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¿Existe una iglesia bajo el signo del regalismo? La pregunta es tramposa: difícilmente puede hablarse de
regalismo en un contexto como el que sucedió a la revolución de independencia, donde el estado
prácticamente no existía. En 1810 el Patronato estaba lejos de ser un certeza; por le contrario, más bien
inspiraba dudas y preguntas de difícil solución. Éste constituía una prerrogativa de la Corona española,
que le permitía la monarca participar de las decisiones en torno a diversos asuntos eclesiásticos, ya fuera
el nombramiento de los clérigos, el mantenimiento de los templos o la recolección de los diezmos entre
los principales ítems.
Cuando Buenos Aires logró ocupar un lugar hegemónico en el orden político, su posición quiso hacerse
sentir con más fuerza, tal como ocurrió en la Asamblea de 1813, o a la hora de la reforma constitucional
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de 1819, experimentos, ambos, que le concedieron a esta ciudad el derecho a ejercer el Patronato en
forma casi indiscriminada. Pero ninguna de estas reformas estuvo destinada a durar: la crisis de 1829 le
puso un punto final a cualquier ensayo de centralismo político y eclesiástico. Pocos años después los
debates recrudecerían, tanto es así que en 1826, a la hora del Congreso Constituyente, nuevamente el
tema del Patronato estaba sobre el tapete. De cualquier forma lo que interesa subrayar es que el problema
en torno al patronato se hallaba estrechamente vinculado a las dificultades que presentaba la propia
definición del estado. La creciente autonomía local, tanto política como eclesiástica, podía por momentos
llevar a resultados aparentemente paradójicos: incluso podía ocurrir que en nombre del patronato se
fortalecieran los vínculos con la Santa Sede, por más contradictorio que esto parezca, como lo demuestra
el ejemplo de Cuyo, que buscaba de esta manera fortalecer su autonomía, con el propósito de crear una
nueva sede episcopal y ganar una completa independencia respecto de Córdoba.
En la iglesia de Córdoba las consecuencias de la revolución fueron dramáticas: no sólo la autoridad
eclesiástica tuvo serias dificultades para percibir diezmos y ejercer jurisdicción en la diócesis, sino que
además la propia diócesis terminó por disgregarse cuando las provincias de Cuyo se independizaron para
constituir una jurisdicción eclesiástica independiente. La iglesia de Buenos Aires, en cambio, logró
sobrellevar las dificultades con relativo éxito. En lugar de sumirse en un creciente caos después de 1820,
logró renacer de sus cenizas, precisamente a través de la reforma eclesiástica rivadaviana y sus
transformaciones ulteriores en los años de Rosas. El éxito de Buenos Aires fue posible gracias a que
Rivadavia no sólo emprendió una reforma eclesiástica; se ocupó también de construir el estado de Buenos
Aires, sobre una base republicana. Donde había un estado, la iglesia podía comenzar a definirse con más
nitidez. Las provincias del interior, en cambio, debieron aguardar hasta 1853 para que sus respectivas
iglesias comenzaran lentamente el camino de construcción institucional.
Regalismo: doctrina que afirma los derechos de los reyes sobre la Iglesia. Las políticas regalistas
procuran subordinar la Iglesia al Estado. Fue una tendencia común en el siglo XVIII y parte del XIX,
vinculada a la afirmación de la soberanía estatal frente a otros poderes, durante el proceso de construcción
del estado moderno.
Patronato: Institución heredada de la época colonial por la cual las autoridades políticas intervenían
directamente en la provisión de los cargos eclesiásticos y tomaban parte en los asuntos disciplinarios de la
Iglesia. En América su origen se remonta a la conquista y nace de una sesión de derechos hecha por el
papado a cambio de la evangelización de los indios. En el siglo XVIII las doctrinas vigentes interpretaban
el derecho de patronato regio como un atributo de la soberanía del Estado.
[Miranda Lida, “La iglesia frente a los desafíos de 1810”, en Todo es Historia, Nº 451, Buenos Aires,
Febrero 2005.]