Para una teoría de la violencia 1

Materiales para la discusión

construcción de paz en el salvador

Para una teoría de la violencia

Un enfoque epidemiológico de la violencia

James Gilligan

Asociación Bienestar Yek Ineme

2 James Gilligan

5AHEAMateriales para la discusión

Número 5, año 2001

Con la serie de Materiales para la discusión, Yek Ineme quiere poner

a disposición de los interesados en el tema de Construcción de paz,
documentos de difícil adquisición, que son importantes en el área y no están
disponibles para su difusión o bien sólo se encuentran en otras lenguas. El
criterio fundamental es poner en circulación, aunque sea de manera limitada,
materiales relevantes para la formación y la discusión.

Fuente original:
James Gilligan, Violence. Reflections on a national epidemic
1st Vintage Books ed., 1997
Traducción de Ximena Valle
Reproducido por Asociación Bienestar Yek Ineme
Publicación sin fines de lucro y sólo para su difusión educativa,
con apoyo de ICCO (Holanda) y Diakonía (Suecia)

San Salvador, abril de 2001

 Para una teoría de la violencia 3

Para una teoría de la violencia

Un enfoque epidemiológico de la violencia

James Gilligan

Enfrentándose a diversos prejuicios, enfoque y perezas mentales, jurídicas,

criminológicas, psicológicas o sociales, Gilligan propone un enfoque epidemiológico de la
violencia. A la base de esta epidemia se encuentra un patógeno: la humillación. Entender la
violencia es el primer paso para poder prevenirla y esto supone cambiar nuestros esquemas
mentales, pero también la manera como organizamos nuestra sociedad.

Parte 1. Cómo entender la violencia 1

Vivimos en una era donde hay una gran
desconfianza en las teorías; la misma idea
de teorizar despierta sospechas. Este
poderoso y expandido escepticismo emana
de los dos extremos del espectro de la
corriente intelectual. Para los más
tradicionales, el ala conservadora de la ciencia
y la investigación convencional –el ala
positivista-empirista- hay una presunción
común que sólo “los hechos” son relevantes
y sólo en ellos se puede confiar, que cualquier
intento de ir más allá de los datos empíricos,
de los principios o generalizaciones es
desesperanzadoramente idealista o
fatalmente ambiciosa. El criminologista
conservador, James Q. Wilson2 , por ejemplo,
ha escrito que no hay tal cosa como “causas
subyacentes” del crimen; que debemos
abandonar el intento de descubrir, aminorar
o erradicar las tales causas y simplemente
continuar con nuestro acostumbrado
tratamiento del crimen, es decir, castigo e
emprisionamiento.
El escepticismo acerca de la teoría
emana también del ala opuesta, la
vanguardia actual o, como se llaman a sí
mismos, el post-modernismo o el ala
deconstruccionista, que rechaza y desconfía
de todas las teorías posibles (excepto de la
suya, si entiendo correctamente) puesto que
estarán inevitablemente corrompidas y
distorsionadas por los intereses del poder, a
los que, inevitablemente sirven, aceptan o
mistifican (a excepción de su propia teoría,
que está presumiblemente libre de dichas
distorsiones, por razones que no estoy muy
seguro de entender). Una muestra de esta
desconfianza fue recientemente articulada en
referencia a las teorías del crimen por Carol
Smart3 , quien dice:
El reto [del post-modernismo] al
pensamiento de la modernidad… no
lleva a una negación de la pobreza,
desigualdad, represión, racismo,
violencia sexual y otras cosas. Más
bien niega que los intelectuales
pueden adivinar la respuesta a estas
cuestiones a través de la demanda
4 James Gilligan
de mayor actividad científica y más
grandes y mejores teorías… en
particular, que podemos establecer
una explicación causal que puede
proveernos de métodos objetivos
para la intervención en eventos
definidos como problemáticos.
El ensayo de Smart concluye que “la
búsqueda continua dela teoría, la causa y la
solución” es simplemente fútil, mal guiada y
contraproductiva –un desperdicio sin remedio
de energía y tiempo. Irónicamente, alcanza
el mismo punto de cansancio intelectual que
la visión conservadora, suministrando un
ejemplo remarcable de un fenómeno bien
conocido, la unión de los opuestos. Ambas
aproximaciones nos llevan a abandonar la
búsqueda de causas y estrategias para
prevenir el crimen y la violencia.
Por otra parte, un grupo de científicos de
la conducta comisionados por la Academia
Nacional de Ciencias,4 encontró que una de
las principales limitaciones y obstáculos a
nuestra habilidad de entender y prevenir la
violencia era la carencia de una teoría general
adecuada acerca de la materia:
El panel encontró que un
conocimiento sustancial de base
existe en cuanto a ciertos aspectos
de los eventos y conductas
violentas… De todas formas,
estábamos frustrados al darnos
cuenta que todavía no era posible
relacionar estos campos de
conocimiento de manera que
proveyeran una base teórica fuerte
sobre la cual fundar los programas
de prevención y de intervención… cuando nadie puede entender por qué el
(p.21). [Todavía] carecemos de una
teoría general de la violencia que
pueda ser probada… (p.39).
Mientras hay un consenso de que
carecemos de una teoría de la violencia
adecuada para permitirnos explicar, predecir
y prever la conducta violenta, existe un
desacuerdo concerniente a si será alguna vez
posible construir dicha teoría. Creo que esta
cuestión no puede ser respondida a priori.
Sólo puede responderse al intentar crear tal
teoría. Incluso decir que todas las teorías
existentes son inadecuadas, no significa que
no tengamos una teoría. De hecho, mi
objeción principal a los argumentos en contra
de la teoría que he mencionado, es el hecho
de que es imposible no tener una teoría en
esta materia; puesto que no podemos evitar
lidiar con la violencia, cualesquiera supuestos
que hagamos de ella, implica al menos una
teoría de la violencia implícita o incoada. Así
que nuestra decisión no es entre tener o no
tener una teoría de la violencia; es entre tener
una teoría consciente, que podamos
examinar, cuestionar, criticar y mejorar; o una
teoría inconsciente, que permanezca siempre
sin probarse, ni para aprobarla ni para
desaprobarla, y por lo tanto, no improbable.
Si vamos más allá de una teoría de la
violencia, debería valer la pena hacer una
pausa por el momento para reflexionar sobre
qué características necesitaría poseer esa
teoría para constituir una explicación
adecuada de la violencia. Por explicación me
refiero a un cúmulo de fenómenos empíricos
(observables) que son capaces de mostrar
la relación de causa - efecto. Respecto de
algunas afirmaciones comunes acerca de la
violencia, que se suelen hacer como si fuesen
explicaciones de la misma, se puede mostrar
su insuficiencia explicativa después de un
examen minucioso.
Los juicios de valor no son explicaciones
Frecuentemente he oído a la gente
explicar la violencia de una persona diciendo
“debe ser malvado”. Esto ocurre usualmente
individuo cometió el crimen, cuando no
aparece ningún motivo obvio para éste, o
cuando el crimen, inclusive cuando hubiera
un motivo aparente, es tan atroz para
desafiar “al entendimiento humano ordinario”.
Pero los juicios morales y legales acerca del
comportamiento violento que califican de
“malo” o “diabólico” o “culpable”, son juicios
de valor acerca de éste y no explicaciones a
 Para una teoría de la violencia
ésta.
¿Por qué digo esto? Déjenme sugerir una
analogía. En una de sus obras, Molière5 ilustra
la diferencia entre la filosofía (escolástica)
de la Edad Media y el pensamiento científico
que está empezando a ser aplicado en el
mundo de su época. Uno de sus personajes,
un médico, “explica” por qué la morfina hace
a la gente sentirse somnolienta atribuyéndole
propiedades de un “principio soporífero”.
“Soporífero ” significa inducción del sueño;
obviamente, esta no es una explicación, es
una tautología –la morfina hace que usted
tenga sueño porque es inductor del sueño.
Pero nosotros ya sabíamos que la morfina
provoca el sueño.
De la misma
manera, decir que la
causa del asesinato “...los juicios morales y
de una persona fue el legales acerca del
hecho de que el
asesino es una comportamiento violento
persona malvada, o
tiene una mente
que califican de “malo” o
diabólica, o que la “diabólico” o “culpable”,
causa del asesinato
existe en la mente o son juicios de valor
carácter del asesino, acerca de éste y no
es una tautología.
Decir que la causa del explicaciones a ésta”
hecho malvado (actus
reus) es la mente
diabólica del actor (mens rea) es equivalente
a decir la misma cosa: una tautología no
adiciona nada a lo que ya se sabe. La
pregunta por la causa es: ¿Por qué esta
persona fue malvada? ¿Por qué su
personalidad tomó los atributos que
llamamos malvados? ¿Por qué cometió el acto
violento que llamamos malo? Esta es la clase
de preguntas que una teoría de la violencia
debería poder contestar; esta es la clase de
preguntas que yo quiero contestar. Pero, para
hacerlo, creo que debemos salirnos (o al
menos poner entre paréntesis) del lenguaje
moral en nuestra discusión. Pensar en la
violencia como mala –si confundimos el juicio
de valor con la explicación- puede sólo
5
confundirnos y llevarnos a pensar que
tenemos una explicación cuando no es así.
Estoy proponiendo que la única manera
de explicar las causas de la violencia, para
poder aprender a prevenirla, es aproximarse
a la violencia como un problema de salud
pública y medicina preventiva, así como
pensar en la violencia como un síntoma de
una patología que amenaza la vida (y
frecuentemente letal), que como todas las
formas de enfermedad, tiene una etiología o
causa, un patógeno.
La analogía del fumar y el cáncer de
pulmón nos puede ayudar en esto. Sabemos
que algunas personas contraen cáncer de
pulmón aunque
nunca hayan fumado,
y que algunos
fumadores nunca
contraen cáncer de
pulmón; y todavía
nadie (excepto tal vez
las industrias
tabacaleras)
realmente duda que
el fumar es una
“causa”, en un sentido
científicamente válido
y prácticamente
importante, del
cáncer de pulmón: ni
necesaria ni suficiente, pero una causa.
Algunos “explican” el hecho de que los no
fumadores contraigan cáncer de pulmón con
la frase que esta persona debe ser un
“pecador”. Ninguna teoría puede explicar todo
acerca del fenómeno, sino que es una
explicación (y afortunadamente, como un
ejemplo lo muestra, no tiene que ser capaz
de generar métodos de salvar vidas por
medio de la prevención- como la
recomendación de dejar de fumar). En
ausencia de una explicación completa, la
condena moral no necesariamente se sigue.
Enfrentamos otro obstáculo al tratar de
vaciar nuestras mentes de juicios morales
acerca de la violencia. La sugerencia de que
 6 James Gilligan
evitemos las categorías “malo”, “culpable” o
“crimen” es muy frecuentemente
malinterpretada como ser “suaves con el
crimen”, como si para intentar entender la
violencia, hubiera que perdonar la conducta
violenta. Mi intento de entender la conducta
violenta, no debe ser erróneamente
interpretado como un esfuerzo a excusar o
perdonar a las personas que cometieron actos
atroces de violencia.
El acercamiento naturalista, no moralista
a la violencia, ni apoya ni se opone al “perdón”
de la conducta violenta- puesto que uno no
ha sido condenado en primera instancia. La
condena de la violencia o el perdón de esta
es irrelevante, una vez que usted ve la
violencia como un problema en salud pública
y medicina preventiva. Nadie supone que,
porque los doctores no gastan su tiempo y
energías en “condenas” y “castigos” al cáncer
y enfermedades del corazón, que ellos sean
de alguna manera “suaves con el cáncer” o
“permisivos” frente a las enfermedades
cardíacas. Ellos necesitan todo su tiempo y
energía para prevenir y curar esas
enfermedades, y eso supone ante todo y en
primer lugar, aprender todo lo que se pueda
respecto lo que las causa y cómo pueden
prevenirse. Puede ser productivo para el
conocimiento conceptualizar la violencia
como un problema de salud pública; pero tan
pronto como pensemos esto como un
problema moral, nunca seremos capaces de
aprender qué la causa o cómo prevenirla.
Durante tres milenios, nuestras
principales hipótesis sociales –que las formas
“Puede ser productivo para el
conocimiento conceptualizar la violencia
como un problema de salud pública; pero tan
pronto como pensemos esto como un
problema moral, nunca seremos capaces de
aprender qué la causa o cómo prevenirla”
morales y legales de pensar acerca de la
violencia y responder a ella (llamándola mala,
prohibiéndola -“digamos no”- y castigándola)
prevendrían la violencia (o al menos la
pondría bajo control)- no han sido
particularmente exitosas en reducir el nivel
de violencia. Tres mil años debería ser un
período de tiempo suficientemente largo y
adecuado para probar cualquier hipótesis. Por
esto, yo sugiero que es tiempo para retirar
la forma moralista de pensar acerca de la
violencia para ser capaces de utilizar todos
los métodos y conceptos de las ciencias
humanas; es tiempo, de hecho, para construir
una ciencia verdaderamente humana, por
primera vez, para el estudio de la violencia.
La teoría del auto-interés racional
Como nación, nuestras instituciones han
estado actuando sobre la base de una teoría
de la violencia, a la cual llamo la teoría del
“auto-interés racional”. Este conjunto de
supuestos se extiende en todo nuestro
sistema de justicia criminal. La teoría de
autointerés asume que aquellos que caen en
la violencia lo hacen por razones de
autointerés racional y sentido común: como
cualquier otro en posesión de racionalidad y
sentido común, aquellos que cometen actos
violentos no quieren ir a prisión, no quieren
ser, ellos mismos, sujetos de violencia física,
y no quieren morir. Harán cualquier cosa por
evitar cualquiera de estos destinos, y todo lo
que necesitamos para prevenir la violencia
es una amenaza para castigar a aquellos que
cometen dichos actos
de gran violencia en sí
mismos, con el
encarcelamiento y la
pena capital.
Sólo hay cuatro
cosas erradas en esta
teoría: es totalmente
i n c o r r e c t o ,
irremediablemente
i n g e n u o ,
peligrosamente
 Para una teoría de la violencia
engañoso, y basado en la completa y total
ignorancia de cómo es realmente la gente
violenta. Además, la teoría del autointerés
racional de la violencia, ha tenido dos
desastrosas y costosas consecuencias. En
primer lugar, nos ha llevado a cambiar nuestra
atención y recursos, de la prevención al
castigo. No estoy diciendo que no
necesitemos usar la fuerza para frenar la
violencia cuando nuestros esfuerzos para
prevenir la violencia por otros medios hayan
fallado. Pero esta teoría nos distrae de
intentar aprender qué es lo que en verdad
causa la violencia, qué condiciones serían
necesarias para reducir la necesidad de la
violencia, y de aplicar este conocimiento para
eliminar o disminuir aquellas condiciones que
lleven a la violencia.
Es obvio que las políticas que hemos
adoptado sobre la base de esta teoría han
llevado a un enorme y todavía creciente
incremento de la violencia. Por ejemplo, la
tasa de asesinatos en Estados Unidos ha
ascendido repetidamente hasta el punto en
el que ahora es diez veces más alta que la
que hubo durante el cambio de siglo y todavía
va en aumento. Como un macabro promedio
del Dow-Jones de la bolsa de valores, esta
tasa fluctúa año con año, pero a largo plazo
la tendencia va en aumento. La tasa de
asesinatos en Estados Unidos es de cinco a
veinte veces mayor de lo que es en cualquier
otra democracia industrializada, aun cuando
la cantidad de reclusos es proporcionalmente
de cinco a veinte veces más que en cualquier
otro país de la tierra, excepto Rusia, y a pesar
(o por ello) del hecho que somos la única
democracia occidental que todavía practica
la pena capital (otra similitud con Rusia).
Imaginar que la violencia es “racional” y
dictada por el “autointerés” sólo nos ciega
ante la realidad de aquellas formas de
violencia que han sido más horrendas y
destructivas de la vida humana en el mundo
durante este siglo –la violencia de Hitler,
Stalin, Pol Pot, Idi Amin, Khomeini, Sadam
Husein; de los pilotos kamikaze, la banda de
Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas; de
7
Beirut, Belfast, Bogotá, y Bosnia y de la
infinita legión de asesinos masivos y
homicidas, tanto “públicos” como “privados”,
que están listos tanto para morir, como para
matar –cuya rabia es tan apasionada y tan
cegadora que ha causado que la distinción
subjetiva entre asesinar y ser asesinado, sea
ignorada y desprovista de significado. Como
Dostoevski 6 escribió, con una fuerza
extraordinariamente profética, aun antes del
terrible siglo a través del cual acabamos de
vivir, y que mostró que él tenía razón:
…uno puede decir cualquier cosa
acerca de la historia del mundo –
cualquier cosa que puede entrar a
la imaginación más desordenada. La
única cosa que uno no puede decir
es que sea racional. La misma
palabra se atora en la garganta …
muy frecuentemente, y la mayor
parte de las veces, las opciones son
directa y tercamente opuestas a la
razón…
Hacia una Teoría acerca de la Violencia
[En el transcurso de este libro], espero
mostrar cuánto de lo que parece anómalo,
inexplicable e incomprensible de la violencia
(ya sea individual o colectiva) no es anómalo
en modo alguno, sino todo lo
inquietantemente exacto y preciso que se
puede esperar –dado un determinado
conjunto de condiciones.
Déjenme comenzar con la observación
empírica común de que la gente se siente
más alarmada por una amenaza a la psique
o al alma, más que con una amenaza al
cuerpo. La muerte del “yo” mismo tiene más
interés que la muerte del cuerpo. La gente
deseará sacrificar sus cuerpos si perciben que
es la única forma de evitar “perder sus almas”,
“extraviar sus mentes”, o “perder su
dignidad”.
Además, una persona sólo desarrolla un
sentido integrado, estable y diferenciado de
autonomía e identidad a través del proceso
de interactuar con otros humanos en la
8 James Gilligan
comunidad o la cultura. La psique es tan
dependiente de ser alimentada por todos
esos modos de relación y comunidad, de la
crianza y educación que llamamos cultura,
de la misma manera como el cuerpo depende
de la comida. La relación entre la cultura y el
carácter es una realidad inevitablemente
sociopsicológica.
Una consecuencia de este hecho es que
una la percepción de una amenaza a la
integridad y la sobrevivencia de la cultura de
una persona, es percibida como una amenaza
a la integridad y sobrevivencia de la
personalidad o carácter del individuo, y a la
viabilidad del sistema de valores éticos propio,
que es un componente central y esencial
tanto de la personalidad como de la cultura,
y que es lo que más íntimamente vincula el
sí mismo con su cultura, la cultura con los “sí
mismo”. Estas son algunas de las razones por
qué la muerte de la cultura propia de uno es
equivalente a la muerte del sí mismo de uno.
Los mundos que yo conozco en los que
la gente ha experimentado amenazas de
muerte o la muerte del yo mismo y de la
comunidad, son las prisiones de máxima
seguridad y los hospitales para los criminales
desquiciados –“ambientes extremos”, donde
el alma, la mente y la consciencia, el orgullo
racial y el autorrespeto, son
incomparablemente más dañados,
vulnerables y amenazados que en ningún otro
lugar. Aquí se vuelve especialmente claro que
la prioridad principal de los humanos
concedida a la dignidad y el autorrespeto
(incluyendo el honor de grupo y su cultura)
por sobre la comodidad física e incluso la
sobrevivencia, no es sólo un atributo único y
esencialmente humano, sino el atributo
nuestro más peligroso.
No es una coincidencia que nuestra
propensión humana a crear moralidad y
civilización, y a cometer homicidios y
suicidios, son dos características que nos
diferencian más específicamente a los
humanos de todas las otras especies. Estos
dos lados de la naturaleza humana están
estrechamente relacionados. Son causados
por el mismo complejo de fuerzas
emocionales interactuantes, con el cual
operan tanto la individualidad como la
colectividad en la psicología humana y su
cultura –vergüenza, orgullo, culpabilidad e
inocencia. Cuando los individuos y grupos
sienten que su “honor” está en un cierto nivel,
y que un grado intolerable de humillación o
de “caerse la cara de vergüenza” podría
resultar como consecuencia de una fallida
pelea por el honor, ellos actuarían
violentamente. La pérdida de la autoestima
es experimentada subjetivamente como la
muerte del yo mismo. La gente sacrificaría
cualquier cosa para prevenir la muerte y la
desintegración de su identidad individual y
de grupo.
Si nuestra meta principal es prevenir la
violencia, no tenemos más alternativa
racional que ver la violencia como un
problema de salud pública y medicina
preventiva. Podemos definir la enfermedad,
de una forma suficientemente general para
incluir la violencia, como cualquier fuerza o
proceso en acción dentro de un organismo o
especie que tienden a causar la muerte del
organismo o, especialmente, la extinción de
la especie. La salud se refiere a todas esas
fuerzas o procesos en el interior de los
organismos y especies que tienden a
sostener, proteger y preservar la vida,
individual y colectiva. Uso el término violencia
para referirme al infligir daños físicos a un
ser humano por un ser humano, ya sea a sí
mismo o a otros, especialmente cuando el
daño es mortal, pero también cuando
amenaza la vida, mutila, o incapacita, y no
importando si es causada deliberadamente,
con intención consciente o por una distracción
o un incumplimiento de la seguridad de uno
mismo o de los otros. Desde la perspectiva
de la salud pública y la medicina preventiva,
la violencia es la muerte o incapacidad que
es provocada por medio del daño físico, o
trauma, causado por la conducta y las
opciones humanas y, por tanto, por la mente
humana o psique. De este modo, una muerte
violenta, como opuesta a la natural, es
 Para una teoría de la violencia
causada por un acto del hombre (o la mujer),
y no por un acto de Dios, de la cultura, ni de
la naturaleza.
La violencia, entonces, puede ser vista
como un síntoma de una psicopatología de
un grupo o individuo, tanto si es un caso
individual (asesinato, suicidio) o una epidemia
(guerra, genocidio). Esto es cierto aun cuando
hagamos la distinción, como J.P. Scott7 y
otros estudiosos de la conducta animal lo han
hecho, entre violencia agresiva u ofensiva –
iniciada por el agresor- y la violencia de tipo
defensivo –defendiéndose de un ataque. La
violencia defensiva puede ser vista como el
efecto de la violencia del agresor. La defensa
–inclusive la violencia defensiva- puede ser
un necesario (aunque no es siempre
suficiente) componente de la salud. Puede
ser adaptativa –actuando al servicio de la
supervivencia. Los mecanismos de defensa
del cuerpo, el sistema inmunológico, o los
mecanismos de defensa de la mente del
individuo, o del grupo, el cuerpo político,
actúan de la misma manera.
Pero si alguna violencia es defensiva, y
la violencia defensiva puede ser saludable,
entonces, ¿cómo puede ser la violencia a la
vez saludable y patológica? No todos los
mecanismos de defensa funcionan
adaptativamente, en términos terapéuticos,
como para sanar las enfermedades y salvar
vidas. En muchas enfermedades físicas, la
defensa natural puede tornarse fácilmente
inadecuada y autodestructiva, como los
pacientes de neumonía que se ahogan en
sus propias secreciones, aunque estas
secreciones sean parte intrínseca de sus
mecanismos de defensa. Lo mismo pasa con
la “violencia defensiva” que puede fácilmente
tornarse suicida, más que autoprotectora. De
todas formas, aunque cuando es adaptativa
y autoconservadora, la violencia defensiva
puede todavía ser considerada como un
síntoma de patología, en esta situación sería
la patología del agresor, no la del defensor.
En la naturaleza de los seres humanos tal
como es, la violencia de uno mismo es casi
siempre percibida como defensiva por uno
9
mismo, mientras que la violencia de los
demás es percibida como agresiva. Esta es
la razón por la que la utilidad de hacer la
distinción entre los dos tipos de violencia
entre los humanos ha sido siempre limitada.
La tecnología moderna ha llevado
trágicamente este problema de decidir
cuándo la violencia es defensiva y cuando
agresiva, a un punto muerto. Ahora que las
armas se han vuelto tan destructivas que no
hay defensa efectiva contra ellas, y ahora que
la violencia defensiva usando armas nucleares
podría destruir al defensor y convertirlo en
agresor, está claro que la violencia defensiva
no puede ser por más tiempo,
suficientemente saludable o adaptativa para
resolver el problema. La única solución ahora
es aplicar los principios establecidos de la
salud pública y la medicina preventiva a este
tipo de patología, aprendiendo a llevar a
cabo la prevención primaria de la violencia –
esto es, prevenir las condiciones sociales y
psicológicas que causan la violencia agresiva
en primer término- de modo que la
prevención de la violencia defensiva
(prevención secundaria) no sea necesaria.
No uso los términos “enfermedad” o
“padecimiento” como metáforas cuando las
aplico al tema de la violencia: lo digo
literalmente. La violencia, y también las
fuerzas sociales y psicológicas que causan la
violencia, crean dolor biológico, daños,
mutilaciones, incapacidades, y la muerte
literalmente como lo hace cualquier bacilo o
malignidad. Si la violencia ha de ser
conceptualizada como un problema bio-
médico, como un problema de salud pública
y psiquiatría preventiva, ¿qué estructura
implica esto para una proyección de una
teoría de la violencia en estos términos? ¿Qué
tipos de hechos debe ser capaz de explicar
está teoría? Creo que la mejor respuesta a
estas preguntas fue sugerida algunos años
atrás por el psiquiatra estadounidense George
Engel, cuando argumentó que todos los
problemas médicos, todas las enfermedades
(y ni siquiera estaba hablando de la violencia
específicamente) solo podrían ser entendidas
 10 James Gilligan
“Estoy convencido que la conducta violenta,
inclusive en su más evidente sinsentido,
incomprensible y psicótica, es una respuesta
entendible a un identificable y especificable
conjunto de condiciones”
y conceptualizadas adecuadamente si se
veían como problemas “bio-psico-sociales”,
los fenómenos que son simultáneamente
causados y tienen efectos en lo biológico, lo
psicológico y los sistemas sociales.
Ciertamente, esto es cierto en el caso de la
violencia, en tanto término que se refiere a
un enorme rango de fenómenos, complejos
y multideterminados. Algunos de los datos
referentes a la violencia solamente pueden
ser explicados en términos biológicos,
algunos en términos socioeconómicos, como
estratificación de clases y discriminación
sobre la base de la edad, el sexo, o la raza.
Ninguna teoría de la violencia puede ser
considerada adecuada a menos que sea
capaz de integrar los tres niveles de
abstracción.
Para clarificar la naturaleza de la teoría
que estoy presentando aquí, sería también
de gran ayuda, apuntar que una teoría
comprensiva de la violencia no puede ser una
teoría que sólo abarque la criminología o la
psiquiatría forense. No puede ser una teoría
criminológica, porque la mayoría de los
crímenes no son violentos, y la mayoría de la
violencia no es criminal. Muchos de los
crímenes que son cometidos, son crímenes
en contra de la propiedad. Y la mayoría de
los daños y muertes violentas (hechas por el
hombre, no naturales) que ocurren tanto en
los Estados Unidos, como en el resto del
mundo, no son causadas por actividades que
el sistema legal defina como criminales. Por
ejemplo, en los Estados Unidos y en otros
países considerados como desarrollados,
muchas más muertes son causadas por
suicidios que por homicidios. Un número aún
mayor de muertes son
causadas por
descuidos. Aunque
estas muertes son
u s u a l m e n t e ,
malentendidas y
calificadas de
“accidentales” o “no
intencionales”, la
mayoría de ellas son
efectos, predecibles (y previsibles) de
opciones e intenciones humanas deliberadas,
como trabajos bajo condiciones peligrosas,
vivir en condiciones subnormales, deportes
violentos, distracciones cuando se toman
riesgos, etc. Estas condiciones matan dos
veces más personas que las que mueren por
homicidios y suicidios combinadas. La
violencia colectiva llamada guerra es, con
raras excepciones, completamente legal, no
sólo de acuerdo con el sistema legal de la
nación del lado de la cual un soldado está
peleando, sino también de acuerdo con la
nación enemiga. Si uno agrega a todas estas
muertes, las muertes causadas por violencia
estructural (que es, el exceso de muertes
entre los pobres causadas por la estructura
socioeconómica, por ejemplo, estratificación
de clases y castas), que produce más muertes
que todas las categorías previamente
mencionadas combinadas, uno comienza a
ver por qué cualquier teoría de la violencia,
si ésta es para manejar la realidad médica
involucrada, no puede limitarse a la materia
de la criminología.
Pero una teoría de la violencia, no puede
ser tampoco solamente una teoría de la
psiquiatría clínica, porque la mayoría de la
violencia no es cometida por los mentalmente
enfermos (como sea que las cortes o los
psiquiatras definan la enfermedad mental),
y la mayor parte de los enfermos mentales
no son violentos. La vasta mayoría de los
crímenes son cometidos por personas con
severos desordenes de personalidad o
carácter, no por personas que están
“dementes” en el sentido de no estar en
contacto con la realidad, o que experimentan
 Para una teoría de la violencia
alucinaciones o depresiones; por lo tanto, no
es sorpresa que no más de un uno por ciento
de los asesinos en los Estados Unidos sean
encontrados “inocentes por la razón de
demencia”. Y solamente una fracción de los
enfermos mentales cometan homicidios o
suicidios (aunque la proporción de los que
mueren por suicidio es mayor que la de la
población general).
Finalmente, la teoría que estoy
presentando aquí no es meramente una
teoría de la psiquiatría forense, esa
subespecialidad que sirve para ayudar a las
cortes a definir cuándo un individuo es
“criminalmente responsable” por sus actos
violentos, o debe ser encontrado “no culpable
por demencia”- ya sea que haya cometido la
violencia mientras estaba “cuerdo” o “loco”,
al momento de cometer el acto. No es sólo
que la gran mayoría estaba “cuerda”, como
ya mencionaba, sino también porque estoy
intentando descubrir las causas de la violencia
que cruza a través de las fronteras del
“diagnóstico”, y que es responsable por la
recurrencia a la violencia tanto de los
“cuerdos” como de los “locos”. Además, he
observado que dicha terminología es tan
arbitraria que tiene un uso limitado e
irrelevante cuando se aplica a una conducta
violenta. Por ejemplo, tiendo a simpatizar con
la visión del sentido común, que creo mucha
gente tiene, cuando reacciona ante un
asesinato particularmente extraño o brutal,
o a una serie de asesinatos con la expresión
“alguien tiene que estar loco para hacer esta
11
clase de cosas”. Que la mayoría de estos
asesinos no están “locos”, como tanto la ley
y la psiquiatría definen “loco”, revela las
limitaciones en los vocabularios legales y
psiquiátricos estándar, y en las
aproximaciones convencionales a ambos
campos de la violencia y la “locura”, o, por lo
menos, su limitado desuso para mis
propósitos en este libro. Pienso que los
individuos (y grupos) que cometen mucha
de la violencia que estoy discutiendo aquí (o
mucha de la violencia de la que se lee en los
periódicos cada día) tendrían que estar
“enfermos” o “locos” en un sentido muy
significativo de esos términos, para hacer lo
que hicieron. Para confinar nuestro discurso
a la cuestión de si la conducta que dichas
personas enfrentan cumple ciertas
definiciones legales o psiquiátricas de lo que
constituye la locura versus la maldad, o la
psicosis versus la perversión versus los límites
de la personalidad, puede ser una manera
de evitar implicaciones más radicales de
entendimiento de su enfermedad y su
violencia.
Estoy convencido que la conducta
violenta, inclusive en su más evidente
sinsentido, incomprensible y psicótica, es una
respuesta entendible a un identificable y
especificable conjunto de condiciones; e
inclusive, aun cuando parezca motivada por
un autointerés “racional”, este es el producto
final de una serie de motivos irracionales,
inconscientes y autodestructivos, que pueden
ser estudiados, identificados y entendidos.
12 James Gilligan
Parte 2. Humillación: Los sentimientos y
moralidad de la violencia
Creo que el sentimiento trágico es evocado cuando estamos en presencia de un
personaje que realmente está listo para sacrificar su vida, si se necesita, para asegurar
una sola cosa –su sentido de dignidad personal.
Sabemos, de las experiencias pasadas,
cuán efectivo puede ser el enfoque desde la
salud pública en nuestras luchas contra las
epidemias. En el siglo XIX, por ejemplo, las
estrategias como la limpieza del sistema de
alcantarillado y de acueductos fueron
muchísimo más efectivas en la batalla contra
las enfermedades que todos los doctores,
medicinas y hospitales del mundo. Además,
el descubrir el patógeno específico en el
suministro de agua, que estaba matando a
la gente, sirvió para guiar nuestros
esfuerzospreventivos, tanto a clarificar qué
se necesitaba remover específicamente del
agua contaminada, y permitiéndonos saber
cuando había sido removido. La identificación
de las causas de los muchos tipos de
enfermedad es el primer paso para la
prevención.
Usando lo que he tenido a bien llamar
una “teoría del germen” de la violencia,
identificaré el patógeno que causa las más
mortales formas de patología de nuestros
tiempos, excepto que los patógenos que
están bajo el microscopio no son
microorganismos sino emociones. Después
de examinarlas [en este capítulo], pasaré [el
resto del libro] ilustrando el poder predictivo
y explicativo de esta teoría, examinando
dónde los patógenos pueden ser encontrados
en nuestra sociedad. Continuando con el
enfoque de la salud pública, dedicaré los
siguientes dos capítulos 8 a examinar el
“sistema de alcantarillado”, identificando
todos los lugares donde existe el patógeno –
no las alcantarillas físicas, sino las sociales,
“el sistema de alcantarillado” de nuestra
Arthur Miller, Tragedy and the common man.
sociedad, el sistema de prisiones (y los
hospitales-prisión para enfermos mentales),
que son los receptáculos y conductos en los
que nosotros como sociedad lanzamos a los
seres humanos, a quienes tratamos como
basura y productos de desecho.
Después examinaré el sistema de
acueductos como un todo, tal y como existe
externamente (pero que alimenta) al sistema
de alcantarillado –es decir, nuestro sistema
económico y social. Identificaré dónde se
concentra el patógeno que causa la violencia,
a quienes infecta, y cómo se desarrolla y
distribuye. Trataré de mostrar cómo la
estructura social y económica está permeada
con estos patógenos y lo esparce de maneras
identificables –tan concretamente como lo
haría cualquier sistema de abastecimiento de
agua contaminado. Mostraré también a qué
intereses sirve el mantener los acueductos
contaminados.
Entonces levantaré una cuestión: dado
que el patógeno que causa la violencia ejerce
sus esfuerzos destructivos a nivel de la
psicología individual (justo como los microbios
ejercen sus efectos a nivel del organismo –el
cuerpo individual), y dado que la expansión
de este patógeno mejor debería ser detenida,
limpiando el suministro de agua y el sistema
de alcantarillado (esto es, reformando
nuestro sistema social y económico, así como
nuestro sistema de justicia y penal), ¿no sería
posible que el patógeno realmente fuera
biológico? ¿Es la violencia causada, por
ejemplo, por instintos biológicos no
erradicables, o por herencia, o por daños
cerebrales (como algunas formas de
 Para una teoría de la violencia
“El patógeno es psicológico, no biológico, y se expande
básicamente por medio de vectores sociales, económicos y
culturales, no biológicos”
epilepsia), o por abuso de drogas, o por las
diferencias biológicas entre las razas, sexos
o generaciones? En este capítulo
argumentaré que el acercamiento
relacionado con la salud pública es un modelo
apropiado para mostrar que la violencia es
una enfermedad contagiosa y no hereditaria.
El patógeno es psicológico, no biológico, y
se expande básicamente por medio de
vectores sociales, económicos y culturales,
no biológicos. Los factores biológicos son
causas menos importantes de la violencia (en
los casos en que tenga algún efecto) que los
psicológicos y sociales. Por ejemplo, voy a
mostrar que las características de los
patrones hormonales del sexo masculino
ejercen un efecto considerablemente menor
en los patrones de conductas violentas que
ciertos factores culturales, los cuáles
especificaré más tarde [en el capítulo 109 ],
examinando como la asimetría de los géneros
que caracteriza a las culturas patriarcales
estimula la violencia tanto hacia los hombres,
como hacia las mujeres, más poderosamente
que las diferencias biológicas entre ellos.
En el epílogo 10 , uniré los capítulos
precedentes, mostrando cómo esta teoría de
la violencia y el entendimiento de la misma,
puede iluminar aspectos de la historia y
dinámicas de civilización, patriarcados y
moralidades que no pueden ser fácilmente
discernidos desde otras perspectivas.
¿Cómo descubriremos qué patógeno es
este? Mi propio acercamiento al estudio de
la violencia ha sido sentarme y hablar con
gente violenta y preguntarles por qué ellos
han sido violentos. Lo que he descubierto es
que muchos de ellos me lo dicen. No todos
lo hacen. Algunos –como Ross L., cuya
mutilación a una víctima discutí [en el capítulo
tres11 ]- no me lo dicen en palabras; y muchos
no son capaces de entender por qué
13
cometieron la violencia que los ha puesto
en prisión. Con ellos tuve que decodificar el
lenguaje simbólico de sus actos violentos,
como un criptólogo o un antropólogo que
trata de descifrar el significado de un ritual
bizarro y espantoso. Todavía me sorprendo
de lo que algunos hombres me dijeron simple
y directamente.
Por ejemplo, los prisioneros con los que
trabajé me dijeron repetidamente, cuando
les preguntaba por qué atacaron a alguien,
que era porque “me irrespetó”, o “irrespetó
a mi visita” (es decir su visitante). La palabra
“irrespeto”12 es tan central en el vocabulario,
en el sistema de valores morales y en la
psicodinámica de esos hombres crónicamente
violentos que incluso lo han abreviado13 con
un argot.
Chester T., un hombre muy furioso y
violento prisionero por robo a mano armada,
me fue referido porque él había estado
gritando, insultando, amenazando y atacando
a otro prisionero. Él había estado haciendo
esta clase de cosas durante varias semanas,
y de vez en cuando por años. Pero
usualmente él era tan inarticulado y
desorganizado que ni yo ni ninguna otra
persona podía imaginarse qué quería o
buscaba con estos actos repetitivos de
violencia; ni yo tuve éxito en tratar de
persuadirlo para que detuviera sus luchas de
poder de autodefensa interminables con todo
el que lo rodeaba, lo cual inevitablemente
resultaba en que fuera castigado más y más
severamente. En las prisiones, entre más
violenta sea una persona, más violentamente
le castigan las autoridades, y entre más
violentamente son castigados, se vuelven
más violentos, de modo que tanto los internos
como las autoridades de la prisión están
involucrados en una constante, repetida y
contraproducente luchas por el poder –el
14 James Gilligan
último “círculo vicioso”.
En un intento por romper este círculo
vicioso con este hombre, finalmente le
pregunté “¿Qué es lo que deseas tanto que
sacrificarías todo lo demás para conseguirlo?
Y él, que usualmente era tan desarticulado,
desorganizado y agitado que era difícil
obtener una respuesta suya de manera clara,
se levantó y respondió con calma, seguridad,
con perfecta coherencia e inclusive con un
cierto tipo de elocuencia: “Orgullo. Dignidad.
Autoestima.” Y entonces dijo aún más
perfectamente que antes: “¡Y mataré a todos
los hijos de puta de ese bloque de celdas si
tengo que hacerlo para obtenerlo! Mi vida
no vale nada si dejo que alguien me falte al
respeto diciendo que soy un novato estúpido
y se ría de mí. La vida no vale la pena vivirla
si uno no tiene nada por qué morir. Si no se
tiene orgullo, no se tiene nada. ¡Eso es todo
lo que uno tiene! Y yo todavía tengo mi
orgullo.” Y agregó que “ el otro prisionero
trataba de quitármelo. No soy un completo
idiota. No soy un cobarde, no había nada que
pudiera hacer, excepto terminar con él. Le
arrojé gasolina encima y lo incendié.” Él siguió
diciendo que el otro tipo lo había retado a
una pelea, y él temía no aceptar el reto
porque pensaba “que se vería como un
cobarde, raro y novato si no peleaba con él”.
Uno escucha esto de los hombres
violentos, en una variación o en otra, una
vez y otra más. Billy A., un hombre en la
mitad de los cuarenta años, me vino a ver
porque había estado envuelto en una batalla
con muchos de los prisioneros y oficiales de
corrección en su bloque de celdas. Él
comenzó su explicación diciendo que él había
hecho esto porque no le importaba si moría
o vivía, porque los custodios y los otros
prisioneros lo habían tratado muy mal- “peor
que a los animales del zoológico”- que le
habían quitado todas sus cosas, pero lo que
no podía permitir era que le quitaran el
respeto a sí mismo, y “si uno no tiene respeto
a sí mismo, no tiene nada”. Una forma en
que ellos le quitaron su autorrespeto fue
cuando otro prisionero le tiró agua encima, y
el oficial que vio que esto pasaba, no intentó
intervenir. Así que la única forma de recuperar
su autorrespeto era tirarle agua al oficial y al
otro prisionero –como resultado de esto
obtuvo una sentencia de confinamiento
solitario. Sin embargo, él permanecía
implacable en su expresión de desafío: “La
muerte es algo positivo en esta situación, no
negativo, porque estoy tan cansado de toda
esta mierda, que la muerte parece
emocionante en comparación a esto. No
estoy deprimido. No tengo ningún
sentimiento o deseo, pero quiero tener mi
autorrespeto, y he declarado la guerra al
mundo entero hasta obtenerlo!”.
Este hombre tenía una personalidad
paranoica muy severa, y era extremadamente
peligroso por eso, dentro de la prisión y antes
de ser mandado a la prisión. Billy A. había
intentado –sin ninguna provocación o
advertencia- asesinar a una mujer por la que
él se sentía perseguido. Aunque él, como la
mayoría de los enfermos mentales, fue
sentenciado a prisión en lugar de a un
hospital mental, claramente sufría un estado
de alucinaciones paranoicas. Una carta que
escribió a un juez, ilustraba cómo el sistema
de prisión había vuelto a este hombre aún
más paranoico y más peligroso, humillándolo
sistemáticamente. Aparentemente, escribió
esta carta más con el propósito de
desahogarse y aclarar sus pensamientos, que
con alguna intención de mandarla, aunque
finalmente la mostró al psiquiatra de la
prisión para que pudiera ayudarlo con la
situación que describía.
Él expresa en esta carta su desesperación.
La forma como estaba siendo tratado, decía,
lo acercaba cada vez más a su límite y sentía
que se les estaba acabando el tiempo.
Describe que se siente espiritual y
mentalmente derrotado; que no le tenía
miedo a nada ni a nadie, incluyendo a la
muerte. En vez de esto, sentía que su vida
en el confinamiento solitario, sujeto a los
tormentos mentales y físicos de los guardias
y los otros reclusos, no valía la pena vivirla.
Billy A. continúa en la carta, describiendo
 Para una teoría de la violencia
un incidente específico ocurrido hace tres
días, días que han sido “los más mentalmente
debilitantes” de toda su vida, peor aún que
morir. Para empezar, otros ocho reclusos lo
insultaron diciéndole “toda clase de nombres
inmencionables”. Cuando se quejó con un
oficial y le dijo que deseaba presentar cargos
contra esos prisioneros por acosarlo, él le
ordenó ir al cuarto de visitas y desnudarse.
Lo dejaron ahí por media hora, y después lo
llevaron a su celda desnudo como estaba.
Los prisioneros que lo expusieron a esta
“humillación” empezaron a reírse y a
maullarle. Descubrió que se habían llevado
de su celda todas sus posesiones personales,
incluyendo artículos de tocador (cepillo de
dientes, jabón, toalla). Lo que realmente lo
afligió fue el efecto en su autoestima –que él
era incapaz de tomar una ducha por más de
una semana, y “la forma en que mantenía
mi autorespeto era manteniendo limpio mi
cuerpo”. Finalmente, desesperado, comenzó
a golpear su escritorio. En venganza, los
policías otra vez le ordenaron pararse
desnudo en el cuarto de visitas por quince
minutos en los que se rieron de él e hicieron
“comentarios sarcásticos”. Dijo que “las risas
realmente lo molestaban porque no veía
ninguna maldita cosa graciosa”. Él pensaba
que incluso ellos estaban “obteniendo alguna
clase de placer inmencionable” tratándolo de
esta manera. Al final, le dieron un par de
overoles pero no le dieron zapatos.
Después describió como lo amarraron a
una banca, lo esposaron fuertemente y le
pusieron grilletes que todos los prisioneros
deben usar cuando son recluidos en la celda
de confinamiento solitario, abrieron todas las
ventanas, y le quitaron el overol para que
estuviera desnudo y expuesto al aire helado.
Eso le “había hecho derramar lágrimas. No
porque ellos le hubieran desabrochado su
vestimenta, sino porque él miraba a los otros
matones que le guiñaban el ojo y sonreían”.
Lo dejaron estremeciéndose en el frío (era
enero) por tres horas. Entonces un oficial
entró sonriendo y le dijo “no quiero ser
malvado”, después de lo cual él se paró en
15
sus pies desnudos con sus botas una y otra
vez, y los otros oficiales se reían como si fuera
“un loco”. Fue cuando él decidió “declararle
la guerra al mundo entero” hasta que fuese
capaz de restaurar su autorrespeto. Si bien
es cierto que su autoestima estaba realmente
muy dañada de modo que era de hecho un
antisocial, también es cierto que la prisión
estaba haciendo de alguien que ya ha sido
herido, y por eso es peligroso, una persona
más peligrosa aún.
Algunas personas piensan que los
ladrones armados cometen sus crímenes para
obtener dinero. Y por supuesto, a veces, esta
es la forma en la que ellos racionalizan su
conducta. Pero cuando uno se sienta y habla
con la gente que repetidamente ha cometido
dichos crímenes, lo que escucha es “nunca
tuve mucho respeto antes en mi vida, hasta
que apunté a alguien con un arma” o “no
creería cuánto respeto se obtiene cuando
usted está apuntándole a alguien a la cara”.
Para los hombres que han vivido mucho
tiempo un régimen de desprecio y desdén,
la tentación de ganar respeto instantáneo de
esta forma puede valer la pena pagar el
precio de ir a la cárcel o inclusive morir.
¿Realmente debería sorprendernos esto?
¿No es verdad que la Biblia describe el primer
asesinato registrado en la historia, cuando
nos dice que Caín mató a Abel porque lo
trataba con irrespeto? “El Señor tenía respeto
hacia Abel y a lo que le ofrecía: pero hacia
Caín… no tenía respeto. (Gen. 4:4-5). En
otras palabras, ¡Dios irrespetaba a Caín! O
tal vez, Caín era irrespetado por causa de
Abel”. La intrincada conexión entre el
irrespeto y la humillación es enfatizada por
el antropólogo Julian Pitt-Rivers, quien
concluye que en todas las culturas conocidas,
“la privación del respeto trae como
consecuencia el deshonor… y provoca el
sentimiento de humillación”14 .
No he visto todavía un acto serio de
violencia que no haya sido provocado por la
experiencia de sentirse avergonzado y
humillado, irrespetado y ridiculizado, y que
no represente el intento de prevenir o
 16 James Gilligan

“Las diferentes formas de violencia, ya sea hacia individuos o hacia

poblaciones enteras, están motivadas (causadas) por el sentimiento
de humillación. El propósito de la violencia es disminuir la intensidad
de la humillación y remplazarla tanto como sea posible con su
opuesto, el orgullo”
deshacer esta “pérdida del honor” –sin
importar cuán severo sea el castigo, inclusive
si fuera la muerte. Comprendemos mal a
estos hombres, desde nuestro peligro, si no
nos damos cuenta que lo dicen literalmente,
cuando afirman que ellos matarían o
mutilarían a otros, que preferirían ser muertos
o mutilados ellos mismos, antes que vivir sin
orgullo, dignidad y autorrespeto. Ellos
literalmente prefieren la muerte al deshonor.
Que las huelgas de hambre en los presidios
se den cuando los reclusos sienten que su
orgullo ha sido profundamente herido y se
rehusan a comer como la única forma de
recuperar su dignidad y autonomía, y
protestan por las injusticias en las que ellos
se perciben como víctimas, me sugiere que
Frantz Fanon 15 expresaba una verdad
psicológica cuando decía que “hambriento
con dignidad es preferible a bien comido pero
esclavo”.
Tal vez la lección de todo esto para la
sociedad es que cuando los hombres se
sienten suficientemente impotentes y
humillados, los supuestos que ellos hacen
acerca de la conducta y motivaciones
humanas, tales como el deseo de comer
cuando se tiene hambre, el deseo de vivir o
de salir de la prisión a toda costa, no pueden
sostenerse más. Einstein pensaba que las
leyes de Newton no se mantenían cuando
los objetos se aproximaban a la velocidad de
la luz; lo que he aprendido acerca de los
humanos es que el “instinto (psicológico) de
la autoconservación” no se mantiene cuando
uno se aproxima al punto de estar
sobrecargado con la vergüenza y la
humillación, de modo que uno sólo puede
preservar su “yo mismo” (una entidad
psicológica) sacrificando su cuerpo (o el de
los demás).
El sentimiento de la vergüenza o
humillación es la causa primaria o última de
toda la violencia, ya sea hacia los otros o
hacia sí mismo. La humillación es una causa
necesaria, pero no suficiente de la violencia,
justo como el bacilo de la tuberculosis no es
suficiente para desarrollar la enfermedad.
Muchas precondiciones tienen que aparecer
antes de que la humillación nos lleve a la
total patogénesis del comportamiento
violento. Los efectos patológicos, o violencia
inducida, de la humillación pueden ser
estimulados, inhibidos o redirigidos, tanto
por la presencia como por la ausencia de
otros sentimientos, como la culpa o la
inocencia, así como por las circunstancias
sociales y psicológicas específicas en las
cuales la humillación se experimenta.
Las diferentes formas de violencia, ya sea
hacia individuos o hacia poblaciones enteras,
están motivadas (causadas) por el
sentimiento de humillación. El propósito de
la violencia es disminuir la intensidad de la
humillación y remplazarla tanto como sea
posible con su opuesto, el orgullo, previniendo
al individuo de estar sobrecargado del
sentimiento de humillación. La violencia hacia
los otros, así como el homicidio, es un intento
de remplazar la humillación con el orgullo.
Es importante agregar que los hombres que
se sienten humillados no están listos para
ser violentos hacia los otros e infligirles letales
o amenazantes, mutilaciones o heridas
discapacitadoras a los otros, a menos que
varias precondiciones se den.
La primera precondición es
probablemente el secreto mejor guardado
 Para una teoría de la violencia
por los hombres violentos, lo cual me tomó
años de trabajo con ellos para reconocerlo,
precisamente porque ellos lo guardan
fieramente. Es un secreto por el cual muchos
de ellos morirían antes de revelarlo; lo ponen
de una manera tan extrema porque muchos
de ellos, de hecho, han muerto para no
revelarlo. Tratan tan fuertemente de ocultar
este secreto porque es tan profundamente
humillante para ellos, y por supuesto, la
humillación motiva la necesidad de ocultarlo.
El secreto es se sienten humillados –
profundamente humillados, crónicamente
humillados, extremadamente avergonzados,
sobre asuntos tan triviales que su propia
trivialidad lo hace más humillante por sentir
vergüenza acerca de ellos, de modo que
están avergonzados incluso de revelar lo que
les humilla. ¿Y por qué se sienten tan
humillados de sentirse humillados? Porque
nada es más humillante que sentirse
humillado. Frecuentemente los hombres
violentos ocultarán su secreto detrás de una
máscara defensiva de bravura, arrogancia,
“machismo”, autosatisfacción, inconformidad
o indiferencia estudiada. Muchos hombres
violentos morirían antes de dejarte saber qué
los angustia, o incluso que algo les angustia.
Detrás de su máscara de “tranquilidad” o
de seguridad en sí mismo, que muchos de
estos hombres plantan en sus caras –con una
desesperación nacida del conocimiento
certero de que ellos perderían su honor si
ellos dejaran escapar esto- es una persona
que se siente vulnerable no sólo a la “pérdida
del honor”, sino a la pérdida total del honor,
prestigio, respeto, estatus –la desintegración
de la identidad, especialmente la identidad
de adulto, masculino, heterosexual; su
seguridad, su personalidad, su racionalidad,
su cordura.
La aseveración de que los hombres no
matan sin razón es frecuentemente más
cierta entre más parezca que el asesinato no
fue provocado. Un hombre solamente mata
a otro, cuando está, según lo ve él, luchando
para salvarse, a su propio yo –cuando él
siente que está en peligro de experimentar
17
a lo que anteriormente me referí como la
“muerte de sí mismo”, a menos que él se
comprometa con la violencia. Los asesinos
se perciben a sí mismos como los que,
literalmente, no tuvieron otra opción; para
ellos, “era él o yo” (o “ella o yo”). A esto es a
lo que me refiero cuando digo que este grado
de vergüenza que una persona necesita para
volverse homicida es tan intenso y doloroso
que amenaza con abrumarlo y llevarlo casi
hasta la muerte de sí mismo, causándole que
pierda la mente, el alma, o su sagrado honor
(todas estas son muchas diferente maneras
de expresar el mismo pensamiento).
Esto no debe ser confundido con la
trivialidad del incidente que provoca o
precipita la vergüenza de un hombre, lo cual
es una cuestión completamente diferente. De
hecho, es bien sabido, para cualquiera que
lea los periódicos, que la gente
frecuentemente parece volverse más
seriamente violenta, inclusive homicida,
acerca de lo que son eventos “triviales”.
Paradójicamente, es verdaderamente esta
trivialidad de aquellos precipitados lo que les
hace abrumarse de vergüenza.
La segunda precondición de la violencia
es cuando estas personas se perciben a sí
mismos como no teniendo medios no-
violentos para resguardarse o disminuir sus
sentimientos de humillación o baja
autoestima –tales como logros
económicamente recompensados o
culturales, o un estatus social más alto,
posición y prestigio. La violencia es un “última
recurso”, una estrategia que utilizarán
únicamente cuando ninguna otra alternativa
aparezca como posible. Pero esto dificílmente
debería sorprendernos; después de todo, los
costos y riesgos de caer en una conducta
violenta son extremadamente altos.
La tercera precondición para
comprometerse en una conducta violenta es
que la persona carezca de capacidades
emocionales o sentimientos que
normalmente inhiben los impulsos violentos
que son estimulados por la humillación. El
más importante es el amor y la culpa hacia
18 James Gilligan
los otros, y el cuidado por sí mismo. Lo que
es más ilustrativo acerca de la gente más
violenta es cuán incapaces son, al menos en
el momento de cometer la violencia, de sentir
amor, culpa o miedo. La psicología de la
humillación explica esto. La persona que está
abrumada por sentimientos de vergüenza
experimenta por definición una falta de amor
psicológico que amenaza su vida, y a alguien
que está en esta condición no le queda amor
para nadie más.
Con respecto a la culpa, ser atacados,
castigados o humillados, (las condiciones que
aumentan el sentimiento de vergüenza)
disminuye el grado de culpa. Es por esta
razón que la penitencia, o auto-castigo, alivia
el sentimiento de pecado. La culpa, como
Freud la ve, motiva la necesidad del castigo,
puesto que el castigo alivia los sentimientos
de culpa. Esto explica también por qué entre
más severamente castigamos a los
criminales, o los niños, más violentos se
vuelven; el castigo incrementa sus
sentimientos de humillación y de la gente no tiene medios no-violentos
simultáneamente decrece su capacidad de
sentir amor y culpa por los demás.
Freud comentaba que nadie se sentía tan
culpable como los santos, a lo que hay que
agregar que nadie se siente tan inocente
como los criminales; su carencia de
sentimientos de culpa, inclusive acerca de
los crímenes más atroces, es una de sus más
prominentes características. Pero, por
supuesto, esto tiene que ser cierto, puesto
que si ellos tuvieran la capacidad de sentirse
culpables por lastimar a otras personas, ellos
no tendrían la capacidad emocional de
herirlos.
Respecto al miedo, como hemos visto,
cuando la psique está en peligro y la abruman
sentimientos de vergüenza, de buena gana
uno sacrificaría su cuerpo para rescatar su
propia psique, su propio auto-respeto. Por
esto, los llamados psicópatas, sociópatas o
personalidades antisociales, han sido siempre
descritas como notablemente carentes de la
capacidad de experimentar el miedo.
Una precondición central para cometer
actos de violencia, entonces, es la presencia
de vergüenza abrumadora en la ausencia de
sentimientos tanto de amor como de
culpabilidad; la vergüenza estimula la rabia,
así como los impulsos violentos, ante las
personas en cuyos ojos uno se siente
avergonzado, y los sentimientos que
normalmente inhiben la expresión de aquellos
sentimientos y la actuación de todos estos
impulsos, como amor y/o culpabilidad, están
ausentes.
Estas precondiciones explican lo que de
otra manera serían vistos como dos
anormalidades. La primera es que todos
experimentamos sentimientos de vergüenza
en una de sus variadas formas (sentimientos
de inferioridad, rechazo, pena, etc.) y no
todos nos volvemos violentos. La mayoría de
la gente no comete actos de violencia
significativa en todas sus vidas, a pesar del
hecho de que la vergüenza es igualmente
experimentada a través de su ciclo de vida.
La teoría que presento sugiere que la mayoría
disponibles para proteger o restaurar su
autoestima disminuida. O bien, las
circunstancias en las cuales se encuentran
son tal que un comportamiento tan violento
no tendría éxito en alcanzar lo que necesitan;
y, finalmente, porque la mayoría de la gente
posee capacidades para sentir culpa y
empatía con los otros, lo que no les permite
caer en violencia letal excepto bajo
circunstancias extremadamente
desagradables.
La segunda anomalía es que inclusive la
gente más violenta en la tierra, los más
intratables, recurrentes y frecuentes
criminales homicidas o maniáticos, no son
violentos la mayor parte del tiempo. Su
violencia ocurre en breves crisis agudas, de
modo que, aunque no se tiene problema en
identificarlos como personas muy peligrosas,
la mayor parte del tiempo ellos no lastiman
a nadie. Esto sólo sucede cuando ocurre un
incidente que intensifica sus sentimientos de
ser humillados, irrespetados o deshonrados
hasta el punto que amenace la coherencia
 Para una teoría de la violencia
de sí mismo, o cuando se encuentran en
situaciones de las cuales ellos sienten que
no pueden salir de una forma no violenta,
excepto “perdiendo su dignidad” en un grado
catastrófico.
No entré al mundo de las prisiones
sabiendo esto. Nadie me había enseñado
nada de esto. Llegué a estas conclusiones,
enfrentando mucha resistencia, después que
los hombres violentos con los cuales
trabajaba, año tras año, me presentaron
evidencia acumulativa que sólo bajo estos
términos podía entenderles o tener algún
sentido su inexplicable paradójica y anormal
conducta. Irónicamente este proceso
comenzó con el primer hombre al que vi en
psicoterapia en prisión, aunque me tomó por
lo menos un año darme cuenta qué era lo
que estaba viendo.
EL CASO DE RANDOLPH W.
Randolph W. era un hombre blanco
grande, musculoso, “macho”, de la clase
trabajadora, alrededor de 30 años, que tenía
la nariz deformada que muchos hombres
crónicamente violentos llevan tras años de
romperse y enderezarse la nariz por sus
violentas peleas. Randolph decía que su
padre había sido el primero en romperle la
nariz. Randolph W. estaba en prisión, y había
estado ahí muchas veces antes, por una
variedad de violentos asaltos, “atracos”, y
robos a mano armada. La primera clave de
su forma violenta de vida tenía algo que ver
con el sentimiento de vergüenza, y su
incapacidad de admitir tanto este sentimiento
como sus causas, vino cuando a él se le pidió
leer y firmar algunos documentos. Entonces
él no pudo ocultar por más tiempo el hecho
de que no sabía ni leer ni escribir. Él nunca
me había dicho esto. Una vez que no pudo
ocultarlo más, me contó con todo detalle lo
que había pasado para ocultar este hecho
avergonzante ante todos los demás en la
prisión. En este punto, en mi ingenuidad,
pensé: está progresando. Este es un paso
importante. Ahora tenemos un problema
19
concreto, una fuente de baja autoestima que
Randolph no ha admitido antes; puede
resolverlo; incluso la prisión puede ayudarle.
Hay una escuela en la prisión, con maestros
que pueden enseñarle a leer y escribir. No
imagine los obstáculos a lo que parecía una
simple y obvia solución. Randolph estaba tan
avergonzado de su ignorancia que ni siquiera
podría acercarse a la escuela, porque para
aprender a leer y escribir tenía que decirle a
los otros que era analfabeto, y estaba tan
avergonzado que permanecería analfabeto
en lugar de revelar esto.
Después Randolph W. tuvo que enfrentar
las quejas de su compañero de celda, que
rechazaba el hedor que venía de su cama. Él
todavía se orinaba en la cama –no todas las
noches, pero suficientemente seguido como
para ser un problema. Estaba tan humillado
con este hecho que él hizo todo lo que pudo
para ocultarlo de los demás.
La tercera pista vino al final del primer
año de terapia, cuando solicitó cirugía plástica
para reconstruir su nariz deformada.
Discutiendo esto conmigo, me confió cuán
incómodo le hacía sentirse sexualmente,
puesto que sentía que esto lo hacía muy poco
atractivo para las mujeres. Randolph W. se
sentía feo, y creía que si solamente tuviera
una nariz perfecta, sus oportunidades con
las mujeres mejorarían, y se incrementaría
la confianza en sí mismo. Él se hizo la
operación y después tuvo que lidiar con la
predecible desilusión de encontrar que su
nueva nariz no tenía los efectos mágicos que
había esperado; su nariz era ciertamente
menos deformada, pero ni su apariencia
sobresaliente, ni su éxito social con las
mujeres se habían vuelto de repente
“perfectos”.
Pero quizás la pista más sorprendente
de que tan humillado se encontraba –y cómo
se relacionaba esa humillación con la violencia
de Randolph W.– apareció al final de su
segundo año de terapia. Para él, como para
muchos otros socializados con los roles
sexuales de nuestra cultura, la dependencia
es muy vergonzosa e incompatible con la
20 James Gilligan
imagen del macho sexualmente adecuado.
En este punto, él parecía confiar en mí para
revelar el más grande de sus secretos.
Cuando el estuvo “libre” en la comunidad
(durante sus breves intervalos entre las
sentencias en prisión), se dio cuenta que
estaba cansado de tener frío y hambre,
dormir en carros estacionados y en puentes
en las calles, sin tener ni trabajo ni dinero
comenzó a extrañar la prisión, donde sabía
que recibiría por lo menos tres comidas al
día y una cama para poder dormir, con gente
que “se preocupaba” por él lo suficiente como
para asegurarse que él estuviese ahí todas
las noches. Vino a decirme entonces que
cuando alcanzaba este punto, cometía algún
crimen estúpido, un asalto o un robo a mano
armada, sabiendo muy bien que sería enviado
de vuelta a prisión (pensaba que debía
cometer el crimen con tanta violencia para
no dejarle al juez otra opción que devolverlo
a la cárcel). Interesantemente, la única
alternativa que podía alejar a Randolph de
la prisión era su idea de comenzar una
relación con una mujer y mudarse con ella.
Estas eran usualmente mujeres ligeramente
mayores que le cuidaban y le proveían un
lugar dónde vivir. Inevitablemente las
relaciones terminaban cuando las mujeres se
cansaban de que viviera a costa de ellas, o
que ellas comenzaran a insistir que
consiguiera un trabajo y comenzara a ayudar
a sostener la casa –una petición que se sentía
incapaz de satisfacer. Y, más temprano que
tarde, estaba de regreso en las calles, hasta
cometer otro crimen violento que lo enviaba
de regreso a la prisión.
¿Cómo puede tener sentido la historia del
Sr. W? Obviamente, detrás del Randolph W.
“macho” se ocultaba un hombre que se sentía
extraño y no muy varonil; de hecho, parecía
sentirse más como un bebé grande en todo
sentido, sexualmente, culturalmente y
vocacionalmente. Carente de capacidad,
herramientas, preparación, conocimiento, y
entrenamiento en todas las esferas, se sentía,
de hecho, incapaz de cuidar de sí mismo.
Aunque limitado por su analfabetismo, podía
haberse unido a los millones de otros
analfabetos americanos que trabajan por
bajos ingresos en oficios de bajo prestigio
como trabajadores manuales de cualquier
tipo, pero eso estaba lejos de ser manejable
para él. Su renuencia no era porque él
considerara tales trabajos como más
demandantes y humillantes como para
tolerarlos; su resistencia principal venía del
deseo de que alguien se ocupara de él; se
sentía incapaz de cuidar de sí mismo, y
ciertamente él no podía cuidar a nadie, ni a
una esposa ni a un hijo.
En resumen, Randolph W. se avergonzaba
profundamente de sí mismo. Al mismo
tiempo, estaba tan avergonzado de sentirse
avergonzado, que por mucho tiempo inventó
todo tipo de maniobras para evitar revelarle
a alguien que tenía sentimientos básicos (o
que podía sentir cualquier cosa excepto una
suprema autoconfianza). Por supuesto,
conciliar el hecho que sentía vergüenza exigía
a la vez conciliar las fuentes de su vergüenza,
las cosas reales con las que necesitaba que
le ayudaran, pero hasta la terapia, estaba
demasiado avergonzado como para pedir
ayudar, y cualquier oferta para ayudarle era
experimentada como vergonzosa y, por tanto
era propenso a ponerse agresivo, y violento.
Randolph deseaba ser amado y cuidado
por otros –que es un deseo o necesidad
humana universal, nunca había conocido a
nadie lo suficiente, comenzando con su
conducta violenta, depravada, y deprivada
de su familia. Desde que asoció el deseo de
amor y cuidados con su desagrado por el
rechazo y desaire, sorpresivamente no
experimentó el deseo de exponerse a los
sentimientos de vergüenza. Asumía que para
un hombre adulto, tener estos deseo era falta
de virilidad, o era una conducta infantil, un
signo de debilidad, y por eso, avergonzante.
La autoimagen de “macho” que él luchaba
por mantener, y con la cual intentaba ocultar
sus sentimientos de ser necesitado, era la
única imagen de sí mismo con la cual él se
podía sentir orgulloso. Pero en algunos
niveles, sabía que era un disfraz que se ponía
 Para una teoría de la violencia
“La violencia engendrada por el ethos de “individualismo
accidentado”, y el Darwinismo social, que continúa dominando el
discurso público, hace casi imposible para nosotros ocuparnos de
la gente sin humillarla primero.
para continuar escondiendo lo que percibía
como una verdad vergonzosa acerca de él
mismo.
El patrón de vida de Randolph nos enseña
mucho sobre la violencia. El significado
psicológico de todo su patrón de vida,
incluyendo los repetidos actos de violencia y
encarcelamientos que eran predecibles, y tal
vez inevitables consecuencias, pueden ser
resumidos en términos de la teoría de la
vergüenza y la violencia presentados aquí,
ilustrando los conceptos de Freud de “regreso
a la represión”.
La conducta de este hombre no tenía
sentido si quería permanecer fuera de prisión,
pero todas sus conductas violentas cobran
sentido si entendemos que era su forma de
enviarse a sí mismo de vuelta a la prisión,
donde le gustaba que lo cuidaran (si no lo
amaran) podría finalmente ser gratificado con
la prisión, al mismo tiempo que su
masculinidad quedaba confirmada por sus
actos violentos.
Pero, ¿por qué necesitaba ser violento?
No simplemente como una manera segura
de ser enviado de regreso a la prisión, para
eso existen también crímenes no violentos
por los cuales los jueces envían gente a la
prisión. Si todo lo que quería era ser
encarcelado, podía cometer crímenes contra
la propiedad o de drogas. Pero cometiendo
crímenes violentos, podía esconder su deseo
de ser amado y cuidado por los otros, del
cual se sentía tan profundamente
avergonzado, y también disfrazaba el hecho
que era incapaz de cuidarse a sí mismo,
acerca de lo cual se sentía inferior e
inadecuado. Y la conducta violenta puede ser
el más poderoso disfraz para la verdad
avergonzante.
21
Era su manera de decir “Ven, no los
necesito; y sólo para probárselos, los mataré
(o al menos los apartaré, de manera
potencialmente permanente, con mi
violencia)”. Y una forma de ocultar la
vulnerabilidad del deseo de ser amado por
otros es revelar el deseo opuesto, el deseo
de ser invulnerable a los otros, expresando
solamente odio (activo) y rabia en contra de
ellos.
La violencia provee específicamente (y
un crimen no-violento no puede) una forma
de obtener cuidados y atención pero sin
enfrentar el punto. De esta manera no se
tiene que reconocer, así mismo o ante otros,
que necesita cuidad, alimentación abrigo y
todo lo que esperan. Puede creer, y así lo
cree cualquier otro, que está en prisión por
la razón totalmente opuesta: porque es tan
activamente agresivo e independiente, tan
grande y tan fuerte y peligroso que la
sociedad está temerosa de él, que él
realmente quiere salir de prisión, y
afortunadamente ellos han puestos esas
paredes ahí y las patrullan con guardias
armados, porque de otra manera pueden
estar seguros de que escaparía tan pronto
como pudiera. Y, por supuesto, la sociedad
entera y el sistema de justicia criminal, desde
la prensa y políticos, hasta las cortes y
prisiones, inconscientemente le ayuda a
ocultar la verdadera razón por la cuál está
en prisión –que es, que nadie puede cuidar
de él en ningún otro lugar, y que él mismo
está tan avergonzado de eso, y de admitir
su necesidad de cuidados y su incapacidad
de cuidarse a sí mismo. Así que las conductas
violentas llevan a cabo el regreso de los
deseo reprimidos de amor y cuidados, pero
en una forma con la que no se siente
22 James Gilligan
humillado, así que un hombre quien se siente
avergonzado puede tolerar que esos deseos
sean gratificados; y esto es la imagen en un
espejo, exactamente lo opuesto a esos
deseos.
Pero, más que nada, nadie que conozca
lo brutal, degradante y deshumanizante de
las prisiones puede ver esto con toda la
severidad posible como indicador que en
nuestra sociedad esa gente podría encontrar
que reciben más “cuidados” ahí que en la
“calle”. La frase más nueva en el argot de la
prisión para “dentro de la comunidad” –es
de hecho un término más adecuado, para
aquellos quienes están en prisión, como el
Sr. W., era literalmente vivir “en las calles”,
donde nada puede ser llamado “comunidad”.
Decimos “comunidad, comunidad” pero no
hay comunidad para muchas personas en la
América de nuestros días.
Randolph W. no es un criminal único,
aislado, o inusual, y está muy lejos de ser el
ejemplo más extremo de cómo la violencia
puede ofrecerle a un hombre la manera de
sacar su orgullo ileso por tomar ayuda y
cuidados institucionales de una sociedad que
ve al hombre que necesita cuidados como
una vergüenza y falta de masculinidad. La
violencia engendrada por el ethos de
“individualismo accidentado”, y el Darwinismo
social, que continúa dominando el discurso
público, hace casi imposible para nosotros
ocuparnos de la gente sin humillarla primero.
Nuestras extremadamente altas tasas de
crímenes violentos es uno de los precios que
pagamos por estas actitudes y valores.
EL CASO DE KELVIN C.
Otro interno en una prisión de máxima
seguridad, Kelvin C., había estado en prisión
por dieciséis años por matar un policía y herir
a otro. Había sido condenado por asesinato
en segundo grado, no en primero, puesto que
la corte decidió que sus asesinatos habían
sido impulsivos, no premeditados. Así, existía
el peligro de que fuera puesto en libertad
bajo palabra pronto; había sido elegible para
libertad condicional por tres años, y existía
un límite de cuántas veces el Consejo de
libertad condicional habría rechazado
permitirle salir en libertad. Digo “peligro”
basándome en el punto de vista de los
prisioneros, de sus prospectos y en mi propio
punto de vista.
Estaba influenciado por el hecho de que
este hombre alto y musculoso, era
probablemente el individuo continuamente
más violento en todo el sistema carcelario.
Él había pasado casi toda su sentencia en
confinamiento solitario, porque tan pronto
como lo dejaban salir atacaba a otra persona.
Por ejemplo, en una de las raras ocasiones
que estuvo en prisión con los internos
generales, él caminaba por el pasillo para
tomar su almuerzo al mismo tiempo que una
de las psicólogas del staff. Corrió hacia ella,
la empujó al suelo y comenzó a tratar de
romperle su blusa como si fuera a violarla.
Los oficiales de prisión tuvieron que
restringirlo y regresarlo al “aislamiento”.
Eso era típico. Él cometía sus ataques
tan abiertamente y tan provocativamente,
inclusive contra los oficiales o a la vista de
ellos, que parecía razonable asumir que
quería estar en confinamiento solitario.
Donde podía pasar todo el día en la cama sin
hacer nada. Pero alcanzaba tanta pasividad,
por medio de la actividad violenta que llevaba
a los otros a “forzar” o permitirle pasar los
siguientes seis o doce meses solo en su celda
de la unidad de confinamiento solitario, la
prisión dentro de la prisión que parecía
preferir.
Esta forma de vida era terrible para la
salud mental de un hombre. Entre más
tiempo pasaba solitario, más se volvía
confuso su proceso de pensamiento,
incoherente, ilógico, y mientras nunca
pareciera experimentar desilusiones o
alucinaciones, parecía que iba a “volverse
loco” (de una manera casi voluntaria), como
lo hacen muchos hombres que pasan largas
temporadas en condiciones de tal deprivación
sensorial y aislamiento social. En un intento
por interrumpir ese ciclo, repetidamente pedí
 Para una teoría de la violencia
a la corte ordenarle la transferencia a una
prisión hospital para enfermos mentales, y
ellos aceptaron, pero sus hospitalizaciones
nunca duraban mucho tiempo, tan pronto
como se volvía más coherente, atacaba al
personal del hospital (incluyendo una muy
capaz, dedicada, popular y embarazada
trabajadora social), así que lo regresaban a
prisión.
Cuando le pregunté a Kelvin C. cómo se
sentía acerca de dejar la prisión y regresar
a la comunidad, este hombre violento, alto
y peligroso asesino y violador contestó, en
una voz que todo el mundo hubiera jurado
que pertenecía a un niño pequeño, “siento
que voy a estar solo en el gran mundo. Sería
como ser un pequeño bote en medio del
océano solo –solo en el gran vacío salvaje.
Tendría que empezar a hacer nuevos
amigos…”
La apertura, la desnudez, la
vulnerabilidad de su repuesta era muy
emotiva. Este hombre que me abrió su
mente, con una elocuencia, una poesía y una
expresividad emocional que desmentía la
imagen que me había comenzado a formar
de él, de alguien que quería estar solo; que
no quería nada en sus relaciones con otras
personas excepto ser violento con ellos; y
que no tenía ni el deseo ni la habilidad para
revelar sus sentimientos y pensamientos
privados. Esta clase de imagen de sí mismo
como una persona solitaria y perdida, un niño
desamparado era tan diferente de su persona
pública, tanto en la prisión como en la
comunidad, que sólo pude imaginarme que
él había creado esta última para ocultar la
primera. Detrás de su máscara de violencia
estaba escondida y protegida en sí mismo
una imagen propia, que era tan vulnerable y
fácilmente herida, o incluso destruida, por
las burlas de otras personas, el desdén, la
negación, la indiferencia o el rechazo.
Habría malentendido los motivos de
Kelvin C. para esperar a estar en el
confinamiento solitario si hubiera creído que
era basado en el deseo de estar solo, o la
ausencia del deseo de amigos y relaciones.
23
Pero él estaba expresando la falta de
confianza en su habilidad de hacer lo que él
quería hacer; claramente dudaba que las
otras personas quisieran ser sus amigos,
dudaba que fuera suficientemente adorable
para ser capaz de hacer amigos. Para este
tiempo, esa duda se había convertido en una
profecía autorealizada –se había convertido
en un “monstruo” a los ojos de las demás
personas, así que por supuesto, ellos no
querían ser sus amigos. De hecho, ellos solo
querían encerrarlo en confinamiento solitario
y mantenerse tan alejados de él como fuera
posible. Pero si miramos muy de cerca,
podemos ver cómo su proceso completo de
transformarse en ese “monstruo” comenzó:
con su miedo a que sólo sería rechazado por
los otros y que no tenía medios compatibles
con su autorespeto mediante el cual inducir
a otras personas a cuidar de él.
Una de esas terribles ironías en su frase
de que estaría “completamente solo” cuando
dejara la prisión era en realidad que no podía
concebir estar más solo de lo que ya estaba.
No había hecho amigos ahí; junto a su forma
de ser constantemente violento, estaba el
hecho que él era considerado como uno de
los “locos”, inclusive por los hombres más
violentos de nuestra sociedad. Pero quiero
enfocarme más en el punto de vista de sí
mismo que su respuesta me revelaba. ¿Qué
podía ser más crudo o expuesto que estar
solo en el mundo, protegido solamente por
un pequeño bote en la mitad del océano, con
un sentido de necesidad de empezar a hacer
nuevos amigos? Lo que él representaba para
mí era el más puro caso del uso de medios
violentos para evitar las humillaciones o forzar
a los otros a cuidar de él, mientras que al
mismo tiempo se ocultaba así mismo, no sólo
detrás de la máscara del comportamiento
violento y la personalidad pública creada, sino
más bien, literal y concretamente, detrás de
una sólida puerta de acero, de modo que
nadie podía ver o hablar de su imagen que
tanto trabajo le daba ocultar, puesto que le
era tan humillante y tan poco masculina.
Una diferencia entre él y los más
24 James Gilligan
violentos criminales era que Kelvin combinaba
tanto con las actividades violentas como con
la inactividad solitaria (acostado en su cama
en una pequeña celda veintitrés horas al día
por años hasta la fecha) más que ningún otro.
La mayoría de otros hombres violentos
parecían encontrar el suficiente respiro de
su hambre, su falta de casa, y humillación
en las junglas de nuestras ciudades,
provocando a los jueces a evacuarlos hacia
las junglas de nuestras prisiones, donde por
lo menos obtenían refugio y alimento. Si bien
es cierto que ningún zoológico permitiría
mantener a sus animales en el tipo de
“refugio” que proveen para los humanos las
prisiones, y recibiendo todas esas versiones
de comida y refugio con humillaciones
continuadas; sin embargo,
sorpresivamente, dadas las condiciones en
las que la mayoría de los prisioneros “vive”-
la mayoría de ellos continúan siendo violentos
y provocando a los oficiales de la prisión para
que los restrinjan a total aislamiento.
Después de renunciar del Servicio de las
Prisiones de Salud Mental, oí que Kelvin C.
fue eventualmente liberado de prisión por el
comité de libertad condicional. Las siguientes
noticias acerca de él, eran tristes de oír: había
sido asesinado. Aparentemente su conducta
le había parecido demasiado provocativa,
algo que ocasiona temor, y era visto como
un “loco” por una persona de la comunidad.
Así que Kelvin tenía razón: el realmente no
sabía como cuidarse a sí mismo, y realmente
era peligroso para él ser dejado en libertad.
Su último destino hacía esto más entendible
para mí de por qué se volvía más alterado,
más agitado e incoherente;
precisamente al mismo tiempo en que era
evaluado por el comité de libertad
condicional, cuando estaba en más peligro
(literalmente) de ser liberado de prisión.
Este patrón es muy común entre los
hombres más violentos en nuestras prisiones
y prisiones-hospitales para enfermos
mentales que provee una profunda ilustración
de las necesidades de estos hombres de que
sean cuidados. Los prisioneros experimentan
el periodo justo en el cual ellos van a ser
liberados de prisión como el tiempo de mayor
estrés. Es el período en el cual están más
propensos a cometer homicidios o suicidios,
o experimentar síntomas sicóticos, o a violar
una regla principal de la prisión. Esta es una
experiencia recurrente y comencé a darme
cuenta que tenía que poner atención especial
a los internos que atravesaban esa fase para
anticipar su “actuación” de alguna manera
violenta, o para terminar con un episodio
inicial o recurrente de enfermedad mental.
Pero después recordé que había visto el
mismo fenómeno durante mi entrenamiento
en los hospitales de enseñanza en la Escuela
Médica de Harvard, y en mi práctica privada
de psiquiatría con pacientes hospitalizados
y (la mayoría de ellos pacientes no violentos).
Al principio de mi entrenamiento, estaba
tratando una paciente, Ann S., que había sido
recluida en el hospital contra su voluntad a
causa de una paranoia, pero cuyos síntomas
le habían remitido al punto en que acordé
con ella que era tiempo de hacer planes para
su salida del hospital. En este momento, la
Sra. S., que había estado protestando
escandalosamente desde que fue admitida
que ni quería ni necesitaba estar en el
hospital, experimentó el más masivo retorno
de todos sus síntomas sicóticos, volviéndose
peculiarmente engañosa, agresiva y oyendo
voces. Claramente la posibilidad de salir del
hospital, le causaba todo ese estrés y
constituía una amenaza para ella que
precipitaba la recurrencia total de los
síntomas por los cuales había necesitado ser
hospitalizada en primer lugar.
He visto ese patrón repetirse, con leves
variaciones en un gran número de pacientes
de hospitales mentales, particularmente
aquellos que sufren de paranoia. Lo que me
sorprendió, fue que exactamente el mismo
patrón presentaba las mismas características
para los prisioneros violentos, ya sea o no
que los síntomas se manifestaran en
conductas violentas, signos de paranoia o
ambos. La intensidad que esos sentimientos
pueden alcanzar es ilustrada por otro interno
 Para una teoría de la violencia
“Nunca entenderemos la violencia y a los criminales violentos hasta
que veamos más allá de lo que en verdad es, una máscara defensiva;
y hasta que entendamos la violencia, no la podremos prevenir”
en una prisión de máxima seguridad, Charles
B., un hombre de más o menos 20 años de
edad, que había estado cerca de ser puesto
en libertad hace algunos años, cuando nos
mostró una copia de la carta que justo antes
le había enviado al Comisionado de la
Correccional. En ella exponía que había
estado en instituciones toda su vida (casa
hogar, centros de detención juveniles, etc.)
que él no sabía como cuidar de sí mismo en
las calles y que si el comisionado le permitía
salir de la prisión, “¡Lo mataré a él y a toda
su familia… muy lentamente!” Otro interno
en la misma prisión, George T. un ladrón
habitual que utilizaba las armas, que
periódicamente se había vuelto agresivo,
revoltoso, y de alguna manera paranoico,
cuando le quitaban el tratamiento
psiquiátrico, fue transferido muy rápidamente
al centro donde mandan a los internos antes
de dejarlos en libertad, una residencial sin
llaves para hacer más fácil la transición en la
comunidad, en la cual los internos se iban
durante el día a trabajar y regresando en la
noche a dormir en la residencia. Él se dio
cuenta que tenía tanto miedo a que lo
soltaran que me dijo, cuando los planes se
habían concretado, “Quiero regresar a la
prisión. Haría cualquier cosa para lograrlo.
La prisión ha sido mi vida. Me escaparé del
centro preventivo. Moveré cielo y tierra para
hacer que ellos me manden de vuelta”.
Dos incidentes similares ocurrieron en
entrevistas que se llevaron a cabo en la
misma prisión un poco antes que los
prisioneros involucrados estuvieran a punto
de ser liberados. En ambos casos comencé
las entrevistas, tan rutinariamente como con
cualquier otra cuando veo a alguien por
primera vez, con una declaración de
mantener todo lo que me dijeran en
25
confidencialidad, exceptuando que me dijeran
que tenían planes de herirse a sí mismos o a
otros, o cometer cualquier ofensa criminal.
En ese caso, me sentiría comprometido a
hacer lo que pudiera para prevenir cualquier
daño a cualquier persona y que, para ese
propósito, me sentiría libre de divulgar lo que
me hubieran dicho respecto a terceras
personas, si fuera necesario. A pesar de (o
más bien por ello) haber claramente
escuchado esa “advertencia” (o afirmación)
ambos me dijeron inmediatamente que
tenían planes para agredir a otras personas.
El primero de los hombres, Douglas R.,
un veterano de Vietnam, aseguró fuerte y
agresivamente que la primera cosa que iba
a hacer cuando llegara a casa era tomar su
pistola y “volarle la tapa de los sesos a su
puta esposa”. Cuando le pregunté que me
aclarara, repitió la misma frase,
presumiblemente para asegurarse que no me
había perdido su punto e indicó que sabía
que ella estaba teniendo una aventura, y que
estaba tan celoso que cuando estaba sentado
en su celda, podía virtualmente oír a su
esposa haciendo el amor con el otro hombre.
El segundo prisionero, José L. aseguró
que había estado convencido de que el
Comisionado de la Correccional lo había
discriminado, perseguido, y que iba a matarlo.
Después describió lo que había venido
haciendo desde la última vez que había
estado fuera de prisión. Había seguido al
Comisionado desde su casa hasta su oficina
y lo tenía en la mira de su rifle de alto calibre,
estaba a punto de tirar el gatillo cuando
alguien se acercó al carro en el que estaba
sentado, así que le dio miedo y manejó lejos
de ahí. Pero dejó claro que definitivamente
iba a tener otro intento, tan pronto como
saliera de la prisión de nuevo.
26 James Gilligan
Me parecía que el que me dijera que
tenía planes para ser violento hacia otras
personas era la evidencia que necesitaba para
concluir que no se quería ir a casa, por lo
menos no en ese tiempo, desde que él me
dijo eso, tendría que intervenir para prevenir
el daño que pudiera ser hecho a cualquiera.
Aunque no sabía como entender sus
amenazas violentas, excepto como pedidos
de ser “cuidado” (si uno acepta que cuidar a
alguien a veces incluye proveer los límites y
controles que la persona necesita y quiere,
cuando tiene problemas controlándose a sí
misma). Y acerca de sus reclamos de querer
ir a casa, vi que era la manera de “mantener
el orgullo”, una forma de negar la cantidad
de cuidado que él necesitaba y anhelaba.
Aprendí todo esto trabajando en las
prisiones. Como la mayoría de la gente, había
simplemente concedido que nadie quiere ser
enviado a prisión, que la gente haría cualquier
cosa para mantenerse fuera de ellas, o para
salir lo más pronto posible si no pueden evitar
ser enviados ahí, que es la razón por la que
las prisiones tienen guardias, paredes altas,
y puertas metálicas cerradas con llave –
porque ninguno de los prisioneros quiere
estar ahí y escaparían si los guardias se
distrajesen por un momento. Y, por supuesto,
es verdad que algunos –un número
sorpresivamente pequeño- escapan, o hacen
intentos de escape. Algunos de esos, de
cualquier manera, son formas de conservar
el orgullo de acariciar el deseo de estar fuera
de la prisión. Un paciente en un hospital
mental que sirve de prisión que
recientemente fue dejado en libertad en la
comunidad, trató de meterse a la fuerza al
hospital para regresar. Y uno no puede leer
los periódicos sin encontrarse con un ejemplo
parecido. Recientemente, un vagabundo en
Nueva York, apodado “el cenador en serie”
porque provocaba a la policía para que lo
mandara a prisión periódicamente ordenando
cenas en los restaurantes más caros, y
después no tenía para pagarlas. Era un
hombre que conscientemente quería estar
en la cárcel, cuando se cansó de dormir en
las estaciones de bus o en las aceras. La
principal diferencia entre él y los criminales
violentos era que él no estaba avergonzado
de su deseo de tener a alguien que lo cuidara,
así que no necesitaba ocultarlo detrás de la
violencia.
Muchos de los criminales violentos
que llenan las prisiones de máxima seguridad
quieren hacernos creer que quieren escapar,
y necesitan creerlo ellos mismos. Ellos
necesitan desesperadamente creer que son
grandes, independientes, asertivos, como
para no sentirse necesitados, atemorizados,
inadaptados, incompetentes y
frecuentemente analfabetros. Es esencial que
entendamos su psicología. Nunca
entenderemos la violencia y a los criminales
violentos hasta que veamos más allá de lo
que en verdad es, una máscara defensiva; y
hasta que entendamos la violencia, no la
podremos prevenir.
Criminales de carrera toman por garantía
que ellos serán enviados a prisión tarde o
temprano; ellos continúan rompiendo
cualquier ley que hagan, y finalmente, ellos
son atrapados. Pero más que eso, como
Charles Silberman apuntó, “los
criminales…frecuentemente parecen arreglar
su propia captura” 16 . Apunta que los
criminales frecuentemente no toman
precauciones para evitar ser capturados;
presumen de sus crímenes con sus amigos;
y muchos claramente quieren que la policía
sepa lo que ellos han hecho. Silberman
describe cómo “un joven que conocí en
California, asaltó una gasolinera en su propio
vecindario sin usar una máscara o intentar
ocultar su rostro; unas pocas horas más
tarde, él fue a la gasolinera en su auto para
llenar el tanque, y ahí fue arrestado”17 .
Las formas violentas son una manera más
segura de entrar en prisión que las no
violentas, lo que es consistente con la
hipótesis de que los criminales violentos
representan un esfuerzo para forzar a los
otros a que les provean de cuidados y al
mismo tiempo de cubrir su deseo de dicho
cuidado. Silberman apunta que los criminales
 Para una teoría de la violencia
conocen esto. Un interno le dijo a Silberman:
“Al final, todos son atrapados”. “No
importa cuán bueno seas; terminarás
tras las rejas tarde o temprano”, él
insistía. “La ley de los promedios está
en tu contra”. Y ciertamente lo está.
Aunque un ladrón tiene menos del
20% de probabilidad de ser atrapado
en cualquier ofensa… tiene 90% de
probabilidades de ser arrestado al
menos una vez si comete 10 robos,
y los números suben a 99% para la
vigésimo primer ofensa”18 .
EL CASO DE WALTER T.
Ahora quiero examinar un tercer
fenómeno sorprendente y paradójico acerca
de los “criminales violentos” –aunque dudo
en usar esta palabra acerca del hombre que
estoy a punto de describir, porque está fuera
del estereotipo usual de “criminales violentos”
que uno puede imaginarse. La palabra
“pusilánime” describiría mejor la manera en
la que él se presentaba a sí mismo. Sin
embargo, cumplía una cadena perpetua por
asesinar a su esposa. Walter T., había sido
conserje en una escuela de enfermería por
25 años, y en los últimos diez años su mujer
había estado teniendo un romance con otro
hombre. Él estaba consciente de su romance
y lo resentía, pero no tomaba ningún paso
para acomodar sus propios sentimientos o
deseos en la situación, ni discutir la situación
con ella completamente, ni indicar que había
límites a lo que él podía tolerar. Por el
contrario, él aceptaba dócilmente lo que ella
estaba haciendo, y no ponía objeciones hasta
que ella hizo una cosa que el no podía tolerar:
lo amenazó con dejarlo por el otro hombre.
A ese punto, él la mató.
¿Cómo puede tener sentido esta
conducta? Claramente, no era la conducta
infiel de ella la que encontraba intolerable,
no estaba celoso. Era su amenaza de
abandonarlo la que ponía en peligro la vida
de ella y la imposibilidad de que lo siguiera
soportando. ¿Pero qué significa abandonar a
27
alguien? De acuerdo a mi diccionario, significa
“quitarle el apoyo o la ayuda” a la persona
que ha sido abandonada. Ahora, por
supuesto, todos necesitan apoyo y ayuda en
su vida; hay un sentido en el cual uno puede
decir que todos necesitamos toda la ayuda
que podamos obtener –y que eso es verdad
para todos los seres humanos.
Sin embargo, no todos los seres humanos
cometen asesinato, inclusive cuando sus
esposas amenazan con dejarlos; de hecho,
la vasta mayoría no lo hace, de otra manera,
la tasa de homicidios tomaría las dimensiones
de Guerra Civil. Así que no sé que más
concluir, excepto, que el grado de soporte y
ayuda que este hombre sentía que
necesitaba, y la intensidad de la vergüenza
que sentía de esto, hacía la total diferencia
de magnitud del grado que la mayoría de las
personas sienten que necesitan.
Para decirlo sin rodeos: la imagen que
Walter T. tenía de sí mismo era de un
dependiente e indefenso niño, no de un
hombre maduro e independiente capaz de
cuidarse a sí mismo con o sin su esposa. Y
su imagen de mujer era el de una madre
que necesitaba para atenderlo, para que no
muriera. Cuando ella lo amenazó con dejarlo,
experimentó lo equivalente a una amenaza
de muerte, en el mismo sentido que un niño
abandonado por su madre. En este punto,
decidió que como no podría vivir sin ella (por
su dependencia de ella), y no podía vivir con
ella (por la independencia de ella con
respecto a él, y su decisión de dejarlo), podía
aliviar su deseo doloroso de ser amado y
cuidado por ella revirtiendo esto en un odio
activo por ella y matarla.
En mi experiencia, este hombre es el
asesino típico en general, y de los hombres
que cometen homicidios en sus esposas. Una
de las características especiales que
predispone estos hombres a cometer
asesinato, u otra violencia física seria, es un
inusual y fuerte deseo de ser amado y
cuidado, y un sentimiento inusualmente
fuerte de ser inadecuado y no poder ser
amado. Y cuando estos deseos y sentimientos
 28 James Gilligan
“Es la simple trivialidad de los incidentes que precipitan la violencia,
los tipos de cosas que provocan homicidios y a veces suicidios”
se intensifican, entonces los sentimientos de
humillación que provocan se ven también
intensificados, así como los sentimientos de
rabia y odio, y los impulsos de violencia que
la humillación estimula. Así, el asesinato
cometido por Walter T. era la manera de decir
(a través de acciones, no de palabras) “no
quiero humillarme para ser amado por ti, te
odio, activa e independientemente.”
Por supuesto que él quería ser amado
por su esposa; si no hubiera querido su amor,
no tendría ninguna razón para matarla. Pero
era muy doloroso e irremediablemente
desesperanzador quererla cuando ella no lo
quería a él. En lugar de esto, el asesinato se
convirtió en un tipo de ritual no realizado que
detenía la humillación y la desesperanza.
Como todos los rituales, los asesinatos
confieren una nueva identidad a los
participantes. Para Walter T., asesinar a su
esposa era cambiar una identidad que podía
únicamente exponerlo a la humillación –es
decir, esa de ser un pusilánime, un adulto
que era “realmente” un pequeño niño
indefenso- en una identidad en la cual podía
obtener orgullo.
Cuando el tipo de dolor al que llamo
humillación está sobrecargando a la gente,
el recurso para el tipo de defensa contra ello,
es lo que Walter T. hizo, la violencia asesina.
Pero ¿hay alguna otra evidencia de que los
hombres que cometen asesinatos,
especialmente contra sus esposas, son
inusualmente dependientes, y vulnerables a
los sentimientos de ser abandonados? Yo creo
que así es, y viene en un descubrimiento
igualmente sorpresivo y paradójico.
En la década pasada, muchos de los que
se habían interesado acerca de la extensión
de la violencia a la cual estaban sujetas las
mujeres, introdujeron una variedad de
innovaciones para ayudar a las mujeres
golpeadas a elegir alternativas para quedarse
en la relación abusiva y, además, poner
presión en los hombres que las golpeaban
para que cesaran de hacerlo y desistieran.
Estas innovaciones tomaron multiplicidad de
formas: cambiar las leyes para facilitar el
proceso de divorcio; cambiar las costumbres
sociales concernientes a los derechos de las
mujeres; proveyendo empleo e ingresos
adecuados, para hacer más fácil a las mujeres
golpeadas dejar a los maridos abusivos. Y
un aproximado de 1,200 refugios para
mujeres golpeadas servía a más de 300,000
mujeres y niños al año, habilitándolos para
dejar a los maridos violentos y llevarse a sus
hijos con ellas. Así que cientos de miles de
mujeres, que antes tenían que quedarse en
sus relaciones violentas, abusivas y
peligrosas, podían ahora dejar a sus maridos,
o por lo menos hacer creíble una amenaza a
ellos con dejarlos.
¿Qué cambios han ocurrido a partir de
estas innovaciones? Antes de que estos
cambios fueran introducidos, el número de
maridos que mataban a sus mujeres era más
o menos igual al número de mujeres que
mataban a sus esposos19 .
De repente, hace unos pocos años, dos
veces más esposas que maridos fueron
asesinadas. Sería difícil que este
descubrimiento tuviera sentido –que la
proporción de mujeres que eran asesinadas,
en homicidios de los esposos, se había
duplicado precisamente cuando, por primera
vez las mujeres tenían una variedad de
formas de dejar las relaciones abusivas y
violentas- excepto concluyendo que la
habilidad de una esposa de dejar a su marido
era experimentada por éste último como una
amenaza intolerable de abandonarlo y esto
lo conducía al asesinato. ¿Pero qué era tan
amenazador para estos esposos? ¿Su secreto
podría ser dependencia escondida de sus
esposas? Como Walter T., estos esposos
 Para una teoría de la violencia
actuaban de la manera que uno esperaría,
su autoimagen era de infantes que morirían
si sus madres los dejaran.
Aquí hay otra razón para creer que
muchos hombres están tan profundamente
humillados de sus deseos de ser amados y
cuidados, que ellos equiparan con ser
infantiles, pasivos y dependientes (aunque
no hay ninguna persoma, no importa cuán
madura sea, que no necesite ser amada y
cuidada), que sus sentimientos de humillación
les motivan a reprimir y resguardarse de estos
sentimientos, frecuentemente yendo al
extremo opuesto. Aquellos que golpean y/o
matan a sus esposas son precisamente los
hombres que experimentan una dependencia
de vida o muerte hacia ellas y una humillación
abrumadora por la culpa de sentir esto.
Estos son aquellos, por supuesto, que
están más amenazados por la recientemente
encontrada independencia de las esposas,
puesto que una manera que esos hombres
tienen para esconder su dependencia hacia
sus esposas –de sí mismos y de los demás–
es haciendo todo lo que pueden para hacer
que sus esposas dependan de ellos, de tal
manera que sus esposas no puedan dejarlos
o abandonarlos. Cuando las esposas los
abandonan, “exhiben” su dependencia
secreta; esto los obliga a reconocerla; e
intensifica los sentimientos de vergüenza que
les causa; incrementando la intensidad de
la violencia que esa vergüenza les estimula.
Me di cuenta que una explicación
estándar de los maridos golpeadores y
homicidas (así como también de los hombres
que cometen violaciones) es que quieren
“controlar” a las mujeres de las que abusan.
Por supuesto que lo hacen, y es una forma
perfectamente válida para describir un
aspecto de sus motivaciones. Nada en mi
análisis de su conducta contradice esto. Pero
al formular la pregunta adicional, ¿por qué
ellos quieren controlar a sus esposas?,
Unicamente puedo concluir que su deseo de
omnipotencia está en proporción directa con
sus sentimientos de impotencia.
29
¿Por qué los incidente triviales
conducen a una violencia mayor?
Una razón de por qué hemos anotado
estos comentarios para entender las causas
de la violencia o tomarlas en serio, es porque
las razones que se dan para los actos de
violencia se ven frecuentemente como
triviales, y sin “objetivos” racionales, los
criterios comparativos, son fácilmente
pasados por alto. Encontramos difícil de
comprender cómo un incidente trivial puede
llevar o precipitar una violencia seria, porque
dichas explicaciones violan nuestro sentido
de realidad y de racionalidad, y violan
también nuestro sentido de moralidad y de
legalidad (nuestro sentido ético).
La mayoría de las personas no se sienten
dispuestas a liquidar a sus familias por los
tipos de incidentes que provocan a aquellos
que los cometen, del mismo modo que un
poco de sal extra en la comida no provoca a
la mayoría de la gente a contraer un edema
pulmonar, o un poco de azúcar extra no les
provoca una acidosis diabética; pero para
aquellos que están predispuestos a patologías
anormales que amenazan sus vidas, el
asesinato puede ser precipitado por eventos
y circunstancias que en otras personas
podrían simplemente ser incorporadas en su
metabolismo día con día. Los así llamados
crímenes “incomprensibles” son solamente
incomprensibles porque falta una
comprensión de algo que ahora trataré de
explicar.
El rol central de la humillación en la
causalidad de la violencia ha sido pasado por
alto por dos razones intrínsecamente
relacionadas. En primer lugar, porque la
magnitud de la violencia resultante está muy
lejos de la trivialidad que la precipitó. Resulta
casi imposible para cualquier persona normal
y racional, que opera con criterios del sentido
común reconocer que la causa puede, de
hecho, precipitar la violencia. En segundo
lugar, porque una esencial pero raramente
notada característica de la psicología de la
humillación es ésta: si queremos entender la
30 James Gilligan
naturaleza del incidente que típicamente
provoca la más intensa humillación, y por lo
tanto, la más extrema violencia, necesitamos
reconocer que es precisamente la trivialidad
del incidente lo que lo hace tan humillante.
Y es la intensidad de la humillación, como
dije, lo que hace al incidente un poderoso
productor de violencia.
Es la simple trivialidad de los incidentes
que precipitan la violencia, los tipos de cosas
que provocan homicidios y a veces suicidios,
entre los familiares o aquellos entre amigos
y amantes en las calles o en los bares, y que
es frecuentemente comentado, con sorpresa
y perplejidad –el haber recibido una “mala
mirada”, haberse parado en los zapatos
nuevos de otro, ser llamado con un nombre
insignificante, tener una esposa o amante que
frecuentemente duerme con otra persona,
ser empujado por alguien en un bar,
encontrar a alguien que comiendo en el plato
que nos pertenece, o alguien que rechaza
mover su auto que nos bloquea la salida, o,
para referirme a los casos que he mencionado
en este libro: tener un carro descompuesto
y tener tan poco dinero y pericia mecánica
para hacerlo andar de nuevo; que no le guste
la forma en que la esposa o la hija lo esta
mirando, o la forma en que hablan de uno;
que el padre de uno se rehuse a posponer el
ir a ver una película, cuando uno acaba de
llegar a su casa; tener que repetir un curso
de geometría de la secundaria; tener una
hermana que se lleva nuestras cosas a su
cuarto; etc.
Este tipo de cosas son con frecuencia
encontradas y comentadas en los periódicos
llamándolas asesinatos “sin sentido” o
“incomprensibles”. Pero es la trivialidad del
incidente lo que provoca la violencia. Entre
más trivial sea la causa de la vergüenza, más
intenso es el sentimiento de vergüenza.
Cualquiera ha experimentado insultos
“triviales” que causan irritación. Un niño es
molestado por la dificultad de pronunciar
ciertas palabras, o cuando a una profesional
se le pide hacer el café. Si estos pequeños
incidentes irritan a las personas con poder,
prestigio y status, imagine sus efectos en la
gente que no tiene estas ventajas20 . Es difícil
para muchos de nosotros abandonar nuestra
forma moral y legal de entender la violencia,
abandonar nuestro hábito de asumir que la
pregunta más importante que vale la pena
preguntar acerca de la violencia es si está o
no justificada –en otras palabras, si la “causa”
tiene suficiente magnitud para excusar, o por
lo menos mitigar, la culpabilidad moral/legal
de las personas.
Es precisamente porque los incidentes
que causan la humillación son típicamente
tan “triviales” o “leves”, y entonces le dejan
a uno tan humillados de estar humillado de
estos, que dejan a las personas sintiéndose
tan leves, triviales, tan sin importancia; como
bien sabe, mejor que nadie, la persona
sensible a la humillación, sólo una persona
sin importancia y despreciada sería vulnerable
a un desprecio sin importancia. Y de hecho
la mayoría de las personas no están
abrumados por su humillación en estos
incidentes, hasta el punto de convertirse en
violentos; es precisamente por esto que es
tan impresionante e inesperado cuando
sucede –puesto que de hecho cualquiera
experimenta desprecios en mayor o menor
grado de gravedad, inevitablemente, como
parte de su vida; todos sabemos esto, y sólo
una minoría ataca o mata a otros por esto.
Hay otras razones de por qué un
aparente u objetivamente trivial incidente
podría tener el poder para precipitar un acto
de violencia que está fuera de toda proporción
en sus efectos, de lo que aparentemente lo
causa. Yo estaría de acuerdo que estas otras
explicaciones son válidas, y argumentaría que
ellos no invalidan, y no son mutuamente
exclusivos con el análisis que acabo de
ofrecer.
Por ejemplo, el incidente detonante –el
evento trivial que provoca un acto violento-
podría ser el equivalente de la “última paja”
que rompe la espalda del camello. En esta
interpretación, el detonante final es
solamente, en el sentido más trivial, la
“causa” de la violencia; la causa más lejana
 Para una teoría de la violencia
y más profunda era el estrés que ya se había
puesto sobre la espalda del camello. Uno
puede pensar que el incidente trivial precipitó
la violencia como si fuera nada más la
pequeña flamita que incendia la lata de
gasolina, el fósforo que es lanzado en el barril
de pólvora. Y estoy de acuerdo que analogías
de este tipo también tienen su lugar en la
descripción total de los eventos que llevan
hacia un acto violento. Como Shervert
Frazier21 lo expone, el asesinato no es más
que un proceso, el “evento” que llamamos
asesinato es sólo un punto en ese proceso.
La mayoría de las personas no responden a
humillaciones triviales o avergonzamientos
con rabia explosiva. Así que por supuesto,
las personas que respondan de esa manera
deben ser “preparados” en cierto sentido, o
¿por qué serían hipersensibles a las
experiencias a las que las personas promedio
no responden con la violencia?
Pero lo que quiero decir es que los
eventos que son ulteriormente triviales para
cualquier punto de vista legal o moral pueden
ser de gran importancia o significado desde
una perspectiva médica o psicológica –
literalmente, de vida o muerte- porque ese
es precisamente su significado. Ellos
determinan la diferencia entre la vida y la
muerte para millones de seres humanos. El
poder de la humillación es inversamente
proporcional a la magnitud de la causa
precipitante; entre más trivial sea la causa
del sentimiento de humillación, más
vergonzoso se vuelve el saber que es por
eso que uno se siente avergonzado.
La teoría de gérmenes para las
enfermedades puede ayudarnos aquí.
Sabemos que entre más pequeños sean los
patógenos que nos atacan, más peligros y
mortales, y más difíciles de eliminar. Pero
cuando Pasteur propuso que
microorganismos tan pequeños que no
podían ser vistos con el ojo humano podrían
31
matar a los humanos, que son
incomparablemente más grandes y fuertes,
la idea parecía violar cualquier canon de
sentido común. Y lo que ha sido descubierto
una y otra vez en el curso de nuestra
evolución es que es relativamente fácil
defendernos contra animales de presa
grandes como los leones y tigres; y que los
parásitos más grandes como las lombrices
no matan a tantos de nosotros como aquellos
más pequeños que no pueden verse sin el
microscopio. Pero los organismos más
pequeños son aún más peligrosos, la bacteria
que causa plagas como la peste negra, y la
incluso más mortal muerte blanca, la
tuberculosis. Y encontramos formas efectivas
para protegernos de los organismos
microscópicos, comparados con aquellos más
pequeños, los virus, como el mundialmente
epidémico VIH que causa el SIDA, nos lo
demuestra.
Todavía el reto más mortífero y mucho
más duro de enfrentar son los pequeños
cambios que ocurren ultramicroscópicamente
en las dobles hélices de los ácidos nucleicos
intracelulares que producen el cáncer, el
envejecimiento, y las enfermedades
degenerativas de todo tipo. Pero aún más
enormes en tamaño comparados con los
retos de muerte, es que uno de los más
peligrosos no sólo para los humanos, sino
para toda la vida orgánica, el más pequeño
átomo del universo, los de helio e hidrógeno,
y sus todavía más diminutas partículas
subatómicas, en su núcleo: El último
mecanismo de las armas atómicas, las
bombas de hidrógeno.
Verdaderamente, las causas más
pequeñas y triviales, son también las más
poderosas, y que producen resultados más
violentos. La gran cadena del ser podría venir
de los átomos de Dios, desde los más
pequeños hasta los más grandes, pero la gran
cadena del No ser, claramente va
exactamente en la dirección opuesta.
32 James Gilligan

Notas
1
Corresponde al capítulo 4 de J. Gilligan, Violence. Reflections on a national epidemic. Vintage,
1996
2
. Tal como lo resume Charles Silbaran, Criminal Violence, Criminal Justice (N.Y.: Random House.
1978), p. 163 citando a James Q. Wilson, Thinking about Crime (N.Y.: Basic Books, 1975), p. xv:
La lección que Wilson extrae es que si nuestro objetivo es reducir el crimen, debemos
olvidarnos de las medidas diseñadas para eliminar sus causas subyacentes. “Todavía no
he visto una ‘raíz’”…escribe Wilson. Más importante, “la demanda de soluciones causales
es, intencionadamente o no, una manera de retrasar cualquier acción y criticar cualquier
política. Es un impedimento mental que inevitablemente distrae la atención de esas pequeñas
cosas que los gobiernos pueden hacer razonablemente bien y pone la atención en aquellas
cosas que no puede hacer”. Según Wilson, lo que el gobierno puede hacer es reducir el
crimen enviando más convictos a prisión… Lo que el gobierno no puede hacer, según
Wilson, es transformar criminales de clase baja en ciudadanos respetuosos de la ley a
través de medidas para reducir la pobreza y la descriminación.
3
. Carol Smart, “Feminist approaches to criminology or postmodern woman meets atavistic man”.
En Feminist Perspectives in Criminology, eds. Loraine Gelsthorpe and Allison Morris (Milton Keynes:
Open University Press, 1990)
4
. Understanding and Preventing Violence, eds. Albert J. Reiss and Jeffrey A. Roth (Washington,
D.C.: National Academy Press, 1993), pp. 21 y 39.
5
. No he sido capaz de localizar la fuente de esta cita que estoy citando de memoria, pero hay un
pasaje idéntico en la obra de Moliere The Doctor in Spite of Himself (Act II, scene 4), donde Sganarelle,
el héroe epónimo, ha sido convocado para tratar la hija de Geronte que ha enmudecido: “Sganarelle:...
su hija es muda. Geronte: Sí, pero deseo que me diga de donde viene eso. Sganarelle: Nada más fácil:
es por el hecho que ha perdido el habla. Geronte: Muy bien, pero la razón, por favor, por qué ha
perdido el habla. Sganarelle: Los mejores autores le dirán que es la suspensión de la acción de su
lengua”. En Moliere, The Misanthrope and other Plays. Traducido por Donald M. Frame (New York:
New American Library, 1968) p. 112
6
Fyodor Dostoevsky, Notes from Underground (1864). En The Short Novels of Dostoevski (New
York: Dial Press, 1951), p. 148
7
. J. P. Scott, Aggression (Chicago: Univ. of Chicago Press, 1958)
8
. Nota del editor: Presentamos aquí únicamente el planteamiento general de la teoría. Dedicaremos
otro número de la serie Materiales para la Discusión para los puntos que Gilligan plantea aquí,
especialmente el problema de la violencia estructural. Gilligan se refiere al capítulo seis (El Símbolismo
del castigo) y siete (Como incrementar la violencia – y por qué) de su obra.
9
. N.del E.:Gilligan se refiere al capítulo diez (Cultura, Género y violencia: “No somos mujeres”)
10
N. del E.: Epilógo titulado “La civilización y su malestar”
11
N. del E.: capítulo tres: “La acción violenta como lenguaje simbólico: mito, ritual y tragedia”
12
N. del E.: Gilligan está utilizando aquí el término disrespect
13
. N. del E.: Gilligan se refiere al uso de la expresión “he dis´ed me”, para referirse al “he disre-
spected me” en inglés.
14
Julian Pitt-Rivers, “Honor”, International Encyclopedia of Social Science, pp. 503-511, 1968; pp.
503-4
15
. Frantz Fanon, The Wretched of the Earth (1961; New York: Grove Press, 1968), p. 208. [Existe
 Para una teoría de la violencia 33

traducción al español de la obra de Fanon, Los condenados de la tierra.]

16
. Charles Silbaran, Criminal Violence, Criminal Justice (N.Y.: Random House, 1978), p. 85
17
Ibid., pp. 85-86
18
Ibid., pp. 78
19
. El dato estadístico fue encontrado repetida y consistentemente en cada uno de los estudios realizado,
desde el más cuidadoso, detallado y profundo, de ciudad en ciudad, realizado por criminologistas
como Marvin Wolfgang, Patterns in Criminal Homicide (1958; New York: John Wiley &Sons [Sci-
ence Editions], 1966), o el de la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia,
Crimes of violence: A Staff Report Submitted to the National Commission on the Causes &Preven-
tion of Violence, (Washington, D.C., U.S. Govt Printing Office, 1969, Vol. 11, pp. 207-258), hasta las
más generales estadísticas nacionales reportadas por la policía a través del país al FBI y publicadas
cada año en su Uniform Crime Reports.
La National Commission sintetiza sí sus descubrimientos:
“En los asesinatos de pareja, la mitad de los ofensores la mitad eran maridos y la otra
mitad, esposas” (p. 218)
“... mientras nuestros datos reflejan una muestra de 10% en todos los asesinatos en las
grandes ciudades en 1967, el F.B.I. tabuló la misma información para todos los homicidios
criminales de 1967. Los resultados fueronn los mismos. El F.B.I. encontró que en un 45%
de todos los casos, las esposas eran las ofensoras y el 55% los maridos eran los ofensores.
Los datos son consistentes con aquellos encontrados por Wolfgang: en un 53% de todos los
asesinatos entre pareja en Filadelfia, el marido fue el ofensor y en un 47% la esposa lo
había sido…” (Pie de página 50, p. 248).
20
Una autora muy perceptiva en este punto de la humillación (aunque no discute su relevancia respecto
la violencia) es Helen Merrel Lynd en su libro On Shame and the Search for Identity (New York:
Harcourt, Brace, 1958). Como ella escribe, “es peculiarmente característico de estas situaciones…
que humillan que son frecuentemente ocasionadas por cuestiones que parecen incidentes “ridículos”.
Un incidente ostensiblemente trivial ha precipitado una emoción intensa” (p. 40). Agregaría que esto
tiene sentido completo si recordamos que la humillación es precisamente el sentimiento que uno es,
sea potencial o realmente ridículo (a los ojos de uno mismo o de otros), ridiculizado, pequeño (i.e. sin
importancia, trivial, débil) o empequeñecido (por otros). En otras palabras, entre más pequeño se
sienta ser uno mismo, más fácilmente se siente que los demás lo empequeñecen. Así,
Lo que ha ocurrido es inocuo en sí mismo y sin resultado maligno alguno. Es la mera
trivialidad de la causa- … una falta de etiqueta o compostura en la mesa… una muestra de
humor en un mal momento… una palabra mal dicha… -lo que ayuda a dar a la humillación
su carácter insostenible (p. 40).
En razón de la ocasión pequeña y superficial que ha precipitado la humillación, la emoción
intensa parece inapropiada, incongruente, desproporcionada respecto al incidente que la
provoca. De ahí que una doble humillación está involucrada: nos humillamos en razón del
episodio y nos humillamos porque nos sentimos humillados profundamente de algo tan
minúsculo que una persona sensible no pondría atención a ello (p. 42).
Tolstoy y Dostoevsky reconocieron también el mismo hecho psicológico y lo ilustraron
repetidamente. En Anna Karenina, por ejemplo, Tolstoy cuenta de Levin: “Había en su pasado, como
en todo hombre, acciones reconocidas por el como malas, acciones por las que su conciencia le
atormentaba; pero la memoria de estas acciones malas estaba lejos de causarle tanto sufrimiento
como aquellas triviales pero humillantes recuerdos. Estas heridas nunca fueron curadas” (Anna
Karenina, New York: Modern Library, 1953, pp. 178-9, cursivas agregadas). Sólo agregaría que esas
heridas eran tan humillantes precisamente porque eran tan triviales.
21
. Shervert Frazier (en conversación)
34 James Gilligan

Nota sobre el autor

JAMES GILLIGAN, médico psiquiatra, dirigió el Centro para el Estudio de

la Violencia en la Escuela de Medicina de Harvard. Fue anteriormente director
médico del Hospital estatal de Bridgewater para insanos criminales y fue director
de salud mental para el sistema de prisiones de Massachusetts.

Nota sobre el texto

El texto presentado aquí corresponde a los capítulos 4 y 5 de la obra de J.

Gilligan Violence. Reflections on a National Epidemic donde el autor presenta los
elemenos básicos de su teoría sobre el comportamiento violento. MATERIALES
PARA LA DISCUSIÓN publicará en otro número la visión de la violencia estructural
que el autor presenta en su obra. Si bien el autor escribe desde y para el publico
norteamericano, muchos de los elementos presentados, así como el núcleo central
de su teoría, pueden sernos útiles para pensar críticamente sobre la violencia desde
nuestras propias condiciones.
 Para una teoría de la violencia 35

Yek Ineme
Yek Ineme significa en lengua náhuatl está bien y hemos generalizado su
significado a bien-estar para proyectar el estado integral de bienestar que exige la
paz.
La Asociación Bienestar Yek Ineme quiere aportar en el área de Construcción
de Paz y Transformación de Conflictos. Actualmente impulsa una Escuela de
Hacedores de Paz con cursos dirigidos a personal de instituciones interesadas en la
construcción de paz, así como a gente de comunidades. Brinda servicios de asesoría
sobre transformación de conflictos y difunde por diversos medios aportes propios y
de otros sobre la paz, la violencia y los conflictos. La serie Materiales para la
Discusión es un esfuerzo en esta área.

Materiales para la discusión

Números publicados

Adam Curle, El Alcance y los dilemas de los estudios por la paz

Harold Shenk, Un modelo de justicia restaurativa para El Salvador
Riane Eisler, Violencia y Derechos Humanos: uniendo la esfera pública y privada
Argentina Trejo, Construcción de paz y convivencia escolar

Próximos números
Howard Zehr, Elementos de Justicia Restaurativa
James Gilligan, Visión epidemiológica de la violencia estructural
Equipo Yek Ineme, Antología sobre Noviolencia

Otras publicaciones de Yek Ineme

Boletín Yek Ineme n.1, enero-abril, 2001
Construyendo Cultura de Paz, n. 1:
Introducción al análisis y transformación de conflictos
Construyendo Cultura de Paz, n. 2:
Convivencia Humana y construcción de paz
(en prensa)
36 James Gilligan