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J E S Ú S F A R I A S

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CAPÍTULO VI
P R E S O D E L I M P E R I A L I S M O
Y L A S T R A N S N A C I O N A L E S
P E T R O L E R A S

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J E S Ú S F A R I A S

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PRESO DEL IMPERIALISMO

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Y LAS TRANSNACIONALES PETROLERAS

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COMIENZO DE UNA LARGA PRISIÓN

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Mi llegada a los calabozos de la Seguridad Nacional fue motivo de una fiesta.

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Fui «presentado» a no menos de un centenar de agentes, todos muy felices. Me
pasaron a la oficina del «bachiller» Castro, quien estuvo provocándome con

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groseras insinuaciones de cuantiosas sumas de dinero, tal como, según él decía,

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se hacía en Estados Unidos y en muchos otros países, incluida Venezuela.

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Mencionó a conocidos dirigentes obreros no comunistas. Sin duda, se

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trataba de una bien preparada sesión de cohecho que estaba siendo grabada.

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Repentinamente me desaté en ataques contra el gobierno militar por

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los atropellos que estaban cometiendo contra los obreros petroleros y contra
los familiares de éstos.

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Estando en los «interrogatorios», «el bachiller» recibió varias visitas de

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quienes ya habían sido informados de mi captura y se desbordaban en elogios

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por el «trofeo».

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A Fernando Key Sánchez no lo interrogaron. Estando en la antesala

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de los calabozos, fueron sacados numerosos presos políticos para ser traslada-

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dos a Maracay. Entre éstos iba el doctor Renato Olavarría Celis, quien nos

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saludó con una alta moral.
Yo no supe cómo se salvó el camarada que debería llegar a buscarme M
a las 6 pm. Supongo que lo salvaría la presencia de los vehículos de la policía
estacionados por allí.
Las personas que me vieron ese día fueron «El Chino», un joven cama-
rada que fue por la tarde a llevarme unas informaciones escritas, y un empleado
del Aseo Urbano. Puede ser que este último, aun sin saber de quien se trataba,
haya dicho que allí estaba un elemento sospechoso. En momentos de luchas

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sociales importantes los policías siempre botan la basura con gran puntualidad
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en ciertas y determinadas viviendas.


Y en aquellos momentos el gobierno militar estaba «con el culo en las
dos manos».

CÁRCEL MODELO
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Aquella noche fuimos pasados a la «Cárcel Modelo». Nos metieron en


un calabozo de enfermería rigurosamente incomunicados, pero nos dieron camas
para dormir. Estábamos silenciosos. Key, malicioso y con mayor experiencia,
escuchó mis relatos de la entrevista con «el bachiller» y rió de buena gana.
Por la mañana se acercó por allí una mujer de las llamadas presas co-
munes. No se por qué cometí el error de preguntarle por qué la tenían allí. Me
contestó en forma aleccionadora: «Por un accidente». Key volvió a reír. Se daba
cuenta de que aquella mujer le había enviado uno a San Pedro.
Vino a romper la incomunicación, fugazmente, un mensajero de parte
del doctor Lander, abogado de la Creole, preso por allí cerca, quien me ofrecía
sus recursos y me enviaba un ejemplar de una revistica muy anticomunista, por
cierto.
Por su parte, la gente del Partido supo en seguida dónde estábamos,
porque nos hizo llegar ropa y otras cosas. Preguntaban:
— ¿Qué más necesitan?
— Nada, por ahora nada más —contestamos.
El día que caímos presos, el 6 de mayo, cuando estábamos en la Se-
guranal, hablaba el ministro del Trabajo, Rojas Contreras, para anunciar la
clausura de los sindicatos de trabajadores petroleros.
Nuestra situación se tornaba oscura. El gobierno pasaba a la ofensiva
con una represión sangrienta y despiadada y un vendaval de infamias por la
prensa y la radio.
A las familias obreras se les incautaban los alimentos —hasta los más
esenciales— y se las dejaba prisioneras en sus habitaciones. Muchos locales es-
colares fueron habilitados como retenes, donde se hacinaban millares de obre-
ros.
Todos los medios de publicidad transpiraban un odio espantoso a los
huelguistas y un servilismo cínico y estúpido a los patronos imperialistas.
Logré que un «ordenanza» me pasara un diario del día 8 de mayo por
el astronómico precio de diez bolívares. Aparecía bien destacada la noticia de
mi captura.

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Finalmente, la huelga fracasó al no lograr su extensión a todo el país.

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Los obreros petroleros y muchos otros gremios lucharon heroicamente en el

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Zulia, pero el resto del país respondió muy débilmente. Esto le permitió al ene-

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migo, el imperialismo y sus lacayos de la dictadura militar, concentrar todo su

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poderío contra las zonas petroleras.
Y nos derrotaron después de una intensa lucha, en la cual la clase

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obrera mostró sus virtudes y recursos como clase de vanguardia en la lucha por
la liberación nacional y las libertades democráticas. A pesar de la derrota, fue

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una jornada de unidad y combatividad obrera y popular. Estos dos ingredien-

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tes serían indispensables en el futuro para combatir exitosamente a la Junta

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Militar.
También ellos aprendieron la lección. Se daban cuenta de que la re-

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sistencia sería fuerte y que tendrían que reprimir más para mantenerse en el

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poder. La historia nos enseñaría que sacaron sus conclusiones mucho mejor

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que nosotros las nuestras.

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Las enseñanzas las asimilaron desde bien temprano, lo cual produ-

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jo un reflujo del movimiento revolucionario. Nuestras estructuras quedaron

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desmanteladas. De los partidos políticos sólo quedaron activos URD, Copei y

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el PRP. Este último tenía alguna presencia sindical. Se había desprendido del

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PCV acusándolo de reformista, pero no tuvo problemas para convivir con la

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dictadura, al menos durante los primeros años.
Antes del desenlace de la huelga, el día 11 de mayo a las cinco de la

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mañana, nos llamaron

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—»Con sus corotos...».

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Key se alegró. Yo le dije que me parecía que las cosas empezaban a
empeorar, tanto para la causa como para mí. Es decir, que la huelga se había

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perdido y que yo sería pasado a un sitio peor. Así resultó. Me trasladaron a El
Obispo. Una prisión inmunda.

EL OBISPO
Me aislaron en un calabozo húmedo y sucio; oscuro como tinieblas.
Incluso un minúsculo agujero que le habían fabricado a la puerta de madera
le fue taponado con una tabla adicional. No permitieron pasar colchoneta ni
cobija. Allí empezó mi dolencia ósea, durmiendo en aquel suelo frío, mojado
y sucio.
Para realizar mis necesidades fisiológicas me sacaban a un lugar donde
había una pequeña colina de estiércol.

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El «rancho» de El Obispo era algo abominable, tanto por su calidad
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como por la falta de higiene. Como tenía algunos bolívares, compraba leche
(Bs. 2.50 la botella) y pan salado, con lo cual evitaba comer el funesto «ran-
cho».
En la parte de abajo se encontraba un grupo de presos políticos, diri-
gentes de AD, quienes no estaban incomunicados. Entre otros recuerdo a Do-
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mingo Alberto Rangel, Luis Augusto Dubuc, Wenceslao Mantilla, Candelario


Salazar y Edmundo Yibirín. En otro calabozo, junto con los hampones, tenían
a Carlos Behrens, Adán Pérez Quiroz y José F. Semidey, a quienes conocería
después.
Yibirín tenía real y creo que el policía de guardia recibía algunas pro-
pinas. Un día arregló las cosas para salir del WC, cuando yo iba a entrar. Me
dejó un papel escrito con alguna información de los diarios. Luego me dejó
un libro y me ofreció dinero y, en general, se me puso a la orden. Lo extraño
del caso es que yo ni siquiera había oído mentar nunca a este farmaceuta, hijo
de «turcos», pero venezolano oriental por nacimiento y procedimientos. Luego
me dejó otro papel, donde me daba instrucciones para que pidiera salir al WC
cuando oyera determinados golpes.
No sé cómo, pero la gente del Partido supo lo de mi traslado inmedia-
tamente, porque me enviaron pijamas y camilla, aunque ésta se quedó afuera.
Una noche abrió la puerta un policía de turno y me entregó una carta
y un dinero.
Era pariente de un camarada muy discreto y buen amigo mío. Le pedí
que me comprara unas velas para alumbrarme y leer un poco. Lo hizo. Con este
policía envié unas letricas a la calle, las cuales llegaron a su destino.
La lectura a la luz de las velas me hizo un gran daño para la vista. El
libro que leía era una novela de John Dos Pasos, un libro bastante complicado
en su trama.
Cuando llegó la prensa con la noticia de la clausura oficial del PCV,
día 13 de mayo, Domingo Alberto la leyó a gritos, de manera que yo pudiera
oír. Efectivamente, después de la represión de los huelguistas y la clausura de
los sindicatos, vino la ilegalización del PCV y de TP, así como la confiscación
de todos sus bienes.

HUELGA DE PRESOS Y TRASLADO A SAN JUAN DE LOS MORROS


A fines de mayo, creo que fue el 26, los presos decretaron una huelga.
¡Estamos en huelga de hambre!, me gritaron. Ese día me llevaron muy buena

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comida. La rechacé. Luego, por primera vez, se me acercó una autoridad

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superior para inducirme a comer.

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Le dije un montón de cosas pesadas. En fin de cuentas, el único preso

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que nada tenía que perder allí era yo. Ni siquiera colchoneta. Lo único que

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podían quitarme eran las salidas diarias al WC o la posibilidad de comprar
leche, pero ésta le rendía buena utilidad a las autoridades dueñas de «La Cueva»,

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la bodega para presos, donde los precios eran 300 por ciento mayores que en
la ciudad.

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En plena huelga de hambre pude comprar una colchoneta vieja y su-

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cia por Bs. 30. Aquella inmundicia no valdría más de dos bolívares. Pero a mí

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me pareció una ganga. Y el cambio del húmedo, frío y sucio cemento pelado
a la pelotuda y rota colchoneta me pareció sencillamente delicioso. Además

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de todo ello, me creía muy listo por haber logrado esta adquisición pese a la

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prohibición. La verdad era que las autoridades, a sabiendas de que seríamos

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trasladados a otro penal, me enviaron la tentadora oferta para sacarme mis

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buenos seis fuertes.

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Después de unos cuatro días de huelga de hambre el asunto se arregló.

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Mejorarían la comida. Pero por la noche, ¡cuál no sería mi alegría!,

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cuando me despertaron y me dijeron:

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—¡Vamos!

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No pregunté nada, sino que me precipité escaleras abajo y me metí en
una larga fila de presos. Había un nerviosismo muy marcado entre oficiales y

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clases. Uno de éstos decía en alta voz:

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—Coños de madre, me los dejaran por mi cuenta para llevarlos a plan

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de machete hasta San Juan...
Allí le volví a ver el rostro al enemigo.

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Disfrazado con harapos, pero con un lenguaje alimentado por la campa-
ña radiada de los verdaderos enemigos de nuestra causa y de nuestro pueblo.
Hasta ese momento yo había estado incomunicado. Sin contac-to con
nadie. Para estar seguro pregunté a mi vecino:
—¿Qué fecha es hoy?
—Primero de junio —me contestó.
No teníamos noticia de nuestro nuevo destino, pero para mí una cosa
era muy buena: se rompía aquel maldito aislamiento en calabozo de castigo.
Yo resulté apersogado con Semidey, un costeño oriental muy maldi-
ciente, pero simpático. A la puerta del penal vendían naranjas. Aproveché para
comprar algunas y las repartí entre mis vecinos dentro del autobús.

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El lote de presos no era muy grande. Nos condujo un fuerte destaca-
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mento del Ejército con armamento reforzado. Los oficiales y suboficiales porta-
ban armas largas semiautomáticas, aparte de sus armas de reglamento.
Las calles capitalinas estaban desiertas. Velozmente, los autobuses en-
filaron hacia Los Teques. Luego, en La Encrucijada, viramos hacia el sur.
—Esto es San Juan —dijo alguno a media voz.
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Nadie comentó. Todavía la mayoría de la población dormía en la ca-


pital guariqueña cuando por allí pasamos, rumbo a la Penitenciaría General
de Venezuela (PGV). Ésta no era una cárcel para presos políticos. Los hubo a
partir de 1949.
Los penados, con sus ropas de amarillo encendido, daban una impre-
sión desagradable.
¡Ya nos acostumbraríamos!

VIDA DE PRESOS
Para nosotros fue habilitada una Letra (Bloque) «P». Deliberadamente
me fui quedando de último en entrar. Me aprovechaba de aquel sol tan
agradable. El proceso de inscripción era maravillosamente lento. Pérez Quiroz
también se quedó en la punta de la cola y allí mismo buscó mi amistad. Él venía
de una zona infernal dentro de El Obispo. Entablamos conversación y desde
allí nos hicimos amigos. Quedamos en el mismo calabozo junto con Dubuc y
Yibirín.
El director del penal, Mejías, un trujillano protegido de Dubuc du-
rante el reinado de Gallegos y el gobierno de Betancourt, no se acercó por allí.
Varios días después vino y ordenó que se nos permitiera salir al rastrillo de la
«P». Podríamos jugar dominó y hablar con otros presos.
Mis tres compañeros de calabozo eran excelentes personas. Nos llevá-
bamos bien. Los primeros días abundaban los chistes. Sobraba material para
conversar. Además, dormíamos sobre colchonetas y en las «parrillas» del penal.
Para mí, el cambio era «como de la tierra al cielo...», para decirlo con palabras
sacerdotales.
Ya en el rastrillo pude conocer a los otros presos: Trujillo, Lazo, Villa-
rroel, Murga, «Manuelito»... un negrazo barloventeño y un campesino de Ma-
cuchachí, Paco Ortega, Romeo Córdova, Juan Rojas y otros. Creo que éramos
36 en total. Luego fueron llegando más y más. Para diciembre de 1950 éramos
más de 700, pero para enero de 1951 sólo quedábamos unos veinte.
¡Qué mantequilla! ¡Cómo salían presos!

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En octubre de 1950, un agente de la policía política, Seguranal, visitó

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a Lazo, ex oficial del mismo cuerpo pero con Betancourt y Gallegos.

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—Sabemos que se prepara un atentado criminal contra miembros de

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la Junta Militar por parte de ustedes. En ese caso, el grupo de la «F» pagará con

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su cabeza... —le dijo.
Por el momento, nadie puso mucha atención en la sombría amenaza,

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salvo «Lacito», quien desarrolló la tesis del fusilamiento hasta el extremo de pes-
car un tremendo dolor de cabeza, el cual pretendía calmar con agua de colonia

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en forma de compresas sostenidas por un ridículo turbante.

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En julio llegaron a la PGV Octavio Lepage, Rondón Lovera, Orlan-

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do Gómez Peñalver y otros. Lepage era especialista en chistes pornográficos.
Gómez Peñalver alimentaba su arsenal de cuentos en cosas de la Guayana, de

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la selva, de los ríos. Rondón Lovera, como muchos otros en aquella etapa, era

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muy peleador, tanto con la guardia como con sus propios compañeros de la

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prisión.

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Yibirín creaba mitos y luego los defendía como si se tratara de realida-

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des. Domingo Alberto leía incansablemente unos enormes libracos norteameri-

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canos que hablaban sobre El Destino Manifiesto y otras cosas de la diplomacia

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norteamericana en relación con América Latina. Dubuc, como algunos otros

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profesionales, decía que él no tenía por qué estudiar, porque ya él era doctor...

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Jugaba un poco dominó y se cuidaba esmeradamente la cabellera. Leía un mon-
tón enorme de «muñequitos», así como novelas policiales norteamericanas de

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autores muy populares.

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Pérez Quiroz y Orlando eran muy amigos, pero al parecer no se cono-

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cían bien. Como sabemos, la prisión es un estupendo lugar para conocer a las
personas en toda su grandeza, pero también en toda su miseria.

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En este grupo había presos que recibíamos buenas encomiendas y
otros que no recibían nada. Yo recibía una encomienda muy grande y entre-
gaba a un compañero los quesos, dulces y otras cosas para ser repartidas entre
quienes nada recibían.
—Camarada, así ni come usted, ni comen ellos. Vamos a comernos
nosotros nuestras cosas —me dijo Orlando.
Esto enfureció a Pérez Quiroz, quien también recibía encomiendas.
Rangel y Lalao eran generosos. Los otros «ricos» aprendieron a serlo con el
correr del tiempo. Y con el buen ejemplo.
Lepage no era pichirre, lo que sí era un gran desmemoriado, hasta
el extremo de que en una ocasión se sentó en la poceta del WC con un libro,

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mientras otro esperaba nervioso para ocupar su turno. Caminaba, daba vueltas
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apremiado de verdad, pero Octavio leía atentamente, instalado sobre aquella


«codiciada» silla.
—¿Estas cagando cabuya, Octavio? —preguntó el apremiado.
—¡Ah, carajo! —respondió éste. Perdona, vale, se me había olvidado
que era aquí donde estaba sentado...
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Durante los primeros meses en la «F» ocurrieron cosas reveladoras


para mí. Cuando Sánchez Pacheco se encargó de la Dirección del penal, se pre-
sentó con su estado mayor a la «F» para ponerse a la orden y resolver algunos
problemas. ¡Cuál no sería mi asombro, cuando vi que aquel gesto era objeto de
burlas y provocaciones! Este Sánchez era como padrino o algo así de Domingo
Alberto, paisano de Dubuc y había estado preso en la época de Gómez. Ante
ello, este personaje reaccionó muy mal y desde ese momento «le puso la proa»
al grupo de la «F».
Durante el mes de junio y parte de julio recibí visitas muy breves de mi
hermana Altagracia, de Margot Córdova y de Raquel Reyes.
Eran visitas estrictamente vigiladas. De todos modos, Raquel pudo
informarme algo de lo que ocurría en el Partido con Juan B. Fuenmayor y su
grupo y de la Guerra de Corea. En una torta lograron pasarme una informa-
ción importante. Corrimos con suerte, porque la torta fue cortada en muchos
pedazos y el mensaje escapó al cuchillo de la censura policial.
Luego, Raquel trató de pasar algo muy mal disimulado y el material
cayó. Ella se dio cuenta muy a tiempo y se esfumó. Cuando fueron a ponerle la
mano ya iba lejos. ¡De vaina no fue a parar al calabozo! Hasta esa fecha hubo
visitas. Todo esto lo supe yo mucho después.
Por aquellos días participé en un campeonato de dominó. Mi compa-
ñero era Toro Alayón. Ganamos el primer puesto. En otro, con otro compañe-
ro, ganamos el segundo puesto. Después me alejé del dominó, juego de azar.
Dubuc me enseñó a mover las piezas en el tablero de ajedrez e hice rápidos
progresos. A partir de ese momento, me dediqué más al ajedrez. Este deporte
llegué a jugarlo bastante bien, al comienzo no tanto como José B. Granadillos,
Arrietti, Pedro Ortega Díaz y unos cuantos más, pero a la larga me incluí entre
éstos.
Al lado nuestro, en la otra letra, estaban Ernesto Silva Tellería —gran
amigo mío y paisano, de brillante prosa y orador insuperable, un hombre de
extraordinario valor y desprendimiento total, abogado laboral, defensor de
nuestro Partido hasta su últi-mo aliento, un ejemplo de comunista como los

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ha habido muy pocos—, Laureano Torrealba, Carlos Farrera Borges y muchos

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otros. Un poco más lejos se encontraban Pedro Ortega, Jerónimo Carrera y

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otros. Pero la gran masa de presos eran adecos. En nuestro grupo, por ejemplo,

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yo era el único comunista. Eran los primeros meses de la dictadura y ellos, por

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pertenecer al partido derrocado del gobierno, eran los más perseguidos. No
pasaría mucho tiempo para que nosotros les disputáramos el honor de ser el

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centro de la represión.

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¿QUIÉN ENTIENDE ADECOS?

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A LOS

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Un día se nos dijo que iríamos al comedor. Me pareció buena

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oportunidad para dar un paseíto tres veces por día, para ver otras caras,
incluida alguna gente de la calle, de la que visitaba a los penados, o para que lo

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vieran a uno, así como para comer caliente. Pero la medida fue repudiada por

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la dirección adeca de la «F». Me informaron que iban a «formar un peo». Traté

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de explicar las ventajas, pero no me oyeron.

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Así me veía envuelto en una política adeca que tenía como base la

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creencia de un regreso inmediato al poder...; mientras que yo veía la prisión

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como una cosa seria y prolongada, por lo que consideraba necesario economizar

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energías.

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Pensaba que lo mejor era conquistar condiciones que nos permitieran

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estudiar y sobrellevar las incomodidades de la prisión, sin choques permanentes
provocados por nosotros. Pero mis compañeros tenían otros planes y proyectos.

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Nos fuimos al comedor. Allá botaron la comida, insultaron a las autoridades

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del penal y cantaron el himno de AD. Fuimos arreados para la «F». Cuando

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llegábamos a esta letra, tropezamos con el ejército. Yo aproveché para gritar:
—¡Mueran los militares traidores! —y otras cosas por el estilo.

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Los que estaban más cerca de mí, me agarraron y me taparon la boca
para que no siguiera gritando. Yo estaba furioso y aproveché para preguntarles:
—¿Pero, bueno, no es eso lo que quieren? ¡Vamos a echarles bolas a los
militares!
Nadie dijo nada.
Ya en el «rastrillo» se nos ordenó entrar a los calabozos, pero los ade-
cos, nuevamente envalentonados por la distancia que nos separaba de la tropa,
les respondieron que nadie entraría.
—Vamos a entrar, porque de cualquier manera nos van a meter... —les
recomendé.
—¿Ud., como que está cagado, camarada? —me preguntaron.

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—Es que de todos modos tendremos que entrar, por las buenas ahora
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o por las malas más tarde —les aclaré.


—¡No señor, aquí no entra nadie! —me dijo Dubuc.
—Vamos a ver —respondí a media voz.
Minutos después entró el Ejército con bayoneta calada. En un pes-
tañar me vi solo en el «rastrillo». Y, para colmo, mis compañeros de calabozo
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habían cerrado la puerta. De vaina no quedé «enyalado» por fuera...


De esta manera conocía, ahora en la cárcel, rasgos típicos de los ade-
cos. Una auténtica farsa: un verbo encendido divorciado totalmente de la pávi-
da ejecutoria. Los contrastes fueron siempre una constante en los adecos.
Así observaríamos posteriormente cómo engañaban al pueblo con un
discurso que engavetaban para rendirse al servicio de los peores intereses de la
patria.

SIN-SIN Y LA VI CONFERENCIA NACIONAL DEL PCV


En una ocasión, a finales de 1950, cayó en manos de Silva Tellería una
copia del diario La Esfera. Luego que fue leída en la letra vecina, como pudo,
me la pasó. Cuando la tomé, me dijo:
—Yo he pensado muchas cosas en mi vida. Pero lo que nunca llegué a
pensar fue que algún día tendría que hacer circular clandestinamente La Esfera.
No pudimos aguantar la carcajada...
La cantidad de presos se había reducido sensiblemente. Se decía que
el problema de los presos sería resuelto en forma definitiva.
Muy de vez en cuando permitían alguna visita. Yo, luego del incidente
de julio de 1950, no vi a nadie más hasta la caída de la dictadura en 1958.
—Los presos políticos no tienen familia —les dijo Llovera Páez a mis
hermanas.
Cuando fuimos trasladados para los calabozos de «castigo», en febrero
de 1951, no había problemas con las autoridades. Aquel castigo sonó como
un trueno en una noche clara: ni ropa, ni libros, ni salida al sol, ni baño, ni
colchonetas. ¡Nada! Nos sacaron de a uno por uno, «sin corotos». Demasiado
tarde para un viaje largo, demasiado temprano para un viaje corto. Esta movi-
da era precursora de algo peor. Era el tercero de lo que sería una larga serie de
traslados. De «La Modelo» para El Obispo, luego de El Obispo para San Juan.
Ahora para «Sin-Sin».
Lepage fue de los últimos en salir. Cuando llegó a «Sin-Sin» dijo muy
sorprendido: ¡Pero, esta vaina es ¡»Sin-Sin»!

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Quienes ya estábamos «instalados» soltamos una sonora carcajada, la

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cual rompió definitivamente el silencio por todo el resto de la madrugada.

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Cada preso había tomado un libro. Era todo lo que llevábamos. Yo

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tomé dos, entre éstos un método para estudiar inglés. Cuando vino la requisa

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no hubo escapatoria, pues aquellos calabozos eran muy pequeños y adentro
sólo estaba una persona.

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Como pude me coloque el método de inglés pegado al estómago y me
puse a leer el otro libro. Éste me fue arrebatado, pero se salvó el de inglés. Este

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libro contenía una breve historia de Estados Unidos y sus datos geográficos.

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Cuando la vigilancia se descuidaba, leía un poco. Luego hacía preguntas al doc-

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tor Rangel, quien a menudo se extrañaba de mis conocimientos sobre EEUU...
Posteriormente, partí el libro en cuatro «tomos» y pasé uno a Domingo, otro a

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Lepage y otro a Behrens.

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En «Sin-Sin» organizamos partidas de ajedrez por corresponden-cia.

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Los tableros eran simples rayas en el piso y las piezas estaban forjadas con mi-

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núsculas migas de pan. Los mensajes informando las jugadas eran gritados...

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Dubuc no jugaba, pero «llevaba» las partidas en su propio «tablero».

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De la misma manera «veían» la partida otros aficionados. Eso nos ayudaba a

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matar el tiempo en aquella prisión, donde trataban de doblegar nuestro espí-

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ritu.

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Pasaron meses y las barbas crecieron frondosas. No permitían las en-

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comiendas. Sorpresivamente, llegó la orden de extrañamiento del país para

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algunos: Rondón Lovera, Pérez Quiroz, Hostos Poleo.

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Entre tanto, fuera de la cárcel reinaba un clima de bestial terror. A

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pesar de ello, en abril de 1951 el PCV reunió en las montañas de Yaracuy

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la VI Conferencia Nacional con el propósito de ajustar la línea política a las

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condiciones de resistencia contra la brutal represión, así como de resolver un
conjunto de problemas internos.
Entre otras cosas, resolvió luchar por la creación de un frente unitario
en contra de la dictadura militar-petrolera.
Acordó también expulsar al grupo fraccionalista encabezado por Fu-
enmayor, que había aparecido debido a su desacuerdo con la huelga petrolera
en 1950. Esta huelga, que me costó ocho años de prisión —donde estuve
tranquilo porque había que hacer aquella huelga y la hicimos— estuvo a punto
de poner de rodillas a la dictadura de Pérez Jiménez. Faltó una actividad de
protesta de mayor fuerza en el resto del país que acompañara a la huelga para
darle un giro profundo a la situación nacional.

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Sin embargo, Fuenmayor se molestó porque se encontraba en mino-
F A R I A S

ría en la apreciación de aquella lucha histórica de los trabajadores petroleros y


formó un grupo para oponerse a la línea del Partido.
Asimismo, se creó el cargo de secretario general del Partido que no
existía para la época.
Fui elegido para el mismo, a pesar de encontrarme secuestrado desde
J E S Ú S

hacía un año en las cárceles de la dictadura, privado de toda comunicación.


Fue un acto de cierta audacia, por una parte, y de confianza en las personas
ausentes, por la otra.
Yo tuve noticias de tales acuerdos sólo meses más tarde, cuando des-
pués de un laborioso trabajo el Partido estableció contacto conmigo. Me llegaba
abundante correspondencia y documentos publicados, así como los boletines
internos del Buró Político para la base del Partido.
Tan pronto como apareció Guasina escribí —por canales clandestinos,
se entiende— pidiendo que la encomienda mía fuera enviada a otras prisiones.
Así se hizo.
Por cierto, que la lectura de Tribuna Popular causaba siempre roces
dentro de nuestro grupo, porque los adecos interpretaban nuestros plantea-
mientos como un torpedeo de sus planes golpistas.

ELECCIÓN VS . ABSTENCIÓN EN 1952


En junio de 1951 enviamos una carta a Suárez Flamerich y al llamado
fraile Urbaneja. En la discusión del proyecto de la carta propuse incluir un
desafío: pedir que se nos llevara a los tribunales de justicia. Casi me linchan los
otros presos.
—¿Estás loco? —me preguntaban. Será que tú piensas vivir en la pri-
sión, pero nosotros no.
La carta surtió algunos efectos. Nos abrieron las celdas y nos sacaron
al sol por raticos, de vez en cuando. Se podía jugar dominó. Empezaron a dejar
entrar encomiendas.
Por aquellos días, una vez una hormiguita le picó una mano a Lepage.
Éste se alarmó. Yo le dije que tuviera cuidado, porque eso podía tener conse-
cuencias. Se fue a ver al médico, quien resultó ser un guasón. Lo hospitalizó.
Quiso la casualidad que en esos días consiguieran visitas para Gómez
Peñalver y Lepage, la madre de éste y la hermana de aquel acompañadas por la
doctora Delia Bárcenas. Gómez partió de su calabozo y Lepage debía hacerlo
desde el hospital. Gómez llegó primero a la sala de visitas.

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Junto con el saludo vino la pregunta de la madre anhelante:

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—¿Y Octavio?

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—Está en el «hospitar» —respondió Gómez Peñalver.

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—¡Ay! —gritó la madre angustiada—, ¿y qué tiene mi hijito?

M
—Nada grave, fue que lo picó una hormiguita.
Esta vez fue la risotada de Regina y Delia la que ahogó la pena de la

A
L
señora de Lepage.
Muy de tarde en tarde recibían visitas estos señores. Las visitantes —da-

A
T
mas ingeniosas y audaces— siempre iban cargadas con abundante información

S
para los dirigentes de AD, así como alguna información de carácter general, la

A
H
cual leía yo también.
Entre las informaciones «históricas» que nos llegaron, recuerdo el «lla-

S
E
mado a la insurrección y a la abstención electoral» ordenado por la dirección
adeca en la clandestinidad.

,
A
Sobre la «insurrección» les dije que me parecía un decreto en frío, que

I
no tendría eco. Fueron los dirigentes medios quienes se encargaron de comba-

B
M
tirme y de tratar de demostrar, que sí había condiciones para la insurrección

A
en 1952.

C
En cuanto a la «abstención», les manifesté que nadie les haría caso,

O
que hasta los propios adecos votarían y que lo harían como una manera más de

N
combatir contra Guasina y otras prisiones por el estilo, puestas en vigor por el

A
gobierno militar.

E
Esta vez fue Dubuc el teórico que rebatió mis opiniones. Recuerdo

N
que pronosticó que URD sacaría unos tres diputados. En cambio, Behrens

Í
L
dijo que URD se llevaría 65 diputados. Gómez Peñalver también opinó que no
habría abstención.

I
M
El «Che» Vegas, un oficial de la Marina de Guerra también preso en el
mismo sector, se encargaba de anotar en la pared las opiniones de cada uno.
Los adecos tenían cifradas muy grandes esperanzas en el atentado con-
tra el gobierno militar. Al parecer, había gente de las mismas Fuerzas Armadas
metida en el asunto, aunque sólo fuera para denunciarlo, como suele acontecer
a menudo con la gente de uniforme en Venezuela. Eran mitad conspiradores y
mitad delatores, según opinaban los propios militares presos en la PGV luego
de amargas experiencias.
Entre los militares presos con nosotros recuerdo a Guillermo Peña
Peña, guapetón y expresivo, Moreán Soto, Coraspe, Aldana, Carnevalli, Mén-
dez y otros.

189
Con motivo del asesinato del doctor Ruiz Pineda, los de «Sin-Sin»
F A R I A S

redactamos una carta y la hicimos llegar a los otros presos, quienes también la
firmaron. La resistencia había perdido un hombre valeroso, de pelea.
Para aquel entonces habían cambiado al director del penal. Ahora lo
era un doctor Navarro, quien sí fue recibido correctamente por los mismos que
habían provocado a Sánchez Pacheco. Este nuevo Director traía instrucciones
J E S Ú S

de mejorar nuestra condición de castigados permanentes y, quizás, de poner-


nos sobre la misma base en que se encontraban los otros presos políticos en la
PGV.
Una tardecita en vísperas de las elecciones, después de la clase de fran-
cés que dictaba el doctor Rangel, nos pusimos a comentar sobre lo que ocurri-
ría después de éstas, tomando en cuenta que hasta el propio Suárez Flamerich
prometía libertades en caso de que ganara el Frente Electoral Independiente,
partido que apoyaba a la dictadura.
Estábamos Rangel, Mantilla, Lepage y yo. Ellos —los adecos— soste-
nían la tesis de la abstención, pero a mi parecer no estaban muy convencidos
de su justeza.
—La gente votará en masa y ganará Unión Republicana Democrática
(URD), partido de centro-izquierda, único en que los comunistas podían con-
fiar en ese momento. Por cierto que eso será lo peor para nosotros, porque los
militares no entregarán el poder. Y seguiremos presos por cinco años más —o
más—, pero el gobierno que surja del nuevo golpe no llegará a las otras eleccio-
nes —les dije.
No discutieron. Luego, cuando todo aconteció más o menos como yo
les había dicho, Lepage, mezquino en el debate, dijo que yo no había hablado
en serio en aquella oportunidad. Por fin, clausuró el tema con una risita des-
pectiva y me dijo:
—Así es, camarada, usted tiene gran porvenir como brujo...

LA VENGANZA DE LAUREANO VALLENILLA


Para nosotros, la situación interna había cambiado. Gómez Peñalver,
autorizado por sus jefes, sostenía de vez en cuando conversaciones con las
autoridades del penal. Después del golpe del 2 de diciembre de 1952 este señor
se puso en contacto con Laureano Vallenilla, nuevo ministro del Interior, quien
lo puso en libertad.
Lo que para Gómez Peñalver había sido bueno, para mí resultaba una
pesadilla. El nombramiento de Vallenilla era una señal ominosa, porque en

190
1943 yo lo había insultado sin que él reaccionara, como era de esperarse de

E
T
un hombre encargado de la Gobernación del Distrito Federal. Sabía yo que va-

R
liéndose de su nueva posición, como todo cobarde, ahora sí me cobraría aquel

E
U
insulto. Y lo cobró con crecidos intereses.

M
En efecto, después de ser trasladados al pabellón número uno a princi-
pios de 1953, donde nos reunimos con otro centenar de presos políticos, el nue-

A
L
vo director del penal, Manuel Maldonado, barrió con nuestras conquistas.
Un día Maldonado me preguntó por qué no lo saludaba.

A
T
—No saludo a mis enemigos —le contesté enérgicamente.

S
En 1939 había sido preso de este sujeto en el Zulia y recibí un trata-

A
H
miento inhumano. Las vejaciones no las olvido.
Este altercado fue presenciado por un numeroso grupo de presos.

S
Luego vino la enfermedad y muerte del doctor Carnevalli. Maldonado

E
azuzaba a un cura para que convenciera al dirigente moribundo de la conve-

,
A
niencia de confesarse, al mismo tiempo que tenía preparado un grabador. Car-

I
nevalli tuvo una actitud muy firme. Le prohibió al cura la entrada a su celda

B
M
en el hospital.

A
—¡No me moleste! —le habría gritado.

C
Con motivo de la muerte de Carnevalli, firmamos una nueva protesta.

O
Por cierto que la víspera de este doloroso suceso había ingresado al penal el úni-

N
co copeyano que pasó por allí, el doctor Escalante. Se resolvió no molestarlo.
Pues bien, el hombre también firmó la protesta. El castigo no se hizo esperar.

A
E
Fuimos «enyalados» y se nos cortó el agua por una semana. El castigo duró

N
meses.

Í
L
DOS CORRIENTES ENTRE LOS ADECOS

I
M
En el seno de AD había dos corrientes políticas muy bien definidas.
En la izquierda estaban Lepage, Luis María Piñerúa, Pérez Salinas, Salom Meza,
González Navarro, Behrens, Rangel y otros. Editaban un periódico mural que
se llamaba Alfredo, creo que en homenaje a Ruiz Pineda. Este periódico fue
clausurado, pero no por las autoridades del penal, sino por la directiva del
partido AD en la prisión.
Se hacían chistes acerca de las dificultades de la izquierda adeca:
—Cuando no es el gobierno es la revolución... quien les clausura los
periódicos.
Yo tenía buenas relaciones amistosas con casi todos los presos, pero
en particular con aquellos que formaban la izquierda de AD. Además de los

191
mencionados, mantenía buenas relaciones con Antonio Ávila Barrios —des-
F A R I A S

pués dirigente del MIR en Guayana y fallecido en Cuba, en un corte de caña,


cumpliendo con sus deberes de internacionalista—, Trujillo, etc.
Entre los adecos de izquierda era muy popular el Movimiento 26 de
Julio y su principal dirigente, Fidel Castro. También Juan Domingo Perón era
una especie de jefe espiritual de Parrita y otros jóvenes adecos.
J E S Ú S

Por cierto, que las numerosas peleas entre adecos contrastaban con su
opinión en relación con Morales Bello. En seguida se ponían de acuerdo para
condenar la cobardía de este sujeto, que prefirió huir en lugar de ayudar a Ruiz
Pineda al momento de su asesinato.
Durante el castigo que nos impuso Maldonado, Piñerúa y yo queda-
mos en un mismo calabozo. El 24 de junio de 1953, con motivo de las fiestas de
San Juan, había mucha gente en el penal. Desde muchos calabozos gritaban:
—Camarada —yo era el «camarada»— lo busca el obispo...
Yo sonreía tirado sobre la parrilla.
—La cosa como que es verdad, camarada. Asómese por aquí —me dijo
Piñerúa.
—¡Ahí es! —gritaban desde calabozos vecinos.
Por fin me levanté. En efecto, frente a mi calabozo estaba un obispo,
con la sotana enredada en las breñas del «jardín».
—¿Qué será lo que quiere este cura? —me pregunté.
El ensotanado me identificó y luego me dio razones de mi gente de
Borojó. Era un tío de la esposa de un sobrino mío. Y ésta le había dicho que
no regresara por su casa, si no le traía alguna información sobre mi situación.
Hablamos un poco a gritos y nos despedimos.
Cuando se reunió la Conferencia de la OEA en Caracas, en 1954,
podíamos leer periódicos.
El discurso de Torriello fue muy comentado. También se comentó
mucho lo que dijo Pedro Estrada en Estados Unidos sobre la prisión del cama-
rada Eduardo Gallegos Mancera, salvajemente torturado por los esbirros de la
dictadura.

ALGUNAS MEJORAS
Un buen día —no recuerdo cuándo fue— le llegó relevo al doctor Mal-
donado. Vino el doctor José Nicomedes Rivas, quien se portó bien con no-
sotros. El nuevo alcaide, quien había sido empleado petrolero en Lagunillas,
afiliado al sindicato que yo dirigía, se me puso a la orden. Logré que me dejara

192
pasar las Obras Escogidas de Lenin, así como otros libros marxistas. Esto me

E
T
permitió estudiar lo que yo quería.

R
En una ocasión, por las navidades de 1955, se acercó a mi calabozo

E
U
mi antiguo «compañero», el alcaide, y muy discretamente me entregó tremendo

M
frasco de coñac de fina calidad, el cual, como todo, compartí con mis compa-
ñeros. A pesar de las atenciones, fue un gesto inesperado.

A
L
Por aquellos años se produjeron sucesos importantes en el mundo. Y,
como era de esperarse, las discusiones no se hacían esperar entre políticos con

A
T
concepciones políticas tan diferentes.

S
En mí siempre prevaleció la más firme convicción en la victoria de las

A
H
luchas de los revolucionarios en el mundo. Hasta en las más adversas circuns-
tancias, la fe en el triunfo era inquebrantable.

S
Eran numerosos los temas que atrajeron nuestra atención y genera-

E
ron, a veces, agrias polémicas.

,
A
Ejemplo de ello fue el altercado que sostuve con José Pérez Lías, enco-

I
nado enemigo de los patriotas vietnamitas, quienes habían humillado al ejérci-

B
M
to colonial francés.

A
Otro tema de discusiones era el resultado de la guerra en Corea. A pe-

C
sar de que teníamos muy pocas noticias, incomunicados como estábamos por

O
aquellos tiempos, se producían largos y, en parte, polémicos debates.

N
La muerte del camarada Stalin fue un duro golpe para mí. Me puse
sombrío, triste. Luego leí un reportaje de Miguel Otero Silva, el cual terminó

A
E
por conmoverme.

N
Í
L
CÁRCEL DE CIUDAD BOLÍVAR

I
M
A principios de 1956 se insistía mucho en las excelencias de un
traslado para «La Modelo». Decían que allá podríamos recibir visitas y que se
abrían posibilidades para una salida al exterior. Yo estaba en contra de toda
gestión porque, en comparación con el pasado remoto y reciente, estábamos
muy bien en la PGV. Podíamos leer periódicos, recibíamos correspondencia
de los familiares, estábamos en calabozos individuales. En fin, éramos un
puñado de buenos compañeros, podíamos estudiar, tomar el sol y esperar sin
ser molestados, pues el doctor Rivas se portaba bien con nosotros.
Pero se insistió en lo del traslado. En esto se coincidía con las autori-
dades del penal, las cuales no querían tener políticos, y menos en tan pequeña
cantidad, porque desde el punto de vista administrativo no le generaba ningu-
na ventaja.

193
Por fin, una madrugada apareció la guardia en plan de traslado. Esta-
F A R I A S

lló la euforia.
—¡Por fin nos vamos de esta vaina! —gritaba la mayoría. En «La Mode-
lo» sí que vamos a estar bien...
Como en otros traslados notaba algo raro, amenazador en la conducta
de la guardia. No me parecía un cambio para mejorar, sino todo lo contrario.
J E S Ú S

Se me acercó un funcionario y me felicitó..., porque se arreglaría nues-


tro asunto. Me mostré pesimista y le dije que no veía motivos para alegrarme.
Cuando llegamos a la puerta del penal nos pusieron esposas y nos
montaron en unos autobuses. Los agentes de la Seguranal iban muy bien ar-
mados. Antes de partir dos o tres compañeros entregaron telegramas para sus
familiares, donde les avisaban que iban para «La Modelo»... Les aconsejé que
no lo hicieran, que esperaran llegar al nuevo destino, pero no me hicieron caso.
Me tildaron de pesimista. Mis compañeros se pusieron silenciosos cuando los
autobuses tomaron rumbo a los llanos. Llegamos a El Carrizal, un aeropuerto
de emergencia. Allí, algunos entablaron animada conversación con los esbi-
rros. Yo me mantenía alejado, apersogado con un muchacho de Cumarebo
de apellido Hernández. Hubo que esperar largo rato sin saber qué era lo que
vendría. Apareció un avión DC3. Subimos todavía sin saber para dónde nos
llevaban, aunque lo suponíamos.
Al llegar al aeropuerto de Ciudad Bolívar, en la punta de la pista
nos esperaba una flotilla de camionetas de la SN comandada por el «Mocho»
Delgado, un antiguo adeco. A toda velocidad nos condujeron a la prisión de la
SN para políticos. A nuestra llegada hubo una requisa que terminó con todos
nuestros libros.
—Prepárese, porque esto no es San Juan —me susurró un civil durante
la requisa.
Pocos minutos después de llegar, se acercó a nuestra reja un adeco
para decir algunas cosas, fugazmente. Luego desapareció. Las noticias que traía
eran malas. Aquí reinaba el terror.
Con la nochecita llegó Juan Manuel Payares, acompañado de un nu-
meroso grupo de sus esbirros. Era el director del penal, hombre de confianza
del jefe supremo de la SN.
Estaba borracho.
—¿Usted quién es? —me preguntó.
—Soy Faría —le contesté.
—¡Buen lomo para una planazón...! —soltó antes de seguir.

194
Se tropezó con Salom Meza y al parecer lo confundió con Cordido

E
T
Salom, porque lo culpaba de lo que éste había hecho en 1946. Provocó de pa-

R
labra a Salom. Éste no se le achicó, aunque no podía responderle como se lo

E
U
merecía, porque allí mismo lo habrían molido a plan de machete. Quedamos

M
pensativos por un momento. Luego empezamos a prepararnos para el oscuro
porvenir.

A
L
Poco después vinieron por mí.
—¡Vamos! —se me dijo.

A
T
Pero, antes de partir me preguntaron:

S
—¿Ud. es el comunista?

A
H
—Sí, soy comunista —respondí.
—¡Pues sepa que aquí se joden los comunistas! ¡Siga!

S
Mis compañeros quedaron preocupados. Llegué al pabellón tres, don-

E
de tenían a los comunistas. Había algunos que habían ingresado al PCV en

,
A
la prisión, a quienes no conocía. Había guasineros y otros. Estaban bien orga-

I
nizados, como ocurre siempre en las prisiones con los comunistas. En pocos

B
M
minutos me pusieron al tanto de cómo eran allí las cosas.

A
Como yo venía de leer la prensa, les conté muchas cosas que allá se

C
ignoraban. Luego me impusieron unas charlas sobre mis impresiones del viaje

O
por la Unión Soviética. Ingresé en la Dirección del PCV en la prisión, tomé

N
turno en la cocina, así como en el aseo del pabellón. Me inscribí en los cursos
que se dictaban y empecé una nueva vida en la prisión, entre camaradas.

A
E
Lo primero que tuve que combatir fue un «comunismo de guerra» que

N
se había implantado. Podía haber café y cigarrillos suficientes, pero siempre se

Í
L
mantenía un racionamiento que irritaba a los camaradas. Eso lo echamos por
tierra, así como algunas otras disciplinas extremadamente severas.

I
M
A los otros presos se les tenía prohibido saludar a los comunistas. De
todos modos, no pocos adecos de izquierda nos saludaban desde lejos. Entre
los dirigentes adecos betancouristas y las autoridades del penal sí había acuerdo
en cuanto a persecución y delación contra comunistas e izquierdistas. Esto re-
sultaba verdaderamente vergonzoso. Especialmente en esos momentos se ponía
en evidencia la calaña de los betancouristas.
A nuestro pabellón eran enviados aquellos presos que enlo-quecían.
Éste era un castigo adicional, porque tales enfermos no nos dejaban dormir.
También nos metían siempre uno o dos soplones, presos desmoraliza-
dos, ganados por el enemigo no con halagos, sino con el terror, envenenados
contra los comunistas por una larga prédica dentro de AD. Seres realmente

195
despreciables. Sabiéndose descu-biertos, vivían temblando de miedo. Se arras-
F A R I A S

traban ante los esbirros para que los llevaran a otra parte, puesto que entre
nosotros no tenían posibilidades de ser útiles dentro de la prisión y, a veces,
recibían una golpiza.
El camarada Eduardo Gallegos Mancera era llamado por los adecos
«nuestro salvador...». Era el médico y el que proveía de medicinas a los enfer-
J E S Ú S

mos, de día o de noche. Este camarada recibía una enorme masa de muestras
médicas, las cuales administraba por pabellones. Tenía una numerosa clientela
y esto le permitía visitar a todos los presos, aunque muy vigilado.
El pabellón número 4 estaba ocupado con los militares y algunos civi-
les bajo proceso militar. Aquí destacaba Martín Márquez Añez, quien mantenía
buenas relaciones con los otros presos, incluidos los comunistas. En general, el
grupo de comunistas presos era respetado no sólo por los presos, sino inclusive
por algunos de los funcionarios del penal.
Como resultado del ingenio de nuestros camaradas en libertad, ha-
bíamos encontrado una forma de recibir correspondencia en las encomiendas.
Fue un proceso lento que por fin había cuajado. El cartón de las cajas de las
encomiendas hacía las veces de sobre de los mensajes.
Esto funcionó por un buen tiempo, pero como en las prisiones no
hay secretos eternos, ordené por mi propia cuenta parar tales envíos por unos
meses... Dos o tres semanas después de mi orden supimos que se había des-
cubierto el «camino». A partir de entonces fueron decomisadas las cajas de
cartón que nos llegaban de la calle. Mi aviso llegó afortunadamente a tiempo
para nosotros y demasiado tarde para ellos. Esto evitó que alguno de nuestros
valientes mensajeros hubiera caído y, con él (o ella), la información confiada.
Esto también le costó unos planazos al soplón que había descubierto y entrega-
do nuestro secreto.
A pesar de que nos sabíamos descubiertos, pero sin plena seguridad
de que los corresponsales seguirían atendiendo a nuestro aviso, era grande la
ansiedad reinante entre nosotros cuando veíamos llegar una encomienda.
Creo que fue en julio de 1957 cuando fuimos trasladados para «El
Tanque», un lugar de castigo. ¡Otra vez castigados! El Nº 3 fue ocupado por
un nuevo lote de presos, entre éstos, Germán Lairet, Ramón J. Velásquez y un
grupo de estudiantes.
Por aquellos días, los propios esbirros le habían mostrado un periódico
a Eduardo Gallegos con noticias sobre cambios de gobernantes en la URSS.
—Ustedes se jodieron... —le dijeron, antes de alejarse con su periódico.

196
Otra noticia que nos llegó, aunque con pocos detalles, fue sobre los

E
T
sucesos de Hungría. Yo sostenía que el ejército soviético tenía que intervenir.

R
Los anticomunistas adecos estaban felices durante los primeros días, cuando la

E
U
reacción apoyada por el imperialismo mataba a los comunistas en la calle y los

M
guindaba de los postes.
—¿Qué dice de eso, camarada? —me preguntaban con sorna.

A
L
—Esperen un poco, esa lucha no ha terminado todavía —les contesta-
ba. No crean que la reacción húngara triunfará. No estamos en 1919, cuando

A
T
el régimen obrero campesino húngaro fue ahogado en sangre. Ahora existe la

S
URSS con un tremendo poderío y, como siempre, con clara concepción del

A
H
internacionalismo proletario. Ése es un asunto no sólo contra los comunistas
de Hungría, sino contra todo el movimiento comunista mundial.

S
Luego cayó un gran silencio. No se tenían suficientes noticias. Mu-

E
cho más tarde vine a saber en detalle cómo había ocurrido todo, así como el

,
A
desenlace final de este drama. Posteriormente refería estos recuerdos a Nikita

I
Jruschjov y éste me contestó:

B
M
—Siempre es más fácil para un rehén comprender cosas como éstas...

A
Me dio a entender que entre los camaradas de Hungría hubo alguna

C
resistencia, que no querían la ayuda. Sin embargo, la escalada de crímenes co-

O
metidos por la reacción terminó por convencer a los remisos.

N
Menos mal que no fue demasiado tarde.
Pero, sin duda alguna, la gran noticia para nosotros durante 1957 fue

A
E
el histórico éxito cósmico de los científicos y técnicos de la URSS.

N
Lo contó en pocas palabras un funcionario que buscaba los servicios

Í
L
médicos de Gallegos Mancera. También tuvimos noticias de los fracasos norte-
americanos en ese frente…

I
M
Ya esto era miel sobre azúcar.
Un día nos dejaron abierta la puerta de «El Tanque», por olvido. Apro-
veché para una partida de ajedrez con Ochoa. Cuando los esbirros se dieron
cuenta, no sólo cerraron nuestra puerta, sino que desnudaron y encalabozaron
a Ochoa y, de paso, a Pedro Prado, porque éste se negó a contestar unas pre-
guntas que se le hicieron.
—Yo no soy delator ni policía —les dijo con mucha dignidad.

ENERO DE 1958
El 1º de enero de 1958 los presos de los pabellones uno, dos, tres y
cuatro lograron que los reunieran durante el día para oír misa... Luego que

197
estuvieron reunidos, y con la presencia del obispo Bernal, reclamaron que se
F A R I A S

tenía que abrir, por ese día al menos, el antro donde nos encontrábamos. Hubo
un prolongado forcejeo y, por fin, abrieron «El Tanque». Fue un día muy feliz
para nosotros. ¡Poder hablar con tantos amigos!
Por la tarde me encontraba hablando con un grupo de jóvenes, entre
éstos un economista adeco de nombre Pareles, cuando pasó junto a nosotros
J E S Ú S

Martín Márquez Añez, quien nos arengó sobre la necesidad de marchar hacia
el socialismo... Bien pronto habría de cambiar de opinión este improvisado
partidario de las ideas redentoras.
A partir de esta fecha empezaron a llegar «bolas» sobre la situación en
la calle. Llegaron noticias de los sucesos del primero de enero relacionados con
la rebelión de los aviadores comandados por el coronel Trejo. La derrota de
éstos «enculilló» a muchos que necesitaban muy poco para desmoralizarse.
La masa de presos estaba dividida en dos grandes bandos: optimistas y
pesimistas. Para los comunistas era evidente que la dictadura no llegaría al mes
de abril. Yo decía que no llegaba al 14 de febrero.
Si la huelga cuaja, el gobierno se cae, afirmábamos. Incluso desde la
prisión se veía que aquel era un gobierno maduro, que con un fuerte remezón
se vendría al suelo. Y la huelga general sería el puntillazo, la activación de la
insurrección.
Por la noche del 22 de enero Avendaño, un técnico militar, me gritó
desde el pabellón:
—¿Qué «bolas» tiene, camarada?
No tenía ninguna, pero le contesté:
—La crisis galopa.
—¿Pero tu fuente es seria? ¿Cuándo crees tú que podrás ir a Cabimas?
—Mucho antes de lo que tú te imaginas —le respondí. Pero, discúlpa-
me, porque tengo que arreglar la maleta... —agregué para despedirme.
Aquél había sido un día negro, sin «bolas», sin nada. Había tensa cal-
ma en el penal. Mucha gente alicaída. Derrotismo marcado en los rostros.
Nosotros, los optimistas, no cedíamos.
¡Este gobierno se cae!, garantizábamos, sin tener una base sólida para
sostener nuestro pronóstico.
«¿Ya tiene preparada su maleta, camarada?» —era el saludo y la despe-
dida que se oía en los pasillos entre nosotros los optimistas.
El día 23 de enero por la mañanita me despertó a gritos el mismo
sargento Avendaño.

198
—Camarada, desde la calle hacen señas que el gobierno cayó —me in-

E
T
formaba desde el balcón del pabellón Nº 2.

R
En seguida me subí y me puse al habla con uno de mis vecinos, que

E
U
tenía la posibilidad de ver las señas que hacía la gente del pueblo desde los

M
ranchos vecinos al penal.
Traté de calmarme, sin lograrlo, y le dije:

A
L
—Pero bueno camarada ¿no te dije anoche que la victoria popular es-
taba encimita?

A
T
Mi amigo y vecino siguió transmitiendo las informaciones, los gritos

S
y señas que veía y oía.

A
H
Poco después llegaron militares y sacaron en libertad a Martín Már-
quez Añez, quien pronunció ante sus compañeros un discurso cargado de pro-

S
mesas. Todo el día 23 de enero fue un hervidero en aquel maldito penal. Por la

E
noche, temprano todavía, vino un militar y nos habló. Dijo que gente impor-

,
A
tante en Caracas hacía gestiones por nuestra libertad, que de un momento a

I
otro, según creía él, llegaría la orden de libertad para nosotros. Por la noche del

B
M
23 al 24 de enero nadie durmió.

A
Todo fue café y comentarios. Programas y proyectos. Nosotros había-

C
mos echado abajo el poderoso candado que nos mantenía «entancados» y nos

O
reunimos con los del número 2.

N
Se comentaba que los procesados no saldrían. Se decía que saldríamos
todos o ninguno. Los procesados eran muy pocos, entre ellos la gente de Matu-

A
E
rín. Yo no entraba en esta discusión, tan sólo les decía:

N
—Vendrá la libertad para todos.

Í
L
Pero el pesimismo persistía.
—Camarada, Ud. cree que «el turco» Casanova y el «gato» Romero lo

I
M
van a poner en libertad a usted...? —alegaban.
—Conozco las fechorías de Casanova. No espero de él la libertad. Pero
si el pueblo de Caracas pudo poner en fuga a Pérez Jiménez, pondrá en fuga
también a Casanova —insistía. De eso no cabe la menor duda.
—Estamos en la calle, camarada —concluía.
Cuando cesaba un poco el temporal de comentarios, recordaba lo
que me había dicho Lepage sobre mis cualidades brujeriles. Brujo, curioso o
mohan, decía para mis adentros, creo que estamos a punto de salir de esta ya
larga y tremendamente dura prisión.
En esos momentos, yo era un hombre dichoso. A eso de las 9 de la
mañana del día 24 de enero llegó la orden de libertad para todos. Los carcele-

199
ros estaban presos. Uno de éstos se había «suicidado». Llegó gente de Ciudad
F A R I A S

Bolívar: el obispo Bernal, un sujeto del comercio y otros.


Empezaron los discursos... Habló Ramón J. Velásquez, habló el obispo
y se dedicó a implorar perdón para los asesinos y torturadores. Habló el comer-
ciante y dijo que ellos, los comerciantes, eran quienes más habían sufrido con
la dictadura de Pérez Jiménez. Habló Eduardo Gallegos Mancera y otros.
J E S Ú S

No sé cómo reaccionaban los otros ante los discursos, pero yo estaba


furioso.
—¿Van a seguir hablando bolserías? ¡Salgamos de aquí inmediatamen-
te! —dije.
Por fin abrieron las puertas. Al salir me encontré con Carmen Gil
Mota, médica comunista. Yo tenía dinero para pasajes por avión, pero los estu-
diantes no. Me pidieron que viajara con ellos en los autobuses. Acepté, aunque
no muy convencido de que aquello fuera lo mejor. Al pasar frente al Cuartel,
los militares que habían estado presos en el Nº 4 nos saludaron, ahora bien
armados con fusiles automáticos. ¡Qué cambio!
Cómo es de rica la vida en sorpresas. Y cómo crecen los sueños y flo-
recen las más bellas ilusiones de los hombres.
En Ciudad Bolívar hablamos al pueblo y partimos vía El Tigre. En
esta ciudad petrolera los liberados de Ciudad Bolívar organizaron un mitin.
Yo me opuse. Hubo una corta, pero agria discusión con el camarada Eduardo
Gallegos.
—¡Sigamos camarada! Nada de mítines por ahora. Ante todo entre-
guemos estos muchachos a sus madres. Luego vamos a ver qué es lo que pode-
mos hacer en el Partido —le decía.
Sólo una media docena de estudiantes se quedó conmigo. Los otros
se fueron a la plaza. Minutos después sonaron disparos de fusil. La Guardia
Nacional había dispersado el mitin, que lo era sólo de quienes venían de la
prisión. Bajo la amenaza de una planazón nos metieron en los autobuses.
Partimos silenciosos y roncos. Se había gritado mucho. Mauro Gómez
y Alí Muñoz habían paseado en hombros por una calle de El Tigre a Ramón
Quijada, pese al calor que hacía en aquel mediodía.
Por la tarde dejamos en una población del Guárico a Pedro Prado,
gran compañero, y a otro preso liberado. Más adelante, cuando cerró la noche,
nos quedamos en pleno llano. Nadie durmió. Por la mañanita seguimos cami-
no y llegamos a Caracas a mediodía del 25 de enero.
Yo estaba ebrio de dicha oyendo todos los relatos. Caracas había cam-

200
biado totalmente en ocho años. Aquel mismo día asistí con Alberto Lovera,

E
Pedro Ortega y Pompeyo Márquez a una media docena de reuniones de base.

T
R
Me vestí con un flux que me regaló el camarada Pedro Esteban Mejías y después

E
fui a la barbería.

U
Por la noche teníamos que hablar con Leoni y Dubuc, en casa de

M
Miguel Otero. Cuando marchábamos hacia Los Palos Grandes, nos detuvo un

A
grupo armado.

L
—¿Salvoconducto? —exigieron.

A
—Aquí los llevó —respondió Napoleón Granados, nuestro chofer de

T
aquella noche— ¡son Jesús y Pompeyo!

S
A
—Vía libre para los camaradas —ordenaron.

H
Entonces sí que me di cuenta que muchas cosas habían cambiado

S
durante aquellas últimas 24 horas.

E
En la reunión entre dirigentes de AD y del PCV me venció el can-

,
sancio. Tenía dos noches sin dormir nada y la fatiga del viaje de más de mil

A
kilómetros en autobús. Tiré la toalla y me fui a la cama. Dormí feliz y profundo.

I
B
Amanecí en aquel hogar siempre tan hospitalario.

M
Al día siguiente partí rumbo al estado Zulia, donde vivían mis hijos y

A
C
demás parientes. En el aeropuerto Grano de Oro me recibió una jubilosa mul-
titud de familiares, camaradas y amigos. Me presentaron a mis hijos —Rubia,

O
Euro y «Lacho» — y sobrinos que estaban chiquitos cuando los perdí de vista.

N
También había por allí dos nietas: Chabela y Magali... Me esperaban entraña-

A
bles camaradas y amigos, entre los cuales recuerdo a nuestra inolvidable Catali-

E
N
na Campos, llamada con cariño y plena justificación «la madre de los presos», a

Í
quien di un fuerte abrazo. Traté de hablar, pero me ahogó la felicidad.

L
I
M

201
J E S Ú S F A R I A S

202
CAPÍTULO VII
2 3 D E E N E R O , A UGE D E M ASAS
Y L A L UCH A A R M A D A

203
J E S Ú S F A R I A S

204
23 DE ENERO, AUGE DE MASAS

E
T
Y LUCHA ARMADA

R
E
U
M
A
L
ANTECEDENTES DEL 23 DE ENERO

A
La lucha de los trabajadores venezolanos contra la tiranía de Pérez Jiménez —ga-

T
S
lardonado con la más alta condecoración de Estados Unidos de Norteaméri-

A
ca— fue una etapa de tremendas dificultades, que se extendió por casi diez años.

H
Fueron años de una interminable y sangrienta represión policial. Durante este

S
tiempo, los partidos políticos democráticos y revolucionarios fueron ferozmen-

E
te acosados por un cuerpo policial sanguinario, al servicio incondicional del

,
imperialismo norteamericano. Numerosos dirigentes políticos fueron asesina-

A
I
dos y millares pasaron largos años incomunicados en las prisiones y campos de

B
concentración.

M
A
Durante estos años de luchas contra la tiranía militar de Pérez Jiménez

C
tuvieron lugar muchos grandes y pequeños combates por la libertad. Cada uno

O
de ellos, por sí solo, merece una historia aparte y constituye una clara muestra

N
de la inagotable vitalidad del pueblo venezolano, así como del coraje de los
dirigentes comunistas y la justeza de su línea política.

A
E
No se puede decir que hubiésemos sido «veteranos» muy experimen-

N
tados en el trabajo clandestino, pero conocíamos al enemigo y nos cuidábamos

Í
L
de caer en sus garras. Una de nuestras ventajas residía en que no nos creíamos
«maestros» ni superdota-dos. Tampoco menospreciábamos al enemigo. Aten-
I
M
díamos los consejos de quienes habían actuado en la más severa clandestinidad
antigomecista y procurábamos seguir también los consejos de quienes habían
leído los relatos y experiencias de los comunistas de otros países. Además, em-
pleábamos activistas poco conocidos o desconocidos del todo. Realizaban un
trabajo con mucha discreción y teníamos pocas bajas. Y los comunistas alcanza-
mos fama de buenos «conspiradores».
La unidad popular forjada para el derrocamiento de esta dictadura fue
obra, en lo fundamental, del PCV, cuyos dirigentes clandestinos dieron mues-

205
tras de sabiduría, temple revolucionario y paciencia. Tribuna Popular jugó un
F A R I A S

papel fundamental. Durante diez años la policía política de la tiranía de Pérez


Jiménez buscó en vano nuestra imprenta.
Ya en la legalidad, el órgano del CC se convirtió en uno de los diarios
de mayor circulación en toda Venezuela.
Con el derrocamiento de la dictadura, el pueblo conquistó las liberta-
J E S Ú S

des y los partidos clandestinos tomaron la calle, incluido, por supuesto, el PCV,
que aparecía cubierto de gloria por su excelente y valeroso trabajo de resistencia
contra la dictadura.
Durante las dictaduras se pueden destacar cuatro grandes jornadas
nacionales: la huelga petrolera de 1950, la victoria en las urnas de 1952, la abs-
tención de 1957 y las luchas de enero del 58. El 23 de enero no maduró de un
día para otro, sino que fue la culminación de un largo proceso político, durante
el cual la resistencia popular experimentó cambios radicales, tuvo altibajos, su-
frió muchas derrotas y alcanzó victorias formidables.
Después de la heroica huelga petrolera de 1950, que puso en jaque a
la dictadura, se produjo un repliegue de las fuerzas populares en medio de una
atroz represión.
A partir de ese momento los cambios a favor de las fuerzas democráti-
cas resultaban casi imperceptibles.
En cambio, la dictadura emergía poderosa, en particular, después de
cada fracaso de las desesperadas intentonas putchistas y terroristas de Betan-
court y un grupo en la dirección de AD.
Un momento importante de la lucha antidictatorial fueron las elec-
ciones de 1952, donde la dictadura fue derrotada por una alianza entre URD
y el PCV, pese a la abstención decretada por la dirección betancourista de AD.
Esta imponente victoria popu-lar obligó a los americanos a dar el segundo gol-
pe de Estado en cuatro años.
En 1957 Pérez Jiménez y sus consejeros, aleccionados por la derrota de
1952, no se atrevieron a convocar a elecciones, sino que prepararon un fraudu-
lento plebiscito. Esta vez las fuerzas de la resistencia llamaron a la abstención y
el pueblo no votó.
En 1952 fue una victoria con el voto y en 1957 fue sin el voto. Dos
experiencias notables frente a un enemigo poderoso que parecía tenerlo todo,
menos el respaldo del pueblo.
Esta segunda gran derrota en cinco años descompuso definitivamente
a la dictadura. En este momento, a iniciativa del PCV, aparece la Junta Patrió-

206
tica, la cual vino a ser la forma organizativa y de orientación política que toma-

E
T
ron las masas para conquistar la libertad.

R
La resistencia comunista, fuerzas patrióticas en la clandestinidad y

E
U
Gustavo desde México impulsaban la unidad que ponía en marcha la resisten-

M
cia como un poderoso instrumento de combate popular.
Conviene recordar que la dictadura pudo sostenerse tanto tiempo, sin

A
L
apoyo popular alguno, debido a la falta de unidad en el campo de las fuerzas
democráticas. Esta división era alimentada por el imperialismo a través de sus

A
T
agentes encubiertos, colocados en posiciones estratégicas en los comandos de

S
ciertos partidos. Desde EE UU, por ejemplo, Betancourt torpedeaba a la Junta

A
H
Patriótica, rechazaba toda idea unitaria de su partido con otras fuerzas popu-
lares. Los proyectos betancouristas consistían en reconquistar el poder para el

S
disfrute exclusivo de AD.

E
No obstante, a la luz de los sucesos de 1957 Betancourt cambia de

,
A
táctica y no desprecia alianzas temporales. Le convenía presentarse ante los

I
americanos como el artífice de una poderosa coalición, capaz de producir un

B
M
cambio de personas en el poder sin participación de las masas en el derroca-

A
miento de la dictadura, y mucho menos de los comunistas. Al parecer, Betan-

C
court sospechaba—y con sobrada razón— que las masas rechazarían su política

O
de entrega a los monopolios norteamericanos.

N
Es precisamente en este contexto que se produce el Pacto de Nueva
York de 1957, el cual tenía poderosos padrinos ocultos, tales como Nelson

A
E
Rockefeller y otros de su mismo poderoso pelaje. Éste era un pacto a espaldas

N
de las masas y en contra de sus intereses, firmado entre jefes políticos confabu-

Í
L
lados en contra de una pronta victoria popular contra la dictadura. Esta actitud
se justificaba en Betancourt, se explicaba en Caldera, pero no así en Villalba,

I
M
quien había recibido un poderoso respaldo popular en plena dictadura, victo-
ria esta que los dirigentes de URD no supieron explotar ni consolidar.
Entre las razones que indujeron a Betancourt a firmar esta alianza con
sus antiguos rivales se encontraba el hecho, bien conocido por los americanos,
de que en Venezuela la situación evolucionaba hacia la unidad popular contra
la dictadura.

PROGRAMA MÍNIMO, ALIANZA AMPLIA: VICTORIA POPULAR


Mientras tanto, en la resistencia los revolucionarios encabezados por
la heroica y lúcida dirección clandestina del PCV actuaban con sabiduría y
audacia. El programa de la Junta Patriótica fue reducido al mínimo para que

207
el Frente se ampliara al máximo, lo cual dejaba a la dictadura huérfana de
F A R I A S

todo apoyo nacional. A ello contribuía también la dictadura que, en medio de


un desesperado intento por frenar la crisis, enviaba a las cárceles nuevos lotes
de presos, civiles y militares, esta vez de todas las tendencias políticas y con
consecuencias contraproducentes para el régimen perezjimenista.
A partir del primero de enero de 1958, cuando los aviadores y otras
J E S Ú S

fuerzas militares tuvieron que lanzarse al combate prematuramente porque su


conspiración había sido delatada, la crisis del régimen empezó a galopar.
Cuando llegó el momento, ni antes ni después, estalló la huelga gene-
ral política y el llamado a la insurrección encontró eco en la Marina de Guerra
y en los cuarteles.
Huyeron Pérez Jiménez y su camarilla. Apareció una Junta Militar que
duró sólo unas horas. Fue depuesta por el pueblo insurrecto. Se formó una Jun-
ta de Gobierno cívico-militar presidida por Wolfgang Larrazábal y emerge una
nueva situación política en la accidentada historia republicana de Venezuela.
La lucha por el derrocamiento de la tiranía encadenó con la derrota
de ésta en las urnas plebiscitarias. Las masas trabajadoras y estudiantiles de
Venezuela en general y de Caracas en particular tomaron el camino de la in-
surrección. La tiranía de Pérez Jiménez fue derribada mediante una correcta
aplicación de las más diversas formas de lucha, incluida la lucha armada en las
ciudades, la huelga general obrera, huelgas estudiantiles, sangrientos choques
contra la policía...
La audacia y clarividencia de los comunistas y demás revolucionarios
pusieron literalmente en fuga al imperialismo y sus lacayos durante esta crisis.
El andamiaje de la dictadura, irrompible al parecer —de hecho lo fue durante
una década—, fue derribado el 23 de enero de 1958 por el colérico empuje
obrero y popular.
Aquellos acontecimientos echaban por tierra, en forma temporal, los
planes de Betancourt y sus amos imperialistas.
No obstante, no pasó mucho tiempo después de la victoria de enero
sin que Betancourt y el resto de los dirigentes políticos de la burguesía, grande y
pequeña, empezaran una labor de sabotaje contra la Junta Patriótica, solapada
al principio y luego ya en forma abierta. La Junta Patriótica expresaba la unidad
nacional sin distingos de ninguna clase. Y esto no era grato a los americanos ni
a quienes servían los intereses de éstos.
En lo que respecta al PCV, durante los últimos días de enero de 1958
nuestra situación material y la de sus principales dirigentes era muy apretada.

208
No disponíamos de recursos financieros ni materiales. Carecíamos hasta de

E
T
lo más elemental para vivir, sobre todo quienes veníamos de largas prisiones,

R
sometidos a años de total aislamiento. Nos tenían que presentar, incluso, a

E
U
nuestros propios hijos.

M
La primera reunión de Buró Político del PCV después del derroca-
miento de la dictadura fue en el «despacho» del camarada Ernesto Silva Te-

A
L
llería, una modesta y reducida habitación donde nos encontrábamos los de
la resistencia, los del exilio y los de las prisiones. Yo me sentía aturdido por el

A
T
cambio. Me daba cuenta de cuánto habíamos sufrido en aquella separación

S
interminable.

A
H
En medio de una enorme carga emocional me encargué de la Secreta-
ría General que me había sido asignada, en ausencia, siete años antes. Me in-

S
formaron asimismo que había sido electo Vicepresidente de la CTAL, también

E
por aclamación.

,
A
La situación no era como para discutir, sino para disfrutar la vibrante

I
solidaridad, para oír los relatos de quienes se habían jugado la vida —y la habían

B
M
ganado— en la clandestinidad, quienes resucitaban de las catacumbas y quienes

A
retornaban a la patria.

C
Ese 23 de enero obtuvimos una gran victoria popular sobre los peo-

O
res agentes del imperialismo. Por desgracia —y en parte debido a errores pro-

N
pios— dejamos escapar aquellas conquistas. Subestimamos lo que habíamos
conseguido, malbaratamos un precioso tesoro: la unidad obrera y popular, la

A
E
plena libertad. Se fabricaron chistes de mediocre factura contra la política de

N
Larrazábal. Y tomamos los caminos del hundimiento.

Í
L
Como veremos más adelante, esta derrota ha sido totalmente desvir-
tuada por quienes años después criticaron al PCV porque no había emprendi-

I
M
do, sobre la marcha, la lucha armada por el poder para la clase obrera, tentativa
que se emprendió después con los resultados conocidos. Aquellos «guapetones»
del ¡Cambio ya!, de la guerra al «gobiernito», Pompeyo Márquez, Petkoff, Eduar-
do Machado y compañía, nunca asimilaron las lecciones inmediatas al 23 de
enero ni los errores de la lucha armada. ¡Ah!, eso sí, a la postre resultaron bien
ubicados en el campo enemigo.

JORNADAS DE LUCHA EN 1958


El año 1958 fue aprovechado para la reorganización de los partidos
políticos, los cuales habían sido golpeados sistemáticamente por la represión
policial de la dictadura. En lo que respecta al PCV, cuando emergió de la

209
profunda clandestinidad tendría apenas unos seiscientos activistas. Sin embargo,
F A R I A S

en pocos días numerosos comunistas marginados por la ilegalidad y miles de


nuevos afiliados se incorporaron a las filas de los comunistas. El PCV creció
entre los obreros, entre la población marginal, entre los estudiantes y demás
categorías sociales. Su crecimiento en las ciudades fue un verdadero torbellino.
Las casas del PCV eran colmenas de camaradas en busca de orientación y tareas.
J E S Ú S

Creció en el campo también, aunque en forma menos brusca


El Partido Comunista, guiado por la sabiduría política y el carisma
del camarada Gustavo Machado, se transformó de la noche a la mañana. Rápi-
damente se montó en el potro de los diez mil militantes, que ponían en circu-
lación semana tras semana cien mil copias de Tribuna Popular. Teníamos una
línea política coherente, armoniosa, de masas y unidad popular.
La primera gran jornada verdaderamente de masas después de enero
fue la celebración del 1º de mayo en toda Venezuela. Los trabajadores se habían
reorganizado bajo las banderas de unidad clasista. Los reaccionarios estaban
huyendo de la justa ira popular. En Caracas, los miembros de la Junta de Go-
bierno se incorporaron al desfile de los trabajadores.
El prestigio de los comunistas entre las masas era extraordinario, nos
medían por la elevadísima cuota de sacrificio aportada en la lucha contra la dic-
tadura, por nuestra disciplina y, además, por la acertada política revolucionaria
que aplicábamos.
Yo participé en esa jornada internacional de lucha de los obreros como
dirigente comunista y de los trabajadores, además de mi condición de decano
de los presos de la dictadura. Los comunistas fuimos aclamados por una enor-
me masa de trabajadores, en cuyas organizaciones ocupábamos importantes
posiciones de vanguardia.
Un momento de singular importancia fue la visita de Nixon. Todavía
se respiraba el clima de combatividad de las jornadas del 1º de mayo, cuando
el 13 de mayo de 1958 llegó a Caracas el vicepresidente de los EE UU, Richard
Nixon. El pueblo lo repudió con tan airada cólera como protesta por la polí-
tica agresiva del gobierno yanqui, así como por el apoyo incondicional que le
había brindado a Pérez Jiménez, que tuvo que atrincherarse en su embajada.
Allá fueron Betancourt, Caldera y Villalba a brindarle excusas y solidaridad al
asustado mensajero de los monopolios, tan soberanamente zarandeado por el
pueblo caraqueño. Fueron necesarios diez mil hombres de las FAN y el concur-
so de todos los cuerpos policiales para que pudiera abandonar la ciudad poco
después de la medianoche.

210
A raíz de aquellos sucesos de impetuosidad insospechada, el presiden-

E
T
te de EE UU, Dwight Eisenhower, movilizó la flota del Caribe y sus paracai-

R
distas para invadir a Venezuela. Pero, al parecer, la información que recibió de

E
U
sus agentes en Caracas fue de tal naturaleza, que lo indujeron a reflexionar. En

M
efecto, no sólo entre la clase obrera, sino entre los estudiantes y el pueblo en
general, se notaba a simple vista un elevadísimo grado de combatividad. Tan

A
L
alta era la moral de lucha, que obligó a los propios venezolanos amigos de los
yanquis a declarar su disposición a combatir a los invasores, en caso de que se

A
T
produ-jera el anunciado desembarco de «marines» y paracaidistas yanquis.

S
A partir de los sucesos antiimperialistas de mayo se enfriaron las re-

A
H
laciones entre las fuerzas que habían derrotado a la dictadura. La unidad de
esas fuerzas se resintió como consecuencia de la radicalización que adquirió la

S
lucha. Tanto la gran burguesía como la otra comprendieron que las masas le

E
imprimían a la lucha de clases un ritmo endemoniado, una marcha cuyo paso

,
A
ni los explotadores ni sus agentes iban a marcar.

I
Y a partir de aquel momento también empezó a funcionar el Pacto

B
M
de Nueva York entre AD, Copei y URD, enfrentados a las fuerzas de la Junta

A
Patriótica que habían derrocado a la dictadura.

C
Pues bien, desde ese momento las clases explotadoras acentuaron la

O
presión para que fuera ilegalizado el PCV. Inclusive, se produce la renuncia de

N
los dos burgueses civiles que formaban parte de la Junta de Gobierno, al ser re-
chazada por ésta una proposición concreta de ilegalizar al PCV por los agravios

A
E
po-pulares contra Nixon.

N
El PCV y AD habían sido ilegalizados por la dictadura mediante de-

Í
L
cretos. Los otros partidos habían sido suprimidos en la práctica, al no existir
condiciones que permitieran sus actividades. A partir del 23 de enero todos

I
M
los partidos empezaron su vida normal, sin necesidad de ningún trámite legal.
Sencillamente, habían conquistado su derecho a la vida y los representantes del
imperialismo se lo querían cercenar al PCV mediante el chantaje a la Junta de
Gobierno.
Durante el año de gobierno provisional presidido por el contralmiran-
te Larrazábal y luego por el doctor Sanabria, tuvieron lugar tentativas de golpes
de Estado, las cuales fueron derrotadas con el pueblo en las calles dirigido,
en lo fundamental, por el PCV, por su periódico, Tribuna Popular, y por su
dirigente más representativo, el camarada Gustavo Machado, quien denunció
a tiempo y valerosamente las amenazas militares reaccionarias contra las liber-
tades populares.

211
La primera intentona se produjo en julio. Un pronunciamiento mili-
F A R I A S

tar encabezado por el entonces ministro de la Defensa, el general Castro León,


es derrotado sin derramamiento de sangre mediante la huelga general y el apo-
yo popular a la Junta de Gobierno.
En septiembre ocurre otro intento de golpe militar y fracasa también,
pero esta vez sí hubo muchas bajas en las filas populares.
J E S Ú S

En la política venezolana apareció un hecho nuevo por completo:


ahora el pueblo peleaba en forma resuelta y voluntaria al lado del gobierno.
Después de cada una de estas tentativas golpistas, contra las cuales se utilizó la
huelga general y las barricadas, la moral de combate de las masas se elevaba a
un grado superior. Las Fuerzas Armadas Nacionales, en particular la Marina de
Guerra, fraternizaban con el pueblo movilizado.
En toda la historia republicana de Venezuela quizás no hubo nunca
una amistad camaraderil tan sencilla y sincera entre el pueblo y las Fuerzas Ar-
madas, como la que existió en 1958.

LAS ELECCIONES DE 1958


Los meses de octubre y noviembre fueron de una intensa actividad
de masas por parte de los partidos políticos. En este período se avanzó en
importantes frentes, pero también se cometieron varios graves errores por parte
de quienes simpatizaban con el presidente de la Junta, incluidos los comunistas.
En primer lugar, se convocó a las elecciones para una fecha demasiado inmediata;
en segundo lugar —y como consecuencia de lo primero—, Larrazábal se retiró
demasiado tarde del mando para participar en la lucha electoral y, por último,
la Junta de Gobierno no se había ocupado para nada de los problemas de los
campesinos, lo cual beneficiaba a AD y Copei, en razón de que constituían una
importante base electoral de su política.
Todo esto potenciaba el grave peligro que representaba la victoria de
Rómulo Betancourt para el movimiento popular.
A fines de noviembre de 1958 se reunió el Pleno ampliado del Comité
Central del PCV, donde se resolvió apoyar la candidatura de Larrazábal. Allí
estimé la votación roja en 160 mil votos —sólo superamos esa cifra por 800
sufragios.
Se burlaron de mí cuando predije la derrota de nuestro candidato,
Wolfgang Larrazábal. Sobre todo los dirigentes juveniles del PCV como Pe-
tkoff, Maneiro y Muñoz soñaban con una victoria aplastante y con un enorme
torrente de votos rojos.

212
Se podía prever que, pese a su elevada popularidad en las grandes ciu-

E
T
dades, perdería las elecciones en el campo, bastante poblado para aquel enton-

R
ces. Las probabilidades de perder eran reales, como se le hizo saber al contral-

E
U
mirante. Pero el PCV no se opuso con la fuerza necesaria a la convocatoria de

M
las elecciones aquel año, cuando la verdad era que con elecciones no se podía
esperar nada mejor de lo que habíamos logrado hasta el momento.

A
L
La lucha electoral se trifurcó entre Betancourt, apoyado por AD, y
quien había traído de Norteamérica millones para su campaña presidencial;

A
T
Larrazábal, lanzado por URD y apoyado por el PCV, y Caldera, lanzado por

S
Copei y apoyado por la derecha tradicional.

A
H
Entre tanto, en la izquierda venezolana se produjo una curiosa situa-
ción producto de la falta de madurez por parte de nuestros aliados circunstan-

S
ciales. Los comunistas decíamos a la izquierda de AD que rompieran con Be-

E
tancourt antes de las elecciones. Por su parte, estos amigos nos decían que los

,
A
comunistas debíamos apoyarlos a ellos, votando por Betancourt, porque éste

I
era jefe de un gran partido popular, mientras que Larrazábal era un militar sin

B
M
partido y, por lo mismo, sin compromisos con las masas. Esta visión resultó de

A
escaso alcance en la percepción de las contradicciones del proceso en marcha

C
y en la identificación del enemigo a vencer, como se corroboraría con nefasto

O
saldo en los años venideros.

N
Este diálogo polémico llegó hasta las páginas de la prensa, aunque
en forma suavizada. Por desgracia para nuestro pueblo, cuando la poderosa

A
E
izquierda de AD se dio cuenta cabal de este histórico error político, ya el daño

N
estaba hecho. Y si los comunistas tuvimos que sufrir lo esperado, nuestros ami-

Í
L
gos de la izquierda sufrieron lo inesperado. Su propia victoria se les convirtió
en una amarga y abrumadora derrota.

I
M
EL PACTO DE PUNTO FIJO
Pocos días antes de la fecha fijada para las elecciones se firmó en
Caracas el llamado Pacto de Punto Fijo entre los partidos AD, Copei y URD.
Según este pacto —la vieja idea de Nueva York, pero bajo nuevas condiciones—,
los tres partidos firmantes se comprometían a gobernar juntos a partir de 1959.
Este pacto era bueno para Caldera, quien no tenía posibilidades de victoria.
Era bueno para Betancourt, quien sí las tenía y las aumentaba al anular de
antemano a casi toda la oposición. Era ventajoso también para URD, porque
su candidato era un hombre sin partido y, con este pacto entraba al gobierno
no sólo por una puerta, sino que podría hacerlo por tres distintas.

213
Además, Betancourt pretendía con este pacto convertir en realidad su
F A R I A S

viejo sueño de «aislar y segregar a los comunistas».


Esta alianza tripartita era consciente y firme, sobre todo entre Betan-
court y Caldera, quienes se disputan el liderato del anticomunismo, unidos
esta vez, además, por el propósito común de impedir a toda costa la victoria de
Larrazábal. No le perdona-ban al marino el que éste hubiera dicho en mayo: «Si
J E S Ú S

yo fuera estudiante, también diría: ¡Nixon no!».


No era decir demasiado, pero fue dicho en momento oportuno y por
el presidente de la República.
Los copeyanos estaban convencidos de que llegarían de terceros en
esta disputa electoral entre tres. De ahí que, una vez asegurada de antemano
su participación en el gobierno, la campaña por la victoria de Caldera fue un
saludo a la bandera, se limitó a la conquista de algunas curules en las cámaras
legislativas.
El acento principal de su campaña fue puesto no a favor de Caldera,
sino contra Larrazábal para beneficiar en forma indirecta a Betancourt.
Sería mezquino de nuestra parte negarle a los copeyanos un claro sen-
tido de clase. Reaccionario, pero claro. A Betancourt, el odiado enemigo de
antes, no lo tocaron para nada. Era un silencio más que elocuente, cómplice.
Antes de que Betancourt ocupara su cargo de presidente de la Repú-
blica, la Junta de Gobierno presidida por el doctor Sanabria modificó la situa-
ción impositiva sobre los hidrocarburos.
Esta sorpresiva medida nacionalista, que recuperaba una gruesa suma
de millones para la economía de Venezuela, encolerizó de tal modo a los jefes
de los monopolios, que fue necesario expulsar de Venezuela al más encopetado
de éstos.
Así se creaba de antemano un ominoso contraste entre el presente
democrático y patriótico, frente al futuro inmediato cargado de amenazas para
la libertad y la patria misma.

EL PUEBLO DE CARACAS APLASTÓ A BETANCOURT


Larrazábal ganó fácil en la capital y en un grupo de ciudades
importantes, pero fue derrotado en las otras y, particularmente, en el campo.
Betancourt había ganado con los votos de los campesinos, como lo había
apreciado poco antes el CC.
En las elecciones de 1958 el PCV eligió dos senadores y siete dipu-
tados, además de algunos legisladores regionales. En Caracas obtuvimos una

214
importante victoria, sacando cuatro diputados, cuatro concejales y un senador.

E
T
En la capital derrotamos a los partidos AD y Copei.

R
Esto no era poco. Sin embargo, en proporción a los esfuerzos realiza-

E
U
dos y en relación con lo conseguido por otros partidos (AD, URD y Copei) era

M
una magra conquista. Aquí se puso de manifiesto el error de apreciación de
aquellos que pensaron que ganaríamos las elecciones.

A
L
La derrota no revelaba tanto el hecho de que nos hubieran quitado
algo, pues no se podía afirmar que los comunistas hubiéramos perdido el po-

A
T
der. La derrota se manifestaba a través del hecho, de que a partir de ese momen-

S
to pasaba un enorme poder a manos de nuestros enemigos más enconados.

A
H
Presentíamos que sus planes anti PCV iban a cristalizar sobre la base del Pacto
de Punto Fijo. Y no nos equivocamos.

S
Después de los escrutinios, el pueblo tomó la calle en protesta contra

E
los resultados anunciados. Al parecer hubo manejos dolosos en muchas zonas

,
A
campesinas para «asegurar» la victoria de Acción Democrática.

I
El pueblo caraqueño defendía las posiciones alcanzadas por el movi-

B
M
miento revolucionario y las libertades ciudadanas reconquistadas después de

A
largas y cruentas luchas, ahora amenazadas por el nuevo presidente, quien,

C
dicho sea de paso, no luchó ni un solo día contra la dictadura de diez años que

O
sufrió Venezuela.

N
Esta abrumadora derrota de los partidos anticomunistas en la capital
creaba una situación nueva por completo: Betancourt gobernaría desde una

A
E
ciudad enemiga, como el procónsul de una potencia opresora.

N
Cuando Betancourt llegó al Capitolio, lo hizo en la misma forma que

Í
L
Nixon cuando salió de Caracas: rodeado de tanques y protegido por millares
de soldados y policías.

I
M
En aquel momento la más alta Dirección del PCV designó al secre-
tario general para que, junto con otros dirigentes, fueran a la TV a pedir que
se normalizara la situación de protesta y se respetaran los resultados de los
escrutinios.
Mi intervención se limitó a una docena de palabras dichas de mala
gana, pero mi presencia allí, con los otros, aunque nunca ha sido criticada, no
fue correcta de nuestra parte.
Voté en contra de aquella decisión y no me arrepiento de haberlo
hecho. El problema que estaba planteado correspondía resolverlo a los adecos.
No estábamos obligados a sacarles las castañas del fuego a quienes, igual que en
el pasado, nos iban a agredir gratuita e injustamente.

215
Aquella participación de los comunistas les vino de perlas a los ven-
F A R I A S

cedores.
Asimismo, los dirigentes de AD, Copei y de la patronal diseñaron la
«paz laboral», con el propósito de garantizarle estabilidad social a los planes
del capital de maximizar sus ganancias en medio de un extraordinario auge de
masas. Esa insólita situación fue apoyada por los miembros del BP del PCV,
J E S Ú S

Eloy Torres y Eduardo Machado, quienes suscribieron en forma inconsulta ese


pacto que lesionaba gravemente los intereses de los trabajadores.
Esa tregua, que encajaba perfectamente en los planes empresariales,
fue vigorosamente criticada por todo el Partido. Pero nos faltó desautorizarla
en la práctica.
En cuanto a las elecciones, el PCV realizó un buen trabajo en favor de
Larrazábal. Esto lo ayudó y nos ayudó. Sobre todo, algunos militares se acerca-
ron a los comunistas.
Sin embargo, Larrazábal se ausentó con cargo de embajador en Chile
y esta ausencia —bien calculada por los partidos de gobierno— lo perjudicó en
el ánimo del pueblo que lo había respaldado.
La breve etapa gubernamental de la Junta Provisional fue muy rica en
acontecimientos políticos aleccionadores, en virajes audaces, en alianzas reali-
zadas por la base popular.
Por supuesto, también incurrimos en errores. Además de lo mencio-
nado, hubo mucho engreimiento entre algunos dirigentes del PCV que se ima-
ginaban ser más de lo que éramos. La vanidad pequeño-burguesa se apoderó
de no pocos dirigentes jóvenes que, de inmediato, pasaron a «cuestionar» a las
personas que eran mayores que ellos en edad y saber. Aquellos camaradas de
entonces, casi todos fuera del PCV hoy, olvidaban que hay «jóvenes» explota-
dores, jóvenes fascistas, jóvenes corrompidos y haraganes, así como entre los
viejos hay quienes han soportado tremendas situaciones sin doblegarse, que
son verdaderos ejemplos de coraje revolucionario y modestia. Y, por supuesto,
estamos de acuerdo en que hay muchos viejos que, desde jóvenes, siempre fue-
ron reaccionarios y vividores.
El problema generacional traído por los cabellos causó daño a la uni-
dad de los comunistas porque el problema no reside ni puede residir entre
jóvenes y viejos, sino entre revolucionarios y reaccionarios, entre personas pro-
gresistas y personas que se oponen al progreso.
A los comunistas nos faltó sangre fría para procesar aquellos cambios.
Aquí empezaron nuestros bandazos y errores de apreciación de la correlación

216
de fuerzas. Ése fue el inició de futuras decisiones que nos condujeron al despe-

E
T
ñadero.

R
E
U
BETANCOURT, ENEMIGO DE UNIDAD PUEBLO

M
LA DEL
Betancourt era un enemigo de la unidad, un peligro para la libertad.

A
Sus nexos con Rockefeller lo convertían en una viva amenaza para la soberanía

L
nacional de Venezuela. Estos justificados presentimientos pronto se convirtieron

A
en trágica realidad.

T
S
Pese al repudio caraqueño contra Betancourt, éste tenía al comenzar

A
su gobierno la cooperación de los tres grandes partidos de la Venezuela de en-

H
tonces, tanto en el tren Ejecutivo como en el Parlamento y en la rama judicial

S
del Poder Público.

E
Por otra parte, contaba con el apoyo de la Central de Traba-jadores

,
de Venezuela, de la Federación Campesina y de las prestigiosas federaciones de

A
I
Centros Universitarios.

B
En el Parlamento, de casi doscientos congresantes sólo los nueve co-

M
A
munistas no apoyaban a Betancourt.

C
Betancourt tenía todo lo necesario para realizar una obra de progreso
desde el poder, para gobernar respetando las libertades que el pueblo había

O
N
conquistado. Pero los planes de Betancourt eran otros.
Al menos temporalmente, el PCV estaba solo frente a un poder que

A
E
gozaba de una cooperación casi universal de todo cuanto de organizado había

N
en Venezuela a comienzos del año 1959.

Í
L
El PCV no tenía derecho a forjarse ilusiones, y no se las forjaba. Del
gobierno de Betancourt esperábamos lo peor. Sin embargo, el PCV se mante-

I
M
nía a la expectativa sobre las actividades del nuevo gobierno, en el cual partici-
paba el partido URD, que no era anticomunista. Además, dentro del partido
AD había una fuer-te fracción de izquierda, la cual había luchado junto con los
comunistas, tanto en la resistencia como en el destierro y las prisiones.
En el transcurso del año 1959 la situación se fue radicalizando en for-
ma dramática. Para el mes de agosto, ya la política oficial de «disparar primero
y averiguar después»; «disparar a matar»; «las calles no son del pueblo, sino de
los cuerpos policiales» había producido los primeros muertos y heridos en las
filas de los desempleados que reclamaban un empleo para ganar el pan honra-
damente.
Las consignas provocadoras del gobierno betancourista contra los co-
munistas, sus medidas represivas contra el pueblo, así como la matanza de es-

217
tudiantes, desempleados y dirigentes comunistas, todas estas medidas de terror
F A R I A S

desenca-denado como represalia contra el pueblo de Caracas se extendieron


poco a poco a todo el país.
Betancourt dijo:
—A los comunistas los liquido yo con cuatro tiros...
Pero nadie aprende de los errores de otros. Betancourt no quiso apren-
J E S Ú S

der de los errores de Pérez Jiménez, quien también parece que creyó liquidar al
PCV con cuatro tiros.
Las cosas se le complicaron a Betancourt, porque al poco tiempo salió
del gobierno el partido URD y AD se dividió. Estos hechos pusieron al gobier-
no en minoría en el Congreso, en los sindicatos obreros y campesinos y entre
los estudiantes. Ciertamente, la política de Betancourt produjo grietas en las
filas de su partido, en el cual se formó una fuerte fracción que, con el correr de
los meses, se escindiría para formar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR).
Este partido pasó a ser aliado del PCV en muchas jornadas, pero traía
el defecto típico de los «recién llegados»: querían dar lecciones de cómo y cuán-
do hacer la revolución, aunque meses antes habían hecho posible la victoria de
su propio enemigo, Betancourt. Esta «fogosidad» después de un error garrafal,
como fue pedir votos para Betancourt, se traducía ahora en actuaciones des-
esperadas, sintomáticas de la impaciencia pequeño-burguesa. Como resultado
de este comportamiento se hizo abortar procesos todavía en gestación, como
los alzamientos de Carúpano y Puerto Cabello, que contaban con el apoyo de
guarniciones militares puramente imaginarias en otras partes.
El MIR nació fuerte y dirigido por personalidades de talento, pero la
autosuficiencia era mucha y, a los pocos años, terminó por romper la unidad
interna de este partido. Junto con el MIR libramos importantes jornadas políti-
cas. Pero, como suele acontecer, casi siempre que se nos escapaba la victoria los
responsables venían a ser «los comunistas».
Esto nos ocurrió muchas veces con aliados circunstanciales. Al parecer
ha sido así también en otros países.
En el año 1959, de cada diez elecciones que se realizaba en el movi-
miento obrero, la oposición unida ganaba ocho. Estas derrotas en todos los
frentes las pretendía anular el gobierno de Betancourt–Copei con una política
de sangre y fuego contra el pueblo.
Las prisiones se fueron llenando de presos políticos y las torturas con-
tra éstos se convirtieron en un sistema, que contaba con la calificada asesoría de

218
«consejeros» yanquis. El pueblo empezó a poner en vigor su propia autodefensa

E
T
frente al terror desencadenado por el gobierno de Betancourt-Copei. Así fue

R
como empezó la lucha armada, cuyas consecuencias más resaltantes analizare-

E
U
mos más adelante.

M
LA VICTORIA DE LA HEROICA REVOLUCIÓN CUBANA

A
L
La victoria de los guerrilleros comandados por Fidel Castro en enero de
1959 despertó a enormes masas populares en Venezuela. La ola de solidaridad

A
T
y simpatía por la victoriosa revolución se extendía sin límites, conquistando

S
nuestros corazones.

A
H
Los revolucionarios cubanos habían dado una verdadera demostra-
ción de audacia y coraje al derrocar a la odiada dictadura de Fulgencio Baptista,

S
ello a pesar del apoyo del que gozaba del imperialismo estadounidense.

E
En 1956, cuando Fidel Castro y sus compañeros fueron casi aniqui-

,
A
lados como grupo en los primeros combates, reducidos a unidades dispersas

I
sin recursos, parecían débiles. Sin embargo, tres años después las cosas habían

B
M
cambiado para siempre en Cuba, gracias a la calidad de los revolucionarios que

A
no se dejaron abatir por el infortunio ni por una mayoría circunstancial del

C
enemigo.

O
Además, desarrollaron inteligentemente la estrategia de combinar la

N
guerra de guerrilla con la lucha en las ciudades desde la resistencia, hasta que
las guerrillas se trasformaron en una guerra popular.

A
E
Poco después, en abril de 1961, se produce la invasión imperialista

N
contra la Cuba revolucionaria. Miles de mercenarios adiestrados y apertrecha-

Í
L
dos por la CIA desembarcaron en Bahía de Cochinos con la intención de ganar
una cabeza de playa, fundar un gobierno títere y pedir ayuda a la «comunidad

I
M
internacional». Este intento de intervención yanqui fue barrido a las pocas ho-
ras por el pueblo cubano.
Se trataba de un hecho histórico de enorme trascendencia, pues el
imperialismo estadounidense había sido derrotado por primera vez sobre suelo
americano. El pueblo cubano bajo la dirección de Fidel, quien dirigió los com-
bates y participó directamente en ellos, se movilizó masivamente en la defensa
de la patria y derrotó a sus mortales enemigos.
Fue una verdadera manifestación de patriotismo que despertó la ad-
miración de los pueblos del continente y del mundo. Bajo esas circunstancias
se declara el carácter socialista de la Revolución Cubana, un verdadero salto
cualitativo presionado por las fuerzas de la reacción mundial.

219
La victoria de Girón tuvo los mismos efectos de euforia que la derrota
F A R I A S

del vicepresidente Nixon, cuando éste llegó a Caracas y el pueblo lo obligó a


refugiarse en su embajada,
Este contexto, indudablemente, reforzó las tesis ultraizquierdistas que
se habían apoderado del MIR y que de manera creciente ganaban terreno en
el PCV. Muchos en Venezuela no supieron comprender las particularidades de
J E S Ú S

la victoria cubana y aseguraban que en aquel momento en Venezuela se podía


hacer lo mismo que se había hecho en Cuba.
Esto lo afirmaban sin tomar en cuenta, entre muchos otros factores,
que una cosa era Batista y otra muy distinta Betancourt, electo por el pueblo
y apoyado por los partidos URD y Copei, que Venezuela jugaba un papel de
primer orden como proveedor de petróleo a los centros imperialistas, a lo cual
no iban a renunciar tan fácilmente.

III CONGRESO DEL PCV


El 10 de marzo de 1961 tiene lugar el III Congreso Nacional del PCV,
en el cual se aprobó una política que, en lo fundamental, estaba bien concebida
y correspondía a la situación política reinante en el país. Se estableció una
línea política orientada a la conquista de las masas y, especialmente, de la clase
obrera, al fortalecimiento orgánico de nuestro partido, a la búsqueda de una
amplia unidad de las fuerzas antimperialistas, a la consolidación de amplias
alianzas que nos permitieran avanzar en la lucha por la liberación nacional, todo
ello sin renunciar a la justa defensa desplegada ante la represión y asesinatos
practicados impunemente por el régimen betancourista
En la instalación del congreso pronuncié un discurso, en el cual afir-
mé que el próximo congreso lo celebraríamos desde el poder, lo cual no consti-
tuía una apreciación descabellada.
Analizando la situación en frío podemos constatar para aquel mo-
mento la presencia de un conjunto de factores, tales como: el auge de masas,
el acelerado crecimiento del partido, su creciente influencia en los diferentes
frentes de masas, la perspectiva realista de constitución de un amplio frente
democrático y progresista, el debilitamiento de las fuerzas más reaccionarias,
como era el caso de la división de AD producto del desgarramiento del MIR, la
favorable situación internacional, etc., que configuraba una situación amplia-
mente favorable para la constitución de un gobierno democrático y progresista
conformado por un amplio frente popular con presencia de comunistas en su
seno.

220
Es bueno aclarar para los jóvenes lectores de estos relatos que estas

E
T
palabras no estaban, de ninguna manera, asociadas a la aplicación de formas

R
de lucha armada para llegar a la meta planteada. Todo lo contrario, mis pala-

E
U
bras en el Palacio de los Deportes en marzo de 1961 fueron dichas porque yo

M
pensaba en el desarrollo armonioso de la política de masas y de unidad que se
venía desarrollando en forma acertada, política esta que sería ratificada en el III

A
L
Congreso. Pero más tarde los acontecimientos tomarían otro rumbo.
Terminado el Congreso, algunos de los nuevos dirigentes —y también

A
T
de los viejos miembros del CC— comenzaron a poner en vigor una política que

S
no había sido aprobada por el Congreso. Ponían al PCV a considerar situacio-

A
H
nes de hechos cumplidos, de tener que desautorizarlos o apoyarlos en silencio.
Se produjeron casos de indisciplina que más parecían de provocación o anar-

S
quía desbordada.

E
Este proceso de desviaciones estuvo fuertemente influenciado por la

,
A
elección al CC de muchos militantes jóvenes del PCV, activos y talentosos ca-

I
maradas, pero todavía inmaduros. De algunos no se estaba seguros si podrían

B
M
llegar a ser verdaderos comunistas.

A
Muy pronto, bajo una fuerte represión, se resolvió «poner el acento

C
principal» en la lucha armada.

O
A partir de ese momento nos desbocamos por una aventura, en la

N
cual sacrificamos mucho de lo que habíamos conquistado en las luchas popu-
lares, sin haber avanzado en la conquista de nuestras metas históricas. Todo

A
E
lo contrario, el retroceso fue considerable. El Partido se apartó de las masas

N
y el resultado se evidenció rápidamente. La victoria revolucionaria se alejó de

Í
L
nuestro horizonte.

I
M
LAS DESVIACIONES GUERRERISTAS
Pocos meses después del III Congreso y ante la sistemática represión
practicada por el régimen de Betancourt, se inició una escalada de violencia
en el que se vio envuelto el Partido y otras organizaciones revolucionarias,
especialmente el MIR. El PCV se fue deslizando por un camino de violencia.
Sin estar preparado para ello, el PCV adoptó la línea del derrocamiento del
gobierno represivo por la vía armada. Había prisa y la decisión se adoptó en
forma apresurada.
El PCV había emergido de las elecciones de 1958 con fuerza consi-
derable y jugaba un papel importante en el movimiento sindical, campesino y
de los barrios, así como entre los estudiantes y otros sectores de la población.

221
Sin embargo, en lugar de seguir avanzando en la lucha de masas y desarrollar
F A R I A S

diversas tácticas de defensa frente a la represión, nos dejamos arrastrar por la


impaciencia e inmadurez.
La táctica del III Congreso, en mi opinión correcta para el momento,
no incluía la lucha armada para una fecha tan inmediata. Es cierto que existía
represión policial del gobierno Betancourt-Copei, pero esta condición no era
J E S Ú S

suficiente para desarrollar esa forma de lucha. Con medidas de autodefensa pu-
dimos haber enfrentado esta situación sin abandonar las ciudades y los frentes
de masa, donde éramos fuertes.
El cambio en la táctica elaborada por el III Congreso del PCV fue un
acto unilateral del V Pleno del Comité Central de Emergencia (CCE), celebra-
do en diciembre de 1962, para legalizar una situación de hecho que ya se venía
gestando como resultado del frenesí guerrerista que había invadido al Partido.
Entre otros actos recordamos el envío de centenares de escolares iner-
mes a «tomar un cuartel» en La Guaira, el levantamiento de Carúpano (mayo
1962), el alzamiento de Puerto Cabello (junio 1962) —este último contrariando
la prohibición expresa de nuestra Dirección. Posteriormente, vendría el asalto
al tren de «El Encanto», septiembre de 1963, ordenada inconsultamente por
uno de los líderes de las tesis guerrilleras.
Este brusco viraje no fue producto de una seria y serena reflexión de
la dirección del Partido, ni siquiera participó la totalidad de la Dirección en la
toma de esta trascendental decisión. Lamentablemente, no prevaleció la sangre
fría en el análisis de la situación en desarrollo, lo cual condujo al Partido a
cometer serios errores.
La victoria de los heroicos guerrilleros cubanos, la enorme populari-
dad de Fidel Castro, Ché Guevara, Camilo Cienfuegos y otros, la derrota de
Larrazábal, el recuerdo de la reciente victoria contra la dictadura de Pérez Jimé-
nez, el deterioro de las condiciones de vida de las masas trabajadores, la radi-
calización de las posiciones del MIR y la represión del régimen se convirtieron
en factores estimulantes entre quienes acariciaban la idea de ponerle la mano
al poder lo antes posible y montar un «nuevo gobierno ya».
Se dijo que esa línea había sido aprobada por el III Congreso, lo cual
era mentira, pues el III Congreso ni siquiera discutió la lucha armada.
Había prisa y la decisión se adoptó en forma apresurada. La lucha
armada contaba con hombres y mujeres audaces y valientes, pero carentes de
experiencia. Muchos perdieron la vida en acciones improvisadas. Las tentativas
de Carúpano y Puerto Cabello nos costaron, además de combatientes civiles,

222
numerosas bajas de amigos valiosos en las FFAA y que nos acompañaron con

E
T
lealtad

R
Voté en contra de aquella resolución del V Pleno del CCE, porque

E
U
para mí era evidente que no habían madurado las condiciones para empezar

M
una guerra por todo lo alto. Todo era resultado de un exacerbado subjetivismo.
Teníamos mucho que perder y lo perderíamos, sobre todo en el movimiento

A
L
sindical.
En aquel ambiente de frenesí, me increparon:

A
T
—Estás solo, rectifica.

S
—Sí, estoy solo, pero no rectifico. Prefiero seguir solo. Nombren otro

A
H
secretario general, uno que esté de acuerdo con lo que se acaba de aprobar.
No fue aceptado, aunque se me prohibió que diera a conocer mi opi-

S
nión contraria al acuerdo.

E
Hacer la guerra de guerrillas contra un gobierno electo, apoyado por

,
A
los partidos Copei y URD, así como por Fedecámaras, por la Iglesia, las Fuerzas

I
Armadas y otros sectores de la sociedad fue algo peor que un error. Las derrotas

B
M
se consuman rápido, pero sus efectos duran años.

A
Jefes políticos que parecían firmes se desmoralizaron y han renegado de

C
este tipo de lucha y olvidado a los hermanos caídos en los combates de clases.

O
Pero quizás el peor error consistió en creer —parece que lo creían de

N
verdad— que podríamos seguir por las dos vías simultáneamente: lucha armada
y lucha pacífica. Era evidente que tales cálculos estaban mal hechos. Inclusive,

A
E
gente tan partidaria de la lucha armada como los camaradas cubanos llegaron a

N
afirmar, según me informaron, que los dirigentes del PCV y del MIR corrían el

Í
L
riesgo real de ser asesinados en las calles de Caracas, porque ningún gobierno
podía tolerar la situación que llegó a existir en nuestro país.

I
M
Debió estar claro para la Dirección del PCV que al tomar las armas,
el gobierno se ensañaría contra todo el movimiento popular dirigido por los
comunistas, hasta extirparlo de raíz.
Pensamos erróneamente que podíamos avalar el alzamiento de Carú-
pano sin ninguna consecuencia para nuestro partido. La experiencia de Carú-
pano no fue tomada en cuenta por la Dirección del PCV. Antes de un mes ya
estábamos metidos en lo de Puerto Cabello. Ambos fueron pronunciamientos
sin planes de mayor alcance, casi totalmente aislados.
Arruinamos torpemente un importante trabajo que veníamos reali-
zando con mucha paciencia en el medio castrense.Luego se nos contaron men-
tiras para consolarnos. Se vivía de las fantasías, se informaba de unidades que

223
acompañarían el alzamiento, de contactos con oficiales con tropa dispuestos a
F A R I A S

todo, etc.; toda una ficción.


¿Podía triunfar un movimiento con tanta falta de seriedad? Es eviden-
temente que no.
Después de las primeras derrotas militares quedan inhabilitados el
PCV y el MIR (mayo de 1962). Los bienes del Partido fueron confiscados y su
J E S Ú S

lideres perseguidos y encarcelados en prisiones militares.Tribuna Popular es


clausurada.
Cuando las cosas empezaron a suceder tal como yo lo había dicho,
eran los propios «guerreros» quienes se justificaban ante partidos hermanos,
especialmente ante los cubanos, diciendo que las cosas iban mal porque el
propio secretario general estaba en contra de la política aprobada por el Con-
greso. Nada de esto era cierto. Y en particular lo referido al III Congreso era
totalmente falso ya que, como dijimos, en éste ni siquiera había discutido la
lucha armada.

LA LUCHA ARMADA
El período comprendido entre 1962 y 1966 se conoce en la vida del
Partido como el de la lucha armada. En estos atribulados años los comunistas,
conjuntamente con otros revolucionarios, tomaron las armas para derrocar a
un régimen entreguista y de represión.
En ese período el Partido contribuyó significativamente a la
formación del Frente de Liberación Nacional (FLN) y de la Fuerzas Armadas
de Liberación Nacional (FALN). En el primero participaba un amplio espectro
de personalidades y organizaciones que respaldaban un programa democrático
y de liberación nacional; en tanto que el segundo fue la estructura armada
unitaria donde participábamos fundamentalmente el PCV, el MIR y militares
rebelados contra los gobiernos de Betancourt y Leoni.
A partir de este momento se crearon frentes armados en zonas rurales
y destacamentos guerrilleros en las ciudades. A pesar de las deficiencias, la lu-
cha armada se había extendido. Se peleaba en muchos lugares.
Sin embargo, desde el inicio se violentaron condiciones y normas mí-
nimas en lo político, así como en lo relacionado con la logística y seguridad.
Esto sentó las bases para el pronto descalabro del movimiento armado.
En este contexto ocurren dos sucesos de gran relevancia política para
nuestro partido y el país. El primero de ellos tiene lugar el 30 de septiembre
de 1963, cuando se produjo el golpe contra el Poder Legislativo, donde la iz-

224
quierda y una parte considerable de URD habíamos logrado una mayoría. Los

E
T
senadores y diputados del PCV y el MIR fuimos procesados militarmente, a

R
pesar de que aquello era una verdadera monstruosidad jurídica, un atropello

E
U
mondo y lirondo.

M
En un clima de creciente represión el PCV había adoptado medidas
tendentes a preservar la seguridad de sus principales dirigentes. Por ello, la

A
L
Dirección del Partido acordó, con la excepción de Gustavo y mía, pasar a la
clandestinidad. Eso explica por qué fuimos los primeros en caer prisioneros.

A
T
Otros fueron apresados en esos días por quebrantar las normas establecidas

S
para las nuevas formas de lucha.

A
H
El segundo fue en el contexto de las elecciones de 1963, donde el MIR
y una parte del PCV se pronunciaron por la «abstención militante». Esto repre-

S
sentaba un tremendo error, ya que todos los enemigos del gobierno dejarían de

E
votar, en lugar de hacerlo por Larrazábal o Burelli, los candidatos de oposición

,
A
que tenían mayores posibilidades de victoria sobre Leoni, candidato de AD, o

I
Caldera, candidato de Copei, también en el gobierno.

B
M
Pero el llamado a la abstención no sólo fue un error desde el punto

A
de vista de su concepción, sino de su resultado. Muy pocos siguieron el llama-

C
do. Por carecer de cualquier sentido político, me opuse a esta política. Poco

O
antes de ser secuestrado redacté un esquema de la intervención que haría en la

N
próxima reunión del BP. Eran tres cuartillas en donde defendía la ventaja de
ir a las elecciones, sin que por ello se perjudicaran otras formas de lucha, con-

A
E
cretamente lo decía: la lucha armada. Pero así eran nuestros guerreros, «todo

N
para el frente».

Í
L
La abstención electoral de 1963 fue la culminación de toda una polí-
tica equivocada en este frente, torpemente conducido por el BP. Nos creíamos

I
M
muy hábiles y nos enredamos en una madeja de errores.
Lo del 30 de agosto en El Silencio ponía de manifiesto lo patético de
aquella conducta. Nos costó Dios y su ayuda para que URD realizara un mitin
en El Silencio. Gastamos dinero y energías para que la gente asistiera. Y luego,
junto con el Movimiento de Izquierda Reviolucionaria (MIR), lo saboteamos.
Nos pusimos de parte de Víctor Ochoa contra Vidalina Bártoli, José Vicente
Rangel, Ignacio Luis Arcaya y otros amigos. Se resolvió romper con un impor-
tante aliado, URD, porque se daba por descontado que las FALN impedirían
las elecciones.
Como resultado de esa política, a partir de 1963 el PCV perdió sus
aliados en la legalidad, con el agravante de que los miristas, los más cercanos

225
a nosotros —incluso, por haber sido declarados al margen de la ley—, se convir-
F A R I A S

tieron en nuestros enemigos y se prestaron para hacer eco a las peores infamias
contra el PCV, dentro y fuera de Venezuela.
El MIR inició en el transcurso de la lucha armada una intensa labor
de intrigas que desembocarían más adelante en una abierta confrontación. Sus
críticas contra el PCV eran verdaderos disparates ideológicos. Se presentaba
J E S Ú S

como un grupo monolítico, sin manchas, se creían inmaculados.


Se creían revolucionarios químicamente puros —y los únicos revolu-
cionarios del país. Por ejemplo, su balance del 23 de enero era increíble, digna
de la más pura mentalidad de anticomunismo adeco, el mismo de Valmore
Rodríguez, quien en los años 1936-1940 se consideraba estalinista y anti PCV.
¡Sí, señor!
Nunca bajaron ese tono tan arrogante, según el cual aquí se empezó la
lucha cuando ellos se declararon marxistas.
De todos los errores que creo haber cometido en mi vida de militante
comunista, uno de los que más me duele es no haber opuesto la resistencia ne-
cesaria en la Dirección del PCV al rumbo seguidista del MIR, que durante años
tuvo nuestro partido en varios frentes, sobre todo en el frente estudiantil.
Las elecciones de 1963 las ganó Leoni, pero con una pobre votación.
Se vio obligado a gobernar en alianza, creando el gobierno de la «Amplia Base»
(AD, URD y el partido de Uslar Pietri).
Con este gobierno la represión aumentó. Se intensificó la política de
«disparar primero y averiguar después». Los cuerpos represivos y los esbirros
se encargaban de cumplir al pie de la letra las órdenes de fusilar y desaparecer
a los «elementos subversivos». Centenares de camaradas desaparecieron para
siempre, entre éstos, notables dirigentes comunistas inmortales como Donato
Carmona.
La represión era sangrienta y en franca escalada. Monstruosas torturas
eran practicadas en las cárceles en contra de los revolucionarios, todo ello bajo
la dirección de agentes de la CIA. Extraordinario heroísmo exhibieron cientos
de hombres y mujeres que, sabiendo dónde funcionaban las imprentas, dónde
estaban los depósitos de armas, donde se encontraban sus camaradas y muchas
otras cosas, prefirieron la muerte bajo los más terribles tormentos, ante la posi-
bilidad de salvar sus propias vidas a cambio de entregar los secretos.
El cadáver de Alberto Lovera, miembro del BP del CC, apareció en
una playa y dio motivo a un escándalo, en el cual el presidente Leoni y su mi-
nistro de policía, Gonzalo Barrios, quedaron en evidencia.

226
Por aquellos tiempos los principales dirigentes del PCV y del MIR

E
T
estaban en las prisiones, en la clandestinidad o en las guerrillas. Contra estos

R
partidos se tejían las peores leyendas y las mentiras más burdas. Había orden de

E
U
capturar a los dirigentes clandestinos vivos o muertos. Y muchos de aquellos

M
que cayeron, fueron asesinados.
En esta lucha el movimiento revolucionario derrochaba coraje y he-

A
L
roísmo, pero peleábamos en abrumadora desventaja. Además, nos faltaba co-
hesión a nivel nacional, experiencia en una actividad tan peligrosa como la

A
T
lucha armada contra un enemigo mejor preparado, superior en armamento y

S
en número.

A
H
Había resultado fatal la conseja, según la cual el enemigo no pelea,
«no sube a las montañas». Esta presunción no sólo era errónea sino estúpida,

S
pues la historia muestra que el venezolano es un soldado nato y si está bien

E
armado, bien alimentado y preparado sicológicamente es capaz de alcanzar los

,
A
objetivos trazados.

I
En aquel escenario, el gobierno de Leoni se valía de cualquier pretexto

B
M
para arreciar la represión. En una ocasión estalló una bomba en manos de la

A
esposa de un diputado de AD.

C
En seguida se produjo una declaración de los presidentes de la Repú-

O
blica y del Congreso Nacional, Leoni y Prieto, según la cual aquel crimen había

N
sido perpetrado por los comunistas. Se preparaban para una nueva arremetida.
Pero poco después se comprobó que el autor del crimen había sido el esposo

A
E
de la víctima.

N
Í
L
LANGUIDECE LA LUCHA ARMADA,
SE ENDURECE LA LÍNEA GUERRERISTA

I
M
Para finales de 1963 languidece la lucha armada. El movimiento en
la ciudad se debilita por los golpes, deserciones y delaciones —esto último era
una verdadera calamidad que revelaba la improvisación con la que se actuaba
y que permitía la penetración del enemigo en nuestra filas. Empeoraron las
relaciones entre los partidos y las personalidades en el seno del FLN y las FALN.
Los nexos del Partido con los diversos frentes de masas se habían restringido
drásticamente.
Esta adversa situación se agrava con la conformación de un gobierno
de alianza de las principales fuerzas políticas del país, que contaba con el res-
paldo sin reservas de amplios sectores de la sociedad, permitiendo al gobierno
actuar con encarnizada furia.

227
A pesar de ello, aquella Dirección del Partido no fue capaz de percibir
F A R I A S

que había llegado el momento de hacer un alto en la lucha armada, de replegar


sus fuerzas para evitar el aplastamiento, aunque sólo fuera para reorganizar las
fuerzas muy golpeadas y dispersas por la ofensiva militar, policial y política del
enemigo.
En lugar de ello, el VI pleno del CCE —abril de 1964— resuelve acen-
J E S Ú S

tuar la línea política aventurera y sectaria, proclamando la «guerra prolongada».


Adicionalmente, se cometen graves errores en la reorganización de la Direc-
ción del Partido, incorporando al BP a Núñez Tenorio, Ramón Espinoza y Ger-
mán Lairet, personas que en poco tiempo mostraron una inusual incapacidad
y evidente inmadurez.
Aparecieron, igualmente, los primeros síntomas de lucha fraccional
motorizada por Douglas Bravo y otros sujetos. El Partido había sido lanzado
por el despeñadero de la escisión.
Si fue un error no haber cambiado la táctica en 1963, lo fue mayor
todavía en 1964, cuando el aislamiento era casi total.

LA LUCHA ARMADA Y EL DISEÑO DE LA TÁCTICA


Después de aprobar una línea política es absolutamente necesario
evaluar sus resultados. Esto nos permite complementar, corregir y mejorar
formulaciones. Si hay errores, se deben admitir honradamente y corregirlos,
que es la mejor prueba de honradez.
Aferrarse por largo tiempo a una táctica, por el simple hecho de que
fue aprobada en esos términos; rechazar toda posibilidad de examinar de nuevo
el rumbo tomado, aun cuando la situación se complica y los resultados espera-
dos se alejan de nuestra perspectiva, elegir un solo camino y nada más que uno,
aunque por él no podamos avanzar, ésa no puede ser la línea de acción de un
partido revolucionario que se basa en el marxismo-leninismo para la formula-
ción de su política.
La táctica del Partido, la cual siempre tiene que ser guiada por la es-
trategia, debe ajustarse a las condiciones objetivas y subjetivas —siempre cam-
biantes— de las luchas populares y políticas. La táctica del Partido debe ser tan
flexible, como firmes somos en la defensa de los principios. Luego de elaborar
una táctica cauti-vadora, hay que dotarla de esa flexibilidad que permite a todos
nuestros camaradas aplicarla con buen éxito. Así lo indica Lenin y nosotros de-
cimos que así es. Nuestra táctica nos debería permitir explotar en profundidad
la inestabilidad, los bandazos y las pugnas internas de nuestros enemigos, iden-

228
tificar las contradicciones fundamentales, propiciar alianzas que nos acerquen

E
T
a nuestros objetivos estratégicos...

R
Éstos son principios elementales, con los cuales, en teoría, nadie es-

E
U
taba en desacuerdo. No obstante, en la práctica las cosas se hicieron de otra

M
manera. Cuando se trataba de adoptar cambios ubicados fuera del contexto
de las realidades, como fue la decisión de declarar la vía armada como forma

A
L
de lucha de nuestro partido, se actuaba en forma apresurada. Pero cuando las
realidades exigían flexibilidad para introducir cambios que permitieran salir

A
T
del estancamiento e, incluso, de los retrocesos, ésta brillaba por su ausencia,

S
nos comportábamos como dogmáticos incorregibles.

A
H
Si ni siquiera los minerales permanecen estáticos. ¿Por qué teníamos
que imponerles a los comunistas una actitud inflexible?

S
Por otra parte, se cometían errores prácticos y luego se defendían con

E
bellas palabras. Los hechos no se correspondían con las palabras y, mucho me-

,
A
nos, con los postulados de los grandes maestros de la revolución proletaria que,

I
por cierto, eran citados al pie de la letra.

B
M
Los hechos son tercos, elocuentes. Y los comunistas estábamos obliga-

A
dos a tomar en cuenta los hechos, no solamente la teoría.

C
Para colmo de calamidades, nos emperrábamos en trasladar mecáni-

O
camente a nuestro medio las experiencias victoriosas de otros países, pero sin

N
haber tenido que vencer las grandes y pequeñas dificultades que en su turno
vencieron nuestros camaradas. El condenable empeño de trasplantar experien-

A
E
cias, ¡cuánto daño nos causó¡ ¡Cuántas ilusiones se alimentaron de tan torpe

N
empeño!

Í
L
A raíz de estos errores tácticos, graves distorsiones en la percepción
política, el PCV no era el partido lúcido, con sangre fría, seguro de sí mismo,

I
M
cauteloso y audaz al mismo tiempo, flexible, capaz de capitalizar el casi univer-
sal descontento que reinaba en el ánimo popular.
A pesar del heroísmo de muchos comunistas, estábamos inca-pacita-
dos para influir entre los trabajadores. Las masas, sin las cuales nadie puede
hablar seriamente de hacer la revolución, estaban alejadas del Partido.
No teníamos coherencia. Nuestro partido era arropado por la paráli-
sis. No había repliegue ni guerra, no había lucha legal ni actividad política de
masas.
No teníamos ni lucha armada ni de la otra, porque el gobierno, so
pretexto de combatir la primera, impedía la última. Y como la primera era tan
esporádica…

229
Teníamos que abandonar la idea de que una élite puede hacer una
F A R I A S

revolución, lo cual impedía que el PCV llegase a ser vanguardia de la clase obre-
ra. Decíamos que éramos vanguardia, pero en la práctica nuestra retaguardia
patinaba, no arrancaba detrás de nosotros.
Nunca negué que hubiéramos tenido éxitos, pero siempre me opuse
a que se utilizaran éstos para negar los errores. Si los éxitos —escasos, por
J E S Ú S

cierto— podían percibirse como una cosa natural, los abundantes errores tenían
que preocuparnos hondamente. Estábamos obligados a detener la marcha para
determinar qué era lo que fallaba, por qué el enemigo nos asestaba duros golpes
en cadena.
No obstante, nuestra dirección nunca se detuvo a pensar en ello. La
Dirección sufría golpes debido a errores propios, perdiendo fuerza y autoridad.
Éstas pudieron haber sido recuperadas sobre la base de un buen trabajo, de
una honrada autocrítica ante la base del Partido y la Juventud, y, naturalmente,
a base de un trabajo exitoso. Pero esto no ocurría, se aferraban a los errores, a
tesis totalmente divorciadas de la realidad.

¿QUÉ SIGNIFICA LA LUCHA DE LIBERACIÓN NACIONAL?


El error cometido en el VI Pleno no se limitó a la definición de la
forma de lucha a desarrollar. Más aún, esta decisión tuvo implicaciones de
fondo en la esencia misma de nuestra línea política.
Sobre las bases de las resoluciones del VI Pleno, nuestra lucha tenía
muy poco en común con la lucha de liberación nacional, que es como defi-
níamos —y definimos aún— nuestra lucha revolucionaria para abrir caminos al
socialismo.
En una guerra de liberación toman parte activa, al lado de los co-
munistas, fuerzas patrióticas muy diversas, incluidas algunas fuerzas anticomu-
nistas. Lo nuestro no era eso. Aunque quisimos que fuera eso, no pudimos
lograrlo. Dijimos que sería una lucha armada muy amplia y que, en ningún
caso, haríamos guerrillas rojas (sic). Así lo informamos a nuestros hermanos de
otros países. Pero eso fue lo que aprobó el Pleno al proclamar la «guerra prolon-
gada», que en la práctica se tradujo en una guerra civil —vamos a ser generosos
con los «comandantes»— en una escala mínima, muy estacionaria. Fuera de
una parte del PCV y otra del MIR, la gran masa de la población no tomaba
parte en lo que llamaban, de manera impropia, guerra de liberación del pueblo
venezolano. Esta guerra estaba en la mente de sus estrategas, pero nunca cuajó
en la práctica.

230
Para justificar las guerrillas rojas, algunos camaradas se agarraban del

E
T
camarada Mao. Decían que haríamos las cosas tal como las hicieron en China.

R
Éste fue otro deseo tomado por la realidad. Hacer la guerra como la hizo Mao

E
U
y los suyos es una obra maestra de realismo táctico. Por eso es que figura como

M
una obra cumbre y como ejemplo en la historia de las guerras campesinas diri-
gidas por un partido comunista.

A
L
Comparados con los chinos, lo nuestro era una chapucería. Era mu-
cho lo que teníamos que aprender todavía de la profunda genialidad mostrada

A
T
al universo entero por los conductores del pueblo chino en sus luchas por la

S
victoria del socialismo Mao no forjó guerrillas rojas. Tampoco los cubanos ni

A
H
los argelinos. Lo nuestro era un ejemplo de signo contrario. Hacíamos las cosas
como no se debían hacer.

S
E
EL ENREDO DE LA «PAZ DEMOCRÁTICA»

,
A
Las tareas de la lucha política tropezaban con las acciones armadas.

I
A menudo, cuando el Partido y aliados se esforzaban por realizar un buen

B
M
acto de masas, los adversarios de este tipo de lucha, «...la gente de la FALN...»,

A
como nos decían, realizaban acciones armadas en la misma ciudad, el mismo

C
día fijado para el mitin, con lo cual se lograba una represiva reacción policial

O
contra el acto de masas.

N
A los partidarios de la lucha armada como única forma de lucha le
entraban celos, cuando aparecía el pueblo oyendo a los «hombres de los micró-

A
E
fonos...», como los llamaban despec-tivamente. ¡Que ningún civil desarmado

N
nos ayude!, tal parecía ser la consigna de aquellos tiempos. Nunca se les abrió

Í
L
el entendimiento para aceptar ese tipo de cooperación popular.
Así querían «demostrar» los jefes militares que no había posibilida-

I
M
des para ninguna actividad fuera de la lucha armada. Lo de la combinación
de todas las formas de lucha no se aceptaba en la práctica, lo impedían «...las
FALN...».
Este comportamiento le causaba un gran daño, inclusive, a la lucha
armada, puesto que se le aislaba del necesario respaldo de masas; se facilitaba
al gobierno golpear al movimiento legal, cuyos nexos con el movimiento ilegal
eran bien conocidos.
Sin embargo, cuando el mitin era de los partidos de gobierno, bien
protegido por los aparatos represivos, entonces «...las FALN lo autorizaba...». En
ocasiones, en gesto por demás democrático, se gastaba buen dinero en propa-
ganda para divulgar tales «autorizaciones». Este ridículo proceder, que yo sepa,

231
nunca fue condenado por la Dirección de las FALN, de las cuales formaba
F A R I A S

parte nuestro partido ni tampoco por los organismos de Dirección Nacional.


No se atrevían a decir nada en contra públicamente, con lo cual aparecimos
aprobando una situación condenable.
Llevábamos la confusión a nuestros camaradas y amigos, quienes se
preguntaban: «¿Qué pasará? Nos invitan a un mitin y realizan acciones arma-
J E S Ú S

das, con saldos de muertos, ¿para qué?


Cuando en abril de 1965 tiene lugar el VII Pleno del CCE, el Partido
se encontraba más aislado que nunca de las masas, así como de sus posibles
aliados. El fracaso de la «Amplia Base» no podía ser aprovechado por las fuerzas
revolucionarias, que se habían visto muy reducidas por la represión, el fraccio-
nalismo y la anarquía.
Pese a las derrotas militares y políticas, la tesis del repliegue definitivo
se mantenía en minoría en el CCE. Tan sólo se logró el acuerdo para un replie-
gue temporal, para luego continuar. Algunos alucinaban, incluso, con un golpe
de Estado por parte de militares antiadecos.
Los abanderados del «Nuevo gobierno ya» (Eduardo Machado y Pom-
peyo Márquez, entre otros, en el Buró Político), que en su momento forzaron
el rumbo guerrerista, elaboraban ahora aquella galleta «nacionalista» denomi-
nada «Paz Democrática», la cual circuló y desapareció de la circulación sin que
nadie la entendiera. Su planteamiento esencial consistía en desarrollar la lucha
armada «con una nueva mentalidad», concentrando el fuego en «contra de la
camarilla proyanqui» después de un repliegue táctico.
El documento del VII pleno, «La Paz Democrática», era tan contra-
dictorio que daba para ambos bandos. Sirvió para todo y no sirvió para nada:
para denunciarlo como guerrerista o para acusarlo de que había renunciado
irrevocablemente a la lucha armada.
La idea de que habíamos sido derrotados era rechazada casi como una
traición. También se pensaba que la lucha armada tenía posibilidades «inagota-
bles» de desarrollo.
Era evidente que no habíamos avanzado mucho. Aquella Dirección
del Partido no terminaba de interpretar correctamente la constelación de fuer-
zas imperante, no aceptaba corregir el rumbo. Quizás como para tapar sus pro-
pios yerros se promovía una huida hacia adelante: repliegue táctico, detenernos
para avanzar con más fuerza.
Los escuchábamos decir: «Debemos sacarle provecho a los errores»,
sin deslindarse del rumbo equivocado. Pero eso de estar cometiendo dispara-

232
tes toda la vida para sacarle provecho era algo verdaderamente inconcebible,

E
T
impropio de revolucionarios; cuando en realidad lo que debíamos hacer era

R
aprender de los errores no repitiéndolos, rectificando la línea de acción.

E
U
Pero esa Dirección se aferraba a ellos. La cobardía política para de-

M
nunciar nuestros errores es hija legítima de la pequeña burguesía. Y eso fue lo
que presenciamos: una dirección pequeño- burguesa lanzando al Partido por el

A
L
despeñadero, debido a la falta de coraje para reconocer sus errores.
Por aquellos meses redacté desde el Cuartel San Carlos un largo ma-

A
T
terial para su discusión en la Dirección del Partido. En ella criticaba la línea

S
política que se seguía. Entre muchas otras cosas argumentaba lo siguiente:

A
«a) Estamos atacando al gobierno por el único lado que es fuerte: por el

H
flanco militar. Lo indicado sería hacerlo por donde es más débil. En la historia

S
de nuestras guerras civiles no hay una sola que haya comenzado en condiciones

E
tan desventajosas como la nuestra contra el gobierno de Rómulo Betancourt:

,
A
precisamente, cuando RB tenía el respaldo de un país rico y de un ejército con

I
moral de combate. Contrario a lo que algunos pregonaban que los militares del

B
M
gobierno no subirían a la montaña, sucedió que no sólo subieron la montaña,

A
sino que hasta sorprendieron a los guerrilleros en sus campamentos.

C
b) El frente político que proponemos a las otras fuerzas populares que

O
se oponen al gobierno no será posible, mientras el PCV tenga la línea política

N
que tiene hoy. Ninguno de los aparentes aliados legales comprometerá su situa-
ción con un partido enguerrillado. Lo más que lograremos con estos amigos

A
E
serán acciones coincidentes, acuerdos tácitos en los frentes juvenil, obrero y,

N
posiblemente, electoral. Por ahora, algunos piden la libertad de los presos que

Í
L
no estén enjuiciados. ¡Cuidado con una hernia!
c) El PCV mostró una vez más su coraje. Tomó las armas. Se atrevió

I
M
a luchar. Muy bien. Pero, ¿a quiénes trajimos con nosotros? Ni siquiera a todo
el Partido. No califico nada. Constato un hecho innegable. ¿Sostiene el PCV
que solos podemos tumbar al gobierno? Si no sostiene tal cosa, ¿debemos se-
guir solos? Yo digo que una fuerza formada por comunistas y otros pocos ul-
traizquierdistas, aunque fuera grande, no tumba a este gobierno. Puede crearle
problemas, inclusive algunos graves, pero no tumba a este gobierno».

DOUGLAS BRAVO: «LAS DERROTAS NO TIENEN PADRE»


Esta frase cínica se puso de moda entre los comandantes de las FALN.
Con ella se pretendía eludir la autocrítica o descargar en los «civiles» sus propias
responsabilidades.

233
Lo primero que se le ocurría a los «militares» del FALN, luego de cada
F A R I A S

fracaso —y no fueron pocos—, era retornar a la ciudad y tomar el control del


PCV, desplazar a los «viejos», a los «ineptos». Era una nueva versión del viejo
cuento de la «partera y la parturienta».
La verdad es la siguiente: si las cosas no siempre salieron bien, la res-
ponsabilidad recaía fundamentalmente en los dirigentes de la «guerra», sobre
J E S Ú S

todo por haber lanzado al Partido prematuramente a una clase de lucha para
la cual no estábamos preparados todavía, ni era la mejor forma de lucha para
Venezuela en aquel momento.
A pesar de las derrotas, las FALN fueron objeto de permanentes y
elogiosos comentarios en la prensa del PCV y del FLN. Era evidente que se
exageraba nuestra fuerza, así como el alcance real de las operaciones de las
FALN. En cuanto a la pureza de los componentes, se puede afirmar —a juzgar
por lo resultados— que las FALN eran como un río, por cuyo cauce arrastra
combatientes legítimos junto a no pocos elementos en descomposición. En
las ciudades, las unidades tácticas de combate (UTC) estaban «tocadas» por la
policía. De esta manera, nuestros combatientes muchas veces caían en manos
del enemigo y morían por las delaciones de los confidentes.
En relación al FLN, ya para el año 1964 se había convertido en una
cosa bastante diferente a lo que era, o pretendía ser en 1962, cuando se in-
cluía a los movimientos que dirigían Jorge Dáger, José Vicente Rangel, Ramos
Calles, Quintero Luzardo, así como personalidades y grupos menores, civiles
y militares. Para ese momento, aparte del PCV sólo quedaban el MIR y un
grupito de Najul.
Y estos dos practicaban una campaña abierta contra el PCV que no
tenía nada frentista. Como resultado de esa campaña, se enfilaba sobre el PCV
la responsabilidad por el estancamiento de la guerrilla.
En una ocasión el doctor José Gregori habló conmigo y mostró un
gran enojo. Estaba casi indignado con los «comandantes» del PCV. Yo me di
cuenta de ello cuando le oí una palabra elogiosa para mi persona.
Así sería de grande la arrechera de ese jefe guerrillero, cuando tenía
palabras elogiosas para mí. No se qué se le prometió a este amigo. Al parecer
muchas cosas y ninguna habría sido cumplida, y la culpa la descargaban sobre
el PCV. Acompañados con gente que se muestra amargada por la frustración,
en el FLN estábamos peor que solos.
Desde Caracas hasta Corea difundíamos una información sobre la
fortaleza de la FALN y el FLN demasiado cargada de exageraciones. Hasta un

234
camarada tan adulto como Eduardo Machado se dejó ganar por esta tendencia.

E
T
La vida mostró que nuestros cálculos no correspondían a la verdad. Otra cosa

R
grave era que el aparato se diseñaba de acuerdo a esas expectativas fantasiosas,

E
U
sobredimensionado desde todo punto de vista.

M
Esas famosas embajadas y esos embajadores de las FALN no repre-
sentaban un movimiento tan fuerte como se pretendía. En Cuba teníamos

A
L
inclusive «co-embajadores».
En diciembre de 1965 discutíamos en el Cuartel San Carlos los pro-

A
T
blemas del PCV Gustavo y Eduardo Machado, Pompeyo Márquez, Guillermo

S
García P., Teodoro Petkoff y varios más. Para mí era evidente que Douglas Bra-

A
H
vo y su grupo —los «consentidos», como gustaba llamar Pompeyo a sus guerrille-
ros— desarrollaban un trabajo fraccional. Así lo denuncié en aquella ocasión y

S
E
pretendieron Petkoff y Pompeyo que retirara mis palabras.
Pues bien, no pasó una semana y ya teníamos el primer estallido frac-

,
A
cional: Douglas Bravo, fracasado en la lucha armada, ponía proa a la conquista

I
B
del Buró Político del Comité Central. Fracasó más rápidamente todavía que en

M
la montaña, pero le hizo daño al PCV dentro y fuera de Venezuela. Y se suici-

A
dó, no en primavera, sino en navidades.

C
Los abanderados del «Nuevo gobierno ya», que mantenían un cerrado

O
fuego epistolar, proponiendo y reclamando al Buró Político un inmediato «re-

N
pliegue» temporal, para luego retomar la ofensiva militar final, veían ahora los

A
frutos de sus ambigüedades: El douglismo lanza desde el exterior su Manifiesto

E
N
de Iracara, que sería el embrión de la base política de un grupo fraccional con-

Í
tra el PCV.

L
En el interior del Partido, el grupo de Bravo contaba con el apoyo de

I
Petkoff. Éste era integrante activo del grupo. Juntos se propusieron el asalto

M
de la Dirección del Partido diezmada por la prisión de buena parte de sus
integrantes y, en parte, lograron algunos objetivos. Primero consiguieron su
inclusión en el BP y, posteriormente, la de Núñez Tenorio, Espinoza y Lairet.
Cuando era evidente que el grupo de Bravo no se podría apoderar de
la Dirección del Partido, Petkoff se deslinda de esa empresa, no sin antes dejar
testimonio de sus intenciones en una carta a su hermano Luben.
En ella se queja amargamente de que Bravo, al «precipitarse», le había
arruinado sus planes.
En junio de 1966 se publica el documento constitutivo de la nueva
FALN con Bravo, Américo Martín y Fabricio Ojeda a la cabeza, el cual contó
con fuerte apoyo exterior.

235
El grupo de Bravo le hizo daño al Partido principalmente en Caracas.
F A R I A S

Sobre la base de la mentira y las calumnias lograron reclutar para sus planes a
un buen número de dirigentes medios del Partido de la capital.
La labor de socavamiento de la Dirección del Partido tuvo expresión
en Petkoff, pero también en el MIR y poderosos factores externos que se volca-
ron a favor del douglismo.
J E S Ú S

En el VI Pleno se habían observado las primeras manifestaciones de


las pretensiones de apoderarse del Partido, cuando se aventuraron a plantear la
pretensión de trasladar la Dirección del Partido a la montaña.
El factor que más había favorecido los planes fraccionalistas había
sido, sin duda, el sistemático desmantelamiento de los organismos regulares del
Partido por parte del aparato militar. El «ordeno y mando» sustituyó las normas
internas del Partido. Experimentados y fieles dirigentes fueron desplazados de
sus posiciones, desde las cuales establecían nexos con las masas.
Habría que destacar, igualmente, que el grado de autonomía que se
otorgó a determinados comandantes en los comienzos de la lucha armada dio
pie a contradicciones entre el BP clandestino y Douglas Bravo. Existían correa-
jes entre los destacamentos y la retaguardia que tenían vida propia; se maneja-
ban cuantiosos recursos financieros y materiales, que favorecieron el desarrollo
de estructuras militares autónomas... Todas éstas son experiencias dolorosas
que no podemos olvidar jamás.

EXPULSADO DEL PAÍS


El viernes 18 de marzo de 1966 salí expulsado del país después de dos
años y medio de secuestro. A pesar de mi condición de senador en funciones,
el día 30 de septiembre de 1963 había sido detenido sin ningún tipo de pena.
Después se me conmutaba una pena que nunca me fue impuesta,
puesto que nunca estuve frente a un juez. Si no había pena ¿cómo podía haber
conmutación de prisión por destierro? Lo digo así, porque lo mío era un proce-
so militar fabricado por los juristas de AD y Copei.
Por esa vía éramos enviados al exilio cuatro ex parlamentarios, entre
los que se encontraba Domingo Alberto Rangel. Este viejo compañero de pri-
sión durante la dictadura perezjimenista se negó a salir hasta que no se garan-
tizara mi destierro.
Esta noble y valiente posición fue la reacción al rumor que se había
corrido poco antes de nuestra expulsión, de que yo no estaría entre el grupo
que saldría al exilio... Ante esto, Domingo Alberto condicionó su libertad a la

236
mía. Al final, se ordenó la excarcelación que había sido conquistada gracias a la

E
T
incansable campaña de solidaridad nacional e internacional.

R
Mi rumbo era Moscú, con escala en Roma. Allí se iniciaba otro perío-

E
U
do de mi vida, la separación obligada de la patria.

M
A pesar del extraordinario trato que le dispensaban los camaradas so-
viéticos a sus hermanos de clase en dificultades, no hay nada que pueda com-

A
L
pensar la ausencia de la patria.
En el aeropuerto un reportero de El Nacional me preguntó sobre po-

A
T
sibles cambios en mis planes para el futuro.

S
—Mí línea no cambia, es hasta la muerte —le respondí.

A
H
En Moscú fui recibido por una muchedumbre conformada por diver-
sos sectores del pueblo y también del gobierno soviético.

S
El regreso a la patria querida y entrañable procedente de ese país her-

E
mano, cuyo pueblo y dirigentes nos atendieron espléndidamente y siempre nos

,
A
brindaron su solidaridad, se produjo dos años y medio más tarde, el 02 de

I
agosto de 1968.

B
M
Antes de mi expulsión del país entregué una declaración a la opinión

A
pública, que decía lo siguiente:

C
A fines de 1965 se me preguntó, si yo estaría dispuesto a salir al exte-

O
rior. En caso afirmativo, el gobierno permitiría mi salida.

N
Tal «salida» sería una victoria parcial de la campaña mundial que durante
dos años se ha mantenido por la libertad de los presos políticos de Venezuela.

A
E
Los presos estamos profundamente agradecidos por tan grande y cáli-

N
da solidaridad, porque ella significa que la justicia de nuestra causa es bien apre-

Í
L
ciada por las organizaciones y personalidades progresistas del mundo entero.
En mi caso, envío un amistoso saludo de agradecimiento a los parti-

I
M
dos políticos, sindicatos obreros y campesinos, organizaciones juveniles y fe-
meninas, sociales y culturales, así como a la prensa, radio y TV que han par-
ticipado en esta campaña solidaria. Hago extensivo este mensaje de gratitud a
las personalidades, tanto venezolanas como extranjeras, que se han interesado
por mi cautiverio y mi enfermedad. Y, de manera especial, envío un fraternal
saludo al profesor N. Blojin, presidente de la Academia de Ciencias Médicas
de Moscú, quien, junto con otros especialistas de justo renombre, se ofreció
reiteradamente para venir a tratarme, pero cuya entrada a nuestro país les fue
negada por el gobierno de «Ancha Base».
Este clima de solidaridad que nos acompañó siempre en la prisión,
tiene una alta significación para quienes luchamos por la causa tan humana

237
como la nuestra. Esos miles de mensajes pidiendo nuestra liberad demuestran
F A R I A S

que se nos aprecia como lo que realmente somos: leales y firmes combatientes
por la definitiva liberación de nuestra patria. Cuando se vive para luchar por
una causa tan justa, bien se puede morir en el combate, que es como seguir
viviendo en el recuerdo de todos los patriotas.
Junto con mi causa, el gobierno ha sobreseído la de otros tres compa-
J E S Ú S

ñeros, a quienes también se lanza al ostracismo. Sólo el miedo a una conocida


embajada diplomática explicaría, el que no se haya sobreseído la causa de todo el
grupo de ex-congresantes arbitrariamente encarcelados. Tanto mi caso como los
de Domingo Alberto Rangel, Jesús María Casal y Jesús Villavicencio, son exac-
tamente iguales a los de los camaradas Gustavo Machado, Eduardo Machado,
Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce y Simón Sáez Mérida. Si fue legal
nuestra salida, es ilegal que los mencionados compañeros continúen presos.
Para quienes suelen pregonar unos míticos cambios políticos en nues-
tro país, les recuerdo que el camarada Gustavo Machado hace más de cincuenta
(50) años estaba con grillo en La Rotunda. Y hoy, más de cincuenta años des-
pués de aquel entonces, el camarada Gustavo Machado está preso de nuevo por
motivos políticos. En este caso concreto, la diferencia estaría en que ahora no
arrastra los grillos sesentones.
En mi vida de preso político jamás me había topado con un compa-
ñero de tan fuerte y humana personalidad como el camarada Gustavo, el más
optimista y gallardo de cuantos revolucionarios he tratado en mi vida.
Sentados tendrán que esperar, quienes sueñan con doblegar a un
combatiente tan templado como este camarada, quien simboliza a la perfec-
ción el indomable espíritu de rebeldía y la capacidad de sacrificio de nuestro
gran pueblo.
Como preso veterano, jamás descarté la posibilidad del destierro. En
la década de 1950, dos presidentes mexicanos, Alemán y Ruiz Cortines, gestio-
naron en vano —en gesto que los honra y que no olvido— que se me conmutara
la pena de secuestro indefinido por el exilio en México. Lo que nunca llegué
a pensar fue, que un gobierno de entendimiento entre Leoni, Villalba y Uslar
sería el que asumiera tan extraño honor, pese a que tales señores saben que me
encuentro enfermo desde hace largo tiempo. Nunca he sufrido destierro, pero
presiento que moralmente me será una pena durísima. Mis viajes al exterior
siempre fueron fugaces porque, cuando estoy fuera, la patria me atrae con su
irresistible ternura. Si mi salud no estuviera en tan malas condiciones, juraría
regresar inmediatamente, a todo riesgo.

238
En cuanto al mensaje leído por Leoni el día 11 de marzo, en él se

E
T
dice que este gobierno «...no persigue a ningún ciudadano (sic) ni abriga odio

R
ni resentimiento contra nadie...». Si lo dijo en serio —y como chiste es malo—,

E
U
hay que responder de inmediato a tanta falacia. Porque el gobierno que «enca-

M
beza» Leoni sí allana hogares humildes por millares, sí persigue, sí secuestra, sí
encarcela, sí enjuicia a personas inocentes, sí tortura, sí mata y sí desaparece a

A
L
sus enemigos políticos.
Luis Emiro Arrieta, Alberto Lovera, Ponte Rodríguez, Castro León,

A
T
Donato Carmona, los hermanos Ollarve y tantos otros que han corrido el mis-

S
mo destino fatal, son muertos que acusan a este gobierno. Numerosos dirigen-

A
tes comunistas siguen presos y algunos de ellos fueron torturados... Las pri-

H
siones, los cementerios y hasta el mar están sembrados de pruebas acusatorias

S
contra este gobierno de ancha base, cuyos cuerpos policiales sí torturan y sí

E
asesinan a enemigos políticos. Sí persiguen y sí encarcelan a quienes se oponen

,
A
a los desmanes del gobierno. Las numerosas mujeres comunistas presas, con

I
varios años en las prisiones, son otra terrible acusación contra este gobierno

B
M
demagogo y falaz, además de ser grotescamente represivo. Cachipo, La Pica,

A
Cabure, El Tocuyo, Las Brisas y otros centros de torturas son también pruebas

C
abrumadoras contra el gobierno de Leoni.

O
Existe una seria crisis política nacional, no sólo en la ancha base, sino

N
también en el seno de los partidos que la forman. Esta pugna por el control
total del poder se mueve con violenta celeridad. Los gorilas betancouristas,

A
E
aliados con la oligarquía y los monopolios, se enfrentan con buen éxito a los

N
otros grupos con quienes comparten el poder. Es un error afirmar, como lo

Í
L
hacen algunos, que éste es un gobierno homogéneo, que dentro del gobierno
todos son iguales. Eso no es verdad. Hay matices dentro del gobierno y hay

I
M
choque de intereses también. La sabiduría de todo partido progresista reside en
estimular y profundizar esas contradicciones y en presentar una salida de paz
democrática, una clara y posible perspectiva de cambio. El Partido Comunista
considera que un programa que contenga, entre otros, los puntos siguientes,
sería una buena base para unir a todos los patriotas que luchan por la paz y el
progreso en nuestro país:
1) Respeto a los Derechos Humanos;
2) Libertad de los presos políticos, militares, sindicales, juveniles y las
mujeres;
3) Plena vigencia de los derechos y garantías que nos consagra la Cons-
titución Nacional; 4) Clausura de Cachipo y demás centros de torturas;

239
5) Enjuiciamiento de los criminales de la CIA que forman el gang del
F A R I A S

crimen en la Digepol; 6) Castigo ejemplar para los ladrones y especuladores; y,


7) Una activa política social en beneficio de los trabajadores; apoyo a
los trabajadores petroleros en sus luchas por un nuevo contrato colectivo, don-
de estén contempladas sus justas aspiraciones
El PCV contribuye a esta gran unión progresista de nuestro pueblo
J E S Ú S

con una elevada cuota de trabajo y sacrificios personales, incluida la libertad


y la vida de nuestros camaradas. El PCV seguirá buscando la unidad obrera y
popular, en todos los terrenos, como garantía de progreso, de paz y de victoria
democrática.

MI PEREGRINAJE POR LAS CÁRCELES


Con la expulsión finalizarían mis peregrinajes por las cárceles
venezolanas. En total casi doce años, estrenándome a finales de 1937 con el
régimen de López Contreras, como resultado del triunfo comunista en las
elecciones a las asambleas legislativas y los concejos municipales.
Posteriormente vinieron los ocho largos y duros años de prisiones
durante la dictadura perezjimenista luego de encabezar la huelga petrolera de
1950. En ese período, el más largo sufrido por preso alguno durante la dictadu-
ra, recorrí «La Modelo», El Obispo, La Penitenciería General de la República
y la cárcel de Ciudad Bolívar. En total permanecí cuatro años en aislamiento
total en calabozos para castigados. En la prisión, los momentos difíciles son
el pan de cada día. Pero en los calabozos de castigo se sufren interminables y
terribles momentos.
La libertad llegaría el 24 de enero de 1958.
Después vino el secuestro perpetrado por Betancourt, cuando el 30
de septiembre de 1963 se le da el golpe al Congreso Nacional. Allí estuve en el
Cuartel San Carlos, en un sector para castigados llamado «Cueva de Humo»,
con calabozos sin ventilación ni sol. Allí permanecí, con cortas pasantías por el
Hospital Militar debido a mi delicado estado de salud, hasta el 18 de marzo de
1966, cuando se produce mi expulsión del país.
Por mi propia experiencia puedo decir que el buen militante comu-
nista no se doblega no tanto por resistencia física o por valentía política, sino
por el espíritu de partido que prepara a los comunistas para resistir las torturas
hasta la muerte. El Partido Comunista de Venezuela ha sido un brillante maes-
tro de revolucionarios que dejaron pasmados a sus torturadores, tanto bajo la
dictadura militar de Pérez Jiménez como en los regímenes asesinos de Betan-

240
court y Leoni. Tales son los casos de Alberto Lovera y Donato Carmona, de

E
T
Luis Emiro Arrieta y Max García, de Luis Lozada y Federico Rondón, de Juan

R
Pedro Rojas y Martínez Pozo, de Ramón Antonio Villarroel y Eduardo Galle-

E
U
gos, de Rafael José Cortés y Lino Pérez Loyo, de Carmelo Mendoza y Orlando

M
Medina, y tantos otros que inspiraron con su ejemplo a novelistas y poetas que
cantaron su heroísmo.

A
L
Cualquiera es «macho» cuando está bien armado, pero cuando uno
está encadenado y a merced de facinerosos que cobran por torturar y matar,

A
T
la cosa es distinta. No es cualquier cosa enfrentarse a un pelotón de esbirros

S
armados y peinilla en mano, cuando han recibido la orden superior de humi-

A
H
llar y vejar a plan de machete y con las más selectas injurias contra los secues-
trados políticos, inermes, hambrientos, indefensos, sin importar si las torturas

S
desembocan en la muerte del prisionero. Así es la resistencia en las prisiones

E
políticas.

,
A
Así es el comportamiento de los esbirros del sistema contra los revolu-

I
cionarios. No es una vida tranquila la de las prisiones. Allí uno sabe que es sólo

B
M
un número y que puede morir en cualquier momento, ya que está a merced de

A
matones que han sido envenenados, predispuestos contra los «enemigos» que

C
se encuentran presos, secuestrados, incomunicados, acusados de crímenes que

O
no han cometido.

N
Y si hay un Partido que puede hablar con autoridad de lo que repre-
sentan las prisiones en las luchas por la libertad, ése es el Partido Comunista

A
E
de Venezuela. Nuestro partido ha transitado ¡treinta años! de actividad clan-

N
destina. Esta cifra da una idea exacta de la elevada moral de los comunistas, de

Í
L
su patriótica terquedad para avanzar en lucha permanente contra los enemigos
del pueblo trabajador.

I
M
Durante estas largas décadas de combatividad, los dirigentes y militan-
tes comunistas pasaron por casi cien prisiones, desde La Rotunda y el Castillo
de Puerto Cabello hasta el Castillo de San Carlos del Zulia, desde la Peniten-
ciaría General de Venezuela hasta el Obispo; desde el Cuartel San Carlos hasta
Guasina; des-de las Tres Torres hasta El Tanque en Ciudad Bolívar; en los
trabajos forzados de Palenque y otras carreteras.
Y ha sido así porque los comunistas han encabezado todas las jorna-
das antiimperialistas de Venezuela, han participado de manera activa y valerosa-
mente en todos los combates por la libertad y la independencia nacional.

241
EL REPLIEGUE DEFINITIVO
F A R I A S

El Comité Central de Emergencia, bajo la Secretaría General del


camarada Alonso Ojeda, estaba sentenciado a muerte por los aparatos represivos,
atravesaba por numerosos obstáculos y sufría tremendas privaciones, pero
actuaba y tenía éxitos. El primero de éstos era escapar de la feroz persecución.
El hecho mismo de reunirse en aquellas condiciones tan difíciles de
J E S Ú S

cerco policial, persecución, de desertores e infidentes, era ya una un notable


éxito.
Así se llega al VIII Pleno del CCE (abril 1967), con un Partido diezma-
do y una guerrilla replegada por la fuerza de los hechos que la hacían inviable.
En este Pleno se plasmó el viraje de la táctica de la lucha guerrillera a
la lucha de masas, poniendo el acento principal en las zonas urbanas.
Se acordó restablecer los principios leninistas de organización y definir
el carácter del proceso revolucionario como de liberación nacional. Se liquidan
los restos de fraccionalismo militarista y son condenados tanto el izquierdismo
como el militarismo.
El Partido pasa de la dispersión, el escepticismo y la ruptura de lazos
con las masas, al camino de la recuperación. En este sentido, se reivindica el
papel de la clase obrera y del Partido. Se hace un llamado a las fuerzas revolucio-
narias para la confor-mación de un amplio frente de luchas revolucionarias.
Sin embargo, el Pleno define el período de la lucha armada como «el
más rico en la historia del PCV», lo cual es una afirmación más que polémica.
Cuando para apuntalar la política del repliegue se justificó, una vez
más, el haber empuñado las armas, definiendo de esa manera tan especial esa
etapa de nuestra vida, en algunos camaradas prendió la duda sobre la justeza,
oportunidad y exactitud del repliegue.
A juzgar por los resultados prácticos, para el movimiento revoluciona-
rio venezolano en general, y para el PCV en particular, el balance de la etapa
«más rica de nuestra historia» no puede resultar muy satisfactorio. Al some-
terlos a una rigurosa comparación con otras etapas de las actividades de los
comunistas, observamos que el Partido retrocedió en términos importantes en
cuanto a su vinculación con las masas, su cohesión orgánica e ideológica. Esto
es un hecho irrefutable.
Por su parte, el haber tenido una claridad de objetivos de poder no es
suficiente mérito. Muchos otros partidos comunistas —y anticomunistas— tu-
vieron la misma claridad y, pese a ésta, también se han hundido en el fracaso.
Tampoco fue un mérito suficiente el haber tenido el coraje de empu-

242
ñar las armas. Coraje político y valentía revolucionaria nunca le han faltado a

E
T
los comunistas, así como a muchos otros que no fueron comunistas. La valentía

R
para la guerra es innata en los venezolanos, según lo confirma la historia patria.

E
U
Tales cualidades (vocación de poder y valentía política y personal) son muy

M
importantes, indispensables para un partido comunista, pero son insuficientes
argumentos para llegar a una conclusión rotunda, definitiva, en la evaluación

A
L
de un período de lucha.
Esa apreciación fue, de hecho, una concesión a los partidarios de la

A
T
lucha armada, dentro y fuera del PCV, quienes supuestamente estarían opues-

S
tos a la justa política del repliegue, al viraje que proponían desde hacía algún

A
H
tiempo notables dirigentes del PCV.
Además, esta valoración sirvió para aquellos que exaltaban exclusiva-

S
mente los episodios de la vida del Partido, en los cuales habían participado. Se-

E
gún la particular interpretación de esta gente, la vida revolucionaria del Partido

,
A
comenzó —y terminó, de acuerdo con el rumbo que tomaron muchos de estos

I
«comandantes»— con la lucha armada. Las heroicas luchas comunistas bajo la

B
M
tiranía gomecista y contra la dictadura perezjimenista no aparecían por ningún

A
lado en su recuento histórico.

C
BALANCE LUCHA ARMADA

O
DE LA

N
Debemos hablar del período de la lucha armada como un período de
errores y aciertos, con victorias y derrotas, con éxitos y fracasos, sin dejar de

A
E
hacer notar que el Partido en aquel momento empuñó las armas, se planteó

N
como tarea inmediata la conquista del poder, demostró un arrojo extraordinario

Í
L
en la aplicación de la línea política, resistió heroicamente las embestidas del
enemigo. La mística y el honor de nuestro partido encontraron elementos de

I
M
inspiración en el sacrificio y la valentía de nuestros camaradas caídos o que
sobrevivieron a estos años de tremendas dificultades.
Sin embargo, no podemos dejar de mencionar los errores cometidos.
Entre éstos destacan las desviaciones guerrilleristas, izquierdizantes, seguidistas,
golpistas, sectarias, que se agudizaron a partir de la abstención de 1963, cuando
lo militar se colocó por encima de todo, lo guerrillero se puso como el esfuerzo
principal. Se habló de «guerra prolongada», copiando experiencias de otros paí-
ses. Se abandonó palucha en las ciudades. El Partido despreció la alianza con
los posibles aliados y se aisló. Se marginó del trabajo entre las masas y negó en
la práctica el papel de la clase obrera, exaltándose, a su vez, el papel de otras
clases sociales.

243
Miles de nuestros camaradas fueron encarcelados, torturados, asesi-
F A R I A S

nados, desaparecidos. Nada de esto podemos negarlo ni olvidarlo. Total: un


balance trágico. Muchos errores, algunos muy graves, y pocos aciertos, pese al
heroísmo y martirio de los comunistas adultos y jóvenes.
Por otra parte, no podemos olvidar que algunos dirigentes de nuestro
partido, que se fueron a la «guerra» cantando victoria, regresaron quejosos, cul-
J E S Ú S

pando a otros de sus propios fracasos y errores. Al final, estas personas termi-
naron por intentar llevar al PCV por caminos distintos al marxismo-leninismo
y, como no pudieron lograr estos objetivos, desertaron de nuestra gloriosa ba-
rricada y fundaron tiendas apartes, buscando caminos más cortos y con menos
obstáculos para «llegar al poder».
Aquel período de luchas abrió y cerró toda una época. Sobre lo acon-
tecido durante aquellos años se han escrito no pocos libros. En muchos de
éstos se hace responsable al PCV por la derrota. Sin embargo, la derrota es de
todos los participantes en la lucha armada, entre los cuales nos encontramos
los comunistas.
Nuestros camaradas actuaron valerosamente. Pero nuestro partido se
dejó arrastrar en varias oportunidades por una política que no era correcta. Las
equivocaciones suelen ser contagiosas y, en la lucha armada, se pagan muy caro.
En lo que a mí respecta, jamás he renegado de ninguna lucha por el
hecho de que en ésta se nos haya escapado la victoria. No lo haré nunca. Pero
no es bueno ni útil para el futuro de nuestra noble causa revolucionaria, embe-
llecer los errores ni presentar los fracasos y derrotas concretas como victoriosas
experiencias para el porvenir. La victoria obrera y popular vendrá, sin duda
alguna. Y llegará más temprano si hacemos bien las cosas desde ahora mismo.
No son indispensables las aplastantes derrotas ahora para asegurar la victoria
futura.
Por último diré palabras del gran Lenin que reflejan en buena medida
la esencia de los errores cometidos por nosotros durante esta etapa de la vida
del Partido:
«Para un partido proletario no hay error más peligroso que basar su
táctica en deseos subjetivos, allí donde lo que hace falta es organización».

RETOMANDO EL RUMBO
Uno de los grandes méritos del CCE fue realizar una serie de
operaciones que permitieron el rescate de numerosos presos, que fueron sacados
de las prisiones, enviados fuera del país y luego introducidos ilegalmente a

244
Venezuela. Entre las operaciones más espectaculares se encuentra, sin duda,

E
T
la construcción de un túnel desde una casa hasta un calabozo de la fortaleza

R
San Carlos, por donde fueron rescatados Pompeyo Márquez, Guillermo García

E
U
Ponce y Teodoro Petkoff, antiguos dirigentes del PCV.

M
Aquí tuvieron destacada participación directa, entre otros, el celebre
Simón «El Árabe» y Nelson López, acribillado posteriormente por los esbirros

A
L
de la Digepol.
Fue sensacional la fuga y más sensacional aún el hecho de que no

A
T
pudieran recapturarlos, a pesar del despliegue de más de cuatro mil policías.

S
Este hecho viene a demostrar que el PCV, pese a las dificultades, había logrado

A
H
forjar una coraza para defender a sus dirigentes clandestinos, la cual nunca fue
rota, aunque sí muy golpeada por los cuerpos policiales.

S
Finalmente, en agosto de 1968 nos reunimos en el Comité Central

E
de Emergencia quienes se mantuvieron todo el tiempo en la clandestinidad y

,
A
quienes veníamos de la cárcel y el destierro. Era la primera vez en cinco años

I
que nos encontrábamos reunidos, lo que pudiéramos llamar la plana mayor

B
M
del PCV.

A
Al pasar lista «faltaron» los camaradas Donato Carmona, Alberto Lo-

C
vera y Luis Emiro Arrieta, asesinados por la policía los dos primeros y muerto

O
en la prisión y secuestrado su cadáver el último.

N
A lo largo de toda la historia del PCV, los dirigentes del Partido elec-
tos en los congresos que se encontraban en las prisiones eran ratificados en sus

A
E
cargos por los plenos del Comité Central y al conquistar la libertad pasaban

N
automáticamente a ocupar sus cargos. Así ocurrió con Márquez y García Ponce.

Í
L
Así ocurrió siempre con todos, salvo que alguno hubiera cometido violaciones
a la política o a la moral comunista.

I
M
Sin embargo, cuando salieron de la prisión Eduardo Machado, prime-
ro, y Gustavo Machado, después, dos libertades diferentes, la primera firmando
«caución», la última sin firma, estos camaradas no fueron incorporados de in-
mediato a la dirección efectiva.
Pero cuando se produjo su definitiva reincorporación, terminaron de
salir del Buró Político los que habían subido cuando caímos los «viejos». Sa-
lieron cargados de rencor. Algunos perdieron importantes secretarías, porque
éstas debían estar en manos de miembros del Buró Político. Por cierto, Petkoff
pretendió en vano, a punta de pistola, mantener la que detentaba.
Se discutió mucho sobre el número de miembros que debía tener el
Buró Político, el cual pasó a ser de once. Pompeyo Márquez continuó la lucha

245
por un BP de diecisiete, hasta lograrlo. Pero de todos modos, no eran personas
F A R I A S

dóciles como las que él quería.


En el Pleno de agosto de 1968 asomó el hocico el engendro antisovié-
tico. Cinco miembros del CC rompieron con el internacionalismo proletario.
Así se iniciaba una nueva etapa en la vida del Partido que, a la postre,
iba a generar importantes traumas en su unidad orgánica.
J E S Ú S

LEGALIZACIÓN DEL PCV EN 1969


La política represiva de la Ancha Base, la división de AD y la alta
votación de Pérez Jiménez prepararon el terreno para una apretada victoria de
Copei, encabezada por Caldera.
El PCV entró de nuevo en la lucha política legal a través de un partido
formado para participar en las elecciones de 1968: Unión Para Avanzar (UPA).
Aunque el PCV todavía se encontraba ilegalizado y mucho de sus líderes perse-
guidos, la UPA eligió un senador y cinco diputados, además de un concejal por
el Distrito Federal. Era una buena votación (105 mil votos), si consideramos las
limitaciones de diferente índole que impedían una plena participación de los
comunistas en el proceso electoral.
Otros no pensaban así.
Buena parte de los que empujaron al Partido a la aventura armada se
resistían a participar en las elecciones bajo condiciones tan adversas. Entraron
en un estado de abatimiento preelectoral, que les impedía ver la posibilidad de
lanzar algunos candidatos propios con posibilidades de éxito. Del abatimiento
pasaron a la euforia de creer en una enorme votación para la tarjeta de UPA,
sin haber realizado el trabajo organizativo indispensable para codearnos con los
partidos de masas en la contienda electoral.
Este hecho presentó a un buen número de los dirigentes del Partido
como políticos que toman nuestros deseos por la realidad que nos circunda.
Por esta vía, conocido el resultado electoral, vino otra vez el abatimiento.
Este grupo de dirigentes, que poco después abandonaría al Partido,
no sólo responsabilizaba de la derrota armada a la Dirección, sin visos de auto-
crítica, sino que le endosaban también la «debacle» electoral. Una vez más, el
PCV quedaba golpeado y dividido en cuanto a la apreciación de los errores y
los hechos.
Adicionalmente, el resultado de las elecciones de 1968 introdujo un
nuevo elemento de discusión interna, en torno a quién debería ser considerado
ahora como el enemigo principal de los comunistas.

246
En cuanto a los copeyanos, éstos no tenían mayoría en el Senado y AD

E
amenazaba con boicotear su instalación y, con ello, demorar la «coronación».

T
R
Como el hombre-quórum era Eduardo Gallegos Mancera, se produjo una en-

E
trevista al más alto nivel entre Copei y el PCV, el partido victorioso y el partido

U
clandestino, inhabilitado por AD y Copei.

M
—¿Harán quórum ustedes? —nos preguntaron.

A
—Eso depende del nuevo gobierno. Ustedes saben que estamos intere-

L
sados en la legalización del PCV y en que sea suspendida la orden de captura

A
contra nuestros dirigentes y el resto de los dirigentes de la izquierda.

T
No respondieron, pero se llevaron el mensaje. Al parecer, en la discu-

S
A
sión que tuvieron resultó aprobada la idea de aprovechar para la instalación del

H
Senado la presencia del senador comunista,

S
Nosotros cumplimos y Copei cumplió también.

E
El PCV y el MIR fueron rehabilitados, se nos entregaron casi todas

,
nuestras propiedades, volvió a circular legalmente la prensa del PCV. Todo esto

A
sucedía en la primera mitad del año 1969.

I
B
Todo había cambiado con la derrota de Barrios y su partido. Parecía

M
increíble que un partido como Copei pudiera reconocer los derechos políticos

A
C
del PCV, mientras que AD se los negaba a sangre y fuego.
En resumen, cerca de 32 años de clandestinidad y poco más de 4

O
años de vida legal había acumulado el PCV en sus luchas desde su fundación

N
en marzo de 1931. Tiempo después, en abril de 1983, Caldera afirmó en un

A
pro-grama de televisión que su gobierno había hecho posible en 1969 la incor-

E
N
poración de los izquierdistas a la actividad política y que, con este motivo, lo

Í
había visitado, previamente a su juramentación, el secretario general del Parti-

L
do Comunista de Venezuela.

I
Yo le respondí a través de la prensa que esta información no cuadraba

M
con los hechos, pues para 1968 los comunistas teníamos un partido nacional
legalizado: UPA. Es decir que, pese a la ilegalidad del PCV, sectores de la iz-
quierda participaron en las elecciones de 1968. Y por lo demás, la reunión para
tratar lo del quórum en el Senado fue solicitada por la dirigencia copeyana.
Esta era una cara de la moneda.
La otra era que Caldera y Copei compartieron lealmente toda la ola
represiva del gobierno de Betancourt-Copei, incluyendo el golpe contra el Con-
greso Nacional el día 30 de septiembre de 1963.
De tal manera que difícilmente iba a engañar el jerarca copeyano al
pueblo venezolano en torno a su participación y la de su partido en la escalada
represiva de los sesenta en contra de las fuerzas revolucionarias.

247
Y resulta interesante saber que mi familia no fue tan vejada y hos-
F A R I A S

tigada por gobiernos anteriores, como bajo el binomio Betancourt-Caldera.


En cuanto a mí, me interrogaron en un calabozo para castigados, previamente
inundado de agua, a sabiendas de mi artritis en estado avanzado, lo cual agravó
mi salud. Esta situación continuó bajo el gobierno de Leoni —»el bueno»— y la
Ancha Base con participación de Copei.
J E S Ú S

248
CAPÍTULO VIII
D E F E N S A D E L P C V F R E N T E

A L A C O R R I E N T E P E Q U E Ñ O - B U R G U E S A

249
J E S Ú S F A R I A S

250
DEFENSA DEL PCV FRENTE

E
T
A LA CORRIENTE PEQUEÑO-BURGUESA

R
E
U
M
A
L
EL DEBATE INTERNO EN EL PCV

A
A partir del VIII Pleno del CCE (abril 1967) se comentó muchas veces, dentro

T
S
y fuera de los organismos del PCV, que el Partido no marchaba bien porque no

A
había discusión.

H
Dicho Pleno no había abierto oficialmente la discusión interna en el

S
Partido, pero esta discusión tomó cuerpo y avanzó en forma desorganizada ha-

E
cia las bases del Partido. Luego de largos meses de discusión quedó evidenciado

,
que las cosas marchaban mal no por falta de discusión.

A
I
Se discutía dentro y fuera del Partido, pero el proceso de recuperación

B
orgánica, lejos de acelerar el paso, se estancaba. Entonces, en medio de la dis-

M
A
cusión despuntaron con gran fuerza las divergencias soterradas, fueron emer-

C
giendo grupos que se habían conformado en los años previos de abandono de
las normas de organización de nuestro partido.

O
N
No era, pues, la restricción de la discusión la causa de la división del
Partido, como afirmaban los grupos fraccionalistas encabezados por Petkoff y

A
E
Márquez, sino que éstos estaban desarrollando una discusión que conducía

N
inexorablemente a la ruptura, en razón de que sus planteamientos atropellaban

Í
L
groseramente principios elementales de nuestra doctrina revolucionaria.
La situación no podía empeorar más. La adopción de correctivos se
I
M
hacía impostergable. La discusión tenía que marchar por los canales regulares.
Nuestra prensa no podía incurrir más en el error de permitir que en sus páginas
se publi-caran desahogos anticomunistas o antisoviéticos. No debíamos agredir
a ningún partido comunista. Teníamos suficientes enemigos contra quienes
pelear, como para gastar energías en injustificables agresiones contra nuestros
hermanos de otros países. Teníamos que llamar a la base del Partido a una
discusión fecunda y ordenada de las Tesis y Estatutos del PCV, a elaborar una
plataforma ideológica y política que sirviera de base unitaria para la inmensa

251
mayoría del PCV y la JCV, que pudiera derrotar los planes de los enemigos que
F A R I A S

amenazaban con la ruptura antes del IV Congreso o en el mismo Congreso.


Sin una guía para la discusión, cada quien dijo sus puntos de vista
sobre el pasado y el futuro, tanto del PCV como de otros partidos comunistas,
puesto que algunos se consideraban autorizados no sólo para opinar sobre la
política internacional del PCV —cosa lógica y legitima—, sino también para exa-
J E S Ú S

minar y criticar la política interna y exterior de los partidos comunistas que es-
tán en el poder, a la vez que proclamaban la independencia para los comunistas
de cada país y negaban toda posibilidad de que los nuestros fueran criticados
por dirigentes de partidos hermanos.
En ese contexto, cuando los embestidas del grupo antileninista y anti-
soviético habían rebasado todos los límites de tolerancia que podía aceptar un
verdadero comunista, publiqué un folleto con el título de Respuestas Indispen-
sables, destinado a responder básicamente las embestidas emitidos en forma
rastrera por Manuel Caballero y Teodoro Petkoff.
Este escrito levantó roncha en el grupo fraccionalista. Lo calificaron
de «tremenda estupidez», «algo infame»…. Estos calificativos provenían de los
aludidos, pero también de quienes los acompañaban abiertamente en sus des-
manes (Maneiro, Muñoz, Urbina, etc.) y de quienes los protegían en forma
solapada (Márquez y su grupo).
En todo caso, esos ataques no me preocupaban. Ellos se creían intoca-
bles por la polémica, inalcanzables por la crítica a sus infamias; se creían en el
derecho de vejar, de avergonzar a nuestro Partido sin que nadie les respondiera.
Había que salirle enérgica-mente al paso a la despreciable campaña de insultos
y descrédito de los comunistas y sus inmortales principios. En líneas generales,
en mi escrito se expresaban los siguientes argumentos:

SE ALINEA CON LA REACCIÓN INTERNACIONAL


En relación con la ayuda internacionalista prestada por los países del
Pacto de Varsovia a Checoslovaquia se había activado una renovada ola de
histeria antisoviética, la cual trataba en vano de confundirlo todo, de presentar
los hechos de un modo distorsionado. Se habían reactivado gratuitos odios,
inclusive de algunas personas que aparecían como miembros del PCV, pero en
contra de la URSS, del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de
algunos dirigentes. Entre los nuevos cruzados del antisovietismo estaba Manuel
Caballero, cuyo pasado adeco había grabado en su alma una muesca demasiado
profunda.

252
Para tratar de deslegitimar la ayuda internacionalista de la URSS, Ca-

E
T
ballero afirmaba que la República Federal Alemana (RFA) ¡no tenía interés en

R
cambiar las cosas en Checoslovaquia! Esta afirmación constituía otra increíble

E
U
majadería, puesto que durante siglos los germanos tuvieron las manos metidas

M
hasta los codos en lo que hoy es Checoslovaquia.
El imperialismo mundial, y el germano en particular, tenían especial

A
L
interés en desgajar los países del Tratado de Varsovia, en particular Checoslo-
vaquia, porque este país tiene fronteras con la República Democrática Alemana

A
T
(RDA) y con la Unión Soviética.

S
Caballero se llenaba la boca con la «invasión» soviética, empleando

A
H
un recurso polémico del enemigo. Invasión, sin comillas, como él la usaba, es
la de una potencia colonial o imperialista contra otro país para someterlo y ex-

S
plotarlo. Esto no es lo que ocurrió en Checoslovaquia. El país soviético nunca

E
explotó a ningún otro país. Por el contrario, ayudó a muchos países. Ningún

,
A
ciudadano de la URSS explotó a otros hombres. Por el contrario, los técnicos

I
soviéticos ayudaban desinteresadamente en muchos países de todos los conti-

B
M
nentes.

A
El internacionalismo proletario incluye la obligación de brindar ayu-

C
da solidaria a quien la necesita, a quienes están amenazados por el enemigo

O
exterior. No tiene sentido para un obrero comunista dejar perecer un régimen

N
comunista por falta de la ayuda solidaria, para luego ayudarlo a reconquistar
el poder.

A
E
Quien confundía internacionalismo proletario con «invasión» era por-

N
que le daba la gana. Esta confusión siempre fue dañina, pero al ser un comunis-

Í
L
ta el confundido, la cosa era peor.
Resultaba demasiado sospechoso que comunistas se hubieran conver-

I
M
tido en cajas de resonancia de la campaña antisoviética de los imperialistas y
sus lacayos.
El renegado Caballero alegaba que hubo protestas en contra de la
acción internacionalista de los partidos comunistas. Protestas es cierto que las
hubo y no sólo en los Partido Comunistas (PC) de Italia y Francia. Por el envío
de tropas aliadas a Checoslovaquia protestaron Johnson y Nixon, los dictadores
de Grecia y de Portugal, los de Haití y Paraguay. Toda la macolla de gobiernos al
servicio del imperialismo. Protestaron Franco y el Papa, Carlos Andrés Pérez y
Pedro Duno. El hecho de que los enemigos del pueblo, sin ninguna excepción,
hubieran trinado como lo hicieron, resultaba más elocuente que todos los ar-
gumentos antisoviéticos de personas que militan dentro del PCV. La fotografía

253
de Duno en la primera página de La Verdad despejaba toda duda. Se necesitaba
F A R I A S

no tener ni una pizca de olfato de clase para tomar el camino que no es. Es
curioso ver cómo los dirigentes y militantes «izquierdistas», dentro y fuera de
los PC, coincidían con los derechistas y fascistas del mundo entero.
Resultaba muy raro ver al gobierno yanqui y sus lacayos derramando
lágrimas por los «comunistas» de Praga, mientras que mataban y hacían matar
J E S Ú S

a comunistas en otros países del mundo. ¿Desde cuándo ese amor de Johnson
y Nixon por los comunistas? ¿Por qué les gustaba tanto Dubcek?…
En cuanto al PCV, el 30 de agosto de 1968 se pronunció por el apoyo
a los comunistas internacionalistas checoslovacos, con lo cual ratificaba conse-
cuentemente su línea de toda la vida, la cual nunca lograron cambiar ni los
enemigos ni los «amigos». De haber criticado a los países del Pacto de Varsovia
hubiéramos aparecido alineados con Betancourt y Leoni, con los asesinos de
los dirigentes y militantes del PCV y de la JCV. En mi caso, además de las razo-
nes de mis camaradas, siempre me he orientado y he puesto rumbo contrario a
lo que hacen los enemigos del pueblo.
Esto desmentía a Caballero, que tuvo el descaro de afirmar que la
mayoría del CC del PCV había votado una moción contra Checoslovaquia. El
CC del PCV había aprobado sí, con sólo cinco votos en contra, el envío de las
tropas aliadas a Checoslovaquia el 21 de agosto de 1968.
Que nuestro acuerdo a favor de la ayuda a los internacionalistas de
Praga no le hubiera gustado a Caballero, ya esa era harina de otro costal. Los
acontecimientos posteriores al 21 de agosto de 1968 demostraron que sí existía
un peligro real para el socialismo en Checoslovaquia.

EL ANTISOVIETISMO, RASGO ESENCIAL DE LA CORRIENTE


PEQUEÑA BURGUESA
Cuando se trató de salvar a la humanidad del fascismo o de ayudar
a los patriotas combatientes de cien países, el PC de la Unión Soviética no
contribuía como igual entre iguales, sino como correspondía al primer partido
leninista del planeta. Esto le costó a la URSS —a esa misma URSS que tanto
odiaba Caballero— decenas de millones de vidas, sin contar las bajas produci-
das por la invasión —ésta sin comillas— de los 14 Estados que pretendieron en
vano ahogar en sangre la victoriosa causa de Lenin.
Para difundir sus calumnias contra la URSS Caballero utilizaba las
páginas de Tribuna Popular, con lo cual le hacía un terrible daño a nuestro
querido periódico. Porque si Tribuna Popular se sumaba a la campaña antiso-

254
viética, ¿en qué clase de Partido Comunista se convertía el PCV? No es por la

E
T
inmunda bandera del antisovietismo que dieron la vida innumerables comu-

R
nistas venezolanos.

E
U
Y Tribuna Popular siempre ha estado asociada al heroísmo de nues-

M
tros camaradas, a la eterna amistad con los PC del resto del mundo. El antis-
ovietismo de Caballero en las páginas deTP era un contrabando monstruoso,

A
L
rechazado de una manera indignada por nuestros camaradas.
En sus ataques, Caballero insultaba al gobierno de la URSS porque

A
T
este país no enviaba sus fuerzas armadas a pelear en Vietnam. Esto era una pro-

S
vocación monda y lironda, porque Caballero sabía perfectamente que los paí-

A
H
ses socialistas, en primer lugar la Unión Soviética, habían ofrecido sus hombres
y armamentos para combatir al lado de los vietnamitas. Y éstos no rechazaban

S
el ofrecimiento, sino que aplazaban su aceptación para el caso que, según ellos,

E
hubiera sido indispensable.

,
A
Caballero tenía poca autoridad moral —y la que hubiera podido tener no

I
valía nada— para convertirse en acusador de hombres que combatieron el fascismo

B
M
con las armas en la mano desde el primer día hasta el último de la guerra.

A
Por su parte, según Petkoff, para que la política internacional del PCV

C
fuera «independiente» tenía que ser crítica. Es decir, reclamaba un partido co-

O
munista cuyos dirigentes cometían graves errores —por cierto, donde él tenía

N
una elevada cuota de responsabilidad— y no se hacían autocríticas, pero se de-
dicara a criticar a sus hermanos que actúan en remotos países.

A
E
No estábamos en el PCV para criticarlos —aunque podíamos hacerlo

N
en encuentros bilaterales— sino para defenderlos, en la medida de nuestras po-

Í
L
sibilidades, de las agresiones de los anticomunistas de todo pelaje.
La línea política internacional del PCV no puede estar guiada por es-

I
M
trechos intereses nacionales, sino por el internacionalismo proletariado. A un
verdadero comunista no se le podían escapar semejantes ofensas.

CONMIGO, EL QUE SE EQUIVOCA ES PORQUE QUIERE


En febrero de 1968 estuve en Praga, donde hablé con dirigentes del
PC de Checoslovaquia. Pasaron unos meses y las cosas fueron de mal en peor.
El camarada Husak me comentaba que en la Dirección del Partido no había
una opinión única respecto al grado de agudización de los fenómenos ni en
cuanto a las vías para liquidarlos. Agregaba que las vacilaciones de la Dirección
que-brantaban más y más al Partido, a su unidad ideológica y de acción, y que
la sociedad y el Partido se vieron más de una vez al borde de la catástrofe.

255
Regresé de Praga convencido de que los camaradas checoslovacos ten-
F A R I A S

drían que pedir ayuda a sus hermanos de otros países, aun sabiendo que si ésta
les era concedida, como a los húngaros en 1956, algunos comunistas se asusta-
rían y otros lanzarían amargos reproches a los PC del Pacto de Varsovia. Así es
la revolución, tiene horas felices y momentos tormentosos, tanto en lo personal
como en la conducción de nuevos Estados socialistas.
J E S Ú S

En ese sentido, Caballero tenía razón al incluirme entre los partidarios


de la solidaridad militar con la Checoslovaquia socialista. Nadie tenía motivos
para esperar una conducta diferente de mi parte ni tampoco ninguna clase de
rectificaciones.
Conmigo el que se ha equivocado es porque ha querido equivocarse.
La verdad es que nunca dí margen para error. Luché y lucharé en defensa del
PCV, del programa leninista del Partido, en defensa del contenido proletario
de nuestro glorioso Partido. Siempre busqué la manera de forjar un partido
comunista para y de los trabajadores, donde las personas de otras clases so-
ciales que entraran lo hicieran para ayudarnos, pero no para imponernos una
orientación antisoviética y divisionista en el movimiento internacional de los
comunistas.
Defendí a los camaradas soviéticos no porque éstos necesitaran que
los defendiera —los soviéticos probaron a lo largo de su historía que sabían
defenderse de sus enemigos—, sino porque eran agredidos gratuitamente en
Tribuna Popular, periódico del Comité Central del PCV.
Toda agresión contra los comunistas de otros países y contra los países
socialistas, de donde quiera que viniera, era contestada por mí, lo cual no podía
ser considerado como la negación del derecho ajeno dentro Partido —como
alegaban los renegados. Se trataba del disfrute de mis derechos. Cada miembro
de cada célula del Partido debe exponer sus puntos de vista sobre los problemas
políticos y organizativos. Ningún camarada debería renunciar a este derecho
que, en ciertos momentos, se convierte en un deber.

CLAMABAN POR LA «RENOVACIÓN» DEL PCV


En la lucha de algunos por «renovar» el Partido, un día se nos
presentaban con Bujarin y lo equiparaban con Lenin. Otro día se nos
presentaban con Trotsky y lo comparaban con Lenin. Había camaradas que
querían meter a Marcuse hasta por los poros. No se le oía decir: ¡Lean a Lenin!
Pero nos recomendaban leer al ex jefe de Sección de los Servicios Secretos del
gobierno yanqui. Como en un carnaval, iban desfilando viejas y derrotadas

256
teorías disfrazadas de nuevas teorías revolucionarias. Luminarias apagadas que

E
T
señalaban caminos más cortos para la conquista de un poder nuevo, ni capitalista

R
ni socialista, un poder «revolucionario», pero sin obreros en su dirección.

E
U
Un poder no «autoritario», muy democrático desde el momento mismo de

M
la «toma». De los planteamientos teóricos de esos «renovadores» desaparecía
por completo la imagen ingrata para los burgueses, grandes y pequeños, de la

A
L
dictadura del proletariado. Pretendían suprimir las clases como por arte de
magia y le atribuían abusivamente a Lenin actitudes tolerantes o «renovadoras»

A
T
que éste no tuvo nunca.

S
Intentaban meter a Lenin como pantalla en sus planes «renovadores».

A
H
Pero Lenin fue un jefe político muy claro. Lenin fue un marxista esclarecido,
defendió con una firmeza ejemplar la unidad, la cohesión de los comunistas.

S
La unidad del Partido que Lenin reclamó y defendió, fue sobre la base

E
de los principios de la lucha de clases, la dictadura del proletariado, el interna-

,
A
cionalismo proletario, la lucha por la paz y la coexistencia pacífica entre Esta-

I
dos con diferentes sistemas políticos. Pero Lenin no toleraba unidad sin princi-

B
M
pios. En la práctica, Lenin actuaba con firmeza contra los elementos inseguros

A
dentro del Partido y el Partido bajo su dirección expulsaba sin contemplaciones

C
a quienes violaban la disciplina, como en los casos de Kamenev y Sinoviev en

O
vísperas de la revolución. De modo que ese Lenin conciliador que presentaban

N
los «renovadores» era puramente imaginario. En el Partido de Lenin no había
sitio para quienes se imaginaban que la disciplina es sólo para los obreros.

A
E
Para la estrategia «renovadora» resultaba una tarea indispensable mur-

N
murar contra los viejos dirigentes, contra esos obreros que «votaban» y nada

Í
L
más. Paralelamente a esta campañita había que impulsar otra destinada a lison-
jear a la «juventud» y halagar a los «intelectuales» del Partido, así como a unos

I
M
y otros de la periferia «ultraizquierdista». Prometían la victoria para tan pronto
como salieran los viejos y los obreros de la Dirección del Partido.
Según un reportero del periódico Deslinde, en algunos círculos «re-
volucionarios» se vinculaba la renovación del PCV con la salida de Gustavo
Machado y Jesús Faría de la Dirección del Partido.
Por supuesto que para «renovar» al PCV tenían que echar de éste a
quienes se negaban a cambiar la fisonomía proletaria del Partido de la clase
obrera. Estaban obligados a ligar una cosa con la otra. Y, como demostró la
historía, a fuerza de tanto ligar se ligarían posteriormente con la derecha.
Pero ¿por qué debía salir de la Dirección del PCV Gustavo Machado?
Gustavo era uno de los pocos héroes vivientes de Venezuela y siempre fue leal a

257
la clase obrera, fiel a la revolución. Le dedicó su larga vida y su gran talento a la
F A R I A S

causa del comunismo De modo que aquel que ligaba a la salida del camarada
Gustavo de la Dirección del PCV era un enemigo de la revolución.
En aquel momento no estaba planteada la «renovación» del Partido,
porque lo que necesitábamos era una línea política justa, clara para los traba-
jadores, despojada de aventuras y de oportunismo «izquierdista» o derechista.
J E S Ú S

No era el PCV el que tenía que transformarse, sino sus cuadros de Dirección,
viejos y jóvenes. Había que mantener la organización leninista y la disciplina
proletaria, igual para todos, fortalecer el centralismo democrático y la dirección
colectiva, impulsar el sometimiento de los organismos inferiores a los superio-
res. Había que ejercitar a todo el Partido en el espíritu de la crítica y la autocrí-
tica. Teníamos que volver a la vieja organización de organizaciones que antes
fue el PCV.
Petkoff nos hablaba de la necesidad de «revisar» nuestra concepción
política y organizativa, porque algunos de éstos han resultado insuficientes para
dirigir los combates de las masas. Algunas estructuras —concluía— resultaban
«anacrónicas» y «envejecidas».
¡Cuando la partera es mala, le echa la culpa al niño!
Con estructuras «anacrónicas» como las del PCV habíamos derrocado
a Pérez Jiménez, pero con una línea política correcta.
Petkoff afirmaba que éramos «fetichistas de nuestra propia estructura».
Pero en realidad, lo que ocurría era que él y su grupo rechazaban la disciplina y
otras cosas del Partido Comunista «propias para obreros».
No éramos fetichistas, sino que otros camaradas deseaban hacer un
fetiche de la fulana «renovación» del PCV, querían devenir en fetichistas de su
propio estilo cuestionador.
Había quienes querían un PC sin obreros. Pero estos deseos trope-
zaron, y no pueden menos que haber topado, con los viejos y los jóvenes de
mentalidad proletaria y espíritu de Partido.

JÓVENES Y VIEJOS.
IZQUIERDA Y DERECHA. MAYORÍA Y MINORÍA
Es un viejo y manoseado tema este de los jóvenes y viejos, como si
unos excluyeran a los otros, cuando la verdad es que ambos se complementan
a medida que pasan los años y la base del Partido aumenta y madura. Pues
bien, de esta tesis se aferró el grupo anti PCV encabezados por Petkoff para
desarrollar sus actividades fraccionalistas. Pero resulta que nadie fue tan audaz

258
en la promoción de jóvenes a la Dirección del Partido como el PCV en su III

E
T
Congreso en 1961

R
A esos jóvenes engreídos —que los había en elevadas cantidades en

E
U
aquel debate— no estaba demás recordarles que no todos llegan hasta el fin de

M
sus días en las filas del Partido. Miles de jóvenes se quedan rezagados y no pocos
se pasan al campo enemigo.

A
L
Jóvenes comunistas brillantes, agresivos y de talento fueron a pasar
su vejez bajo la cobija del presupuesto público, al servicio de los enemigos del

A
T
pueblo. Estaba claro el rumbo que seguirían los jóvenes fundadores del MAS.

S
Así como claro está, que los otros jóvenes no pueden ser responsables por estos

A
H
tránsfugas.
Es invalorable la importancia que tienen los viejos en las filas del Par-

S
tido. Porque se trata de hombres y mujeres que prefieren todas las dificultades

E
y peligros, antes que abandonar su causa. Así como los jóvenes comunistas son

,
A
una esperanza, los viejos son una garantía de firmeza y lealtad.

I
¡Ojalá que muchos de nuestros jóvenes comunistas lleguen a la edad

B
M
del camarada Gustavo Machado con la bandera comunista limpia y en alto!

A
Empezar no es tan difícil. ¡Llegar hasta el fin sí que lo es!

C
Por otra parte, Petkoff decía que era lícito hablar de izquierda y de-

O
recha dentro del Partido y concluía asegurando que había una minoría y una

N
mayoría. Ambas tentativas tenían que ser rechazadas. En el PCV no puede
haber «derechistas» ni «izquierdistas». En el PCV sólo puede haber comunistas,

A
E
marxistas-leninistas. Tanto el izquierdismo como el derechismo son condena-

N
bles desviaciones políticas. Claro está, nadie puede evitar que haya camaradas

Í
L
que en la discusión incurran en errores oportunistas de uno u otro signo, pero
el PCV no puede tolerar tendencias.

I
M
Aquellos miembros del PCV a todos los niveles que no ejecutaban la
línea leninista del Partido, sino su propia línea derechista o izquierdista, debían
ser sancionados hasta con la expulsión de las filas del Partido. La línea políti-
ca se elaboraba para que todos la cumplieran y aplicaran consecuentemente.
Quien no aplicaba la línea política del PCV, sino su propia línea política, pues
no era miembro del PCV, se autoexcluía.
Por su parte, la existencia de una minoría dentro del Partido Comu-
nista es muy peligrosa y, tarde o temprano, termina por dividirlo.
Había camaradas que defendían la existencia de minorías en el seno
del Partido con base en la historia del bolchevismo y el menchevismo (mayoría
leninista y minoría reformista) en el PSDOR, Partido Socialdemócrata Obrero

259
de Rusia. No niego que Lenin tuvo que tolerar durante un tiempo esta situa-
F A R I A S

ción, en condiciones que no son las del PCV en esta etapa de su desarrollo y
actividad.
Pero, precisamente, debido a la experiencia que se tuvo con el men-
chevismo es que Lenin y los leninistas jamás permitieron, a partir de aquel
entonces, la formación de minorías dentro del Partido. Es de esta experiencia
J E S Ú S

de donde nace con mayor vigor la necesidad de la unidad del Partido, de lo


indispensable de su cohesión interna. ¡Preferible poco y bueno! Preferible pe-
queño y unido, que grande y dividido entre mayoría y minoría. La fuerza reside
en la unidad.
Mayoría y minoría, como la que planteaban los revisionistas, quería
decir dos partidos aliados para algunas luchas, pero en perenne disputa por
otros motivos.
Un partido comunista así era como decir pan para hoy y hambre para
mañana. Además, la historia de los partidos no comunistas es demasiado re-
veladora, como para que los comunitas hubiéramos tenido que tolerar lo que
ellos no pueden evitar.
En lo que respecta a los planes de Petkoff, para mi todo estaba muy
claro: pretendía erigirse en el jefe de una minoría y disfrutar del privilegio de
ser dirigente del PCV para tratar de apoderarse del Partido.
Petkoff podía luchar por la aprobación de sus puntos de vista y por la
aplicación de una política elaborada por él, esto lo permitían los Estatutos, lo
que no podía era formar un partido dentro del Partido. Tal cosa no la podía
permitir el Partido, porque tal dislate hubiera sido tanto como organizar la
división del PCV.

BURGUESÍA LOCAL E I MPERIALISMO


Según Petkoff, las contradicciones que podían existir entre sectores
de la burguesía venezolana y el imperialismo no eran aprovechables porque
carecían de «carga revolucionaria». Y, agregaba, que las formulaciones
democrático-burguesas habían agotado sus posibilidades desde el punto de
vista revolucionario.
Para un Partido debilitado como el PCV, la orientación que aconse-
jaba Petkoff apuntaba hacia una suicida lucha entre una pequeña vanguardia,
por una parte, y el resto de las clases y capas sociales, por la otra. Se trataba
de una tesis peregrina, destinada al fracaso de antemano, inclusive, si el PCV
hubiera sido un poderoso partido de masas.

260
En ninguna circunstancia pueden los comunistas renunciar a explo-

E
T
tar, a favor de la causa revolucionaria, las contradicciones existentes entre las

R
clases sociales venezolanas y el imperialismo extranjero. Toda experiencia de

E
U
las revoluciones victoriosas, incluidas la lucha del pueblo vietnamita contra el

M
imperialismo yanqui y sus títeres, aconsejan un camino totalmente diferente al
que nos proponía Petkoff.

A
L
Resultaba completamente falso que, por «ganarnos una mítica bur-
guesía nacional, hemos perdido la oportunidad de conquistar la clase obrera»,

A
T
como afirmaba Petkoff.

S
Al contrario, el PCV había conquistado la dirección del movimiento

A
H
obrero organizado desde 1936, pero perdimos mucho terreno cuando el Par-
tido se lanzó por el camino de la lucha armada, enfrentándonos a todos los

S
E
enemigos simultáneamente.
La sabiduría política y popular lo que aconseja es dividir al enemigo,

,
A
pelearlo por partes, a cada uno en un momento dado. La experiencia lo que

I
B
aconseja es ganar aliados, aunque sólo sea para una sola acción.

M
Neutralizar enemigos, aunque sólo sea temporalmente. En mi vida

A
de militante comunista había oído un buen lote de cosas raras, pero ninguna

C
como ésta de unir a los enemigos para hacerles frente.

O
Según la tesis de Petkoff, era «imposible concebir una revolu-ción an-

N
tiimperialista sin romper (primero) el capitalismo criollo».

A
¿Y acaso el imperialismo se hubiera cruzado de brazos mientras rom-

E
N
píamos al capitalismo? ¡Será que no era imperialismo!

Í
La revolución china, a pesar de haber sido tan poderosa y haber teni-

L
do un aliado como la URSS a sus espaldas, marchó durante un largo trecho

I
con la burguesía china, inclusive después de la victoria. Pero, sobre todo, en

M
las grandes batallas militares finales hubo entendimientos y tratos con la bur-
guesía china, que los revolucionarios cumplieron. Por supuesto, acepto que ni
Venezuela era China ni Petkoff era Mao, pero no está demás decir una vez más
estas cosas.
En Cuba, Castro se apoyó en una burguesía de las más entre-guistas y
corrompidas para lograr la victoria y avanzar en la primera fase de ésta. Acep-
tado de antemano que ni Venezuela era Cuba ni Petkoff era Castro, conviene
recordar cómo fueron las cosas por allá.
Y los comunistas venezolanos nos aliamos temporalmente con adecos,
copeyanos, urredistas y militares para derrocar la dictadura policial de Pérez
Jiménez.

261
Sin embargo, Petkoff afirmaba que en vista de que no teníamos alia-
F A R I A S

dos que pudieran romper con nosotros por esta causa, podíamos darnos el lujo
de enfrentarnos simultáneamente al imperialismo y al capitalismo criollo. Éste
era un planteamiento poco serio y nuestro partido tenía que rechazar esta invi-
tación al radicalismo de origen pequeño-burgués.
La pequeña burguesía siempre adopta posiciones radicales, bien «iz-
J E S Ú S

quierdistas» o derechistas, pero muy perjudiciales para la clase obrera, cuando


ésta las acepta.
Un partido que emergía de la derrota, como era el caso del PCV, tenía
que fijarse un programa de pequeñas victorias, las cuales no eran un lujo, sino
una necesidad.

LA «AUTOCRÍTICA» Y LOS «RADICALES»


Petkoff ensayó una autocrítica en la que no decía: «Me equivoqué». Él
decía: «El Partido se equivocó y se volverá a equivocar». Así lo dijo en el Palacio
de los Deportes.
Pero no era justo echarle las culpas al Partido por los errores que uno
había cometido. Los errores y la derrota —como las victorias y los aciertos— tie-
nen nombres propios, tienen padre. Cuando en el VI Pleno del CC (abril de
1964) Petkoff dirigía el Partido sin esos «individuos», sin esas «personas» que
estábamos en la prisión. Allí elaboró una táctica de ofensiva guerrillera para un
partido derrotado y sin reservas para continuar la lucha. Ese error tenía dueño.
¿Por qué se iba a decir que había sido el Partido quien se había equivocado?
Petkoff, conjuntamente con Maneiro, se explayaban en contra del
«peligro de derecha». Pero existía también un peligro de «izquierda», al cual no
se referían y, como sabemos, el PCV se había empantanado durante la lucha
armada en el más torpe oportunismo de «izquierda».
Así como hubiera sido incorrecto acusar a otros de «izquier-distas»
para ocultar el oportunismo derechista, también era incorrecto acusar a los
otros de «derechistas» para ocultar el oportunismo de izquierda.
Como la verdad es siempre concreta, quienes acusaban a la Dirección
de derechista estaban obligados a señalar cuál actitud del Partido o de algún
dirigente era derechista. Porque para probar que hay una desviación derechista
no es suficiente el hecho de que no se permitan los errores oportunistas de iz-
quierda. Lo que nuestra historia revela es que se puede corregir una desviación
—de izquierda en este caso— sin incurrir automáticamente en una de derecha,
tal como lo hicimos a partir de abril de 1967.

262
Pero Petkoff iba más allá y aconsejaba asumir nuestro propio radicalis-

E
T
mo. No habíamos terminado de salir del túnel de radicalismo pequeño-burgués

R
que sumergió al Partido en la derrota de los sesenta, cuando se pedía un nuevo

E
U
rumbo radical.

M
Estos incorregibles «dirigentes» querían ser «izquierdistas», «extremis-
tas», «radicales» y hasta reformadores tipo Dubcek. ¡Pero el nuestro era —y segui-

A
L
rá siendo— el Partido de los comunistas!
Nuestra tarea consistía en realizar bien nuestra labor revolucionaria y

A
T
dejar a todos los «istas» que jugaran con la frase revolucionaria. Además, antes

S
de asumir nuestro propio radicalismo, Petkoff y muchos otros «izquierdistas» te-

A
H
nían que entregar una autocrítica satisfactoria que ayudara a educar al Partido
y a la Juventud. Esta, por supuesto, nunca llegó.

S
No se podían cometer tantos y tan graves errores y continuar, como si

E
nada hubiera acontecido.

,
A
En lo que a nosotros concernía, por mucho que hubiéramos gritado

I
no igualaríamos a Gumersindo Rodríguez y demás radicales que asumieron su

B
M
propio radicalismo. Y si éstos pudieron retornar a la guardia adeca, nosotros

A
no podíamos movernos de nuestro lugar de combate. El PCV «asumió su pro-

C
pio radicalismo», cuando nuestra prensa aparecía cargada de amenazas que no

O
se cumplieron. Tan plenamente lo asumimos que resultamos aislados de las

N
masas, que no son radicales, sino revolucionarias en el sentido que son ellas
quienes hacen la revolución.

A
E
Los trabajadores como clase social no son ni radicales ni izquierdistas

N
ni extremistas. Son una clase social revolucionaria —cuando desarrollan su

Í
L
conciencia política—, paciente, firme y aguantadora, segura de su porvenir vic-
torioso. Nosotros tenemos que ser justamente el partido de vanguardia de esta

I
M
clase social (y lo seremos sin duda y aunque haya quien dude).
Petkoff afirmaba que éramos agentes reformistas y sindicaleros. ¿A
quién deseaba complacer Petkoff con esta mentira? No pocos comunistas di-
rigentes sindicales murieron en defensa de sus hermanos de clase y casi todos
—millares— pasaron por las prisiones bajo todos los gobiernos durante los cua-
renta años de existencia del Partido.
Nadie se oponía en el PCV a «librar los combates preparatorios del
asalto revolucionario...», como lo reclamaba en su enrevesada prosa Petkoff.
Incluso, muchos de esos combates se habían librado ya en forma de grandes y
pequeñas huelgas dirigidas por los comunistas, valiosos aportes a la revolución
proletaria.

263
Quizás acontece que como Petkoff no participó en estos combates, le
F A R I A S

parece a él que nunca tuvieron lugar. Así lo daba a entender cuando afirmaba:
«Hasta 1959 podíamos preguntarnos con razón si el PCV es un partido revolu-
cionario, pero a partir de entonces ya no puede caber duda de ello...». Es decir,
a partir del año cuando Petkoff entró de lleno en la Dirección del PCV.
Los veintiocho (28) años anteriores de luchas contra Gómez, López y
J E S Ú S

Pérez Jiménez no cuentan. ¡Así se escribe la historia!


Era otro capítulo del viejo invento de algunos intelectuales de tradicio-
nal mezquindad, para quienes la historia empieza y termina con ellos.

¿PATERNALISMO EN LA DIRECCIÓN DEL PARTIDO?


Petkoff daba a entender que el centralismo democrático había
conducido a la absorción y suplantación del Partido por un grupo de dirigentes
o por uno de éstos. Y acusaba al CC de ejercer un trato paternalista sobre un
grupo del Partido
En este caso, como en algunos otros, Petkoff inventaba molinos de
viento, luego arremetía contra éstos y se daba el lujo de echarlos por tierra. ¡Un
truquito éste, sí!
Lo cierto era que el propio Petkoff era miembro principal del CC y sí
que ejerció un trato paternalista hacia los que conformaban su grupo, especial-
mente en la época de la «guerra», cuando su grupo se apoderó temporalmente
de la Dirección del Partido y suprimió los métodos leninista de organización.
Los que denunciaban «paternalismos» y demandaban «igualdad de de-
rechos» excluían a muchos de nosotros entre sus iguales en derechos. Lo digo
porque durante el frenesí guerrerista mi opinión no era tomada en cuenta para
nada. No me quejo, pero no me olvido.
Por lo demás, es verdad que tenemos iguales derechos, pero no todos
somos iguales. No es igual el que delató, al que no delató, aunque uno y otro
tienen iguales derechos. No son iguales el que coqueteó con los fraccionalistas
y el que los combatió con firmeza, aunque ambos tienen iguales derechos. No
son iguales el que despilfarró dinero del Partido y quien no cayó en este error,
aunque ambos tienen iguales derechos.
No son iguales quien mantiene relaciones con enemigos del Partido,
a espalda de éste, y quien no mantienen tales relaciones, aunque ambos tienen
iguales derechos.
Al Partido siempre ha ingresado gente muy diferente y durante mucho
tiempo nadie sabrá si se quedan o regresan a enfrentarse al Partido. Por esta ra-

264
zón es peor el amiguismo, porque éste impide ver los defectos de los camaradas.

E
T
Recuerdo la cólera de Petkoff contra mí, porque dije en una reunión que Bravo

R
y Núñez Tenorio eran sujetos que estaban haciendo trabajo fraccional. Fue en

E
U
diciembre de 1965 en un calabozo del Cuartel San Carlos. Ya conocemos el

M
desenlace.

A
PROBLEMAS INTERNOS

L
Ésos fueron algunos de los argumentos expuestos en «Respuestas

A
T
Indispensables». Entre tanto, en el transcurso del debate las diferencias

S
existentes se fueron profundizando. Éstas se manifestaban en una serie de graves

A
H
problemas, entre los cuales se encontraban: el libro de Petkoff; las posturas
desafiantes de la J.C. a la política del PCV; el empleo de la prensa del PCV para

S
difundir materiales agresivos contra otros partidos comunistas; los problemas

E
internos en los CR. de Caracas, Miranda, Yaracuy y otros estados, etc.

,
A
En líneas generales, la unidad se encontraba amenazada por los cuatro

I
costados. Se notaban síntomas de un malestar que llevó a ciertos organismos

B
M
y muchos camaradas a no trabajar eficientemente para que los dirigentes, con

A
quienes se tenían desacuerdos, no pudieran presentar un balance exitoso. Eran

C
los camaradas que jugaban al fracaso del Partido debido a que no podían con-

O
trolar su Dirección, bien a escala regional o nacional. Inclusive, en la difusión

N
de la propaganda del Partido se notaba con asombrosa nitidez este funesto
proceder.

A
E
A todo esto, la autocrítica no aparecía por ninguna parte. Se afinca-

N
ban, eso sí, en una crítica despiadada.

Í
L
Aquéllos que lanzaron al Partido por el despeñadero de la lucha arma-
da, aquéllos que cometieron el error de la abstención de 1963 y luego asumie-

I
M
ron una actitud vacilante de cara a las elecciones de 1968, incurrían ahora en la
inelegancia de atribuirle al Partido el peso principal de las equivocaciones que
dieron origen a las derrotas.
No era honesto ocultar nuestros errores —como los aciertos, que tam-
bién los hubo—, no los podíamos abandonar ni en la guerra ni en la paz. Y
nadie estaba totalmente limpio de errores, ni en la Dirección ni en la base del
Partido.
Quien más, quien menos, por acción los unos y por omisión los otros,
todos habíamos puesto nuestra parte, como corresponde a los militantes de un
partido que se movió en situaciones extremadamente complejas como la de los
sesenta.

265
A los fraccionalistas les faltó estatura leninista para admitir honrada-
F A R I A S

mente la responsabilidad personal que tuvo cada uno en la actividad perma-


nente del Partido, que no fue poca. No fueron capaces de asimilar las derrotas.
Les faltó sinceridad revolucionaria para reconocer las faltas.
Y éste era un problema fundamental porque después de fracasar con
fórmulas fantasiosas para llegar al poder, relegando el trabajo paciente y siste-
J E S Ú S

mático entre las masas obreras para convertirse en su vanguardia, ahora recha-
zaban cualquier tipo de responsabilidad en la aventura montada mayoritaria-
mente por quienes ahora conformaban el grupo antipartido.
Esa conducta estaba acompañaba de una irracional campaña de críti-
cas al Partido, a la Dirección Nacional en general, y a los viejos dirigentes del
PCV en particular, que tenía como propósito descargar en otros su elevada
cuota de responsabilidad en las recientes derrotas y errores.

UNIDAD SÍ, PERO SOBRE LA BASE DE LOS PRINCIPIOS


A comienzos del año 1970 el Partido aún no se había dividido, pero
la unidad era muy frágil. Al respecto, el Comité Central le había hablado
con franqueza al Partido y a la Juventud Comunista. Esta real amenaza había
avanzado demasiado, pero para comienzos de 1970 todavía había tiempo para
detenerla. Eso pensábamos no pocos de nosotros.
Desde el comienzo de la larga discusión que se inició en el Partido, se
tuvo bastante paciencia para tratar de superar las diferencias que nos separa-
ban, para tratar de persuadir a un grupo de dirigentes del PCV para que cesa-
ran en sus labores fraccionales. Entre estos camaradas se encontraban algunos
que nosotros ni soñábamos pudieran involucrarse en tamaña patraña.
La tesis del grupo de Márquez era: «Llegar unidos y salir unidos», pri-
vilegiaban la unidad sin principios por encima de la defensa de éstos. Márquez
ejerció una defensa ciega, a ultranza, de quienes asumían posiciones en contra
del movimiento obrero, de los partidos comunistas hermanos y violentaban
incesante-mente los Estatutos. La permanencia de estos sujetos en el Partido se
convirtió para él en una cuestión de honor.
A pesar de nuestros esfuerzos unitarios, estábamos claros en que la
unidad debía tener un fundamento ideológico marxista-leninista, así como una
base sujeta a la disciplina comunista y los métodos leninistas de organización.
Fuera de estas premisas la unidad era ilusoria y no sería señal de fuerza. No po-
díamos sacrificar nuestros principios a cambio de una unidad que involucraría
a quienes querían desfigurar y, después, destruir al Partido.

266
A lo largo de 1970 se podía apreciar de una forma cada vez más clara la

E
T
presencia de dos líneas de desarrollo dentro de la polémica. Había quienes ex-

R
presaban, sin dejar lugar a dudas, el propósito de cambiar la Dirección proleta-

E
U
ria del PCV, de «hacer añicos los Estatutos», de «renunciar a los principios leni-

M
nistas de organización». Hacían cosas graves, prohibidas por el Comité Central,
que ponían en peligro la actividad legal del PCV. Fuera de las filas comunistas

A
L
no faltaban quienes también lisonjeaban a militantes y dirigentes del PCV para
que cambiaran de filiación y pasaran a formar parte del grupo dirigente de un

A
T
supuesto partido marxista más fresco, como textualmente decían.

S
Por otra parte, estaban los camaradas que aceptaban los Estatutos, la

A
H
disciplina, la línea política y la ideología del Partido del proletariado, no sin po-
lemizar en los organismos del Partido, sino a pesar de cuanto quisieran discutir

S
antes de adoptar las resoluciones.

E
Mientras en el PCV actuaban impunemente quienes jugaban con

,
A
dos barajas, es decir, quienes se aprovechaban de su condición de miembro

I
del CC para desacreditar los acuerdos y resoluciones adoptados por el CC, las

B
M
cosas iban empeorando y se iba erosionando la autoridad moral para reclamar

A
y aplicar una disciplina igual para todos.

C
Como es fácil deducir, un partido comunista que se preocupe de su

O
preparación para triunfar por los medios que fuere, no podía tolerar por tiem-

N
po indefinido una situación de relajamiento de la disciplina, de abandono de
los métodos leninistas de dirección colectiva.

A
E
Esas dos líneas de acción se reflejaban claramente en las posiciones

N
dentro del BP. Allí votaban juntos, siempre o casi siempre, Rodríguez Bauza,

Í
L
Freddy Muñoz, Germán Lairet, Pompeyo Márquez, Eloy Torres. Urbina no te-
nía voto, pero coincidía. Durante bastante tiempo, Márquez y sus parciales

I
M
(Torres, Chacón, Pardo, etc.) estuvieron diciendo que eran «un centro», quie-
nes, según ellos mismos, tenían toda la razón, combatían a «la derecha» (así le
decían a E. Machado, García Ponce, etc.), como también a Petkoff, Maneiro y
otros «izquierdistas».
No obstante, sus posiciones confirmaban el hecho de que en realidad
encubrían a estos últimos. Por el otro lado votábamos juntos, sobre todo en
las cosas de principios, Gustavo Machado, Alonso Ojeda, Eduardo Gallegos,
«Cheché» Cortés, Pedro Ortega, Eduardo Machado, Antonio y Guillermo Gar-
cía Ponce, Radamés Larrazábal y yo. Las discusiones eran polémicas, intermina-
bles y ásperas, muy poco fecundas o, mejor dicho, totalmente infecundas. Ésta
fue una característica de estas luchas internas.

267
LOS ENFRENTAMIENTOS INTERNOS CENTROS DI-
F A R I A S

Y LOS DE
RECCIÓN
Aunque la pelea principal parecía que era entre el grupo de Petkoff,
por un lado, y el agrupamiento de Guillermo García Ponce, por el otro, la
verdad era que también existía una lucha digna de mejor causa, en la cual los
agrupamientos de Márquez y Urbina se aliaban al grupo de Petkoff.
J E S Ú S

Esta alianza llegó al extremo de que para Márquez —lo decía pública-
mente—, así como para otros en la Dirección Nacional, la unidad del PCV pa-
saba por la reelección de Petkoff al CC. Entre tanto, para Petkoff y su grupo, la
unidad del Partido pasaba por la «renovación», es decir, después que hubieran
«echado por la borda» a unos 50 miembros (más del 80%) del actual Comité
Central del PCV.
Esta situación de múltiples fraccionamientos que se traducía en la
existencia de tres polos, el de Petkoff-Márquez, el de García Ponce y el del
resto de los camaradas que no estábamos en ninguno de éstos, dieron pie a la
aparición de diversos centros de Dirección: San Bernardino, Cantaclaro, Casa
Nacional de la J.C., UCV, CUTV, desechando cualquier posibilidad de trabajo
colectivo con un centro único de dirección.
Esta situación, por sí sola, planteaba la urgencia de introducir drásti-
cos correctivos a los malos métodos, porque el abandono de los principios de
organización y de la disciplina interna significaba la muerte para el Partido. Y
no podíamos dejar morir al Partido paralizados por el terror que pretendían
infundir quienes amenazaban con la ruptura del Partido, si éste aplicaba los
Estatutos a quienes no querían aceptarlos. Pues estaba suficientemente claro
que la renuncia tácita a la disciplina y a los principios era también una manera
de romper y liquidar al Partido.
La discusión interna carecía de franqueza. Se decían francamente sólo
algunas cosas. El resto se dejaba en la penumbra, se insinuaba parcialmente.
Esto ocurría así porque además de las luchas ideológicas y políticas, además
de los reproches mutuos por los errores del pasado reciente, estaba presente la
lucha por el control de la Dirección Nacional del Partido, en general, y por la
Secretaría General, en particular.
Esta lucha convirtió incluso a dirigentes como Márquez y Torres, que
se consideraban incorruptibles, en seres calculadores, oportunistas, quienes so-
lían incurrir en condenables tolerancias para consigo mismo y para con sus
amigos del momento. La lucha interna en el Partido tomó formas diversas,
pero todo desembocaba en un objetivo: controlar la Dirección del Partido.

268
Aunque ahora luzca increíble, los fraccionalistas se desplayaban en discursos

E
T
que pretendían salvar nuestra inmortal doctrina del peligro que representaba

R
el «oportunismo de derecha».

E
U
El resultado de este forcejeo era el desgaste de energía, una estéril y

M
paralizante lucha interna que nos impedía enfrentar al imperialismo como ene-
migo fundamental de la revolución venezolana.

A
L
EL GRUPO FRACCIONAL Y LA SECRETARÍA GENERAL

A
T
El secretario general del Partido se convirtió en centro del fuego

S
divisionista. Otro fantasma que se esgrimía para explicar la deserción era mi

A
H
supuesta arrogancia y una mítica autocracia. Es decir, que Jesús Faría era el amo
del Partido.

S
En realidad la cosa fue así: caí preso en mayo de 1950, cuando no

E
existía el cargo de secretario general en los Estatutos del PCV. Después de la de-

,
A
rrota de los trabajadores petroleros en mayo de aquel año, el PCV tuvo dificul-

I
tades internas, las cuales aconsejaron la creación del cargo, y en 1951 fui electo

B
M
secretario general por la VI Conferencia Nacional. De los diecinueve (19) años

A
comprendidos entre 1951-1970 que tenía como «amo del Partido», casi once

C
años estuve en la prisión y casi tres en el destierro. Y cuando estuve activo en mi

O
cargo, mi situación se complicó porque voté en contra de la vía armada como

N
forma principal de lucha. La consideré inoportuna. Por esta misma razón, re-
nuncié a mi cargo, pero mi renuncia fue rechazada por la misma unanimidad

A
E
que me eligió y me reeligió siempre. Aunque ratificado por unanimidad en mi

N
cargo, en aquellas condiciones yo era en la Dirección del PCV poco menos que

Í
L
una figura decorativa.
Tengo muchos años en el Partido, pero jamás le he dicho a alguno de

I
M
mis camaradas que respalden mis proposiciones. Les he dicho y les repito una
vez más: sigan al Partido Comunista que es, como dijo el gran poeta ruso, «La
juventud del mundo».
A pesar de ello, de mí decían los fraccionalistas cosas que, de haber sido
ciertas, me hubieran tenido que cambiar de inmediato. Sin embargo, puedo ase-
gurarles que el volumen de mis defectos era más o menos el mismo de siempre.
Quizás un poco menor que aquél, cuando fui electo secretario general.
Porque cuando uno llega al PCV lo hace con numerosos defectos. Si
bien se tienen ideales en ese momento, todavía no se es un comunista probado.
Es en el Partido Comunista, noble escuela de sabiduría, donde nosotros los
obreros y demás gente humilde del pueblo aprendemos muchas cosas buenas,

269
pero nunca terminamos de aprender. Por mucho que uno aprenda, siempre se
F A R I A S

suelen cometer errores, pero los otros camaradas nos ayudan a corregirlos.
El hecho es que bajo el pretexto de quebrar el «dominio absoluto»,
algunos reclamaban con insistencia el cambio de secretario general como una
de las maneras de resolver los problemas internos. Quienes eso argumentaban,
empleaban sólo pretextos para ocultar las verdaderas razones para abandonar
J E S Ú S

al Partido.
Nunca eludí mis responsabilidades ni traté de echarles las mías a otros
camaradas. Durante los años que estuve al frente del PCV como secretario
general fui el principal responsable de los errores y fracasos de nuestro Partido.
Nunca le pedí a ningún camarada que me relevara de responsabilidades. Tam-
poco reaccioné en forma negativa frente a la crítica, por injusta que ésta hu-
biera sido. De todos modos, conviene recordar que fue durante los años 1958-
1959-1960-1961 y 1962 cuando el PCV cometió menos errores graves y cuando
obtuvo brillantes victorias, precisamente el período cuando ni la prisión ni el
destierro me apartaron del cargo de secretario general del PCV.
Se me criticó con gran fuerza como uno de los principales responsa-
bles por la política fracasada de la guerrilla. Sin embargo, es preciso recordar
que me opuse a esa aventura, luego caí preso (30-09-1963) y en 1966 fui expul-
sado del país hasta finales de 1968.
En ese período de cárcel y destierro fue cuando los errores empujaron
al PCV por el despeñadero de la escisión. Sería injusto culpar por las conse-
cuencias de una política a quien nada tuvo que ver con su ejecución, sobre todo
cuando las acusaciones provienen de quienes tenían las riendas del Partido en
sus manos.
En medio de una verdadera campaña de infamias les exigí pruebas
a quienes habían formulado acusaciones. Por supuesto, nunca llegaron. Pero
las infamias no se formularon sólo contra mí. Estas fueron ampliadas a toda
la Dirección. Se habían lanzado a la publicidad de intrigas contra la Dirección
del Partido, sobre la base de verdades a medias y de mentiras elaboradas con la
ayuda de los archivos policiales, con la cooperación de renegados del PCV.
En esencia, se trataba de una estrategia contra la unidad del PCV, re-
saltando los «méritos» de los disidentes en su enfrenta-miento con la Dirección
«ortodoxa» y «derechista» del PCV.
En cuanto a mí, como secretario general del PCV era tachado de
«blando», «moderado», «pacifista», «conservador», «derechis-ta», «sovietólogo» y
otras cosas por el estilo. Estos adjetivos me los aplicaba la prensa enemiga, así

270
como también elementos dentro del Partido y la Juventud. Algunos adjetivos

E
T
cambiaban. Pero la campaña era la misma, contra la unidad del Partido.

R
En esos momentos fui el mismo: no era mejor ni peor porque se me

E
U
elogiaba o se me criticaba. Y mucho menos si las críticas o los elogios aparecían

M
publicados en la prensa enemiga del pueblo.
Era evidente que los fraccionalistas querían apoderase de la Dirección

A
L
del Partido y, en especial, de la Secretaría General.
En una reunión del BP del PCV le dije a Pompeyo Márquez:

A
T
—Hagamos lo siguiente: no dividan al Partido, yo renuncio a la Secre-

S
taría General, renuncio a mi cargo en el Comité Central, me voy de Venezuela,

A
H
pero no dividan al Partido Comunista.
—Yo estoy demasiado «enredado» —respondió Márquez.

S
—Pues si estás enredado, no puedes seguir en la Dirección del Partido,

E
porque todos estamos claros y no puede ser de otro modo.

,
A
Éste fue un duro golpe para nosotros ya que estimábamos mucho a

I
Márquez. Son muy pocos los dirigentes que en la historia del Partido fueron

B
M
tan complacidos, en los cuales se hubiera depositado tanta confianza como en

A
Pompeyo Márquez.

C
Pero Márquez sufrió un —para aquel entonces— insospechado proceso

O
de descomposición ideológica. Su debilidad por los halagos lo hicieron pre-

N
sa fácil del grupo de jóvenes que necesitaban una figura histórica dentro del
Partido que capitaneara sus planes pequeño-burgueses. Ellos lo rodearon, lo

A
E
encumbraron y Pompeyo Márquez protagonizó un deslizamiento ideológico ha-

N
cia posiciones liberales y de derecha, alimentado por una ilimitada ambición

Í
L
de figuración personal. Lo de Petkoff no me extrañó mayormente, pero lo de
Márquez sí me agarró fuera de base.

I
M
Muchos años después de la división, un reportero del El Nacional me
preguntaba:
—¿Petkoff no fue también comunista?
—¿Perdón? Petkoff estuvo en el Partido Comunista, pero yo no creo
que fuera comunista...
—¿Y Pompeyo Márquez lo fue?
—Pompeyo Márquez fue un hombre de la historia del Partido, un hom-
bre formado en el crisol, después él renunció al Santos Yorme y dejó la historia.
A lo mejor por un poco más de bienestar.
—¿Santos Yorme se volvió cómodo? —preguntó el reportero.
—No. No se volvió cómodo, sino que se acomodó. En cuanto al hom-

271
bre de la historia de nuestro Partido que era, se convirtió en cenizas, él quemó
F A R I A S

su pasado. Es algo que corresponde a la historia de algunos hombres, quemar


las naves.
Otro de los temas preferidos de quienes atacaban al Partido radicaba
en que el secretario general era «un iletrado que sentía alergia por la cultura y
el ejercicio intelectual».
J E S Ú S

En lo particular, no sentía ningún tipo de molestia por esas burlas


asociadas a mi ignorancia. Quienes se burlaban de mí por esta causa, aplaudían
a otros que mostraban jorobas morales. El origen de esas «puyas» sin ingenio
residía en lo que digo, no en la forma como lo digo.
A lo largo de toda mi vida he realizado un esfuerzo considerable por
superar mi atraso cultural, he aprendido algunas cosas útiles sin haber ido a
la escuela, pero en la medida en que más leo, menos me gustan aquellos que
alardean de sus conocimientos.
Al parecer, algunas personas deseaban que ingresara al gremio de es-
critores, pero como no lo hice, casi me ubicaron entre los delincuentes. Pero
esas cosas nunca me dieron dolor de cabeza.
He leído parte de lo mejor que ha producido el ingenio humano y
escribo –bien o mal— para combatir a los principales enemigos de mi clase, para
defender a los trabajadores.
Uno puede escribir bien, pero si defiende consecuentemente a su cau-
sa y su clase, siempre se topará con quien lo difame.
¡Cuántos han escrito libros contra las causas justas!
No cabe la menor duda que en estos ataques yacían prejuicios antio-
breros. Hay quienes estornudan cuando ven a un obrero. Nos niegan el pan y
la sal. Son personas condenadas por el desarrollo histórico. Los acontecimien-
tos revolucionarios del futuro con los obreros a la vanguardia se encargarán de
borrar la huella de esta gente mezquina.
Qué abismo media entre éstos y los numerosos y destacados intelec-
tuales que contribuyeron toda su vida —o parte de ella— a la superación de los
obreros en la historia de nuestro Partido.

EL XIX PLENO DEL CC


Para finales de 1970 llegó un momento en que las medidas drásticas
se hacían impostergables. Mientras más nos demoráramos en aplicar medidas
disciplinarias a quienes se burlaban de los organismos del Partido y de los
acuerdos adoptados por éstos, a quienes estuvieran violando los Estatutos, tanto

272
peores iban a ser las consecuencias de tal lentitud. Por este camino llegaríamos,

E
T
tarde o temprano, a la desintegración de nuestra organización.

R
Esta vez el peligro de la división se agudizó con motivo de los fraudes

E
U
descubiertos en el proceso del recenso del Partido en Caracas y Miranda

M
El Partido se encontraba todavía formalmente unido, pero en la prác-
tica el PCV estaba dividido. Además de los grupos que hacían vida en el seno

A
L
de la Dirección Nacional, existían estructuras paralelas en Caracas, Petare y
otras localidades. Estábamos obligados a evitar que la división se extendiera a

A
T
todo el Partido.

S
Ya habíamos dado demasiada rienda suelta al asunto. Si permitíamos

A
H
aún más libertinaje y no poníamos orden en nuestros asuntos, el Partido se nos
venía al suelo.

S
Ante la grave situación interna del Partido, en el XIX Pleno del CC

E
(noviembre de 1970) presenté mis proposiciones, solicitando responsablemen-

,
A
te que se tomaran medidas enérgicas para salvar la unidad del Partido. Mis

I
planteamiento apuntaban a intervenir donde fuera necesario y sancionar a los

B
M
camaradas que habían incurrido (o incurrieran) en fallas graves. Mis palabras

A
se resumen en lo siguiente:

C
—Si entre nosotros se habla tanto de dictadura del proletariado y otros

O
tópicos parecidos, pues bien, por qué no abandonamos tanta blandenguería

N
impropia de un partido proletario; por qué no asumimos nuestro rol de diri-
gentes comunistas; por qué no hacemos respetar al Partido; por qué no defen-

A
E
demos su unidad e integridad.

N
Eso está completamente a nuestro alcance, si abandonamos actitudes

Í
L
liberales impropias de comunistas.
Mis propuestas fueron éstas:

I
M
1. Declarar cerrado, formalmente, el proceso de discusión interna de
los materiales para el IV Congreso, porque ya las células y 19 conferencias
terminaron esta discusión, dejando libertad para discutir sólo en las tres confe-
rencias regionales que faltan y en el propio IV Congreso;
2. Pasar a la Comisión de Disciplina a quienes resulten culpables de
fraudes y otros delitos graves, según los recaudos levantados por la Comisión
Revisora del recenso;
3. Disolver todos los grupos que existen en el Partido, de acuerdo con
lo que establecen los Estatutos de nuestra organización;
4. En vista de la situación irregular que vive el PCV en Caracas y
Petare, donde se han demostrado fraudes masivos en el recenso, intervenir los

273
comités regionales de Caracas y Miranda, de acuerdo con los Estatutos, para
F A R I A S

normalizar la situación y realizar las conferencias regionales;


5. Aplazar la reunión del IV Congreso, hasta tanto puedan participar
todas las regiones. Ya no hay tiempo para realizar el Congreso para el día 4 de
diciembre, debido a que Zulia, Miranda y Caracas no han realizado sus confe-
rencias;
J E S Ú S

6. Autorizar al Buró Político para enviar a otros países en misiones


especiales por un período no mayor de cuatro (4) meses a los dirigentes y fun-
cionarios del PCV que obstaculicen la buena marcha del Partido
7. Completar mediante cooptación el número de miembros del Comi-
té Central, desde 68 hasta 81, número este fijado por el III Congreso del Parti-
do, incluyendo obreros activos en la industria, camaradas que de todos modos
son candidatos para ser electos por el Congreso en el nuevo Comité Central;
8. Solicitar a Partidos hermanos la solidaridad moral, si fuere indis-
pensable, para ayudarnos a defender la unidad del Partido, tal como se hizo
con los camaradas cubanos en 1946.

EL CASO PETKOFF
Uno de los puntos álgidos de mi propuesta era la sanción a Petkoff.
Estábamos en las puertas del IV Congreso del PCV y teníamos que resolver si
Petkoff permanecía en el nuevo Comité Central o si debía ser dejado fuera de
este organismo de dirección por espacio de un año.
El cargo de dirigente del PCV se le asigna a camaradas que lo merecen
por aplicar y defender la línea política y los principios del marxismo-leninismo
del Partido, por combatir a los enemigos y defender a nuestros camaradas de
las calumnias de los enemigos.
En fin, un dirigente del PCV tiene que poner todo su talento, sus
energías, su audacia y su coraje al servicio incondicional de la causa del comu-
nismo.
Si esto es así, quien hubiera escrito libros como los que escribió Pe-
tkoff, quien hubiera dicho cuanto afirmaba Petkoff, no podía ser dirigente de
un partido comunista. Ningún partido, ni comunista ni anticomunista, elige
para que lo dirija a quien ultraja su propia causa.
Resultaba asombroso que hubiera dirigentes que elevaran a la catego-
ría de principios revolucionarios la presencia de personas en el Comité Cen-
tral, que barrían el suelo con las banderas del internacionalismo proletario y
con otras banderas igualmente sagradas para los comunistas.

274
Además de esto, no podíamos olvidar su actividad fraccional y, más

E
T
grave aún, su trabajo fraudulento en Caracas y Miranda durante el proceso de

R
recenso de cara al IV Congreso, con el propósito de controlar la mayoría del

E
U
futuro CC, tal como lo informó el propio Petkoff en el Buró Político.

M
Los problemas que surgieron con otros miembros del CC siempre
fueron resueltos. El Partido los enfrentó siempre con drásticas medidas dis-

A
L
ciplinarias: casos de «Rolito» Martínez, Fuenmayor, Bravo, Espinoza, Núñez
Tenorio, Jiménez, Sánchez, Araujo, Arrietti, Fuentes, Ramírez y otros. En el

A
T
caso de Bravo, reconozco el coraje y la firmeza demostrados por el BP de aque-

S
lla oportunidad, encabezado por el camarada Zamora (Alonso Ojeda O.).Tan

A
H
pronto aparecieron las pruebas de las actividades antipartido desarrolladas por
Bravo, éste fue sancionado.

S
¿Quién impedía al Partido actuar como debía hacerlo en este caso?

E
Dirigentes tan influyentes como Pompeyo Márquez, Germán Lairet, Freddy

,
A
Muñoz, Eloy Torres, Urbina y otros con quienes hacíamos esfuerzos para no

I
romper, pero que no estaban de acuerdo con excluir a Petkoff del futuro Comi-

B
M
té Central del PCV.

A
«El cachorro», como poéticamente le decían Leandro Mora y demás

C
propietarios de revistas burguesas a Teodoro Petkoff, había hecho y dicho

O
cuanto había que decir y hacer para no ser nunca más dirigente de un partido

N
comunista. Además, había aprovechado y derrochado importantes recursos fi-
nancieros del Partido.

A
E
En la oportunidad de informar al XIX Pleno del CC acerca de las

N
labores antipartido y anticomunistas de Petkoff, argumentaba lo siguiente:

Í
L
—Si todo cuanto he informado, lo cual es sólo una parte de la «obra»
petkoffiana en contra de nuestra causa, no es suficiente para excluir a Petkoff

I
M
del futuro Comité Central, este Partido nuestro se hunde, porque otros se van
a sentir autorizados para hacer cuanto les dé la gana contra el PCV. Mientras
no se sancione a Petkoff, no tendremos autoridad para sancionar a ningún otro
dirigente que se insubordine.
Y agregaba:
—No amenazo con dividir al PCV si Petkoff resulta reelecto para el
CC, pero en este caso no formaré parte de la nueva Dirección del PCV, porque
Petkoff busca cosas distintas y opuestas a las que busco yo. Petkoff tiene un
camino particular y yo tengo el camino de los partidos comunistas. Un hecho
elocuente y revelador de la situación política en que se encuentra Petkoff con-
siste en que este dirigente comunista tiene más de un año que no dice una sola

275
palabra de crítica contra AD ni contra Copei ni contra el gobierno, pero, en
F A R I A S

cambio, ha escrito libros, artículos de prensa y pronunciado centenares de dis-


cursos contra los miembros del CC del PCV y contra los partidos hermanos.
Finalicé mis apreciaciones de esta manera:
—Petkoff nos ha retado una y otra vez. Algún día teníamos que respon-
der a tanta jaquetonería. El momento llegó. Y si fuera Petkoff quien tuviera la
J E S Ú S

posibilidad de echarnos «ejecutivamente» del Partido, lo habría hecho puesto


que, a juzgar por sus palabras y escritos, Petkoff busca lo que desea obtener «así
salten en añicos los Estatutos del Partido». Ustedes, camaradas del CC, tienen
en las manos la posibilidad de aplicar la disciplina del Partido a quien sanción
moral y política merece. Tal como estamos no podemos seguir. Es indispensa-
ble introducir algún viraje, buscar y encontrar la manera de seguir juntos quie-
nes creemos que este partido puede ser un instrumento idóneo para realizar la
revolución proletaria, quienes creemos en el internacionalismo socialista. Yo
había anunciado hace dos años y medio que me opondría a su reelección para
el CC, porque estoy convencido de que Petkoff no quiere dirigir al PCV, sino
destruirlo y cambiarlo por otra cosa, tal como lo afirmó en un discurso ante un
Pleno del CC.

LA ESCISIÓN DE LOS FRACCIONALISTAS


Estas proposiciones, según Pompeyo Márquez y otros, ponían al PCV
al borde de la división. Sin embargo, el mismo Márquez reconoció en una
segunda intervención que funcionaban paralelamente dos PC.
Uno de los síntomas inequívocos de la ruptura se presentó con la
propuesta de intervenir los comités regionales de Miranda y Caracas. Márquez
y un grupo dijeron que «ellos no se calaban ésa…». Es decir, que se oponían a
los acuerdos que adoptaba la mayoría del CC y del BP. Márquez y su grupo no
aceptaban ser minoría, aunque durante decenios tuvieron a otros en minoría.
En este clima de tensión, Luis Bayardo Sardi, dirigente de la JC y
miembro suplente del CC, informó a la prensa que las propuestas me las había
sugerido un funcionario diplomático extranjero, a quien yo jamás había visto.
Esta burda provocación policial de Bayardo, que pretendía igualmente afectar
las relaciones diplomáticas de Venezuela con la URSS, fue desenmascarada y
condenada unánimemente por el XIX Pleno del CC.
El desarrollo del Pleno fue bastante complejo. Mis proposiciones te-
nían una mayoría asegurada, pero la minoría del CC amena-zaba con romper la
unidad del PCV si se aprobaban. En este punto Gustavo me pidió presentarlas

276
para la próxima reunión plenaria del CC, pocos días después, a lo cual accedí.

E
T
Sin embargo, esto tampoco satisfizo a Márquez y compañía, quienes

R
interpretaron esto como una retirada, como un síntoma de debilidad que les

E
U
permitía exigir más y más, siempre sobre el chantaje de la división como pers-

M
pectiva.
Los fraccionalistas pasaron a una furiosa ofensiva contra la unidad

A
L
del Partido y ahora exigían la expulsión del Partido y del país de dirigentes que
mantenían posiciones leninistas en el debate.

A
T
Llegados a este punto, le dije a Márquez en reunión pequeña

S
—Nunca creí que tuviera yo que comprarte la unidad del Partido. Doy

A
H
cuanto tengo por la unidad del Partido, pero no puedo pagar un precio que
está por encima de mis posibilidades….

S
Pero ya él había tomado la decisión de dividir al Partido. Ciertamente,

E
Márquez, Petkoff y sus seguidores reunían sus efectivos durante las noches, des-

,
A
pués de terminar las sesiones del Pleno. Allá planificaban su táctica para el día

I
siguiente y, a la vez, informaban a sus parciales del desarrollo de la crisis.

B
M
Finalmente, el Pleno aprobó por unanimidad lo siguiente: Buscar

A
compromisos políticos para realizar las conferencias regionales de Caracas y

C
Miranda los días 18, 19 y 20 de diciembre de 1970, convocar el IV Congreso el

O
23 de enero de 1971 y reunir al Pleno del CC el 14-12-70.

N
A pesar de estos acuerdos, se veían pocas posibilidades de evitar la
ruptura. Las proposiciones adoptadas por unanimidad eran comentadas por

A
E
los fraccionalistas como «una agonía de diez días».

N
En el BP, Lairet y Urbina propusieron nombrar «una comisión de en-

Í
L
lace para regularizar la guerra», para que ésta no fuera a cuchillo y para repartir
los bienes «ahora que se había producido una separación de cuerpos». Con

I
M
tales proyectos, nada se podía esperar de aquellas reuniones.
A partir del día 10 de diciembre, Márquez y compañía no volvieron
por el local del Partido, sino que empezaron a trabajar abiertamente desde otro
centro de dirección. Llamaron a la gran prensa para informar sobre una supues-
ta minoría que se oponía tercamente a la realización del Congreso y contra la
cual ellos, la mayoría pro Congreso, había luchado y seguirían luchando. Por
supuesto, obtuvieron una gran audiencia en los medios. Inclusive CAP, secre-
tario general de AD y ex ministro de la policía de Leoni, dijo por TV que la
simpatía de su partido estaba con los renovadores de Pompeyo Márquez y Teo-
doro Petkoff. Además, aprovechó para agredir una vez más al PCV, a la URSS
y a todo el movimiento comunista internacional.

277
El día 14 de diciembre, cuando tenía que reunirse el XX Pleno del
F A R I A S

CC, faltaron Pompeyo Márquez, Eloy Torres, Teodoro Petkoff, Germán Lai-
ret, Freddy Muñoz, Antonio José Urbina, Rodríguez Bauza, Francisco Mieres,
Carlos Augusto León, Chacón, Benigno Rodríguez, Alfredo Maneiro, Bayar-
do Sardi, Alexis Adam, Argelia Laya, Rafael Elino Martínez, Evaristo Ramírez,
Marcano Coello y Díaz Rangel. Asistieron al XX Pleno para después retirarse:
J E S Ú S

Carlos Arturo Pardo, Tirso Pinto y Guerra Ramos.


Muchas cosas se escribieron y declararon a favor del grupo de renega-
dos. Algunas de ellas sugerían que ellos conformaban una mayoría. Los núme-
ros, sin embargo, decían otra cosa. En la Dirección Nacional eran una franca
minoría. En cuanto a los delegados al Congreso, recurrieron al expediente del
fraude para presentar células fantasmas en Caracas y Miranda, fundamental-
mente. Para ello se valieron de los comités de base de la J.C., los cuales eran
disfrazados de células del Partido. Militantes de la J.C. eran contabilizados írri-
tamente como miembros del Partido, todo lo cual quedó claramente demostra-
do. Las sanciones por estos bochornosos actos no se adoptaron por la posición
chanta-jista del grupo de Márquez, que amenazaba con la división si tocaban a
alguno de los suyos.
Faltaba tan sólo una semana para realizar las conferencias regionales
de Caracas y Miranda, medida esta acordada por unanimidad en el XIX Pleno
del CC, cuando los renegados decidieron montar tienda aparte. Si eran mayo-
ría, ¿por qué no esperaron unos pocos días para demostrarlo, por la vía de la
instrumentación de un acuerdo que ellos mismos habían apoyado? La respues-
ta estaba a la vista: su posición minoritaria, también entre los delegados al IV
Congreso, iba a quedar en evidencia.
Al XX Pleno del Comité Central asistimos 10 de los 15 miembros del
Buró Político, 34 de los 51 miembros principales del CC y 12 de los 17 miem-
bros suplentes. Se trataba de una sólida mayoría de la DN a favor del carácter
leninista e interna-cionalista de nuestro Partido. Allí se adoptaron medidas
importantes para restablecer el orden en el Partido y continuar los trabajos de
cara al IV Congreso del Partido.
Se trataba de una importante mayoría en la DN, pero la ruptura había
sido traumática. El daño fundamental se lo infringieron al Partido en el sector
de los intelectuales y profesionales y, especialmente, en la JC. Aquí la pérdida
fue grande. Casi toda la Dirección Nacional de la Juventud, así como la inmen-
sa mayoría de los regionales de la JC acompañaron a los fraccionalistas. Ésta fue
la consecuencia lógica, irreversible, de una realidad que se había hecho insoste-

278
nible en el seno de nuestra organización, pues la JC actuaba de hecho como un

E
T
partido dentro del Partido. No sólo operaban autónomamente desde el punto

R
de vista político, sino que sus posiciones se encontraban abiertamente enfren-

E
U
tadas a las del PCV. Ideológicamente estaban ya muy distantes del marxismo-

M
leninismo. Una situación de esta naturaleza no se podía seguir tolerando. Era
un cáncer que había que extirpar o, de lo contrario, iba a liquidar al Partido.

A
L
Además, los conjurados ocupaban importantes posiciones en la más
alta Dirección del PCV: Secretaría Nacional de Organización, Secretaría Sin-

A
T
dical Nacional, Secretaría Nacional de la Juventud Comunista, así como las

S
secretarías políticas del Partido en Aragua, Apure, Bolívar, La Guaira, UCV,

A
H
Sucre, Miranda, Táchira, Trujillo, Monagas, Lara, Zulia, entre otras, así como
otros puestos de relevancia.

S
A nombre de personas de este grupo se encontraban registrados im-

E
portantes bienes del PCV: compañías, terrenos, vehículos, casas, un yate, cuen-

,
A
tas bancarias, una imprenta, el periódico Deslinde y la revista del Partido, los

I
archivos de la organización, valiosos instrumentos de trabajo, todo lo cual ha-

B
M
bía adquirido el Partido a costa de grandes sacrificios económicos. El daño ma-

A
terial que se le causó al Partido Comunista tuvo proporciones significativas.

C
Durante un período de años, Márquez, Torres, Lairet, Petkoff, Ur-

O
bina, Maneiro y muchos otros de menor jerarquía declaraban sus propósitos

N
de vivir y morir en las filas del PCV. Dramatizaban y se proclamaban víctimas
de una imaginaria falta de libertad para hacer conocer sus puntos de vista.

A
E
Pedían y obtenían nuevas posiciones, tanto para ellos como para sus asistentes.

N
Incorporaron a su grupo a miembros del CC que tenían años marginados de

Í
L
toda actividad práctica en la vida del Partido, tales como Domínguez, Carlos
Augusto León, Francisco Mieres y otros que se incorporaban al Partido para

I
M
poder abandonarlo; se asociaban con ex miembros del CC y otros ex dirigen-
tes de niveles inferiores, sancionados por diversas causas. También trabajaban
afanosa-mente entre la periferia del PCV, entre personalidades que siempre
mostraron simpatía y amistad por el PCV, a quienes envenena-ban contra la
causa del comunismo, a la vez que presentaban a quienes los combatían con
mayor vigor como simples villanos, divisionistas.
La división hizo evidente lo peligroso que resulta para el Partido acu-
mular tal cantidad de poder en manos de una sola persona o de un puñado
de personas, inclusive cuando son de la mayor confianza y están colocadas en
los más altos cargos de dirección, como era el caso de Márquez y quienes rom-
pieron con el Partido Comunista de Venezuela. Éstos tenían «planes fuera del

279
Partido», pero lo mantuvieron en secreto durante mucho tiempo y hasta última
F A R I A S

hora para herir de muerte al Partido en el momento elegido por ellos, en un


momento de crisis creada por ellos.
En fin, fue un plan concebido con habilidad y premeditación, realiza-
do con paciencia para apoderarse del control absoluto del Partido Comunista
y, en caso contrario, para destruirlo. Cuando en la construcción de un partido
J E S Ú S

comunista participan quienes más adelante se convertirán en sus enemigos,


éstos disfrutan de una enorme ventaja sobre quienes trabajan honestamente
para ayudar a la clase obrera en la construcción de su partido de vanguardia.
Durante la crisis interna los revisionistas demostraron su falta de prin-
cipios y su fraccionalismo contumaz. Sujetos lisonjeros, recurrieron a todo con
el fin de ganar aliados, aunque hubiera sido sólo para una votación.
Se comportaron como farsantes redomados que juraban morir de pena
si alguna vez se encontraban fuera del Partido, pero al día siguiente formaron
tienda aparte.
Al revisionista lo pudimos identificar por su indisciplina, por el terror
a la autocrítica y los métodos leninistas de organización. Amantes de la espon-
taneidad, aceptaban el internacionalismo, pero no lo aplicaban ni cumplían.
Estos personajes de novela, siempre se consideraban atropellados. De-
cían luchar por el derecho ajeno, para que les respetaran el derecho de luchar
en contra del Partido. En resumen, su ideal era un movimiento sin estatutos,
sin disciplina, sin crítica, sin principios obligantes. Se mostraban muy amigos
de elaborar tareas para que otros las aplicaran, pero cuando los incluían entre
los ejecutores de estos planes, se preguntaban: ¿Es que estoy sancionado?
Eran héroes de las frases revolucionarias, billetes falsificados.
Injuriaban y calumniaban al movimiento comunista internacional,
pero se ponían eufóricos ante la posibilidad de alianzas con la llamada Izquier-
da Católica. Mi reino por un Obispo, parecían repetir.

EL NUEVO PARTIDO
Los voceros del MAS anunciaron, en sus orígenes, que surgía una
«nueva fuerza comunista», no dogmática, cuya ideología era el marxismo-
leninismo, de carácter internacionalista y con un programa de lucha por la
liberación nacional y el socialismo. Asimismo, se autoproclamaban alternativa
a AD y Copei.
En sus documentos constitutivos decían que seguirían siendo comu-
nistas, pero tal cosa era una verdadera fanfarronada. Fuera del PCV y enfren-

280
tados a éste, esa gente era como una nube sin agua, una pobre esperanza que

E
T
jamás cuajaría en realidad. Podrían haber llegado al poder, pero no habrían

R
podido hacer la revolución que las masas explotadas y oprimidas buscan.

E
U
En cuanto a su carácter internacionalista, eso escapaba de toda posi-

M
bilidad real. Con Petkoff de ideólogo, a ese partido se le iba a imprimir, como
de hecho ocurrió, un claro sello nacio-nalista, de enfrentamiento con el movi-

A
L
miento comunista internacional, el movimiento revolucionario internacional
más importante del mundo.

A
T
El nuevo movimiento fue eufóricamente festejado por los medios de

S
comunicación, los gremios empresariales, los partidos del sistema, etc. El MAS

A
H
despertaba demasiadas emociones —y recibía demasiados recursos y promo-
ción— en aquello que supuestamente quería destruir, como para ser tomado en

S
serio como la alternativa al sistema establecido.

E
Esto debió haber levantado, al menos, la sospecha de quienes no co-

,
A
nocían la esencia del nuevo movimiento, como lo conocíamos nosotros.

I
Pero los confundidos no tuvieron que esperar mucho tiempo. Muy

B
M
pronto se inició la «desbandada a la derecha», que caracterizó nuestro inolvida-

A
ble «Cheché» Cortés en brillante ensayo sobre los orígenes y carácter del nuevo

C
movimiento. Muy pronto se revelaron las limitaciones del MAS para luchar por

O
el socialismo.

N
El MAS era, en realidad, un nuevo formato de AD en 1940, un parti-

A
do «que no asuste» a los poderosos, como solía decir Petkoff en su libro.

E
Durante los años setenta y ochenta el MAS jugó con eficiencia el pa-

N
Í
pel que le asignó el sistema, orientado a esterilizar parte del potencial de lucha

L
que representaban los sectores descontentos de la sociedad venezolana, a con-

I
tener las protestas populares mediante su política reformista. La división de la

M
izquierda fue uno de sus aportes fundamentales a la estabilización del orden
establecido. Su política anticomunista y su inserción como fuerza asimilada
—de una manera cada vez más clara y mejor remu-nerada— a las estructuras
dominantes del sistema constituyeron las bases de una política, que excluía
cualquier posibilidad de unidad de las fuerzas revolucionarias.
Progresivamente se le fue cayendo el maquillaje político que le otorga-
ba cierta atracción entre las masas jóvenes y sectores profesionales. El encanto
de un discurso aparentemente original, adornado por frases «novedosas», se
empezó a desdibujar a la luz del desengaño que significaban sus posiciones
cada vez más alejadas del socialismo y cada vez más identificadas con el régimen
capitalista de explotación.

281
Su decadencia no está necesariamente asociada al caudal de votos
F A R I A S

—que disminuirá a su mínima expresión, cuando se termine de desintegrar el


sistema del cual ya es parte integral con funciones muy bien definidas—, sino
más bien con su descomposición ideológica.
Su incapacidad estructural para cumplir sus promesas y propuestas lo
hace adicto a la demagogia y, desde el punto de vista funcional, prisionero de
J E S Ú S

un clientelismo político que le brinda el soporte material y político para seguir


operando, pero que lo supedita a los designios de las fuerzas políticas domi-
nantes. El MAS no podrá sepultar al sistema que dice combatir, sino que será
enterrado con éste.

NUEVA FUERZA Y VANGUARDIA LORENCISTA


Para las elecciones presidenciales a celebrarse en diciembre de 1973,
el PCV aprobó y aplicó una política de unidad popular para enfrentarse a
los partidos del sistema. A tales fines, se configuró una alianza de fuerzas
democráticas y de izquierda, la Nueva Fuerza, conformada por el MEP, URD,
el PCV y otros grupos menores, así como personalidades independientes. Esta
alianza tenía perspectivas alentadoras que prometían abrir espacios para una
buena participación electoral.
En este marco se resuelve escoger una candidatura única entre Paz Ga-
larraga, Jóvito Villalba y Gustavo Machado. Una convención con participación
equitativa de las fuerzas —300 delegados por partido y 300 intelectuales, de los
cuales 100 eran postulados por cada partido— se encargaría de la elección.
De éstas salió electo el «Indio» Paz, lo que catalogamos como un buen
resultado en razón de que la candidatura de Gustavo no era posible en medio
de esta alianza —tanto por su militancia comunista, como por la fuerza del
Partido—, en tanto que la de Villalba no era garantía de nada. Había dado
demasiados bandazos en su carrera política. Esta última apreciación se ratificó
con su decisión de retirar a URD de la Nueva Fuerza y lanzarse por su cuenta,
no sin antes catalogar de «traidores» a sus independientes.
Nuestro objetivo no era ganar las elecciones, pero sí se cifraban pers-
pectivas para una buena figuración de cara al futuro. Algunos hablaban de 600
mil votos para el «Indio» Paz, político socialista, culto y unitario.
El Partido trabajó bien en la campaña, pero los resultados quedaron
muy por debajo de las expectativas. La candidatura de Paz no superó los 250
mil votos —aunque llegó de tercero— y el Partido obtuvo la más baja votación
de su historia.

282
Eran diversos los factores que explicaban este resultado. Por un lado,

E
T
se inició el fenómeno de la polarización de los votos que permitió a los candi-

R
datos del sistema, Pérez y Fernández, en representación de AD y Copei, respec-

E
U
tivamente, concentrar más del 85% de los votos.

M
Por otra parte, lo que pudiéramos llamar las fuerzas progresistas par-
ticiparon divididas en cuatro pedazos: la Nueva Fuerza, el MAS con Rangel,

A
L
URD con Villalba y el FDP apoyando a Fernández. La tragedia chilena del
golpe fascista también repercutió en forma negativa.

A
T
En cuanto a la situación del Partido, para el año 1973 había quedado

S
diezmado por dos divisiones en menos de ocho años y los efectos de la lucha

A
H
armada, estaba en el esqueleto. A pesar de visibles síntomas de recuperación
orgánica, semejante «carga» era difícil de digerir, lo cual se evidenció en la vo-

S
tación.

E
Especialmente dañina había resultado la división del PCV en diciem-

,
A
bre de 1970, estimulada por AD y Copei y financiado por el gobierno de Cal-

I
dera.

B
M
Esta deserción de importantes figuras del PCV que formaron el MAS

A
fue bien aprovechada por los partidos del sistema para golpear, una y otra vez,

C
al PCV. Recibieron buena promoción por parte de los medios de publicidad

O
del imperialismo y la burguesía,

N
Además de quedar golpeado por los resultados electorales, el PCV sale
de este proceso nuevamente dividido en cuanto a la apreciación de los mismos.

A
E
En efecto, bajo el gobierno de Caldera había aparecido en el CC del PCV una

N
corriente partidaria de la alianza con la democracia cristiana encabezada por

Í
L
influyentes dirigentes del PCV.
Estos dirigentes no concebían un resultado electoral desfavorable para

I
M
Lorenzo Fernández.
Al conocer el desenlace, alegaron que la victoria electoral de Carlos
Andrés Pérez y, por consiguiente, la derrota de Lorenzo Fernández se debieron,
en primer lugar, a una táctica errada aplicada por «la mayoría» del Buró Político
y del Comité Central.
Pero la realidad es que la táctica aplicada en aquel momento fue la que
aprobó el IV Congreso del PCV. Ciertamente, existía una cierta diferenciación
entre el gobierno de Caldera y los gobiernos de AD, positiva para el primero;
pero también se constataba que estos partidos coincidían en lo fundamental.
Se trataba del continuismo adeco-copeyano; gobernaban —juntos y por separa-
dos— en función de los mismos intereses.

283
De tal manera que esta crítica no tenía ningún fundamento, pues
F A R I A S

nuestro objetivo no era la victoria de Fernández, sino el fortalecimiento de la


alternativa de izquierda. Por ello se imponía una alternativa progresista a los
candidatos del sistema.
En todo caso, atacamos más a Pérez que a Fernández y al gobierno
copeyano. Aunque también condenábamos enérgicamente la tortura y asesina-
J E S Ú S

to de guerrilleros por parte del gobierno de Copei, tal como lo hicimos antes
cuando el gobierno era de AD —con la complicidad copeyana. Se trataba de
la defensa de los derechos humanos…
Pero supongamos que el Partido no hizo un buen trabajo político de
esclarecimiento ante las masas sobre lo que representaría un gobierno encabe-
zado por Carlos Andrés Pérez. ¿Quiénes propusieron otra táctica mejor para
derrotar a Pérez, como no fuera la de votar vergonzantemente por Lorenzo
Fernández? Nadie. Así como nadie propuso algo contra AD, que no fuera apro-
bado y puesto en práctica.
Así las cosas, lo de «Vanguardia» fue un típico fenómeno fraccional.
Propusieron una y otra vez que abandonáramos los compromisos contraídos
con la candidatura presidencial de Paz y llamáramos a votar por «Lorenzo»,
como le decían al candidato oficialista. Esta tentativa jamás prosperó, pero era
impulsada incansablemente por Eduardo Machado, Laureano Torrealba (quien
luego de esa voltereta aterrizó en AD y a quien los fraccionalistas postulaban
para sustituir, nada más y nada menos, que a Gustavo Machado en la Presiden-
cia del Partido), Antonio García Ponce, Simón Correa, Alcides Hurtado, entre
otros. Ellos estaban bastante comprometidos con esa candidatura, llamaron a
votar por «Lorenzo» y votaron por «Lorenzo».
Con los cabecillas de este grupo fraccional hablamos en diversas oca-
siones y los exhortamos a abandonar esa labor divisionista; les dijimos que el
Partido no aceptaría trabajo político fraccional alguno. Todo en vano.
Finalmente, fundaron otro partido y cuando fuimos al V Congreso,
en noviembre de 1974, los 526 delegados votaron unánimemente por su expul-
sión.
Ésta era la tercera división del Partido en menos de 10 años, que si
bien no causó el trastorno sufrido cuando el MAS, siempre hizo daño.

284
CAPÍTULO IX
E L L E N I N I S M O

Y L A L I B E R A C I Ó N N A C I O N A L

285
J E S Ú S F A R I A S

286
EL LENINISMO Y LA LIBERACIÓN NACIONAL

E
T
R
E
U
M
A
L
LAS IDEAS LENINISTAS SON INDESTRUCTIBLES

A
Durante la crisis interna que vivió el Partido como resultado del trabajo fraccio-

T
S
nal del grupo Petkoff-Márquez, tuvimos que librar un intenso debate ideológico

A
que se resumía en la defensa del contenido leninista de nuestro partido. Los

H
ataques en contra de Lenin y sus aportes al desarrollo del socialismo científico

S
no eran fortuitos.

E
La política antipartido de los fraccionalistas apuntaba en contra del

,
A
carácter internacionalista y proletario de nuestro Partido, así como contra sus

I
principios organizativos. Atacaban, precisamente, los fundamentos leninistas

B
M
que nos habían permitido desarrollar una línea política acertada, verdadera-

A
mente revolucionaria, que nos habían permitido impulsar nuestro crecimiento

C
en el seno de las masas…

O
Para mí, en particular, Lenin fue y es, sin duda, uno de los héroes

N
revolucionarios más populares y extraordinarios de la historia.
Su legado es colosal: continuador de la causa de Marx y Engels, revolu-

A
E
cionario genial, guía y organizador del movimiento revolucionario de la Rusia

N
zarista, fundador del primer Estado socialista del mundo y líder del movimien-

Í
L
to comunista inter-nacional desde la Internacional Comunista. Como obrero y
diri-gente comunista fui cautivado por la claridad de la obra y la firmeza de la
I
M
ejecutoría de Lenin.
Al igual que centenares de millones de trabajadores, de hombres y
mujeres de todos los países del planeta, los comunistas venezolanos expresa-
mos un profundo respeto, simpatía y admiración por el pensamiento y la obra
leninista, y sentimos un cre-ciente orgullo por el carácter leninista de nuestro
partido.
Resulta paradójico que uno de los estadistas y pensadores más austeros
y sencillos en la historia de la humanidad —mientras vivió no toleró homenajes

287
en su honor—, ajeno por completo a los actos de reconocimiento, viene a ser
F A R I A S

hoy una figura permanentemente recordada, cuya obra es puesta como ejemplo
altamente positivo en todos los idiomas, en todas las partes del mundo.
Jefe político culto y firme en sus ideales, combativo contra los elemen-
tos vacilantes dentro de las propias filas del movimiento marxista y del Partido
de los bolcheviques, Lenin logró desarrollar creativamente todas las partes in-
J E S Ú S

tegrantes del marxismo.


Su estatura política no fue obstáculo para desplegar un trato respe-tuo-
so con las personas, promover la dirección colectiva del trabajo en el Partido,
así como preocuparse por las personas más desvalidas de la sociedad, sincera
expresión de un acrisolado humanismo.
Como suele acontecer con las figuras superiores de la humanidad,
tuvo necesidad de combatir con firme tenacidad por sus ideas. Así fue como
en el período prerrevolucionario se libró una prolongada lucha ideológica y
política entre Lenin y sus partidarios, por un lado, y aquellos que se oponían a
la tesis leninistas, por el otro.
Después de la revolución de 1905, Lenin mostró la superioridad de un
genial conductor y no se dejó acorralar por el infortunio, sino que supo vislum-
brar que detrás de una cruel derrota sobrevendría un impetuoso resurgimiento
de la protesta popular, para cuya preparación empezó —partiendo de cero— una
minuciosa labor proselitista, de paciente explicación y difusión de audaces pla-
nes organizativos, cargados de asombroso optimismo revolucionario.
Los aportes de Lenin en el plano teórico, como conductor del primer
Estado socialista de la tierra y como dirigente del movimiento comunista inter-
nacional, son innegables, supera claramente cualquier ejecutoria revoluciona-
ria del siglo XX.
Pero quizás fue la genial forma de conducir a su partido y a los obre-
ros, soldados y campesinos de Rusia a la conquista del poder, lo que despierta
mayores emociones.
Con los criminales efectos de la I Guerra Mundial se va gestando una
situación de creciente explosividad social en Rusia y el resto de Europa. La
lucha era compleja para los revolucionarios, pero se complica aún más para las
clases dominantes de las grandes potencias, incluido el Zar de Rusia.
Las derrotas en el frente llegan hasta los palacios de San Petersburgo,
capital del Imperio zarista, y la monarquía es sustituida por la República bur-
guesa en febrero de 1917. Estas mutaciones, a las cuales no fueron ajenos los
gobiernos de Francia y Gran Bretaña, buscaban sólo un cambio aparente en la

288
fachada, pero manteniendo a la Rusia republicana dentro del conflicto bélico

E
T
mundial.

R
Lenin no se dejó embriagar con las mieles de la victoria burguesa con-

E
U
tra el feudalismo zarista. Entendió que la victoria para la clase obrera era toda-

M
vía puramente aparente. Como suele ocurrir cuando se derrumba una tiranía,
las fuerzas revolucionarias inmaduras estallan en jubilosas celebraciones, se de-

A
L
tienen en la marcha hacia la victoria final. Esto aconteció a muchos en la Rusia
de 1917 con la victoria burguesa, que se proponía seguir la matanza, como en

A
T
efecto la continuó, ahora bajo el signo republicano.

S
Se había cambiado sólo a quien mandaba a millones a la muerte, pero

A
H
los que eran mandados venían de la misma clase social. Ya no tenían que obe-
decer a los zares, sino a los burgueses, pero con los mismos fines de antes.

S
Lenin alertó con energía: ¡Ningún apoyo a la República burguesa que

E
manda a los pueblos a la muerte! ¡Adelante en la lucha por la paz y por la tierra

,
A
para los campesinos! ¡Todo el poder a los sóviets!

I
Los bolcheviques, dirigidos por Lenin, se quedaban solos en la oposi-

B
M
ción al nuevo gobierno. Esto desató una furiosa campaña represiva y de calum-

A
nias contra Lenin y sus partidarios.

C
Sin embargo, Lenin comprendió que aquella criminal matanza de se-

O
res humanos, aquella guerra sin igual en la historia tenía necesariamente que

N
erosionar a las clases dominantes que la habían incubado y la sostenían con el
único propósito de un reparto de las colonias y las esferas de influencia.

A
E
Lenin y sus principales colaboradores se sumergieron en la más pro-

N
funda clandestinidad y se dedicaron a una febril preparación de nuevas jorna-

Í
L
das revolucionarias.
Casi todo el año 1917 tuvieron lugar colosales combates de clase en

I
M
cuyo centro estaban las consignas bolcheviques por la paz y por la tierra.
La crisis no había desaparecido con la Revolución de Febrero, sino
que se había aplazado, se detenía el estallido revolucionario sólo para tomar
nuevo y más poderoso impulso.
Llegó un momento, poco antes del día 7 de noviembre de 1917, cuan-
do uno de esos dirigentes pequeño-burgueses que se creen muy sabios se atrevió
a exclamar que no existía en Rusia un partido que pudiera tomar el poder y
mantenerlo por si solo.
Lenin respondió como responde un auténtico revolucionario, cons-
ciente del poderío de la clase que lo respalda:
—¡Ese partido existe!, se refería Lenin a los bolcheviques.

289
Mientras que en las calles y fábricas las multitudes marchaban y cho-
F A R I A S

caban contra los destacamentos represivos de la burguesía, el Estado Mayor de


la revolución —Lenin y sus camaradas— planificaban el asalto final hasta en sus
más pequeños detalles, incluyendo la fecha.
Y cuando Lenin consideró que la crisis revolucionaria había alcanza-
do su nivel más alto, sintetizó el momento en aquella histórica frase: Ayer era
J E S Ú S

demasiado temprano, mañana sería demasiado tarde. ¡Hoy se debe producir el


asalto!
Lenin tuvo razón antes de llegar al poder y después de convertirse en
el genial conductor de un pueblo valeroso y abnegado.
Por supuesto, no era fácil orientarse certeramente en aquellos tormen-
tosos momentos de la historia, sin posibilidades de apoyarse en experiencia
alguna. Muchos tuvieron que aprender sobre la marcha, anotándose logros y
desaciertos en el cumplimiento de este colosal reto. Sin embargo, los hechos
posteriores confirmaron plenamente que el conductor de los bolcheviques te-
nía razón, era un genio clarividente.
Claro está que en condiciones de guerra, de agresión exterior, en un
país arruinado, en un territorio inmenso, poblado por más de cien nacionali-
dades, sumidas en el atraso y el fanatismo religioso, había problemas graves,
todos prioritarios.
No obstante, Lenin los sintetizó con luminosa sencillez: paz, cultura,
igualdad y el poder proletario para poner en marcha la revolución triunfante.
La Rusia heredada del capitalismo era un país en ruinas, de escombros,
donde casi todo estaba por hacer. Sin embargo, bajo la conducción de Lenin
se puso en tensión el inmenso potencial de fuerzas laborales que vegetaban sin
empleo, se reactivó la economía, se lanzó la fórmula socialista: electrificación
del país más poder de los sóviets, tomaban cuerpo los más hermosos sueños,
las utopías iban abriéndole espacio a la realidad. Aquellos planes leninistas
llevaron a numerosos escritores a calificar a los nuevos gobernantes de «locos»,
pues no podían entender que un país como aquél pudiera cumplir metas tan
colosales.
Lenin fue siempre, sobre todo en los congresos de la Internacional
Comunista, un sistemático opositor al traslado mecánico fuera de Rusia de las
tácticas, los caminos para llegar al poder trillados por los rusos.
Lenin sostuvo hasta el cansancio que en cada país aparecerían nuevos
caminos, nuevos aliados, nuevos enemigos, nuevas dificultades, nuevas formas
de lucha, según fueran las dimensiones, el desarrollo económico, la ubicación

290
geográfica y según fuera también el grado de organización del proletariado, así

E
T
como la experiencia y sabiduría colectiva de los respectivos partidos comunistas

R
nacionales.

E
U
Al imperialismo y a sus lacayos los atormenta la idea —y más que idea,

M
la realidad— de una estrecha ligazón entre el leninismo victorioso y aquellos
pueblos que luchan en contra del imperialismo, por su soberanía y el progreso

A
L
social. En cada país donde triunfan los hombres que luchan por la independen-
cia nacional y la libertad, no importa en qué parte del planeta ni cuál haya sido

A
T
el camino que los condujo a la victoria, se pone de manifiesto la conveniencia

S
y utilidad de aprovechar las experiencias de Lenin.

A
H
Esta vitalidad del leninismo es precisamente lo que obliga al imperia-
lismo y a quienes le sirven, sean organizaciones o personas, a tratar de apartar

S
de las mentes de millones y millones de luchadores por la libertad la imagen de

E
Lenin, su riqueza teórica traducida en la actividad práctica, como una manera

,
A
de embotar el filo de los combates revolucionarios.

I
Sin embargo, ni los más serios problemas de los países socialistas po-

B
M
drán destruir la mística leninista que lanza a los trabajadores unidos y organi-

A
zados por el camino correcto, al combate de clase, y los prepara para la batalla

C
decisiva cuando la crisis revolucionaria está a punto de estallar, cuando ya los

O
de arriba no pueden seguir manteniendo sus posiciones de dominación y los de

N
abajo ya no están dispuestos a tolerar más el yugo de la explotación.
Frente a las calumnias contra Lenin para cumplir una misión servil y

A
E
traicionera, estamos obligados a denunciar y poner al descubierto a los contra-

N
rrevolucionarios de todo pelaje, desmontar sobre todo la vieja y trillada tesis

Í
L
de que el leninismo es un fenómeno «puramente ruso», sin validez para otros
países o pueblos.

I
M
La verdad irrebatible es que la vigencia de Lenin se ha materia-lizado
en obras colosales, en la liberación de países, en la construcción de una nueva
vida y una sociedad liberada en un conjunto de países.
El leninismo marcha a la vanguardia en los movimientos de liberación
nacional, en las concentraciones obreras de los países industrializados, en los
países socialistas, en la orientación progresista de nuevos Estados que recupe-
ran su independencia nacional sobre las ruinas del mundo colonial en Asia,
África y América Latina.
El leninismo se patentiza en la impetuosa acción de la clase obrera,
de masas juveniles y estudiantiles que marchan del brazo con el movimiento
comunista de los diversos países.

291
Nuestro trabajo diario, así como nuestras vidas dedicadas por comple-
F A R I A S

to al internacionalismo proletario, son homenaje permanente al gran maestro


de la revolución

LA VICTORIA DEL HEROICO PUEBLO VIETNAMITA


Durante mis años de destierro en la Unión Soviética pude vivir muy
J E S Ú S

de cerca la intensa campaña de solidaridad y la ayuda que en todos los frentes


brindaban el pueblo y el gobierno soviético a los patriotas vietnamitas, que
luchaban por su libertad en una guerra tremendamente desigual contra el
mayor imperio del planeta.
Los vietnamitas habían librado décadas de largas y cruentas luchas en
contra de los colonialistas japonenses y franceses. Los primeros habían sido ex-
pulsados de territorio indochino como resultado de la derrota del militarismo
japonés en la II Guerra Mundial, en tanto que los segundos trataban de recupe-
rar sus posesiones coloniales después de haber sido desplazados temporalmente
por los japoneses.
Como resultado de las luchas del heroico pueblo vietnamita bajo la
valerosa conducción del Partido Comunista y de su inmortal líder Hô Chi
Minh, quien ya en el año 1945 había proclamado la independencia nacional,
Francia sufre una de sus más humillantes derrotas militares en Dien Bien Phu
(primavera de 1954). Allí, las tropas del Vietminh, bajo el mando del legenda-
rio general Nguyen Giap, cercaron al ejército colonialista por más de 50 días y
les impusieron una capitulación incondicional.
Pero ése no sería el final de la guerra por la independencia nacional.
El país quedó dividido como resultado de los acuerdos de Ginebra
(julio de 1954) y Eisenhower convirtió al corrupto gobierno de Vietnam del Sur
en su títere. Lo usa como punta de lanza en contra del gobierno revolucionario
de la República Democrática de Vietnam.
Los imperialistas operaban guiados por la tesis del «efecto dominó»
que causaría en la región el triunfo de los comunistas vietnamitas y estimulados
por la posibilidad de explotar las riquezas naturales existentes en estas extensas
tierras, especialmente el caucho,
Esto sepultaba la posibilidad de reunificación del país.
Se iniciaba, así, una nueva, pero más cruenta, etapa de la larga lucha
de liberación nacional del pueblo vietnamita.
La escalada militar revelaba la importancia que le asignaba la camari-
lla imperialista estadounidense a esta parte del mundo. De 23 mil tropas que

292
tenía Estados Unidos en Indochina en 1964, pasaron a más de medio millón

E
T
(500.000) de efectivos en 1967. Esto constituía el mayor despliegue militar rea-

R
lizado durante la segunda mitad del siglo XX. Todos los gobiernos estadouni-

E
U
denses —desde Kennedy hasta Nixon— se vieron seriamente compro-metidos en

M
los crímenes cometidos a lo largo del conflicto indochino.
Los criminales imperialistas emplearon su inmensa superioridad mili-

A
L
tar en aviones y helicópteros para ejecutar monstruosas técnicas de bombardeo
de objetivos civiles. En total se lanzaron 15 millones de toneladas de bombas.

A
T
Para que nos demos una idea de la dimensión de esta guerra, que Estados Uni-

S
dos nunca declaró, ¡este volumen de bombas era varias veces superior a todas

A
H
las bombas caídas en Europa durante la II Guerra Mundial!
Además, emplearon masivamente armas químicas como el napalm y

S
millones de litros de herbicida naranja, dejando daños incalculables en la salud

E
del pueblo y el medio ambiente, una huella asesina imposible de borrar.

,
A
Por la saña con que actuaron, no exageramos al afirmar que lo único

I
que los detuvo en emplear bombas atómicas fue el mero hecho de que, para ese

B
M
momento, la URSS también poseía ese tipo de armas.

A
A la abrumadora superioridad militar y terror sistemático del agresor,

C
los patriotas vietnamitas le oponían resistencia a través de una estrategia de

O
guerra popular que los llevó a gestar gloriosos actos de heroísmo. Se trataba de

N
todo un pueblo en la retaguardia del enemigo y en la resistencia antiimperialis-
ta, conjugado con más de 100 mil guerrilleros dirigidos por el FLN y alrededor

A
E
de 500 mil soldados del Ejército Popular vietnamita.

N
La resistencia heroica sin límites del pueblo vietnamita fue, sin lugar a

Í
L
dudas, el factor determinante de la derrota del imperialismo en tierras indochi-
nas. Sin embargo, ésta no hubiera sido posible de no haber contado los hijos de

I
M
Hô Chi Mihn con el masivo e incondicional apoyo moral, político-diplomático
y ayuda material de los pueblos del mundo, del movimiento comunista y pro-
gresista del mundo, del campo socialista y, muy especialmente, de la URSS. Se
creó un verdadero frente universal de respaldo a la gloriosa gesta vietnamita.
En Estados Unidos se abrió un segundo frente. Un poderoso movi-
miento anti-guerrerista, sensibilizado por las crecientes bajas estadounidenses,
se oponía por diversos medios también a los crímenes perpetrados por el impe-
rialismo yanqui en Indochina.
Con la ayuda militar soviética en forma de pertrechos y asistencia téc-
nica, los patriotas vietnamitas llegaron a derribar un total de 4.200 aviones
estadounidenses.

293
Lamentablemente, en oportunidades esta ayuda llegaba con retrasos
F A R I A S

debido a las posiciones antisoviéticas de los dirigentes chinos, que también apo-
yaban activamente la guerra de liberación, pero ponían obstáculos a la entrega
de las armas y municiones soviéticas.
Muy valiosa, igualmente, fue la ayuda económica, en alimentos y me-
dicinas, procedente de la URSS y todo el bloque socialista.
J E S Ú S

Una nota descollante de la proeza vietnamita consistió en el incesante


ejercicio de la solidaridad internacional que, en medio de los inmensos proble-
mas que acarreaba la agresión yanqui, practicaba ese invencible pueblo con las
fuerzas revolucionarias del mundo enfrentadas al imperialismo. Fui yo, como
preso político del régimen de Leoni, receptor de esa energía tan estimulante
que emana de la solidaridad de los hijos de Hô Chi Minh, quienes participaron
activamente en la campaña internacional por la liberación de los presos políti-
cos venezolanos.
El balance de la guerra fue doloroso en término de vidas y destrucción
material. Dos millones de civiles asesinados, más de un millón de hombres
caídos en la guerra y todo un país en ruinas fue la huella que dejó la bestia
imperialista.
La aventura estadounidense en Indochina terminó con la humillante
retirada estadounidense a comienzos de 1973 y significó la más bochornosa
derrota militar y política de Estados Unidos, que perdieron a más de 58 mil
hombres y jamás se pudieron recuperar del impacto moral de esta debacle. El
orgullo imperial quedó pisoteado por la dignidad de un pueblo mil veces supe-
rior que la más destructiva de las armas.
En lo militar, quién lo puede dudar, la victoria vietnamita hizo trizas
la tesis de la invencibilidad estadounidense y derrumbó, como a un castillo de
arena, buena parte de las teorías de guerras convencionales que establecían la
superioridad absoluta de la tecnología militar.
Fue una verdadera lección de la superioridad moral, de la irreductible
fortaleza de un pueblo dispuesto a resistir las condiciones más adversas, los
peores crímenes, en su lucha por la libertad.

SALVADOR ALLENDE Y LA UNIDAD POPULAR


Allende se consolida como dirigente humanista y político revolucionario
en aquel histórico intento de implantar en Chile la primera República Socialista
de América Latina, junio de 1932, la cual apenas duró doce días, lo suficiente
para dar a conocer su programa de liberación nacional:

294
a) Reforma agraria; b) Nacionalización de las explotaciones de salitre;

E
T
c) Pleno empleo y d) Control del comercio exterior, así como las otras aspira-

R
ciones del pueblo trabajador chileno de aquel momento ya lejano en la acciden-

E
U
tada historia de los países de América Latina. Aquella República fue vencida,

M
pero con ella fue sembrada la semilla de la revolución para el futuro de Chile.
Allende había sido diputado y senador varias veces, inclusive presi-

A
L
dente del Senado, ministro con el gobierno popular de Aguirre Cerda y un
infatigable organizador de la futura victoria popular, que por fin cuajó en los

A
T
comicios del día 4 de septiembre de 1970, día de gloria y alegría revolucionaria

S
para los trabaja-dores de Chile y de toda América Latina.

A
H
Con la victoria de la Unidad Popular en Chile, abanderada por Salva-
dor Allende, había triunfado en un país progresista y culto la causa de todos los

S
pueblos de América Latina, que durante siglos vienen luchando en abrumado-

E
ra desventaja por hacer realidad los sueños de los libertadores.

,
A
La Unidad Popular, formada por socialistas, comunistas, radicales, so-

I
cialdemócratas, MAPU y Acción Popular Independiente, no fue tarea fácil. Y

B
M
sólo la tenacidad y maestría de Allende, su consideración y tacto político para

A
con los aliados, así como la existencia de un poderoso PC con una línea política

C
consecuentemente unitaria, produjeron la Unidad Popular.

O
Éste era el sueño de la clase obrera en sus luchas seculares por romper

N
el yugo de la opresión nacional y por liberarse de la abominable explotación
capitalista.

A
E
Los trabajadores chilenos le brindaban a los pueblos del mundo el

N
logro ejemplar de una victoria sobre la burguesía y el imperialismo por la vía del

Í
L
voto popular, pese a las ventajas de la Democracia Cristiana apoyada por Esta-
dos Unidos y el Vaticano, por la burguesía nacional y por las Fuerzas Armadas,

I
M
así como por toda la estructura de especuladores, aprovechadores de las piltra-
fas que el gran capital deja caer desde el poder para sus asquerosos esbirros.
La victoria de la Unidad Popular fue como un estallido de euforia
popular en toda la América del Sur y más allá de nuestro subcontinente.
El 5 de noviembre de 1970 asume Salvador Allende el poder para
orientar a su país hacia una sociedad humana y progresista, cuya meta final es
la implantación del socialismo por medio del voto universal, directo y secreto
en la patria de Neruda, el grande y excelso poeta que le cantó al heroísmo
de los comunistas, tanto en Stalingrado como en la España republicana, y en
todas partes, a los presos en las prisiones de todas las tiranías y dictaduras del
mundo.

295
La reacción más agresiva y bárbara se opuso furiosamente a la victoria
F A R I A S

de la Unidad Popular y al candidato Allende desde la formación de la Unidad


Popular y, luego, desde el primer día cuando asumió la Presidencia. En Chile
se forjó la unidad del fascismo con el imperialismo, la democracia cristiana,
las Fuerzas Armadas y todos los partidos que durante siglos había gobernado y
gobierna, de manera déspota y robando al amparo del poder absoluto para las
J E S Ú S

transnacionales, latifundistas, comerciantes y especuladores.


Yo conocí a Salvador Allende en Caracas poco después de la toma del
poder por Rómulo Betancourt. Salvador Allende estaba interesado en el auge
democrático y antiimperialista que había estallado en Venezuela en enero de
1958. Rómulo Betancourt lo recibió con un mensaje muy propio de este enano
de la política internacional, tratando de apartarlo de las «malas compañías»
políticas, o sea, del Partido Comunista de Chile.
Salvador Allende era para la época presidente del Frente de Acción
Popular (FRAP), fundado en 1956 por el Partido Comunista, el Partido So-
cialista y otros partidos. Como político revolucionario en un país pobre como
Chile, andaba mal de finanzas.
Nos visitó en el Buró Político del Comité Central del PCV, donde dia-
logó animadamente con Gustavo Machado, quien retornado del exilio después
de la prisión de Pérez Jiménez, disfrutaba de los progresos conquistados por
el PCV en las elecciones de 1958 con una elevadísima votación en el Distrito
Federal.
Allende se encontraba en su ambiente, conversando con Gustavo,
cuando nos dijo:
—El FRAP no tiene muebles y allá esperan que nos ayuden para com-
prarlos.
El Partido lo ayudó con gran placer internacionalista, más aún sabien-
do la gran solidaridad que el pueblo de Chile, en general, y los partidos del
FRAP habían desplegado con los presos venezolanos durante los diez años de la
tiranía de Pérez Jiménez. Habrían de pasar doce años antes de que los partidos
amigos de Chile conquistaran la victoria con una mayoría relativa del 36% de
los votos.
Más adelante, en las elecciones municipales, la Unidad Popular obtu-
vo una clamorosa victoria con el 44% de los votos, lo cual produjo un frenesí
de odio y despecho de los fascistas y demás enemigos del pueblo, reclamando y
obteniendo más y mayores esfuerzos y ayudas del gobierno imperialista de Esta-
dos Unidos para echar del poder a este popular y progresista presidente.

296
Siempre tuve deseos de conocer Chile. Tenía —y tengo— una deuda de

E
T
agradecimiento con las fuerzas progresistas de aquel país hermano, tan ligado

R
por la historia con el nuestro y donde tanto se nos estima como pueblo que

E
U
contribuyó en la historia a todo el movimiento independentista de América

M
Latina.
Por fin en enero de 1972, habiendo completado lo suficiente para pa-

A
L
garnos los pasajes, partimos Elizabeth y yo hacia el Sur, donde fuimos recibidos
con muestras de sincero afecto. Nos hospedaron los camaradas en una casa

A
T
familiar, que era para nosotros como la nuestra. Visitamos las fundiciones de

S
cobre, las minas, los puertos y muchos otros lugares interesantes.

A
H
Ya con el pie en el estribo para retornar a la patria nos recibió el canci-
ller Clodomiro Almeida, gran personalidad de la sociedad chilena y prisionero

S
de la dictadura por largos años.

E
Por último, nos recibieron en «La Moneda», Palacio Presidencial, Sal-

,
A
vador Allende y su digna y valerosa esposa, doña Hortensia, popularmente lla-

I
mada doña Tencha. El diálogo fue amistoso y franco, como entre viejos amigos.

B
M
Nosotros le informamos de los retrocesos en Venezuela y ellos de sus progre-sos

A
en la aplicación del programa político de la Unidad Popular.

C
Y por fin, tocamos el asunto de la política interna de Chile, donde le

O
expusimos nuestra preocupación por la furiosa ofensiva fascista de las bandas

N
de «Patria y Libertad», así como por los desmanes de la ultraizquierda que, sin
quererlo, ayudaba a la reacción dándole argumentos a las fuerzas antipatriotas

A
E
que conspiraban abiertamente contra el gobierno de Salvador Allende.

N
Resumiendo, Salvador Allende nos dijo, lo que le habíamos oído en

Í
L
un brillante discurso en el Estadio Nacional en homenaje al Partido Comunis-
ta de Chile con motivo de sus 50 años de luchas:

I
M
—A mí tendrán que matarme, pues no pienso ceder a las presiones ni
pienso renunciar. Cumpliré el mandato que el pueblo de Chile me encomendó.
Esta dramática declaración me anonadó. Acoté:
—Creo que te quieren matar, precisamente. Mientras que nosotros
queremos preservarte. ¿No podríamos hacer algo para salirles al paso a estos
fascistas alzados?
—No. Estoy en contra de cualquier derramamiento de sangre provoca-
do por mis partidarios. El problema no son solamente los militares, sino civiles
con Frei a la cabeza que los azuzan contra el gobierno popular, que claman por
la devolución de los bienes expropiados y por el retorno a todo lo que es ya
históricamente parte del pasado de esclavitud nacional.

297
Salvador Allende era un líder del movimiento obrero y popular, ene-
F A R I A S

migo de la violencia, que había llegado al poder gracias a la voluntad popular


expresada bajo un gobierno enemigo declarado del socialismo, el gobierno de
la democracia cristiana liderado por Frei Montalva.
Los delegados internacionales que habíamos llegado de muchos países
fuimos reunidos por la Dirección Nacional del Partido Comunista de Chile,
J E S Ú S

donde se nos explicó acerca de la grave situación nacional, de la furiosa ofen-


siva de las fuerzas reaccionarias coaligadas y reforzadas por la misión militar
yanqui desde la Embajada norteamericana.
El PC de Chile —siempre fuerte— se nutría de un poderoso y comba-
tivo movimiento obrero y estaba formado por decenas de miles de camaradas.
Los delegados preguntamos sobre las Fuerzas Armadas. Había, según nos di-
jeron, algunos oficiales partidarios firmes de Allende, aunque la mayoría se
mantenía a la expectativa.
Era un ejército que había respetado a los gobiernos civiles y, se decía,
que la Fuerzas Armadas de Chile, así como las de Uruguay, eran «instituciona-
listas».
Sin embargo, nunca antes había habido un gobierno socialista con
participación de los comunistas. La pregunta era: ¿Hasta cuándo tolerarían
estas Fuerzas Armadas de la gran burguesía chilena a este gobierno atacado con
furia envenenada por los partidos de la burguesía, del latifundio, por el Poder
Judicial que se mantenía intacto bajo el mandato de la democracia cristiana y
que, cosa curiosa, multaba semana por semana a El Siglo, diario del P.C. de
Chile, que estaba en el gobierno con varios ministros y otros funcionarios de
alto nivel?
Yo me encontraba perplejo. Aunque no tenía autoridad para opinar
debido a que visitaba por vez primera este país, recordaba lo que había ocurrido
en nuestro país con las Fuerzas Armadas: Con la sola excepción del 23 de enero
de 1958, estuvieron al servicio de la reacción y del imperialismo a lo largo de la
historia, con las funestas y sanguinarias tiranías de Gómez y Pérez Jiménez.
Preguntábamos:
—¿Y si se toma la ofensiva antes que sea demasiado tarde?
—Esto no está en los planes, pero tales medidas sólo podría planificar-
las el presidente, nadie más —respondieron.
Aparte de esto, acciones prematuras podrían precipitar los aconteci-
mientos que se querían evitar, porque los militares no creían en la posibilidad
de un gobierno socialista actuando sin represión y, al parecer, estaban esperan-

298
do lo peor: un ataque de los civiles, sobre todo de las juventudes comunistas,

E
T
poderosas y muy bien organizadas.

R
Luego nos reunimos en la Embajada de la URSS en Santiago, donde

E
U
había un coctel para los invitados. Allí me encontré con un diplomático sovié-

M
tico, viejo amigo, y le pregunté:
—¿Hacia dónde va esto, camarada?

A
L
Su respuesta fue desconsoladora. Él, viejo experimentado, no creía
en la «neutralidad» de las Fuerzas Armadas de Chile en relación con la Unidad

A
T
Popular. Lo noté consternado, casi expresivo, aunque no dijo nada comprome-

S
tedor.

A
H
Yo había estado 12 años en las prisiones y casi tres en el destierro du-
rante los últimos 22 años y me encontraba como el campesino, a quien había

S
picado macagua: «Bejuco le para el pelo».

E
Por las noches tenía largas conversaciones con mis anfitriones, gente

,
A
de combate, militantes disciplinados, pero sujetados por una orientación polí-

I
tica que no era nueva, sino la que el presidente Salvador Allende había prome-

B
M
tido poner en vigor y estaba poniendo en marcha con fina lealtad, tal como lo

A
había dicho a sus electores y a todo el pueblo chileno.

C
El día 11 de septiembre de 1973 —fecha trágica para el pueblo de Chile

O
y para toda la América Latina— empezó con la matanza de los oficiales amigos

N
del presidente Allende y contra los sospechosos. Todos fueron asesinados a
sangre fría, eliminando por adelantado toda posibilidad de defensa para el go-

A
E
bierno civil completamente inerme.

N
Durante toda la mañana los fascistas sublevados hicieron promesas

Í
L
tras promesas para que Salvador Allende abandonara el poder. Intento infruc-
tuoso. A diferencia de los presidentes venezolanos: Medina Angarita, Gallegos

I
M
y Pérez Jiménez, este presidente resistió hasta el final. Ésta es la historia.
Salvador Allende vivió como un demócrata ejemplar: respe-tuoso de
los derechos y de la dignidad de todos sus compatriotas, hasta de sus peores y
más enconados enemigos, algunos de ellos gratuitos, por lo demás.
El día 11 de septiembre de 1973 los militares de América Latina apren-
dieron una lección de coraje, de valentía sin límites.
—No me rendiré. Que lo sepan, que lo entiendan, no me ren-diré. Me
mantendré firme en el cargo para el cual fui electo por el pueblo de Chile. Y así
lo cumpliré hasta el último aliento —había dicho Salvador Allende.
Salvador Allende le pidió a sus colaboradores que abandonaran el Pa-
lacio y casi totalmente solo resistió la bestial embestida de fusileros, tanquistas,

299
bombarderos. Uno a uno fue quemando sus últimos cartuchos que infundían
F A R I A S

pavor en los fascistas asaltantes del Palacio de la Moneda.


Allende gobernó sin atropellar a nadie, sin presos ni desterrados. Su
estilo claro y persuasivo ganó la admiración de millones de chilenos, que lo
acompañaron y lo recuerdan hasta hoy y hasta la eternidad.
Es una gran desgracia haberlo perdido en pleno desarrollo de la vida,
J E S Ú S

pero también es una gloria tener un ejemplo de tan sublime heroísmo, de tal
coraje revolucionario como no se conoce en la accidentada historia de los pue-
blos de la América Latina. Salvador Allende combatió como un héroe y murió
como un valiente.
Con el golpe sanguinario contra Allende se inicia una pesadilla tene-
brosa y sangrienta para el pueblo chileno. Una de las más brutales dictaduras
que conozca la historia del continente se instalaba en el poder de la mano de
la Embajada estadounidense y bajo el monitoreo y asistencia permanente de
la CIA. Ésta se encargó de impartir, de la forma más eficiente, las más sádicas
prácticas «antisubversivas» que suelen aplicar a sangre y fuego cada vez que, en
nombre de la liberad y la democracia, derrocan a un gobierno progresista en
cualquier lugar del mundo.
Por cierto que la derecha —no tan— cristiana, que tanto azuzó a los
militares para que depusieran a Allende, perdió, inesperadamente para ellos,
ciertos privilegios y libertades con el régimen fascista de Pinochet. Amarga lec-
ción que no se termina de asimilar.
Las fuerzas revolucionarias chilenas resistieron con valor y una enor-
me dignidad la descomunal ola de terror, producto de la cual miles de chilenos
fueron asesinados, desaparecidos, torturados, encarcelados y expulsados del
país. Diecisiete largos años tuvo que esperar el pueblo chileno para deshacerse
de ese manto de oprobio que los cubría.

EL PCV Y LA NACIONALIZACIÓN PETROLERA


Cuando la crisis de 1929 a 1933 se comentaba a menudo:
—Si las refinerías de Aruba y Curazao estuvieran en Venezuela, ten-
dríamos trabajo muchos de nosotros.
Y se agregaba:
—Venezuela debería tener sus propios tanqueros para transportar el
petróleo con marineros margariteños, que son verdaderos hombres de mar sa-
lada (o de alta mar). Además de los empleos, los barcos ganarían por llevar el
petróleo.

300
Lo conversábamos grupos de parados hambrientos. Pero eran sólo

E
T
planteamientos sin respuesta, pues éramos analfabetos y nunca habíamos oído

R
los vocablos «partido», «sindicato» ni «comunismo».

E
U
En 1936, ya muerto y enterrado el tirano Gómez, aunque bajo la dic-

M
tadura de López Contreras, los sindicatos petroleros y el Partido Comunista
(clandestino hasta octubre de 1945) planteamos en todas las asambleas y re-

A
L
uniones las consignas:
¡Refinerías en Venezuela!

A
T
¡Flota petrolera nacional!

S
Inclusive, cuando en 1970 se llevó al Congreso Nacional el proyecto

A
H
de los «Contratos de Servicios» y en aquel escenario los comunistas planteamos
la nacionalización de la industria petrolera, recuerdo a los congresantes de AD

S
y Copei abucheán-dome por semejantes «disparates».

E
Luego vino la nacionalización de la industria petrolera, «chucuta» y

,
A
todo, pero nacionalización al fin. Copei ni otros partidos asistieron a los actos

I
de Mene Grande y Cabimas. Yo sí fui autorizado por el Partido para concurrir,

B
M
porque aquel acto era el comienzo, pensábamos, de lo estampado por los comu-

A
nistas en su Primer Manifiesto el 1º de mayo de 1931 bajo el terror gomecista,

C
cuando ya se exigía la nacionalización de nuestra principal riqueza natural.

O
En el debate nacional desarrollado a comienzos de los setenta en tor-

N
no a la nacionalización, unos la ofrecían con empresas mixtas en su entraña,
desde antes de nacer, nosotros la ofrecíamos sin las mixtas. La mayoría la plan-

A
E
teaba con pago de «indemnización» a los monopolios, nosotros la reclamamos

N
sin pago alguno, puesto que si alguien tenía que ser indemnizado, éste no era

Í
L
otro que Venezuela, que había sufrido irreparables pérdidas y daños con la
quema de gas asociado con petróleo por más de 60 años, por los daños al lago,

I
M
a la flora y la fauna, a los yacimientos explotados en forma criminal, a los pre-
cios bajos durante doce lustros y por tantos otros perjuicios contra el país y el
pueblo venezolano.
El petróleo se vendía muy barato, creo que hasta diez centavos de
dólar por barril en alguna oportunidad, y durante largo tiem-po a 40 centavos.
Había que rogarle a los mercaderes para que compraran un poquito de petró-
leo. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Una de las principales debilidades de aquella nacionalización fue la
apatía de las masas. Existían imperfecciones y peligros reales en la Ley de Na-
cionalización, pero hubieran sido superables en el corto plazo, de haberse pro-
ducido una participación más combati-va del pueblo, de la clase obrera, de los

301
trabajadores petroleros, en aquellas discusiones preparatorias para el rescate
F A R I A S

petrolero. La nacionalización de la industria petrolera era un acto de elevado


contenido patriótico y el patriotismo no es «obligación» sólo del gobierno de
turno, que nunca lo fue, sino un deber de los venezolanos, en particular de los
trabajadores, por ser estos últimos la parte más interesada en los asuntos de la
soberanía nacional.
J E S Ú S

Está bien que el gobierno y el Congreso Nacional pusieran en vigor la


nacionalización petrolera, pero estaba mal que la clase obrera se hubiese mante-
nido en actitud pasiva, a la espera de que los gobernantes, que no son obreros,
hagan lo que es nuestro deber hacer.
¿Con qué derecho íbamos a reclamar después?
Otros riesgos implícitos en el esquema de nacionalización fueron: la
falta de transporte para el petróleo, las secuelas de la irracional explotación de
los yacimientos petrolíferos, la falta de mercados fuera de Estados Unidos, los
patrones de refinación de escaso rendimiento, la falta de exploración en los
últimos años, el agotamiento de los crudos livianos, la limitada participación
venezolana a nivel técnico y la falta de una tecnología propia para el desarrollo
de la industria nacionalizada, entre los más importantes.
Esto podía ser corregido en el mediano o, incluso, en el corto plazo ya
que existían centenares de tanqueros a la espera de ser contratados o compra-
dos y, por otra parte, no existe tecnología que no pueda ser adquirida por un
Estado soberano, si se propone a adquirirla.
Quien quiera romper la dependencia, puede intentar hacerlo adop-
tando esas medidas como parte de una bien diseñada estrategia. Esto es espe-
cialmente válido para un país como Venezuela, que dispone de importantes
niveles de divisas internacionales. En cuanto a los técnicos, que en todo caso
serían pocos, también se les puede formar en cantidades suficientes, como ha
ocurrido en otros países.
En los foros mundiales donde se establecen las bases jurídicas y po-
líticas del futuro de la humanidad, Venezuela y los países socialistas tenían
puntos de vista coincidentes o aproximados en torno a importantes problemas,
enfrentados a los planteamientos colonialistas de las potencias capitalistas. Sin
embargo, en las relaciones comerciales Venezuela se mantenía, y se mantiene
hasta el momento, como un coto cerrado de los mercados de exportación de
Estados Unidos.
Esto no tenía sentido ni coherencia y nos presentaba como un país
carente de estadistas con claridad de objetivos.

302
Para romper la dependencia tecnológica, nuestro país debía diversi-

E
T
ficar sus mercados, abrir nuevos horizontes para colocar sus productos y para

R
adquirir lo que necesita su propio desarrollo industrial.

E
U
La unidad de la OPEP y los nuevos precios del petróleo dieron alas

M
a las ideas nacionalizadoras en muchos países. En Venezuela, los comunistas
estuvimos solos con esta bandera en alto durante muchos años. Para aquel

A
L
entonces, ya desde hacía muchos años, el derecho internacional reconocía la
justicia que asiste a los países de controlar sus recursos y utilizarlos para el de-

A
T
sarrollo nacional.

S
Cuando se aprobó el proyecto de Ley redactado por la Co-misión Pre-

A
H
sidencial, el Partido entregó una declaración de principios, poniendo a salvo
nuestra responsabilidad por las indemnizaciones.

S
Nada justificaba la renuncia parcial a tomar la industria petrolera en

E
todas sus fases. Esto lo había demostrado la dilatada experiencia de otros países

,
A
en momentos peores para ellos. Tropiezos sufrían sólo quienes no se atrevían

I
a establecer relaciones normales con los países donde la clase obrera estaba en

B
M
el poder. En esos casos seguían atados a los monopolios y los sistemas interna-

A
cionales de explotación.

C
De la misma manera nos opusimos a una reforma ejecutiva en torno a

O
las empresas mixtas, que despertó polémica entre los partidos. El PCV siempre

N
estuvo en desacuerdo con las «mixtas». Y en petróleo, planteábamos, el asunto
es más peligroso, debido a que invitaba a las firmas extranjeras a quedarse en

A
E
condiciones privilegiadas durante un período de transición. En vista de las

N
implicaciones, nadie se podía sorprender de que no hubiéramos votado a favor

Í
L
de las indemnizaciones ni de las empresas mixtas.
En cuanto a la Ley misma de Nacionalización, siempre tuvimos el cui-

I
M
dado de no encender una disputa que hubiera podido debilitar la causa de Ve-
nezuela en este momento, pues la nacionalización petrolera representaba, con
todas sus fallas, un paso adelante en el camino de las luchas contra los mono-
polios. No estábamos interesados en un frente contra el gobierno, pues en este
caso, el enemigo era otro. Deseábamos que el gobierno hubiese hecho las cosas
de una manera que hubiera facilitado un apoyo tan calificado como el de los
comunistas, ya que no estamos comprometidos con una oposición irracional.
Cuando el gobierno realizó acciones como la firma de la Declaración de Argel,
lo apoyamos, pero cuando retrocedió, como en el caso de la nacionalización
petrolera, cuando le daba largas a este asunto tan importante, lo criticamos con
toda firmeza.

303
En todo caso, estábamos convencidos de que la nacionalización no era
F A R I A S

la panacea, la solución mágica a los problemas de desarrollo nacional. Ésta se


encontraba muy lejos de garantizar el uso adecuado de los recursos y de impul-
sar una línea de desarrollo soberano del país, de no modificarse el carácter de
los gobiernos de turno.
Y, efectivamente, así sucedió. Pronto los gobiernos de turno se ale-
J E S Ú S

jaron de sus promesas de desarrollo soberano del país a partir del empleo de
los recursos petroleros. Cuando subieron los precios del petróleo hasta niveles
impensables y Venezuela recibió bajo los gobiernos de Pérez y Herrera enormes
sumas en divisas, se contrajeron pesadas deudas con cientos de bancos extran-
jeros, a intereses flotantes.
Fueron empréstitos, a todas luces, innecesarios. La mayoría de aquel
dinero ni siquiera llegó a Venezuela, sino que fue colocado en bancos extran-
jeros a nombre de los superhombres ubicados en los respectivos gobiernos de
AD y Copei.
Otro episodio interesante de la era posnacionalización se produjo con
la instrumentación de la estrategia de los siete grandes consumidores de petró-
leo en contra de la OPEP. Gran Bretaña empezó a vender el crudo a menores
precios para, según la poética frase de Reagan, «ponerla de rodillas». Bajo esas
circunstancias el ministro Hernández, ya electo presidente de la OPEP, amena-
zó con una extraña «guerra de precios».
Se trataba de una estrategia demencial que en nada beneficiaba a los
países exportadores del crudo, entre ellos Venezuela.
Y, por último, la compra de acciones en el negocio de refinerías ob-
soletas en Alemania Federal, Suecia, Estados Unidos y en otros países, como
parte de una política denominada internacionalización y con el pretexto de
asegurarse mercados, resultó altamente perjudicial por todos los flancos: allá
los sueldos y salarios son más altos que acá; se crean puestos de trabajo fuera del
país; se tiene que pagar altos impuestos al gobierno de allá; el control y contabi-
lidad de esas empresas mixtas no estará en manos venezolanas; tampoco estará
bajo nuestro control la posibilidad de saber, cuándo dicen la verdad o cuándo
mienten para quedarse con la parte del león; se debe contribuir, año tras año,
con dinero para las reparaciones, aparte de los seguros y otros gastos que vienen
a ser para aquellas empresas como correas del mismo cuero.

304
CAPÍTULO X
S E D E S C O M P O N E E L RÉGIMEN
P U N T O F I J I S T A

305
J E S Ú S F A R I A S

306
SE DESCOMPONE EL RÉGIMEN

E
T
PUNTOFIJISTA

R
E
U
M
A
L
PROMESAS INCUMPLIDAS

A
T
En los umbrales del 30 aniversario de la victoria política que puso en fuga al

S
último dictador en aquel radiante 23 de enero de 1958, convendría ensayar un

A
H
somero balance de lo que hemos soportado los venezolanos como resultado
de las políticas aplicadas por los diferentes gobiernos que se han repartido el

S
E
poder en este período.

,
Esto es indispensable para poder comprender el profundo proceso de

A
I
descomposición que atraviesa el sistema puntofijista.

B
En estos últimos 30 años los presidentes de la República, desde Betan-

M
A
court hasta Pérez II, pasando por Leoni, Caldera, Pérez I, Herrera y Lusinchi,

C
juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución.
Este documento lleva también la firma de senadores y diputados elec-

O
N
tos por el PCV y contiene importantes conquistas sociales y políticas de obliga-
toria aplicación.

A
E
Sin embargo, lo fundamental para los trabajadores no se cumplió ni

N
se cumple. Cada día se niega en la práctica, pese a los juramentos «por dios y

Í
L
por la patria».
No se protege ni enaltece el trabajo, se denigra; no se ampara la dig-
I
M
nidad humana, se pisotea; no se promueve el bienestar general y la seguridad
social, se deteriora; no se mejora la participación de las mayorías en el disfrute
de la riqueza, se restringe; no se fomenta el desarrollo de la economía al servicio
del hombre, sino del capital nacional y, especialmente, del extranjero; no se
protege la infancia y la juventud contra el abandono, la explotación y el abuso;
no se facilita la adquisición de vivienda cómoda e higiénica; la obtención de un
salario justo es una quimera; en lugar de impedirse se protege a los monopolios,
y un largísimo etcétera.

307
Algunos llegamos a creer que algo habíamos ganado con aquel 23 de
F A R I A S

enero que derrocó al tirano proyanqui y nos abrió las puertas de las prisiones,
permitiendo la aprobación de una nueva ley de leyes de contenido progresista.
Sin embargo, la vida mostró muy pronto cuán diferentes son los hechos en la
vida real de lo que se aprueba en el Parlamento. La Constitución Nacional de
1961, un logro del momento histórico, fue sólo «flor de un día».
J E S Ú S

«LA CONSTITUCIÓN VA A SER DESVIRGADA»


Cuando se discutía en sesión conjunta del Congreso Nacional
la aprobación del texto constitucional, el 21-01-61, pronuncié el siguiente
discurso:.
«SENADOR JESÚS FARÍA. –Pido la palabra. –(Concedida). Ciuda-
dano Presidente, ciudadanos Congresistas. Voy a empezar por negarle nuestro
apoyo a la proposición del colega Herrera Campins. No creo que necesitemos
arcas para guardar constituciones. Creo que la mejor arca para guardar esta
Constitución es el corazón del pueblo, que se le respete y se le haga honor
manteniéndola en vigencia. Se trabajó largamente en la Comisión de Reforma
Constitucional, se trajeron expertos en distintos aspectos del Derecho Cons-
titucional, muy reaccionarios algunos de ellos, pero de todas maneras fueron
escuchados muy atentamente por los técnicos, por los eruditos y por los que
nada sabíamos de eso, pero que participábamos como testigos políticos, como
elementos de la clase obrera en esa Constitución. Atentamente seguimos sus
exposiciones, algunas de las cuales —como la de un tal doctor Miranda— perte-
necen a la prehistoria, algunos cuarenta siglos atrás. De todas maneras, a pesar
de estos bancos de arena, de los enormes paréntesis profesorales que fueron
arrastrados hasta ese remanso que era la Comisión de Reforma Constitucional,
se sacó un texto bastante adornadito. ¡Con cuánto amor los profesores de De-
recho Constitucional iban colocando flores en la cabeza de la niña que nacía!.
Aquí para que los obreros tengan esto, aquí para que no puedan ser presos los
ciudadanos, aquí esta otra cosa, para que el mitin se haga sin la policía. Pero
todas esas cosas no aguantan ni el menor empuje de la brisa, cuando viene un
Decreto de suspensión de garantías. Se vienen estrepitosamente al suelo, des-
aparecen, se esfuman, se evaporan como decía Betancourt en el año 36.
Creo que esta Constitución, que se elaboró bajo la consigna de una
Constitución que dure, que sea por mucho tiempo garantía de los derechos
conquistados por el pueblo el 23 de enero, esta Constitución va a durar en vi-
gencia lo que dura un merengue en puerta de una escuela (risas), porque tengo

308
razones más que justificadas para creer que esta niña está naciendo ciega, que

E
T
no va a poder ver la luz, que la están tendiendo en el lecho en Miraflores y va a

R
ser desvirgada este mismo mes con un Decreto de suspensión de garantías.

E
U
Presidente, — (Interrumpiendo). Ciudadano senador, le ruego en sus

M
expresiones respeto debido a este soberano cuerpo que es la representación del
pueblo. (Aplausos).

A
L
Senador Faría.- Muchas gracias, ciudadano presidente, le ruego que
lea el diccionario que tiene ahí, a un metro de distancia y me pruebe que yo

A
T
he dicho alguna palabra incorrecta (Aplausos). Es un deber del Presidente del

S
Congreso mantener el orden y conocer el idioma de los venezolanos.

A
Presidente. — Porque conozco el idioma de los venezolanos, ciudada-

H
no senador, es por lo que me he permitido llamarle la atención. (Aplausos).

S
Senador Faría. — Ahí está pelao, usted está equivocado señor presi-

E
dente, y yo que soy un obrero, que nunca he ido a la escuela, no estoy equivo-

,
A
cado.

I
El Presidente. — Puede continuar en el uso de la palabra, porque la

B
M
Presidencia no está dispuesta a entablar diálogos con los ciudadanos senadores.

A
Senador Faría. — Muy amable, es usted el que lo ha entablado, yo no.

C
El Presidente. — En uso de las atribuciones que me concede el Re-

O
glamento, hago un llamado al senador Faría para que continúe en el uso de la

N
palabra pero no violando las reglas del debate parlamentario.
Senador Faría. — Sí, pero no me interrumpa sino cuando haya violado

A
E
el Reglamento, y no lo he violado. A quien piensan violar es a la Constitución,

N
no al reglamento.

Í
L
Hace apenas tres años la mayoría de los que estamos aquí presentes
estábamos en una condición bastante difícil, unos estaban en la cárcel, otros

I
M
estaban en el destierro y otros en la clandestinidad. Vencedor el movimiento
popular, se pensó que nuestro país por primera vez entraba a disfrutar plena-
mente de las libertades. Realmente es incomprensible que nuestro pueblo haya
vivido bajo el signo de la Constitución perezjimenista durante tres años. Es una
cosa inexplicable que el movimiento que derrocó la tiranía no haya podido de-
rrocar el engendro monstruoso de la Constitución de Vallenilla y sus policías,
y es incluso más peligroso para los que lo van a poner en vigor que, sin una jus-
tificación en este momento, se esté preparando un acto que va a cercenar esta
Constitución antes de que haya sido promulgada y haya sido disfrutada por
el pueblo. Ayer traté de sacarle una negativa al señor presidente del Congreso
en la reunión de Mesa acerca de, si por fin, iban a suspender las garantías. Me

309
dijo que no sabía nada. Sí el presidente del Congreso, que al mismo tiempo es
F A R I A S

el presidente del partido Acción Democrática, no me pudo dar una negativa


a esa interrogante, que era ese el fin que perseguía al hacerla, entonces tengo
sobradas razones para temer que se está preparando un atentado contra las
libertades públicas en nuestro país, que este es un acto formal. Pero tengan en
cuenta los señores de la mayoría que resulta peligroso estar provocando al pue-
J E S Ú S

blo con el cercenamiento de sus libertades públicas, que si en algún momento


pudo haber una explicación y hasta justificación —desde la óptica oficialista—
para suspender las garantía por disturbios, promovidos en parte por el propio
gobierno, en este momento no existe justificación alguna para suspender de
nuevo los garantías constitucionales, ni siquiera explicación alguna.
No es posible que una cuestión subjetiva, que lleva a los gobernantes
a creer que existe la posibilidad de disturbios, sea suficiente argumento para
arrebatarle al pueblo sus derechos constitucionales. Deben saber los señores de
la mayoría, los señores del gobierno, que en nuestro país, como en todos los
pueblos, cuando no hay libertades, el principal deber de nuestro pueblo será
luchar para conquistar eses libertades. Esa es la tradición de nuestro pueblo.
Desgraciadamente, la lucha ha tenido que ser larga y parece que no
termina todavía. No pensaba yo en aquel jubiloso día del 24 de enero, cuando
se abrieron las cárceles, que muchos de los compañeros que salían conmigo
tendrían a los tres años en las cárceles de Venezuela a sus propios compañeros
de aquella época. Ayer y antes de ayer los he visitado en la Digepol y en «La
Modelo».
Ahí están los presos políticos de las izquierdas venezolanas, allí están
y nosotros, en lugar de promulgar una Constitución que abra las puertas a esos
hombres y los ponga en libertad, hemos metido un contrabando en las transi-
torias que todavía le deja al Poder Ejecutivo dos meses para que los mantenga
arbitrariamente detenidos y posteriormente los pasen a los Tribunales.
Eso no hemos debido ponerlo en las transitorias. Como cuerpo legis-
lador, no debemos tomar ninguna medida que sirva para ayudar a la policía a
mantener a los hombres del pueblo en la prisión. Nosotros estamos en comple-
to desacuerdo con esa parte de la Constitución Nacional. Tenemos facultades
para dictar amnistía, no para ayudar al gobierno a mantener en la cárcel arbi-
trariamente a los hombres del pueblo.
Se ha hablado del golpe de Estado contra el Congreso, el 24 de enero
de 1848, y se va a repetir, colega Herrera Campins, se va a repetir ese golpe de
Estado, no contra el Congreso sino contra la obra del Congreso, si no el 24,

310
el 25, en todo caso en el mismo mes de enero. Esa es la creencia y ojalá que yo

E
T
estuviera equivocado.

R
Nosotros hicimos una serie de salvedades en la aprobación de esta

E
U
Constitución. Hay cuestiones que nosotros aceptamos, aunque realmente no

M
correspondan plenamente a nuestro deseo, pero como se ha dicho, en mucho
esta Constitución fue una Constitución de compromiso. Aún así, hay cosas en

A
L
las cuales no podemos estar de acuerdo y hemos traído un voto razonado para
que conste en el acta que se levante hoy, cuáles son las objeciones del Partido Co-

A
T
munista, sobre todo aquellas fundamentales a la Carta que se está aprobando.

S
De todas maneras, la perspectiva es que ni siquiera lo que fue aproba-

A
do por unanimidad va a ser disfrutado por el pueblo. No quiero ponerle rótulo

H
a esta actitud de los congresantes de los partidos que desde el gobierno lesio-

S
nan la obra realizada por sus compañeros en el Congreso Nacional. Yo quiero

E
presentar los hechos objetivamente y ustedes, colegas, digan qué significa el

,
A
que los partidos mayoritarios pongan a sus congresantes a trabajar durante

I
años redactando una nueva Constitución para que sus compañeros mismos la

B
M
lesionen y mutilen al nacer.

A
Digan ustedes cómo se llama eso. Yo no quiero ponerle nombre, por-

C
que van a decir que se trata de un «desahogo de los extremistas» o de otra cosa

O
peor, pero eso, compañeros, no es lealtad partidista, eso no es consecuencia

N
con los principios, sino quizás todo lo contrario. Por ahora quisiera oír a los
colegas de la mayoría que me contestaran, si pueden, las siguientes cuestiones:

A
E
¿Van a continuar, después que aprobemos esta Constitución, los allanamientos

N
y las vejaciones en los hogares de las familias humildes de nuestro pueblo? ¿Van

Í
L
a seguir arrastrando a la prisión a elementos probadamente populares, hom-
bres del pueblo venezolano, infatigables luchadores por la libertad, como los

I
M
que actualmen-te están en «La Modelo», en la Digepol y en tantas otras partes
de Venezuela? Si eso es cierto ¿creen ustedes que nuestro pue-blo tolerará impa-
sible, sin lucha, sin protesta tal situación?
Nosotros necesitaríamos una explicación sobre el particular. Se ha di-
cho que tenemos que hablar. ¡Hablemos, compañeros, que haya convivencia!
Bueno pero, ¿cómo puede haberla entre los de la Digepol y los que están en los
sótanos de la Digepol? ¿Entre los que están en «La Modelo» y quienes los tienen
presos? Los primeros pasos en este camino tienen que darlo ustedes, no noso-
tros. Nosotros somos los oprimidos, ustedes se han aliado con viejos enemigos
del pueblo para oprimirnos, para tenernos presos. Esa es la verdad, Nosotros
estamos dispuestos al diálogo, pero ¿es posible el diálogo entre un preso y el

311
carcelero? Todos ustedes saben que no, porque han sido presos, aunque recien-
F A R I A S

temente se han inaugurado en el otro papel».

AD Y COPEI SE CUBRIERON DE OPROBIO


Y hoy, a casi 30 años de aquella alegre reunión parlamentaria y de
aquella primera suspensión de las garantías de la nueva Constitución, los
J E S Ú S

gobernantes son los mismos que firmaron la Carta Magna, pero los resultados
prácticos son los siguientes:
Los precios suben en flecha; el desempleo mantiene en la miseria a
millones de venezolanos; se especula groseramente con los alimentos; los servi-
cios comunales se deterioran drásticamente; la devaluación del bolívar tritura
el poder adquisitivo de los salarios y las prestaciones sociales de los trabajado-
res, hundiendo de paso a la economía nacional. Los robos al tesoro público
han sido el pan de cada día durante estos treinta años.
Las comisiones y las «mordidas» se convirtieron en prácticas generali-
zadas sin castigo, especialmente, a partir de la primera victoria de Pérez, cuando
aumentaron los ingresos petroleros y la corrupción administrativa se desbrida
a galope tendido. Jerarcas ahítos de dólares se mudan a otros países con su fe-
mentido patriotismo a cuestas y con sus dólares.
Los partidos AD y Copei se han cubierto de oprobio con la matraca y
demás «negocios» pestilentes. Encubiertos tras el manto de los «pactos sociales»
han explotado despiadadamente a nuestros hermanos de clase, el proletariado
industrial, los campesinos y las capas medias de la sociedad, sufridos y explo-
tados, aunque no todos por igual.
El país está hipotecado y hoy se anuncia que aumentará la hipoteca.
Todo un jueguito cínico y sucio, delictivo, pero se impone, porque los especu-
ladores son fuente de votos corruptos y para corruptos.
Aquel lejano amanecer que nos devolvió la libertad después de ocho
años de incomunicación, apenas duró hasta agosto de 1959, cuando los desem-
pleados fueron masacrados en Caracas. Esta inútil violencia oficial se converti-
ría en sistema durante diez años y generó respuesta violenta de parte de los agre-
didos. De nuevo aparecieron los prisioneros, las torturas, los crímenes políticos
y los desaparecidos, los asesinatos, los procesos militares contra los civiles, los
secuestros masivos, inclusive contra congresantes. Se cometieron abominables
crímenes como el de Alberto Lovera. Toda una página sucia en la historia de
Venezuela, donde tuvieron metidas las manos policías norteamericanos entre-
nados en la guerra de Vietnam. En esta orgía represiva participaron AD, Copei,

312
URD y el partido de Uslar Pietri. Para completar, una errada política exterior

E
T
convirtió a Venezuela en la anti Cuba que hacía el juego al imperialismo contra

R
la patria de Martí y Fidel.

E
U
M
CAP II Y EL ESTALLIDO SOCIAL
Con la llegada de CAP al poder, por segunda vez después de diez

A
L
años, se generaron falsas expectativas en la población. La mayoría que votó
por Pérez pensó que se podía repetir la bonanza de su primer mandato. No

A
T
solamente obviaban los cambios acaecidos en la sociedad venezolana, sino que

S
se olvidó que la distribución de dicha bonanza no había sido justa ni pulcra. De

A
H
hecho, después de su primer mandato la mayoría lo castigó, dándole el triunfo
al candidato copeyano de oposición. Con esto, por cierto, no se avanzaba en

S
nada, pero fue el resultado de un descontento.

E
Lo cierto del caso es que la memoria histórica de nuestro pueblo omi-

,
A
tía en esta oportunidad, como en muchas otras, desmanes del pasado que, bajo

I
otras condiciones, hubieran sido más que suficientes para hundir políticamen-

B
M
te a los responsables.

A
Muchas cosas habían cambiado entre aquel discreto personaje que le

C
había disputado la candidatura a Lepage, tolerando en silencio reiterados agra-

O
vios del lusinchismo, y este presidente reelecto que invitó a mandatarios y jefes

N
de Estado para los actos de su «coronación».
Se notaba un salto desde la soberbia contenida hasta el frenesí de

A
E
figuración en busca del bronce de la historia.

N
El programa electoral de Carlos Andrés Pérez cautivó a una mayoría

Í
L
de electores sin partido que le dio la victoria. El pueblo votó masivamente por
Pérez como resultado de la demagogia, del vil engaño que siempre emplearon

I
M
los partidos del sistema para atraer a la inmensa mayoría de votantes.
Así, cuando prestó juramento otra vez como presidente de la Repú-
blica, en la práctica y sin decirlo, había cambiado de raíz sus planes. En el tren
ministerial, especialmente en el Gabinete económico, aparecieron caras nue-
vas, pero no necesariamente mejores que los políticos que habían arruinado al
país.
Dos semanas después de juramentarse presentó su paquete, algo in-
creíble, basado en un nuevo endeudamiento de seis mil millones de dólares,
contrariando el clamor de los venezolanos por una mora que le permitiera a
la economía nacional to-mar aliento, mientras se ponían en orden las cosas en
este frente.

313
CAP aceptó las «bondades» del FMI y del BM —sin dar explicaciones
F A R I A S

sobre tan brusco viraje en el frente económico— y se entregó a las transnaciona-


les que habían sido catalogadas, por él mismo, como perversas y culpables de
los males y desgracias que padecen los países endeudados.
La entrega del BCV a la derecha reaccionaria en la persona de Tinoco
produjo estupor entre economistas democráticos, quienes predijeron reiterada-
J E S Ú S

mente el rumbo al abismo que tomaba la economía nacional y denunciaron las


graves consecuencias que acarrearía una nueva desvalorización del bolívar, la
«liberación» de los precios, de las importaciones y tasas de interés, así como las
otras medidas contenidas en el paquete impuesto por el FMI.
Al momento del anuncio del paquete se sentía una creciente tensión
en la población. En los días previos al estallido social, bautizado como «el Cara-
cazo», escribí para Tribuna Popular un artículo titulado: «El «Paquete» envene-
nado», que decía lo siguiente:
«Con la ‘flotación’ de la divisa, el poder adquisitivo de los salarios y
sueldos se derrumbó.
Este bolívar flotante es un atraco contra las prestaciones sociales de
los trabajadores; contra los catorce millones de ahorristas y contra las indemni-
zaciones de los asegurados.
El pueblo trabajador ha quedado colgado de la brocha. Y ante tan
tremenda estafa, ¿qué han hecho, qué hace, qué harán los sindicatos?
Este «paquete» es un gambito diabólico que ofrece a los trabajadores
regalos envenenados.
Se decía hasta las elecciones, que el FMI era perverso. A partir del 2
de febrero, el equipo de Pérez descubre la imagen risueña y bondadosa del pres-
tamista que nos enseñará lo que debemos hacer y cómo hacerlo. El consejo es
sencillo, la solución genial: que el número de pobres sea mayor y que la pobreza
extrema, crítica, sea más crítica y más extrema, amarga droga, mortal sangría.
Oyendo al presidente y a su equipo, hay que reconocerles franqueza.
Sin embargo, en este caso esa virtud que es la franqueza se parece a un asalto
en descampado, algo elaborado para engendrar turbulencias y conflictos, para
generar tribulaciones sociales. Nos han colocado al borde de un abismo.
¿Sabe cada trabajador, cuánto valían sus prestaciones sociales en el
mes de enero y cuánto poder de compra tienen hoy? Pues ahora valen menos
de la mitad.
¿Saben los ahorristas, cuánto valían sus ahorros en enero y cuántos
bienes y útiles, alimentos y medicinas se podrían comprar hoy con esas reser-
vas? Pues también menos de la mitad.
314
Lo mismo se puede decir con respecto a los centenares de miles de

E
T
asegurados, cuya «indemnización» a los herederos de las víctimas mortales, así

R
como los dueños de vehículos y otros bienes asegurados se desplomó.

E
U
¿Quiénes resultan beneficiados con tamaña desgracia nacional? Pues

M
los privilegiados de siempre, los banqueros, toda la patronal, las aseguradoras
que ahora han sido premiados con la desvalo-rización de sus obligaciones y

A
L
deudas para con sus «clientes». Y se trata de cantidades que tomadas en su con-
junto están por encima de los quinientos mil millones de bolívares.

A
T
¿Y qué estamos haciendo para enfrentarnos a esta mortal agresión?

S
Nada hasta hoy.¿Podemos hacer algo? Claro que sí. Más aún, algo tenemos que

A
hacer. Ninguna clase social se resigna a morir sin luchar por la vida.

H
Los sindicatos, por favor, ¡a despertar! Los partidos revolucionarios,

S
por favor, estimulemos a las organizaciones de masas.

E
La unidad para la lucha y la resistencia tiene una amplísima base, pues

,
A
las conquistas económicas se han venido al suelo, arruinando a muchos millo-

I
nes de compatriotas.

B
M
¡Pongamos fin a la dispersión de los sindicatos!

A
La «liberación» de los precios no es cuento: leche de 62 a 240, café de

C
38 a 86 y lo demás. El prometido «impuesto a las ventas» es mentira: se trata de

O
otro impuesto a las compras, lo paga el cliente.

N
Esta Venezuela que compró a la burguesía empresas en quiebra, ahora
ya rentables se las ofrece en venta.

A
E
Estos gobiernos, que concedieron a la burguesía préstamos por valor

N
de centenares de miles de millones, no han podido recuperar estas cuentas ni

Í
L
siquiera ahora cuando el bolívar ha sido envilecido.
¡Hasta cuándo vamos a tolerar pasivamente tanta corrupción y tanto

I
M
negocio sucio?
No es cierto que tanto «Paquete» y tanta «flotación» sean fatales. Po-
demos defendernos. Defender el poder del salario es defender la libertad y el
progreso social.
Este acercamiento para la resistencia viene y no puede menos que
llegar. Sin embargo, hay que apretar el paso y salir al encuentro. No esperemos
sentados, camaradas. ¡En marcha, trabajadores, que han herido de muerte tus
únicos recursos económicos para la despiadada vejez.
Caracas, 25 de febrero de 1989»

315
¡A PESAR TODO, EL PAQUETE VA !
F A R I A S

DE
La reacción no se hizo esperar. El pueblo no aguantó en calma el
paquete ni siquiera dos semanas. El 27 de febrero de 1989 estallaron los
«conflictos y tribulaciones» de los cuales había hablado el Partido Comunista.
El presidente tercermundista suspendió las garantías constitucionales
y estableció el toque de queda el día 28 de febrero, en lugar de suspender la
J E S Ú S

aplicación del paquete. Una vez sofocados los brotes de rebeldía y la protesta
masiva, vino el genocidio, la matanza de seres humanos inermes, cuyos cadáve-
res eran sepultados por lotes en fosas comunes. La prensa, incluida prensa de
adecos, estimaron en «más de mil muertos y tres mil heridos» (Nuevo País) las
bajas entre la población civil, incluidos niños y mujeres dentro de sus hogares.
Fue una matanza como no habíamos visto ni los más viejos de este país; aunque
la propaganda oficial puso el mayor empeño en reducir el número de víctimas
a sólo unas trescientas personas, como si tal volumen de víctimas careciera de
importancia.Un crimen masivo como éste no lo conocía la historia de Venezue-
la; a un crimen tan monstruoso como éste se le echó tierra, como si con toda la
tierra de Venezuela se pudiera borrar aquel feroz e innecesario genocidio.
No obstante, el sacrificio popular no fue del todo inútil, como no lo
ha sido ningún sacrificio a lo largo de la accidentada historia de Venezuela.
Se consiguió un aumento de salarios para compensar en parte los efec-
tos de la liberación de precios.
Los deudores de la banca con sus viviendas hipotecadas lograron echar
por el suelo las pretensiones de Tinoco: aplicación con efecto retroactivo de las
nuevas cargas impositivas, imposibles de cumplir por los arrendatarios.
Otros factores de la sociedad han reclamado con firmeza y han obliga-
do al gobierno a echar para atrás algunas medidas.
Se revocaron impuestos y obligaciones que no podían cumplir agricul-
tores y otros de la pequeña y mediana industria y comercio.
El gobierno retrocedió en lo de las cartas de crédito hasta el 50 por
ciento.Tuvieron que mejorar parcialmente los sueldos de los funcionarios pú-
blicos, incluidas las Fuerzas Armadas, lo cual al parecer no había entrado en los
alegres planes del gabinete económico.
El presidente CAP fue a Estados Unidos después de la matanza y fue
recibido casi como un héroe por las autoridades de aquel país tan celoso de los
derechos humanos.
Allá se hizo acompañar por el ex presidente Caldera y otros que, con
su presencia, pretendieron borrar la imagen del presi-dente latinoamericano

316
que en menor tiempo ha hecho matar con sus fuerzas represivas a mayor núme-

E
T
ro de sus compatriotas.

R
Al retorno de aquel «exitoso» viaje no se dice nada con relación a que

E
U
las promesas de ayudar en problemas de la deuda está sujeto a lo que resuelvan

M
en una reunión los jerarcas del FMI, del BM, de Estados Unidos y el resto de las
potencias imperialistas. Dicen que de esta reunión saldrá «dinero fresco» para

A
L
Venezuela, seis mil millones de dólares, así como el perdón del 50 por ciento
de la deuda externa de nuestro país.

A
T
Sin embargo, tales sueños jamás han tenido un feliz despertar. Esas

S
potencias e instituciones no se han hecho fuertes ayudando a los pequeños

A
H
países no desarrollados, sino todo lo contrario. Aparte de ello tenemos que,
ante algunos gobernantes de turno en el mundo capitalista, la credibilidad de

S
gobiernos como los que ha padecido Venezuela está por el suelo. Los gobernan-

E
tes de las grandes potencias capitalistas saben muy bien dónde se encuentran

,
A
los miles de millones de dólares que solicitó en préstamos Venezuela; saben a

I
nombre de quién y en cuáles bancos se encuentran: tan fabulosas fortunas acu-

B
M
muladas a base de robos y trampas de los gobiernos de AD y Copei se encuen-

A
tran bien lejos de nuestro control. No será tan fácil que esas potencias absorban

C
parte de la deuda contraída para aumentar el número de los multimillonarios

O
de Venezuela.

N
De regreso de Washington, en rueda de prensa durante el mes de
abril, CAP amenazó al pueblo trabajador de Venezuela con la aplicación, sin

A
E
reformas, del funesto «Paquete».

N
Sus propagandistas no se cansaban de afirmar, que aquellos que sobre-

Í
L
vivan a los dos primeros años de CAP desembocarán en un remanso de aguas
tranquilas, sin inflación ni desempleo, sin tasas de intereses usureras, con un

I
M
bolívar revaluado, con petróleo por encima de veinte dólares, con altos salarios
y bajos precios.
A pesar del silencio guardado por tantos profesionales del periodismo
—aceptar en silencio las respuestas presidenciales ofrecidas sin ninguna garantía
de posibilidad real era algo inesperado—, se pensaba que al menos en la «cum-
bre» CAP-CPN, donde estarían situados al mismo nivel los genios del «paquete»
y algunos críticos que este paquete encontró en el más alto nivel del partido
AD, se oirían algunas voces de protesta.
Sin embargo, una vez más se cumplió aquello de que «donde hay ti-
gre no se ronca». La «oposición» blanca guardó silencio precisamente donde
y cuando debió decir lo que habían venido diciendo Ríos, Delpino, Matos,

317
Piñerúa y los otros. Al parecer, las informaciones que traía CAP desde el Norte
F A R I A S

fueron aceptadas por la cúpula de AD.


Se equivocaban CAP y AD, así como a quienes empujaron por el cami-
no del paquete, haciéndoles pensar que aquellas bellas promesas eran factibles.
La realidad era totalmente distinta. La escasez se acentuaba, los pre-
cios subían a placer del especulador. Los salarios se los llevaba la calma de
J E S Ú S

marzo. La «cesta básica» era otra burla. Y diríamos que valía la pena luchar por
una auténtica cesta de cuarenta o más artículos de primera necesidad a precios
regulados y controlados, para lo cual los vecinos y amas de casa mucho podían
ayudar mediante el reclamo y la denuncia organizadas, pues era evidente que
seguirían aumentando, cuando, incluso, la cestita de quince artículos había
encarecido.
La situación era difícil y se pondría peor. Se hablaba de una huelga
para reclamar pan y techo para todos, pero el doctor Barrios, fungiendo de
supremo dirigente sindical de AD, sentenció: «La huelga no va».
La huelga es un derecho constitucional y no podía ser vetada. Es un
derecho de los trabajadores. Un recurso para rechazar atropellos patronales y/o
gubernamentales.
La CTV, que había ganado simpatías con sus más recientes pronun-
ciamientos, podía corregir el entuerto. Pero ahora los dirigentes adecos de esta
Central salían convencidos de las bondades del «paquete».
Sin embargo, en la calle, en las fábricas y empresas había rebeldía.
Esto era como echarle leña al fuego, si además del paquete que había acabado
con todo, también los fabricantes de paquetes pretendían despojar a los traba-
jadores de sus derechos sociales.
Frente al paquete de la miseria y frente al apoyo que a éste le brindaba
la Dirección de AD se imponía la unidad y lucha de los trabajadores. No había
otro camino. Y la unidad comenzó a forjarse. Como resultado de tanta diligen-
cia en el respaldo a los intereses de los poderosos, excesos represivos y desmanes
administrativos se fue cocinando una crisis institucional, que desembocaría en
dos rebeliones militares durante el año 1992. Éstas fueron consecuencia del
descontento de jóvenes oficiales con la profunda descomposición del sistema.
La crisis era de tal magnitud que hasta Caldera, líder histórico de la derecha
venezolana, ejerció justas críticas a la forma de gobernar de CAP y su equipo,
lo cual le traería un inesperado dividendo político.

318
CAPÍTULO XI
A P E S A R D E TODO,
E L F U T U R O D E L A HUMAN I D A D

E S E L SOCIAL I S M O

319
J E S Ú S F A R I A S

320
A PESAR DE TODO, EL FUTURO DE LA

E
T
HUMANIDAD ES EL SOCIALISMO

R
E
U
M
A
L
LA PERESTROIKA Y EL FRACASO
DEL E XPERIMENTO S OCIALISTA EN E UROPA

A
T
Gorbachov, inicia un proceso de reestructuración y apertura que es bautizado

S
A
con los nombres de Perestroika y Glasnost. Aprovechando las experiencias

H
—positivas y negativas— después de 70 años de construcción del socialismo bajo
las condiciones más adversas, se abría esta nueva etapa en la vida de la URSS,

S
E
que tantas expectativas despertaría en la opinión pública mundial.

,
En marzo de aquel año Gorbachov pronuncia un discurso-programa

A
en el cual retoma la orientación táctica y estratégica leninista, actualizada, traza

I
B
los lineamientos generales para la preparación del XXVII Congreso del PCUS

M
y llama la atención sobre la grave situación internacional, donde los militaristas

A
C
amenazan con la guerra de las galaxias.
En lo interno, pasa revista a los éxitos en la industria y el agro, en

O
donde se han alcanzado importantes avances, pero también se exhibían signi-

N
ficativas deficiencias. La URSS lucía como una potencia, pero se veía afectada

A
por considerables problemas.

E
N
A pesar de su desarrollo, la ciencia y la tecnología evidenciaban un

Í
atraso significativo en relación con Occidente. Se constataba que la produc-

L
ción de bienes de consumo marchaba detrás de las crecientes necesidades de la

I
población.
Se trataba de problemas a cual más complejo, cuya solución no se iba M
a lograr totalmente en el corto plazo.
En cuanto al Partido, se pronunciaba también por la renovación de
sus cuadros, por la vuelta al estilo leninista de contacto permanente con las
masas. Para resolver los problemas de una sociedad tan sufrida como había sido
la Rusia de los zares y la Unión Soviética forjada por los comunistas, se recla-
maba del PCUS apoyarse y desarrollar las enseñanzas de Vladimir Lenin y de

321
aquellos leninistas que habían convertido aquel país en ruinas en una potencia
F A R I A S

mundial.
Desde un comienzo, el PCV dio su apoyo a la Perestroika como proce-
so revolucionario y de renovación creativa de la sociedad soviética, la cual tenía
como propósito la corrección de graves distorsiones, restablecimiento efectivo
del ejercicio del poder político del pueblo, la democracia en todas las esferas
J E S Ú S

de la vida, la reestructuración de la economía, la aplicación de la revolución


científico-técnica, etc. La fundamentación de este proceso en el marxismo-leni-
nismo era para nosotros un aval para brindarles amplio apoyo. Seguíamos con
atención este proceso tan complejo, en cuya realización exitosa estaban inte-
resados el pueblo soviético, como también los trabajadores y las otras fuerzas
progresistas de todo el mundo.
Sin embrago, la Dirección del PCUS se fue apartando —inicialmente
en forma progresiva, al final de manera acelerada— del rumbo original. Las
reformas se descarrilaron, evolucionaban sin el debido control político-ideoló-
gico del Partido y marcaban un ritmo insostenible para un aparato tan pesado
como el Estado soviético, abatido por la creciente burocracia.
Mientras, por una parte, se restringía la participación del Partido en
su rol de vanguardia del proceso de transformaciones, por la otra, una corriente
socialdemócrata en el seno de la más alta dirección del PCUS se apoderó del
Buró Político e implementó la insólita estrategia de abrirle espacios y tolerar la
contra-rrevolución.
Esto era, en la práctica, entregarle en bandeja de plata a los factores
anticomunistas las conquistas de 70 años de socialismo.
La Dirección del Partido se apartó de la idea de revitalizar el socialis-
mo, y con una estrategia de despliegue de la economía de mercado y de libe-
ralismo político sepultó la esperanza de oxigenar el sistema, desplazando a las
fuerzas socialistas de sus posiciones de comando.
Esta política suicida desembocó en la desintegración de la URSS. Al
igual que en Europa Oriental en 1989, en la URSS el PCUS fue desplazado del
poder, superado en la calle y en los procesos electorales por fuerzas heterogé-
neas y enemigas del socialismo.
En cuanto a Gorbachov, después de habernos cautivado con una po-
lítica teóricamente bien concebida para la reestructuración del socialismo, se
alejó de ella para girar hacia el capitalismo. Una vez fuera del Partido, renegó de
todo lo que fue en la vida del PCUS. Las debilidades de toda índole que mina-
ban al Partido se evidenciaron en forma dramática en aquellos meses de crisis.

322
Contrariamente a lo que piensa de Gorbachov buena parte de los

E
T
líderes políticos venezolanos y del mundo, que lo festejan como un gran hom-

R
bre del siglo XX —y, efectivamente, para los intereses del imperialismo lo fue—,

E
U
personalmente considero que los 40 dólares de sueldo mensual, que se le asig-

M
naron después de haber entregado la URSS a la contrarrevolución, son más
que suficientes para un traidor.

A
L
La restauración del capitalismo se produjo en forma acelerada. Dos
pasos atrás y ninguno adelante, con una política de puerta franca a la economía

A
T
de mercado basada en la propiedad privada. Se estimuló la penetración del ca-

S
pital internacional y se adoptaron las medidas económicas del Fondo Moneta-

A
H
rio Internacional, que se tradujeron en privatizaciones en masa de empresas del
pueblo, desempleo, inflación, desmontaje de los sistemas de seguridad social…

S
Con la promesa de superar los problemas económicos, se instrumentaron fór-

E
mulas que terminaron deteriorando dramáticamente las condiciones de vida

,
A
de la población.

I
B
ERRORES ENSEÑANZAS SOCIALISMO EUROPEO

M
Y DEL

A
Este trágico desenlace exige de nuestra parte un serio análisis, con rigor

C
científico, tomando en cuenta todos los factores, fenómenos, orientación y

O
prácticas negativas que influyeron en el desarrollo de tales retrocesos. Debemos

N
considerar las realidades de cada momento histórico y cada caso por separado.
Al respecto, es necesario destacar que estos países eliminaron la explo-

A
E
tación del hombre por el hombre y el desempleo, desarrollaron la industria, la

N
agricultura, impusieron el descanso remunerado y condiciones para su disfrute,

Í
L
vencieron el analfabetismo, crearon una instrucción masiva, organizaron el ser-
vicio de salud pública, formaron cuadros científicos y técnicos, desarrollaron

I
M
políticas de seguridad social con protección a la madre y al niño, conquistas
estas que se convirtieron en ejemplo revolucionario dignas de retomar, además
de la ayuda solidaria que prestaron a los pueblos del mundo en sus luchas por
la liberación nacional y social.
Son hechos innegables a tomar en cuenta a la hora de evaluar el im-
portante progreso social alcanzado en aquellos países en el presente siglo.
Igualmente, debemos recordar que estas realizaciones se lograron en
condiciones de enormes dificultades. Se partió de un bajo nivel de desarrollo,
agravado por las destrucciones causadas por las guerras, los bloqueos económi-
cos, «guerra fría» y sabotajes, lo cual obligó a trasladar al área de la seguridad
y defensa recursos fundamentales que hubieran podido inyectarse en otras es-

323
feras del desarrollo pacífico. Los errores cometidos en la aplicación del ideal
F A R I A S

comunista, que culminaron con la presente crisis, no pueden hacer olvidar esta
verdad histórica.
Sin embargo, los logros básicos que cubrían necesidades primarias del
pueblo ya no llenaban las exigencias. Al pasar a formar parte de la cotidianidad,
no se siguieron valorando como conquistas de extraordinario contenido social.
J E S Ú S

Se plantearon nuevos requerimientos materiales y espirituales de mayor alcan-


ce, los cuales no pudieron ser satisfechos, entre otras cosas, por los efectos de
una economía estancada cuya productividad distaba mucho de satisfacer estas
nuevas aspiraciones. Hubo también los planteamientos relativos a la profundi-
zación de la democracia y libertad, que tampoco se cumplieron.
No obstante, el error más serio de estos partidos consistió en no haber
detectado a tiempo estas nuevas exigencias. Esta omisión impidió adoptar el
viraje necesario en el momento oportuno.
Es importante destacar que la motivación de los sucesos no fue sólo la
insatisfacción de las masas. Allí también jugaron un papel importante sectores
antisocialistas, que se movilizaron para crear la desestabilización política que
les permitiera cambiar la correlación de fuerzas a favor de la contrarrevolución.
Esto operó, inclusive, en los más altos niveles de dirección de los partidos co-
munistas.
Esta enseñanza nos demuestra la importancia del planteamien-to le-
ninista sobre la necesidad de que el Partido esté atento al palpitar del pueblo,
para expresar íntegramente los intereses de las masas. Igualmente, nos enseña
que ningún sistema social está exento de la posibilidad de crisis.
En líneas generales, debemos decir que en los países del socialismo
fueron violentados principios del ideal socialista, enseñanzas y prácticas leninis-
tas basadas en su profundo humanismo, que poco a poco se fueron olvidando.
Sintetizando, entre los problemas más relevantes podemos destacar:
• Se descuido el principio fundamental del poder popular. La fortale-
za del socialismo radicaba en el poder a los sóviets como órganos de representa-
ción y participación del pueblo, partiendo de que la fuerza del Partido residía
en su vinculación indestructible con las masas, para que éstas ejercieran de
manera efectiva el poder político.
• La estatización de todos los medios de producción en un sistema
altamente burocratizado, una planificación de la economía excesivamente cen-
tralizada, el retraso en la aplicación de la revolución científico-técnica, la baja
productividad, los graves problemas de estancamiento de la economía, serias

324
carencias en los mecanismos de estímulo a la eficiencia económica impidieron

E
T
el necesario desarrollo de las fuerzas productivas.

R
• La democracia no fue profundizada, hubo países en los que de ma-

E
U
nera progresiva se estrechaban las libertades individuales.

M
• El Partido asumió la dirección del Estado y lo suplantó en funcio-
nes fundamentales. Las organizaciones sociales no gozaban de la autonomía

A
L
necesaria que les permitiera desarrollar creativamente sus derechos.
• La falta de verdaderos análisis teóricos que posibilitaran advertir

A
T
las fallas y deficiencias sistémicas que se presentaron imposibilitaron abordar a

S
tiempo el descontento de las masas.

A
H
De manera autocrítica debo decir que idealicé el socialismo. A esto
contribuyó la falta del estudio teórico sobre el desarrollo del mismo. Además,

S
los informes y balances que hacían los partidos comunistas hermanos sobre los

E
alcances de sus metas no reflejaban las fallas, defectos y errores con toda la pro-

,
A
fundidad, como están siendo señaladas en el desarrollo de la presente crisis.

I
La forma dogmática como se analizan los problemas teóricos impidió detectar

B
M
los fenómenos que se estaban presentando.

A
Esta dura lección debe servirnos para que nos aboquemos a realizar

C
un serio estudio sobre las características del socialismo en Venezuela, partien-

O
do de las peculiaridades de nuestro país, su realidad nacional y antecedentes

N
históricos.
Asimismo, es necesario recordar que en medio de aquella crisis nunca

A
E
dudamos en ratificar nuestro apoyo a los comunistas y otras fuerzas empeñadas

N
en vencer las dificultades y en encontrar las formas para restaurar el socialismo

Í
L
en aquellos países.
A raíz del colapso del socialismo europeo se desató —y sigue activa-

I
M
da— una intensa guerra psicológica que busca desilusionar y desanimar a los
pueblos en relación con el socialismo y desmotivar la lucha por el progreso
social. Se trata de una cam-paña anticomunista que pregona la muerte del ideal
socialista y presenta la esclavitud salarial como un paraíso.
Sin embargo, ni la más despiadada campaña de desprestigio podrá
ocultar que el capitalismo, por todos sus vicios, males y contradicciones sigue
condenado a desaparecer, a dar paso a la liberación nacional, al progreso social,
al socialismo como resultado del despertar revolucionario de los pueblos.
Como parte del movimiento comunista, el cual no desaparece mien-
tras exista la explotación del hombre por el hombre, y a partir de la aplicación
del principio del internacionalismo proletario, se debe ampliar nuestra esfera

325
unitaria de acción con las fuerzas del progreso. Estamos en la obligación de
F A R I A S

demostrar que el capitalismo no ha cambiado su naturaleza opresiva, que se ha


profundizado la explotación y la injusticia social.
Por lo tanto, para nosotros marxistas-leninistas lo que está planteado
es una aguda confrontación de ideas y tendremos éxito en la medida en que
nos insertemos en las masas, que nos sientan parte efectiva de ellas para ganar
J E S Ú S

su confianza y credibilidad, para conquistar juntos reclamos de nuestros dere-


chos pisoteados por el imperialismo.
Los comunistas venezolanos nunca abandonaremos nuestro puesto
de combate. Estamos claros del papel que debemos jugar para liberar a nuestro
pueblo de tanta miseria y necesidad. Nuestro Partido, que nació bajo la amena-
za del inciso VI del artículo 32 de la Constitución Nacional, que con su acción
revolucionaria reta al sistema de opresión, que ha actuado en diversas formas
de lucha teniendo siempre como meta la liberación de nuestro pueblo, es un
destacamento probado que no entrega sus banderas de los principios marxistas-
leninistas.

ALGUNAS TAREAS DEL PCV EN LA ACTUALIDAD


Somos un país importante por sus dimensiones, posición geopolítica
y población, por sus riquezas naturales y por su glorioso pasado histórico que le
trajo independencia y libertad a casi toda América del Sur.
Sin embargo, por más de 30 años padecimos gobiernos corruptos y
partidos políticos que fomentaron la corrupción desde el poder. La democracia
burguesa nos impuso las nefastas políticas económicas aplicadas por los gobier-
nos de turno, adecos y copeyanos, los cuales han sumergido al país en la más
profunda crisis de toda su historia contemporánea.
En el plano social, se ha consolidado el hundimiento de los trabajado-
res en la pobreza crítica.
Venezuela vive el drama del desempleo, la inflación, la carestía, la
especulación, la inseguridad personal y social, todo ello generado por la explo-
tación capitalista de los trabajadores y las relaciones de dependencia que ha
impuesto el imperialismo.
Todas estas desgracias, que lesionan a las grandes masas, contrastan
con la opulencia y las crecientes riquezas que amasan los grupos económicos
más poderosos del país, así como con las crecientes riquezas que son extraídas
de la patria. El panorama económico no puede ser más nebuloso. La impagable
deuda externa, la dependencia externa, el agotamiento del modelo de desarro-

326
llo rentista-petrolero, el desequilibrio del sector externo, el déficit fiscal, la de-

E
T
valuación del bolívar, junto a la incapacidad de los gobernantes para erradicar

R
estos problemas de carácter estructural, llenan de incertidumbre el futuro del

E
U
país.

M
Para combatir todos estos flagelos, así como la entrega de importantes
empresas del Estado a la insaciable voracidad del capital nacional y extranjero,

A
L
para defender los derechos fundamentales de los trabajadores conquistados en
el crisol de heroicas luchas del proletariado venezolano, para defender nuestra

A
T
cultura, para que haya pan y techo para todos, libertad y progreso social, para esas

S
y otras tareas necesitamos un partido comunista activo y mejor organizado

A
H
El PCV tiene que volver a ser una fuerza esclarecida y de vanguardia,
unitaria y con poder para denunciar todo lo injusto y corrupto. Ciertamente,

S
el país atraviesa una severa crisis moral, pero a pesar de ello Venezuela cuenta

E
con hombres y mujeres dispuestos a extinguir las lacras que tanto daño están

,
A
haciendo a nuestro país.

I
Estamos orgullosos del pasado heroico de nuestro Partido y así lo de-

B
M
muestra el balance histórico que podemos hacer desde su nacimiento hace

A
casi 60 años. Vamos a superar y vencer todas las dificultades y obstáculos que

C
tenemos en estos momentos, para avanzar hacia el futuro seguros de nuestro

O
triunfo.

N
A partir de los años noventa, el Partido Comunista de Venezuela ha
venido trabajando por su renovación. Se trata de la necesidad de introducir

A
E
cambios necesarios, estudiar las nuevas realidades. Tenemos que superar el

N
impacto psicológico de las derrotas que hemos sufrido a escala nacional e in-

Í
L
ternacional, con el agravante de que militantes y dirigentes han aflojado el
ritmo de su trabajo. ¡Error imperdonable! Todo el que pueda hacer algo por la

I
M
organización debe hacerlo de inmediato, pues no hay tiempo que perder. Hay
que intensificar el trabajo en cuanto a la preparación ideológica y política de la
militancia comunista. Volver al contacto permanente y efectivo con las masas.
No hay otro camino para la recuperación.
El estancamiento es la muerte de un partido revolucionario.
Lo que estoy diciendo no es nada nuevo. Lo sabemos desde siempre.
Lo que pido es retornar a la disciplina. Pronunciemos discursos, sí, pero haga-
mos un mejor trabajo práctico. Hay que poner a tono lo que se dice con lo que
se hace.
Debemos dedicarle más de nuestro tiempo al trabajo del Partido. Te-
nemos que hacerlo, pues, si es verdad que el PCV no morirá, sería peligroso

327
vegetar sin influir en los acontecimientos que afectan al pueblo.
F A R I A S

Debemos elaborar una línea política correcta y mantenerla en pleno


vigor. Somos un pequeño partido, vamos a crecer; estamos atrasados, vamos a
conquistar el puesto de vanguardia; estamos en estado de aislamiento en fren-
tes importantes, vamos a empujar para tomar el paso de los vencedores.
Vamos a inyectar sangre joven a los organismos de dirección en todos
J E S Ú S

sus niveles, con responsabilidad pero con audacia, reforzada con un programa
de culturización marxista permanente que permita a todo el Partido una com-
prensión de los procesos sociales y de los fenómenos de la economía, de las
relaciones de producción, de las dificultades y las tribulaciones de las masas
hambrientas y oprimidas.
Éste sería, sin dudas, el mejor homenaje a nuestros libertadores, a los mi-
les de héroes del Partido y a Lenin, líder victorioso de la revolución proletaria.

328

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