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Nadie que no tenga la vocación de cuentista puede llegar a escribir buenos cuentos.
Un buen escritor de cuentos tarda años en dominar la técnica del género y la técnica se
adquiere con la práctica más que con el estudio. Pero nunca debe olvidarse que el género
tiene una técnica y que esta debe conocerse a fondo.
Cuento quiere decir llevar la cuenta de un hecho. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho
que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso no es cuentista.
La novela es extensa, el cuento es intenso. El cuento tiene que ser obra exclusiva del
cuentista. Es el padre y el dictador de sus criaturas. El cuento debe comenzar interesando
al lector. Una vez cogido ese interés el lector está en manos del cuentista.
Julio Cortázar nos dice que “la novela gana por puntos mientras que el cuento debe
hacerlo por K.O.”, podemos leer que Donoso “concibe al cuento como un destello”,
Quiroga como “una flecha disparada al blanco”, Cortázar como “una fotografía”. El
cuento es una carrera de cien metros, la novela una prueba de fondo.
Nada interesa al hombre más que el hombre mismo. El mejor tema para un cuento
será siempre un hecho humano. El tema requiere un peso específico que lo haga universal
en su valor intrínseco: el sufrimiento, el amor, el sacrificio, el heroísmo, la generosidad,
la crueldad, la avaricia son valores universales.
Antes de sentarse a escribir la primera palabra, el cuentista debe tener una idea precisa
de cómo va a desenvolverse su obra. Así como en la novela la acción está determinada
por los caracteres de sus protagonistas, en el cuento el tema es el determinante de la
acción. El lector y el tema tienen un mismo corazón. El cuento no puede constituirse sobre
más de un hecho. El cuento es breve porque se halla limitado a relatar un hecho.