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1. La ley única del azar.— ¿Existen leyes del azar? Parece evidente que la respuesta
debería ser negativa, ya que precisamente el azar se define como característica de los
fenómenos que no tienen ley, fenómenos cuyas causas son demasiado complejas para
que podamos preverlas. Sin embargo, los matemáticos, a partir de Pascal, Galileo y
de otros muchos pensadores eminentes, han establecido una ciencia, el cálculo de
probabilidades, cuyo objeto ha sido generalmente definido como el estudio de las
leyes del azar. En realidad, el principal objetivo del cálculo de probabilidades, como
su mismo nombre indica, es calcular las probabilidades de fenómenos complejos en
función de probabilidades conocidas de fenómenos más sencillos.
Las breves explicaciones que acabamos de dar acerca de la ley única del azar y del
milagro mecanográfico, son suficientes para hacer comprender una dificultad
preliminar, a la cual están destinados nuestros dos primeros capítulos. Esta dificultad
es la siguiente: el cálculo de probabilidades es una ciencia exacta, cuyos resultados
son tan ciertos como los de la aritmética o los del álgebra, tanto, que se limita en
calcular numéricamente las probabilidades. De esta manera se llegaría a calcular la
probabilidad para realizar el milagro mecano- gráfico de las obras de Shakespeare y
de Goethe;si estas obras forman 50 volúmenes de la dimensión de la presente, o sea,
alrededor de diez millones de caracteres, la probabilidad del suceso milagroso que
hemos tratado es igual a la unidad dividida por un número de más de diez millones
de cifras. Este resultado es tan indiscutible como el de toda operación aritmética
correctamente efectuada. Pero, si de la extraordinaria pequeñez de la probabilidad se
concluye que el milagro mecanográfico es imposible en virtud de la ley única del
azar, se sale del dominio de la ciencia matemática y es necesario reconocer que la
afirmación, que nos parece evidente e indiscutible, no es una verdad matemática
estrictamente hablando. Incluso un matemático, apasionadamente abstraído, podría
pretender que bastaría volver a empezar la experiencia un número suficiente de veces,
a saber, un número de veces representado por un número de 20 millones de cifras,
para estar seguro de que el milagro se producirá varias veces a lo largo de estas
innumerables experiencias. Pero es humanamente imposible imaginar que la
experiencia se produzca tan a menudo. Si consideramos que las dimensiones del
Universo son iguales a un trillón de años luz, el número de átomos que podría
contener, si estuviera lleno de materia, se expresa por un número menor de 200 cifras
y, en el transcurso de un trillón de años, transcurren menos segundos que los que se
podrían expresar con un número de 50 cifras. Ya que, si durante este tiempo cada
átomo del Universo se transformara en mecanógrafa y repitiera la experiencia cada
2
Ver mis obras Le Hasard, Alean, y Le Jeu, la Chance et les Theoriesscientifiquesmodernes, Gallimard.
milésima de segundo, el número de experiencias realizadas sería muy inferior a un
número de 300 cifras. No se puede pensar, pues, en experiencias cuyo número
comporte más de un millón de cifras; este es un punto de vista pura-mente abstracto,
un pasatiempo matemático, que no puede corresponder a nada, y debemos confiar
en nuestra intuición y en nuestro sentido común, que nos permiten afirmar la
imposibilidad práctica del milagro mecanográfico que hemos descrito.
En el Capítulo III intentaremos precisar cuáles son los valores de las probabilidades
que pueden y deben considerarse prácticamente negligibles. De esta manera nos
veremos llevados a definir sucesivamente las probabilidades negligibles a escala
humana, a escala terrestre, a escala cósmica y a escala supercósmica; acabaremos con
unas observaciones sobre la definición de las probabilidades de la vida práctica.
»Añade que el sentido común es una intuición completamente local que deriva de las
experiencias inexactas, sin cuidado, que se mezcla con una lógica y con analogías
bastante impuras para ser universales. La religión no lo admite en sus dogmas. Cada
día las ciencias lo aturden, lo confunden, lo desconciertan.
»Este crítico de sentido común añade que no hay por qué vanagloriarse de que sea lo
más difundido en el mundo.
»Pero yo le respondo que todavía no hay nada que pueda sacar al sentido común esta
gran utilidad que tiene en las disputas sobre las cosas más imprecisas, en las que no
es el argumento más poderoso invocarlo para sí, proclamar que los demás no
razonan y que este bien tan precioso, por ser común, reside sólo en el que habla.»
3
Valéry, P., Regards sur le monde actuel, pág. 73, Stock, 1931.
La consecuencia que creo deducir de estas delicadas reflexiones es que, cuando la
ciencia tropieza con el sentido común, es útil volver a buscar el porqué e intentar
encontrar los argumentos necesarios para convencer a los que recurren al sentido
común contra la ciencia.
No hay duda de que es muy débil la probabilidad para que el número que gane el
primer premio esté formado por seis cifras iguales, ya que es equivalente a cien
milésimas, pues hay 10 billetes sobre un millón que están formados por seis cifras
idénticas. Si se realizaran 25 sorteos por año, podríamos observar que el ganador del
primer premio formado por seis cifras iguales tiene un promedio de una vez cada
4.000 años; así pues, es bastante probable que este hecho no será observado por un
hombre a lo largo de toda su vida; pero ello no contradice en absoluto el cálculo de
probabilidades, según el cual, la posibilidad de ganar es la misma para todos los
billetes.
6. Los números formados por dos cifras.— Unose dará cuenta mejor del hecho de
que las posibilidades de todos los números son iguales al estudiar cierta clase de
ellos muy característica, pero lo suficientemente conocida para que la salida de unos
de ellos sea, de vez en cuando, efectivamente observada.
Un ejemplo nos lo darán los números formados por dos cifras, entre los cuales puede
figurar el cero. Sea, por ejemplo, el número 233322, o el número 200200, o incluso el
número 55555, ya que debe escribirse 055555; al contrario, el número 55444 está
formado por tres cifras, ya que debe escribirse 055444. El sorteo se hace con seis
bombos, cada uno de los cuales da una de las seis cifras del número ganador.
Es fácil calcular la cantidad de billetes cuyos números estén formados sólo por dos
cifras.
En total hay, pues, 540 + 1.350 + 900 = 2.790 números sobre 1.000.000 que responden a
la condición de estar formados sólo por dos cifras; si se añaden los diez números
formados por una sola cifra resultan 2.800, o sea, casi 1 de cada 357. La probabilidad
para que tal número obtenga unpremio determinado es, pues, de alrededor de 1/357.
Si admitimos que la cantidad de series y el número de premios son tales que hayan
360 premios importantes por año (por ejemplo, 30 series de 12 premios, o 18 series de
20 premios), se podrá observar la ganancia de un premio importante por uno de
estos números un promedio de aproximadamente una vez por año 6. Será un hecho
extraño, pero, sin embargo, bastante frecuente, que podrá ser observado por todos
aquellos que siguen de cerca la lista de los números que han ganado los premios
importantes en cada sorteo.
4
La cifra que figura 5 veces puede ser una cualquiera de las 10 cifras, y la que figura I vez, una cualquiera de las otras 9, lo que hace posible
90 elecciones; la cifra que no figura más que una vez puede ocupar 6 lugares distintos; en total se tienen, pues, 90 x 6 = 540 números.
5
Si cada una de las cifras figura 3 veces, se puede elegir una de ellas de 10 maneras distintas y la segunda de 9 maneras. Pero cada
combinación, como 3 y 4, se obtiene 2 veces (3 y 4, después 4 y 3); hay, pues, 45 combinaciones como la de 4 y 3 y, para cada una de ellas,
20 disposiciones distintas: 444333, 443433, etcétera, o sea, en total, 45 x 20 = 900.
6
Según la fórmula de Poisson (ver Capítulo IV), se llega a la conclusión de que en 100 años habrá alrededor de 36 en que ninguno de estos
números ganará un premio, 36 en que uno de estos números ganará, 18 en que dos de estos números ganarán, 6 en que tres números ganarán
y 1 ó 2 en que cuatro números o más ganarán.
En el Apéndice I estudiaremos con más detalle los números de 6 cifras desde el punto
de vista de la repetición de una misma cifra en un número.
Este delicado punto es el siguiente: todos los jugadores de ruleta han observado que,
en una larga serie de jugadas, las salidas del rojo y del negro son casi tan numerosas
unas como otras. Por ejemplo, en 1.000 jugadas se observarán 483 rojos y 517 negros;
pero nunca se observarán 217 rojos y 783 negros. La mayoría de jugadores creen
poder deducir de esta observación —que es exacta y, además, completamente
conforme con los resultados del cálculo de probabilidades— que, si durante cierto
período han observado a menudo más el rojo que el negro, la ruleta ha contraído de
alguna manera una deuda para con el negro y deberá pagar esta deuda haciendo
salir más el negro queel rojo a lo largo de las próximas jugadas. En algunos casos, la
deuda incluso deberá ser pagada inmediatamente; si un jugador, consultando los
archivos de la ruleta a lo largo de un gran número de años, ha comprobado que la
serie más larga observada ha sido de 24 rojos o de 24 negros, incluso si nunca se ha
observado una serie que sobrepase 24, este mismo jugador, si un día observa una
serie de 24 rojos, no dudará en deducir que el negro debe salir forzosamente a la
siguiente jugada, «puesto que nunca hay una serie de 25»
7
En el caso de algunas categorías de obligaciones, cuyo número no es precisamente 1.000.000, sino por ejemplo 500.000, se comprobaría
fácilmente que la proporción es muy semejante; si sobrepasa 1.000.000 se restará la cifra de los millones.
A ello Joseph Bertrand, junto con aquellos que han profundizado sobre el estudio de
las probabilidades, responde: «La ruleta no tiene conciencia ni memoria». Es hacerle
demasiado favor pensar que guarda el recuerdo de sus desvaríos y que tiende a
repararlos.
El «sentido común» debería bastar para persuadir a los jugadores de que las
sucesivas jugadas de la ruleta son independientes unas de otras; es imposible
imaginar algún mecanismo por el cual las jugadas anteriores modificarían el
resultado de la que va a ser jugada. Pero los jugadores están influidos por un hecho
innegable y que es confirmado por multitud de observaciones: en un gran número de
jugadas, las salidas del rojo son casi tan frecuentes como las del negro y, para
explicar este hecho de observación, no se les ocurre otro medio que imaginar la
existencia de un mecanismo desconocido que desempeñaría el papel de la conciencia
y memoria de la ruleta, es decir, este mecanismo obligaría a la ruleta a compensar sus
veleidades.
No es porque los bombos de la lotería tengan ninguna atracción particular hacia los
números en los que figuran uno o dos pares, es decir, con una o dos cifras figurando
dos veces en el número, que tales números salen más a menudo que los otros, sino
porque, sobre un millón de números, hay más de 680.000 que tienen uno o dos pares.
Igual ocurre en la distribución de los rojos o de los negros en una serie de jugadas de
ruleta (no tenemos en cuenta el cero). Por ejemplo, si se considera una serie de 30
jugadas, se obtienen los resultados siguientes. El número de posibles resultados de
las 30 jugadas es igual a la 30.ª potencia de 2, o sea, algo más de mil millones
(exactamente 1.073.741.824). Sobre estos mil millones de posibilidades, los distintos
resultados globales siguientes representan el número de veces indicado:
…………………… ……………………
…………………… ……………………
Los jugadores de ruleta nunca han observado una serie de 30 rojos, o de 30 negros, y
con agrado consideran tal serie como imposible. Si una ruleta llega a jugar 1.000
veces por día (1 jugada por minuto durante algo más de 16 horas), sería necesario un
millón de días, o sea, alrededor de 27 siglos, para llegar a jugar mil millones de veces
y tener, de este modo, verdaderas posibilidades para obtener una serie de 30 rojos
(ver Capítulo IV, ley de Poisson).
Los casos en que, como mínimo, salen 28 rojos o bien 28 negros, son 2 x (1 + 30 + 435)
= 932, o sea, menos de una millonésima parte del número total de jugadas; tal
eventualidad será muy rara, pero algunas veces observable si un jugador paciente
anota todas las jugadas durante algunos años; al compás de 1.000 jugadas diarias le
bastarían 3 años para observar más de un millón de jugadas.
Hay casi 63.000 combinaciones con al menos 26 rojos o negros; este conjunto de
combinaciones se presentará casi una vez de cada 15.000.
Hay, pues, 9 posibilidades de cada 10 para que el error sea como máximo igual a 4, es
decir, que sea inferior a 5. Se observará que 5 es la parte entera de la raíz cuadrada de
30, número de jugadas observadas. Esta es la ley general: la probabilidad de un error
igual o superior a la raíz cuadrada del número de jugadas es aproximadamente igual a una
décima.
8. La ley de los errores. — Puede verse que el cálculo de probabilidades está lejos de
imponer al azar leyes rígidas a las que debería conformarse. No sólo son posibles los
errores relativamente importantes, sino que, hasta cierto límite, son probables y
necesarios. Quien observa con cuidado y perseverancia las series de 30 jugadas verá,
bastante a menudo, series que contienen más de 20 rojos en las 30 jugadas, e incluso
algunas veces series que contienen más de 25 rojos; pero no observará series que
contengan 29 rojos y, con mayor razón, series de 30 rojos con la exclusión de los
negros.
No sólo es en los juegos que uno debe tener en cuenta el aforismo de Joseph
Bertrand: «la ruleta no tiene ni conciencia ni memoria». Esto es igualmente cierto en
la mayoría de los fenómenos accidentales por los que nos interesamos en la vida,
salvo en casos en que los fenómenos sucesivos no son independientes unos de otros.
Un ejemplo muy conocido de estos casos es el de la lluvia y del buen tiempo. Una
larga serie de días de lluvia aumenta las posibilidades para que llueva aún al día
siguiente y, del mismo modo, una larga serie de días buenos aumenta las
posibilidades para que haya aún otro día bueno. Pero, si uno observa la lluvia y el
buen tiempo, no en días consecutivos, sino, por ejemplo, en una misma fecha, todos
los años se aplicarán las reglas de las probabilidades. Las estadísticas meteorológicas
nos indicarán, por ejemplo, que, en tal o cual ciudad y en el mes de mayo, hay el
mismo número de días de lluvia y de días sin lluvia.Hay, pues, una posibilidad de
cada dos para que el 14 de mayo sea un día de lluvia; si observamos esta fecha
durante cierto número de años consecutivos, podremos aplicar a estas observaciones
los resultados obtenidos para el rojo y el negro en la ruleta; el hecho de que haya
llovido el 14 de mayo 5 años seguidos, no aumenta ni disminuye las posibilidades
para que llueva en la misma fecha el año siguiente; son de una sobre dos.
Si circulo en coche por una ciudad en la que numerosos cruces están equipados con
señales rojas y verdes alternativamente, de tal modo que, sobre las dos vías que se
cruzan, los coches tengan derechoa pasar sólo por una en un momento dado, tengo
una posibilidad sobre dos de encontrarme en cada cruce con la luz roja o con la luz
verde. Si mi camino comporta doce cruces, deberé esperar encontrar, como
promedio, 6 luces rojas y 6 verdes. Pero, si un día tengo la mala suerte de
encontrarme luces rojas en los 6 primeros cruces, no podré llegar a la conclusión de
que tendré luces verdes en los otros 6. Podría muy bien sucederme tener 10 si hago el
mismo trayecto varias veces por día, o incluso 11, mucho más extraño 12 luces, todas
rojas o, al contrario, todas verdes; si un día he tenido la mala suerte de estar detenido
así en casi todos los cruces, ello no aumentará en absoluto mis posibilidades de
encontrar al día siguiente luces verdes en la mayoría. Y, sin embargo, si tuviera la
paciencia de llevar una estadística durante un año entero, comprobaría que la
relación entre el número total de luces rojas y luces verdes sería muy próxima a la
unidad.
CAPÍTULO II
9. La mística del azar. — Una de las razones por las que algunas conjeturas están tan
aferradas en los jugadores, es la gran importancia que conceden a ganar o perder; así,
están muy dispuestos a recibir favorablemente las sugestiones más irrealizables si
creen ver en ellas un medio para vencer al azar y asegurarse el éxito. Es por el mismo
motivo que algunas opiniones especiales sobre la buena o mala suerte se dan con
frecuencia en los hombres de teatro, actores o autores, cuyo éxito o reputación
pueden depender de un incidente en el transcurso de un ensayo general. Les parece
que la más mínima circunstancia puede traerles un brillante éxito o, al contrario, un
fracaso del que no se saldrán fácilmente, estando dispuestos a usar de todos los
medios, en apariencia los más absurdos, para volver a tener suerte.
Pero, aun siendo muy importante el hecho de ganar o perder en el juego, el éxito o el
fracaso en el teatro es una realidad a la que los hombres están todavía más ligados,
ya que forma parte de su propio ser. Asimismo, en todas las cuestiones que
conciernen más o menos directamente a la vida y a la muerte, la mayoría no razonan
bien, dejándose llevar por su sensibilidad o por sus prejuicios.
Las ideas confusas y, a veces, misteriosas, que muchos hombres se hacen del azar y
de su papel en la vida, han sido resumidas con mucho talento por Rémy de
Gourmont:
«No hay nada más esperado que lo inesperado, nada que, en el fondo, nos sorprenda
menos. Lo que nos asombra, por encima de todo, es el desarrollo lógico de los
hechos. El hombre está en perpetua espera del milagro, e incluso se enfurece si este
no sucede, con lo cual se descorazona. Pero el milagro acontece a menudo. Las vidas
más humildes no son más que una serie de milagros o, más bien, de azares. Se dirá
que verdaderamente no hay azar y que esta palabra no hace más que confirmar
nuestra ignorancia sobre el encadenamiento de las causas. Pero, siendo indescifrable
este encadenamiento para nuestro espíritu, llamamos azar a todos los
acontecimientos que, aun prestando nuestra mayor atención, nos sería imposible
discernir su llegada. Se forman, se producen, pero no los conocemos ni podemos
conocerlos. Y es bueno que no podamos. Es una acción indiferente, ya que la vida
sólo es un acto de confianza en nosotros mismos y en la benevolencia del azar.
»Contamos con el azar. No existe ningún ser, incluso el más falto de imaginación,
que no lo tenga presente en sus vagas previsiones. Contar tan sólo con el azar es de
locos; no contar con él, aún lo es más. Tan irrazonable es esperar como desesperar. En
cada momento de la vida lo imposible resulta posible. Del mismo modo que puede
ser motivo de esperanza encontrarse perdido en un laberinto a doscientos metros
bajo tierra, puede uno desesperarse por completo el día en que nuestro corazón
rebosa de felicidad, en que la vida nosresulta agradable, colmando todos nuestros
deseos8.»
Existen muchos motivos, que la razón no conoce, para que las aplicaciones del
cálculo de probabilidades a la mayoría de problemas que conciernen a la vida
humana sean a menudo sistemáticamente ignoradas e, incluso, a veces, despreciadas
y puestas en duda, por las cuales, no obstante, debería uno interesarse.
Los resultados del cálculo de probabilidades que se han estudiado mejor son los
concernientes a la mortalidad; desde hace más de un siglo, las compañías de seguros
de vida distribuyen a sus accionistas dividendos que son una prueba tangible de la
exactitud de los estudios de sus dirigentes, basados sobre el cálculo de
probabilidades y sobre los cuadros de mortalidad, es decir, sobre datos estadísticos.
Este indudable valor de los datos sacados de estadísticas hechas con seriedad,
contrasta con las conjeturas corrientes sobre la estadística. En gran parte, estas
conjeturas tienden a lo que se ha llamado «mentalidad individualista». Al hombre no
le gusta ser considerado como una simple unidad, idéntica a otras unidades; cada
uno tiende hacia su individualidad y tiene un sinnúmero de buenas razones para
considerarse realmente distinto de todos los demás hombres. Por consiguiente,
cuando los estadistas comprueban que se produce cierta proporción de defunciones
entre los hombres de 40 años, cada uno de estos pensará que esta estadística no le
concierne en absoluto, ya que, considerándose aún joven y disfrutando de buena
salud, no existe ninguna razón para fallecer en el curso del año. A menos que tal
individuo se considere, con o sin razón, gravemente enfermo, pensando que su
muerte no tardará.
8
De Gourmont, R., «L’Inattendu», Mercure de France, 15 de abril de 1906.
10. El promedio de vida.— Los resultados estadísticos son tan exactos, que no es
preciso aplicarlos sin discriminación a todos los hombres de 40 años; las compañías
de seguros obligan a un examen médico a los que quieren asegurarse. En los
coeficientes de mortalidad deducidos de los cuadros es conveniente distinguir la
parte que se aplica a los p individuos que, tras el examen médico, se consideran con
buena salud, y la parte que se aplica a los individuos a quienes dicho examen revela
la existencia de enfermedades o de algunas taras hereditarias (tuberculosis, cáncer,
sífilis, etc.). Pero, hecha esta salvedad, no hay duda de que hay cierta probabilidad de
morir en el curso del año para cualquier ser humano, probabilidad que depende de
diversas causas, de las que la edad y el sexo son las más importantes. Esta
probabilidad puede ser calculada gracias a los cuadros de mortalidad, de los que
hablaremos más adelante9.
Se podría pensar en otro método para calcular el promedio de vida: tomar la media
aritmética de las edades de fallecimiento de todos los hombres o de todas las mujeres
muertos a lo largo de un año. Reflexionando un poco, nos daríamos cuenta de que
este método sólo sería correcto si la población permaneciera sensiblemente
estacionaria en el transcurso de un largo período. Si anotamos el número de
fallecimientos a lo largo del año 1941, los muertos a la edad de 20 años pertenecen a
personas nacidas en el año 1921, mientras que los muertos a la edad de 80 años
conciernen a personas nacidas en 1861. Por lo tanto, si la población del país en
cuestión hubiera aumentado notablemente de 1861 a 1921, el número de muertos de
20 años resultaría demasiado elevado en relación con el número de fallecimientos de
9
Ver Capitulo V y Apéndice II.
los de 80 años, de manera que la vida media calculada sería inferior a la vida media
real.
Las estadísticas revelan que, en todos los países civilizados, el promedio de vida ha
aumentado notablemente en el transcurso de los dos últimos siglos; este aumento se
debe, en gran parte, a la disminución considerable de defunciones de niñosde menos
de un año, debido a los progresos de la higiene. Además, sería interesante desde
varios puntos de vista, considerar la vida media calculándola no por el conjunto de
nacimientos, sino por el conjunto de niños que hayan alcanzado un año. Volveremos
a tratar este punto en el Capítulo V.
10
Calcul des probabiütés, Gauthier-Villars.
100; pero, en aquella época, eliminaba probabilidades muy considerables de
fallecimiento por viruela; ¿es aconsejable la vacunación? o, al contrario, ¿no debe
practicarse?
He desarrollado los argumentos de Bertrand 11; la principal razón por la que muchas
personas dudarán. y con motivo, en dejarse convencer por el cálculo de la vida
media, es ignorar la fecha exacta en la que se producirá su muerte, ignorancia que es
uno de los elementos más importantes de su cotidiana felicidad. Si los progresos de
la ciencia lograran que cada uno conociera la fecha exacta en la que se produciría su
muerte, la mentalidad humana cambiaría completamente, dando cada cual una
importancia especial a diversas circunstancias que podrían modificar la fecha de su
fallecimiento prevista por los médicos. Sin embargo, es inútil razonar sobre una
hipótesis irrealizable; veamos las cosas tal como son.
11
Le Hazard, pags. 239 y sigs.
CAPÍTULO III
12. Certeza científica y certeza práctica.— Cuando hemos enunciado la ley única del
azar: «los acontecimientos cuya probabilidad es bastante pequeña nunca se producen» 9 no
hemos disimulado la imprecisión del mismo. Es uno de los casos sobre los que no
cabe ninguna duda; por ejemplo, el caso del milagro mecanográfico, en el que las
obras completas de Goethe son reproducidas por una mecanógrafa desconocedora
del alemán y escribiendo a máquina al azar. Pero, entre este caso, difícil en extremo, y
aquellos de probabilidades muy pequeñas, a pesar de lo cual su acaecimiento no es
inverosímil, hay un gran número de casos intermedios. Vamos a intentar precisar lo
más posible qué valores de la probabilidad deben ser considerados como
despreciables en estas o aquellas circunstancias.
Es evidente que las exigencias que puedan formularse sobre el grado de certeza que
deben esperarse de la ley única del azar no serán las mismas según se trate de una
certeza casi absoluta, o bien de una con la que nos contentamos en determinada
circunstancia de la vida práctica.
Si se trata de una ley científica, como el principio de Carnot, según el cual el calor no
puede pasar espontáneamente de un cuerpo caliente a otro frío, podremos exigir que
la probabilidad del fenómeno, considerado según la ley como imposible, sea en
realidad extraordinariamente pequeña; para que la ley merezca el nombre de ley la
de física es preciso que a esta no se le produzca la menor infracción en, ninguna
circunstancia, en ninguna época, en ningún punto del Universo. Para abreviar,
diremos que la probabilidad debe ser despreciable a escala supercósmica, y los
cálculos que hemos hecho antes referentes al número de átomos que podrían existir
en un Universo cuyas dimensiones alcanzaran miles de millones de años luz, y sobre
el número de segundos contenidos en miles de millones de siglos, nos conducirán a
señalar en 10—500, es decir, en la unidad dividida por un número de 500 cifras, la
probabilidad, despreciable a escala supercósmica, que puede ser tomada igual a cero
en el enunciado de una ley científica. Evidentemente, esta evolución es, en parte,
arbitraria; en lugar del exponente 500 hubiésemos podido escribir 1.000, o sólo 200 o
300. Verdaderamente, las probabilidades a las que conduce la teoría cinética de los
gases para una infracción posible al principio de Carnot son mucho más débiles:
iguales a la unidad dividida por cantidades de millones de cifras. Tales
probabilidades deben ser consideradas como universalmente despreciables.
12
Una molécula-gramo de gas conteniendo 6’062 X 1023 moléculas, el número n de moléculas contenidas en un litro es del orden de 3x10 22,
y así 2-n es del orden de 10 a la potencia — 1022
Imaginemos, pues, con Boltzmann, un Universo U 2 que abarcara tantos universos U1
análogos al nuestro como número de átomos posee; luego, un Universo U 3 que
encerrara tantos universos U2 como número de átomos posee U 1; después, un
Universo U4 que contuviera tantos U3 como número de átomos posee U 1, y así
sucesivamente, repitiendo un millón de veces la misma operación, es decir, hasta un
Universo UN, con N = 106.Este superuniverso contendría un número de átomos igual
a 10 elevado a la potencia 110 millones, o sea, que estaría representado por un
número de 110 millones de cifras. Imaginemos también un tiempo T 2 conteniendo
tantos miles de millones de años como segundos contienen los 1.000 millones de años
de T1; luego un tiempo T3 conteniendo tantos años T2 como segundos contiene T1; y
así sucesivamente hasta un tiempo T N, cuyo índice N sería un millón. Supongamos
que volvemos a empezar un experimento tantas veces como átomos hay en el
Universo UN, y tan a menudo como segundos hay en el tiempo T N, es decir, un
número de veces ciertamente inferior a 10 a la potencia 10 9. Si la probabilidad de
éxito de un experimento aislado es despreciable a escala supercósmica, un cálculo
fácil indica que la probabilidad para que el experimento se produzca una sola vez
será tan débil, que podrá ser despreciada. Si tomamos como ejemplo la separación
espontánea del oxígeno y del nitrógeno contenidos en un recipiente de un litro,
podemos, pues, afirmar que este experimento no se logrará nunca, ni en el tiempo ni
en el espacio.
Es inútil multiplicar los ejemplos. Todos los hombres, incluso aquellos que no han
oído hablar nunca del cálculo de probabilidades, las hacen sin saberlo, como el
personaje de Moliere con la prosa; muchas de sus decisiones están influidas por la
idea más o menos vaga que tienen sobre la probabilidad de algunos acontecimientos.
Puede deducirse que es inútil conocer el cálculo de probabilidades, ya que el simple
sentido común lo suple en la mayoría de los casos; no necesito dicho cálculo para
tomar el paraguas si amenaza tormenta o dejarlo si brilla el sol. Es cierto, pero
también lo es que, en algunos casos, tenderé a consultar el barómetro antes de
decidirme, ya que sus indicaciones me permitirán conocer la probabilidad de lluvia
con menos posibilidad de error que si me contento con mirar al cielo desde la
ventana. Si me es posible, podré igualmente consultar un boletín meteorológico,
interesándome por la dirección y fuerza del viento. No deberán ser despreciadas
estas precauciones suplementarias, porque no se trata solamente de correr el riesgo
de mojarse con la lluvia, sino que, si salgo al mar en un pequeño bote de vela, el mal
tiempo puede acarrearme graves accidentes.
La comparación que hemos hecho entre la ignorancia del valor de las probabilidades
y la del valor del dinero y de los diversos productos, puede ser continuada; en
muchos casos es necesario correr algún riesgo, salir a pie o en coche, o bien
permanecer constantemente en casa con peligro de volverse anémico; aun teniendo el
estómago delicado, es necesario comer y optar entre los posibles inconvenientes que
puedan tener algunos alimentos entre los que nos es posible elegir.
Hay otra analogía entre los precios y las probabilidades: el conocimiento exacto de
los precios es uno de los elementos de nuestras decisiones, pero no es el único: si
tenemos que elegir entre dos objetos de una misma naturaleza, nos gustará a veces
uno más que el otro, y quizá lo elegiremos siendo incluso más caro. No obstante, será
razonable por nuestra parte informarnos de los precios para poder tratar con
conocimiento de causa; si el precio es diez veces más costoso, quizá no dudaremos en
hacer un sacrificio también elevado para contentar nuestra fantasía. Igual ocurre para
la probabilidad. Si tenemos razones serias para desplazarnos con rapidez,
aceptaremos correr peligros de accidentes mayores usando un automóvil muy rápido
o un avión. Pero, si supiéramos que, vistas las circunstancias, el peligro de accidente
mortal alcanza una décima, reflexionaríamos sin duda antes de correr este peligro.
Para el niño .que ignora aún el valor de la moneda, las expresiones diez dólares, cien
dólares y mil dólares, son, si no equivalentes, por lo menos desprovistas de un
significado preciso; igualmente lo es para quien no ha reflexionado nunca sobre las
probabilidades cuando se le habla de aquellas cuyos valores respectivos son una
décima, una centésima y una milésima. Sin embargo, basta un poco de reflexión y de
costumbre para darse cuenta de que hay muchos casos en que sería razonablecorrer
el peligro cuya probabilidad es de una milésima, mientras que sería muy poco
prudente correr el mismo riesgo si su probabilidad fuese de una décima.
Insistamos aún sobre el hecho de que, al igual que el precio no es el único elemento
de nuestra decisión cuando se trata de comprar algo, así la probabilidad no debe ser
absolutamente el único elemento de nuestra decisión cuando se trata de correr un
peligro. Uno de los motivos por los cuales algunos espíritus desprecian la precisión
de las matemáticas es porque imaginan que esta precisión pone en peligro su libre
albedrío. Una persona suficientemente rica puede, evidentemente, elegir los objetos
que compra sin preocuparse por el precio, basándose sólo en sus gustos. Pero,
cuando se trata de correr un peligro, sobre todo estando en juego la salud o la vida
misma, nadie es bastante rico para poder despreciar ciertas probabilidades, salvo en
el caso en que altas consideraciones de moralidad o de honor nos obliguen a correr el
peligro de muerte, por elevado que este sea. En tales casos es preferible ignorar la
probabilidad del peligro. Pero, en la vida ordinaria, el conocimiento de la
probabilidad es un elemento útil en nuestra decisión, del mismo modo que lo es el
conocimiento del precio cuando se trata de una compra, sin que este conocimiento
nos impida tener en cuenta otras consideraciones antes de decidirnos.
18. Las probabilidades son sólo aproximadas. —Las probabilidades deben ser
consideradas análogas a la medida de las magnitudes físicas; es decir, que nunca
pueden ser conocidas exactamente, sino sólo con cierta aproximación. Además, el
grado de esta aproximación varía mucho, según la naturaleza de las probabilidades.
En los casos en que estas pueden ser valoradas por razones de simetría, el error
cometido en su evaluación es generalmente muy débil. Tal es el caso de la
probabilidad de obtener cierta cara del dado, o de sacar una carta de una baraja
señalada con antelación, bien mezclada y extendida sobre la mesa. El dado nunca es
un cubo perfecto, y los puntos con que están marcadas sus diversas caras producen
asimismo una disimetría, pero es tan pequeña, que la probabilidad de cada cara
difiere muy poco de 1/6; del mismo modo, si la baraja es de 32 naipes, la probabilidad
de sacar el rey de diamantes es muy próxima a 1/32, aunque los 32 naipes no sean
rigurosamente idénticos entre sí y se distingan a veces por sus dibujos y colorido. En
la evaluación de las probabilidades, los errores cometidos son mucho mayores
cuando se trata de probabilidades empíricas sacadas de las estadísticas; por una
parte, estas ya son a menudo imperfectas, estando alteradas por errores sistemáticos
imposibles de evitar y difíciles de corregir; más adelante veremos unos ejemplos de
estadísticas en relación a causas de fallecimientos; por otra parte, las estadísticas sólo
dan un número limitado de casos, obteniéndose resultados diferentes según se trate
de una población4 más o menos numerosa, o de un intervalo de tiempo más o menos
largo. Finalmente, las probabilidades varían en general en el transcurso del tiempo,
aplicándose en el presente año los valores obtenidos de las estadísticas
correspondientes a uno o varios años precedentes.
Otras probabilidades son aún más dudosas: aquellas que se formulan incluso
personas competentes, de acuerdo con sus impresiones y sus recuerdos. Por ejemplo,
un médico evalúa en 9 de cada 10 laprobabilidad de curar a un paciente de la
enfermedad que padece, o una persona asidua a torneos de tenis valora en 3 de cada
4 la probabilidad en que tal campeón sea el vencedor del torneo. Al contrario de lo
que afirman algunos autores, sería excesivo quitar todo valor a estas evaluaciones,
por más dudosas que parezcan, siendo conveniente someterlas a una crítica juiciosa.
Primeramente, hay que asegurarse de la sinceridad de quien formula el juicio de
probabilidades; conviene preguntarse si hay razones serias para dudar de ella. Por
ejemplo, un médico puede dictaminar un diagnóstico optimista en vistas a lo que
rodea al enfermo; el asiduo a partidos de tenis puede dejarse influir por amistades
personales o, incluso, en algunos casos, por motivos menos confesables, como las
apuestas, en las que puede tener un interés personal. El método más adecuado para
asegurarse su sinceridad es obligar a quien emite el juicio a verificar una apuesta de
cierta cantidad importante, pero con la condición de que no pueda ejercer ninguna
influencia sobre el resultado del suceso fortuito sobre el que se lleva la apuesta.
Por lo tanto, el método de la apuesta permite evitar los errores voluntarios que se
cometerían en la evaluación de las probabilidades cuando se conoce el sentido de estos
errores. Pero es evidente que el médico, si en lugar de ser optimista se vuelve en
algunos casos pesimista y evalúa en 0’9 la probabilidad de curación cuando en
realidad es mayor, por ejemplo igual a 0’99, será ventajoso para él aceptar una
apuesta; invertirá 90.000 dólares para recibir 100.000 en caso de curación y, si de 100
enfermos sólo muere uno, habrá apostado 9 millones para recibir 9.900.000 dólares.
¿Es posible evitar con este método los errores voluntarios que cometería Pedro en la
evaluación de la probabilidad, cuando estos errores no tienen siempre el mismo
sentido, es decir, que tanto pueden ser favorables como desfavorables? Esto es
posible, pero reuniendo dos condiciones: la primera, que Pablo pueda imponer a
Pedro el sentido en el que debe apostar, o sea que, si se trata de un enfermo, Pablo
puede apostar a su conveniencia, sea por la curación o por la muerte del enfermo. La
segunda condición, que viene a completar la primera, y no menos indispensable, es
que Pablo sea tan competente como Pedro en la evaluación de la probabilidad; siendo
Pedro un buen médico y tratándose de la curación de un enfermo, Pablo debe saber
en qué sentido ha valorado Pedro la probabilidad, orientando en consecuencia su
apuesta. Si Pedro ha exagerado la probabilidad de curación, se verá obligado a
apostar por la misma; al contrario, si exagera la probabilidad de muerte, deberá
apostar en este sentido. Al aceptar Pedro estas condiciones, no tendrá más remedio
que hacer su evaluación de una manera sincera, ya que cualquier error sistemático le
perjudicaría.
También sería bastante natural que Pedro, modesta y prudentemente, declarara que
se niega a precisar el valor de la probabilidad de curación, pero que se contenta
afirmando que, según su opinión, esta probabilidad está comprendida entre 0’8 y 0’9,
y que, en tales condiciones, si se le obliga a apostar por la curación, exigirá que se
adopte 0’8, pero que si se le obliga a apostar por la muerte, exigiría que se adopte 0’9.
Tal actitud sería perfectamente correcta, pero la de Pablo no lo sería menos si se
negara a apostar en estas condiciones; esto querría decir que está de acuerdocon
Pedro en que la probabilidad de curación está comprendida entre 0’8 y 0’9 y que, por
consiguiente, las dos apuestas le son desfavorables, ya que Pedro arriesgaría 80.000
dólares contra 20.000 apostando por la curación, o sólo 10.000 contra90.000apostando
por la muerte.
Pueden compararse estas evaluaciones con las relativas a una longitud o a un peso,
hechas por una persona que no disponga de un aparato de medida. Si esta persona
tiene cierta competencia, debida a la costumbre, su evaluación podrá ser
relativamente exacta, es decir, asignar 2 cifras de un valor ajustado; pueden ser 3 si la
primera cifra es 1, como en el caso de medir la estatura de un hombre valorándola en
centímetros. Tales evaluaciones no tienen el valor de una medida física precisa,
realizada con buenos instrumentos, pero son preferibles a un desconocimiento total;
igual ocurre en las probabilidades.
No obstante, entre estos dos tipos de evaluaciones hay una diferencia bastante
notable, con tendencia a que los métodos que se pueden usar para controlar el valor
de estas evaluaciones son muy distintos según se trate de la evaluación de un objeto
mensurable o de una probabilidad. En el primer caso, el control es fácil, puesto que
basta medir con un aparato adecuado comparando el resultado con la evaluación. De
esta manera uno puede controlar sus propias evaluaciones y perfeccionarse en este
arte, valorando de una ojeada la estatura de un hombre o la altura del techo de un
piso. Al tratarse de una probabilidad, será corrientemente imposible dar con un
método preciso para evaluar con gran precisión la probabilidad desconocida, como el
metro lo es para la medida de una longitud; solamente por métodos indirectos y
necesariamente más complicados puede llegarse a conocer si las evaluaciones hechas
por una persona sobre cierta clase de probabilidades son relativamente correctas.
Cada uno de nosotros sabe perfectamente lo que dice cuando afirma que tal
acontecimiento le parece muy poco probable, bastante probable o extremadamente
probable, del mismo modo que afirma que tal persona es baja, de estatura media,
bastante alta o muy alta. La experiencia permitesustituir estas evaluaciones
aproximadas por otras numéricas más precisas, y decir: pienso que tal persona mide
1’60 m; o pienso que dicha probabilidad es ligeramente superior a una mitad, o sea,
que este suceso es más probable que el contrario.
Se trata ahora de conocer cómo podremos darnos cuenta de que las evaluaciones
hechas por una persona son generalmente correctas, mientras que las verificadas por
otras son torpemente inexactas. Tal como puede adivinar el lector, el método de la
apuesta nos ayudará a resolver este problema pero dicho método debe ser aplicado
con prudencia, de manera que nos evite lamentables errores.
Es preciso observar que si una persona hace una evaluación inexacta y la obligamos a
apostar tomando por exacta su evaluación, hay tantas probabilidades para que esta
apuesta le sea favorable como desfavorable,. ya que todo depende del sentido en que
se verifica esta apuesta. Si, desconociendo completamente la ruleta, afirmo que la
probabilidad del rojo es de 3 sobre 4 y la del negro de 1 sobre 4, y si alguien tan
desconocedor como yo apuesta 3 dólares para el rojo contra mi apuesta de un dólar
para el negro, esta apuesta es ventajosa para mí y mi error me es provechoso. Sin
profundizar en esta cuestión, deduciremos que el método de la apuesta, aplicado sin
discriminación, no permitiría conocer quién hace las evaluaciones inexactas, pues los
casos en que esta inexactitud le será provechosa le compensarán de aquellos en que
estas apuestas le sean desventajosas.
13
Borel, E., «Valeurpratique et Philosophic des probabilités», Traite du Calcul des Probabilités et de sesapplications, vol: IV, fase. III,
Gauthier-Villars.
Admitimos que Pedro haya evaluado en 0’5 y Juan en 0’7 las probabilidades del
suceso que llamaremos favorable (curación de un enfermo, ganar un partido de tenis,
ganar una carrera un caballo designado con anterioridad). Si adoptan para su
apuesta el valor medio 0’6, Juan tendrá interés, desde su punto de vista, en apostar
por el suceso favorable, y Pedro en apostar por el contrario. Efectivamente, para la
cantidad total de 100 dólares, Juan sólo invierte 60, mientras que, según su propia
evaluación, debería invertir 70, y Pedro sólo invierte 40 dólares cuando, según su
propia evaluación, debería invertir 50. Así, si uno de ambos apostantes, Juan o Pedro,
ha realizado una evaluación exacta de la probabilidad, la apuesta es favorable para él
y desfavorable para su adversario. Pero se puede ir más lejos y señalar que, si las dos
evaluaciones son inexactas, la apuesta es ventajosa para aquel de los dos apostadores
que ha cometido el error más débil14, sean los errores del mismo sentido o bien sean
de sentido contrario. Por ejemplo, si el verdadero valor de la probabilidad es 0’8, la
apuesta de 60 dólares contra 40 es ventajosa para Juan, mientras que es desfavorable
para él si el valor de la probabilidad es 0’4 o, incluso, si es 0’55 (caso en que los
errores son de signo contrario). Si Juan y Pedro hacen una única apuesta, podría
suceder muy bien que esta fuese ganada por aquel de los dos que inicialmente jugaba
con desventaja. Pero si hacen suficientecantidad de apuestas semejantes, el que
generalmente tiene ventaja acabará por ganar. Es una consecuencia de la ley de las
grandes cantidades de Bernouilli. La probabilidad para que Pedro finalmente gane
cuando hace con Juan un gran número de apuestas desfavorables, resulta
despreciable cuando el número de estas apuestas es suficientemente elevado.
El método de la apuesta, aplicado así a dos personas, permite saber cuál de las dos es
la más hábil en su evaluación de la probabilidad; si del mismo modo se comparasen
de dos en dos gran número de personas, por ejemplo los diagnósticos de numerosos
médicos especialistas de una misma enfermedad, se podría saber cuál de todos ellos
evalúa más correctamente las probabilidades, pudiéndose presumir que las
evaluaciones del vencedor de este torneo de apuestas son tan buenas como lo
permite el estado actual de la ciencia médica.
14
Aquí evaluamos el error cometido por la diferencia entre el valor verdadero y el indicado por Juan y Pedro; a esta evaluación del error
corresponde la elección que hemos hecho de la media aritmética. Si se conviene en evaluar el error por la relación del valor verdadero y del
valor indicado —lo cual es, quizá, preferible—, seria preciso elegir como base de la apuesta la media geométrica de 0’5 y 0’7, es decir, casi
0’59. La diferencia entre la media aritmética y la media geométrica es generalmente muy débil en los casos prácticos: el hecho de que Juan
evalúe la probabilidad en 0’9 y Pedro en 0’1 ocurrirá muy pocas veces.
CAPÍTULO IV
LEY DE POISSON
23.La ley de Poisson. — Como ejemplo, tomemos una probabilidad igual a 1/100;
podrá tratarse de ganar el premio para el poseedor de un solo billete en un sorteo
compuesto de 100 billetes. Si este comprador de un solo billete puede repetir a
menudo su experiencia, es decir, que frecuentemente tiene ocasión de adquirir un
billete de un sorteo de 100 billetes, sorteo cuyo único premio es siempre el mismo,
repetidas veces hemos afirmado como un hecho evidente, resultante de la misma
definición de la probabilidad, que el comprador en cuestión, llamémosle Pedro,
ganará en un promedio de una vez de cada 100. No obstante, la observación prueba
que si Pedro vuelve a repetir precisamente 100 veces una experiencia que consiste en
comprar un billete de un sorteo de 100, podrá muy bien suceder que gane una sola
vez, que no gane ninguna, o que gane dos o varias veces. El teorema de Poisson 15 nos
hace conocer las probabilidades de estas diversas eventualidades. Según este
teorema, las probabilidades para que Pedro, en 100 experiencias, gane 0, o 1, o 2
veces, etc., se detallan en el siguiente cuadro:
1 36’788%; 0’36788
2 18’394%; 0’18394
3 6’131%; 0’06131
4 1’533%; 0’01533
5 0’306%; 0’00306
6 0’051%; 0’00051
7 0’007%; 0’00007
8 0’001%; 0’00001
Se observará que la probabilidad de ganar una sola vez es igual a la de ganar 0 veces;
la de ganar2veces es 2 veces más pequeña; la de ganar 3 es3veces más pequeña que la
de ganar 2; la de ganar4es aún 4 veces más pequeña, y así sucesivamente. La
probabilidad de ganar 8 veces es alrededor de una cada 100.000, la de ganar 9 sería 9
veces más débil, es decir, alrededor de una millonésima, y la de ganar 10 veces sería
de una diezmillonésima; llegamos aquí a las probabilidades despreciables a escala
humana.
15
En el Apéndice II pueden verse algunas explicaciones matemáticas relativas a este teorema, explicaciones que realmente no son
indispensables para poder comprender lo que viene a continuación, pero que, sin duda, interesarán a aquellos de nuestros lectores con ciertos
conocimientos matemáticos.
Si 100 personas distintas hacen la misma experiencia que Pedro, es decir, adquieren
100 veces consecutivas un billete del sorteo, se podrá afirmar que de estas 100
personas habrá alrededor de 36 o 37 que no ganarán ninguna vez en los 100 sorteos
en los que participarán; otras tantas ganarán una sola vez; alrededor de 18 ganarán 2
veces; 6 ganarán 3 veces; 1 o 2 ganarán 4 veces y, excepcionalmente, una ganará más
de 4 veces.
Claro está que estas cifras sólo son promedios y, como siempre, los errores en
relación a estos valores medios son, no sólo posibles, sino muy probables, y deben ser
considerados como la regla y no como la excepción, a condición de que los errores no
sean demasiado considerables.
24.Los errores. — Ya hemos dicho que los valores del error que se pueden considerar
normales, es decir, que se observarán frecuentemente, son los inferiores a la raíz
cuadrada del número deseado; por ejemplo, de 100 personas que hayan participado
en 100 sorteos cada una, es de esperar que 36 o 37 no ganen ni una sola vez (media de
36’8); la raíz cuadrada de 36 es 6, y razonablemente debe esperarse que el número de
personas que noganarán ninguna vez esté comprendido entre 31 y 43; un doble error
de 6, que correspondería a menos de 25 o más de 44, será muy raro, y un error triple
(menos de 19 o más de 55) será completamente excepcional. Los mismos resultados
pueden aplicarse al número de personas que ganarían sólo una sola vez.
Análogos resultados se aplicarían a los casos de personas que ganen 3 veces o más a
lo largo de una serie de 100 sorteos.
Estos resultados indican hasta qué punto es decepcionante el oficio de jugador, si así
se puede llamar a la persona en quien el juego se convierte en costumbre. El único
premio del sorteo en el que Pedro compra con perseverancia un billete valdrá
ciertamente menos de 100 dólares si el billete cuesta uno, ya que los organizadores de
la tómbola se ven obligados a la subvención de gastos y, además, obtener un
beneficio. Si este premio vale 80 dólares y Pedro se obstina en tomar 100 veces
seguidas un solo billete, la probabilidad de que gane es de 0’37; en este caso, sufrirá
una pérdida de 20 dólares, ya que ha comprado 100 billetes de un dólar y ganado un
premio de 80; también tiene la probabilidad 0’37 de perder sus 100 dólares sin ganar
nada. En cuanto a sus posibilidades de ganar, son las siguientes: alrededor de 18
sobre 100 de ganar 60 dólares (2 premios de 80, menos 100 dólares, importe de los
billetes), 6 sobre 100 de ganar140 dólares y 1 o 2 sobre 100 de ganar 220 dólares,
siendo ínfimas las de una ganancia superior. Cálculos análogos se aplicarían al
asiduo a la ruleta, obstinado en jugar constantemente a un número entero (que,
además, puede variar a su antojo sin modificar las probabilidades); en la ruleta con el
cero, ganará en promedio una vez de cada 37, de manera que, en 37 veces
consecutivas, las probabilidades de que nunca gane, o de que gane 1 o 2 veces, etc.,
vienen dadas por el cuadro de Poisson.
Supongamos que Pedro no gana ni una sola vez a lo largo de la primera serie; la
probabilidad de tal eventualidad es de 0’3679; si este hecho se produce, la
probabilidad para que Pedro no gane en el transcurso de la segunda serie no se ve
modificada y es igualmente de 0’3679; la probabilidad para que estas dos
eventualidades se produzcan sucesivamente, es decir, para que Pedro no gane ni a lo
largo de la primera serie ni a lo largo de la segunda, es igual al producto de estas dos
probabilidades, o sea, casi 0’135. Tal es la probabilidad para que a lo largo de las dos
series de 100 sorteos cada una, es decir, 200 sorteos consecutivos en total, Pedro no
gane ni una sola vez. Si se considera una segunda serie, igualmente de 200 sorteos, la
probabilidad para que Pedro no gane es la misma de 0’135, y la probabilidad para
que no gane niuna sola vez a lo largo de los 400 sorteos consecutivos (2 series de 200)
es el producto de 0’135 por 0’135, o sea, alrededor de 0’018; esta probabilidad es de
casi 2 centésimas y no es en absoluto despreciable.
De esta manera, se comprende que la simple observación según la cual Pedro gana
promedio una vez de cada 100, debe interpretarse a la luz de los cálculos de Poisson, a
fin de que su significado se comprenda bien; no sería preciso que este enunciado de
un promedio le implique a Pedro la seguridad de ganar el premio del sorteo, no sólo
en 100 experiencias sucesivas, sino en varios centenares de ellas.
Ocurre lo mismo cuando la probabilidad en cuestión no es la de ganar un premio en
un sorteo, sino la de un accidente al que Pedro está expuesto diariamente. Por
ejemplo, Pedro es un obrero cuyo oficio encierra algunos peligros, como el de
aviador, maquinista de tren o conductor de camión. Si la probabilidad de un
accidente, según la estadística de todos los acaecidos a aquellos que tienen el mismo
oficio que Pedro, es de 1/1.000 por día de trabajo, esto equivale a casi un accidente
cada tres años (si se admite que hay 333 días de trabajo por año). Pero, de 100
personas que tienen el mismo oficio que Pedro, habrá casi 37 de ellas que no tendrán
ningún accidente a lo largo del primer período de tres años, y unas 13 que no lo
tendrán en el transcurso de dos períodos consecutivos de3 años. Tal proporción de
excepciones es lógica, siendo simple consecuencia de los cálculos de probabilidades
de Poisson, sin que para explicarlo sea necesario diferenciar las probabilidades
concernientes a diferentes individuos.
Fácilmente puede verse que esta desigualdad entre las probabilidades concernientes
a diferentes individuos aumenta, consecuentemente, la proporción de aquellos que,
al cabo de cierto período de tiempo, no sufren ningún accidente. Sabemos que, si
para cada individuo, el número de experiencias es igual al denominador de la
probabilidad, es decir, a 1.000 si la probabilidad es de 1/1.000, debe suponerse que el
suceso esperado o temido suceda a casi el 37% de individuos. Si se trata de un
accidente, esta será la proporción de individuos indemnes; por ejemplo, de aviadores
o de conductores de camiones que no hayan sufrido ningún accidente 16.
16
La probabilidad 1/1.000 se supone calculada de acuerdo con ciertas estadísticas; dicha probabilidad puede relacionarse al día de la partida,
unidad bastante imprecisa, puesto que no todos los días son iguales, o bien a cierto número de kilómetros recorridos, por ejemplo un millar.
Comenzar de nuevo mil veces la experiencia corresponderá a recorrer un millón de kilómetros.
En el cálculo de probabilidades, se resumirá este aumento de la proporción de los
casos en que el número de accidentes es 0, 2, 3, y su disminución forzosamente
correlativa en los casos en que el número de accidentes es igual a la unidad, es decir,
a la media, diciendo que la dispersión observada es mayor que la normal; una ley
general del cálculo de probabilidades es que, en este caso, el material sobre el que se
hace la observación no es homogéneo, es decir, que las probabilidades no son iguales
para todos los individuos, sino que para unos son superiores a la media e inferiores
para otros.
Tomemos ahora un caso algo más complejo; supongamos que el intervalo medio de
los pasos es siempre de 20 minutos, pero que dicho intervalo es alternativamente de
30 y de 10 minutos. En otras palabras, las horas de salida de término son las 12, 12.10,
12.40, 12.50, 13.20, 13.30, 14, 14.10, 14.40 horas, etc. Continuemos suponiendo que el
pasajero no tiene en cuenta el horario, ya porque lo ignora, ya porque su reloj no va a
la hora o, incluso, que será el caso más frecuente, porque tiene ocupaciones o
compromisos cuya duración no puede ser evaluada exactamente y que se decida a
tomar el coche cuando queda libre.
Podría caerse en la tentación de razonar del modo siguiente: cuando el intervalo que
separa dos coches es de 30 minutos, la duración media de la espera es de 15 minutos
y, cuando este intervalo es de 10 minutos, es de 5; así, siendo dicha espera
alternativamente de 15 y de 5 minutos, da una media de 10, o sea, la misma que
cuando los coches pasan a intervalos regulares de 20 minutos cada uno. Tal reflexión
no es válida porque no se tiene en cuenta una circunstancia evidente: el pasajero que
se presenta en la parada en un momento arbitrario tiene muchas más posibilidades
de llegar a ella a lo largo de un intervalo de 30 minutos que en uno de 10; llegará un
promedio de 3 veces decada 4 a lo largo de un intervalo de 30 minutos; y una sola
vez durante uno de 10 minutos; habrá, pues, 3 veces de cada 4. una espera media de
15 minutos y una sola vez una espera media de 5 minutos; la verdadera duración
media será
1/4 x (3x15 +1x5) = 50/4 = 12’5 minutos,
Hemos supuesto hasta aquí que el pasajero que espera encuentra siempre sitio en el
primer coche que pasa; para poder dictaminar en los casos en que los coches van
completos o que no pueden aceptar más que una parte de los pasajeros, sería preciso
hacer numerosas hipótesis, que serían muy arbitrarias de no estar basadas en la
observación y la estadística. En el caso de que los coches vayan a veces completos o
casi completos, el problema tiene analogía con el de las ventanillas, del que ahora
hablaremos, limitándonos a un caso muy sencillo, ya que sería muy complicado si se
quisieran estudiar todas las circunstancias que pueden presentarse.
A partir de ahora supondremos que existe una sola ventanilla y que la afluencia
cotidiana de clientes es inferior a lo que puede rendir, de manera que si aquellos se
sucedieran a intervalos regulares, no sólo no habría ninguna espera, sino que la
ventanilla estaría libre durante una cuarta parte del tiempo total, o sea, durante 2
horas (120 minutos) de 8 horas de trabajo. Durante las 6 horas de trabajo efectivo, se
puede atender un promedio de 30 usuarios a la hora, despachándose uno cada dos
minutos, resultando 180 por día. Pero estos 180 clientes no se presentan a intervalos
rigurosamente iguales; generalmente hay horas de poco trabajo y otras de mucha
afluencia. No obstante, si buena parte de los clientes tienen todas las horas libres y no
les gusta esperar, procurarán algunosde ellos acudir a las horas conocidas de trabajo
reducido, estableciéndose poco a poco cierto equilibrio. No es absurda la sencilla
hipótesis de que todas las horas del día son igualmente probables para cada usuario,
es decir, que ocurre como si cada uno de ellos echara a suerte la hora y el minuto de
presentarse en la ventanilla. En dicha hipótesis, el problema de espera puede ser
sometido a cálculo y, a pesar de su sencillez, la solución continúa siendo todavía
bastante complicada. En el Apéndice II damos algunas precisiones sobre estos
cálculos, destinados a aquellos lectores interesados en las matemáticas; aquí nos
contentamos en dar los resultados del caso que acabamos de indicar.
Hemos supuesto que hay en total 180 usuarios, cuyo despacho exige 6 horas, estando
abierta la ventanilla durante 8 y quedando, la misma, libre
durante una cuarta parte del tiempo total de su apertura. En estas condiciones, la
probabilidad para que un usuario que se presente casualmente a lo largo del día sea
un cabeza de serie, es precisamente de una cuarta parte, sacándose la conclusión de
que el número de series tendrá un promedio igual a la cuarta parte de 180, o sea, 45.
Pueden ser calculadas las respectivas probabilidades para que una serie esté
compuesta de 1,2,3 o de mayor número de elementos. Estas probabilidades
disminuyen rápidamente al principio, y luego mucho más lentamente.
Multiplicándolas por 45, número total probable de las series, se obtienen los números
probables de las series de 1, 2, 3, 4, etc., elementos. Estos números tienen 21 series de
1 elemento, 7 series de 2, 3’5 series de3,2’1 series de 4, 1’4 series de 5 y 1 serie de 6
elementos. El número disminuye luego poco a poco, ya que es multiplicado por 0’9
cada vez que el número de elementos aumenta en una unidad, resultando así 0’36
para 16 elementos y 0’13 para 26; la suma total de números probables de series de 6
elementos o más es igual a 10, es decir, está lejos de ser despreciable, y el número
total probable de series de 29 elementos o más es igual a la unidad. Pueden, pues,
combinarse de la manera siguiente:
21 series de 1 elemento
7 2 elementos
3 3
2 4
2 5
1 6o7
1 8
1 9
1 10 o 11
1 12 o 13
1 14 a 16
1 17 a 20
1 21 a 25
1 26 a 30
1 31 a 40
Claro está que podrán presentarse errores con relación a estos números medios;
hemos querido dar simplemente un boceto general del fenómeno.
Siendo 45 el número de series y 180 el número total de elementos, cada serie está
compuesta por un promedio de 4. Recordemos que el tiempo total de apertura de la
ventanilla, 8 horas, es igual a 4 veces el tiempo en que la misma está libre, o sea, 2
horas; de ahí que el promedio de elementos sea 4.
Consideremos un usuario al azar; formará parte de una serie, pudiendo ser su cabeza
o bien cualquier otro de sus elementos; al acabarse, esta serie contendrá cierto
número de elementos que calificaremos como el número observado por el usuario en
cuestión. Si de la misma forma consideramos un gran número de usuarios, cada uno
de ellos observará en su serie cierto número de elementos, y denominaremos valor
medio de las series a la media aritmética de los valores así observados por un gran
número de usuarios. Es evidente que la media así definida es superior a la que hemos
calculado, pues es más probable que un cliente tomado alazar pertenezca a una serie
larga que a una corta. En el problema que nos ocupa, el cálculo indica que la nueva
duración media es exactamente el cuadrado de la anterior, es decir, 16 elementos en
lugar de 4. Si un cliente llega al azar y pertenece a una serie de 16 elementos, tiene las
mismas posibilidades de ocupar cualquiera de los puestos comprendidos entre el 1 y
el 16; el número de los que le preceden está comprendido entre 0 y 15; hay, pues, un
promedio de 7’5. Esta es la respuesta más precisa y general que puede darse a dicho
problema. Sería necesario un nuevo cálculo para fijar la duración media de la espera.
Al contrario, si la ventanilla sólo estuviera libre durante una décima parte de las
horas de apertura, el promedio de las series sería de 10 con el primer método de
cálculo y de 100 con el segundo; bastante a menudo, aunque no todos los días, se
podrían observar series superiores a 100. Siendo solamente de 18 el promedio de las
series diarias, sería necesaria una observación de varios días para comprobar
nuestros resultados.
CAPÍTULO V
ENFERMEDADES Y ACCIDENTES
Señalemos aquí que los cuadros de las compañías de seguros están relacionados con
una parte seleccionada de la población, ya que los asegurados deben pasar por un
examen ante un médico de la compañía, y los rentistas, antes de suscribir el contrato,
se han preocupado en consultar a su propio médico. Estos exámenes se realizan una
sola vez en el momento en que se suscribe el contrato, y la duración del mismo es, a
menudo, muy larga. En el curso de esta duración, tanto asegurados como rentistas
pueden sufrir graves enfermedades que aumenten considerablemente sus
18
Cuadro de Deparcieux, 1746.
probabilidades de fallecimiento a lo largo del año, en relación con las probabilidades
medias relativas al conjunto de hombres o de mujeres de la misma edad.
Admitamos, sin embargo, en los ejemplos que hemos elegido, que el número de
fallecimientos sobrepase los 250 y sea inferior a 400, suponiendo, claro está, que la
experiencia se realiza sobre30.000personas de 50 años elegidas verdaderamente al
azar. Del mismo modo ocurriría si, en lugar de elegir las que han nacido en enero, se
eligieran aquellas cuyo apellido comienza por las letras A o B. Pero si se eligieran
30.000 funcionarios en ejercicio en la fecha del 1.° de enero y con edad de 50 a 51
años, debería esperarse una mortalidad verdaderamente inferior, ya que el hecho de
estar en activo demuestra que hasta el presente no han sufrido ninguna enfermedad
grave. Además,uno puede preguntarse si las probabilidades de algunas
enfermedades o causas de accidente no son menores para los funcionarios que para
los obreros opara los agricultores.
Para un conjunto de los hombres de 50 años, esta probabilidad es 365 veces más débil
que para un año, o sea, que debe esperarse una media de 10 fallecimientos entre
365.000 personas en lugar de 10 entre 1.000. En un país donde el número de personas
de 50 años fuese de 730.000, el promedio diario de fallecimientos de esta edad sería
de 20. Pero es evidente que este porcentaje sería mucho menor si sólo se consideraran
las personas de 50 años que hoy al mediodía gozan de buena salud y que, además, a
lo largo de las 24 horas no deben correr ningún peligro excepcional de accidente
(largo viaje en avión, en coche, exhibición peligrosa para un acróbata, etc.). Sin previo
aviso hay pocas enfermedades que matan en 24 horas, e incluso muchos accidentes
mortales dejan a su víctima algunas horas o algunos días de supervivencia. Sería
bastante exagerado, pues, evaluar en1sobre 36.500 la probabilidad de fallecimiento a
lo largo de las 24 horas para una persona que goce de buena salud y que no deba
correr ningún peligro excepcional; se puede afirmar que esta probabilidad es
verdaderamente mucho más débil, aunque su precisa evaluación sea bastante
difícil;también es bastante delicado definirla con precisión. ¿Qué hay que entender,
pues, por persona con buena salud?; ¿debemos contentamos con la afirmación de la
persona interesada, o exigirle un examen médico? Además, ¿cuáles son los riesgos de
accidente que deben considerarse como normales y cuáles como excepcionales?
Sería bastante interesante distinguir, mejor de lo que se ha hecho hasta ahora, las
probabilidades de supervivencia global a una edad determinada para el conjunto de
una población, y las probabilidades relativas a las personas de esta edad cuya salud
es buena y que no corren peligros excepcionales. El estudio de las estadísticas
relativas a los fallecimientos clasificados según sus causas sería uno de los elementos
más importantes para utilizar en este estudio.
En lo concerniente a las causas de senilidad y vejez, para 14.788 hombres hay 488
fallecimientos de los 50 a los 69 años, 4.722 de los 70 a los 79 y 9.578 de los 80 a los 99.
Para 23.714 mujeres, 572 de los 50 a los 69 años, 6.188 de los 70 a los 79 y 16.954 entre
las mayores de 80 años. Estas cifras se explican por el hecho de que la longevidad de
las mujeres es superior a la de los hombres.
También la clasificación de los fallecimientos según las causas por provincias sería
bastante instructiva, ya que pondría en evidencia importantes diferencias. Unas se
explican por la variedad de los climas o por la presencia de hospitales especializados,
debiéndose otras a diferencias de terminología entre los médicos de las distintas
regiones. La proporción de fallecimientos cuyas causas no se han declarado o están
mal definidas cambia también mucho según las regiones.
CAPÍTULO VI
31. La herencia y los cromosomas.— Según las teorías generalmente admitidas por
los biólogos y confirmadas por numerosas experiencias, los fenómenos de la herencia
están relacionados con la existencia, en cada individuo, de cierto número de parejas
de cromosomas (23 pares en la especie humana). Dichas parejas se diferencian unas
de otras y podemos distinguirlas por una enumeración. En cada niño los
cromosomas de cierta pareja, digamos por ejemplo la 17.ª, está formada por uno de
los cromosomas de la pareja 17.ª de su padre y por uno de los dos cromosomas de la
pareja 17.ª de su madre. Ocurre como si el niño sacara a suerte y tuviera, así, una
probabilidad sobre dos de elegir cada uno de los dos cromosomas del padre y cada
uno de los dos de su madre, tanto para la pareja 17.ªcomo para cada una de las otras
23 parejas. El número de elecciones posibles es de 46 parejas, siendo igual a 2 46, o sea,
60 billones. Cuando dos hermanos o hermanas no son gemelos nacidos de un mismo
óvulo (en cuyo caso tienen exactamente los mismos cromosomas y se parecen de un
modo perfecto), la probabilidad para que tengan las mismas elecciones es muy escasa
e igual al cociente de la unidad por 60 billones. No es probable, pues, que un
acontecimiento así se haya producido en la Tierra desde que existe la especie
humana.
Hemos admitido implícitamente que el padre y la madre de los dos hermanos no son
familiares, es decir, que no tienen cromosomas comunes.
Si se trata de primos hermanos, supondremos, precisándolo bien, que sus padres son
hermanos verdaderos y que sus madres ni son parientes entre sí ni de sus esposos.
En estas condiciones tienen dos antepasados comunes, que son sus abuelos paternos.
Un cromosoma de uno de los primos tiene una posibilidad de cada dos de proceder
de los antepasados comunes y, en este caso, hay una posibilidad de cada cuatro de
encontrarse igualmente en el otro primo; la probabilidad para que un cromosoma de
rango determinado sea común a los dos primos es, pues, 1/2x1/4 = 1/8. De 46
cromosomas, les son comunes un promedio de 5’75.
Tomemos ahora el caso de primos hermanos, cuyos padres son hermanos y cuyas
madres son hermanas; tienen cuatro antepasados comunes, y cualquier cromosoma
de uno de ellos proviene de uno de estos cuatro antepasados; pero cada uno de tales
antepasados está separado de su nieto por dos generaciones, es decir, por dos
elecciones; uno de sus cromosomas sólo tiene, pues, una posibilidad de cada cuatro
de encontrarse en el nieto; losdos primos tienen, así, un promedio de 11’5
cromosomas comunes, una cuarta parte de los cuales proviene de cada uno de sus
cuatro antepasados comunes. La diferencia entre el caso de estos dos primos y el de
los dos hermanos, que tienen igualmente 4 abuelos comunes, se explica por el hecho
de que, en el caso de los dos hermanos, sus padres han hecho ya la elección entre los
cromosomas de los abuelos, y que dicha elección es la misma para los dos hermanos.
33.Algunas palabras sobre un caso más general.— Hemos supuesto, como es el caso
más frecuente, que dos hermanos tienen los mismos padres; sería fácil tratar el caso
más general en que los antepasados comunes no son forzosamente un padre y una
madre. Por ejemplo, tomemos el caso de dos primos que tienen en común un abuelo
y una bisabuela, siendo los demás antepasados comunes exclusivamente los
antepasados de aquellos dos19. Tomemos un cromosoma de uno de los primos; existe
una posibilidad de cada cuatro de que provenga de su abuelo y una de cada ocho de
que provenga de su bisabuela; descartamos estas dos eventualidades. En el primer
caso, hay una posibilidad sobre cuatro de que el cromosoma existatambién en el
segundo primo, y en el segundo caso, una posibilidad sobre ocho. La probabilidad
para que el cromosoma sea común a los dos primos es, pues,
19
Supongamos que Pablo y Juan son los dos primos: Pablo es hijo de Pedro y de María, y Juan es hijo de Enrique y de Ana. Pedro y Enrique
son hijos del mismo padre, pero no de la misma madre. María es hija de Eduardo y Ana es hija de Margarita. Eduardo y Margarita tienen la
misma madre, pero no el mismo padre.
Por ejemplo, si se trata de dos primos hermanos por parte doble, es decir, teniendo
cuatro abuelos comunes, se tiene
la fórmula da
Sólo queda por tratar el caso en que uno de los antepasados comunes deba ser
considerado un antepasado múltiple por uno de los descendientes (tales el caso
cuando los primos se han casado entre ellos). Sin entrar en detalles, indicamos
simplemente que cada individuo tiene dos antepasados en la primera generación
(padres), cuatro en la segunda (abuelos), ocho en la tercera (bisabuelos), etc. Si entre
los 16 antepasados de la cuarta generación una misma persona figura 2 veces, en el
cálculo hecho anteriormente deberemos tenerla en cuenta dos veces, es decir,
atribuirle dos números (iguales entre sí) a1y a2. Si entre los 32 antepasados de la
quinta generación cierta persona figura 3 veces entre los antepasados de A y 2 veces
entre los antepasados de B, tendremos 3 números a iguales a 5 y 2 números b iguales
a 5, lo cual nos dará 3x2 = 6 sumas a+ biguales a 10, es decir,6 términos iguales cada
uno a 1/210
El ejemplo más sencillo de este caso es el de dos hermanos cuyos padre y madre son
primos más o menos lejanos. Casos aún más complejos, en que para completarlos se
vería uno obligado a remontarse a un número casi indefinido de generaciones, se
encuentran frecuentemente en pueblos aislados, donde desde hace siglos se vienen
cruzando entre sí un pequeño número de familias.
34.Aplicación de la ley única del azar. — Todos los resultados que acabamos de dar
sobre la herencia se traducen en coeficientes de probabilidades; por lo tanto, no
pueden conducir a ninguna previsión segura, a menos que sean utilizados para
calcular otros coeficientes de probabilidades que serían bastante pequeños para
poderles aplicar ley única del azar.
Pero, si consideramos a 100 parejas de hermanos A1, B1; A2, B2; etc., y si suponemos
que los cien A poseen algún cromosoma que determine en ellos una particularidad S,
podemos afirmar que este cromosoma y, por consiguiente, dicha particularidad S, se
encontrarán en una media de 50 veces en los 100 B. Y, en virtud de la ley única del
azar, concluiremos que es imposible que S se encuentre a la vez en los 100 B, o
incluso en más de 95 de ellos, y que es igualmente imposible que S no se encuentre
ninguna vez en B, o incluso sólo en menos de 5 de ellos. Si en lugar de considerar 100
parejas de hermanos AB hubiésemos considerado 100 parejas de primos hermanos
AC, la particularidad S hubiera debido encontrarse en una media del 12’5 de entre
ellos y se podría afirmar con seguridad que no se encontrará en más de 50 de ellos,
mientras que es verdaderamente poco probable,sin que sea completamente
imposible, que no se encuentre en ninguno.
Así pues, si se ignora a priori que las 100 parejas estaban formadas por hermanos o
por primos hermanos, pero se sabe que el parentesco es el mismo para las 100
parejas, al observar 60 veces la presencia del carácter S en los dos individuos
podremos afirmar que se trata de hermanos, mientras que si sólo se observa 5 o 6
veces se tratará de primos hermanos.
Estos ejemplos bastan para indicar cómo los diversos resultados obtenidos en este
Capítulo y en los precedentes pueden conducir a previsiones seguras, cuando se las
combina de tal manera que se pueda aplicar la ley única del azar.
APÉNDICE I
Para obtener un número de seis cifras distintas, como 324.789 o 023.586, se puede
tomar como primera cifra a la izquierda una cualquiera de las diez cifras; como cifra
siguiente una cualquiera de lasotras 9; como tercera, una cualquiera de las otras 8, y
así sucesivamente hasta la sexta cifra, que es una cualquiera de las cinco cifras aún no
elegidas. Así pues, hay en total 10x9x8x7x6x5 = 151.200 números formados por seis
cifras distintas.
Pasemos a los números compuestos por cinco cifras distintas; únicamente una cifra,
una sola, se encontrará repetida dos veces; es lo que los jugadores de póquer
llamarían una pareja. La cifra repetida dos veces puede ser una cualquiera de las diez
y puede ir colocada en dos cualesquiera de los seis lugares posibles, lo que da quince
posibilidades20 para cada una de las cifras, 150 en total.
Cuando la cifra repetida dos veces se encuentra colocada, por ejemplo, en el 2.° y en el
5.° lugar, podemos escribir el número del siguiente modo:
x3xx3x
Para reemplazar laxde más a la derecha, podemos elegir una cualquiera de las otras 9
cifras que no sean el 3; para reemplazar laxsiguiente, una cualquiera de las 8 cifras
que quedan; luego, una cualquiera de las otras 7; y después, una cualquiera de las 6
restantes. Obtenemos, pues, una cantidad de números igual a
150x9x8x7x6 = 10x9x8x7x6x5x3
es decir, un número triple del número 151.200 de los números formados por 6 cifras
diferentes.
La cantidad de números formados por 5 cifras diferentes (con una pareja) es, pues,
151.200x3 = 453.600.
20
Se puede colocar la primera cifra en uno cualquiera de los seis lugares y la segunda en uno cualquiera de los otros cinco, lo cual da, en
apariencia, 30 posibilidades. Pero si en un principio se ha elegido el segundo puesto y luego el cuarto, se tiene la misma disposición que si se
hubiera elegido en un principio el cuarto y luego el segundo. Por lo tanto, es preciso dividir 30 por 2, lo que da 15. Este resultado se puede
verificar gracias a una denominación directa de las 15 disposiciones posibles.
números y la segunda (una berlanga) comprende 100.800, en total 327.600 números
con sólo 4 cifras.
Para obtener todos los números que tienen 2 parejas, es preciso ante todo elegir las
dos cifras que están repetidas dos veces; esta elección puedehacerse de(10x9) / 2 =
45maneras distintas. Puedeelegirse una cualquiera de las diez cifras, luego una
cualquiera de las nueve restantes, lo que en total da 10 X 9 = 90 elecciones; pero cada
pareja de dos cifras, como 7 y 5, se obtiene dos veces, puesto que se puede elegir
primero 7 y luego 5, o primeramente 5 y luego 7. Él número de las parejas de 2 cifras
es, pues, la mitad de 90, o sea, 45. Sea 7 y 5 el par elegido; se podrá colocar 7 en uno
cualquiera de los seis lugares y luego en uno cualquiera de los cinco restantes; el
número total de elecciones es, así, de 6 X 5, pero dicho número debe ser dividido por
2, por un motivo semejante al que se acaba de indicar; hay en total, pues, 15 maneras
de elegir los lugares de los dos 7. Cuando éstos estáncolocados, quedan cuatro
lugares vacíos, habiendo seis maneras de colocar en ellos los dos 5. Cuando los 7 y
los 5 están colocados, se tiene la disposición
x577x5
45x15x6x8x7 = 5x9x8x7x6x5x3.
10x9x8x7x6x5x3 = 453.600.
Es igual a 226.800.
Es un hecho bastante destacable que baya exactamente el mismo número total de
pares en los números de una y en los de dos parejas. Esto no se produce en todos los
valores del número total de las cifras utilizadas (aquí igual a 10, puesto que nos
servimos del sistema decimal) y del número de cifras que forman los números en
cuestión21.
Para obtener todos los números conteniendo una berlanga (cifra repetida 3 veces),
primeramente se deberá elegir dicha cifra, lo cual puede hacerse de diez maneras
distintas; luego, elegir los 3 lugaresque ocupe, lo cual puede hacerse de
(6x5x4) / (1x2x3) =20maneras distintas. Se obtienen así 200 disposiciones como la que
sigue:
x88xx8
cada una de las cuales podrá ser completada de 9x8x7 maneras distintas por tres
cifras diferentes del 8 y diferenciándose entre sí. Se tienen así, en total, 200x9x8x7 =
100.800 números conteniendo una berlanga.
Pasemos a los números de sólo 3 cifras diferentes. Pueden contener 3 pares, como
422.477 (en número de 10.800), o bien un par y una berlanga, como 422.274 (en
número de 43.200), o, por último, un cuadrado, como 447.484 (en número de 10.800);
o sea, en total, 64.800 números de 3 cifras.
Sin entrar en detalles, basados siempre sobre los mismos principios, indiquemos
cómo se han obtenido los números precedentes.
21
Se puede demostrar fácilmente que si el número total de cifras utilizadas es n = 2 K2 + K, siendo K un número entero cualquiera, dicha
propiedad subsiste tomando, para valor del número de cifras que figuran en una cantidad, p = 2 K + 2 si n = 2 K2 + Ky p = 2 K + 1 si n = 2
K2 - K. Se obtiene el resultado del texto para K = 2, n = 2 K2 + K = 10, p = 2 K + 2 = 6.
(10x9x8x7x6x5x4) / 2 = 43.200
Hemos calculado (en 6. Los números formados por dos cifras.) la cantidad de
números con sólo dos cifras distintas; ellos se dividen en tres categorías.
10x9x6 = 540.
CUADRO I
Número de Número total para
cifras Número para cada número de
diferentes Ejemplo cada ejemplo cifras diferentes
327376 226.800
4
327336 100.800 327.600
3 007017 43.200
723777 10.800
556555 540
2 556565 1.350
333333
1 o
000000 10 10
Números que no contienen la cifra 7. — Cada una de las seis cifras de estos números
puede ser elegida arbitrariamente de entre las otras 9 cifras. La cantidad de estos
números es
9x9x9x9x9x9 = 96 = 531.441.
Números que contienen una sola vez la cifra 7. — Puede escribirse la cifra 7 en uno
cualquiera de los seis lugares, y luego, en cada uno de los cinco restantes, escribir
una cualquiera de las otras 9 cifras; el número de combinaciones será
Números que contienen solamente dos veces la cifra 7. — Los dos 7 podrán ser colocados
de ((6x5) / (1x2)) = 15 maneras distintas y, en cada uno de los otros 4 lugares, podrá
inscribirse una de las otras 9 cifras. Su número de combinaciones será
15x9x9x9x9=15x94 = 98.415.
Números en que la cifra 7figura tres veces. — Los tres 7 pueden ser colocados ((6x5x4) /
(1x2x3)) = 20 distintasmaneras, obteniéndose en total
Números que contienen cuatro veces la cifra7. — Hay 15 lugares posibles para los cuatro
7, en total
6 X 9 = 54 combinaciones.
Finalmente, existe un solo número, el 777.777, que comprende seis veces la cifra 7.
CUADRO II
0 531.441
1 354.294
2 98.415
3 14.580
4 1.215
5 54
6 1
Total 1.000.000
En el Cuadro II puede observarse que los números obtenidos son los términos del
desarrollo de la sexta potencia del binomio 9+1:
Ante todo, puede observarse que hay más de la mitad de los números (531.441 sobre
un millón) que no contienen la cifra 7. Sin embargo, se hacen seis sorteos, en cada
uno de los cuales la probabilidad de salir el 7 es de una décima; la suma deestas
probabilidades es de seis décimas y superior a una mitad. Ello indica que las
probabilidades no deben ser sumadas sin circunspección. Lo que sí puede sumarse
son las esperanzas matemáticas, es decir, las probabilidades de ganar de un jugador
que apostara para que saliera la cifra 7. Invirtiendo este jugador un dólar, se le deben
dar equitativamente 10 dólares cuando salga el 7. Si se hacen 6 sorteos a la vez,
deberá invertir 6 dólares, recibiendo tantas veces 10 dólares como veces salga la cifra
7.
El Cuadro II indica que hay casi 53 posibilidades de cada 100 de perder sus 6 dólares,
algo más de 35 de cada 100 de ganar 10, unas 10 de cada 100 de recibir 20, 14 de cada
1.000 de recibir 30 y casi una posibilidad de cada 1.000 de ganar 40 dólares. Estas
posibilidades de ganancia, relativamente elevadas, compensan el hecho de que
pierda má6 de una vez de cada dos su apuesta de 6 dólares.
Consideremos ahora el caso en que la cifra 7 aparezca más de una vez; sobre un
millón de números, hay 98.415 pares de 7, 14.580 berlangas de 7, 1.215 cuadrados de
7 y 54 quinternos de 7.
Como sea que puede razonarse, para cada una de las diez cifras, exactamente como
lo hemos hecho con la cifra 7, vemos que en el conjunto del millón de números
existen 984.150 parejas, es decir, casi un millón. Sería erróneo deducir de ello que casi
todos los números comportan un par. El Cuadro I nos señala que sólo hay 453.600
números que llevan una sola pareja; para obtener el número total de pares es preciso
tener en cuenta los números de 2 o 3 pares y aquellos en los que la pareja va
acompañada de una berlanga o de un cuadrado. El Cuadro I nos da:735.750 números
comprendiendo, en total, 984.150 pares
Pares
El resultado concuerda bien con el que habíamos deducido del Cuadro II, lo que
confirma la exactitud de nuestros cálculos.
una berlanga y un
43.200 par 43.200
Total 145.800
Por último, según el Cuadro II, hay 12.150 cuadrados en total, de los cuales 10.800
van solos y 1.350 acompañados de un par, según el Cuadro I.
Para terminar, señalemos una curiosa consecuencia de las cifras del Cuadro II.
Supongamos que un jugador apuesta para que salgan pares y que se le prometen 10
dólares tantas veces como pares contenga el número que salga. Si juega un millón de
veces y salen todos los números, habrá en total 984.150 pares, o sea, cerca de un
millón. Así, si su apuesta es de 10 dólares.el juego puede resultarle perfectamente
equitativo; el organizador de la lotería, que se ha comprometido en pagar 10 dólares
por cada par salido, únicamente se reserva un beneficio del 15 al 16% o sea, alrededor
del 1’5%. Merece señalarse que el juego puede resultar también equitativo,
conviniendo que cada terno, cuadrado, quinterno o séxtuple será pagado, no en 10
dólares al igual que la pareja, sino solamente en un dólar. Según el Cuadro I, el
número total de ternos, cuadrados, quinternos y séxtuplos para la cifra 7 es
El número total sería 10 veces mayor para el conjunto de las cifras, pero, si en cada
una de estas salidas sólo entregamos la décima parte de lo apostado (1 dólar en lugar
de 10), deberemos añadir 15.850 a 984.150, lo que suma exactamente un millón.
10 Una 1
Un par dólares berlanga dólares
Un
11 1
Un par y una berlanga quinterno
Los intervalos de tiempo se pueden representar, en una línea recta, por longitudes
proporcionales; en lugar de hablar de la distribución de los acontecimientos en el
tiempo, se podrá hablar de la distribución de los puntos en la línea recta; estos
pueden ser considerados como repartidos al azar, con la única condición de que su
densidad mediaes constante, siendo esta el número de puntos por unidad de longitud;
si se expresa por la letra d, el número de puntos situados en una longitud a será, en
promedio, ad.
22
En realidad, la ley de Poisson es una ley límite que sólo se aplicaría de una manera rigurosa si nos pudiésemos imaginar una ruleta a un
compás cada ves más rápido, mientras que los números posibles serían cada vea más numerosos. Por ejemplo, en una ruleta de 600 números
que funcionara una vea por segundo, cada número saldría, en promedio, cada diez minutos.
(1)P = e-bx (bn / n!)
Según esta fórmula (2) se han calculado los números dados en el Capítulo IV.
En efecto, se tiene
1/e= 0’36788...
(Se sabe que n! designa el producto de los n primeros números enteros; se tiene (n +
1)! =(n + 1) x n!y, si en esta fórmula se hace que n sea igual a 0, se deduce
perfectamente que 0! = 1.)
23
Para la demostración ver Borel, E., Sur l’emploi du theorems de Bernouilli, pour le calculd’uneinfinité de coefficients..
Applicationauproblèmed’attente à un guichet, informes de la Academia francesa de Ciencias, marzo de 1942.
TÍTULOS PUBLICADOS
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6Isaac AsimovFotosíntesis
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11Richard LeakeyLaformacióndelahumanidad(I)*
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31K. GatlandExploracióndelespacio(III)*
33Pierre GeorgeElmedioambiente
36 H. J. EysenckRaza,inteligencia y educación
37FernandMoreauAlcaloidesyplantasalcaloideas
38Bruce A. BoltTerremotos
49 B. F. SkinnerSobre el conductismo
66Ivan P. PavlovActividadnerviosasuperior
69Y. PerelmanMatemáticasrecreativas
70Philippe RenaultLaformacióndelascavernas
73Joseph DekenLacasaelectrónica
76Isaac AsimovDelosnúmerosysuhistoria
77Alfred TomatisEloídoyellenguaje
78Henri y GenevieveTermierLosanimalesprehistóricos
79Fred HoyleIniciaciónalaastronomía(I)*
81Marie-Claude NoaillesLaevoluciónbotánica
82André WarusfelLasmatemáticasmodernas
83Fred HoyleIniciaciónalaastronomía(II)*
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87Brian StablefordElhombrefuturo(I)*
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