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1.

DORA: HISTERIA DE CONVERSIÓN

Dora es el sobrenombre de una muchacha de 18 años que en 1900 estuvo en análisis con Freud. Sufría de
diversos síntomas histéricos, ante todo una molesta tos de origen nervioso, que muchas veces conducía a
una afonía parcial y, en ocasiones, total. Además, ella se había vuelto bastante retraída, de mal talante y
absurdamente intratable. Después de un fingido intento de suicidio y un “ataque de desmayos”, su padre
la envió a tratamiento con el Dr. Freud. El análisis duró solamente tres meses (otra muestra de lo poco
“ortodoxo” que era Freud), siendo ella misma quien interrumpió el tratamiento debido a su insatisfacción
con los esfuerzos terapéuticos de Freud. Sin embargo, en este punto, había ya cierta mitigación
sintomática, pese a que no todos los síntomas habían desaparecido. A pesar de la interrupción por parte
de la paciente, Freud consideró que la dirección del análisis en cuanto reconstrucción de los factores
etiológicos vinculados al desarrollo sexual infantil estaba bien orientado, y escribió esta historia clínica
en 1901, pero la publicó recién en 1905 bajo el título de “Brudstücke eine Hysterieanalyse”,
“Fragmentos del análisis de una histeria”.
Las relaciones en la familia parental de Dora tienen una gran significación para entender su enfermedad.
El padre era propietario de una fábrica, un empresario. Cuando Dora tenía seis años de edad, el padre
contrae tuberculosis, y unos cuantos años después una enfermedad ocular condicionada por la sífilis. Dora
lo “adora” literalmente y hace todo por cuidarlo en su enfermedad. La madre es, según evaluaciones de
Freud, una mujer poco educada y poco inteligente que sufre de una verdadera obsesión por la limpieza.
Dora la desprecia y la ignora, y dado que la relación entre los padres es, en general, muy mala, ella toma
partido, en forma natural, por su padre. El hermano mayor de Dora se aísla y vive en su propio mundo,
pero toma partido por su madre. Después de que el padre hubiera contraído la tuberculosis, la familia se
muda a una pequeña ciudad de provincia con un mejor clima, y en esta ciudad, establecen gran amistad
con otra familia, la familia K.

Dora cuida a los niños de la familia K mientras la señora K se encarga de su padre. A partir de estos
cuidados se desarrolla una relación sexual entre el padre de Dora y la señora K, relación que en un principio
Dora defiende y encubre, pero que después intenta sabotear de cualquier manera. En la pubertad, Dora se
enamora de manera más o menos consciente del señor K, le escribe cartas cuando él está de viaje y recibe
pequeños regalos como retribución a sus cartas. El señor K trata, entonces, de acercarse más a Dora, en
términos más claramente sexuales, y Freud sospecha que el padre de Dora ha organizado un discreto
trueque: si él puede estar con la señora K, el señor K puede, entonces, estar con Dora. Sin embargo, cuando
Dora cumple los 16 años, esto llega a su irrupción: El señor K, en una excursión en vacaciones, le declara
su amor a Dora. Ella se enoja, le propina una bofetada e intenta hacer un escándalo delante de sus padres.
Sin embargo, no hay mayores consecuencias de esta “escandalización”. El padre y la señora K no quieren,
aparentemente, romper por ningún motivo su relación y apoyan, por lo tanto, al señor K. Todo el
“escándalo de Dora” es presentado como efecto de su vívida fantasía y de sus lecturas de libros sobre
temas sexuales. Dora se siente traicionada, comienza entonces a criticar al padre por su inmoral modo de
vida y, crecientemente, es dominada por sus síntomas histéricos. Es en esta situación que Freud la recibe
como paciente.
Sobre la base de las informaciones que surgen en el análisis, Freud puede reconstruir el desarrollo psico-
sexual de Dora. El rasgo central que reconstruye Freud es su fijación en la fase oral. Ella había usado
chupete hasta los cuatro años, y el padre le informa a Freud que él mismo tuvo que quitarle esta “mala”
costumbre a los cuatro años; no se dice, empero, como le quitó esta costumbre. Dora misma tiene un claro
recuerdo de que ella, siendo todavía muy niña, estaba sentada en una esquina, sobre el suelo, mientras se
chupaba el dedo pulgar de la mano izquierda, al mismo tiempo que con la mano derecha tiraba del lóbulo
de la oreja del hermano. Signos equivalentes de la significación de la fase anal no se encuentran, y se
puede suponer, entonces, que esta fase no ha jugado un papel muy importante en el desarrollo de Dora.
Sin embargo, Freud ve signos extremadamente claros de la fase que hemos llamado fase fálica activa.
Dora continuó orinándose en su cama hasta los siete u ocho años, y Freud interpreta este hecho como
debido a masturbación activa.
La masturbación ha, simplemente, reemplazado el chupeteo como fuente de placer, no teniendo la niña
otra posibilidad de descargar la tensión sexual agregada, más que orinándose. Dora no recuerda sus actos
masturbatorios, pero esto se debe, según Freud, a la defensa en contra del recuerdo. Por el contrario, ella
se acuerda que el padre acostumbraba a despertarla por la noche para que orinara de modo tal de prevenir
que ella lo hiciera en la cama. Hay razones para suponer que estos despertares por la noche debidos al
padre se constituyeron en puntos nodales en el desarrollo psico-sexual.
De partida, el padre era aquel que la salvaba de lo desagradable que es orinarse en la cama, pero el hecho
que la despertara tenía también el carácter de una actividad de vigilia y mantención de la prohibición de
la masturbación. Independientemente de que el padre haya metido la mano por debajo del plumón de la
cama de Dora para vigilar y prohibir sus actividades masturbatorias o no, sus repentinas apariciones
nocturnas le han recordado a Dora las situaciones en las cuales él intervino también activamente para
quitarle la mala costumbre del chupeteo. Si Freud en el momento en que trató a Dora hubiera trabajado
con el concepto de complejo de castración (que desarrolló posteriormente), seguramente hubiera admitido
como una posibilidad cierta el hecho de que Dora hubiera visto el pene del padre durante algunas de estas
visitas nocturnas. El reconocimiento de las diferencias sexuales es, según la teoría que Freud desarrolló
después, el principal motivo para renunciar a la satisfacción vía masturbación.
En el desarrollo sexual normal de los niños la angustia de castración se instituye como el principal motivo
de la represión del complejo de Edipo. En el desarrollo de la niña, se puede observar una transmutación
de la meta, de meta activa a meta pasiva; es decir, desde la meta de la fase fálica activa a la meta de fase
fálica pasiva, y con ello, también, desde el complejo de Edipo activo al complejo de Edipo pasivo. Dora
puede haber entendido o vivenciado la situación de tal manera que en tanto ella no tenía pene y en tanto
tampoco podía o le estaba permitido masturbarse, estaba entonces obligada a esperar por un pene y esperar
a ser estimulada sexualmente por otro. Expectativas pasivas de esta naturaleza pueden, en realidad, ser
formaciones reactivas un tanto inestables contra los deseos activos anteriores que debían ser reprimidos.
En el caso de Dora, su complejo de Edipo pasivo fue reforzado por el recuerdo de una satisfacción original
de carácter oral-pasivo en el pecho de la madre.
Dora, con cierto optimismo, habría esperado una satisfacción equivalente en el padre y su pene. Ha estado
en su cama, despierta, esperando al padre, muy ansiosa y preocupada por los regalos que él le traía de sus
viajes. Alrededor de los ocho años de Dora, es decir, a la edad en que deja de orinarse en la cama (y,
eventualmente, de masturbarse), se produce un notable cambio en su conducta. Ella se transforma de niño
en niña, de un “salvaje fenómeno” a una niña amable, callada y cortés. Si la neurosis no hubiera hecho su
irrupción, este desarrollo habría sido completamente normal, lo cual, por su lado, nos dice bastante acerca
del rol que se le atribuye (e impone, finalmente) a la niña y la mujer en los patrones familiares de la
pequeña burguesía, los cuales, en sí mismos, proporcionan excelentes condiciones de crecimiento para el
desarrollo de la neurosis.
Freud da la siguiente explicación a las diferencias entre el desarrollo normal y el neurótico. En el desarrollo
normal de la niña, desaparece gradualmente el complejo de Edipo pasivo, debido a que ella reconoce
también gradualmente que su espera es en vano. Con ello ingresa -con cierto retardo en relación al niño-
en el período de latencia. En el caso de Dora, ha habido una represión patógena de los deseos pasivos. La
condición de la represión es la mutación de afecto, es decir, un cambio del placer, ligado a las fantasías
del deseo, a displacer. Luego de la mutación del afecto, renuncia Dora a su deseo de que el padre la
estimulara en el clítoris, y ello genera displacer y angustia en ella toda vez que alguien (cualquiera, en
principio) le haga aproximaciones sexuales. Hay varias causas posibles para la mutación del afecto: Sus
expectativas con respecto del padre pueden haber sido tan intensas que la frustración en sí misma puede
haber dado lugar a una reacción. Además, la disposición hacia la angustia creada a partir de los intentos
del padre de quitarle la mala costumbre del chupeteo, puede haber sido asociada al nuevo deseo. Freud
menciona también la posibilidad de que las secreciones vaginales (flúor albus) pueden haberla llevado a
sentir asco por lo sexual.
Dora muestra decididamente síntomas histéricos a partir de los ocho años. Ahora bien, los síntomas son
formaciones de compromiso. Ello quiere decir que un mismo síntoma puede ser analizado en términos de
tres componentes, a saber: los impulsos hacia la motilidad provenientes del ello, del yo y del superyó,
respectivamente.
El ello busca, a través del síntoma, obtener por lo menos una satisfacción substitutiva. La elección del
síntoma se caracteriza porque el acto del síntoma recuerda lo menos posible la fantasía de deseo. La meta
puede, eventualmente, a través de la ventaja secundaria de la enfermedad, en la cual se obtiene la
preocupación y la atención de los otros - atención y preocupación que no era posible alcanzar en el marco
general del intercambio emocional entre el paciente y sus personas cercanas. El Superyó envía
sentimientos de culpa al yo en contra de los deseos reprimidos como si éstos todavía fueran parte del yo.
Para reducir el sentimiento de culpa y crear un nivel de equilibrio en el estado de cosas, se castiga el yo a
sí mismo mediante los síntomas, los cuales muy frecuentemente son dolorosos para el individuo. El yo
coloca su sello especial en los síntomas mediante formaciones reactivas, las cuales consisten en un
camuflaje de los deseos originales a través de la transformación en, o reforzamiento de lo contrario.
Los síntomas histéricos más característicos tienen el carácter de identificaciones. Es difícil, sin embargo,
comprender su verdadero carácter, dado que en efecto “imitan” o puede parecer, en principio, síntomas
somáticos comunes o bien pueden haber sido tomados prestados de otros histéricos. Por ejemplo, la tos
histérica puede haber existido por generaciones en una familia, de modo tal que se ha transmitido por
“herencia” de madre a hija varias veces. Los histéricos aprenden entre ellos con sorprendente e ingeniosa
rigurosidad y, por regla general, sin saberlo. Los primeros síntomas histéricos de Dora remiten a la edad
de ocho años, manifestándose bajo la forma de un ataque de asma. El ataque de asma le sobreviene en una
excursión por las montañas en un momento en el cual el padre se encontraba de viaje. Al padre, por su
parte, se le habían prohibido los paseos a las montañas debido a su tuberculosis y Dora, de este modo,
obtiene una prohibición equivalente a la del padre, la cual es expresión, sin lugar a dudas, de su
identificación con el padre. Los ataques de asma sobrevienen cuando él está lejos, y surgen mediante un
mecanismo psicológico que Freud denomina como identificación con el objeto perdido o extrañado.
Empero, se debe hacer notar que la identificación concierne solamente a un rasgo del padre, y el síntoma
no describe una regresión general al complejo de Edipo activo, en tanto Dora todavía tiene al padre como
su objeto preferido. La relación con el padre otorga, sin embargo, a los deseos activos ciertas posibilidades
de despliegue, en tanto Dora se siente honrada por cuidar a su padre y a los niños de la familia K, del
mismo modo en el cual ella releva el cuidado paterno para alejar los impedimentos para la relación entre
el padre y la señora K. Cuando la Dora de 18 años escribe su fingida carta de despedida, copia también al
padre, quien anteriormente había inventado una historia suicida como explicación para su relación con la
señora K. (la señora K. lo habría convencido de no suicidarse de todos modos).
Otra serie de identificaciones pertenece en forma directa al complejo de Edipo pasivo. Dora se identifica
con varias de sus rivales, tomando prestados diversos rasgos de ellas. Las rivales son la madre, la señora
K., unas institutrices y una prima que está celosa de su hermana menor. En este universo femenino rigen
reglas paradójicas, cuya coherencia Dora intenta en vano ubicar: los hombres son apreciables debido a su
poder económico; ellos les dan regalos a las mujeres y también las mantienen, pero sus “regalos sexuales”
no tienen ningún valor, e incluso son concebidos como algo sucio. Las mujeres se entregan sexualmente
a los hombres solamente para obtener su contraparte material, o sea, su apoyo económico: regalos,
mantención. Esta actitud no corresponde a los deseos sexuales originarios de Dora, ni a los activos ni a
los pasivos, pero esta actitud es perfectamente confiable u homologable a sus síntomas histéricos. Por
ejemplo, ella ha aprendido tanto de su propia madre como de la señora K. cómo se organizan los síntomas
histéricos luego de que los hombres hayan vuelto de algún viaje. Cuando ellos están de viaje, lejos, no hay
síntomas; cuando han vuelto a casa, ambas mujeres se enferman para poder sustraerse a las exigencias de
la sexualidad en la vida marital. Dora utiliza, se podría decir, el mismo “truco histérico”, nada más que
con signo contrario. Cuando el señor K., al cual ella le ha transferido su enamoramiento, está de viaje,
pierde la voz de modo tal que se puede consagrar, entonces, a escribir sus cartas para él, y cuando vuelve,
recupera la voz de modo tal de poder hablar con él. Sin embargo, esta actitud ha de ser modificada poco a
poco. Cuando le sobreviene el catarro y las emanaciones de líquido, ella llega a reconocer el hecho de
que la madre tiene varios síntomas somáticos reales que se deben a la enfermedad venérea del padre. El
padre se había “divertido” antes del matrimonio con otras mujeres que le contagiaron la sífilis, y tanto la
madre como la hija sufren las consecuencias de esta enfermedad.
En lo concerniente a Dora, la historia proporciona un material de figurabilidad para la formación de
fantasías histéricas de seducción y contagio. Como formación reactiva contra sus propios deseos sexuales,
este pensamiento de seducción y contagio invade su mente y se figura entonces que todos los hombres
tienen la intención de utilizarla sexualmente y que la sexualidad conlleva en sí misma algo sucio (la sífilis
del padre), y es este rasgo característicos de su pensamiento, en tanto formación reactiva, el que imprime
el sello definitivo a su relación con el señor K.
A los doce años desarrolla un nuevo síntoma nervioso, a saber: una tos golpeante típica, que no desaparece
sino como resultado del análisis de Freud. Freud interpreta la tos como un efecto de su identificación con
la señora K. Ahora bien, la señora K. no tiene tos, pero Freud descubre otra red de vinculaciones hacia
ella. Preguntándole a Dora, arriba al hallazgo de que ella está al tanto de la disminuida potencia de su
padre. El padre apenas puede realizar el acto sexual algunas veces, pero la mayoría de ellas, la señora K.
debe utilizar la boca (fellatio). Independientemente de que esta relación sea real o no, la fantasía
inconsciente de la señora K. con el pene de su padre en la boca es determinante para el deseo de Dora y el
cuadro de felicidad en la infancia en donde Dora se ve a sí misma con el pulgar izquierdo en la boca y con
la mano derecha en el suave lóbulo de la oreja del hermano, es solamente una cobertura mnémica de esta
fantasía. Hay muchas razones para que la fantasía de la fellatio no se vuelva consciente. Dora ha reprimido
tanto sus deseos sexuales pasivos como sus deseos activos, y también la conciencia de esta fantasía haría
los sentimientos de celos contra la señora K. completamente insoportables. La fantasía puede manifestarse
sólo bajo la forma de un síntoma, en tanto Dora con su golpeante tos pone en escena el golpeante
movimiento del pene en la boca y la garganta de la señora K. La tos tiene, además, la función de castigar
a Dora por sus deseos sexuales y su deseo de reemplazar a la señora K. en la relación con el padre. Cuando,
posteriormente, reacciona con rechazo histérico a las aproximaciones del señor K., hay también allí
mezclados rasgos orales.

Cuando el señor K. la besa a los 14 años, siente a partir de este hecho náuseas en las comidas junto con
otros síntomas, y cuando a los 16 años responde a la declaración de amor del señor K. con una bofetada,
justo había fumado un cigarrillo que él le había dado a ella, colocándose de relieve una vez más el tema
recurrente de la oralidad no compensada que se vincula al deseo genitalizado, el cual es rechazado
violentamente con una formación reactiva de carácter agresivo.
Sin embargo, lo que quería Freud demostrar con la publicación del análisis de Dora era la utilización
práctica de su método de interpretación de los sueños en la terapia. El material patógeno fue descubierto
por Freud a través de la interpretación de dos sueños de Dora. El primer sueño, lo había tenido Dora varias
veces, siendo la primera vez durante las vacaciones en las que propina la bofetada al señor K. El sueño es
reproducido de la siguiente manera:

“En una casa hay un incendio; mi padre está parado frente a mí y me despierta. Me visto rápidamente.
Mi madre quiere salvar un collar, pero mi papá dice: no quiero que yo y mis dos hijos nos quememos por
causa de tu collar. Bajamos apuradamente y cuando estoy afuera, me despierto (1905e:136).”

A objeto de la comprensión del análisis del sueño, dividiremos los vestigios del día y los mnémicos en
cuatro grupos:

1.- Durante las vacaciones estivales que hemos mencionado, Dora y su padre visitan a la familia K. en una
casa de verano localizada en un lago de Los Alpes. La tarde en que llegan a la casa de la familia K., había
muy mal tiempo, truenos, relámpagos y rayos. Se habla del peligro de incendio, puesto que la pequeña
cabaña de madera no tiene pararrayos. (“En una casa hay un incendio...”). Se llega entonces al siguiente
arreglo: el padre se quedará algunos días, después de lo cual, Dora se quedará sola con la familia K.
Después del fatídico paseo con el señor K., Dora duerme una siesta, pero se despierta con el señor K.
frente a ella (Mi padre está parado frente a mí y me despierta...”).

Dora quiere que el señor K. se vaya, pero el responde que tiene el completo derecho a entrar y quedarse
en su propia pieza. A sxla tarde siguiente, busca la llave del dormitorio de modo tal de poder encerrarse,
pero no logra encontrarla, por lo que sospecha que el señor K. las haya escondido. A la mañana siguiente
se viste rápidamente para no ser sorprendida por el señor K. (“Me visto rápidamente...”). También decide,
entonces, irse junto con su padre, en tanto siente que no puede tener un minuto de tranquilidad mientras
esté en esa casa (traducido al lenguaje del sueño: “en tanto estoy afuera, me despierto...”).
2.- Poco tiempo antes de las vacaciones, Dora había presenciado una discusión entre sus padres. La madre
quería cerrar la sala comedor en la noche, pero el hermano de Dora dormía en un cuarto que sólo tenía
acceso a través del comedor, y el padre, a su vez, no quería que esa puerta fuese cerrada. Argumentó que
podía suceder algo en la noche por lo que el acceso debía permanecer libre; Dora entiende esto como una
alusión a la posibilidad de un incendio. (“...papá dice: no quiero que yo y mis hijos nos quememos a causa
de tu collar).

3.- El collar, además, tiene otro antecedente. Se había convertido en una costumbre bien arraigada en su
círculo de amistades el proporcionar regalos, seguramente a partir del hecho que el padre acostumbraba a
comprar regalos caros a la señora K. Para disimular esto, comenzó también a darle regalos a su propia
esposa. Una vez, su esposa había querido un par de aros con forma de gotas de agua, y cuando ella recibió
una pulsera con perlas de ese tipo, el padre lo tomó a mal. Dora pensó para sí misma que a ella le habría
gustado recibir una pulsera así. El señor K. le había dado a Dora un collar, y la pregunta que se planteó
Dora fue que si ella debía entregar un “pago” sexual del mismo modo en que lo hacía la señora K. con su
padre.

4.- Finalmente, recuerdos infantiles están involucrados en la formación del sueño.

Hemos referido el hecho de que Dora se orinaba en la cama y cómo el padre la despertaba para prevenir
esto (mi papá está frente a mi cama y me despierta). Hay una correspondencia a nivel simbólico entre el
peligro de agua y el peligro de incendio (Wasserfare und Brandfare). Se dice que los niños que juegan con
fósforos, se hacen en la cama, y Freud piensa, de un modo análogo, que la masturbación tiene este efecto.
El peligro de agua y el peligro de fuego remiten a la sexualidad. Esta asociación se hace aún más vigorosa
en cuanto a su efecto significante dado que Dora, a través de las informaciones de su madre, pone su
propia emanación de líquidos en relación con la enfermedad venérea del padre.
El factor que desencadena la formación del sueño es que las fantasías de deseo inconscientes y reprimidas
invisten los restos preconcientes del día, por lo que surge un deseo onírico preconciente. 1 Normalmente,

1
La primera fase en la formación de un sueño consiste en que los impulsos de deseo en el inconsciente invisten algunos de los
restos del día anterior en el pre-consciente, con lo cual el deseo onírico preconsciente se configura. Este proceso, posiblemente,
haya comenzado ya en estado de vigilia, puesto que algunos de los restos del día anterior (vivencias en el curso del día, cuya
percepción no es necesariamente consciente y son reconocidas en el sueño) apenas han podido llegar a ser conscientes, dado
que en forma inmediata han sido atraídos por impulsos inconscientes y vinculados asociativamente a fantasías de deseo
inconscientes. Característico en la formación del sueño es lo siguiente: En el curso del día, uno ha tenido problemas y
preocupaciones a cuya solución no se ha arribado. Si uno se arrepiente de algún error que ha cometido, uno no se puede liberar
de una serie de deseos inútiles: “si sólo no lo hubiera hecho”; “si sólo lo hubiera hecho otro”; “ojalá no tenga mayores
consecuencias”, etc., pero estos pensamientos son tan poco constructivos que no pueden ser utilizados para una solución
concreta del problema. Sin embargo, es alrededor de estos rudimentos o prolegómenos de deseos, que los deseos oníricos
cristalizan, cuando los restos pre-conscientes en el sueño son reforzados por los impulsos inconscientes. Como regla general,
los deseos pre-conscientes se pueden distinguir de los deseos oníricos, puestos que estos últimos son más indisimulados,
egoístas, más asociales y menos morales. Ello se debe a que la censura está debilitada bajo el sueño. De acuerdo a su posición
en el aparato psíquico, la censura está dirigida, principalmente, contra las fantasías de deseo inconscientes, cuyo contenido es
sexual, y cuando éstos se transforman en deseos egoístas en el preconsciente, pueden, entonces, pasar la censura. La segunda
fase tiene su punto de partida en la fantasía de deseo preconsciente. Con referencia al modelo tópico dice Freud que este impulso
puede tomar un curso progresivo o regresivo. En el estado despierto, normalmente, tendrá un curso progresivo, en tanto el
impulso continúa desde el preconsciente al consciente, donde puede dar lugar a la acción. Esto no sucede durante el dormir,
hay cierta correspondencia entre los deseos oníricos inconscientes y los deseos preconscientes (el
capitalista y el empresario de los sueños), de modo tal que la interpretación del último se confirma a través
de la interpretación del primero. En el sueño neurótico, la cosa se plantea de un modo diverso: Puede
suceder que los dos deseos oníricos sigan contradiciéndose el uno al otro, y éste es el caso en el sueño de
Dora, en donde la fantasía de deseo reprimida está constituida por el complejo de Edipo pasivo, mientras
que el deseo onírico preconsciente emerge a partir de una formación reactiva histérica en contra de este
complejo de Edipo.
El deseo onírico preconsciente es fácil de rastrear. Dora teme una aproximación sexual del señor K. y
quiere, ostensiblemente evitarla y arrancarse de esta situación. Freud lo expresa de la siguiente manera:
“Fuera de esta casa en la cual - como yo he visto- hay peligros que amenazan mi virginidad; me voy junto
con papá, y mañana temprano en mi baño tomaré las providencias para no ser sorprendida.” (Freud,
1905e., p: 154). En este sueño manifiesto, el deseo onírico ha sido satisfecho, pero al mismo tiempo, y en
atención a la figurabilidad, ha sido desplazado a otras áreas temáticas. El peligro de violación es
desplazado hacia el peligro de morir quemada, pero es todavía mediante la ayuda del padre que Dora
puede salir de la casa incendiándose. Otro peligro al cual se alude es el peligro de orinarse en la cama, y
también aquí, el padre está colocado en la posición del que dispensa la ayuda necesaria, mientras que la
madre aparece como antagonista. Sin embargo, ha habido una transformación, puesto que ha sido la madre
(y no el padre) quien ha advertido a Dora contra la contaminación sexual de parte de los hombres. El padre
ha tomado en el sueño el rol de la madre, puesto que es él, concretamente, quien debe ayudar a Dora contra
el señor K., y puesto que también él tenía razón en la discusión con la madre sobre el tema de si cierra o
no la puerta del comedor. En estado de vigilia es la madre a quien Dora se confía respecto de sus
aprehensiones relativas al señor K., y la madre es, supuestamente, la única que no sospecha de Dora.

El complejo de Edipo pasivo reprimido pone también su signo positivo en el sueño y permite la siguiente
interpretación: El padre y la hija se pertenecen, pertenecen a una misma unidad; mientras que la madre
trata de matarlos/separarlos. Dora quiere obtener los regalos que el padre le da a la madre y que a la madre
no le gustan. Las gotas (las perlas) tienen una significación negativa para la madre (contaminación,
secreciones, contagio), mientras que éstas tienen para Dora una significación positiva (la leche materna
original y, luego, el semen del hombre, que la mujer recibe a través del coito). El padre que está parado
frente a la cama y despierta a Dora, es el padre bueno que satisface el deseo de Dora, y el señor K., asume
en los restos del día la misma posición: Dora quiere entregarle a él la retribución como pago por el collar
que ha recibido como regalo. La paradoja más sobresaliente del sueño confirma también el complejo de
Edipo pasivo, y puede, eventualmente, interpretarse como el naciente reconocimiento de Dora de las
causas de la neurosis: La madre tira para dos lados en el sueño. Por una parte, ella quiere proteger a su

dado que el sistema consciente está puesto fuera de función mediante el retraimiento de sus investiduras hacia el yo-placer
narcisista. (No hay nada más narcisista, en la experiencia cotidiana, que el bostezo o el quedarse dormido frente a otro que le
habla a uno). Cuando la progresión es imposible, el impulso de deseo elige la regresión, es decir, un movimiento de vuelta a
través del aparato psíquico. Para el impulso de deseo, la tarea es la inversa a la de las representaciones-cosas que llegan a ser
conscientes mediante la traducción a representaciones-palabras: el impulso debe regresar a las representaciones-cosas. Luego,
desde el sistema inconsciente se vuelve al sistema de la percepción. Este sistema P sigue trabajando durante el sueño bajo el
impacto de los impulsos que llegan a la representación-cosa. Lo específico del sueño es que los impulsos de deseo invisten al
sistema perceptivo desde adentro, mientras que los impulsos de las sensaciones lo invisten desde afuera. El sueño emerge con
la misma calidad sensorial que las sensaciones externas, a diferencia del pensamiento despierto en donde es más difícil “ver” a
la persona en la cual se piensa. La tercera fase consiste en un movimiento progresivo que conduce al sueño visualizado desde
el polo perceptivo hacia el sistema consciente, que es lo que uno ve en el sueño, o sea, el sueño manifiesto.
género contra la contaminación de los hombres (cuidar que el collar como símbolo del género femenino
no sea consumido por las llamas), pero con ello, expone ella misma a Dora a los peligros de ser quemada
en el incendio. La paradoja de su rol ambivalente en cuanto a la protección materna es que al defenderla
de un peligro, aumenta el otro. Y esta ambivalencia, en el sueño, es la expresión de los efectos
entrecruzados de los aspectos pasivos y activos del complejo de Edipo.
Hacia el final del tratamiento, tiene Dora otro sueño, al cual haremos referencia en sus rasgos más notables.
Dora realiza un paseo en una ciudad extranjera. En la casa en que vive, hay una carta en la que su madre
le informa que su padre ha muerto. Dora se dirige, entonces, hacia la estación, pregunta por dónde llegar,
pero rechaza la oferta de un hombre que quiere acompañarla. Cuando vuelve a casa, la madre y los otros
parientes ya están en el cementerio. No siente pena, y sin embargo, se va a su pieza y se pone a leer un
libro grande. En este sueño es el complejo de Edipo activo (homosexual) el que se está expresando. Ahora
se ha convertido en su propio amo y señor, y su agresión contra el padre se manifiesta en la muerte de
éste. Puede leer, entonces, los libros que quiera, por ejemplo, libros sobre información sexual, y no
necesita la ayuda de extraños.
Los deseos homosexuales, sin embargo, no están expresados directamente, pero se insinúan a través de la
lectura. La señora K., de quien Dora está enamorada, traiciona a Dora al contarles a los hombres sobre sus
lecturas. El padre es quien, por una parte, es un obstáculo para llegar a la señora K. y a la madre, por la
otra; pero él desaparece en la muerte y se anula como antagonista. Por lo demás, fue él, precisamente,
quien le quitó la costumbre de chuparse el dedo y, posteriormente, de la masturbación, al mismo tiempo
que le dio a ella su enfermedad. A través de sus prohibiciones se puso en la posición de objeto de los
deseos sexuales pasivos de Dora, sin que haya podido satisfacer estos deseos.

Si combinamos los dos sueños obtenemos tres planos concurrentes en la personalidad de Dora:

Complejo de Edipo activo Deseo activo---------- cumplimiento

trans- (sexualidad, independencia, adquisición


forma- de conocimientos)
ción

__________ y ___________________________________________________

Complejo de Edipo pasivo deseo pasivo------- cumplimiento-------


retribución

giro (sexualidad, regalos, cuidados)

_________ del __________________________________________________________


afec-
toFormación reactiva peligro------- ayuda------ evitación del peligro
histérica (sexualidad, enfermedad, incendio (sueño)

Dora interrumpió el análisis debido a su insatisfacción con Freud; insatisfacción que, ciertamente, hoy
podemos comprender como una transferencia negativa, dado que a través de esta transferencia identificó
a Freud con su padre y con el señor K. Freud descubrió bastante tarde su enamoramiento homosexual de
la señora K., del mismo modo en que él no fue muy neutro que digamos en su aparición como figura en
la terapia, de modo tal, que pudo hacerse objeto de ese aspecto de las transferencias de Dora. Sin duda,
consideró la regresión hacia el complejo de Edipo pasivo como una premisa suficiente para la cura de
Dora. Si solamente ella resignara su formación reactiva histérica podría valorar y apreciar la sexualidad
pasiva. Freud pensó que las perspectivas futuras eran suficientemente buenas: ambos matrimonios se
tendrían que separar, de modo que el padre de Dora se casaría con la señora K., y Dora con el señor K.
No es exageración el decir que Freud, en realidad, debió haber ido más profundamente en su análisis. El
complejo de Edipo pasivo de Dora no era, en ningún caso, una formación estable; sino que más bien una
formación reactiva contra el complejo de Edipo activo. Solamente en el complejo de Edipo activo habría
Freud encontrado un fundamento razonable para el tratamiento de Dora, tanto más cuanto que su anhelo
de adquisición de conocimientos emerge precisamente desde allí. Sin embargo, en defensa de Freud, se
puede decir que siempre es difícil analizar a una persona que aún está signada por la pubertad y que, como
consecuencia de ello, todavía tiene una relación inconclusa y experimentadora en cuanto a su rol genérico.
Además, a Dora le hacían falta legítimas figuras de su identidad sexual dentro de las dos familias que
constituían su esfera íntima.

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