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ÉMILE BOREL

LAS PROBABILIDADES Y LA VIDA

EDICIONES ORBIS, S.A.


INTRODUCCIÓN

La ley única del azar. — Plan de la obra.

1. La ley única del azar.— ¿Existen leyes del azar? Parece evidente que la respuesta
debería ser negativa, ya que precisamente el azar se define como característica de los
fenómenos que no tienen ley, fenómenos cuyas causas son demasiado complejas para
que podamos preverlas. Sin embargo, los matemáticos, a partir de Pascal, Galileo y
de otros muchos pensadores eminentes, han establecido una ciencia, el cálculo de
probabilidades, cuyo objeto ha sido generalmente definido como el estudio de las
leyes del azar. En realidad, el principal objetivo del cálculo de probabilidades, como
su mismo nombre indica, es calcular las probabilidades de fenómenos complejos en
función de probabilidades conocidas de fenómenos más sencillos.

¿Cómo puede permitir el cálculo de probabilidades prever algunas eventualidades


aleatorias? El mecanismo de la previsión es siempre el mismo y hace intervenir de
manera invariable a la única del azar, de la que hablaremos con más detalle, y que
consiste esencialmente en que no se producen los fenómenos muy poco probables. Se
trata, pues, de combinar las probabilidades de fenómenos sencillos, de manera que
lleguen a definirse fenómenos complejos cuyas probabilidades son demasiado
pequeñas para que sea aplicable la ley única del azar.

En esta obra utilizaremos algunos resultados del cálculo de probabilidades, pero no


es absolutamente necesario que el lector conozca al detalle los métodos a través de
los cuales estos resultados han sido obtenidos; es suficiente que confíe en los
matemáticos, del mismo modo que un industrial tiene confianza en su sección de
contabilidad, sin verse obligado a repasar todas las sumas y todas las
multiplicaciones.

Los fundamentos sobre los que se basa el cálculo de probabilidades son


extremadamente sencillos y tan intuitivos como los razonamientos que llevan a un
contable a sumar o multiplicar. Algunas veces las probabilidades simples son
conocidas por razones de simetría: si uno lanza al aire una moneda (juego de cara o
cruz), las probabilidades de los dos lados de la moneda son iguales y cada una de
ellas es de una mitad; existe una posibilidad sobre dos de que salga cara, y una sobre
dos de que salga cruz. Para un dado de seis caras, la probabilidad de cada una de
ellas es de un sexto; hay una probabilidad sobre seis de obtener la cara con el número
cuatro. Otras probabilidades, de naturaleza más compleja, se deducen de la
experiencia o de la estadística; si de 10.000 hombres de 80 años de edad mueren 1.300
en el curso de un año, se llega a la conclusión de que la probabilidad de morir en un
año para un hombre de 80 años es de alrededor del 13%, es decir, igual a 0’13. Es
evidente que las probabilidades nunca se conocen rigurosamente; únicamente se
conocen valores aproximados, lo que, por otra parte, acontece en todas las
magnitudes físicas que se pueden medir. Por más precisos que sean los medios de
conocimiento, su precisión es limitada. En un dado o en una moneda, nunca es
rigurosa su simetría, y el valor 1/2 o 1/6 de probabilidad es asimismo solamente
aproximado.

Conociendo las probabilidades simples, es cuestión de combinarlas; si


simultáneamente se lanzanal aire dos monedas o sucesivamente dos veces la misma
moneda, la probabilidad de obtener dos veces cruz será igual al producto de una
mitad por una mitad, es decir, un cuarto. Si se tiran dos dados, la probabilidad de
obtener el doble seis será de 1/6' multiplicado por 1/6, o sea 1/36. Pero la probabilidad
de obtener 6 y 5 con dos dados será 1/18, ya que puede obtenerse 6 con el primer
dado y 5 con el segundo, o 6 con el segundo y 5 con el primero, y cada una de estas
eventualidades tiene por probabilidad 1/36.

Por procedimientos y observaciones semejantes, los agentes de compañías de


seguros, conociendo los cuadros de mortalidad de los hombres y de las mujeres,
pueden resolver un problema como el que sigue. Dos esposos mayores, el marido de
60 años y la mujer de 55, invierten una suma de 2.000 dólares a cambio de una renta
vitalicia que deberá ser satisfecha hasta la muerte del último superviviente: ¿cuál
debería ser el importe de esta renta, para un valor dado del tipo de interés, si no se
tuviera en cuenta el beneficio que debe reservarse la compañía de seguros para hacer
frente a sus gastos generales y para formar reservas que son la garantía para los
asegurados de ser pagados en cualquier caso? Un problema más difícil, pero que se
puede resolver de acuerdo con los mismos fundamentos, consiste en calcular la
reducción a que es preciso someter la renta para que la compañía esté prácticamente
segura de poder hacer frente a sus compromisos para con todos los asegurados en
rentas vitalicias, incluso si algunos de ellos tienen la suerte de vivir mucho tiempo.
Para la resolución de este segundo problema, es necesario acudir a la ley única del
azar, de la que ya hemos hablado.

Esta ley es extremadamente simple y de una evidencia intuitiva, aunque no sea


racionalmente demostrable:los acontecimientos cuya probabilidad essuficientemente
escasa, nunca se producen; o, por lo menos, en todas las circunstancias, deben ser
tratados como imposibles.

Un ejemplo clásico de estos acontecimientos imposibles es el del milagro de los monos


mecanógrafos1, al que se puede dar la forma siguiente: una mecanógrafa que conoce
1
Borel, E., Le Hasard, págs. 164-339, Alean.
solamente el castellano es encerrada en un lugar aislado durante varios meses con su
máquina de escribir y papel en blanco; se distrae escribiendo al azar y, al cabo de seis
meses, resulta que ha escrito sin ningún error las obras completas de Shakespeare en
su texto inglés y las obras completas de Goethe en su texto alemán. Este es el tipo de
acontecimientos que, aunque no puede demostrarse racionalmente que son
imposibles, son, sin embargo, tan extraños, que cualquier persona de sentido común
no dudará en declararlos efectivamente imposibles. Si alguien nos asegurara haber
observado un acontecimiento semejante, no dudaríamos en pensar que nos engaña, o
que él mismo ha sido víctima de una superchería.

El caso de la mecanógrafa reproduciendo las obras de Shakespeare y de Goethe sin


conocerlas es tan milagroso, que nadie puede dudar de su imposibilidad; no
obstante, uno podría imaginarse acontecimientos menos inverosímiles, si bien muy
improbables; por ejemplo, si la mecanógrafa hubiese escrito simplemente un verso de
Shakespeare o de Goethe, o sencillamente tan sólo las dos primeras palabras de una
de sus obras. Es en casos parecidos que el cálculo de probabilidades debe intervenir,
pues permite establecer el valor exactode la probabilidad del suceso en cuestión; en
el Capítulo III veremos los límites dentro de los cuales uno puede llegar a considerar
rechazable esta probabilidad.

2. La repetición crea la inverosimilitud.— Si examinamos el caso de la mecanógrafa


milagrosa, comprobaremos que la inverosimilitud es el resultado de que el éxito total
exige que el éxito parcial se realice sucesivamente gran número de veces; el éxito
parcial consistirá en que la primera letra escrita por la mecanógrafa sea precisamente
la primera letra de Fausto. Este resultado no es probable, ya que existen 29 letras en el
alfabeto; pero sin embargo, no es completamente inverosímil. Igualmente ocurre con
la segunda letra, que podría tener muy bien la suerte de coincidir con la segunda
letra de Fausto; lo mismo para la tercera, y así sucesivamente. Cada uno de estos
resultados parciales, considerándolo aisladamente, puede ser perfectamente posible;
es su casi indefinida repetición lo que crea la inverosimilitud y que nos parece
razonablemente imposible.

Uno de los problemas más clásicos que estudia el cálculo de probabilidades es


precisamente el de las probabilidades de este o aquel resultado cuando se repite
indefinidamente una misma prueba. Por ejemplo, se lanza al aire una moneda y se
considera como un hecho favorable si sale cruz. ¿Cuál es la probabilidad para que
este hecho se produzca10.000veces seguidas en 10.000 pruebas sucesivas? ¿cuál es la
probabilidad para que se produzca más de 6.000 veces a lo largo de 10.000 pruebas?
El cálculo indica que estas probabilidades son tan escasas, que es imposible, según la
ley única del azar, llegar a estos resultados.
3. Plan de esta obra.— Tenemos la intención de estudiar en esta obra las aplicaciones
del cálculo de probabilidades en cierto número de cuestiones elegidas de entre las
que interesan de un modo directo a todo el mundo, la mayoría de ellas relacionadas
con la vida cotidiana o con la enfermedad y la muerte. Dejaremos a un lado, pues, las
importantes aplicaciones del cálculo en las ciencias, especialmente en las físicas 2;
recordemos, sin embargo, que la importancia de estas aplicaciones y los
descubrimientos que han originado constituyen una de las pruebas más sólidas de la
exactitud del cálculo de probabilidades. No desarrollaremos en absoluto las
aplicaciones de este cálculo a la teoría de los juegos de azar, aplicaciones que han
sido el origen del cálculo de probabilidades y que forman una de las ramas más
atractivas de esta ciencia. Nos contentaremos en hacer alusión algunas veces a ella,
tomando sencillos ejemplos destinados a ilustrar y a hacer comprender mejor
algunos de los resultados que utilizaremos.

Las breves explicaciones que acabamos de dar acerca de la ley única del azar y del
milagro mecanográfico, son suficientes para hacer comprender una dificultad
preliminar, a la cual están destinados nuestros dos primeros capítulos. Esta dificultad
es la siguiente: el cálculo de probabilidades es una ciencia exacta, cuyos resultados
son tan ciertos como los de la aritmética o los del álgebra, tanto, que se limita en
calcular numéricamente las probabilidades. De esta manera se llegaría a calcular la
probabilidad para realizar el milagro mecano- gráfico de las obras de Shakespeare y
de Goethe;si estas obras forman 50 volúmenes de la dimensión de la presente, o sea,
alrededor de diez millones de caracteres, la probabilidad del suceso milagroso que
hemos tratado es igual a la unidad dividida por un número de más de diez millones
de cifras. Este resultado es tan indiscutible como el de toda operación aritmética
correctamente efectuada. Pero, si de la extraordinaria pequeñez de la probabilidad se
concluye que el milagro mecanográfico es imposible en virtud de la ley única del
azar, se sale del dominio de la ciencia matemática y es necesario reconocer que la
afirmación, que nos parece evidente e indiscutible, no es una verdad matemática
estrictamente hablando. Incluso un matemático, apasionadamente abstraído, podría
pretender que bastaría volver a empezar la experiencia un número suficiente de veces,
a saber, un número de veces representado por un número de 20 millones de cifras,
para estar seguro de que el milagro se producirá varias veces a lo largo de estas
innumerables experiencias. Pero es humanamente imposible imaginar que la
experiencia se produzca tan a menudo. Si consideramos que las dimensiones del
Universo son iguales a un trillón de años luz, el número de átomos que podría
contener, si estuviera lleno de materia, se expresa por un número menor de 200 cifras
y, en el transcurso de un trillón de años, transcurren menos segundos que los que se
podrían expresar con un número de 50 cifras. Ya que, si durante este tiempo cada
átomo del Universo se transformara en mecanógrafa y repitiera la experiencia cada
2
Ver mis obras Le Hasard, Alean, y Le Jeu, la Chance et les Theoriesscientifiquesmodernes, Gallimard.
milésima de segundo, el número de experiencias realizadas sería muy inferior a un
número de 300 cifras. No se puede pensar, pues, en experiencias cuyo número
comporte más de un millón de cifras; este es un punto de vista pura-mente abstracto,
un pasatiempo matemático, que no puede corresponder a nada, y debemos confiar
en nuestra intuición y en nuestro sentido común, que nos permiten afirmar la
imposibilidad práctica del milagro mecanográfico que hemos descrito.

Sin embargo, se presentarán casos en que la evidencia intuitiva será menos


manifiesta y en los cuales, en virtud de la ley del azar, será legítimo concluir en
afirmaciones de valor práctico. El hecho de que estas afirmaciones no participen del
valor absoluto de los teoremas matemáticos no se debe disimular, ya que tal disimulo
correría el peligro de justificar todas las dudas sobre su exactitud; es preciso
comprender que la ley única del azar lleva consigo una certeza de otra naturaleza
que la matemática, pero esta seguridad es comparable a la que se nos impone sobre
la existencia de tal personaje histórico o de tal ciudad situada en los antípodas, de
Luis XIV o de Melbourne, igual a la que atribuimos a la existencia del mundo que
nos es desconocido.

Esta digresión hace comprender la naturaleza de la dificultad preliminar a la que


están consagrados los dos primeros capítulos. El sentido común basta a cada uno
para darse cuenta, de manera más o menos confusa, del carácter particular de las
afirmaciones basadas sobre el cálculo de probabilidades; de aquí a dudar sobre la
exactitud de estas afirmaciones no hay más que un paso, que será salvado
rápidamente, ya que, como veremos, existe mucha gente que tiene motivos
psicológicos que les inducen a rechazar algunos resultados deducidos del cálculo de
probabilidades.

El Capítulo Primero estará dedicado a las relaciones entre el cálculo de


probabilidades y la psicología de los jugadores; el Capítulo II estará dedicado a las
dificultades que surgen en muchos espíritus de hombres muy razonables, cuando se
trata de probabilidades concernientes a la vida humana.

En el Capítulo III intentaremos precisar cuáles son los valores de las probabilidades
que pueden y deben considerarse prácticamente negligibles. De esta manera nos
veremos llevados a definir sucesivamente las probabilidades negligibles a escala
humana, a escala terrestre, a escala cósmica y a escala supercósmica; acabaremos con
unas observaciones sobre la definición de las probabilidades de la vida práctica.

En el Capítulo IV estudiaremos los acontecimientos cuya probabilidad es muy escasa,


pero sin ser absolutamente despreciable cuando el número de pruebas es muy
elevado. Entonces veremos que de la ley única del azar se puede deducir una ley
muy útil en la práctica: la ley de Poisson.
En el Capítulo V se estudiarán de un modo más profundo las probabilidades de
fallecimientos, tratadas ya en el Capítulo II, así como las probabilidades de
enfermedades y de accidentes y, por último, en el Capítulo VI se tratará sobre
algunas aplicaciones curiosas del cálculo de probabilidades a algunos problemas
concernientes a la herencia en la especie humana. En los Apéndices hemos desechado
algunos desarrollos que habrían entorpecido el texto y que no son indispensables
para seguir la lógica de las ideas. El Apéndice I está dedicado al estudio de las
repeticiones en los números de seis cifras, números que naturalmente llaman la
atención a todos los adictos a la lotería y a todos los propietarios de lotes de
obligaciones. El Apéndice II da algunas precisiones aritméticas sobre la fórmula de
Poisson.Uno de mis antiguos alumnos, autor de brillantes investigaciones personales
sobre el cálculo de probabilidades, Jean Ville, profesor en la Facultad de Ciencias de
Poitiers, ha leído cuidadosamente y corregido las pruebas del original francés de esta
obra. Le doy mis más sinceras gracias por su valiosa colaboración.
CAPÍTULO PRIMERO

LAS PROBABILIDADES Y LA OPINIÓN COMÚN

LOS PREJUICIOS DE LOS JUGADORES

4. Las probabilidades y el sentido común.— Nohay duda de que algunos


resultados, los más seguros, del cálculo de probabilidades, a mucha gente se les
muestran contrarios a lo que comúnmente se llama sentido común, es decir, a la
opinión común. No empezaré a analizar esta noción, algo imprecisa, del sentido
común, contentándome en citar una brillante página de Paul Valéry 3: «Yo no me
encuentro a mis anchas cuando me hablan del sentido común. Creo tenerlo, pues,
¿quién consentiría lo contrario?; ¿quién podría vivir tan sólo un momento sin él? Si
alguien me lo niega, me desconcierto, me dirijo hacia mi interlocutor que no lo tiene,
que se burla y que pretende que el sentido común es la facultad que en otro tiempo
tuvimos para negar y rechazar claramente la pretendida existencia de los antípodas;
lo que todavía hace hoy, cuando busca y encuentra en la historia de ayer los medios
de no comprender nada de lo que ocurrirá mañana.

»Añade que el sentido común es una intuición completamente local que deriva de las
experiencias inexactas, sin cuidado, que se mezcla con una lógica y con analogías
bastante impuras para ser universales. La religión no lo admite en sus dogmas. Cada
día las ciencias lo aturden, lo confunden, lo desconciertan.

»Este crítico de sentido común añade que no hay por qué vanagloriarse de que sea lo
más difundido en el mundo.

»Pero yo le respondo que todavía no hay nada que pueda sacar al sentido común esta
gran utilidad que tiene en las disputas sobre las cosas más imprecisas, en las que no
es el argumento más poderoso invocarlo para sí, proclamar que los demás no
razonan y que este bien tan precioso, por ser común, reside sólo en el que habla.»

3
Valéry, P., Regards sur le monde actuel, pág. 73, Stock, 1931.
La consecuencia que creo deducir de estas delicadas reflexiones es que, cuando la
ciencia tropieza con el sentido común, es útil volver a buscar el porqué e intentar
encontrar los argumentos necesarios para convencer a los que recurren al sentido
común contra la ciencia.

5. Los números de los billetes de lotería. — Muchas personas rechazarán comprar


un billete de lotería cuyas cifras tengan para ellos alguna característica especial por
su disposición; tal sería, por ejemplo, el caso del número 272727 y, con mayor razón,
el número 222222. No obstante, todos los que han reflexionado sobre las
probabilidades y sobre los métodos empleados para obtener los números premiados
en la lotería, saben que las probabilidades de premio son las mismas para todos los
billetes, cualquiera que sea su número. Y, sin embargo, un gran número de ellos
afirmarán, en nombre del sentido común: «es completamente imposible que un
número tan singular como el 222222 obtenga el primer premio». Quien afirma esto
comprueba, cuando se publican los resultados del sorteo, que el primer premio,
efectivamente, lo ganó un billete cuyo número es el 825717 o el 203409, y acaba por
decir que el sentido común no lo engañó y que ha hecho muy bien en no comprar el
número 222222 y sí el número 138615, que tampoco ha ganado.

No hay duda de que es muy débil la probabilidad para que el número que gane el
primer premio esté formado por seis cifras iguales, ya que es equivalente a cien
milésimas, pues hay 10 billetes sobre un millón que están formados por seis cifras
idénticas. Si se realizaran 25 sorteos por año, podríamos observar que el ganador del
primer premio formado por seis cifras iguales tiene un promedio de una vez cada
4.000 años; así pues, es bastante probable que este hecho no será observado por un
hombre a lo largo de toda su vida; pero ello no contradice en absoluto el cálculo de
probabilidades, según el cual, la posibilidad de ganar es la misma para todos los
billetes.

En efecto, si uno señala concretamente un número, o incluso un lote de diez


números, comprobará frecuentemente que no sale ninguno de estos diez números.
Pero, si estos números son cualesquiera, que no tienen ninguna característica
especial, uno no se fija en cada sorteo que estos números tampoco han salido.

6. Los números formados por dos cifras.— Unose dará cuenta mejor del hecho de
que las posibilidades de todos los números son iguales al estudiar cierta clase de
ellos muy característica, pero lo suficientemente conocida para que la salida de unos
de ellos sea, de vez en cuando, efectivamente observada.
Un ejemplo nos lo darán los números formados por dos cifras, entre los cuales puede
figurar el cero. Sea, por ejemplo, el número 233322, o el número 200200, o incluso el
número 55555, ya que debe escribirse 055555; al contrario, el número 55444 está
formado por tres cifras, ya que debe escribirse 055444. El sorteo se hace con seis
bombos, cada uno de los cuales da una de las seis cifras del número ganador.

Es fácil calcular la cantidad de billetes cuyos números estén formados sólo por dos
cifras.

Si una de las cifras figura 5 veces y la otra 1 vez, hay

10x9x6 = 540 números4.

Si una de las cifras figura 4 veces y la otra 2, hay

10x9x ((6x5) / (1x2)) = 1.350 números.

Por último, si cada una de las cifras figura 3 veces, hay

((10x9) / (1x2)) x ((6x5x4) / (1x2x3)) = 900 números5.

En total hay, pues, 540 + 1.350 + 900 = 2.790 números sobre 1.000.000 que responden a
la condición de estar formados sólo por dos cifras; si se añaden los diez números
formados por una sola cifra resultan 2.800, o sea, casi 1 de cada 357. La probabilidad
para que tal número obtenga unpremio determinado es, pues, de alrededor de 1/357.
Si admitimos que la cantidad de series y el número de premios son tales que hayan
360 premios importantes por año (por ejemplo, 30 series de 12 premios, o 18 series de
20 premios), se podrá observar la ganancia de un premio importante por uno de
estos números un promedio de aproximadamente una vez por año 6. Será un hecho
extraño, pero, sin embargo, bastante frecuente, que podrá ser observado por todos
aquellos que siguen de cerca la lista de los números que han ganado los premios
importantes en cada sorteo.

Efectivamente, si uno se tomara la molestia de consultar varias listas de sorteos que


comprendan un millón de números, comprobaría con facilidad que la proporción de
los números ganadores formados sólo por dos cifras está muy conforme con las
previsiones del cálculo de probabilidades7.

4
La cifra que figura 5 veces puede ser una cualquiera de las 10 cifras, y la que figura I vez, una cualquiera de las otras 9, lo que hace posible
90 elecciones; la cifra que no figura más que una vez puede ocupar 6 lugares distintos; en total se tienen, pues, 90 x 6 = 540 números.
5
Si cada una de las cifras figura 3 veces, se puede elegir una de ellas de 10 maneras distintas y la segunda de 9 maneras. Pero cada
combinación, como 3 y 4, se obtiene 2 veces (3 y 4, después 4 y 3); hay, pues, 45 combinaciones como la de 4 y 3 y, para cada una de ellas,
20 disposiciones distintas: 444333, 443433, etcétera, o sea, en total, 45 x 20 = 900.
6
Según la fórmula de Poisson (ver Capítulo IV), se llega a la conclusión de que en 100 años habrá alrededor de 36 en que ninguno de estos
números ganará un premio, 36 en que uno de estos números ganará, 18 en que dos de estos números ganarán, 6 en que tres números ganarán
y 1 ó 2 en que cuatro números o más ganarán.
En el Apéndice I estudiaremos con más detalle los números de 6 cifras desde el punto
de vista de la repetición de una misma cifra en un número.

7. Las series en la ruleta. — El problema de las series en un juego como la ruleta es


en extremo semejante al que acabamos de estudiar; incluso se le podría considerar
idéntico si se utilizara el sistema de numeración binaria (de base 2). Se puede
convenir en representar la salida del rojo por la cifra 0 y del negro por la cifra 1 (nos
estamos basando en una ruleta que no tiene el cero); una serie de juegos de ruleta
saliendo el rojo o bien el negro, es entonces presentada por una serie de 0 y de 1,
como 10100100101110101. Una serie así puede ser considerada como un número
escrito en el sistema binario y se puede representar razonándose sobre estos números
tal como lo hemos hecho con los números escritos en el sistema decimal; uno se verá
obligado a admitir que estos números tan distintos tienen todos la misma
probabilidad. Un número compuesto exclusivamente por la cifra 1 es muy singular y
su salida es muy poco probable, sobre todo si el número de cifras es elevado, igual a
30 por ejemplo; pero la salida de cualquier otro número bien determinado de 30 cifras
es igualmente improbable.

Dejemos de lado el sistema de numeración binario y tratemos la cuestión por un


razonamiento directo, poniendo en evidencia, desde un principio, el delicado punto
en que los resultados del cálculo de probabilidades se discuten en nombre del
sentido común.

Este delicado punto es el siguiente: todos los jugadores de ruleta han observado que,
en una larga serie de jugadas, las salidas del rojo y del negro son casi tan numerosas
unas como otras. Por ejemplo, en 1.000 jugadas se observarán 483 rojos y 517 negros;
pero nunca se observarán 217 rojos y 783 negros. La mayoría de jugadores creen
poder deducir de esta observación —que es exacta y, además, completamente
conforme con los resultados del cálculo de probabilidades— que, si durante cierto
período han observado a menudo más el rojo que el negro, la ruleta ha contraído de
alguna manera una deuda para con el negro y deberá pagar esta deuda haciendo
salir más el negro queel rojo a lo largo de las próximas jugadas. En algunos casos, la
deuda incluso deberá ser pagada inmediatamente; si un jugador, consultando los
archivos de la ruleta a lo largo de un gran número de años, ha comprobado que la
serie más larga observada ha sido de 24 rojos o de 24 negros, incluso si nunca se ha
observado una serie que sobrepase 24, este mismo jugador, si un día observa una
serie de 24 rojos, no dudará en deducir que el negro debe salir forzosamente a la
siguiente jugada, «puesto que nunca hay una serie de 25»

7
En el caso de algunas categorías de obligaciones, cuyo número no es precisamente 1.000.000, sino por ejemplo 500.000, se comprobaría
fácilmente que la proporción es muy semejante; si sobrepasa 1.000.000 se restará la cifra de los millones.
A ello Joseph Bertrand, junto con aquellos que han profundizado sobre el estudio de
las probabilidades, responde: «La ruleta no tiene conciencia ni memoria». Es hacerle
demasiado favor pensar que guarda el recuerdo de sus desvaríos y que tiende a
repararlos.

El «sentido común» debería bastar para persuadir a los jugadores de que las
sucesivas jugadas de la ruleta son independientes unas de otras; es imposible
imaginar algún mecanismo por el cual las jugadas anteriores modificarían el
resultado de la que va a ser jugada. Pero los jugadores están influidos por un hecho
innegable y que es confirmado por multitud de observaciones: en un gran número de
jugadas, las salidas del rojo son casi tan frecuentes como las del negro y, para
explicar este hecho de observación, no se les ocurre otro medio que imaginar la
existencia de un mecanismo desconocido que desempeñaría el papel de la conciencia
y memoria de la ruleta, es decir, este mecanismo obligaría a la ruleta a compensar sus
veleidades.

Un estudio profundo del conjunto de todas las posibilidades, estudio completamente


semejante al que se ha desarrollado en el Apéndice I para losnúmeros decimales de
seis cifras, muestra que si las combinaciones en las que los rojos son casi tan
numerosos como los negros son observadas más a menudo que las combinaciones en
que los rojos serían más numerosos que los negros, únicamente es debido a que las
primeras combinaciones son mucho más numerosas que las otras, del mismo modo
que los números de seis cifras formados por 3, 4, 5 o 6 cifras distintas son mucho más
numerosos que los que no están formados más que por una o dos cifras diferentes.

No es porque los bombos de la lotería tengan ninguna atracción particular hacia los
números en los que figuran uno o dos pares, es decir, con una o dos cifras figurando
dos veces en el número, que tales números salen más a menudo que los otros, sino
porque, sobre un millón de números, hay más de 680.000 que tienen uno o dos pares.
Igual ocurre en la distribución de los rojos o de los negros en una serie de jugadas de
ruleta (no tenemos en cuenta el cero). Por ejemplo, si se considera una serie de 30
jugadas, se obtienen los resultados siguientes. El número de posibles resultados de
las 30 jugadas es igual a la 30.ª potencia de 2, o sea, algo más de mil millones
(exactamente 1.073.741.824). Sobre estos mil millones de posibilidades, los distintos
resultados globales siguientes representan el número de veces indicado:

30 rojos y 0 negro 1 vez

29 rojos y 1 negro 30 veces


28 rojos y 2 negros 435 veces

27 rojos y 3 negros 4.060 veces

26 rojos y 4 negros 27.405 veces

25 rojos y 5 negros 142.506 veces

24 rojos y 6 negros 593.775 veces

23 rojos y 7 negros 2.035.800 veces

22 rojos y 8 negros 5.852.925 veces

21 rojos y 9 negros 14.307.150 veces

20 rojos y 10 negros 30.045.015 veces

19 rojos y 11 negros 54.627.300 veces

18 rojos y 12 negros 86.493.225 veces

17 rojos y 13 negros 119.759.850 veces

16 rojos y 14 negros 145.422.675 veces

15 rojos y 15 negros 155.117.520 veces

14 rojos y 16 negros 145.422.675 veces

…………………… ……………………

…………………… ……………………

1 rojo y 29 negros 30 veces

0 rojo y 30 negros 1 vez


Hemos omitido la mayor parte de la segunda mitad del cuadro, ya que
evidentemente es simétrica a la primera mitad. Existe el mismo número de
combinaciones con 17 rojos y 13 negros que con 17 negros y 13 rojos.

La serie de 30 rojos, así como la serie de 30 negros, son de combinaciones únicas;


cada una de ellas no es ni más ni menos singular que cada una de las otras
combinaciones particulares, cuyo número sobrepasa los mil millones, pero toda
combinación particular es en extremo poco probable; tal sería el caso de la
combinación consistente en obtener rojo y negro alternativamente, de tal manera que
el rojo saliera en todas las jugadas impares y el negro en todas las pares.

Los jugadores de ruleta nunca han observado una serie de 30 rojos, o de 30 negros, y
con agrado consideran tal serie como imposible. Si una ruleta llega a jugar 1.000
veces por día (1 jugada por minuto durante algo más de 16 horas), sería necesario un
millón de días, o sea, alrededor de 27 siglos, para llegar a jugar mil millones de veces
y tener, de este modo, verdaderas posibilidades para obtener una serie de 30 rojos
(ver Capítulo IV, ley de Poisson).

Los casos en que, como mínimo, salen 28 rojos o bien 28 negros, son 2 x (1 + 30 + 435)
= 932, o sea, menos de una millonésima parte del número total de jugadas; tal
eventualidad será muy rara, pero algunas veces observable si un jugador paciente
anota todas las jugadas durante algunos años; al compás de 1.000 jugadas diarias le
bastarían 3 años para observar más de un millón de jugadas.

Las combinaciones que al menos contienen 27 rojos o 27 negros son superiores a


8.000, o sea, cerca de la cienmilésima parte del número total de combinaciones; tal
eventualidad se presentará alrededor de una vez de cada 100.000.

Hay casi 63.000 combinaciones con al menos 26 rojos o negros; este conjunto de
combinaciones se presentará casi una vez de cada 15.000.

Las combinaciones con al menos 25 rojos o negros llegan casi a 350.000; se


presentarán con un promedio de algo más de una vez de cada 3.000; el jugador que
anotara 1.000 jugadas por día podría observarlas 2 veces por semana.

Pasando, como mínimo, a 24 rojos o negros, el número de combinaciones sobrepasa


ampliamente el millón y la probabilidad de observar una sobrepasa, pues, una
milésima.

Con al menos 22 rojos y negros, el número de combinaciones sobrepasa los 10


millones (alrededor de 17 millones); la probabilidad está comprendida entre 1 y 2
centésimas.
Por último, con un mínimo de 20 rojos o negros, el número de combinaciones es algo
superior a los100 millones y la probabilidad, muy cercana a una décima. Hay, pues,
nueve posibilidades de cada 10 para que, en una serie de 30 jugadas, ni el número de
los rojos ni el de los negros sobrepase de 19. Siendo el número medio 15 se dirá, si el
número observado es 19, que el error con relación al promedio o, más concretamente, el
error9 es igual a 4.

Hay, pues, 9 posibilidades de cada 10 para que el error sea como máximo igual a 4, es
decir, que sea inferior a 5. Se observará que 5 es la parte entera de la raíz cuadrada de
30, número de jugadas observadas. Esta es la ley general: la probabilidad de un error
igual o superior a la raíz cuadrada del número de jugadas es aproximadamente igual a una
décima.

8. La ley de los errores. — Puede verse que el cálculo de probabilidades está lejos de
imponer al azar leyes rígidas a las que debería conformarse. No sólo son posibles los
errores relativamente importantes, sino que, hasta cierto límite, son probables y
necesarios. Quien observa con cuidado y perseverancia las series de 30 jugadas verá,
bastante a menudo, series que contienen más de 20 rojos en las 30 jugadas, e incluso
algunas veces series que contienen más de 25 rojos; pero no observará series que
contengan 29 rojos y, con mayor razón, series de 30 rojos con la exclusión de los
negros.

Si el número de jugadas de la serie es mucho más elevado, por ejemplo de 3.000 en


lugar de 30, la probabilidad de los errores permanece igual, a condición de hacer
corresponder los errores que están en la misma relación con la raíz cuadrada del número de
jugadas9 es decir, los errores que son 10 veces mayores para 3.000 jugadas que para
30. Los erro-res de 50 serán, pues, bastante probables, y los errores de 150
prácticamente imposibles. Si el número de jugadas fuera de 300.000, los errores de
1.500 son los que serían extremadamente raros y casi imposibles. El error relativo, es
decir, la relación del error con el número de jugadas decrece cada vez más a medida
que el número de jugadas aumenta. Es la ley de los grandes números de Bernoulli,
que es una sencilla consecuencia aritmética de la ley única del azar: las series de
300.000 jugadas en las cuales el error es inferior a 1.500, es decir, que encierran menos
de 301.500 y más de 298.500 rojos, son extraordinariamente más numerosas que las
series en las que el error es más considerable. Estas no se encuentran porque, aunque
sean muy numerosas, son extremadamente raras con relación a las otras.

No sólo es en los juegos que uno debe tener en cuenta el aforismo de Joseph
Bertrand: «la ruleta no tiene ni conciencia ni memoria». Esto es igualmente cierto en
la mayoría de los fenómenos accidentales por los que nos interesamos en la vida,
salvo en casos en que los fenómenos sucesivos no son independientes unos de otros.
Un ejemplo muy conocido de estos casos es el de la lluvia y del buen tiempo. Una
larga serie de días de lluvia aumenta las posibilidades para que llueva aún al día
siguiente y, del mismo modo, una larga serie de días buenos aumenta las
posibilidades para que haya aún otro día bueno. Pero, si uno observa la lluvia y el
buen tiempo, no en días consecutivos, sino, por ejemplo, en una misma fecha, todos
los años se aplicarán las reglas de las probabilidades. Las estadísticas meteorológicas
nos indicarán, por ejemplo, que, en tal o cual ciudad y en el mes de mayo, hay el
mismo número de días de lluvia y de días sin lluvia.Hay, pues, una posibilidad de
cada dos para que el 14 de mayo sea un día de lluvia; si observamos esta fecha
durante cierto número de años consecutivos, podremos aplicar a estas observaciones
los resultados obtenidos para el rojo y el negro en la ruleta; el hecho de que haya
llovido el 14 de mayo 5 años seguidos, no aumenta ni disminuye las posibilidades
para que llueva en la misma fecha el año siguiente; son de una sobre dos.

Si un abonado de teléfono ha observado minuciosamente que, de las 2 a las 6 de la


tarde, su teléfono está ocupado completamente durante 2 horas de las 4, es decir, la
mitad del tiempo, por numerosas comunicaciones, cada una de corta duración, tengo
una posibilidad sobre dos de encontrarlo libre si llamo. Si he obtenido 3 veces
seguidas la señal «comunica», tengo siempre una posibilidad sobre dos de
encontrarlo libre si telefoneo de nuevo. Si telefoneo cada día, llegaré casi una vez por
mes a obtener 5 veces seguidas la señal «comunica», y más de una vez por año
obtenerla 8 veces seguidas. Si admitimos que, debido a una avería en el teléfono,
recibimos automáticamente la señal «comunica» en una media de una o dos veces
por año, será razonable que sospeche dicha avería cuando habré, al menos, obtenido
8 veces seguidas tal señal; si la obtengo 10 o 12 veces seguidas, la alteración será muy
probable; sería casi seguro si la señal «comunica» fuera obtenida 20 veces seguidas en
intervalos de 5 o 10 minutos.

Si circulo en coche por una ciudad en la que numerosos cruces están equipados con
señales rojas y verdes alternativamente, de tal modo que, sobre las dos vías que se
cruzan, los coches tengan derechoa pasar sólo por una en un momento dado, tengo
una posibilidad sobre dos de encontrarme en cada cruce con la luz roja o con la luz
verde. Si mi camino comporta doce cruces, deberé esperar encontrar, como
promedio, 6 luces rojas y 6 verdes. Pero, si un día tengo la mala suerte de
encontrarme luces rojas en los 6 primeros cruces, no podré llegar a la conclusión de
que tendré luces verdes en los otros 6. Podría muy bien sucederme tener 10 si hago el
mismo trayecto varias veces por día, o incluso 11, mucho más extraño 12 luces, todas
rojas o, al contrario, todas verdes; si un día he tenido la mala suerte de estar detenido
así en casi todos los cruces, ello no aumentará en absoluto mis posibilidades de
encontrar al día siguiente luces verdes en la mayoría. Y, sin embargo, si tuviera la
paciencia de llevar una estadística durante un año entero, comprobaría que la
relación entre el número total de luces rojas y luces verdes sería muy próxima a la
unidad.
CAPÍTULO II

CONJETURAS SOBRE LAS PROBABILIDADES

CONCERNIENTES A LA VIDA Y A LA MUERTE

9. La mística del azar. — Una de las razones por las que algunas conjeturas están tan
aferradas en los jugadores, es la gran importancia que conceden a ganar o perder; así,
están muy dispuestos a recibir favorablemente las sugestiones más irrealizables si
creen ver en ellas un medio para vencer al azar y asegurarse el éxito. Es por el mismo
motivo que algunas opiniones especiales sobre la buena o mala suerte se dan con
frecuencia en los hombres de teatro, actores o autores, cuyo éxito o reputación
pueden depender de un incidente en el transcurso de un ensayo general. Les parece
que la más mínima circunstancia puede traerles un brillante éxito o, al contrario, un
fracaso del que no se saldrán fácilmente, estando dispuestos a usar de todos los
medios, en apariencia los más absurdos, para volver a tener suerte.

Pero, aun siendo muy importante el hecho de ganar o perder en el juego, el éxito o el
fracaso en el teatro es una realidad a la que los hombres están todavía más ligados,
ya que forma parte de su propio ser. Asimismo, en todas las cuestiones que
conciernen más o menos directamente a la vida y a la muerte, la mayoría no razonan
bien, dejándose llevar por su sensibilidad o por sus prejuicios.

Las ideas confusas y, a veces, misteriosas, que muchos hombres se hacen del azar y
de su papel en la vida, han sido resumidas con mucho talento por Rémy de
Gourmont:

«No hay nada más esperado que lo inesperado, nada que, en el fondo, nos sorprenda
menos. Lo que nos asombra, por encima de todo, es el desarrollo lógico de los
hechos. El hombre está en perpetua espera del milagro, e incluso se enfurece si este
no sucede, con lo cual se descorazona. Pero el milagro acontece a menudo. Las vidas
más humildes no son más que una serie de milagros o, más bien, de azares. Se dirá
que verdaderamente no hay azar y que esta palabra no hace más que confirmar
nuestra ignorancia sobre el encadenamiento de las causas. Pero, siendo indescifrable
este encadenamiento para nuestro espíritu, llamamos azar a todos los
acontecimientos que, aun prestando nuestra mayor atención, nos sería imposible
discernir su llegada. Se forman, se producen, pero no los conocemos ni podemos
conocerlos. Y es bueno que no podamos. Es una acción indiferente, ya que la vida
sólo es un acto de confianza en nosotros mismos y en la benevolencia del azar.

»Contamos con el azar. No existe ningún ser, incluso el más falto de imaginación,
que no lo tenga presente en sus vagas previsiones. Contar tan sólo con el azar es de
locos; no contar con él, aún lo es más. Tan irrazonable es esperar como desesperar. En
cada momento de la vida lo imposible resulta posible. Del mismo modo que puede
ser motivo de esperanza encontrarse perdido en un laberinto a doscientos metros
bajo tierra, puede uno desesperarse por completo el día en que nuestro corazón
rebosa de felicidad, en que la vida nosresulta agradable, colmando todos nuestros
deseos8.»

Existen muchos motivos, que la razón no conoce, para que las aplicaciones del
cálculo de probabilidades a la mayoría de problemas que conciernen a la vida
humana sean a menudo sistemáticamente ignoradas e, incluso, a veces, despreciadas
y puestas en duda, por las cuales, no obstante, debería uno interesarse.

Los resultados del cálculo de probabilidades que se han estudiado mejor son los
concernientes a la mortalidad; desde hace más de un siglo, las compañías de seguros
de vida distribuyen a sus accionistas dividendos que son una prueba tangible de la
exactitud de los estudios de sus dirigentes, basados sobre el cálculo de
probabilidades y sobre los cuadros de mortalidad, es decir, sobre datos estadísticos.

Este indudable valor de los datos sacados de estadísticas hechas con seriedad,
contrasta con las conjeturas corrientes sobre la estadística. En gran parte, estas
conjeturas tienden a lo que se ha llamado «mentalidad individualista». Al hombre no
le gusta ser considerado como una simple unidad, idéntica a otras unidades; cada
uno tiende hacia su individualidad y tiene un sinnúmero de buenas razones para
considerarse realmente distinto de todos los demás hombres. Por consiguiente,
cuando los estadistas comprueban que se produce cierta proporción de defunciones
entre los hombres de 40 años, cada uno de estos pensará que esta estadística no le
concierne en absoluto, ya que, considerándose aún joven y disfrutando de buena
salud, no existe ninguna razón para fallecer en el curso del año. A menos que tal
individuo se considere, con o sin razón, gravemente enfermo, pensando que su
muerte no tardará.

8
De Gourmont, R., «L’Inattendu», Mercure de France, 15 de abril de 1906.
10. El promedio de vida.— Los resultados estadísticos son tan exactos, que no es
preciso aplicarlos sin discriminación a todos los hombres de 40 años; las compañías
de seguros obligan a un examen médico a los que quieren asegurarse. En los
coeficientes de mortalidad deducidos de los cuadros es conveniente distinguir la
parte que se aplica a los p individuos que, tras el examen médico, se consideran con
buena salud, y la parte que se aplica a los individuos a quienes dicho examen revela
la existencia de enfermedades o de algunas taras hereditarias (tuberculosis, cáncer,
sífilis, etc.). Pero, hecha esta salvedad, no hay duda de que hay cierta probabilidad de
morir en el curso del año para cualquier ser humano, probabilidad que depende de
diversas causas, de las que la edad y el sexo son las más importantes. Esta
probabilidad puede ser calculada gracias a los cuadros de mortalidad, de los que
hablaremos más adelante9.

Estos cuadros de mortalidad permiten calcular, en una época y en un país


determinado, la vida media de los hombres y la de las mujeres, que generalmente es
algo más elevada que la de los hombres.

El promedio de vida de cierto número de individuos es la media aritmética de la


duración de la vida de cada uno de ellos. Definida así, el promedio de vida sólo
puede ser calculado con exactitud si se trata de un grupo de individuos que estén
todos muertos. Es de esa forma que, con los análisis de los registros del estado civil
del siglo xix, se podría calcular la vida media de los individuos nacidos en 1800 que
murieron en un país determinado.

Tratándose de una población numerosa, si los cuadros de mortalidad están


seriamente establecidos, se puede admitir que las edades de fallecimiento del
conjunto de personas que viven en la actualidad se repartirán en el futuro, si el
estado de salud no cambia, siguiendo proporciones muy semejantes de las que
resultarían de estos cuadros de mortalidad. Esto es lo que permite hablar del
promedio de vida de los habitantes de un país en una fecha dada.

Se podría pensar en otro método para calcular el promedio de vida: tomar la media
aritmética de las edades de fallecimiento de todos los hombres o de todas las mujeres
muertos a lo largo de un año. Reflexionando un poco, nos daríamos cuenta de que
este método sólo sería correcto si la población permaneciera sensiblemente
estacionaria en el transcurso de un largo período. Si anotamos el número de
fallecimientos a lo largo del año 1941, los muertos a la edad de 20 años pertenecen a
personas nacidas en el año 1921, mientras que los muertos a la edad de 80 años
conciernen a personas nacidas en 1861. Por lo tanto, si la población del país en
cuestión hubiera aumentado notablemente de 1861 a 1921, el número de muertos de
20 años resultaría demasiado elevado en relación con el número de fallecimientos de

9
Ver Capitulo V y Apéndice II.
los de 80 años, de manera que la vida media calculada sería inferior a la vida media
real.

Las estadísticas revelan que, en todos los países civilizados, el promedio de vida ha
aumentado notablemente en el transcurso de los dos últimos siglos; este aumento se
debe, en gran parte, a la disminución considerable de defunciones de niñosde menos
de un año, debido a los progresos de la higiene. Además, sería interesante desde
varios puntos de vista, considerar la vida media calculándola no por el conjunto de
nacimientos, sino por el conjunto de niños que hayan alcanzado un año. Volveremos
a tratar este punto en el Capítulo V.

11.Interpretación de los cuadros de mortalidad.—Algunas de las indicaciones que


acabamos de dar son suficientes para señalar la importancia que tienen para cada
uno de nosotros las indicaciones de los cuadros de mortalidad y el valor del
promedio de vida, a condición de comprender bien su significado y no exagerar su
valor. No cabe duda de que cada habitante de un país está interesado en el aumento
de la vida media del mismo, aumento que puede ser consecuencia de las medidas de
higiene tomadas para evitar la propagación de algunas enfermedades epidémicas o
contagiosas, de la construcción de hospitales, sanatorios, etc.

Sé perfectamente que una persona individualista podría encerrarse en su egoísmo y


decir: tomo personalmente todas las precauciones para evitar los contagios, tengo un
excelente médico que me vigila y cuida bien si caigo enfermo; así pues, poco me
importa que se construyan o no hospitales donde yo no iré nunca, que se higienicen
barrios insalubres donde no pienso residir. Incluso, desde su punto de vista
puramente egoísta, a este individuo le falta razón, pues no puede vivir aislado del
conjunto de los demás seres humanos, estando expuesto a ser víctima de
contaminaciones más o menos directas, que se habrían evitado de haberse eliminado
algunas enfermedades gracias a los progresos de la higiene.

Además, las excesivas precauciones tomadas contra varias contaminaciones por


algunas personas demasiado preocupadas por su salud, producen, a veces, desastres
imprevistos; se citan casos de personas que, no habiendo bebido más que agua
hervida durante muchos años para evitar la fiebre tifoidea, mueren de esta
enfermedad a causa de un único descuido; lo habría soportado mejor aquel cuyo
organismo se hubiera acostumbrado poco a poco a la lucha contra los microbios.
Bertrand dedica10 unas páginas muy interesantes a la controversia que se produjo en
el momento en que se descubrió la vacuna contra la viruela, controversia en la que
tomaron parte especialistas del cálculo de probabilidades. El problema que se
planteaba era el siguiente: la vacunación producía la muerte de una persona de cada

10
Calcul des probabiütés, Gauthier-Villars.
100; pero, en aquella época, eliminaba probabilidades muy considerables de
fallecimiento por viruela; ¿es aconsejable la vacunación? o, al contrario, ¿no debe
practicarse?

Calculando la vida media en las dos hipótesis (vacunación o no vacunación),


Bernoulli llegó al resultado de que la vacunación aumentaba el promedio de vida en
tres años, llegando a la conclusión de que no debía dudarse en practicarla.

Bertrand, después de Alembert, no dudó en indicar que el cálculo de la vida media


no es suficientemente decisivo y que deben intervenir otras consideraciones.

He desarrollado los argumentos de Bertrand 11; la principal razón por la que muchas
personas dudarán. y con motivo, en dejarse convencer por el cálculo de la vida
media, es ignorar la fecha exacta en la que se producirá su muerte, ignorancia que es
uno de los elementos más importantes de su cotidiana felicidad. Si los progresos de
la ciencia lograran que cada uno conociera la fecha exacta en la que se produciría su
muerte, la mentalidad humana cambiaría completamente, dando cada cual una
importancia especial a diversas circunstancias que podrían modificar la fecha de su
fallecimiento prevista por los médicos. Sin embargo, es inútil razonar sobre una
hipótesis irrealizable; veamos las cosas tal como son.

Evidentemente, frente a los peligros de enfermedades, los hombres se dividen en dos


categorías, pasando algunos de ellos de una categoría a otra según su humor, o
perteneciendo alternativamente a una u otra según la enfermedad de que se trate.
Una de las categorías es la de los apáticos; la otra, la de los obsesos. Los primeros se
desentienden queriendo ignorar que hay microbios de la fiebre tifoidea y de los
peligros de contagio; comen y beben tal como lo han hecho sus padres y sus
antepasados y piensan que su robusta constitución les evitará el contagio; si este se
produjera, lo aceptarían con fatalidad. Contrariamente, los obsesos, cuya atención se
habrá despertado unas veces por una lectura, otras veces por una enfermedad mortal
observada en torno suyo, continuamente sólo pensarán en tomar precauciones para
evitar las enfermedades que los preocupan en particular (olvidando, a veces, peligros
de enfermedades más peligrosas y más frecuentes). Pero, tanto unos como otros, no
se interesarán en absoluto por el conocimiento exacto de las probabilidades de
contagio o de fallecimiento relativos a cierta enfermedad; estas cifras abstractas no les
dirían nada; lo que únicamente tiene valor para ellos es la reacción de su sensibilidad
personal frente a tal o cual enfermedad; uno temerá la tifoidea; otro, el cáncer, etc.

11
Le Hazard, pags. 239 y sigs.
CAPÍTULO III

LAS PROBABILIDADES NEGLIGIBLES Y LAS

PROBABILIDADES DE LA VIDA PRÁCTICA

12. Certeza científica y certeza práctica.— Cuando hemos enunciado la ley única del
azar: «los acontecimientos cuya probabilidad es bastante pequeña nunca se producen» 9 no
hemos disimulado la imprecisión del mismo. Es uno de los casos sobre los que no
cabe ninguna duda; por ejemplo, el caso del milagro mecanográfico, en el que las
obras completas de Goethe son reproducidas por una mecanógrafa desconocedora
del alemán y escribiendo a máquina al azar. Pero, entre este caso, difícil en extremo, y
aquellos de probabilidades muy pequeñas, a pesar de lo cual su acaecimiento no es
inverosímil, hay un gran número de casos intermedios. Vamos a intentar precisar lo
más posible qué valores de la probabilidad deben ser considerados como
despreciables en estas o aquellas circunstancias.

Es evidente que las exigencias que puedan formularse sobre el grado de certeza que
deben esperarse de la ley única del azar no serán las mismas según se trate de una
certeza casi absoluta, o bien de una con la que nos contentamos en determinada
circunstancia de la vida práctica.

Si se trata de una ley científica, como el principio de Carnot, según el cual el calor no
puede pasar espontáneamente de un cuerpo caliente a otro frío, podremos exigir que
la probabilidad del fenómeno, considerado según la ley como imposible, sea en
realidad extraordinariamente pequeña; para que la ley merezca el nombre de ley la
de física es preciso que a esta no se le produzca la menor infracción en, ninguna
circunstancia, en ninguna época, en ningún punto del Universo. Para abreviar,
diremos que la probabilidad debe ser despreciable a escala supercósmica, y los
cálculos que hemos hecho antes referentes al número de átomos que podrían existir
en un Universo cuyas dimensiones alcanzaran miles de millones de años luz, y sobre
el número de segundos contenidos en miles de millones de siglos, nos conducirán a
señalar en 10—500, es decir, en la unidad dividida por un número de 500 cifras, la
probabilidad, despreciable a escala supercósmica, que puede ser tomada igual a cero
en el enunciado de una ley científica. Evidentemente, esta evolución es, en parte,
arbitraria; en lugar del exponente 500 hubiésemos podido escribir 1.000, o sólo 200 o
300. Verdaderamente, las probabilidades a las que conduce la teoría cinética de los
gases para una infracción posible al principio de Carnot son mucho más débiles:
iguales a la unidad dividida por cantidades de millones de cifras. Tales
probabilidades deben ser consideradas como universalmente despreciables.

Pero, tratándose simplemente de acciones humanas de la vida cotidiana, veremos


que no es preciso que una probabilidad sea tan débil para que tengamos el derecho y
el deber de despreciarla en la vida práctica, es decir, de tratarla como si fuera nula.
De este modo nos vemos obligados a definirlas probabilidades despreciables a escala
humana, a escala terrestre, a escala cósmica, escalas a las que corresponden grados de
certeza práctica que no alcanzan a la certeza científica y casi absoluta que nos da la
escala supercósmica.

13.Las probabilidades despreciables a escala humana.— Diremos que una


probabilidad es despreciable a escala humana cuando los hombres más prudentes y
más razonables deben tratarla como si esta probabilidad fuese nula, es decir, deben
correr el riesgo de ver realizarse el suceso que concierne a esta probabilidad, incluso
si la llegada de este acontecimiento es considerado por ellos como una gran
desgracia. Tal es el caso, por ejemplo, si se trata de la muerte de la persona interesada
o de una persona que le es particularmente querida.

Demos un ejemplo sencillo. Según las estadísticas en tiempo de paz, el número de


accidentes mortales de circulación en una ciudad cuya población sea de varios
millones de habitantes, es de unos pocos por día. Es decir, que por cada ciudadano
que circula diariamente, la probabilidad para que se muera a lo largo del día por un
accidente de circulación es de casi una millonésima. Si para evitar este ligero peligro
un hombre renunciara a toda actividad exterior y se encerrara en su casa o impusiera
esta reclusión a su esposa o a su hijo, se le consideraría loco. Es decir, que las
personas más cuerdas y más razonables no dudan en afrontar normalmente un
peligro de muerte, cuya probabilidad es de una millonésima. Claro está que no nos
encontramos aquí con un caso en que la ley única del azar permite asegurar que el
acontecimiento considerado nunca se produce; el que sale cada día por las calles de
una gran ciudad sabe muybien que un accidente mortal es posible. Solamente piensa
en ello, de una manera inconsciente, tomando cierto número de precauciones que le
disminuyen las posibilidades de accidente; no se arriesga en la calzada sin haber
mirado antes si viene un coche; pero, durante todo el día, no está obsesionado por el
temor de un probable accidente.
Comparando el número de accidentes con el de los habitantes de una gran ciudad,
hemos designado una millonésima como el valor que razonablemente se puede
adoptar para una probabilidad despreciable a escala humana. Llegaríamos a un
resultado semejante si centráramos nuestra atención en el número de veces que un
hombre puede realizar, a lo largo de toda su vida, gestos o actos muy sencillos, como
trazar una letra del alfabeto, avanzar un paso al andar, o respirar. Este número de
veces es del orden de un millón en algunas semanas, o en algunos meses, o en
algunos años, según la naturaleza y frecuencia del acto considerado. Por ejemplo, un
escritor tan fecundo como Balzac llegaba a escribir dos o tres millones de letras a lo
largo de un año; una mecanógrafa profesional sobrepasaría ampliamente esta cifra.
Con esto se llega a la conclusión de que la probabilidad de escribir una letra a
continuación de otra, si se trata de un escritor que se sirve de su pluma o de una
mecanógrafa muy experta, es verdaderamente superior a una millonésima. Si esta
probabilidad es sólo de una millonésima, produciéndose un único error en 500
páginas escritas a máquina, estaremos de acuerdo en considerarla despreciable y en
afirmar que la mecanógrafa logra la perfección.

14. Las probabilidades despreciables a escala terrestre. — Si fijamos la atención en


el conjunto de hombres que viven en el mundo, y no en uno solo, las probabilidades,
para ser despreciables, deben ser notablemente más débiles. Cualquier accidente
completamente improbable para un hombre determinado, es relativamente bastante
frecuente si se consideran todos los hombres. Ganar el primer premio en la lotería de
un millón de billetes es una probabilidad despreciable para quien sólo tiene un
billete; si es sensato, no realizará proyectos para el futuro basados con lo que pueda
obtener del primer premio; al contrario, si se venden todos los billetes y
considerando a todos los compradores, con toda seguridad sí habrá un ganador.

Admitiendo que el número de seres humanos es de algunos miles de millones, se


considerará despreciable a escala terrestre la probabilidad mil millones de veces más
pequeña que la probabilidad despreciable a escala humana, es decir, la mil
millonésima parte de una millonésima, o 10 -15, la unidad dividida por un número de
15 cifras. Se puede aceptar igual valor considerando a todos los seres humanos que
han vivido a lo largo de algunos centenares de siglos, pues su número es apenas mil
veces mayor que el número actual de hombres vivos. Igualmente podríamos
considerar tales probabilidades, como veremos en el Capítulo VII, en el estudio de
algunos problemas relativos a la herencia en la especie humana.

La probabilidad de obtener 50 veces seguidas el rojo en la ruleta, o cruz en el juego


de cara o cruz, es de 2-50; si se usa la igualdad aproximada, muy práctico en esta clase
de cuestiones, 210 = 103 (en realidad, 210 = 1.024, es decir, algo más dé 1.000), se
comprobará que 2-50 equivale casi a 10-1S, es decir, a la probabilidad despreciable a
escala terrestre. Verdaderamente, si todos los hombresde la tierra pasaran todo su
tiempo jugando a la ruleta al compás de 1.000 veces por día, o sea, alrededor de
1.000.000 de veces cada tres años, tan sólo en un promedio de una vez en este tiempo
uno de ellos obtendría una serie de 50 rojos.

15.Las probabilidades despreciables a escala cósmica.— Considerando no ya el


globo terrestre, sino la porción del Universo que es accesible a nuestros instrumentos
de astronomía y de física, nos veremos llevados a definir las probabilidades
despreciables a escala cósmica. Algunas leyes astronómicas, como la de Newton
sobre la atracción universal y algunas leyes físicas relativas a la propagación de las
ondas luminosas, son verificadas por numerosas observaciones que se efectúan sobre
todos los astros visibles. La probabilidad para que una nueva observación contradiga
todas estas observaciones concordantes es extremadamente débil. De esta manera,
podremos fijar en 10-50 el valor de las probabilidades despreciables a escala cósmica;
cuando la probabilidad de un accidente es inferior a este límite, se puede afirmar que
el acontecimiento no se producirá en absoluto., cualquiera que sean el número de
ocasiones que se presenten en el Universo entero. El número de estrellas observables
es del orden de los 1.000 millones, o sea, de 10 9, y las observaciones que todos los
habitantes de la tierra, observando el cielo, podrían hacer de las estrellas a lo largo de
los siglos, son ciertamente en número inferior a 10 20. Por consiguiente, un fenómeno
cuya probabilidad es 10-50 nunca se producirá o, por lo menos, nunca será observado.

16. Las probabilidades despreciables a escala supercósmica. — Recordemos que las


leyes físicas deducidas de la mecánica estadística (y también las leyes matemáticas
deducidas igualmente del cálculo de probabilidades) tienen una certeza
incomparablemente mayor aún y pueden caracterizarse diciendo que la probabilidad
del acontecimiento contrario es despreciable a escala supercósmica; tales son las
probabilidades inferiores a 10-n, cuando n es un número de más de 10 cifras. Si, por
ejemplo, se tiene en un recipiente de un litro una mezcla de volúmenes iguales de
oxígeno y de nitrógeno, la probabilidad de que en un momento dado todas las
moléculas de oxígeno se encuentren en la mitad inferior del recipiente y todas las
moléculas de nitrógeno en la mitad superior es, igual a 2 -n, siendo n el número de
moléculas12. Es despreciable a escala supercósmica.

Un cálculo fácil indica que, si evaluamos las dimensiones de nuestro Universo, es


decir, la distancia de las galaxias más alejadas, a 10.000 millones de años luz, el
volumen de este Universo es inferior a 10 85 centímetros cúbicos, conteniendo pues,
menos de 10110 átomos, ya que la densidad media es verdaderamente inferior a 10 25
átomos por centímetro cúbico.

12
Una molécula-gramo de gas conteniendo 6’062 X 1023 moléculas, el número n de moléculas contenidas en un litro es del orden de 3x10 22,
y así 2-n es del orden de 10 a la potencia — 1022
Imaginemos, pues, con Boltzmann, un Universo U 2 que abarcara tantos universos U1
análogos al nuestro como número de átomos posee; luego, un Universo U 3 que
encerrara tantos universos U2 como número de átomos posee U 1; después, un
Universo U4 que contuviera tantos U3 como número de átomos posee U 1, y así
sucesivamente, repitiendo un millón de veces la misma operación, es decir, hasta un
Universo UN, con N = 106.Este superuniverso contendría un número de átomos igual
a 10 elevado a la potencia 110 millones, o sea, que estaría representado por un
número de 110 millones de cifras. Imaginemos también un tiempo T 2 conteniendo
tantos miles de millones de años como segundos contienen los 1.000 millones de años
de T1; luego un tiempo T3 conteniendo tantos años T2 como segundos contiene T1; y
así sucesivamente hasta un tiempo T N, cuyo índice N sería un millón. Supongamos
que volvemos a empezar un experimento tantas veces como átomos hay en el
Universo UN, y tan a menudo como segundos hay en el tiempo T N, es decir, un
número de veces ciertamente inferior a 10 a la potencia 10 9. Si la probabilidad de
éxito de un experimento aislado es despreciable a escala supercósmica, un cálculo
fácil indica que la probabilidad para que el experimento se produzca una sola vez
será tan débil, que podrá ser despreciada. Si tomamos como ejemplo la separación
espontánea del oxígeno y del nitrógeno contenidos en un recipiente de un litro,
podemos, pues, afirmar que este experimento no se logrará nunca, ni en el tiempo ni
en el espacio.

17. Las probabilidades y la vida práctica. — A menudo no se encontrarán en la vida


práctica probabilidades inferiores a 10-6 o a 10-15, es decir, despreciables a escala
humana o terrestre; pero debe señalarse que las probabilidades mucho más débiles
deben despreciarse en numerosos casos en que el acontecimiento correspondiente a
tales probabilidades no presente para nosotros una grave desdicha, sino simplemente
un accidente desagradable. Por ejemplo, si se trata de salir sin paraguas y sin
impermeable un día en que el tiempo es bueno, podría calcularse la probabilidad de
lluvia haciendola estadística de los días en que el tiempo era bueno a las 10 de la
mañana y que, sin embargo, llovió a lo largo de toda la tarde. Sin haber hecho el
cálculo, creo no equivocarme afirmando que la probabilidad es superior a una
milésima, al menos en algunos climas. No obstante, a no ser que una persona esté
particularmente delicada hasta el punto de que una lluvia imprevista pueda
comprometer su salud y su vida, no la tacharemos de imprudente si, un día en que
nada hace prever tormenta, sale sin paraguas o impermeable.

Es inútil multiplicar los ejemplos. Todos los hombres, incluso aquellos que no han
oído hablar nunca del cálculo de probabilidades, las hacen sin saberlo, como el
personaje de Moliere con la prosa; muchas de sus decisiones están influidas por la
idea más o menos vaga que tienen sobre la probabilidad de algunos acontecimientos.
Puede deducirse que es inútil conocer el cálculo de probabilidades, ya que el simple
sentido común lo suple en la mayoría de los casos; no necesito dicho cálculo para
tomar el paraguas si amenaza tormenta o dejarlo si brilla el sol. Es cierto, pero
también lo es que, en algunos casos, tenderé a consultar el barómetro antes de
decidirme, ya que sus indicaciones me permitirán conocer la probabilidad de lluvia
con menos posibilidad de error que si me contento con mirar al cielo desde la
ventana. Si me es posible, podré igualmente consultar un boletín meteorológico,
interesándome por la dirección y fuerza del viento. No deberán ser despreciadas
estas precauciones suplementarias, porque no se trata solamente de correr el riesgo
de mojarse con la lluvia, sino que, si salgo al mar en un pequeño bote de vela, el mal
tiempo puede acarrearme graves accidentes.

La mayoría de los hombres ignoran el valorexacto de las probabilidades, que usan


más o menos conscientemente, al igual que los niños y los poblados salvajes
desconocen el valor exacto de la moneda y el precio de los objetos corrientes. Tanto
en un caso como en otro, estos valores son evaluados según las impresiones
subjetivas, las cuales, a menudo, comportan graves errores. Normalmente, antes de
entregar dinero a un niño se le instruye sobre el valor de los objetos que puede
adquirir con él. Igual ocurre con las probabilidades, sobre las cuales quiere estar
exactamente informada aquella persona que se ve obligada a correr ciertos peligros.
Tal es el caso, por ejemplo, de las probabilidades que conciernen a algunos peligros o
a algunas enfermedades; cuando uno de nosotros ha sido testigo de un accidente
grave, o ha observado a su alrededor algunos casos contagiosos, a menudo se ha
impresionado mucho, llevándole a exagerar de una manera inconsciente el valor de
la probabilidad para que este accidente o este contagio vuelvan a repetirse. Por el
contrario, si se trata de un accidente grave o de una enfermedad que no hemos
experimentado de cerca, nos inclinaremos a despreciar la probabilidad, por más
elevada que pueda ser.

La comparación que hemos hecho entre la ignorancia del valor de las probabilidades
y la del valor del dinero y de los diversos productos, puede ser continuada; en
muchos casos es necesario correr algún riesgo, salir a pie o en coche, o bien
permanecer constantemente en casa con peligro de volverse anémico; aun teniendo el
estómago delicado, es necesario comer y optar entre los posibles inconvenientes que
puedan tener algunos alimentos entre los que nos es posible elegir.

La situación de quien ignora las probabilidadeses, pues, análoga a la de un hombre o


de un niño que tiene una cantidad limitada de dinero y que ignora los precios de los
productos; corre el riesgo de malgastar toda su pequeña fortuna de una manera
torpe; del mismo modo, la ignorancia de las probabilidades puede llevar a correr los
mayores riesgos queriendo evitar los más pequeños.

Hay otra analogía entre los precios y las probabilidades: el conocimiento exacto de
los precios es uno de los elementos de nuestras decisiones, pero no es el único: si
tenemos que elegir entre dos objetos de una misma naturaleza, nos gustará a veces
uno más que el otro, y quizá lo elegiremos siendo incluso más caro. No obstante, será
razonable por nuestra parte informarnos de los precios para poder tratar con
conocimiento de causa; si el precio es diez veces más costoso, quizá no dudaremos en
hacer un sacrificio también elevado para contentar nuestra fantasía. Igual ocurre para
la probabilidad. Si tenemos razones serias para desplazarnos con rapidez,
aceptaremos correr peligros de accidentes mayores usando un automóvil muy rápido
o un avión. Pero, si supiéramos que, vistas las circunstancias, el peligro de accidente
mortal alcanza una décima, reflexionaríamos sin duda antes de correr este peligro.

Para el niño .que ignora aún el valor de la moneda, las expresiones diez dólares, cien
dólares y mil dólares, son, si no equivalentes, por lo menos desprovistas de un
significado preciso; igualmente lo es para quien no ha reflexionado nunca sobre las
probabilidades cuando se le habla de aquellas cuyos valores respectivos son una
décima, una centésima y una milésima. Sin embargo, basta un poco de reflexión y de
costumbre para darse cuenta de que hay muchos casos en que sería razonablecorrer
el peligro cuya probabilidad es de una milésima, mientras que sería muy poco
prudente correr el mismo riesgo si su probabilidad fuese de una décima.

Insistamos aún sobre el hecho de que, al igual que el precio no es el único elemento
de nuestra decisión cuando se trata de comprar algo, así la probabilidad no debe ser
absolutamente el único elemento de nuestra decisión cuando se trata de correr un
peligro. Uno de los motivos por los cuales algunos espíritus desprecian la precisión
de las matemáticas es porque imaginan que esta precisión pone en peligro su libre
albedrío. Una persona suficientemente rica puede, evidentemente, elegir los objetos
que compra sin preocuparse por el precio, basándose sólo en sus gustos. Pero,
cuando se trata de correr un peligro, sobre todo estando en juego la salud o la vida
misma, nadie es bastante rico para poder despreciar ciertas probabilidades, salvo en
el caso en que altas consideraciones de moralidad o de honor nos obliguen a correr el
peligro de muerte, por elevado que este sea. En tales casos es preferible ignorar la
probabilidad del peligro. Pero, en la vida ordinaria, el conocimiento de la
probabilidad es un elemento útil en nuestra decisión, del mismo modo que lo es el
conocimiento del precio cuando se trata de una compra, sin que este conocimiento
nos impida tener en cuenta otras consideraciones antes de decidirnos.

18. Las probabilidades son sólo aproximadas. —Las probabilidades deben ser
consideradas análogas a la medida de las magnitudes físicas; es decir, que nunca
pueden ser conocidas exactamente, sino sólo con cierta aproximación. Además, el
grado de esta aproximación varía mucho, según la naturaleza de las probabilidades.
En los casos en que estas pueden ser valoradas por razones de simetría, el error
cometido en su evaluación es generalmente muy débil. Tal es el caso de la
probabilidad de obtener cierta cara del dado, o de sacar una carta de una baraja
señalada con antelación, bien mezclada y extendida sobre la mesa. El dado nunca es
un cubo perfecto, y los puntos con que están marcadas sus diversas caras producen
asimismo una disimetría, pero es tan pequeña, que la probabilidad de cada cara
difiere muy poco de 1/6; del mismo modo, si la baraja es de 32 naipes, la probabilidad
de sacar el rey de diamantes es muy próxima a 1/32, aunque los 32 naipes no sean
rigurosamente idénticos entre sí y se distingan a veces por sus dibujos y colorido. En
la evaluación de las probabilidades, los errores cometidos son mucho mayores
cuando se trata de probabilidades empíricas sacadas de las estadísticas; por una
parte, estas ya son a menudo imperfectas, estando alteradas por errores sistemáticos
imposibles de evitar y difíciles de corregir; más adelante veremos unos ejemplos de
estadísticas en relación a causas de fallecimientos; por otra parte, las estadísticas sólo
dan un número limitado de casos, obteniéndose resultados diferentes según se trate
de una población4 más o menos numerosa, o de un intervalo de tiempo más o menos
largo. Finalmente, las probabilidades varían en general en el transcurso del tiempo,
aplicándose en el presente año los valores obtenidos de las estadísticas
correspondientes a uno o varios años precedentes.

Otras probabilidades son aún más dudosas: aquellas que se formulan incluso
personas competentes, de acuerdo con sus impresiones y sus recuerdos. Por ejemplo,
un médico evalúa en 9 de cada 10 laprobabilidad de curar a un paciente de la
enfermedad que padece, o una persona asidua a torneos de tenis valora en 3 de cada
4 la probabilidad en que tal campeón sea el vencedor del torneo. Al contrario de lo
que afirman algunos autores, sería excesivo quitar todo valor a estas evaluaciones,
por más dudosas que parezcan, siendo conveniente someterlas a una crítica juiciosa.
Primeramente, hay que asegurarse de la sinceridad de quien formula el juicio de
probabilidades; conviene preguntarse si hay razones serias para dudar de ella. Por
ejemplo, un médico puede dictaminar un diagnóstico optimista en vistas a lo que
rodea al enfermo; el asiduo a partidos de tenis puede dejarse influir por amistades
personales o, incluso, en algunos casos, por motivos menos confesables, como las
apuestas, en las que puede tener un interés personal. El método más adecuado para
asegurarse su sinceridad es obligar a quien emite el juicio a verificar una apuesta de
cierta cantidad importante, pero con la condición de que no pueda ejercer ninguna
influencia sobre el resultado del suceso fortuito sobre el que se lleva la apuesta.

19. El método de la apuesta. — Si una apuesta está relacionada con un


acontecimiento cuya probabilidad es p, debe ser equitativamente reglamentada de la
manera siguiente: si Pedro apuesta que el acontecimiento será un hecho y Pablo
apuesta lo contrario, Pedro debe invertir una cantidad Ap y Pablo una suma A (1 - p);
el total de las apuestas, o sea A, revertirá al ganador. Por ejemplo, si Pedro apuesta
que él sacará el 6 en un dado, invertirá 10 dólares y Pablo 50 dólares; el ganador
tomará el total de las apuestas: 60 dólares; si Pedro saca el 6, gana 50 dólares; si no
sale el 6, pierde 10 dólares.Ahora pongámonos en el caso de que la probabilidad p, al
contrario que en el caso anterior, es desconocida por los dos jugadores, pero en la
que Pedro ha querido dar a pel valor de la probabilidad. Si tanto lo estima así, la
cantidad Ap que deberá invertir será demasiado elevada y la cantidad A (1 —p) que
invertirá su adversario será muy pequeña; el juego será desventajoso para Pedro. Si
se sospecha que Pedro exagera el valor de la probabilidad —y el mismo caso podría
darse en el del médico optimista que, queriendo tranquilizar a sus clientes, exagerara
su posibilidad de curación— obligándole a apostar una importante cantidad a favor
de tal suceso, se le invitaría a disminuir su exageración y a reconsiderarla. Por
ejemplo, si el médico declara que las posibilidades de curación son de 9 sobre 10 (o
sea, una probabilidad de 0’9), cuando en realidad sólo son de 1 sobre 2 (probabilidad
de 0’5), e invirtiera 90.000 dólares contra100.000en caso de curación, se arruinaría
pronto si esta operación se repitiera a menudo. Supongamos que de 100 enfermos
sanan sólo unos 50; si apostara en cada caso, invertiría un total de 9 millones y sólo
percibiría alrededor de 5 millones.

Por lo tanto, el método de la apuesta permite evitar los errores voluntarios que se
cometerían en la evaluación de las probabilidades cuando se conoce el sentido de estos
errores. Pero es evidente que el médico, si en lugar de ser optimista se vuelve en
algunos casos pesimista y evalúa en 0’9 la probabilidad de curación cuando en
realidad es mayor, por ejemplo igual a 0’99, será ventajoso para él aceptar una
apuesta; invertirá 90.000 dólares para recibir 100.000 en caso de curación y, si de 100
enfermos sólo muere uno, habrá apostado 9 millones para recibir 9.900.000 dólares.

¿Es posible evitar con este método los errores voluntarios que cometería Pedro en la
evaluación de la probabilidad, cuando estos errores no tienen siempre el mismo
sentido, es decir, que tanto pueden ser favorables como desfavorables? Esto es
posible, pero reuniendo dos condiciones: la primera, que Pablo pueda imponer a
Pedro el sentido en el que debe apostar, o sea que, si se trata de un enfermo, Pablo
puede apostar a su conveniencia, sea por la curación o por la muerte del enfermo. La
segunda condición, que viene a completar la primera, y no menos indispensable, es
que Pablo sea tan competente como Pedro en la evaluación de la probabilidad; siendo
Pedro un buen médico y tratándose de la curación de un enfermo, Pablo debe saber
en qué sentido ha valorado Pedro la probabilidad, orientando en consecuencia su
apuesta. Si Pedro ha exagerado la probabilidad de curación, se verá obligado a
apostar por la misma; al contrario, si exagera la probabilidad de muerte, deberá
apostar en este sentido. Al aceptar Pedro estas condiciones, no tendrá más remedio
que hacer su evaluación de una manera sincera, ya que cualquier error sistemático le
perjudicaría.

También sería bastante natural que Pedro, modesta y prudentemente, declarara que
se niega a precisar el valor de la probabilidad de curación, pero que se contenta
afirmando que, según su opinión, esta probabilidad está comprendida entre 0’8 y 0’9,
y que, en tales condiciones, si se le obliga a apostar por la curación, exigirá que se
adopte 0’8, pero que si se le obliga a apostar por la muerte, exigiría que se adopte 0’9.
Tal actitud sería perfectamente correcta, pero la de Pablo no lo sería menos si se
negara a apostar en estas condiciones; esto querría decir que está de acuerdocon
Pedro en que la probabilidad de curación está comprendida entre 0’8 y 0’9 y que, por
consiguiente, las dos apuestas le son desfavorables, ya que Pedro arriesgaría 80.000
dólares contra 20.000 apostando por la curación, o sólo 10.000 contra90.000apostando
por la muerte.

El método que acabamos de bosquejar para obligar a Pedro a evaluar lo más


correctamente posible ciertas posibilidades, tiene muchas analogías con la evaluación
de las probabilidades de alta o de baja de un valor bursátil que resultarían de las
cotizaciones para las compras o ventas fijas, o con diversas primas, así como la
importancia de los compromisos ligados a estas cotizaciones. Cada una de estas
operaciones corresponde a la evaluación de la probabilidad, tanto para el comprador
como para el vendedor, estimando cada uno de ellos que esta evaluación le es
ventajosa, o sea, que la misma representa un máximo para uno de ellos y un mínimo
para el otro.

20. La combinación de la apuesta y de las subastas. — A menudo el método de


venta en las subastas permite darse cuenta de la evaluación exacta que cualquier
comprador ha dado al valor del objeto o del inmueble en venta, ya que cesa de
aumentar el precio cuando ha llegado al límite que se ha fijado. Un método
semejante podría aplicársele a Pedro en caso de estar conforme, para que conozca
con precisión el valor que ha dado a una posible probabilidad. Volvamos al caso en
que Pedro es un médico que ha podido evaluar las posibilidades de curación de un
enfermo; nos proponemos saber si evalúa estas posibilidades en más del 50%; para
ello elegiremos un acontecí-miento aleatorio cuya probabilidad es exactamente del
50%, como el juego de cara o cruz, y ofrecemos a Pedro un regalo importante o una
ventaja moral considerable para él, dejándole la elección entre las dos eventualidades
que siguen: o recibirá este regalo si el enfermo sana, o bien si saca cruz al lanzar al
aire una moneda. Es evidente que tendrá interés en elegir aquel de los dos cuya
probabilidad le parece mayor; elegirá, por lo tanto, la curación del enfermo si
considera que la probabilidad de tal curación es superior al 50%; al contrario, si elige
el juego de cara o cruz, ello nos demostrará que valora en menos del 50% la
probabilidad de curación. Entonces podremos volver a empezar la prueba
sirviéndonos de un suceso cuya probabilidad es del 49%; por ejemplo, con varias
barajas de dorsos semejantes, haremos un montón de 100 naipes, 49 de los cuales son
rojos y 51 negros; después de bien barajados y extendidos sobre la mesa, la
probabilidad de sacar uno rojo es del 49%, o 0’49. Si Pedro prefiere esta probabilidad
a la del caso de curación, es porque evalúa esta última en menos del 0’49; seguiremos
igualmente con 0’48, y así sucesivamente, hasta que veamos que Pedro elige la
probabilidad de curación en el momento en que la otra probabilidad es tan sólo de
0’43, aunque él hubiese preferido la probabilidad de 0’44; llegaremos así a la
conclusión de que su sincera evaluación de la probabilidad de curación está
comprendida entre 0’43 y 0’44. Claro está que esta evaluación sincera no significa que
sea exacta, pues Pedro no es infalible; incluso siendo muy hábil, es muy dudoso que
pueda diferenciar certeramente unas probabilidades tan próximas como 0’43 y 0’44;
por eso, sería completamente ilusorio intentar obtener un decimal exacto, y más
haciendo disminuir en una milésima en lugar de en una centésima las probabilidades
usadas sucesivamente.

Pueden compararse estas evaluaciones con las relativas a una longitud o a un peso,
hechas por una persona que no disponga de un aparato de medida. Si esta persona
tiene cierta competencia, debida a la costumbre, su evaluación podrá ser
relativamente exacta, es decir, asignar 2 cifras de un valor ajustado; pueden ser 3 si la
primera cifra es 1, como en el caso de medir la estatura de un hombre valorándola en
centímetros. Tales evaluaciones no tienen el valor de una medida física precisa,
realizada con buenos instrumentos, pero son preferibles a un desconocimiento total;
igual ocurre en las probabilidades.

No obstante, entre estos dos tipos de evaluaciones hay una diferencia bastante
notable, con tendencia a que los métodos que se pueden usar para controlar el valor
de estas evaluaciones son muy distintos según se trate de la evaluación de un objeto
mensurable o de una probabilidad. En el primer caso, el control es fácil, puesto que
basta medir con un aparato adecuado comparando el resultado con la evaluación. De
esta manera uno puede controlar sus propias evaluaciones y perfeccionarse en este
arte, valorando de una ojeada la estatura de un hombre o la altura del techo de un
piso. Al tratarse de una probabilidad, será corrientemente imposible dar con un
método preciso para evaluar con gran precisión la probabilidad desconocida, como el
metro lo es para la medida de una longitud; solamente por métodos indirectos y
necesariamente más complicados puede llegarse a conocer si las evaluaciones hechas
por una persona sobre cierta clase de probabilidades son relativamente correctas.

21. El control del valor de las evaluaciones de probabilidad.— No es posible


controlar el valor de la evaluación de la probabilidad de un único suceso aislado, a
menos que la evaluación hecha sea extremadamente pequeña o muy próxima a 1, es
decir, que se confunda prácticamente con la imposibilidad o con la verosimilitud.
Pero, si afirmamos que tal acontecimiento tiene 9 posibilidades sobre 10 de
producirse o, al contrario, 9 sobre 10 de que no se produzca, podrá suceder en uno u
otro caso que el suceso sea un hecho real o, al contrario, que no se realice, y no llegar
a la conclusión sobre si nuestra evaluación era exacta o inexacta; un acontecimiento
puede muy bien no producirse, aunque su probabilidad sea de 0’9 o, al contrario,
puede realizarse siendo su probabilidad de 0’1 solamente. Algunos autores creen
resolver esta dificultad rehusando examinarla, o sea, negando la probabilidad de un
suceso aislado; he discutido esta tesis e indicado por qué razones no me parece
aceptable13; la noción de probabilidad es una noción primaria, cuyo significado
entiende cada uno intuitivamente, y que un estudio científico permite precisar, de la
misma manera que la geometría precisa las nociones de la recta, del plano y de la
esfera; sus ejemplos más o menos sencillos los encontramos en la experiencia
cotidiana.

Cada uno de nosotros sabe perfectamente lo que dice cuando afirma que tal
acontecimiento le parece muy poco probable, bastante probable o extremadamente
probable, del mismo modo que afirma que tal persona es baja, de estatura media,
bastante alta o muy alta. La experiencia permitesustituir estas evaluaciones
aproximadas por otras numéricas más precisas, y decir: pienso que tal persona mide
1’60 m; o pienso que dicha probabilidad es ligeramente superior a una mitad, o sea,
que este suceso es más probable que el contrario.

Se trata ahora de conocer cómo podremos darnos cuenta de que las evaluaciones
hechas por una persona son generalmente correctas, mientras que las verificadas por
otras son torpemente inexactas. Tal como puede adivinar el lector, el método de la
apuesta nos ayudará a resolver este problema pero dicho método debe ser aplicado
con prudencia, de manera que nos evite lamentables errores.

Es preciso observar que si una persona hace una evaluación inexacta y la obligamos a
apostar tomando por exacta su evaluación, hay tantas probabilidades para que esta
apuesta le sea favorable como desfavorable,. ya que todo depende del sentido en que
se verifica esta apuesta. Si, desconociendo completamente la ruleta, afirmo que la
probabilidad del rojo es de 3 sobre 4 y la del negro de 1 sobre 4, y si alguien tan
desconocedor como yo apuesta 3 dólares para el rojo contra mi apuesta de un dólar
para el negro, esta apuesta es ventajosa para mí y mi error me es provechoso. Sin
profundizar en esta cuestión, deduciremos que el método de la apuesta, aplicado sin
discriminación, no permitiría conocer quién hace las evaluaciones inexactas, pues los
casos en que esta inexactitud le será provechosa le compensarán de aquellos en que
estas apuestas le sean desventajosas.

Ya no ocurre lo mismo si uno se propone comprobar las habilidades de dos personas


que evalúan las mismas probabilidades, cada una por su cuenta, y que luego las
confrontan.

13
Borel, E., «Valeurpratique et Philosophic des probabilités», Traite du Calcul des Probabilités et de sesapplications, vol: IV, fase. III,
Gauthier-Villars.
Admitimos que Pedro haya evaluado en 0’5 y Juan en 0’7 las probabilidades del
suceso que llamaremos favorable (curación de un enfermo, ganar un partido de tenis,
ganar una carrera un caballo designado con anterioridad). Si adoptan para su
apuesta el valor medio 0’6, Juan tendrá interés, desde su punto de vista, en apostar
por el suceso favorable, y Pedro en apostar por el contrario. Efectivamente, para la
cantidad total de 100 dólares, Juan sólo invierte 60, mientras que, según su propia
evaluación, debería invertir 70, y Pedro sólo invierte 40 dólares cuando, según su
propia evaluación, debería invertir 50. Así, si uno de ambos apostantes, Juan o Pedro,
ha realizado una evaluación exacta de la probabilidad, la apuesta es favorable para él
y desfavorable para su adversario. Pero se puede ir más lejos y señalar que, si las dos
evaluaciones son inexactas, la apuesta es ventajosa para aquel de los dos apostadores
que ha cometido el error más débil14, sean los errores del mismo sentido o bien sean
de sentido contrario. Por ejemplo, si el verdadero valor de la probabilidad es 0’8, la
apuesta de 60 dólares contra 40 es ventajosa para Juan, mientras que es desfavorable
para él si el valor de la probabilidad es 0’4 o, incluso, si es 0’55 (caso en que los
errores son de signo contrario). Si Juan y Pedro hacen una única apuesta, podría
suceder muy bien que esta fuese ganada por aquel de los dos que inicialmente jugaba
con desventaja. Pero si hacen suficientecantidad de apuestas semejantes, el que
generalmente tiene ventaja acabará por ganar. Es una consecuencia de la ley de las
grandes cantidades de Bernouilli. La probabilidad para que Pedro finalmente gane
cuando hace con Juan un gran número de apuestas desfavorables, resulta
despreciable cuando el número de estas apuestas es suficientemente elevado.

El método de la apuesta, aplicado así a dos personas, permite saber cuál de las dos es
la más hábil en su evaluación de la probabilidad; si del mismo modo se comparasen
de dos en dos gran número de personas, por ejemplo los diagnósticos de numerosos
médicos especialistas de una misma enfermedad, se podría saber cuál de todos ellos
evalúa más correctamente las probabilidades, pudiéndose presumir que las
evaluaciones del vencedor de este torneo de apuestas son tan buenas como lo
permite el estado actual de la ciencia médica.

14
Aquí evaluamos el error cometido por la diferencia entre el valor verdadero y el indicado por Juan y Pedro; a esta evaluación del error
corresponde la elección que hemos hecho de la media aritmética. Si se conviene en evaluar el error por la relación del valor verdadero y del
valor indicado —lo cual es, quizá, preferible—, seria preciso elegir como base de la apuesta la media geométrica de 0’5 y 0’7, es decir, casi
0’59. La diferencia entre la media aritmética y la media geométrica es generalmente muy débil en los casos prácticos: el hecho de que Juan
evalúe la probabilidad en 0’9 y Pedro en 0’1 ocurrirá muy pocas veces.
CAPÍTULO IV

LOS SUCESOS DE ESCASA PROBABILIDAD

LEY DE POISSON

22. Las probabilidades pequeñas, pero no despreciables.— A menudo acontece que


la probabilidad de algunos sucesos no es lo suficientemente pequeña para
despreciarla; por consiguiente, no puede aplicárseles la ley única del azar ni afirmar
que no se producen; pero, cuando las experiencias son numerosas, pueden
formularse algunas leyes aproximadas respecto a las frecuencias de tales sucesos; la
probabilidad para que se produzcan graves infracciones en estas leyes es, a veces,
muy pequeña para que se pueda aplicar la ley única del azar y para que puedan ser
consideradas altamente improbables y, a veces, incluso prácticamente imposibles.

Consideremos un fenómeno cuya probabilidad es tan pequeña que, en caso de


producirse, pueda ser mirado como algo excepcional. Para precisarlo mejor,
supondremos tal probabilidad inferior a 1/30. Si se lleva a cabo una experiencia
diaria, el fenómeno deberá producirse en un promedio de una vez por mes.
Supongamos, asimismo, superior la probabilidad a 1/1.000, aunque esta hipótesis no
influya en los resultados que se van a exponer y que se consideran verídicos, por
pequeña que pueda ser la probabilidad; pero si esta resultara demasiado pequeña,
las experiencias imaginadas deberían ser demasiado numerosas para que en la
práctica fuesen realizables.

23.La ley de Poisson. — Como ejemplo, tomemos una probabilidad igual a 1/100;
podrá tratarse de ganar el premio para el poseedor de un solo billete en un sorteo
compuesto de 100 billetes. Si este comprador de un solo billete puede repetir a
menudo su experiencia, es decir, que frecuentemente tiene ocasión de adquirir un
billete de un sorteo de 100 billetes, sorteo cuyo único premio es siempre el mismo,
repetidas veces hemos afirmado como un hecho evidente, resultante de la misma
definición de la probabilidad, que el comprador en cuestión, llamémosle Pedro,
ganará en un promedio de una vez de cada 100. No obstante, la observación prueba
que si Pedro vuelve a repetir precisamente 100 veces una experiencia que consiste en
comprar un billete de un sorteo de 100, podrá muy bien suceder que gane una sola
vez, que no gane ninguna, o que gane dos o varias veces. El teorema de Poisson 15 nos
hace conocer las probabilidades de estas diversas eventualidades. Según este
teorema, las probabilidades para que Pedro, en 100 experiencias, gane 0, o 1, o 2
veces, etc., se detallan en el siguiente cuadro:

Ganó 0 veces 36’788%; probabilidad 0’36788

1 36’788%; 0’36788

2 18’394%; 0’18394

3 6’131%; 0’06131

4 1’533%; 0’01533

5 0’306%; 0’00306

6 0’051%; 0’00051

7 0’007%; 0’00007

8 0’001%; 0’00001

Se observará que la probabilidad de ganar una sola vez es igual a la de ganar 0 veces;
la de ganar2veces es 2 veces más pequeña; la de ganar 3 es3veces más pequeña que la
de ganar 2; la de ganar4es aún 4 veces más pequeña, y así sucesivamente. La
probabilidad de ganar 8 veces es alrededor de una cada 100.000, la de ganar 9 sería 9
veces más débil, es decir, alrededor de una millonésima, y la de ganar 10 veces sería
de una diezmillonésima; llegamos aquí a las probabilidades despreciables a escala
humana.

15
En el Apéndice II pueden verse algunas explicaciones matemáticas relativas a este teorema, explicaciones que realmente no son
indispensables para poder comprender lo que viene a continuación, pero que, sin duda, interesarán a aquellos de nuestros lectores con ciertos
conocimientos matemáticos.
Si 100 personas distintas hacen la misma experiencia que Pedro, es decir, adquieren
100 veces consecutivas un billete del sorteo, se podrá afirmar que de estas 100
personas habrá alrededor de 36 o 37 que no ganarán ninguna vez en los 100 sorteos
en los que participarán; otras tantas ganarán una sola vez; alrededor de 18 ganarán 2
veces; 6 ganarán 3 veces; 1 o 2 ganarán 4 veces y, excepcionalmente, una ganará más
de 4 veces.

Claro está que estas cifras sólo son promedios y, como siempre, los errores en
relación a estos valores medios son, no sólo posibles, sino muy probables, y deben ser
considerados como la regla y no como la excepción, a condición de que los errores no
sean demasiado considerables.

24.Los errores. — Ya hemos dicho que los valores del error que se pueden considerar
normales, es decir, que se observarán frecuentemente, son los inferiores a la raíz
cuadrada del número deseado; por ejemplo, de 100 personas que hayan participado
en 100 sorteos cada una, es de esperar que 36 o 37 no ganen ni una sola vez (media de
36’8); la raíz cuadrada de 36 es 6, y razonablemente debe esperarse que el número de
personas que noganarán ninguna vez esté comprendido entre 31 y 43; un doble error
de 6, que correspondería a menos de 25 o más de 44, será muy raro, y un error triple
(menos de 19 o más de 55) será completamente excepcional. Los mismos resultados
pueden aplicarse al número de personas que ganarían sólo una sola vez.

En cuanto a las personas que ganarían 2 veces, un error de 4 puede producirse


normalmente en relación al promedio de 18, o sea, que su número estará
comprendido entre 14 y 22; raramente podrá bajar a 10 o elevarse a 26. Pero se deberá
considerar completamente excepcional que dicho número pueda ser inferior a 6 o
superior a 30.

Análogos resultados se aplicarían a los casos de personas que ganen 3 veces o más a
lo largo de una serie de 100 sorteos.

Estos resultados indican hasta qué punto es decepcionante el oficio de jugador, si así
se puede llamar a la persona en quien el juego se convierte en costumbre. El único
premio del sorteo en el que Pedro compra con perseverancia un billete valdrá
ciertamente menos de 100 dólares si el billete cuesta uno, ya que los organizadores de
la tómbola se ven obligados a la subvención de gastos y, además, obtener un
beneficio. Si este premio vale 80 dólares y Pedro se obstina en tomar 100 veces
seguidas un solo billete, la probabilidad de que gane es de 0’37; en este caso, sufrirá
una pérdida de 20 dólares, ya que ha comprado 100 billetes de un dólar y ganado un
premio de 80; también tiene la probabilidad 0’37 de perder sus 100 dólares sin ganar
nada. En cuanto a sus posibilidades de ganar, son las siguientes: alrededor de 18
sobre 100 de ganar 60 dólares (2 premios de 80, menos 100 dólares, importe de los
billetes), 6 sobre 100 de ganar140 dólares y 1 o 2 sobre 100 de ganar 220 dólares,
siendo ínfimas las de una ganancia superior. Cálculos análogos se aplicarían al
asiduo a la ruleta, obstinado en jugar constantemente a un número entero (que,
además, puede variar a su antojo sin modificar las probabilidades); en la ruleta con el
cero, ganará en promedio una vez de cada 37, de manera que, en 37 veces
consecutivas, las probabilidades de que nunca gane, o de que gane 1 o 2 veces, etc.,
vienen dadas por el cuadro de Poisson.

25.Caso en que la serie de experiencias se repite varias veces consecutivas.— Es


interesante averiguar lo que sucede cuando se repiten varias veces consecutivas las
series de experiencias que hemos supuesto, y que consisten, para Pedro, en tomar 100
veces seguidas un billete en un sorteo de 100, o en jugar 37 veces seguidas un número
entero en la ruleta.

Supongamos que Pedro no gana ni una sola vez a lo largo de la primera serie; la
probabilidad de tal eventualidad es de 0’3679; si este hecho se produce, la
probabilidad para que Pedro no gane en el transcurso de la segunda serie no se ve
modificada y es igualmente de 0’3679; la probabilidad para que estas dos
eventualidades se produzcan sucesivamente, es decir, para que Pedro no gane ni a lo
largo de la primera serie ni a lo largo de la segunda, es igual al producto de estas dos
probabilidades, o sea, casi 0’135. Tal es la probabilidad para que a lo largo de las dos
series de 100 sorteos cada una, es decir, 200 sorteos consecutivos en total, Pedro no
gane ni una sola vez. Si se considera una segunda serie, igualmente de 200 sorteos, la
probabilidad para que Pedro no gane es la misma de 0’135, y la probabilidad para
que no gane niuna sola vez a lo largo de los 400 sorteos consecutivos (2 series de 200)
es el producto de 0’135 por 0’135, o sea, alrededor de 0’018; esta probabilidad es de
casi 2 centésimas y no es en absoluto despreciable.

La probabilidad de que Pedro no gane a lo largo de dos series de 400, es decir, a lo


largo de una serie de 800, sería el cuadrado de 0’018, o sea, alrededor de 0’0003, o casi
una de cada 3.000, probabilidad muy débil, no siendo, sin embargo, despreciable a
escala humana.

De esta manera, se comprende que la simple observación según la cual Pedro gana
promedio una vez de cada 100, debe interpretarse a la luz de los cálculos de Poisson, a
fin de que su significado se comprenda bien; no sería preciso que este enunciado de
un promedio le implique a Pedro la seguridad de ganar el premio del sorteo, no sólo
en 100 experiencias sucesivas, sino en varios centenares de ellas.
Ocurre lo mismo cuando la probabilidad en cuestión no es la de ganar un premio en
un sorteo, sino la de un accidente al que Pedro está expuesto diariamente. Por
ejemplo, Pedro es un obrero cuyo oficio encierra algunos peligros, como el de
aviador, maquinista de tren o conductor de camión. Si la probabilidad de un
accidente, según la estadística de todos los acaecidos a aquellos que tienen el mismo
oficio que Pedro, es de 1/1.000 por día de trabajo, esto equivale a casi un accidente
cada tres años (si se admite que hay 333 días de trabajo por año). Pero, de 100
personas que tienen el mismo oficio que Pedro, habrá casi 37 de ellas que no tendrán
ningún accidente a lo largo del primer período de tres años, y unas 13 que no lo
tendrán en el transcurso de dos períodos consecutivos de3 años. Tal proporción de
excepciones es lógica, siendo simple consecuencia de los cálculos de probabilidades
de Poisson, sin que para explicarlo sea necesario diferenciar las probabilidades
concernientes a diferentes individuos.

Naturalmente, no se puede excluir a priori la posibilidad de tales diferencias; esta es


una cuestión que sólo puede ser resuelta por la observación y la experiencia. Incluso
casi puede asegurarse que existen estas diferencias, ya que no todos los hombres son
iguales; existen, entre los conductores de camiones, unos cuya probabilidad de
accidente es inferior a la media, contrariamente a otros que la tienen superior.

Fácilmente puede verse que esta desigualdad entre las probabilidades concernientes
a diferentes individuos aumenta, consecuentemente, la proporción de aquellos que,
al cabo de cierto período de tiempo, no sufren ningún accidente. Sabemos que, si
para cada individuo, el número de experiencias es igual al denominador de la
probabilidad, es decir, a 1.000 si la probabilidad es de 1/1.000, debe suponerse que el
suceso esperado o temido suceda a casi el 37% de individuos. Si se trata de un
accidente, esta será la proporción de individuos indemnes; por ejemplo, de aviadores
o de conductores de camiones que no hayan sufrido ningún accidente 16.

Evidentemente, un error que no sobrepase el 6% en relación a este promedio, tanto


en un sentido como en otro, debe considerarse normal, yaque puede ser debido a
causas puramente fortuitas. Si la proporción de los que no hayan sufrido ningún
accidente es sensiblemente superior al 36%, subiendo, por ejemplo, al 45 o 50%, se
deberá presumir que este error no es fortuito, sino que es debido a que entre los
individuos observados los hay con probabilidad notablemente inferior a la media,
mientras que, para otros, es superior. Este último resultado se vería confirmado en el
caso de tratarse de accidentes cuya mayoría no son mortales, como en el caso de los
automóviles, por el hecho de que la proporción de individuos que hayan sufrido más
de 2 accidentes a lo largo del período en cuestión sería superior al 18%, y la
proporción de los que habrían sufrido más de 3 accidentes sería superior al 6%.

16
La probabilidad 1/1.000 se supone calculada de acuerdo con ciertas estadísticas; dicha probabilidad puede relacionarse al día de la partida,
unidad bastante imprecisa, puesto que no todos los días son iguales, o bien a cierto número de kilómetros recorridos, por ejemplo un millar.
Comenzar de nuevo mil veces la experiencia corresponderá a recorrer un millón de kilómetros.
En el cálculo de probabilidades, se resumirá este aumento de la proporción de los
casos en que el número de accidentes es 0, 2, 3, y su disminución forzosamente
correlativa en los casos en que el número de accidentes es igual a la unidad, es decir,
a la media, diciendo que la dispersión observada es mayor que la normal; una ley
general del cálculo de probabilidades es que, en este caso, el material sobre el que se
hace la observación no es homogéneo, es decir, que las probabilidades no son iguales
para todos los individuos, sino que para unos son superiores a la media e inferiores
para otros.

¿Puede ser la dispersión observada inferior a la normal? Ello podrá producirse en el


caso de que los fenómenos observados no sean independientes unos de otros; por
ejemplo, si se trata de enfermos contagiosos, u observaciones relativas a gran número
de pasajeros que usan los mismos medios de transporte; si descarrila un tren repleto
de viajeros, varios centenares de personas se encuentran simultáneamente incluidas
entre las que han sufrido un accidente, muriendo a veces buen número de ellas o
resultando gravemente heridas. A veces un grave accidente, con proporciones de
catástrofe, produce en un solo día un número de víctimas superior a la media anual
total. Lo mismo ocurre, con mayor motivo, en accidentes marítimos.

No obstante, tanto en los ferrocarriles como en los barcos, subsiste alguna


independencia entre las posibilidades de accidente en dos personas distintas; ello
obedece a que, salvo en casos muy particulares (miembros de una familia viajando
frecuentemente juntos, moradores de los arrabales de una gran ciudad que toman
cada día los mismos trenes en horas regulares), los más frecuentes son aquellos en
que unos viajeros se encuentren juntos en un mismo tren o en un mismo barco
debido a circunstancias puramente fortuitas y que no se repiten. La probabilidad
para que uno de ellos sufra un nuevo accidente es independiente de la que tenga uno
de sus compañeros de azar. No ocurre lo mismo cuando se consideran las
probabilidades de algunas enfermedades epidémicas, o de aquellas cuya frecuencia
es debida a causas climatológicas; las probabilidades cambian entonces por un igual
para los habitantes de una misma casa, de un mismo barrio, de una misma ciudad o
de una misma región.

26.Las probabilidades de espera.— La probabilidad de espera es uno de los


problemas prácticos que suelen presentarse frecuentemente en la vida diaria, cuando
su duración depende de circunstancias fortuitas, tal como la afluencia de clientes en
una ventanilla, o bien la regularidad del paso de un vehículo de servicio público.

Consideremos primero el caso de un coche de servicio público que pasa a intervalos


rigurosamente fijos, por ejemplo cada 20 minutos. Si uno desconoce su horario, o no
lo tiene en cuenta, se deberán considerar iguales las probabilidades de llegar al lugar
de la parada en un momento cualquiera del intervalo de 20 minutos que separa dos
recorridos consecutivos; la duración media de la espera será, pues, de 10 minutos.

Tomemos ahora un caso algo más complejo; supongamos que el intervalo medio de
los pasos es siempre de 20 minutos, pero que dicho intervalo es alternativamente de
30 y de 10 minutos. En otras palabras, las horas de salida de término son las 12, 12.10,
12.40, 12.50, 13.20, 13.30, 14, 14.10, 14.40 horas, etc. Continuemos suponiendo que el
pasajero no tiene en cuenta el horario, ya porque lo ignora, ya porque su reloj no va a
la hora o, incluso, que será el caso más frecuente, porque tiene ocupaciones o
compromisos cuya duración no puede ser evaluada exactamente y que se decida a
tomar el coche cuando queda libre.

Podría caerse en la tentación de razonar del modo siguiente: cuando el intervalo que
separa dos coches es de 30 minutos, la duración media de la espera es de 15 minutos
y, cuando este intervalo es de 10 minutos, es de 5; así, siendo dicha espera
alternativamente de 15 y de 5 minutos, da una media de 10, o sea, la misma que
cuando los coches pasan a intervalos regulares de 20 minutos cada uno. Tal reflexión
no es válida porque no se tiene en cuenta una circunstancia evidente: el pasajero que
se presenta en la parada en un momento arbitrario tiene muchas más posibilidades
de llegar a ella a lo largo de un intervalo de 30 minutos que en uno de 10; llegará un
promedio de 3 veces decada 4 a lo largo de un intervalo de 30 minutos; y una sola
vez durante uno de 10 minutos; habrá, pues, 3 veces de cada 4. una espera media de
15 minutos y una sola vez una espera media de 5 minutos; la verdadera duración
media será
1/4 x (3x15 +1x5) = 50/4 = 12’5 minutos,

es decir, 12 minutos y 30 segundos; la irregularidad del servicio aumenta la duración.

Un problema análogo se nos presentaría al intentar resolver el caso en que las


irregularidades del servicio no sean sistemáticas, sino motivadas por circunstancias
fortuitas, como ocurre con frecuencia en las líneas de autobuses de las grandes
ciudades, donde la circulación es muy intensa. En tal caso, los coches, aunque con la
obligación de salir de la estación de término a intervalos regulares, por ejemplo 10
minutos, a mitad del recorrido se encuentran con varios minutos de adelanto o de
retraso en relación unos de otros17.

Expuesto así el problema, es bastante difícil someterlo a un cálculo riguroso, ya que


dicho cálculo debería basarse solamente en hipótesis muy precisas sobre la
probabilidad de los diversos retrasos (o adelantos) que se consideran posibles. En el
caso de líneas de autobuses con salidas bastante frecuentes, se obtendrá un resultado
bastante aproximado a la realidad aceptando como un hecho experimentado que,
cuando el intervalo me- dio que hay entre los coches es de 10 minutos, los intervalos
de 0 a 20 minutos son casi todos igualmente probables. La duración media de espera
es de 5 minutos cuando la regularidad es perfecta, y de 10 cuando su irregularidad es
tan manifiesta como puede serlo según nuestra hipótesis (intervalos cuya duración
es, alternativamente, de 0 y 20 minutos). Fácilmente llegamos a la conclusión de que
la duración media de la espera es la media aritmética de 5 y 10 minutos, es decir, de
7’5 minutos, que puede verse aumentada el 50% por el hecho de las irregularidades
del servicio.

Hemos supuesto hasta aquí que el pasajero que espera encuentra siempre sitio en el
primer coche que pasa; para poder dictaminar en los casos en que los coches van
completos o que no pueden aceptar más que una parte de los pasajeros, sería preciso
hacer numerosas hipótesis, que serían muy arbitrarias de no estar basadas en la
observación y la estadística. En el caso de que los coches vayan a veces completos o
casi completos, el problema tiene analogía con el de las ventanillas, del que ahora
hablaremos, limitándonos a un caso muy sencillo, ya que sería muy complicado si se
quisieran estudiar todas las circunstancias que pueden presentarse.

27.El problema de la espera en la ventanilla. —Admitamos en primer lugar que el


número de ventanillas de una administración, idénticas entre sí, sea estrictamente
17
En el caso de los autobuses también se puede observar que un coche que vaya con retraso se verá obligado a cargar mayor número de
viajeros en cada parada, lo cual tenderá a aumentar su retraso, mientras que uno que circule con adelanto en relación con el precedente
cargará menos viajeros, de manera que su adelanto irá en aumento. Por este mecanismo, en algunas líneas de autobuses ocurre con frecuencia
que uno de sus coches llega antes a término que su precedente.
suficiente para atender a todos los usuarios que se presenten a lo largo de un día;
para simplificar, supondremos que el tiempo necesario para atenderlos es igual para
cada uno de ellos, por ejemplo, 5 minutos. Si una ventanilla está abierta diariamente
10 horas consecutivas,pueden ser atendidas 120 personas; y 10 ventanillas pueden
atender a 1.200.

Si los usuarios se presentan en menor número al comienzo de la jornada, es evidente


que algunas ventanillas cerrarán parcialmente y, por consiguiente, al final del día la
afluencia será excesiva, no pudiendo ser atendidos todos los clientes. Si esta
circunstancia se repite varias veces y es conocida por los usuarios, aquellos que
lamentan no haber podido ser atendidos a última hora debido a la excesiva afluencia
procurarán presentarse a primera hora, con la consecuencia de que, al comienzo, el
promedio será mayor, con una espera más o menos prolongada. Como puede verse,
el problema no es simple, ya que interviene la psicología de los interesados, al igual
que otras muchas circunstancias que pueden variar según la naturaleza de las
operaciones efectuadas. Únicamente puede calcularse este problema simplificando
mucho las hipótesis.

A partir de ahora supondremos que existe una sola ventanilla y que la afluencia
cotidiana de clientes es inferior a lo que puede rendir, de manera que si aquellos se
sucedieran a intervalos regulares, no sólo no habría ninguna espera, sino que la
ventanilla estaría libre durante una cuarta parte del tiempo total, o sea, durante 2
horas (120 minutos) de 8 horas de trabajo. Durante las 6 horas de trabajo efectivo, se
puede atender un promedio de 30 usuarios a la hora, despachándose uno cada dos
minutos, resultando 180 por día. Pero estos 180 clientes no se presentan a intervalos
rigurosamente iguales; generalmente hay horas de poco trabajo y otras de mucha
afluencia. No obstante, si buena parte de los clientes tienen todas las horas libres y no
les gusta esperar, procurarán algunosde ellos acudir a las horas conocidas de trabajo
reducido, estableciéndose poco a poco cierto equilibrio. No es absurda la sencilla
hipótesis de que todas las horas del día son igualmente probables para cada usuario,
es decir, que ocurre como si cada uno de ellos echara a suerte la hora y el minuto de
presentarse en la ventanilla. En dicha hipótesis, el problema de espera puede ser
sometido a cálculo y, a pesar de su sencillez, la solución continúa siendo todavía
bastante complicada. En el Apéndice II damos algunas precisiones sobre estos
cálculos, destinados a aquellos lectores interesados en las matemáticas; aquí nos
contentamos en dar los resultados del caso que acabamos de indicar.

Señalemos en primer lugar algunas denominaciones. El primer usuario que se


presente después de abrir la ventanilla será llamado un cabeza de serie; si durante los
2 minutos que dura su estacionamiento en la ventanilla no se presenta nadie más, la
serie se ha terminado, componiéndose tan sólo de un elemento. Contrariamente, si
mientras es atendido el primer cliente se presentan uno o varios más, la serie
terminará cuando la ventanilla vuelva a quedar libre; puede componerse de 2, 3, 4, 5,
etc., elementos, formado cada uno por un concurrente que usa la ventanilla durante 2
minutos; si la serie consta de 4 elementos, su duración es de 8 minutos. Cuando se ha
acabado una serie, el primer cliente que se presenta es de nuevo un cabeza de serie, y
así sucesivamente hasta la hora de cierre. De permitirse sea atendida la totalidad de
los asistentes, deberemos admitir que esta hora se verá retrasada en algunos minutos.

Hemos supuesto que hay en total 180 usuarios, cuyo despacho exige 6 horas, estando
abierta la ventanilla durante 8 y quedando, la misma, libre

durante una cuarta parte del tiempo total de su apertura. En estas condiciones, la
probabilidad para que un usuario que se presente casualmente a lo largo del día sea
un cabeza de serie, es precisamente de una cuarta parte, sacándose la conclusión de
que el número de series tendrá un promedio igual a la cuarta parte de 180, o sea, 45.

Pueden ser calculadas las respectivas probabilidades para que una serie esté
compuesta de 1,2,3 o de mayor número de elementos. Estas probabilidades
disminuyen rápidamente al principio, y luego mucho más lentamente.
Multiplicándolas por 45, número total probable de las series, se obtienen los números
probables de las series de 1, 2, 3, 4, etc., elementos. Estos números tienen 21 series de
1 elemento, 7 series de 2, 3’5 series de3,2’1 series de 4, 1’4 series de 5 y 1 serie de 6
elementos. El número disminuye luego poco a poco, ya que es multiplicado por 0’9
cada vez que el número de elementos aumenta en una unidad, resultando así 0’36
para 16 elementos y 0’13 para 26; la suma total de números probables de series de 6
elementos o más es igual a 10, es decir, está lejos de ser despreciable, y el número
total probable de series de 29 elementos o más es igual a la unidad. Pueden, pues,
combinarse de la manera siguiente:

21 series de 1 elemento

7 2 elementos

3 3

2 4

2 5

1 6o7
1 8

1 9

1 10 o 11

1 12 o 13

1 14 a 16

1 17 a 20

1 21 a 25

1 26 a 30

1 31 a 40

Claro está que podrán presentarse errores con relación a estos números medios;
hemos querido dar simplemente un boceto general del fenómeno.

Siendo 45 el número de series y 180 el número total de elementos, cada serie está
compuesta por un promedio de 4. Recordemos que el tiempo total de apertura de la
ventanilla, 8 horas, es igual a 4 veces el tiempo en que la misma está libre, o sea, 2
horas; de ahí que el promedio de elementos sea 4.

El promedio que acabamos de calcular es la media aritmética de los elementos de las


diversas series o, si se prefiere, la media de las duraciones de estas series (siendo su
unidad, para nosotros, de 2 minutos). En algunos casos, será preferible otra
definición.

Consideremos un usuario al azar; formará parte de una serie, pudiendo ser su cabeza
o bien cualquier otro de sus elementos; al acabarse, esta serie contendrá cierto
número de elementos que calificaremos como el número observado por el usuario en
cuestión. Si de la misma forma consideramos un gran número de usuarios, cada uno
de ellos observará en su serie cierto número de elementos, y denominaremos valor
medio de las series a la media aritmética de los valores así observados por un gran
número de usuarios. Es evidente que la media así definida es superior a la que hemos
calculado, pues es más probable que un cliente tomado alazar pertenezca a una serie
larga que a una corta. En el problema que nos ocupa, el cálculo indica que la nueva
duración media es exactamente el cuadrado de la anterior, es decir, 16 elementos en
lugar de 4. Si un cliente llega al azar y pertenece a una serie de 16 elementos, tiene las
mismas posibilidades de ocupar cualquiera de los puestos comprendidos entre el 1 y
el 16; el número de los que le preceden está comprendido entre 0 y 15; hay, pues, un
promedio de 7’5. Esta es la respuesta más precisa y general que puede darse a dicho
problema. Sería necesario un nuevo cálculo para fijar la duración media de la espera.

Si la ventanilla estuviera libre durante un tiempo igual a la mitad de las horas de


abertura (y no una cuarta parte como habíamos supuesto), el promedio de las series
sería de 2 según el primer sistema de cálculo y de 4 según el segundo; cada cliente
tendría un promedio de 1’5 de antecesores en la serie a la que pertenece; la mitad de
los clientes serían cabezas de serie y no tendrían ningún antecesor.

Al contrario, si la ventanilla sólo estuviera libre durante una décima parte de las
horas de apertura, el promedio de las series sería de 10 con el primer método de
cálculo y de 100 con el segundo; bastante a menudo, aunque no todos los días, se
podrían observar series superiores a 100. Siendo solamente de 18 el promedio de las
series diarias, sería necesaria una observación de varios días para comprobar
nuestros resultados.
CAPÍTULO V

LAS PROBABILIDADES DE FALLECIMIENTOS,

ENFERMEDADES Y ACCIDENTES

28.Probabilidades de fallecimientos. — A partir del siglo xviii empezaron a


establecerse con rigurosidad las estadísticas de fallecimientos debidos a la edad 18; a lo
largo del siglo XIX dichas estadísticas lograron gran exactitud en los países
civilizados. Además, las compañías de seguros de vida, cuyo número e importancia
iban en aumento, establecieron estadísticas muy precisas sobre su clientela. Según la
naturaleza del contrato, en tales estadísticas las compañías distinguen dos categorías
entre esa clientela. En algunos contratos, la muerte del asegurado resulta un
acontecimiento ventajoso, si no para él, sí al menos para sus herederos y, por
consiguiente, desfavorable para la compañía, que debe satisfacer una suma
importante; en otros contratos, en cambio, la existencia prolongada del asegurado es
ventajosa para él mismo y desfavorable para la compañía, que debe satisfacerle una
renta vitalicia. En el lenguaje de las compañías de seguros, la primera categoría es la
de los asegurados, siendo la segunda la de los rentistas. Se observa fácilmente que la
muerte de los rentistas es inferior a la de los asegurados, a pesar de las precauciones
tomadas por las compañías exigiendo unexamen médico y rehuyendo asegurarlos si
dicho examen resulta desfavorable. Quien se encuentra enfermo o es de salud
endeble no se decide fácilmente a clasificarse en la categoría de los rentistas,
entregando un capital importante a cambio de la promesa de una renta vitalicia.

Señalemos aquí que los cuadros de las compañías de seguros están relacionados con
una parte seleccionada de la población, ya que los asegurados deben pasar por un
examen ante un médico de la compañía, y los rentistas, antes de suscribir el contrato,
se han preocupado en consultar a su propio médico. Estos exámenes se realizan una
sola vez en el momento en que se suscribe el contrato, y la duración del mismo es, a
menudo, muy larga. En el curso de esta duración, tanto asegurados como rentistas
pueden sufrir graves enfermedades que aumenten considerablemente sus

18
Cuadro de Deparcieux, 1746.
probabilidades de fallecimiento a lo largo del año, en relación con las probabilidades
medias relativas al conjunto de hombres o de mujeres de la misma edad.

Insistimos en la diferencia que hay que establecer entre la probabilidad media de


fallecimiento a lo largo de un año para un hombre de 40 años y la probabilidad
semejante cuando se sabe que dicho individuo goza actualmente de buena salud y
que no corre peligros excepcionales, ni en su profesión ni en sus hábitos.

29.Significado de la probabilidad media.— Como orientación, consideremos que los


hombres de 50 años que mueren a lo largo de un año son 7.834 de 791.283, o sea, algo
menos de 10 de cada 1.000. Si admitimos la cifra 10 sobre 1.000, la probabilidad
media de mortalidad a lo largo de un año esde 0’01, o sea, una centésima para un
hombre de 50 años, de quien no se conoce ninguna otra información, y del que
legítimamente puede pensarse que ha sido elegido al azar de entre los hombres de
dicha edad. Por ejemplo, considerando que30.000es el número de hombres que
cumplen su 50.° aniversario en el transcurso del mes de enero, será probable que
mueran 300 antes de la edad de cincuenta y un años. La diferencia que se observará
entre la cifra de fallecimientos realmente acaecidos y el número medio calculado de
300 según la probabilidad, será relativamente débil, es decir, del orden de los errores
que se obtienen cuando se repite numerosas veces una experiencia simple, como es
echar un dado o sacar un número de una urna.

Teniendo en cuenta la posibilidad de algunos acontecimientos excepcionales que


aumentan la mortalidad general (guerras, epidemias, invierno anormalmente frío),
los errores observados son, a veces, mayores que los producidos en acontecimientos
aleatorios simples.

Admitamos, sin embargo, en los ejemplos que hemos elegido, que el número de
fallecimientos sobrepase los 250 y sea inferior a 400, suponiendo, claro está, que la
experiencia se realiza sobre30.000personas de 50 años elegidas verdaderamente al
azar. Del mismo modo ocurriría si, en lugar de elegir las que han nacido en enero, se
eligieran aquellas cuyo apellido comienza por las letras A o B. Pero si se eligieran
30.000 funcionarios en ejercicio en la fecha del 1.° de enero y con edad de 50 a 51
años, debería esperarse una mortalidad verdaderamente inferior, ya que el hecho de
estar en activo demuestra que hasta el presente no han sufrido ninguna enfermedad
grave. Además,uno puede preguntarse si las probabilidades de algunas
enfermedades o causas de accidente no son menores para los funcionarios que para
los obreros opara los agricultores.

Restringiendo la categoría de las personas consideradas, las variaciones de


probabilidad serían aún mucho más considerables si, en lugar de tratar la
probabilidad de fallecimientos a lo largo de un año, se consideraran las probabilidades
de fallecimiento en el transcurso de un día, más exactamente, a lo largo de 24 horas, de
hoy al mediodía a mañana al mediodía.

Para un conjunto de los hombres de 50 años, esta probabilidad es 365 veces más débil
que para un año, o sea, que debe esperarse una media de 10 fallecimientos entre
365.000 personas en lugar de 10 entre 1.000. En un país donde el número de personas
de 50 años fuese de 730.000, el promedio diario de fallecimientos de esta edad sería
de 20. Pero es evidente que este porcentaje sería mucho menor si sólo se consideraran
las personas de 50 años que hoy al mediodía gozan de buena salud y que, además, a
lo largo de las 24 horas no deben correr ningún peligro excepcional de accidente
(largo viaje en avión, en coche, exhibición peligrosa para un acróbata, etc.). Sin previo
aviso hay pocas enfermedades que matan en 24 horas, e incluso muchos accidentes
mortales dejan a su víctima algunas horas o algunos días de supervivencia. Sería
bastante exagerado, pues, evaluar en1sobre 36.500 la probabilidad de fallecimiento a
lo largo de las 24 horas para una persona que goce de buena salud y que no deba
correr ningún peligro excepcional; se puede afirmar que esta probabilidad es
verdaderamente mucho más débil, aunque su precisa evaluación sea bastante
difícil;también es bastante delicado definirla con precisión. ¿Qué hay que entender,
pues, por persona con buena salud?; ¿debemos contentamos con la afirmación de la
persona interesada, o exigirle un examen médico? Además, ¿cuáles son los riesgos de
accidente que deben considerarse como normales y cuáles como excepcionales?

Sería bastante interesante distinguir, mejor de lo que se ha hecho hasta ahora, las
probabilidades de supervivencia global a una edad determinada para el conjunto de
una población, y las probabilidades relativas a las personas de esta edad cuya salud
es buena y que no corren peligros excepcionales. El estudio de las estadísticas
relativas a los fallecimientos clasificados según sus causas sería uno de los elementos
más importantes para utilizar en este estudio.

30.Los fallecimientos según sus causas. — La aplicación de las leyes obligando a


declarar las causas de los fallecimientos ha progresado mucho a partir de la primera
edición francesa de esta obra, en gran parte motivadas por el desarrollo de los
seguros sociales, gracias a los cuales el médico es llamado casi siempre en caso de
enfermedad grave. Mientras que en 1936, en Francia, de 642.000 fallecimientos había
alrededor de 131.000, o sea, más del 20% debidos a motivos no especificados o mal
definidos, en 1948 este número era sólo de unos 35.000 sobre 506.000 fallecimientos, o
sea, menos del 7%. Hemos elegido las estadísticas publicadas en Francia para el año
1948, que, además, fue el año en que el número de fallecimientos fue el menos
elevado durante el período de medio siglo que abarca de 1900 a 1949.
La clasificación de las causas de fallecimiento, como toda clasificación, no puede ser
perfecta, y es preciso reconocer que, en muchos casos, un médico puede hallarse
confundido. Por ejemplo, un enfermo padece una tuberculosis de probable curación;
sin embargo, por un frío excesivo, muere de una bronquitis o de una pulmonía; ¿a
qué debe atribuirse su muerte, a la tuberculosis, o a la enfermedad accidental?
Semejante cuestión se plantea a menudo en los enfermos sifilíticos; según los
especialistas de la sífilis, el número de fallecimientos cuya causa real es dicha
enfermedad es realmente mucho más elevado que el número indicado en las
estadísticas. Estas mencionan mayormente una causa accidental, que en muchos
casos seguramente no hubiera producido la muerte si el sujeto no fuera sifilítico.

En lo concerniente a las causas de senilidad y vejez, para 14.788 hombres hay 488
fallecimientos de los 50 a los 69 años, 4.722 de los 70 a los 79 y 9.578 de los 80 a los 99.
Para 23.714 mujeres, 572 de los 50 a los 69 años, 6.188 de los 70 a los 79 y 16.954 entre
las mayores de 80 años. Estas cifras se explican por el hecho de que la longevidad de
las mujeres es superior a la de los hombres.

También la clasificación de los fallecimientos según las causas por provincias sería
bastante instructiva, ya que pondría en evidencia importantes diferencias. Unas se
explican por la variedad de los climas o por la presencia de hospitales especializados,
debiéndose otras a diferencias de terminología entre los médicos de las distintas
regiones. La proporción de fallecimientos cuyas causas no se han declarado o están
mal definidas cambia también mucho según las regiones.
CAPÍTULO VI

APLICACIÓN DE LAS PROBABILIDADES A CIERTOS PROBLEMAS DE


HERENCIA

31. La herencia y los cromosomas.— Según las teorías generalmente admitidas por
los biólogos y confirmadas por numerosas experiencias, los fenómenos de la herencia
están relacionados con la existencia, en cada individuo, de cierto número de parejas
de cromosomas (23 pares en la especie humana). Dichas parejas se diferencian unas
de otras y podemos distinguirlas por una enumeración. En cada niño los
cromosomas de cierta pareja, digamos por ejemplo la 17.ª, está formada por uno de
los cromosomas de la pareja 17.ª de su padre y por uno de los dos cromosomas de la
pareja 17.ª de su madre. Ocurre como si el niño sacara a suerte y tuviera, así, una
probabilidad sobre dos de elegir cada uno de los dos cromosomas del padre y cada
uno de los dos de su madre, tanto para la pareja 17.ªcomo para cada una de las otras
23 parejas. El número de elecciones posibles es de 46 parejas, siendo igual a 2 46, o sea,
60 billones. Cuando dos hermanos o hermanas no son gemelos nacidos de un mismo
óvulo (en cuyo caso tienen exactamente los mismos cromosomas y se parecen de un
modo perfecto), la probabilidad para que tengan las mismas elecciones es muy escasa
e igual al cociente de la unidad por 60 billones. No es probable, pues, que un
acontecimiento así se haya producido en la Tierra desde que existe la especie
humana.

Aunque el preciso papel de los cromosomas en la determinación de los caracteres


físicos, intelectuales y morales de cada individuo no sea aún bien conocido, parece
claro que la presencia de dos individuos de ciertos grupos de cromosomas idénticos
es suficiente para crear entre ellos ciertos parecidos o analogías muy sorprendentes; a
veces, incluso, la especial colocación («locus») de un solo cromosoma determina un
carácter tan importante para que sea inmediatamente observado; este es el caso para
algunas taras hereditarias. Dicha observación indica el interés que presenta el estudio
de las probabilidades que vamos a hacer referentes a la presencia simultánea de un
cromosoma en individuos que tienen uno o varios antepasados comunes, parecidos
entre hermanos, tíos y sobrinos, primos hermanos, etc.
32.Cromosomas comunes a hermanos y a primos. — Consideremos primeramente a
dos hermanos de igual padre y madre. Todos los cromosomas de cada uno de ellos,
que llamaremos A, proceden del padre o de la madre, es decir, de uno de los dos
padres comunes a A y a su hermano B. Si centramos la atención en un cromosoma
determinado de A, habrá una posibilidad de cada dos para que se le encuentre en B,
ya que B sólo ha obtenido de sus padres un cromosoma de cada dos. De los 46
cromosomas de A, habrá un promedio de 23 que se encontrarán igualmente en B.

Hemos admitido implícitamente que el padre y la madre de los dos hermanos no son
familiares, es decir, que no tienen cromosomas comunes.

Consideremos ahora un tío y un sobrino; se supone que el padre del sobrino es un


hermano verdadero del tío, es decir, que tienen el mismo padrey la misma madre;
pero la madre del sobrino no tiene ningún lazo de parentesco con su marido. En estas
condiciones, el tío y el sobrino tienen dos antepasados comunes, que son los padres
del tío y los abuelos paternos del sobrino. Cualquier cromosoma del tío le viene de
uno de estos dos antepasados comunes, pero, para cada uno de estos cromosomas,
sólo hay una posibilidad de cada cuatro para que se le halle en el sobrino, puesto que
está separado de los dos antepasados comunes por dos generaciones
(comprendiendo la suya).

Habrá un promedio de 11’5 cromosomas comunes al tío y al sobrino.

Si se trata de primos hermanos, supondremos, precisándolo bien, que sus padres son
hermanos verdaderos y que sus madres ni son parientes entre sí ni de sus esposos.
En estas condiciones tienen dos antepasados comunes, que son sus abuelos paternos.
Un cromosoma de uno de los primos tiene una posibilidad de cada dos de proceder
de los antepasados comunes y, en este caso, hay una posibilidad de cada cuatro de
encontrarse igualmente en el otro primo; la probabilidad para que un cromosoma de
rango determinado sea común a los dos primos es, pues, 1/2x1/4 = 1/8. De 46
cromosomas, les son comunes un promedio de 5’75.

Tomemos ahora el caso de primos hermanos, cuyos padres son hermanos y cuyas
madres son hermanas; tienen cuatro antepasados comunes, y cualquier cromosoma
de uno de ellos proviene de uno de estos cuatro antepasados; pero cada uno de tales
antepasados está separado de su nieto por dos generaciones, es decir, por dos
elecciones; uno de sus cromosomas sólo tiene, pues, una posibilidad de cada cuatro
de encontrarse en el nieto; losdos primos tienen, así, un promedio de 11’5
cromosomas comunes, una cuarta parte de los cuales proviene de cada uno de sus
cuatro antepasados comunes. La diferencia entre el caso de estos dos primos y el de
los dos hermanos, que tienen igualmente 4 abuelos comunes, se explica por el hecho
de que, en el caso de los dos hermanos, sus padres han hecho ya la elección entre los
cromosomas de los abuelos, y que dicha elección es la misma para los dos hermanos.

Por lo tanto, si un carácter está ligado a un solo cromosoma, se le vuelve a encontrar


una vez de cada dos en los dos hermanos, una vez de cada cuatro en el tío y el
sobrino y una vez de cada ocho en los dos primos hermanos (una vez de cada cuatro
si los primos son hermanos por parte doble).

33.Algunas palabras sobre un caso más general.— Hemos supuesto, como es el caso
más frecuente, que dos hermanos tienen los mismos padres; sería fácil tratar el caso
más general en que los antepasados comunes no son forzosamente un padre y una
madre. Por ejemplo, tomemos el caso de dos primos que tienen en común un abuelo
y una bisabuela, siendo los demás antepasados comunes exclusivamente los
antepasados de aquellos dos19. Tomemos un cromosoma de uno de los primos; existe
una posibilidad de cada cuatro de que provenga de su abuelo y una de cada ocho de
que provenga de su bisabuela; descartamos estas dos eventualidades. En el primer
caso, hay una posibilidad sobre cuatro de que el cromosoma existatambién en el
segundo primo, y en el segundo caso, una posibilidad sobre ocho. La probabilidad
para que el cromosoma sea común a los dos primos es, pues,

1/4x1/4 + 1/8x1/8 = 5/64

Semejante fórmula se aplicaría cualquiera que fuese el número de los antepasados


comunes que, en cambio, pueden no corresponder a la misma generación para los
dos primos. De un modo general, el antepasado de ordena1 de A ha supuesto ser el
antepasado de orden b1 de (si a1 = 1, se trata del padre; para a1 = 2, del abuelo; para a1=
3, del bisabuelo, etc.), el antepasado de orden a2 de A es el antepasado de orden b2 de
B, etc, el antepasado de orden a3 de A es el antepasado de orden b3de B, etc. La
probabilidad para que un cromosoma sea común a y a es, entonces,

19
Supongamos que Pablo y Juan son los dos primos: Pablo es hijo de Pedro y de María, y Juan es hijo de Enrique y de Ana. Pedro y Enrique
son hijos del mismo padre, pero no de la misma madre. María es hija de Eduardo y Ana es hija de Margarita. Eduardo y Margarita tienen la
misma madre, pero no el mismo padre.
Por ejemplo, si se trata de dos primos hermanos por parte doble, es decir, teniendo
cuatro abuelos comunes, se tiene

a1= b1= 2; a2 = b2 = 2; a3= b3 = 2; a4 = b4= 2

la fórmula da

P = 1/16 + 1/16 + 1/16 + 1/16 = 4

Sólo queda por tratar el caso en que uno de los antepasados comunes deba ser
considerado un antepasado múltiple por uno de los descendientes (tales el caso
cuando los primos se han casado entre ellos). Sin entrar en detalles, indicamos
simplemente que cada individuo tiene dos antepasados en la primera generación
(padres), cuatro en la segunda (abuelos), ocho en la tercera (bisabuelos), etc. Si entre
los 16 antepasados de la cuarta generación una misma persona figura 2 veces, en el
cálculo hecho anteriormente deberemos tenerla en cuenta dos veces, es decir,
atribuirle dos números (iguales entre sí) a1y a2. Si entre los 32 antepasados de la
quinta generación cierta persona figura 3 veces entre los antepasados de A y 2 veces
entre los antepasados de B, tendremos 3 números a iguales a 5 y 2 números b iguales
a 5, lo cual nos dará 3x2 = 6 sumas a+ biguales a 10, es decir,6 términos iguales cada
uno a 1/210

Dejamos al lector el caso de estudiar aquellos más complicados que puedan


presentarse; aquel en que un mismo antepasado figura dos o varias veces en la
estirpe de un mismo individuo, pero con líneas que pueden ser diferentes, no
presenta ninguna dificultad particular. Un caso algo menos sencillo es aquel en el
que los dos individuos A y B que se comparan, tienen antepasados comunes que son
parientes entre sí, es decir, que ellos mismos tienen antepasados comunes.

El ejemplo más sencillo de este caso es el de dos hermanos cuyos padre y madre son
primos más o menos lejanos. Casos aún más complejos, en que para completarlos se
vería uno obligado a remontarse a un número casi indefinido de generaciones, se
encuentran frecuentemente en pueblos aislados, donde desde hace siglos se vienen
cruzando entre sí un pequeño número de familias.
34.Aplicación de la ley única del azar. — Todos los resultados que acabamos de dar
sobre la herencia se traducen en coeficientes de probabilidades; por lo tanto, no
pueden conducir a ninguna previsión segura, a menos que sean utilizados para
calcular otros coeficientes de probabilidades que serían bastante pequeños para
poderles aplicar ley única del azar.

Por ejemplo, hemos dicho que la probabilidad para que un cromosoma S se


encuentre en su hermano B es de 1/2, mientras que la probabilidad sólo es de 1/8 para
que este mismo cromosoma de A se encuentre en su primo hermano C; sin embargo,
podría suceder perfectamente que S no se encuentre en By se encuentre en es decir,
que haya entre los primos hermanos cierto parecido o analogía que no existe entre los
dos hermanos.

Pero, si consideramos a 100 parejas de hermanos A1, B1; A2, B2; etc., y si suponemos
que los cien A poseen algún cromosoma que determine en ellos una particularidad S,
podemos afirmar que este cromosoma y, por consiguiente, dicha particularidad S, se
encontrarán en una media de 50 veces en los 100 B. Y, en virtud de la ley única del
azar, concluiremos que es imposible que S se encuentre a la vez en los 100 B, o
incluso en más de 95 de ellos, y que es igualmente imposible que S no se encuentre
ninguna vez en B, o incluso sólo en menos de 5 de ellos. Si en lugar de considerar 100
parejas de hermanos AB hubiésemos considerado 100 parejas de primos hermanos
AC, la particularidad S hubiera debido encontrarse en una media del 12’5 de entre
ellos y se podría afirmar con seguridad que no se encontrará en más de 50 de ellos,
mientras que es verdaderamente poco probable,sin que sea completamente
imposible, que no se encuentre en ninguno.

Así pues, si se ignora a priori que las 100 parejas estaban formadas por hermanos o
por primos hermanos, pero se sabe que el parentesco es el mismo para las 100
parejas, al observar 60 veces la presencia del carácter S en los dos individuos
podremos afirmar que se trata de hermanos, mientras que si sólo se observa 5 o 6
veces se tratará de primos hermanos.

Estos ejemplos bastan para indicar cómo los diversos resultados obtenidos en este
Capítulo y en los precedentes pueden conducir a previsiones seguras, cuando se las
combina de tal manera que se pueda aplicar la ley única del azar.
APÉNDICE I

SOBRE LAS REPETICIONES DE CIFRAS

EN LOS NÚMEROS PREMIADOS DE LOTERÍA

35. Probabilidades de los diversos tipos de números.— El problema de la


probabilidad de las repeticiones de cifras en los números premiados de la lotería, del
que ya hemos hablado en el Capítulo Primero, merece algunas explicaciones
complementarias, ya que puede contribuir a hacer comprender mejor algunas
dificultades que se presentan en muchas aplicaciones numéricas del cálculo de
probabilidades.

Consideremos todos los números de 6 cifras escritas en el sistema decimal; son en


número de un millón, incluyendo en ellos los números menores de seis cifras, que
pueden completarse a su izquierda con ceros, y el número cero, que se escribirá
000.000. En resumen, son todos aquellos números que se pueden obtener en los
sorteos hechos con seis bombos, colocados en un orden determinado y conteniendo
cada uno de ellos las 10 cifras: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9.

En este millón de números de seis cifras, calcularemos primeramente cuántos hay


que tienen 6 cifras distintas o bien 5, 4, 3, 2 o 1 cifras diferentes.

Para obtener un número de seis cifras distintas, como 324.789 o 023.586, se puede
tomar como primera cifra a la izquierda una cualquiera de las diez cifras; como cifra
siguiente una cualquiera de lasotras 9; como tercera, una cualquiera de las otras 8, y
así sucesivamente hasta la sexta cifra, que es una cualquiera de las cinco cifras aún no
elegidas. Así pues, hay en total 10x9x8x7x6x5 = 151.200 números formados por seis
cifras distintas.

Pasemos a los números compuestos por cinco cifras distintas; únicamente una cifra,
una sola, se encontrará repetida dos veces; es lo que los jugadores de póquer
llamarían una pareja. La cifra repetida dos veces puede ser una cualquiera de las diez
y puede ir colocada en dos cualesquiera de los seis lugares posibles, lo que da quince
posibilidades20 para cada una de las cifras, 150 en total.

Cuando la cifra repetida dos veces se encuentra colocada, por ejemplo, en el 2.° y en el
5.° lugar, podemos escribir el número del siguiente modo:

x3xx3x

designando porxlas cifras indeterminadas que no pueden ser el 3.

Para reemplazar laxde más a la derecha, podemos elegir una cualquiera de las otras 9
cifras que no sean el 3; para reemplazar laxsiguiente, una cualquiera de las 8 cifras
que quedan; luego, una cualquiera de las otras 7; y después, una cualquiera de las 6
restantes. Obtenemos, pues, una cantidad de números igual a

150x9x8x7x6 = 10x9x8x7x6x5x3

es decir, un número triple del número 151.200 de los números formados por 6 cifras
diferentes.

La cantidad de números formados por 5 cifras diferentes (con una pareja) es, pues,

151.200x3 = 453.600.

Análogos razonamientos permiten calcular la cantidad de números con 4 cifras


diferentes. Se pueden dividir en dos categorías, una conteniendo dos parejas, como
los números 121.472 o 003.347, y llevando la otra una cifra repetida 3 veces (una
berlanga), como el 303.483; la primera categoría (dos parejas) comprende 226.800

20
Se puede colocar la primera cifra en uno cualquiera de los seis lugares y la segunda en uno cualquiera de los otros cinco, lo cual da, en
apariencia, 30 posibilidades. Pero si en un principio se ha elegido el segundo puesto y luego el cuarto, se tiene la misma disposición que si se
hubiera elegido en un principio el cuarto y luego el segundo. Por lo tanto, es preciso dividir 30 por 2, lo que da 15. Este resultado se puede
verificar gracias a una denominación directa de las 15 disposiciones posibles.
números y la segunda (una berlanga) comprende 100.800, en total 327.600 números
con sólo 4 cifras.

Para obtener todos los números que tienen 2 parejas, es preciso ante todo elegir las
dos cifras que están repetidas dos veces; esta elección puedehacerse de(10x9) / 2 =
45maneras distintas. Puedeelegirse una cualquiera de las diez cifras, luego una
cualquiera de las nueve restantes, lo que en total da 10 X 9 = 90 elecciones; pero cada
pareja de dos cifras, como 7 y 5, se obtiene dos veces, puesto que se puede elegir
primero 7 y luego 5, o primeramente 5 y luego 7. Él número de las parejas de 2 cifras
es, pues, la mitad de 90, o sea, 45. Sea 7 y 5 el par elegido; se podrá colocar 7 en uno
cualquiera de los seis lugares y luego en uno cualquiera de los cinco restantes; el
número total de elecciones es, así, de 6 X 5, pero dicho número debe ser dividido por
2, por un motivo semejante al que se acaba de indicar; hay en total, pues, 15 maneras
de elegir los lugares de los dos 7. Cuando éstos estáncolocados, quedan cuatro
lugares vacíos, habiendo seis maneras de colocar en ellos los dos 5. Cuando los 7 y
los 5 están colocados, se tiene la disposición

x577x5

en la que puede reemplazarse la primeraxpor una cualquiera de las otras 8 cifras y la


segundaxpor una cualquiera de las 7 restantes; obtenemos así un total de
combinaciones igual a

45x15x6x8x7 = 5x9x8x7x6x5x3.

Este número es, pues, la mitad del número ya calculado

10x9x8x7x6x5x3 = 453.600.

Es igual a 226.800.
Es un hecho bastante destacable que baya exactamente el mismo número total de
pares en los números de una y en los de dos parejas. Esto no se produce en todos los
valores del número total de las cifras utilizadas (aquí igual a 10, puesto que nos
servimos del sistema decimal) y del número de cifras que forman los números en
cuestión21.

Para obtener todos los números conteniendo una berlanga (cifra repetida 3 veces),
primeramente se deberá elegir dicha cifra, lo cual puede hacerse de diez maneras
distintas; luego, elegir los 3 lugaresque ocupe, lo cual puede hacerse de

(6x5x4) / (1x2x3) =20maneras distintas. Se obtienen así 200 disposiciones como la que
sigue:

x88xx8

cada una de las cuales podrá ser completada de 9x8x7 maneras distintas por tres
cifras diferentes del 8 y diferenciándose entre sí. Se tienen así, en total, 200x9x8x7 =
100.800 números conteniendo una berlanga.

Pasemos a los números de sólo 3 cifras diferentes. Pueden contener 3 pares, como
422.477 (en número de 10.800), o bien un par y una berlanga, como 422.274 (en
número de 43.200), o, por último, un cuadrado, como 447.484 (en número de 10.800);
o sea, en total, 64.800 números de 3 cifras.

Sin entrar en detalles, basados siempre sobre los mismos principios, indiquemos
cómo se han obtenido los números precedentes.

Números con tres pares:

((10x9x8) / (1x2x3)) x ((6x5) / (1x2)) x ((4x3) / (1x2)) = 10.800

Números con una pareja, una berlanga y otra cifra:

21
Se puede demostrar fácilmente que si el número total de cifras utilizadas es n = 2 K2 + K, siendo K un número entero cualquiera, dicha
propiedad subsiste tomando, para valor del número de cifras que figuran en una cantidad, p = 2 K + 2 si n = 2 K2 + Ky p = 2 K + 1 si n = 2
K2 - K. Se obtiene el resultado del texto para K = 2, n = 2 K2 + K = 10, p = 2 K + 2 = 6.
(10x9x8x7x6x5x4) / 2 = 43.200

Números con un cuadrado (cifra repetida 4 veces) y otras 2 cifras diferentes:

10 x ((6x5x4x3) / (1x2x3x4)) x 9 x 8 = 10.800.

Hemos calculado (en 6. Los números formados por dos cifras.) la cantidad de
números con sólo dos cifras distintas; ellos se dividen en tres categorías.

Números con un quinterno (cifra repetida 5 veces) y otra cifra:

10x9x6 = 540.

Números con un cuadrado y una pareja:

10 x 9 x ((6x5) / (1x2)) = 1.350.

Números con dos berlangas:

((10x9) / (1x2)) x ((6x5x4) / (1x2x3)) = 900

Por último, la cantidad de números formados mediante una sola cifra


(comprendiendo 000.000, pero evitando contar 333 por ejemplo, que debe escribirse
000.333) es igual a 10.

CUADRO I
Número de Número total para
cifras Número para cada número de
diferentes Ejemplo cada ejemplo cifras diferentes

6 327689 151.200 151.200

5 327683 453.600 453.600

327376 226.800
4
327336 100.800 327.600

071701 10.800 64.800

3 007017 43.200

723777 10.800

556555 540

2 556565 1.350

556566 900 2.790

333333

1 o

000000 10 10

Total 1.000.000 1.000.000

Muchos lectores se sorprenderán de estos resultados, que son, sin embargo,


indiscutibles. Puesto que sólo hay seis bombos y diez cifras, podría esperarse como
caso más frecuente aquel en que cada bombo diera una cifra diferente a la de los
otros; pero esto sólo ocurre unas 15 veces de cada 100, mientras que en más de 45
sobre 100 una misma cifra se ha obtenido dos veces y que unas 33 veces de cada 100
sólo se han logrado 4 cifras diferentes, tanto si 2 de ellas sale cada una 2 veces (casi 23
veces de cada 100), como si una misma cifra sale 3 veces (unas 10 veces de cada 100).
Fijándonos en un solo sorteo de la lotería, sucederá a menudo que las proporciones
de los números ganadores con 6, 5, 4, 3 cifras distintas, respectivamente, serán
bastante diferentes de las proporciones que se acaban de calcular; pero si se
considera un número bastante elevado de sorteos que comporten un centenar o,
preferentemente, varios centenares de premios importantes, podremos ver que las
proporciones se asemejan mucho a las que resultan de nuestro Cuadro. Se
comprobará, principalmente, que el caso más frecuente, y que suministra casi la
mitad de los números premiados, es aquel de los números en los cuales una sola
cifra, sólo una, se encuentra repetida dos veces. Claro está que en estas
enumeraciones no podrán despreciarse los ceros que deben figurar a la izquierda, de
manera que todos los números tengan exactamente seis cifras.

36.Resultados relativos a las repeticiones de una cifra en particular.— Es


interesante confrontar los resultados que acabamos de obtener con los que se logran
cuando fijamos nuestra atención en una cifra particular, por ejemplo la cifra 7, y
cuandose colocan los números según el número de veces que contengan tal cifra.

Números que no contienen la cifra 7. — Cada una de las seis cifras de estos números
puede ser elegida arbitrariamente de entre las otras 9 cifras. La cantidad de estos
números es

9x9x9x9x9x9 = 96 = 531.441.

Números que contienen una sola vez la cifra 7. — Puede escribirse la cifra 7 en uno
cualquiera de los seis lugares, y luego, en cada uno de los cinco restantes, escribir
una cualquiera de las otras 9 cifras; el número de combinaciones será

6x9x9x9x9x9 = 6x 96= 354.294.

Números que contienen solamente dos veces la cifra 7. — Los dos 7 podrán ser colocados
de ((6x5) / (1x2)) = 15 maneras distintas y, en cada uno de los otros 4 lugares, podrá
inscribirse una de las otras 9 cifras. Su número de combinaciones será
15x9x9x9x9=15x94 = 98.415.

Números en que la cifra 7figura tres veces. — Los tres 7 pueden ser colocados ((6x5x4) /
(1x2x3)) = 20 distintasmaneras, obteniéndose en total

20x9x9x9 = 20x93= 14.580 combinaciones.

Números que contienen cuatro veces la cifra7. — Hay 15 lugares posibles para los cuatro
7, en total

15x 9x 9 = 1.215 combinaciones.

Números conteniendo cinco veces la cifra7. — Se obtienen en total

6 X 9 = 54 combinaciones.

Finalmente, existe un solo número, el 777.777, que comprende seis veces la cifra 7.

En el Cuadro II resumimos los resultados obtenidos.

CUADRO II

Número de cifras 7 Cantidad de números

0 531.441

1 354.294
2 98.415

3 14.580

4 1.215

5 54

6 1

Total 1.000.000

En el Cuadro II puede observarse que los números obtenidos son los términos del
desarrollo de la sexta potencia del binomio 9+1:

(9 + 1)6 = 96 + 6x95 + 15x94 + 20x93...

El Cuadro II da lugar a varias observaciones interesantes.

Ante todo, puede observarse que hay más de la mitad de los números (531.441 sobre
un millón) que no contienen la cifra 7. Sin embargo, se hacen seis sorteos, en cada
uno de los cuales la probabilidad de salir el 7 es de una décima; la suma deestas
probabilidades es de seis décimas y superior a una mitad. Ello indica que las
probabilidades no deben ser sumadas sin circunspección. Lo que sí puede sumarse
son las esperanzas matemáticas, es decir, las probabilidades de ganar de un jugador
que apostara para que saliera la cifra 7. Invirtiendo este jugador un dólar, se le deben
dar equitativamente 10 dólares cuando salga el 7. Si se hacen 6 sorteos a la vez,
deberá invertir 6 dólares, recibiendo tantas veces 10 dólares como veces salga la cifra
7.

El Cuadro II indica que hay casi 53 posibilidades de cada 100 de perder sus 6 dólares,
algo más de 35 de cada 100 de ganar 10, unas 10 de cada 100 de recibir 20, 14 de cada
1.000 de recibir 30 y casi una posibilidad de cada 1.000 de ganar 40 dólares. Estas
posibilidades de ganancia, relativamente elevadas, compensan el hecho de que
pierda má6 de una vez de cada dos su apuesta de 6 dólares.
Consideremos ahora el caso en que la cifra 7 aparezca más de una vez; sobre un
millón de números, hay 98.415 pares de 7, 14.580 berlangas de 7, 1.215 cuadrados de
7 y 54 quinternos de 7.

Como sea que puede razonarse, para cada una de las diez cifras, exactamente como
lo hemos hecho con la cifra 7, vemos que en el conjunto del millón de números
existen 984.150 parejas, es decir, casi un millón. Sería erróneo deducir de ello que casi
todos los números comportan un par. El Cuadro I nos señala que sólo hay 453.600
números que llevan una sola pareja; para obtener el número total de pares es preciso
tener en cuenta los números de 2 o 3 pares y aquellos en los que la pareja va
acompañada de una berlanga o de un cuadrado. El Cuadro I nos da:735.750 números
comprendiendo, en total, 984.150 pares

Pares

453.600 números con un solo par 453.600

226.800 dos pares 453.600

10.800 tres pares 32.400

43.200 un par y una berlanga 43.200

1.350 un par y un cuadrado 1.350

735.750 Números comprendiendo, en total, 984.150

El resultado concuerda bien con el que habíamos deducido del Cuadro II, lo que
confirma la exactitud de nuestros cálculos.

Igualmente, del Cuadro II se saca la consecuencia de que hay, en total, 145.800


berlangas que, según el Cuadro I, se desglosan así:
100.800
números con una sola berlanga 100.800

una berlanga y un
43.200 par 43.200

900 dos berlangas 1.800

Total 145.800

Por último, según el Cuadro II, hay 12.150 cuadrados en total, de los cuales 10.800
van solos y 1.350 acompañados de un par, según el Cuadro I.

Para terminar, señalemos una curiosa consecuencia de las cifras del Cuadro II.

Supongamos que un jugador apuesta para que salgan pares y que se le prometen 10
dólares tantas veces como pares contenga el número que salga. Si juega un millón de
veces y salen todos los números, habrá en total 984.150 pares, o sea, cerca de un
millón. Así, si su apuesta es de 10 dólares.el juego puede resultarle perfectamente
equitativo; el organizador de la lotería, que se ha comprometido en pagar 10 dólares
por cada par salido, únicamente se reserva un beneficio del 15 al 16% o sea, alrededor
del 1’5%. Merece señalarse que el juego puede resultar también equitativo,
conviniendo que cada terno, cuadrado, quinterno o séxtuple será pagado, no en 10
dólares al igual que la pareja, sino solamente en un dólar. Según el Cuadro I, el
número total de ternos, cuadrados, quinternos y séxtuplos para la cifra 7 es

14.580 +1.215 + 54 +1 = 15.850.

El número total sería 10 veces mayor para el conjunto de las cifras, pero, si en cada
una de estas salidas sólo entregamos la décima parte de lo apostado (1 dólar en lugar
de 10), deberemos añadir 15.850 a 984.150, lo que suma exactamente un millón.

Este resultado tan destacable es una consecuencia de la siguiente relación, que


nuestros lectores no tendrán dificultad en demostrar:
150x94+ (106-96 -6x95-15x94) = 106.

Así, resulta perfectamente equitativo el siguiente juego: Pedro entrega 10 dólares a


Pablo antes del sorteo y, si el número ganador del primer premio contiene pares,
Pablo da a Pedro tantas veces 10 dólares como pares haya; si en vez de pares, o junto
a ellos, una cifra se repite más de dos veces, Pablo da a Pedro un dólar para cada uno
de estos grupos que tienen más de dos cifras idénticas (ternos, cuadrados, quintemos
o séxtuplos). Así, las ganancias posibles de Pedro son las siguientes(de donde sería
preciso deducir su apuesta, igual a 10 dólares):

10 Una 1
Un par dólares berlanga dólares

Dos pares Dos


20 berlangas 2

Tres pares 30 Un cuadrado 1

Un
11 1
Un par y una berlanga quinterno

Un par y un cuadrado 11 Un séxtuplo 1


APÉNDICE II

SOBRE LA FÓRMULA DE POISSON

37.Fórmula de Poisson. — Esta fórmula da a conocer las probabilidades relativas a


los acontecimientos fortuitos que se suceden sin otra ley que la existencia reconocida
de algunafrecuencia media.Por ejemplo, si una ruleta funciona al compás de una vez
por minuto, cada número, por ejemplo el 17, saldrá en un promedio de una vez cada
37 minutos: es la frecuencia media 22. Algunos fenómenos de relativa importancia
quedan englobados en esta definición; tal es el caso de las emisiones de partículas
correspondientes a la desintegración de algunas moléculas correspondientes a la
radiactividad; para una masa dada de radio, el número medio de átomos
desintegrados durante cierto intervalo de tiempo es una constante bien determinada.

Los intervalos de tiempo se pueden representar, en una línea recta, por longitudes
proporcionales; en lugar de hablar de la distribución de los acontecimientos en el
tiempo, se podrá hablar de la distribución de los puntos en la línea recta; estos
pueden ser considerados como repartidos al azar, con la única condición de que su
densidad mediaes constante, siendo esta el número de puntos por unidad de longitud;
si se expresa por la letra d, el número de puntos situados en una longitud a será, en
promedio, ad.

Consideremos, pues, un intervalo de tiempo, o una parte determinada de la recta, y


designemos por b = ad el número medio de acontecimientos o de puntos que pueden
ser observados en el intervalo de tiempo dado o en la parte señalada de la recta. En
general, este número b no es un número entero; incluso en el caso en que lo sea, no
siempre se observará precisamente dicho número. La ley de Poisson da a conocer la
probabilidad para que se observen precisamente n acontecimientos (o n puntos) en
lugar del número medio 6; esta probabilidad P es:

22
En realidad, la ley de Poisson es una ley límite que sólo se aplicaría de una manera rigurosa si nos pudiésemos imaginar una ruleta a un
compás cada ves más rápido, mientras que los números posibles serían cada vea más numerosos. Por ejemplo, en una ruleta de 600 números
que funcionara una vea por segundo, cada número saldría, en promedio, cada diez minutos.
(1)P = e-bx (bn / n!)

Tal es la fórmula de Poisson, en la que e designa, según costumbre, la base de los


logaritmos neperianos (e = 2’718281828...).

En el caso en que b = 1, la fórmula (1) resulta:

(2)P = 1/e x 1/n!

Según esta fórmula (2) se han calculado los números dados en el Capítulo IV.

En efecto, se tiene

1/e= 0’36788...

y las fórmulas (1) y (2) se aplican también en el caso en quen = 0, a condición de


reemplazar, eneste caso, an! por la unidad.

(Se sabe que n! designa el producto de los n primeros números enteros; se tiene (n +
1)! =(n + 1) x n!y, si en esta fórmula se hace que n sea igual a 0, se deduce
perfectamente que 0! = 1.)

38.Problema de la espera en la ventanilla. —Gracias a la fórmula de Poisson (y a


otros cálculos) han podido ser obtenidos los resultados indicados en el Capítulo IV
con respecto al problema de la espera en la ventanilla. Admitamos que el número de
clientes en la ventanilla sea de N por día y que cada cliente permanezca a minutos;
supongamos que el producto Na es inferior a la duración total D de apertura en la
ventanilla; más concretamente, que Na = Dσ, siendo σ un número inferior a la
unidad.

Tal como ya hemos expuesto, se puede dividir el número de clientes en series,


estando formada cada una de ellas por clientes que se suceden sin interrupción,
mientras que en el intervalo de dos series el acceso a la ventanilla queda libre. La
probabilidad de que una serie esté compuesta de n clientes viene dada por la
fórmula23

Pn = e-nσ x σn-1 x (nn-2 / (n-1)!)

De esta fórmula se deducen los resultados numéricos dados en el Capítulo IV.

23
Para la demostración ver Borel, E., Sur l’emploi du theorems de Bernouilli, pour le calculd’uneinfinité de coefficients..
Applicationauproblèmed’attente à un guichet, informes de la Academia francesa de Ciencias, marzo de 1942.
TÍTULOS PUBLICADOS

* Volumen extra, en color

1Carl SaganLaconexióncósmica

2Isaac AsimovIntroducciónalaciencia (I)

3Elfuturode la exploración del espacio *

4Isaac AsimovIntroducciónalaciencia (II)

5Bertrand RussellABCdelarelatividad

6Isaac AsimovFotosíntesis

7C. RaynerLa mente humana *

8Desmond MorrisElmonodesnudo

9AlvinTofflerLa tercera ola(I)

10AlvinTofflerLa tercera ola(II)

11Richard LeakeyLaformacióndelahumanidad(I)*

12Werner HeisenbergLa imagen de la naturaleza en la física actual

13Pierre P. GrasséEl hombre, ese dios en miniatura

14David DicksonTecnologíaalternativa

15Richard LeakeyLaformacióndelahumanidad(II)*

16Stephen Jay GouldElpulgardel panda

17Walter C. PattersonLaenergíanuclear

18Erwin Schrödinger¿Que es la vida?


19C. RaynerElcuerpohumano (I)

20Jacques MonodElazarylanecesidad

21 Stephan L. Choro verDel Génesis algenocidio

22J. E. LovelockGaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra

23C. RaynerElcuerpohumano(II)*

24Desmond MorrisElzoohumano

25K. Lorenz y otrosHombreyanimal

26Charles SherringtonHombreversusNaturaleza

27K. GatlandExploracióndelespacio(II)*

28Robert Fouet/Charles PomerolLasmontañas

29Paul ColinvauxPor qué son escasas las fieras

30F. Jacob y otrosBiologíamolecular

31K. GatlandExploracióndelespacio(III)*

32Alan Ross AndersonControversiasobre mentes y máquinas

33Pierre GeorgeElmedioambiente

34Xavier Le Pichón/Guy PautotEl fondo de los océanos

35K. GatlandExploracióndelespacio (IV)*

36 H. J. EysenckRaza,inteligencia y educación

37FernandMoreauAlcaloidesyplantasalcaloideas

38Bruce A. BoltTerremotos

39R. Hardy, P. Wright,

J. Gribbin, J. KingtonEl libro del clima (I)*

40Recopilación de artículos de La RECHERCHEAstrofísica


41Sydney P. ClarkLa estructura de la Tierra

42Recopilación de artículos de La RECHERCHE Las nuevas energías

43R. Hardy, P. Wright,

J. Gribbin, J. KingtonEl libro del clima (II)*

44H. J. EysenckExperimentosen terapia de la conductaI.Inhibición recíproca

45H. J. EysenckExperimentosen terapia de la conductaII.Métodos de


condicionamiento

46H. J. EysenckExperimentosen terapia de la conductaIII.Experimentación con niños

47R. Hardy, P. Wright,J. Gribbin, J. KingtonEl libro del clima (III)*

48 Tom LogsdonRobots: una revolución

49 B. F. SkinnerSobre el conductismo

50H. Takeuchi/S. Uyeda/H. Kanamori¿Qué es la Tierra?

51Desmond MorrisEl hombre al desnudo (1)*

52Paul Chovin/André RoussellLa polución atmosférica

53Pierre RousseauAstronomíasin telescopio

54Félix TrombeLas aguas subterráneas

55Desmond MorrisElhombre al desnudo (II)*

56A. R. LuriaEl cerebro en acción (I)

57A. R. LuriaEl cerebro en acción (II)

58D. H. Tarling/M. P. TarlingDerivascontinentales

59Desmond MorrisElhombre al desnudo (III)*

60Pierre RousseauLa luz

61Stephen J. GouldLafalsa medida del hombre


62Jean-Jacques MatrasEl sonido

63Desmond MorrisElhombre al desnudo (IV)*

64Richard FeynmanEl carácter de la ley física

65Michel BégueryLaexplotacióndelos océanos

66Ivan P. PavlovActividadnerviosasuperior

67Peter RodwellLibro básico del ordenador personal (I)*

68J.L. Cloudsley-Thompson El hombre y la biología de zonas áridas

69Y. PerelmanMatemáticasrecreativas

70Philippe RenaultLaformacióndelascavernas

71 Peter RodwellLibro básico del ordenador personal (II)*

72Lloyd MotzEluniverso(Su principio y su fin)

73Joseph DekenLacasaelectrónica

74M. Mead,T. Dobzhansky y otrosLaCienciay el concepto de raza

75 Peter RodwellLibro básico del ordenador personal (III)*

76Isaac AsimovDelosnúmerosysuhistoria

77Alfred TomatisEloídoyellenguaje

78Henri y GenevieveTermierLosanimalesprehistóricos

79Fred HoyleIniciaciónalaastronomía(I)*

80Roland PratLa óptica

81Marie-Claude NoaillesLaevoluciónbotánica

82André WarusfelLasmatemáticasmodernas

83Fred HoyleIniciaciónalaastronomía(II)*

84 Carl Wood /Ann WestmoreFecundación «in vitro»


85Pierre-Julien Le ThomasLametalurgia

86Jules CarlesLafecundación

87Brian StablefordElhombrefuturo(I)*

88AndréeGoudot-PerrotCibernéticaybiología

89Georges Aubert/Jean BoulaineLaedafología.Elmundoenelquevivimos

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Brian StablefordEl hombre futuro

Albert EinsteinContribuciones a la ciencia

Carl Sagan/I. S. ShklovskiiVida inteligente en el Universo


Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Printer, industria gráfica, sa de
SantVicenc deis Horts, el día 15 del mes de

Diciembre de 1986

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