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I. LA MANÍA DE CONTAR
La mitad de los cuentos con que inicié mi formación se los escuché a mi madre. Ella tiene
ahora ochenta y siete años y nunca oyó hablar de discursos literarios, ni de técnicas narrativas,
ni de nada de eso, pero sabía preparar un golpe de efecto, guardarse un as en la manga mejor
que los magos que sacan pañuelitos y conejos del sombrero. Recuerdo cierta vez que estaba
contándonos algo, y después de mencionar a un tipo que no tenía nada que ver con el asunto,
prosiguió su cuento tan campante, sin volver a hablar de él, hasta que casi llegando al final,
¡paff!, de nuevo el tipo -ahora en primer plano, por decirlo así-, y todo el mundo boquiabierto,
y yo preguntándome, ¿dónde habrá aprendido mi madre esa técnica, que a uno le toma toda
una vida aprender? Para mí, las historias son como juguetes y armarlas de una forma u otra
es como un juego. Creo que si a un niño lo pusieran ante un grupo de juguetes con
características distintas, empezaría jugando con todos pero al final se quedaría con uno. Ese
uno sería la expresión de sus aptitudes y su vocación. Si se dieran las condiciones para que
el talento se desarrollara a lo largo de toda una vida, estaríamos descubriendo uno de los
secretos de la felicidad y la longevidad. El día que descubrí que lo único que realmente me
gustaba era contar historias, me propuse hacer todo lo necesario para satisfacer ese deseo.
Me dije: esto es lo mío, nada ni nadie me obligará a dedicarme a otra cosa. No se imaginan
ustedes la cantidad de trucos, marrullerías, trampas y mentiras que tuve que hacer durante
mis años de estudiante para llegar a ser escritor, para poder seguir mi camino, porque lo que
querían era meterme a la fuerza por otro lado. Llegué inclusive a ser un gran estudiante para
que me dejaran tranquilo y poder seguir leyendo poesías y novelas, que era lo que a mí me
interesaba.
Modestamente, me considero el hombre más libre del mundo -en la medida en que no estoy
atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a haber hecho durante toda
la vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos
amigos y seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal vez la de los
amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la ducha y, mientras me enjabono, me
cuento a mí mismo una idea que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios
días… Es decir, padezco de la bendita manía de contar. Y me pregunto: esa manía, ¿se puede
trasmitir? ¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias,
mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las decisiones que tuvo que
tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia una determinada
situación o incluyó un nuevo personaje… ¿No es eso lo que hacen también los escritores
cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están
escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia,
y llega un momento en que puede decir: “Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje
aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…” En otras palabras,
uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago. La
técnica, el oficio, los trucos son cosas que se pueden enseñar y de las que un estudiante puede
sacar buen provecho.
Universidad Mayor de San Andrés Carrera de Literatura
El cuento y la novela
Julio Cortázar
Mempo Giardinelli
Siempre sostengo que el cuento es el género literario más moderno y el que mayor vialidad
tiene. Por la sencilla razón que la gente jamás dejará de contar lo que le pasa, ni de
interesarse por lo que le cuentan cuando está bien contado.
Hay muchas canciones que cuentan historias. Algunas dan solo un trazo general de los
personajes y las situaciones; otras, presentan una historia detalladamente, mostrando diversas
situaciones y acercándonos a los personajes. En esta parte se ha elegido trabajar con tres
canciones que cuentan historias para poner en práctica el análisis narrativo.
¿Qué historia o historias cuenta cada canción? ¿Es posible sintetizar la historia o historias en
una oración?
- ¿Qué tipo de lenguaje utiliza el narrador? ¿Qué tipo de relación tiene con la situación
relatada? ¿El narrador expresa opiniones o juicios relacionados con la historia que
cuenta? ¿El narrador utiliza un tono de humor; su narración es solemne; se distancia
de los personajes? ¿El narrador utiliza un lenguaje formal, informal, neutral…?
Canciones
1. Pedro Navaja, Rubén Blades
https://www.youtube.com/watch?v=bGizZTJs0Uo&ab_channel=estebandejesusmercadopa
checo
https://www.youtube.com/watch?v=TUIJT_GPNjA&ab_channel=Cruza
Universidad Mayor de San Andrés Carrera de Literatura
Entre los relatos que los seres humanos se cuentan desde tiempos muy antiguos, ha sido
frecuente la composición de cuentos extremadamente breves, que en muy pocas líneas
intentan contar una historia y, como todo buen cuento, producir un impacto en el lector. Aquí
va una variada (aunque parcial) muestra de cuentos breves de distintos autores y épocas.
Al leer los cuentos hay que hacer el mismo ejercicio de preguntas que se realizó con las
canciones: cuál es la historia, cómo se relatan las historias.
Además, como se trata de historias completas, es posible preguntarse sobre qué impacto
provocan los cuentos en el lector: qué idea, impresión o sensación buscan transmitir a través
de su forma narrativa.
Para la clase del sábado 26.09 deben leer los cuentos marcados con (*)
ROGELIO (*)
A Alan Page
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas
experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas
cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al
amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más
volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer… mi mujer decidió
incinerarme.
Guillermo Arriaga
Universidad Mayor de San Andrés Carrera de Literatura
EL POZO (*)
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias
familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años
después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto
a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. "Este es
un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
LA MANO (*)
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano,
pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase
junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre
el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al
juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió:
«Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado
con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto
como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Universidad Mayor de San Andrés Carrera de Literatura
Marco Denevi
LA CARTA
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y,
antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce
años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
LA DICHA DE VIVIR
Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús
conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el
vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en
la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso
puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-
. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
Leopoldo Lugones
Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas
buscando, Mullab?».
Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino:
«¿Dónde la perdiste?». «En casa».
I.A. Ireland.
AMPUTACIONES
Por haber jugado con el ventilador, la niña tiene la punta amputada del meñique.
Desde entonces las tres muñecas, de castigo, tienen el mismo dedo cortado con tijeras.
Dalton Trevisan
EL ESPEJO QUE NO PODÍA DORMIR
Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía
de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él,
y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta
satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.
Augusto Monterroso
NATACIÓN
He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor
a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogado de antemano.
También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante
de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos. No voy a
negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores
de la muerte. Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está
bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano
que se arrastra por el suelo. Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a
mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me
siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de mármol
y les entrego un pececillo que atrapo en las profundidades submarinas.
Virgilio Piñera
Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí
contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas
uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se
queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se
tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no
quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una
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gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en
el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí
mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito
que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes
gotas. Adiós gotas. Adiós.
Julio Cortázar
EL SAPO
Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido:
viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable
crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado
en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras
lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa,
como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de
canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.
LA SENTENCIA
Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que
en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y
le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros
le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro
del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo. Al
despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio;
el emperdaor lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón,
y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba
cansado y se quedó dormido. Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron
dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a
los pies del emperador y gritaron: -Cayó del cielo. Wei Cheng, que había despertado, lo miró
con perplejidad y observó: -Que raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
Wu Ch'eng-en (c. 1505-c. 1580).
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LA OBRA Y EL POETA
El poeta hindú Tulsi Das compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años
después un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la
meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron
en la torre y lo libertaron.
R. F. Burton, Indica (1887)