Está en la página 1de 18

LA FAMILIA

Concepto jurídico

La familia, es una institución entendida como sistema de normas, que

desde el orden jurídico, se trata de un acto jurídico, al momento de su

celebración, y analizar sus sujetos, su forma, su prueba, y todo aquello

relacionado, ese acto jurídico es una puerta de entrada a la Institución del

matrimonio establecida por la ley, como vínculo preorganizado de manera

imperativa por esta.


Se reconoce como familia a un grupo de personas que poseen algún tipo de

lazo, este puede ser un lazo consanguíneo o de afinidad. Antes, una familia

se entendía como el grupo conformado por padre, madre e hijos; este es el

núcleo familiar, sin embargo, en la actualidad el concepto de ‘familia’ ahora

se entiende como el grupo en el que un individuo crece, convive, se siente

amado y cuidado.

Existen varios tipos de familias, las monoparentales (formadas por un padre

o madre y sus hijos), las biparentales (formadas por padre, madre e hijos),

familias ensambladas (cuando dos personas se unen y una de ellas ya tiene

hijos) y familias de acogida (cuando son adoptados los menores de edad de

forma temporal o permanente por algún adulto).

Concepto social
La familia es un grupo de personas unidas por vínculos de parentesco,

ya sea consanguíneo, por matrimonio o adopción que viven juntos por un

período indefinido de tiempo. Constituye la unidad básica de la sociedad.

CARACTERÍSTICAS DE LA FAMILIA

1. Universalidad. El estado de familia abarca todas las relaciones

jurídicas familiares.

2. Unidad. Los vínculos jurídicos no se diferencian en razón de su

origen matrimonial o extramatrimonial.

3. Indivisibilidad. La persona ostenta el mismo estado de familia frente

a todos ejemplo, si es soltero, es soltero ante todos.

4. Oponibilidad. El estado de familia puede ser opuesto para ejercer

los derechos que de él derivan.

5. Estabilidad o permanencia. Es estable pero no inmutable, porque

puede cesar. Ej. El estado de casado puede transformarse en estado de

divorciado.

6. Inalienabilidad. El sujeto titular del estado de familia no puede

disponer de él convirtiéndolo en objeto de un negocio.

7. Imprescriptibilidad. El transcurso del tiempo no altera el estado de

familia ni tampoco el derecho a conseguir el emplazamiento sin perjuicio de

la caducidad de las acciones de estado.

8. El estado de familia, es inherente a la persona. No puede ser

invocado ni ejercido por ninguna otra persona que no sea su titular. No

pueden subrogarse los acreedores del sujeto en sus derechos para ejercer
acciones relativas al estado de familia. Solamente, los derechos y acciones

derivados del estado de familia, de carácter meramente patrimonial, podrán

ser ejercidos por vía subrogatoria por los acreedores.

Cuáles son sus características?


Para tener una mejor idea de lo que supone una familia, veamos cuáles son

sus características:

Existe un lazo entre los miembros que componen la familia


Las familias están compuestas por varios individuos que comparten un lazo

en común. Lo habitual es que este lazo sea por consanguinidad, no

obstante, en la actualidad es cada vez más común ver familias formadas por

individuos con lazos afectivos.

Comparten una misma vivienda


Por lo general, las familias comparten una misma vivienda, conviven bajo el

mismo techo y se apoyan en las tareas del hogar o en la parte económica.

Pese a esto, los demás integrantes de una familia no necesariamente deben

vivir bajo un mismo techo.

Base fundamental para transmitir valores y educación


En las familias, los miembros más jóvenes aprenden las costumbres y

tradiciones de sus parientes; cuando estos formen su propio núcleo familiar,

podrán continuar transmitiendo esto a las siguientes generaciones.

Asimismo, la familia constituye uno de los pilares en la transmisión de

valores y educación, ya que desde casa los padres o responsables de los


más jóvenes tienen esta responsabilidad. Después de todo, el hogar es el

segundo lugar en el que más pasa tiempo un individuo.

Generalmente se forma tras la unión matrimonial o conyugal


Otra característica de las familias es que estas usualmente se forman tras la

unión matrimonial, sea por medio de la iglesia o por el civil. De igual modo,

muchas familias se forman antes del matrimonio, es decir, solo tras una

unión conyugal. Cabe señalar que algunas familias pueden ser de tipo

poligámica, esto cuando el jefe de familia tiene más de un conyugue y posee

hijos con cada uno.

EVOLUCIÓN HISTORIA JURÍDICA

La familia no es la misma en nuestros días de lo que fue hace siglos

atrás, su forma y estructura fue cambiando así como los tipos de

organización familiar. Estos tipos de familia que se han sucedido a lo largo

de la historia, determinan las diferentes etapas, que caracterizan la evolución

de la institución familiar.

Los grupos familiares comenzaron a existir en tiempos primitivos de la

cultura humana, es decir, en la prehistoria. Allí los miembros de lo que

podría llamarse familia, se alternaban parejas, sin criterios como los que

rigen hoy en día. Esta fase en la historia de la familia podría llamarse como la

de “promiscuidad”, en virtud que no imperaba ningún tipo de ley, como la

que rige hoy en relación al incesto.


A partir de que el hombre aparece en la tierra y luego de la etapa de la

promiscuidad están las siguientes etapas en la historia de la familia:

 Etapa de la comunidad primitiva: Aparece cuando el hombre como

tal surge en el planeta y se va a desarrollar según diversas formas de

organización social.

 Etapa de la horda: Fue una forma simple de organización social, se

caracterizaba por ser un grupo reducido, no había distinción de paternidad y

eran nómadas.

 Etapa del clan: Obedecían a un jefe y estaban conformados por un

grupo o una comunidad de personas que tenían una audiencia común. En

este tipo de familia tenían gran importancia los lazos familiares.

 El matriarcado. El parentesco se da por la vía materna. La mujer-

madre es el centro de la vida familiar y única autoridad. Su labor es cuidar a

los niños y recolectar frutos y raíces para la subsistencia; en tanto el hombre

se dedica a la caza y pesca.

 El patriarcado. La autoridad pasa paulatinamente de la madre al

padre y el parentesco se reconoce por la línea paterna. Se asocia con el

inicio de la agricultura y por consecuencia con el sedentarismo. El hombre

deja de andar cazando animales y la mujer se dedica a la siembra y cosecha

de frutas y verduras.

 Familia extendida. Está basada en los vínculos consanguíneos de

una gran cantidad de personas incluyendo a los padres, niños, abuelos, tíos,

tías, sobrinos, primos y demás. En la residencia donde todos habitan, el

hombre más viejo es la autoridad y toma las decisiones importantes de la


familia, dando además su apellido y herencia a sus descendientes. La mujer

por lo general no realiza labores fuera de la casa o que descuiden la crianza

de sus hijos. Al interior del grupo familiar, se cumple con todas las

necesidades básicas de sus integrantes, como también la función de

educación de los hijos. Los ancianos traspasan su experiencia y sabiduría a

los hijos y nietos. Se practica la monogamia, es decir, el hombre tiene sólo

una esposa, particularmente en la cultura cristiana occidental.

 Familia nuclear. También llamada "conyugal", está compuesta por

padre, madre e hijos. Los lazos familiares están dados por sangre, por

afinidad y por adopción. Habitualmente ambos padres trabajan fuera del

hogar. Tanto el hombre como la mujer buscan realizarse como personas

integrales. Los ancianos por falta de lugar en la vivienda y tiempo de sus

hijos, se derivan a hogares dedicados a su cuidado. El rol educador de la

familia se traspasa en parte o totalmente a la escuela o colegio de los niños

y la función de entregar valores, actitudes y hábitos no siempre es asumida

por los padres por falta de tiempo, por escasez de recursos económicos, por

ignorancia y por apatía; siendo los niños y jóvenes en muchos casos,

influenciados valóricamente por los amigos, los medios de comunicación y

la escuela.

ROLES DE FAMILIA

El rol que juega la familia es fundamental para la protección,

estabilidad, conformación de valores, es motor y freno de acciones diversas,


genera orgullo, sentido de pertenencia y es fuente de alegrías y tristezas que

forman parte del vivir cotidiano.

La familia va a tener roles que se configuran dentro de ella y que cada

miembro va a recibir y asumir según las cualidades y relaciones que se dan

en el grupo familiar. Aquí se enumeran algunos aspectos relacionados con

los roles familiares.

Los roles de la familia no son naturales sino que son una construcción

social, pero además y sobre todo, particular de cada familia.

Esta particularidad va a depender de varios aspectos como:

 La historia familiar,

 La historia intergeneracional,

 Los valores culturales,

 La sociedad en la cual vive,

 La situación y relaciones presentes de esa familia.

Los roles son asignados de alguna forma, pero también son asumidos

en el contexto de lo que podría denominarse la “escena familiar”.

Estos roles pueden ser más o menos rígidos o pueden variar;

justamente se puede decir que cuanto mayor rigidez en estos roles, pues

peor pronóstico va a tener una familia, en relación a la salud de sus

miembros o al equilibrio que puede haber en la misma.


FUNCIONES DE LA FAMILIA

Una de las características que distingue a la familia es su capacidad

de integrar muchas funciones en una única fórmula de convivencia.

Algunas de las principales funciones que la familia cumple son las

siguientes:

 Económica. En ella cabe distinguir: mantenimiento de los miembros

no productivos crematísticamente hablando; división de las tareas

domésticas, como aprendizaje de la división del trabajo en el mundo laboral;

transmisión de bienes y patrimonio (herencia patrimonial, jurídica, de

estátus y de poder). Se satisfacen las necesidades básicas, como el

alimento, techo, salud, ropa.

 Reproductora. Toda sociedad regula las actividades reproductoras

de sus adultos sexualmente maduros. Una manera de hacerlo consiste en

establecer reglas que definen las condiciones en que las relaciones

sexuales, el embarazo, el nacimiento y la cría de los hijos son permisibles.

Cada sociedad tiene su propia combinación, a veces única, de reglas y de

reglas para la transgresión de reglas en este campo. Esta regulación supone

un control de las relaciones entre personas que, a su vez, contribuye de

forma sustancial al control social. Se satisface el apetito sexual del hombre y

la mujer, además de la reproducción humana.

 Educativa-socializadora. El objetivo generalizado es la integración

de los miembros más jóvenes en el sistema establecido, moralmente o


jurídicamente. Tempranamente se socializa a los niños en cuanto a hábitos,

sentimientos, valores, conductas, etc.

 Psicológica. Puede ir desde la satisfacción de las necesidades y

deseos sexuales de los cónyuges, hasta la satisfacción de la necesidad y el

deseo de afecto, seguridad y reconocimiento, tanto para los padres como

para los hijos. También se incluiría el cuidado a los miembros de más edad.

 Domiciliaridad. La función consiste en establecer o crear un espacio

de convivencia y refugio. Cuando la pareja se traslada a vivir con los padres

de la novia o cerca de ellos, la situación se denomina matrilocal. Una pauta

patrilocal se da cuando la pareja se traslada con los padres del novio o junto

a ellos. La neolocalidad ocurre cuando la nueva pareja se instala en una

residencia independiente. Los primeros casos implican un tipo de estructura

extensa, el último, la nuclear.

 Establecimiento de roles. Según las culturas y en relación directa

con el tipo de economía prevaleciente, las familias varían en su estructura de

poder y, en consecuencia, en la distribución y establecimiento de roles. Son

patriarcales aquellas familias donde el marido toma las decisiones sin

consulta ni discusión con los demás miembros. Si es la esposa quien

decide, la sociedad familiar se denomina matriarcal. Sin embargo, ambos

casos, destacan en el criterio de autoridad.

EL MATRIMONIO Y LA PLURALIDAD DE

ESTRUCTURAS FAMILIARES
El matrimonio es una institución social que crea un vínculo conyugal

entre sus miembros. Este lazo es reconocido socialmente, ya sea por medio

de disposiciones jurídicas o por la vía de los usos y costumbres. El

matrimonio establece entre los cónyuges —y en muchos casos también

entre las familias de origen de éstos— una serie de obligaciones y derechos

que también son fijados por el derecho, que varían, dependiendo de cada

sociedad. De igual manera, la unión matrimonial permite legitimar la filiación

de los hijos procreados o adoptados de sus miembros, según las reglas del

sistema de parentesco vigente.

Durante mucho tiempo se ha presentado a la familia como una

realidad convivencial fundada en el matrimonio, indisoluble y heterosexual,

encerrado en la seriedad de la finalidad reproductora. Este parecía ser el

único espacio en la ley para el sexo protegido. Sus alternativas: la norma

penal para castigarlo o la negación y el silencio. Pero tal estructura familiar

se revuelve sobre sus más sólidos cimientos con la aparición de nuevas

fórmulas convivenciales. La sexualidad y la afectividad fluyen y se

sobreponen a aquellos esquemas ordenados con una interesada

racionalidad y reclaman su espacio de libertad jurídicamente reconocido. No

quieren insertarse en el esquema «organizado, repetitivo, frío y serio del

matrimonio». Se niegan a admitir como única finalidad del sexo la

procreación, a que el matrimonio sea la relación exclusiva para su práctica, a

la predeterminación de roles en la conducta sexual y, aún más allá, se

atreven a negar que la unión del hombre y la mujer, necesaria para la


fecundidad lo sea también para ordenar la sociedad en familias. Se aboga

por la salida de la homosexualidad de lo patológico para ingresar en la

normalidad. Una normalidad que requerirá la entrada de su relación en el

derecho, su protección jurídica.

Paradójicamente aquellas relaciones afectivas y sexuales afirmadas

contra el rigor del tiempo, de los sexos, de las instituciones y las leyes

pretenden ahora efectos jurídicos. Y más aún quieren para sí algunas de las

consecuencias jurídicas de aquella institución legal, estable, formal y

organizada. De un matrimonio que ya no es indisoluble, que ya no tiene

como finalidad la generación, pero que sigue siendo unión formal entre dos

personas de sexo diferente. No menos paradójico resulta el hecho de que la

opinión general, cuando se habla de amor estable y duradero, se reconcilie

con las nuevas formas convivenciales, que se conmueva y las apruebe. Pero

cuando esta actitud tolerante exige un cambio en la legislación o el

reconocimiento de un derecho, cuando la plena integración social reclama

normalidad jurídica entonces se descubre que el respeto y la aprobación no

han conseguido liberarse del prejuicio.

Entonces se sobredimensiona el sentido de la tradición para frenar los

cambios legislativos respecto a una realidad que, en modo alguno, resulta

novedosa. Y que resulta potencialmente conflictiva, lo que se hace

ostensible ante la insistencia de reivindicaciones que son sostenidas en los

tribunales, amparándose en las discriminaciones que estas formas

convivenciales estables suponen en relación al matrimonio.


La discriminación nos lleva al discurso de la igualdad, gran

«controladora de simetrías y asimetrías de la racionalidad jurídica». Un

discurso que busca diferencias objetivas y razonables en las que justificar

un tratamiento jurídico diverso. Entonces los discursos variarán según se

trate de una pareja heterosexual u homosexual. Se va a hablar de sexo, o

quizás se va a silenciar una cuestión sexual presente y, en cualquier caso,

se abre el camino al control social y a discursos de rechazo bajo una

aparente tolerancia. Se manejarán argumentos diferentes porque se acepta

mejor una pareja heterosexual que una homosexual y como prueba de ello

aparece como criterio de distinción el hecho de que el matrimonio sólo está

permitido entre un hombre y una mujer. La institución consagra así las

diferencias fundamentales, que se dan como objetivas, de las distintas

convivencias afectivas.

Con el punto de referencia del matrimonio, cuando se trata de abordar

el reconocimiento de algunos efectos jurídicos a las uniones de hecho

heterosexuales, el jurista habla en nombre del derecho, no necesita del

discurso religioso y moral. Despliega todo su arsenal jurídico, las bien

aprendidas lecciones de teoría del derecho y sus mejores conocimientos de

derecho civil. Se refiere a las lagunas del derecho, a la analogía, a la

comunidad de gananciales, a los derechos y deberes ope legis, al

enriquecimiento injusto o al abuso de derecho.

Pero cuando se trata de parejas homosexuales, entonces el jurista se

desliza con facilidad en el terreno de la ética y de la biología, de la


pedagogía, la religión y la moral y se hace eco de todos sus recelos y sus

miedos. Se exige a la ley que hable, que «descifre» el sexo mediante la regla,

que prescriba el orden lícito o ilícito, el sexo útil o peligroso, de ese mundo

frágil de donde nos llegan «las amenazas del mal», el «irremediable fin» de

los placeres patológicos: el desorden y hasta la muerte del individuo e,

incluso, de las generaciones futuras. Entonces, se acusa al homosexual de

«insultar a la verdad» del sexo, del «intento de querer neutralizar el principio

mismo del doble origen del hombre» donde la paternidad y maternidad son

«prueba decisiva de la diferencia de los sexos». Y se entra en el terreno de

las perversiones, enfermedades y desequilibrios, de actos «contra natura»,

de la excentricidad y la provocación, de la gravedad de las consecuencias

demográficas y éticas. Y hasta la ecología sirve de apoyo en un intento de no

contaminar la sagrada institución matrimonial.

Lo cierto es que aún en el caso de que se abogue por una regulación

indiferenciada en las relaciones de pareja, incluso apoyando el matrimonio

entre homosexuales, la problemática que se plantea en estos últimos y las

parejas heterosexuales es diferente. Y una nueva paradoja sale al paso. Uno

de los argumentos esgrimidos para no conceder ciertos efectos jurídicos del

matrimonio a las parejas de hecho heterosexuales es el respeto de su propia

elección. Bajo el supuesto de que pudiendo haberse casado no lo han

hecho, porque no quieren someter su relación al régimen jurídico del

matrimonio, sería incongruente concederlos determinadas consecuencias de

ese mismo régimen jurídico rechazado. Pero cuando se trata de parejas


homosexuales no hay aquí libertad que respetar, no hay incongruencia con

los actos propios, porque ellos no han pretendido excluir ningún régimen

jurídico. Entonces, se dirá que lo que no existe es situación análoga.

EL ORDENAMIENTO JURÍDICO Y

LAS PAREJAS DE HECHO

Para Kant la entrega y aceptación de una pareja en la relación sexual

sólo es posible a condición de que exista matrimonio. El matrimonio es, por

tanto, un contrato necesario para que el hombre y la mujer, que entregan sus

órganos al placer convirtiéndose a sí mismos en cosas, recuperen su

condición de personas. En el concubinato, al no existir contrato conyugal,

uno se entrega como cosa al arbitrio del otro, como si de un contrato de

alquiler se tratara para el uso de un miembro del cuerpo. Cualquiera podrá

rescindir el contrato sin que el otro pueda hacer valer lesión de derecho

alguno.

En Hegel el matrimonio es «amor jurídico ético», convierte a la unión

de los sexos en «entrega sustancial». La racionalidad eleva la inclinación

natural de dos personas y sus sentimientos a un significado intelectual y

ético: al reconocimiento de la unión, a un compromiso ante los demás. De

estas cualidades carecen las uniones no matrimoniales.

Casi dos siglos después se plantea la cuestión de si el matrimonio es

sustancialmente distinto o cumple unas finalidades diferentes a las de una


pareja que convive de forma estable y que asume funciones que el

ordenamiento constitucional ha considerado dignas de protección. Si

realmente el compromiso ante los demás, o el reconocimiento que se

aprecia en el matrimonio, puede empujar y provocar la caída de los que

quedan fuera de su límite a una simple relación de «alquiler», en la que no

pueda percibirse ni entrega, ni compromiso, ni reconocimiento.

Tras la lectura de algunos trabajos doctrinales y resoluciones

jurisprudenciales, resulta difícil no caer en la tentación de considerar a las

uniones de hecho como las formadas por aquel hombre y aquella mujer que

conviven de forma estable y exclusiva, pero estando en condiciones de

casarse no lo han hecho. Y, aunque los motivos no importen, recalcar que

no han querido comprometerse jurídicamente. Aún más, puesto que hay que

ser, y además se es, respetuoso con la libertad ajena, justo es que se les

niegue cualquier beneficio jurídico de aquellos que se conceden a los

cónyuges.

Se perfilan así los puntos primordiales en el análisis de las parejas de

hecho. Por un lado, su semejanza fáctica con el matrimonio, en atención a la

estabilidad y la exclusividad en condiciones de contraer matrimonio. En

ambas situaciones se crea una convivencia estable, con actuaciones,

intereses y fines comunes, una comunidad de vida que supone la

constitución de una familia. Y como tal, aunque las parejas de hecho surjan

sin vinculación directa a precepto jurídico alguno, asumirán fines y

funciones que el derecho protege.


Y, precisamente, los efectos jurídicos que a estas relaciones le son

reconocidos han operado añadiendo, en las normas que así lo han

establecido, a la palabra cónyuge «aquel con quien conviviera de forma

estable en análoga relación de afectividad», o al matrimonio «la convivencia

marital o situación de hecho asimilable». La Ley ha equiparado, de esta

manera, en algunos casos ambas situaciones atendiendo al idéntico valor de

los vínculos derivados de una vida en común, traigan su causa en un

consentimiento formalmente prestado a través del matrimonio o en el hecho

concluyeme de la convivencia estable.

Las semejanzas entre ambas situaciones determinarían la identidad de

razón para la aplicación analógica de algunas normas del matrimonio a las

parejas de hecho. Refuerza tal posición la protección de la familia en la

Constitución, no vinculada al matrimonio; el derecho al libre desarrollo de la

personalidad que ampara la convivencia de hecho y la no imposición al

individuo de un estado civil determinado; la pérdida de contenido

institucional del matrimonio, en el que algunos deberes son difícilmente

exigibles, y su incumplimiento carente de cualquier efecto negativo; una

cierta sensación de injusticia si se compara la situación del conviviente no

ya con el cónyuge sino con otros parientes de su pareja, resultando ser él un

auténtico extraño para el derecho mientras puede resultar protegido un

colateral de cuarto grado. Además, se restaría protagonismo a otras

circunstancias que marcan la diferencia. Así, se ha dicho, en cuanto a la

diversa intencionalidad de las partes, que ésta puede ser tan variada al
formar un matrimonio como una pareja de hecho y, en cualquier caso, el

derecho no le presta atención ninguna en el caso del matrimonio. En cuanto

a la necesidad de formalidades para la constitución y disolución del

matrimonio, no exigible a las parejas de hecho, se mantiene que sólo por

razones de certeza no pueden justificarse medidas discriminatorias y que la

ausencia de forma puede ser compensada por la exigencia de un

determinado período de tiempo de convivencia.

Pero, por otro lado, la jurisprudencia y la doctrina, generalmente,

parten de la no equiparación de tales situaciones y, por lo tanto, de que no

cabe atribuir a las parejas de hecho más efectos de los que la ley

expresamente tiene previstos.

Si bien la exclusividad y la permanencia son notas que comparten con

el matrimonio hay diversos argumentos para negar la extensión de efectos

jurídicos de éste a las parejas de hecho. Entre ellos pueden destacarse: el

respeto de la voluntad de las partes; la certeza jurídica derivada del carácter

formal del matrimonio, tanto para su constitución como para su disolución,

inexistente en la pareja de hecho; la específica garantía constitucional del

matrimonio y no la de la pareja de hecho, se dirá que hay un derecho

constitucional a casarse y no a crear una unión de hecho; el matrimonio

produce por imperativo legal una serie de derechos y obligaciones a las

cónyuges no operativo a otras situaciones; el legislador no ha dejado

carente de efectos jurídicos a las parejas de hecho, sin perjuicio de que

pueda en un futuro concederles otros, mientras así no se haga no existe


laguna legal y, por lo tanto, no procede una aplicación analógica de las

normas del matrimonio; incluso, se han utilizado razones económicas para

apoyar estas posiciones, así sucede, en ocasiones, cuanto se trata de la

extensión de la pensión de viudedad al conviviente.

También podría gustarte