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Devoción Matutina para Jóvenes 2021

Lunes 1 de marzo
¿Qué tienes en tu mano?
“Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara”
(Éxo. 4:2).
Imagino a Jocabed preparando con sumo cuidado la cestita donde colocaría a su hijo.
Debió de haber sido muy habilidosa y detallista, porque depositó en el río Nilo su mayor
tesoro y tuvo que asegurarse de que estuviese bien protegido. Quizás ese día, al verla
pasar caminando presurosamente, la gente haya pensado que en sus manos llevaba una
simple cesta, sin saber que adentro se encontraba la liberación de la esclavitud.
Años más tarde, Dios tuvo que enfrentarse a un Moisés que había perdido toda confianza
en sí mismo, que temía la reacción del faraón y que dudaba del éxito de la empresa de
liberación divinamente encomendada. En su soberana paciencia, Dios le presentó un par
de demostraciones de su vigente poder y lo invitó a experimentar con sus manos lo que
lograría por medio de él.
“¿Qué tienes en tu mano?”, le preguntó. Era necesario que tomara conciencia de su
posesión más rudimentaria. Quizás antes haya llevado en sus manos las riendas de los
caballos más briosos del mayor imperio; y se le haya prometido llevar en ellas el cetro del
imperio egipcio también. Ahora, en sus manos había alguna oveja desobediente y una
humilde vara de pastor, que más tarde usaría en la realización de memorables portentos.
El objeto en sí puede carecer de valor, pero si está dirigido por Dios puede abrir aquel Mar
Rojo que tan difícil te parece de cruzar (Éxo. 14:16), puede ayudarte a saciar la sed de los
que están a tu alrededor (17-5), o acompañarte al interceder por tus seres queridos (17:9).
Elena de White dice: “El hombre obtiene poder y eficiencia cuando acepta las
responsabilidades que Dios deposita en él, y cuando con toda su alma busca la manera
de capacitarse para cumplirlas bien” (Patriarcas y profetas, p. 260).
¿Qué tienes en tu mano? Recuerda que Dios lo puede usar o transformar para bendición.
Así como usó la vara para infundirle confianza a Moisés y luego despertar admiración y
asombro en un pueblo pagano, puede usar lo que sea para recordarte su presencia, su
poder y su propósito en tu vida.
Usó las manos de Moisés para escribir los primeros capítulos de la historia de este mundo
y puede usar tu vida para escribir los últimos.
Martes 2 de marzo 2021
¿Le importará a Jesús?
“Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 Ped. 57, NVI).
Había perdido a una de mis mejores amigas hacía poco. Me encontraba desconsolada y
decidí ir a mi lugar preferido de oración. ? Detrás de la iglesia a la que asisto hay una
cancha de fútbol que suele estar llena durante el día, pero que queda vacía al ponerse el
sol.
La hierba se extiende por varios metros, sin detenerse, sin importarle el límite que ponga
el alambrado. A lo lejos se ve una tupida arboleda. Solo el arco queda en pie como señal
de la presencia humana. El resto presenta toques del Creador por todos lados.
He ido incontables veces a orar allí y la música ha sido mi compañera en más de una
ocasión.
Me senté sobre un tronco, miré al cielo, oré con este versículo en mente y, casi sin
quererlo, comencé a tararear la melodía del himno “¿Le importará a Jesús?” (Himnario
adventista, n° 391).
Aparentemente, Frank E. Graeff tuvo en cuenta este mismo texto al componer el himno
que tantas veces hemos cantado para recordar la compañía divina en los momentos de
mayor aflicción.
Así como él encontró consuelo y alivio en esta promesa, y así como los encontré también
en mi momento de pesar, puedes tener la certeza de que, si depositas tus
preocupaciones sobre él, cuidará de ti personalmente.
Cuando nuestro corazón está doliente, a él le importa.
Cuando nuestros días son tristes y nuestras noches son negras, a él le importa.
Cuando le decimos “adiós” a nuestros seres más queridos, a él le importa.
Puede ser que hoy estés presa de la ansiedad por algún motivo que te agobia. Puede ser
por algo pequeño o algo grande, por algo nuevo o algo que vienes arrastrando desde
hace tiempo.
Jesús nos invita, como invitó de forma personal a quienes lo rodeaban hace tantos años.
“El que anda en el camino de los mandamientos de Dios camina en compañía de Cristo, y
en su amor el corazón reposa” (El Deseado de todas las gentes, p. 298).
Te invito a que cantes este himno o a que lo escuches en algún momento del día y
reflexiones en su letra. Si es posible, busca un lugar donde puedas orar tranquilo y
depositar tu ansiedad sobre él.
Miércoles 3 de marzo 2021
Amor condicional
“Vengan, pongamos las cosas en claro -dice el Señor-, ¿Son sus pecados como
escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve!” (Isa. 1:18, NVI).
Un hombre decidió cruzar los Andes e instalarse en Argentina. No supe si tenía cuarenta
o sesenta años. Las pisadas de una vida alejada de Dios le habían dejado huellas más
profundas que las arrugas. Como muchas otras personas en situación de calle, estaba
acostumbrado a las miradas de indiferencia. Pero esa tarde se encontraba con decenas
de rostros atentos que escuchaban su testimonio con avidez en una pequeña iglesia.
Los miembros del grupo “Ayuda Urbana” le habían brindado auxilio y, sobre todo,
esperanza. Esa tarde, él miraba una pared blanca y lloraba. La pared proyectaba la
imagen de su madre, que hablaba en un video casero.
Hacía seis años que este hombre no escuchaba esa voz familiar. Y, en esta ocasión, esa
voz le decía: “Hijo, vuelve a casa. Entrégate a Dios. Deja las cosas malas que estás
haciendo. Vuelve a casa”.
Él lloraba. Se pasaba la mano por la cara con cierta desesperación y no ocultaba la
conmoción interna que estas palabras le causaban.
El mismo hombre que había grabado el video, que había cruzado la cordillera, encontrado
su casa y conocido a su madre, ahora se acercó para abrazarlo y repetirle la invitación.
Para sorpresa de los presentes, que nos sentíamos en medio de un programa televisivo
de encuentros inesperados, además de abrazarlo le ofreció llamar por teléfono a su
madre. Todos fuimos testigos de esa interacción, ahora en vivo, y pudimos escuchar a la
mujer decir una vez más: “Hijo, vuelve a casa”.
Él, gozoso, respondió: “Cualquier día de estos vuelvo”.
La madre agregó: “Pero vuelve cuando ya estés bien. Recupérate primero y luego ven”.
Pocas veces vi una mirada de desilusión tan grande en el rostro de alguien.
Sin pretender conocer o juzgar el dolor y el accionar de esta mujer, me quedé con su
frase y con la reacción de su hijo.
¡Cuán importante es recordar que Dios nos invita a que vayamos como estamos! Hoy
también nos dice: “Hijo, vuelve a casa”.
¡Claro que quiere transformarnos! Pero antes quiere que vayamos a él. Sin “peros”.
No sé con cuál de los personajes de esta historia te identificas más. Pero la invitación
divina es para todos y es actual. ¿Qué responderás?
Jueves 4 de marzo 2021
Esclavo para siempre
“Si compras un esclavo hebreo, este podrá estar a tu servicio por no más de seis
años. El séptimo año ponlo en libertad, y no te deberá nada por su libertad. […] Sin
embargo, el esclavo puede declarar: ‘Yo amo a mi señor […] no quiero ser libre’. Si
decide quedarse, el amo lo presentará delante de Dios. Luego el amo lo llevará a la
puerta o al marco de la puerta y públicamente le perforará la oreja con un punzón.
Después de esto, el esclavo servirá a su amo de por vida” (Éxo. 21:2-6, NTV).
Gracias a incansables luchas por parte de los movimientos abolicionistas, la esclavitud ha
dejado de ser algo común en gran parte del mundo.
Pero en tiempos bíblicos era un asunto que debía regirse. Aunque la esclavitud estaba
lejos del ideal original para la sociedad, Dios instituyó leyes que protegieran y vindicaran a
los esclavos.
Según el Talmud (Kidushin 22), el hecho de que se perforase la oreja y no otra parte del
cuerpo representaba que la persona no había escuchado que Dios había declarado que
los hijos de Israel eran sus siervos, no esclavos. Y debía hacerse en la puerta de la casa,
porque la puerta y su dintel habían sido testigos de que Dios había liberado a su pueblo
de la esclavitud en Egipto.
Si bien podemos percibir cierta lealtad de parte del esclavo que se sometía
voluntariamente a su amo para vivir en esa condición prolongada, Dios nos recuerda que
no es su intención que vivamos de esa forma.
Hoy quizá no haya cadenas, ni punzones, ni orejas horadadas. Y ¡qué bueno que sea así!
Sin embargo, muchas veces corremos el peligro de someter a otros a nuestra voluntad,
de manipular situaciones, de sacar ventaja de los más débiles e imponer cargas difíciles
de llevar.
Independientemente de nuestro estatus social, todos tenemos gente indefensa a nuestro
alrededor, gente a la que podríamos considerar en situación de inferioridad.
En Patriarcas y profetas, Elena de White, haciendo referencia a los israelitas dueños de
esclavos, dice: “El recuerdo de su propia amarga servidumbre debía capacitarlos para
ponerse en el lugar del siervo, guiándolos a ser bondadosos y compasivos, y tratar a los
otros como ellos hubieran querido ser tratados” (p. 319).
Dios nos ha dado libertad, tanto al crearnos como al darnos la posibilidad de la salvación.
Y hoy nos da la oportunidad de actuar con misericordia y justicia en cada ámbito de
nuestra vida.
Viernes 5 de marzo 2021 
En el camino
“Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no
habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en
llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé” (Isa. 42:16).
 
Bartimeo mendigaba junto al camino. A diferencia de muchas de las personas que ya
habían visto a Jesús manifestarse de forma milagrosa como enviado del Cielo, Bartimeo
no lo había visto, pero sí creía… incluso más que muchos de ellos.
Bartimeo era consciente de su condición y su necesidad; y al saber que Jesús pasaba por
allí, comenzó a gritar con fe.
No sabemos si los discípulos se sintieron molestos por estos gritos persistentes, pero
Jesús lo mandó llamar, y él dejó su única posesión, se levantó y fue hacia donde estaba
Jesús.
Su pedido fue específico y Jesús respondió de forma específica. También le dijo que se
fuera, pero este hombre lo siguió. Ya había dejado su capa. Ya había dejado su vida de
incapacidad pasada. No tenía nada que perder. Acababa de ganarlo todo.
Antes, mendigaba junto al camino, ahora Jesús lo había puesto en el camino. A Bartimeo
lo había salvado mucho más que un grito y Jesús le había devuelto mucho más que la
vista.
En el Comentario bíblico de William MacDonald, leemos: “Su gratitud se expresó con un
agradecido discipulado, siguiendo a Jesús en su último viaje a Jerusalén. Tuvo que haber
alentado el corazón del Señor encontrar una fe así en Jericó, mientras seguía su camino a
la cruz. Fue bueno que Bartimeo buscase aquel día al Señor, porque el Salvador nunca
volvió a pasar por aquel camino” (p. 599)-
En su novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago plantea un escenario entre
fantástico y real, donde los personajes luchan por sobrevivir a una ceguera que va más
allá de la enfermedad física. En un momento, dice: “Creo que no nos quedamos ciegos,
creo que estamos ciegos; ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
Sería muy triste que, con toda la luz que hemos recibido, sigamos en nuestra condición de
perdidos o ciegos espirituales.
Hoy Jesús escucha nuestro grito (¿estás gritando?), nos saca del borde del camino y nos
pone en el medio del camino. Aprovechemos esta oportunidad. Jesús está pasando hoy.
Domingo 7 de marzo
La paradoja del aguijón
“Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10).
“Hija, yo creo que ese es tu aguijón”, me dijo sin más preámbulo y una tarde mi papá
cuando me retorcía de dolor por una de las frecuentes migrañas que me acompañan
desde pequeña. Quizás esa declaración sonara fuerte, pero entendí a qué se refería.
Estaba familiarizada con la mención que Pablo hace de su aguijón en la carne (2 Cor.
12:7) y, aunque la Biblia no especifica en qué consistía ese aguijón, Pablo dice que le
había sido dado para que no se enalteciese. Le había pedido a Dios que fuera quitado de
él pero, como tantas otras veces, Dios tenía otros planes.
No recuerdo si esa tarde oré para pedir que mi dolor me fuese quitado. Sí recuerdo que, a
partir de esa vez, pensé dos veces antes de pedir que mi migraña desapareciera por
completo.
En un artículo de la revista Ministerio Adventista, titulado “El milagro del aguijón”, el pastor
Charles Wesley Knight menciona que lo que a menudo consideramos lo más molesto o
doloroso puede ser justamente el antídoto contra nuestra perdición.
Sé que este ejemplo resultará un tanto burdo y limitado, pero me ayudó a entender este
concepto un poco mejor.
Un día tuve hipo por muchas horas. Estaba harta del ruido que hacía, de no poder
disimularlo, de lo inoportuno que resultaba. En un momento, pensé: “¡Qué bueno sería no
tener hipo nunca más! Mañana, cuando ya no lo tenga, voy a recordar lo feo que fue y voy
a estar agradecida todo el día. Voy a recordar lo mal que la pasé en compañía del hipo”.
Pero no fue así. Llegó el nuevo día y, efectivamente, el hipo se había ido. Pero no recordé
mi promesa de gratitud.
Ahora, a mayor escala, ¿no será que nos puede llegar a suceder algo parecido si
olvidamos que somos imperfectos, que no somos autosuficientes y que necesitamos
recurrir diariamente a Dios para que nos recuerde quiénes somos y que es él quien nos
sustenta?
No es un plan maquiavélico permitir esas molestias, sino una solución divina, dentro de
nuestras malas decisiones y las consecuencias del pecado, a nuestro problema de
egoísmo y orgullo.
Nuestro aguijón puede transformarse en nuestra mayor fortaleza y bendición, si está
puesto en las manos del Todopoderoso. Él explica las paradojas. Él muestra su
maravillosa fortaleza en la más grande debilidad y puede transformar tu desazón en la
mejor oportunidad.

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