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ENSAYO: LA FAMILIA

INTRODUCCIÓN

Numerosos son los cambios a los que tiene que enfrentarse la pareja al momento de
decidir formar una familia. Cuando ya han decidido vivir juntos, por diferentes razones
pueden decidir si tienen hijos o no, o cuánto tiempo quieren esperar para tenerlos.
Aunado a esto viene el nacimiento del primer hijo.

Sin embargo, hay parejas que, por distintas circunstancias, principalmente por infertilidad,
no pueden procrear. Es en este momento cuando pueden plantearse el adoptar un niño.

Además de los aspectos, legales, económicos y personales, las parejas que adoptan
tienen que enfrentarse a la desaprobación social, porque puede cuestionarse incluso el
“ser hombre” o “ser mujer”. En cuanto al niño, la aceptación por parte de los familiares de
la pareja queda como interrogante, ya que ese nuevo miembro no comparte el mismo
código genético, y por lo tanto es muy probable que no sea aceptado como “nieto”,
“sobrino” o primo.

De igual manera, la dinámica del sistema familiar va cambiando a medida que los hijos
crecen, aun cuando éstos son adoptados, esta evolución trae consigo diferentes
problemáticas que los miembros deben enfrentar. Los padres observan la infancia,
adolescencia y adultez de sus hijos.

Precisamente en este trabajo, pretendo hacer una revisión acerca de diferentes aspectos
de la adopción. En primer lugar, me referiré a la concepción de la familia y cómo surgió la
adopción.

Posteriormente, abordaré el concepto de adopción y su papel dentro del sistema familiar.


La adopción puede abordarse desde el punto de vista de los padres que adoptan o de los
hijos que son adoptados, por lo tanto también hay consecuencias para ambas partes que
derivan de este hecho.

La adopción es un tema interesante que puede ayudarnos a comprender muchas de las


problemáticas que existen alrededor de la familia y cómo pueden solucionarse de mejor
manera.
CONSTRUYENDO FAMILIAS

La adopción es una historia de vínculos que se rompen, vínculos que intentan mantenerse, vínculos que se construyen.
Los que se rompen deben ser elaborados, los que se construyen acompañados. Nuestro trabajo comienza con un
abandono y con el deseo del encuentro, pero no termina cuando éstos se concretan.

Cristian de Renzi (1997)

Minuchin y Fishman (1984), menciona que entre los seres humanos, unirse para
“coexistir” suele significar alguna suerte de grupo familiar. La familia es el contexto natural
para crecer y recibir auxilio, es un grupo natural que en el curso del tiempo ha elaborado
pautas de interacción. Éstas constituyen la estructura familiar, que a su vez rige el
funcionamiento de los miembros de la familia, define su gama de conductas y facilita su
interacción recíproca. La familia necesita de una estructura viable para desempeñar sus
tareas esenciales, como apoyar la individuación al tiempo que proporciona un sentimiento
de pertenencia.

Cuando los integrantes de la familia interactúan se encontrarán con territorios que dirán
“haz lo que quieras”, otros que tienen las señales “avance con cautela”, o “pare”. Si algún
integrante atraviesa este último límite, tropezará con un mecanismo de regulación. A
veces aceptará y a veces cuestionará. Hay también sectores marcados con la señal
“prohibida la entrada”, cuya trasgresión traerá consecuencias del máximo valor afectivo:
culpa y angustia.

La familia esta de continuo sometida a las demandas de cambio de dentro y de fuera. El


cambio es la norma y una observación prolongada de cualquier familia revelaría notable
flexibilidad, fluctuación constante y, probablemente, más desequilibrio que equilibrio.

Cada familia tiene sus procesos y su ciclo, cuya evolución dependerá de diferentes
aspectos y tareas de desarrollo que elaboren. De tal manera que la pareja tiene sus
propias tareas, así como la llegada del primer hijo. Asimismo, la familia con hijos
escolares tendrá otras tareas y problemáticas que deberá resolver, así como la familia con
hijos adolescentes e hijos adultos.
El desarrollo de la familia debe llevarse a cabo, independientemente si se trata de una
familia cuyos miembros no compartan vínculos sanguíneos. Finalmente las metas son las
mismas: el bienestar de los hijos y los padres en diferentes etapas.

Antes de profundizar en el papel que juega la adopción en la dinámica familiar, es preciso


mencionar algunos aspectos más relevantes en cuanto a la historia de la adopción, su
origen y cómo ha ido evolucionando.

Al respecto, Espinal y García (s/f) hacen un pequeño viaje a través de los orígenes de la
adopción. En sus raíces nos podemos remontar hasta la antigua India, de donde pasó al
pueblo Hebreo, quien en la Biblia documenta la adopción de su patriarca Moisés por el
faraón egipcio; de ahí que podemos seguir el rastro histórico de la adopción de Egipto a
Grecia y de Grecia a Roma, donde Justiniano establece dos clases de adopción: la
“adopción plena”, que es tal y como había sido conocida en el derecho romano antiguo: el
adoptado de una manera completa ingresaba como nuevo miembro del grupo familiar
encabezado por el pater familias adoptante, con todos los derechos del pater familias y
obligaciones de todos los que se hallaban sometidos a la potestad del jefe, adquirían
nombre, pronombre patronímico, tomaban parte en las solemnidades del culto doméstico,
se consideraba aunado en el nuevo grupo de la familia; por otro lado la “menos plena”,
que no desvincula al adoptado de su propia familia, ni lo sustrae de la patria potestad del
pater familias del grupo al que naturalmente pertenece, ésta subroga al adoptado el
derecho de suceder en el patrimonio del adoptante extraño.

Esta adopción sólo tenía efectos patrimoniales y limitados al derecho de heredar al pater
familias adoptante. Finalmente, Justiniano buscó que la adopción dejara de tener como
principal objeto la sumisión a la patria potestad y pasara solamente a ser un medio de
colocar al adoptado en la posición de hijo.

En los tiempos modernos Bonecasse establece en relación a la adopción que es un


contrato que produce relaciones puramente civiles de paternidad o maternidad.

Por otra parte, el código de Napoleón de 1804 reglamentó a la adopción de manera


especial, introduciendo simplemente la adopción menos plena, tal y como se conocía en
Roma en los tiempos de Justiniano.

En México, los Códigos de 1870 y 1884, así como la Ley de Relaciones familiares de
1917, no contemplaron esta figura jurídica. Fue hasta el Código Civil de 1928 cuando se
reguló la adopción simple, tomada del Código Napoleónico.

A partir de mayo de 1998 el Código Civil del Distrito Federal establece la figura de la
adopción plena, siguiendo la tendencia de varios estados de la República mexicana, que
a la fecha suman 26, incluyendo estados como Baja California, Nuevo León, Oaxaca,
Querétaro, Estado de México, entre otros.

El Distrito Federal adecuó su Código sustantivo a la Convención sobre Protección de


Menores y Cooperación en Materia de Adopción Internacional, y también se adecuó a lo
previsto en la Convención sobre los Derechos del Niño, que fue aprobada por la Cámara
de Senadores el 19 de julio de 1990.

En cuanto a la definición de la adopción, desde el punto de vista jurídico, es un acto legal


mediante el cual una persona denominada adoptante crea un vínculo de filiación con otra
persona llamada adoptado. La mayoría de las definiciones están encaminadas en este
sentido, es decir, pueden establecerse relaciones padre-hijo a través de una serie de
trámites. Sin embargo, este proceso involucra más que un simple trámite, es todo un
cambio en la dinámica familiar y en la vida de las personas que deciden adoptar, así como
el cambio que se va a dar en el desarrollo de los niños que son adoptados.

En este sentido, en primer lugar Ávila (2005), menciona que la decisión de adoptar suele
derivar de una compleja situación psicológica secundaria a la imposibilidad de tener hijos
por vía biológica, o como efecto de variables sociales y de edad. Precisamente, Monserrat
(2009) indica que la esterilidad y la infertilidad, se encuentran como motivo principal de la
adopción, pero también hoy nos encontramos con otras demandas cuyas motivaciones
son diferentes.

La adopción concurre a solucionar las consecuencias del abandono, al crear un vínculo


jurídico similar a la filiación sanguínea, idóneo para mejorar la situación del menor con
carencias, al posibilitar su incorporación al núcleo familiar al que pertenecerá y que le
proporcionará el entorno afectivo y la estabilidad indispensable para su desarrollo.

Así, encontramos que se acercan a la vía de la adopción no sólo parejas, sino también
hombres y mujeres solos, de diferentes estados civiles; asimismo, también desean
adoptar hijos parejas, que ya han sido padres, parejas, otras que no desean procrear,
parejas en las que el cambio de sexo corporal y civil, con la consiguiente esterilidad, sólo
les deja abierta esta vía o la de la procreación asistida.

Se recomienda que el acto de la adopción venga precedido por un proceso de duelo, en el


que la pareja haya podido elaborar su infecundidad, con las diferentes posiciones de cada
uno de sus miembros desde sus lugares de víctima o de responsable de la misma.

Asumir y ejercer la paternidad o maternidad es tomar conciencia de un proceso complejo,


y a la vez un rol a construir, una función que cada uno despliega en forma singular y que
no se reduce a consecuencias de un hecho biológico. La capacidad de procrear por sí
sola no nos hace padres, de la misma manera que se hijo adoptivo no trae por sí mismo
una carga patógena, sino como efecto de lo secreto y del modo anómalo de manejar la
información acerca del origen y la diferencia con los otros (Ávila, 2005).

Se han encontrado algunas problemáticas que la ahora familia debe enfrentar cuando ya
ha tomado la decisión de adoptar. En primer lugar, Monserrat (2009) menciona que nos
encontramos con situaciones en las que, la necesaria protección legal, corre el riesgo de
convertirse en un exceso que, como el de la protección materna, no respeta los ritmos
psíquicos del niño, pero tampoco el de sus futuros padres. Padres que, aunque siempre
desea un niño lo más pequeño posible, acaban estando dispuestos a recibir cualquier
niño de edades muy superiores. Padres que, por su propia edad y de acuerdo con las
normativas de los diferentes países de origen y con las de su propio país, recibirán en la
mayoría de los casos niños mayores de 3 años.

Se cumplen los tiempos de protección legales, pero se olvidan los tiempos del psiquismo
infantil.

Tampoco podemos dejar de lado la incidencia que determinados cambios socio-


económicos y culturales están teniendo en la dinámica familiar y en todo lo relativo a la
crianza de los hijos con las modificaciones legales consiguientes.

Según Ávila, (2005), la paternidad y la maternidad es una dimensión psicológica y


construida que no se basa en lo biológico, sino en que sea posible ocupar el papel de
padre o madre, a los cuales se accede por un sistema relacional complejo, que incluye el
sistema de los cuidados y la palabra. Se trata de la capacidad de prestar ciertos cuidados
que son fundamentalmente de tipo emocional, engarzados en torno a la palabra, con la
que el padre y la madre despliegan su papel.

Las personas que vienen de un dilatado recorrido por experiencias de infertilidad y fracaso
conceptivo presentan una problemática específica que se manifiesta como herida grave a
su propia concepción, provocado por la experiencia de enfrentarse a una incapacidad
esencial, la de ser fértil, que viene a ser considerada esencial en la mayoría de las
culturas, donde se ha creado la cultura de que una mujer que no tiene hijos no está
completa o no tiene valor.

La perspectiva clínica ha aportado ejemplos de casos en que puede darse una profunda
ambivalencia en torno al deseo de tener hijos, representado como un lenguaje de espera
y anhelo, pero a la vez negado en un cuerpo que no da el soporte necesario, que se
revela en un clima emocional entre la tristeza de no lograrlo y a la rabia, disimulada o
reprimida derivada del sentimiento de “no valer, de no ser nadie si no se es madre” bien
ante la pareja, la constelación familiar de origen o el contexto social o de pertenencia.

Por otra parte, la manera en cómo la pareja o la familia trabaje la adopción está
determinada por diversos factores, uno de ellos está relacionado con los integrantes que
en ese momento formen parte del sistema familiar y los nuevos integrantes.

En primer lugar, según Abraham de Cúneo, Betta, Castiñeira, Márquez, Felbarg y


Muchenik (2007) hacen referencia a la pareja sin hijos que adopta. En este caso, la
convivencia de dos pasa a constituir una familia con mayor número de integrantes. Estos
padres deben enfrentar cambios en la organización familiar, una tarea que es compleja
por la necesidad de cuidado del o los nuevos componentes.

Con el nacimiento de un hijo se reacomodan las relaciones de la pareja con la generación


que la precede. El deseo hacia el hijo permite que éste se desarrolle en un contexto
donde la ternura y la protección se unen a la legalidad transmitida a través de las
generaciones. Asimismo, la disponibilidad afectiva de los padres ofrece sostén,
contención y satisfacción de las necesidades filiales.
Kail y Cavanaugh (2006) mencionan al respecto que El primer hijo suele ser un “conejillo
de indias” para sus padres, que tienen un enorme entusiasmo pero poca experiencias
práctica en la crianza. Albergan grandes expectativas, son más afectuosos y más
punitivos hacia él. A medida que nacen otros hijos, casi siempre van dominando sus
funciones, habiendo aprendido ya los “gajes del oficio” con los primeros. Con los hijos
siguientes muestran expectativas más realistas y cumplen sus obligaciones más
relajados.

Los métodos que usan con el primogénito y con los hijos posteriores ayudan a explicar las
diferencias que se observan comúnmente entre ellos. El primogénito generalmente
obtiene calificaciones más altas en las pruebas de inteligencia y tiende a inscribirse en la
universidad. Está más dispuesto a cumplir lo que le piden los adultos y sus padres. Por el
contrario, los que nacen después, quizá porque les preocupa menos agradarles, son más
populares con sus compañeros y más innovadores.

Por otra parte, cuando la pareja decide adoptar cuando tiene ya hijos biológicos, se
presenta, por un lado, el anhelo y por otro el rechazo a tenerlos. La crianza de hijos
adoptados junto a hijos propios dentro de una misma familia genera temores y
sentimientos ambivalentes. Existe preocupación por no crear diferencias entre uno y otro
hijo para evitar que el adoptivo se sienta ajeno (Abraham de Cúneo, Betta, Castiñeira,
Márquez, Felbarg y Muchenik, 2007).

“Cuando ya se tiene un hijo gestado, la decisión de adoptar resulta movilizante. La llegada


del nuevo miembro genera el cuestionamiento de la propia estirpe”.

La manera en que se lleve a cabo el ingreso del hijo adoptado permitirá su integración,
que dependerá de la edad de los hermanos. Entre estos hermanos, el nuevo integrante
puede aparecer como alguien ajeno por provenir de otros genitores; no obstante, el no
tener la misma sangre no modifica el proceso de hermandad.

Si el mayor de los hijos es también un niño adoptado, la ausencia de embarazo y la


búsqueda de otro hijo inscribe en su historia un capítulo muy fundamental; generalmente,
participa desde la idea del nuevo hermano hasta su inserción en el grupo ya constituido.
Sentirse hermanos no depende del linaje, de la sangre o de la portación de apellido sino
de la construcción del vínculo.

En la relación entre hermanos surgen celos, rivalidades, envidia, secretos, resentimientos,


así como apoyo y ayuda; funcionan uno para el otro como una fuente de identificación y
aprendizaje recíprocos, al par que comparten códigos generacionales.

En el caso del niño, como todo hermano, aguarda la llegada de alguien que imagina
semejante a él, con quien podrá jugar, hacer travesuras y tramar complicidades. Pero ese
ser pequeñito, molesta, llora, estorba, le quita el lugar de privilegio y genera reacciones
ambivalentes.

A medida que crecen juntos, la calidad de la relación se modifica. Existen altibajos y el


vínculo de hermanos se convierte en un vínculo entre hermanos.
La adopción de hermanos de los mismos genitores en diferentes momentos implica para
estos niños el hecho de compartir el mismo origen biológico, pero el despliegue del
vínculo fraterno lo lograrán en el seno de la familia adoptiva al ser reconocidos por los
padres adoptantes.

Niños adoptados provenientes de distintas familias comparten el hecho de haber sido


gestados por otros pero criados por los mismos padres y necesitan unir dentro de sí a los
gestantes con los padres adoptivos.

Los padres que adoptan dos o más hermanos se encuentran con un sistema familiar ya
constituido y no con dos o más niños que se adoptan. Estos padres tendrán que duelar,
además, por recibir a niños que no fueron gestados por ellos, renunciar a la función de
crianza temprana y recibir a otros de diferente grupo social.

El lugar que los padres adoptivos asignen a cada niño contribuirá para que sea
reconocido como sujeto de derecho.

En cuanto a las características de crianza, Ávila (2005) menciona que en la paternidad y


maternidad de origen adoptivo la distinción entre ambos roles será mucho más difusa. Por
lo tanto, el varón, según sus características psicológicas, puede desplegar más función
materna que la propia mujer que forma esa pareja, quien complementariamente, o por
efecto de su personalidad, podría desplegar más características de la función paterna.
Ese potencial intercambio de roles, esa plasticidad o forma idiosincrásica de ejercer los
roles, que se puede observar también en la pareja biológica, tiene en la adopción amplias
posibilidades y límites mucho más difusos, precisamente porque ninguno ha tenido el
bebé dentro de sí físicamente, previamente a encarar la tarea de crianza. Y las fantasías
que llevan al despliegue del rol materno en los varones que adoptan son mucho más
intensas y frecuentes que en los padres biológicos; fenómeno potenciado por las
dificultades de la mujer para desplegar su papel de madre a partir de la evidencia de su
infertilidad, donde la elaboración de la pérdida o dificultad de disponer de esa función
precede a poder ocupar de manera sana su lugar como madre.

Los padres adoptivos comparten con los padrastros y las madrastras la dificultad de no
poderse identificar plenamente con sus hijos adoptivos o hijastros en el mismo nivel
profundo que con sus hijos biológicos.

Sin embargo, Bernedo, Fuentes, Fernández, y Morán (2007), han estudiado las
estrategias de socialización en familias adoptivas y no adoptivas cuando sus hijos
adolescentes.

En familias adoptivas es primordial la buena relación entre padres e hijos, ya que una de
las funciones esenciales de las familias adoptivas consiste en realizar de forma adecuada
la comunicación sobre la revelación, es decir, la comunicación de la condición adoptiva y
la transmisión de información acerca del pasado del niño y de su familia biológica. Para
cumplir esa función es importante que los padres adoptivos se muestren afectivos y
comunicativos con sus hijos para que éstos comprendan los hechos relacionados con su
pasado y puedan preguntar y compartir sus inquietudes con sus padres adoptivos en un
clima de confianza y afecto. El secretismo y la negación de la historia de los niños por
parte de los padres tienen un efecto adverso sobre la adaptación, bienestar e identidad de
los niños. En cambio, el que los niños conozcan su historia y su condición de adoptados
desde la temprana edad favorece su desarrollo posterior.

La buena comunicación entre padres e hijos también facilita la resolución de conflictos


entre ellos, principalmente en la etapa de la adolescencia de los hijos. El hecho de que
existan conflictos entre padres e hijos, en algunas ocasiones, puede ser adaptativo si los
padres utilizan una forma adecuada de afrontarlos y resolverlos, fomentando el diálogo, la
tolerancia y la búsqueda de soluciones consensuadas con sus hijos.

En general, las investigaciones ponen de manifiesto la buena relación entre padres e hijos
en familias adoptivas, tanto desde el punto de vista de los padres, como de los
adolescentes. En diferentes estudios se destaca la mayor manifestación de afecto y
comunicación, que de crítica y rechazo en estas familias. Además, las relaciones padres-
hijos positivas facilitan la comunicación entre ellos, ya que en familias adoptivas es
importante la comunicación sobre la historia personal de los niños y su condición de
adoptado.

A pesar de los conflictos que puedan aparecer durante el periodo de la adolescencia, los
estudios también encuentran una adecuada resolución de los mismos por parte de los
padres. Además, los estudios que comparan las relaciones entre familias y no adoptivas
reflejan relaciones más afectuosas en las familias adoptivas que en las no adoptivas.
Dicho mejor funcionamiento podría ser explicado por la enorme motivación para ser
padres de las familias adoptivas (que han tenido que superar en la mayoría de las
ocasiones, un prolongado tiempo de espera, un periodo de formación y la idoneidad para
poder adoptar, como se mencionó anteriormente). Es posible que esa gran motivación les
lleve a hacer mayores esfuerzos de comunicación en las relaciones con sus hijos e hijas,
evitando la crítica y el rechazo, y que ese esfuerzo llegue a producir las diferencias
significativas entre las familias adoptivas y no adoptivas que recogen también otros
estudios.

Hasta este momento se han analizado las problemáticas y los cuidados hacia los hijos
adoptados por parte de los padres. Así como los cambios que se van dando en el sistema
familiar a partir de la resolución de ciertas problemáticas. A continuación, analizaremos
estos cambios en la familia, pero desde el punto de vista de los hijos.

En primera instancia, Golombok (2006) menciona que aunque los psicólogos y psiquiatras
visitan a una mayor proporción de hijos adoptados que no adoptados, no significa
necesariamente que los hijos adoptados sean más susceptibles de tener problemas
psicológicos. Puede deberse a que los padres adoptivos son más propensos a buscar
ayuda cuando sus hijos muestran dificultades emocionales o conductuales, y de hecho
hay evidencia de que éste es el caso (Kail y Cavanaugh, 2006).
Sin embargo, cuando comparamos a los niños adoptados con niños que viven con sus
padres biológicos, se parecen mucho en el temperamento, en el apego a la madre y en el
desarrollo cognoscitivo.

Con todo, los hijos adoptados parecen mostrar el mismo tipo de dificultades, lo que
sugiere que el ser adoptado puede, en efecto, comportar un mayor riesgo para los niños.
Los niños adoptados tienden a ser llevados a psicólogos más por problemas de conducta
tales como la agresividad, la desobediencia, la insolencia y el acoso escolar que por
problemas como la ansiedad y la depresión. También tienen una mayor tendencia a
mostrar dificultades de aprendizaje en la escuela (Kail y Cavanaugh, 2006).

Por lo tanto, los hijos adoptados son más propensos a mostrar problemas conductuales
que los hijos de padres naturales. Pero esto no significa que todos los hijos adoptados
tengan problemas, sólo que, a igualdad de condiciones, la proporción de hijos adoptados
que tienen problemas será mayor que la de los hijos de padres naturales (Golombok,
2006).

Es preciso señalar las razones de este hecho, ya que parece que hay una serie de
factores que ejercen cierta influencia en esto. En primer lugar, pueden existir algunas
influencias biológicas. Se ha encontrado que las madres que han dado a sus hijos en
adopción tienen más probabilidades de haber sufrido estrés, comido mal, fumado
cigarrillos, bebido mucho alcohol y tomado drogas durante el embarazo, y todo esto
puede haber perjudicado a la gestación del niño. También es más probable que hayan
recibido un cuidado médico precario y sufrido complicaciones en el parto, así como que
ellas mismas hayan tenido problemas psicológicos y hayan transmitido una cierta
disposición a su hijo.

La forma como los padres comunican a su hijo adoptado también es importante. La mejor
situación parece ser aquella en la que los hijos pueden hablar libremente de su adopción
y en la que perciben un sentido de seguridad y de apoyo cuando pasan por momentos
difíciles. Los padres que bien niegan que su familia sea diferente y que son reacios a
hablar del pasado del niño, o bien dan excesiva importancia al hecho de que el niño es
adoptado y atribuyen cualquier dificultad mostrada por el niño a sus orígenes biológicos,
son aquellos cuyos hijos más probablemente tendrán dificultades cuando crezcan.

La edad a la que es adoptado el niño también es importante. Los hijos adoptados cuando
son bebés por lo general se adaptan mejor que aquellos que son adoptados más tarde.
No es la edad en sí misma lo que importa. Cuanto más grandes son los niños cuando son
adoptados, con mayor probabilidad habrán sufrido desatención o malos tratos antes de
formar parte de la familia adoptiva. También es posible que hayan sido separados de la
madre biológica cuando ya han desarrollado un vínculo íntimo con ella o que se les haya
separado de otras personas hacia las cuales habían sentido apego. Los niños que entran
a formar parte de una familia adoptiva en estas circunstancias son más susceptibles de
mostrar problemas que aquellos que han sido criados por sus padres adoptivos al poco
tiempo de nacer.
Otro factor a considerar es que la adopción generalmente es vista por la sociedad como
una forma de paternidad de segunda categoría, y los niños adoptados suelen ser
estigmatizados en la escuela.

Por otra parte, Ávila (2005) indica que también se deben tener en cuenta los especiales
problemas emocionales que se constatan comúnmente en niños adoptados, quienes han
de elaborar, además de los problemas inherentes al desarrollo normal, las experiencias y
fantasías de haber sido abandonados, rechazados por sus padres biológicos o la
incapacidad de éstos para cuidarles. Aunque casi todos los niños desarrollan con cierta
frecuencia fantasías de haber sido adoptados, vivir la realidad de tener dos pares de
padres reales, los biológicos y los adoptivos, parece interferir con la función constructiva y
reguladora de las fantasías. El haber sido realmente objeto de abandono mantiene en lo
actual ese peligro y hace sentir la ansiedad de que toda fantasía pueda realizarse. Es
decir, no sólo existe la vivencia de una pérdida ocurrida, que produce dolor, vergüenza y
rabia, sino la angustia de que pueda repetirse.

Este escenario estructural provoca un incremento de la ansiedad de separación, bien


como aumento de la dependencia de la madre adoptiva o bien rechazarla para vengarse o
anticiparse al rechazo. Y la madre adoptiva puede ser vista como la “la salvadora
todopoderosa” que puede también deshacerse del niño, si éste no se porta como ella
quiere, conduciendo a una actuación como si, al despliegue de una personalidad falsa
que agrede a la madre.

La gravedad de los problemas que los niños puedan tener, depende entonces de la edad
a la que se adoptó el niño y de la calidad del cuidado que recibió antes. Los problemas
son mucho más comunes cuando se adopta al niño a una edad mayor y cuando recibió
cuidados deficientes antes de ser adoptado (Kail y Cavanaugh, 2006).

Finalmente, Monserrat (2009) menciona que entre adoptante y adoptado se establecen


vínculos interpersonales y familiares fuertemente incididos por elementos psicológicos,
médicos, éticos, sociales y culturales, que a la hora de legislar sobre la adopción, no
pueden ser dejados de lado, dado el carácter socio-familiar de la figura y de los diferentes
valores a contemplar.
CONCLUSIONES

Los seres humanos suelen unirse para formar un grupo familiar. Es en este contexto
donde se crece y se recibe auxilio, es un grupo natural que en el curso del tiempo ha
elaborado pautas de interacción.

Este sistema familiar, puede modificarse a partir de distintos factores, uno de ellos es la
adopción. Podemos rastrear sus raíces hasta la antigua India, Grecia y Roma. Sin
embargo, fue hasta 1804 cuando se reglamentó la adopción. En México fue hasta el
Código Civil de 1928 cuando se reguló la adopción simple, tomada del Código
Napoleónico.

En cuanto a la definición de la adopción, generalmente está encaminada hacia establecer


relaciones padre-hijo a través de una serie de trámites. Sin embargo, la adopción
involucra más que papeles, es una decisión que los padres tomarán a partir de diversas
circunstancias personales y familiares. Generalmente se decide adoptar a partir de la
imposibilidad de tener hijos por vía biológica.

Por otra parte, las tareas que tenga que elaborar la pareja, dependerán de los hijos
biológicos que tengan en ese momento u otros hijos adoptados.

Los padres adoptivos comparte con los padrastros y las madrastras la dificultad de no
poderse identificar plenamente con sus hijos adoptados, esta es sólo una de diversas
problemáticas que tienen que afrontar los padres al momento de adoptar. Sin embargo,
las investigaciones ponen de manifiesto la buena relación entre padres e hijos en familias
adoptivas, tanto desde el punto de vista de los padres, como de los adolescentes. En
diferentes estudios se destaca la mayor manifestación de afecto y comunicación, que de
crítica y rechazo en estas familias. Además, las relaciones padres-hijos positivas facilitan
la comunicación entre ellos, ya que en familias adoptivas es importante la comunicación
sobre la historia personal de los niños y su condición de adoptado.

Por otra parte, los niños adoptados tienden a ser llevados a psicólogos más por
problemas de conducta tales como la agresividad, la desobediencia, la insolencia y el
acoso escolar que por problemas como la ansiedad y la depresión. También tienen una
mayor tendencia a mostrar dificultades de aprendizaje en la escuela. Si bien no son todos
los niños adoptados los que presentan estas problemáticas, se han encontrado ciertos
patrones de comportamiento similares entre estos niños

La gravedad de los problemas que los niños puedan tener, depende entonces de la edad
a la que se adoptó el niño y de la calidad del cuidado que recibió antes. Los problemas
son mucho más comunes cuando se adopta al niño a una edad mayor y cuando recibió
cuidados deficientes antes de ser adoptado.

A partir de este trabajo se puede concluir que los vínculos que se establezcan entre los
hijos adoptados y los padres pueden ser igualmente fuertes o, incluso, superiores, que en
las familias con hijos biológicos. Por lo tanto, la familia está más allá de los vínculos
sanguíneos o genéticos.

REFERENCIAS

Espinal P. I. I. y García, M. A. (s/f). Análisis Procedimental y sustantivo de la adopción en


México. Dirección de Asistencia Jurídica y Adopción, DIF Nacional.

Ávila, E. A. (2005). La función parental en la adopción. RIDEP. Vol. 19: (1), 191-204

Monserrat, A. (2009). La actualidad en la adopción: apuntes para la reflexión. Revista de


AAPIPNA. Vol. 1: (1), 1-9.

Abraham de Cúneo, L., Betta, P. M. E., Castiñeira, E., Márquez, F. A., Felbarg, D. y
Muchenik J. (2007). Relaciones fraternas en la adopción. Archivo Argentino de Pediatría.
Vol. 105: (1), 74-77.

Minuchin, S. y Fishman, H. C. (1984). Familias. En: Técnicas de terapia familiar.


Barcelona: ediciones Paidós.

Golombok, S. (2006). Modelos de familia: qué es lo que de verdad cuenta. Madrid: GRAO.

Kail, R. V. y Cavanaugh, J. C. (2006). Relaciones familiares: En: Desarrollo humano: una


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Bernedo, M. I. M., Fuentes, R. M. J., Fernández, M. M. y Morán, R. B. (2007). Percepción


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