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Sinopsis
Ava ha sufrido de disfunción sexual durante años. Cansada de no
ser capaz de tener una relación normal con un hombre, se dirige al Dr.
Chase Hudson, un psicólogo y terapeuta sexual.

Cuando se anotó en sus sesiones, no estaba preparada para su


divina apariencia o para la inmediata, intensa y creciente conexión con
él.

Pero a medida que las cosas se calientan... y las líneas


profesionales se vuelven difusas, se ve obligada a enfrentarse a una
pregunta: ¿Qué se supone que haces cuando empiezas a enamorarte de
tu terapeuta?
Antes de las sesiones
—Voy a ver un especialista que usa el sexo como terapia.1 —Ahí
está. Lo dije. En voz alta. Por supuesto, solo para mí y en la privacidad
de mi coche con los cristales subidos. Pero, ehh, cuenta. No es como si
fuera algo que pudiera compartir con mi familia, o mis compañeros de
trabajo, mi compañero de piso o… bueno, todas las personas que tengo
en mi vida. Y no, no entenderían. Escucharían “terapeuta sexual” y
pensarían en “prostituto”. Además, admitirlo significaría que les
confesaría que estoy lidiando con alguna disfunción sexual. Lo cual es
cierto. Completamente. Pero no necesitan saberlo. Sería humillante. Era
lo suficiente malo que lo supieran los chicos con los que he probado tener
cita hasta el día de hoy.

Esto era por mí. Nadie más tenía que saberlo.

Entré en el aparcamiento de tres plantas y estacioné mi coche. Era


temprano. Dijeron que fuera antes porque aparentemente había que
rellenar un cuestionario detallado. Pero estoy más que segura que no
querían decir… una hora y media antes. Sinceramente, tuve que salir de
mi apartamento o no había manera en el infierno que pasara por eso. Así
que, simplemente fui y me senté durante cuarenta y cinco minutos a
volverme loca entre un monovolumen y una furgoneta, en perfecta
reclusión.

Hace seis meses, no tenía ni idea siquiera que existía esta clase de
ayuda para mí. Pensaba que estaba condenada de por vida a incómodas
discusiones con hombres en los que estaba interesada. O, más

1
El término en inglés es "Sex surrogate", un sustituto sexual es un terapeuta que está
entrenado para trabajar con personas que tienen problemas sexuales ya sea por
circunstancias funcionales o emocionales. Este profesional guía al paciente mediante
métodos de relajación, comunicación, masajes, etc, y en sesiones más avanzadas se
realizan ejercicios de caricias, besos y en algunas ocasiones prácticas con penetración
entre terapeuta y paciente.
probablemente, a una vida siendo soltera. Porque, vamos a decirlo
claramente, ¿cuántas veces más puedes esperar sentarte y decirle a
alguien que no te gusta el sexo? Ver esta mirada cruzar sus rostros:
confusión, decepción, orgullo masculino arrogante. Porque cada chico
piensa que él es diferente. Que va a cambiarlo. Que pueden hacer que te
retuerzas, gimas y renuncies a los miedos e inseguridades que te hacen
estar acostada como un jodido pescado muerto, interiorizando un ataque
de pánico porque estás aterrorizada por lo que te harían si los empujas
quitándotelos de encima como quieres.

Nadie lo había cambiado.

Cuatro hombres probados. Y yo estaba tan deprimida.

Se supone que debería estar fuera disfrutando del sexo.


Conectando. Teniendo citas. Aventuras de una noche. Todas esas cosas
que normalmente hace una chica de veintisiete años antes de tener
finalmente algo serio y dejarlo para sentar cabeza a sus treinta. Ya había
perdido tantos años.

Y no es como si no quisiera tener sexo. Definitivamente lo quiero.


Puedo ponerme tan excitada como la chica de al lado solo de pensarlo.
Pero cuando llego a hacerlo y él está ahí y tú estás ahí… y la ropa se tiene
que quitar y necesitas tocar… simplemente me vuelvo loca por dentro. Y
después esto me hace perder el control y luego… sip, pez muerto, alguien
trabajando en mí, cabreado porque no estoy disfrutándolo.

Algo tenía que cambiar.

Especialmente porque… no tengo traumas. No tengo una razón


legítima para estar asustada del sexo. Nunca fui abusada de niña. Nunca
presencié algo retorcido o repugnante. Nunca fui violada o forzada hacer
cosas con las cuales me sintiese incómoda.
No había una buena razón del por qué no podía disfrutar de una
vida sexual sana.

Con excepción de mi propia cabeza estúpida.

Había intentado el camino de la terapia tradicional. En realidad,


había estado con y sin tratamiento para mi ansiedad desde que era una
adolescente. El último terapeuta era una mujer de mediana edad con
llamativos ojos verdes y voz relajante. Con ella, lo saqué todo. Todo sobre
las sórdidas y horribles mentiras de mi búsqueda en tener contacto físico
con hombres. Hizo lo mejor que pudo, bendita por ayudar.

Me dio libros de autoayuda para ayudarme a fortalecer mi


confianza, me habló sobre sexo en una forma tan sincera como le fue
posible para lograr que me sintiera confortable con la idea, esperando
que la acción fuera más fácil para mí después. Pero nop.

Finalmente, frustrada con su incapacidad para ayudar y


lamentándolo por mí en su desapegada manera profesional… me había
mostrado una tarjeta. Era pequeña y blanca con letra negra en relieve.

Dr. Chase Hudson

Psicólogo / Sexólogo / Terapeuta sexual

—Llama a su despacho —instó, asintiendo para énfasis—. Sé que


parece disparatado Ava, pero vale la pena. Has probado todo lo demás.

Después comencé una larga e interminable búsqueda en internet


en los temas de terapia sexual. Una profesión, me di cuenta, dominada
en su mayoría por mujeres. Lo cual, supongo tenía sentido. Los hombres
eran mucho más propensos a sufrir disfunciones sexuales. Pero había
una creciente categoría de profesionales hombres. Era un negocio
legítimo y legal. Podrían hablar conmigo, tocarme, tener sexo conmigo.
Todo era perfectamente seguro y desde el punto de vista legal, aceptable.
Investigué al Dr. Chase Huston, encontrando una asombrosa y
lujosa página web con información sobre sus estudios y certificaciones,
un breve resumen de todos sus servicios y un lugar para concertar una
cita online. Lo cual envió un pequeño arrebato de gratitud a través de mi
cuerpo, porque bueno… no había manera que pudiera concertar aquella
cita por teléfono.

Tuve una llamada de su secretaria el día siguiente, confirmando mi


cita y diciéndome que llegara al menos una media hora antes de mi hora
en la primera visita para que pudiera llenar mi ficha.

Mi alarma sonó a las ocho de la mañana y me arrastré fuera de la


cama, me duché y permanecí de pie delante de mi espejo durante casi
veinte minutos.

No había nada mal conmigo físicamente. Mi rostro es suave,


pómulos ligeros, una nariz recta y bien proporcionada, una barbilla
ligeramente puntiaguda, ojos marrones con pestañas delicadas, un
regordete labio inferior y cabello largo rubio. Si me pillaban en un día
bueno, diría que soy guapetona. No era un buen día.

Mi cuerpo es perfectamente corriente. No muy delgado, pero


tampoco fuerte. Un poco ancha de caderas. Un par de tetas decente. Un
culo que no vive a los estándares de belleza actuales (lo que significaba
que era lo bastante grande para ser visto desde enfrente), pero tampoco
es plano. Me gustan sobre todo mis piernas, supongo. Largas, delgadas,
ligeramente musculosas por todas las sentadillas que he hecho para
intentar conseguir que mi culo sea visto desde enfrente.

Me sequé el cabello, apliqué un poco de delineador de ojos y


bálsamo labial y fui hasta mi armario. Busqué y rebusqué por un atuendo
una eternidad. ¿Qué vestía una exactamente para conocer un hombre al
quien ibas a pagar (tres mil dólares por diez sesiones) para, básicamente,
acostarse contigo? Estaba segura de todas formas que la reunión
introductoria (no incluida en las diez sesiones, por suerte) era solo para
conocerse. No tocar. Nada más que un poco de charla sobre la terapia.
Pero aun así, estaré acostándome con él al final.

Finalmente, me decidí por unos vaqueros leggings y una camiseta


blanca de manga larga y cuello pico. Ceñida. Pero decente. Y cómoda.
Dios sabía que iba a estar lo suficiente incómoda, no necesitaba estar
preocupada sobre exhibir mis bragas cuando cruzaba las piernas con
una falda o tirando hacia arriba mi corpiño porque seguía enseñando
demasiado escote.

Comí una tostada seca de centeno, tomé una taza de café y


comencé a perder el control.

Lo cual me puso en el coche, golpeteando frenéticamente mis dedos


en el volante, intentando escuchar la música en la radio en vez de la voz
en mi cabeza.

Porque en serio, qué situación más jodidamente extraña. Estoy


pagando un psicólogo, no de esos falsos de poca monta que se llaman a
sí mismos psicólogos, sino uno de verdad, para acariciarme y… sí, mi
mente no debía ir ahí. Él iba a hacerme cosas. Porque le di una enorme
parte de mis ahorros para hacerlo. ¿Quién más podía decir esto?

No sabía ni siquiera cómo demonios se veía, por Dios. Podía ser tan
viejo como mi padre con una barriga saliéndole del cinturón y manos
sudorosas. Literalmente. Podía tener este aspecto. No tenía idea. Pero
había pasado mis últimos días intentando convencerme de que esto no
importaba. Lo que importaba era aprender cómo sentirme cómoda en
presencia de un hombre, cómoda con ellos mirándome desnuda,
tocándome. Esto era lo que importaba. Sin importar o no que él tuviera
orejas grandes o tetas de hombre.

No estaba esperando milagros. Tal vez solo algunos avances. Tal


vez solo no… encogerme cuando alguien me tocaba. Tal vez no sentirme
completamente horrorizada de estar desnuda delante de alguien más. No
estaba esperando salir de la consulta siendo una especie de diosa del
sexo. Solo… normal. Solo quería ser normal.

Así que, si esto significaba que tenía que acostarme con algún viejo
de sesenta años con dentadura postiza… que así fuera.

Tomé una profunda inhalación mirando la hora, después agarré mi


bolso y salí del coche. Aún era pronto, pero podía tomarme mi tiempo con
la ficha. Echar un vistazo a la consulta.

Temblé en el aire otoñal, agarrando la puerta de la consulta y


abriéndola. Y di un paso directo a la elegancia. No había ninguna otra
forma para describir la sala de espera de esta consulta. La pared justo
delante, detrás de la blanca mesa de recepción, estaba pintada en negro
con el nombre del médico estampado encima. El resto de las paredes
estaban cubiertas de una especie de paneles blancos, brillantes y con
relieve. El suelo de madera era impoluto y oscuro. Había dos asientos
tapizados en un color agua delante de una mesa baja de café con dos
libros encima.

Aseado, limpio, caro.

Estas fueron las tres palabras que vinieron a mi mente de


inmediato.

La mujer de detrás del escritorio estaba a mediados sus cuarenta,


con un rostro redondo, grandes ojos marrones y su cabello castaño
estaba recogido atrás en su nuca. Levantó la mirada cuando caminé
dentro, una sonrisa amable, sin prejuicios en su rostro.

—¿Señorita Davis? —preguntó, permaneciendo detrás del enorme


escritorio que mantenía su cuerpo escondido de la vista de pecho hacia
abajo.

—S… sí —dije, moviendo mi cabeza ligeramente.


—Justo a tiempo —sonrió, buscando, lo que asumí era mi ficha—.
Estaría sorprendida de cuántas personas se toman el “venir al menos
media hora antes” como “aparecer cinco minutos después de la hora
programada” —se rió.

Caminé hasta el escritorio, tragando el repentino nudo de mi


garganta.

—¿Nerviosa? —preguntó, inclinándose más cerca, como si quisiera


mantenerlo entre nosotras dos, a pesar de que la consulta estaba vacía
con excepción de ella.

Sabía que solo estaba comportándose como una amable


profesional, pero sentí un poco del ajetreo en mi estómago suavizarse.

—Solo lo suficiente para estar preparada para girarme y empujar


la puerta hacia fuera en cualquier momento —admití.

Sonrió, acomodando un montón de papeles en un portapapeles


blanco.

—Entonces escogiste mal los zapatos —dijo con sus ojos radiantes.
Sentí una carcajada elevarse, sacudiendo la cabeza y mirando mis pies,
envueltos en botines beige con tacones de aguja de siete centímetros—.
No te preocupes —dijo, poniendo una mano encima de los papeles— todo
el mundo está siempre nervioso. Es totalmente normal.

Asentí.

—Así que, solo… ¿relleno todo esto?

—Sí —dijo alejándose de mí. De nuevo en modo profesional—.


Algunas son preguntas médicas básicas. Preguntas de salud mental. Y
después las ultimas pocas páginas son un cuestionario detalladamente
sexual. Lo sellas todo en aquel sobre de atrás —dijo, pasando las
páginas—. Nadie más aparte del Dr. Hudson va a estar al tanto de esta
información.

Gracias a Dios.

—Muy bien —dije forzando una sonrisa insegura—. Gracias.

Caminé hasta una silla, sentándome e intentando obligarme a


atravesar las páginas antes de verme demasiado envuelta en la
incomodidad de la situación. Era bueno tener algo en lo cual enfocarse.

Esto fue hasta que llegué al cuestionario sexual.

Empezaba bastante aburrido, preguntando sobre mi educación.


Qué (si se diera el caso) me habían enseñado sobre sexo. Si había pillado
alguna vez a adultos envueltos en actividades sexuales. Si es así,
¿cuáles? Después, cuántas parejas sexuales había tenido. Qué tipo de
actos había practicado. Cuál era mi nivel de comodidad con cada uno de
los actos en una escala de uno a diez.

Me imaginé que pondría un cuatro para cada uno, a pesar de que


estaba bastante segura de que era más probable un uno o dos. Una
pequeña mentira no haría daño a nadie.

Tomé una respiración profunda, firmando al final de la página, la


sellé, después se la entregué a la recepcionista.

Volví a mi silla con mi corazón martilleando en mi pecho, mis


manos poniéndose sudorosas.

Fui salvada de mi desgracia unos cortos cinco minutos más tarde.

—Señorita Davis —llamó la recepcionista haciéndome saltar,


después rápidamente me puse de pie. Sonrió dulcemente, moviéndose
hacia mí con una mano extendida, pero manteniendo la distancia—. Al
Dr. Hudson le gustaría que esperara en su despacho, póngase cómoda
por un rato, mientras echa una mirada a sus papeles —explicó,
conduciéndome hacia una puerta al final de la larga sala de espera—
después estará ahí para verla.

Abrió la puerta, permaneciendo fuera, haciendo obvio que no iba a


entrar.

—Gracias —dije, pasando cuatro pasos más allá del umbral.

La puerta se cerró en silencio detrás de mí, el sonido haciendo eco


en un lugar de mi mente que gritaba:

Esto es todo. No hay vuelta atrás.


Sesión introductoria
Su despacho estaba en completo contraste con la sala de espera.
Mientras que la sala de espera era nítida e impoluta, casi femenina, su
despacho era todo masculino. La pared justo en frente de la puerta tenía
ventanas cubiertas con cortinas pesadas y un sofá de cuero marrón
situado delante de ellas. A la izquierda había una estantería de libros del
suelo al techo con un escritorio de madera maciza delante de ella. Libros
caídos en los estantes, por su peso me imaginé, de procedencia
psicológica. O sexual, pensé con un extraño ataque de risa. A la izquierda
había una pequeña zona intima para sentarse. Había otro sofá marrón,
este de una suave tela de ante, con dos mesitas con lámparas y un sillón
enfrente de esto, en ángulo. Los cuatro títulos del Dr. Hudson y
certificaciones estaban expuestos encima del sofá.

Las paredes eran de un color verde profundo, el suelo del mismo


color oscuro como la sala de espera. Había unos pocos cuadros, uno en
cada lado de la puerta. Uno en blanco y negro de una mujer y un hombre,
medio en sombra, con los bordes de sus cabezas transformándose en
pájaros. El otro también en blanco y negro, el mismo hombre y mujer,
aun en sombra, abrazándose.

Me alejé de ellos, caminando por la habitación que era nada de lo


que había esperado. Supongo que tal vez, una parte de mí había estado
esperando, bueno, una cama. Negué, caminando hacia el sofá de ante,
situado ligeramente en un pequeño rincón. Me senté, colocando mis
manos en los cojines a mi lado. Para tranquilizarme, para detener mis
manos de sudar.

Había un reloj encima de la puerta y permanecí ahí mirándolo, el


tiempo pasando lento. Aun sin señal del buen doctor. Música comenzó a
llegar por algunos altavoces escondidos, la canción lenta y del tipo blues.
Calmante. La temperatura cambiando, cálida y reconfortante.

Estaba casi al punto donde no creía que estuviera a punto de


vomitar por todo su perfecto despacho, cuando la puerta se abrió
lentamente.

Y entró él.

Y…

Oh, Dios mío.

Así que, sip, no era de mediana edad. Nada colgaba por encima de
su cinturón. Sin tetas. Ni manos grasientas u orejas de elefante. No. Esto
era de alguna manera casi peor.

Era un maldito monumento a la perfección masculina.

Su cabello era negro, largo pero peinado hacia atrás. Fuertes cejas
oscuras sobre sus sorprendentes ojos azules. Una mandíbula afilada con
el más ligero rastro de barba oscura. Su cuerpo era alto. Delgado, con
hombros anchos, fornido. Viéndose increíblemente bien bajo su chaqueta
de traje negra y camisa blanca con los primeros dos botones
desabrochados, casual pero profesional.

Era impresionante.

Y yo iba a tener sexo con él.

Jesucristo.

—Señorita Davis —dijo levantando la mirada de los papeles en sus


manos, casi como una ocurrencia.
Sus ojos en mí se sintieron como una invasión. Como si lo supiera
todo. Porque, me recordé a mí misma, él lo sabía todo. Garabateaba con
cuidado en las páginas en sus manos.

Sus cejas estaban fruncidas en confusión, como si estuviera


tratando de averiguar algo.

—Dr. Hudson —dije, tragando fuerte y moviéndome para ponerme


de pie.

—Chase —corrigió, sacudiendo su cabeza una vez—. No te levantes


—dijo levantando una mano y caminando hacia mí.

Su solidez parecía sobrepasar el íntimo espacio para sentarse,


haciendo que me metiera en los cojines de detrás para darme el espacio
para respirar que sentía que me había sido quitado. Su cabeza se inclinó
ligeramente a un lado, mirándome mientras ponía los papeles en la
mesita más cercana y tomaba asiento enfrente de mí—. ¿Puedo llamarte
Ava? —preguntó sentándose hacia atrás en la silla viéndose
completamente cómodo. Como si lo hubiese hecho mil veces antes. Lo
cual, bueno, tal vez lo había hecho. Oh Dios. ¿Se había acostado con
tantas clientas? Tal vez esta no era tan buena idea después de todo…
quizás…

—Ava —dijo, un poco firme, provocando que mi mirada saltara


hacia él.

—Lo siento —me apresuré, sacudiendo la cabeza—. Solo que…

—Estás nerviosa —dijo, encogiendo un hombro.

—Sí. —No tienes ni puta idea.

—Solo vamos a hablar —dijo, su voz demasiado profunda para


sonar reconfortante, pero de alguna manera igual lo hizo—. Piensa en
esto como en cualquier sesión de terapia normal, ¿vale?
—Vale —dije, tomando aliento y dejándolo salir lentamente. Podía
hacer esto. Tenía un montón de práctica en esto.

—Tu historial médico dice que empezaste terapia cuando tenías


quince por problemas de ansiedad.

—Sí.

—Y ahora tienes…

—Veintisiete —añadí automáticamente.

—¿Algún éxito con el tratamiento?

Una pequeña risa, medio resoplido, se me escapó, estirando mi


mano para pasarla por mi cabello.

—Sí y no. Cada vez que supero una cosa que me pone ansiosa…

—Una nueva ansiedad se desarrolla —respondió.

—Sip.

—Eso debe ser muy frustrante.

—No tienes ni idea.

No había dejado de mirarme. Literalmente. Sus ojos estaban…


solo…en mí. Desde el segundo que había entrado por la puerta. ¿Por qué
simplemente no alejaba la mirada?

—¿Cuáles son tus problemas de ansiedad actuales?

Iba a acostarme con este hombre, ¿qué importaba si sabía todas


las cosas raras que me daban importantes ataques de pánico?

Traté de sostener su mirada y fallé, bajándola en cambio a sus


manos. Fuerte y amplias. Cualificadas. En qué, no estaba segura.
—Tengo problemas sintiéndome atrapada. Por lo que trabajar
puede ser un problema. Cuando alguien más me lleva en coche, en
especial los transportes públicos. Hablar en público. Y…

Ni siquiera podía pronunciarlo. ¿Cómo demonios iba siquiera a


funcionar si no podía…?

—Y el sexo —terminó, provocando que mi cabeza saltara con los


ojos amplios.

Sentí un sonrojo trepar en mi pecho.

—Sí.

—Bien —dijo con normalidad. Como si era la cosa más normal del
mundo—. He leído en tu historial que ni siquiera recuerdas no tener una
fobia con el sexo.

—Correcto.

—Pero has intentado acomodarte con esto

Reí nerviosa, encogiéndome de hombros.

—Terapia de exposición —sugerí y me sorprendió riendo, un fuerte,


resonante sonido que reverberaba en algún lugar profundo en mi pecho
y vientre.

—Sin embargo, sin ningún éxito.

—Ninguno.

—Aun así seguiste intentando.

Bajé la mirada a mis manos, pálidas y delgadas.

—Sí. —Cuatro veces. Más que suficientes para comenzar a odiarme


un poco más. Y para no ser capaz siquiera de besar a alguien.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Mi cabeza se disparó hacia arriba, mis cejas se juntaron. ¿Hablaba


en serio? ¿No era obvio porque estaba ahí? Quiero decir, en serio.

—Soy… frígida.

—¿Lo eres? —preguntó, inclinándose hacia delante y apoyando un


codo en su rodilla, de una manera muy cercana. Tomando todo mi
espacio—. Ser frígida implica la ausencia de interés en el sexo y una falta
de fantasías sexuales.

—Oh —resoplé la palabra.

—Viendo que estás aquí —continuó, sus labios retorciéndose


ligeramente, pero sin romper en una sonrisa. Pareciendo siempre una
línea firme. Lo cual creo que prefería. No estaba segura de si podía
soportar su sonrisa—, yo no te llamaría frígida.

—Vale.

—¿Tienes fantasías sexuales, Ava?

Santa mierda.

Esta pregunta con mi nombre como un secreto en sus labios, envió


un inesperado hormigueo de deseo entre mis muslos. Mis ojos se
centraron en el reloj de su muñeca.

—Sí.

—¿Te excitas?

¿Quieres decir al igual que ahora en este segundo? Nooo. Para


nada.

—Sí.
—Bien —dijo—. Ava, ¿puedes mirarme?

Uh. No. No creo. Pero mis ojos se movieron lentamente hacia arriba
de todas formas.

—Ahí estas —dijo con una sonrisa levantando sus labios—. Es


bueno si te excitas. Este proceso va ser mucho más fácil. Ahora, estoy
seguro que has echado una mirada a mi página web, pero te gustaría una
información un poco más detallada sobre cómo funciona esto.

—Claro.

—Hoy hablamos —empezó automáticamente—. Si todo va bien y


estás lo suficiente cómoda con la situación, vamos a concertar las fechas
para las siguientes diez sesiones. Cada sesión va aumentar lentamente
en intimidad. Si las cosas van como lo previsto, el sexo va pasar más o
menos alrededor de la sexta sesión.

Seis. Tenía seis sesiones sin sexo. Bueno, esto estaba bien. Tragué
fuerte.

—Está bien. Entonces, que… ¿de qué serán las primeras cinco
sesiones?

Me dio una pequeña y alentadora (creo) sonrisa.

—La primera es solo para ponerse cómoda con el contacto. Como


mucho, nos besaremos. A partir de ahí, la siguiente incluirá desnudarse.
Aprender a estar cómoda con tu propia desnudez, así como… la de
alguien más…

Suya. Su desnudez. Oh, Jesús. Él desnudo… mirándome…


desnudo.

—Ava —interrumpió, con voz firme—. No vayas ahí —dijo leyendo


mi mente. Su mano se movió pasando encima de mi rodilla, sólida y
fuerte. Completamente desconcertante, pero de alguna manera
reconfortante al mismo tiempo—. La ansiedad no existe en este momento.
Solo en el pasado y en el futuro. Así que, vamos a no pensar en estas
cosas, ¿vale? Solo vive este momento.

El momento. Con su mano en mi rodilla. Aún no se había movido.


Solo estaba sentado ahí, con el brazo estirado, sin duda más que cómodo,
con su mano en mi rodilla.

—Este momento te hace sentir incómoda, ¿verdad? —preguntó, su


mano apretando mi rodilla.

—Sí —admití alejando mi mirada de su mano y volviendo a su


rostro.

—Pero no lo suficiente para empujarla —observó.

—Aún no —dije y él se rio, quitando su mano, mi rodilla sintiéndose


casi rara sin el contacto.

—El propósito de esto es obligarte a salir de tu zona de confort. Es


importante que no me empujes con la primera punzada de ansiedad.
Estoy seguro que has aprendido en tu anteriores terapias que la ansiedad
en realidad solo puede ser tratada con exposición a lo que te provoca
ansiedad.

—Correcto.

—Así que, si un beso te pone ansiosa…

—Tengo que dejar que me beses.

Sus ojos se oscurecieron por un segundo, solo un rápido destello


que rápidamente desapareció.

—Exactamente. —Estuvo de acuerdo, sentándose hacia atrás en la


silla—. Solo aléjate o empújame si no puedes calmarte. Si no puedes
soportarlo más. Dicho esto, voy a estar comunicándome contigo todo el
tiempo, tratando de trabajar para disipar el miedo antes de volverse
abrumador. La idea es que llegues al punto donde puedas disfrutar de
ser tocada.

Por él.

Iba a ser tocada por su forma ridículamente sexy de metro ochenta,


cabello oscuro y ojos azules. Mientras me estaba hablando de aquella
manera profunda, baja y confiada que hacía que mi piel hormigueara. Lo
cual… era bueno. Esto era bueno. Pero la excitación inicial siempre había
sido fácil para mí. Mientras me… excitara fuera de mi espacio personal.

—Eres una mujer muy hermosa —dijo, sacudiendo a través de mi


oleada interna de pensamientos.

—¿Perdona? —pregunté, segura que había entendido mal.

—He dicho que eres una mujer muy hermosa.

Oh, por la salud del Cristo.

Sentí mariposas en el estómago, seguida inmediatamente por una


extraña espiral, mi mirada cayendo en mi regazo mientras mis mejillas
empezaron a sonrojarse. Era una mierda en recibir piropos. Desde que
recuerdo.

—¿Los piropos te hacen sentir incómoda? —preguntó y supe que


me estaba mirando. Siempre jodidamente mirándome.

—Sí.

—¿Por qué? —Ahora, esa era una pregunta cargada—. ¿Porque no


los crees aquí? —preguntó, golpeando con un dedo su cabeza.

—Sí.
—Ava —dijo aquel mismo sonido firme aunque rogante que había
aprendido a interpretar como mírame. Suspiré, levantando la mirada—.
No hago cumplidos a las mujeres por diversión. Si te digo algo, es en
serio. Es una observación. Eres una mujer hermosa. Y ya está.

—Vale —dije, esperando sonar como si estuviera de acuerdo.

Sus labios se curvaron hacia arriba, transformándose en lo que


solo podía llamar una sonrisa de superioridad.

—Ava, ¿cuál crees que es el principal motivo por el cual los


hombres hacen cumplidos a una mujer? —Hizo una pausa como si fuera
a dejarme contestar pero no lo hizo—. Para llevar a las mujeres a la cama
—terminó por mí. Se inclinó hacia delante, esta sonrisa más amplia, casi
traviesa—. Estás aquí para ir a la cama conmigo. Con el tiempo. ¿De
verdad crees que necesito hacerte cumplidos?

Tenía razón.

—Supongo que no.

—Exacto. Así que, eres hermosa. Es un hecho biológico. —Muy


bien. Así que en realidad no significa nada. Todo el mundo encuentra
atractivas a diferentes personas. Por lo que sabía, podría odiar a las
rubias. Y los ojos marrones y los culos que no se veían desde el frente—.
Y —cortó mi pequeña diatriba insegura—, te encuentro increíblemente
atractiva.

Oh, señor.

Sintiendo que necesitaba decir algo, murmuré:

—Gracias.

A lo cual se rió.

—¿Me encuentras atractivo?


—Creo que el continente americano entero te encontraría atractivo
—dije, eludiendo la respuesta. Era una habilidad que había aprendido en
etapas tempranas, responder, pero sin incluirme en la respuesta.

—Maravilloso —dijo, inclinándose hacia mí— pero no le estaba


preguntando al continente americano entero, te estaba preguntando a ti.

Hijo de puta.

Desvié mi mirada lentamente, mirando al borde de su oreja:

—Sí.

—Muy bien. —Se levantó de su silla de repente, alejándose de la


esquina y haciendo al aire sentirse mucho más fino, más fácil de
respirar—. Entonces, te veré… el martes para nuestra primera sesión.

Era una pregunta pero también una afirmación. Como si no


hubiera duda en su cabeza de que estaría de acuerdo.

Y demonios, estaba profundamente metida en esto. Podía muy bien


seguir.

—Vale.

—Muy bien —declaró, abriendo la puerta hacia la sala de espera y


permaneciendo ahí, esperándome que pasara—. ¿De siete a nueve está
bien para ti?

Extrañas horas. Pero supongo que no era fácil entrar de ánimo para
pagar a un extraño para que te tocara a las ocho cuarenta de la mañana.

—Sí —estuve de acuerdo, moviéndome en el umbral.

Su mano apretó fuerte en mi espalda baja, guiándome, después


cayendo mientras caminaba para permanecer de pie al lado del escritorio
de la recepción.
—Te veo entonces Ava.

Tenía que dejar de decir mi nombre.

No podía pensar claro.

—Vale —dije caminando aturdida hacia la puerta.


Después de la sesión
Vale. Así que tal vez corrí hasta mi coche. Literalmente. Corrí. En
tacones. Después me metí en el asiento, di la vuelta y comencé mi camino
a casa. Porque, bueno, podía usar eso para centrarme.

Esto no era lo que me había esperado.

Bueno, quiero decir que lo fue. Era lo suficientemente vergonzoso


e incómodo. Pero también estaba esa cosa rara de “te encuentro atractiva,
¿tú me encuentras atractivo?”. ¿Qué significaba eso? Si él no me
encontraba atractiva, ¿haría una diferencia? No podía imaginarme que
todas sus clientas tuvieran buen aspecto. Lo cual debe haber hecho
durante mucho tiempo seleccionando carretes en su cabeza para
conseguir, eh, hacerlas mojarse.

¿Y era atractivo? ¿En serio? ¿Alguna mujer respondería a esto con


un “eh, he visto mejores”? Porque estaba muy segura que yo no. Era como
un modelo andante para un catálogo de trajes. Y esos ojos…

Vale. Basta con eso.

Si me concentraba en lo guapo que era, solo me pondría más


nerviosa. Porque, aparentemente, solo tenía una sesión más antes de
estar desnuda con él.

Suspiré, abriendo la puerta de mi apartamento y entrando.

—¿Todavía eres frígida?

—¿Qué? —pregunté, mi corazón saliéndose por mi garganta.

—Has dejado tu portátil encendido —dijo Jake, mi insoportable


compañero de piso, caminando en el salón con un bol de cereales,
vistiendo nada más que un par de pantalones gris de chándal colgando
por debajo de sus caderas. Jake era extremadamente guapo. Y
completamente consciente de eso.

Tenía un poco más de un metro ochenta con cabello rubio, más


largo en la parte alta de la cabeza y echado para atrás de su frente, ojos
verdes brillantes y piel dorada sobre un cuerpo que pasaba horas
entrenando en el gimnasio.

También era un idiota.

—Así que, pensaste que eso significaba que podías simplemente…


¿mirar en mi historial de búsqueda? —pregunté, cerrando de golpe la
puerta y dejando caer las llaves en la mesa.

—El plan no era ese —dijo, dejándose caer en el sofá y mirando la


tele.

—Entonces, ¿cuál era el plan? —inquirí pateando los zapatos al


medio del salón.

—Tenías esa pantalla grande —dijo girándose hacia mí con una


sonrisa en la cual no confiaba—. Estoy cansado de mirar porno en mi
móvil.

—Oh, asqueroso.

—Bueno, algunos de nosotros tenemos deseos sexuales.

—Eres un jodido imbécil —gruñí, agarrando la caja de cereales de


la encimera de cocina y poniéndola de nuevo en el armario.

No sé porque vivía con él. Era un cerdo. Insensible. Tenía fiestas


salvajes en medio de la semana. Trajo un sinfín de mujeres a casa,
yéndose temprano al gimnasio y dejándome para lidiar con ellas. Dios,
no podía contar cuántas de esas incómodas charlas matutinas había
tenido. Las conversaciones del tipo “es un imbécil y puedes tener algo
mejor”.

El hecho era que esta era una ciudad bastante cara. Y mi trabajo
no pagaba muy bien. Sola con mi sueldo, tendría que vivir en una de las
zonas de mierda, preocupándome por todos los personajes de mala pinta
con los que compartiría edificio. Así que, desafortunadamente, mi única
opción era encontrar una persona para compartir el piso para vivir en
una zona mejor.

Por lo que toleraba a Jake. Como ya lo había hecho durante dos


años y medio.

—Oye —dijo viniendo detrás de mí inesperadamente, poniendo su


pastoso cereal a mi lado en la encimera.

—¿Qué? —dije mirando fuera por la ventana por encima del


fregadero, preparándome por la siguiente cosa insensible que saliera de
su boca.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Sorprendida, me giré, juntando mis cejas.

—¿Qué?

—¿Por qué no me has dicho que tienes… problemas con eso?

—¿Por qué lo haría?

—Ah, querida, esto duele —dijo poniendo una mano encima del
corazón—. Creí que éramos bastante cercanos. He comprado tus jodidos
tampones, por Dios.

—No es algo de lo que me gusta hablar —dije encogiendo un


hombro. Aunque tenía que admitir que era bonito que alguien supiera.
Alguien que había visto la imagen completa.
Se estaba poniendo bastante irritante ir a las cenas familiares y ser
motivo de burla incansablemente sobre estar siempre sola. Sobre lo
mucho que mi madre quería nietos. Mis compañeros poniéndose
incómodos cuando hablaban de sus escapadas sexuales y yo nunca tenía
nada que contar.

—Cristo, me siento como un imbécil, Ava —dijo, retrocediendo y


apoyándose contra la isla de la cocina—. ¿Cuántas veces te he criticado
sobre necesitar un polvo? Si hubiera sabido que tenías… problemas…

—Hubieras seguido burlándote de mí —dije sonriendo ligeramente.


Puede que se haya sentido como un canalla, pero el hecho que importaba
era que… solo era su personalidad. Siempre había dicho mierdas que le
metía en problemas. Tirando los tejos a mujeres delante de sus hombres.
Contando gilipolleces en el gimnasio sobre los que tenían que compensar
algo. Parecía tener una habilidad innata para saber qué botones pulsar…
y después sacarlos de quicio.

—Si, tal vez —sonrió como un niño encantador—, pero me habría


sentido mal después.

—Eres un príncipe —dije poniendo los ojos en blanco.

—Entonces, ¿cómo ha ido? —preguntó, poniendo sus manos en el


borde de la encimera de detrás de él, completamente cómodo de su media
desnudez. Siempre lo había estado. Por lo cual, no podía culparlo. Lucía
como si estuviera esculpido.

—¿De verdad vamos a hablar sobre esto? —pregunté moviendo mi


cabeza hacia el bol de cereal que seguramente iba a dejar pudrirse ahí en
la encimera.

—Solo si no quieres que te moleste constantemente con ello.

—Bien —dije volviéndome para tirar la leche en el desagüe y dejar


caer los restos de cereal en la basura—. Fue raro. Incómodo.
—Bueno, quiero decir… vas a follarte al tipo. Así que… sí. —
Permaneció callado mientras yo lavaba el bol y la cuchara, colocándolos
en el escurridor—. ¿Tenía aspecto medio decente? Por favor, no me digas
que vas a follarte a un viejo gordo.

—Probablemente es el tipo más guapo que he visto alguna vez —


admití.

—Oye —refutó Jake, entornando la mirada.

—Aparte de ti —me reí.

—Ahora mejor —sonrió y pude ver porque tantas mujeres lo


seguían a ciegas a casa—. Así que, te puso las bragas mojadas, ¿eh?

—¿Qué? No —chillé, demasiado fuerte, demasiado rápido. Un


sonrojo apareció en mis mejillas y Jake echó su cabeza atrás riendo.

—Eres adorable cuando te pones toda excitada por tu nuevo doctor


sexy.

—Oh, Dios mío. Cállate —dije rozándolo al pasar.

Su brazo se movió rápido, agarrando mi bíceps y manteniéndome


en el sitio hasta que lo miré.

—Solo estaba bromeando —dijo encogiéndose de hombros—. Me


alegro que estés consiguiendo ayuda. Y si necesitas hablar sobre sexo,
bueno —dijo sonriendo diabólico otra vez— soy un experto también.

Me reí.

—¿Ah sí? ¿Qué títulos tienes?

—Nena, me he graduado como el primero de la clase en Coñología


en Follando 1.
Me reí a carcajadas moviendo la cabeza.

—Eres tan idiota.

—En serio —dijo dejando mi brazo— si tienes alguna pregunta o


quieres hablar sobre esto… sé que no tienes a nadie para hablar.

—No necesito un oyente de penas —dije enderezando la espalda.

—No es de pena. Es interés. Demonios, tal vez debería conseguir


un trabajo como terapeuta sexual…

—Se saca buen dinero —dije empezando a caminar hacia mi


habitación.

—¿Cuánto dinero? —preguntó abriendo la puerta abierta mientras


yo iba hacia mi armario.

—Tres de los grandes por diez, bueno, en realidad once sesiones.

—¿Le estas pagando tres k2 a este hijo de puta para que te enseñe
como tener sexo?

—No exactamente —gruñí estirándome por un par de pantalones


anchos de chándal y una camiseta holgada.

—Ava, yo follo por la mitad de eso —se rió.

—Eso es encantador —resoplé agarrando mi toalla de detrás de la


puerta.

—Tengo referencias —dijo siguiéndome al baño.

—He conocido todas tus llamadas referencias —reí por encima de


mi hombro, poniendo la ropa encima de cesto de ropa.

2
La k es una abreviatura y deriva de la palabra griega χιλιοι que significa "mil".
—Sí, así que ya sabes —se rió. Fui a cerrar la puerta pero la agarró
y la mantuvo abierta—. En serio, si no puedes hacer eso con él, estoy
aquí por si necesitas alguien que conoces y en el que confías… para
experimentar.

—¿Quién dice que confío en ti? —me burlé arqueando una ceja,
intentando cerrar la puerta.

—Ay —dijo aun sonriendo—. Solo… tenlo en cuenta. —De repente


dejando la puerta y haciéndome caer con ella mientras se cerraba de
golpe.

Vale.

Día raro.

Me desnudé dejando correr el agua caliente y entrando en la ducha.


Ya me había duchado, pero a veces simplemente tenía la necesidad de
estar bajo el agua para calmarme, aclarar mi mente, poner en orden en
mis pensamientos, tener conversaciones imaginarias con situaciones
hipotéticas que probablemente nunca ocurrirían. Ya sabes, cosas
normales.

Así que, no solo que tenía cosas sobre el Dr. Chase en las cuales
pensar, tenía que considerar lo que sea que acababa de pasar con Jake.
Quiero decir… ¿Qué coño fue eso? Jamás ni una sola vez había siquiera
llegado a insinuar que se acostaría conmigo. Si lo hubiese hecho,
probablemente hubiera tenido fuera su culo hace tiempo. Era mi nombre
el que estaba en el contrato de alquiler después de todo.

Pero su oferta era casi… dulce.

Jesús. ¿Acababa de decir que algo, literalmente algo, relacionado


con Jake Summer era… dulce? Ese era el tipo que una vez me había
dicho que el vestido que había elegido para llevar a una fiesta de Año
Nuevo en mi empresa iba a inspirar un millar de penes flácidos. El tipo
que una vez anunció a un apartamento lleno de gente que ni siquiera
conocía, que yo no había echado un polvo en un año… y preguntó si
alguien estaba dispuesto para finalizar mi “sequia”.

Era un gran imbécil la mayor parte del tiempo.

Así que, en serio, ¿por qué de repente charlaba y ofrecía sexo? ¿Solo
porque era un desafío? Porque yo no era, como él pensaba, solo una perra
estirada. Que tenía problemas reales. ¿Y qué? ¿Quería probar su mano
para arreglarlos? ¿Cómo los otros cuatro chicos que había probado?
Probablemente. Era muy probable que fuera eso por lo que estaba
interesado. Porque tenía una anomalía. Porque no tenía sentido. Porque
quería demonstrar su virilidad intentando ponerme toda excitada y
perturbada.

Desgraciadamente para Jake, no podía pensar en él sin pensar en


el montón de ropa colocada justo delante del maldito cesto de la ropa. No
dentro. En frente. O las cocteleras llenas de fino polvo de proteína
deshidratada de sus entrenamientos puestos sobre la repisa. O su firme
rechazo de tomar la bolsa llena de basura y poner una nueva.

Estaría descansando en la cama con él, echando humo en silencio


por la mancha que su cerveza dejo encima de mi mesa de café.

Como una maldita resentida, poco valorada esposa.

Y esto no era sexy para nada.

Ahora, Chase.

Chase era el chico sexy del poster. ¿Qué lo habrá llevado hacia la
psicología en primer lugar? Podía haber hecho una fortuna solo posando
para fotos. O leyendo la guía telefónica a mujeres que babearían con cada
número saliendo de sus labios.
Quiero decir… habrá tenido que ir a la universidad y al postgrado.
En total al menos nueve años de estudios. Debe haber tenido un fuerte
interés en el campo de la psicología, no solo terapia sexual. Y después de
graduarse con tan alto grado y con el potencial para ganar toda clase de
dinero, ¿por qué decidió volverse además un terapeuta sexual? ¿Habría
sufrido él mismo alguna vez algún tipo de disfunción sexual? ¿Habría
visto a un terapeuta sexual que lo ayudó? ¿Cómo llega alguien a trabajar
en un terreno tan raro?

Nueve años de educación. Lo que quiere decir que se ha graduado,


al menos, cerca de los veintinueve. No puede ser mucho más grande de…
treinta y cinco o treinta y seis. Ni siquiera habrá practicado mucho.

A no ser…

A no ser que se hiciera terapeuta sexual antes de graduarse. Como


una manera de hacer dinero mientras estaba estudiando. Y solo…
continuó porque le gustaba. O era bueno en ello.

Lo que esperaba, por mi bien.

Por lo que he leído en internet, no hay ley que manifieste que un


terapeuta sexual necesitaba alguna clase de autorización o certificación.
El Dr. Hudson la tenía. Junto a su doctorado. Lo cual lo hacía la mejor
opción posible para mí. Tenía la probabilidad más alta de éxito con él.

Tenía que funcionar. Porque no tenía otras opciones. No podía


pagar para volver a pasar por el programa de nuevo.

—Hey —la voz de Jake llamó a través de la puerta, haciéndome


saltar y resbalar ligeramente, los brazos volando para agarrarme.
Exactamente lo que necesitaba para romper mi culo, desnuda en la
ducha con tan solo Jake alrededor para ayudarme—. Has estado mucho
tiempo ahí. Tendrás que dejar que tu terapeuta te quite las telarañas del
coño con su boca. Jabón y agua no lo va hacer —gritó haciéndome tomar
una lenta y profunda inhalación. El gilipollas estaba de vuelta. Y eso era
bueno.

—¿Qué coño te importa cuánto tiempo estoy aquí? —gruñí furiosa


por vivir en un apartamento con un solo baño.

—Tengo un cliente en veinte minutos. Tengo que ducharme.

—Vale. Estoy saliendo.

—Ale-maldita-luya.

Jake, por algún raro giro del destino, era un fisioterapeuta. He


llegado a mi apartamento a cualquier hora para ver a alguien acostado
en la camilla, su nalgas cubiertas (o sorprendentemente muy a menudo,
sin cubrir) por una de mis toallas de baño. Estaba contantemente
rodeada de media, o total, desnudez en mi propia casa. No había forma
de escapar a las pruebas delante de mí de lo inusual que era. Yo y mi
inhabilidad de siquiera caminar alrededor de la casa en un par de bragas
y una camiseta.

Me sequé, me deslicé en mi ropa, abrí la puerta y le di a Jake una


mirada feroz, después hice mi camino hasta mi habitación. En realidad
sí, Jake me había hecho subir cada maldita pared (y hasta el techo) del
apartamento, pero había llegado a quererlo. Como al hermano que nunca
tuve. Lo cual era probablemente el por qué estaba tan desalentada por
su invitación. Porque, en serio, era un excelente ejemplar masculino. Y
por debajo de todas las insinuaciones, meteduras de pata y desorden…
en realidad era un buen chico.

Realmente me compró tampones una vez. Había agarrado el ultimo


la noche anterior, maldiciendo entre dientes sobre tener que correr tan
tarde en la noche cuando entré en el salón para verlo descargar más jugos
proteínicos y después girarse y sostener una caja de tampones para mí.

Eran las pequeñas cosas.


Y tenía razón. Las paredes eran finas en el apartamento y había
oído más de lo normal de sus conquistas sexuales noche tras noche. Las
chicas chillaban hasta casi perder sus malditas voces, hablándome todas
roncas en la mañana. Era bueno.

Pero no era material masculino para mí.

Era el único amigo real que tenía en el mundo.

Había rezado a la fuerza más poderosa del universo que no


estuviera, de ninguna manera, albergando sentimientos sexuales hacia
mí. Antes o después del día de la conversación. Suspiré, caminé hasta mi
ordenador donde un ruido estaba llegando desde los altavoces. Un ruido
muy específico. Uno inconfundible.

Y por supuesto, el imbécil había dejado un sitio porno abierto en


mi pantalla. La cerré sacudiendo mi cabeza. No tenía un problema con el
porno. Podía mirarlo. No me volvía loca (usualmente). Pero no me
producía nada en particular tampoco. Era tan frío. Le faltaba algo.

Pero de nuevo supongo que era sobre lo que estaba a punto de


hacer. ¿Qué podía ser más escaso de pasión que pagar a alguien para
hablarte de actos íntimos?

Establecí una contraseña en mi ordenador, lo apagué y me fui a la


cama. Era temprano, pero me sentía agotada por toda la ansiedad. Me
acurruqué de lado, mirando fuera por la ventada y sin… sin pensar en
absoluto en el Dr. Chase Hudson.

Ni en su cabello oscuro. O sus ojos azules. O su gran mano en mi


rodilla. O en el hecho de que iba a besarme en tres días. Besarme. En
todo su esplendor. Y ciertamente no pensé en su profunda voz sexy
diciéndome que era hermosa. No, no pensé en eso para nada.

No lo repetí totalmente en mi cabeza durante todo el fin de semana.


Y luego todo el lunes en el trabajo. Nop. Para nada. No era tan ridícula.
Primera sesión
—La que muestra algo más de tus tetas —dijo Jake detrás de mí,
haciéndome saltar y girarme.

—Amigo. Llama a la puerta —espeté por la que debe haber sido la


millonésima vez desde que se había ido a vivir conmigo.

—Cómo si me hubieras escuchado. —Sonrió apoyándose en el


marco de la puerta—. Estás totalmente perdida en tu pequeño mundo de
fantasía con ese doctor.

—No —dije pero lo estaba. Lo estaba completamente—. Solo estoy


buscando algo apropiado para vestir.

—Como dije… el que tiene más escote.

—¿Qué —empecé levantando una ceja— mi armario ha gritado


“tetas” alguna vez?

—Buen punto —dijo abriendo sus brazos y caminando hacia mi


armario.

—¿Qué estás haciendo?

—Obviamente no eres de fiar para escoger tu propia ropa. Quiero


decir, ¿qué fue esa mierda que vestías para trabajar? —preguntó,
rebuscando, haciendo derrumbarse todas mis ordenadas pilas
dobladas—. Esto —dijo sacando unos vaqueros oscuros y una camiseta
sin mangas.

—Hace frío fuera —protesté tomándolas porque él realmente no me


dejaba otra opción.
—Bien —dijo estirándose, quitando algo de una percha y
arrojándome un cárdigan color rojo vino—, pero deja esto abierto. —Se
movió hacia la puerta—. Tacones y deja el cabello suelto —dijo cerrando
la puerta y dejándome sola.

Vestida tuve que admitir que había hecho una buena elección. De
lejos mucho mejor que lo que yo habría escogido. Anduve por mi
habitación durante veinte minutos, desordenando mi cabello, aplicando
interminables capas de bálsamo labial, frotando una pequeña cantidad
de colonia de vainilla por mi pecho y cuello. Para el momento en que
llegara ahí, el aroma sería leve, solo una indirecta en mi piel. Lo cual era
la única manera de ponerme cualquier clase de perfume, sin bañarme en
la jodida cosa como las mujeres con las que trabajaba.

—Ve a patear traseros —dijo Jake palmeando mi culo mientras


pasaba junto a él hacia la puerta, solo veinte minutos antes. No me
llevaría más de diez para llegar ahí. Pero diez minutos antes no era
ridículo.

Caminé hasta las puertas unos cortos nueve minutos más tarde,
tomando una respiración profunda y abriéndolas. Esperando, supongo,
ver la misma secretaria de mi última cita. Pero no, ahí de pie detrás del
escritorio estaba el Dr. Chase Hudson, viéndose mucho más guapo en un
traje gris, la chaqueta abierta, solo un botón sin cerrar en su camisa (esta
vez negra).

Levantó la mirada hacia el zumbido de aire frío, algo que podía ser
considerado una sonrisa tirando de una de sus comisuras.

—Ava —dijo mi nombre en una exhalación.

—Dr. Hudson—dije obligándome a dar pasos en la sala de espera


y no esperar en la puerta como si estuviera a segundos de lanzarme.
—Chase —corrigió, saliendo de detrás del escritorio y hacia mí,
provocando que me tensara. Pero siguió de largo, cerrando la puerta
antes de girarse hacia mí—. Te ves bonita.

Oh, Dios mío.

—Oh, eh —tartamudeé moviendo mi cabeza—. Gracias.

Su mano se movió hasta mi espalda baja, sintiéndose demasiado


bueno y preguntándome si era solo una persona que le gustaba tocar o
si esto era parte de la cosa de “intentar hacerme sentir cómoda con el
contacto físico”.

—De nada —dijo mientras pasaba—. ¿Cómo ha sido tu fin de


semana?

—Sin novedades —contesté, es decir, pasé todo mi tiempo atrapada


en mi habitación porque Jay había tenido compañía femenina todo el
sábado y chicos para ver partidos en la televisión todo el domingo.

—Ava —dijo mientras caminaba hacia el pequeño espacio para


sentarse—. Por aquí —dijo sosteniendo un brazo hacia mí e igualé el paso
junto a él.

Y después hizo algo justo como en las películas de espías. Alcanzó


la biblioteca y abrió una maldita puerta escondida detrás de ella.

—¿En serio? —pregunté sonriéndole con una ceja levantada.

Me ofreció una pequeña sonrisa de vuelta.

—Sip —dijo presionando una mano en mi espalda y empujándome


a atravesar la puerta.

Y esto era en cierto modo lo que había estado esperando en mi


primera visita. Pero también mucho más. Las paredes estaban pintadas
en un tono azul muy intenso. Blancas cortinas cubrían las ventanas y
ondeaban hasta encima de la cama con dosel la cual estaba también
cubierta de sábanas blancas y un edredón. El mismo suelo de madera. A
un lado había un pequeño sillón azul marino en frente de una chimenea
eléctrica. Al lado de las puertas había una larga barra lateral blanca con
un sistema estéreo y una colección de decantadores llenos, me imaginé,
que de licores. Al final, había otra puerta cerrada.

—¿Por qué no buscas algo de música para poner? —Sugirió


dejando caer la mano y moviéndose hacia la licorera—. ¿Te apetece algo
para beber?

Lo que sea que haga esto menos tenso.

—Claro —dije presionando la pantalla táctil del estéreo y pasando


la lista de canciones.

—¿Vino rojo, blanco? ¿Algo más fuerte?

—Rojo está bien —dije seleccionando una lista llamada “música


para cafetería” porque me imaginaba que era lo menos parecido a la
insinuación sexual.

—Ví lo que hiciste ahí —dijo y me giré para ver una sonrisa jugando
en sus labios mientras sostenía un vaso de vino para mí.

—¿Qué? —pregunté con la esperanza de parecer inocente mientras


alcanzaba mi bebida y tomaba un rápido trago.

Pero solo movió su cabeza caminando más allá.

—¿Qué tal si nos sentamos? —preguntó señalando hacia la barra.

Le seguí ciegamente detrás, tomando respiraciones lentas,


profundas y deliberadas. Colocó su vaso de vino en la mesa del extremo,
dándome la espalda mientras manipulaba la chimenea y, aparentemente,
las luces porque se atenuaron bastante.
Me senté dos cojines más lejos del almohadón junto a la mesa,
sentándome rígidamente y sorbiendo mi vino. Para la valentía. Por hacer
algo. La chimenea se encendió, las llamas a la vez relajantes y excitantes,
la música poniéndose ligeramente más fuerte y, finalmente, Chase se
volvió hacia mí, fijándose en mi elección de asiento con una ligera ceja
levantada.

Se acercó hasta su copa de vino, la recogió y bebió todo el


contenido, colocándola de nuevo y moviéndose hasta el cojín a mi lado.
Se sentó, ligeramente girado hacia mí, sus pies junto a los míos, sus
caderas giradas lejos.

—¿Nerviosa? —preguntó poniendo su brazo a lo largo del sofá pero


sin tocarme.

—Si —admití porque bueno, si no era honesta este proceso no iba


a funcionar.

Asintió, después la mano que no estaba detrás de mí, se estiró y se


posó encima de mi rodilla.

—¿Qué te pone nerviosa exactamente? ¿Que te toque? —preguntó


y me sentí asintiendo tensamente mirando el falso fuego—. Te estoy
tocando ahora mismo. —No hacía falta que me dijera eso. Sentía el
contacto disparándose directamente por mi pierna subiendo hasta mi
corazón—. ¿Quieres que pare? —pregunto su mano apretando
ligeramente.

¿Quería? Estaba tan pillada en lo que podía pasar que no estaba


siquiera segura en realidad sobre cómo me sentía con el contacto. Al final
decidí.

—No.

—Muy bien —dijo y tragué junto a una profunda respiración—,


porque no quiero parar.
El aire siseó saliendo de mi boca, mi cabeza girándose rápidamente
para encontrar su rostro.

—Qu… bien —terminé sin estar segura de qué estaba a punto de


preguntarle.

Su mano se movió acariciando a lo largo de la parte delantera de


mi pierna, después de nuevo hacia arriba hasta mi rodilla, casual,
perezoso pero joder si no estaba enviando chispas. Mi mano agarró fuerte
la copa de vino vacía y su mano la alcanzó.

—¿Por qué no nos deshacemos de esto? —sugirió tomándola, sus


dedos acariciando los míos mientras la tomaba. Se giró, colocando la copa
junto a la suya, después de nuevo se volvió hacia mí. Esta vez, cuando
su brazo se estiró, fue a mi otra rodilla, su brazo como una barrera
cruzando mi cuerpo, bloqueándome.

Y empezaron las palpitaciones del corazón.

Así es como había funcionado siempre la ansiedad. Primero los


golpeteos del corazón, las palmas sudorosas, la sensación del calor y frio
al mismo tiempo, el problema de dominar mi respiración, después el
mareo, la náusea, la absoluta certeza de que si no me alejaba iba a
vomitar y después desmayarme.

—Ava —dijo Chase, provocando que mi cabeza saltara hacia él—.


Respira —me dijo y me di cuenta que tenía razón, estaba aguantando la
respiración. Tragué en una inhalación temblorosa y asintió—. Bien.
Ahora dime por qué te pones nerviosa.

Tragué fuerte. Si había una cosa que la gente no entendía sobre la


ansiedad y los ataques de pánico, era lo mucho que las víctimas no
querían hablar sobre ello. Cómo no querían ser percibidos como débiles,
locos o dramáticos.

—Me siento atrapada —admití.


—Vale —dijo su mano apretando mi rodilla—. ¿En realidad estás
atrapada?

—No. —Por supuesto que no, pero no importaba. La ansiedad no


era racional.

—¿Puedes salir en cualquier momento?

Mordí mi labio inferior durante un momento.

— Sí.

—¿Crees que me enfadaría o me sentiría decepcionado si tuvieras


que levantarte y alejarte?

Mi mirada se fue a la suya, sorprendida. Porque, bueno, sí. Esta


era exactamente una mala sensación, sabiendo que los chicos con los
que estaba no entenderían, que se sentirían ofendidos o enfadados. Pero
él no era uno de ellos. Él entendía. No estaba juzgándome.

—No —dije al final.

—Vale, entonces ¿por qué no dejas de pensar en esto? —sugirió,


su mano hundiéndose, acariciando la parte delantera de mi pierna,
después arrastrándose hasta mi pantorrilla, antes de moverse de vuelta
hasta mi rodilla—. ¿Te gusta eso? —preguntó deslizando sus dedos hacia
el exterior de mis muslos, acariciando hacia arriba.

Bajé la mirada de sus ojos, observando en cambio su garganta.

—Sí —susurré.

—Muy bien, me gusta eso —dijo y sonó como un elogio… algo que
un hombre nunca jamás me había ofrecido antes—. Me gusta tocarte —
dijo provocando un ajetreo en mi estómago. Su otro brazo, el de detrás
de mí, se deslizó hacia abajo, colocándose detrás de mis hombros, solo
apoyado, sin abrazar—. Y no digo esto solo porque es mi trabajo —dijo
sonando más cerca y bajé la mirada para ver que se había movido
rápidamente más cerca, sus caderas tan solo a un centímetro de mí. Ni
siquiera le había sentido moverse.

—¿De verdad? —pregunté, un rubor trepando por mis mejillas,


caliente y furioso.

Su mano dejó de jugar de repente con mi pierna, moviéndose hacia


arriba, acariciando mi mejilla después agarrando mi barbilla
suavemente, obligando a mi rostro a levantarse para mirarle.

—Nena —dijo sonando serio— si te hubiera visto en un bar te


hubiera llevado a casa en un latido.

Oh, Dios mío.

Mi mirada cayó tímidamente pero su mano permaneció ahí


paciente, esperando. Para que lo mirara otra vez. Hasta que finalmente
lo hice.

—¿Me crees?

¿Lo creía? No tenía motivo para mentir. No tenía la necesitad de


admitir esto en primer lugar.

—Sí.

Asintió ligeramente solo el más mínimo movimiento, aun sin dejar


caer su mano de mi barbilla.

—Me habría aproximado a ti, me habría acercado, te habría


susurrado al oído, lo jodidamente hermosa que eres...

Oh Dios mío.

¿De verdad está diciendo esto?


¿En serio?

—Y después te hubiera llevado de vuelta a mi apartamento y tan


pronto hubieras entrado, te habría empujado fuerte contra mi puerta y
aplastado mis labios en los tuyos —dijo su pulgar moviéndose hacia
arriba y acariciando a lo largo de mis labios. Las palabras se establecieron
como una sensación fluida en mi estómago, enviando un golpe de deseo
tan fuerte que sentí mi bragas mojarse y apreté mis muslos juntos para
contener el tumulto entre ellos—. ¿Te suena bien? —preguntó su pulgar
acariciando de nuevo, mis labios separándose ligeramente y su dedo
presionando en la apertura.

—S…sí —admití.

—¿Estás excitada Ava? —preguntó, su mirada cayendo en mis


labios.

¿Estaba excitada? Más que nunca antes.

—Sí —admití.

Hizo un corto y fuerte sonido casi como un gruñido.

—Me encanta eso —dijo, su mano moviéndose de nuevo a mi


mandíbula, parando, después deslizándose por el costado de mi cuello.
Y juro que el contacto se sentía como fuegos artificiales. Sentí un pequeño
temblor involuntario sacudir mi cuerpo. Chase se rió un poco,
inclinándose más cerca—. Eres tan sensible, nena.

¿Lo era? Normalmente estaba tan ocupada volviéndome loca en


este punto que simplemente estaba… casi entumecida para las
sensaciones.

—Por lo general no —dije, esperando ser comunicativa.


Su cabeza se inclinó hacia mí, su nariz rozando a lo largo de mi
mandíbula, su aliento caliente en mi cuello.

—Entonces, ¿solo conmigo? —preguntó y sentí mi cabeza flotar


atrás, suplicando por cosas que nunca había deseado antes. Labios en
mi piel. Manos en el cabello. Dedos en… lugares.

—Supongo —murmuré con los ojos cerrados.

—¿Quieres que te bese aquí? —inquirió, su nariz rozando a lo largo


de la sensible piel debajo de mi oreja.

¿Quería? Creo que sí.

—Sí.

—Dime —dijo, su aliento causando otro temblor.

—¿Decir qué?

—Dime que quieres que te bese el cuello —me instruyó.

Joder. Si el proceso iba a ser “te haré cosas pero solo después de
pedirlas” entonces no íbamos a llegar a ninguna parte. Porque no podía.
Literalmente. No tenía sentido. Lo sabía racionalmente. No había ninguna
buena razón por la que no pudiera abrir mi boca y obligar las palabras a
salir. Pero simplemente no podía. Sin importar lo mucho que quería
hacerlo. Las palabras se quedaban en mi lengua y una especie de
ansiedad devastadora me mantenía muda.

Y no era solo sexo. Era todo lo que quería de verdad. O cosas que
quería parar. Las palabras simplemente… no salían.

—Ava —dijo Chase inclinando su cabeza para mirarme. Tragué


bajando la mirada hasta él y sacudiendo mi cabeza—. No, ¿no quieres
que lo haga? o no, ¿no puedes decírmelo?
Llevé una mano a mi rostro, queriendo esconderme. La espiral en
mi estómago había vuelto y sabía lo que iba a continuación. El deseo de
huir. Tenía la esperanza que podíamos haber llegado más lejos antes de
dar pasos atrás.

—No puedo pedir —admití, mi voz como un extraño graznido.

—De acuerdo —dijo, sonando despreocupado—. Podemos trabajar


en lo verbal —expresó, apartando la mirada—. Pero primero esto.

Y entonces sus labios tocaron el espacio que su nariz había


trazado, enviando un temblor a través de mi cuerpo, haciéndome saltar
y mi mano cerrarse de golpe encima de mi muslo en un puño.

Así que, así es como se supone que se debería sentir. La dulce y


embriagadora sensación que me hizo querer hundirme de nuevo en el
sofá mientras mi cuerpo cobraba vida.

Sus labios presionaron en mi piel y sentí el indicio de dientes un


segundo antes de que su lengua se moviera hacia fuera y trazara una
lenta línea hacia abajo por el costado de mi cuello. Juro que sentía que
iba a explotar. Sólo. Bam. Hacerme añicos en un millón de pequeñas
gotas de deseo. Porque esto era todo lo que podía sentir. Su calor. Su
aliento en mi piel. Sus labios plantando lentos besos. Su mano en el otro
lado de mi cuello moviéndose.

Mi cabeza giró, dándole total acceso a sus labios posados abajo en


el cuello de mi cárdigan.

Y después se alejó dejando a mi piel sintiendo frío.

Se sentó ligeramente atrás, sus dedos acariciando hacia abajo por


el otro lado de mi cuello antes de coger mi cabello.

—Abre tus ojos —dijo con su voz suave pero había un trasfondo de
calor ahí también. Tomé una respiración abriendo lentamente para mirar
sus ojos azul brillante—. Buena chica —dijo en voz baja—. ¿Has
disfrutado esto?

—Sí.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó.

Sentí mis ojos abrirse amplios. Porque honestamente no lo sabía.


Quería lo que sea que él quisiera darme. No podía nombrar algo en
particular…

—Vamos a intentar de nuevo —dijo y escuché alegría en su voz—.


¿Quieres que siga besando tu cuello? —preguntó inclinándose y
plantando un ligero beso susurrado—. ¿O quieres probar algo diferente
durante un rato?

Elecciones. Elecciones.

Ambas. Todo.

—Algo diferente —decidí, sabiendo que había dicho que lo máximo


que íbamos a hacer era besarnos en la primera sesión. No había una gran
posibilidad de que nada me asustara completamente.

—Hmm —sus labios vibraron en mi cuello y juro que lo sentí…


vibrar… en algún otro lugar—. Bien —dijo levantando lentamente la
cabeza. Se sentó atrás, el espacio entre nosotros viéndose más amplio
que antes—. ¿Qué tal si te das la vuelta? —sugirió.

—¿Por qué? —pregunté enderezándome. Con sus manos y labios


fuera de mí, mi mente era libre de correr otra vez. Y no podía pensar en
ningún buen motivo por el cual necesitaba que me gire.

—Porque —dijo, su mano moviéndose por mi brazo, acariciando


distraídamente—, voy a darte un masaje.
—Oh —solté el aliento mirando la cama agradecida que no hubiera
sugerido que nos moviéramos allí.

—¿Crees que te gustará? —Lo miré sintiendo mi hombro


encogerse—. Bien, vamos a averiguarlo entonces —dijo moviéndose más
atrás, dándome espacio para moverme.

Tan pronto como mi espalda estuvo hacia él, sus manos fueron a
mis hombros, cerca de mi cuello, presionando los nudos que se habían
vuelto parte de mí. Jake se había ofrecido más de mil veces para
trabajarlos, diciendo cuan poco saludable era caminar por ahí toda tensa
y con dolor, pero no podía siquiera comenzar a considerar quitarme la
ropa y dejarlo tocarme.

—¿Dónde estás? —preguntó sus pulgares apretando detrás de mi


cuello—. No estás conmigo.

—Lo siento —murmuré sacudiendo la cabeza ligeramente.

—No lo sientas. Dime en qué estabas pensando.

—En mi compañero de piso —admití.

—¿Por qué?

—Es fisioterapeuta.

—Ah. Entiendo. ¿Le has dejado alguna vez darte un masaje?

—¿Tu qué crees? —dije medio riéndome.

Se rió entre dientes, sus manos moviéndose hacia abajo en el


centro de mi espalda.

—¿Por qué no me cuentas más sobre él?

—¿Por qué?
—Porque tienes problemas de comunicación. Pensé que tu
compañero de cuarto es un tema seguro para empezar. —Ante mi silencio
añadió—: Cuéntame más sobre él.

—Es un imbécil —dije y él se echó a reír.

—¿Por qué es un imbécil?

—Me molesta todo el tiempo —admití sintiendo un poco de


resentimiento elevarse.

—¿Sobre qué te molesta?

—Sobre mi modo de vestir. Cómo soy de tensa y un poco


trastornada sobre que las cosas deben estar limpias. Sobre mi necesidad
de conseguir un polvo.

—Parece un buen chico —dijo Chase secamente haciéndome reír


ligeramente.

—En realidad no es malo para nada. Solo que es parecido a… vivir


con un adolescente. Es un cerdo y tiene fiestas salvajes todo el tiempo.
Oh, y después están los gritos estridentes toda la noche.

—¿Gritos? —preguntó Chase sus manos quedándose quietas


alrededor de mis caderas.

Mordí mis labios, casi sonriendo.

—Si… de… mujeres.

—Ah —dijo, sus manos moviéndose otra vez—. ¿Esto te hace sentir
incómoda?

—Solo cuando tengo que levantarme a la mañana y explicar a las


mujeres que Jake se ha ido, que no va llamar y que nunca lo van a ver
de nuevo.
—¿Crees que esto ha tenido algún efecto en como ves el sexo?

—En realidad no. Excepto saber con absoluta certeza que no quiero
hacerlo con él.

—¿Esto se siente bien? —indagó frotando sus manos de nuevo


arriba hacia mis hombros.

De vuelta al actual momento, sentí mi cabeza caer a un lado. Se


sentía bien. Y esto era verdaderamente extraño.

—Sí.

—Bien —dijo, una mano estirándose para apartar mi cabello a un


lado, su boca bajando hacia mi cuello y pasando sus labios a lo largo otra
vez—. ¿Por qué no te giras? —sugirió sus dientes mordiendo muy
ligeramente en mi lóbulo.

—Vale —dejé salir el aliento, empujándome y girándome.

Sabiendo lo que iba a pasar.

Seguramente iba a besarme.

Jesucristo.

No estaba preparada para esto. Había pasado tanto tiempo. La


última vez que alguien me había besado… fue uno de los fiesteros de
Jake: alto, moreno, atractivo con un ciervo tatuado en un lado del cuello.
Había estado haciéndome la pelota durante horas y finalmente había
dado el paso. Y me las había arreglado para ceder durante un total de
diez segundos antes de estar empezando a hiperventilar y golpear fuerte
su pecho. Después corrí humillada a mi habitación bloqueando la puerta
y llorando furiosas lágrimas amargas y llenas de odio.
—Vuelve a mí —dijo la voz suave y profunda de Chase. Me ofreció
una pequeña sonrisa cuando mi mirada se posó en la suya otra vez—.
¿En qué estabas pensando?

Dejé caer mi mirada, haciendo contacto con su cuello.

—En la última vez que alguien me besó.

Su mano se movió hacia mí, acariciando a lo largo de mi mejilla.

—Cuéntame sobre esto. —No. Nop. No podía hacerlo—. Tienes que


poner algo de tu parte, cariño.

Tenía razón.

—Jake tenía una fiesta. Había un chico que… puso interés en mí…

—¿Solo uno? —inquirió, sonriendo un poco.

—Sí. Solo uno. Y él… no pareció disuadido por mi falta de


entusiasmo. Después, horas más tarde, finalmente se inclinó y…

—¿Y qué paso?

—Lo soporté unos pocos segundos, después enloquecí y me fui


corriendo.

—Hmm —dijo su otra mano moviéndose hacia mi otra mejilla,


ahuecando mi rostro—. ¿Qué dijo él?

—Nunca lo vi de nuevo.

Su cabeza se movió ligeramente su mirada examinándome.

—Con un rostro como el tuyo, nena, debía haberte llevado flores,


joyas y chocolate hasta conseguir que te sintieras cómoda con él y le
dejaras intentar de nuevo.
¿Un rostro como el mío?

Sentí aquel extraño revoloteo en mi estómago de nuevo.

Tenía que dejar de decirme piropos. No estaba preparada para ello.

—¿Tienes alguna idea de lo que harían los hombres para poseer


una belleza así? —preguntó, moviendo su cabeza—. Y aquí estoy yo
sosteniéndola.

Cristo sagrado.

Yo solo… no podía soportar esto.

—Dime que quieres que te bese —instó, sus palabras sonando casi
desesperadas, como si la incertidumbre fuera demasiado—. Ava, dímelo
nena.

Lamí mis labios y sus ojos los miraron intencionadamente. ¿Quería


que me bese? Estaba malditamente segura que sí.

—Quiero que me beses —dije apenas audible pero me escuchó.

—Gracias a Dios —gruñó inclinándose trayendo mi rostro hacia el


suyo al mismo tiempo.

Después sus labios encontraron los míos, firmes aunque suaves,


enviado una inesperada corriente a través de mi cuerpo, un suave gemido
escapándose de mí. Hubo un segundo de impactante sosiego antes de
que mis labios comenzaran a responder, presionando en los suyos,
pidiendo por más. Su cabeza se inclinó ligeramente, profundizando el
beso. Una de sus manos permaneció en mi mejilla, la otra deslizándose
sobre mis hombros, por mi brazo, mi costado, arrastrándose alrededor
de mi espalda, acercándome más.

Y entonces finalmente empezó a pasar.


El esperado pánico contrayendo mi garganta. Me sentí tensarme,
mi corazón golpeando duro como si estuviera intentando
desesperadamente escaparse de mi caja torácica. Pero intenté luchar
contra ello. En nuestra sesión introductora, me había dicho que no lo
alejara a no ser que fuera demasiado, a menos que no pudiera soportar
más. Podría aguantar unos minutos más. Podría aguantar. Podría…

—Ava —su voz rompió mis pensamientos y ni siquiera me había


dado cuenta que había parado de besarme. Se movió hacia atrás,
mirando mi rostro—. En una escala de uno a diez, ¿cómo de mal está la
ansiedad?

—Seis o siete —admití, llevando una mano a mi garganta como si


pudiera darle la vuelta a la sensación estranguladora.

—Vale —dijo moviéndose ligeramente atrás, volviéndose y


acomodando su espalda en los almohadones—. Ven aquí.

—¿Qué? —pregunté intentando tomar respiraciones profundas y


fallando.

—No ha escapado exactamente de mi atención, nena, que he estado


tocándote y que tú aun no me has puesto un dedo encima. Ven hasta
aquí —dijo, sosteniendo un brazo extendido—. Pon tu cabeza en mi
pecho.

Oh, Dios.

Mierda.

No.

—Al menos inténtalo, Ava —persuadió, paciente.


Y eso fue lo que lo hizo. La disposición para dejarme llevar, sin ser
rechazada, sin ser ofendida. Era tan nuevo e inesperado. Tenía razón.
Debía intentarlo.

Me moví más cerca, levantando las piernas dobladas detrás de mí


y lentamente bajando mi rostro inclinado a su pecho. Cerré mis ojos
tomando respiraciones profundas, notando el mínimo rastro de su
colonia especiada. Bajo mis mejillas, su camisa estaba caliente por su
piel, su pecho duro. Lo cual encontraba de alguna manera muy
reconfortante.

Me moví más cerca, mi torso apoyándose en su costado, mis


rodillas presionando en sus muslos. Mi mano salió y se posó en el otro
lado de su pecho, en un puño, pero aun así… tocando. Voluntariamente.
Felizmente.

Hubo una pausa antes de que sus brazos fueran alrededor de mí,
colocándose en mi cintura.

—¿Estás bien? —preguntó, su rostro cerca de mi cabello.

—Sí.

—¿Cuál es el nivel?

—¿Cuatro? —adiviné sin estar completamente segura.


Definitivamente mejor que antes pero aún al borde.

—Siéntete orgullosa de los pequeños logros, Ava —dijo y su otra


mano llegó a tomar la mía, abriéndola, deslizando sus dedos entre los
míos y apretando cerca de su pecho.

Sosteniendo su mano. Estaba sosteniendo la mano del sexy Dr.


Chase Hudson. Sentí una extraña risa atrapada en mi garganta por la
idea.
Su mano fue de mi cintura moviéndose lentamente arriba por mi
columna en una lenta y perezosa exploración. Me sentí derretir en la
sensación. Dios, ¿quién sabía que se sentía tan bien solo ser tocada?

Cerré mis ojos sintiendo la ansiedad bajar lentamente, tomando


agradecidas respiraciones profundas.

—Ava… nena —la voz de Chase llamó suave, gentil, como si


estuviera intentando despertar a alguien sin asustarlo.

Lo cual era exactamente lo que había pasado, me di cuenta, mis


ojos parpadeando abiertos. Oh, Dios mío. ¡Me quede dormida encima de
él! ¿Cómo había pasado esto?

—Relájate —dijo, su brazo envolviendo mi espalda y apretando


ligeramente.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —pregunté parpadeando con ojos


adormilados.

—Tal vez una media hora —declaró con indiferencia como si fuera
totalmente normal—. Ava, ¿tienes idea de lo cómoda que tienes que estar
con una persona para quedarte dormida?

Lo sabía. Oh, lo sabía. Nunca había sido capaz de dormir con otra
persona ni siquiera en la misma habitación. Lo cual hacía horribles las
fiestas de pijama con amigas y noches de fiesta cuando mi familia llegaba
de fuera y las personas necesitaban ser embutidas en todos los lugares
disponibles… como mi habitación.

—Esto es bueno, cariño —dijo y casi podía jurar que sentí sus
labios besar lo alto de mi cabeza, pero aparté la idea. Eso no era posible.

Lentamente me levanté, moviendo mi cabeza de su pecho,


sintiéndome irracionalmente triste por hacer esto. Sus manos se
deslizaron de las mías y me puse de pie en el suelo.
Detrás de mí, él dejó escapar un sonido que era casi un suspiro,
pero no completamente. Después se puso de pie a mi lado, sus rodillas
rozando las mías, girando la cabeza hacia mí.

—Creo que esta fue una sesión exitosa. ¿Cómo te sientes con
respeto a esto?

Cerré mis ojos, sin querer compartir. Queriendo guardar este


recuerdo puro, sin analizar. Pero por eso estaba ahí. Para examinar. Para
averiguar qué estaba mal conmigo. Para trabajar en arreglarlo.

—Creo que ha ido realmente bien —estuve de acuerdo sin querer


entrar en más detalles.

Pude sentir su mirada en mí durante un rato antes de hablar de


nuevo.

—Jueves a la misma hora —expresó, poniéndose lentamente de pie.

Le seguí, mirándole.

—Vale —estuve de acuerdo. Esto me daba un día y medio para


recuperarme. Y prepararme. Me llevó en silencio hasta la oficina
principal, después por la sala de espera. Cuando llegamos a la puerta de
entrada, se detuvo y supe que tenía que preguntar o la incertidumbre me
mataría.

—Dr. Hud…

—Chase —corrigió, su voz firme.

—Chase —estuve de acuerdo intentando encontrar su mirada—.


¿En qué consiste exactamente la siguiente sesión? Sé que mencionaste
que estaríamos… —no pude siquiera decirlo, bajando la mirada.
—Nos vamos a quitar la ropa —señaló, notando mi incomodidad e
ignorándola—. Nos besaremos. Me tocarás. Te tocaré. Pero no habrá
contacto sexual.

Desnuda. Estaré desnuda. Él estará desnudo. Y después esperaba


que le tocara su cuerpo desnudo. Y tocaría el mío. Mierda. En realidad
no pensaba que esto fuera a ir bien y…

—Ava. Todo en su momento, ¿vale? Si estas preocupada por ello


mientras sigue, lo abordamos entonces. Hasta el momento no pienses en
ello —se estiró para desbloquear la puerta y la abrió.

Salí, sorprendida cuando me siguió… y cerró la puerta con llave.

—Está bien —estuve de acuerdo sabiendo malditamente bien que


no había manera de no estresarse con respeto a ello, pero sin querer
decírselo tampoco—. Nos vemos el jueves —dije comenzando alejarme
pero igualó el paso conmigo—. ¿Qué estás haciendo?

—Acompañarte hasta tu coche —indicó, como si fuera obvio—. Es


de noche, cariño. Este es un buen vecindario pero incluso si fuera uno
ideal no deberías estar caminando por ahí sola de noche viéndote como
te ves.

Baje la mirada a mi ropa simple, incluso casta. Mi cuerpo decente


pero no muy impresionante bajo el material.

—Si tú lo dices.

—Tenemos que trabajar en eso —enunció mientras caminábamos


por la calle vacía.

—¿Trabajar en qué? —pregunté temblando ligeramente por el frio.

—En tu confianza. Porque es jodidamente ridículo que no puedas


ver lo que todos los demás sí.
Lo que él ve. Lo que él ve cuando me mira.

Oh Dios mío.

Caminé en el aparcamiento con el enorme Chase a mi lado, sus


manos metidas en los bolsillos y sentí su mirada en mí. Cuando caminé
delante de él, en mi culo. Cuando caminé al lado de él, en mi rostro sobre
todo, mis pechos y mis piernas.

—Este es mi coche —dije señalando con la mano hacia mi coche


pequeño y azul, no demasiado viejo y de cinco puertas.

Asintió y busqué mis llaves, desbloqueando la puerta antes de


volverme de nuevo de cara a él, sintiendo como si necesitara ofrecerle una
especie de despedida.

—Gracias por… acompañarme —dije dándole una pequeña


sonrisa.

Asintió rígidamente por un segundo, viéndose como si realmente


estuviera pensando mucho en algo. Después su mirada se movió y captó
la mía.

—Estamos en las afueras de la consulta —dijo extrañamente


haciendo que mis cejas se fruncieran—, no se supone que haga esto —
dijo corriendo una mano por su cabello, como si estuviera luchando con
algo—. A la mierda —dijo.

Su mano fue a mi nuca y sus labios se aplastaron en los míos.


Aplastados. No llegó. No los apretó. Los aplastó. Fuerte. Agresivo.
Enviando un inesperado arrebato a través de mi cuerpo, mis manos
yendo instintivamente a sus hombros. Hizo un gruñido contra mis labios,
golpeando mi cuerpo contra mi coche mientras sus dientes mordían mi
labio inferior, sacándome un gemido.
Entonces tan de repente como empezó, se alejó de mí, pasando una
mano por encima de su rostro.

—Mierda —murmuró para sí mismo mientras yo trataba de


entender qué demonios había pasado. Mi cuerpo se sentía eléctrico y de
repente tan malditamente frío con su ausencia—. Lo siento —dijo
mirándome finalmente, moviéndose más cerca. Su mano se estiró
pasando su pulgar por mi barbilla y labios, la piel sintiéndose un poco
sensible gracias a su barba incipiente—. Esto no fue exactamente
profesional de mi parte, ¿eh?

—No pasa nada —dije tragando duro.

Asintió, bajando la mirada a mis labios unos segundos antes de


volver a mis ojos.

—Me has tocado —dijo.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

—Me has tocado. Cuando te besé. Sin que te lo diga o pida.


Simplemente lo has hecho. —Santa mierda. Tenía razón. Lo hice. Esto
era algo enorme—. Pasos pequeños, pero es realmente bueno, Ava —dijo
sonriendo. Después se estiró a mi lado agarrando el asa de mi puerta y
la abrió—. Te veré el jueves —dijo mientras me deslizaba en el coche.
Mientras cerraba la puerta podía jurar que lo había oído decir—. Estoy
esperándolo.

Jesús.
Después de la sesión
La puerta apenas se cerró (suavemente, podía añadir) cuando Jake
caminó dentro de la habitación, esta vez en un par de pantalones cortos
negros de ejercicio y nada más.

—¿Cómo ha ido? ¿Te lo has follado? ¿Realmente te has corrido?

—Oh Dios mío —dije, calor elevándose en mis mejillas por ninguna
buena razón—, no funciona así, Jake.

—Esto es decepcionante —dijo él encogiéndose de hombros—.


Tienes irritación de barba —me informó.

—¿Qué? —pregunté moviéndome hacia la cocina solo para tener


algo que hacer.

—Irritación de barba —dijo otra vez mientras continuaba


mirándome mientras llenaba el hervidor y ponía agua para té en el
fogón—, como cuando un chico con el que te estás liando tiene barba y
la frota por tu piel, cariño. Irritación de barba.

Bueno. Mierda. Estaba pillada. Llevé una mano a mi rostro,


sintiendo la piel sensible casi inflamada. Irritación de barba. Qué término
más apropiado. Se sentía exactamente como una rozadura, una
sensación demasiado fuerte para poner en palabras.

—Le has besado.

—Con más exactitud, él me besó a mí —dije girándome hacia el


frigorífico para mirar buscando para comer. Había estado demasiado
nerviosa para comer algo sustancial antes de verlo.

—Pero le has dejado.


—Sí —dije sacando la mermelada, aceptando que iba a tener que
ser una noche de sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada,
viendo que no había llegado a comprar comida.

—Bueno, esto merece una celebración —dijo agarrando la


mermelada y poniéndola de vuelta en la nevera—. Vamos a salir.

—Jake —dije, mi tono sonando tanto como el de una madre que


casi me asustó—, es martes por la noche.

—¿Y qué mierda? —dijo agarrando la perilla de la estufa y


apagándola.

—En serio… ya sabes que no soy una… persona de estas que salen.

—Bueno, hasta esta noche no eras la clase de persona que


conseguía ser besada tampoco. Las cosas cambian. Vamos —dijo, su tono
más serio—. Te compraré comida. Un par de bebidas. ¿Qué daño puede
hacer?

Suspiré. Tenía razón. Estaba hambrienta. Y, en verdad, podía


necesitar una bebida o dos.

—Vale —estuve de acuerdo y sonrió, después se fue saltando hasta


su habitación para cambiarse a ropa normal, a pesar de que juraría que
hubiera salido sin camiseta si pudiera entrar en un bar así.

Treinta minutos más tarde estábamos en un bar. Mesas y sillas


negras, paredes rojizas de un naranja profundo. Había una buena
cantidad de gente alrededor comiendo y bebiendo. Siendo normal. Jake
nos había situado en la barra, pedido comida y un Martini para mí,
optando por una cerveza para él. Después tan pronto como su cerveza
había llegado, me dejó para ir a coquetear con una mesa llena de jóvenes
turistas guapas.
Sinceramente debí haberlo visto venir. Estaba en verdad a punto
de echarme la culpa por pensar que era sincero en celebrar mi pequeño
logro. Jake era Jake. Y esto nunca iba a cambiar.

Me quede ahí sentada picoteando mi aperitivo completo de


bastones de mozzarella, crema de queso, aros de cebolla y tiras de pollo.

—¿Qué te dije sobre andar sola de la noche?

Me sentí saltar visiblemente.

Porque… ¿qué mierda de verdad?

Mi cabeza giró mientras él se deslizaba en el asiento a mi lado,


inclinado su cabeza hacia el camarero que asintió y se fue a prepararle
una bebida.

—¿Qué estás haciendo aquí? —solté, una patata a mitad de camino


hacia mi boca antes de darme cuenta y colocarla de nuevo en el plato.

Me dio una leve sonrisa, aceptando su bebida del camarero, algo


ámbar en un vaso de cristal.

—Vivo enfrente, cruzando la calle.

Miré fuera por la ventana, pese a mí. Estábamos en una zona


bonita. Mucho mejor que la mía, y la mía era decente. El Dr. Chase
Hudson tenía buen dinero.

—Oh —solté bajando la mirada a mi comida.

—¿Qué estás haciendo tu aquí? —preguntó girando su bebida, pero


sin beber en realidad.

—¿Ves el chico rubio alto en la mesa de mujeres de detrás de mí?


—pregunté.
Chase miró por encima de su hombro, después de nuevo a mí.

—Sí.

—Ese es mi compañero de piso. Se suponía me traía a cenar y


beber.

Chase se rió moviendo su cabeza.

—Tenías razón —dijo sorbiendo su bebida—, es un imbécil.

—Debería haberlo sabido mejor —sonreí poniendo los ojos en


blanco.

—Debería tratarte mejor, en realidad —dijo bajando la mirada a


mí—. Esa es la forma en la cual debería estar pensando —me dijo.

Encogí los hombros.

—Es solo un compañero de piso.

—Tiene el privilegio de pasar el tiempo cenando contigo y lo echa a


perder —insistió Chase.

—Creo que sobrestimas mucho mis habilidades de conversación


para cenar —dije, intentando alivianarlo. Era tan malditamente intenso.
Era desconcertante. Sexy como el demonio. Pero me llevaba al límite.

—¿Quién necesita hablar? —preguntó—. Podía simplemente


mirarte.

Guau. Bueno. Está bien. Así que, acaba de decir eso.

—Él me mira todo el tiempo. Es un apartamento pequeño.

—Chico con suerte —murmuró entre dientes pero salió de todas


maneras y sentí un aleteo acompañándolo—. Entonces Ava —dijo, su
tono más ligero, más conversacional—, ¿cómo te ganas la vida?
—Oh —dije frunciendo el ceño. ¿Realmente íbamos a hacer
conversación? Si había una cosa, otra aparte del sexo, en la que
apestaba, era en tener una conversación—. Eh… trabajo en una oficina.

Sus labios se torcieron, como si supiera cuál era el problema. Y tal


vez, no lo sé… lo encontré encantador.

—¿Qué clase de oficina, nena?

—Trabajo en una pequeña organización sin fines de lucro.


Intentamos ayudar a los veteranos sin hogar a ponerse de pie
nuevamente, reconectándolos con familiares preocupados. Esa clase de
cosas.

—¿Sólo es un trabajo o es algo que te apasiona?

—Mi tío era veterano —dije dándome cuenta que era la primera vez
que contaba la historia de mi tío fuera de mi despacho—. Tenía TEPT3 y
salió de la vida de su mujer e hijo… vivió en las calles durante años antes
de que uno de sus compañeros de pelotón apareciera delante de él un día
y lo trajera de vuelta, asegurándose de que recibiera ayuda.

—¿Cuántos años tenías?

—¿Curiosidad profesional? —pregunté sonriendo con suficiencia.

—No —dijo, moviendo su cabeza, bajando la mirada durante un


momento—. ¿Podríamos simplemente pretender que no soy… quien soy
en este momento? Somos solo dos personas en un bar.

—Si somos solo dos personas en un bar —dije sonriendo—, no


deberíamos hablar para nada.

Dejó salir una corta y seca carcajada.

3
Trastorno de estrés postraumático.
—Dime.

—Tenía quince. Había estado desaparecido durante dos años.

—¿Así que sabías que era algo en lo que querías verte involucrada?

—Sí. Supongo. Mi asesora educativa me empujó hacia una carrera


en trabajo social. Después de graduarme, lo intenté en diferentes
trabajos. Servicios infantiles, lo cual era… demasiado doloroso. Después
trabajé en un lugar de rehabilitación para drogadictas lo cual era…
demasiado frustrante. Después llegué a este trabajo. Y fue simplemente…
un ajuste perfecto.

Me miraba mientras hablaba, interesado, apropiado. Su mano se


movió para apoyarse en el respaldo de mi silla, sin tocarme, pero ahí.

—Sabes, eres verdaderamente…

—Oye —irrumpió la voz de Jake desde el otro lado—, no la


molestes. No está interesada. —¿Qué? ¿Qué demonios? Jake estaba
realmente… ¿intentando protegerme? ¿Sacándome de encima a alguien
quien pensaba que estaba molestándome? Eso era increíblemente dulce
e inesperado por su parte—. No está interesada en nadie más aparte de
su sexy médico.

Bueno, esto era mucho más como Jake.

—Calla tu maldita boca, Jake —gruñí, mis ojos lanzándole dagas.


Intentando en silencio asegurarme que entendía.

—No, en serio —dijo, Jake, demasiado engreído o demasiado


negligente para entender mi suplica silenciosa de alejarse—, es frígida
amigo. No la quieres.

Oh,

Dios
mío.

Simplemente quería acurrucarme en mi interior y morir. Ahí


mismo. Porque era demasiado humillante vivir otro momento más.

Chase se inclinó hacia adelante en la barra, mirando hacia Jake,


tendiendo su mano hacia él.

—Dr. Chase Hudson —dijo y pude sentir a Jake ponerse rígido a


mi lado.

—Oh.

—Sí, oh —dijo Chase mirándome en toda mi vergüenza, bajando la


mirada a mis manos, mi cabello cayendo como una cortina alrededor para
esconder mis sonrojadas mejillas y mordiendo mi labio—, lo que acabas
de hacerle es absolutamente inaceptable —espetó y mi cabeza se sacudió
para mirar de uno a otro.

—Amigo, no quería ofender…

—No es a mí a quien deberías pedir disculpas, es a ella. ¿Tienes


alguna idea de lo insensible que fuiste? ¿Sabes que está luchando, y se
lo refriegas en la cara de alguien que creías un extraño? Deberías cuidarla
más.

—No soy su novio o hermano, hombre —se defendió Jake, pero


sabía que estaba empezando a sentir la culpa.

—No, pero sospecho que estar aquí fue idea tuya en primer lugar.
Obviamente esta no es la clase de cosas con las cuales se siente cómoda.
Y después la abandonas. ¿Entonces te diviertes a su costa? ¿Quién hace
esa clase de mierda? Es parte de tu vida. No te importa para nada… hazlo
malditamente mejor —dijo tirando dinero en la barra después tocando mi
hombro por un breve momento—. Ava —dijo haciendo una pausa,
esperando que lo mirara. Cuando lo hice me sonrió—. Te veré el jueves.
Y después se fue. Saliendo por la puerta, haciendo una pausa para
mirar, cruzando la calle y después desapareciendo en su edificio.

—Maldita sea, me siento como un escarmentado niño de ocho años


—dijo Jake, bajando la mirada hacia mí—. Oye, lo siento. Sé que soy un
imbécil. No debería haber… dicho esa mierda. No sé lo que está mal
conmigo.

—Esta b… —mi voz se apagó mirando hacia el edificio de Chase.


Prácticamente podía oírlo diciéndome que no dijera que estaba bien. No
estaba bien. Tenía que aprender a ser un poco más firme. Al menos con
Jake. Había dejado pasar demasiada mierda suya—. En realidad —dije
en cambio, girándome para mirarlo—, no está bien. Nada de esta noche
estuvo bien. Traerme aquí solo para dejarme sola. Después diciendo
mierda. No es correcto. Y tienes que parar. Especialmente con la charla
sobre mi vida sexual. Hablo en serio. Esto termina ahora.

Las cejas de Jake se levantaron durante un momento antes de que


una sonrisa comenzó a aparecer en sus labios.

—Maldita sea —dijo asintiendo, mirando en dirección hacia donde


Chase se había ido—, él te está ayudando realmente, ¿eh?

—¿De qué estás hablando?

—Esto —dijo sentándose y alcanzando un aro de cebolla—. Esta


actitud. Esta forma de hablar. Nunca me lo habrías dicho en el pasado.
Nunca. Sin importar cuán lejos me hubiera pasado de la raya. Realmente
te está ayudando. Eso es muy bueno para ti.

Tenía razón. De verdad tenía razón. Después de tres interacciones


con Chase sentía suficiente confianza para ser un poco firme. O al menos
intentarlo. Esto era un progreso. Era más de lo que había logrado en
años.
—Sin embargo Jake, hablo en serio. La discusión sobre mi vida
sexual…

Levantó una mano.

—Nunca más. Quiero decir… no delante de alguien más…

—Gracias —dije de todo corazón.

—Deberías darle las gracias al doctor —dijo agarrando un puñado


de papas.

Asentí.

—¿Cómo le doy las gracias a un chico? —me pregunté en voz alta.

—Los chicos somos fáciles —contestó Jake—. No necesitamos


flores, joyas ni cenas de lujo. Ponte vistiendo algo sexy como el infierno y
nosotros los hombres somos felices.

Le miré, sonriendo un poco.

—Eres un genio.

****

La tarde siguiente después del trabajo, tomé un taxi hacia la tienda


más sofisticada de lencería que conocía. También sabía que fuera lo que
fuera que escogiera terminaría pagando una fortuna. Pero valdría la
pena.

Por dos motivos distintos.

Uno, porque podría ayudar a reforzar un poco mi confianza. Las


mujeres supuestamente se sentían sexys llevando bragas nuevas y
sujetadores bonitos. Y estaba a punto de desnudarme delante de alguien.
Podía usar todo lo sexy que pudiera conseguir.
Dos, porque como Jake había dicho, era una manera de agradecer
a un chico.

El interior de la tienda era precioso. Las paredes eran frescas pero


de un luminoso gris. El suelo era de madera oscura. Había dos grandes
mesas con bandejas de bragas de encaje y sujetadores en ellas. Las
paredes tenían incorporadas estantes de conjuntos de sujetadores con
bragas, portaligas, camisones, incluso batas.

Había dos candelabros negros colgando del techo encima de cada


mesa. En la parte de atrás había cortinas blancas cubriendo un camino
que conducía, me imaginaba, hasta los probadores. Al lado de la puerta
había un discreto puesto de atención, una espléndida pelirroja estando
detrás en un vestido negro ceñido. Había una lenta y sensual música de
fondo a través altavoces escondidos y la atmósfera era cálida,
haciéndome temblar viniendo del frío de fuera.

Otras dos mujeres estaban echando un vistazo a las colecciones.


Fui hasta una de las mesas sintiéndome insegura. Sinceramente no sabía
qué me vendría mejor. O lo que podría ser sexy para un hombre.
Compraba conjuntos en ocasiones. Blancos, negros, beige. Y algunos
podrían ser considerados un poco sexys, pero quería algo más que “un
poco sexy”. Quería algo que lo hiciera babear.

—¿Estás buscando algo para una ocasión especial? —preguntó la


pelirroja viniendo hacia mí.

—Oh —dije dejando caer las bragas que había estado mirando—.
Sí. Eh… acabo de empezar… —¿A ver a un terapeuta sexual? ¿Y estamos
a punto de desnudarnos por primera vez? No, eso no. —…a ver a alguien
—improvisé.

—Oh —dijo dándome una sonrisa—. Bueno, no quieres estar


buscando aquí —me dijo, sosteniendo un brazo para seguirla. Lo cual fui
muy feliz de hacer. Podía usar toda la ayuda que pudiera conseguir—.
Tú, o tú… pareja —dijo, usando sin esfuerzo la corrección política—,
¿tenéis preferencia por un color? ¿Rojo? ¿Rosa? ¿Blanco?

Era una buena pregunta. No había manera que pudiera sentirme


sexy en rojo. Lo cual no tenía sentido, pero simplemente gritaba sexo, lo
cual probablemente sería demasiado. Y nunca fui una fan del rosa.

—Creo que negro sería lo mejor —dije conociéndome, sabiendo que


mi armario estaba lleno de varios tonos de negro.

—Siempre una buena elección —dijo guiándome hacia las paredes


donde estaban expuestos los conjuntos—. ¿Seda? ¿Encaje?

—Encaje —decidí, excitada por la idea del efecto transparente.

—¿Qué tal esto? —preguntó enseñándome un sujetador balconette


de encaje floral colgando encima de bragas a juego. Alcanzó dentro del
estante sacando las bragas—. Estas braguitas son atrevidas —me
informó, girándolas para enseñarme la parte de atrás, el alto corte dejaba
a plena vista todo el culo pero aun así cubría un poco—, pero también
tenemos el tanga a juego si prefieres.

—La atrevida está bien —dije rápidamente. Quería al menos ir


tapada cuando aún estaba… descubierta.

—Excelente —dijo mirándome de arriba abajo antes de girar


rápidamente entre las perchas y sostenerme uno de mi talla. Volvió para
buscar entre los sujetadores—. También tenemos medias y liguero a
juego con esto si estás interesada.

¿Más capas? Me apunto.

—Por supuesto —estuve de acuerdo.

Lo siguiente que supe es que estaba saliendo con una bonita bolsa
de compra gris con rayas negras, con papel para envolver negro saliendo
por encima y unos cientos de dólares más pobre. Pero había valido la
pena. Al menos, tenía la esperanza de que lo haría.

Entré en el apartamento y encontré a Jake colocando su mesa de


masajes. Sus ojos vagaron hacia la reveladora bolsa de compra, un lado
de su boca curvándose.

—Buena elección —dijo asintiendo.

—Claro —estuve de acuerdo sonriendo—, si tengo cojones para


ponérmelo.

—Me aseguraré de que lo hagas —asintió—. ¿Qué te pondrás


encima?

—Sí, lo capto. Mi ropa apesta —dije poniendo los ojos en blanco.

—La ropa no está mal. Solo que las juntas incorrectamente.

—Incluso peor.

—Te escogeré algo mientras estás trabajando mañana y te lo dejaré


preparado.

—¿En serio? —pregunté parando de repente en mi camino hacia


mi habitación.

—Si —se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

Pero por su disposición egoísta, lo era. Iba a hacer algo solo porque
era amable. Algo para mí. Sin esperar algo en cambio.

—Vale. Gracias. Pero nada demasiado loco, ¿vale? No quiero


parecer como si estuviera suplicando.

—Pero lo haces.

—Pero no quiero que se note. Algo modesto, ¿vale?


—Muy bien —estuvo de acuerdo— pero sólo si lo que tienes en esta
bolsa es negro y de encaje.

Sonreí.

—Lo es.

—Chica lista —asintió volviendo a sus arreglos. Loción, aceite e


incienso, todo lo que necesitaba ser puesto en un precioso carrito
plateado con un espejo en barra—. ¿Estás nerviosa? —preguntó
sosteniendo un encendedor para prender un palo de lo que seguro era
incienso rosa.

Abrí la puerta de mi dormitorio, dándole la espalda.

—Sí.

—No lo estés —dijo encogiendo los hombros—. Se ve capaz.

—¿Capaz de qué?

—De cualquier cosa que necesites —dijo en un tono extraño, pero


se alejó antes de poder preguntar que quería decir.

Vale.

Coloqué la bolsa en mi escritorio, me despojé de la ropa,


poniéndome el pijama y me acosté temprano. Porque si no lo hacía, iba a
estresarme sobre la noche siguiente hasta que me pusiera enferma.

Y después mi subconsciente se hizo cargo.

Y en su lugar soñé con él.


Segunda sesión
Llegué a casa para encontrar a Jake recostado casualmente,
mirando la televisión, apenas inclinando su cabeza hacia mí como
saludo. Tanto por el chico dulce que había visto la noche anterior. Oh,
bueno. No podía esperar milagros. Después de todo aún era Jake, aunque
hubiera decidido tratarme mejor.

Después de ser regañado por Chase, me recordé.

Una ola de náuseas me llegó de repente. Había sido bueno no


pensar para nada en él. Bueno, vale, no demasiado bueno. Pero bien.
Muy bien. Había hecho un trabajo de mierda con respeto a eso. Pero lo
había intentado.

Abrí la puerta, cerrándola, antes de levantar la mirada.

Y ahí estaba mi cama. Llena con una selección de ropa extendida


para la noche, mi bolsa de ropa íntima y otra bolsa desconocida. Caminé
hasta ahí, mirando el sencillo vestido negro de mangas largas que sería
ceñido, pero sin apretar el cuerpo. Realmente natural. Simple. No iba a
parecer vulgar. Mostraría mis bonitas medias negras. Era una buena
elección. Una que nunca habría hecho por mí misma.

Alcancé la bolsa desconocida, buscando dentro y sacando una


bonita botella de perfume.

—Es el mismo aroma que aquella loción de mierda que te pones —


dijo Jake detrás de mí haciéndome girar para encontrarlo de pie en mi
puerta.

Bajé la mirada a la botella, mirando la etiqueta.


—Jake, es demasiado —protesté sabiendo el rango general de
precios.

—No es gran cosa —le restó importancia. Sabía que ganaba buen
dinero, mucho más que yo pero aun así. Era un regalo caro. Y nosotros
no hacíamos esa clase de cosas.

—Jake…

—Solo dame las gracias y sigue —sacudió su cabeza—. Cristo. Es


más difícil hacerte un regalo que un piropo. Ve a ducharte y prepararte.

Luego se fue, y yo hice precisamente eso.

****

Me sentía desnuda bajo mi vestido. Lo cual era estúpido. Quiero


decir, las medias eran bastante parecidas a los leggings que solía llevar
normalmente debajo de mis faldas. Excepto que no lo eran. Porque tan
pronto como salí (después de que Jake insistiera en que le enseñara el
cierre de la liga para demonstrar que efectivamente las llevaba) y el aire
frio levantó mi falda, se sintió íntimo y raro contra la parte superior de
mis desnudos muslos.

Pero seguí caminando. Porque no había vuelta atrás.

Caminé hasta la puerta un rato más tarde, tomando una profunda


respiración temblorosa. Eso era. Suspiré abriendo la puerta.

—Ava —dijo Chase levantando la mirada desde algunos papeles


que estaba sosteniendo, apoyándose contra el escritorio en otro traje
negro, esta vez con una camisa gris, dos botones abierta—. ¿Podrías
bloquear la puerta detrás de ti? —preguntó poniendo de vuelta los
papeles en un sobre manila y sellándolo.
Bloqueé la puerta agradecida por una oportunidad, sin importar
cuán breve, para alejar la mirada de él.

Cuando me volví a girar, estaba justo a mi lado. Cómo se había


movido tan rápidamente estaba más allá de mí.

—Te ves guapísima —dijo con facilidad y sentí mi respiración


trabarse. Sonrió ligeramente por mi silencio—. Vamos —dijo con el brazo
en mi espalda baja, como de costumbre—, vamos a conseguirte una
bebida, ¿vale?

—Vale.

Me guió a través del despacho hasta el suyo, bueno, ni siquiera


sabía cómo llamar a la otra habitación. Me señaló el equipo estéreo
mientras se movía para preparar las bebidas. Sintiendo como si fuera
una especie de test, mire rápidamente las listas de canciones, saltando
la de cafetería y decidiéndome por algo llamado “blues romántico”. Tan
pronto como lo seleccioné, pude ver a Chase asintiendo. Se sentía como
una aprobación. Y maldita sea si no sentí excitación y hormigueo.

Volvió conmigo un momento más tarde, sosteniendo un Martini


para mí.

—Me imaginé que querías algo un poco más fuerte que vino tinto
—dijo con una sonrisa bailando en sus labios.

—Buena idea —dije tomándolo y bebiendo un largo trago, un poco


demasiado contenta de que él hubiera observado mi opción de bebida en
el bar.

—¿De uno a diez? —preguntó.

—Aguantando firme en el cinco por el momento —admití.


Asintió, tomando su bebida de un trago y dejando el vaso. Lo cual
entendí que significaba: Muy bien. La mierda estaba a punto de caer.

Así que tragué el resto de mi bebida y apoyé mi vaso también.

—Vamos —dijo estirándose y tomando mi mano en la suya. Seguí


detrás de él, mirando nuestras manos conectadas con un extraño sentido
de pregunta. Era tan soso pero al mismo tiempo era un gesto dulce.

—¿Por qué no te quitas los zapatos? —sugirió dejando caer mi


mano y girándose para encender el fuego y las luces.

Me senté en el sofá, quitando mis tacones y después colocándolos


alineados en el otro lado del sofá.

Chase se sentó un momento más tarde, su cuerpo entero tocando


el mío desde el hombro hasta la rodilla. Después se estiró, un brazo yendo
alrededor de mi espalda y el otro deslizándose debajo de mis rodillas y
tirando hasta que mis piernas estaban a lo largo de su regazo, su mano
puesta en mi cadera.

—Hola —dijo inclinando su cabeza para mirarme.

Forcé una débil sonrisa.

—Hola.

—Me gusta esto —dijo arrastrando su mano por mi cadera hacia


abajo, por encima de mi muslo, mi pantorrilla, la sensación en las medias
tan delicada y sensual que mi cuerpo hizo un pequeño salto hacia la
excitación—. ¿Te lo has puesto para mí?

Demonios, sí lo hice.

—Sí —admití, mirando su mano continuar su lenta exploración.


—Eres tan dulce —dijo, su cabeza inclinándose para después
empezar a plantar pequeños besos a lo largo de mi mandíbula. Cerré los
ojos, exhalando un inesperado suspiro, porque los nervios estaban
calmados y todo lo que quedaba era el deseo. Ahí. Extraña pero familiar
al mismo tiempo—. Ava —dijo suavemente, sus besos deteniéndose y
dejándome irrazonablemente decepcionada.

—¿Si? —pregunté con los ojos aún cerrados.

—Bésame.

Mis ojos se abrieron encontrando los suyos. Cerca. Tan cerca. Bajé
la mirada a sus labios por un momento, los míos abriéndose con
anticipación, después volviendo a sus ojos. Y supe con ciega claridad que
no iba a dejarme salir sin hacerlo. Si no lo besaba primero, no habría
beso. Y maldita sea, solo… tenía que probarlo una vez más. Solo para ver
si había un terremoto como las dos veces anteriores.

Así que me incliné. Mi brazo se movió de donde estaba en un puño


en mi cadera y se estiró hacia arriba a su cuello, los dedos bailando a lo
largo de su piel durante un segundo antes de establecerse en su nuca.
Sus ojos se cerraron durante un segundo mientras tomaba una
respiración profunda, después abrió sus hermosos azules ojos para
mirarme. Incliné mi cabeza hacia la suya, lentamente cerrando el espacio
entre nosotros, mis labios suavemente en los suyos, mis ojos cerrándose.
Porque era apenas una caricia y sentía como si me estuviera ahogando
en él.

Su mano alrededor de mi espalda se apretó en mi hombro, pero


permaneció dócil debajo de mí, esperando para profundizar el beso,
dejándome tener el control. Así que lo hice. Presioné mis labios fuerte en
los suyos, tomando su labio inferior entre los míos y chupándolo
suavemente.
Entonces él se movió, sus brazos agarrando mi espalda y caderas,
tirándome hasta que me moví para sentarme a horcajadas, mis labios
nunca dejando los suyos. Ambas manos fueron a acunar la áspera barba
incipiente de su mandíbula mientras deslizaba mi lengua entre sus labios
abiertos. Sus manos estaban en mis caderas y en el segundo que mi
lengua encontró la suya, sus dedos se clavaron fuerte en mi piel.
Animada, envolví mis brazos alrededor de la parte posterior de su cabeza,
profundizando el beso. Intentando conseguir consumirme
completamente en él.

Pareció durar una eternidad.

Y deseaba que lo hiciera.

Felizmente le hubiera besado hasta maldito final de los tiempos.

Pero entonces sus manos fueron a los lados de mi cara, tirando


suavemente hasta que nuestros labios ya no se tocaban.

—Abre los ojos nena —dijo con su voz ronca.

Los abrí lentamente, los párpados sintiéndose increíblemente


pesados y lo miré por debajo de ellos.

—Jesucristo, eres hermosa —dijo suavemente su pulgar


acariciando mis pómulos—. Quiero ver más de ti —me dijo, la simple idea
rompiendo a través de la neblina feliz de mi cabeza—. Quítate el vestido,
cariño.

Las palabras se abrieron camino.

Me sentí enderezarme, mis ojos abriéndose ampliamente.

—No te asustes —dijo sus manos deslizándose por mi espalda


abajo hasta mis caderas, agarrando el material de mi vestido y
apretujándolo en sus manos—. Deseo tanto quitarte esto —dijo bajando
la mirada a sus manos—, pero tienes que ser tú quien lo haga. —Su
mirada volvió a la mía—. Por favor quítatelo por mí.

Santa mierda.

Vale.

¿Podría realmente negarme?

¿Con él mirándome de esa manera?

Tomé una respiración lenta, estabilizadora, dejando que mis manos


se estiraran y cayeran encima de las suyas, apretando hasta que lo dejó
ir, moviéndose hacia abajo para descansarlas en el lateral de mi rodilla.
Podía hacerlo. Por esto estaba ahí. Para probar mis límites. Para empujar
más allá de ellos. Para dejar de vivir en mi zona de confort. Además, había
gastado cientos de dólares en ropa íntima bonita. Sería una pérdida
completa si no veía nada.

Exhalé lentamente, mi mirada en su rostro mientras agarraba el


material y rápidamente lo sacaba por encima de mi cabeza y lo tiraba a
un lado. Ahí está. Hecho. Lo hice.

El aliento de Chase siseó de su boca.

—Maldición —gruñó, sacudiendo su cabeza. Sus ojos examinaron


mi cuerpo. Y normalmente, desearía retorcerme, cubrirme, correr como
loca alejándome. Pero todo lo que sentía era una lenta excitación,
creciendo, cubriendo mi cuerpo, asentándose en mi corazón. Porque sus
ojos estaban tan llenos de asombro que parecían que estaban intentando
memorizar cada centímetro de mí.

Su mirada lentamente subió hasta la mía.

—¿Esto también era para mí? —preguntó. Asentí con una vacilante
sonrisa—. Nena, levántate —dijo sus manos empujando ligeramente
contra mis rodillas hasta que me deslicé de su lado, de repente cohibida.
Sus manos se colocaron encima del liguero.

Sintiéndome tensa, tragué saliva. El silencio estaba volviéndose


incómodo.

—Q… ehh… quería agradecerte —tartamudeé.

Sus ojos se movieron rápido hacia los míos.

—Nena, ¿por qué tienes que agradecerme?

—Porque… —dije sintiendo que mis palabras saldrían


equivocadas—. Porque… estas ayudándome mucho.

—Oh cariño —dijo sonriendo un poco. Después de inclinó hacia


delante, sorprendentemente, apoyando su frente contra mi abdomen—.
Eres tan perfecta —dijo y las palabras enviaron un temblor a través de
mi sistema.

Su declaración me hizo algo.

Normalmente lucho con los piropos. Los niego. Y ciertamente


nunca me los he creído.

Pero le creía a Chase. Sus palabras se asentaron en mi pecho y


estómago, llenando lugares que no me había dado cuenta que estaban
vacíos. Y asombrosamente, el perfecto Chase Hudson pensaba que yo era
perfecta.

Sintiéndome torpe, mi mano se estiró hacia abajo, posándose sobre


el cabello de su coronilla. Su cara se inclinó ligeramente, plantando un
beso justo debajo de mi ombligo, antes de volver su rostro hacia arriba
para mirarme. Parecía que estaba luchando por decir algo. El asombroso,
elocuente y seguro Dr. Chase Hudson había perdido las palabras.

—Bueno, de nada —dijo, sonriéndome.


Estaba tan sorprendida que me reí. No. No una risa. Una risita.
Como una maldita chica de segundaria. Lo que sólo le hizo sonreír más,
los extremos de sus ojos se arrugaron ligeramente con el movimiento.
Luego sus manos se movieron hasta mis caderas, empujándome hacia
atrás para poder levantarse despacio. Con apenas un poco de espacio
entre nosotros, se puso de pie y se quitó la chaqueta, deslizándola de sus
hombros y brazos luego arrojándola al suelo encima de mi vestido. Luego,
mirándome, empezó a desabotonarse la camisa.

Oh Dios mío.

Bueno. Estaba desnudo.

Como... justo delante de mí.

Y no estaba para nada aterrorizada.

Estresada, seguro. Pero más que eso, en realidad estaba... curiosa.


Quería saber cómo se veía debajo de toda la ropa.

Su camisa siguió el camino de su chaqueta, pero mi mirada


permaneció en la suya. Para... no sé... ¿proteger su privacidad? Lo cual
era ridículo.

—Ava, mira —dijo, observándome—. Quiero que mires.

Sentí que mi sexo se apretaba con eso. Tenso. Fuerte. Como si fuera
una espiral tirando demasiado apretada por un momento, casi doloroso,
antes de soltarse.

Mis ojos vagaron lentamente hacia abajo, mirando la amplia línea


de sus hombros. Fuerte. El tipo de hombros en los que sabías que
siempre podías apoyarte. Luego bajaron a su fuerte pecho. Más abajo.
Las fuertes y profundas líneas de sus abdominales. No del tipo
insignificante que apenas puedes distinguir debajo de la piel, estos eran
marcados. Líneas en las que podría hundir mis dedos. Sus manos
estaban en su cinturón, haciendo una pausa, hasta que mis ojos se
posaron encima y empezaron a trabajar, desabrochando y luego
arrojándolo para unirse a la pila de objetos desechados en el suelo. Sus
manos fueron automáticamente al botón de sus pantalones,
empujándolo hacia fuera, luego deslizando la cremallera hacia abajo. La
parte exterior de sus manos empujó contra mi vientre mientras lo hacía
y di un paso atrás para que tuviera espacio para quitarse los pantalones.
Bajaron rápidamente y él los sacó de sus piernas, de alguna manera
empujando sus zapatos y calcetines al mismo tiempo. Mis ojos vagaron
sólo un poco, deteniéndose justo en su cintura de adonis, esa V profunda
que llevaba a su conciso bóxer negro.

Pero no podía dejar que mis ojos bajaran por debajo de la cintura,
así que dejé a mis ojos retroceder arriba hasta encontrar su rostro otra
vez. Me dirigió una pequeña sonrisa.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó, sorprendiéndome.

¿Qué quería hacer?

Honestamente, no tenía ni puta idea.

Pero lo que yo quería, lo que necesitaba, era un poco de consuelo.


Un poco de tranquilidad.

Sin pensarlo. En verdad, sin siquiera saber mi verdadera intención,


me acerqué, envolviendo mis brazos alrededor de su espalda y
acomodando mi rostro debajo de su barbilla. No hubo ni siquiera la
menor vacilación antes de que sus brazos me rodearan, acercándome. Y
ni siquiera importaba que sus brazos estuvieran encima de los míos,
atrapándolos bajo su fuerza. Por primera vez en mi vida, estaba siendo
legítimamente atrapada, y no estaba volviéndome loca.

Debajo de mi oído, el corazón de Chase estaba latiendo, más rápido


de lo normal. Su piel se sentía cálida y acogedora. Y no se me escapó
absolutamente que su duro pene estaba presionando en mi vientre. Pero
no importaba. Confiaba en que se mantuviera fiel a su palabra. No habría
contacto sexual.

Simplemente... confiaba en él.

Y era la primera vez que confiaba en alguien.

Sus manos fueron a mis brazos, frotando arriba y abajo.

—Me gustaría quedarme así toda la noche, cariño —dijo con voz
baja—, pero ya es hora.

—¿Es hora de qué? —pregunté contra él, casi soñolienta. Incliné la


cabeza y le di un beso en el pecho.

—Es hora de quitarnos el resto de la ropa.

Oh.

Mierda.

Sí. Me olvidé de eso.

—No te pongas rígida —instó, con las manos acariciándome


mientras me alejaba de él—. Está bien. Puedes tomarte el tiempo que
necesites, ¿de acuerdo?

—Vale.

—¿Quieres que termine primero?

¿Quería ver su polla antes de mostrarle mis tetas y... otras cosas?
Um. Sí, no. Eso no iba a funcionar. De ninguna manera sería capaz de
quitarme la ropa después de ver... eso. Nop.

—¿Ava?
Tragué saliva, lamiendo mis labios nerviosamente.

—Yo —susurré.

Asintió, alejándose de mí e hizo lo peor que podía hacer. Se sentó


en el sofá, mirándome expectante. Santo infierno. No iba a tener ningún
tipo de privacidad. Tenía que desnudarme ahí mismo mientras él miraba
como si fuera una especie de stripper. Estupendo. Eso era genial.

—Ava —dijo su voz, firme, una advertencia. Porque sabía que mi


mente estaba dando vueltas—.Por qué no empiezas con las medias, ¿de
acuerdo? —sugirió.

Bien. Podría hacer eso. No era tan malo. Me incliné hacia adelante,
agarrando el broche de la diminuta combinación de material que sostenía
mis medias en mi liguero. Luego deslicé el material de seda abajo por mis
piernas. Paré mientras sacaba la segunda pierna. Pero no había vuelta
atrás. Tenía que hacerlo. Debía. Sin importar que me sintiera como si
fuera a vomitar. Gracias a Dios que tuve la previsión de no comer nada
en todo el día. Mis manos se movieron temblorosas hacia la correa de mi
liga, deslizándola hacia fuera.

Sólo quedaban el sujetador y las bragas. Sacudí mi cabello, para


que cayera hacia adelante, ofreciéndome un poco de privacidad mientras
me inclinaba ligeramente hacia delante, medio bloqueándome la vista
mientras alcanzaba detrás de mi espalda el cierre y mi sujetador cayó.
Me estiré por las bragas, clavando mis dedos en la banda y empujando
abajo, mi corazón latiendo tan fuerte en mis oídos y garganta que era
todo lo que podía oír. Tan pronto como la saqué por los pies, me perdí.

Quiero decir... perdí la cabeza.

—No puedo, no puedo —dije, yendo al suelo, llevando mis rodillas


a mi pecho, envolviendo mis brazos alrededor de ellas, enterrando mi cara
contra mis rodillas—. No puedo. Lo siento. Simplemente…
Me sentí como si me estuviera cayendo a pedazos. Mi piel se sentía
demasiado caliente. Y no podía tomar una respiración adecuada,
dejándome mareada. Me balanceé hacia adelante y hacia atrás,
acunándome, tratando de darme algún tipo de consuelo.

—Está bien, está bien —dijo Chase cerca y me di cuenta de que él


se había sentado en el suelo detrás de mí. Sus manos me alcanzaron
suavemente, agarrando mi hombro y rodilla y tirándome en el espacio
entre sus piernas hasta que el lado de mi cara estaba contra su pecho.
Una de sus manos fue hacia el lado de mi cuello y la otra hacia mi cadera.
Sentí sus labios presionar en la parte superior de mi cabeza—. Está bien,
Ava. Toma aire, ¿de acuerdo? —arrastré temblorosamente aire en mis
doloridos pulmones, exhalándolo rápidamente porque parecía que
quemaba—. Bien. Otra vez —dijo él, con la mano empezando a
acariciarme el cabello suavemente—. Dame un número.

Un poco mejor.

Hace un minuto era diez yendo hacia once. Pero ahora estaba un
poco mejor.

—Ocho.

—Bueno. Sigue respirando —tuvo que recordármelo—. ¿Qué


necesitas de mí en este momento?

Nadie, literalmente nadie, había pensado en preguntarme eso


antes. Lo cual era increíble. Asombroso que nadie en mi vida que me vio
sufrir pensó en preguntar eso, preguntar la única cosa normal que podían
hacer.

—Necesito que masajees mi espalda —decidí pensando en cómo me


había hecho que me durmiera haciendo esto.

Se movió ligeramente dándose un poco más de acceso, después sus


dedos pasaron suavemente arriba y abajo por mi columna.
—¿Así?

—Si —murmuré girando mi rostro hacia su pecho, respirando su


olor. El toque de colonia pero más que nada…él.

No tengo ni idea de cuánto tiempo estuvimos así, mi ansiedad


disminuyendo lentamente, librando mis pulmones, ralentizando mis
latidos. Podrían haber sido horas por lo que sé. Pero funcionó. Aún estaba
desnuda, pero no estaba volviéndome loca con eso.

—Vale —dijo deteniendo sus caricias. Una de sus manos aún


debajo de mis rodillas, la otra encima de mi espalda—. Te voy a llevar a
la cama. No, no te crispes —dijo levantando mi cuerpo y poniéndose de
pie—. Te dije que no va haber contacto sexual hoy. ¿Vale? ¿Confías en
mí?

Por primera vez en mi vida, sí.

—Sí.

—Vale —dijo comenzando a caminar—. Voy a dejarte meter debajo


de las sábanas para que podamos hacerlo lento. Así no causamos otro
ataque de pánico. Fue mi culpa.

—No fue…

—Sí lo fue —dijo levantando una pierna para equilibrar mi peso y


alcanzar el edredón y sábanas y tirarlos atrás—. No debí sentarme
apoyado como si estuvieras a punto de ofrecerme un espectáculo. No fue
inteligente de mi parte. Debí haberlo sabido mejor.

Me bajó encima de la cama, aun sosteniéndome, agarrando la


cobija y cubriendo mi cuerpo. Tan pronto que el material estuvo en mis
hombros, me dejó y me eché rápidamente hasta el centro de la cama para
que tuviera sitio.
—Voy a quitar mis bóxer —me dijo alcanzando el elástico.

—Vale.

—¿Quieres mirar?

Sentí aquella opresión de nuevo, presionando mis muslos juntos.


Porque lo hacía. Quería mirar. Me sentí asentir tensamente.

—Esto es tan excitante, cariño —dijo poniendo sus manos en la


banda elástica y empujando el material hacia abajo.

Y...

Oh,

Dios mío.

Debí saberlo. Quiero decir, el resto de él era grande, amplio y fuerte.


Debí adivinarlo.

Porque ahí estaba su pene erecto. Grande. Grueso. Prometiendo


llenarme como nadie más lo había hecho. Y… quería saber cómo se
sentía. Sentí un caliente rubor elevándose a mis mejillas al pensar esto.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Chase, metiéndose en la


cama, deslizándose debajo de las sábanas, volviéndose de lado para
mirarme.

Me giré también, trayendo mis rodillas a mi pecho como barrera.


Sacudí la cabeza. No había manera que pudiera decirlo. De ninguna
jodida manera.

—Ava, dime cariño. Puedes confiar en mí, ¿recuerdas? —preguntó,


su mano yendo a un lado de mi rostro—. Por favor.
Inhalé. Tenía razón. Necesitaba trabajar en la cosa de la
comunicación.

—Estaba pensando en ti… —Dios. Esto era vergonzoso—… dentro


de mí —admití finalmente.

Sus ojos se cerraron por un segundo, un músculo pulsando en su


mandíbula. Cuando los abrió de nuevo, intensos, sacudió su cabeza.

—Dios, nena, eso me hace feliz. No tienes ni idea lo mucho que


deseo estar dentro de ti.

—Tengo alguna idea —murmuré pensando en su dura polla a tan


solo pocos centímetros de mí.

Chase hizo un sonido raro, después rompió a reír, un sonido


profundo que estaba causando toda la clase de problemas entre mis
muslos.

—Eres bastante asombrosa, ¿lo sabes? —preguntó moviendo su


cabeza aún sonriendo.

Y tenía razón. Fue en mi sesión preliminar, cuando pensé que no


podía manejar su sonrisa. No podía siquiera mirarla. Era demasiado
perfecta.

—Vale —dije alejando la mirada—, ¿ahora qué?

—Tócame.

Mis ojos se dispararon, encontrándome con una ceja levantada.

—Lo quieres, ¿no es así? —indagó, sabiendo que si—. Aquí —dijo,
rodando de espaldas, la sábana resbalando abajo hasta su cintura—, te
daré más acceso.

—¿Te gusta ser… juguetón? —pregunté, mis cejas juntándose.


—No siempre soy serio, ya sabes —dijo girando su cabeza en la
almohada para mirarme.

—Es bueno saberlo —me levanté un poco, saqué mi mano de


debajo de la sábana, cerniéndola encima de su piel durante unos largos
minutos, después lentamente bajando entre sus pectorales. Su aliento
siseó saliendo de su boca, sus ojos mirando mi rostro intensamente.
Animada, pasé mis ávidos dedos por sus abdominales, subiendo por su
costado, hasta sus bíceps.

—Entonces mi desnudez está bien —observó Chase provocando


que mi mano se detuviera culpablemente.

—Supongo —me encogí de hombros.

—Vale —dijo estirándose hacia abajo y pateando a un lado la


sábana para quitarla de su cuerpo. Su pene erecto y fuerte estaba hacia
arriba en su estómago, cerniéndose perfectamente en su cuerpo—. ¿Esto
está bien?

Estaba jodidamente perfecto como estaba.

—Sí —dije, dándome cuenta con auténtica sorpresa que deseaba


tocar su pene.

—¿Ahora puedo ver más de ti? —preguntó girando la parte superior


de su cuerpo hacia mí, apoyándose en su codo.

¿Podía? Viendo cómo de repente tenia pensamientos


extremadamente sexuales sobre él, realmente no había motivo para no
dejarle. Si, de hecho, lo ansiaba dentro de mí… estaba malditamente
segura que insistiría en mirarme primero.

—Vale.
Sonrió un poco, su brazo alcanzando la sábana pero no de arriba
como me esperaba. En cambio estuvo tirando el material lejos de mis
piernas. Su mano fue a mi piel tan pronto como estuvo libre, acariciando
arriba y abajo.

—Son unas piernas hermosas —dijo mirándolas.

Bueno, esta era una cosa en la cual podríamos estar de acuerdo.

—Gracias —dije con mi voz casi fuerte.

Su mirada se fue a mi rostro, asintiendo.

—Estás tomándotelo mejor.

—Bueno, no paras de echarme piropos —me encogí de hombros.

—Oye —dijo, adoptando un tono serio—. No te quiero pensando


que solo estoy diciéndote cosas por decir. Cuando te digo lo guapa que
eres es porque lo creo. Quiero que sepas esto. Y quiero que empieces a
creerlo también.

—Te… creo.

—¿Lo crees?

—Estoy acostumbrándome a creerlo.

Sonrió ligeramente, llevando una mano a mi rostro.

—Estamos progresando —dijo.

—Sí —estuve de acuerdo.

Entonces movió la sábana otra vez y sentí el aire golpear una parte
mía más sensible. Instintivamente, cerré mis muslos, sabiendo que en
realidad no sería capaz de ver nada de esta manera. Su mirada dejo la
mía, mirando la piel expuesta. Su mano empujo la sábana más lejos,
exponiendo mi estómago.

—¿Tu elección? ¿O lo que piensas que quiero? —preguntó, su mano


bajando por mi piel apenas tocando el diminuto triangulo encima de mi
sexo.

—¿Qué?

—Completamente depilada —añadió.

—¿Qué? —pregunté otra vez sonriendo—, ¿esperabas que todo


estuviera… alborotado?

—En realidad sí —dijo encogiéndose de hombros—. Me imaginaba


que encontrarías una manera para poder esconderlo.

—Es solo una preferencia personal —dije mirando como su mano


alcanzaba el borde de la sábana que apenas estaba encima de mí,
cubriendo solo mis senos. Se detuvo un segundo después con un
movimiento rápido tiro el material.

—Maldición —murmuró otra vez su mano posándose tensa en mis


costillas—. Ava —dijo con voz firme otra vez mientras sus ojos vagaban
hasta mi rostro—, respira. —Tomé aliento lentamente y sus ojos se
deslizaron otra vez hacia abajo, llegando a descansar en mis pechos. Su
mano se deslizó hacia arriba, deteniéndose en la parte alta de mis
costillas, su pulgar apenas rozando el sensible lateral de mi pecho—.
Cariño, eres perfecta. No puedo esperar para tocar estos —dijo su pulgar
acariciando hasta mi culo enviando un temblor a través de mi cuerpo
entero—. Hmm —gruñó—. Tan sensible.

Su mano se fue rápidamente entonces, casi como si no confiara en


sí mismo para no cruzar la línea si no se centraba en otra cosa.
—Vale —dijo casi como un suspiro como si estuviera
decepcionado—. ¿Por qué no te pones boca abajo, corazón?

—¿Por qué?

—Por favor.

Mis ojos se abrieron ampliamente, viendo la súplica en sus ojos. Di


una miradita hacia abajo mientras comenzaba a moverme, viendo su
pene, viendo la humedad en la punta. Había llegado igual de lejos que yo
en cuanto al deseo. Y de alguna manera encontraba eso más excitante.

Su mano se movió hacia el lado de mi cadera cuando empecé a


girar, agarrando fuerte, antes de dejarme terminar de mover. Levanté mis
brazos, apoyando mi cabeza sobre ellos, de cara a él. Su brazo se
extendió, empezando por la base de mi cuello y moviéndose por mi
columna vertebral de una manera que estaba volviéndose
confortablemente familiar. Pero seguía moviéndose hacia abajo, arriba y
encima de la redondez de mi culo, descansando sobre él.

Sentí mi ceja se alzarse y sacudió la cabeza, pareciendo culpable.


Pero eso no lo detuvo, su mano se deslizó más abajo, tocando la parte
inferior de mi culo y si desplazando los dedos ligeramente hacia dentro,
tocando mi excitación. Como si sintiera el pensamiento, su mano se
detuvo allí, observándome.

—¿Estás mojada por mí, Ava?

Oh,

Dios

Mío.

Y, oh dios mío, sí lo estaba.

Me sentí tragar y asentir.


Inhaló lentamente.

—No puedo esperar para tocar, probar y sentir eso —dijo con afecto.
Su mano se movió a la parte posterior de mis muslos y luego se retiró de
repente—. Está bien —dijo—, ven aquí —agregó, rodando sobre su
espalda y palmeando su pecho. Me moví hacia él como si fuera el único
lugar en el mundo donde quisiera estar.

Y yo sospechaba, irracionalmente, que era demasiado cierto.

Después de un rato. Un buen rato más tarde, se echó a reír debajo


de mí.

—Tu barriga está gruñendo —dijo, moviéndose para sentarse—.


Vamos a buscarte algo de comida.
Después de la sesión
Bueno. Estaba segura de que lo escuché mal. Pero entonces estuvo
deslizándose de debajo de mí y moviendo su culo desnudo hacia nuestra
ropa, su ropa interior en su mano durante mucho tiempo antes de que
finalmente se deslizara en ella. Luego fueron sus pantalones, calcetines,
zapatos, camisa. Pero dejó su camisa abierta, inclinándose y recuperando
el montón de mi ropa y caminando de regreso hacia la cama con ella.

Y entonces me di cuenta de que ni siquiera me había molestado en


ocultarme. Y ciertamente no podía hacerlo ahora con él mirándome de la
manera que me estaba mirando. Hambriento. Como si fuera a devorarme.

Pero luego caminó alrededor, poniendo toda mi ropa


cuidadosamente y después se puso de rodillas en la cama, acercándose
a mí. Buscó la muestra de tela que eran mis bragas, abriéndolas y
alcanzando mis pies. Levantó uno, metió el pie en el agujero y luego se
dirigió al otro.

Santo jodido infierno.

Me estaba vistiendo.

Y no era raro.

Era sexy igual que al principio.

El material se deslizó por mis muslos y sus manos se detuvieron,


esperando a que levantara mis caderas, luego acomodándolas en su
lugar. Luego fue la liga. Luego las medias, sus manos deslizándolas
hábilmente y después abrochándolas. Se inclinó hacia delante,
alcanzando mis manos y tirándome hacia arriba en una posición sentada.
Luego metió el sujetador en mis brazos, acomodando las copas alrededor
de mis pechos sin realmente tocarlos, luego se estiró alrededor, hasta mi
espalda, para abrochar los ganchos. Extendió la mano, agarrando mi
vestido, levantándolo en sus manos y lo deslizó sobre mi cabeza. Mis
brazos se metieron en las mangas.

Se sentó en sus talones, pasando una mano por mi pierna antes


de que desapareciera.

Y entonces me moví, poniéndome de rodillas para acercarme a él.


Mis manos subieron, agarrando los lados de su camisa y empezando
cuidadosamente a cerrarla. Maldita sea si no se sentía como la cosa más
natural del mundo. Una vez que mis manos estaban en el botón superior
(que decidí dejar abierto), mis ojos se levantaron para encontrarse con
los suyos, mirándome una vez más tan intensamente que era difícil de
presenciar.

Inhaló lentamente y luego saltó de nuevo de la cama.

—Muy bien, zapatos —me dijo, metiendo su camisa y deslizándola


en su cinturón. Estaba totalmente vestida y lista cuando se puso la
chaqueta y se dirigió hacia la puerta—. ¿Alguna preferencia por la
comida? —preguntó, pasando por su despacho hasta la sala de espera.

—Comeré cualquier cosa —admití y asintió, llevándome fuera.

Una vez en la calle, su mano fue a mi espalda baja. Y, por una vez,
casi parecía posesivo. Pero eso era ridículo. Esa era mi mente dando
vueltas. De ninguna manera se sentía posesivo de mí.

—¿Adónde vamos? —pregunté mientras seguía guiándome por la


calle.

Como respuesta, se metió la mano en el bolsillo, sacando una llave


y haciendo que un coche a unos pocos metros de nosotros pitara y se
encendieran las luces.
—Mi coche —dijo, trayéndome hasta el lado del pasajero y abriendo
la puerta para mí.

Su coche se veía como que costaba más que mi hogar de la infancia.


Elegante, de un color carbón profundo, líneas suaves. El interior era
negro, prístino, todavía olía a nuevo cuando me senté y cerró la puerta.

Se metió en el lado del conductor, arrancando el coche con un


zumbido apenas audible y luego comenzó a conducir.

Terminamos enfrente de un pequeño restaurante italiano, las


paredes de color marrón oscuro y reservados privados negros visibles
desde la calle. Estuvo fuera y alrededor del coche antes de que pudiera
alcanzar la manija de la puerta.

—Vamos —dijo mientras me detenía, mirando su mano


extendida—, trae tu lindo trasero aquí.

—Bueno, si lo vas a decir así —dije, riendo, tomando su mano y


saliendo. No soltó mi mano, en cambio entrelazó nuestros dedos mientras
me conducía hacia la puerta.

¿Qué era eso? Quiero decir, en enserio. No tenía ni idea de lo que


estaba pasando. Se suponía que era mi doctor, mi terapeuta. Eso era
todo, ¿verdad? Eso era lo que recordaba de mi investigación. En ningún
lugar había leído que un terapeuta te llevara a comer después de una
sesión. Eso parecía confundir las líneas de profesionalidad. Entonces,
¿qué estaba pasando?

—Ava —la voz de Chase interrumpió y me di cuenta de que


estábamos de pie junto a la mesa, la anfitriona ya había colocado los
menús a la izquierda—. ¿Dónde estás?

Sacudí la cabeza para despejarla.


—Ningún lugar importante —dije, deslizándome en el reservado
detrás de la mesa, las paredes subiendo y llegando a los lados por varios
centímetros, como si cada uno fuera su propia habitación privada. No
había sillas en el exterior de la mesa, así que Chase se metió a mi lado.

Incómoda con todo el concepto de sentarse del mismo lado, giré


mis caderas para poder mirarlo a la cara. Se dio cuenta, con una ceja
levantada ligeramente, pero no dijo nada, entregándome mi menú.

—Sin importar lo que pidas, te garantizo que será el mejor italiano


que hayas tenido.

—Oh, no lo sé —le dije, bajando la mirada hacia las opciones—,


tengo una fuerte preferencia por este pequeño lugar no tan lujoso a la
vuelta de la esquina de mi apartamento. El propietario llegó de Italia hace
sólo cuatro años. Su acento es demasiado cerrado para entenderle y la
única palabra en inglés que conoce es "comer". Así que cuando vas allí,
solo te hace lo que sea que él quiera. Y siempre es exactamente lo que
necesitas.

—Eso es un reto. Tendré que probarlo en algún momento.

El camarero se acercó, pantalones negros, camisa blanca,


arreglado, con una botella en las manos.

—Lo de siempre —dijo, mostrando la etiqueta a Chase quien


asintió.

Cuando se alejó, tomé mi copa, sonriendo por encima del borde.

—¿Qué? —preguntó, con una sonrisa creciendo en su rostro.

Sacudí la cabeza.

—No del tipo aventurero, ¿eh?

—¿Por qué dirías eso?


—Eres un habitual en el bar, eres un habitual aquí...

Dejó el vaso, inclinándose ligeramente.

—Tal vez soy muy particular acerca de mis... placeres.

Así que dijo eso.

¿Quién dice cosas así?

Al parecer, el doctor Chase Hudson sí.

—Oh —dije, tomando un sorbo del vino tinto, sintiendo el sabor


explotar en mi boca.

—¿Bueno? —preguntó, observándome.

Asentí, alejando mi mirada de la suya porque estábamos


poniéndonos demasiado íntimos en un lugar privado.

Además, era un estándar. Un restaurante que era obviamente para


parejas y amantes. Privado. De alta gama. Lo que significaba que lo
visitaba a menudo... con mujeres. Con citas. O clientes. O amantes.

El pensamiento se estableció como plomo en mi vientre, haciendo


que el hambre constante y mordaz desapareciera repentinamente.

Yo no era especial. ¿De dónde diablos había conseguido la vanidad


de pensar que lo era? Eso era lo que hacían hombres como Chase
Hudson: hombres ricos, hombres poderosos, hombres mujeriegos...
bebían y comían mujeres.

—¿Qué pasa? —preguntó, moviéndose como si fuera a poner su


mano en mi muslo.

Me alejé, notando su severo ceño fruncido e ignorándolo


completamente. Necesitaba juntar mis ideas. Estaba actuando como una
chica de secundaria con un enamoramiento del chico con un grado más
porque le sonrió una vez. Yo no era esa chica. Necesitaba tener un espacio
entre nosotros para recordar eso.

—Nada —dije, sintiendo que mis defensas retrocedían. Mi espalda


se enderezó, mis nervios salieron a la superficie, no fuertes, sólo lo
suficientemente poderosos para seguir recordándome que necesitaba
mantener mi buen juicio. Al menos si alguna vez estaba con él fuera de
su oficina.

—No mientas, Ava —regañó, pero era suave, casi triste—. Si no


quieres decírmelo, está bien. Pero no mientas.

—Vale —dije, dejando de golpe mi menú y girando mi cabeza hacia


él—. No quiero hablar de ello. —Pero mi tono agudo y la mirada no tuvo
el efecto que solía tener y él estuvo riéndose un poco, sacudiendo la
cabeza—. ¿Qué? —pregunté, incapaz de detenerme.

—La gatita tiene garras —murmuró mientras el camarero volvía a


tomar nuestro pedido.

Donde yo había tenido originalmente mis ojos en el enorme plato


apilado de ziti al horno que sonaba como el cielo en la tierra, mi pequeña
compresión se robó la mejor parte de mi hambre y sólo pedí una ensalada
César, sabiendo que sólo iba a picotear esto también. Chase ordenó mi
ziti y me sentí irracionalmente molesta por eso.

—Muy bien —dijo dándole un sorbito a su vino, después volviendo


su atención hacia mí de nuevo—. ¿Qué paso?

—¿Qué quieres decir? —pregunté sintiéndome al límite. Porque


cuando tenía este tono, el de “soy un psicoanalista licenciado y no puedes
decirme idioteces”, sabía que era para un sermón.

—Bueno, cada paso que diste desde el coche hasta el reservado, te


pusiste más y más tensa. Y después, estando aquí sentada, miraste
fijamente al menú pero sin realmente leerlo y te volviste como si te
hubieras tragado un palo. Algo está pasando en esta cabeza tuya.

—¿Estamos en mi tiempo ahora? —espeté, mi tono aun helado.

—¿Tu tiempo?

—Si mi tiempo. Quiero decir… ¿es esto parte de toda la…


experiencia?

Sus ojos se oscurecieron, imperceptible si no estuviese tan cerca


de él mirando.

—¿Qué? No.

—Entonces tal vez no deberías estar intentando analizarme.

Una de sus cejas se levantó.

—No estoy tratando de analizarte, Ava. Estoy intentando de


entender por qué me estás mirando como si fuera de repente otra persona
—abrí mi boca para protestar pero me cortó—. Una persona que odias.

—No te odio —dije inmediatamente y era verdad. Lo decía en serio.


No lo odiaba. En todo caso me gustaba demasiado para ser alguien a
quien estaba pagado para portarse bien conmigo. Y eso era el problema.
Me odiaba porque me gustaba tanto cuando sabía que nada de lo que
dijo era personal. No estaba cortejándome. Había una diferencia tan
enorme que me ponía enferma el haber estado confundiendo una cosa
con otra.

—Ahí está. Eso —dijo mirándome—. ¿En qué estás pensando para
mirarme de esa manera?

—Tal vez es solo mi rostro —dije haciendo una mueca intentando


alejar la conversación porque se sentía como si estuviera dirigiéndose
hacia una confrontación y no manejaba bien esas cosas.
—No, tu rostro es suave, dulce y hermoso, lo suficiente para anclar
unos mil malditos barcos —contradijo—. ¿Por qué no me quieres hablar?

—¿Haces esto con todo el mundo? —contraargumenté mirándole


de repente muy curiosa.

—¿Hacer qué?

—Intentar convencerles para que digan lo que piensan. No todos


nuestros pensamientos están para compartir, sabes.

—No estoy… —comenzó alejando la mirada de mí y pude ver el


músculo de su mandíbula pulsando en tensión. Dejó salir una fuerte y
larga respiración, sacudiendo su cabeza, después volviéndose hacia mí.

—Vale. Vamos a dejar esto. Todo esto. Es momento de cambiar el


tema.

Se salió con eso, dejándolo claro que era mi trabajo sacar otro tema.
Para lo cual yo apestaba, pero cualquier cosa era mejor que intentar
continuar aquella incómoda discusión.

—¿Tienes algún hermano? —continué, maldiciéndome a mí misma.

—Diez o quince cercanos.

—Espera… ¿Qué? —espeté medio ahogándome con mi vino.

Me ofreció una sonrisa sin humor.

—Estuve dentro y fuera de casas de acogida la mayor parte de mi


vida. Un año con mi madre, después decidieron que no iba a encajar de
nuevo y me sacaron, para meterme en otra casa con otros niños en
adopción. Te aferras a ellos cuando eres joven y estás confundido. Me
quedé en contacto con muchos de ellos.
¿Dentro y fuera de casas de acogida? Era difícil imaginarme a
Chase joven e impotente, pero lo había sido. Yo había estado en ese
trabajo, viendo niños siendo alejados de sus familias y metidos en esos
agujeros de mierda que eran las casas de acogida (la mayoría no eran
mejores que las casas de donde habían sido sacados). Sabía lo fea que
una experiencia como esta podía haber sido para él. ¿Qué le pasaba a su
madre para que se lo sacaran tan a menudo?

—Puedes preguntarme Ava. No tengo secretos.

—¿Por qué seguían llevándote?

—Mi madre era bipolar. Ella no lo sabía. Yo no lo sabía. Los


trabajadores sociales no lo sabían. Todo lo que sabían era que se ahogaba
en botellas o en el último bote de pastillas, o incluso más tarde en las
agujas. Y por eso, olvidaba lavar mi ropa o comprar comida para mí
durante unos días o semanas a veces.

—Oh, Chase —dije con mi voz triste, mi mano yendo a descansar


encima de la suya.

—No sientas pena por mí, princesa —dijo en voz baja—. No fui
abusado. Y la escuela me alimentaba cuando estaba ahí. Lo tuve mucho
mejor que un montón de chicos que conozco del sistema.

Bajó la mirada a mi mano, girando la suya por debajo y


entrelazando mis dedos con los suyos. Levanté la mirada hacia él,
sabiendo sin duda que mi corazón estaba en mi mirada, porque todo lo
que podía pensar era en el pobre pequeño Chase hambriento, sucio y
necesitando una persona que lo cuide. Me devolvió la mirada con algo
que solo podía describir como maravilla…

Y entonces nuestros platos fueron puestos en la mesa, haciéndome


quitar automáticamente mi mano… como si hubiera estado haciendo algo
obsceno. Le agradecí al camarero, tirando mi cuenco hacia mí y
centrándome en él cómo si mi vida dependiera de eso.

—¿Vas a comer o solo seguirás apartando la lechuga alrededor? —


preguntó Chase sonando divertido.

Apuñalé un enorme tenedor y empujé el contenido en mi boca,


lamiendo mis labios ligeramente.

—¿Feliz? —pregunté, tratando de masticar y luchando con lo


mucho que había llenado mi boca.

Pero valía la pena mirar a Chase echar la cabeza hacia atrás y reír
como un niño. El sonido tan feliz y divertido que hizo mi vientre voltear
otra vez.

Extendió la mano, su pulgar frotándome los labios. Imaginé,


limpiando un aliño extraviado. Luego se llevó el pulgar a su boca y lo
lamió y quiero decir...

Bragas. Mojadas.

Luego una sonrisa lenta y consciente apareció en sus labios.

—Teniendo algunos pensamientos sucios, ¿eh? —preguntó.

Mis ojos volaron a mi comida.

—Ya quisieras —intenté, sabiendo que era juvenil, pero no me


importaba.

—Malditamente en el clavo que sí.

Dejé pasar eso, centrándome en mi ensalada la cual era estupenda,


pero no era lo que realmente quería. Mis ojos seguían vagando hasta su
plato, con queso y salsa y olía tan bien que era prácticamente orgásmico.
Lo siguiente que supe, es que su tenedor estaba delante de mi cara.
Mis ojos se dirigieron a los suyos y él sonrió.

—Venga. Sé que quieres.

Y lo hacía.

Así que lo hice.

Terminamos compartiendo los dos platos, yo comiendo más de su


ziti que él, pero no se quejó. Hablamos de manera informal de sus años
de universidad, evitando el tema de la terapia sexual. Hablamos de mi
familia. Temas seguros y monótonos.

Entonces, demasiado pronto, él condujo su coche y lo estacionó


junto al mío, saliendo y abriendo la puerta para mí.

Hubo silencio, palabras que debían decirse, pero ambos nos


rehusábamos a decirlas por nuestras propias razones.

La mano de Chase alcanzó mi rostro y luego dejó caer su mano,


suspirando con fuerza.

—Lunes. A las siete —me dijo, subiendo a su coche y, una vez que
entré en el mío, se alejó rápidamente.

Lunes. A tres días y medio de distancia. Lo cual era bueno. O, al


menos, traté de convencerme de eso. Necesitaba espacio. Necesitaba
conseguir tener el control de mí misma.

Mientras conducía a casa, deteniéndome en un semáforo, tuve una


realización que se sentía como una patada en el estómago.

No le había preguntado antes de que se fuera en qué diablos


consistía la próxima sesión.

Ni puta idea.
Lo cual era simplemente maravilloso. Podría pasar el fin de semana
entero enloqueciendo sobre eso. Ahora que ya habíamos estado
desnudos, estaba segura de que lo haríamos de nuevo. Y con la
desnudez... llegaban otras cosas. Pero, ¿qué otras cosas? No tenía ni idea.
Así que no había manera de prepararse. No había nada que pudiera hacer
excepto ponerme nerviosa perdida al respecto. Lo que era simplemente
encantador.
Tercera sesión
Muy bien. El lunes era una porquería. Realmente no hay otra
manera de decirlo. Después de una semana con Jake diciéndome que
calmara mi puto nerviosismo, ya no estaba… relajada. En realidad, solo
estaba con los nervios de punta y sin dormir, dando vueltas a la oficina
cuando alguien se frotaba contra mí, pero al mismo tiempo… en alguna
rara neblina privada de sueño.

—Oye —dijo Shay, chasqueando en mi cara—. ¿Qué cojones? —


preguntó, la comisura de sus labios en... disgusto, esa era la única
manera de catalogarlo. Shay era un montón de cosas, y la menor no era
ser directa. Alta, de una magnífica piel oscura impecable, su cabello largo
trenzado y recogido atrás en una cola de caballo enorme en la base de su
cuello. El padre de Shay era un veterano. Y su tío. Uno de sus hermanos.
Siete de sus primos.

—Lo siento —dije, sacudiendo mi cabeza.

La suya se inclinó, observándome con sus brillantes ojos marrones,


demasiado insistentes para mi gusto.

—Tienes un hombre —acusó.

—¿Qué? ¡No! No seas ridícula.

—Mierda —dijo ella, moviéndose para llegar detrás de mi escritorio.


Shay era el epítome de los estándares de belleza modernos. Cintura fina,
caderas y muslos gruesos, un busto natural bastante amplio y viendo de
frente un buen culo. Incluso con pantalones vaqueros y una sencilla
camiseta blanca, era impresionante. No bonita. O incluso hermosa, pero
impresionante. Esa era la única palabra correcta que debía usar al
describirla.
—Shay, te lo juro. Estoy soltera como un chico de veintinueve años
fanático de los videojuegos que vive en el sótano de su madre.

Ella resopló, sacudiendo la cabeza.

—Bien, no me lo digas —farfulló levantándose y moviéndose para


irse enfadada—. Te cuento de todos mis hombres —dijo, volviéndose.

De eso, estaba muy consciente.

—Shay, te juro... cuando tenga un hombre del que hablar, te diré


todo lo que quieras saber.

—Incluyendo el tamaño de su polla —dijo con firmeza.

Me reí.

—Sí, Shay. Incluso eso.

—Bien —dijo, volviendo a su propio escritorio.

Me obligué a tragar la mitad de una taza de café (que en general


odio), la cual me dio la energía que quería, con un fuerte golpe de, lo has
adivinado, más nerviosismo. Para cuando llegué a casa, era un desastre.
Y con sólo dos horas hasta mi sesión, no había esperanza de
recomponerme.

—Jesús —siseó Jake mientras caminaba por la puerta.

—¿Ahora qué?

—Parece que no has dormido en una semana.

Cuatro días. Pero estaba cerca.

—Sí, lo sé. He estado con ansiedad.

—¿No se supone que el doctor está ayudando con eso?


—Sí —le dije, cerré la puerta del baño detrás de mí y me desnudé,
metiéndome bajo la bendita agua caliente, tratando de dejar que se
apoderara de mí, suavizando los nervios crispados. El agua se enfrió
antes de salir de mala gana, cepillarme los dientes, secar mi pelo con la
toalla y echar una mirada en el espejo. Podría poner algún esfuerzo en el
maquillaje, pero honestamente, estaba tan pálida y con ojos cansados
que no haría ningún bien. Volví a mi habitación, buscando bragas negras
y un sujetador a juego. No tenía sentido usar todo el conjunto cuando
estaba segura de que estaría fuera de ellos rápidamente. Me metí en un
par de leggings negros y un enorme suéter de color arena en el que
seguramente podía nadar y llegaba a la mitad del muslo. Me puse un par
zapatos dorados sin tacón, agarré mis llaves y salí.

—Wow, ¿en serio? —preguntó Jake, mirándome por encima de una


caja de comida china para llevar.

—Sip. Vete a la mierda —gruñí, cerrando la puerta detrás de mí.

No estaba furiosa. Jake solo acababa de sacarme.

Estaba preocupada. Nerviosa. Ansiosa. Fuera de mí.

Y por encima de todo, estaba malditamente exhausta.

Caminé desde el garaje hasta la consulta con lo que se sentía como


pies de plomo. Cada paso se sentía más difícil de hacer, haciendo que mi
pecho se sintiera apretado. Agarré la perilla, la abrí y cerré de golpe
detrás.

La cabeza de Chase se elevó, sorprendida, pareciendo bien


descansado y recompuesto en un traje azul oscuro y camisa blanca.

—Ava…

—Por favor, por favor… —dije levantando una mano—. Por favor,
dime de qué va esta sesión.
Sus hombros cayeron, su cabeza inclinándose a un lado.

—Oh, cariño… —murmuró, cerrando la distancia entre nosotros y


rápidamente tirándome de la puerta, abrazándome. Escuché el ruido de
la cerradura y después sus labios llegaron a lo alto de mi cabeza.

—La próxima vez que estés así de ansiosa por saber algo, llámame.
No quiero que te estreses sobre algo que se puede arreglar fácilmente. En
realidad —dijo buscando mi mano y sacando mi teléfono— te daré mi
número así que, sin importar la hora que sea, puedes llamar y
tranquilizarte. ¿Vale?

—Bien —dije aturdida, cerrando mis ojos y escuchando sus latidos,


respirando su olor—. Aún no me has contestado.

—Lo sé —dijo alejándose y deslizando sus brazos a mi alrededor,


guiándome a través de la sala de espera, su despacho y dentro de la otra
habitación. La puerta se cerró. Fui al equipo estéreo. Me ofreció bebida,
lo cual rechacé. Lo último que necesitaba era alcohol para sentirme
incluso más cansada. Elegí la misma música que la noche anterior, me
volví hacia él y estaba mirándome—. Cariño, ¿cuánto hace que no has
dormido?

—¿Por cuánto tiempo?

Puso los ojos en blanco.

—Por más de una hora a la vez.

—Miércoles.

Movió ligeramente su cabeza, sosteniendo mi móvil.

—La próxima vez me llamas —dijo colocando el teléfono al lado del


equipo estéreo y tomando mi mano. Me acompañó hasta la cama,
saliendo de sus zapatos, quitando su chaqueta y cinturón. Después se
detuvo—. Súbete —dijo. Y en realidad no necesitaba que me lo diga dos
veces. Me quité los zapatos y me metí debajo de las sábanas.

Se deslizó a mi lado. Sin tocarme. Sin buscarme. Sin preguntar o


decirme algo, o que haga nada. Solo acostado ahí. Su brazo se metió
debajo de mi almohada.

Al final fui yo quien se movió.

Sorprendiéndome a mí misma más que a él.

Me moví más cerca, buscando lo botones de su camisa y


abriéndolos. Después coloqué mi cabeza en su cálida piel y sus brazos
finalmente me rodearon, abrazándome fuerte.

—La sesión de esta noche —comenzó y me sentí tensar contra él,


pero solo apretó más su abrazo—, es sobre masturbación.

Oh,

mi

buen

Dios.

¿En serio?

—¿Que parte de eso? —me escuché preguntar necesitando conocer


todos los detalles.

—Absolutamente todo. Hablaremos sobre eso. Después nos


desnudaremos. Y después lo haremos.

—Espera. ¿Qué haremos? —dije mi voz aguda y chillona. Porque…


de ninguna manera. De ninguna jodida manera. La mayoría de las
mujeres nunca se masturbarían delante de sus parejas. Y tampoco lo
haría la mayoría de los hombres.

—Ava, cálmate. Sé que es un tema incómodo para mucha gente.


En realidad esta podría ser una de las sesiones más difíciles. Es
comprensible que te sientas rara y avergonzada. Es totalmente normal.

—¿Y tú?

—No, cariño.

Por supuesto que no. Porque probablemente lo había hecho


muchas veces delante de alguien. Mientras que yo pocas veces lo he
hecho cuando estaba sola. No porque no me gustara o no supiera cómo,
sino porque inevitablemente, imágenes de mi fallida vida sexual irían a
mi mente y lo arruinarían completamente para mí.

—Pero escucha —continuó ante mi silencio—, no hay nada de qué


avergonzarse. Una mujer haciéndoselo a sí misma se siente bien y es
asombroso. Tú haciéndotelo sola se siente bien, esto va ser malditamente
maravilloso. Y no puedo esperar para verlo.

Oh Dios.

Mi rostro se sentía caliente y estaba tan sonrojada que levanté mis


manos para cubrirlo.

—¿Te sientes más incómoda conmigo mirando cómo me masturbo


o mirándote?

—Contigo mirándome —dije, las palabras amortiguadas contra mis


manos.

—Vale. Entonces empezaré yo primero —dijo fácilmente. Y


entonces estaba quitándome de encima de él, se fue al lado de la cama y
se quitó la camisa. Después alcanzó su cremallera—. No tengas
vergüenza delante de mí, nena.

Y yo sabía lo que eso quería decir. Sabía que quería que empezara
a quitarme la ropa también. Tomé una profunda inhalación, deslizando
mis leggings hacia abajo y quitándolos antes de estirarme para quitarme
el suéter.

—¿Y el resto? —preguntó escuchándose ronco mientras sus


calzoncillos caían al suelo.

Alejé la mirada de él, estirándome alrededor por mi sujetador y


tirándolo a un lado, después quitándome las bragas.

—Maravilloso —murmuró metiéndose en la cama a mi lado. No se


molestó en taparse con las sábanas. Porque estábamos más allá de eso
ahora—. Ven aquí —dijo palmeando su pecho y prácticamente fui volando
hacia él.

Uno de sus brazos rodeó mi espalda, sosteniéndome con firmeza.


Después la otra se movió lentamente había abajo por su cuerpo. Se cerró
alrededor de su pene y su pulgar acarició a lo largo de la sensible y
húmeda cabeza. Debajo de mí, su respiración siseó fuera de su boca.

De repente ya no estaba adormilada. Estaba alerta. No podía alejar


la mirada aunque lo intentara. Mi propio deseo se despertó, fuerte, casi
doloroso entre mis piernas. Su mano comenzó moverse lentamente arriba
y abajo agarrándose firmemente.

—¿Estás mirando? —preguntó con voz ronca.

—Si —admití.

—Quiero verte cariño —dijo, su brazo librándome para que me


moviera al espacio a su lado, rodeando mis hombros—. Por favor.
Quizás fue el por favor.

O tal vez era el deseo pulsante y urgente de la liberación, pero mi


mano comenzó a moverse lentamente hacia abajo, deteniéndose
brevemente. Mis piernas se abrieron solo lo suficiente para meter la mano
entre ellas y mis dedos se deslizaron a lo largo de mi sexo. Un pequeño e
inesperado gemido escapó de mis labios y la mano de Chase agarró mi
hombro fuerte.

—No pares Ava —dijo sonando tenso. Mi mirada subió hacia la


suya, con los párpados pesados y la sombra más hermosa de azul que
había visto en mi vida—. Por favor, no pares —dijo enviando otro golpe
de deseo. Mi dedo se movió hacia arriba encontrando mi clítoris y
moviéndose en círculos encima de él—. Ahí estas —elogió—, tal y como
dije… malditamente hermosa.

Mi mirada se desprendió de la suya, mirando su mano moviéndose


en su miembro, el ritmo, me di cuenta, el mismo que el mío y me
preguntaba si lo hacía deliberadamente. Si estaba intentando
acostumbrarse a mi ritmo. Para catalogarlo más tarde. Así sabía lo que
me gustaba cuando me tocaba. Cuando estuviera dentro de mí.

Esto iba a ser pronto. Si esta era la tercera visita… y si fuera a


seguir esto, bueno, iba a estar tocándome la próxima vez. Tocándome,
cómo, no estaba segura. Pero tocándome. No sería en la siguiente sesión.
Pero la sesión después de esta… estaríamos teniendo sexo.

Iba rápido. Antes de darme cuenta habría pasado.

Hubo un rápido pinchazo agudo, ahí, ante la idea. Porque una gran
parte de mi estaba bastante segura que el motivo por el cual las cosas
había ido progresando era por Chase. Bueno, comprensivo, paciente. Con
todo su encanto. Con todas las cosas exactas que decir siempre. Si fuese
otro tipo… si era otra persona acostada a mi lado masturbándose, ¿sería
capaz de tocarme? Sentí mi piel enfriarse con la idea. La espiral en mi
estómago.

—Ava —la voz de Chase me llamó y bajé la mirada para ver que
había dejado de acariciarse. Mi mirada fue a la suya, una pregunta clara
en ella—. Ahí estas —dijo. Y entonces sus labios bajaron a los míos.
Suave. Apasionado. Llenos de un profundo deseo. Sentí el mismo deseo
enterrado dentro de mí y me sumergí en él. En él. En lo que sea que
estaba pasando entre nosotros.

Su lengua se deslizó entre mis labios para jugar con la mía, suave,
una ligera caricia que me tenía susurrando contra su boca. Después se
retiró y sus labios tomaron mi labio inferior y lo chuparon fuerte. Y el
golpe de deseo tuvo mi cuerpo entero temblando.

—Tócate, cariño. Piensa en mí haciéndolo.

Entonces mi mano estuvo moviéndose contra mi clítoris, ligeras


caricias como creía que me provocaría él. Sus manos grandes y hábiles
sabrían exactamente como construir la anticipación. Como transformar
el deseo en un delicioso y lento fuego.

Su mano se movió de nuevo a su polla, acariciando casi


ausentemente mientras me miraba. Mi rostro, mi mano entre mis
piernas. Deteniéndose entre las dos cosas para mirar mi abdomen y
pecho desnudo.

Me sentí conduciéndome hacia arriba, mi espalda arqueándose


ligeramente en la cama.

Sin aviso, totalmente indeseada, una imagen apareció al frente de


mis pensamientos. Y de repente tenía diecisiete años, yacía en la cama de
mi novio, su mano presionando fuerte, dolorosamente dura contra mi
clítoris. La sensación no haciendo absolutamente nada para mí. Entonces
él se levantó, acarició su polla unas cuantas veces, luego se metió entre
mis piernas y empujó fuerte. El dolor fue instantáneo y abrasador.

Sentí la bilis elevándose en mi garganta ante el recuerdo. Al igual


que en ese momento. Me alejé de él y vomité por todo el suelo.

Mi mano dejó de moverse, mis pensamientos volaron de un mal


encuentro sexual a otro, haciendo que mi ansiedad se elevara hacia la
superficie, alejando el deseo y ansia que Chase me había inculcado.

Pero entonces sentí que la mano de Chase bajaba sobre la mía. Ni


siquiera me había dado cuenta que la había quitado de mis hombros,
pero allí estaba encima de mi mano, presionando. Mis ojos se abrieron.

—Quédate aquí. Conmigo —dijo, con los dedos metiéndose entre


los míos, empujando contra mi clítoris, haciéndome jadear—. Sí, así.
Mantén tu mirada en mí.

Así que lo hice.

Y su mano se mantuvo encima de la mía, no ayudando, sólo


tranquilizando, simplemente conectándose con el movimiento. Que era
exactamente lo que necesitaba. Necesitaba esa vuelta a la realidad. Le
necesitaba a él para evitar que pensara en los otros antes que él.

Él lo sabía.

Estaba gimiendo en voz baja, arqueándome en el colchón, mis


piernas moviéndose hacia arriba y hacia abajo, mis caderas subiendo
para encontrarse con mi mano en cada paso.

—Tan sexy —gruñó, se tensó a mi lado y supe que estaba tan cerca
como yo.

Incliné mi cara hacia la suya y sus labios bajaron sobre los míos.
Más fuerte. Hambriento. Desesperado. Y mi cuerpo subió. Mi respiración
se detuvo, alejándose de su rostro, me sentí suspendida en un extraño
vacío por un segundo.

—Eso es. Córrete para mí, cariño.

Y lo hice.

Me estrellé en el orgasmo.

Fuerte.

Mi cuerpo palpitó, apretando, cada terminación nerviosa


sintonizada con la sensación mientras rodaba a través de mí en ondas
aparentemente interminables, gritando, mi otra mano golpeó la parte
superior del brazo de Chase.

Una vez pasado, me moví ligeramente hacia un lado de cara a él.


Su mano se deslizó de la mía, descansando íntimamente entre mis
muslos, sin tocar mi sexo, pero cerca. Lo suficientemente cerca que debió
sentir el calor y la humedad allí.

Levanté la mirada para encontrar sus ojos pesados, su respiración


dificultosa. Luego miré hacia abajo para ver su mano acariciando su polla
duro y rápido y de repente no podía decidir lo que quería ver más: su cara
cuando se corriera o su polla.

Pero la decisión fue quitada de mis manos cuando su mano se


acarició una vez más hacia arriba y se corrió fuerte. Su mano se clavó en
mi muslo interno.

—Joder... Ava... —gruñó, sus caricias se ralentizaron, su cuerpo se


relajó.

Acurruqué mi cabeza debajo de su barbilla, colocando un beso


debajo de su garganta. El silencio se estableció entonces, Chase
recuperando su aliento, yo demasiado envuelta en el resplandor del
orgasmo para considerar siquiera preocuparme por cualquier cosa.

Su cabeza se inclinó, besando mi frente suavemente.

—Déjame levantarme, nena —dijo. Refunfuñé, rodando fuera de él


y él se rió, balanceando sus piernas fuera de la cama y poniéndose de
pie. Caminó hacia la puerta al final de la barra lateral y entró. Oí correr
el agua y pensé que debía ser un baño. Lo cual era bueno saberlo. Me
agaché y agarré las mantas, haciéndolas subir a mí alrededor, tan
profundamente cansada que mis ojos se negaron a permanecer
completamente abiertos.

Chase volvió un momento después, sonriendo dulcemente hacia mí


y metiéndose a mi lado. Su brazo me agarró, tirándome hacia su pecho.

—Está bien —dijo, su otro brazo alrededor de mí—, duerme un


poco. Estoy aquí.

Estoy aquí.

Eso era exactamente donde lo quería.

Y me gustaba esto mucho más de lo que debería.

Lentamente caí dormida con una de las manos de Chase


acariciando mi cabello y la otra rozando a lo largo de mis caderas, el latido
de su corazón lento y fuerte bajo mi oreja. Era lo más relajante, más
cómodo que recordaba sentirme en toda mi vida.

Y también me gustaba mucho más de lo que debería.

Pero pronto, el sueño reclamó mi cerebro y cuerpo cansados.

Por primera vez en mucho tiempo, no soñé nada.


Después de la sesión
Me desperté tan lentamente como me había dormido. Entrecerré
los ojos en la oscuridad, jurando que había más luz cuando me dormí.
Debajo de mí, Chase estaba dormido. Su respiración era lenta, su rostro
mucho menos intenso en el sueño.

Lo observé durante un largo rato incómodo antes de moverme


lento, con cuidado de no despertarlo y yendo a mi ropa. Me metí en ella
rápidamente, moviéndome hacia la barra lateral y revisando mi teléfono.
Mi corazón voló en mi pecho cuando me di cuenta de que eran casi las
dos de la mañana.

Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

Jake iba a ponerse como un loco conmigo. Estupendo. Eso era


simplemente encantador. Cogí mi billetera y mis llaves, saliendo
cuidadosamente de la habitación y de su oficina. Salí al frente, tiritando
de frío, mirando la puerta con culpabilidad. No podría dejarla abierta.
Había archivos de pacientes por todas partes. Demonios, mis archivos
estaban allí en alguna parte. Tendría un ataque al corazón si alguien se
apoderaba de esa información.

Saqué mis llaves, encontré una similar y jugueteé con la cerradura


durante un rato hasta que finalmente escuché que chasqueaba, luego me
volví y llevé mi culo a mi coche, la advertencia de Chase sobre andar sola
por la noche repitiéndose una y otra vez en mi cabeza.

****

—Bueno, bueno, la gatita vuelve —me saludó Jake, todavía


completamente despierto, en el sofá.

—Me quedé dormida.


—Esa mentira no funciona ni siquiera cuando eres adolescente.
Prueba algo nuevo.

—No, en serio —dije, dejando caer el teléfono y las llaves sobre la


mesa.

Me miró durante un largo minuto.

—Vale, de acuerdo. No hay manera en que consigas un polvo.

—Oye —objeté, no estando totalmente segura de por qué demonios


me sentía ofendida por eso—. Hablando de polvos —dije, mirando con
curiosidad.

—Está echando una cabezadita —se encogió de hombros.

—¿Entonces vas por la segunda ronda?

—¿Segunda? —preguntó, rascándose la cara—. ¿Qué es esto?


¿Hora amateur? Prueba la cuarta.

—Impresionante —dije, dirigiéndome a mi habitación, con la


intención de dormirme antes de que todo el ruido comenzara de nuevo.

—¿Estás bien?

—Ya sabes —dije, girándome en mi puerta para enfrentarme a él,


este nuevo y mejorado “me importan una mierda otras personas” Jake
está empezando a gustarme.

Cerré la puerta en su risa, buscando en mi armario y escogiendo


un par de pantalones de pijama rosa y negro y una camiseta rosa
apretada en conjunto. Me arrastré hasta la cama, volviéndome de lado,
acurrucándome en mi almohada como en un amante. Y pensé en él.

En realidad no había manera de que no lo hiciera.


Pero no era solo su cuerpo. Su magnífico y jodidamente perfecto
cuerpo. No era solo la manera en la cual mi nombre se arrastró de su
boca cuando se corrió. No era solo la manera en la cual me afectaba. Era
él. Por completo. Como persona. Las pequeñas cosas que había llegado a
conocer.

El niño pequeño sucio y hambriento mirando a su madre sufrir y


auto medicarse lo cual, en realidad lo guió hacia la psicología. Para
entenderla. Para entender la vida que había tenido que vivir por culpa de
su enfermedad mental. El chico que se aferró a otros niños que habían
sido maltratados y forjó vínculos que duraron hasta el presente.

Después estaba Chase. Como hombre. Fuerte, capaz, elocuente,


sexy como el infierno y tan increíblemente dulce que estaba sorprendida
de no haber llorado sobre él en algún momento. Chase con su trabajo
sólido. Su apreciación por la buena comida y el buen vino. Chase con sus
bonitos trajes. Su ocasional y cariñosa chispa de humor. Su gentileza. Su
intuición.

¿Qué haría en su tiempo libre? Restaurantes, obviamente. Pero


aparte de eso. ¿Leía? ¿Escuchaba música? ¿Iba a conciertos o museos?
¿Cuáles eran sus intereses y pasiones?

Por todo lo que sabía, había mucho que no conocía. Tantas cosas
que me encontré ansiosa de saber.

¿Cuánto había pasado desde que siquiera me había permitido


querer conocer a un hombre? ¿Meses? ¿Un año? ¿Más? Siempre había
parecido inútil dejarme llegar a este punto viendo que siempre sabía que
estaba condenada al fracaso.

Por lo cual mi interés en Chase no tenía sentido. Porque lo que


teníamos era temporal. Se acabaría tan rápido como empezó. Se
transformaría en el hombre que cambió mi vida. Y yo sería solo otra
paciente en sus logros.
Me quede dormida sintiendo una tristeza tan profunda y extraña
que sentí lágrimas de orígenes desconocidas deslizándose por mis
mejillas.

Los golpes me despertaron. Lo cual no era nada nuevo. Me


despertaba con golpes al menos cuatro veces a la semana. Y esta era una
semana floja para Jake. Tiré la almohada encima de mi cabeza dejando
salir un gemido. Por fin era capaz de conseguir dormir y el hijo de puta
estaba estropeándolo.

Después me senté mirando nuestra pared compartida. Y sí, los


golpes llegaban desde ahí. Pero no eran los únicos golpes. Había otro
sonido llegando desde la otra punta del apartamento. Salí adormilada de
la cama, mi corazón latiendo un poco más fuerte mientras abría la puerta
de mi dormitorio. Y por supuesto que los golpes venían de ahí. Alguien
estaba tocando. No, alguien estaba golpeteando la puerta de entrada.

Miré la puerta de Jake, considerando ir a buscarlo pero esto solo


llevaría a una discusión, culpándome por cortarle el rollo. O peor, si era
otra de sus chicas de una noche enfadada llegando para gritarle, él me
gritaría toda la noche por no lidiar sola con ello. Era un caso de perder-
perder.

Fui hasta la puerta de puntillas para observar por la mirilla.

¿Qué coño?

Aterricé en mis talones de golpe, yendo a desbloquear la puerta con


dedos de repente sudorosos, después la abrí rápidamente.

—¿Chase?

—Jesucristo, mujer —gruñó pasando una mano por su cabello.

—Chase, ¿qué estás haciendo aquí?


—Me has asustado de muerte.

Espera… ¿Qué?

—¿Qué?

—Me desperté solo —dijo mirándome como si me hubiera vuelto


tonta—. Me desperté solo y no había una nota ni nada. Y mi puerta de
entrada estaba de alguna manera cerrada con llave.

—Jugueteé con una de mis llaves hasta que finalmente se cerró —


añadí sin estar segura de por qué estaba tan preocupado. Quiero decir…
no estábamos saliendo. No veía por qué tenía que dejar una nota.

—Llamé a tu teléfono… no sé… veinticinco veces.

—Oh —dije mirando hacia donde lo había dejado al lado de la


puerta, el led indicador parpadeando un azul brillante en la oscuridad
del apartamento—. No lo tenía conmigo —dije encogiendo los hombros—
. Chase, ¿por qué estás aquí?

—Me desperté. Te habías ido. No había nota. No contestabas tu


móvil…

—Estabas… ¿preocupado por mí?

—Infiernos, claro que estaba preocupado por ti —dijo moviendo su


cabeza—. ¿Qué te dije acerca de andar por ahí de noche? Y no solo de
noche. Deben haber sido… como a las dos de la madrugada. Eso fue
tomar un riesgo innecesario. Deberías haberme despertado para
acompañarte.

—Chase, he estado andando por ahí por la ciudad sola, incluso por
la noche durante años.

—Tomando estúpidos riesgos innecesarios —dijo—. Mírate,


deberías tener a alguien contigo todo el tiempo.
—Es… muy bonito de tu parte preocuparte por mí y lamento no
haber dejado una nota o contestar al teléfono. No quería despertarte.

—Siempre puedo dormir luego. No puedo tener otra como tú.

—¿Qué? —pregunté, mi corazón comenzando a aporrear en mis


oídos.

—Nada —dijo moviendo su cabeza y apartando la mirada,


haciéndome pensar que había oído mal.

—¿Qué coño está pasando? —Llegó la voz de Jake desde su


habitación—. Ava, ¿quién está en la puerta a estas…? oh, —dijo
parándose en seco—. Dr. Hudson —dijo inclinando su cabeza hacia
Chase. Aparentemente Jake aún se sentía poco más que un niño
alrededor de él.

—Vuelve aquí y termina de follar mí…—dijo una guapita morena


con un collar de diamantes en el cuello y nada más, mientras salía de la
habitación de Jake.

Sentí mis ojos saliendo de sus orbitas, mi rostro girando


rápidamente hacia Jake quien miraba a la chica desnuda (quien no
estaba para nada avergonzada de su desnudez mientras seguía estando
de pie ahí) con una especie de confuso desinterés.

—Oh, bueno… hola —prácticamente ronroneo la chica a Chase.

—Hola —espetó, mirándome de nuevo con el ceño fruncido.


Gritándome en silencio: Haz algo.

—Ehh, Jake —dije sacudiendo mi cabeza y mirando hacia él.

—¿Si? —pregunto viéndose completamente cómodo con la


situación.
—Estoy bastante segura que hemos acordado una norma sobre que
no haya desnudos en la área principal de la casa —dije haciéndole una
señal con la cabeza había su follamiga.

—Sí, claro —dijo mirando de Chase a mí—. Vuelve a la habitación


y empieza tu misma —le indicó él y sentí un sonrojo arrastrándose por
mi rostro, incliné mi cabeza hacia abajo y miré mis pies—. ¿Estáis
seguros que estáis bien aquí? —preguntó Jake.

—Si Jake, estamos bien —murmuré con la cabeza aún baja.

—Muy bien —dijo moviéndose a mi lado y susurrándome—. Maldita


chiccca.

El silencio se estableció hasta que la puerta de Jake se cerró de


golpe y pudimos escuchar gemidos y golpes otra vez.

—Este es un lugar interesante para vivir —dijo Chase sonando


divertido—. Ava —me llamó cuándo no levanté la mirada. Luego su mano
fue bajo mi barbilla, empujándola hacia arriba hasta que lo miré—. ¿Qué
está pasando en esa cabecita tuya? —preguntó—. Estás sonrojada.

—Creo que es educado no decirle a alguien cuando está


sonrojándose, de hecho.

—¿Estás sonrojada por el comentario que tu compañero de piso


hizo?

—¿Qué comentario? —pregunté.

—El comentario en el que le dijo que comenzara sin él —dijo


sonriendo un poco mientras mi rostro se ponía más rojo—, me lo
imaginaba. —Sus dedos acariciaron encima de mis mejillas, rozando lo
sonrojado—. ¿Estás avergonzada de que te haya visto tocándote esta
noche?
—Shh —dije con ojos enormes, moviendo de repente la cabeza para
mirar y asegurarme que la puerta de Jake aún estaba cerrada.

Chase se rió a carcajadas.

—Se escuchan como si estuvieran a punto de romper la pared, no


pueden oírnos.

Me giré de nuevo hacia Chase, sus ojos viéndose más pequeños, su


ceño fruncido, como si estuviera pensando en algo. Sintiéndome
incómoda, aclaré mi garganta.

—Entonces, sí, lo siento de nuevo por hacer que te preocuparas…

—No pasa nada —dijo sacudiendo ligeramente su cabeza—. Voy a


irme —me miró ansioso—. Mantén tu teléfono encima. Es una cosa de
seguridad. Y cierra con llave la puerta —se detuvo—. ¿Qué? —preguntó
mirando mi sonrisa.

—Eres mandón.

Se rió, medio risa, medio resoplido.

—Teléfono y llave, ¿vale?

—Vale —acordé.

—Mañana por la noche —dijo alejándose de la puerta—. A las siete.

Y se fue.

Vi su forma retirándose hasta que desapareció, sacudí la cabeza y


cerré la puerta. Puse los cerrojos, agarré mi teléfono y volví a la cama.

Bueno, esto fue raro.

Como… realmente raro.


Entendí que estaba preocupado. Fue un poco descuidado por mi
parte no dejar una nota. Pero aun así. Quiero decir… Solo era una clienta.
En realidad se volvió bastante loco como para revisar mis datos,
conseguir mi dirección y venir hasta aquí, ¿porque no había contestado
al teléfono en el medio de la noche?

Después estaba lo de… lo extraño que había actuado en mi puerta.

El hombre era un enigma.

Justo había acabado de dormirme cuando mi teléfono empezó a


sonar, fuerte e insistente en mi mesita de noche. Lo recogí, le di la vuelta
y vi que el nombre de Chase estaba parpadeando en la pantalla. Deslicé
el botón verde y lo llevé a mi oído.

—¿Hola?

—Quítate la ropa.

Salté en la cama con los ojos saliendo de las orbitas, totalmente


despierta.

—¿Qué?

—Quítate la ropa, nena.

—¿Por qué?

Una baja risa se escuchó.

—¿Qué tal si no peleas conmigo por todo?

—¿Por qué podrías querer que me…?

—Nos vamos a masturbar juntos otra vez.

—Oh —el aire se apresuró a salir de mi boca. ¿Por teléfono? ¿Por


qué por teléfono? Esto era de alguna manera, mucho peor que con él a
mi lado. Al menos cerca de él sentía la comodidad que siempre se
apoderaba de mí a su alrededor. Aquí no habría nada de esto. Y, oh Dios,
¿qué pasaba si me escuchaba Jake y su invitada? Eso sería humillante.

—Puedo escuchar estos motores en marcha. Simplemente quítate


la ropa y acuéstate, ¿vale?

—¿Esto es parte de… la terapia? —me escuché preguntar.

Hubo una breve pausa.

—Sí, nena.

Pero no me lo creí.

Aun así, me quité la ropa, apuntando la luz del teléfono hacia la


puerta para asegurarme que la había cerrado, después me acosté contra
las almohadas.

—¿Estás desnuda?

—Sí.

—Igual que yo —dijo con su voz profunda y baja.

Así que, sí. De verdad íbamos a hacerlo.

—Chase…

—Pasa tu mano por tu cuerpo —me indicó y me encontré


inmediatamente siguiendo las instrucciones.

—Vale.

—¿Estas mojada, cariño?

—Sí.
—Hmm —murmuró—. Tócate. Y yo me tocaré. Solo relájate y
déjame oír.

Oh, Dios.

Dejarle oír.

Cerré mis ojos esforzándome para escuchar algo de su lado. Su


respiración, cualquier cosa. Pero pronto, mi cuerpo volvió a la vida bajo
mi mano incluso sin escuchar nada. Porque todo lo que necesitaba era
saber que estaba ahí y yo estaba excitada.

—¿Te sientes bien? —preguntó, con voz ronca.

Un gemido fue mi respuesta, más fuerte de lo que me esperaba pero


estaba más allá de importarme.

—Joder nena, suenas tan dulce cuando gimes.

Él sonaba tan bien cuando decía cualquier cosa. Literalmente


cualquier cosa. Todo lo que salía de su boca sonaba sexy.

Llegué rápido. A aquel punto de nada. A esa suspensión.

—Chase —gimoteé.

—Déjame escucharte mientras te corres, Ava.

Mi orgasmo me atravesó rápido e insistente, una rápida pulsación


que me ahogó en un jadeo mientras me arqueaba en la cama, mi cuerpo
tensándose. Cuando las últimas olas estaban a punto de acabarse, hice
una extraña combinación de jadeo/gemido/sollozo mientras colapsaba
en la cama.

—Joder —gruñó Chase en mi oído y pude escucharlo conteniendo


el aliento, después explotando al salir de su boca mientras se corría. Y
maldita sea si no sentí otra ráfaga de deseo atravesando mi cansado
cuerpo.

Hubo una mezcla de ruidos, después silencio suficiente para que


alejara el teléfono y comprobar si aún teníamos la conexión.

—¿Ava?

—Estoy aquí —respondí de inmediato. Tal vez un poco demasiado


pronto.

—Mañana a las siete —dijo. Y silencio. Esta vez por colgar.

Coloqué mi teléfono otra vez en la mesita de noche y me arrastré


de la cama, mis piernas sintiéndose pesadas. Me volví a vestir y me metí
otra vez en la cama.

Mañana a las siete.

Y, de nuevo, no tenía ni idea de lo que iba la sesión. Estaba


empezando a preguntarme si no lo hacía deliberadamente. ¿Tenía miedo
de que no apareciera si sabía exactamente lo que iba hacer? Tenía que
admitir que era un miedo real. Estaba segura de que me veía haciéndolo.
Incluso a pesar de que las sesiones me habían costado una fortuna.
Incluso a pesar de que las hacía con el sexy Chase Hudson.

Tenía el riesgo de escaparme.

Y él tenía que asegurarse que volvería.

Me di la vuelta en la cama, escuchando la puerta de Jake cerrarse


de golpe. No cerrada. Golpeada. Fuerte. Era un sonido con el que estaba
bastante familiarizada.

—¡Maldito imbécil! —gritó la guapa morena. No lo dijo, no lo


chilló… lo gritó. Como una maldita loca.
—Nunca te prometí flores y bombones, nena —dijo Jake con su
tono completamente indiferente.

—¡Tampoco dijiste que me echarías a las tres de la mañana como


si fuera basura!

Oh, Dios.

Salí de la cama lentamente y caminé hasta la puerta. Sabía lo que


venía después. Las cosas iban a volar. Y romperse. Mis cosas. No las de
Jake. Él no tenía mucho. Todo era mío. Y tuve que reemplazarlas muchas
veces durante estos años.

Además las palabras de Chase sonaban en mi cabeza. Sobre


mujeres guapas en la calle por la noche. Y la chica de Jake era guapísima.

Metí mis pies en zapatillas y abrí la puerta.

—Oye —dije cortando sus voces elevadas con la mía baja.

—¿Qué?

—Jake y yo te llevaremos a casa —añadí, mirando hacia la chica


cuyo rostro se puso menos tenso de inmediato.

—Como el jodido demonio si…

—Cállate —dije mirándolo—. Si vas a insistir que se vaya en medio


de la noche, lo menos que puedes hacer es asegurarte que llega segura a
su casa. Si no quieres hacer esto, déjala quedarse hasta mañana. Pero
viendo que has jodido la oportunidad de que se quede hasta mañana,
ponte los zapatos y vamos. Estoy cansada.

Jake camino de vuelta hasta su habitación murmurando.

—Suena como si quisieras que lo hiciera mejor —dijo usando las


palabras de Chase.
—Sí, es exactamente lo que quiero que hagas. Compórtate mejor.
Porque eres mejor que esto —insistí agarrando mis llaves.

—Gracias —dijo la chica, su mirada realmente agradecida.

—No lo menciones —dije.

Jake me lanzaba dagas con la mirada mientras conducíamos y


esperábamos en la afueras del edificio de la chica para asegurarnos que
entraba.

—¿Por qué tuve que venir? ¿Quieres que sea todo noble y traerla a
casa? Vale. Pero no me hagas venir.

—Yo estoy aquí porque me preocupo por su bienestar —dije


lentamente—. Tú estás aquí porque te preocupas por mí.

Hubo un largo silencio, la furia de Jake disminuyendo bajo mi


razonamiento superior.

—Bueno, no puedo discutir esto.

—Muy bien, porque estoy exhausta.


Cuarta sesión
Me sentía bien al día siguiente. Si, estaba nerviosa sobre lo que no
sabía, pero estaba en un segundo plano con mi buen humor. Había
tenido una buena noche de sueño, había ayudado a una asustada chica
a llegar a casa mientras simultáneamente había puesto en su lugar a
Jake, había tenido dos orgasmos en el transcurso de pocas horas. Lo
estaba haciendo bastante bien.

Shay siguió mirándome de reojo todo el día en el trabajo. Luego,


finalmente, agarró su bolso al terminar el día y se sentó encima de mi
escritorio.

—¿Conseguiste un polvo?

Me reí, poniendo los ojos en blanco.

—No, Shay.

—¿Estás segura?

—Creo que recordaría eso —sonreí.

—Te ves diferente.

—No lo sé. Tuve una buena noche durmiendo, supongo.

—Chica, dormir no pone esa mirada en tu rostro —protestó—. Una


buena polla es lo que pone esa mirada en la cara de una mujer.

Resoplé pero de repente quise contárselo. Shay había hecho todo


lo posible para mantener un pie en mi vida, sin importar lo mucho que
la quise alejar, sin importar las veces que rechacé salir con ella. Me di
cuenta que activamente, había intentado forzar una amistad conmigo. Y
siempre había estado demasiado envuelta en mi propia mierda para verlo.
—Mira, sé que tienes algunos problemas con los chicos o algo…

—Estoy viendo a alguien.

—Chica, lo sabía. Escúpelo todo.

—Es un médico.

—Muy bien. Has puesto tus miras altas. Muy bien, alguien que
quiera cuidarte.

—No, Shay. Es un psicoterapeuta. Pero es uno especial.

—¿Qué clase de psicoterapeuta? —preguntó, con el ceño fruncido.

—Del tipo que me ayuda a superar mis problemas con el sexo.

Para mi sorpresa, no pareció confundida, solo asintió. Como si


fuera la cosa más normal en el mundo.

—Por favor dime que al menos esta para comérselo.

—Oh, dios mío Shay…

—Maldita sea. ¿Tan bueno? No estarás de vuelta con eso de la


manía por un tiempo. Y después necesito descripciones de polla —dijo
poniéndose de pie.

—Lo prometo.

—Hey —dijo yendo hacia la puerta.

—¿Si?

—Vamos a salir el viernes.

—Por supuesto.
La sonrisa en su rostro me hizo darme cuenta lo mucho que he
dejado que otras personas sufran por mis problemas.

—Nos encontraremos en tu casa así podemos compartir un taxi y


nos emborrachamos.

—Suena bien —dije porque, bueno… lo hacía.

Dejé el trabajo un rato más tarde, volviendo a mi apartamento.

****

—¿Qué? —le pregunté a Jake quien había estado siguiéndome por


el apartamento como un cachorrito desde que había llegado a casa.

—¿Qué pasa contigo?

—Nada.

—Estás cocinando —me acusó.

—Sí, tengo hambre. Necesito comida para sobrevivir. No soy un


robot, sabes.

—Tienes una sesión esta noche.

—Sí —dije, girándome y frunciendo el ceño.

—Y estás comiendo.

—Vale, Jake. Escúpelo todo. Estoy corta de tiempo hoy.

—Has estado sonriendo desde que entraste por la puerta. Y ahora


estás comiendo antes de la sesión —meditó para sí mismo—. Mierda,
mujer.

—¿Qué? —pregunté pegando un mordisco a mi sándwich.


—Tienes un enamoramiento por tu terapeuta.

—¿Qué? No.

Pero entonces se me hizo claro. Tenía razón. Me gustaba Chase. No


solo como la persona que me ayudaba inconmensurablemente. Me
gustaba. Como persona. Especialmente como hombre.

Oh, buen Dios.

Me giré, escupiendo mi bocado a la basura y tirando el resto del


sándwich. Llevé una mano a mi frente. Porque, bueno… mierda, mierda,
mierda.

—¿Por qué estas volviéndote loca?

—¡No puedo tener un enamoramiento con Chase!

—Bueno, esto apesta… porque lo tienes.

—Oh. Dios mío —gruñí.

—Amiga, estaba destinado a pasar —dijo Jake con indiferencia—.


Te dice cosas bonitas. Te toca. No tienes bastante experiencia con los
hombres para que eso no te importarte. —Me miró durante un minuto
moviendo su cabeza, mirando por la ventana—. Mira, estoy seguro que
está acostumbrado. Quiero decir, en su profesión. Tiene que pasar todo
el tiempo. En realidad, ¿no tienen incluso una expresión para esto
cuando un paciente cree que tiene una cosa por su psicólogo?

—Transferencia emocional —añadí.

—Sí. Así que tienes una transferencia emocional. Nada importante.

Pero era importante. Porque cambiaba las cosas. Y ser consciente


de ello realmente cambiaría las cosas.
—Deja de enloquecer. Ve a ducharte. Relájate. Ponte guapa. Ve a
tu sesión. Tienes que dejar de analizarte tanto.

—Es más fácil decir que hacer —dije pero fui hacia el baño de todas
formas.

Tenía menos de una hora y tenía que presentarme ahí, totalmente


consciente de que tenía sentimientos por él. No solo interés. Sino
sentimientos reales. Y después íbamos a hacer cosas. E iba a sentirme
incluso más cerca de él.

Me vestí en un simple vaquero y una camiseta de manga larga color


fucsia, después hice mi camino antes de decidirme a llamar y cancelar
por completo todo el resto de las sesiones.

—Hola, nena —dijo Chase, esperando por mí al lado de su puerta


del despacho—. Te ves muy guapa.

Los piropos son parte del proceso recordé para mí misma, no quieren
decir algo más que esto.

—¿Qué pasa con esa mirada?

—Nada —dije automáticamente moviendo mi cabeza,


preguntándome como le había mirado.

Frunció las cejas, pero extendió la mano. Caminé hacia él,


sintiéndome tensa.

—¿Quieres una copa?

O diez. O veinte. Lo suficiente para emborracharme.

—Por supuesto.

Fui hacia el estéreo y elegí una lista de blues que encajaba con mi
estado de ánimo. Chase se giró hacia mí sosteniendo un Martini.
—¿Quieres hablar sobre esto?

—¿Hablar sobre qué? —pregunté, tomando descaradamente un


gran sorbo de mi bebida.

—Sobre lo que te hace estar tensa y seleccionar música triste.

—Sabía que lo de la música era una especie de test —dije fijando


mis ojos en él—. Tramposo.

Sonrió encogiendo los hombros.

—Es una buena manera de tener una idea de qué clase de estado
mental tiene un pac… tiene alguien.

Un paciente.

Una paciente.

Un desliz que revelaba exactamente lo que necesitaba oír. Que era


una paciente. Nada más.

—Listo —dije terminando mi bebida y poniendo mi vaso al lado de


las botellas—. Asumo que esta es una sesión de quitarse la ropa otra vez
—dije observándole mientras me miraba, sus ojos más oscuros mientras
me contemplaba.

—Sí.

—Vale —dije, mi fuerte sentido de autodefensa dejándome pasar


mis límites normales de inseguridad mientras alcanzaba mis vaqueros y
me los sacaba. Después mi camiseta. Mis manos se fueron al cierre de
mi sujetador antes de que hablara.

—Ava… ¿Qué está pasando?


—¿Qué quieres decir? —pregunté encogiendo mis hombros, pero
sin terminar de desabrochar mi sujetador—. Esto es lo que se supone
que debo hacer, ¿no?

—Tal vez si te comunicaras conmigo en vez de asumir cosas,


podrías conocer ya la respuesta a eso. —Suspiró, dejando su bebida—.
Háblame.

—No es nada. Jake dijo algo que me puso de mal humor. —Y


después casi dijiste algo que confirmó la estupidez de mi enamoramiento.

—Ven aquí —dijo tendiéndome su mano.

E incapaz de hacer otra cosa, caminé hasta él. Me sostuvo, en


silencio, durante un buen tiempo antes de hablar finalmente.

—Esta noche quería desnudarte yo.

Oh.

Bueno.

Ya jodí esto, ¿no?

—Lo siento —murmuré contra su camisa.

—Está bien. Aún quedan cosas para quitar —dijo con sus manos
moviéndose hacia arriba por mi espalda hasta donde mi sujetador aún
tenía dos cierres manteniéndolo.

—¿Te voy a desnudar yo?

—Sí, nena —murmuró contra mi cabello.

Mis manos se movieron entre nosotros, agarrando su camisa y


sacándola de sus pantalones, después mis dedos empezaron a trabajar
en sus botones. Contra mí, Chase se quedó inmóvil. Sorprendido, estoy
segura, de que estuviera dispuesta a tomar la iniciativa sin estímulo. Así
lo estaba hasta cierto punto. Y los motivos estaban mezclados. Por un
lado estaba intentando seguir adelante con las cosas. Mantenerlas en el
programa. Intentar no prolongarlo para hacerme sufrir o dejarme pensar
que había más de lo que era. Por el otro lado solo necesitaba sentirlo
contra mí. Su cálida piel, la evidencia de su erección en mis muslos.

Con mis manos encima, deslicé una debajo empujando su


chaqueta y camisa atrás y la dejó ir así que el material se escurrió de sus
brazos. Una de sus manos se apoyó ligeramente en mi cadera, la otra
yendo a un lateral de mi cuello.

—Ava…

Negué con un movimiento de cabeza, bajando la mirada y


observando mientras desabrochaba su cinturón, lo quitaba e iba hacia la
bragueta de sus pantalones. Mis manos se detuvieron, tomé una
profunda respiración y rápidamente los empujé abajo. Después, antes de
poder dejarme pensar en ello, agarré la banda elástica de sus calzoncillos
y los tiré abajo. Estaba ya erecto.

Realmente tenía un pene perfecto. A Shay le encantaría escuchar


sobre ello. Sentí una risa elevarse de mi garganta y luché por aguantarla,
porque, bueno, estaría bastante raro reírse cuando estas mirando los
genitales de alguien.

—Ava —dijo en aquel tono. Aquel tono que decía mírame. Mi mirada
deambuló lentamente hacia arriba, observando sus abdominales,
después su pecho en el cual me gustaba descansar, luego finalmente su
magnífico rostro descuidado.

—Aunque estoy feliz de que tomes la iniciativa, nena —comenzó


con su mano yendo a mi mejilla—, quiero asegurarme que es por las
razones correctas.
—¿Hay razones equivocadas para desnudarte? —argumenté,
pasando mis manos por su estómago.

Hizo un ruido gruñendo, respirando profundamente.

—Muy bien. Te dejaré continuar de momento. Pero llegaremos al


fondo de esto al final. Ve a la cama.

Se me ocurrió mientras estaba acostada, mirándole caminar hacia


mi gloriosamente desnudo, que aún nos sabía qué íbamos hacer.

Pero entonces estaba en la cama, acercándose poco a poco encima


de mí y alcanzando detrás a mi espalda para desabrochar mi sujetador.
Dejó las copas cubrirme mientras deslizaba los tirantes por mis brazos.
Después muy lento, apartó el material exponiéndome. Entonces su mano
se estiró, incluso más lento acariciando encima de mí pecho.

Así que esto era lo que íbamos hacer.

Y también, oh, dios mío.

Hubo temblor instantáneo y un lento despertar entre mis muslos.


Sus ojos se elevaron a los míos, cansados y hermosos, luego su mano
hizo otra caricia esta vez mirando mi rostro para ver mi reacción. Sentí
mis labios separarse, mi espalda arquearse en su mano. Sus dedos
fueron a mi pezón, rodándolo gentilmente entre ellos, provocándome una
temblorosa inhalación.

—¿Estás bien? —preguntó, viéndose de repente tan excitado como


me sentía yo

—Sí —dije con mi voz sonando rara: sin aliento, necesitada.

—Gracias a Dios —dijo tomando mi otro pezón en su boca y


continuando su lenta y dulce atormento—. No tienes ni idea lo difícil que
ha sido para mí no tocarte. —Bajo su examen, mis pechos se sentían
pesados, mis pezones más sensibles de lo que sabía que eran y se sentía
como si existiera una conexión desde su mano hasta mi sexo el cual se
sentía apretado y desesperado por la liberación—. Esto es lo que vamos
a hacer en esta sesión —dijo mirando sus manos—. Voy a tocarte aquí —
dijo, después una de sus manos se movió lentamente abajo en el centro
de mi estómago y descansó la palma justo contra la unión de mis
muslos—, y aquí.

Oh, Dios mío.

Sí. Sí. Sí.

Pero al mismo tiempo no estaba segura de como irían las cosas.

—Mírame Ava —dijo una de sus manos aun ahuecando mi pecho,


la otra cubriendo mi barriga—. Voy a tocarte y tú me tocarás a mí.

Vale.

Estaba segura que podía hacer esto.

Quizás.

—Crees que sería mejor si yo te toco primero o…

—Yo te tocaré —dije antes de que pueda incluso terminar.

—¿Estás segura?

No. Para nada.

—Sí.

—Vale —dijo quitando ambas manos y moviéndose para sentarse


a mi lado, se levantó y se apoyó contra la cabecera—. Ven aquí.
Vale. Esto era. Iba a tener que tocar su polla. La idea se asentó con
un arrebato de excitación y temor, ambas cosas, provocando una rara
sensación de mareo girando en mi estómago.

Pero la aparté y me acerqué a él, descansando mi cabeza en mi


lugar favorito del mundo. Él se estiró por encima de su cuerpo tomando
mi mano en la suya y sosteniéndola.

—¿Estás nerviosa?

—Un poco.

—Un poco no está mal, ¿verdad? —preguntó, su otra mano


rodeándome, acariciando mí brazo arriba y abajo—. Dime un número en
la escala.

—Aproximadamente cuatro —dije, respirándolo.

—Puedo trabajar con aproximadamente cuatro —dijo sonando


perezoso. Como si no hubiera prisa—. ¿Qué hay de la idea de tocarme?

—¿Siete?

—Puedo trabajar con eso también. —Dejó lentamente mi mano y


colocó la palma en mi pecho, la suya descansando encima de la mía—.
Pero no pensemos en esto todavía, ¿vale?

—Está bien.

Después su mano estaba apretando la mía bajando lentamente por


su cuerpo. Miré, mi mano toda cubierta por la suya mientras se deslizaba
por su pecho abajo, por encima de sus abdominales, debajo de la
pequeña línea de vello que llevaba a su polla. Sentí mi mano tensarse,
hundiéndose en su piel como si no pudiera esperar y él rápidamente la
llevó hacia arriba, dándole la vuelta y besando la palma.
Pero después estaba de nuevo empujándola hacia abajo, mucho
más rápido y mi mano se envolvió alrededor de la base de su polla. Chase
exhaló fuerte y sentí mi mano tensarse instintivamente alrededor de él,
sosteniéndolo.

—Eso es, tócame nena —dijo, su mano dejando la mía, posándose


en sus muslos, supongo para el caso de que necesitara ayuda.

La justa verdad era que en aquel momento no la necesitaba. Porque


quería hacerle sentirse bien. Quería escuchar su respiración salir ruidosa
de su boca, maldecir y gemir.

Mi mano acarició hacia arriba, mi pulgar rozando encima de su


cabeza, con su húmeda excitación y arrastrando un muy deseado gemido
de sus labios. Animada, comencé acariciar rápidamente. Arriba y abajo.
Después ligeramente girando con cada caricia. La mano de Chase en mi
brazo estaba hundiéndose dolorosamente, su cuerpo rígido debajo de mí.

—Se siente bien, nena —me elogió y envió una ráfaga de agitación
en mi pecho. Su mano se fue a la mía por un segundo, apretando—. Solo
un poco más duro —me enseñó e hice como me dijo—. Si, exactamente
así.

Levanté mi cabeza, sentándome un poco más recta para poder ver


su rostro. Su cabeza estaba inclinada hacia arriba mirando al techo, sus
ojos cerrados. Entonces, como si me hubiera sentido, miró hacia abajo y
su mirada encontró la mía, permaneciendo ahí.

—Joder, nena —espetó, su mirada volviéndose más pesada—. Me


voy a correr —me dijo, las palabras cayendo con una pequeña excitación.
Porque nunca había sido capaz de hacer esto antes. Después su mano se
estrelló en mi hombro, la otra agarrando fuerte mi cintura mientras
maldecía, su cuerpo estremeciéndose—. Maldita sea, Ava —dejó salir un
gruñido mientras se corría.
Se acostó un momento más tarde y besó mi frente, le sonreí con mi
victoria interna. Tal vez para la mayoría era nada. Pero para mí era un
paso enorme.

Me devolvió la sonrisa sabiéndolo, compartiéndolo conmigo.

—Te hice sentirte bien —dije un poco avergonzada sabiendo que


era una manera inmadura de presumir, pero era lo mejor que podía
decirme a mí misma.

—Si. Lo hiciste —sonrió él más ampliamente. Después su rostro


llegó al mío presionando sus labios en los míos, besándome hasta que mi
cuerpo entero se sintió como si empezara a estremecerse—. Bien —dijo
alejándose—, ahora vuelvo —dijo yendo hacia el baño. Volvió un
momento más tarde, con una toalla en su mano, tomó la mía y la frotó
suavemente con ella. Una vez que terminó, la tiró hacia él besando mis
nudillos y dejándola caer.

Volvió unos segundos más tarde, deslizándose junto a mí, acostado


de lado.

—¿Los nervios están mejor? —preguntó, empujándome de costado


para estar de cara a él.

—Un poco —admití. Porque lo había estado. A pesar de que


rápidamente volvía.

Iba a tocarme.

Pronto.

—Bien —dijo inclinándose más cerca y apartando el cabello de mi


cuello un segundo antes de que sus labios bajaran ahí, haciéndome
suspirar al contacto—, porque realmente quiero hacerte sentir bien.
Quiero verte mientras hago que te corras. Y en ese mismo momento, te
voy a llevar de vuelta y hacerlo otra vez. Hasta que tu cuerpo no pueda
tomar más.

Oh,

Dios

mío.

¿Dónde había aprendido hablar así?

—¿Suena bien?

Tragué saliva fuerte.

—Sí.

—Muy bien —dijo, su mano deslizándose hacia mi pecho, tomando


mi pezón y trabajándolo de una manera casi dolorosa. Su mano fue hasta
mi hombro, presionando hasta que estuve acostada, después se fue al
otro pezón hasta que estaba gimoteando, apretando mis muslos tan
fuerte que me dolían los músculos.

Su mano se movió entre mis pechos, lentamente dibujando una


línea recta hacia abajo por mi estómago, deteniéndose, después
acariciando hasta mi muslo, después al otro. Su mano descansó en el
triángulo de encima de mi sexo.

—Déjame, nena —murmuró y mis piernas se separaron para él.


Entonces su mano se deslizó entre ellas, rápidamente acariciando mi
raja, haciéndome jadear y saltar con el extraño contacto—. Están tan
mojada para mí —gruño, sus dedos acariciando mis pliegues—. ¿Eso está
bien?

¿Bien?

No, no estaba bien.


Era jodidamente maravilloso. Era todo lo que alguien me había
dicho alguna vez que era. Y más.

—Sí —la palabra salió como un gemido y su mirada subió


rápidamente hacia mi rostro, alerta.

Después sus dedos se movieron hacia arriba, acariciando encima


de mi dolorido y sensible clítoris. Y casi salté de la cama.

—Joder —siseó, mirando mi rostro retorcerse, mi espalda


arqueada, mientras su dedo comenzaba rodear lentamente el sensible
punto—. Ava, mírame nena —me instó.

Mi mirada fue a la suya mientras su dedo se movía encima de mi


clítoris y mi cuerpo explotaba en un inesperado orgasmo.

—Ah —grité, sorprendida, después gemí mientras mi cuerpo


pulsaba fuerte una y otra vez, volviéndose tenso, mi mano golpeando
fuerte en el hombro de Chase.

Chase dejó que el orgasmo me atravesara, sus dedos deteniéndose.


Después cuando mi cuerpo se relajó, sus dedos comenzaron de nuevo.
Justo como había prometido.

—Dios, eres tan malditamente hermosa cuando te corres —dijo


inclinándose y tomando mis labios con los suyos.

Me giré hacia él, mi brazo alrededor de su espalda, devolviéndole el


beso con todo el asombro en el cual estaba envuelta, queriendo
compartirlo. Y lo hizo, ávidamente.

Se apartó, esperando hasta que mis ojos se abrieron lentamente,


entonces su dedo se alejó de mi clítoris, sacándome un gruñido de
frustración.
—No te preocupes, te vas a correr de nuevo —dijo, su dedo
presionando contra mi entrada. Se deslizó lentamente dentro de mí,
provocando que mi cuerpo se sacudiera.

Porque había pasado tanto tiempo. Sinceramente, no estaba segura


que hubiera experimentado realmente lo que era sentir tener un dedo u…
otra cosa dentro de mí. Por lo general, estaba demasiado ocupada
intentando tranquilizarme para sentir algo más que mi propio corazón
palpitante. Pero, por Dios, se sentía bien.

—¿Estás conmigo? —preguntó, sus dedos quedándose inmóviles


dentro de mí.

Sonreí un poco.

—Siempre —me encontré diciendo. Entonces vi la oscuridad llegar


a su mirada y deseé no haber dicho eso. Su dedo giró dentro de mí,
acariciando contra la parte superior, encontrando el punto que la
mayoría de los hombres ni siquiera están seguros que existía y frotó
encima de él. Y nada más importaba más que aquella sensación.

—Oh, Dios mío —gimoteé, mis dedos apretando fuerte en la piel de


su espalda.

Chase me dio una pequeña sonrisa.

—¿Esto se siente bien? —inquirió, sabiendo malditamente bien que


sí.

—Si —grité, mis caderas levantándose hacia él, queriendo más.

Pero entonces dejó de acariciar mi punto G y comenzó a embestir


rápido dentro y fuera de mí, provocando que mi respiración se ahogase,
arqueándome hacia su mano, gritando descaradamente mientras mi
cuerpo iba subiendo, subiendo, subiendo otra vez. Justo cuando pensaba
que no podía soportar otro segundo del atormento, su pulgar encontró
mi clítoris mientras acariciaba otra vez encima de mi punto G y
simplemente estallé.

—Chase —grité, agarrándole, tirándolo hacia mí mientras mi


cuerpo tenia violentos espasmos.

—Está bien. Estoy aquí, nena. Córrete.

Sentí que duraba para siempre, mi cuerpo completamente fuera de


control, temblando, retorciéndome, siendo totalmente consumida por las
sensaciones.

Volví en mí lentamente, el dedo de Chase se movió dentro de mí y


negué con un movimiento de cabeza.

—¿No?

—No puedo —dije enterrando mi rostro en su pecho porque sentí


una repentina, arrolladora necesidad de llorar. No sollozar. Ni
desmoronarme. Solo… llorar. Porque era simplemente demasiado. No
podía soportarlo.

Su dedo salió de mí, sus manos acariciándome. Por mi espalda. Por


mi costado.

—Nena, háblame —me instó, una de sus manos deslizándose en


mi cabello.

Pero no podía. Porque estaba concentrándome en mi muy


silencioso llanto, inclinando mi rostro lo justo lejos de él para que mi
lágrimas no cayeran en su pecho.

—¿Cariño? Ava… —instó, después se movió, agarrando mi rostro y


forzándolo hacia arriba para mirarlo—. Oh, dulzura —murmuró, sus
dedos recogiendo mis lágrimas y apartándolas—. ¿Son lágrimas buenas
o malas? —Incapaz de encontrar las palabras, giré mi cabeza y besé su
mano—. Buenas —concluyó sonriéndome. Después se inclinó y besó mi
húmeda mejilla, besó mis ojos cerrados y finalmente… besó mis labios.
Hasta que todo lo que había éramos él y yo y la dulce y deliciosa sensación
de nuestros labios intentando consumirnos uno al otro.

Un poco más tarde, estaba acostada en su pecho como si fuera el


lugar más seguro en el mundo porque para mí lo era, sus manos pesadas
en mi espalda.

—Esto fue asombroso —dijo, medio para sí mismo—. Hablo en serio


—dijo girándose para mirarme—. Lo hiciste muy bien esta noche.

Me sentí forzar una sonrisa. Forzarla porque inadvertidamente me


recordó lo que éramos. No unos amantes. Solo médico y su paciente.

—¿Dónde vas? —preguntó, intentando alcanzarme mientras me


levantaba y me deslizaba hacia el otro lado de la cama, lejos de él.

No le contesté porque bueno, ¿qué podía decir?

Tengo que irme porque si me quedo, solo se enturbiarán aún más las
líneas y ya estoy tan profundamente hundida que apenas puedo ver la
superficie.

Sí, eso no iba a funcionar.

Me metí en mi ropa más rápido de lo que lo había hecho


probablemente en mi vida, tomando una profunda inhalación y mirando
atrás hacia la cama. Pero no estaba donde lo había dejado. Estaba
sentado a un lado de la cama, sus pies en el suelo, su cabeza en sus
manos.

—Oye —dije sintiéndome casi preocupada—¿estás bien?

No me contesto durante un largo momento.


—Sip —dijo en un tono en el que no confiaba. Entonces—. Así que,
¿ya me estás abandonando? —preguntó en una voz que ni siquiera
consideraba suya. Era rara. ¿Contenida? ¿Distante? Algo más o menos
así.

—Es tarde —supuse—. Tengo que trabajar por la mañana.

—Vale —dijo, aun sentando ahí, sin mirarme—. Jueves. A las siete
y media.

El mismo tono frío.

—Hmm —dije, sintiéndome rota. La parte de mí que necesitaba


protegerse tenía que irse. La otra, la parte que sentía demasiado fuerte
sobre Chase para incluso querer irse, quería saber lo que estaba mal. Ir
hasta él. Aliviar sus sentimientos como él lo había hecho por mí. Pero
recordé, tomando una inhalación, que no ese era mi lugar. Yo no era su
novia. Era su paciente. Nada más.

—Vale —dije con mi voz igual de turbia que mis sentimientos—,


nos vemos entonces.
Después de la sesión
—¿Qué haces? —preguntó, Jake viniendo desde el gimnasio tan
empapado que era realmente impresionante.

Lo saludé con mi cuchara, después la metí de nuevo en el kilo de


helado con caramelo con el que había abastecido el frigorífico, arrasando
totalmente las golosinas en el mercado de la esquina, en mi camino desde
el consultorio de Chase.

Estaba situada en el sofá con ropa cómoda, una camiseta gris de


hombre y con chanclas. Mi cabello estaba recogido atrás en una
desastrosa cola de caballo que había estirado antes y con la cual había
ido a la cama anoche, al menos la tercera parte de ella colgando alrededor
de mi rostro y hombros.

—Solo mirando algo en la televisión —dije, encogiendo los hombros.

—Son las diez de la mañana.

—Y eso hace que la demanda sea tan asombrosa.

—No es fiesta.

—Nop.

—Nunca has faltado alguna vez en el trabajo antes.

—Es verdad.
—Oh, Dios mío. Es como hablar con una niña de ocho años con
TDA4 —dijo metiendo su bolsa de gimnasio detrás de la puerta—. ¿Estás
enferma?

—No.

Bueno, tal vez un poco. Pero demonios, no iba a decirle eso.

—¿Estás teniendo alguna jodida crisis emocional? ¿Debería llamar


a alguno de tus loqueros o algo?

—Dios mío —gruñí, pausando mi programa—. Solo estoy


tomándome un día libre, no estoy hablando raro.

—Amor, que una persona normal se tome un día libre se considera


bueno para su salud mental. Que tú te tomes un día libre es como si
fuera lo opuesto.

—Eres tan imbécil —dije tomando otra cucharada.

—Muy bien. Me ducharé y cuando vuelva, vas a compartir ese


helado. Y después me dirás qué pasa contigo.

—Te morderé la mano si lo intentas. Y suerte en quitármelo —le


dije a su cuerpo retirándose, volviendo a mi tarea.

En realidad tenía razón. No pedía días libres. Ni siquiera cuando


estuve en la cama con neumonía que me tuvo hecha polvo durante tres
semanas, poniéndome demasiado enferma para comer y por la que perdí
cinco kilos. No sé porque era así, pero siempre lo había sido. Cada año
en la escuela, tenía el premio por la mejor asistencia. Así era yo. Siempre
ahí. Siempre a tiempo, normalmente temprano.

Pero, me había retorcido toda la noche, molesta por sueños acerca


de Chase. Buenos sueños. Él besándome, tocándome, piropeándome.

4
Trastorno por déficit de atención.
Después unos no tan buenos. Unos con él burlándose de mí porque había
averiguado que me gustaba. O el conjunto de él diciéndome que no era
nada más que una paciente.

Mi alarma sonó como una maldita sirena en mi cabeza. Y


simplemente… no podía levantarme. Vestirme. Ir a trabajar.
Comportarme como si no tuviera un estado de ánimo gruñón.

Así que, no fui.

Llamé a la oficina para avisar a Shay.

—¿Qué coño quieres decir con que no vienes? ¿Te estás muriendo?

—No, Shay.

—Bien, porque ni siquiera eso te salvara de salir conmigo el viernes.


Te mantengo la palabra.

—Lo sé, Shay. —En realidad estaba empezando a pensar en esto.


Necesitaba centrarme en otras cosas—. Estoy ansiosa por salir, en
realidad —admití sorprendiéndome. No era la clase de persona que
compartía esa información.

—Yo también, nena. Te traeré ropa porque, bueno, quiero decir…


tú no tienes una maldita cosa apropiada para lo que tengo planeado.

—Por favor, no me digas que todo mi cuerpo se verá muy


insinuante.

—Joder si va serlo. Llamarás la atención a los hombres así nos


comprarán bebida.

—Creo que tú les vas a llamar la atención, Shay.

—Chica, a veces no te entiendo. Sabes que eres muy sexy, ¿verdad?


—Si tú lo dices.

Hizo un sonido raro de objeción.

—Eres imposible. Mira, voy a ir a tu apartamento a las siete. Nos


pondremos guapas y después salimos de marcha. ¿Suena bien?

—Maravilloso.

—Vale. Ten un buen día de falsa enfermedad —dijo colgando.

Jake llegó al sofá con su propio envase de helado envuelto en un


paño de cocina. Por mi salud, se había puesto una camiseta. Lo cual era
nuevo. Miró la televisión hasta que los créditos salieron e inició la
pantalla principal.

—Ahora échalo todo.

—No hay nada que echar, Jake. Oh —dije pensando en Shay— por
cierto, voy a traer una chica del trabajo el viernes. Y bajo ninguna
circunstancias te enrollas con ella.

—¿Qué quieres decir con traer una chica del trabajo? —preguntó,
mirándome como si me hubiera vuelto loca.

—Quiero decir… Shay, una chica con la que trabajo desde hace
años, va a venir aquí el viernes a las siete. Vamos a vestirnos y salir.

—Vale. ¿Qué cojones? En serio. ¿Estoy en algún programa de


cámara oculta? ¿Los extraterrestres te han trasportado y te han robado
el cuerpo?

Reí negando con un movimiento de cabeza.

—Solo… estoy abriendo horizontes. Probando cosas nuevas.


—Maldita sea. Supongo que el sexy doctor valió cada centavo. ¿Eh?
—Con esta mención me sentí encoger. Visiblemente. Duro—. Bueno.
Mierda —dijo mirándome.

—Entonces, ¿qué quieres mirar a continuación? ¿Otro programa?


¿Una peli? —pregunté, en mi interior suplicando que lo dejara ir.

—Tienes sentimientos.

Hijo de puta. Debí saber que era demasiado esperar que Jake
tuviera un poco de consideración. No era el tipo.

—No los tengo —protesté, pero mi voz era demasiado aguda y


chillona para tener autoridad alguna.

—Eres una asquerosa enamoradita —insistió apuntando su


cuchara hacia mí—. Debí haberlo sabido. Bata, programas tontos,
comida basura. Son todas las típicas señales.

—Oh, ¿qué coño sabes tú de sentimientos? Apenas mantienes


alrededor una chica lo suficiente para pillar alguna enfermedad de
transmisión sexual.

—Difícilmente —dijo entrecerrando sus ojos hacia mí—. No sé nada


sobre sentimientos propios. Pero sé sobre mujeres y sus sentimientos.
Tengo cuatro malditas hermanas mayores, Ava. Confía en mí, lo sé.

Me encantaban las hermanas de Jake. Sus visitas valían cada


momento que él me volvía loca otro día del año. Porque alrededor de ellas,
se encogía como un perro regañado. Lo atacaban por su mierda por todo
el apartamento, por su búsqueda sin sentido del cuerpo perfecto, por su
uso de mujeres como si fueran desechables. Le hacían lavar los platos.
Barrer. Pasar la fregona. Limpiar el baño. Me gustaba volver a casa a un
apartamento prístino con la cena en la maldita mesa. Por supuesto, sólo
pasaban quizás dos veces al año. Pero eran como mini Navidades cada
vez.
—Estás exponiendo todas las señales típicas. —Con mi silencio
mientras buscaba en el menú de películas, suspiró—. Mira, sé que crees
que soy solo un musculoso imbécil…

—No…

—Sí lo haces —me cortó sonriendo un poco—. Pero no pasa nada.


Porque en realidad no pongo mucho de mi parte para que creas otra
cosa…

—No es verdad. Últimamente…

—Pero en realidad tengo un hombro decente para apoyarse, ¿vale?


Escucharé. Te daré el consejo que necesitas.

Tomé una lenta y profunda inhalación y aún mirando la televisión,


dije:

—Tengo sentimientos por Chase.

—Ahí está. ¿Fue tan difícil?

—Sí —contesté, mirándole—, y no estas demostrando tu caso aquí,


imbécil.

Se rió tomando una cuchara llena y encogiéndose de hombros.

—Oye, aun soy yo. Incluso cuando soy servicial. Entonces, ¿qué?
¿Te acabas de dar cuenta? Porque eres un poco lenta. Lo he estado viendo
pasar desde hace días.

—¿No crees que debiste ponerme al tanto?

—¿Y quitarte la alegría de descubrirlo por ti misma?

—Gracioso. Sí. Estuve llena de alegría dándome cuenta de esto


cuando estaba con él en la cama.
—¿En la cama? —preguntó, Jake con los ojos brillantes.

—No hemos tenido sexo —añadí rápidamente—. Aún no.

—¿Entonces crees que son sentimientos apresurados… o esa cosa?

—Transferencia emocional —añadí—. No lo sé. Creo que es algo de


transferencia. La paciente no sabe bien cuáles son los sentimientos reales
y cuáles no.

—Tal vez deberías ver a tu otra psicóloga y preguntarle.

Mi cabeza se movió rápidamente hacia la suya.

—De nuevo —dije pensando en su idea de ir a comprarme algo de


lencería intima sexy—, eres un genio.

****

Lo cual me llevó a la consulta del Dr. Bowler. Familiar. Ni de cerca


tan lujosa como la de Chase. La sala de espera tenia lo típico, feas sillas
marrones con asientos y respaldos rojos y azules. Una mesa de café llena
de revistas viejas. Me senté una larga media hora antes de que la doctora
Bowler saliera de su despacho dándome una sonrisa.

—Ava.

—Doctora Bowler —dije poniéndome de pie—. Muchas gracias por


recibirme hoy.

—Por supuesto —dijo, acompañándome a su despacho y cerrando


su puerta.

Las paredes eran color beige. Tenía un escritorio normal, un poco


abarrotado. Tenía aburridas obras de artes en las paredes. Caminé hasta
el sofá marrón, sentándome y esperando para que tome un asiento frente
de mí.
—Así que, Ava, ¿Qué te trae aquí?

—Creo que tengo transferencia emocional.

Su cabeza se levantó de sus notas, su rostro intentando verse


impávido y fallando un poco.

—¿Por mí?

Oh, estúpida de mí.

—No, no. Por mi terapeuta sexual.

—Oh —dijo viéndose aliviada. Lo cual era casi un poco ofensivo—.


Vale. Bueno, ¿qué te hace creer esto?

—Porque me gusta. Mucho. Mucho más de lo que debería gustarme


mi médico.

—He oído historias sobre que el doctor Hudson es muy atractivo.

—Sean cuales sean las historias —dije moviendo mi cabeza—,


apuesto que ni siquiera se acercan a lo bien que se ve en realidad.

Me ofreció una sonrisa conspirativa.

—Vale. ¿Qué tal si empezamos con cómo te van las sesiones con
él?

—Creo. Quiero decir que sé… que van muy bien. Y no es solo la
cosa del sexo. Simplemente creo… que mi confianza está mejorando.
Estoy de acuerdo en salir con mis compañeros de trabajo y estoy
plantándole cara a Jake.

—Eso es maravilloso. Estoy tan feliz por ti. —Hubo un silencioso


añadido después de tantos años a esto, una mezcla de pena y alegría.
—Gracias. Pero sí, no lo sé. Vamos por la sexta sesión mañana y
solo… necesitaba a alguien para hablar antes de llegar más lejos.

—La transferencia es muy común en las prácticas psicológicas


normales. Los pacientes comparten sus miedos y deseos más profundos
con sus terapeutas. El paciente, por lo tanto, se siente más cerca de ellos
que de cualquier otra persona en sus vidas. Esta situación está crispada,
estoy segura, por una conexión física real con dicho terapeuta. No sólo te
conoce mental y emocionalmente, sino que también te conoce
físicamente. Es, esencialmente, una relación simulada. Lo que hace aún
más confuso ser capaz de entender los limites profesionales.

—Cuando se trata de transferencia, los doctores alguna vez...

—Ava, no —dijo ella muy firmemente, muy terminantemente. No


había ninguna duda en su mente. Chase era el médico. Chase
comprendía las líneas. Chase lo hacía para ganarse la vida. No había
nada más que eso. Nunca—. Lo sé, suena duro...

—Duro es bueno —murmuré. Necesitaba que fuera dura.


Necesitaba esa bofetada de realidad en la cara.

—Pero el hecho es que la transferencia es casi siempre unilateral.


Y por lo general se desvanece tan pronto como el paciente deja de ver al
médico, por lo general, por la fuerza cuando se enteran. Sé que este es
un momento muy confuso para ti, especialmente dado tu pasado. Pero
tienes que entender que aunque estás lidiando con algo bastante común,
aun es una reacción malsana. Es bueno que te des cuenta de lo que es.
Eso te ayudará a superarlo. Y en... cinco sesiones más, los sentimientos
probablemente se disiparán y aún tendrás la oportunidad de haberte
abierto a una maravillosa experiencia humana.

—Correcto. Bueno. Muchas gracias, doctora Bowler.


—Ava —llamó cuando me levanté y me dirigí a la puerta. Me volví—
. Si necesitas hablar, por favor ven a verme. Realmente me gustaría ver
que esta terapia funcione para ti. Así que si necesitas otra oreja, siempre
estoy aquí para ti. Incluso si todo lo que necesitas hacer es decirle a
alguien acerca de tus sentimientos por él, para ayudarte a resolverlos. Es
bueno que estés llegando al punto en el que deseas compartir. Y quiero
asegurarme de que no retrocedas por algo tan poco permanente como la
transferencia.

—Voy a tener eso en mente, gracias de nuevo —dije y me marché.

Fuera, froté mis manos sobre mi rostro. Frustrada. Pero no tenía


derecho a sentirme frustrada. Acababa de confirmar lo que sabía que
estaba pasando.

Suspiré y volví a mi coche. Necesitaba más helado.

Suficiente para llenar el agujero que sentía que estaba creciendo


más grande cada segundo.

Había recibido una opinión de un profesional en el campo de que


la transferencia era sólo un fenómeno. Común. Normal. Que no
significaba nada. Pero el hecho era que no sentía nada. Ese era el
problema. La transferencia se sentía real. Me sentía como si estuviera
enamorándome de él. Me fundía bajo sus elogios, tanto que sentía la
necesidad de hacer cosas para conseguirlos. Me excitaba en sus manos
cuando, en el pasado, todas las manos me hacían querer alejarme. Sentía
un escalofrío por la manera que decía mi nombre o cuando me llamaba
“cariño”, “nena” o "amor". Estaba triste cuando me iba. Esperaba verlo
otra vez. Me preocupaba por mis atuendos, preguntándome qué podría
complacerlo. Soñaba con ir con él a lugares: el lugar italiano donde me
llevó, el lugar italiano que le había sugerido. Soñaba con que él
respondiera mis sentimientos.

Su pecho era el lugar más seguro del mundo.


—Joder, joder, joder, mierda —gruñí, volviendo a mi apartamento
ignorando a Jake mientras iba hasta mi habitación para cambiarme de
nuevo a mi atuendo de falsa enfermedad. Ni siquiera me molesté en parar
de cambiarme cuando escuché que abría la puerta y esperaba a que lo
mirara.

—¿Por qué no me estas gritando para que salga? Nunca antes te


he visto en bata tanto tiempo.

—¿Por qué coño importa? —dije, tirando los pantalones por mis
piernas desnudas, después alcanzando la blusa y empujándola sobre mi
cabeza.

Me volví hacia él, su mirada curiosa durante un momento.

—Sabes —dijo una distintiva sonrisa jugando en sus labios—,


tienes muy bonitas piernas.

—Bueno, gracias —dije moviendo mi cabeza y pasando más allá de


él.

—Las vas a arruinar con todo ese helado —dijo, mirándome tomar
mi recipiente medio terminado del congelador.

—Bien.

—Entonces estoy suponiendo que la visita no ha ido bien.

—Tengo transferencia. Y tengo que sonreír y aguantar hasta que


mi terapia termine.

—¿Cómo se siente la transferencia?

—Como sentirte enamorada de alguien, pero no es de verdad.

—Apesta.
—Me lo dices a mí.

—Mañana verás al doctor del sexo.

—Si.

—Eso apesta —repitió.

—Sí —estuve de acuerdo.

Él no tenía ni idea. Y solo iba a empeorar antes de mejorar.


Quinta Sesión
Decir que estaba menos que emocionada por mi sesión era
probablemente el mayor eufemismo del año. No porque no quisiera verlo,
sino porque quería. Me gustaba, de verdad, de verdad, de verdad tenía
muchas ganas de verlo.

Pero mi estúpido cerebro estaba confundido.

Y no podía quitármelo de la cabeza tampoco.

Lo intenté.

Durante horas.

No sirvió.

Me vestí con un par de pantalones de yoga negros y un suéter negro


pesado y salí. El negro era adecuado para mi estado de ánimo. El negro
era como una manera de esconderse del mundo.

Pero no había manera de esconderse de Chase.

Porque pronto él haría que mi ropa saliera de nuevo.

Y tampoco se le había escapado a mis pensamientos demasiado


obsesivos el hecho de que nuestro adiós la última vez había sido raro.
Frío. Distante. A diferencia de cualquier cosa que jamás hubiera habido
entre nosotros. Ese era el pensamiento que tenía girando alrededor de mi
cabeza mientras conducía hacia allí, mientras caminaba hacia el edificio,
mientras abría la puerta. Cómo las cosas podrían ser diferentes. Chase,
podría ser diferente. Y no estaba segura de poder manejar eso.

—Ava —dijo Chase, saludándome mientras entraba y cerraba la


puerta.
—Hola —conseguí decir, viendo sus hombros tensos, el músculo en
su mandíbula moviéndose.

Parecía que mis temores habían sido fundados.

Mi Chase, se había ido.

Oh Dios mío.

Él nunca fue mío, para empezar.

—Parece que estás lista para escapar.

—Sí —estuve de acuerdo, más allá de la mentira. Nunca me llevaba


lejos de todos modos. Él siempre lo sabía.

—¿Te gustaría decirme por qué?

Oh, porque estoy enamorada falsamente de ti. No hay problema.


Totalmente normal.

—No lo sé. ¿Te importaría decirme por qué estás tú tan tenso?

Una mirada de sorpresa cruzó su rostro, cubriéndose rápidamente


con una sonrisa.

—Eso fue... insolente.

—Sí, tengo sentimientos distintos de la ansiedad, ya sabes.

—Lo estoy viendo —dijo, sonriendo más ampliamente. Sus


hombros se relajaron un poco, su músculo paró de moverse—. ¿Jake te
ha puesto de los nervios de nuevo?

—Jake ha estado genial en realidad —repliqué. Era cierto. Todavía


estaba dejando la ropa por todas partes y siendo desagradable. Ahora
sólo lo equilibraba siendo un ser humano decente de vez en cuando.
—¿El trabajo te está estresando?

—Pedí un día libre ayer. Y hoy era el cumpleaños de mi gerente, así


todo lo que hicimos fue comer pastel y cotorrear.

—¿Pediste un día libre ayer? ¿Estuviste enferma?

Luché contra la urgencia de poner mis ojos en blanco.

—No. Sólo quería un día libre.

—¿Qué hiciste?

No se le había escapado a su atención que todavía estaba


presionada contra la puerta y que él no había salido de detrás del
mostrador.

—Comí suficiente helado para alimentar a un pequeño pueblo y vi


la tele con Jake. —Y vi a mi otro psiquiatra que me dijo que estaba
proyectando inapropiados y mal sentimientos colocados sobre ti.

—Suena como un buen día.

—Fue muy necesario.

—¿Vas a estar de pie en la puerta toda la noche?

—¿Vas a estar de pie detrás del mostrador toda la noche? —


respondí.

—Está bien, listilla —sonrió, moviéndose hacia la puerta de su


oficina en lugar de hacia mí—. Vamos a coger algo de beber.

Le seguí rígidamente, parándome al lado del equipo de música. ¿Él


quería una lista de reproducción que correspondiera a mi estado de
ánimo? Bueno, la tendría. Entonces, saliendo a todo volumen por los
altavoces, hubo una fuerte dosis de música metal con mujeres cantando.
La frente de Chase se elevó mientras mezclaba mi bebida, pero no
dijo nada. Me entregó mi vaso, el cual ni siquiera pretendí sorber. Me lo
tomé de un trago. Me observó, tomándose su bebida de un solo trago
también.

—Lo entiendo —dijo, cogiendo mi bebida—, estás de mal humor. —


Pasó junto a mí, yendo al equipo de música y jugando con él—. Pero
vamos a escuchar algo un poco más apropiado para la sesión —dijo, y un
sensual R&B empezó a sonar—. No me has preguntado de qué va la
sesión de esta noche todavía.

—Lo sé.

—¿Quieres saberlo? —preguntó, arrugando sus cejas como si yo no


tuviera sentido. Sabía que no lo tenía.

Pero estaba demasiado ocupada volviéndome loca acerca de mis


sentimientos falsos para asustarme por el nuevo acto sexual que íbamos
a realizar.

—Claro.

—Te chuparé. Y tú me la chuparás.

Oh.

Bien.

Debería haberlo visto venir.

Y eso era un pensamiento sucio cuando pensé en ello.

Oh Dios mío. En serio, ¿qué estaba mal conmigo?

—¿Sabes lo que significa eso? —preguntó, mirándome como si


estuviera loca.
—Sí.

—Sexo oral.

—Soy consciente.

—Bueno, ya basta —dijo, negando—. ¿Qué pasa?

—Estoy bien.

—No, no lo estás.

—¿Es esa tu opinión profesional?

Oh, mierda.

Eso no era lo que tenía que decir.

Parecía casi asesino por un momento antes de apartarse.

—¿Estás teniendo problemas con esta situación? —dijo, señalando


entre nosotros.

Sólo problemas grandes, gordos, feos, de no poder comer ni dormir


sin ti apareciendo en mi cerebro.

—Creo que las cosas van bastante bien.

—Eso no es lo que pregunté, Ava. Quiero... —se detuvo,


mirándome—. Oh, a la mierda hablar —dijo, agarrándome y poniendo
sus labios sobre los míos. Duro. Lleno de toda la frustración que yo, sin
duda, le había provocado. Sus dientes mordieron mi labio inferior con
fuerza, haciéndome abrir la boca en un jadeo y su lengua tuvo la
oportunidad de deslizarse en mi interior.

Sus manos se elevaron y entraron bajo mi suéter, pasando por mi


espalda, y luego girando en torno a mi parte delantera, mi vientre y
agarrando mis pechos duro, a continuación, deslizó sus manos en las
copas y cogió mis pezones, apretando y girando hasta que fueron puntos
endurecidos. Hasta que todas mis reservas cayeron y sólo estaba él. Su
toque. Sus labios.

Se apartó de repente, haciendo que tropezase humillantemente


hacia adelante, teniendo que poner una mano en su pecho para no caer
sobre él. Llevó su mano hasta mi mandíbula, acariciando mis labios.

—Ahí —dijo, asintiendo—. Eso está mejor.

Oh, el bastardo.

—No creas que puedes... —Pero el resto de mi discusión se


amortiguó mientras levantaba mi suéter y me lo quitaba por encima de
mi cabeza, mis brazos atrapados en el material grueso durante un largo
rato antes de que me liberara de nuevo—. Escucha...

—No.

—¿Qué?

—No, no voy a escuchar. Te quitaré el resto de la ropa y enterraré


mi cara en tu coño hasta que estés gritando tan fuerte que se te olvide
todo sobre estar de mal humor.

Guau.

Bien entonces.

Si él lo ponía de esa manera.

Y él tenía la intención de hacerlo porque tan pronto como sus


palabras salieron de su boca, mi sujetador estaba fuera y sus manos
estaban en mi cintura, agarrando mis pantalones y bragas y tirando
hacia abajo.
—Mucho mejor —dijo, dando un paso atrás y mirándome. Y no
sentí la necesidad de cubrirme mientras sus ojos hambrientos me
recorrían lentamente—. Ve a la cama.

Bueno.

Necesitaba dejar de ser mandón.

Porque estaba bastante segura de que me estaba gustando


demasiado.

—Estás siendo... —Empecé a objetar y prácticamente salió volando


de su chaqueta y comenzó a tirar de manera agresiva de sus botones,
rompiendo dos en el proceso. Desnudo de cintura para arriba, se detuvo.

—Ahora ve a la cama.

Bien. Está bien, entonces.

Me subí a la cama.

Lo observé, moviéndose hacia los pies de la cama, observándome,


sin apartar sus ojos de encima de mí. Sus manos salieron de repente,
agarrando mis tobillos y empujándolos hacia arriba hasta que mis pies
estuvieron sobre la cama. Descansó sus rodillas en el borde del colchón,
luego, se estiró, agarrando mis caderas y arrastrándome hasta el borde
de la cama, mi culo casi cayéndose. Mis piernas se agitaron mientras me
agarré a las sábanas. Me agarró los tobillos de nuevo, cogiéndolos y
colocándolos sobre sus hombros.

Y estaba completamente expuesta a él. Y él estaba mirando.


Como… realmente mirando.

Luego sus manos fueron hacia el interior de mis muslos,


abriéndome aún más.

—Chase...
—Shh —dijo, mirándome a la cara, y luego rápidamente apartando
la mirada.

Y antes de que pudiera tomar aliento para pensar en la objeción,


su cabeza se movió hacia adelante y sentí su lengua deslizarse hacia
arriba por mi hendidura resbaladiza.

Ya no había objeción.

No había manera de que fuera a joderlo yo misma.

De ninguna manera iba a perder la oportunidad de que el jodido


doctor Chase Hudson me chupara ahí como si su maldita vida dependiera
de ello.

Su lengua trabajó arriba y abajo por un largo tiempo,


acariciándome cerca del clítoris, pero nunca tocándolo. Mis manos se
apretaron con más fuerza en puños cogiendo las sábanas, mi espalda
arqueándose, mis caderas subiendo hacia él. Su lengua se movió de
nuevo hacia abajo, para encontrar la entrada, curvándose sobre sí
misma, y luego empujando hacia adelante.

—Oh Dios mío —gemí, mi mano apoyándose de golpe en la parte


posterior de su cabeza, sosteniéndolo allí por si acaso decidía que iba a
tratar de parar. No tenía permitido parar.

Se metió dentro y fuera de mí hasta que mi cuerpo se sintió caliente


y sudoroso, hasta que mis gemidos ahogados se convirtieron en ruegos.
Luego se retiró, acariciando y presionando su lengua contra mi clítoris
duro.

Todo se puso jodidamente blanco.

Mi cuerpo vibraba, mis piernas se apretaban alrededor de su


cabeza mientras gritaba su nombre una y otra vez, hasta que me sentí
agotada. Hasta que desgasté hasta el último hilo del deseo.
Chase, giró su cabeza, besando la cara interna de mi muslo, antes
de subir su cabeza para mirarme.

—Joder nena.

Palmeé la parte posterior de su cabeza, demasiado asombrada


como para pensar en hablar.

—Hmm —dijo, mirándome— no creo que eso fuera suficiente —


dijo, mirando hacia abajo entre mis piernas.

Encontré mi voz.

—Chase... no puedo...

—Bueno, tendremos que verlo, ¿no?

Y lo hicimos.

Y, al parecer, podía.

Y grité en voz lo suficiente alta como para olvidarme de mi mal


humor.

—Sabes tan dulce —dijo, deslizándose a mi lado, tirando de mí


hacia su pecho.

Acurrucada en mi pequeño lugar seguro, no me importaba ya nada.


No me importaba si los sentimientos eran falsos. Que él sólo me viera
como una clienta. No me importaba. No importaba. Todo lo que
importaba, como Chase me había dicho una vez, era el momento. Y el
momento era bueno. El momento era lo más cercano a la perfección que
jamás había conocido. No iba a sabotear eso para mí. Iba a estirarme con
él y a disfrutar de ello. Dejar el recuerdo presionar contra mi piel para
que nunca pudiera olvidarlo.
—¿Estás bien? —preguntó, toda su tensión aparentemente
evaporada.

—Mmmhmm —murmuré, besando su pecho.

—Un poco borracha por correrte, ¿eh?

—¿Qué? —pregunté, ladeando mi cabeza para mirarlo.

—Borracha por correrte. Borracha de orgasmos —explicó como si


fuera una frase que todos en el mundo supiera excepto yo.

Me reí, colocándome de nuevo sobre su pecho.

—Supongo.

—Lo manejaste mucho mejor de lo que pensé que harías.

—¿Esperabas que empezase a gritar y a alejarte?

—Tal vez. Quizás algo no tan dramático. No pensé que sólo…


disfrutarías.

—Te disfruté —corregí, mordiéndome los labios, con la esperanza


de que no fuera demasiado cursi.

—Eso es dulce —dijo, besando mi cabeza—. Dios, eres como un


pequeño horno cliente —dijo, apartando las mantas y suspirando ante el
aire más frío.

Y entonces miré hacia abajo, viendo su polla, dura, luchando


contra la tela de sus pantalones. Mi mano se movió lentamente hacia
abajo. Muy, muy lentamente. Todavía un poco más insegura de lo que
quería admitir.

—Nena —dijo, agarrando mi muñeca—, está bien. Tenemos toda la


noche. No es necesario que...
—Pero yo quiero —dije, empujando hacia arriba y mirando hacia
abajo.

—Joder —dijo, llevando una mano a un lado de mi cara por un


segundo—. Eres perfecta tal y como eres, ¿vale? No permitas que nadie
intente convencerte de lo contrario. —Se detuvo—. Ni siquiera tú misma.

Oh, la inundación cálida y efusiva que llenó mi pecho y vientre


seguro que se sintió real entonces.

Le di una pequeña sonrisa, inclinándome y presionando mis labios


contra los suyos, luego puse la pierna en el otro lado de su cuerpo a
horcajadas sobre él para poder besar mi camino hacia abajo como había
estado pensando en hacer.

—Espera —dijo, agarrándome—. Deja al hombre que disfrute de la


vista por un segundo —dijo, sonriendo. Sus manos se movieron hasta mi
vientre, sobre mis costillas, luego cubrieron suavemente mis pechos,
pasando sus pulgares sobre los pezones—. Perfecta —dijo de nuevo.

Me deslicé por su cuerpo, yendo hacia abajo sobre mis antebrazos


mientras besaba su cuello, entre sus pectorales, en el centro de sus
abdominales, sus músculos dando pequeños espasmos bajo el contacto.
Chase alargó sus manos, cogiendo mi pelo y apartándolo a un lado de mi
cabeza, después, sosteniéndolo en su mano, no tirando, sino
simplemente manteniéndolo fuera del camino para poder ver. Mi boca
llegó a la cintura de su pantalón y me levanté para equilibrarme sobre
mis rodillas mientras le quitaba el cinturón, luego desabroché sus
pantalones. Mis manos fueron bajo la cinturilla y su ropa interior, tirando
hacia arriba y hacia abajo hasta que se deslizaron y revelaron lo que
estaba buscando.

De cerca, de alguna manera se las arreglaba para ser tan perfecta


como había pensado. Gruesa, larga, suave.
—Ava...

—Deja que una mujer disfrute de la vista por un segundo —dije,


sonriendo, y fui recompensada por una larga risa apreciativa.

Mi mano se extendió, tomando su longitud y acariciándolo hasta la


base, tirando de él hacia arriba, dentro de mi boca.

Esto era nuevo.

No que nunca hubiera dado sexo oral antes, sino en el método. Por
lo general (y supongo que decía mucho sobre los chicos con las que salí),
me asustaba. Así que sólo... se hacían cargo. Sostenían duro mi nuca y
sólo… golpeaban sus pollas en mi garganta. Sin delicadeza. Sin deseo de
complacerles. Sólo siendo utilizada.

Esto no era eso.

Ésta era yo queriendo probarle. Escuchar sus gemidos. Ésta era yo


queriendo saber cómo sabía él, justo como él quería saber cómo sabía yo.
Esto era tanto por mi placer como para el suyo.

Y eso me hizo sentir poderosa.

Y era nuevo y excitante.

Me incliné hacia delante, pasando mi lengua sobre la cabeza suave,


con su mano tirando involuntariamente de mi pelo. Alentada, cerré mi
boca a su alrededor y fui lentamente hacia abajo, tomándome mi tiempo
para llegar a conocer cada centímetro sólido de él. Sentí mis arcadas
objetar, deglutiendo contra él, dejando que se asentara y moviéndome
más abajo. Hasta que le sentí presionar con fuerza contra la parte
posterior de mi garganta.

—Santa... mierda... Ava...


Dejé que mis ojos se desviaran hacia arriba, encontrando los suyos
y él exhaló su aliento bruscamente. Al verlo, me moví lentamente hacia
arriba, chupando, luego pasando mi lengua por la cabeza de nuevo. Su
boca se abrió, maldiciendo en voz baja, mirándome con tanta intensidad
que sabía que estaba haciendo un muy muy buen trabajo. Comencé a
moverme arriba y abajo, más rápido, chupando más duro, torciendo mi
boca alrededor, dejando que su polla golpease mi garganta en cada
descenso. Mi mano se deslizó lejos, innecesaria, y acarició suavemente
sobre sus bolas.

Podría haber hecho eso para siempre. A pesar del dolor de cuello,
a pesar del dolor en la mandíbula. Felizmente le hubiera chupado hasta
el año siguiente, escuchando su respiración volviéndose más y más
desigual, viendo sus ojos cerrarse, después, abriéndolos porque no quería
perderse el espectáculo, sintiendo su mano cavando en mi cuello, lo
suficiente para que hubiera marcas en la mañana. Estaba tan absorta en
él y su deseo que no había nada más en el mundo.

—Ava... —Su voz contenía una advertencia—. Me voy a correr, si


no quieres…

Pero quería.

Oh, cómo lo deseaba.

Pasé mi lengua por la cabeza rápidamente y luego lo tomé hasta la


empuñadura y él se corrió con fuerza, su cuerpo poniéndose rígido, su
mano agarrándome el cuello, la otra cerrándose de golpe en la parte
superior de mi cabeza. El sabor de su deseo llenó mi boca y tragué con
avidez hasta que no quedó nada. Lo sostuve profundo por un momento,
luego me moví muy lentamente de nuevo hacia arriba, chupando en la
punta, luego besando mi camino de regreso hacia su cuello.

Sus manos se acercaron para impedirme ir a mi lugar favorito,


sosteniendo mi cara y tirando de mí hacia arriba.
—Ava...

—Lo hice bien, ¿no? —pregunté, una sonrisa de orgullo jugando en


mis labios.

—No, nena —dijo, negando—. Dulce, dulce niña. Eso no fue bueno.
Eso fue jodidamente fenomenal —dijo, acariciando mis mejillas, pasando
su dedo sobre mis labios. Como si no pudiera tener suficiente de tocarme.

Mi pecho se hinchó, fuerte e inconfundible. Incluso si alguien lo


había sentido antes, lo sabía cuándo ocurría. Un calor, una plenitud.
Extraña, pero de alguna manera familiar. Amor. Era amor. Yo estaba
taaaan falsamente enamorada del doctor Chase Hudson.

Pero no se sentía falso.

Y no iba a arruinarlo.

Así que me fui a apoyar en el centro de su pecho, junto al corazón


al que me sentía tan apegada, mis piernas en el exterior de las suyas, y
sólo... me dejé ir en la sensación.

Sus brazos se apretaron a mi alrededor. Y los dos nos quedamos


simplemente... allí. Despiertos. Perdidos en nuestros propios
pensamientos, sosteniéndonos como si fuera la última vez.

Con el tiempo, me quedé dormida.

****

Me desperté más tarde con las manos de Chase golpeando con


fuerza mi culo. Eso era mi despertador. Empecé, empujando hacia arriba
su pecho con ojos somnolientos.

—¿Qué? —Me quejé.

—Nada —dijo, viéndose casi... tímido—. Sólo te quería despertar.


—¿Para qué?

El lento crecimiento de su sonrisa diabólica me hizo desear no


haber preguntado.

—Voy a probarte de nuevo —dijo casualmente, pero la sonrisa no


desapareció.

—¿Por qué siento que hay un problema?

—Esta vez montarás mi cara.

Oh diablos, no.

No.

Eso ni siquiera sonaba sexy.

—Y, al mismo tiempo chuparás mi polla de nuevo.

Bueno, eso lo hacía moderadamente mejor.

—Chase.

—Si no te gusta, nos detenemos. Sin preguntas. Le daremos una


oportunidad, ¿vale?

¿Era realmente posible incluso decir que no?

—Vale.

—Muy bien —dijo, bajando un poco por la cama—. Por qué no te


das la vuelta y me montas. Empieza. Tengo la sensación de que estarás
más cómoda así.

—Sí.
Entonces me giré, a horcajadas sobre él, mirando sus pies, dejando
que guiase mis piernas hacia atrás hasta que estuvieron donde él quería
que estuviera (y tratando mucho, mucho en no pensar con qué estaba él
cara a cara). Sus manos fueron a mis caderas y rápidamente me incliné
y comencé a llevarle a mi boca. No pasó mucho tiempo hasta que sus
manos me empujaron hacia abajo y sentí su lengua encontrando mi
clítoris.

Y cualquier objeción original a la posición se fue volando.

****

Estaba poniéndome mi ropa después. Mucho más tarde. En algún


momento después de las dos de la mañana. Chase estaba de nuevo en
sus pantalones y estaba en proceso de abotonarse su camisa.

—Necesito verte mañana.

—¿Qué? —pregunté, segura de haberle escuchado mal.

—Para la próxima sesión. Mañana.

Claro. Sesión. Porque era una clienta.

Vuelve al mundo real, Ava.

Y también... joder.

La siguiente sesión era la sexta.

La sexta era la sesión de sexo.

Él iba a estar dentro de mí.

Sentí mi cabeza sacudiéndose.

—¿No? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Por qué? ¿Qué pasa?


¿Estás nerviosa? Porque deberíamos hablar de ello entonces, nena.
—No..., eh, tengo planes para salir con una compañera de trabajo.
Shay —añadí, sin saber por qué tenía que dejar claro que era una mujer—
. Me ha estado molestando y finalmente le he dicho que sí.

—Eso está muy bien, nena —dijo, pero parecía casi...


¿decepcionado?—. Bueno. Lunes por la noche. A las siete.

Lunes a las siete. Bueno. No había necesidad de que me asustara.


Sí, eso era una broma. Iba a asustarme.
Después de la Sesión
Bien. Fui a la cama. Traté de no asustarme. Me desperté, lo intenté
de nuevo. Me duché, me vestí, salí de casa. Lo intenté de nuevo. Todo el
día en el trabajo, continué jodidamente tratando.

Y no funcionó.

Iba a ser el fin de semana más largo de mi vida.

Pero, me recordé mientras me duchaba y me preparaba algo de


cenar, que iba a salir. Iba a conseguir una distracción que, con suerte,
me sacara de mi ansiedad alimentada por el desánimo. Infiernos, iba a
beber hasta olvidarme si tenía que hacerlo así.

—¿Comes ensalada? —preguntó Jake, cruzando los brazos sobre


su, una vez más, desnudo pecho.

—¿Está burlándote de mí? Eres el que siempre se mete conmigo


para que coma mejor.

—Sí, en el día a día, no antes de salir por la noche.

—¿Cuál es la jodida diferencia?

—Oh, mi pobre, pobre virgen de la vida nocturna —dijo, negando,


moviéndose para llevarse mi ensaladera y poniéndola en la nevera.

—¿Qué tal si me dices lo que quieres decir sin ser tan


condescendiente?

—Es necesario que pongas algo en el estómago para que el alcohol


se asiente. Hamburguesas. Patatas fritas. Pizza. Algo grasiento y que te
llene. Te conozco. Estarás borracha después de dos bebidas si vas con el
estómago vacío.
No estaba equivocado. Tenía la tolerancia de una niña de doce años
para el alcohol. Dos copas y estaba súper borracha. Tres y estaba a punto
de ser un desastre. Cuatro... estaba en casa en la cama porque nunca
podría llegar más allá de cuatro.

—Bien. ¿Qué tal que si tú pides la comida? —sugerí, encogiéndome


de hombros—. Usa mi tarjeta de crédito. Voy a secarme el pelo. Shay
debería estar aquí como... en media hora.

Cuando salí del baño, la encimera de la cocina estaba llena de


comida. Y me refiero a completamente. Como si tuviera la intención de
alimentar a todo un maldito equipo de fútbol del instituto en vez de a dos
personas.

—¿Qué es...? —El golpe en la puerta me interrumpió y corrí a abrir.

Una Shay apresurada, con el rostro descubierto, por primera vez


desde que la había conocido, vestida con una camiseta y leggings. Llevaba
un kit de maquillaje enorme en una mano y una bolsa de la tienda de
alimentos de color amarillo colgando de su muñeca, y cuatro vestidos en
la otra mano.

—Oh, ¿eso es grasa? —preguntó ella, empujando hacia adentro


como si hubiera estado en mi apartamento un centenar de veces antes—
. Bien pensado. Necesitamos un poco de guarnición... oh —dijo al ver a
Jake—. Bueno... hola —dijo en el tono más abiertamente coqueto posible.

—No te molestes —dije, cogiéndole los vestidos y colocándolos en


el respaldo del sofá—. Es guapo, pero es un idiota.

—Oh, chica, pero esos son el mejor tipo de hombres. Soy Shay —
dijo, caminando hacia él—. Bonita V en el abdomen.

—Deberías ver lo que hay debajo de ella.

Oh Dios mío.
No estaban coqueteando.

Sólo iba a terminar en llamas violentas y terribles.

—Todo hablar —dijo Shay, sonriendo.

—¿Quieres un pequeño adelanto? —preguntó, echando mano a su


cintura.

—Independientemente de lo que pueda desear, no habrá desnudos


en mi cocina —dije, negándoles.

—Estás siendo literalmente una bloqueadora de pollas en este


momento —se quejó Jake.

—No te preocupes. Shay estará aquí por un tiempo. Puedes


coquetear con ella cuando yo no esté mirando —dije yendo hacia las
bolsas de comida—. Entonces, ¿qué has cogido?

—Todo —dijo Jake, encogiéndose de hombros—. Hamburguesas,


patatas fritas, palitos de mozzarella, aros de cebolla, pollo frito...

—No seré capaz de encajar en cualquiera de esos vestidos —me


quejé, alcanzando los platos.

—Mejor un poco llena que desmayarte en el suelo de un bar —dijo


Jake y yo estuve de acuerdo en silencio.

Comimos durante mucho tiempo, Shay insistiendo en que sería


absolutamente ridículo presentarse en un club antes de las diez de todos
modos. Entonces me arrastró hasta el baño, sacando el maquillaje y los
productos para el cabello sobre el mostrador del lavabo, sacando una
plancha para el pelo y dejando que se calentara en la pileta.

—No es para mí, obviamente —dijo, haciendo un gesto hacia sus


rastas—. Quiero ver como se ve tu cabello realmente liso.
Arrastré un taburete de la cocina y me senté.

—Está bien, haz lo que quieras —dije, cerrando los ojos


ligeramente.

Al parecer, lo que Shay “quería” tomó más de una hora y media de


acicalarse. Mi pelo fue estirado, luego estirado de nuevo y después una
tercera vez sólo para asegurarse. Mi cara fue secada, palmeada, cepillada
con... Dios sabe qué. Mis pestañas fueron rizadas y luego le aplicó un
sinfín de capas de rímel. Me puso pintalabios, y después lo borró para
tratar con un tono diferente.

—Muy bien —dijo, dando un paso atrás, el pintalabios en una


mano, la parte superior del mismo en la otra. Me miró de soslayo—. Sí —
asintió, sonriendo lentamente—. Eso es bueno.

—Déjame ver... —Empecé a decir, bajando de la silla que había


estado matando mi culo durante la última media hora.

—No —dijo, empujando mi hombro hacia abajo—. No puedes verte


hasta que te vistas.

—Está bien —me quejé, volviendo a sentarme—. ¿Qué pasa con tu


maquillaje?

—Oh, sí, dame cinco minutos —dijo, volviéndose hacia el espejo.

Luego se tomó literalmente cinco minutos. Cinco. Después de todo


lo que me hizo atravesar. Se aplicó un poco de polvos, se delineó los ojos,
y se puso una capa de brillo labial y había acabado. Impecable como de
costumbre.

Agarró los vestidos de la puerta, buscando el que ella quería: uno


de un rojo brillante que te hacia mirar, sin mangas, apretado, corto, con
una cremallera visible a un lado. Con confianza se despojó de su ropa,
de pie delante de mí en su tanga y sujetador sin tirantes por un largo
momento antes de entrar en su vestido. Y era casi digna de la cartelera.

—Está bien, traje algunos para ti, pero sé cuál debes llevar. Ahora
—dijo, su voz más grave, bajando la música como si lo que estaba a punto
de decir fuera súper importante—. Sé que por lo general tienes un... um...
estilo muy conservador. Por lo que sólo tendrás que tomar una
respiración profunda, ponerte tus bragas de chica mayor, y superarlo.
Sin embargo —dijo, agarrando el vestido—. Mejor que vayas sin bragas
en este.

—Eso no es va a pasar.

Ella puso los ojos en blanco de forma espectacular.

—Sácate la ropa.

Oh. Así que no iba a poder cambiarme en privado. Bueno estaba


bien. Es decir... podía hacerlo. Ella lo había hecho. Traté de no pensar en
que ella lo había hecho porque era literalmente perfecta mientras me
quitaba mi camiseta y pantalones.

—Ok, el tanga sirve —dijo, señalando mi casi desnudez—. Está


bien, quiero que me sorprendas —dijo, dándome el vestido y
aplaudiendo—. Sé que va a ser perfecto, pero quiero ver la gran
revelación, así que esperaré en la sala de estar. Ten cuidado de no dejar
que se pegue el maquillaje en él —advirtió y salió por la puerta.

Miré el vestido. Era de color azul eléctrico y parecía que iba a


encajar como una segunda piel. Dos pequeños tirantes. El busto
ligeramente redondeado a los lados para dar un poco de forma entre mis
pechos. Le di la vuelta, encontrando un gran corte en forma de corazón
en la parte posterior. Así que, al parecer, no estaba autorizada a llevar
bragas normales... o sostén.
Tomé una respiración profunda, decidiendo tratar de ir con la
corriente, quitándome el sostén y metiéndome en el vestido.
Afortunadamente, había un pequeño soporte en el interior en forma de
sujetador, proporcionando un poco de apoyo y manteniendo mis pezones
fuera de la vista. Me escurrí dentro del vestido, poniendo los tirantes en
su lugar, viendo que el dobladillo ni siquiera llegaba hasta la mitad de mi
muslo.

Tomé una respiración profunda, sacando los vestidos restantes de


la parte posterior de la puerta para poderme echar un vistazo en el espejo
de cuerpo entero que tenía.

Y... maldita sea.

No era vanidosa (de hecho, normalmente era aplastantemente


insegura), pero Shay había hecho jodida magia. Mi cabello caía en
cortinas rectas alrededor de mis hombros. Y el maquillaje que parecía
que iba a ser apelmazado, muy por encima de lo necesario, en realidad
era bastante discreto. Mis párpados tenían una raya de ojo de gato, mis
pestañas oscuras hacían pop, un poco de color rosa para mis pálidas
mejillas, y un pintalabios de color rojo brillante.

El vestido se veía bien, abrazando el busto y la cadera, haciéndolos


destacar, redondeándolos ligeramente de modo que no podías ver cada
movimiento de la piel por debajo.

—Estoy envejeciendo aquí —gritó Shay y negué, apagando la


plancha, poniendo un poco del perfume que Jake me había comprado
sobre el pecho, y abriendo la puerta.

—Jodeeer —dijo Shay, sonriendo y asintiendo.

—Mierda, Ava, ¿eres tú? —preguntó Jake, caminando para estar al


lado de Shay, vestido con pantalones y camisa.

—¿Por qué estás vestido? —pregunté, sospechando.


—Voy con vosotras.

—Oh, una mierda…

—Oye —dijo, levantando una mano—. Me dijeron que, si estaba en


tu vida y me preocupaba por ti, tenía que hacerlo mejor. Así que creo que
eso significa ser un chaperón para asegurarme de que no te emborrachas
estúpidamente y vas a casa con algún imbécil.

—Oh, mentira. Lo único que quieres es convencer a Shay de que


vuelva aquí contigo.

—Sí, bueno, eso también...

—Eres imposible.

—Oye es mejor así —insistió Shay, agarrando su bolso y sacando


dos carteras, una pequeña y una normal. Sacó dinero en efectivo, su
identificación, un preservativo, y dos barras de chicle de la cartera grande
y lo puso en la pequeña—. Puede llevar nuestras carteras—dijo,
entregándole la suya y él fácilmente se la metió en el bolsillo.

—Está bien —dije, yendo a encontrar algo pequeño donde poner


mis cosas. Menos el condón. Añadiendo un solo paquete de aspirina—.
¿Estamos listos? —pregunté, tratando de coger un abrigo.

—Sin abrigos —dijeron Shay y Jake al mismo tiempo.

—¡Hace frío! —objeté—. No quiero hacer cola en medio del otoño en


ropa interior glorificada.

—Oh, cariño —dijo Shay, negando—. No haremos cola.

****

Y no la hicimos. Tan pronto como salimos del taxi, Shay me agarró


de la mano y me llevó a la puerta, dándole al guardia de seguridad una
sonrisa que te chupa el alma... y entramos. Ni siquiera se molestó en
revisar nuestras identificaciones.

—Lo primero es lo primero —declaró Jake, una mano en cada una


de nuestras espaldas, guiándonos hacia la barra—. Bebidas.

Y entonces me saturaron de licor.

La noche fue un poco borrosa después de las dos primeras copas.


Un trago (Jake insistió en que lo tomásemos antes que nada, brindando
por una buena noche), después, un Martini. Jake desapareció y Shay me
arrastró a la pista de baile, con la promesa de mantener a los que me
ponían los pelos de punta de distancia.

Lo cual, todo hay que decirlo, se las arregló para hacerlo.

Jake se presentó en un momento, dándonos a Shay y a mí bebidas.


Primero algo rosado y afrutado. Luego algo azul y afrutado. Entonces algo
verde y de melón.

Y bailé.

Ahora, para ser perfectamente honestos, nunca he sido muy buena


bailarina. Bueno. Nunca he sido ningún tipo de bailarina, y punto.
Excepto en mi habitación mientras me vestía. Nunca en público. Nunca
en medio de una gran multitud de cuerpos triturándome. Pero la música
latía, dura y sexual, vibrando a través de mis pies y hacia arriba hasta
que la sentí resonando en cada célula de mi cuerpo. Que se mezcló con
la sensación gloriosamente arremolinada en mi cabeza... y, bueno, bailé.

El tiempo se perdió. Lo único que importaba era la música y Shay


riendo y girando alrededor de mí, y la sensación de mi alma flotando.
Todo se sentía ligero y sin importancia fuera de nuestro pequeño círculo.

Algún tiempo después, el suficiente para que empezase a sentir mis


zapatos haciéndome doler los pies, Jake se presentó con otra bebida.
Naranja y cítricos. Entonces bailó con Shay, hablando en su oído por
detrás y ella girando la cabeza para contestar.

Dos minutos más tarde, estaba siendo arrastrada fuera de la


cabina, y llevada de vuelta a mi apartamento. Donde, al parecer, íbamos
a tener algún tipo de fiesta posterior. Diez personas que no conocía,
hombres y mujeres por igual, se agolpaban alrededor, bebiendo el licor
que Jake sacó del armario, bailando con la música que Shay había
puesto.

Me quité mis zapatos, fui al sofá porque el mundo estaba girando


un poco haciéndome sentir como que no podía estar parada más sobre
mis pies. Me senté allí, mirando alrededor en una especie extraña de
entretenimiento individual durante mucho tiempo.

Entonces saqué mi teléfono.

Y llamé a Chase.

Fui directa al contestador.

Borracha y sin inmutarme, escuché su mensaje de salida y esperé


al pitido.

—No me importa lo que diga la doctora Bowler. Se siente real —


dije, mis palabras saliendo con una voz que era mía, pero no lo era... era
más lenta, ligeramente arrastrando las palabras—. Y puedes ser tan
malo... ¡Deja de patearme! —le gruñí a un tipo al azar que se sentó a mi
lado y puso una mano en la cadera—. Estoy hablando con el contestador
de Chase, déjame en paz —dije, pensando que mi voz sonaba muy severa,
pero el hombre se limitó a reír—. Así que, de todos modos, Chase... no
me importa si es falso, ¿sabes? Está bien. Lidiaré con ello... está bien,
amigo —dije, golpeando su mano con tanta fuerza que mi palma me dolió
a pesar del alcohol—. Sal de mi sofá. Fuera. Bájate. ¡Arruinaste mi
mensaje! —Acusé, poniendo fin a la llamada, enfadada innecesariamente
con el desconocido.

—Vamos, nena, te ves madura...

—No soy una pieza de fruta —objeté, después empecé a reírme.

Era atractivo. Cerca de mi edad con cabello castaño y ojos


marrones y grandes, mandíbula afilada. Estaba vestido con una camisa
azul y pantalones vaqueros. Atractivo del estilo muy de chico que había
estado en una fraternidad.

Un silencio se instaló después, miré alrededor, golpeando con


fuerza su mano cuando la alargó para llegar a tocarme. Entonces,
después de lo que se sintió una eternidad después, pero que no podían
haber sido más de diez minutos, rompí el silencio.

—Escucha, sé que te gusta mi vestido azul —dije, sacudiendo la


cabeza—. Es muy bonito. Pero no es mío. —En mi lógica borracha, eso se
suponía que de alguna manera tenía que detenerlo.

—Bueno, entonces tal vez deberías quitártelo —sugirió.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque sólo llevo un tanga —admití, sin darme cuenta de lo malo


que era decir eso.

—Eso suena sexy. ¿Por qué no me lo enseñas?

—¿Por qué sigues tocando? —pregunté, mirando hacia abajo a su


mano en mi muslo.

—¿Te gusta cuando te toco? —preguntó, su mano serpenteando


hacia arriba.
—No te conozco.

—Hace que sea aún más caliente, ¿no te parece?

Entrecerré mis ojos hacia él.

—No creo que yo funcione de esa manera.

—Oh, nena, puedo hacerte funcionar de esa manera.

—No estás autorizado a llamarme así —objeté.

—¿Por qué no?

—Porque Chase lo hace.

—¿Quién diablos es Chase?

—Yo —la voz de Chase dijo frente a mí.

Volví mi cabeza y allí estaba él, con un traje azul y camisa blanca.
Desde mi punto de vista, parecía un gigante: fuerte e intimidante. No
ayudó que estuviera fulminado con la mirada, positivamente fulminado
con la mirada al chico de la fraternidad.

—¡Es Chase! —declaré, apuntando, como si no fuera obvio—.


¡Estás aquí!

—Sí, nena —dijo, y me dio un breve vistazo, luego se giró de nuevo


hacia el chico de fraternidad—. Saca tus manos de encima de ella —dijo,
en voz baja y dando miedo—. Mírala. ¿Realmente parece como si
estuviera en condiciones para dar su consentimiento?

—Ella está bien, hombre. ¿Quién diablos eres tú?

—Es Chase —dije, sin ayudar.


—Piérdete —dijo Chase, alargando una mano para agarrar la parte
delantera de la camisa del tipo y elevándolo.

—Vale, vale. Mierda. Ella no vale la pena todo este problema.

—¡Oye! —objeté, mirándole.

—Así que —dijo Chase, suspirando un poco—. ¿Te has divertido


esta noche?

—Bebí mucho —le dije.

—Parece que sí. —Estuvo de acuerdo, moviéndose para tomar el


espacio que el chico de la fraternidad había dejado vacante—. Entonces,
¿dónde está tu amiga?

—¿Shay? —pregunté, mirando su barba oscura, sus ojos


brillantes.

—Sí, Shay.

—Oh, mira a la chica más hermosa en la habitación. Es ella.

—Estoy mirando a la chica más hermosa en la habitación —


respondió, tocando mi pelo sedoso.

—Tienes que dejar de decir cosas como esa.

—¿Por qué?

—Porque me gusta.

—¿No es una razón más por las que debería decirlas? —preguntó,
cogiendo mis rodillas y tirando mis piernas por encima de su regazo.

—No sé —dije, sacudiendo la cabeza como si pudiera despejar la


niebla allí—. Siento como si no.
—Hola. —La voz de Shay interrumpió, mirando a Chase—. Está
borracha. Apártate.

Chase, le sonrió. Y sabía que su actitud protectora le había ganado.

—Ese es el… —interrumpió Jake, tocando la espalda baja de


Shay—. Amigo de Ava. —Decidió, mirándonos—. Está bien. Ella está bien
—dijo, llevándosela.

—Me gusta Shay.

—Es buena gente —murmuré, sintiéndome cansada. Me acerqué


más a él, apoyando mi cabeza en su pecho.

—¿Quién es la doctora Bowler, nena?

—Es mi psiquiatra. Mi otra psiquiatra. Es buena gente también —


dije, mis ojos poniéndose pesados—. Incluso si tiene razón.

—¿Razón sobre qué?

—Pero creo que podría estar equivocada. Pero tal vez no. Así es
como funciona, supongo.

—¿Cómo funciona el qué?

Negué, tomando una respiración profunda. Su brazo fue alrededor


de mi espalda, manteniéndome cerca. Acurruqué mi cara contra su
camisa.

—Este es mi lugar —declaré, golpeando su pecho con mi mano.

Su otro brazo fue a mi alrededor, sus labios besando la parte


superior de mi cabeza.

—Sí, nena, lo es. —Estuvo de acuerdo.


—El lugar más seguro en el mundo —murmuré, lentamente
durmiéndome.

****

Me desperté con unos golpes, que tenían el mismo efecto que


bombas en mi cerebro dolorido. Gemí, abriendo los ojos para encontrar
el apartamento dolorosamente brillante.

—Hola bella durmiente —dijo la voz pegada al pecho sobre el que


estaba recostada.

Me levanté, desorientada, mirando hacia arriba.

—¿Chase? —pregunté, parpadeando ante él.

—Sí nena.

Y luego todo volvió. Shay. Vestirme. El club. Bailar. Música.


Alcohol. Oh, el alcohol. Después de nuevo en el apartamento. Coger mi
teléfono...

—Oh, dios... —gemí, enterrando mi cara entre mis manos—. Por


favor, dime que no dije nada estúpido.

—No, nena... te quedaste dormida casi tan pronto como llegué aquí.

Pero el mensaje. El mensaje de teléfono. ¿Qué demonios había


dicho yo? Algo sobre la doctora Bowler estando equivocada. Que no se
sentía falso. Bueno. Eso no era demasiado malo. Podía vivir con eso. La
culpa era de la bebida. Fingiría que no tenía idea de lo que estaba
hablando si él lo mencionaba.

—¿Por qué has venido? —pregunté, mirándole. Estaba bastante


seguro de que no le había invitado. O incluso dicho dónde estaba.
—Te oí gritar a alguien que dejara de tocarte. No parecía entender
tu mensaje. Así que sólo quería asegurarme de que estabas bien. Si
hubiera sabido cuan perro guardián es Shay, no habría estado tan
preocupado.

—Oye nosotras las chicas permanecemos juntas —gritó Shay.

Mi cabeza se levantó, para encontrar Shay de pie en mi cocina, su


maquillaje limpio, con aspecto fresco y de alguna manera descansado,
llevando una de mis camisetas sin mangas y un par de pantalones de
pijama. Y lo que fue aún más sorprendente, era que Jake estaba a su
lado... ayudándola... a cocinar.

—Bueno, creo que desperté en una dimensión diferente —me quejé.


Miré a mi alrededor, esperando encontrar un desastre por todas partes,
pero todo estaba limpio. Más limpio de lo que lo había dejado. ¿Alguien
había limpiado de verdad...?

—Jake y yo nos levantamos temprano para limpiar por ti. Sé que


te gustan las cosas ordenadas —dijo Shay, notando mi inspección.

—Eso fue muy dulce —dije, lo que significaba que…—. Espera...


¿dijiste que Jake se levantó temprano y… limpió?

—Sí —dijo, encogiéndose de hombros como si no fuera gran cosa.

—¿Le tuviste que apuntar con una pistola?

Shay bufó.

—Chica, todo lo que necesitas para manejar un hombre como él es


una lengua afilada y una mirada fulminante. El chico tiene hermanas.
Está entrenado para obedecer.

—No está equivocada. —Estuvo de acuerdo Jake.

—Entonces, ¿cómo es que nunca haces lo que te pido?


—Porque —respondió Shay por él— no puedes pedir. Tienes que
decírselo.

—Tendré que tener eso en cuenta —dije, levantándome lentamente,


tirando del vestido por donde se había subido sobre mis muslos—. Bien.
Tengo que ir a buscar algo de ropa... menos descubierta —dije, yendo a
mi habitación. Acababa sacar algo de ropa de mi armario cuando escuché
la puerta de mi habitación abrirse y cerrarse—. Te limpiaré el vestido y
te lo llevaré al trabajo el lunes —dije, esperando a Shay.

Pero entonces me di la vuelta y vi a Chase, viéndose


magníficamente desaliñado en su traje arrugado.

—Hola nena —dijo, apoyado contra la puerta cerrada.

—Hola —dije, sintiendo incertidumbre, agarrando mi toalla y


apilándola con mi ropa.

—Date la vuelta —dijo.

Y allí estaba la pequeña sensación de movimiento en mi estómago.

No había nada más caliente que Chase mandón.

Así que me di la vuelta.

Y entonces sentí sus dedos trazar el corte en forma de corazón en


la parte trasera del vestido. Me estremecí bajo la sensación.

—Te ves tan sexy en este vestido.

Oh.

Dios.

—Gracias.
Sus manos se movieron por mi espalda hasta los hombros,
presionando en los músculos, doloridos de dormir en una posición tan
extraña. Me fundí de nuevo en él, mi cabeza ladeándose. Y entonces sus
labios estuvieron justo bajo mi oreja, besando una línea por el lado de mi
cuello y mi hombro.

—Está bien, deberías parar eso —gemí.

—¿Por qué? ¿Te estás mojando por mí, nena?

Joder, sí, lo estaba.

—Sí.

—Bien —dijo, moviéndose hacia arriba y mordiéndome el lóbulo de


mi oreja—. Quiero que pienses en mí cada minuto hasta el lunes por la
noche. Y cada vez que pienses en mí, quiero que estés húmeda.

Así que dijo eso.

Y era jodidamente caliente.

—¿Crees que puedes hacer eso por mí?

No era un problema.

—Sí.

—Bien. Y cuando llegues a mi oficina —dijo, su nariz rozando mi


cuello— llevarás un vestido.

—¿Por qué?

—Porque te empujaré contra la pared, rasgaré tu ropa interior,


levantaré tu falda, y lameré tu clítoris hasta que estés pidiendo correrte.

Bueno, esa era sin duda una buena razón para usar un vestido.
Tragué saliva.

—¿Algo más?

—No tienes permiso para tocarte hasta entonces.

¿Quería que caminase por ahí insoportablemente caliente sin


ningún alivio?

—Vale.

—Buena chica —murmuró, y luego se movió repentinamente lejos


de mí, haciéndome tropezar—. Ahora ve a ducharte. Shay y Jake ya casi
han acabado con el desayuno.

Oh Dios mío.

¿Se quedaba a desayunar? ¿Conmigo? ¿Y mis amigos?

Oh señor.

Jake diría algo totalmente inadecuado. En realidad, para el caso,


quizás también Shay. Y Chase estaría allí para presenciarlo. Fui a la
ducha, nerviosa ante toda la perspectiva. ¿Los encontraría divertido?
¿Ofensivos? ¿Intentaría analizarlos?

Al mismo tiempo, ¿lo encontrarían rígido y calculador?

Me lavé mi maquillaje, me tomé un par de aspirinas, lavé mis


dientes sin piedad, después, entré en la ducha. En realidad, no había
razón para estar flipando sobre la forma en que se llevarían. ¿Qué
importaba realmente? Era mi psiquiatra. Ellos eran mis amigos. Pronto
él ni siquiera estaría en mi vida.

Intenté duro ignorar la punzada que vino con ese pensamiento


mientras me secaba y me ponía mis pantalones vaqueros y mi camiseta
blanca.
Abrí la puerta para ver a los tres sentados en la mesa, riéndose.

Y sentí una oleada tan ridícula de alivio que fue casi embarazoso.

Chase giró la cabeza, como si me sintiera, y sonrió, acariciando la


silla a su lado.

Oh, mi pobre corazón.

Realmente iba a hacerme daño.

Y pronto.
Sexta sesión
Sabía que iba a ser confrontada. Shay continuó mirándome todo el
día, pero nos encontramos inusualmente ocupadas, necesitamos trabajar
durante el almuerzo y no tuvimos ni un momento para pensar siquiera
en cotilleos.

El desayuno había ido bien. Demasiado bien. Todo era ligero,


divertido. Shay contó sus historias salvajes, Jake colaboró. Hablamos de
cómo nos conocimos, todos menos Chase y yo. Jake había girado
expertamente la conversación cuando Shay estaba a punto de preguntar.
Gracias a Dios por él, porque no tenía idea de cómo manejaría esto. Jake
y Shay se levantaron de un salto para limpiar los platos y Chase se
excusó, tocando mi cadera al acercarnos a la puerta, susurró:

—Lunes. Siete. Vestido —antes de irse.

Y sabía que Shay se moría de ganas de preguntar desde el momento


en que lo vio aparecer y acurrucarme en el sofá.

Planeaba huir al minuto que el reloj diera las cinco. Ya tenía


suficiente en mi plato con mi sesión más tarde. No necesitaba su estrés
encima también.

—No tan rápido —ella me sorprendió mientras rodeaba mi


escritorio con la cabeza baja.

Podía fingir que no la oía. O que no sabía que estaba hablando


conmigo. Pero eso parecía mezquino e infantil.

—¿Qué pasa, Shay?

—¿Quién era ese hombre di-vi-no con el que estabas acaramelada


este fin de semana?
—Yo no estaba...

—Oh chica. ¿Con quién crees que estás hablando? Conozco a una
mujer que está amarrada cuando veo una. ¿Quién es él?

Oh Dios.

Normalmente, yo evitaría el problema. O incluso mentiría para


salvarme.

Pero Shay se estaba convirtiendo rápidamente en una amiga íntima


y aunque no poseía demasiada experiencia con tener amistades íntimas,
estaba bastante segura de que mentir no era parte de una ecuación
exitosa.

Miré a mí alrededor, viendo a la gente salir, algunos todavía


sentados en sus escritorios. Algunos charlando.

—Bien —dijo, poniéndose de pie—, vamos a dar un paseo y me lo


dices.

—En realidad —dije, mirándola—. Necesito comprar un vestido.


¿Me quieres ayudar?

—Sólo si tengo su descripción.

—Bien —gruñí.

—¡Chica, lo sabía! —Ella acusó, moviendo la cabeza hacia mí


mientras se ponía la chaqueta.

****

Unos minutos más tarde, estaba atrapada en una tienda en la que


nunca había estado antes, pero Shay había insistido en ello, respiré
hondo.
—¿Has oído hablar de los psicoterapeutas sexuales?

—Ava —dijo, su tono serio—, no hay nada sobre el sexo que no


conozca. ¿Qué pasa con los psicoterapeutas sexuales?

—Chase es uno.

—Oh —el aliento escapó de su boca.

Me volví, tan sorprendida al ver a Shay sin habla que no pude evitar
reír.

—¿Sorprendida?

—No. Quiero decir sí. Pero no. Ese hombre rezuma confianza
sexual. Así que tiene sentido. Ava —dijo, acercándose más y sentí que mi
estómago se apretaba—, ¿por qué estás viendo a un psicoterapeuta
sexual?

Miré alrededor rápidamente.

—No puedo tener relaciones sexuales. Lo he intentado. Aunque me


gusta... tengo ataques de pánico enormes y eso me saca de la zona
completamente durante todo el asunto. Sinceramente, ni siquiera podría
decirte cómo se siente —admití, y sentí que se levantaba un peso.

Shay asintió, pareciendo amable y aceptando.

—Me alegro de que estés viendo a alguien entonces. El sexo es


demasiado bueno para perderlo. —Ella pasó unos cuantos vestidos,
frotando su nariz en todos mientras pensaba en silencio—. Espera —dijo,
volviéndose hacia mí con una mano en su cadera—, ¿por qué diablos
apareció en tu apartamento si es sólo un terapeuta?

—Lo llamé —admití.


Ella me dirigió una sonrisa astuta, sacudiendo la cabeza,
moviéndose a un estante diferente de vestidos (mucho más atrevidos).

—¿Por qué necesitas un vestido nuevo?

—He estado con él durante cinco sesiones y le gusta... aumentar


la...

—¿Intimidad? —le ofreció ella.

—Sí —dije, tragando. Esta noche es la sexta sesión.

—¿Y cuál es la sexta sesión?

—Sexo.

Su cabeza se sacudió hacia mí, una ceja levantada, la boca se abrió


ligeramente. Pareció que estaba luchando por decir algo durante un
minuto, luego lo pensó mejor.

—Bueno —dijo ella, sacando un vestido blanco y tubo—, entonces


esto es lo que necesitas.

—¿De verdad? ¿Blanco? —pregunté riendo—. No soy virgen.

—¿Es cierto? —preguntó, volviendo la cabeza hacia un lado—.


Quiero decir... si nunca lo has experimentado, ¿cuenta?

Me encogí de hombros, pero me llevé el vestido hacia el mostrador.

—Espera —dijo Shay, corriendo, algo blanco y de encaje en sus


manos—.Te he traído unas bonitas bragas.

—Dijo que iba a arrancarlas.

—Aún mejor —sonrió ella—. El vestido tiene incorporada esas


cosas en las taza por lo que no necesitas sujetador. Te puede desvestir
completamente en cinco segundos.
Le sonreí.

—¿Sabes qué, Shay?

—¿Qué?

—Creo que tú y yo vamos a ser muy buenas amigas.

Ella sonrió, golpeando mi hombro con el suyo.

—Descríbeme su polla. Ahora.

****

Me tomé mi tiempo preparándome, haciendo una especie de ritual.


Para tomarme mi tiempo. Para calmar mis nervios. Tomé mi habitual
ducha larga, cuidadosamente sequé mi pelo, luego lo presioné con la
plancha que Shay se había dejado atrás. Me apliqué loción de vainilla en
cada centímetro de mi cuerpo. Me puse una pequeña cantidad de
maquillaje. Me cepillé los dientes. Finalmente, cerca de la hora de irme,
me metí en las bragas blancas y el vestido blanco. Sencillo. Apretado.
Corto. Pero perfecto.

Decidí que Shay iba a escoger toda mi ropa en el futuro.

Me puse unas bailarinas de cuero blanco, agarré las llaves y la


cartera y salí del cuarto de baño un enorme nudo de tensión en mi
estómago.

—Mierda. Eso lo hará —Jake asintió.

—¿Hacer qué? —pregunté.

—Lo que quieras hacer —dijo, encogiéndose de hombros.

Asentí, tomando una respiración firme.

—Llegaré tarde esta noche.


—Apuesto que lo harás —sonrió. Entonces la sonrisa cayó y se
acercó a mí, tocando mi hombro brevemente—. Todo va a estar bien, ¿de
acuerdo?

—Está bien —estuve de acuerdo, entumecida.

—Vamos —dijo, empujándome hacia la puerta—. Vas a llegar tarde.

****

Llegué justo a tiempo. Prácticamente corrí de mi coche a la puerta


de la oficina porque Shay había amenazado con desollarme si aparecía
cubriendo el vestido con una chaqueta. Me detuve frente a la puerta,
ajena al frío que se filtraba en mi piel, respirando hondo, acomodando mi
cabello en su lugar, tirando ligeramente del corpiño del vestido. Luego
alcancé la perilla y entré.

Chase estaba en su lugar habitual junto al escritorio, con un traje


negro y camisa blanca. Su cabeza se inclinó hacia arriba ligeramente
mientras colocaba un pedazo de papel doblado en su bolsillo.

—Oh, nena —dijo, con la cabeza inclinada hacia un lado,


observándome.

El calor en sus ojos era suficiente para que el nudo se desvaneciera


lentamente. Pero él simplemente se quedó allí, mirándome, entrando en
mí. Y empecé a retorcerme bajo su mirada.

—Yo, ah, creo que me prometieron algo que implicaba ser... um...
empujada contra una pared —dije, sintiéndome como un niño
malhumorado.

Una sonrisa lenta y diabólica se extendió por su rostro.

—Tienes razón —aceptó, cerrando el espacio entre nosotros. Su


mano fue a mi nuca, atrayéndome hacia él, y sus labios se apretaron
contra los míos. Entonces mi espalda se estrelló contra la pared, pero
todo lo que sentía era a él. Su lengua se deslizó en mi boca al mismo
tiempo que su mano empujó entre mis muslos, encontrando mi clítoris a
través de mis bragas y haciéndome gemir en su boca.

—Tan húmeda —murmuró contra mis labios.

—Chase...

Pero no pude terminar mi pensamiento porque sus manos tomaron


mis bragas y las arrancaron de mí. Justo como lo prometió. Y luego
estaba de rodillas, mirándome con ojos hambrientos, sus manos
subiendo por mis piernas hasta las pegó en mi vientre.

—Dime que es por mí.

—Siempre. Siempre es por ti —estuve de acuerdo.

Y tuve esa sensación de hundimiento que siempre tenía.

—Joder, nena —dijo, agarrando mi pierna y levantándola sobre su


hombro. Entonces su lengua acarició mi hendidura, encontrando mi
clítoris y prodigando sobre él.

Mis manos se posaron en la parte posterior de su cabeza,


sujetándolo contra mí.

No pasó mucho tiempo hasta que sentí que mi orgasmo amenazaba


con romperme, cavé mis manos en su cabello y diciendo su nombre.

Pero justo cuando estaba segura de correrme, se alejó rápidamente,


besando el triángulo sobre mi sexo y sentándose sobre sus talones.

—Chase...
—No te preocupes, nena, voy a hacer que te corras esta noche.
Todavía no. Primero —dijo, levantándose y tomando mi mano—, tenemos
que ir a la otra habitación.

Así que, él preparó bebidas. Busqué a través de la música. ¿Con


qué música quería tener sexo? Sentí que mi estómago se apretaba ante
la idea e intentaba pensar más allá de ella. ¿Con qué música quería que
Chase me sujetara? Eso funcionó mejor. Me instalé en una lista de
música de blues y me volvió para tomar mi Martini.

—Vamos —dijo, tomando mi mano y tirando de mí hacia el sofá. Lo


seguí detrás, curiosa, terminando mi bebida rápidamente y poniéndola
en la mesita antes de sentarme a su lado—. Pensé que esta noche
deberíamos hablar primero.

—Oh, vale —dije, sonando tan vacilante como me sentí.

—En primer lugar —dijo, dejando su bebida en el suelo y tomando


del bolsillo el papel que yo había visto cuando entré. Lo desdobló y me lo
dio—. Debería habértelo dado hace un tiempo, pero no dejaba de
olvidarme.

Tomé el papel, mirándolo, encontré su nombre bajo el título:


“Nombre del paciente” y luego se leían unos análisis. Era el resultado de
una prueba de ETS. Todo, por supuesto, negativo.

—Quería que te sintieras completamente cómoda conmigo. Vamos


a usar condones, por supuesto —agregó rápidamente—, pero esto era
sólo para tu tranquilidad.

—De acuerdo —dije, doblándola y colocándola en el asiento detrás


de mí—. Gracias —dije, mirando las manos en mi regazo

—Sé que estás nerviosa.


Nerviosa ni siquiera empezaba a abarcarlo. Este era el gran
problema. Esto era por lo que había decidido pagar tanto dinero para
arreglarme. Esta era mi mayor inseguridad.

—Háblame, nena.

—No sé qué decir.

—No digas nada. Di que estás nerviosa. Di porqué. Solo habla.

—Estoy nerviosa —admití.

—De acuerdo —dijo, con la mano en mi muslo, descansando allí,


un ancla.

—Esto es lo que más me preocupa.

—¿Qué te produce más inseguridad? ¿Qué no puedas disfrutarlo?


¿Qué estás preocupada por ser una decepción?

—Ambas.

Él asintió, alcanzando mis manos y poniendo las suyas encima.

—Ava, nada de lo que puedas hacer me decepcionaría —dijo, con


tanta sinceridad en su tono que en realidad le creí—. Y te prometo que,
pase lo que pase, te mostraré que puedes disfrutarlo. No importa cuánto
tiempo tome. —Hizo una pausa, apretando mis manos—. ¿Bien?

—Bien.

—Mírame —dijo, y luego esperó—. ¿Me crees?

—Sí.

—Bien. Ahora ven aquí —dijo, acariciando su pecho.

No necesitaba más aliento que eso.


Una vez que me acomodé y sus brazos me rodearon, respiró hondo.

—Así que, hablemos de sexo.

Mierda.

—Bueno.

—En el pasado, ¿alguna vez has tenido un orgasmo durante el


coito?

—No.

—¿Has estado cerca alguna vez?

—No.

—¿Puedes decirme qué ha sido el sexo para ti en el pasado?

Maldición.

—Terrible —aporté fácilmente—. Tan pronto como la ropa comienza


a salir, la ansiedad se acumula.

—Y cuando alguien tiene sus manos sobre ti, ¿cómo se siente eso?

—Como si quisiera arrancarme la piel.

—¿Sabes por qué?

—No. Quiero decir, sí y no. Creo que la ansiedad me hace sentir


incómoda y luego enojada porque no puedo controlarla, hace que el
contacto se sienta mal. Como si me doliera en vez de hacerme sentir bien.

Sentí su mejilla bajar en la parte superior de mi cabeza.

—¿Y cuándo están dentro de ti?

Cerré los ojos con fuerza, sin querer pensar en ello.


—No siento nada.

—¿Nada? —preguntó—. ¿Ni siquiera un hormigueo en la piel?

—Quiero decir, la primera vez... —comencé.

—Cuando perdiste tu virginidad —contestó él.

—Sí.

—Dolió —adivinó.

Más que cualquier cosa que jamás hubiera sentido.

—Sí. Mucho. Me enfermé.

—De acuerdo —dijo, apretándome más fuerte—. Y desde


entonces... sólo entumecimiento.

—Más o menos. A veces puedo calmar la ansiedad lo suficiente para


sentir, pero sólo por unos segundos, porque no... —Sacudí la cabeza.

—Porque estabas tan estresada que no te excitabas —sugirió— y


se sentía brusco e incómodo. Y entonces la ansiedad regresaba, más
fuerte.

—Sí.

—Está bien —dijo, besando la parte superior de mi cabeza—.


Gracias por compartirlo. Eso ayuda. —Me frotó la espalda unos
segundos—. Lamento que siempre haya sido así para ti.

Yo también.

—Está bien.

—No, no lo está —dijo él, sacudiendo la cabeza—. Bebé —dijo,


tirando de mí y mirándome—, no está bien. Eso nunca debería haber
sucedido. Esos chicos... —dijo, haciendo una mueca—, deberían haber
visto que estabas luchando y debería haberse detenido e intentado
ayudarte a superarlo.

—No todos los chicos son como tú, Chase —dije, encogiéndome de
hombros.

—No, pero deberían tratar de serlo —expresó, sonando enojado.


Tomó aliento, poniendo su mano en mi mejilla—. Mira, en cualquier
momento de esta noche si te sientes ansiosa, dímelo. No es como lo
anterior cuando te dije que deberías aguantarlo y solo alejarme cuando
no pudieses soportarlo más. Esto es diferente. Si sobrepasas el cuatro en
esa escala, me lo dices. Y si sientes que no puedes decirlo, todo lo que
tienes que hacer es decir la palabra 'rojo' y pararé. Y hablaremos. Si eso
no funciona, podemos terminar por esta noche. No voy a molestarme. No
me decepcionaré. ¿Entiendes?

Asentí.

—Sí.

—Bueno. ¿Cuál es la palabra segura?

—Rojo.

—Está bien —asintió—. Ven aquí —dijo, acercando mi cara a la de


él y besándome hasta que lo sentí hasta la base de mi espina dorsal.
Hasta que fue todo lo que había. Hasta que me moví para sentarme a
horcajadas sobre él, para acercarme, mis manos a ambos lados de su
cara, mis dientes mordiendo sus labios.

Sus brazos se tensaron a mí alrededor y él lentamente se puso de


pie. Envolví mis piernas alrededor de su cintura, mis brazos alrededor de
su cuello, sosteniéndome mientras nos conducía hacia la cama. Chase se
volvió, sentándose en el borde de la cama conmigo encima de él,
simplemente me besó de nuevo por un largo tiempo antes de que sus
manos fueran hasta el borde de mi falda y la tiraran hacia arriba. Sobre
mi trasero, hasta mi estómago, acurrucándola en mis pechos, esperando.

Me deslicé hacia atrás, observando sus ojos, luego puse mis brazos
sobre mi cabeza. El material desapareció, él me miró, sus ojos se cerraron
cuando respiró hondo.

—Perfecto —dijo, sus manos moviéndose para cubrir mis pechos.


Se inclinó hacia delante, plantando un beso entre ambos—. Gracias por
compartirlos conmigo —dijo en voz baja, haciendo que el interior de mi
vientre se estremezca.

Mi mano se movió hacia su nuca, resbalando en su pelo.

—Gracias por ser tan paciente. —Me deslicé más abajo por sus
piernas, logrando acceso a su pecho. Le quité la chaqueta, luego
desabotoné su camisa, pasando mis manos sobre la piel debajo.

Porque, en ese momento, él era mío.

Quizás sólo por esta noche.

Tal vez sólo en mi mente.

Pero él era mío.

Y yo quería memorizar cada centímetro de él.

Me levantó, me colocó en la cama y se paró junto a ella, quitándose


los zapatos, el cinturón, sus pantalones, y finalmente... sus bóxer.

Al ver su polla dura, sentí ligeramente la tensión. Nervios. No


exactamente pánico, pero una insinuación.

Luego se movió a mi lado, rodando bajo las sábanas, girándome


hacia su lado, luego pasó sus manos sobre mí. Ligeramente. Apenas
tocaba. Y sentía que cada una de mis terminaciones nerviosas se extendía
hacia él, tratando de agarrarlo, mantenerlo más cerca.

Me recostó, inclinándose sobre mí y besando mi cuello, sobre mis


pechos, tomando los pezones suavemente en su boca y chupando, luego
continuando abajo sobre mis costillas, mi estómago, abajo de cada uno
de mis muslos. Hasta que estaba retorciéndome. Hasta que mis manos
estaban agarrándolo, tratando de atraerlo hacia mí.

Sonrió, volviéndose hacia la mesilla de noche y regresando con un


condón, abriéndolo y poniéndoselo.

—Esto no significa nada —dijo, besando mis labios suavemente—.


Puedes tomar todo el tiempo que necesites.

Pero no necesité mucho tiempo.

Ni siquiera necesité un minuto.

Lo necesitaba. Todo de él.

Alcancé sus hombros, tirándolo hasta que él se acercó a mí,


sosteniéndose por sus antebrazos. Mis manos se deslizaron por su
espalda, sobre sus músculos. Luego mis muslos se separaron, dejando
que su cuerpo se deslizara entre ellos. Sentí que mi sexo se aferraba con
fuerza ante contacto. Anticipándose. Lo deseaba demasiado.

Chase movió sus caderas y su polla se apretó contra mí, fuerte,


acariciando mi hendidura con el ritmo más insoportablemente lento
posible.

Mis manos se posaron en sus hombros, mis caderas moviéndose


contra las suyas.

—Chase... —murmuré, su nombre lleno de toda la necesidad.


—¿Estás segura? —preguntó, con los ojos pesados, un músculo
saltando en su mandíbula.

Nunca había estado más segura de nada en mi vida.

—Sí.

Se inclinó hacia delante, besándome hasta que mis labios


hormiguearon. Entonces sentí su polla presionar fuerte contra mi
entrada, sentí como mi cuerpo se tensaba un poco. Sus ojos me
observaron mientras él lentamente avanzaba. Era tan grande. Y había
pasado tanto tiempo. Hubo dolor, un pellizco, un ardor que hizo que me
estremeciera cuando su cabeza entró.

—¿Estás bien?

Asentí, mis piernas se abrieron más, tratando de aliviar un poco el


dolor mientras seguía avanzando, un grueso centímetro a la vez, tan lento
que podía sentir mi cuerpo haciendo espacio para él. Su polla golpeó
profundamente y mi cabeza se sacudió en la almohada y golpeé su brazo.

—Ow.

—De acuerdo —dijo, aquietándose dentro de mí—. Cariño —me


llamó—. Mírame. —Respiré, echando la cabeza hacia atrás y lo miré—.
Estoy dentro de ti. —Lo sabía. Oh, lo sabía. El dolor retrocedía, dejando
sólo la tensión. El deseo—. ¿Cuál es el número?

—Tres.

—Puedo trabajar con tres —dijo, inclinándose y tomando mis


labios.

Mis piernas se movieron hacia arriba, mis pies sobre el colchón


mientras mis caderas comenzaban a levantarse, tratando de alimentar el
deseo, tratando de conseguir lo que necesitaba.
Chase se rió entre mis labios, retrocediendo, deslizándose
ligeramente hacia atrás y avanzando, haciéndome lloriquear.

—Tan jodidamente apretada —él gimió, sacudiendo su cabeza.

—Tan... grande —corregí, sonriendo.

Él sonrió en respuesta, moviéndose ligeramente de mí.

—¿Estás lista?

Claro que sí.

—Sí.

Él exhaló lentamente, luego se deslizó la mitad de camino fuera de


mí, luego completamente de vuelta.

Y si eso era lo que se suponía que era el sexo, Shay tenía razón, yo
era tan virgen como la nieve recién caída.

Porque esto era único. Esto era lo más cercano al cielo que había
estado nunca.

—Eres tan hermosa —dijo Chase, inclinándose hacia mi oído, con


la respiración entrecortada mientras seguía su lento y embriagador ritmo.

Mis piernas subieron, envolviéndose alrededor de su espalda,


tirando de él más cerca. Mis caderas se levantaron para encontrar cada
empuje, arqueándome, llevándolo lo más profundo posible.

—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —gimoteé, mis manos agarrando su
espalda, arañándolo.

—Eso es todo, nena —dijo, levantándose para mirarme—. Córrete


para mí. Quiero sentir tu coño apretándome.

Fui a su encuentro y sólo... me astillé.


—¡Chase! —grité empujando hacia arriba y enterrándome en su
cuello mientras mis músculos pulsaban con fuerza alrededor de él, la
sensación de él llenándome hizo que mi orgasmo se sintiera más fuerte
de lo que había conocido antes.

—Maldición, hermosa —gruñó, empujando de nuevo, su cuerpo


sacudiéndose—. Ava... fóllame...

Su cuerpo cayó con fuerza sobre el mío, y me envolví


completamente alrededor de él, mi cuerpo sacudiéndose a través de las
réplicas.

—Cariño, déjame verte —dijo, tratando de tirar de mi agarre.


Sacudí la cabeza, tirando de él más fuerte—. Te sostendré, ¿de acuerdo?
Déjame mirarte. —Mis brazos se aflojaron ligeramente y él se detuvo—.
¿Estás bien? —Sacudí la cabeza—. ¿No?

Mis ojos se abrieron lentamente.

—Bien no es ni siquiera cerca de cómo me haces sentir —dije,


porque era cierto.

—Oh, nena —dijo, sacudiendo la cabeza, rodando a un lado y


atrayéndome hacia él. Su mano se volvió hacia mi mejilla—. Me alegro de
que te sientas así.

No dijo “yo me siento de la misma manera también”.

No.

Estaba contento de que me sintiera así.

Porque, para él, no era personal.

Yo era una paciente. Una clienta. Nada más.


—¿Qué pasa? —preguntó, observando mi cara con las cejas
arqueadas.

—Nada —mentí.

Mentira mentirosa.

Porque todo estaba mal.

—Tengo que ir al baño —dije, alejándome de él, deslizándome hacia


el otro lado de la cama, arrastrando la sábana conmigo, quedándome
envuelta. Oculta.

Cerré la puerta, deslizándome casi inmediatamente por la pared,


envolviendo mis brazos alrededor de mis piernas. ¿En qué diablos me
metí? ¿Qué me hizo pensar que estaría preparada para tomar algo como
esta situación? No era así en mi interior. No había forma de que pudiera
haber entrado en este arreglo y no desarrollar sentimientos confusos. No
tenía suficiente experiencia con el sexo opuesto, con la intimidad, para
no confundir el sexo con algo más profundo.

Enterré mi cara en mis manos, sintiendo las lágrimas venir,


calientes e imparables. Sólo necesitaban salir. Necesitaba purgar mi
miseria.

Levanté la mirada.

Pero no allí.

No en su cuarto de baño. En su oficina.

Me levanté, dejé caer la sábana y fui a la ducha, la encendí y entré.


Si el agua estaba lo suficientemente caliente, podría ser capaz de derretir
algunas capas de sentimientos antes de tener que enfrentar a Chase de
nuevo. Antes tenía que poner cara de valiente y actuar como si no
estuviera afectada.
Podría hacerlo.

Pero entonces la cortina de la ducha se movió y Chase entró


conmigo.

—Deberías haberme dicho que te duchabas —dijo, acercándose


detrás de mí—. Me habría unido antes.

La ansiedad se elevó, asentándose fuertemente en la ira y me sentí


ponerme rígida. Me quedé bajo el rocío, mirando la pared frente a mí
mientras se aproximaba más cerca. Su mano se movió, aterrizando justo
debajo de mis pechos y deslizándose más abajo.

No podía soportarlo.

Yo solo... no podía.

Estaba hecho.

—Rojo —dije, mi voz más firme de lo que pensé que sería.

Su mano se congeló por un segundo, luego se alejó rápidamente.

—Ava, nena... ¿qué esta ma...?

Pero yo no estaba escuchando.

Alcancé la única toalla, secándome lo mejor que pude mientras


salía corriendo a la habitación, agarrando mi vestido y deslizándolo
torpemente con mi piel todavía húmeda, dejando caer la toalla. Un Chase
desnudo se acercó, con ojos preocupados.

—Ava, por favor habla conmigo...

Mis pechos no se acomodaron bien en el corpiño, pero no perdería


el tiempo con eso. Cogí las llaves y la cartera, agarré la puerta de la oficina
y salí.
Chase había agarrado la toalla, envolviéndola alrededor de su
cintura, siguiéndome.

—¡Ava!

Entonces corrí, entré por la sala de espera, abrí la puerta con dedos
torpes, y luego me tiré a la calle.

Podía estar dispuesto a hacer muchas cosas, pero no iba a salir a


las calles con una toalla. Había estado contando con eso mientras me
alejaba en una carrera mortal hacia el garaje, con los pies descalzos
golpeando el cemento.

Empujé mi llave en el encendido con manos temblorosas, saliendo


del garaje lo más rápido posible, tomando la calle de atrás para no tener
que pasar por su oficina.

Mierda.

Mierda.

Mierda.
Después de la sesión
Giré la calefacción al máximo, mi cuerpo húmedo temblando
violentamente contra el frío.

Oh Dios mío.

¿Qué diablos hice?

Mierda.

Había actuado como una maldita maniática.

Pero... no podía dejar que me siguiera tocando y fingir que no


significaba más que eso para mí. Significaba más. Incluso si sólo
estuviera tratándome alguna condición psicológica. Era real. Era tan real
como cualquier cosa. Dolía demasiado. Y no podía seguir aferrándome a
eso.

Se terminó.

Ya lo había hecho.

No iba a volver.

Podía quedarse con el dinero.

Aunque estaba más jodida que cuando entré por primera vez.

Porque no podía imaginar a nadie más poniendo una mano sobre


mí otra vez.

Corrí a mi edificio de apartamentos, cruzando la puerta abierta y...

—¡Enhorabuena! —Las voces de Jake y Shay corearon, sentados


en el sofá, una gran variedad de comida y alcohol delante de ellos.
Una mirada a mi cara y cuerpo mojado y desaliñado, y Shay estaba
saltando del sofá.

—Ava, ¿qué pasó?

—No puedo... —dije, sin poder hacer nada, sacudiendo mi cabeza.

—¿Ese hijo de puta te lastimó? —preguntó Jake, saltando en toda


su masculinidad impulsada por la testosterona.

Y yo quería decir que sí.

Sí.

Él me hizo daño.

Pero no de esa manera.

Sacudí la cabeza y su ira se desinfló, dejando sólo preocupación.

—Ava —la voz de Shay se quebró.

—No voy a volver —dije simplemente, moviéndome con dificultad


hacia mi cama.

El precioso vestido blanco cayó al suelo y busqué en mi armario


pantalones de chándal y la sudadera más grande y más caliente que
tenía, me hundí debajo de ellos y subí al calor que mi cama prometía, me
enterré profundamente bajo las sábanas a pesar de mi pelo húmedo.

Me enterré y lo dejé salir.

Y quiero decir... dejarlo salir.

Sollozos fuertes, feos, haciendo que mi cuerpo temblara y mi


aliento se atascara. Enterré mi cara en mis manos, balanceando mi
cuerpo por consuelo. Pero no había consuelo.
No sólo no podía tener una vida sexual normal. No. Encima de eso,
estaba jodidamente enamorada de mi maldito doctor. Un hombre que no
devolvía mis sentimientos. Un hombre al que no quería volver a ver nunca
más. Un hombre que sostenía mi único consuelo en todo el mundo y que
simplemente seguiría viviendo, dejando que otras mujeres descansaran
sus cabezas en mi lugar, ofreciéndoles lo que debería pertenecerme. Pero
nunca lo sería. Y nunca lo había hecho. Realmente no.

Shay llegó un rato más tarde, cuando mis sollozos se calmaron, las
lágrimas seguían fluyendo sin piedad, y me ofreció pañuelos de papel y
una taza de té. Tomé los pañuelos y dejé que el té se enfriara en mi mesilla
de noche.

No dormí. Me quedé despierta, mirando fijamente a la pared,


enterrándome en la miseria hasta la médula.

—No creo que sea una buena idea —dijo la distintiva voz de Jake.

Luego hubo murmullos.

—Jake, no lo sé —dijo la voz de Shay, sonaba como si intentara


razonar con él—. No la has visto. Ella esta... mal. Tal vez ayude.

—O podría empeorar las cosas.

Más murmullos.

Dejé de escuchar, resoplé con fuerza cuando empezó una nueva


ronda de lágrimas. Mis mejillas se sentían ardiendo, mis ojos hinchados
y doloridos.

La puerta de mi habitación se abrió y unos pasos se adelantaron.

No era Shay. Eran unos pasos más tranquilos.

Jake entonces.
Venid de a uno, venid todos... mirad el patético lío que es Ava Davis.

—Bebé...

No.

No, por favor. Cualquier otra persona. Literalmente cualquier otra


persona que no fuera él.

No era de extrañar que Jake estuviera discutiendo con Shay al


respecto.

Atraje mis piernas más arriba hacia mi pecho, enterré mi cara en


las mangas de mi sudadera.

—Querida —dijo, cogiéndome los brazos y apartándolos de mi


rostro— no te escondas de mí. —Mantuve los ojos escondidos, demasiado
avergonzada por el lío de lágrimas que era—. ¿Por qué huiste?

Pero no hablaba. No podía. Como todas las otras veces que no


pude. Como si estuviera muda. No tenía sentido intentarlo. Las palabras
quedarían atrapadas en mi garganta.

Además, ¿qué podía decir?

—¿No puedes hablar conmigo ahora mismo? —preguntó, su mano


extendiéndose para frotar algunas de las lágrimas de mis mejillas, sólo
para ser reemplazadas por otras nuevas. Sentí que mi cabeza temblaba
ligeramente—. Bueno. Eso está bien —dijo, pacientemente irritante—.
Quiero estar aquí para ti. ¿Puedo estar aquí?

No.

Necesitaba alejarme de él. Necesitaba distancia. Necesitaba no


confiar en él. Necesitaba dejar de tener estos saltos en mi vientre cuando
hablaba tan dulce conmigo. Simplemente necesitaba que todo se
detuviera.
—No me siento cómodo dejándote si ni siquiera puedes
responderme —dijo, con una voz muy profesional—. Así que me voy a
quedar aquí, ¿de acuerdo? —dijo, bajo al suelo junto a mi cama—. Si me
necesitas, estoy aquí. Si no, estoy aquí de todos modos.

Su mano dejó mi cara y me acurruqué, escondiéndome.

Al final, llegó el sueño.

Me desperté más tarde, con los ojos hinchados medio cerrados, mi


cara ardía. Pero no estaba tan mal como mi corazón. Miré hacia abajo
para ver a Chase todavía allí como lo prometió, sentado en el suelo,
observándome como si fuera a explotar.

—Oye —dijo, suavemente, como si le hablara a un pequeño animal.

Y entonces lo alcancé, agarrándolo, empujándolo hacia mí. Se


levantó, se quitó los zapatos y se metió en el espacio a mi lado.

—Ven —dijo, colocándome en su brazo—, ven descansa en tu lugar.

Entonces las lágrimas volvieron a aparecer cuando me acerqué a


su pecho. Sus brazos me rodearon vacilantes.

—No sabía que algo estuviera mal —murmuró él, más para sí
mismo—. Te habría ayudado. Parecías bien. Feliz incluso. Me di cuenta
que te quedaste allí demasiado tiempo. Debería haber adivinado que
pasaba algo.

Quería decirle que estaba bien. Quería aliviar algo de la tensión que
escuché en su voz. Pero ni siquiera podía consolarme, ¿cómo podría
consolarlo?

Sus brazos se tensaron más.

—Estoy orgulloso de ti por usar la palabra segura. Sé que no fue


fácil. Especialmente cuando estabas tan molesta. Ojalá te hubieras
quedado. Ojalá me hubieras hablado de eso. Y te hubieras relajado en tu
lugar.

Yo estaba bien en ese lugar.

Ese lugar era real.

No más intentar fingir que no estaba enamorada de él.

O que tenía un ilusorio amor con él.

Independientemente de que lo fuera.

No más forzarme a experimentar cosas que yo, por naturaleza, no


parecía inclinada a hacer.

No más fingir.

Era un desastre. Caso cerrado.

La puerta se abrió con un chirrido, enviando luz desde la sala de


estar. Shay se acercó a la cama, se sentó a los pies, extendiendo la mano
sobre mi pierna bajo la manta.

—¿Va a estar bien? Ya he visto su pánico antes, pero esto es


diferente.

—Ella estará bien —él dijo en un tono que no sonaba


completamente convencido.

—¿Qué pasó?

—¿Honestamente? —dijo, sonando cansado—. No lo sé.

—¿Vosotros...?

—Sí, pero estaba bien. Lo juro, Shay. Estaba prestando atención.


En mi opinión profesional, lo estaba manejando muy bien.
Opinión profesional.

Ay.

Como, realmente, ay.

Me retiré de él, apartándome de un lugar que ya no se sentía tan


seguro, y alejándome, acurrucándome de cara a la otra pared.

—Supongo que no le gustó algo que dijiste —dijo Shay, de pie.

—Sí —dijo, fatigado. Sonaba tan cansado como yo—. Pero,


maldición si sé lo que es.

—Averígualo —dijo ella, sonó tan severa que casi quise sonreír—.
Lo digo en serio, doc. Arréglala. Quiero que vuelva a estar como antes.
Estaba muy bien. Salía, era más abierta conmigo y Jake...

—Lo sé.

—¿Cuántas sesiones más se supone que debéis tener?

—Cuatro.

—¿De qué son?

—Más... intimidad. Por... dos sesiones más. Luego, en la novena


sesión, saldré con ella.

—¿Para qué?

—Para enseñarle cómo manejarse alrededor de los hombres. Como


coquetear con ellos. Apartarlos si no los quiere. Prepararla para su nueva
vida después de que termine la terapia.

—¿Y la última?
—Es a elección del paciente. Podemos recapitular todo. Podemos
probar un fetiche si hay uno que le interesa. Tríos. O incluso sólo un poco
de terapia charlando.

—Seguro que no está por los tríos.

—Lo sé. Honestamente, odio esas sesiones.

—Demasiado trabajo, ¿eh? —preguntó Shay y pude oír una sonrisa


en su voz.

—Creo que es lo que desean los hombres pero no tienen ni idea de


en qué se están metiendo.

Está bien. Sólo tienes que hablar de todas tus otras conquistas
sexuales mientras estoy acostada aquí mismo. Muriendo poco a poco. No
es gran cosa.

—Bueno —dijo Shay, sonando más lejos, como si hubiera vuelto a


la puerta—, como he dicho... arréglala. Ella es la mejor.

—Lo sé.

Afortunadamente, Chase no me alcanzó de nuevo. Volví a llorar en


mi semi privacidad, y luego me dormí.

Me desperté cuando el sol estaba corriendo por las ventanas,


brillante sobre la cara de Chase. Estaba profundamente dormido.

Me arrastré sigilosamente fuera de la cama, de puntillas hice mi


camino hacia la puerta y fui a tomar una ducha. Me sentí más humana.
Especialmente bajo el agua caliente.

Todavía estaba rota. Mis bordes se sentían afilados, si alguien me


tocaba se lastimaría. Pero no lloraba. No tenía más lágrimas. Las había
consumido todas.
Y todavía dolía. Una sensación aguda que parecía empeorar si me
centraba en ella. Así que no lo hice.

Pero estaría bien.

Limpié la condensación en el espejo, mirando mis ojos hinchados.

—Vas a estar bien —le dije a mi reflejo, obligándome a confiar en


mi misma.

Iba a seguir adelante.

Iba a superarlo.

Tomaría mis sentimientos por Chase y los encerraría en una


bóveda en algún lugar profundo en mi interior, para ser tratados en un
momento posterior.

Porque, bueno, no era una cobarde.

Y no abandonaría.

Iba a volver a la oficina de Chase. Iba a aprender todo lo que


pudiera de él. Me gustaría tener más sexo. Me gustaría aprender acerca
de cómo coquetear. Tomaría todo lo que podía darme.

Entonces me movería. Iría. Y. Los. Follaría.

Ese era el plan.

Pero primero, control de daños.

Me puse unos vaqueros y camiseta una negra de manga larga, até


mi pelo en una cola de caballo, y salí a la sala de estar.

Shay todavía estaba allí y tuve un momento de pánico puro ante la


idea de haberme quedado sin trabajo. Pero ella también estaba allí. Eso
dejó a la oficina corta de...
—Dije que las dos tuvimos dolor estomacal por comer algo en mal
estado —dijo Shay, de alguna manera sabiendo dónde estaba mi cabeza—
. ¿Estás bien?

Pero entonces un movimiento a un lado me llamó la atención. Giré


la cabeza para ver a Chase de pie en mi puerta, arrugado, exhausto.
¿Cuánto tiempo había permanecido despierto después de que me
desmayé?

—Ava... —dijo, la misma preocupación clara en su voz.

Me volví a Shay, quien asintió, y luego se dirigió hacia él, esperando


que él se hiciera a un lado para poder entrar y cerrar la puerta.

Tomé una respiración profunda, miré a mi cama por un minuto.


Tratando de controlar mis nervios. Entonces me volví hacia él, levantando
un poco la barbilla.

—Lo siento.

—Ava, no tienen nada que lamentar —dijo, sacudiendo la cabeza—


. ¿Me puedes decir que es lo que pasó?

—Yo... tuve un ataque de pánico. —Eso era bastante cierto—.


Después. Lo que fue diferente y yo... no lo manejé bien.

—Bueno. ¿Por qué no me lo dijiste?

Porque eres el que lo causó.

—Es que... necesitaba un poco de espacio. —También era cierto.

—Bien. Entiendo. Me gustaría que te hubieras sentido lo


suficientemente cómoda para compartir eso conmigo, sin embargo. Para
que pudiéramos resolverlo juntos.

Él no quería decir juntos juntos. No de esa manera.


Aplasta esa esperanza.

—Lo intentaré más la próxima vez. Es que simplemente... cayó


sobre mí. Estuve de cero a diez en dos minutos.

Asintió acercándose, levantando su brazo como si estuviera a


punto de tocarme. No podía dejar que sucediera. Caminé más allá de él,
yendo hacia la puerta.

—Creo que Shay preparaba el desayuno —dije, cambiando de tema


y sus cejas se juntaron—. Eres bienvenido a quedarte.

—Oh, um... tengo que ir a casa y cambiarme. Tengo un cliente a


las diez.

—Está bien —dije, tomando una respiración profunda. Lo estaba


haciendo bien. Y él casi se había ido—. ¿A qué hora es la próxima sesión?

—Ava... ¿estás segura de que estás bien? Pareces...

—Estoy bien. —Forcé una sonrisa, el movimiento casi dolía por ser
tan falso.

Me observó durante un buen rato, como si no me creyera. Como si


estuviera pensando en volver a sacar el tema.

—Está bien —dijo, por fin—. Mañana a las siete.

—Está bien —dije, abriendo la puerta—. Te veo luego —le dije,


caminando hacia la puerta principal—. Siento que tuvieras que venir.

—Yo no tuve que venir. Yo quería venir. Y no es nada. Yo... te veré


mañana —dijo, mirándome incómodo.

—Sí, nos vemos —concordé, luego, cerré la puerta.

—Chica, eso estuvo bien.


—¿Qué? —pregunté, girando y caminando hacia ella.

—Ese acto. Eso fue buenooo.

—No fue...

—Oh por favor. Chica, esa mierda puede funcionar con los
hombres, pero las mujeres nos conocemos mejor. Estás destrozada.

Iba a discutir pero, encogiéndome de hombros lo pensé mejor, me


subí a un taburete y me dejé caer frente a ella, observándola un momento
mientras añadía verduras y queso a una tortilla que estaba haciendo.

—Mi otro psiquiatra dice que tengo una transferencia.

—¿Esa cosa dónde te gusta tu psiquiatra?

—Sí.

—Chica, no tienes ninguna transferencia. Tienes sentimientos


reales.

—Eso es lo que se siente cuando tienes una transferencia. La única


manera de saber que no es real es cuando se termina y de repente todos
los sentimientos desaparecen.

—Mmmhmm —dijo ella, con los labios fruncidos como si no se lo


creyera.

—Y anoche... después...

—Después de que lo hiciste.

—Sí, después de que lo hicimos... me di cuenta de lo extraño que


es nuestra situación. En cómo me siento como si estuviera enamorada
de él... pero él sólo me ve como un cliente. Y me asusté y me fui de allí
sin decir nada.
—Entonces apareció aquí con esos ojos enormes, preocupados,
como si acabara de perder su maldito bebé en un centro comercial,
luchando con Jake para dejarlo entrar. Que necesitaba verte. Necesitaba
asegurarse de que estabas bien.

—Correcto.

—Sí, eso suena como algo que hace totalmente un psiquiatra —dijo
secamente.

—Lo es —insistí—. No pueden simplemente ver a un paciente en


crisis y lavarse las manos de ella porque sea después de horas.

—Por supuesto que no —dijo ella, otra vez... con sequedad.

—Shay...

—Bien, bien —levantó sus manos—. ¿Vas a ayudarme a comer


esto? Lo hice demasiado grande.

—Claro —dije, saltando hasta conseguir platos—. ¿Dónde está


Jake?

—Gimnasio.

—¿Dónde dormiste anoche?

—En la cama de Jake.

—Oh —dije, mirándola.

—No —dijo, sin mirarme.

—¿No qué?

—No, no me lo follé —dijo, tomando la espátula, cortó la tortilla por


la mitad y dejó que las partes cayeran en los platos que sostenía—. El
idiota durmió en el sofá.
—¿Qué? —farfullé, con los ojos muy abiertos.

—Sí. Fue un buen chico y cambió las sabanas porque no metería


mi culo debajo de esas sábanas que solo el Señor sabe cuántas zorras
pegajosas han estado en todas partes. Y luego le di una almohada y una
manta y le envié al sofá.

—¿Qué es ese poder brujo que tienes sobre los hombres? —


pregunté, clavando el tenedor en la tortilla.

—Chica, no es tan difícil como todas esas revistas de mujeres lo


hacen parecer. Los hombres son simples. Ellos responden mejor a las
órdenes directas y a las recompensas. No les gusta toda la cosa de pensar
y sentir. Eso es para nosotras. Les proyectamos esa mierda. No. Dile a
un hombre que si limpia el garaje, le chuparas la polla mientras mira el
partido del domingo... y chica, tendrás un puto garaje limpio.

—Eres como un encantador5 —dije, sonriendo—. Así que... ¿qué le


prometiste a Jake para que durmiera en el sofá?

—Que no cogería el teléfono y llamaría a su madre —dijo ella,


sonriendo—. Le robé su teléfono. El idiota ni siquiera lo tiene bloqueado.
Eran las dos de la mañana, imagínala recibiendo una llamada de una
mujer diciendo que su hijo estaba siendo menos que un caballero.

—Oh, Dios mío, Shay. Te amo.

—Yo también me quiero —dijo, guiñándole un ojo—. Y a ti.

—Debería echar a Jake y hacer que te mudes.

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El termino también hace referencia a una mujer inteligente, hermosa, que puede
entrenar a los hombres y hacerlos obedientes a ella. Los hombres instintivamente
responden a su dominio natural y quieren complacerla.
—Chica, en un latido del corazón —dijo ella, asintiendo—. Diablos,
sólo me dame una cama oculta en alguna pared y consígueme un ropero
grande para mi ropa... y aquí estaré.

La miré por un segundo.

—Oh, Dios mío... ¿te imaginas la expresión en el rostro de Jake?

—¿Cuando me mude? ¿O cuando le haga preparar mi cama oculta?

Me reí.

—Nunca cambies, Shay.

—Lo prometo —sonrió con la boca llena de comida—. ¿Así qué


cuando vas de nuevo a ver al doctor del sexo?

—Mañana a las siete.

Shay asintió y luego me señaló con el tenedor.

—Vas a necesitar bolas de acero para poder pasar otra sesión con
él sin perder tu mierda de nuevo.

Asentí.

Ella tenía razón.

—Ese es el plan.
Séptima Sesión
Bien. Podría hacerlo. Tenía una vida de experiencia en encerrarme
en mi misma. Podía hacerlo para cualquier situación que sabía que me
hacía sentir ansiedad. ¿Ir al dentista? Mantenía la calma. ¿Cumplir con
mi deber como jurado? Mantenía la calma.

Ir a los brazos del hombre por el que tenía sentimientos…


Malditamente. Mantendría la calma.

Me duché, renuncié al maquillaje porque no iba a intentar


impresionarlo más, y me deslicé en un vestido de manga larga porque,
bueno, haría más práctico el desnudarse. E iba a estar desnuda. E
íbamos a tener sexo. Me iba a permitir experimentar el acto sexual,
disfrutarlo, tener un orgasmo. Pero no iba a permitirme pensar en eso,
no iba a dejar salir mis sentimientos.

Era solo sexo.

Además, solo quedaban otras dos sesiones de intimidad. Él iba a


salir conmigo y enseñarme a coquetear con otro hombre. Eso era bueno.
Lo necesitaba. Especialmente lo necesitaba a él para ser el que me
lanzara a otros hombres. Eso simplemente consolidaría el hecho de que
él no estaba interesado en mí.

La última sesión era mi elección.

¿Podría elegir no tener una sesión? Lo dudaba. La terapia


conversacional sería dura. Él querría saber qué botón me había
cambiado, por qué era tan diferente. Y aunque podría ser capaz de
ignorar a alguien cuando tenía otras cosas en el plato, dudaba que
pudiera engañarlo cuando la terapia conversacional era el plato principal.

Oh, bien.
Solo iba a tener que ser un repaso entonces.

Él podría follarme hasta despedirnos.

—¿De qué diablos está hablando Shay? —preguntó Jake, de pie en


el umbral de mi habitación.

—¿Qué quieres decir?

—Algo sobre una maldita cama en la pared.

—Oh, eso —dije, sonriendo un poco.

—¿Qué quieres decir con “oh eso”? Vosotras dos perras no podéis
hablar en serio.

—Puedo asegurártelo —dije Shay caminando detrás de él—, esta


perra es muy seria. Estoy harta de mi compañero de cuarto. Y me
necesitáis aquí.

—Joder —dijo Jake, bajando los ojos hacia ella.

—¿Qué pasa, Jakey? —preguntó ella, apoyándose contra la puerta,


haciéndolo apretujarse o entrar a la habitación. Él se mantuvo firme y
apretujado—. ¿Estas asustado de lo que si soy tu compañera de cuarto,
no podrás avasallarme?

—No avasallo….

—Lo haces —dije, encogiéndome de hombros.

Incapaz de defenderse sobre eso, él rápidamente cambio de tema.

—Somos demasiado viejos para vivir como un montón de


universitarios pobres.
—Oh, ¿qué diablos importa? —pregunté, sentándome en el borde
de mi cama para deslizarme en mis zapatos—. Le permitiré estar aquí.
No es que yo necesite privacidad.

—Eso —dijo Shay, sonriendo. Victoriosa—. Está todo arreglado. Lo


siento, vas a tener que comenzar a lavar esas desagradables bebidas de
proteína. Oh, y saca tus viejas herramientas.

—No tengo ninguna herramienta.

—Entonces será mejor que vayas a comprar algunas. —Se encogió


de hombros, sacó una lima de uñas de su bolsillo y comenzó a limarse
las uñas.

—¿Por qué diablos necesito comprar herramientas?

—Porque vas a armar mi cama.

—No, no lo haré —dijo Jake, cruzando los brazos sobre su pecho


intentando hasta lo imposible mientras todo se derrumbaba bajo sus
pies.

—¿No? ¿Te gustaría decirle eso a mis hermanos? —preguntó ella,


sacando su teléfono y buscando en sus contactos—. Tengo tres. Uno es
policía, el segundo es un marine, y el tercero es un luchador.

—Ella está jodiendo conmigo, ¿verdad?

—En realidad, no —dije, pensando en las enormes torres de


músculos que la habían visitado en el trabajo en ocasiones.

—Maldito todo el infierno —gruño él, pasando más allá de Shay.

—¿A dónde vas? —pregunté, con un voz repugnantemente dulce.

—A la maldita ferretería —gruñó, deslizándose en una camisa.


—Hey, Jake —llamó Shay.

—¿Ahora qué?

—Camino mucho desnuda —le dijo, sonriendo.

—Más te vale.

Y eso fue cómo Shay se vino a vivir con nosotros.

****

De acuerdo

Tomé una profunda respiración y alcancé el pomo de la puerta.

Yo podía hacer esto.

No, iba a hacer esto.

—Ava —dijo él enviándome una dulce sonrisa. Traje color gris claro,
camisa negra. Dos botones. Realmente necesitaba dejar de notar
pequeñas cosas como esas.

—Chase —dije de regreso, cerrando la puerta.

—¿Cómo te sientes?

—No puedo quejarme —dije, cruzando la habitación. No iba a


permitirle que caminara hacia mí. Yo era la que tenía el control ahora.
No importaba cuánto estuviera temblando por dentro.

—¿Estás segura? Pareces un poco…

—Mis compañeros de cuarto están en la garganta del otro —dije,


moviéndome dentro de su oficina, dejándole seguirme detrás de mí en
cambio.
—¿Compañeros de cuarto? ¿Plural? —preguntó mientras entramos
a la otra habitación y fui hacia el estéreo.

—Si. Shay se está mudando —le dije, tratando de averiguar qué


lista de reproducción funcionaría. No más canciones lentas y sexys. No
más metal. Yo estaba más allá de eso. Y mientras que lo que emparejaba
con mi estado de ánimo era la lista de “desamor”, no iba a permitirle
saber eso. Busqué un poco bajo el título “sexo” y encontré “hacer el amor”
y “follar”. Entonces elegí “follar”.

Me volví, tomando mi Martini ante una mirada muy perpleja de


Chase.

—¿Qué? —pregunté, fingiendo inocencia cuando una canción muy


provocativa salía a través de los altavoces.

—Nada —dijo, negando, observando mientras yo bebía mi bebida.

Allí, asentado en una bonita cesta de mimbre color blanco, estaba


lo que parecía un suministro de juguetes sexuales. Me acerqué,
curioseando, encontré vibradores empaquetados, plumas, floggers,
esposas, y tapones anales. Sí, tapones anales. Al parecer, estábamos en
un punto crítico en mi entrenamiento.

—Estos están aquí solo en caso de que quieras experimentar. Sin


presión. Algunos de los elementos son cosas sobre las que algunas
personas nunca tendrán interés y eso está bien. Pero me gusta traer todo
porque es más fácil señalar algo que decir que quieres probarlo.

Correcto. Él lo sabía por experiencia. De sus otras clientas.

Me estiré, agarrando el vibrador color purpura y lo arrojé cobre la


cama.

—¿Sí? —pregunto él, sonriendo.


—Claro, ¿por qué no? —dije, saliendo de mis zapatos y rápidamente
arrastrando mi vestido por encima de la cabeza.

La respiración de Chase siseó.

Porque llevé todo el asunto de “acceso fácil” a un nuevo nivel y dejé


de lado el sostén y las bragas también.

—¿Estabas… caminando por la calle sin ropa interior con ese


vestido? —preguntó él, con los ojos ardiendo, una sonrisa jugando en sus
labios.

—Sí. Ahora, ¿por qué estás vestido aún? —pregunté, orgullosa de


lo segura que era mi voz.

Las cejas de Chase se juntaron, su cabeza se inclinó hacia un lado


por un momento, considerándome. Tratando de averiguar por qué estaba
tan diferente. Pero entonces él comenzó a salir de su ropa y yo me senté
en el borde de la cama, agarrando el vibrador y trabajando en abrir el
paquete. Cualquier cosa para mantener mi atención fuera de él por un
momento.

Había simplemente algo acerca de ver a un hombre bien parecido


desnudarse para ti. Hacía cosas a tus entrañas.

Y no podía permitirle tener ese efecto en mí.

Por el rabillo del ojo, vi sus pantalones caer el suelo justo cuando
mis dedos finalmente rompieron el grueso plástico. Puse todo mi enfoque
en lo que estaba haciendo, separando el plástico y liberando el vibrador
súper suave. Antes de que pudiera cerrar mi mano alrededor, la mano de
Chase lo tomó de mis manos.

Sorprendida, levanté la mirada, viendo como él abría la tapa,


insertaba las baterías, y lo cerraba en segundos. Como un profesional.
Que era exactamente lo que él era.

—Descansa sobre tu espalda y abre las piernas.

Oh, mandón Chase.

Maldición.

Respiré profundamente, subiéndome en el colchón, levantando la


mirada hacia el abultado dosel blanco, y dejé caer las piernas abiertas.

El vibrador bajó sobre mi calor. Ya estaba húmeda. No podía negar


la reacción de mi cuerpo a él. Y eso era una cosa con la que no quería
pelear. Me alejé del objeto frío. Y luego lo encendió y todo mi cuerpo se
estremeció, fuerte.

Santa mierda.

Santa mierda.

¿Por qué las mujeres necesitaban a los hombres cuando existían


estas cosas?

Lo movió lentamente hasta mi clítoris, presionándolo fuerte en


contra y sosteniéndolo allí.

Mis manos agarraron con fuerza las sábanas de la cama, mi


espalda se arqueó dolorosamente, los músculos internos de mis muslos
temblaban ligeramente ante la sensación completamente abrumadora.
Los gemidos escapaban salvajes, miserables, desde alguna parte
primitiva enterrada en mi interior.

Entonces, antes de que pudiera acostumbrarme a la sensación, un


orgasmo me atravesó. Fuerte. Violento. Inesperado. Haciéndome gritar en
voz alta, mi cuerpo desgarrándose, acurrucándome sobre mi costado y
siendo incapaz de hacer cualquier cosa, solo permitir que pase a través
de mí.
—Jesucristo —siseó Chase, el sonido zumbando apagándose. Sentí
la cama bajar por su peso y su mano se asentó sobre mi desnuda cadera
por detrás—. ¿Nena?

Augh.

No.

Nombres cariñosos.

Alguien no le dijo a mi vientre que dejara de oscilar.

—Estoy bien —dije, antes que él pudiera decir algo más.

—¿Segura? —preguntó, y sabía que estaba mirándome como si


estuviera asustado de que saliera disparada.

—Sip. Simplemente eso fue… intenso.

—Sí, lo sé —dijo, su mano empezando a acariciar mi espina


dorsal—. Solo mirarte a través de eso… maldición.

Rodé sobre mi espalda.

—Adelante.

—¿Qué? —preguntó, sus cejas juntándose, su mano serpenteando


por mi vientre.

—Fóllame —le sugerí, asegurándome de mantener mis ojos en él.

La sorpresa en su rostro valió la pena la temblorosa sensación que


tuve al decirlo.

—¿Qué?

—Dije adelante y fóllame.


—Jesús —dijo él negando con la cabeza.

Me senté rápidamente, moviéndome al final de la cama.

—Nena… ¿Cuál es el problema? ¿A dónde vas?

Me volví, sacando un condón de la mesilla de noche.

—Sólo consiguiendo algo —dije, entregándoselo.

Me miró de nuevo, abriendo el condón. Sin duda, todavía tratando


de reconstruir las cosas.

Buena suerte, Chase. Era la misión de mi vida que nunca


descubriste.

Se deslizó en el condón, mirándome. Me volví a recostar, pero su


brazo se disparó, su mano agarrando mi brazo.

—No. Eso ya lo hicimos. Tiempo para algo nuevo.

—De acuerdo —me encogí de hombros.

—Ven aquí —dijo, acariciando su muslo.

Oh Dios mío.

De acuerdo.

Me moví lentamente, desplegando mi cuerpo y luego me senté a


horcajadas en su cintura.

—¿Así? —le pregunté, dejando una mano apoyada en su hombro.

—Sí, nena —dijo, su mano deslizándose entre nuestros cuerpos


para agarrar su pene, deslizándolo entre mis pliegues. Gemí,
mordiéndome fuerte los labios—. Me vas a montar. Muéstrame como te
gusta ser follada.
Oh

dios

mío.

Bien.

—De acuerdo —acordé y sentí su pene presionando contra el


umbral, y esperando.

—Tienes el control —dijo.

Maldita sea, yo estaba en control.

Tomé una lenta inhalación, lentamente bajando las caderas,


sintiéndolo presionar dentro de mí, extendiéndome. Mis ojos se cerraron
con un gemido.

—Eso es, nena, tómame.

Joder.

Me presioné más abajo, tomándolo, llevándolo tan profundo como


mi cuerpo lo permitía, el nuevo ángulo haciéndole alcanzar lugares donde
no había llegado la última vez. Mi frente cayó sobre su hombro,
respirando hondo mientras me llenaba completamente.

—Estás tan malditamente apretada. ¿Sientes cómo tu coño está


apretándome?

Oh, lo sentía.

—Encuentra lo que se siente bien, Ava —me dijo, sus manos yendo
a mis caderas.

Todo. Todo se sentía bien cuando él estaba dentro de mí.


Pero moví las caderas hacia arriba, permitiéndole deslizarse a
medio camino fuera de mí, antes de regresar con un gemido.

—¿Se siente bien? —preguntó.

—Sí —gimoteé, haciéndolo de nuevo.

—Prueba esto, nena —dijo, tomando mis caderas cuando lo llevé a


la empuñadura de nuevo, y moviéndome hacia su cuerpo, luego
alejándome, su pene presionando contra mi punto G en el proceso.

—Oh, dios —gemí, agarrando sus hombros.

—Haz que te corras, Ava.

Y entonces lo hice.

Una lenta y ondulante pulsación que tuvo a mis dedos cavando lo


suficientemente fuerte como para sacar sangre.

Colapsé contra él, temblando ligeramente.

Sus manos se movieron arriba y abajo por mi espina dorsal y


cuando bajé, podía sentirlo… aún duro debajo de mí.

Me moví perezosamente hacia atrás, mirándolo con curiosidad.

Una sonrisa jugueteaba en sus labios.

—Sí, todavía no he terminado contigo —dijo, su voz profunda y


sexual. Y eso envió una puñalada de deseo justo donde nuestros cuerpos
se encontraban, haciéndome apretarlo. Su sonrisa se extendió más—. Te
gusta la idea, ¿no?

Apreté mis labios.

—Eh, tal vez.


Se rió entre dientes, agarró mis caderas y me retiró fuera,
lanzándome sin demasiada gentiliza sobre el colchón.

Y joder si no era una de las cosas más calientes en el maldito


mundo.

—A cuatro patas —dijo, poniéndose de rodillas.

Me volví, un estremecimiento de excitación asentándose en mi


vientre. La cama se movió y miré sobre mi hombro para verlo de pie en el
borde de la cama. En toda su gloriosa desnudez.

Cuando no me moví de inmediato para hacer lo que me dijo,


extendió sus manos y agarró mis tobillos, empujándome con fuerza hasta
que mis rodillas oscilaron en el borde de la cama.

—Dije a cuatro patas —gruñó.

Mi vientre revoloteó, mi sexo se apretó, y me puse a cuatro patas.

—Buena chica —murmuró, sus manos apretando mi culo.


Entonces se deslizaron por la parte trasera de mis muslos. Y luego
extendió la mano y me dio una dura bofetada. Lo suficientemente fuerte
como para hacerme gritar y saltar—. Ahora separa las piernas.

Oh

dios

mío.

¿Chase mandón y dominante? Yo simplemente… no podía. Era


demasiado.

Separé las piernas.


Sentí su pene deslizarse entre mis muslos, moviéndose hacia mi
entrada y sosteniéndome allí.

—Voy a follarte —dijo, su mano deslizándose hacia arriba a mi


cuello, luego a mi cabello. Sus dedos se cerraron, agarrando fuerte mi
cabello y tirándolo hacia arriba—. Fuerte —añadió.

Jesús

Cristo.

Entonces su pene golpeó dentro de mí, enterrándose profundo.

—Codos en la cama —me instruyó y me moví hacia abajo, la


posición haciendo que su mano tirara más fuerte de mi cabello. Mi culo
inclinándose hacia él y su otra mano colocada junto encima.

Entonces estaba follándome.

Fuerte.

Como prometió.

Su pene retirándose casi completamente cada vez, entrando tan


fuerte que mi cuerpo se sacudió mientras golpeaba tan profundo que me
machacó. De la manera más embriagadora y deliciosa que se pueda
imaginar. Sus dedos retorciendo duro mi cabello, su mano se movió a mi
cadera, empujándome más abajo con cada empuje hacia adelante.

Era salvaje, primitivo.

Y me sentí caer.

Todo lo que quedaba era la sensación de él dentro de mí,


clavándome en las sábanas, enterrando mi rostro en ellas para
amortiguar los gritos.
—Quiero oír cómo te corres —me gritó, tirando de mi cabello hasta
que levanté la cabeza.

Su pene se estrelló de golpe hacia adelante.

Y me corrí.

Y todo el maldito vecindario pudo escucharme.

—Mierda, mierda, mierda, mierda. —Me dejé caer mientras las olas
seguían viviendo y él se mantenía embistiendo—. Chase…

Empujó profundamente.

—Malditamente perfecta —murmuró entre dientes, mientras se


corría tan duro como yo lo hice.

Colapsé en la cama. Desgastada. No quedaba nada.

Se alejó hacia el baño y volvió, entró en la cama a mi lado, se colocó


mirando hacia el techo. Palmeó su pecho.

—Ven aquí.

Pero no podía. Incluso si quería hacerlo.

Lo que absoluta, positivamente no quería. Nop. De ninguna


manera.

Todo lo que conseguí fue un extraño y confuso sonido.

Se rió entre dientes, girando la cabeza para mirarme.

—Un poco embriagada, ¿eh?

—Cállate —gruñí, mi cuerpo denso y pesado.


Se rió, negando con la cabeza, su mano aterrizando en la mejilla de
mi culo, apretándola rápidamente.

—Eso fue increíble.

¿Es esa su opinión profesional, doctor?

Me estaba volviendo amarga.

Lo que era bueno.

Eso mantenía las cosas en perspectiva.

Hice un ruido de reconocimientos, porque fue increíble, luego


intenté relajar el cuerpo, para ser capaz de moverme.

Pero me quedé exasperadamente entumecida.

Chase se movió hacia arriba y se inclinó sobre mí. Entonces


comenzó a plantar besos desde la base de mi cuello hacia abajo.

Y de repente ya no estaba adormecida. Definitivamente estaba


sintiendo eso. Sabía que debía aprovechar la oportunidad para
levantarme, vestirme e irme. Pero se sentía demasiado bien para
alejarme.

Se sentía como adoración.

Me besó la columna, cambiando ligeramente, besando una de las


mejillas de mi culo, bajando por la pierna a mi tobillo, luego hacia arriba
por la otra pierna, a través de la mejilla de mi culo, luego subiendo de
nuevo por mi columna. Cada centímetro de mi piel hormigueaba. Ligero.
Lo amé.

Oh, no.

De acuerdo.
Mantén. La. Calma.

No era amada. No era adorada. Era besada. Eso era todo. No era
nada más que eso. Solo besos. Solo más entrenamiento. Entrenamiento.
Porque era una clienta, no una amante. No una novia. Yo no era nadie
para él.

Sus labios se movieron por mi hombro y luego se fueron.

Demasiado pronto.

Y sin embargo, no lo suficientemente pronto.

Cuando volvió a sentarse junto a mí, me empujé hacia arriba en


cuatro patas, luego sobre mis talones.

Su mano se extendió hacia mí, pero yo estaba fuera de su alcance.

—Espera. ¿A dónde vas?

—Le prometí a Shay que la ayudaría a preparar su habitación esta


noche.

Mentira. Era una descarada mentira.

—Ava…

Dejé la cama, buscando mi vestido.

Sintiendo mi determinación por irme, él salió por un lado de la


cama y agarró sus pantalones.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, empujando mi vestido sobre


la cabeza.

—Voy acompañarte a tu coche —dijo, de pie, buscando su camisa


mientras simultáneamente se deslizaba dentro de sus zapatos—. No vas
a caminar en la noche sin una maldita ropa interior.
Puse los ojos en blanco. Había caminado perfectamente a su oficina
sin ropa interior. Pero lo que fuera. No tenía sentido luchar con él. Agarré
mi billetera y llaves, y salí, dejándolo seguirme, todavía abotonando su
camisa.

Caminamos en frío silencio. Y era frío. Chase estaba tieso como el


mármol a mi lado, pero fingí ignorarlo. Caminé hacia mi coche y lo
desbloqueé, lanzando mi cartera en el asiento del pasajero.

Me moví para dar la vuelta, cuando su mano agarró mis hombros


apretadamente y me golpeó contra el coche, sosteniéndome allí.

—Chase… qué demonios…

—¿Qué está mal contigo?

Oh, chico.

—Nada —dije, frotándome el rostro como si él estuviera loco.

—Patrañas, has estado retraída desde que te despertaste la otra


mañana y me diste esa falsa sonrisa. ¿Qué pasa contigo?

Tomé un respiro, deseando que mi voz sonara convincente.

—Nada está mal conmigo —dije—, estoy bien. He estado…


aprendiendo mucho.

Sobre todo cómo pretender no estar enamorada de alguien, incluso


cuando está dentro de ti.

—Que mierda… —gruño él, luego negó con la cabeza, tomando una
respiración profunda, tranquilizándose—. No estas siendo tú.

—Me has visto solo un par de horas aquí y allá, Chase. No tienes
ni idea de quién soy en realidad.
Que es ser una maestra mentirosa y una real perra cuando estoy a
la defensiva.

—Te conozco —dijo, sus palabras apretadas, su mandíbula


marcada—. Yo te conozco. Esto —dijo salvajemente—, no eres tú. —Y
entonces maldijo, inclinándose hacia adelante y tomando mis labios en
los suyos.

Había estado esperando furia. Magullones. Dureza.

Pero sus labios eran suaves y provocadores. Mordisqueando mi


labio inferior, chupándolo. Dulce. Era tan malditamente dulce que sentía
mi cabeza inclinarse hacia atrás, mis labios separándose, un gemido
escapando de ellos. Su lengua deslizándose dentro de mí para aparearse
con la mía. Ligera. Llena de promesas. Entonces se apartó rápidamente,
acariciando mi mejilla.

Mis ojos se abrieron lentamente y sus ojos se suavizaron.

—Allí. Esa en mi Ava.

Mía.

Mi Ava.

Mierda.

Necesitaba irme.

No lo decía en serio. De ninguna manera. Era solo una frase.

—Y ella se ha ido —dijo, pareciendo imposiblemente triste.

—Lamento mucho decepcionarte —dije, con un tono frío.

Sus ojos se cerraron por un largo instante.

—Mañana. Siete.
—Bien —dije, apartándome y dejándome caer en mi asiento—. Te
veré mañana.

Cerró de golpe mi puerta, retrocediendo y observándome


atentamente hasta que quedé fuera de su vista.

Mi Ava.

Suspiré, negando.

Mantén. La. Calma.

Tres sesiones más.

Casi ha terminado.

Y luego podría abrir ese pecho cerrado profundamente dentro y


permitir al dolor salir crudo y húmedo por todo el suelo.

Hasta entonces, solo tenía que aguantar.


Después de la sesión
La cama de Shay llegó a la tarde siguiente. Cuando llegué a casa
del trabajo, Jake ya estaba a medio camino de terminar de armarla. Mi
habitación era la más grande de las dos, pero no estaba exactamente
pensada para tener dos camas de matrimonio dentro. Jake había movido
mi escritorio y ordenador al otro lado de mi cama, dejándome con quizás
45 centímetros para poder caminar. Pero era pasable. Él tenía la parte
trasera de la cama pegada a la pared y estaba trabajando en conseguir
unir la cama.

—Guau, Jake —dije, apoyándome contra la pared—, no sabía que


eras tan bueno con tus manos.

—Mis manos —dijo, sonando hosco—, están destinadas para hacer


algo bueno en otras cosas. —Estaba a punto de poner los ojos en blanco
cuando él añadió—: Como jugar con un coño o acariciar mi pene. No esta
mierda manual.

Me reí, moviéndome para sentarme sobre mi cama.

—Ya sabes… he visto a Shay desnuda.

Sus manos se detuvieron, mirándome sobre su hombro.

—¿Sí?

—Sí —asentí—. Vale la pena este trabajo duro.

—Joder, lo sabía —gruño, tomó el destornillador, luego se detuvo y


se giró hacia mí—. Así que, todavía tienes ese brillo de recién follada sobre
ti.
—Sí. Eso tiende a pasar cuando estás trabajando con un
psicoterapeuta sexual.

—Está yendo bien, ¿eh?

—Había una canasta de juguetes sexuales sobre la mesilla —


confesé, sorprendiéndome.

Jake asintió.

—Suena malditamente bien. ¿Cuál es el plan a partir de ahora?

—Esta noche creo que sólo más sexo. La siguiente sesión después
de esa, creo, es cuando él me lleva a una cita y me muestra como
coquetear o algo así. Y luego la décima es la última. Podemos no hacer
nada.

—Creo que esto ha sido bueno para ti. Ya sabes… aparte de toda
la cosa de la transferencia.

—Sí —concordé. Había sido bueno para mí—. Está bien —dije,
saltando hacia arriba, tratando de hacer que mi mente pensara en algo
más que el Dr. Chase Hudson—. Shay va a venir con algunas de sus
cosas en una hora. Voy a buscarnos algo de comida —dije, agarrando mi
chaqueta y saliendo por la puerta.

Una vez fuera, tomé una profunda inhalación. Tres sesiones más.

Sentí simultáneamente una puñalada y una oleada de alivio.

Casi allí.

No tenía idea de lo que estaba sobre la mesa para más tarde esta
noche. Y, francamente, no quería saberlo. Era más fácil solo… ir a ello.
Que era, en y por sí mismo, un concepto complemente nuevo para mí.
Nunca había sido del tipo de persona que “fluía”. Yo era más el tipo de
persona que “alucinaría y pelearía contra ello con uñas y dientes”.
Pero tenía que admitir… incluso mi ansiedad generalizada había
estado mucho mejor.

Estaba funcionando.

Estaba mejorando.

Y si eso significaba que tenía que romper mi corazón para seguir


adelante, bueno… eso estaba bien.

Más o menos.

Pero no realmente.

La puerta resonó cuando entré, el desgastado y viejo piso blanco y


negro, las paredes de una rojo brillante, el mostrador de desgastada
madera que se emparejaba a las pocas mesas y sillas dentro.
Inmediatamente me golpeó el olor a pan italiano recién horneado, rica
salsa roja para pasta, y queso. Tomé una lenta y profunda inhalación,
disfrutándolo.

—¿Come? —preguntó el dueño, saliendo de la habitación trasera


con un delantal blanco. Era tal vez de mediana edad con un rubicundo
rostro y un grueso bigote, su vientre derramándose feliz sobre la cintura.

—Si —sonreí, levantando tres dedos para que él supiera que no era
comida solo para mí.

—Oye, extraña —dijo una voz muy familiar, haciéndome saltar y


girar. No había escapado a mi atención cuánta inflexión había en la
palabra “extraña”. Como si él realmente quisiera decir lo que dijo. Como
si ya no fuera yo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, mi corazón golpeando


fuerte en mi pecho.
Porque, claro, Chase estaba allí con un traje negro y camisa gris,
sentado en una de las mesas en mi restaurante italiano favorito.

—Una chica que conozco —dijo, la inflexión todavía allí—, me dijo


que este es el mejor lugar italiano. He venido a verlo por mí mismo.

Tragué con fuerza contra el nudo en mi garganta, recordando


exactamente por lo que era, la ansiedad. Al segundo que lo reconocí, lo
sentí barrer por mi cuerpo, haciendo sudar las palmas de mis manos,
haciendo mi pecho contraerse, haciéndome sentir como si no hubiera
escape… me iba a desmayar. Mi mano se acercó a mi garganta,
sosteniéndome, como si pudiera forzar el bulto a irse.

—¿Ava? —preguntó Chase, poniéndose de pie—. Ava… hey… toma


un respiro.

Pero no podía. Solo no podía.

Necesitaba irme. Necesitaba salir de aquí. Lejos de él.

Me volví, salí por la puerta, y corrí.

Desaceleré frente a mi apartamento, mirando hacia arriba.


Sabiendo que Jake y Shay estarían dentro. No quería que me vieran tener
un ataque de pánico. No cuando ambos pensaban que lo estaba haciendo
mucho mejor. No quería ser una decepción. De nuevo.

Así que seguí adelante.

Pero sin un lugar a donde escapar, me senté en un banco en la


calle, enterrando el rostro en mis manos y respirando a través de ellas.
Parecía que continuaría para siempre, el rápido latido de mi corazón
haciéndome sentir mareada y me alegré por mi estómago vacío.

—Estoy bien —murmuré para mí misma, balanceándome de


adelante atrás.
Pero no estaba bien.

No estaba mejorando.

Cavé en mi bolso por mi teléfono, pasando a través de mis contactos


y encontrando el único número que tal vez podría ayudar.

—¿Hola?

—Necesito hablar con la doctora Bowler —dije, mi voz apretada e


histérica.

—De acuerdo. Correcto —dijo la secretaria en una suave voz.


Acostumbrada, sin duda, a una ocasional llamada de emergencia—. La
buscaré. ¿Quién está llamando?

—Ava Davis.

—Está bien, Ava. Sostente firme.

Fue menos de un minuto cuando la línea cambió y la voz de la


doctora Bowler me alcanzó.

—Ava. ¿Qué pasa?

—Yo. No. Puedo. Respirar.

—Correcto —dijo, calmada—. ¿Tienes un ataque de pánico?

—Sí.

—¿Puedes decirme lo que lo desencadeno?

—Fui a buscar comida. Mi terapeuta estaba allí.

—¿El Dr. Hudson?

Hasta escuchar su nombre dolía.


—Sí.

—Ava, ¿por qué ver al Dr. Hudson desencadenaría un taque de


pánico? ¿Ha sucedido algo con tus… sesiones…?

—Lo amo.

Hubo un instante de silencio.

—De acuerdo, Ava. Entiendo que te sientes así, que se sienta real,
pero no lo es. Necesito que recuerdes eso. —Era por eso que necesitaba
llamarla. Porque me apoyaría. Me lo recordaría—. ¿Qué tan lejos estas en
tus sesiones?

—Esta noche es la octava.

—Está bien. Eso es bueno. Eso significa que en dos días más, todo
será mucho más claro. Tus sentimientos disminuirán y entonces, de
repente, se habrán ido. Y piensa en cuánto habrás ganado de la
experiencia.

Eso era verdad. Pero no serían dos días. Desafortunadamente. La


próxima sesión caería en viernes. Y entonces no podría tener mi sesión
final hasta el lunes siguiente. Pero aun así. Sobreviviría. Faltaba poco.

Pero acababa de asustarme delante de él de nuevo.

Y él iba a querer hablar de ello.

—Ava, ¿qué estás pensando ahora?

—No sé qué decirle sobre esto.

—¿El ataque de pánico?

—Sí, él no lo dejará pasar.


—Bueno, él es un buen psicoterapeuta. Quiere asegurarse que
estás en un buen lugar antes de que ambos… progreséis. Honestamente,
cariño —dijo ella, sonando muy parecida mi madre cuando me iba a dar
un consejo que no estaba orgullosa de darme. Como decirme que me
acercara y golpeara a la chica que seguía molestándome en la escuela,
que nunca volvería a molestarme de nuevo. Un gran consejo que
funcionó, pero como madre sabía que no se suponía que me dijera que
levantara mi mano a las personas—. Vas a tener que hacer lo que todas
las mujeres tienen que hacer de vez en cuando.

—¿Qué? —pregunte, sentándome de nuevo, mi corazón


estableciéndose a una ritmo más normal.

—Fingir.

Eso era tan inesperado que me reí. Fuerte. Lo suficiente fuerte para
que las personas en la línea en el stand de pretzel me miraran.

—Sé que probablemente no es un buen consejo de terapista para


darte, mentir a tu otro terapista, pero esto es una situación inusual y
algunas veces, deben ser intentados enfoques poco ortodoxos.

—Lo he… intentado. Quiero decir, más o menos. Intenté calmar un


poco todo. Solo ser receptiva como en… el sexo… real.

—Y él vio a través de eso.

—Sí.

—Es porque no eres tú. Sí, puedes ser muy tímida y reservada, pero
siempre hay calidez en ti. Así que si te cerraste, y todo lo que él sintió fue
frío, por supuesto que iba a sentir la diferencia.

—Así que solo necesito fingir mejor.

—Bastante.
De acuerdo.

Bien.

Podría intentarlo.

—Ava —dijo la doctora Bowler, su voz seria de nuevo—, quiero verte


el día siguiente de tu última sesión con el Dr. Hudson. Sin excusas. Creo
que esta experiencia ha tenido más efecto en ti de lo que habíamos
previsto. Quiero que nos sentemos y debatamos las cosas así no regresas
a los antiguos patrones por costumbre.

—Creo que esa es una buena idea —estuve de acuerdo, agradecida


de tenerla en mi vida. Podría usar todo el sistema de apoyo que pudiera
obtener—. Te haré saber cuándo sea eso.

—¿Cómo está la ansiedad? —preguntó ella.

—Mejor

—Está bien. Ava, sé que este proceso ha sido extremadamente


difícil para ti. Si estás teniendo problemas, antes o después de las
sesiones… no importa la hora, puedes llamar a mi servicio. Les diré que
tus llamadas deben ser consideradas emergencia y transferidas.

—Muchas gracias.

—En cualquier momento, Ava.

****

Bueno. Cara de póquer.

Me levanté del banco y regresé al apartamento. Solo me quedaban


cuarenta y cinco minutos hasta tener que estar en la oficina de Chase.
Necesitaba ducharme y meterme en otro vestido de fácil acceso. Entonces
necesitaba ser yo, pero no yo.
Lo que iba a tomar mucho más trabajo de lo que sonaba.

—Bueno, finalmente —dijo Jake, con la boca llena—. Solo déjanos


aquí para morir de hambre. Por suerte, Chase se preocupó lo suficiente
como para…

Dejé de escuchar después de “Chase”.

Mi cabeza se alzó de golpe para encontrarlo reclinado contra el


mostrador de la cocina al lado de Shay y Jake quienes estaban comiendo
de los contenedores para llevar del lugar italiano. Chase había
conseguido la comida que yo ordené y la trajo.

—¿Estás bien?

Por supuesto él tenía que estar preocupado por mí.

Eso ayudaba totalmente a mis confundidos sentimientos y yo no


podía simplemente… cerrarlos más.

—Mejor —acordé, bajando mi bolso.

—¿A dónde has ido? —pregunto Shay, haciendo una gesto hacia
su pan de ajo.

—Tuve una sesión telefónica con la doctora Bowler —dije,


sintiéndome tensa.

No me agradaba él en mi espacio. Hablando con mi gente.

Buen, en realidad. Me gustaba él en mi espacio. Me gustaba que


hablara con mi gente. Ese era el problema.

—Ava… —dijo Chase, su voz casi triste—. ¿Por qué no me hablaste?

Sacudí la cabeza.
—No lo sé. Solo… me asusté. Necesitaba salir de ese lugar. Una vez
que llegué a cualquier parte, cogí el teléfono y…

—Podrías haberme llamado a mí —dijo Chase, cruzando la


habitación.

—Solo… no estaba pensando —dije, mirándolo desde debajo de mis


pestañas, permitiéndome mostrar vulnerabilidad. Pero no de las secuelas
de la ansiedad, sino de amar a alguien quien no me amaba de vuelta.

Su rostro cayó un poco, sus ojos tristes.

—Está bien —murmuro él, alcanzando mi mejilla, acariciándola


suavemente—. Siempre y cuando te encuentres bien.

No estaba segura de que alguna vez estuviera bien otra vez.

—Lo estoy, eso fue solo uno malo.

—Está bien —asintió, moviendo su mano a mi hombro. Miré a


través de él, observando a Shay y Jake mirándonos intensamente. Como
si sintiera lo que yo estaba sintiendo, él dejó caer su mano—. Te veré en
cuarenta minutos, ¿de acuerdo? O puedes quedarte aquí si todavía no te
sientes bien.

—Estoy bien —dije, forzándome a mirar sus ojos—. Solo voy a


ducharme, cambiarme y estaré lista.

—De acuerdo, nena —dijo, su voz bajando tanto que solo yo podría
escuchar—. Te estaré esperando.

Salió y cerré la puerta detrás de él, girándome y apoyándome


contra ella como si mis piernas no me sostuvieran más.

—Ven a comer algo —sugirió Shay.


—No —dije. No creía que nada se quedaría si lo intentaba—. Solo
voy a ducharme y vestirme. ¿Puedo pedirte otro de tus vestidos esta
noche? —pregunté.

—Chica, dejaré algunos en tu cama mientras estás preparándote.

—Eres la mejor —dije distraídamente mientras caminaba hacia el


baño.

Me arreglé tanto como el tiempo me lo permitía. Arreglé mi cabello,


me maquillé, lo hice parecer como que quería lucir bien para él. Y una
parte de mi todavía lo quería. Una parte de mí todavía deseaba que él me
llamara hermosa y perfecta, que me mirara con asombro. Así que permití
que esa parte de mi tomara la iniciativa mientras me preparaba. La otra
parte de mí estaba interiormente llamando a esto “pintura de guerra”
porque luchar contra mis sentimientos por él era como una batalla sin
fin.

—Vale —dijo Shay cuando entré usando mi bata—. No sabía qué


color, así que escogí varios. Pero creo que la octava sesión significa rojo.

—Rojo suena genial. —Asentí, yendo a mi armario para agarrar la


ropa interior.

—Tanga o hilo dental, esta tela no es demasiado indulgente para


ropa interior.

Asentí, agarré un tanga negro y la deslicé debajo de mi bata.

—¿Sujetador?

—¿En serio? —preguntó Shay, sonando cínica—. ¿Un sujetador?


¿En este punto? Chica deja que los pezones se muestren.

Resoplé, sacudiendo la cabeza y me giré para ver lo que tenía


planeado para mí.
—Oh —suspiré, mirándola.

Era rojo. Rojo brillante. Y la tela estaba cortada en forma de reloj


de arena, cubriendo los pechos, el centro del vientre, caderas y muslos.
Los lados estaban cubiertos con una malla semitransparente roja. La
misma malla subía como correas y luego cubría toda la espalda hasta la
parte más baja de la espalda donde se encontraba de nuevo con la tela
roja.

—Sí, este es un vestido de “fóllame” —dije, asintiendo.

Eso era exactamente lo que Chase iba a decir cuando lo viera:


fóllame. Con ese medio gemido, medio gruñido que él hacía. Sentí un
estremecimiento solo de pensarlo.

—Está bien —dije, agarrándolo—. El vestido “fóllame” será.

Shay finalmente me convenció de usar su abrigo negro, abotonado


con solo un botón así podría abrirlo tan pronto como estuviera en la
puerta y sorprenderlo.

—Aquí, ponte esto. Creo que somos de la misma talla —dijo ella,
entregándome un par de zapatos negros de charol con tacón rojo.

—No —dije, levantando una mano, sabiendo cuanto costaban esos


zapatos.

—¿Por qué no? Tienes el vestido “fóllame”. Ahora necesitas los


tacones “fóllame”.

—Son demasiado. ¿Y si rompo un tacón o algo?

—Oh, ¿y qué? Les diré a mis hermanos que me compren un par


nuevo para navidad. Vamos, póntelos.

Así que lo hice.


Me sentía demasiado alta e inestable sobre ellos. Pero, al mismo
tiempo, un poco sexy y poderosa. Usaría todos los impulsores de
confianza que pudiera conseguir.

Jake entró, comiendo mi comida italiana, asintiendo.

—Veo que vas por el look “dóblame y tómame” esta noche.

Sonreí, mirando entre ellos.

—Sabéis… ambos sois iguales —dije, observando su mirada de


escepticismo—. No. En serio. Pensáis exactamente lo mismo. Es muy
loco.

No me perdí la mirada que se dieron entre sí, como si estuvieran


tratando de medir el tamaño del otro.

—Muy bien —dije, rociando algo del perfume que Jake me trajo—
deseadme suerte.

—Ve por él —dijo Shay, golpeándome el trasero.

—Dale lo bueno —añadió Jake, pellizcando mi trasero mientras yo


pasaba.

—En serio —dije, lanzándoles una mirada—. Gemelos.


Octava Sesión
Muy bien. Botón abrochado. Sobre los tacones. Lápiz de labios rojo
brillante mate que supuestamente era a prueba de besos. Estaba lista.
Respiré hondo y salí del garaje. Cada clic de mis tacones traía más
nervios. Se sentía como la primera sesión nuevamente, de alguna
manera. Pero estaba decidida a superarlo.

La puerta se abrió y la cerré detrás de mí, trabándola.

Pero Chase no estaba en su lugar habitual.

Sentí una avalancha de incertidumbre, lo suficientemente fuerte


para hacerme pensar seriamente en dar la vuelta y salir.

Entonces la puerta de su despacho se abrió y allí estaba. En un


traje azul y una camisa azul clara. La combinación hizo que sus ojos
fuesen positivamente hipnóticos. Dos botones.

—Ava —él inspiró mi nombre.

Mi mano fue al botón, empujándolo a través del agujero, luego


agarrando ambos lados de las solapas y arrastrando el material
rápidamente fuera de mí.

—Maldición —dijo. Justo como había estado anticipando. Él


sacudió levemente la cabeza y yo dejé caer la chaqueta al suelo. Di un
paso adelante, luego giré en un círculo lento. Cuando volví a mirarlo de
nuevo, su brazo estaba extendido, invitándome hasta él.

Así que fui.

Sus brazos no me rodearon, sin embargo, se deslizaron por mis


brazos, tomando mis manos.
—Eres… Tan. Malditamente. Hermosa.

Oh

Dios

Mío.

Bien.

Tragué con dificultad.

—Gracias.

Sus manos apretaron las mías, tirándolas hacia arriba y


colocándolas sobre sus hombros. Uno de ellas se deslizó alrededor de mis
caderas, presionando mi espalda baja y empujando mi cuerpo contra el
suyo. La otra se acercó a mi mandíbula, inclinando mi cara hacia la suya.

—Ahí está ella —dijo, asintiendo con la cabeza—. La extrañé.

Maldición.

Su cabeza se inclinó y sus labios encontraron los míos, suave, pero


profundo, lleno de la pasión que sabía nos llevaría a terminar en el
dormitorio. Así que me hundí en él. Mis brazos envueltos alrededor de la
parte de atrás de su cuello, mis caderas presionadas en las de él, y le dejé
besarme como si fuera la última vez.

Muy bien podría serla.

—Está bien —dijo él, apartándose—. Cama. Ahora.

Nos abrimos paso a través de su oficina, su mano sosteniendo la


mía como si no pudiera evitarlo. Me empujó más allá de la barra lateral,
dejando atrás nuestro ritual habitual mientras me llevaba a la cama. Se
volvió, sentándose en el borde, abriendo sus piernas y tirándome entre
ellas. Sus manos se acercaron a mis caderas mientras me miraba, con
ojos suaves.

—¿Quieres saber sobre esta sesión?

Incapaz de detenerlo, mi mano se movió hacia su cabello, alisando


hacia atrás un mechón que había caído hacia delante.

—Claro —dije, pasando mis manos por los lados de su cabeza hasta
que aterrizaron en su hombro.

—Todo esto depende de tus límites, ¿de acuerdo? Sólo porque lo


haya planeado así, no significa que es la forma en que tiene que ser. Si
tú no estás en ello, pasamos a otra cosa. ¿Bien?

Mis cejas se fruncieron levemente.

—Bien.

—¿Cómo te sientes sobre el sexo anal?

Oh.

Pues bien.

Vale.

De alguna manera mi mente hiperactiva ni siquiera había pensado


en considerar eso como una posibilidad. Y en realidad no lo había
considerado fuera de la terapia tampoco. Apenas podía tolerar el sexo
normal. No había razón para pensarlo.

¿Tenía algún tipo de bloqueo mental al respecto? Conocí a muchas


mujeres que sí. Mujeres que juraron que nunca lo tuvieron y que nunca
lo intentarían. También conocí a algunas que estaban entusiasmadas por
ello. Y sabía que Jake deliraba por ello.
¿Ava?

—Estoy pensando —dije, poniendo los ojos en blanco.

—Está bien —dijo, sus manos bajando para deslizar mi falda


levemente hacia arriba—. Entonces, ¿por qué no vienes aquí y piensas en
eso? —sugirió.

Me subí a la cama, cabalgando sobre su cintura, apoyando mi


cabeza sobre su hombro.

—Está bien si no te gusta.

—No sé si estoy en ello o no.

—Eso está bien —dijo, sus manos deslizándose por mi espalda y a


través de la fina tela de la malla, pude sentir el calor de su cuerpo—.
¿Crees que quieres probarlo?

¿Lo hacía?

Honestamente, quería probar cualquier cosa y todo con él.

Quería todo lo que pudiera conseguir antes de que terminara.

—Sí —me encontré diciendo, besando su cuello.

—Buena chica —murmuró, besando mi sien—. Empezaremos


primero con sexo normal, ¿de acuerdo? Que todo se caliente.

—Bien.

—Bueno. Ahora consigue un condón —él dijo, golpeando mi culo,


juguetón.

Me reí, saltando de él fui a la mesita de noche. Volví con uno, que


él tomó y puso sobre la cama a su lado.
—Brazos arriba —instruyó y mis brazos subieron encima de mi
cabeza. Él movió poco a poco la tela de mí, haciendo un juego de ello,
disfrutando de cada centímetro de carne revelada. Finalmente libre, fui a
bajarme de mis zapatos—. No —dijo Chase, deteniéndome—. Los zapatos
se quedan.

Diez puntos para los tacones “fóllame” de Shay.

Él se quedó mirando.

Por mucho tiempo.

Me hacía sentir intranquila.

Finalmente, con los nervios empezando a elevarse, me bajé a mis


rodillas delante de él. Observó, atento, cuando alcancé para quitarle el
cinturón y bajar la cremallera. Miró como me metí en sus pantalones,
como sumergí mi mano debajo de la cintura de su bóxer, y agarré su
polla, sacándola. Entonces me siguió mientras bajaba mi rostro hacia él,
cuando desapareció en mi boca, y su mano se estrelló contra la coronilla
de mi cabeza.

—Mierda, cariño. Tan dulce —murmuró, sonando sin aliento y


apenas lo había probado. Lo chupé lentamente, llevándolo a lo profundo,
y luego pasé la lengua sobre su cabeza, durante mucho tiempo—. Bueno.
Maldición. Está bien, cariño. Detente.

Me senté sobre mis talones, con las manos en los muslos,


sonriéndole. Porque sabía que yo era la que tenía el poder. Aunque fuera
brevemente. Lo hice comer de la palma de mi mano.

—En la cama —dijo, meneando la cabeza.

Sí señor.
Me puse de pie, moviéndome junto a él, y gateando, hasta estar
acostada sobre mi espalda. Se puso de pie, observándome, mientras se
quitaba la ropa.

—Las piernas hacia arriba —dijo, y yo las subí—. Cruza los tobillos.
—Absolutamente—. Maldita sea —dijo, dejando caer su camisa—. Esta
vista, nena... jodidamente perfecta.

Su mano se extendió a mi lado, agarrando el condón. Entonces


sentí su dedo deslizarse entre mis muslos, moviéndose lentamente por
mi hendidura hasta que él estaba rodeando mi clítoris. Sentí que mis
piernas empezaban a temblar, bajándose.

—Dije las piernas arriba, los tobillos cruzados —instruyó. Luego


levantó mis piernas otra vez. Su dedo se alejó y él se acercó, agarrándome
las piernas y apoyándolas contra uno de sus hombros.

Entonces, en un empuje, se enterró dentro de mí.

—Oh, Dios mío —grité, con los muslos apretados.

—Puedes retenerme más apretada de esta manera, ¿verdad, nena?


—preguntó, volviendo la cabeza para besar el interior de uno de mis
tobillos.

Él estaba en lo correcto. Empujé mis muslos aún más juntos y


apretados, sintiendo cada grueso centímetro como nunca antes.

Entonces me estaba follando. No duro. Sólo rápido.


BangBangBangBangBang. Sus brazos alrededor de mis rodillas,
manteniéndome inmóvil mientras mi cuerpo empezaba a rebotar con
cada empuje.

Sentí que mis músculos se agarraban a él, codiciosos, necesitados.


Me sentía más cerca que nunca. Yo iba a...
—¡No! —grité cuando se salió de mí.

—Encima de la cama, nena. A cuatro —dijo, suavemente, dejando


caer mis piernas.

Oh.

Correcto.

Casi lo olvido.

Me moví lentamente, con los nervios girando en mi vientre mientras


me ponía en posición para él. Se movió detrás de mí inmediatamente, sus
rodillas empujando mis piernas más abiertas. Sentí algo moverse contra
mi pierna y miré hacia abajo para ver el vibrador lila a mi lado.

Bueno, tendría que esperar pacientemente.

—No siempre se siente bien de inmediato —dijo Chase, sus manos


acariciando mi trasero—. Si te duele, dímelo. No quiero hacerte daño —
dijo, inclinándose y besando la mejilla de mi culo—. Seré gentil hasta que
me digas lo contrario.

Sí, estaba bastante segura de que era bueno con la suavidad.

—De acuerdo —dijo, y sentí su pene presionar contra mí. Su otra


mano agarró el vibrador y lo encendió, pero no lo trajo a mi clítoris. —
Solo respira, nena —dijo, y comenzó a presionar hacia adelante.

Había dolor. Suficiente para que mi cuerpo se sacudiera y se


tensara. Pero también había algo más. Algo más allá del dolor,
burlándose de mí.

—Ava, respira —dijo, su voz ronca. Respiré profundamente y sentí


que el vibrador me tocaba, mis muslos temblaron ante la sensación—.
¿Es demasiado? —preguntó él, tranquilizándome—. Solo tengo la cabeza
adentro, si te duele demasiado...
—Está bien —dije, concentrándome en respirar.

Su pene presionó hacia adelante, una punzada aguda con cada


centímetro que rápidamente disminuyó. Arqueé mi culo ligeramente,
moviéndolo lejos de la pizca de dolor. Entonces sentí sus bolas presionar
contra mi calor, sabiendo que estaba todo dentro. Alcancé el vibrador,
sacándolo de sus manos, y apagándolo.

—¿Estás bien?

—¿Sí?

—¿Te duele?

—No.

—¿Se siente bien? —Sentí que mi cara se sonrojaba ligeramente.


Porque lo hacía. Y me sentí como una especie de monstruo—. ¿Nena?

—Sí.

Se oyó un sonido resonante en su pecho.

—Quiero que te sientas bien —dijo, balanceando sus caderas en


mí, sólo el menor de movimientos, pero... lo sentí. Sus manos se
deslizaron a mí alrededor, acariciando mi vientre, agarrando mis pechos.
Entonces me estaba empujando hacia atrás, hasta que mi espalda estaba
contra su pecho. Sus brazos me rodearon, uno en mis caderas, y el otro
justo encima de mis pechos. Apretadamente.

Sus caderas descendieron, se deslizaron, luego se movieron hacia


arriba, deslizándose todo el camino. Podía sentir su pecho moviéndose
arriba y abajo por mi espalda con cada empuje y mis caderas comenzaron
a moverse para encontrarse con las suyas.

—Dime que se siente bien —dijo en mi oído.


Oh, Dios mío... se sentía bien.

—Se siente bien.

—Nadie ha estado aquí antes, ¿verdad?

—No.

—Es todo mío —gruñó.

Dios, sí.

Era todo suyo.

Todo era suyo.

—Todo es tuyo —susurré de nuevo.

—Maldición —siseó, besando mi cuello—. Joder, me gusta eso.

Era demasiado.

Demasiado lento.

Y dulce.

E intoxicante.

Parecía que estábamos haciendo el amor.

Pero no era amor. No para él.

Ni para mí tampoco, realmente.

Y era... demasiado.

—¿Chase?
—¿Sí, nena? —preguntó, sus caderas todavía balanceándose
suavemente en mí.

—Más duro —dije, mis manos cavando en sus brazos. No estaba


segura de que realmente lo quisiera más duro. Todo lo que sabía era que
no podía seguir siendo tan gentil.

Y entonces sus caderas comenzaron a moverse bruscamente, duro,


su pene enterrándose profundo y rápido. Conduciéndome
inesperadamente hacia arriba.

—¿Chase? —Oí mi voz preguntar, insegura.

—Te vas a correr por mí, cariño, y ni siquiera necesito tocar tu


coño. Te puedes correr así por mí y lo sentiré.

Eso era todo lo que necesitaba oír mientras sus empujes se hacían
más rápidos, más salvajes.

Y me dejé ir.

Y... fuegos artificiales.

Mi cuerpo se sentía como si hubiera estallado. Como si todas mis


terminaciones nerviosas crepitaran con mi cuerpo pulsando duro.

—Mierda, nena sí, justo así —dijo en mi oído, su propia voz


perdiendo el control—. Puedo sentirte llegar. Maldición... Ava...

Entonces estallamos juntos.

Y fue magnífico.

Encendió todo el puto mundo.

Las manos de Chase permanecieron a mí alrededor durante un


largo rato, sosteniéndome dolorosamente apretada, y no lo habría
querido de otra manera. Su boca besó un sendero por un lado de mi cara,
descansando en mi sien y permaneciendo allí. Levanté los brazos y los
envolví en su nuca, tratando de sujetarle de la única manera que podía.

—Tan dulce —dijo, levantando su cabeza y besando mi brazo.


Luego soltó mi cuerpo, extendiéndose para sacar mis brazos de su cuello
mientras él se alejaba lentamente de mí y hacia su camino hacia el baño.

Me subí a la cama, gateando y tirando de las sábanas, rodando de


costado, lejos de donde Chase solía descansar, tirando mis rodillas contra
mi pecho. Sabía que debía haberme levantado y vestido. Salir de allí. Pero
no pude obligarme.

Oí correr el agua y luego abrir y cerrar la puerta. El colchón se


hundió bajo su peso y, casi tan pronto como entró, estaba detrás de mí,
con las piernas subiendo por debajo de las mías, su brazo cruzándome y
tomando mi mano.

Hubo un silencio durante un largo rato y luego:

—¿Estás bien?

—Sí.

Y no... al mismo tiempo.

—Eso fue... —hizo una pausa, buscando la palabra correcta. Pero


no había palabras correctas. Las palabras para describir lo que acaba de
suceder no existían—. Espectacular —decidió finalmente.

“Espectacular” ni siquiera se acercaba.

Pero era todo lo que había.

Me moví de nuevo hacia él y él me apretó más fuerte.


Dejé que ese momento quedara suspendido. Quería perderme en
él. Sólo una vez más. La última vez. Quería sentir sus brazos a mí
alrededor, su cuerpo fuerte sosteniéndome como si fuera frágil, como si
fuera preciosa. Quería su aliento en mi oído y sus latidos contra mí.
Quería envolver su comodidad a mí alrededor como una manta para
defenderme de los días fríos que se avecinaban.

—¿En qué estás pensando? —preguntó, acariciando ligeramente


mi cuello—. Estás tensa. Háblame.

Bien.

Cara de póker encendida.

No más jugar al amor.

De vuelta al mundo real.

—Me preguntaba sobre la próxima sesión. —Y entonces su cuerpo


se tensó detrás de mí—. ¿Chase? —le pregunté, acurrucándome hacia él
porque se había alejado lo suficiente para que hubiera espacio entre
nosotros. Era una metáfora literal para el espacio emocional que pronto
estaríamos sintiendo.

—Mañana es viernes.

—Sí.

—Mañana te llevaré a un bar o un club. Vístete para ello. Quien


fuera que te ayudó con el vestido de esta noche, si no, puedes usar el
mismo.

—Puedo hacer eso.

—Tú me encontrarás aquí y nos dirigiremos a nuestro destino


juntos. Puedes tomar una copa o dos, pero no más. Y entonces harás lo
que te diga para acercarte a los hombres, o qué decir cuando se te
acerquen.

—¿Y tu dónde estarás?

—Allí —dijo, poniendo más espacio entre nosotros. Apenas me


sostenía, su mano en mi cadera, su cuerpo completamente desconectado
del mío—. Mirando.

—Así que el propósito es...

—Que te sientas cómoda interactuando con otros hombres, no solo


conmigo. Pero estaré allí para ser tu sistema de apoyo si lo necesitas. —
Hizo una pausa durante tanto tiempo que pensé que había terminado—.
Vamos a entrar juntos, sentarnos y discutir cómo seguir... coqueteando
—dijo la palabra como si fuera sucia—. Después de que te sientas cómoda
haciéndolo conmigo, me excusaré en el bar. Luego irás al otro extremo de
la barra.

—¿Sola?

—Sí, sola. Los hombres se intimidan cuando las mujeres están con
sus amigas y no se acercan a una mujer con un hombre.

—Bien.

—Cuando un hombre vaya a ti...

—Si viene —corregí, pensando cuántos hombres habían logrado


evitar acercarse a mí en el pasado.

—Cuando —dijo con más firmeza— un hombre se acerque a ti...

—¿Qué? ¿Es esto un disparate de pensamiento positivo? ¿Si creo


en ello lo suficiente, de repente hordas de hombres se encontrarán
acudiendo a mí?
Chase suspiró, un sonido sufrido. Él se movió más atrás,
agarrando mi hombro y tirando de mi hasta que me coloqué sobre mi
espalda. Él se movió, levantándose sobre su antebrazo y mirándome. Me
miró durante un segundo, moviendo la cabeza.

—¿Cómo es posible que no veas lo hermosa que eres?

Oh,

joder

las

mariposas.

Mi vientre era un traidor.

—Chase, realmente... yo no...

—Cállate. No te atrevas a terminar esa frase. —Su mano fue a mi


rostro, acunando mi mandíbula—. ¿Cuántas veces te he dicho lo hermosa
que eres? —preguntó para sí mismo—. Y todavía no me crees.

—No es que... es...

—¿Qué es?

—Son unos veintitantos años de no sentirme así. De nadie que me


diga eso. No es que vaya a transformar mi pensamiento de la noche a la
mañana. Pero estoy mejorando. Quiero decir... ¿Podrías imaginarte a la
persona que entró aquí para mi sesión introductoria con el vestido que
llevaba esta noche?

—Es un buen punto —dijo, asintiendo—. ¿Crees que lo digo en


serio cuando digo que eres hermosa?

¿En su opinión profesional?


—Allí —dijo, sus dedos cavando suavemente en mi cara—. Esa
mirada. ¿Qué es esa mirada? Me la has estado dando mucho
últimamente.

¿Era una mirada distinta? Eso era genial. Simplemente


encantador.

—¿Cuál mirada?

Él soltó mi cara, rodando sobre su espalda, y rastrillando sus


manos sobre su cara.

—Me estás matando, mujer.

Ídem.

Aproximadamente un millón de veces.

—Me voy —dije, moviéndome para deslizarme por el lado opuesto


de la cama.

—Eso no es lo que quiero.

Respiré hondo, de espaldas a él, con los pies en el suelo. Cada


gramo de mí estaba gritando que volviera a él, que me acurrucara en mi
lugar seguro. Por última vez. Pero tal vez ya había recibido demasiadas
“últimas veces” por una noche. Tendría que seguir adelante.

—Lo sé —dije, mi voz pequeña cuando finalmente me obligué a


permanecer de pie—. Pero es tarde.

—Nena...

La suave súplica en su voz se sintió como si alguien agarrara mi


corazón en sus manos y lo retorciera.
Cogí mi vestido, volviéndome hacia él con una sonrisa pequeña y
temblorosa.

—¿Sí?

Pero él no tenía nada que decir.

Y yo estaba cansada de fingir que no lo hacía.

Así que me metí en mi vestido, luego extendí la mano y toqué su


pie por encima de la sábana.

—Te veré mañana.

—A las siete.

—Como siempre —asentí, agarrando mis llaves y mi cartera.

Ni siquiera iba a acompañarme a mi coche.

Supongo que estábamos más allá de esas gentilezas.

Agarré mi abrigo y me lo puse, abrochándolo por completo y salí.

La puerta cerrándose tuvo un toque de finalidad a la que salté.

Esto llegaba a su fin.

Pronto.
Después de la sesión
—¿Shay? —Llamé, cerrando y trabando la puerta del apartamento.

Era tarde. Pero no era tan tarde. Ella todavía estaría arriba,
acicalándose, revisando sitios de redes sociales, tomándose selfies.

Pero el apartamento estaba sospechosamente silencioso. Ni


siquiera el sonido de algún programa de tv de última hora de la noche.
No creo haber entrado nunca en mi apartamento y encontrar todos los
aparatos electrónicos y la mayoría de las luces apagadas.

Me saqué los tacones que me hacían sentir los tobillos como si


estuvieran a punto de astillarse y colgué el abrigo de Shay en la parte
trasera de la puerta.

Entonces escuché risas, y Shay salió bailando fuera de la


habitación de Jake, espantando sus manos mientras él la alcanzaba. Y
no estaba exactamente... vestida.

Miré abajo, al suelo, aclarándome la garganta.

La risa se detuvo y yo podría jurar que escuché una maldición


murmurada de Jake.

—Así que esto... está pasando —gruñí.

Casi podía oírlos mirándose, teniendo una conversación silenciosa


con sus ojos.

—Ava —dijo la voz de Jake, sorprendiéndome. Yo esperaba que


Shay diera el paso adelante—. Esto no es nada. Es...

—Felicitaciones por el sexo —dije, yendo al baño y desnudándome.


Esta iba a ser la tercera ducha del día.

Las cosas iban a ser lo suficientemente malas en un par de días


cuando mi terapia con Chase hubiera terminado. Una de dos cosas iba a
suceder. O bien pasaría lo de mi transferencia de inmediato y me sentiría
un poquito avergonzada por ser tan tonta. O tardaría y sentiría lo que
estaba sintiendo en este momento: vacío.

Y encima de todo, mis compañeros de apartamento... las únicas


dos personas en mi vida en las que había aprendido a confiar y que había
dejado entrar, estaban follando. Conociéndolos tanto, sabía que eso
estaba condenado al fracaso. La pregunta no era si, era cuando. ¿Y qué?
¿Yo estaría en el medio? ¿Intentando cortar sus peleas, tratando de
razonar con ellos? ¿Sería la mala que tendría que decir “te lo dije”?

Maravilloso.

Yo estaba totalmente de humor para eso.

—Mira —dijo Shay, entrando en el baño y cerrando la puerta con


fuerza, haciéndome saltar y mirar la cortina de la ducha como si fuera a
ser abierta en cualquier momento—, que no se te retuerzan las bragas —
señaló y pude imaginar el ceño que me estaba dando—. Después de todo,
esto es culpa tuya.

—¿Mía? —exploté, asomando mi cabeza por detrás de la cortina. Y


allí estaba ella. Aún desnuda. Y completamente cómoda con ello—.
¿Cómo demonios es culpa mía que ambos estéis haciendo algo tan
estúpido?

Su ceja se alzó ligeramente ante mi elección de palabras.

—Tú eres la que sigue y sigue con esa mierda sobre lo similares
que somos.

—¿Y eso quería decir que teníais que tener relaciones sexuales?
—No, pero ¿quién rechazaría la oportunidad de jugar con su
gemelo en forma de sexo opuesto?

—Eso sonó... horrible.

—Bien. Lo que sea. Ya sabes a qué me refiero.

—Bueno, yo, por ejemplo, no tendría ningún interés en tener


relaciones sexuales con mi equivalente masculino.

—Sí, pero sólo porque estás en una situación única. Las chicas
tímidas son calientes. Los chicos tímidos son aburridos como la mierda.

Encogiéndome de hombros y retrocedí detrás de la cortina.

—¿Has pensado en qué tan mala es esta idea?

—Oh por favor...

—No, no me digas “por favor”. Ahora vives aquí. Él vive aquí. Y sé


que no lo conoces como yo, pero es un mujeriego. Ninguna mujer le dura
más que una noche.

—¿Y quién dijo que yo quería más que eso? —preguntó Shay, y
luego se detuvo—. Mira, soy una mujer adulta que ha tenido bastante
experiencia. Puedo ver a un hombre como Jake a un kilómetro de
distancia. Sé exactamente cómo funciona esto. Eso no significa que no
valga la pena, ¿sabes? No todos los follamigos necesitan durar una vida.
O incluso el fin de semana. Nos divertimos.

—¿Y realmente crees que vas a poder andar alrededor como si nada
hubiera pasado?

—¿Conoces a nuestro chico del reparto del trabajo?

—Sí...
—Solíamos follar en todas las superficies de esa maldita camioneta
de reparto. ¿Nos ves actuando como un puñado de perras por esa
mierda?

—No. —De hecho, actuaban como extraños educados.

—Exactamente.

—Correcto —dije, suspirando—. Bien.

—¿Que sucede contigo?

—Nada. Estoy bien.

—No —dijo Shay, con voz firme.

—Mañana es la novena sesión —dije, cambiando el agua a fría—.


Saldremos y me enseñara a conocer chicos en un bar.

—Y no quieres hacer eso porque estás enamorada de él.

—Un amor falso.

—Sí, seguro. Como lo quieras llamar.

—Shay... —dije, mi voz se quebró ligeramente.

—Lo sé —dijo, su voz sonaba suave—. Chica, te conozco. Pero


estarás bien. Estaré aquí.

Tomé una respiración temblorosa. Cierto. Eso era cierto. Tenía más
de lo que había tenido antes. Incluso si estaba perdiendo lo que se sentía
como todo. No estaría sola otra vez.

—Necesito un vestido para mañana —dije, estremeciéndome contra


el agua helada—. Algo como el de esta noche.
—Has venido al lugar correcto —reflexionó, me tendió una toalla
cuando cerré el agua—. ¿Cómo zorra quieres verte?

—Malditamente muy zorra —decidí. Si lo iba a hacer, podría


hacerlo bien—. Pero no voy a usar esos tacones rojos nunca más. —De
hecho, deberían ser quemados. Cada vez que los viera, pensaría en mis
piernas en el aire con Chase admirando la vista.

****

—Shay —le dije, la noche siguiente de pie en nuestro dormitorio,


tratando de hacer sonar mi voz razonable—, por favor, dime que es el
cambio, no el vestido real.

—¿Un cambio de ropa? ¿Qué son los ochenta? Nadie usa más los
cambios. Este es el vestido. Y es de diseñador, no es ninguna muestra de
tela barata para cualquieras en las tiendas departamentales. Dijiste que
lo deseabas zorra.

Cierto. Pero al parecer nuestras opiniones sobre lo que quería decir


zorra, variaban extremadamente. Porque lo que estaba sosteniendo
parecía algo que alguien llevaría a la playa, no a un club... en un día muy
frío de otoño.

Era negro. Y, esencialmente, consistía en un sostén y una súper


ridículamente corta mini falda con una malla negra que los conectaba.

—Se puede usar con medias semi opacas. Pero... quiero decir...
pantimedias. Las medias no deben cortar a la altura de los muslos. ¿A
qué club te llevará?

—No dijo nada.

—Bueno... vestida así, puedes entrar en cualquier lugar bueno de


la ciudad. Lo he usado un montón de veces. Además, te destacarás. Todo
el mundo lleva estos vestidos recortados ahora. A los hombres les gusta
este vistazo sorpresa. Pueden ver cosas, pero sin realmente verlas. Pero
con este... todos ellos quieren desenvolverte como un regalo.

—De acuerdo, bien —concedí, quitándole el vestido.

—¿Nerviosa?

—Sí.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con un desconocido en


un bar?

Nunca. Eso sería nunca.

—No lo he hecho.

—Mierda. Bueno, no es tan difícil. No intentes ser alguien que no


eres. Sé tú misma. Pero ríe más. Haz contacto visual. Tócalos si están lo
suficientemente cerca. Los hombres pueden ser un poco obtusos en
recoger las señales por lo que necesitas ser un poco obvia. Ah, y esto...
—dijo, agarrando una pluma y un pedazo de papel, garabateando algo.

—¿Qué es eso? —pregunté, mirando los números.

—Un número de teléfono. Memorízalo antes de salir.

—¿Por qué?

—Dáselos a los chicos que realmente no quieres que te llamen.


Estoy segura de que tu psiquiatra tratará de enseñarte cómo decepcionar
a los chicos. Pero esa mierda no funciona. Así que solo dales este número
en su lugar y excúsate con ellos.

Asentí. Esa era una buena idea. No podía verme capaz de rechazar
a la gente. Sabía lo horrible que se sentía.

—¿De quién es este número?


—Oh —dijo, poniendo maquillaje en mi mesita y sonriendo
maliciosamente—, mi ex mejor amiga de hace unos años. La perra me
robó a mi hombre directamente de debajo de mis narices. Ella recibe un
montón de llamadas telefónicas de perdedores. Y, estoy segura, más que
unas pocas fotos de pollas. La mejor venganza.

Shay me llevó a la silla de mi ordenador, me sentó y luego pasó por


un largo proceso de una hora para prepararme para salir. Ella se volvió
un poco más loca con el maquillaje de lo que había hecho la última vez,
trabajando incansablemente para obtener el perfecto ojo ahumado. Que
al parecer tomó cuatro intentos. Tenía pestañas postizas aplicadas y algo
llamado “spray toda la noche” por todo mi rostro así nada se corría. Me
puso en mis labios un leve tono de lápiz labial mate. Entonces pasó por
el proceso de arreglar mi cabello.

—De acuerdo —dijo, retrocediendo—. Estilo club listo.

—Casi tengo miedo de mirar —dije, sonriendo.

—No estás tan diferente. Ahora tus ojos realmente resaltan.

Y ella tenía razón. Las pestañas postizas (tan raras como se


sentían) se veían geniales. Y mi rostro no parecía tan cargado como se
sentía, incluso. Base y polvo probablemente ayudarían cuando me
subiera el rubor.

—Ve a cambiarte —dijo Shay, abriéndose paso hacia la puerta—.


Si no tienes cuidado, no tendrás tus diez minutos antes.

—Ja, ja —dije, entrecerrando mis ojos hacia ella.

Tenía razón.

Siempre llegaba al menos diez minutos antes.


Pero no quería llegar temprano. Quería estar justo a tiempo. O
incluso con algunos minutos de retraso. No quería tener que pasar
tiempo extra a solas con él. El viaje en coche ya sería bastante malo.

Deslicé el vestido y ajusté mis tetas en el apretado corpiño que


parecía empeñado en subirlas lo más alto posible. La falda iba a ser la
perdición de mi existencia toda la noche. Traté de tirar el pegajoso
material hacia abajo, pero simplemente se deslizó nuevamente hacia
arriba. Con un suspiro, me senté para atarme los tacones negros que
Shay me había proporcionado, pequeñas correas cruzando la parte
superior del pie y los tacones no tan altos como los de la noche anterior.

—¿Estas decente? —gritó Shay llamando a la puerta.

No realmente, nop.

—Sí —dije y la puerta se abrió.

—Mierda —dijo, asintiendo—. Eso bastará. Muy bien, aquí, déjame


rociarte con un poco de perfume.

—Tengo el que Jake...

—No —dijo firmemente, agarrando una de sus botellas—. No esa


cosa de vainilla. No esta noche. Necesitas algo que golpee un poco. Aquí
—dijo ella, rociando el aire.

Arrugué ligeramente mi nariz contra el aroma. Yo no era un gran


fan del perfume para empezar y el de Shay parecía gritar sexo.

—¿Qué es esto?

—Sólo un perfume... mezclado con feromonas.

—Oh, por Dios —gemí, sacudiendo la cabeza.

—Oye, vendrán cargando contra ti.


—Como ciervos en época de celo —gruñí.

—¿Qué huele tan bien? —preguntó Jake, entrando en la


habitación, haciendo que Shay y yo lanzáramos la cabeza hacia atrás y
nos riéramos.

—Está bien, lo tienes—dijo Shay, caminando hacia la puerta.


Agarré su abrigo de la noche anterior, no estaba dispuesta a caminar en
esta ropa interior con pretensiones—. ¿Tienes el número memorizado?

—Sí.

—De acuerdo. Trata de divertirte con él, ¿de acuerdo? Esto no es


sólo una tarea. Es práctica para tu futuro lleno de citas —dijo,
entregándome mi billetera y mis llaves.

Mi futuro lleno de citas.

Oh, qué alegría.


Novena sesión
Con el número de teléfono falso rodando alrededor de mi cabeza en
un carrete sin fin, caminé rápidamente hacia la oficina de Chase,
impulsada principalmente por mi deseo de terminar con toda la maldita
noche lo antes posible.

Llegué a su puerta cinco minutos después de las siete, casi un poco


orgullosa de mí misma por no estar ansiosa por mi impuntualidad. Tan
pronto estuve en la puerta, allí estaba Chase con un traje gris oscuro y
camisa blanca.

—Llegas tarde.

—Sí —estuve de acuerdo, cerrando la puerta antes de recordar que


no era ese tipo de sesión.

—Bien por ti —dijo, aprobando. Oh, no un halago. Literalmente


cualquier cosa menos un elogio—. Vamos a ver ese vestido, nena. —
Cualquier cosa menos que los elogios... y las caricias.

Alcancé los botones del abrigo, y luego lo saqué rápidamente. Fui


recompensada por el sonido de su aliento saliendo con fuerza.

—¿Esto es demasiado? —pregunté, sintiéndome insegura—. Shay


me dijo que funcionaría en... todos los bares y clubes, pero estoy
empezando a cuestionar seriamente su sentido de la moda.

Sus labios se curvaron un poco mientras se movía a través de la


habitación hacia mí.

—Es un bonito vestido. Pero parece extraordinario en ti —dijo, con


su mano extendiéndose para tocar la malla de mi vientre. Respiró hondo,
con la cara fruncida—. No hueles como tú.
Sonaba como un insulto.

—El perfume de Shay —le dije.

—Tus ojos —dijo, su voz casi sonando triste.

—Pestañas postizas. Aparentemente hacen que mis ojos resalten o


algo así.

—Tus ojos resaltan bien por su cuenta —murmuró, su mano


moviéndose para acariciar mi mejilla.

Tragué con dificultad, tratando de concentrarme en cualquier cosa


menos en la sensación de su mano en mi piel.

—¿Debo quitarlas? —le pregunté, pensando en lo extraño que


estarían mis párpados si ya no se sintiesen pesados.

—No —dijo él, sacudiendo la cabeza y bajando su mano—. Están


bien. La mayoría de los chicos apreciarán el esfuerzo.

La mayoría de los chicos.

No él.

—Entonces, um —dije, mirando hacia mis pies, sintiendo una ola


enorme de inseguridad—, ¿a dónde vamos?

—Estás nerviosa.

—Sí.

—¿Por qué?

—Nunca he sido buena con toda esa... cosa de coquetear.

—Es por eso que estoy aquí... para enseñarte.


Bien. Paciente/doctor. Recuérdalo.

—Vamos a empezar en un restaurante. Conseguiremos poner algo


de comida en tu estómago para que ayude con la ansiedad...

—¿Me llevarás a cenar?

Mis ojos se alzaron, curiosos.

—Supongo que, de nuevo, no has comido antes de venir aquí.

—No.

—Está bien —dijo, extendiéndose detrás de mí para abrir la


puerta—. Vamos. Se está haciendo tarde —dijo.

No me puso la mano en la espalda.

De hecho, no me tocó en absoluto. Ni siquiera por accidente.


Mantuvo un espacio seguro entre nosotros.

Me senté en tenso silencio en su coche, mi corazón comenzó a


aporrear un poco más rápido que de costumbre en mi pecho. Me aferré a
la manija de la puerta, aplastándola en mi palma, tratando de
concentrarme en eso y no en lo frío que estaba siendo. Se desvió y salió
del tráfico, ni siquiera miró una vez hacia mí.

Entonces llegamos al restaurante y él abrió mi puerta, ni siquiera


se molestó en extender su mano para ayudarme. Cuando lo miré, curiosa,
él estaba claramente mirando a otro lado.

Bien.

Así que así sería.

¿Por qué diablos se molestaba en llevarme a cenar si ni siquiera


quería mirarme? Podría haberme llevado fácilmente a un club y haber
terminado esa terrible sesión. Pero, no, él tenía que alargarlo. Y no sólo
tenía que alargarlo, sino que repentinamente se convertía en otra persona
mientras lo hacía.

Salí del coche, tratando de apartar los pensamientos negativos. No


iban a ayudar. Miré hacia el restaurante, mi boca se abrió un poco y luego
me eché a reír, una risa llena, girando, haciéndome doblar ligeramente
hacia adelante, sosteniendo mi vientre.

—¿En serio? —le pregunté, mirándolo.

Me estaba mirando, sonriendo de par en par, con los ojos


arrugados en los bordes.

—No lo juzgues por lo que parece —dijo, extendiendo la mano y


poniéndola en mi cadera.

Bueno. Era difícil no juzgar por cómo se veía. Porque lo que parecía
era francamente sórdido. Mesas azules brillantes, con la horrible pintura
descolorida, despintadas paredes blancas sobre las que dolorosamente
colgaban del techo falsas plantas. La gente adentro estaba vestida con
vaqueros y camisetas. Y yo estaba vestida como si estuviera tratando de
encontrar un sugar daddy6.

Había una gran señal de madera colgando sobre la puerta con el


nombre mal escrito a mano a través de él:

Restaurante.

—Entonces, ¿qué sirven en Restaurante? —le pregunté mientras


me llevaba a través de la puerta. Chase soltó una risita burlona—. No

6
En líneas generales, un hombre maduro y económicamente solvente que se
desenvuelve con facilidad en cualquier espacio. Le gusta estar con chicas jóvenes, pero
es lo suficientemente realista como para saber que ninguna muchacha se acercará a él
sin un interés de por medio, así que está dispuesto a pagar por su compañía de una
manera “decorosa”. Es decir, no le da una cantidad de dinero, sino que le compra ropa,
regalos, la lleva a cenar y viajar. Todo ello sin ningún compromiso.
confío en esa risa —le dije, observando su perfil cuando nos dijeron que
“simplemente nos sentáramos en cualquier parte”.

Él tomó dos menús, nos llevó a una mesa en la parte de atrás, y


me dio el mío para que lo mirara. En cuanto lo abrí, supe lo que era tan
gracioso.

—¿De verdad? —le pregunté, mirándolo desde la parte superior de


mi menú.

—De verdad —dijo, sonriendo.

Al parecer, mis opciones eran: pollo, vaca, cerdo, o cosas verdes.

—¿Así que la intoxicación alimentaria es una parte del plan o


simplemente un beneficio adicional?

Chase abrió la boca para responder, cuando llegó una camarera.


Era alta y bonita, de muslos gruesos, pero con cintura pequeña y
enormes ojos de color azul hielo, con un par de leggings rosa fuerte y una
camiseta que decía: “Que se jodan los estándares de belleza”.

—¿Qué deseas?

Sonreí de nuevo a Chase, sacudiendo la cabeza.

Se encogió de hombros.

—Dos pollos —decidió por ambos, entregándole los menús.

Luego, sin más conversación, la camarera se alejó.

—Verdaderamente un establecimiento pequeño y encantador —


observé, bebiendo mi agua.
—Lo entenderás cuando pruebes la comida —me aseguró—.
Entonces, Ava —dijo, volviendo sin esfuerzo a su tono de terapeuta y me
sentí tensar—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cita?

Oh, que divertido.

Vamos a arrancar algunas viejas costras.

Siempre es una buena manera de ponerme de humor para


coquetear con extraños.

—Hace más de un año —dije simplemente—. Probablemente más


cerca de los dos.

—¿Cómo fue eso? ¿Dónde os conocisteis? ¿Fue sólo una cita?

—Sitio de citas en línea —admití, sintiendo un rubor subir. ¿Había


algo más vergonzoso de admitir?—. Fuimos a cenar. Fue forzado y torpe.

—¿Y?

—Y volvimos a su casa.

—¿Aún cuando se sintió forzado y torpe?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque no pude decir que no. —Me encogí de hombros—. Pensé


que le daría una oportunidad.

—No fue bien.

Sentí como si hubiera perdido un pedacito de mí misma en su


cama. La pequeña pieza que todavía estaba dispuesta a probar.

—No.
—Ava... —empezó con ese tono. Ese tono que era medio regaño,
porque yo no le estaba dando lo que él quería.

Pero por alguna coincidencia maravillosa, la comida llegó, la


dejaron caer fuerte justo delante de nosotros. Escarbé tratando de dejar
claro que no estaba con ánimo de hablar.

—No más citas en línea —me dijo, haciendo que mi cabeza se


levantara.

—¿Qué? ¿Por qué no?

—Porque es demasiado fácil para ti. Consigues esconderte detrás


de la pantalla de tu ordenador y encontrar el partido que sea menos
amenazante. Te meterás de nuevo en tu cáscara. Tienes que salir y
experimentar cosas, Ava.

—Bueno —dije, incómoda. Me sentí como si estuviera recibiendo


un sermón, no una lección—. Estoy experimentando el mejor pollo que
he tenido en mi vida —dije, señalando hacia mi plato.

—Ava...

—No quiero un sermón, Chase —me encontré gritando,


sorprendiéndome a mí misma y a Chase, cuya frente se alzó ligeramente.

—Yo no estaba...

—Sí —le dije con firmeza—, lo estás. Y también eres un asno


condescendiente.

—Bien por ti —dijo, asintiendo.

—Bien por mí, ¿por qué?

—Por defenderte a ti misma. Incluso si estás equivocada —dijo,


sonriendo.
—No estoy equivocada. No sé qué te pasa esta noche, pero estás
siendo un idiota y es molesto.

—¿Molesto?

—Sí. Molesto. Y frustrante. —Bajé mis ojos—. ¿Por qué sonríes?

—Hace un par de semanas, ¿crees que podrías haberme llamado


asno, idiota, molesto y frustrante... en mi cara?

Bueno, mierda.

No.

—Probablemente no.

—Definitivamente no —corrigió.

—¿Y qué? ¿Fue una especie de prueba?

—No, realmente no.

—Entonces, ¿estás de mal humor sin motivo?

Me observó durante un largo minuto, con ojos intensos, luego bajo


la mirada.

—Tengo una buena razón, pero es intrascendente. De todos modos


—dijo él, empujando su plato, casi sin comer—, vamos al Chaos desde
aquí.

Asentí, pensando en las largas colas que rodeaban el edificio y la


calle, la música que oía desde mi coche con las ventanas levantadas al
pasar, el interminable desfile de largas piernas con faldas cortas.

Sí, iba a encajar totalmente.


De repente, el pollo se sintió como plomo y yo empujé mi plato lejos,
tomando un trago de agua, luego mirando a Chase.

—Estoy lista cuando tú lo estés.

Él asintió, arrojando dinero sobre la mesa y levantándose.

Diez minutos después, estábamos caminando hacia el Chaos.

Y me refiero a caminar hacia él. Pasando a todas las personas que


probablemente habían estado en la fila durante una hora, las chicas
bailando alrededor y frotando sus brazos desnudos para tratar de
defenderse del frío. Chase me acompañó hasta el portero, diciéndole algo,
cerca de la oreja, y luego nos dejaron entrar.

El interior estaba lleno. Inmediatamente al entrar y abajo había


una pista de baile y a ambos lados de la estancia había escaleras que
conducían a un bar, una abierta al público y otra privada con un guardia
de seguridad en la parte inferior.

Me llevó a la privada, el guardia de seguridad inclinó su cabeza a


Chase y me ofreció una pequeña sonrisa mientras me movía más allá de
él para subir los escalones. La música latía tan fuerte que pude sentirla
a través de las plantas de mis pies y subiendo.

La zona en el área privada era espaciosa y, gracias a Dios, no


estaba tan llena. Unos pocos hombres estaban sentados a las mesas con
varias mujeres atractivas (sin duda considerándose afortunadas) que los
acompañaban. Chase me llevó al bar, pidió un scotch para él y un Martini
para mí. Luego me instruyó que me sentara en el bar y esperara.

Para qué... no me lo dijo.

Así que me senté y esperé.


Escuché la música, ignoré el contacto visual que un tipo en el otro
extremo de la barra estaba tratando de darme.

Entonces Chase se deslizó a mi lado, girando en su asiento para


que sus piernas me bloquearan.

—Hola —dijo simplemente y sentí que mis cejas se unían.

—Hola... —dije de vuelta, mirándolo.

—Me llamo Chase —dijo, tendiéndome la mano.

Oh.

Así que estábamos haciéndolo.

Bien.

Yo podía seguirle el juego.

Algo así.

—Soy Alexandra Feodorovna —dije, sonriendo dulcemente.

Los ojos de Chase brillaron por un segundo, una sonrisa tirando


de sus labios. Luego, sin perder un latido, asintió:

—Te ves muy bien para alguien que murió por un pelotón de
fusilamiento hace casi cien años.

—Me hidrato —asentí y él se echó a reír.

—Esto no va a funcionar si no lo tomas en serio —dijo después de


un minuto.

—Lo siento. Sólo... se siente raro.

—¿Qué dices? ¿Coquetear contigo? Nena, he estado dentro de ti.


Oh,

señor

Jesús.

Bien.

Mis partes femeninas necesitaban un descanso. Una frase de él y


me sentía como si estuviera lista para arrastrarlo al baño y tener mi
camino con él.

—Lo siento —me sonrió—. No quise ponerte caliente y molestarte.

—No lo estoy —insistí, tratando de salvar al menos un fragmento


de mi orgullo.

—¿De verdad? —preguntó, su mano aterrizando muy alto en mi


muslo—. Podría... comprobar eso. Solo para asegurarme.

Realmente, realmente quería que él revisara.

Y, maldito sea, él lo sabía.

Sus dedos jugueteaban con el dobladillo de mi falda que era


indecentemente alta estando sentada. Uno de sus dedos se deslizó hacia
arriba y casi entró en contacto con mis bragas.

Casi me caí del asiento.

—Está bien —dijo, recostándose, sacudiendo la cabeza como si


estuviera tratando de despejarla—. Lo siento. Me detendré.

—No quiero que te detengas.

Oh Dios mío.

No lo registré.
De ninguna manera.

Sus ojos se oscurecieron, inclinándose más cerca, su boca en mi


oído.

—Créeme, nena, yo tampoco quiero parar. Quiero sacarte de aquí,


tirarte en mi coche y ver cómo me tomas hasta que grites mi nombre.

Bien.

Guau.

Apreté los muslos con fuerza, respirando hondo.

—Pero no puedo hacer eso. Esta noche, no eres mía.

De acuerdo.

Yo era maldita mercancía pública.

Me senté recta, alejándome de él.

Y nunca fui realmente suya. No de la manera que quería.

Puse cara de póker.

—Bueno. ¿Y ahora qué? ¿Te irás?

—No. Estaré aquí. Si me necesitas, ven a buscarme. O llámame. Yo


te vigilaré.

Tanto para mi entrenamiento de coqueteo.

—Si alguien realmente te molesta...

—Ya lo tengo, Chase.

—Ava...
Me puse de pie, agarrando mi Martini.

—Dije que lo tengo —respondí, caminando hacia la barandilla y


mirando hacia abajo a la pista de baile, los cuerpos retorciéndose.
Mujeres en pequeños círculos, bailando sexualmente para atraer la
atención de los hombres, tanto si lo admitían o no. Hombres y mujeres,
sus cuerpos moviéndose juntos como un arcaico ritual de apareamiento.
Todo el edificio rezumaba sexo.

Por el rabillo del ojo, pude ver a Chase. Se había movido al otro
extremo de la barra, haciendo girar su bebida, dándome miradas
ocasionales.

No pasó mucho tiempo hasta que sentí que alguien se movía a mi


lado, bloqueando mi visión de Chase. Miré hacia arriba, pasando por su
traje azul ajustado, camisa blanca, corbata rayada azul marino, y
finalmente su cara. Él era guapo. Alto. Se elevaba sobre mí incluso con
mis tacones. Tenía un rostro con una mandíbula amplia y una frente
fuerte, con cabello corto, rubio oscuro y ojos marrones.

—¿Estás con ese tipo? —preguntó, inclinando la cabeza en


dirección de Chase.

Técnicamente, sí.

Pero, al mismo tiempo, completa y absolutamente... no.

—No —dije, dándole, lo que esperaba fuera una sonrisa


encantadora.

—¿Quieres bailar?

Oh Dios.

Bailar no.

Cualquier cosa menos bailar.


—Claro —sonreí, tomando el consejo de Shay y tocando su mano
que estaba junto a la mía en la barandilla. Tomé mi bebida y la vacié, con
la esperanza de que algo de valor líquido me golpeara antes de llegar a la
pista de baile.

—Soy Tate, por cierto. Lo sé —dijo, sonriendo con facilidad—, es


un nombre ridículo.

—Soy Ava —le dije, sintiendo el nudo en mi vientre aflojarse un


poco. No fue tan malo. Si eso era todo lo que significaba coquetear, podría
manejarlo totalmente.

Agaché la cabeza cuando me volví, no quise hacer contacto visual


con Chase por numerosas razones, mientras Tate me ponía una mano en
la cadera, guiándome por el lugar y hacia las escaleras.

Presionamos a través del borde de la multitud hasta que estuvimos


en algún lugar cerca del centro e incapaz de no hacerlo, levanté la cabeza
para mirar atrás hacia el bar. Otra mujer, rubia, bonita, con los pechos
casi derramándose fuera de su vestido, se acercó a Chase, colocó una
mano en su hombro y susurró en su oído. Chase se volvió, inclinando la
cabeza hacia ella, y le dio una sonrisa de megavatios que sólo había
conseguido ver menos de un puñado de veces.

Así que así era.

Sentí una rápida y nauseabunda punzada de dolor acompañada


por la retorcida sensación de los celos. Mis ojos cayeron, luego miré a
Tate.

Bueno, jódete Chase.

Y que se jodan sus reglas.

Después de tres bebidas una hora más tarde, las inhibiciones


cayeron, presioné mi cuerpo contra Tate, sus brazos alrededor de mi
espalda. Muy apretado. Y si yo no estuviera luchando con un zumbido
agradable haciendo que mi piel hormigueara, lo habría empujado lejos,
asustada y corriendo a cualquier lugar, escondiéndome.

—Eres tan hermosa —murmuró Tate cerca de mi oído.

—Gracias —dije, balanceando mis caderas contra él.

—Ava.

Chase.

Su voz era el equivalente a que me tiraran un cubo de agua helada.


Sobria. De repente me sentí tan increíblemente sobria que era ridículo.

Me sentí tensarme, moviéndome para poner espacio entre Tate y


yo.

—Ella dijo que no está contigo, amigo —dijo Tate, por encima de
mi hombro, parecía que estaba listo para defender mi honor si lo
necesitaba. Lo cual era dulce. Me habría dado cuenta de lo dulce que era
si Chase no estuviera detrás de mí, sin duda desaprobando
completamente mi comportamiento y dándome una de esas miradas
suyas.

—Está equivocada —dijo Chase, con voz fría—. Ava... es hora de


irnos.

Sentí que mi columna vertebral se enderezaba.

—No, creo que estoy bien aquí, Chase. Gracias por tu


preocupación. Puedes irte sin mí —dije, sin darme la vuelta.

—Ava...

—Dije que te fueras, Chase.


Y entonces lo hizo.

Disfruté de la idea de Tate por un tiempo, tratando de empujar más


allá del creciente nudo de ansiedad en mi interior. Pero pronto sus brazos
se sintieron como una prisión, su colonia olía abrumadora, la energía
colectiva de la multitud se sentía sofocante. Y no podía respirar.

—¿Estás bien? —preguntó Tate mientras miraba mi mano en mi


garganta, cuando mis ojos se abrieron y entré en pánico.

—Yo... tengo que irme...— dije, volviéndome.

Su brazo se cerró alrededor de mi brazo, tirándome hacia atrás,


haciendo que una oleada de pánico se levantara histéricamente en mi
garganta.

—Espera. ¿Cómo puedo entrar en contacto contigo?

Tragué fuerte contra el nudo en mi estómago mientras sacaba su


teléfono, tratando de alejarlo suavemente, pero su mano era insistente.
Murmuré el número de la amiga desleal de Shay, lo que, me hizo sonreír,
aleje mi brazo, y corrí.

Irrumpí en la puerta de entrada, lo que se sintió como una


eternidad después, luego de empujar a través de la aplastante multitud
para llegar a la salida.

El aire exterior me golpeó, frío y reconfortante cuando tropecé en


la dirección opuesta de la fila de gente esperando para entrar.

—Ava...

Mi cabeza se levantó, mirando alrededor y encontrando a Chase


apoyado contra la pared del club, con aspecto cansado. Sus ojos cayeron
sobre mi cara, suavizándose inmediatamente.

—Hola nena...
¿Por qué tenía que ser tan jodidamente bueno?

Quiero decir, incluso después de ser un idiota.

No estaba bien.

Estaba causando todo tipo de sentimientos contradictorios en mi


interior.

Y yo no estaba en condiciones de luchar contra ellos.

Así que salieron a la superficie. A través del pánico. Las lágrimas


empañaron mis ojos y me volví a alejar, caminando en la otra dirección,
lejos de él.

Su brazo rodeó mis caderas antes de que yo hubiera dado dos


pasos, girándome y alejándome de la multitud.

—Está bien —murmuró, cerca de mi oído mientras lo seguía


ciegamente mientras él me movía alrededor del edificio—. Respira, Ava —
me instruyó y lo intenté, pero se me quedó atrapado en la garganta—.
Oye —dijo, deteniéndose, agarrándome la cara y presionándome contra
la parte de atrás del club—, mírame. —Mis ojos lo alcanzaron
lentamente—. Respira. —Tomé una respiración temblorosa, sintiéndola
como azufre, quemándome la nariz y la garganta—. Estás bien —dijo,
mirándome con ojos convincentes—. Estoy aquí.

Las lágrimas se deslizaron y me incliné hacia adelante, apoyando


mi cabeza contra mi lugar, tomando otra respiración, inhalándolo. Sus
brazos se movieron lentamente alrededor de mí, vacilando en aferrarme.
Pero el efecto fue como un tranquilizante para mi sistema. Como una
cálida manta sobre mi cerebro.

Alejé las lágrimas con furia, más enfadada conmigo misma de lo


que había estado en mucho tiempo. Que me diera un ataque de pánico
porque estaba tratando de ser vengativa era tan increíblemente
inmaduro. Y el plan fracasó de la peor manera posible, no sólo me asusté
y huí, sino que me quebré ante Chase. De nuevo. Me aferré a Chase. De
nuevo. Dejé que Chase me arreglara. De nuevo.

Necesitaba aprender a arreglarme por mi cuenta.

Él no iba a estar siempre a mi alrededor.

No podía seguir corriendo hacia él.

Necesitaba dejar de apoyarme en él.

Me enderecé, alejándome, limpiándome las mejillas antes de


levantar la vista.

—¿Estás bien, nena?

—Sí, yo... estaba demasiado atestado, ruidoso y caliente. Yo... no


podía soportar más.

—Debiste marcharte conmigo.

Tomé aliento, dejé caer mis ojos a su cuello porque no podía


mentirle a la cara.

—Lo estaba pasando bien.

Vi el músculo en su mandíbula empezar a latir de nuevo.

—¿Qué le dijiste a tu... amigo?

—Le di un número falso y solo... corrí.

—Un número falso, ¿eh? —preguntó, sonando casi divertido—.


Supongo que esa es idea de Shay.

—Sí. Es el número de alguien que odia.


Chase resopló, tomando su chaqueta y quitándosela, para
colocarla alrededor de mis hombros.

—Tiene una buena cabeza sobre los hombros.

—Sí, excepto que está durmiendo con Jake —dije,


sorprendiéndome.

—Probablemente estarán bien juntos —dijo, poniendo una mano


en mi cadera y guiándome hacia su coche.

—No están juntos. Sólo están durmiendo juntos.

—¿Segura acerca de eso? —preguntó, dándome una sonrisa de


satisfacción—. Esos dos estarán saliendo dentro de una semana,
recuerda mis palabras.

—Pensé que eras un terapeuta sexual, no un experto en el amor —


dije, maldiciéndome cuando sus ojos se velaron. Siempre decía lo que no
debía.

—Cierto —dijo en un tono cortado, sosteniendo la puerta para mí


y luego deslizándose en el asiento del conductor. Luego volvimos en
silencio hasta que nos detuvimos junto a mi coche en el garaje—.
Tendremos nuestra sesión final el lunes.

—Lo sé —dije, mirando mis manos.

—A las siete.

—Como siempre —dije, bajando del coche.

Como siempre, pero por última vez.


Después de la sesión
Lloré. Mucho. Luego me odié por ello aún más. Fue un fin de
semana divertido.
Décima sesión
Nunca discutimos lo que haríamos en nuestra última sesión. Y por
eso había pasado mi fin de semana debatiendo mis opciones. Podía
escoger cualquiera de nuestras sesiones: besos y abrazos, desnudarnos
tocándonos castamente, masturbarnos mutuamente, excitación manual
con los dedos, sexo oral, sexo, juguetes y sexo anal.

Había considerado cada una de ellas.

Porque quería que me besara de nuevo. Como si estuviésemos


esperando que el mundo llegase a su fin. Como si fuera la última cosa
que haríamos. Quería que observase mi cuerpo desnudo con el mismo
asombro que la primera vez. Quería que viese cómo me tocaba a mí
misma, verlo llegar al orgasmo. Quería sus dedos en mi interior, y sentir
su polla en mi mano. Quería su cara entre mis muslos y quería su polla
en mi boca, para probar su deseo. Y, Dios, lo quería dentro de mí. Lo
quería dentro de mí con tal necesidad que era doloroso, tanto física como
emocionalmente.

Lo quería en cada posición posible.

Lo quería suave, dulce y amoroso.

Lo quería rápido, rudo y salvaje.

Solo lo quería… a él.

Lo quería demasiado.

Al final, sentada en el borde de mi cama el lunes después de


trabajar, decidí arriesgarme a tenerlo todo. Decidí hacer una ruptura
limpia. Necesitaba seguir adelante. Sería más fácil hacerlo desde que las
cosas se habían puesto un poco tensas durante las últimas sesiones.
Haría que alejarme de él doliese un poco menos. Y por un “poco menos”
no me refería a… el dolor aplastante en mi alma con el que había estado
luchando en mi interior durante días.

Me duché, sequé mi cabello con la toalla, me olvidé del maquillaje


y me puse un par de vaqueros negros y un suéter rosa pálido. Me rocié
el perfume de Jake. Y me sentí mucho más como yo misma de lo que me
había sentido por un tiempo en todos aquellos vestidos cortos y
demasiado maquillaje.

—No tienes que irte —dijo Shay, sentada en el sofá, mirándome.

—Sí, lo tengo que hacer.

—¿De veras crees que vas a lograr cerrar este capítulo de tu vida
haciendo esto?

Cogí las llaves de la mesa, negué.

—No.

—¿Entonces por qué te vas?

Respiré profundamente y la miré.

—Para probarme a mí misma que puedo.

****

Me permití entrar en su oficina y cerré la puerta, pero Chase no


estaba en ningún lado a la vista. Di unos pocos pasos dentro, echando
un vistazo alrededor, mirando la hora para asegurarme de que no había
llegado demasiado pronto. Sin embargo, estaba a tiempo. Y él siempre
estaba esperando. Me moví hacia la puerta abierta de su oficina, para
llamarlo, cuando lo vi.
Estaba sentado en el sillón en el que había estado sentado durante
nuestra sesión inicial, sin chaqueta, su camisa blanca parecía arrugada.
Tenía la cabeza apoyada en su mano y un whisky escocés en la otra
reposando sobre su pierna extendida.

Y solo parecía tan… perdido.

En realidad, nunca me había detenido a considerar el peaje que su


trabajo tomaba de él. No tanto por lo sexual, sino por la terapia. Tener
que escuchar las tragedias de todo el mundo, ayudando cuando podía,
sabiendo que algunas veces no podría hacerlo. Se debía sentir como si
cargase todo el peso del mundo sobre sus hombros. Y así era como se
veía, con sus hombros caídos soportando el peso.

—Chase… —le dije suavemente.

No reaccionó. Simplemente giró la cabeza despacio hacia mí.

—¿Ya son las siete? —preguntó con los ojos cansados y


entornados.

—Si —le respondí, entrando en la habitación y dirigiéndome hacia


él—. ¿Estás bien?

Me dio una leve sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Esa es mi pregunta.

—Bueno, te la estoy tomando prestada —le dije sentándome


delante de él.

Me sonrió, dejando su whisky escocés.

—¿Quieres una copa?

—No, gracias. Estaré sin tomar alcohol por un tiempo.


Deslizó una mano a través de su ceño, mirándome fijamente.

—Te ves mucho mejor.

—¿Mejor? —le pregunté, alzando mis cejas.

—Sí, no sé… más como tú misma. —Hizo una pausa, encogiéndose


de hombros—. Estás preciosa.

Allí estaba.

Tragué, mirándome las manos mientras el rubor apareció en mi


rostro.

—Gracias.

—Me imagino que querías una sesión de terapia de conversación


—me dijo haciéndome un gesto con la mano.

—Sí, yo… si —dije sin hablar, maldiciéndome a mí misma—.


¿Cómo funciona esto?

Me hizo un gesto con la mano.

—Podemos hablar sobre lo que quieras. Cómo crees que fue la


terapia. Preocupaciones que tengas sobre el futuro…

—¿Cómo creo que fue la terapia? —le pregunté, con preocupación,


juntado mis manos.

El aire en su oficina era espeso. Deprimente. Como si lo hubiese


exhalado y se hubiese impregnado en todos los tejidos y superficies de la
habitación.

Se incorporó lentamente, apoyando los codos sobre sus rodillas


hacia mí.

—Ava, lo has hecho mucho mejor de lo que había previsto.


—¿Si?

—Sí, nena —dijo haciendo una mueca—. Sí —dijo con un poco más
de firmeza—. No estaba realmente seguro de si acabaríamos las sesiones
en el tiempo estimado. Eras tan introvertida y asustadiza y entonces
simplemente… ¿floreciste es una palabra demasiado cliché?

No. Era la verdad.

Sin embargo, yo solo florecí por él.

Él era el amable Sol. Yo, la Tierra desagradecida.

—Chase, no puedo agradecerte…

—No —me dijo con contundencia—. No me tienes que agradecer


nada, Ava.

Un gran silencio pendió entonces, largo y lleno de palabras que


necesitaban ser dichas.

—Ava —dijo finalmente, sobresaltándome—. ¿Puedes venir aquí


por un instante? —preguntó extendiendo un brazo.

No estaba segura de lo que me estaba pidiendo exactamente, pero


me puse de pie y me acerqué un poco más. Extendió su mano y tocó mi
brazo, tirando ligeramente.

—Más cerca —dijo, sentándose de nuevo en su sillón. Con mi pie


tocando la pata de su sillón, no había otra forma de que me pudiese
acercar más, pero me moví hacia su regazo. Cuando levanté la mirada,
interrogante, extendió su otro brazo y me alcanzó.

Y mi primer pensamiento fue: no.


Esto era lo que me había estado convenciendo a mí misma de que
no debería suceder. Esto no era el corte por lo sano que había dicho que
necesitaba.

Pero era todo lo que quería.

Así que me deslicé en su regazo y con sus brazos me rodeó,


acercándome. Apoyé la cabeza sobre su pecho y su mejilla se posó sobre
mi cabello.

Y él solamente… me sostuvo.

Cerré mis ojos, escuchando el latido de su corazón, regular y


seguro. Sus brazos me estrecharon más y con mucho cuidado le planté
un beso sobre su camisa, demasiado suave para que él pudiera sentirlo.

Para mí, eso era terapia.

Su toque era un remedio. Era una cura.

Unos minutos más tarde, sus manos se deslizaron hacia arriba y


abajo por todo mi cabello, acariciándolo suavemente, incansablemente,
mientras que el reloj marcaba la mayor parte de una hora.

—Chase…

—¿Sí, nena?

¿Qué podía decir? ¿Qué quedaba?

Suspiré, sacudiendo levemente la cabeza.

—Me hiciste mejorar mucho.

—No, nena. Tu misma te mejoraste. Yo solo te ayudé un poco.

—Por Dios, aprende a tomar un cumplido, ¿lo harás? —le pregunté


y fui recompensada con una pequeña sonrisa.
—Eres increíble Ava. Nunca permitas que nadie trate de
convencerte de lo contrario. Prométemelo.

Era un verdadero desafío.

—Lo intentaré.

—No es suficiente —dijo dándome un beso en el cabello—. Inténtalo


de nuevo.

Resoplé sonriendo un poco. Mandón Chase.

—Bien. Lo intentaré bastante.

—Eres imposible —dijo y podía imaginármelo poniendo los ojos en


blanco—. En el futuro, cuando estés saliendo con alguien y…

—El presente —le interrumpí sorprendiéndome a mí misma.

—¿Disculpa? —Chase preguntó, sus manos inmóviles.

Incliné mi cabeza un poco para poder mirar su rostro.

—Alguien me dijo una vez que estuviera en el presente —le


expliqué—. Creo que fue un consejo muy bueno —le dije apoyando mi
cabeza de nuevo en mi lugar seguro. Quería atesorar cada última
sensación que me diese, para resguardarlas y recordarlas cuando
estuviera sola, triste y ansiosa.

Tuve la sensación de que habría muchos de esos días por venir.

—Bien —dijo, y me quedé allí, en ese momento de silencio.

Hasta que me quedé dormida.

Entonces me desperté sobresaltada por una pesadilla.


—Oye —dijo la voz ronca de Chase, como si hubiera estado
durmiendo también—. ¿Estás bien?

—Un sueño —le respondí impulsándome. Le eché un vistazo al reloj


mientras me puse de pie rápidamente. Tenía que irme. La sesión había
finalizado. Estaba hecho. Se había terminado. Y necesitaba irme. Antes
de que me… rindiese. Sentía que estaba en el borde.

—¿A dónde vas?

—Es casi la una —le dije buscando mis llaves y billetera.

—¿Y qué? —preguntó sentándose.

—Yo solo… es hora de irme —le respondí.

Miró sobre mi hombro, alcanzando su whisky y dándole un trago.

—Te acompañaré hasta tu coche.

—No —le contesté rápidamente—. No, estoy bien. Quédate aquí.


Relájate. Pareces cansado.

Lo cual no era del todo cierto. No lo parecía, pero necesitaba dejar


de mirarlo.

—Ava…

—Gracias, Chase —le dije caminando rígidamente hacia la puerta


y cerrándola detrás de mí.

Me recosté en ella durante unos minutos, buscando la fuerza para


moverme y no volver atrás. Me giré, apoyando mis manos contra la
madera como si pudiese sentirlo a través de ésta, respiré profundamente
y entonces salí de la oficina.
Después de la sesión
Diez minutos

Me mantuve entera hasta que llegué a casa, abrí la puerta y caí en


los brazos de Shay que me estaba esperando. Llorando. No… sollozando.
Grandes y feos sollozos histéricos. Y justo allí de pie me permití pasar a
través de ello. Después me llevó hasta mi cama, abrió las mantas y me
permití enterrarme en ellas.

—Estaré justo aquí —dijo, arrastrándose al pie de la cama y


acostándose allí—. Por si necesitas cualquier cosa, ¿de acuerdo?

Siete horas

—En serio, vuelve a la cama —dijo Jake mirando mi cara con una
mezcla de simpatía y disgusto. Sabía que estaba mal. Estaba manchada
con lágrimas y manchas. Mis ojos se sentían como planetas.

—Voy a trabajar —dije agarrando una bolsa de hielo del


congelador, la envolví en una toalla y la presioné sobre mis ojos.

—Ava, les diré que estás enferma —Shay dijo razonadamente.

—Ya he estado fuera dos días. Y necesito una distracción.

—Todavía estás enferma con esa mierda del enamoramiento falso,


¿cierto? —Jake preguntó con la típica insensibilidad masculina.

Medio resoplé y medio reí.

—No estoy segura de que desaparezca enseguida.


—Por lo menos no es una transferencia —Shay respondió.

—¿Qué más podría ser? —Jake preguntó.

—Ella está jodidamente enamorada de él, idiota —Shay le dijo,


golpeando sus tacones en el suelo.

—Eso es una menti…

—No es una mentira. La única persona que cree eso eres tú.

—Y la doctora Bowler —dije, apartándome la bolsa de hielo de los


ojos.

—La doctora Bowler no sabe una mierda. Porque esto es amor. La


pura verdad, no se puede comer, no se puede dormir sin amor. Y no
desaparecerá. Especialmente si sigues actuando como si esto no fuera lo
que es.

Negué, quitándome la bolsa de hielo.

—Voy a llegar tarde —insistí haciendo mi camino hacia la puerta.

—¿Ni siquiera vas a pensar en ello?

—No —dije rotundamente. Ella no lo entendía.

Esto era una transferencia.

E iba a pasar.

Tres días

—Vamos, mira toda esa comida —Jake dijo, con un tono de voz
como si estuviera tratando de engañar a un perro para que comiese un
trozo de carne con una pastilla envuelta en ésta.
—No tengo hambre —le refunfuñé y sumergiéndome más en mi
bata y le subí el volumen a la televisión.

—Has dicho eso con todas las comidas durante días.

—Y ha sido cierto por cada comida cada día —le respondí, el solo
hecho de pensar en la comida hacia que mi boca se secara y mi estómago
se revolviera.

No estaba mejorando.

Estaba tratando de ignorar la constante insistencia de Shay para


que dejara de negar lo evidente. Para admitir que tenía los sentimientos
reales y genuinos de una mujer por un hombre como Chase.

Cuando eso falló, ella insistió que fuera a ver a la doctora Bowler
porque ella “no iba a sentarse a mi alrededor viendo como me comportaba
como una pequeña idiota sobre mis sentimientos” por siempre.

Así que la llamé.

Y concerté una cita para la siguiente tarde en la hora de mi


almuerzo. Una cita que había estado esperando ya que necesitaba una
reconfirmación. Especialmente después de que hubieran pasado tres días
y no hubiera disminuido ni un poco el dolor en mi interior.

Cuatro días

—Ava, como te… —se calló, apartándose y esperando que me


uniera a ella en su oficina—. ¿Qué ha ocurrido?

Sacudí un poco la cabeza.

—Yo, eh… terminé la terapia, ¿recuerda?

—¿Cuándo?
—El lunes.

—¿Por qué no me llamaste antes?

—Yo solo estaba… encargándome de todos estos… sentimientos


residuales y aún no estaba en condiciones de hablar.

—¿Cómo fueron tus últimas sesiones?

Horribles.

Luego estupendamente.

Después se acabaron.

—No tan bien. Las cosas se enfriaron. Hubo un poco de… distancia,
creo. De ambas partes. Estaba intentando, ya sabe, mantenerme fuerte.
Sabía que iba a terminar y estaba luchando con ello.

—¿Puedo preguntar, y no necesitas responder, que hiciste en la


última sesión?

Asentí, mirándome fijamente mis manos.

—Creo que comenzó con una pequeña terapia de conversación,


pero se sintió raro. Del tipo obligada y torpe, y luego él…

—¿Qué hizo él?

—Me pidió que me acercarse y me sentase en su regazo. Así que lo


hice. Y nosotros solo… nos sentamos allí como por… no sé… horas.

—Ava —dijo con un tono que sabía que no presagiaba nada bueno.
Algo estaba por llegar. Algo que probablemente no quería escuchar—. No
estoy… completamente convencida de que eso sea un caso de
transferencia.

—¿Qué? —le pregunté mirando fijamente su cara.


No.

Eso no era posible.

No podía ser.

Ella levantó la mano.

—La transferencia suele ser una cosa bastante difícil de definir o


concretar para los doctores como para reconocerla. Porque esto es tan
unilateral. Una persona se desnuda frente a la otra y la otra está
completamente cerrada. Con la terapia sexual, no es exactamente el caso.
Ambos son vulnerables. Ambos están expuestos de una manera muy
literal, pero también figurativa. Tal vez lo que sientes es genuino, Ava. Tal
vez tengas sentimientos por Chase Hudson.

Cerré mis ojos, exhalando con fuerza.

Creo que una parte de mí lo sabía.

Creo que eso fue el por qué había estado aferrándome a la idea de
la transferencia con tanta fuerza. Como una excusa. Como una
explicación. Así no tenía que asumir la responsabilidad.

—Ava…

—Lo sé —dije en voz baja—. Creo que siempre lo he sabido.

—¿Qué estás pensando?

Puse los ojos en blanco.

—Que no hay nada tan patético como un amor no correspondido


—dije sonriendo un poco.

Por supuesto que me habría enamorado de mi terapeuta. Era algo


totalmente inapropiado, necesitado y co-dependiente.
Cómo me gusta.

—Ava, quizás deberías hablar con el doctor Hudson sobre…

—No —le respondí con firmeza—. No —dije de nuevo. Ese capítulo


estaba acabado. No voy a arrastrarlo de nuevo a mi caos. Este era mi
problema. Necesitaba aprender a arreglarlo por mí misma. No podía estar
apoyándome en él constantemente. No sería correcto.

—¿Alguna vez te has detenido a considerar…?

—¿Considerar qué?

—Que quizás los sentimientos…

—No —dije lo suficientemente alto para que la doctora Bowler lo


entendiera—. Lo siento —le dije, sacudiendo la cabeza. Yo solo… no podía
permitir que esta falsa esperanza se arraigara en mi maltrecho corazón.
No lo soportaría. Habían pasado días. Chase podía haber llamado. Él
podía haberse presentado. Pero no lo hizo. Porque yo solo era una
paciente. Eso fue todo. Una de tantas. Nada especial.

—Está bien —se encogió de hombros—. Lo sé ahora, esto parece


imposible y como que solo he estado alimentándote con un cliché —dijo
sonriéndome un poco—, pero esto se atenuará. Sé que no lo parece. Y sé
que esto es una situación única porque Chase te dio cosas que ningún
hombre alguna vez ha sido capaz de darte antes. Esto se siente como una
cosa insuperable por la que tienes que pasar. Pero ahora que sabes que
eres capaz de tener ese tipo de conexión con los hombres, puedes tener
eso de nuevo con el tiempo.

No. En realidad no.

Nada alguna vez sería como aquello.

Pero algo podía llegar a estar en segundo lugar.


Algo que podría ser casi lo mismo.

Y solo tendría que aprender a sentir como que fuese suficiente.

—¿Por qué no vuelves a venir dentro de dos semanas, o por lo


menos, citas semanales por un tiempo? ¿Hasta que te sientas mejor?

—Claro —dije, dándole una pequeña y falsa sonrisa. Pero fue lo


mejor que podía mostrar—. Eso es probablemente una gran idea.

Si no nada podría apaciguar a Jake y a Shay.

Siete días

Me gustaría decir algo optimista acerca de seguir adelante. Acerca


de cómo duele y alivia y como todo se cura. Cómo esto suena
tranquilamente triste, pero esperanzado… como himnos cantados por un
coro solemne. Pero suena más como mundos cayéndose en pedazos. Se
siente como las paredes se construyen más fuerte alrededor de tu
corazón.

Todo es coraje y determinación. Una pequeña voz que grita a través


de la urgencia de acurrucarte en la cama todo el día y llorar y decirte que
te levantes, te vistas, comas, que te vayas a trabajar y que toda la mierda
se acabará. Sin permitirle consumirte. Sin dejar que se convierta en todo
lo que hay para ti.

Así que después de unos días, la escuché. Atravesé los


sentimientos. Hice lo que era necesario para terminar con ello. Cené con
Jake o con Shay o ambos. Después iba a la cama, ponía la alarma del
teléfono, y dejaba salir todo durante veinte minutos. Veinte. Ni un
segundo más. Luego me levantaba y limpiaba toda la evidencia de ello.

Lo intenté.
Y eso era todo lo que se podía esperar de mí.

—Umm —dije, sentándome delante de mi ordenador, mirando mi


cuenta bancaria en la web.

—¿Qué? —Shay preguntó, inclinándose sobre su pierna para


pintarse las uñas de los pies.

—Mi dinero todavía está aquí.

—¿Qué dinero?

—Mis tres mil dólares para… mi terapia.

Shay levantó la vista y con sus cejas juntas.

—Es raro. Llama a la oficina. Fíjate a ver si ellos se equivocaron o


algo.

Asentí, respirando profundamente y cogiendo el teléfono,


esperando que me contestase la recepcionista antes de que acabara su
día de trabajo. Porque si fuese Chase…

—Oficina del doctor Hudson —dijo una voz, sonando un poco


agotada.

—Hola, soy Ava Davis. Tengo una pregunta sobre el pago que hice
la semana pasada.

—Claro, Davis, ¿me dijiste?

—Si.

Hubo el sonido apagado de un chasquido, luego una pausa.

—¿Ava?

—Si.
—La cuenta ha sido cancelada.

—¿Cancelada? ¿Por qué?

—Eso no se decirle. El doctor Hudson está con un paciente justo


ahora, ¿le gustaría que le deje una nota para que le devuelva la llamada?

—No —dije rápidamente—. Gracias.

—¡Que pase una buena noche!

Colgué, y me quedé mirando mi teléfono por unos segundos.

—¿Qué te dijeron?

—Que la cuenta estaba cancelada.

—¿Cancelada? —preguntó metiendo de nuevo el pincel en el frasco


del esmalte y lo cerró.

—Sí.

—Mierda, chica —dijo, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué?

—¿En serio? —me preguntó poniendo los ojos en blanco—. ¿Sabes


qué? Ni siquiera te lo tendría que decir —respondió saliendo del salón.
Pero sabía a donde se estaba yendo. A la habitación de Jake. Ella no
había pasado una noche en nuestra habitación en días.

Suspiré, pasándome la mano a través del cabello.

Él no podía solo…no aceptar el pago.

Era ridículo.
Él ofreció un servicio. Utilicé ese servicio. Él tenía que haber
aceptado el pago.

Antes de que me pudiese tranquilizar, me puse los zapatos y agarré


mi billetera y las llaves, y dejé el apartamento.

Después fui directamente al banco. Si era suficientemente rápida,


podría llegar allí antes de la hora punta. Cuando él hubiera acabado con
su paciente. Conseguí mis tres mil dólares, los guardé discretamente en
un sobre blanco, y me dirigí al garaje, estacionándome y llevando mi culo
hasta la puerta principal.

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras caminaba de


puntillas por el suelo, como si el sonido de mis tacones pudiese llamar la
atención de la gente detrás de la puerta cerrada. Hice mi mayor esfuerzo
para no pensar en donde me encontraba. Sobre lo que había ocurrido a
mi alrededor. En la puerta. En su oficina. En el dormitorio. Cada
centímetro del lugar se sentía grabado con un recuerdo.

Extendí la mano para poner el sobre con su nombre y la puerta se


abrió de golpe.

—Muchas gracias, doctor Hudson —dijo una voz de mujer y mi


cabeza se sacudió. Y allí estaba la rubia del club. Diferente fuera del
vestido ajustado y el maquillaje, pero todavía bonita. Ella estaba mirando
a Chase, cuya mirada estaba enfocada en mí.

—¿Ava?

La mujer giró su rostro para mirarme, luego miró de nuevo a Chase,


sus ojos brillaban con una sonrisa juguetona en sus labios.

—Te veré la próxima semana —le dijo, dándome otra mirada rápida
mientras se dirigía a la puerta.
La observé muda durante unos segundos, antes de sacudir la
cabeza, soltando el sobre y empezando a abrirme camino hacia la puerta.

—¿Qué es esto? —Chase dijo, demasiado rápido para decir que no


lo había oído, que estaba apenas a unos metros.

Tomé una respiración profunda y me di la vuelta.

—Eso —le dije con un tono de voz mordaz—, es tu pago. El cual


aparentemente fue, supongo que por error, cancelado. —Dios, ¿por qué
se veía tan perfecto? Literalmente. De la cabeza a los pies la perfección
masculina. Traje negro y camisa blanca. Un botón.

—¿Estabas a punto de dejar tres mil dólares en efectivo en el


mostrador de recepción?

—Tú siempre pareces ser… el último en salir. Pensé que lo


encontrarías primero. Pero sí. Así que, ahora lo tienes. Y, yo… yo voy a
irme.

—Ava —dijo mientras me giraba, haciendo que me detuviera. Mi


nombre siempre sonaba de una forma tan buena en sus labios—. No fue
un error.

Me giré lentamente.

—¿Qué?

—No fue un error. No te voy a cobrar.

Eso no tenía ningún sentido.

Ninguno.

A menos que…

No. No. No voy a ir allí.


Necesitaba mantener esas esperanzas y sueños imposibles
aplastados.

—¿Por qué no?

Chase suspiró, pasando una mano por su cara.

—Necesito un trago —dijo, volviéndose y entrando a su oficina.

Y, maldita sea, no luché por no seguirlo.

Entré en la habitación, manteniendo los ojos en la barra lateral y


en ningún otro lugar. Absolutamente, no estaba pensando en todas las
maneras en que me había tocado en el sofá y en la cama. No.

—Aquí —dijo, entregándome un Martini que no había pedido.

Se tomó de un trago su whisky escoces y bajó el vaso.

—¿Puedes venir a sentarte conmigo unos minutos?

Miré fijamente el sofá con algo de sospecha, asentí. Agarré mi


bebida y lo seguí, sentándome con un cojín entre nosotros.

—No te voy a cobrar —dijo, observándome.

—Dijiste eso. No me has dicho el motivo.

—Mierda —dijo, frotándose la frente. Alzó la mirada, a punto de


decir algo, pero sus ojos se entrecerraron, como si realmente estuviera
viéndome por primera vez desde que entré—. ¿Has estado llorando?

No este día. No todavía.

Pero no había ninguna manera de responderle que no a esa


pregunta.

—Chase, responde mi pregunta.


—Responde la mía.

Suspiré. No iba a discutir con él.

—Hoy no —le respondí.

—¿Por qué estuviste llorando?

—Ya he respondido a tu pregunta.

—Eres imposible —dijo, sacudiendo la cabeza—. Ava… sería


incorrecto cobrarte por aquellas sesiones.

—¿Cómo podría ser incorrecto? Hiciste lo que se supone que tenías


que hacer.

—Sí y no.

—¿Cómo qué no?

—Porque crucé la línea de la profesionalidad.

—¿Debido a que te gustaba… ir a mi apartamento? ¿O por qué me


llevaste a cenar?

—Sí, esas cosas, pero…

—Pero, ¿qué?

Me dio una sonrisa, negando con la cabeza.

—Dime porque estuviste llorando primero.

No.

Dios no.

Cualquier cosa menos esa.


Incliné la cabeza, mi cabello cayendo como una cortina.

—Chase…

—Nena, dímelo… —dijo con su mano apoyada en mi muslo.

Tal vez fue el “nena”. O la mano sobre mi muslo. O su negativa a


dejarme retraerme… pero no le quise mentir.

—¿Recuerdas cuando estaba borracha y viniste y empecé a decir


algo sobre la doctora Bowler?

—Sobre algo que era falso. Quizás no. Tal vez sí. Estabas
demasiado borracha.

Respiré profundamente, mirando su mano en mi rodilla.

—Sí.

—¿Qué era cierto y falso sobre la doctora Bowler?

Bien. Podía hacerlo. Ser una chica adulta. Quiero decir… ¿Qué
daño podría ocasionar? Ya estaba sufriendo.

—Fui a verla para hablar de mis sesiones contigo…

—Fue una buena idea.

—Sí, genial. Fui a verla porque estaba… teniendo algunos


problemas.

—¿Con nuestras sesiones? —preguntó, con una mirada triste—.


Nena… ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no estaba segura de si lo que estaba experimentando era


lo que yo pensaba que era. La doctora Bowler… bueno, lo confirmó.
—¿Confirmó que? —preguntó, su mano apretándome la rodilla más
fuerte.

—Que tuve una transferencia.

Allí.

Estaba fuera.

Un poco.

La mitad de ello.

Sus ojos azules resplandecieron.

—Transferencia. ¿Pensabas que tenías una transferencia?

—Sí —dije, tragando—. Pero, um, descubrí que no la tenía.

—Nena… ¿Qué estás intentando decirme?

Bien.

Tiempo para escupirlo todo.

—No tenía una transferencia. Yo… yo estaba enamorada de ti.

Parecía afectado.

Sus ojos se ampliaron, su boca se abrió ligeramente, su mano dejó


de apretar mi rodilla. Tragó saliva una vez, bajando su mirada por un
segundo, antes de que su mirada se encontrase de nuevo con la mía.

—¿Estabas?

—Lo estoy —le respondí, encogiéndome de hombros.

—¿Estás enamorada de mí?


—Sí.

—Maldición —dijo, cerrando sus ojos ligeramente—. Maldita sea…

—Chase…

Necesitaba decir algo más que eso. Ni siquiera podía decir lo que
significaba. ¿Era sorpresa? ¿Enfado? ¿Qué?

Sus ojos se abrieron lentamente.

—No podía cobrarte, nena… porque esto no era terapia.

—¿Qué? —pregunté, con el ceño fruncido.

—Quiero decir que… nosotros seguimos un horario, pero no era


terapia.

—¿Qué fue entonces?

—Eso fue… cortejo. Fue una atracción genuina y sentimientos


mutuos y…

—¿Sentimientos mutuos? —le pregunté, sintiendo una pequeña


luz parpadeando dentro de mí. Un interruptor que había jurado haber
apagado.

—Nena… maldita sea —dijo llevándose las manos y frotándoselas


en su cara—. Supe en el primer instante que te vi sentada en mi sofá
aquel primer día que eras diferente. Esto no era trabajo. Te deseaba. Te
quería más de lo que alguna vez he querido a alguien. Y solo, así como
eras. Tímida, modesta y con ansiedad. Yo quería a esa chica. Y después…
cuando comenzaste a salir de tu caparazón a mi alrededor, dejando caer
tus barreras, dejándome entrar… te quería aún más. Cada momento
contigo era como la primera vez. Era real, Ava. Era real para mí. No era
trabajo.
—Chase… que estás…

—Te amo, Ava —dijo, haciéndome callar. Sus manos se movieron,


acunando mi rostro—. Nunca he amado a nadie. A nadie. Ni siquiera
estaba seguro de lo que era hasta que te encontré.

Oh, Dios mío.

De verdad… oh, Dios mío.

Entonces, porque era lo único que era capaz de decir, susurré:

—También te amo, Chase.

Cerró los ojos e inhaló.

—Nunca pensé que fuera a escuchar eso. Creí… —Negó—. Hubo


un tiempo donde había esperado que sintieses lo mismo.

—¿Cuándo?

—Todo el tiempo que te toqué. Cuando te besé. Cuando te


desvestías para mí. Cuando decías que mi pecho era tu lugar. Cuando
dijiste que era el lugar más seguro del mundo… sin embargo no podía
permitirme pensar… o albergar esperanzas… que esto fuese verdad.

—Era verdad —le dije, dándole una pequeña sonrisa.

—¿Cuándo lo supiste?

—Alrededor de la cuarta sesión. Creí… pensé que era un


encaprichamiento. Y luego estuve segura de que era una transferencia.
Así que pasé todo mi tiempo asegurándome de entender que tú…

—¿Que yo qué?

—Me veías como una paciente.


—Nunca —dijo apasionadamente, sacudiendo la cabeza—. Ni una
sola vez. Ni por un momento.

Y entonces lo alcancé, tirándolo hacia mí, apoyándome en su mano


mientras acariciaba mi mejilla, llevando sus labios hacia los míos,
besándolo con todo el sentimiento que había estado intentado reprimir
por tanto tiempo, con cada gramo de ensalzado amor y de intensa
desolación. Con todo lo que había en mi interior.

Sus brazos me rodearon, llevándome más cerca de su cuerpo,


después me levantó, llevándome con él hacia la cama. Me puso sobre ella,
alzando su rostro del mío solo el tiempo suficiente para tirar de mi
camiseta sobre la cabeza. Mis manos fueron entre nosotros, tirando de
sus botones hasta que llegaron a ceder, luego llevé mis manos por su
fuerte pecho, quitándole la camisa y la chaqueta de sus hombros.

Rompió el beso, se agachó para desabrocharse el cinturón, luego


se quitó los pantalones y los calzoncillos, quedándose allí perfectamente
desnudo. Y todo lo que podía pensar era: mío. Él era todo mío.

Me deslicé sobre las almohadas, su cuerpo se acercó al mío, tirando


de mis pantalones y bragas por mis caderas, muslos y tobillos. Su mano
descendió por el centro de mi cuerpo, observándolo tan intensamente que
era hasta intimidante.

—Te extrañé —dijo, mirándome a los ojos—. Cada día. Cada hora.
Eras todo en lo que podía pensar.

—Yo también —le admití. Inclusive cuando estaba intentando no


pensar en él, estaba allí el pensamiento dominante. No importaba lo que
hiciese.

—Eres tan hermosa —dijo inclinándose y dándome un beso entre


mis pechos antes de moverse y tomar un pezón en su boca, moviendo la
lengua sobre éste y después agarrándolo y chupándolo. Mis caderas se
levantaron de la cama, presionándose sobre su polla mientras
continuaba moviéndose por mi pecho siguiendo con la tortura.

Se movió de nuevo entre ellos, besando una línea descendente.

Mis manos lo alcanzaron, agarrándole la cabeza, y tirando de él.


Frunció el ceño.

—¿No?

—No —respondí con voz sin aire. Noté como su rostro recaía
ligeramente, entonces apartó su mirada rápidamente. Paciente. Sin
embargo, no quería paciencia, lo quería a él—. Te necesito dentro de mí
—le dije, llevando mis piernas alrededor de sus caderas, acercándolo
más—. Ahora.

—¡Maldita sea! —dijo apoyando los antebrazos mis costados y


descansando su frente sobre la mía por unos segundos.

—Chase, ahora… por favor… —gemí, mi deseo una ardiente y


tortuosa necesidad profunda en mi centro.

Levantó sus caderas y sentí su polla deslizarse entre mis pliegues,


haciéndome arquearme y gemir.

—Mierda… tan dulce —gruñó, llevando la mano entre nosotros y


trayendo su polla hasta mi entrada resbaladiza—. Tan mojada por mí.

—Siempre —admití, con mis ojos pesados mientras lo sentí


empezar a presionar dentro de mí.

—Dios mío, me gusta oír eso —dijo inclinándose y mordiéndome el


labio. Incapaz de tomar el lento tormento, mis manos bajaron por su
espalda, agarrando sus caderas, y tirando de él contra mí, sintiendo su
pene enterrarse profundamente.
—Mierda —gruñó cerrando los ojos—. Te sientes tan bien, pero
nena…

—Está bien —le dije, apartándole el cabello de su rostro. No


necesitábamos condones. Realmente nunca los necesitamos. Y nunca
tendríamos nada más entre nosotros de nuevo.

—¿Estás segura?

—El noventa y nueve por ciento —le respondí, envolviendo mis


brazos alrededor de él—. Quiero sentirte realmente —le dije, besándole el
mentón.

Cerró los ojos y comenzó a balancear sus caderas contra las mías.

—Mi nena es tan malditamente perfecta —murmuró, con su ritmo


lento, dulce y suave. Sin embargo, pronto ninguno de los dos lo podía
soportar. Nuestros cuerpos habían estado el uno sin el otro durante
demasiado tiempo y estaban demasiado desesperados y pronto se metió
en mí: duro, salvaje y crudo. Y mis caderas se levantaron para
encontrarse con él, atrayéndolo, empujándonos hacia arriba.

—Chase… —jadeé, sintiendo mi cresta del orgasmo y luego se


estrelló fuertemente, mis músculos pulsando alrededor de él.

—Oh, córrete nena —gruñó, empujando con fuerza, luego


enterrándose profundamente y su cuerpo se tensó mientras se corría—.
Maldita sea…

—Te amo —le dije cerca de la oreja mientras lo sentía corriéndose


dentro de mí.

—Maldita sea, yo también te amo —dijo con su cuerpo


sacudiéndose.
Su peso cayó sobre mí por unos segundos antes de me agarrase y
nos girase de costado, con nuestros cuerpos aun unidos.

Bajó la mano y acarició mi mejilla.

—He terminado con esto —dijo suavemente.

—¿Con qué?

—Con esto —respondió, señalando la habitación—. Desde hace


más o menos una hora. No quiero tocar a nadie más. De todos modos,
creo que ni una vez he ayudado realmente a nadie hasta ti.

—Chase…

—Continuaré con mi profesión. Pero he terminado con la terapia


sexual. Esto es solo por ti. Siempre ha sido por ti. Solo que no me di
cuenta hasta que te conocí.

Guau

Solo… Guau.

Mi corazón se sentía como si fuese demasiado grande para mi


pecho. Como si no hubiese ninguna manera de que pudiera estar más
lleno.

—Creo que deberías conservar esta habitación, sin embargo —le


susurré sonriéndole.

—¿Ah sí?

—Si… tal vez necesitemos algún lugar para escaparnos para


cuando tenga mi tiempo libre en el almuerzo.

—Qué insaciable, ¿eh? —preguntó sonriéndome.

—Solo por ti —le dije sonriéndole.


—Ven aquí —dijo, girándose de espalda y palpándose el pecho.

Volé hacia él, mi cabeza encontrando fácilmente mi lugar,


suspirando satisfecha.

Tengo que tenerlo.

Para siempre.

Mi lugar más seguro en el mundo.

Fin
Dedicatoria
Para aquellos que saben todo sobre el lugar más seguro del mundo.

Y a aquellos que tan amorosamente lo proporcionan.

Xx
Staff
Moderadora de Traducción
Crys

Traductoras
Crys – Lelu - Lvic15 – Myr - Lili-ana - Boom12

Moderadora de Corrección
Laavic

Correctora
Lelu

Mquetación
Lelu

Diseño de portada y pdf


Arturia Pendragon

Lectura Final
Laavic
Jessica Gadziala
Serie El terapeuta
2 – Dr. Chase Hudson
Este no es un tomo único y debe leerse
después de El terapeuta sexual.
Lo pediste y aquí lo tienes: la novela desde el
punto de vista del doctor Hudson más un
epílogo para que podamos ponernos al día
con Chase y Ava.
Aquí encontrarás respuestas a tus preguntas
sobre la infancia de Chase, cómo entró en la
profesión de terapeuta sexual, y cuáles eran
exactamente sus sentimientos por Ava
mientras trabajaba con ella.
Acerca de la Autora
Jessica Gadziala es escritora a tiempo completo,
entusiasta de los loros y bebedora de café de
Nueva Jersey. Disfruta de paseos cortos a la
librería, canciones tristes, café en vasos de
tamaño extra grande y el tiempo frío.
Ella es una gran creyente del sarcasmo,
personajes secundarios desarrollados, y mujeres
jodidamente tremendas.
Es muy activa en Goodreads, Facebook, así como
sus grupos personales en esos sitios. Únete. Ella
es amigable.
Esperamos que lo hayas disfrutado y
nos acompañes en los proyectos
futuros.
Tenemos excelentes historias para
compartir en nuestra lista: muchas ya
publicadas, en proceso o que
tendremos en un futuro cercano.
Si quieres saber más de nosotros o
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contactar.sd@gmail.com

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