gran caudillo de Israel? Yo he


sido blando, aunque ungido como rey, mientras que los hijos de mi
hermana Sarvia han sido más duros que yo. Que el Señor les de su
merecido.

Pero los sabios, bendita su memoria, han cantado también las


glorias de Joab, el gran guerrero de Israel, brazo derecho de David en
todas sus batallas. Sin Joab, dicen, David no hubiera tenido tiempo
para dedicarse al estudio de la Torá y a componer salmos. Joab era frío
y duro soldado, pero siempre sirvió al pueblo de Israel.

Se cuenta de él que, cuando escuchó las palabras del rey de


David: "Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente
ternura por aquellos que le temen", se extrañó de que David
comparara el amor de Dios con el de un padre y no con el de una
madre, que normalmente es considerado más fuerte y sacrificado.
Entonces quiso verificar si las palabras de David correspondían a la
realidad. En uno de sus viajes entró en casa de un pobre que tenía
doce hijos. El padre apenas podía sustentarlos con el trabajo de sus
manos. Joab le propuso que le vendiera uno de sus doce hijos,
diciéndole:

-Así tendrás una boca menos que alimentar y, además, con el


alto precio que te ofrezco por él, tendrás para sustentar mejor a los
otros.

El padre rechazó bruscamente su proposición. Entonces, al ver


que el hombre había salido para su trabajo, se presentó a la madre,
ofreciéndole lo mismo. Ella al principio se resistió a la tentación, pero
terminó cediendo. Cuando el padre volvió a su casa al atardecer, cortó
el pan, como solía hacer, en catorce trozos, para él, para su mujer, y
para sus doce hijos. Pero, al distribuir las porciones, notó que le
sobraba un trozo de pan, es decir, que le faltaba uno de los hijos.
Preguntó por él y la madre le confesó lo sucedido en su ausencia. El
padre ni comió ni bebió. A la mañana siguiente, temprano, salió de
casa dispuesto a conseguir que Joab le devolviera el hijo,
restituyéndele su dinero, o a degollarlo, si se rehusaba a devolverle su
hijo.

Joab le devolvió el hijo y, con admiración por David, exclamó:

-Sí, David tenía razón al comparar el amor de Dios con el amor


de un padre por su hijo. Este pobrecillo, que tiene doce bocas que
alimentar, está dispuesto a luchar conmigo hasta la muerte por uno de
sus hijos, cosa que no ha hecho la madre.

68
2Sam 3,33-

82
Este es el modo rudo de razonar de Joab, que entiende más de la
guerra que de los sentimientos humanos. Es de la familia de David,
pero sus almas son muy distintas. Hasta el lecho de muerte se llevará
David esta amargura. Morirá confiando que Salomón, su sucesor,
vengue todos los delitos del sanguinario hijo de su hermana Sarvia. Así
lo consigna en su testamento:

-Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre.


Guarda las enseñanzas del Señor, caminando por sus sendas... Ya
sabes, hijo mío, lo que me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los
jefes de los ejércitos de Israel: a Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de
Yéter, a quienes mató en plena paz vengando sangre vertida en la
guerra. Esa sangre inocente manchó el cinturón de mi cintura y la
sandalia de mis pies. Obra según tu prudencia, pero no dejes que sus
canas bajen en paz a la tumba.

Y Salomón no olvidó las palabras de su padre. Al poco de subir al


trono, llamó a Benayas y le dijo:
-Ve y mata a Joab. Mátalo y entiérralo. Así quitarás de encima de
mí y de la casa de mi padre la sangre inocente que vertió Joab. ¡Que el
Señor haga recaer su sangre sobre su cabeza por haber matado a dos
hombres más justos y mejores que él, matándolos a espada sin que lo
supiera mi padre! ¡Que la sangre de estos hombres caiga sobre la
cabeza de Joab y de su descendencia por siempre! ¡Y que la paz del
Señor esté siempre con David, con sus descendientes, su casa y su
trono!

83
14. LA DANZA ANTE EL ARCA

Elí era muy anciano y apenas se levantaba de su silla, colocada


a la entrada del Santuario de Silo. Sus dos hijos, Jofní y Pinjás, ejercían
el sacerdocio. Burlándose de Dios y de su padre anciano, los dos hijos
abusaban de los fieles que llegaban al Santuario con sus ofrendas.
Dios, defensor de los débiles oprimidos, decidió la muerte de los
perversos sacerdotes.

Fue entonces cuando los filisteos se reunieron para combatir a


Israel y los israelitas salieron a su encuentro para el combate,
acampando cerca de Mispá, mientras que los filisteos habían
acampado en Afeca, al norte de su territorio. Allí se libró una gran
batalla e Israel fue batido por los filisteos, muriendo a campo abierto
cerca de cuatro mil israelitas.

Ante tal derrota, los ancianos de Israel se reunieron en consejo y


discutieron con los jefes militares la causa de la derrota. No, no era la
fuerza de los filisteos la causa de tantas muertes. Todos concluyeron
con una pregunta, que expresaba el motivo de su fracaso: ¿Por qué nos
ha derrotado hoy el Señor ante los filisteos?

Yahveh les había derrotado. Habían ido a la guerra sin contar con
El, apoyados en su propia fuerza. Esto era verdad. Pero no entendieron
al Señor. Siguieron sin convertirse al Señor, aunque los ancianos de
Israel decidieron llevar el Arca del Señor al campo de batalla. El Arca es
capturada por los filisteos y llevada hasta Asdot, al templo de Dagón,
colocándola junto a Dagón. Pero "la mano del Señor" triunfa de las
manos cortadas de Dagón, derribándolo por tierra. Comienza entonces
la larga peregrinación del Arca cautiva. El Señor hiere a los filisteos con
plagas, pero ellos se endurecen y, en vez de devolverla, la van
paseando por su territorio. Como la plaga también recorre el territorio,
los filisteos atemorizados deciden soltar el Arca:

-No debe quedarse entre nosotros el Arca del Dios de Israel,


porque su mano es dura con nosotros y con nuestro dios Dagón.

84
Todo el pueblo era presa de un pánico mortal. Los siete meses
que estuvo el Arca en poder de los filisteos fue un sucederse de
desgracias. Convocaron a los príncipes y les dijeron:

-Devolved a su sitio el Arca del Dios de Israel; si no, nos va a


matar a nosotros con nuestras familias.

Los príncipes llamaron a los sacerdotes y adivinos y les


consultaron:

-¿Qué hacemos con el Arca del Señor? Indicadnos cómo


podemos mandarla a su sitio?

Respondieron:

-Elegid dos vacas, que estén criando, y uncidlas al carro que


lleve el Arca, dejando encerrados en el establo sus terneros. Las vacas
querrán volver al establo donde están sus crías. Si el Dios de Israel
desea recuperar el Arca, le toca a El arrastrar a las vacas hacia sí. Si no
lo hace es que no tiene fuerza y no tenemos por qué temerlo.

Siguiendo el consejo de los sacerdotes, cogieron dos vacas, que


estaban criando, y las uncieron a un carro, dejando los terneros
encerrados en los establos. En el carro colocaron el Arca y los
presentes ofrecidos al Dios de Israel. Ante tal desafío, el pueblo se
quedó sorprendido, viendo cómo las vacas tiraron derechas, sin
desviarse a derecha ni izquierda, hasta llegar a Bet Semes, en el confín
de Israel. Los mugidos de las vacas aturdían los oídos de los filisteos,
que iban detrás del carro.

De Bet Semes el Arca fue llevada a Quiryat Yearim. Es la primera


etapa de la peregrinación del Arca por tierra de Israel, peregrinación
que durará muchos años y culminará con su entrada en Jerusalén.

David, aclamado y ungido rey por todas las tribus de Israel,


decide el lugar de la nueva capital. Para no suscitar celos entre las
tribus elige como capital una ciudad independiente y céntrica. Hebrón
no puede ser: está en territorio de su tribu, de Judá.

En la cima de una colina, entre el norte y el sur, estaba la ciudad


de Jerusalén. Todo el territorio en torno a ella pertenecía a los
israelitas, pero Jerusalén seguía aún en poder de los enemigos.
Ninguno había podido conquistarla. David sabía que mientras la ciudad
situada en el centro del país no perteneciera a Israel, el pueblo no
gozaría de una paz segura. Por ello convocó a su ejército para marchar
a conquistarla.

Jerusalén es una ciudad fuertemente fortificada. Está ocupada


por los jebuseos. Es casi inexpugnable, situada como está sobre una
enorme roca, que forma la colina de Sión. Por el oriente, la circunda el
torrente Cedrón y, por el occidente, la rodea el valle de la Gehenna.
Los valles del Cedrón y de la Gehenna confluyen envolviendo la colina
y se dirigen hacia el sur. La ciudad era, por tanto, una roca fuerte en
medio de dos valles profundísimos. Los jebuseos se sentían seguros.

85
Cuando les llegan rumores de su asedio se echan a reír, pues estaban
seguros de que hasta los ciegos y cojos podían defenderla.

No es lo que piensa David, que con sus hombres se puso en


marcha hacia Jerusalén. Los jebuseos, asomados sobre los muros, se
burlan de David:

-No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y cojos.

Pero David tenía su plan bien pensado. Había descubierto un


túnel subterráneo que conducía el agua a la ciudad. Dos valientes
soldados penetraron a través del túnel en la ciudad y, en medio de la
noche, abrieron sus puertas, permitiendo penetrar por ellas al rey con
sus tropas.

Así David conquistó el alcázar de Sión. Se instaló allí y desde


entonces se llama Ciudad de David. Enseguida, David fortificó la ciudad
con una muralla en torno y se construyó un espléndido palacio real. Así
comprendió David que el Señor lo establecía como rey de Israel y que
engrandecía su reino por amor a su pueblo, Israel. Había llegado la
hora de trasladar el Arca del Señor a Jerusalén. La ciudad de David será
la Ciudad Santa de Yahveh. David juró e hizo voto ante el Señor:

No entraré bajo el techo de mi casa,


no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.
David reunió a todo lo mejor de Israel, treinta mil hombres, se
levantó y partió a Baalá de Judá, para subir desde allí el Arca de Dios
que lleva el nombre del Señor de los ejércitos que se sienta sobre los
serafines. Cargaron el Arca de Dios en una carreta nueva y la llevaron
procesionalmente de casa de Abinadab hacia Jerusalén. Uzzá y Ajyó,
hijos de Abinadab, conducían la carreta con el Arca de Dios. David y
toda la casa de Dios bailaban delante del Señor con todas sus fuerzas,
cantando con cítaras, arpas, adufes, sistros y címbalos. Mientras el
Arca pasaba lentamente de pueblo en pueblo, deteniéndose en cada
aldea, todos cantaban:

Oímos que estaba en Efrata,


la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Y los cantores, al partir de cada lugar, entonaban:

Levántate, Señor, ven a tu mansión,


ven con el Arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.

Y el pueblo exclamaba:

Por amor a tu siervo David,

86
no niegues audiencia a tu Ungido.

Y los sacerdotes respondían a coro:

El Señor ha jurado a David una promesa


que no retractará: A uno de tu linaje
pondré sobre mi trono por siempre.

Y David, alborozado, hacía de solista:

Porque el Señor ha elegido a Sión,


ha deseado vivir en ella. El me dijo:
Esta será mi mansión por siempre,
en Sión viviré, porque la deseo.

Y los sacerdotes bendecían al pueblo:

El Señor bendiga vuestras provisiones,


a los pobres los sacie de pan.

Y el pueblo aclamaba con vítores:

Vestirá a sus sacerdotes de gala.

Y todos en coro cantaban su esperanza:

Haré germinar el vigor de David,


enciendo una lámpara para mi Ungido,
sobre El brillará la diadema del Señor,
que vestirá a sus enemigos de ignominia.

El Señor ha elegido a Sión,


ha deseado vivir en ella.69

Así, de etapa en etapa, entre cantos y danzas, iba avanzando el


Arca hasta la Ciudad Santa. Al divisar la colina de Sión, los portadores
del Arca se detenían cada seis pasos y se sacrificaba un novillo y un
ternero. David iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo,
vestido con un efod de lino, y todos acompañaban al Arca con vítores
al sonido de trompetas.

Instalaron el Arca del Señor en el centro de la tienda que David


había preparado para ella. Y David ofreció holocaustos y sacrificios de
comunión al Señor. Luego repartió a todos, hombres y mujeres, una
torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de uvas pasas a cada uno.
Cuando todos se marcharon, cada cual a su casa, también David se fue
a casa.

Pero, cuando el Arca del Señor entraba en la Santa Ciudad, Mikal


estaba asomada a la ventana y, al ver al rey dando saltos y cabriolas
delante del Señor, lo despreció en su corazón. Cuando David llegó a
casa, gozoso de la fiesta, Mikal le salió al encuentro y le dijo:
69
Sal 132.

87
-¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel,
descubriéndose a la vista de las criadas de sus servidores, como lo
haría un cualquiera!

David le respondió:

-Ante el Señor, que me prefirió a tu padre y a toda tu familia, yo


bailaré y todavía me rebajaré más. Si a ti te parece despreciable, seré
honrado ante las criadas de que hablas.

Mikal, la hija de Saúl, es conocida con el apelativo de Eglah,


"ternera". Era de una belleza encantadora y, al mismo tiempo, modelo
de esposa amante. Cuando su padre quería matar a David, ella le salvó
de las manos de su padre. Era tan buena como hermosa. Mostró su
bondad, por ejemplo, con los niños huérfanos de su hermana Merad,
que la Escritura dice que Mikal "dio a Adriel", que no era su esposo,
sino su cuñado. Pero es que ella los trató y cuidó como si fueran hijos
propios.

Pero, a pesar de tanta belleza y bondad, Dios la castigó por


haberse burlado de David y haberle reprochado que danzara ante el
Arca en honor del Señor. Durante mucho tiempo no volvió a tener hijos
y, por fin, cuando fue bendecida con un niño, perdió su propia vida al
darle a luz.

15. LUCHA CONTRA LA IDOLATRIA

Tres años después de la muerte de Saúl hubo una gran carestía


en todo el país. Los campos, amarillos y resecos por la sequía, herían la
vista. Fue una sequía tan desoladora que se cuenta entre las diez más
severas que ha habido desde Adán hasta el Mesías. David, en su
corazón, buscaba la razón de esa triste situación.

Primero David investigó las condiciones morales de su reino,


porque la lujuria acarrea el castigo de cerrar las compuertas de la
lluvia. No era esa la causa. Pensó entonces que tal vez el pueblo se
había olvidado de la limosna, que es otra de las causas que provocan
el hambre, pero tampoco era esa la razón de la sequía. En vista de sus
fallos, consultó al Señor, que le dijo:

-¿No fue Saúl un rey ungido con el óleo santo? ¿Acaso no abolió
la idolatría? ¿Y no sabes que es compañero de Samuel en el paraíso? Y
mientras tú habitas en tierra de Israel, ¡él está aún sepultado fuera de
Israel, entre los idólatras!

88
Inmediatamente David, acompañado de los sabios y nobles del
reino, se fue a Yabés de Galaad, desenterró los restos de Saúl y Jonatán
y solemnemente fueron llevados en procesión a la tierra de Israel,
donde fueron enterrados en la heredad de Benjamín. Este acto de
afecto, que Israel rindió a su rey fallecido, suscitó la compasión de
Dios, que mandó a las nubes descargar sus aguas sobre el campo
reseco.

Aún no fue suficiente para acabar con el hambre. Se había


hecho justicia con Saúl, pero aún quedaba por reparar la culpa de Saúl
contra los Guibeitas. David se quejó ante Dios:

-¿Es que vas a castigar a tu pueblo por causa de los prosélitos?

Dios le replicó:

-Si tú no atraes a los que están lejos, se te marcharán los que


están cerca.

David tuvo que dar satisfacción a los Guibeitas por los crímenes
de Saúl contra ellos. Entonces los paganos reconocieron:

-No hay dios como el Dios de Israel, no hay nación como la


nación de Israel. La culpa infligida contra los despreciados prosélitos ha
sido expiada por hijos de reyes.

A través de estos hechos, David descubrió que la sequía había


sido una señal del cielo. El Señor quería barrer la idolatría, quizás aún
no extinguida del todo. Le vino a la memoria la palabra del Señor: "Si
dais culto a otros dioses y os inclináis ante ellos se encenderá mi ira
contra vosotros, cerraré el cielo y cesará la lluvia de modo que la tierra
no os dará sus frutos".

El rey David ordenó que se indagase por todo el país a ver si


quedaban idólatras entre sus súbditos. Sus mensajeros recorrieron
todo el reino, ciudades y aldeas, investigando a toda la población. Pero
no encontraron ni una persona que rindiera culto a los ídolos. Cuando
regresaron y refirieron a David que en todo su reino no quedaba ni
huella de idolatría, David exultó de alegría, pero, al mismo tiempo,
quedó confundido: ¿cuál era, entonces, la causa de la sequía?
Así pronto se descubrió la causa. Un día un tal Jonatán, hijo de
Geresción, se puso en camino en busca de trabajo. Con sorpresa
descubrió que en la región de Dan la gente se postraba ante una
imagen. Con tal de trabajar, pidió que le nombraran sacerdote de aquel
culto. Los fieles aceptaron sin más su ofrecimiento.

Pero, al poco tiempo, los habitantes de Dan se dieron cuenta de


la extraña conducta de aquel sacerdote, contraria e incompatible con
su función. Por ejemplo, cuando llegó una pareja a adorar al ídolo,
llevando valiosos obsequios para el sacerdote, éste les preguntó por su
edad. El marido respondió:

-Mi esposa tiene cincuenta años y yo sesenta.

89
Entonces él, sin consideración alguna, les reprochó:

-¡Viejos ignorantes! ¿No os da vergüenza inclinaros ante un ídolo


de menos de dos años?

Tan confundidos quedaron los dos ante esta observación que se


marcharon mortificados y decididos a no volver a dar culto a los ídolos.

En otra ocasión se presentó ante el sacerdote un hombre, ciego


de un ojo, y le explicó:

-Vengo a adorar al ídolo. Aquí traigo mi ofrenda de flor de harina.


Implóralo por mí para que me devuelva del todo la vista.

Entonces el sacerdote, en tono irónico, le replicó:

-¿Dónde tienes la cabeza? ¿Pides que te devuelva la vista de un


ojo a quien es ciego de los dos ojos?

El pobre hombre se sintió avergonzado y se alejó del santuario,


convencido de que era inútil esperar auxilio de un ídolo hecho por
manos de hombre.

Pocos días después, se presentó una mujer con su hijo en


brazos, paralítico de nacimiento. Se inclinó ante la imagen y le suplicó
que diera fuerzas a las piernas de su hijo para que pudiera caminar
como todos los otros niños. Jonatán, al oír las palabras de la madre,
compadecido de ella, pero con su aire burlón se le acercó y le dijo:

-No es así como debes orar. Pide a este ídolo que se mueva de
su sitio y muestre así a tu hijo cómo se mueven las piernas. ¡Díle que
le dé ejemplo a tu hijo!

También esta mujer se marchó desilusionada. Por todos estos


casos, que enseguida corrían de boca en boca, se difundió la voz de
que el sacerdote despreciaba al ídolo y se burlaba de cuantos iban a
darle culto o a implorar su ayuda. Esto no se puede tolerar, se dijeron
los habitantes del lugar. Se presentaron ante él y, sin consideración a
su sacerdocio, le preguntaron:

-¿Cómo es posible que tú alejes a la gente del ídolo del que eres
sacerdote?

Jonatán les respondió:

-Me he puesto al servicio del ídolo sólo para ganarme el pan. Si


me hubierais prometido una paga por arrancarle los ojos, lo hubiera
hecho lo mismo...

Cuando el rey David se enteró de lo que estaba sucediendo en la


tribu de Dan, llamó a aquel extraño sacerdote y, con tono de reproche,
le preguntó:

90
-¿Cómo es posible que un levita como tú se ponga a servir a un
ídolo?

Jonatán, sin inmutarse, replicó al rey:

-He aceptado el encargo sólo porque necesitaba ganarme el pan,


pero en realidad mi sacerdocio consiste en hacer volver a los hijos de
Israel al recto camino.

David se sintió conmovido por su declaración y, para que


pudiera dedicarse enteramente al culto del Señor, le nombró
superintendente de los depósitos del reino. Este cambio radical de vida
del sacerdote, significó también la desaparición de la idolatría en todo
el reino de David. Las nubes se abrieron y la lluvia cayó sobre los
campos áridos, bañándolos de bendiciones. David, agradecido, cambió
a Jonatán su nombre, llamándolo "Scevuel": retornado al Dios eterno.
David le invitó a cantar con él, al son del arpa:

Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi Señor,


mi bien, nada hay fuera de ti.
A los ídolos que se veneran en la tierra,
y a todos los que a ellos se dedican
les lloverán desgracias y saldrán huyendo.
Yo jamás derramaré sus libaciones de sangre,
jamás tomaré sus nombres en mis labios.
Yahveh es la parte de mi heredad y mi copa,
me ha tocado una parcela de delicias.
Bendeciré por siempre al Señor,
que hasta de noche me instruye y aconseja.
Tendré siempre presente al Señor
y con El a mi derecha no vacilaré.
Con El se me alegra el corazón
y hasta mi carne descansa serena.
El me enseña el sendero de la vida,
me colma de gozo en su presencia,
de alegría perpetua a su derecha. 70

16. LAS GUERRAS DE DAVID

David, llamado por Dios y consagrado por la unción, es


constantemente el "bendito" de Dios, al que Dios asiste con su
presencia. Y, porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas,
en la lucha con Goliat, en sus guerras al servicio de Saúl y en las que él

70
Sal 16; Cf Sal 115.

91
mismo emprenderá como rey y liberador de Israel: "Por donde quiera
que iba le daba Yahveh la victoria". 71

Cuando los filisteos oyeron que David había sido ungido rey de
Israel, subieron todos en busca de David, desplegándose por el
profundo Valle de Refaím. David, al enterarse, bajó al refugio de Adul-
lam. Allí imploró a Dios, al son del arpa:

¿Por qué se amotinan las naciones


y los pueblos maquinan planes vanos?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra Yahveh y contra su ungido:
¡Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo!

El que habita en el cielo sonríe,


el Señor se burla de ellos...
Ya tengo yo consagrado a mi rey
en Sión, mi monte santo...
Le daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra. 72

El primer pensamiento de David, después de ascender al trono,


había sido el de rescatar de la mano de los paganos Jerusalén, la santa
ciudad desde los tiempos de Adán, de Noé y Abraham. Ahora se lo
confirmaba el Señor. Pero, aparte de la posición casi inexpugnable de
Jerusalén, su conquista no era nada fácil por otros motivos. Los
jebuseos, que habitaban Jerusalén, eran descendientes de Het, que
había cedido la cueva de Makpelá a Abraham con la condición de que
sus descendientes nunca fueran desposeídos de la ciudad de Jerusalén.
Como memorial de este acuerdo entre Abraham y los hijos de Het se
habían erigido monumentos de metal. Cuando David se acercó a
Jerusalén para rescatarla, todavía se podía leer claramente en dichos
monumentos la promesa de Abraham grabada en ellos. ¿Se atrevería
David a destruir esos monumentos en los que estaba escrita una
promesa del patriarca Abraham?

Joab ideó un plan para entrar en la ciudad sin destruir los


monumentos. Colocó altos cipreses junto a la muralla, les dobló hasta
el punto que sus soldados pudieron agarrarse a ellos. Cuando dejaron
libres a los cipreses, éstos se enderezaron y Joab y sus soldados fueron
catapultados por encima de los monumentos, cayendo sobre las
murallas. Sorprendidos los jebuseos ante la inesperada estratagema se
rindieron y entregaron la ciudad. David, sin embargo, para evitar
reclamos futuros, no quiso tomar posesión de Jerusalén por la fuerza ni
fraudulentamente. Por ello, ofreció a los jebuseos seiscientos shekels
de plata, cincuenta shekels por cada tribu de Israel. Los jebuseos
aceptaron el dinero y entregaron a David un recibo de venta de la
ciudad.

71
2Sam 8,14.
72
Sal 2.

92
Una vez que tomó posesión de Jerusalén, David se dirigió hacia
el valle de los Gigantes, para entablar la guerra contra sus eternos
rivales, los filisteos.

Cuando los filisteos se enteraron, recordando cómo David había


derrotado a su héroe Goliat, se alarmaron. Entonces le mandaron una
delegación de ancianos que recordaran a David que el patriarca Isaac
había consignado a sus antepasados las bridas de su asno como signo
de alianza perpetua entre Israel y su pueblo.

David comprendió que, en boca de los filisteos, esto no era mas


que un vil pretexto, ya que ellos habían violado miles de veces el pacto
haciendo la guerra a Israel. Sin embargo no quería que se dijera que él
se comportaba como los paganos. Por ello aceptó que, en virtud de
dicha alianza, no le era lícito atacar a los filisteos mientras éstos
tuvieran en sus manos las bridas que les consignó Isaac.

Mediante un estratagema David se hizo llevar la señal del pacto


y, en cuanto tuvo en su poder las bridas, arguyó a los filisteos:

-Se necesita ser descarados para apelar ahora al juramento de


Isaac después de haberlo violado vosotros tantas veces. Ahora que el
signo de la alianza está en mis manos tengo todo el derecho de
considerar prescrito el viejo pacto.

Pero, entre los ángeles, no todos estaban de acuerdo. Con


frecuencia preguntaban a Dios por qué había rechazado a Saúl y sobre
su predilección por David. ¿No hacía preferencias el Santo,
concediendo a David todo lo que deseaba? David, que acusaba a los
filisteos de burlarse de los pactos, ¿era él respetuoso de la alianza con
el Santo?

Dios, entonces, intervino y le dijo a David:

-No ataques a los filisteos hasta que no oigas el son de ataque


en las cimas de las moreras.

Los filisteos, viendo indecisos a los israelitas, avanzaron a toda


prisa contra ellos. Ya estaban casi encima y David no daba la orden de
atacar. Joab y sus hombres, impacientes, ya se iban a arrojar contra los
filisteos, pero David les retuvo, gritando:

-Dios me ha prohibido atacar a los filisteos antes de que las


cimas de los árboles se empiecen a mover. Si transgredimos la orden
de Dios, ciertamente moriremos. Si esperamos, es probable que
muramos a manos de los filisteos, pero, al menos, habremos muerto
como hombres piadosos que observan el mandato de Dios. ¡Confiemos
en El!

Apenas acabó David su arenga a la tropa, las cimas de los


árboles comenzaron a agitarse. Al frente de sus hombres, David
avanzó contra el ejército de los filisteos y los infligió una gran derrota.
Y Dios, que contemplaba a su elegido, dijo a los ángeles:

93
-Ved la diferencia entre Saúl y David.

Al poco tiempo de esta victoria, David envió sus tropas, bajo el


mando de Joab, a combatir a Aram Naharaim. Estos, alarmados,
igualmente recurrieron al mismo estratagema de los filisteos.
Mandaron mensajeros al general que le dijeron:

-¿Acaso no eres tú de la estirpe de aquel Jacob que hizo con


nuestro progenitor Labán una alianza y que, en testimonio eterno,
levantó una estela entre Palestina y Aram como signo de que ni ellos ni
sus descendientes se harían la guerra?

Esta observación, que era justa en sustancia, dejó perplejo a


Joab que, después de reflexionar, decidió dejar en paz a esos pueblos y
dirigirse a combatir a Edom.

Pero también Edom se dirigió a él, refrescándole la memoria:

-¿Cómo puedes olvidar la advertencia bíblica: "Guardaos de


atacar al monte Seír, donde habitan los edomitas, hijos de Esaú"?

Joab se retiró también de allí. Pero no queriendo presentarse


ante David con las manos vacías, decidió atacar a los ammonitas y a
los moabitas.

Estos dos pueblos, habiendo oído que Joab era fiel observante de
las órdenes bíblicas y que gracias a ello se habían salvado sus vecinos
los edomitas, enviaron también ellos una delegación de personalidades
con el encargo de recordarle el texto bíblico: "No hagas daño a Moab y
teme al Señor, tu Dios..."

Joab se dio cuenta de que a ese paso no lograría ejecutar la


orden recibida de David. Por ello pensó en mandarle una misiva
explicándole lo ocurrido con los diversos pueblos a quienes había
pensado combatir.

El rey David comprendió claramente que a aquellos pueblos no


les interesaba absolutamente la observancia de la Biblia, por más que
ahora recurrieran a ella, pues en el pasado ellos habían violado
repetidamente los pactos que ahora invocaban.

David pensó en hacerles pagar su merecido. Se despojó de su


manto real y de la corona y, vistiendo un simple traje de ciudadano, se
presentó ante el Sanedrín, diciendo a los jueces de Israel:

-He venido como un ciudadano cualquiera a escuchar vuestra


sentencia. Después de haber mandado a mi general Joab al frente del
ejército para que atacase a nuestros enemigos, ellos, uno tras otro,
han tenido la desvergüenza de exigirnos el respeto de los diversos
pactos que hicieron con sus antepasados nuestros padres. ¿No han
sido ellos acaso los primeros en violar dichos pactos? ¿Acaso no lo violó
Edom cuando Moisés le pidió permiso para que los hijos de Israel
atravesaran su territorio? ¿No les intimó diciendo: "No pasaréis por mi
país y, si lo hacéis, os declararé la guerra?". Y los ammonitas, al aliarse

94
con Amalek en guerra contra nosotros, ¿no violaron la alianza, que
ahora quieren hacer valer? Y en tiempos de los Jueces, ¿no nos han
atacado y derrotado los reyes de Aram y de Moab?

Oído el alegato de David, el Tribunal sentenció:

-Tienes todo el derecho de combatir contra esos pueblos y, sin


duda, Dios estará contigo.

Sin esperar más, el rey comunicó a Joab la decisión del Sanedrín


y éste, sin pérdida de tiempo, emprendió la guerra contra Edom,
derrotándolo. Inmediatamente después se dirigió contra Aram y,
apenas vencido, prosiguió hasta los confines de Moab. Y, después de
conquistado todo su territorio, volvió hacia Edom y redujo a todos los
sobrevivientes a esclavitud...

David entonó con sus soldados:

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni camina por la senda de los pecadores,
ni se sienta en el banco de los burlones;
sino que su gozo es la Torá del Señor,
meditándola día y noche.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas.
Cuanto emprende le sale bien.
No así los impíos, no así;
serán como paja que se lleva el viento.
El Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.73

Las guerras y victorias de David son ciertamente incontables.


Hasta él mismo se vanagloriaba de ello: no había en el mundo un
guerrero que le igualase.

Este incontrolado sentimiento de orgullo desagradaba al Señor.


Por ello el Santo, bendito sea, decidió castigar a David para sanarlo. Se
le presentó y con severidad le dijo: ¿Hasta cuándo seguirás
pavoneándote de tus proezas? Si has destruido la población de Nob,
sede de los sacerdotes, si han sido muertos Saúl y sus hijos, si has
derrotado a todos tus enemigos, ha sido sólo porque yo así lo había
decidido. Pero como no acabas de convencerte de ello, he decretado tu
castigo: elige entre caer tú en manos del enemigo o que yo prive de la
realeza a tu descendencia.

David entre las dos cosas prefirió su prisión. Y ésta no tardó en


llegarle. Un día salió de caza con Abisaí. Al poco tiempo se tropezaron
con un ciervo. Los dos se alegraron y corrieron en su persecución. Pero
el ciervo, con su velocidad, parecía burlarse de ellos. Se dejaba casi
alcanzar y se alejaba de ellos según su capricho.

73
Sal 1.

95
David, sin descubrir en el ciervo la trampa que Dios le estaba
tendiendo, no se dio por vencido. Se empeñó en seguirlo, ¿cuándo se
le había escapado a él un animal? Abišaí corría junto a David tras el
ciervo hasta que se detuvo para atarse el lazo de una de sus sandalias.
Fue sólo un momento, pero bastó para que David desapareciera de su
vista. Corrió y buscó su rastro pero no logró encontrarlo.

Entretanto David, que no había interrumpido la persecución del


ciervo, sin darse cuenta de la ausencia de su compañero, de repente
se sorprendió al descubrir que el ciervo le había conducido al territorio
de los filisteos. Allí estaba la torre desde la que le llegaba la voz del
centinela:
-¡He, tú!, ¿acaso no eres David, el sanguinario, que mataste a
Goliat? Ahora acabaré contigo y vengaré a todas tus víctimas...

Se trataba de Iskí, hermano de Goliat, robusto y de estatura


gigantesca como él. Sin pérdida de tiempo, se abalanzó sobre David y
lo arrojó por tierra. Le ató de pies y manos y de un salto se lanzó sobre
David con la intención de aplastarlo bajo su peso. Pero, al levantarse,
vio con sorpresa que el suelo sobre el que estaba David se había
hundido y allí estaba en el fondo David sano y salvo. Iskí se enfureció
y, agarrando a su adversario, lo lanzó por los aires, izando bajo él su
lanza para que, al caer, quedara ensartado en ella. Ante lo inevitable
del peligro, David invocó el auxilio del Señor, que acudió en su ayuda
sosteniéndolo en los aires. Iskí, fuera de sí por la rabia, se precipitó
sobre él, dando golpes de lanza a diestra y siniestra, sin acertar a
tocarlo.

Mientras tanto, Abišaí, sin esperanza ya de encontrar a David y


exhausto, se detuvo junto a una fuente para apagar la sed y reposar un
poco. Pero, al llenar de agua el cuenco de la mano, con estupor
descubrió que el agua se le transformó en sangre. Era una señal
celeste, que le presagiaba que David estaba en un grave peligro.
Olvidando la sed y el cansancio, Abišaí emprendió desesperadamente
la búsqueda de David.

A todo correr Abišaí daba vueltas por un lado y por otro, sin
saber hacia dónde dirigirse. Pero, al rato, se topó con una paloma que
se agitaba prisionera entre las púas de un espino y se arrancaba las
plumas. Esta nueva señal le anunciaba la gravedad del peligro que
estaba corriendo David, aumentando su preocupación. Elevó la vista al
cielo y su mirada descubrió la torre donde se encontraba prisionero
David. Penetró a todo correr y se chocó con Orpá, madre de Iskí,
sentada con el huso en sus manos. La preguntó si había visto a David,
pero no halló respuesta alguna. Abišaí intuyó que el silencio era señal
de que sí estaba allí David.

Orpá, para llamar la atención de su hijo, dejó caer la rueca, por


lo que Abišaí, sin más contemplaciones, de un golpe seco la rompió el
cráneo. Salió rápidamente al patio de detrás de la torre y allí vio a
David suspendido en el aire, mientras Iskí intentaba golpearlo con la
lanza.

96
Apenas David vio a su compañero, le explicó la causa de lo que
estaba viendo, cómo Dios lo había entregado en manos del enemigo
como castigo por su orgullo. El amigo, entonces, le exhortó a pedir
perdón a Dios, asegurándole que, apenas Dios viera su corazón
compungido y arrepentido, se haría presente para salvarlo.

David, que estaba realmente arrepentido, se volvió hacia el


Señor, invocando su perdón y su ayuda. Antes de que terminara su
oración, Dios le hizo descender a tierra.

Iskí, al verle en tierra a su alcance, se lanzó con la lanza contra


él, pero David, pudo esquivarlo retrocediendo. Iskí, al ver retroceder a
David, creyó que retrocedía para coger impulso y atacarlo, recordó el
combate en que murió su hermano y se sintió paralizado por el terror.

David aprovechó ese momento propicio y, haciendo un gesto a


Abišaí, ambos se dieron a la fuga. Viéndoles huir, Iskí recobró el ánimo
y salió tras ellos. Pero David ya tenía en mente su plan para abatir al
filisteo incircunciso, como había hecho con su hermano Goliat. Dejaron
que Iskí les siguiera hasta que, ya en el campo, los dos se detuvieron
de repente. Abišaí, para provocarlo, le gritaba:
-¿No crees que dos cachorros pueden devorar a un león?
Vuélvete y ve a cavar la tumba de tu madre...

Iskí comprendió que Abišaí había matado a su madre y,


atenazado por la sorpresa y el dolor, se desvaneció cayendo a tierra.
De este modo, David pudo deshacerse de Iskí, el gigante, como había
hecho con su hermano Goliat.

En todo Israel se supo que la mano de Dios había querido borrar


la memoria de Orpá, la moabita. Y cuando Yahveh libró a su siervo
David de todos sus enemigos y de las manos de Saúl, David entonó el
himno de acción de gracias, alabando a Yahveh por todas las victorias
que le había concedido:

Yo te amo, Yahveh, mi fortaleza,


Yahveh, mi roca y me baluarte,
mi libertador, mi Dios;
la peña en que me amparo,
mi escudo y fuerza de mi salvación,
mi ciudadela y mi refugio...
Para el combate me ciñes de fuerza,
me das pies de ciervo, me colocas en la altura,
adiestras mis manos para la guerra
y mis brazos para tensar la ballesta:
doblegas bajo mí a mis agresores...
¡Viva Yahveh!, bendita sea mi roca,
el Dios de mi salvación sea ensalzado.
Te alabaré entre los pueblos,
en honor de tu nombre, Yahveh, salmodiaré.
Tú haces grandes las victorias del rey,
así muestras tu amor a tu ungido.74

74
Sal 18; 2Sam 22.

97
17. DAVID COMO JUEZ

David se distinguía por su amor a la justicia. Un día llevaron a su


tribunal el caso de un pobre que no tenía con qué pagar la deuda
contraída con un rico vecino suyo. El deudor contó que en el pasado los
dos vecinos habían vivido en amistad, de acuerdo en todo. Dijo que, lo
mismo que su vecino, también había sido propietario de un buen
terreno. A ninguno de los dos le faltaba nada, más aún, con frecuencia
su vecino le había solicitado diversos favores, que él siempre había
otorgado, sin hacérselo pesar. Esto fue así hasta que, por desgracia, él
había perdido toda su fortuna, quedando en la miseria hasta el punto
de no tener con qué mantener a su familia.

Y, como por entonces su vecino se hacía cada día más rico, se


dirigió a él para pedirle un préstamo. Aunque no de buena gana, el
vecino le había concedido la ayuda solicitada. Pero, desde aquel
momento, olvidando los favores recibidos, le presionaba sin descanso
para que le restituyera el dinero prestado, aunque bien sabía que
estaba en la más absoluta miseria. Terminada la exposición de los
hechos, concluyó el pobre deudor:

-Estando las cosas así, y habiéndome dado cuenta de que me


hallaba ante un malvado, me pareció que estaba en mi derecho
pretender la restitución de cuanto anteriormente le había ido dando y
de este modo mostrarle que no le debía nada.

David escuchó el relato atentamente. Luego llamó a los testigos


y comprobó que las cosas estaban tal como había dicho el deudor. Sin
embargo David lo condenó a pagar su deuda:

-No hay razón alguna que justifique la no restitución de una


suma tomada como préstamo.

El pobre hombre reconoció que el rey había estado inspirado en


su sentencia, dictada según un elemental y fundamental principio de
justicia, que siempre debía ser afirmado y respetado. No importaba su

98
estado de miseria. La sentencia era justa y la aceptó con ánimo sereno.
Sin embargo, aún aceptando la sentencia, preguntó a David:

-Explíqueme el rey, ¿de dónde saco el dinero para pagar la


deuda? Me doy cuenta que, si no la pago, cometo una injusticia con mi
acreedor, pero también es verdad que no puedo pagarle, pues en casa
no tenemos ni para matar el hambre...

Sin inmutarse en absoluto, el rey tomó de su bolsa la suma de la


deuda y se la dio al acreedor, cancelando la deuda. De este modo,
David no sólo emitió una sentencia justa, sino que también dio prueba
de su misericordia.

David era más severo consigo mismo que con los demás. Se
cuenta que en una ocasión, durante una de sus guerras con los
filisteos, tuvo la inspiración de hacer una libación en honor del Señor,
pero, al ir a hacerla, se dio cuenta de que no había agua en el
campamento.

Tres de sus más valientes soldados se ofrecieron para ir a


buscarla:

-No se entristezca el rey, detrás de las líneas enemigas hay una


fuente; nos abriremos paso a través del campo enemigo y
conseguiremos el agua que el rey desea.
Salieron, pues, en busca del agua. Los filisteos, al verles, se
dijeron:

-¿Qué pretenden esos tres desventurados que se acercan a


nuestras filas? Les liquidaremos y así sabrán todos los israelitas con
quienes se enfrentan.

Mientras los filisteos estaban confabulando, los tres entraron en


el campamento. Uno, con su espada, se abría paso cortando la cabeza
a cuantos se le ponían delante; el segundo, iba desembarazando el
camino de cadáveres y el tercero cuidaba del cántaro para el agua.
Aterrorizados, los filisteos se retiraron y les dejaron pasar. Los tres
valientes llegaron a la fuente, llenaron el cántaro de agua y regresaron
sin más problemas al campamento, donde les esperaba David.

Se trataba de un día extremamente caluroso. El sol quemaba. Al


entrar en el campamento encontraron al rey cansado y sediento por el
calor sofocante y, sin dudarlo un momento, le ofrecieron del agua para
que bebiera. Pero David lo rechazó del modo más absoluto:

-Dios me guarde de hacer algo semejante. Habéis arriesgado la


vida para conseguir el agua para hacer una libación en honor del
Señor. No la probaré; sólo será para el Señor.

Se acercó al altar, que otros soldados habían ya preparado, y


celebró el rito con toda devoción, sin que una sola gota de agua tocase
sus labios. El fuego de las hogueras le encendía los ojos, pero tomó el
arpa y elevó su canto, mientras a su lado, el profeta Gad acompañaba
en silencio su oración:

99
A ti, Señor, me acojo, no quede defraudado,
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
sé tú la roca de mi refugio,
sácame de la red que me han tendido,
porque Tú eres mi amparo. 75

18. LA PROFECIA DE NATAN

Natán es el profeta de corte, simpático profeta, pero hombre


libre que sabrá, arriesgando su vida, apuntar el índice contra David. Es
el destino de todo verdadero profeta. Frente a la tentación del poder,
que amenaza a todos los reyes, el profeta es como la conciencia que
remuerde, que no deja a los reyes dormir en paz sobre sus atropellos.

David tiene su casa en Jerusalén, la capital del reino. Pero aún le


falta el templo. David quiere construirlo y lo consulta con el profeta
Natán:

-Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el arca


de Dios vive en una tienda.

A primera vista a Natán le parece justo que David construya un


templo. Y así se lo dice a David:

-Haz lo que dice tu corazón, porque Yahveh está contigo.

Pero en la noche el Señor visita al profeta y le dice:

-Vete rápido a detener a David. Yo lo conozco bien y sé que en él


la acción pisa los talones al pensamiento.

Natán quedó sorprendido y preguntó:

-Pero, Señor, ¿no te agrada que David edifique una casa para ti?

75
Sal 30.

100
El Señor le respondió:

-No, David no puede construir el templo. Si lo edifica él, el


templo será eterno e indestructible.

Y el profeta, sorprendido, replicó:

-¿Y no sería eso excelente?

-Mira, estamos perdiendo mucho tiempo y me temo que David


ya esté disponiéndose a la ejecución de sus planes. Te diré por qué no
quiero que David edifique el templo. Cuando, en el futuro, el pueblo
peque, yo para corregirlo descargaré mi ira sobre ellos; pero, si David
edifica el templo eterno, se refugiarían en él, y yo no podría castigar
sus pecados. Eso está reservado para su sucesor, el Mesías. Pero, para
que David no se aflija, el templo que me construya su hijo, se llamará
templo de David.

No entendía muy bien lo que el Señor le decía, por eso no se


decidía a salir de la presencia del Señor, que tuvo que insistirle:

-Anda, ve a decir a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú


quien me vas a construir una casa para que habite en ella? Desde el
día en que saqué a Israel de Egipto hasta hoy no he habitado en una
casa, sino que he ido de acá para allá en una tienda. Nunca he
mandado a nadie que me construyera una casa de cedro. Y en cuanto
a ti, David, siervo mío: Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las
ovejas, para ponerte al frente de mi pueblo Israel. He estado contigo
en todas tus empresas, te he liberado de tus enemigos. Te ensalzaré
aún más y, cuando hayas llegado al final de tus días y descanses con
tus padres, estableceré una descendencia tuya, nacida de tus
entrañas, y consolidaré tu reino. El, tu descendiente, edificará un
templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. Yo
seré para él padre y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por
siempre en mi presencia.

Al escuchar esta profecía de labios de Natán, David se postró


ante el Señor y dijo:

-¿Quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta
aquí? Y, como si fuera poco, haces a la casa de tu siervo esta profecía
para el futuro. ¡Realmente has sido magnánimo con tu siervo!
¡Verdaderamente no hay Dios fuera de ti! Ahora, pues, Señor Dios,
mantén por siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su
familia. Cumple tu palabra y que tu nombre sea siempre memorable.
Ya que tú me has prometido "edificarme un casa", dígnate bendecir la
casa de tu siervo, para que camine siempre en tu presencia. Ya que tú,
mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo, pues
lo que tú bendices queda bendito para siempre.

La promesa de Dios y la súplica de David suscitó en Israel una


esperanza firme. Incluso cuando desapareció la monarquía esta
esperanza pervivió. Podían estar sin rey. Pero, algún día, surgiría un
descendiente de David para recoger su herencia y salvar al pueblo.

101
Esta esperanza contra toda esperanza, fruto de la promesa gratuita de
Dios, basada en el amor de Dios a David, se mantuvo viva a lo largo de
los siglos. La promesa de Dios es incondicional. El Señor no se
retractará por nada. El rey esperado, el hijo de David, no será un
simple descendiente de David. Será el salvador definitivo, el Ungido de
Dios, el Mesías.

El espíritu de David se sintió transido de esta esperanza y, bajo


la inspiración del Señor, oteando el futuro al son de la cítara, cantó:

Dios mío, confía tu juicio al rey,


tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.
Que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
El librará al pobre que clama
y al afligido que no tiene protector.
El rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que su nombre sea eterno,
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen bendito todas las razas de la tierra. 76

No, no será David quien edifique el templo de Jerusalén. Pero


David adquiere el terreno, reúne los materiales para la construcción,
organiza los levitas, sacerdotes, cantores y guardianes. 77 Y cuando, con
su ejemplo, mueve a todas las familias a ofrecer sus contribuciones
para la edificación del templo, David bendijo al Señor en presencia de
toda la comunidad, diciendo:

-Bendito seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde


siempre y para siempre. A ti, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la
majestad y la gloria, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. Tuyo
el reino y el que está por encima de todos. Riqueza y gloria vienen de
ti. En tus manos están la fuerza y el poder. Nosotros, Dios nuestro, te
damos gracias y alabamos tu nombre glorioso. Ni yo ni mi pueblo
somos nada para ofrecerte todo esto, porque todo es tuyo, y te
ofrecemos lo que tu mano nos ha dado. Nuestra vida terrena no es
más que una sombra sin esperanza. Todo lo que hemos preparado

76
Sal 72.
77
Cfr 1Cro 22-29.

102
para construir un templo a tu santo nombre viene de tus manos y a ti
pertenece. Sé, Dios mío, que sondeas el corazón y amas la sinceridad.
Con sincero corazón te ofrezco todo esto, y veo con alegría a tu pueblo
aquí reunido ofreciéndote sus dones. Señor, Dios de nuestros padres
Abraham, Isaac e Israel, conserva siempre en tu pueblo esta forma de
pensar y de sentir, mantén sus corazones fieles a ti. Concede a mi hijo
Salomón un corazón íntegro para poner en práctica todos tus
preceptos y para edificarte este templo que he proyectado.
Una vez que haya preparado todo para la construcción del
templo, David ya podrá morir en paz. Pero esta paz está aún lejos de
David. Antes tendrá que purificarse con el sufrimiento para poder
"dormir en paz con sus padres".

Satán se alzó contra Israel e incitó a David a hacer el censo de


Israel, desde Berseba hasta Dan. David desea saber cuanta gente
tiene. Pero a Dios no le agradó esta arrogancia de David y le diezmó la
gente mandando la peste a Israel.

David comprendió su locura e imploró a Dios piedad para Israel.


El ángel del Señor se encontraba junto a la era de Ornán, el jebuseo.
David alzó los ojos y vio al ángel del Señor erguido entre el cielo y la
tierra, con la espada desnuda en su mano, apuntando a Jerusalén.
Cubierto de saco, rostro en tierra, David oró a Dios:

-Soy yo quien ha pecado. Soy yo el culpable. ¿Qué han hecho


estas ovejas? Dios mío, descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia,
pero no hieras a tu pueblo.

David se levantó, se acercó a Ornán y le dijo:

-Dame la era para construir un altar al Señor, para que cese la


peste en el pueblo. Te pagaré su precio exacto.

Ornán le respondió:

-Tómela su majestad y haga lo que le parezca.

Pero el rey le dijo:

-No, no. La compraré por su justo precio. No voy a coger lo tuyo


para ofrecer al Señor víctimas que no me cuestan.

David levantó un altar y ofreció holocaustos y sacrificios de


comunión, invocó al Señor, que escuchó su súplica. El Señor mandó al
ángel que envainase la espada. Al ver David que el Señor le escuchaba
en la era de Ornán, dijo:

-Aquí se alzará el templo del Señor y el altar de los holocaustos


de Israel.

Desde entonces, David se dedicó a buscar canteros y a reunir


materiales de hierro y madera para la construcción del templo, pues
pensaba: "Salomón, mi hijo, es todavía joven y débil. Y el templo que
hay que construir al Señor debe ser grandioso, para que su gloria se

103
extienda por todas las naciones. Voy a comenzar los preparativos".
Llamó a su hijo Salomón y le dijo:

-Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del


Señor, mi Dios. Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has
combatido en muchas batallas. No edificarás tú un templo en mi honor.
Pero tendrás un hijo que será un hombre pacífico y le haré vivir en paz
con todos los enemigos de alrededor. El edificará un templo en mi
honor". Hijo mío, que el Señor esté contigo y te ayude a construir un
templo al Señor, tu Dios, según sus designios sobre ti. ¡Animo, no te
asustes ni acobardes! Yo he ido reuniendo para su construcción treinta
y cuatro mil toneladas de oro, trescientas cuarenta mil toneladas de
plata, bronce y hierro en cantidad incalculable; además madera y
piedra. Tú añadirás aún más. Dispones también de gran cantidad de
artesanos: canteros, albañiles, carpinteros y obreros de todas las
especialidades. Hay oro, plata, bronce y hierro de sobra. Manos a la
obra y que el Señor te acompañe.

David, a solas, imagina el templo ya levantado y compone un


salmo para el momento en que en él sea entronizada el Arca del
Señor:

De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella,


el orbe y todos sus habitantes.
¿Quién subirá al monte de Yahveh?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El de manos limpias y puro corazón.
El recibirá la bendición de Yahveh.
¡Portones, alzad los dinteles,
alzaos, puertas eternas,
va a entrar el rey de la gloria.78

19. PECADO DEL "HOMBRE SEGUN EL CORAZON DE DIOS"

No, David no construirá el templo de Jerusalén, el gran deseo de


su vida. David, el hombre según el corazón de Dios, ha derramado
mucha sangre, ha combatido muchas batallas. Y la sangre derramada,
incluso en batalla, contamina. La sangre de la batalla cae en presencia
de Dios, que desea la paz.

Pero además, ¿es cierto que David sólo ha derramado sangre en


la batalla? No, no es cierto. David comienza un descenso hasta los
infiernos a partir de aquel día en que, a la hora de la siesta, medio
78
Sal 24.

104
adormilado, han caído sus ojos sobre aquella bella e inolvidable mujer,
que estaba bañándose desnuda. Desde aquel momento David pasa de
delito en delito, de vergüenza en vergüenza, tratando de revestirse de
mentiras e hipocresías, que le van encadenando y arrastrando hacia lo
que nunca imaginó.

La realización de la promesa de Dios es, como siempre, gratuita.


"El Señor te hará a ti una casa". A través de David, mediante su carne
y su pasión, a través del polvo de su pecado, Dios realizará su
promesa, elevando una casa de salvación para todos los pecadores.
David mismo, encarnación de la promesa, será el primero de los
pecadores, alcanzado por la fidelidad misericordiosa de Dios.

Ha muerto el rey de los ammonitas y le ha sucedido en el trono


su hijo Janún. David, al llegarle la noticia, dijo:

-Tendré con Janún la misma benevolencia que su padre tuvo


conmigo.

Entonces mandó a sus servidores para que le consolaran por la


muerte de su padre. Pero cuando llegaron al país de los ammonitas, los
jefes dijeron a Janún, su señor:

-¿Acaso crees que David les manda a consolarte para honrar a tu


padre ante tus ojos? ¿No será que les envía a explorar la ciudad para
después destruirla?

Janún prendió a los servidores de David, les rasuró media barba,


les cortó la ropa por la mitad, a la altura de las nalgas, y los despidió.
Ellos se volvieron avergonzados. Al enterarse David, envió un
mensajero a decirles:

-Quedaos en Jericó hasta que os crezca la barba y luego


volveréis.

La ofensa era clamorosa, una verdadera provocación. Al año


siguiente, al llegar la primavera, época en que los reyes van a la
guerra, David envió a Joab con sus veteranos y todo Israel a devastar
la región de los ammonitas y a sitiar a Rabá. David, mientras tanto, se
quedó en Jerusalén. El rey se ha vuelto indolente y perezoso. Mientras
el Arca, Israel y Judá viven en tiendas, acampando al raso, David pasa
el tiempo durmiendo largas siestas, de las que se levanta a eso del
atardecer. Y un día, ¡al atardecer!, David se levantó de su lecho y se
puso a pasear por la azotea de palacio. Desde la azotea los ojos de
David cayeron sobre una mujer que se estaba bañando. Era una mujer
muy hermosa. David se quedó prendado de ella y mandó a preguntar
por ella. Le informaron:

-Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita.

David no puede llamarse a engaño. Sabe desde el primer


momento que la mujer está casada con uno de sus más fieles oficiales,
que se encuentra en campaña. Sin embargo, David no duda un minuto.
Mandó a unos para que se la trajesen; llegó la mujer y David se acostó

105
con ella, que acababa de purificarse de sus reglas. Después Betsabé se
volvió a su casa. Quedó encinta y mandó este aviso a David:

-Estoy encinta.

El rey ideal de Israel, aclamado por todo el pueblo, el hombre


según el corazón de Dios, se siente estremecer ante el mensaje. Pero,
en ese momento, no levanta los ojos al Señor, que le ha sacado del
aprisco del rebaño. David se siente aturdido. En las dos palabras del
mensaje de Betsabé hay un grito terrible. Su esposo está lejos. No se
puede camuflar el adulterio. Y el adulterio es castigado con la
lapidación.

David, por salvar su honor, por "razones de estado", intenta por


todos los modos encubrir su delito. A toda prisa mandó un emisario a
Joab:

-Mándame a Urías, el hitita.

Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías a la presencia del rey,


David fingió interesarse por Joab, por la suerte del ejército y por la
guerra. Luego, para poder atribuirle el hijo que Betsabé, su esposa, ya
lleva en su seno, le instó:

-Anda a casa a lavarte los pies.

El soldado que vuelve de la guerra no dudará en abrazar y amar


a su mujer. Así piensa David, que redondea la escena enviando un
regalo a casa de Urías. Pero el soldado no es como el rey. No piensa ni
actúa del mismo modo. Urías, ¿sospecha acaso lo ocurrido con su
esposa? De todos modos no acepta la propuesta de David. No irá a su
casa. Dormirá a la puerta de palacio, con los guardias de su señor.
David se muestra amable. Ofrece a Urías obsequios de la mesa real. El
rey insiste:

-Has llegado de viaje, ¿por qué no vas a casa?

Urías, sin pretenderlo, -¿o sospechando?- en su respuesta marca


el contraste entre David, que se ha quedado en Jerusalén con las
mujeres y algunos cortesanos, y el Arca del Señor y el ejército en
medio del fragor de la batalla. Las palabras de Urías, amplias y
apasionadas, al describir al ejército, denuncian el ocio y sensualidad de
David:

-El Arca, Israel y Judá viven en tiendas; Joab, mi señor, y los


siervos de mi señor acampan al raso, ¿y voy yo a ir a mi casa a comer,
beber y acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no
haré tal!

Urías retorna al campo de batalla llevando en su mano, sin


saberlo, su condena a muerte. Un pecado arrastra a otro pecado.
David, por medio de Urías, manda a Joab una carta. En ella estaba
escrito:

106
-Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la batalla y,
cuando ataquen los enemigos, retiraos dejándolo solo, para que lo
hieran y muera.

Joab no tiene inconveniente en prestar este servicio a David; ya


se lo cobrará con creces y David, chantajeado, tendrá que callar. A los
pocos días, Joab mandó a David el parte de guerra, ordenando al
mensajero:
-Cuando acabes de dar las noticias de la batalla, si el rey monta
en cólera por las bajas, tú añadirás: "Ha muerto también tu siervo
Urías, el hitita".

Para proteger su honor, a David no le importa la muerte de sus


hombres. El rey indolente y adúltero se ha vuelto también asesino. Al
oír la noticia se siente finalmente satisfecho y sereno. Así dijo al
mensajero:

-Dile a Joab que no se preocupe por lo que ha pasado. Así es la


guerra: un día cae uno y otro día cae otro. Anímalo.

Muerto Urías, David puede tomar como esposa a Betsabé y así


queda resuelto el problema del hijo. La mujer de Urías, al oír que ha
muerto su esposo, hizo duelo por él. Y cuando pasó el tiempo del luto,
David mandó a por ella y la recibió en su casa, haciéndola su mujer.
Ella le dio a luz un hijo.

Perece una novela rosa con un final feliz. Ha habido un adulterio


y un asesinato y David se siente en paz. Con cinismo consuma su
maldad y se dedica a consolar a Joab. La vida de unos cuantos
soldados es un precio aceptable por la muerte de Urías. El prestigio del
rey ha quedado a salvo. Pero Dios se alza en defensa del débil
agraviado. Ante su mirada no valen oficios ni dignidades. Y aquella
acción no le agradó a Dios.

Sin duda alguna, el chisme se difundió por toda la ciudad, pero


todos guardaron silencio. Pero hay una voz que se levanta en medio
del silencio cómplice de los súbditos. Es el profeta, que alza la voz de
Dios, a quien ha llegado el grito de la sangre derramada. El Señor
envió al profeta Natán, quien se presentó ante el rey y le contó una
parábola, como quien le presenta un caso ocurrido, para que el rey
dicte sentencia:

-Había dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro


pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes. El pobre, en
cambio, no tenía más que una corderilla, sólo una, pequeña, que había
comprado. El la alimentaba y ella iba creciendo con él y sus hijos.
Comía de su pan y bebía en su copa. Y dormía en su seno como una
hija. Pero llegó una visita a casa del rico y, no queriendo tomar una
oveja o un buey de su rebaño para invitar a su huésped, tomó la
corderilla del pobre y dio de comer al viajero llegado a su casa.

Con esta breve parábola, el profeta envuelve a David hasta el


punto de hacerle visceralmente partícipe, para que sea él mismo quien
pronuncie la sentencia. David escucha la parábola como un caso que él

107
debe sentenciar con su autoridad suprema. Y, mientras escucha,
David, que había logrado acallar su conciencia con fútiles razones,
ahora, con la palabra del profeta, se le despierta. Rojo de cólera
exclama:

-¡Vive Yahveh! que merece la muerte el hombre que tal hizo.

David sentencia sin preguntar nombres. Entonces Natán,


apuntándole con el dedo, da un nombre al rico de la parábola:

-¡Ese hombre eres tú!

La palabra del profeta interpela y acorrala a David, es luz viva


más tajante que una espada de doble filo; penetra hasta las junturas
del alma y el espíritu; desvela sentimientos y pensamientos. Nada
escapa a su luz; todo queda ante ella desnudo. Es a ella a quien David
tiene que dar cuenta. Pues David no ha ofendido sólo a Urías, sino que
ha ofendido a Dios, que toma como ofensa suya la inferida a Urías. Así
dice el Señor, Dios de Israel:

-Yo te ungí rey de Israel, te libré de Saúl, te di la hija de tu señor,


puse en tus brazos sus mujeres, te di la casa de Israel y de Judá, y por
si fuera poco te añadiré otros favores. ¿Por qué te has burlado del
Señor haciendo lo que El reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita,
para casarte con su mujer. Pues bien, no se apartará jamás la espada
de tu casa, por haberte burlado de mí casándote con la mujer de Urías,
el hitita, y matándolo a él con la espada ammonita. Yo haré que de tu
propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus
ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol. Tú lo
hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, a la luz del día.

Ante Dios y su profeta David confesó:

-¡He pecado contra el Señor!

La palabra de Dios ha penetrado en el corazón de David. Ha


calado hasta lo más hondo de su ser y ha hallado la tierra buena, el
corazón según Dios, y dado fruto: el reconocimiento y confesión del
propio pecado, dando espacio a la misericordia de Dios. La miseria y la
misericordia se encuentran juntas. El pecado confesado arranca el
perdón de Dios. Natán le respondió:

-El Señor ha perdonado ya tu pecado. No morirás.

Cumplida su misión, Natán volvió a su casa. Y David, a solas con


Dios, arrancó a su arpa los acordes más sinceros de su alma:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,


por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado,
pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

108
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio.
Devuélveme el gozo y la alegría,
que se alegren mis huesos quebrantados.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu;
devuélveme la alegría de tu salvación.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación
y mi lengua proclamará tu justicia.79

20. CONVERSION DE DAVID

Cuando el Señor dividió las aguas, colocó una mitad arriba y la


otra mitad abajo. Las aguas que puso en lo alto se regocijaron y
dijeron: somos felices por estar cerca de nuestro Creador, muy cerca,
bajo el Trono de la Gloria. Volaban con alegría en alas de las nubes y
entonaban constantemente alabanzas al Señor.

Las que puso abajo, en cambio, comenzaron a llorar, diciendo:

-¡Ay de nosotras, que no hemos merecido estar cerca de nuestro


Creador!

Con atrevimiento quisieron subir hacia arriba, pero el Santo las


reprendió y las puso bajo las plantas de sus pies. Entonces "las aguas
que lloran" dijeron al Señor:

-Señor, por ti y por amor de tu gloria hemos obrado así.

El Señor se compadeció de ellas y les dijo:

-Puesto que lo habéis hecho por amor de mi gloria, en adelante


no consentiré a las aguas superiores entonar el cántico ante mí hasta
que os hayan pedido permiso e invitado a cantar con ellas. Así queda
escrito: "Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los
ríos su fragor; pero más que la voz de aguas caudalosas, más potente
que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor". 80

En todas las cosas se encierra un misterio. El hombre piadoso es


el que sabe descubrirlo. También hay un misterio en el pecado de
David. Dios, potente en el amor, quería mostrar en David el camino de
la conversión, para ejercer el perdón con los pecadores. A todos los
pecadores, que se presentan ante él confundidos, Dios les dice:

-Id donde David y aprended de él el camino de la conversión.

Por lo demás, el episodio de Betsabé fue un castigo a la


excesiva confianza de David en sí mismo. Cuando los soldados salieron
79
Sal 51.
80
Sal 93,4.

109
a combate y él se quedó en Jerusalén, se sentía solo y aburrido, y
comenzó a desvariar en su mente. Una tarde se quejó ante Dios:

-Oh Señor, ¿por qué la gente dice "el Dios de Abraham, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob" y no dice el Dios de David? Tú has
levantado el trono de tu gloria sobre los tres Patriarcas, pero un trono
con tres patas es inestable, incorpórame a ellos y así tú trono estará
firme para siempre, "pues mi pie está firme en suelo llano". 81

El Señor le respondió:

-Abraham, Isaac y Jacob fueron probados y se mantuvieron


fieles. Tú, en cambio, aún no has sido probado.

David repuso:

-Entonces, Señor, pruébame con la tentación y yo te mostraré


mi constancia:

Escrútame, Yahveh, ponme a prueba,


pasa al crisol mis riñones y mi corazón:
verás que camino en tu verdad
y que tengo ante mis ojos tu amor.82

Y Dios, que le conocía, le dijo:

-Te probaré, como deseas, pero ya te lo anuncio: caerás en la


tentación.

Entonces Satanás se le apareció a David en forma de pájaro.


David, con su honda, le disparó un guijarro. Pero, por primera vez, falló
la puntería de David y, en vez de golpear al pájaro, el guijarro fue a dar
contra una pantalla, que se rasgó. Tras la pantalla estaba Betsabé, que
salía del baño y, a su vista tan de improviso, se encendió la pasión del
rey y cayó en la tentación. El profeta Natán le despertó la conciencia
dormida y lloró su pecado comiendo su pan con cenizas. Acusado por
sus enemigos y acosado por sus dudas interiores, David apela a la
justicia de Dios, que él sabe que le ha perdonado:

Escucha, Yahveh, mi apelación,


atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria,
que en mis labios no hay engaño:
emane de ti la sentencia, pues tus ojos ven con rectitud.
De noche me visitas y sondeas mi corazón,
me pruebas al crisol sin hallar maldad en mí.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que me salvas de los que me atacan,
pues yo me refugio a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
escóndeme a la sombra de tus alas,

81
Sal 26,12.
82
Sal 26.

110
protégeme de los malvados que me acosan,
del enemigo mortal que me cerca.
Avanzan contra mí, ya me cercan,
me clavan sus ojos para derribarme,
como un león ávido de presa,
como cachorro agazapado en su guarida.
¡Levántate, Yahveh, hazle frente, derríbale,
libra mi alma de sus enemigos!
Y a mis enemigos, mortales de este mundo,
cuyo lote es esta vida, llénales el vientre,
que se sacien ellos y también sus hijos.
Pero yo, con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.83

El profeta Natán ha escuchado, pues, la confesión de David y le


ha anunciado el perdón del Señor. Pero el pecado siempre tiene sus
consecuencias amargas:
-Has asesinado. La espada no se apartará jamás de tu casa. En
tu propia casa encontrarás tu desgracia. Y lo que tú has hecho a
escondidas, te harán a ti a la luz del día.

El profeta se fue a su casa. Pero los sabios, consejeros de David,


no tuvieron la discreción del profeta. Todos tenían una palabra para el
rey:

-No irritará el hombre a su Creador ni le enojará con malas


acciones ni pondrá su mirada en mujer ajena. Si alguien quiere
permanecer puro, será asistido desde los cielos y el Señor lo
acompañará en su santidad y no dejará que la inclinación al mal lo
domine.

-Has pecado, pero, si el Señor te ha perdonado, no lo proclames


para que no se calumnie a tus hijos.

David, sin arrogancia, pero con firmeza les replicó:

-Si os escucho a vosotros, el Santo, bendito sea, no perdonará


nunca mis pecados, pues está escrito: "Quien encubre sus pecados no
prosperará".84

David no ocultará su pecado. Lo tiene siempre presente. Y no es


sólo el adulterio o el asesinato. A la luz de este doble pecado David ha
entrado dentro de sí y ha visto su vida de pecado, "desde que en
pecado lo concibió su madre". Desde lo hondo de su ser grita a Dios:

-Señor, ¿quién conoce sus propios extravíos? Líbrame de las


faltas ocultas.85

Desde su pecado, David comprende que los juicios del Señor son
justos. Su arrogancia cede ante el Señor, que le hace experimentar la
83
Sal 17.
84
Pr 28,13; Sal 32.
85
Sal 19,13.

111
muerte que ha sembrado su pecado. El niño, nacido de su adulterio,
cayó gravemente enfermo. David, entonces, suplicó a Dios por el niño,
prolongando su ayuno y acostándose en el suelo. Los ancianos de su
casa le suplican que se levante del suelo y coma, pero él se niega. En
su lecho se debate y suplica al Señor: Señor, he pecado y es justo tu
castigo. Pero no me corrijas con ira, no me castigues con furor. Ten
piedad de mí que estoy postrado y sin fuerzas. Sé que necesito los
dolores, que me mandas, para desatar mi alma de los lazos del
pecado. Pero mis huesos están desmoronados, abatida mi alma, y tú,
Yahveh, ¿hasta cuando? Estoy extenuado de gemir, cada noche lavo
con mis lágrimas el lecho que manché pecando con Betsabé. Mira mis
ojos, los "bellos ojos" que tú me diste, ahora hundidos y apagados, y
escucha mis sollozos.86

Siete días David ha orado y ayunado, hasta que al séptimo día el


niño murió. Nadie se atrevía a darle la noticia, pues se decían:

-Si cuando el niño estaba vivo, no nos escuchaba, ¿cómo le


diremos ahora que ha muerto? ¡Hará un desatino!

Pero David, dándose cuenta de los cuchicheos de sus servidores,


comprendió que el niño había muerto. Se alzó y dijo a sus servidores:

-¿Es que ha muerto el niño?

Con una inclinación de cabeza se lo confesaron. Entonces David


se lavó, se ungió y se cambió de vestidos. Se fue al templo y adoró al
Señor; luego volvió al palacio y pidió que le sirvieran la comida. Los
servidores, sin entender la conducta del rey, le sirvieron y él comió y
bebió. Los servidores le dijeron:

-¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía, ayunabas y


llorabas, y ahora que ha muerto, te levantas y comes.

Les respondió:

-Mientras el niño vivía, ayuné y lloré, pues me decía: ¿Quién


sabe si Yahveh tendrá compasión de mí y el niño vivirá? Pero ahora
que ha muerto, ¿por qué he de ayunar? ¿podré hacer que vuelva? Yo
iré donde él, pero él no volverá a mí.

Luego se fue a consolar a Betsabé, se acostó con ella, que le dio


un hijo. David le puso por nombre Salomón, amado de Yahveh. Este
hijo era la garantía del perdón de Dios. Cuando en su interior le asalten
los remordimientos y las dudas sobre el amor de Dios, Salomón será
un memorial visible de su amor.

Y no le faltarán esos momentos de congoja, en que, asaltado por


las dudas, tiene que gritar:

Como busca la cierva corrientes de agua,


así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Tiene sed de Dios, del Dios vivo,
86
Cfr. Sal 6, con los comentarios rabínicos.

112
¿cuando entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día,
mientras todo el día me repiten:
¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
Salud de mi rostro, Dios mío.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas?
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?
Se me rompen los huesos por las burlas
de quienes todo el día me preguntan:
¿Dónde está tu Dios?87

Este interrogante lo provocan sus hijos. Son muchos los hijos de


David, hermanos de padre, pero no de madre, pues son también
muchas sus mujeres. Absalón y la bella Tamar son hermanos de padre
y madre. Ammón se enamoró locamente de Tamar, hermosa como una
palmera, según el significado del nombre que lleva. Es tal la pasión que
siente por ella que se enfermó hasta notársele en la cara. Su primo
Jonadab, amigo y confidente, lo notó y le dijo:

-¿Qué le pasa al príncipe que cada día está más afligido? ¿No me
lo vas a contar?

Ammón le respondió:

-Estoy enamorado de Tamar, hermana de mi hermano Absalón.

Entonces Jonadab le propuso:

-Acuéstate, fingiendo que estás enfermo, y pide a tu padre que


mande a Tamar a darte de comer. Así, mientras te prepara de comer,
podrás verla.

Ammón siguió el mal consejo del amigo y se acarreó la muerte.


Se fingió enfermo y se acostó. El rey fue a verlo y Ammón le dijo:

-Por favor, que venga mi hermana Tamar y me prepare aquí


delante dos pasteles y yo los comeré de su mano.

El rey se lo comunicó a Tamar, que inocentemente preparó la


fritura y se la llevó a su hermano a la alcoba. Pero, al acercarse,
Ammón la sujetó y le dijo:

-Ven, hermana mía, acuéstate conmigo.

Ella replicó:

-No, hermano mío. No me fuerces, que eso no se hace en Israel.


No cometas esa infamia. ¿Dónde iré yo con mi deshonra? Y tú

87
Sal 41.

113
quedarás como un infame en Israel. Por favor, díselo al rey, que no se
opondrá a que yo sea tuya.

Pero Ammón no quiso hacerle caso. La forzó violentamente y se


acostó con ella. Después sintió un terrible aborrecimiento hacia ella,
mayor incluso que el amor que había sentido por ella. La ciega pasión,
que Ammón había confundido con el amor, le había llevado al delito y a
la locura. Le arrojó sus vestidos y le dijo:

-¡Levántate, vete!

Pero ella le suplicó:

-No, hermano. Despacharme ahora sería una maldad más grave


que la que acabas de hacer conmigo.

Pero él llamó a un sirviente y le ordenó:

-¡Echame a ésa a la calle! ¡Y cierra la puerta!

Tamar se echó polvo en la cabeza, se rasgó la túnica y se fue


gritando, con las manos en la cabeza. Su hermano Absalón le
preguntó:

-¿Ha estado contigo tu hermano Ammón? Bien, hermana, tú


calla; es tu hermano, no te atormentes por eso.

Tamar, desolada, se quedó en casa de su hermano Absalón. El


rey David oyó lo que había pasado y se indignó. Pero comprendió que
su primogénito heredaba sus defectos. El era el culpable. Tras su
adulterio, seguía el incesto de su hijo. La maldición de su origen
pesaba sobre su familia. ¿No era descendiente de Judá y de su nuera,
también llamada Tamar?

En la casa de David no faltará la vergüenza ni la sangre. La


violencia engendra violencia. Absalón, de momento, no dirigió una
palabra, ni buena ni mala, a Ammón, pero le guardó rencor y esperó el
momento oportuno para vengar la injuria hecha a su hermana Tamar. Y
la ocasión se presentó dos años después, durante el esquileo de las
ovejas de Absalón. Absalón invitó a todos los hijos del rey. Preparó un
banquete regio, pero ordenó a sus criados:

-Mirad, cuando Ammón esté ya bebido y yo os dé la orden de


herirlo, lo matáis. No temáis, os lo mando yo.

Los criados cumplieron la orden de Absalón y mataron a Ammón.


Los otros hijos del rey emprendieron la huida cada uno en su mulo.
Mientras aún estaban de camino, llegó la noticia al rey:

-¡Absalón ha matado a todos los hijos del rey y no queda


ninguno!

El rey se levantó, se rasgó las vestiduras y se echó por tierra. Así


estuvo hasta que llegaron los hijos del rey gritando y llorando:

114
-Absalón ha dado muerte a Ammón, como había decidido el día
en que fue violada su hermana.

El rey y toda su corte lloraron inconsolablemente. Por tres años


hizo luto el rey por su hijo Ammón. Y después de calmar su dolor por la
muerte de Ammón, el rey cesó en su cólera contra Absalón. Este había
huido a refugiarse en el territorio de Talmay. David mandó a Joab a
buscar a Absalón para que no viviera en tierra extrajera, como a él le
había tocado vivir. Pero no lo recibe en su casa.

21. SUBLEVACION DE ABSALON

De todos los sufrimientos que pasó David, como consecuencia


de su pecado, ninguno le afligió tanto como la rebelión de su propio
hijo Absalón.

No había en todo Israel hombre tan apuesto y tan admirado


como Absalón. De los pies a la cabeza no tenía un defecto. Cuando se
cortaba el pelo -acostumbraba hacerlo de año en año-, el cabello
cortado pesaba más de doscientos siclos en la balanza del rey.

David ha perdonado a Absalón, pero no le devuelve su favor.


Reside en Jerusalén, pero sin ser recibido por el rey. De este modo
Absalón, el primogénito, queda al margen de la vida de la corte y no
puede pensar en suceder a David. Para las ambiciones de Absalón la
lejanía forzada de palacio es intolerable. Aceptando el riesgo, enfrenta
a su padre a una decisión extrema: o la muerte o el favor pleno. Llamó
a Joab y le dijo:

-Quiero ver el rostro del rey y, si soy culpable, que me mate.

Joab se lo refirió al rey. El rey llamó a Absalón, que se presentó


ante él y se postró rostro en tierra en presencia del rey, quien, sin

115
exigir disculpas, abrazó al hijo. Pero Absalón, que se considera con
derecho a la sucesión, no quiere esperar. Teme que el rey se elija otro
sucesor entre sus muchos hijos. ¿Acaso no muestra preferencias por
Salomón y, sobre todo, por su madre, Betsabé? Absalón se hizo con
una carroza, caballos y cincuenta hombres de escolta. Cada mañana,
temprano, se ponía a las puertas de la ciudad, para intrigar contra su
padre. A los que iban con algún pleito al tribunal del rey les decía:

-Mira, tu caso es justo; pero nadie te va a atender en la


audiencia del rey. ¡Ah, si yo fuera juez del país! Podrían acudir a mí los
que tuvieran pleitos y yo les haría justicia.

Así se iba ganando el afecto del pueblo. Al cabo de cuatro años,


Absalón decidió bajar a Hebrón, que David había postergado al poner
su residencia en Jerusalén. Ahora es cuando empieza abiertamente la
rebelión de Absalón. Envió mensajeros a todas las tribus de Israel,
diciendo:

-Cuando oigáis el sonido de la trompeta, gritad: ¡Absalón se ha


proclamado rey en Hebrón!

Desde Jerusalén marcharon, inocentemente y sin sospechar


nada, doscientos hombres invitados al sacrificio que iba a ofrecer. Allí
convocó también a Ajitófel, el sabio consejero de David. Así la
conspiración de Absalón contra su padre fue tomando fuerza y los
partidarios de Absalón iban aumentando. Alguien llevó la noticia a
David:

-El corazón de los hombres de Israel va tras de Absalón.

David, para salvarse de su hijo Absalón, que quería matarlo para


usurpar el trono real, subió al monte de los Olivos y allí lloró
amargamente la triste suerte que Dios le había reservado. Allí, en las
alturas, David repasaba su vida y la de su hijo Absalón. En largas
meditaciones fue desgranando los hechos a la luz del Señor:

-A todo el que honra a su padre y a su madre, el Señor se lo


tendrá en cuenta como si lo honrara a El, pero al que desprecia a su
padre y a su madre, el Señor se lo contará como si lo despreciara a El.
Pues también el Señor participa en la formación del hijo. Del padre se
forman el cerebro y los huesos, los tendones y las uñas y lo blanco de
los ojos. De la madre se forman la carne, la piel, lo negro de los ojos y
la sangre. Y el Señor pone en él el aliento, el alma, el conocimiento, la
ciencia y la inteligencia.

Si se hubiera tratado de otro adversario, incluso más fuerte y


astuto que Absalón, David no hubiera huido de él, sino que lo habría
enfrentado, liquidándolo como se merecía. Pero, tratándose de su hijo,
la piedad paterna no le permitía atacar al hijo. En su corazón se decía:

-¿Qué clase de victoria sería encontrarse entre los caídos al hijo


de mis entrañas y del favor del Señor?

116
Era tal la depresión de David, que se culpaba a sí mismo de lo
que estaba sucediendo, que buscó la forma de disculpar a su hijo
Absalón, al menos ante el pueblo. Un día, después de dar vueltas en su
mente a sus pensamientos, llamó a sus fieles seguidores y les dijo:

-Buscadme un ídolo y tradmelo.

Ellos, sin sospechar en absoluto el propósito de David, se fueron


inmediatamente a cumplir el deseo del rey. Según descendían del
monte, se encontraron con Husaí, consejero del rey. Éste les preguntó:

-¿Dónde vais?

Le respondieron:

-El rey nos ha mandado a buscarle un ídolo.

Husaí quedó tan sorprendido que, sin decir nada, se apresuró a


subir en busca del rey. Apenas alcanzó la cumbre, se acercó a David y,
sin reverencia alguna, exclamó:

-¿Acaso es verdad lo que me han dicho tus hombres? ¿Es cierto


que quieres un ídolo?

David, sin levantar los ojos a su consejero, le respondió:

-Sí, es cierto. Y no sólo eso, sino que en cuanto me lo traigan me


inclinaré ante él públicamente.

Esta respuesta del rey turbó completamente a Husaí. Se rasgó


los vestidos y se cubrió de ceniza la cabeza. Su tristeza era mayor que
la que podía haberle producido un luto familiar. En estas trazas, se
dirigió al rey:

-¿Cómo ha podido pasarte por la mente algo semejante? ¿Cómo


puedes postrarte ante una imagen tú que has sido elegido por el Señor
como rey de su pueblo? Los hijos de Israel tienen puestos sus ojos
sobre ti y toman siempre tu comportamiento como ejemplo para
ellos... ¿Te das cuenta lo que significa tu conducta?

Con calma inusitada, le respondió el rey:

-Sé perfectamente que todo el pueblo me aprecia y me admira,


que me considera piadoso y temeroso de Dios. Sé muy bien que el
pueblo reconoce que actúo siempre en honor del Señor, tanto cuando
trato de infundir en el pueblo la piedad como cuando lucho contra los
enemigos de su pueblo...

David hizo una pausa y levantó los ojos a su consejero, que le


miraba asombrado. David prosiguió algo más agitado:

-Si después de dedicar toda mi vida y energías al Señor y a


engrandecer y embellecer a Jerusalén, como su ciudad, ¿qué pensarán
de El mis súbditos cuando oigan decir que, en recompensa de todos

117
estos méritos, mi hijo se ha levantado contra mí y me quiere matar?
¿No se sentirán confundidos y les entrarán dudas sobre la justicia
divina?

El rostro de Husaí pasaba de un color a otro, de una sorpresa a


otra. El rey no se fijaba en él, sino que seguía desahogando ante él su
corazón:

-Esta es la preocupación que ahora me embarga. Si he llegado a


la decisión de postrarme ante un ídolo es para que el pueblo, al
saberlo, encuentre una explicación a la desgracia que me ha caído
encima y piense mal de mí, que soy un pecador, y no de Dios, que es
justo.

Este razonamiento increíble del rey, fruto de su incomparable


piedad, dejó emocionado a Husaí. Sin decir nada al rey, Husaí mandó
un mensajero a buscar a los enviados del rey para que les explicaran la
situación. Ellos comprendieron la intención del consejero del rey y
regresaron inmediatamente. David, al verles ante sí con las manos
vacías, intuyó que su consejero se había metido por medio. Después de
una corta meditación, David, satisfecho en el fondo de lo ocurrido,
levantó la vista hacia Husaí y con la mayor ingenuidad le dijo:

-¡Ah, no te he dicho que pensaba, después de postrarme ante el


ídolo, hacerle pedazos yo mismo...!

Absalón, con el ejército formado por gente descontenta del


pueblo, se encaminó hacia Jerusalén. El hijo se ha alzado contra el
padre. David entonces decidió abandonar Jerusalén con su pueblo:

-¡Huyamos! No sea que Absalón nos alcance y precipite la ruina


sobre nosotros, pasando a cuchillo la población.

El rey dejó diez concubinas para cuidar el palacio y salió


acompañado de toda su gente, que lloraba y gritaba. El rey estaba
junto al torrente Cedrón, mientras todos iban pasando ante él por el
camino del páramo. Sadoc, con los levitas, llevaba el Arca de la alianza
del Señor, mientras la gente atravesaba el Cedrón. Luego el rey dijo a
Sadoc:

-Vuélvete con el Arca de Dios a la ciudad. Si alcanzo el favor del


Señor, volveré a contemplar el Arca y su morada. Pero si El no lo
desea, haga de mí lo que le parezca bien.

David, que ha pasado tantos años huyendo de Saúl, vuelve otra


vez a huir como un prófugo, ahora de su propio hijo. Pero ante el
drama familiar, David se siente humilde y pone toda su confianza en
Dios:

Yahveh, ¡cuán numerosos son mis adversarios,


cuántos los que se levantan contra mí!
¡Cuántos los que dicen de mí:
"Ya no hay salvación para él en Dios".
Pero tú, Yahveh, eres mi escudo y mi gloria,

118
tú mantienes alta mi cabeza.
No temo al pueblo innumerable
que acampa en torno contra mí.
¡Levántate, Yahveh!
¡Dios mío, sálvame!
De ti, Yahveh, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo. 88

Sadoc y Abiatar volvieron con el Arca de Dios a la ciudad y se


quedaron allí. David subió la cuesta de la colina de los Olivos. La subía
llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos, lo mismo que
todos sus acompañantes. Todos llegaron rendidos al Jordán y allí
descansaron. Mientras tanto, Absalón y sus seguidores entraban en
Jerusalén. Ajitófel iba con él. Absalón le preguntó:

-¿Qué me aconsejas que haga?

Ajitófel, que le ha vuelto la espalda a David, confiando en


arrebatarle el poder, busca, al mismo tiempo, hacer odioso a Absalón
ante el pueblo para usurpar él el trono. Por ello respondió:

-Acuéstate con las concubinas que ha dejado tu padre al cuidado


del palacio. Todo Israel sabrá que has roto con tu padre y todos tus
seguidores cobrarán confianza.

Entonces instalaron una tienda en la terraza y Absalón se acostó


públicamente con las concubinas de su padre, a la vista de todo Israel.
Se cumple la profecía de Natán, hecha a David después de su adulterio
en secreto. Con este gesto, Absalón se proclama sucesor en el trono.
Tomando posesión del harén de su padre se proclama el nuevo rey. Es
su investidura real.

Esto es lo que piensa Absalón, pero no es ese el designio de


Dios. Los sabios, bendita su memoria, han enseñado: Cuando el Señor
ve a un hijo que honra a su padre y a su madre, le alarga los días y los
años. En cambio, el que deshonra a su padre merece ser colgado de un
madero y lapidado con piedras, como le ocurrió a Absalón, hijo de
Maaka, que, por deshonrar a su padre David, se quedó colgado de una
encina, fue arrojado a una gran fosa y echaron sobre él un montón de
piedras.

También está escrito: "No matarás". 89 No te unirás a asesinos.


Aléjate de su compañía para que no aprendan tus hijos el oficio de
matar. Una vida que no puede ser devuelta, ¿por qué va a ser
destruida antes de haber sido decretado por el Señor? Una lámpara
que no puedes volver a encender, ¿por qué la vas a apagar? El que
hace perecer a un solo hombre es como si hiciese perecer al mundo
entero. Es tan elevado el precio de una vida que no hay indemnización
posible para quien peque contra ella.

88
Sal 3.
89
Ex 20,13.

119
El asesino, que destruye una vida, podrá esconderse de la vista
de los mortales, pero no se podrá ocultar de la vista del Señor, pues
sus ojos observan todas las acciones de los hombres; no hay tinieblas
ni obscuridad en las que se pueda ocultar el malvado. ¿Cómo va a
poder ocultarse del Santo, bendito sea, que vierte y forma al niño en el
vientre de su madre?, según lo dicho: "¿No me vertiste como leche y
cual queso me cuajaste?".90

El hombre es una criatura divina, obra de Dios. En el mundo


futuro el asesinado se levantará ante el Señor y pedirá gracia ante El,
diciendo:

-Señor del universo, tú me has creado. Tú me hiciste crecer. Tú


me resguardaste en el vientre y me sacaste de él a la luz del mundo.
Tú me alimentaste con tu gran misericordia, pero vino éste y mató a
una de las criaturas que Tú creaste. Señor de todos los mundos, hazme
justicia de este impío que no se apiadó de mí.

Entonces el Santo, bendito sea, se encolerizará con el asesino y


lo arrojará al infierno y lo hará arder durante el mundo futuro. El
muerto verá así cumplida su justicia y se alegrará, como está escrito:
"Se alegrará el justo al ver la venganza, sus pies bañará en la sangre
del impío. Y se dirá: Sí, hay un fruto para el justo; sí, hay un Dios que
juzga en la tierra".91

En su huida, entre sollozos, David eleva la súplica del salmo que


le acompaña desde su pecado con Betsabé:

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores,


Tú, que salvas de los adversarios a quien se refugia en ti.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas
me escondo de los malvados que me asaltan y me cercan. 92

David no puede quitarse de la mente a su hijo Absalón. Le


imagina rodeado de consejeros, que le encaminan a la perdición con
sus adulaciones: ¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz del rostro del
Santo se ha apartado del rey, adúltero y asesino? ¿Hasta cuándo
ultrajarán mi honor, esos amantes de la falsedad, que se complacen en
el engaño? Sabedlo: el Señor, que ha hecho tantos milagros en mi
favor, él me escuchará cuando lo invoque. Temblad y no pequéis,
reflexionad en el silencio de vuestro lecho... El Señor ha puesto en mi
corazón más alegría que si abundara en trigo y vino. 93

Han cerrado sus entrañas y hablan con arrogancia,


como un león ávido de presa me persiguen sus pasos.
Llena con tus bienes su vientre, que se sacien sus hijos.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia
y al despertar me saciaré de tu semblante.94

90
Job 10,10.
91
Sal 58,11-12.
92
Sal 17.
93
Cfr. Sal 4.

120
22. HUMILDAD DE DAVID

No obstante la fama que David había logrado entre la gente, con


los años y la pedagogía del Señor, que había ido modelando su
corazón, David no sentía ya el orgullo que había sentido en su
juventud. Todo lo contrario, sus expresiones de humildad llamaban la
atención frecuentemente.

David es el humilde servidor, confundido por los privilegios que


Dios le otorga y, por ello, es una esperanza para los pobres que,
abandonándose como él a Dios, experimentan que la esperanza se
transforma en certidumbre. Todos los pobres pueden hacer suyos los
salmos de súplica y de alabanza de David. Desde su unción, David
vivió envuelto en el misterio de Dios, que le consagraba para una
misión que le sobrepasaba. Era tal el contraste entre su pequeñez y la
grandeza de su vocación que no le quedó más remedio que hacer del
Señor su refugio. Es la palabra que brota de sus labios apenas sus
dedos rozan el arpa:

Protégeme, Dios mío, en ti está mi refugio.


Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi bien,
nada hay fuera de ti, mi Dios".
Otros corren tras los ídolos...
mas yo no derramaré sus libaciones con mis manos,
jamás tomaré sus nombres en mis labios.
Yahveh es mi heredad y mi copa,
mi suerte está en sus manos...
Bendeciré siempre a Yahveh, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre a Yahveh ante mis ojos,
con él a mi derecha nunca vacilaré.95

Cuando David se presentaba ante los jueces del Sanedrín se


despojaba de la corona y de las vestiduras reales. Vistiendo con
simplicidad se presentaba ante ellos como uno más del pueblo. Pero,
sobre todo, mostraba su humildad con su maestro Irá. Mientras vivió el
gran maestro, David frecuentó sus lecciones bíblicas, sentándose por
tierra como todos los demás alumnos. Y, cuando murió Irá y David le
sucedió como maestro de la Biblia, por más que le insistieron los
alumnos, no lograron nunca que se sentara sobre los cómodos cojines
sobre los que se sentaba antes el venerable rabino. A los alumnos les
decía:

-¿Tengo yo acaso los méritos de mi maestro para ocupar su


puesto?

Luego tomaba su arpa y cantaba para sus discípulos:

A ti, Yahveh, levanto mi alma, oh Dios mío,


en ti confío, ¡no sea yo confundido!
Muéstrame tus caminos, Yahveh, enséñame tus sendas,

94
Sal 17.
95
Sal 16.

121
guíame en tu verdad, enséñame, tú, Dios de mi salvación.
Acuérdate, Yahveh, de tu ternura y de tu amor
y no recuerdes los pecados de mi juventud,
tú, que muestras a los pecadores el camino.
Por tu gran bondad perdona mi culpa, que es grande. 96

Una vez que pacificó el reino, David decidió acuñar la moneda


propia. Los ministros le preguntaron qué imágenes deseaba imprimir
en ella. David les respondió:

-Por una parte una torre y por el reverso un bastón y un zurrón,


como símbolos del pastoreo.

Cuando aquellas monedas entraron en circulación, todos


elogiaron la simplicidad del rey que, incluso después de haber logrado
la más alta grandeza, quería que todos recordaran que Dios le había
llamado a reinar sacándolo del redil de las ovejas.

También, tras su pecado de adulterio y asesinato, David se


humilló ante Dios, reconociendo su pecado y aceptando sus
consecuencias. El rey, con su corte, huyendo de su hijo Absalón,
camina hacia Jericó, para ponerse a salvo al otro lado del Jordán. Y
mientras David subía por la ladera del monte de los Olivos, le salió al
encuentro Semeí, uno de la familia de Saúl, que empezó a insultarlo,
mientras le tiraba piedras:

-Vete, vete, sanguinario y malvado. Que Yahveh te devuelva toda


la sangre de la familia de Saúl, cuyo reino has usurpado. Así el Señor
ha entregado el reino a tu hijo Absalón. Has caído en tu propia maldad,
porque eres un asesino.

Abisay, hijo de Sarvia, sobrino del rey, le dijo:

-¿Por qué ha de maldecir ese perro muerto a mi señor el rey?


¡Déjame ir allá y le corto de un tajo la cabeza!

Pero el rey respondió:

-¿Qué tengo yo contigo, hijo de Sarvia? Déjale que me maldiga.


Si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién puede pedirle
cuentas?

Y, luego, David añadió para Abisay y para todos sus servidores:

-Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi muerte. ¿Qué


hay de extraño en que ese benjaminita me maldiga? Dejadlo que me
maldiga, porque se lo ha mandado Yahveh. Quizás el Señor se fije en
mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy.

David y los suyos siguieron su camino, mientras Semeí les


seguía por la loma paralela del monte, maldiciendo, tirando piedras y
levantando polvo. David, que veía a Yahveh detrás de los insultos de
Semeí, elevaba a El su corazón:
96
Sal 25.

122
¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?
¿Hasta cuándo he de estar preocupado,
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?
Atiende y respóndeme, Dios mío, da luz a mis ojos
para que no me duerma en la muerte,
para que no diga mi enemigo: "Lo he vencido",
ni se alegre mi adversario de mi fracaso.
Porque yo confío en tu misericordia:
alegra mi corazón con tu auxilio
y te cantaré por el bien que me has hecho. 97

Todavía, al final de sus años, David volvió a ser humillado. Según


recogen las Crónicas, 98 Satán lo tentó, instigándole a hacer el censo de
Israel y de Judá. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a
David le remordió la conciencia y dijo al Señor:

-He cometido un grave pecado. Ahora, Señor, perdona la culpa


de tu siervo, pues he sido muy necio.

A la mañana, temprano, Dios mandó a su profeta Gat, con esta


palabra:

-Así dice el Señor: Tres cosas te propongo, elige una y la llevaré


a cabo: tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo
perseguido por tu enemigo o tres días de peste en el país. ¿Qué le
respondo al Señor, que me ha enviado?

David contestó:

-Estoy en grande angustia. Es como si a un enfermo se le


preguntara si prefiere ser enterrado junto a su padre o junto a su
madre.

El rey reflexionó:

-Si escojo el hambre, la gente dirá: "¿qué le importa a él, que


tiene riquezas"; si escojo las calamidades de la guerra, dirán: "poco le
importa, teniendo a sus guerreros que le protegen"; escogeré la peste,
que golpea a todos por igual.

En voz alta respondió:

-Es mejor caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer


en manos de los hombres.

David eligió la peste. Y el Señor mandó la peste, desde la


mañana hasta el tiempo señalado, desde Dan hasta Berseba. Pero,

97
Sal 13.
98
1Cro 21,1.

123
cuando David vio al ángel que estaba hiriendo la población, dijo al
Señor:

-¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho


estas ovejas? Caiga, te suplico, tu mano sobre mí y sobre mi familia,
pero no hieras a tu pueblo.

El Señor se arrepintió del castigo y dijo al ángel, que estaba


asolando la población:

-¡Basta! ¡Detén tu mano!

David levantó un altar al Señor, ofreció holocaustos y sacrificios


de comunión, el Señor se aplacó con el país y cesó la peste en Israel.
En la dedicación del altar, donde se construiría el Templo, David entonó
el salmo:

Yo te ensalzo, Yahveh, porque me has levantado


y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Yahveh, Dios mío, a ti clamé y me sanaste.
Tú has sacado, Dios mío, mi vida del abismo,
me has recobrado cuando bajaba a la fosa.
Salmodiad a Yahveh los que le amáis,
pues su cólera dura un instante,
mientras que su bondad es de por vida.
Al atardecer nos visita el llanto,
pero ya en la mañana nos llega el júbilo.
Me escondiste, Yahveh, tu rostro
y quedé desconcertado; te invoqué, Dios mío,
y cambiaste mi luto en danzas, vistiéndome de fiesta.
Mi corazón te salmodiará eternamente,
Yahveh, Dios mío, te daré gracias por siempre. 99

De todos modos el espectáculo del ángel de la peste estremeció


a David, sobre todo cuando, a la orden del Señor, el ángel limpió su
espada sangrante en sus vestidos reales. Se le metió un temblor en el
cuerpo, que le heló los huesos para toda su vida. Por más ropa que le
pusieran en el lecho, David no entraba en calor. Sólo Abisag, la
sunamita, durmiendo en su seno, logró aliviar un poco al rey.

99
Sal 30.

124
23. AJITOFEL Y JUSAY

El Señor creó siete cielos. El que está por debajo de todos se


llama cortina, pues es como la cortina que se pone ante las puertas
de las casas: los que están dentro ven a los de fuera, pero los que
están fuera no ven a los de dentro. En la cortina del cielo inferior hay
ventanas y los ángeles del servicio ven a los hombres que caminan por
la tierra, tanto a los que van por buen camino como a los que siguen el
mal camino. Al que va por buen camino le protegen y defienden; al que
va por el mal camino, en cambio, le dejan en paz, permitiéndole
prosperar en su maldad hasta el día del Juicio Final, en que le hacen
ver el abismo en que ha caído.

Entre los cortesanos y consejeros de David, Ajitófel ocupa un


lugar eminente. El rey estaba unido a él por lazos familiares, pues era
abuelo de Betsabé. La sabiduría de Ajitófel era como la de un ángel;
era más que humana. Sus consejos siempre coincidían con los oráculos
de los Urim y los Tummin. David no respetaba a nadie como a Ajitófel,
que era su maestro en el conocimiento de la Torá. Nunca dudaba David
en someterse a sus indicaciones. De su consejero aprendió David dos
cosas fundamentales: a buscar compañeros con los que estudiar la
Torá y a ser diligente en ir a la casa de Dios para la oración y el servicio
litúrgico.

Pero, aunque era tan excelente maestro, a Ajitófel le faltaba la


piedad sincera. No vivía lo que enseñaba. En vez de dejar que la
Escritura penetrara en lo íntimo de su ser, dejándose penetrar del
amor a Yahveh, Ajitófel se deleitaba en la interpretación sutil de la Torá,
alimentando su vanidad con su brillantez. Se complacía más en sí
mismo que en la Torá. Por ello la distorsionaba, buscando en ella su
honor y no la gloria de Yahveh. Por ello no gozó de la bendición del
Santo, bendito sea, que lee en el corazón de los hombres y no se deja
engañar por las palabras de su boca.

Dios abandonó a Ajitófel a las luces de su mente y se extravió a


pesar de toda su ciencia. Ajitófel pensó que David había caído en
desgracia ante el Señor por el pecado que había cometido con su nieta

125
Betsabé. Esto le llevó a tomar parte en la rebelión de Absalón contra
David. A pesar de todas las lecciones que había impartido a David
sobre la Torá, él no había aprendido que ningún pecado puede borrar el
amor de Dios, si uno ama su Torá. Este amor salvó a David de la
desgracia, mientras que Ajitófel perdió este mundo e incluso su
participación en el mundo venidero.

Ajitófel fue engañado por ciertos signos astrológicos, que él


interpretó como profecía de su propio reinado, cuando en realidad
dichos signos señalaban el destino real de su nieta Betsabé. Llevado de
su errónea creencia, obnubilada su mente por la ambición, con astucia
incitó a Absalón a cometer el crimen nunca oído: rebelarse contra su
padre. Ajitófel sabía que la rebelión de Absalón no le serviría de nada,
pues cuando hubiese arruinado a su padre, los ancianos de Israel le
condenarían por haber violado la piedad familiar. Así el camino
quedaría libre para él, Ajitófel, el gran sabio de Israel.

En realidad, la relación de Ajitófel con David se había enfriado


mucho antes de la rebelión de Absalón. Los sentimientos de Ajitófel
hacia David se habían ensombrecido desde el día en que David subió al
trono. David, en aquella ocasión, había investido a no menos de
novecientos funcionarios reales, quedando su consejero en el palacio
real, pero en la sombra, en medio de tantos otros que rodeaban al rey.

La hostilidad de Ajitófel hacia David tuvo una primera


manifestación en el traslado del Arca a Jerusalén. Cuando los
sacerdotes intentaron agarrarla fueron levantados en alto y arrojados
violentamente al suelo. En su desconcierto el rey se volvió a pedir
consejo a Ajitófel, quien con mofa replicó:

-Pregunta a los sabios que has instalado en tu palacio.

Sólo cuando David profirió una maldición contra quien supiera el


remedio y no acudiera en auxilio de los necesitados Ajitófel dio su
consejo:

-A cada paso de los sacerdotes que llevan el Arca se debe


ofrecer un sacrificio.
El consejo fue seguido y no volvió a ocurrir ningún desastre más.
Pero nada de lo que pueda hacer el hombre es suficiente para expiar lo
que sale de su boca. La lengua es la primera de todos los miembros en
herir. Así dijo David a Doeg, el edomita, el maestro de Ajitófel en el
engaño y la intriga: "¿Por qué te glorías del mal, héroe de la infamia?
Todo el día proyectas ruinas, es tu lengua cual espada afilada, oh
artífice de engaño".100 También, refiriéndose a Doeg y Ajitófel, dijo: "Mi
vida está en medio de leones que devoran a los hombres, cuyos
dientes son lanzas y flechas, y su lengua, una espada afilada". 101 Lo
compara con una espada afilada, pues "maza, espada y aguda saeta,
es el hombre que profiere contra su prójimo testimonio falso". 102
Ajitófel y Doeg, envidiosos los dos, ambicionaban la gloria de David y
100
Sal 52,3-4ss.
101
Sal 57,5.
102
Pr 25,18.

126
ambos tramaron la caída de David, intentando borrar su nombre con la
calumnia.

La calumnia mata a tres, como la espada de doble filo: al que la


dice, al que la escucha y a aquel de quien se dice. Y así como, cuando
algo sale de entre las manos del hombre no puede hacerlo volver a él,
del mismo modo el que profiere testimonio falso contra su prójimo,
aunque se arrepienta cien veces, no puede reparar su mal.

Ajitófel es la imagen del traidor. Cuando vio que la gente se


pasaba a Absalón, pensó que la estrella de David estaba en declive y
lo abandonó, pasándose al bando de Absalón. ¿Para qué seguir con el
viejo rey, que además de viejo y caduco está dominado por Joab? La
compañía de Ajitófel llevó a Absalón de victoria en victoria, de triunfo
en triunfo. Pero la senda del malvado acaba siempre mal. Dios
desbarata sus planes. Cuando David, descalzo y llorando, subía por la
ladera del monte de los olivos, le dijeron:

-Ajitófel se ha unido a Absalón.

David, que conocía su sabiduría, tembló y, elevando los ojos al


cielo, gritó a Yahveh:

-¡Señor, que fracase el plan de Ajitófel!

Luego, en su interior, prosiguió al son del zumbido de un


enjambre de abejas, que les salían por todas partes:

Escucha mis palabras, Yahveh, repara en mi lamento,


atiende a la voz de mi clamor, oh mi Rey y mi Dios.
Pues no eres tú un Dios que se complace en la impiedad,
el malvado no es huésped tuyo,
no, los arrogantes no resisten ante tus ojos.
Detestas a los agentes del mal, pierdes a los mentirosos.
Tú abominas al hombre sanguinario y fraudulento.
A mí, guíame tú, Yahveh, según tu justicia,
allana tu camino ante mí, mira cuántos son los que me acechan.
No hay en su boca lealtad, en su interior, tan sólo subversión;
sepulcro abierto es su garganta, melosa es su lengua.
¡Haz que fracasen sus intrigas!103

El mal comienza cuando el hombre se sale de la esfera de


influencia de Dios; cuando el hombre saca a Dios de su vida, entonces
atrae hacia ella el mal, acarreando su ruina. Mientras David huía, le
salió al encuentro Jusay, el arquero, amigo de David. Iba con la túnica
desgarrada y la cabeza cubierta de polvo. David le dijo:

-Si vienes conmigo, me vas a ser una carga. Pero puedes hacer
fracasar el plan de Ajitófel si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón:
"Soy tu siervo, oh rey mi señor; antes serví a tu padre, ahora soy siervo
tuyo".

Y, para convencerlo, añadió:


103
Sal 5.

127
-Anda, que allí están también los sacerdotes Sadoc y Abiatar.
Todo lo que oigas en la casa del rey, se lo comunicas a los sacerdotes y
ellos, por medio de sus hijos Ajimás y Jonatán, me transmitirán las
noticias.

Jusay, amigo de David, entró en Jerusalén al mismo tiempo en


que llegaba Absalón, se postró ante él y exclamó:

-¡Viva el rey, viva el rey!

Absalón le dijo:

-¿Es este tu afecto por tu amigo? ¿Por qué no te has ido con él?

Jusay, según las instrucciones de David, respondió a Absalón:

-No. Yo quiero estar y permanecer con aquel a quien ha elegido


Yahveh. Por lo demás, ¿a quién voy a servir?, ¿no es a su hijo? Como he
servido a tu padre, te serviré a ti.

Absalón dijo a Ajitófel y a Jusay:

-Tomad consejo sobre lo que se debe hacer.

Ajitófel, que sabe que David y sus gentes están agotados, piensa
que lo mejor es atacar, sin darles tregua para recuperarse. Por eso
aconseja a Absalón:

-Es preciso seleccionar doce mil hombres y salir en persecución


de David esta misma noche. Fatigado y asustado como está, le
daremos alcance y le abandonarán todos los que le acompañan.
Entonces, cuando quede solo, será fácil darle muerte. Tú quieres que
muera un solo hombre y que el pueblo se quede en paz. Yo te traeré el
pueblo como una esposa vuelve a su esposo.

La propuesta era acertada y le pareció bien a Absalón. Pero Dios,


que vigila y defiende a su elegido David, inspiró a Jusay para trastornar
los planes de Ajitófel. Absalón le dijo:

-Ajitófel propone esto. ¿Lo hacemos? ¿O qué propones tú?

Jusay respondió:

-Por esta vez el consejo de Ajitófel no es acertado. Tú conoces a


tu padre y a sus hombres. Son valientes y están furiosos como una osa
a la que han robado sus crías en el campo. Si les atacas ahora y las
primeras bajas son de los tuyos, se correrá la noticia por todo Israel de
que Absalón ha sido derrotado y te abandonarán todos. Te aconsejo lo
siguiente: concentra aquí a todo Israel, desde Dan hasta Berseba;
reúne un ejército numeroso como las arenas de la playa y tú mismo en
persona sal al frente de ellos. Con este ejército caerás sobre David
como rocío sobre la tierra y no quedará vivo ni uno de sus seguidores.

128
Absalón y los israelitas exclamaron:

-¡El consejo de Jusay es mejor que el de Ajitófel!

El Señor había determinado hacer fracasar el plan de Ajitófel,


que era bueno, porque había decretado la ruina de Absalón. Ajitófel no
soportó la humillación. Viendo que no había sido aceptado su consejo,
aparejó su asno y se fue a su casa, puso orden en ella y se ahorcó. Lo
enterraron en la sepultura de su padre. Este es el primero y único caso
de suicidio en todo el Antiguo Testamento. Es la suerte del traidor. 104

Al malvado se le pagan sus buenas acciones en este mundo; de


este modo entra en el mundo futuro sin obras meritorias y será
condenado por todos sus pecados. El justo, por el contrario, purgará en
este mundo sus faltas y entrará en el mundo futuro limpio de toda
culpa. Pero Ajitófel perdió esta vida y también la otra.

David, calumniado, siente en su interior como un fuego, que le


quema las entrañas, pero no se abate; desde su dolor eleva al Señor
su alma:

Yahveh, Dios mío, a ti me acojo,


líbrame de mis perseguidores, sálvame,
que no me atrapen como leones
y me desgarren sin remedio...
Tú, que sondeas el corazón y las entrañas,
tú, el Dios justo, eres el escudo que me cubre
frente al enemigo, que afila su espada
y tensa su arco contra mí...
Contra mí apunta sus armas de muerte,
prepara sus flechas incendiarias.
El enemigo concibe el crimen,
está preñado de maldad;
por ello da a luz el fracaso:
en la fosa que cavó, él es quien cae,
la flecha que lanza hacia arriba
recae sobre su cabeza, su violencia sobre su cerviz.
Te daré gracias, Yahveh, por tu justicia,
tañeré en honor de tu nombre, oh Altísimo. 105

Jonatán y Ajimás informaron a David de los planes de Absalón.


David dividió el ejército en tres cuerpos; uno al mando de Joab; el
segundo al mando de Abisay, hermano de Joab; y el tercero al mando
de Itay, el de Gat. Y dijo al ejército:

-Yo también iré con vosotros.

Le respondieron:

104
Ajitófel abrió el camino de los traidores: Cfr. Mt 27,3-10.
105
Sal 7.

129
-No vengas. Que si nosotros tenemos que huir, eso no tiene
importancia; y si morimos la mitad, tampoco nos importa. Pero tú vales
por mil de nosotros. Es mejor que nos ayudes desde la ciudad.

David aceptó y se quedó a las puertas, mientras todo el ejército


salía al combate, por compañías y batallones. Pero el rey gritó, de
modo que todos pudieron oírle, a Joab, Abisay e Itay:

-Por amor a mí, tratad bien al joven Absalón.

A las puertas de la ciudad se quedó David con toda su inquietud.


Los que quedaron con él, le animaban:

Yahveh te responda en el día de la angustia,


que te sostenga el nombre del Dios de Jacob,
que se acuerde de todas tus ofrendas
que cumpla el deseo de tu corazón
que dé éxito a todos tus planes,
y nosotros podamos aclamar tu victoria.

David les escucha y de su corazón brota la plegaria:

Yo sé que Yahveh da la victoria a su ungido,


desde su santo cielo le responderá
con los prodigios de su diestra poderosa.
Unos confían en sus carros y caballerías,
nosotros invocamos el nombre de Yahveh, nuestro Dios.
Ellos caerán derribados, mientras nosotros nos mantendremos
en pie.106

La batalla campal entre las tropas de Absalón y las de David


tuvo lugar en las espesuras de Efraín. Absalón no podrá hacerle frente.
Fueron muchas las bajas de los seguidores de Absalón. El mismo, que
iba montado en un mulo, al meterse el mulo bajo el ramaje de una
encina, quedó enganchado por la cabellera en la encina. Quedó
colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo siguió corriendo.

Uno de los hombres lo vio y fue a decírselo a Joab:

-¡He visto a Absalón colgado de una encina!

Joab, con frialdad, le replicó:

-Pues si lo has visto, ¿por qué no le has derribado allí mismo por
tierra y yo te habría dado diez siclos de plata y un cinturón?

Pero el hombre le respondió:

-Aunque sintiera yo en la palma de la mano el peso de mil siclos


de plata, no alzaría mi mano contra el hijo del rey, pues ante nuestros
oídos os ordenó el rey a ti, a Abisay y a Itay que cuidarais la vida del
joven Absalón. Si yo hubiera cometido tal crimen, hubiera expuesto mi
vida, pues al rey nada se le oculta.
106
Sal 20.

130
Entonces Joab le rechazó, diciendo:

-No me voy a quedar contemplando tu cara.

Y tomando tres dardos, los clavó en el corazón de Absalón, que


estaba todavía vivo en el ramaje de la encina. Luego se acercaron diez
escuderos de Joab y lo remataron. Agarraron a Absalón y lo echaron en
un gran hoyo del bosque, echando sobre él un montón de piedras. Todo
Israel huyó, cada uno a su tienda.

Ajimás, hijo del sacerdote Sadoc, dijo:

-Voy corriendo a llevarle al rey la buena noticia de que el Señor


lo ha librado de sus enemigos.

Pero Joab le dijo:

-No serás tú quien lleve la buena noticia, porque ha muerto el


hijo del rey. Otro día le llevarás buenas noticias.

Y Joab ordenó a un etíope:

-Vete a comunicar al rey lo que has visto.

Pero Ajimás salió corriendo detrás de él y lo adelantó. David, con


el corazón en vilo, estaba entre las dos puertas. Cuando Ajimás llegó
ante él, dijo:

-Paz. Bendito sea Yahveh, tu Dios, que te ha entregado los que


habían alzado la mano contra mi señor el rey.

Como quien no ha escuchado, el rey preguntó:

-¿Está bien el joven Absalón?


Ajimás respondió:

-Yo vi un gran tumulto cuando tu siervo Joab me envió, pero no


sé lo que era.

Mientras estaba hablando llegó el etíope y dijo:

-Recibe, oh rey, la buena noticia, pues hoy te ha librado Yahveh


de la mano de todos los que se alzaban contra ti.

Preguntó el rey:

-¿Está bien el joven Absalón?

Respondió:

-Acaben como ese joven todos los enemigos de mi señor el rey y


todos los que se levantan contra ti para hacerte mal.

131
Al oírlo, el rey se estremeció, subió a la estancia que había
encima de la puerta y rompió a llorar, exclamando:

-¡Hijo mío, Absalón, hijo mío Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo


en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!

La victoria se trocó en duelo aquel día, pues el rey, cubriéndose


el rostro, no dejaba de exclamar:

-¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!

Absalón deseaba matar a su padre, pero el padre no quería la


muerte de su hijo. Pero Joab, el duro y frío general, no soportó más el
llanto del rey. Fue a palacio y le dijo:

-Tus soldados, arriesgando su vida, han salvado la tuya y la de


tus hijos, hijas y mujeres y tú les avergüenzas, llorando a los que te
odian y odiando a los que te aman. Me doy cuenta de que, aunque
hubiéramos muerto todos nosotros, con tal de que Absalón hubiera
quedado vivo, estarías contento... Levántate, habla al corazón de tus
soldados, porque te juro por Yahveh que, si no sales, esta noche no
quedará contigo ni un solo hombre.

El rey se levantó y se sentó a la puerta, mientras todo el ejército


desfiló ante él. El rey es, más que el soberano, el símbolo. Ha perdido a
su hijo, en batalla contra él. ¿Qué vale el poder? ¿Dónde está el
triunfo? El sufrimiento se sobrepone sobre todo lo demás. Mientras el
ejército desfila ante él, por su mente desfilan los torrentes de delitos
de su vida, las miserias, pecados, las intrigas, la sangre y la sombra
oscura del general de su ejército, Joab, que tiene ahora en sus manos
las bridas del poder. Para sus adentros, David ora:

A ti, Yahveh, me acojo, no quede yo confundido.


Dios mío, líbrame de la mano del impío,
de las garras del perverso y del violento.
Tú eres mi esperanza desde mi juventud,
en la hora de mi vejez no me rechaces,
no me abandones cuando decae mi vigor.
¡Oh Dios, no te quedes lejos, ven en mi auxilio!
Ahora que me llega la vejez y las canas,
oh Dios, no me abandones, sé mi sostén
y yo te daré gracias con las cuerdas del arpa,
para ti salmodiaré al son de la cítara. 107

Mientras tanto Joab y su ejército cantaban el canto que David les


había enseñado para celebrar otras victorias:

Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey,


¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a colmarlo de bendiciones
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
107
Sal 71.

132
Te pidió vida y le has concedido años sin término.
Tus victorias han engrandecido su fama,
lo has circundado de gloria y esplendor,
lo colmas de alegría en tu presencia.
¡Levántate, Yahveh, con tu poder,
y te cantaremos al son de instrumentos!108

24. SUBIDA DE SALOMON AL TRONO

Como ya está contado, una tarde se hallaba David en la terraza


del palacio contemplando junto al profeta Natán la ciudad que se
extendía a sus pies. El rey dijo a Natán:

-Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el Arca de


Dios habita en medio de una tienda. Quisiera construir para Dios una
bella casa de piedra y de cedro.

Pero aquella misma noche, Dios habló al profeta Natán:

-Vuelve a casa de mi siervo David y dile:

108
Sal 21.

133
-No serás tú quien me edifique una casa, porque has sido un
hombre de guerra. Un hijo tuyo, hombre de paz, será quien edifique mi
Templo.

¿Cuál de sus hijos será su sucesor en el trono y que lleve a


término la construcción del Templo? Absalón está muerto. Por orden de
edad la sucesión corresponde a Adonías. Pero David hace tiempo que
ha elegido a Salomón, el hijo de Betsabé. Hasta se lo ha prometido con
juramento a la madre ante el profeta Natán.

El rey David es ya viejo, de edad avanzada, y no consigue entrar


en calor. Los suyos le tienen que buscar a la sunamita Abisag para que
duerma en su seno y dé calor al rey. Adonías, en cambio, no duerme,
pues ambiciona el trono. Se preparó una carroza, caballos y una
escolta de cincuenta hombres. Buscó además aliarse con Joab, el
aguerrido general del ejército de David, y con el sacerdote Abiatar.
Ambos apoyaron a Adonías. Pero no logró poner de su parte al
sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a los veteranos de David. Con
todos los demás se dirigió a la Piedra de Zojélet, junto a la fuente de
Roguel, a ofrecer un sacrificio. Al banquete invitó a todos sus
hermanos, exceptuando a Salomón.

Tampoco duermen Natán y Betsabé. Entre los dos traman un


plan para frustrar las ambiciones de Adonías. Precedida de un
adormecedor aroma a mirra, Betsabé, aconsejada por el profeta Natán,
penetra en la estancia real. Como una tigresa, que defiende la
primogenitura de su hijo, Betsabé envuelve a David con un torrente de
palabras:

-Señor mío, tu juraste a tu servidora por el Señor, tu Dios: "Tu


hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono". Pero
ahora resulta que Adonías se ha proclamado rey sin que tú, mi señor el
rey, lo sepa. Ha sacrificado toros, terneros cebados y ovejas en
cantidad y ha invitado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y
al general Joab, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, mi
señor el rey, todo Israel está pendiente de ti, esperando que les
anuncies quién va a suceder en el trono al rey, mi señor; porque el rey
va a reunirse con sus padres y mi hijo y yo vamos a aparecer como
usurpadores.

Mientras aún estaba hablando, según lo convenido, llegó el


profeta Natán a reforzar las intrigas de Betsabé. Avisaron al rey:

-Aquí está el profeta Natán.

Natán se presentó al rey, se postró ante él rostro en tierra y dijo:

-Rey, mi señor, ¿es que tú has dicho: "Adonías me sucederá en


el reino y se sentará en mi trono"?

Y remachó todo lo dicho por Betsabé, según tenían ensayado,


añadiendo:

134
-Ahí están banqueteando todos y aclamando: "¡Viva el rey
Adonías!". Si esto se ha hecho por orden de mi señor el rey, ¿por qué
no habías comunicado a tus siervos quién iba a sucederte en el trono?

David, a quien todos desean que marche a reunirse con sus


padres, mientras le narran los mil particulares de la historia de
Adonías, se vuelve hacia su interior y eleva su oración:

Señor, has reducido mis días a un palmo


y mi vida no es nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
sus días pasan como pura sombra.
Por un soplo se afana, atesora
sin saber a quién legar sus bienes.
Ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza, escucha mi oración,
y no seas sordo a mi llanto,
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista. 109

Cuando Natán y Betsabé acabaron de hablar, se hizo silencio en


la estancia y David volvió en sí. Les miró por un momento, mientras
pensaba para sí: "Demasiado bello y ambicioso Adonías, como
Salomón demasiado sabio y sentimental". Pero Betsabé y Natán le
enfrentan con toda la expectación del pueblo. Le fuerzan a que
concluya con la ambigüedad. Piensan que ya es hora de hacer público
lo que ha jurado en secreto. Sí, él no será perjuro ante el Señor. De
nuevo repetirá su juramento:

-Vive Yahveh, que libró mi alma de toda angustia, que como te


juré por Yahveh, Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará
después de mí, y él se sentará sobre mi trono en mi lugar", ¡así lo haré
hoy mismo!

Conseguido lo que deseaba, Betsabé obsequiosa se inclinó


rostro en tierra ante el rey, y dijo:

-¡Viva siempre el rey David, mi señor!

David quiere concluir y convoca inmediatamente al sacerdote


Sadoc, al profeta Natán y a Benayas, hijo de Yehoyadá, y les ordena:

-Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, montad a


mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. Allí el
sacerdote Sadoc y el profeta Natán le ungirán como rey de Israel.
Luego tocaréis el cuerno y que todos griten: ¡Viva el rey Salomón!

Benayas respondió en nombre de todos:

109
Sal 39.

135
-Amén. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey. Como ha
estado Yahveh con mi señor el rey, así esté con Salomón y haga su
trono más grande que el trono de mi señor el rey David.

David, que ya no se deja impresionar por las grandes frases,


añadió:

-Luego subiréis detrás de Salomón, y cuando llegue se sentará


en mi trono y me sucederá en el reino, porque lo nombro jefe de Israel
y Judá.

Al son de flautas, armando tal algazara que la tierra se


estremecía por el estruendo, acompañaron a Salomón y lo sentaron en
el trono de David.

Terminado el alboroto, David llamó a Salomón y le hizo estas


recomendaciones:

-Yo me voy por el camino de todos. Guarda las normas de


Yahveh, tu Dios, caminando por sus sendas, guardando sus preceptos,
como están escritos en la Ley de Moisés, para que tengas éxito en
todas tus empresas, adondequiera que vayas. Así el Señor cumplirá la
promesa que me hizo: "Si tus hijos siguen mi camino, marchando en mi
presencia con fidelidad, amándome con todo su corazón y con toda su
alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel".

Salomón se sentó en el trono de su padre y el reino se afianzó


sólidamente en su mano. Salomón ofreció holocaustos al Señor en
Gabaón y el Señor le dijo:

- Pídeme lo que quieras que te dé.

Salomón dijo:

-Tú has tenido gran amor a tu siervo David, mi padre, porque él


ha caminado con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo.
Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se
siente en su trono un hijo suyo. Ahora Yahveh, mi Dios, tú has
constituido rey a tu siervo en lugar de David, mi padre, pero yo soy un
muchacho pequeño, que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en
medio del pueblo que has elegido, pueblo tan numeroso que no se
puede contar. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para
juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién
será capaz de juzgar a este pueblo tuyo?

Agradó a Dios la oración de Salomón y le dijo:

-Porque has pedido discernimiento, y no larga vida o riquezas o


la muerte de tus enemigos, te concedo un corazón sabio e inteligente
como no lo hubo antes ni lo habrá jamás. Y también te concedo lo que
no has pedido: riquezas y gloria. Si andas por mis caminos, como
anduvo David tu padre, yo prolongaré los días de tu vida.

136
Salomón amaba a Dios, siguiendo el camino de su padre David.
Se sentía hijo de la promesa de Dios a su padre, que él mismo oyó
repetida:
-Por este templo que estás construyendo, yo te cumpliré la
promesa que hice a tu padre David: habitaré entre los israelitas y no
abandonaré a mi pueblo Israel.

Cuando el templo estuvo terminado, Salomón hizo llevar a él las


ofrendas que había preparado su padre: plata, oro y vasos, y los
depositó en el tesoro del templo, bendiciendo al Señor:

-¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Que a mi padre, David,


con la boca se lo prometió y con la mano se lo cumplió.

Y, aunque en su vejez, el corazón de Salomón, arrastrado por


sus mujeres, se desvió del Señor, sin mantenerse fiel al Señor, como el
corazón de David, el Señor mantuvo su palabra, "en consideración a mi
siervo David y a Jerusalén, mi ciudad elegida". El Señor dejará una
tribu a la descendencia de Salomón "para que mi siervo David tenga
siempre una lámpara ante mí en Jerusalén". 110

La memoria de David queda en la historia de Israel como signo


de esperanza eterna, pues a él está ligada la promesa del Señor.
Cuando todo parezca venirse abajo por culpa de los reyes malvados,
Dios perdona "en consideración a mi siervo David". Por amor a David
mantiene su descendencia en Judá, aunque Roboán haya hecho
méritos para perderlo todo. Por amor a David, Dios pasa por alto los
pecados de Abías y Jorán. Por amor a David libra al pueblo de la
invasión del rey Senaquerib. La promesa de Dios es irrevocable. La
lámpara de David sigue encendida ante el Señor en Jerusalén... hasta
que llegue "el que ha de venir".

110
Cfr. 1Re 3,3.6.14;6,12-13;7,51;8,15-26;11,4.6.11-13.31-39;15,3-5;2Re 8,19...

137
25. MUERTE DE DAVID

El rey David era ya viejo y sentía en sus huesos que se acercaba


el día de su muerte. Entonó un salmo de acción de gracias al Señor por
todas las empresas que le había concedido llevar a buen término y por
todo el bien que le había concedido realizar en favor del pueblo. Invocó
también perdón por los muchos pecados que había cometido en su
corta vida y concluyó su oración suplicando al Señor que le
manifestase el momento en que tenía decidido que acabase su vida.

Terminado el canto, David se quedó en ansiosa espera de la


respuesta divina. De improviso, se levantó un impetuoso huracán, que
hacía temblar las paredes de la estancia del rey, pero David sintió
dentro de sí que la respuesta del Señor no estaba en el huracán.

Poco después se oyó un impresionante rumor, como si las olas


del mar se abatieran contra el palacio real. Pero tampoco en la
tormenta estaba la respuesta del Señor.

Se abatió luego desde lo alto un gigantesco incendio, pero


tampoco en el fuego llegaba la respuesta divina. El fuego se extinguió
sin dejar huella.

Se hizo, -tras el huracán, la tormenta y el fuego-, un profundo


silencio, como si se hubiera detenido la creación entera, algo así como
el silencio de ciertas noches estrelladas o de ciertos mediodías de
verano. En medio de este silencio se comenzó a oír una melodía única,
como jamás el fino oído de David había sentido. Esto sí tocó las fibras
del alma de David: ahí estaba el signo que precedía o acompañaba al
Espíritu del Señor. David se inclinó hasta el suelo y repitió su súplica:

-Hazme saber, oh Señor, cuándo será el último día de mi vida.

El rey percibió la voz del Eterno que le susurraba:

-En el consejo celeste se ha establecido no predecir a ningún


mortal el final de sus días.

Pero David, en su piedad confiada, insistió:

-De todos es conocida esta deliberación celestial y además a mí


me parece justa e indispensable para nosotros los hombres. Si nosotros
conociéramos de antemano la hora de nuestra muerte, la vida dejaría
de ser vida. Esto es así. Pero, deja que tu siervo se explique. Tus
profetas nos han revelado que Tú habías destinado mil años de vida a
Adán, pero que luego sólo le dejaste vivir novecientos treinta,
reservando para mí esos setenta años restantes, pues de otro modo yo
no hubiera llegado a ver la luz de este mundo. Ahora, Señor, yo voy a
cumplir ya los setenta años y, por tanto, ya sé que la vida que me has

138
destinado está por concluir... Lo que yo te pido es únicamente que me
reveles el día de la semana en que moriré.

El Señor juzgó que la petición de su siervo David no contravenía


el decreto de su corte celestial y, en medio de aquel silencio solemne,
se oyó el murmullo de su voz:

-Morirás en Sábado.

A David, que pasaba los Sábados salmodiando al Señor, le


horrorizó morir en Sábado y pidió al Santo, bendito sea su nombre, que
cambiara de día:

-Te suplico, Dios grande y poderoso, no me arrebates el alma en


Sábado; aplaza un día mi muerte.

Pero el Señor objetó:

-Ya ha sido establecido que el domingo sea coronado como rey tu


hijo Salomón y su reinado no puede ser acortado ni siquiera de un día,
ni aún para prolongar el tuyo.

Entonces David replicó:

-Muy bien, anticipa entonces mi muerte un día y permite que yo


espire en la vigilia del Sábado.

Le replicó el Señor:

-Jamás, de ningún modo me privaré de un día de tu reinado. Un


solo día de tus estudios de mi palabra y de tu salmodia para mí vale
más que los miles de holocaustos que inmolará Salomón sobre el altar
en mi honor.

Al apagarse el eco de estas palabras, acabó el silencio absoluto


que había reinado desde el momento en que se había hecho presente
el Espíritu del Señor. Los acostumbrados rumores de la corte volvieron
a atravesar los ventanales de la estancia del rey. David comprendió
que la Šhekinah divina se había marchado a su Sede celestial y que
quedaba decidido irrevocablemente que su muerte ocurriría en
Sábado.

Desde aquel día, con más intensidad que en el pasado, David se


dedicó durante todos los Sábados al estudio de la Torá y a salmodiar
las alabanzas del Señor.

Cuando llegó el día decretado de su muerte, el ángel del Señor


se presentó ante el rey para recoger su alma. El ángel encontró al rey
celebrando las alabanzas del Señor con su salmo:

Los cielos son la sede de Dios,


pero la tierra El se la ha dado al hombre.
Quien duerme el sueño de la muerte
no podrá cantar al Eterno.

139
Pero aquí nosotros lo celebramos
hasta el fin de nuestros días. Aleluya.

El ángel se quedó absorto escuchando el canto que brotaba de


los labios de David y no se atrevió a interrumpirlo. Esperó a que
terminara su melodía para arrebatarle el alma. Pero el rey continuaba
salmodiando, versículo tras versículo, sin interrumpirse, cada momento
más enfervorizado. ¿Cuándo se le agotará la inspiración?

El ángel comenzó a impacientarse viendo cómo transcurría el


tiempo y el día se acercaba a su fin. La orden del Señor había sido bien
precisa: en el transcurso de la jornada debía llevar a su presencia el
alma del rey.

El ángel rozó a David con su ala (como hacía siempre para


apoderarse del alma del hombre), pero con sorpresa comprobó que
David seguía vivo y sin dejar de cantar. Parecía que la melodía del
salmo le protegiera como una muralla inexpugnable.

Desconcertado, el ángel atravesó las salas del palacio, corriendo


de un sitio para otro, derribando muebles y haciendo ruidos por todas
partes. Descendió al jardín y, justo bajo la ventana de la estancia real,
se puso a correr de un lado a otro destrozando plantas y todo lo que
encontraba para distraer la atención del rey. David seguía ensimismado
en su salmodia. Pero, finalmente, logró que sus rumores llegaran al
oído del rey, que no comprendía el motivo de los ruidos semejantes a
una tormenta, aunque se tratara de un día cálido y tranquilo de
verano.

Sin interrumpir su canto, David se levantó y se dirigió hacia el


jardín a ver qué es lo que estaba sucediendo. Y mientras bajaba las
escaleras David tropezó y, por un instante, interrumpió su melodía. Al
ángel le bastó aquel segundo para tocar a David con su ala y
arrebatarle el alma, llevándosela en un abrir y cerrar de ojos al cielo,
dejando su cuerpo inerte por tierra.

El cadáver del rey no podía moverse, por ser Sábado. Esto era
algo doloroso para todos los que estaban en palacio con él, pues al
estar tendido por tierra estaba expuesto a los rayos del sol. Por ello,
Salomón convocó a las águilas para que custodiaran el cuerpo del rey,
protegiéndolo con la sombra de sus alas desplegadas.

Desde los días de la creación el mundo venidero está


aguardando a los justos, con el lugar de cada uno ya preparado, según
dijo Yahveh a Moisés: "Ve ahí un lugar junto a mí; tú te colocarás
encima de la roca". 111 Bajo el trono de la gloria atesora el Santo,
bendito sea, las almas de los justos. Allí recibió a David, según se dice:
"El alma de mi señor será encerrada en la bolsa de la vida, al lado de
Yahveh tu Dios".112

111
Ex 33,21.
112
1Sam 25,29.

140
Pero el espíritu de los salmos de David no fue arrebatado por el
ángel de la muerte. Sigue vivo entre nosotros hasta el fin de los
tiempos. Es el espíritu mismo de David que no ha muerto, de este rey
de Israel que continúa vivo en medio del pueblo de Dios.

26. EL ARPA DE DAVID

David recibe diversos nombres en la Escritura. Unos lo califican


como guerrero, otros como estudioso de la Torá y otros como salmista.
Su amor a la Escritura era mayor que su apego al reino. Y con su celo
por la Escritura iba unida su devoción y piedad, que se traducía en
cantos. Al comienzo hasta le desagradaba tener que cuidar de su
cuerpo, perdiendo tiempo para el estudio y para la salmodia. Luego
entendió que también con el cuidado del cuerpo daba gloria a Dios,
pues en el cuerpo llevaba grabado el signo de la alianza. Los sabios,
bendita su memoria, recordarán a David como salmista de Israel,
según sus últimas palabras:

Oráculo de David, hijo de Jesé,


oráculo del hombre enaltecido,
el ungido del Dios de Jacob,
el suave salmista de Israel.
El espíritu de Yahveh habla por mí,
su palabra está en mi lengua. 113

Los sabios nos han dado también el significado de las cuerdas de


las arpas de David. El arpa de seis cuerdas simboliza la perfección del
cubo con sus seis lados y sus tres dimensiones. Con ella David
acompañaba los salmos dedicados a cantar la perfección de la
creación, que el Santo, bendito sea, llevó a cabo en seis días. El arpa
de siete cuerdas era para el Sabath, el santo día séptimo, que corona
toda la creación, llevándola a dar gloria al Creador. El arpa de ocho
cuerdas, en cambio, la reservaba para anunciar la llegada del Mesías,
que redimiría totalmente a Israel de todas las aflicciones y pecados de
este mundo. Y para el mundo futuro estaba el arpa de diez cuerdas.
David anhelaba llegar a él para poder tocarla en la asamblea celeste.

Para ser cantor eterno de la gloria del Señor estaba destinado


David desde el principio de la creación. Dios mostró a Adán todas las
generaciones futuras.114 Adán vio entonces que a David sólo le habían
sido asignadas tres horas de vida en este mundo. Dijo entonces Adán:
113
2Sam 23,1ss.

141
-Soberano del universo yo ofrezco a David setenta de mis años
para que él los viva cantando ante ti.

Dios accedió a la petición de Adán, que respondía a su plan


sobre la creación del hombre. De todas las maravillas que Dios había
creado, la más grande es el hombre. El hombre fue creado como un
microcosmos, un mundo en miniatura, compuesto de todos los
elementos que se hallaban en la creación entera. En el corazón del
hombre resuena el eco potente del león junto con el suave balido del
cordero. Una fuerte y dura veta de hierro recorre el ser del hombre
entretejida con una hebra de ligero y flexible junco... Todos los
elementos de los animales, vegetales y minerales se hallan en el
hombre, dotado además de entendimiento y de santo espíritu,
sustancia celeste. ¿Para qué había dotado al hombre el Creador de
todos estos elementos? Toda la creación es un coro sonoro de cantos
festivos. Todas las criaturas, desde el espléndido sol hasta la frágil
hormiga, desde el dulce trino de las aves hasta el croar de las ranas,
todas cantan uno u otro versículo de los salmos de alabanza al
Creador:
-David dará voz a toda mi creación, uniendo sus voces al son del
arpa.

Y es que, según nos cuentan los sabios, Dios había colocado a


Adán como director del coro del universo. Para ello le había dotado de
soberanía y dotes musicales. Dios puso todos los seres bajo el dominio
de Adán para que lograra la armonía de todos ellos en la sublime
sinfonía de la alabanza del Creador. Primero Dios creó a las criaturas y,
finalmente, en la víspera del Sábado creó a Adán. Pero Adán, en vez de
ensayar el canto de la creación para recibir al Sábado, pecó y arrastró
con él fuera del paraíso a todos los seres; en lugar de la armonía, todo
fue un caos.

Afirmar que Adán, antes del pecado, moraba en el paraíso es


poco. En realidad el paraíso estaba dentro de él. Había sido bendecido
con la alegría interior, con la paz, la armonía, sin ninguna inclinación al
mal. La incitación al mal le llegó desde fuera, a través de la serpiente,
la más astuta de los seres del campo. Adán escuchaba la voz de Dios
con el oído, el único sentido que no engaña. Pero la serpiente
tergiversó la palabra con la visión de los ojos; hizo "ver que el fruto del
árbol era bueno para comer y apetecible a los ojos". 115

Después de la caída Adán cambió profundamente, al introducir


dentro de sí al enemigo, como parte integrante de su ser. Perdió la
armonía interior. Su vida se transformó en una lucha continua entre el
bien y el mal, entre la verdad y la mentira. La duda y la sospecha ante
todo amargó sus días. Ante esta situación, Adán, expulsado del
paraíso, dedicó el resto de sus días al arrepentimiento. En sus
meditaciones, recorría las páginas de la historia, buscando una
persona que pudiera devolver la creación a su perfección original. Así
es como vio a su descendiente David, el cantor de Israel. Viendo que

114
Gén 5,1.
115
Gén 3,6.

142
sólo le correspondían tres horas de vida, le cedió setenta años de su
vida, para que David organizara el coro de la creación.

En el Sinaí, Dios concedió a Israel la oportunidad de recobrar la


visión que Adán había perdido: "Todo el pueblo vio los sonidos". 116 El
pueblo ve lo que oye y oye lo que ve. La Palabra de Dios en el Sinaí era
para los oídos de Israel más palpable, más real que los signos que
percibían sus ojos. Israel vio la verdad y eternidad de la Palabra de
Dios. Dos veces al día, el israelita fiel espera mantener este mensaje.
Se cubre los ojos y declara solemnemente: "Escucha, Israel, Yahveh es
nuestro Dios, Yahveh es uno", que es como decir: Cubre tus ojos; no
prestes atención a las apariencias, a lo que aparece ante tus ojos. Vive
conforme a lo que tus oídos oyen del Dios viviente.

Por un momento, en el Sinaí, Israel recobró el estado original de


Adán antes del pecado. Pero, desgraciadamente, esta situación duró
poco. Cuarenta días después de la Teofanía, los israelitas se dejaron
engañar por los ojos, que imaginaron ver lo que en realidad no veían.
En medio de las tinieblas y confusión creadas por Satán, el enemigo
del hombre, los israelitas fueron engañados, lo mismo que Adán. Satán
les dice: Seguramente Moisés ha muerto. El resultado de la decepción
del pueblo fue el Becerro de oro y el abandono de Dios.

Muchos años después apareció Samuel. Era entonces rara la


palabra de Dios. Más aún, cuando alguien iba a consultar a Dios, decía:
"vayamos al Vidente". En vez de profeta -el que habla- se llamaba
vidente. Samuel mismo acepta para sí este título: "yo soy el
vidente".117 Los sabios nos dicen que Dios reprochó esto a Samuel:
¿Qué es lo que veía para llamarse vidente? ¿No era acaso Yahveh
quien le veía a él? El veía lo que Dios le decía. En la unción de David,
Dios le hizo conocer que las apariencias -lo que aparece ante los ojos-
engañan. La fuente de su visión no eran los ojos, sino sus oídos. 118

Así hasta David, cuya vida era don de Dios, ante la petición de
Adán. Nadie apreciaba a David, el pastor, que "era rubio, de bellos
ojos". Cuando Samuel -¡el Vidente!- vio a David ante sí se alarmó:
"Este tipo rojo es una copia del malvado asesino Esaú". Pero el Santo,
bendito sea, cortó sus pensamientos: "¡No! Este es diferente, porque
tiene bellos ojos. Los ojos de Esaú arrastraban sus pies a satisfacer
sus bajos deseos; los bellos ojos de David le llevarán a cantar las
alabanzas del Creador con el coro de toda la creación. Toda su pasión
la empleará en dar gloria al Señor: ¡Ungelo!” 119

Pero los sabios no olvidan que también los ojos de David fueron
puestos a prueba. En la somnolencia de la tarde, sus ojos se hallaron
ante un signo que les arrastra desde la pureza del cielo hasta los
deseos de la tierra: desde la terraza del palacio vio a una mujer
excepcionalmente hermosa. 120 En ese momento en que los ojos de
David caen sobre Betsabé se distraen y dejan de mirar a Dios: "apartó
116
Ex 20,18
117
1Sam 9,9.19.
118
1Sam 16,6-7.
119
1Sam 16,12.

143
los ojos de Dios", "hizo lo que está mal a los ojos de Dios". La rojez de
David destruyó la belleza de sus ojos. La pasión oscureció su mirada.
David que había dicho tantas veces: "tu amor está ante mis ojos" 121,
"sin cesar tengo a Yahveh ante mí", después del pecado se lamenta:
"mi pecado está sin cesar ante mí".122

Para corregir su error David se refugió en el segundo don


heredado de Adán: "el don del canto": "Sean gratas las palabras de mi
boca y el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Yahveh, roca mía,
mi Redentor".123 Con el canto recobra la armonía interior. Cantor de la
creación con todos los seres, recogiendo el son de todas las criaturas.
La rana canta; el sol canta, las aves cantan... Cuando David les junta
en la aclamación agradecida de la obra de Dios, el ramaje del pecado
es podado, se seca y se desintegra.

David es el primero en convertirse, abriendo el camino de la


conversión a los penitentes futuros. Antes de David se arrepintieron
muchos pecadores. Muchos confesaron sus pecados. Sin embargo, en
el momento en que fueron acusados de pecado, su primera reacción
fue la de buscar una justificación. David es distinto; nunca dudó en
reconocer su pecado y aceptar sus consecuencias. No así Saúl, por lo
que fue rechazado; lo mismo Adán, por lo que fue expulsado del
paraíso. David confiesa: "he pecado".

David será, por ello, recordado siempre como el verdadero


creyente, dedicado al estudio de la Torá y al canto de las alabanzas del
Señor. "Hasta la medianoche se dedicaba a escrutar las palabras de la
Torá; y después al canto y la alabanza". Más aún, se dice que colgaba
el arpa sobre su lecho y, cuando se acercaba la medianoche, el viento
del norte soplaba sobre ella, y ella, por si sola, sonaba hasta despertar
a David, que se alzaba para entregarse a la oración hasta que
aparecían las primeras luces del alba.

El arpa era inseparable de David. Nunca pudo desprenderse de


ella. Le acompañó en su vida de pastor, en sus muchas huidas, en las
batallas y también en su vida real en el palacio de Jerusalén. Se sabe
que las cuerdas del arpa estaban hechas de las tripas del carnero
sacrificado por Abraham en el monte Moria. David nunca hubiera
compuesto los salmos sin la ayuda de la música de su amada arpa. El
Espíritu descendía sobre él sólo cuando entraba en éxtasis al son de la
música. Entonces le llegaba la inspiración del Señor, que le llevaba a
cantar la salvación de Israel y la esperanza mesiánica.

Jamás existió en el mundo persona alguna que tocase el arpa


como David. Ya de muchacho, cuando se requirió su servicio para
calmar el espíritu maligno que llevaba al borde de la locura al rey Saúl,
David mostró una habilidad excepcional. Como es de todos sabido,
Saúl se sentía perseguido por fantasmas que le hacían delirar. Allí
donde el rey ponía su mirada estática se encontraba con las más
120
2Sam 11,2.
121
Sal 26,3.
122
Sal 51,5.
123
Sal 19,15.

144
extrañas visiones que le perseguían y de las que no lograba liberarse.
Y si hasta de su misma sombra sentía terror, se puede comprender que
viese en los demás traidores que buscaban matarlo.

Sólo las melodías suaves del arpa de David eran capaces de


calmar el espíritu del rey, liberándolo de las terribles visiones que
engendraba su enferma fantasía. Al son de la cítara los fantasmas del
rey se cambiaban en visiones serenas de la creación. La imaginación
del rey se iba poblando de imágenes tranquilas de campos amarillos,
ricos de mieses ondulantes; otras veces, se trataba de montes
encendidos con el sol del ocaso... Con estas imágenes el rey se
calmaba y volvía a su vida normal.

Pero también, más tarde, cuando, pasados los años, David subió
al trono y sus victorias le cubrieron de gloria, el arpa era el
instrumento amado con el que David se recreaba, retirándose a la
escondida estancia de su magnífico palacio, que se había mandado
construir para él solo. Era una estancia revestida de cedro del Líbano,
donde David, a solas, acompañaba con su arpa los cantos de acción de
gracias al Creador.

Incontables eran los motivos que hallaba David para agradecer


al Señor y cantarle sin descanso. Al son del arpa David desahogaba
igualmente su corazón de las tristezas y angustias que tampoco
faltaron en la vida del rey. Al arpa le arrancaba los lamentos de su
corazón contrito y arrepentido de sus pecados, que también fueron
muchos. ¡Cómo lloró el que el Santo, bendito sea, no le considerase
digno de construir el Templo de Jerusalén por haber derramado tanta
sangre con su espada!

Cantos de alegría o gritos de guerra, cantos de victoria, de


alborozo por los ricos botines, lamentos por las desgracias familiares,
por sus pecados, o por el sufrimiento del pueblo, súplicas para mover
al Señor, o simples alabanzas al Señor por su misma bondad... todo
cabía en el arpa de David, todo era acompañado por sus notas. Del
arpa emanaban los delicados acordes que imitaban el susurro del roce
de las mieses mecidas por el viento o el ligero murmullo de las ramas
ondeantes de los árboles o el gorjeo de las aves o el correr de las
aguas en los regatos del prado... Reproduciendo los sonidos de la
creación con el arpa, David ponía alma y corazón en los seres
inanimados para con ellos alabar al Creador. Con su arpa alegró el
rosado color de los montes de Moab y el valle alegre del Jordán. Desde
su terraza cuántas veces David unió a su canto el himno de las colinas
de Belén, su pueblo natal, con la tumba de Raquel, madre de todo
Israel, en el camino, que le llevaba a David a los montes de Judea con
sus viñedos y campos de trigo... ¿Cómo no celebrar el milagro diario
de la creación despertada de la noche...?

En la noche, mientras dormía, David colgaba el arpa junto a su


lecho y, de este modo, cuando la brisa se colaba por la ventana
abierta, recorriendo las cuerdas con su toque suave, una melodía
misteriosa acompañaba el sueño del rey. David se despertaba con esos
acentos divinos en los oídos del corazón, subía a la terraza y, desde
ella, contemplaba la Ciudad Santa, Jerusalén, que él mismo había

145
construido como canto en piedra levantado al Señor. David la recorría
con mirada agradecida y gozosa. Los montes la ceñían como corona
espléndida. El rey no dudaba que el espíritu del Señor la protegía. Y, al
solo pensarlo, el cantor que llevaba dentro entonaba las laudes,
mientras las manos buscaban solas las cuerdas del arpa para
acompañar los salmos que hoy nosotros seguimos entonando cada
mañana.

¿Quién puede extrañarse que al son del arpa el aire se llenase


de aromas y las flores del campo abrieran sus corolas como oídos para
escuchar el canto de David? Los pájaros se removían en sus nidos y se
unían a la sinfonía de voces que cada alba se elevaba al Señor del
cielo y de la tierra. Los montes despertaban a los cipreses,
sacudiéndolos de su sueño pesado, y las estrellas mismas corrían a
presentarse ante el Señor para alumbrar el himno de alabanza de los
ángeles del cielo.

Esta sinfonía de salmos duró lo que la vida de David y, a través


de los salmos, sigue viva resonando en todos los ángulos de la tierra.
David rogó a Dios que concediera al canto de los salmos el mismo
mérito que al estudio de la Escritura, para que sus labios se movieran
suavemente en la tumba mientras los piadosos, en medio de sus
ocupaciones, susurran los salmos. Los sabios, bendita sea su memoria,
nos cuentan que en la gruta en que fue sepultado el cuerpo de David,
se depositaron también su espada y su arpa, símbolos de la vida del
rey. Y se dice, de oído a oído, que en la larga noche en espera de la
resurrección, el arpa sigue sonando por sí misma los acordes de los
salmos, mientras un viento invisible y misterioso va pasando sin cesar
las páginas del Cantar de los Cantares. Salmos y Cantar de los
Cantares son el corazón de Dios en el hombre, música celeste que
alegra al coro de la corte celestial, por ello no se extinguen jamás.

Así el Rey Salmista se perpetúa en su ciudad, y en las cercanías


de la Torre de su nombre se oye, cuentan los sabios, bendito sea su
oído, la melodía del arpa colgada junto a su lecho. ¡Dichosos los oídos
que logran oír su eco, preludio del canto eterno del coro celeste.
Dichoso Jesús Ben Sirá, que percibió el sonido del arpa de David y así
cantó:

Como la grasa del sacrificio de comunión,


así es David entre los hijos de Israel.
Jugaba con leones como con cabritos
y con osos como con corderillos.
¿No mató de joven al gigante,
quitando la afrenta del pueblo,
cuando su mano blandió la honda
y abatió la arrogancia de Goliat?
Invocó al Dios Altísimo, que dio fuerza a su diestra
para aniquilar al potente guerrero
y realzar el honor de su pueblo.
Por eso le cantaban las muchachas,
dándole gloria por diez mil,
alabándole con las bendiciones del Señor,
ofreciéndole la diadema de gloria.

146
Pues él aplastó a los enemigos vecinos,
derrotó a los filisteos, sus adversarios,
quebrantando para siempre su poder.
En todas sus empresas elevó acción de gracias,
alabando la gloria del Dios Altísimo.
Con todo su corazón amó a su Creador,
entonando salmos en cada momento.
Instituyó salmistas ante el altar
y con su música dio dulzura a los cantos.
Dio a las fiestas esplendor y solemnidad;
cuando alababa el Santo Nombre del Señor,
el Santuario resonaba desde la aurora.
El Señor perdonó sus pecados y le dio gloria,
otorgándole el poder real para honor de Israel. 124

Al "cantor de los cánticos de Israel", los levitas atribuyen


numerosos salmos, así como la organización del culto y de sus
cantos.125 Y el profeta Amós le atribuirá la invención de los
instrumentos musicales.126

Las tres letras hebreas del nombre de Adán representan las


iniciales de tres hombres: Adán, David y Mesías. Lo que Adán
comenzó, David lo continuó y el Mesías lo lleva a plenitud. En sus días,
Israel alcanzará la claridad de visión perdida por Adán y que David no
restableció al fallar en la prueba. La visión del Mesías no será
enturbiada por ninguna distracción colocada ante sus ojos. Los que
sigan al Mesías verán con sus oídos, se dejarán guiar por la palabra
que sale de la boca de Dios: "Se revelará la gloria de Yahveh y toda
criatura a una la verá, pues la boca de Yahveh ha hablado". 127 El canto
de los salmos de David es un ensayo para la perfecta sinfonía de
mañana, cuando llegue el Mesías.

27. DAVID EN EL PARAISO

La muerte de David no significó el fin de su gloria. En el reino


celeste, David está, como había estado en la tierra, entre los primeros.
La corona de su cabeza deslumbra a todas las demás y cada vez que
se mueve, para presentarse ante Dios, soles, estrellas, ángeles y
demás seres celestes le hacen séquito. En el salón celestial se erige en

124
Eclo 47,2-11.
125
2Sam 23,1;2Cro 23-25.
126
Am 6,5.
127
Is 40,5.

147
estas ocasiones un trono de fuego para él enfrente del trono de Dios.
Sentado en este trono y rodeado por los reyes de su dinastía, él entona
sus salmos al Altísimo. Al final siempre proclama el verso:

El Señor reina por siempre y para siempre.

Y los ángeles le replican:

Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos.

Entonces los santos todos del cielo se unen a la alabanza:

El Señor reinará sobre todos


y en aquel día el Señor será uno
y su Nombre uno.

Pero la mayor distinción concedida a David en el paraíso es la de


pronunciar la bendición en el banquete celestial. Sentados en tronos
están los patriarcas, los reyes y profetas de Israel. Y David enfrente del
trono de Dios. Al final del banquete, Dios pasa la copa de vino a
Abraham y le invita:

-Pronuncia la bendición sobre el vino tú, que eres el padre de los


piadosos del mundo.

Pero Abraham declina la invitación, diciendo:

-No soy digno de pronunciar la bendición, porque también soy el


padre de los ismaelitas, que provocan la cólera divina.

Dios entonces se vuelve hacia Isaac y le dice:

-Di tu la bendición, ya que fuiste atado y ofrecido como un


sacrificio.

Pero replica:

-No soy digno, porque los hijos de mi hijo Esaú destruyeron el


templo.

Entonces Dios se lo pide a Jacob:

-Pronuncia la bendición tú cuyos hijos son intachables.

Jacob también declina la invitación, alegando que se casó con


dos hermanas simultáneamente, cosa que más tarde será
estrictamente prohibida por la Torá. Entonces Dios se vuelve hacia
Moisés y le dice:

-Di la bendición tú, que recibiste la Torá y cumpliste sus


preceptos.
Pero Moisés recordará al Señor:

148
-Recuerda que no fui digno de entrar en la tierra prometida, no
me corresponde a mí la bendición.

Entonces Dios se dirige a Josué, que mereció introducir al pueblo


en la Tierra Santa. Pero él también rehusará pronunciar la bendición
porque no mereció tener hijos. Y finalmente, Dios se vuelve hacia
David y le dice:

-Alza la copa y pronuncia la bendición, tú el más dulce cantor y


rey de Israel.

Y David responde:

-¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la


copa de la salvación, invocando su nombre. 128 Yo te daré gracias con
las cuerdas del arpa, Dios mío, para ti salmodiaré al son de la cítara,
oh Santo de Israel.129

Y, alzando la copa, entona la bendición:

¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel,


el único que hace maravillas!
Bendito sea su nombre glorioso,
que toda la tierra se llene de su gloria. 130

Y todos los ángeles y santos a coro responden:

-Amén, Amén.

128
Sal 116,12.
129
Sal 71,22.
130
Sal 72,11ss. Ultimo salmo de David.

149
28. LA ESPADA DE DAVID

¿Se puede decir que David haya muerto? En la ignorada gruta


en que fue sepultado, el rey de Israel duerme su sueño, tumbado en un
lecho de oro, engastado en perlas preciosas. Sobre el lecho se yergue
un baldaquín azul bordeado de una franja plateada. ¡Que duerma,
pues, el rey! Junto a él todo está a punto para su despertar. La estancia
está alumbrada por una lámpara de luz perenne. Sobre la cabecera del
lecho está colgada la espada de sus victorias, la espada con que cortó
la cabeza al gigante Goliat; y al lado de la espada está el famoso
escudo de seis puntas. El arpa cuelga sobre una de las paredes y allí, a
medianoche, sus cuerdas suenan al soplo del viento, emitiendo un leve
sonido de llanto.

Sobre una mesa de oro está apoyado el libro de los salmos y una
jofaina para las abluciones purificadoras de después del largo sueño.

El rey duerme y espera. A quien vaya a despertarlo, el rey le


entregará su espada, con la que los hijos dispersos de Israel serán
redimidos. ¿Qué importa si el rey lleva milenios durmiendo?

En épocas pasadas son muchos los jóvenes que, para acelerar la


redención, ya han intentado alcanzar la gruta y tomar la espada de
David. Cada generación ha tenido sus héroes que, dejando familia y
patria, se han puesto en marcha en búsqueda de la histórica gruta. En
su mayor parte, exhaustos por la gran fatiga y desanimados por el
fracaso de sus exploraciones, han retornado sobre sus pasos. Pero
algunos, pocos ciertamente, no se han dado por vencidos y, animados
por su fe invencible, han seguido adelante. Pero las dificultades
encontradas han sido tantas que también estos han terminado por
sucumbir ante las fieras o víctimas de quién sabe qué otro desastre.
Pero todas estas duras pruebas y fracasos no han conseguido anular la
esperanza; en las sucesivas generaciones otros jóvenes, sin amilanarse
por los graves peligros que corrían, se han arriesgado en la misma
empresa con igual entusiasmo que sus antepasados.

Así sucedió que dos valientes jóvenes lograron descubrir la


famosa gruta y, llenos de emoción, penetraron en su interior. Pero, al
entrar, ante tanto esplendor -oro, plata, piedras preciosas y telas
magníficas- y al oír la misteriosa melodía del arpa quedaron
deslumbrados y no se dieron cuenta que el rey, despertado, les ofrecía
la espada. David quedó decepcionado y, emitiendo un suspiro de dolor,
retiró la mano con la espada.

Cuando los dos jóvenes volvieron en sí, se hallaban en una zona


desértica desconocida, de la que no sabían cómo salir. Apenas se
dieron cuenta que habían desperdiciado una ocasión excepcional y
decisiva para la redención del pueblo, la angustia les aprisionó el
corazón hasta dejarles sin fuerza para atravesar el desierto. Allí
sucumbieron.

150
Pero tampoco la noticia de este trágico suceso bastó para
desanimar a otros jóvenes de futuras generaciones, que mantuvieron
la esperanza de llegar a la gruta y recibir la espada de la redención.

Dos discípulos de un famoso rabino se pusieron de acuerdo para


ir en busca de la tumba del rey David, para recibir de él la espada.
Decidieron no llevar consigo más que su fe y esperanza en la salvación
del pueblo. Con estas armas alimentaron el amor entre ellos dos y el
amor a los hijos de Israel dispersos por la faz de la tierra. Este espíritu,
que iluminaba sus rostros, les guiaba en su camino y en su búsqueda.

Los dos intrépidos jóvenes estaban dispuestos a enfrentar los


riesgos que fueran con tal de apresurar la redención de sus hermanos,
que en la diáspora llevaban una vida insoportable. La noticia se
difundió rápidamente, impresionando a la comunidad de Israel.

La personas de más autoridad y prestigio se apresuraron a


visitar a los dos jóvenes para inducirlos a renunciar a su empresa, que
consideraban temeraria, pues, como sus predecesores, sucumbirían.
Otros, en cambio, decepcionados y sin espíritu, reaccionaron
simplemente con burlas, tratando de desequilibrados a los dos jóvenes.

Pero ellos supieron resistir a las presiones de unos y otros. Se


pusieron en camino, sostenidos por el amor a los prudentes y a los
decepcionados, que con sus actitudes les mostraban la necesidad de
redención.

Meses, años enteros vagaron día y noche en busca de la gruta,


sosteniéndose el uno al otro con solicitud. En una ocasión, mientras
caminaban, se toparon con una roca alta y escabrosa que les cerraba
el paso. No encontrando otra vía para seguir adelante, se decidieron a
excavarla hasta atravesarla. En otra ocasión fue lo contrario, se
encontraron con un precipicio, cuya sima era imposible alcanzar, ¿qué
hacer? Rellenaron con piedras el abismo, hasta hacer un camino
transitable.

A estas dificultades hay que añadir los peligros de las fieras


salvajes en nada condescendientes con la sublime misión de los dos
jóvenes. Lo único que querían era devorarlos y engullir sus carnes. Pero
nada lograba desanimarles. Aunque es natural que, con tantas
peripecias, pasaran sus malos momentos, acosados por el hambre y la
sed, por el cansancio y por no ver el éxito de su propósito. Sólo el
anhelo de la misión les sostenía.

Con el canto de los salmos se reavivaba en ellos la esperanza.


Los salmos les alentaban y les iluminaban los signos precursores que
de vez en cuando les salían al paso. Así, por ejemplo, les sucedió en
aquella ocasión en que, en el desierto, sentados a la sombra de una
palmera solitaria, descubrieron sobre una de sus ramas una paloma
que, con aire fatigado, emitía extraños lamentos.

Este lamento de la paloma les trajo a la memoria que los


antiguos Maestros habían paragonado a Israel con la paloma. Entonces
se dirigieron a ella, preguntándole:

151
Querida, pura paloma,
desvélanos el lugar de la gruta de David.

La paloma sacudió sus alas y, con voz humana, les respondió:

Ha venido un águila y ha hecho un desastre;


mis pequeños han caído presos del águila
que, después de destruir mi nido,
me ha dejado sola...
Id y preguntad al río, él responderá a vuestra pregunta.
Sin añadir otra palabra, la paloma levantó vuelo y desapareció.
Los dos jóvenes intuyeron que la paloma no era sino el espíritu de Sión,
doliente porque Roma -simbolizada en el águila- había incendiado el
Templo y, huérfana de tantos hijos, había sido mandada al exilio.

Quizás, con su aparición, la paloma quería anunciarles que el día


de la redención estaba cerca. Reanimada su esperanza con esta señal,
los dos jóvenes reemprendieron el camino, yendo hacia el río como les
había sido dicho.

Se llegaron al río y, al ir a refrescarse en él y beber de sus


aguas, se dieron cuenta, con enorme sorpresa, que el río no llevaba
agua, sino sangre. Desde la corriente se elevaba el llanto de los niños
de Israel, víctimas de la masacre:

Un águila ha venido y ha hecho un desastre,


en estas límpidas aguas ha lavado sus armas.
Avanzad hacia la cumbre del monte,
allí encontraréis una vía recta.

Los dos jóvenes se sintieron reconfortados. Ya conocían el


camino que debían seguir. A pasos rápidos se apresuraron hacia la
cima del monte. Acezando alcanzaron la cima y se encontraron con un
anciano de gran barba blanca y ojos luminosos. En él vieron un
Mensajero de la redención que ellos anhelaban. Lo saludaron con
profundo respeto y él les devolvió el saludo, dándoles la bienvenida.
Con un beso en la frente les acogió como una madre acoge al hijo que
retorna después de una larga ausencia.

Allí, entre la hierba, descubrieron una losa de piedra. El anciano,


con un gesto, les dijo que la removieran. Como no se decidían, el
anciano repitió el gesto una segunda vez y una tercera y, de pronto, la
piedra se removió, dejando ver la apertura de una gruta. De su interior
salió un delicioso aroma. El viejo les instó:

-Entrad, aquí es donde el rey duerme su sueño. Su espada


redentora os espera; tomadla y os ayudará en vuestra excelente
misión. Iréis de victoria en victoria y los enemigos caerán uno detrás
de otro. Pero no os deis tregua hasta que la tierra de Israel haya sido
enteramente reconquistada, según la promesa de Dios a vuestros
Padres... Si os detenéis antes de haber concluido vuestra misión, la
espada se os escapará de las manos y volverá a esconderse en la
gruta.

152
Al terminar de hablar, se elevó al cielo en un carro de fuego. Y
los dos jóvenes, con el corazón que les martilleaba el pecho,
penetraron en la gruta lentamente. La gruta era un puro fulgor de oro y
piedras preciosas de los más variados colores, mientras una suave
melodía de arpa llenaba de gozo el aire interior. Perfumes
desconocidos embriagaban los sentidos...

Los dos jóvenes se sintieron sobrecogidos, pero no se detuvieron


ni un instante a gozar del encantador espectáculo, ni para deleitarse
en la música deliciosa del arpa. Sus ojos buscaban la espada y hacia
ella se dirigieron sus pasos decididos. Era la espada de la redención de
Israel. Ya tendrían tiempo después de deleitarse con músicas y
perfumes embriagadores una vez reconstruido el altar del Santuario.

Acercándose al lecho de oro, el rey les tendió sus manos. Ellos


se apresuraron a hacerle la ablución purificadora y, en aquel mismo
instante, tembló la tierra bajo sus pies y una luz fulgurante les
deslumbró. Cayeron medio desvanecidos de rodillas y, cuando se
levantaron, descubrieron que estaban ante los muros de Jerusalén. Uno
de ellos empuñaba la espada de David.

Jóvenes israelitas aparecían por todas partes y se unían a los dos


jóvenes en la lucha contra el enemigo que, incapaz de resistir,
retrocedía en desbandada.

Los dos jóvenes se quedaron extasiados ante la vista de


semejante victoria, olvidando por un momento la advertencia del
anciano. Esta pausa en el combate hizo vana su larga y penosa
empresa. Cuando quisieron reemprender la lucha, se hallaron solos,
perdidos y sin la espada del rey David.

153
29. JESUS, HIJO DE DAVID

David, hijo de Jesé, descendiente de Rut la moabita, nacido en


Belén, de la tribu de Judá, aparece en la Escritura como una figura
mesiánica. Es el padre de una dinastía real, de la que brotará el
Mesías, como cumplimiento de todas las promesas de Dios y de las
esperanzas de los hombres. 131 De las entrañas de David saldrá el
"Ungido" que instaurará el reino definitivo de Dios. El "Hijo de David"
será el salvador del mundo. Todo el Nuevo Testamento no es otra cosa
que el testimonio de ello.132

El éxito de David no llevó a Israel a creer que en él se habían


realizado las promesas de Dios. La profecía de Natán dio un nuevo
impulso a la esperanza mesiánica. La "casa", que Dios edificará,
orienta la mirada de Israel hacia el futuro. En cada aniversario del
traslado del Arca, símbolo de la presencia divina, Israel en sus cantos
fija su mirada en el futuro descendiente de David:

Haré germinar un vástago del tronco de David,


enciendo una lámpara para mi ungido,
pues sobre él brillará mi diadema.133

En tiempos del rey Acaz está amenazada la continuidad de la


dinastía davídica. El rey de Siria, Rasón, y el de Israel, Pécaj, se han
aliado contra el rey de Judá. Quieren destituir a Acaz y poner en el
trono a "el hijo de Tabeel", que no es descendiente de David. La
promesa de la descendencia eterna, hecha a David, corre un grave

131
Cfr Is 11,1-9;Jr 23,5-6;Miq 5,1-3...
132
Desde Mateo: 1,1ss;9,27;20,30.31;21,9..., hasta el Apocalipsis: 5,5;22,16.
133
Sal 131.

154
peligro. En ese momento, Dios envía al profeta Isaías al incrédulo Acaz
a anunciarle:

El mismo Señor, por su cuenta, os dará una señal: He aquí que la


virgen está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre
Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que el niño aprenda a
rechazar lo malo y a escoger lo bueno. Porque antes que sepa el
niño rehusar lo malo y elegir lo bueno quedará abandonada la
tierra de los reyes que te hacen temer".134

Sabedlo, pueblos: seréis destrozados; en guardia: seréis


destrozados; trazad un plan: fracasará; pronunciad amenazas:
no se cumplirán. Porque tenemos a Dios-con-nosotros. 135

Es lo que confirmará, unos treinta años después, el profeta


Miqueas:

Pues tu, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de
Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos
orígenes son de antiguo, desde los días de antaño. Por eso El los
abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a
luz... El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh su Dios. 136

El Emmanuel cambiará la situación. En el pueblo, que vivió por


muchos años caminando en tinieblas y habitando tierra de sombra, en
oscuridad y sin esperanza, se producirá el cambio prodigioso e
inesperado: la irrupción de la luz inundará todo de alegría. Será una
alegría semejante a la que se experimenta cuando llega la siega o se
reparte el botín. Con el nacimiento del Emmanuel terminará la
opresión, pero no a base de la guerra, sino con la implantación de la
paz sin límites:

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;


habitaban tierra de sombras, y una luz brilló sobre ellos.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y su nombre es:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la
paz.
Grande es su señorío y la paz no tendrá fin
sobre el trono de David y sobre su reino.137

Este rey anunciado se presentará en la humildad para implantar


la paz. Aunque no posee ejército y cabalga sobre un asno, su dominio
será muy superior al de David, de mar a mar, desde el Gran Río hasta
el confín de la tierra:

134
Is 7,14-16; Mt 1,23.
135
Is 8,9-10.
136
Miq 5,1-3; Mt 2,6; Jn 7,42.
137
Is 9,1-6; Mt 4,15-16; Lc 1,78-79; Jn 8,12; 1Pe 2,9; 2Cor 4,6.

155
Alégrate, hija de Sión; grita de alegría, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso,
humilde y cabalgando un asno, una cría de borrica.
Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén;
destruirá los arcos de guerra y proclamará la paz a las naciones;
dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. 138

Pero los caminos de Dios, Señor de la historia, no son los


caminos del hombre. Dios se ha situado frente al bosque de Judá, ha
desgajado el ramaje, derribando los troncos corpulentos con su hacha.
Los árboles han ido cayendo uno a uno, sin vida. 139 Pero, de esta
vegetación aparentemente muerta, reverdecerá la vida. Del tronco de
Jesé brotará un vástago impregnado por el Espíritu de Dios:

Saldrá un renuevo del tronco de Jesé,


de su raíz brotará un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.
No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas.
Juzgará a los pobres con justicia,
con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca
y al malvado con el soplo de sus labios.
La justicia será el ceñidor de sus lomos
y la verdad el cinturón de sus flancos.
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un niño pequeño los pastoreará.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño de pecho urgará en la hura del áspid,
meterá la mano en el agujero de la serpiente.
Nadie hará daño en todo mi Monte santo,
porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.140

Se trata de una vuelta a la paz de los orígenes, superando


incluso la situación del Paraíso, pues no habrá que anhelar comer del
árbol de la ciencia del bien y del mal. Una ciencia más profunda llenará
la tierra, el conocimiento de Dios, que colma la tierra como las aguas
colman el mar. Y mientras un juez humano decide por lo que ve y oye,
el Mesías se halla por encima de eso; penetra directamente los
corazones de los hombres y su sentencia es infalible. No precisa cetro,
ni guardias para que se cumplan sus sentencias; basta una palabra de
su boca para acabar con el malvado.
138
Zac 9,9-10; Mt 21,5; 11,29.
139
Is 10,33-34.
140
Is 11,1-9; 2Tes 2,8.

156
El profeta Jeremías, dirigiéndose a los reyes que no piensan más
que en "comer, beber y pasarlo bien", sin tener "ojos y corazón más
que para el lucro, para derramar sangre inocente, para el abuso y la
opresión" (22,15.17), les dirige la tremenda amenaza: "juro que este
palacio se convertirá en ruinas" (22,5). Pero, al mismo tiempo que
denuncia a los reyes que "dispersaron a mis ovejas, las expulsaron y no
hicieron caso de ellas" (23,1-2), anuncia que Dios mismo intervendrá
para congregar de nuevo a su rebaño:

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-


en que suscitaré a David un Germen justo.
Inaugurará un reinado prudente
y administrará la justicia y el derecho en la tierra.
En sus días estará a salvo Judá, Israel vivirá en paz,
y este es el nombre con que le llamarán:
"Yahveh, justicia nuestra".141

Aquel día romperé el yugo de tu cuello


y haré saltar las correas;
ya no servirán a extranjeros,
servirán al Señor, su Dios,
y a David, el rey que les suscitaré. 142

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-


en que cumpliré la promesa que hice
a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora
suscitaré a David un vástago legítimo
que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá
y en Jerusalén vivirán tranquilos,
y la llamarán así: "Señor nuestra justicia".
Porque así dice el Señor:
No faltará a David un sucesor
que se siente en el trono de la casa de Israel. 143

A pesar de los errores y pecados de los descendientes de David,


la promesa de Dios a David es tan firme y estable que puede
compararse con las leyes que rigen el día y la noche:

Pues así dice el Señor:


Si puede romperse mi alianza con el día y la noche,
de modo que no haya día ni noche a su tiempo,
también se romperá la alianza con David, mi siervo,
de modo que le falte un sucesor en el trono,
y la alianza con los sacerdotes y levitas, mis ministros.
Como las estrellas del cielo, incontables,
como las arenas de la playa, innumerables,

141
Jr 23,5-6; Zac 3,8;6,12-13; Lc 1,78. Hermosamente aparece lo mismo en Ez
17,22-24.
142
Jr 30,8-9; Os 3,5.
143
Jr 33,14-17; Lc 1,32-33.

157
multiplicaré la descendencia de mi siervo David
y de los levitas que me sirven.144

También el profeta Ezequiel, frente a los pastores "que se


apacientan a sí mismos y no apacientan el rebaño del Señor" (34,8),
nos anuncia la intervención de Dios:

Yo suscitaré un pastor único que los pastoree,


mi siervo David;
él las apacentará, él será su pastor.
Yo, el Señor, seré su Dios,
y mi siervo David será príncipe en medio de ellos. 145

En la acción simbólica de los dos leños, Ezequiel anuncia la


unión de Israel y Judá. Ya no serán dos pueblos, cada uno con su rey:
"un solo rey reinará sobre ellos". "Mi siervo David será su rey, el único
pastor de todos ellos". Dios los purificará de todas sus infidelidades "y
serán mi pueblo y yo seré su Dios". Con ellos "concluirá una alianza de
paz, que será eterna". No se trata de un rey potente, sino un pastor,
que congrega a Israel en la unidad. 146

Al Pueblo de Dios infiel, Oseas anuncia que vivirá sin rey ni


príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim durante muchos
días. Sólo "después volverán a buscar a Yahveh su Dios, y a David, su
rey; con temor acudirán a Yahveh y a sus bienes en los días venideros"
(Os 3,4-5).

Con el exilio, la dinastía davídica ha sufrido una dura prueba. No


es ya la antigua casa, sino una simple choza y además caída, en
ruinas, pero la esperanza lleva al profeta a levantar los ojos al futuro,
para el que anuncia:

Aquel día levantaré la choza caída de David,


tapiaré sus brechas, levantaré sus ruinas,
hasta reconstruirla como era antaño;
para que conquisten Edom
y todos los pueblos que llevaron mi nombre
-oráculo del Señor, que lo cumplirá... 147

Para ello:

Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de


Jerusalén un espíritu de gracia y de compunción. Al mirarme
traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo
único, llorarán como se llora a un primogénito...
Aquel día se alumbrará un manantial para la casa de David y
para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la
impureza.148

144
Jr 33,20-22ss; Cfr Ag 2,21-23; Zac 4,6-10.
145
Ez 34,23-24; Mt 18,12-14; Lc 15,4-7; Jn 10,1-18.
146
Cfr. Ez 37,15-28; Os 2,1-3.
147
Am 9,11-15; He 15,16-17.

158
La monarquía de Israel ha terminado. Pero la esperanza no ha
muerto, porque Dios es fiel a la promesa hecha a David, que se
cumplirá en el rey Mesías. La alianza establecida con David sólo era
una anticipación de la alianza definitiva con el futuro rey Mesías. Cristo,
el hijo de David, es el Ungido de Dios, pues "Dios ungió a Jesús con el
Espíritu Santo y con poder".149

Israel verá siempre en David el tipo del Mesías, que ha de nacer


de su raza. El recuerdo de David alimentará su esperanza, pues Dios
es fiel a la promesa hecha a David. Por ello canta:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,


anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Pues dijiste: "Cimentado está por siempre mi amor,
asentada más que el cielo mi fidelidad.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"Te fundaré una descendencia perpetua,
edificaré tu trono para todas las edades"...
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo,
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian...
El me invocará: "Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora";
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.

Si sus hijos abandonan mi ley


y no siguen mis mandamientos,
castigaré su rebelión con vara
y sus culpas con látigos;
pero no retiraré mi amor
ni desmentiré ni fidelidad.
No violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David.
Su linaje durará por siempre
y su trono será como el sol ante mí;
como la luna que permanece siempre,
testigo fiel en el cielo.150
148
Zac 12,10; 13,1.
149
He 10,38.
150
Sal 89.

159
Israel es un pueblo de pastores, de nómadas, de hombres de la
estepa, pero es el pueblo elegido de Dios y, por tanto,
extraordinariamente sensible al misterio. La concepción espacial o
sacra es común a todas las religiones de los pueblos. Todas las
religiones circunscriben un perímetro, un espacio como casa de Dios.
Es el lugar sagrado de su presencia.

Es el que quería hacer David. Pero Natán, profeta de Dios, le


revelará que el verdadero templo, casa de Dios, no es un espacio
circunscrito por unos muros, sino la "casa" que Dios edifica en la
secuencia de anillos genealógicos en la continuidad de la historia. Dios
se hace presente no en el espacio, sino en el tiempo, en la historia de
los hombres. En la carne de los hombres se erige el templo auténtico
de su presencia.

Mientras el espacio es externo a nosotros, el tiempo, la historia


es algo interior a nosotros, es nuestra piel, nuestra carne, nuestra
sangre, nuestra existencia. Ahí es donde entra Dios y donde actúa. En
el Mesías, el hijo de David, se realiza en plenitud la profecía de Natán:
"El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros".

María, la madre de Jesús, es la nueva tienda de la Alianza, es el


Arca donde toma carne la Palabra de Dios. Es el Arca de la presencia
de Dios entre los hombres. Cristo, el hijo de David, ha sido constituido
como fundamento y piedra angular y viva de la verdadera casa de
Dios, levantada con piedras vivas que son los creyentes en él. 151

David pastor, arrancado por Dios de detrás del rebaño, es figura


del Mesías, el Buen Pastor, a quien Dios confía su rebaño. Será el
pastor "traspasado", que da la vida por sus ovejas y, por ello, su
muerte es salvadora. Es el pastor, siervo de Yahveh, que se entrega a
la muerte para reunir a las ovejas dispersas. 152

David, el inocente perseguido, que no responde con la violencia


a la violencia de Saúl, es la figura del Mesías, el Ungido del Señor que,
inocente, es condenado a muerte.

Y las victorias de David no hacen más que anunciar la victoria


que el Mesías, lleno del Espíritu que reposa sobre el hijo de Jesé, 153
reportará a la humanidad sobre el gran enemigo, el Maligno, señor de
la muerte. Con la victoria de su resurrección, Jesús cumplirá las
promesas hechas a David:

También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la


promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los
hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo
mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Y que le resucitó de
entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, lo
tiene declarado: Os daré las cosas santas de David, las
151
Cfr. 1Cor 3,9s;1Pe 2,4ss.
152
Zac 12,10;13,1-6;Is 53,6-12.
153
Is 11,1-9.

160
verdaderas. Por eso dice también en otro lugar: No
permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora
bien, David, después de haber servido en sus días a los
designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y
experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios
resucitó, no experimentó la corrupción. 154

***

Evocar a David es afirmar el amor entrañable y celoso de Dios a


su pueblo y su fidelidad a su alianza, "alianza eterna, hecha de las
gracias prometidas a David".155 De esa fidelidad no se puede dudar ni
en lo más duro de la prueba.156

Cuando se cumplan los tiempos de la profecía, Cristo será


llamado "Hijo de David", pues Jesús es el cumplimiento de las
promesas hechas a David. Dios descartó el proyecto de David, cuando
quiso edificar una casa para el Señor, pero bendijo la intención de su
ungido. Si no quiso habitar en una casa de piedra, sí quiere, en
cambio, construir a David una casa y afirmar a su descendencia en el
trono. Construir una casa a Dios estará reservado al hijo de David, que
tiene a Dios por Padre. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la
casa de Jacob por los siglos y su trono no tendrá fin. 157 El es aquel a
quien David ha llamado "su Señor". 158 El mismo proclamará: "Yo soy el
Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba". 159

La pequeñez de los elegidos es una constante de la historia de


la salvación. Abel es preferido al primogénito Caín y Jacob, a Esaú.
Gedeón, el más pequeño de la más pequeña casa de Manasés, es el
elegido por Dios para salvar a Israel, como el pequeño Jeremías lo es
para llevar a Israel su palabra. Débora, Judit, Ester, como otras
mujeres, en su fragilidad han sido el instrumento de la salvación.
Igualmente David, el más pequeño de los hermanos es el elegido por
Dios como rey, que confunde con los débiles a los fuertes (1Cor 1,27-
29). Esta actuación de Dios culmina en el Mesías, prefigurado en
David, que nace como él en la pequeña ciudad de Belén y en la
debilidad de la carne, en su kénosis hasta la muerte en cruz realiza la
salvación de la muerte y el pecado. A Juan, que llora ante la
impotencia de abrir el libro de la historia, sellado con siete sellos, se le
anuncia: "No llores más. Mira que ha vencido el león de la tribu de
Judá, el vástago de David, y él puede abrir el libro y los siete sellos"
(Ap 5,5).

Gabriel anuncia a María que Jesús será rey y heredará el trono


de David. Zacarías espera que la fuerza salvadora suscitada en la casa
154
He 13,32-37.
155
Is 55,3;9,6;Os 3,5;Jr 30,9;33,20ss;Ez 34,23s.
156
Sal 89,4-5.20-46.
157
Lc 1,34.
158
Mt 1,1;22,42-45.
159
Ap 22,16.

161
de David acabe con los enemigos y permita servir al Señor en santidad
y justicia. Los ángeles lo aclaman como salvador, aunque haya nacido
en pobreza, débil como un niño: "Hoy os ha nacido en la ciudad de
David el Salvador, el Mesías y Cristo" (Lc 2,11). Simeón lo ve como
salvador y luz de las naciones... Pedro lo confiesa como el Mesías, Hijo
de Dios. También lo hace Natanael: "Maestro tú eres el hijo de Dios, el
rey de Israel".

Cada día podemos cantar con Zacarías:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,


porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitando una fuerza de salvación
en la Casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. 160

160
Lc 1,68-70.

162

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