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Index Enferm v.18 n.4 Granada oct.dic. 2009
MISCELÁNEA
HISTORIA Y VIDA
1
Antropóloga. Universidad Católica San Antonio, Murcia, España
RESUMEN
ABSTRACT
Through out the biographical statement we describe the tensions production that
were developed in Francisco's environment before committing the suicide. In an
attempt of explaining the succession of events within his vital path, a linear health
decline is observed throughout the months, truncated by an attempt of suicide,
and with the effective outcome of the self-destructive intention. Therefore we
describe the sorrow of the survivor, which reports some intense loss and guilt
feelings during her daily scene, showing a torture without hope.
Como establece Pujadas, a pesar de que las libretas de campo de los antropólogos
suelen estar llenas de verdaderos relatos biográficos, raramente han visto la luz en
forma de historias de vida, debido a que los objetivos de la práctica empírica de la
Antropología están más orientados a los sistemas socioculturales que a la
individualidad de las trayectorias. 1 Siendo el estatuto del individuo en esta
disciplina, más instrumental que objetual. En calidad de antropóloga, me interesó
el análisis y comprensión de una trayectoria individual, la de Rafaela, cuidadora de
su marido enfermo con depresión, con un trágico desenlace: el suicidio. El interés
deviene por el relato sobrecogedor de una sobreviviente que confiesa que no supo
asistir a su marido en la desesperación, ni supo actuar para evitar su opresión
constante e intolerable, y que sólo entendió tras la agonía de la muerte. Su historia
nos puede ayudar a comprender la experiencia del cuidado familiar en la depresión,
y a reforzar la adopción de las intervenciones profesionales necesarias que pueden
salvar una vida.
Muchas y muy diversas han sido las perspectivas históricas de estudio sobre el
suicidio. La perspectiva psicosocial de Durkheim2 preconizó que el suicidio era
condicionado socialmente y que las causas del mismo radican en fenómenos
sociales y no en razones individuales. Para este autor la estructura social está
siempre por encima del individuo y lo determina, y es el grado de anomia existente
en la sociedad el que explica los índices de suicidio. Por el contrario Freud 3 se
apoya en la vertiente psicológica reflejada en la individualidad de cada suicidio. El
comportamiento suicida era pues estudiado como un comportamiento humano,
siendo la contribución biológica minimizada, cuando no despreciada. Los factores
de riesgo de suicidio son profusos y dispares, por lo que el conocimiento de los
determinantes y la influencia de nuevos factores que puedan aparecer por la
variabilidad social emergente, aconsejan estudios para diseñar las intervenciones
necesarias para prevenir el suicidio.
Bibliografía
3. Freud S. Luto e melancolia. Vol XIV. Rio de Janeiro: Editorial Standard Brasileira.
Pp. 275-291. [ Links ]
LA VIDA COMO ERA ANTES. Mi marido se llamaba Francisco. Era un hombre muy
activo y trabajador. Se levantaba muy temprano, se afeitaba, se arreglaba y se iba
a trabajar. No paraba quieto ni un momento. Salía a andar y siempre tenía energía
para todo. Me decía "¿te vienes?". Y yo contestaba: "qué va, yo no puedo salir
ahora a andar, estoy muy cansada. Yo no puedo andar tanto." Y él se iba. Tuvimos
seis hijos. Era un hombre muy recto, incluso con sus hijos. Pero era su forma de
ser, en el fondo era un hombre muy bueno. No entiendo cómo fue perdiendo toda
esa energía, porque no tenía ninguna enfermedad. No consigo entender cómo ha
pasado esto. No hay día que no me acuerde de él y piense en lo sucedido. Pero por
más que pienso no encuentro ninguna explicación. Yo hubiera necesitado a alguien
que me explicara, que me dijera cómo lo tenía que tratar, o qué podía hacer. Y no
que íbamos al médico y nos mandaban para casa. El médico le decía a mi marido:
"Francisco ¿se encuentra bien? ¿Le duele algo?". Y él siempre le decía que no, que
estaba bien. Y yo le decía "no, Francisco, no le digas que te encuentras bien, que
luego en casa me dices que no sabes qué te pasa". Pero él ya no tenía ganas de
nada. Esta situación empezó cuando Francisco tenía 65 años, ya estaba jubilado. El
trabajaba en una sala de delineación, y siempre fue muy dinámico, muy enérgico.
Era un hombre muy alto, y verlo imponía, siempre tan serio. Pero luego era como
un crío, más inocente que el mundo. Tenemos once nietos, y le gustaba estar con
ellos y verlos.
Le subía tres gramos, cuatro gramos, el pobre estaba a régimen, pobrecico mío, no
podía tomar casi nada. Y yo le decía: "Francisco no, que no puedes con esto, que
no puedes con lo otro". Y así, y él se veía, pues eso, que fue poco a poco, cayendo,
cayendo, y yo creía que no hacía él por subir, y ahora me doy cuenta de que no
podía, no podía. Y ahora me siento fatal, porque si yo llego a saber esto, le hubiera
dejado comer y hacer lo que quisiera. Ya ves, yo pensaba que lo hacía por su bien
y resulta que lo estaba matando sin darme cuenta.
Yo le pido perdón donde esté. Yo lo hice sin querer, lo hacía por su bien. Pero
claro, yo lo llevaba al médico, le decían lo que tenía que tomar y lo mandaban a
casa. Y yo no soy enfermera, y nadie me dijo cómo lo tenía que tratar, qué tenía
que hacer, por qué estaba así. Y mucho menos me dijeron lo que podía pasar.
Yo necesitaba que alguien me explicara, que alguien me dijera qué debía hacer. Yo
lo obligaba a ir al médico. Bueno, al médico y a todos sitios. El no quería ir, pero yo
lo engañaba. Nunca quería hacerse las analíticas, y no quería ir a los médicos
porque decía que no le iban a ayudar. Tampoco le explicaban bien lo que tenía, el
porqué de las cosas. Claro, entonces yo lo veía como una cosa normal, le habían
sacado azúcar. Eso es algo muy normal, le diagnosticaron y le pusieron el
tratamiento. Yo creía que los médicos ya habían cumplido su labor. No era nada
malo. Pero ahora pienso que no le explicaron bien las cosas a Francisco, a lo mejor
él no hubiese reaccionado así. O a lo mejor sí, pero eso ya nunca lo sabré.
SUS DOLENCIAS. Sólo tenía azúcar y los temblores de la mano. Bueno esos
temblores los tiene toda la familia. Su madre también los tenía. Fuimos al
neurólogo y le hicieron pruebas para ver si tenía Parkinson, pero nos dijeron que
no. Sin embargo él tenía unos temblores tremendos, cada día más acentuados. A
veces le tenía que dar de comer y llevarle el vaso a la boca porque no podía
controlarlos. Siempre llevaba las manos en los bolsillos para que no se le notase
tanto. Pero los médicos decían que eso no eran más que temblores. Pero yo notaba
que Francisco no era el mismo, había perdido memoria, y cada vez lo veía más
deteriorado, tanto física como psíquicamente. Descartado el Parkinson, nos
derivaron al psiquiatra porque yo le dije al médico que mi marido no estaba bien.
Su estado empeoraba, perdía la movilidad poco a poco y no tenía ganas de nada,
ni de ver a sus hijos. Siempre mostraba una apatía constante. No me acompañaba
a ningún sitio. Y lo tenía que obligar a ir a todos sitios, incluso a cortarse el pelo.
Yo pensaba que él no ponía de su parte. Y yo le decía: "Francisco, hijo, no ves que
vengo cargada, ayúdame". Y él me decía: "no puedo, si es que no puedo". Y yo me
enfadaba con él. Ahora me arrepiento a cada instante, porque comprendo que no
podía de verdad. A lo mejor lo intentaba, a su manera, y no supe verlo. Pero es
que jamás tuvo ninguna enfermedad, y yo no sabía ni lo que era la depresión.
LA INFORMACIÓN MÉDICA. Los médicos dijeron que llevara cuidado que los
enfermos con depresión que intentaban suicidarse una vez, lo intentaban más
veces. Pero yo no sabía qué hacer. Nos mandaron a casa en cuanto salió del coma.
Yo no sabía qué hacer. Sólo sé que tenía el miedo en el cuerpo. Y nos mandaron un
millón de pastillas, pero no me explicaron nada más. Sólo que tuviera cuidado
porque el consumo de una dosis potencialmente mortal de un medicamento, es un
indicio de que el paciente quiere morir y que no desea ser rescatado. Pero esto me
estaba pasando a mí y yo no asimilaba nada porque no entendía qué estaba
pasando. Y no sabía qué dolencia tan mala tenía Francisco como para no soportar
tanto dolor.
EL MIEDO DEL DÍA A DÍA. Le decía que por favor no me diera más sustos. Y él me
decía que no, que no iba a hacer nada. Decía: calla mujer, cómo voy a hacer yo
nada. Qué podía hacer yo. Me siento tan mal. No lo cuidé bien, no supe hacerlo. El
miedo se apoderó de mi y a todas horas le preguntaba sobre sus pensamientos. Le
pedía que me hablase, pero él no reaccionaba con nada. También es verdad que en
mi casa ya no había ninguna alegría.
LA RUPTURA FAMILIAR. Sus hijos ya casi no venían por casa porque él no quería
ver a nadie. Todo cambió. Yo me encontraba sola. Y él me decía que el problema
era él. Que en cuanto a él le pasara algo, mis hijos volverían a prestarme atención.
Yo le gritaba y le decía: "¡no digas esas cosas!". Pero en el fondo me daba cuenta
de que no iban a verlo, ni me preguntaban por él. Solo mi hija mayor, que vive al
lado venía a pincharle la insulina.