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En verdad, la cuestin planteada por la naturaleza del seuelo no es
diferente a la de la finalidad de la trampa. El enigma del sacrificio es el
enigma decisivo est ligado a nuestra intencin de hallar lo que busca
el nio invadido por una sensacin de farsa. Lo que perturba al nio y de
repente lo convierte en un trompo vertiginoso es el deseo de aferrar, ms
all de las apariencias de este mundo, una respuesta a una interrogacin
que sera incapaz de formular. Piensa entonces que tal vez sea el hijo de
un rey, pero el hijo de un rey no es nada; piensa tambin con sagacidad
que l tal vez sea Dios: el enigma estara resuelto. El nio, por supuesto,
no habla de ello con nadie: se sentira ridculo en un mundo donde cada
objeto le devuelve la imagen de sus lmites, donde l se sabe
profundamente pequeo y "separado". Pero lo que ansia es precisamente
no estar ms "separado"; y solamente el no estar ms "separado" le dar
la sensacin de una solucin sin la cual zozobra. La prisin estrecha del
ser "separado", del ser separado como un objeto, le provoca una
sensacin opuesta de farsa, de exilio, de chistosa conjuracin en su
contra. El nio no se sorprendera si se despertara siendo Dios, quien por
un tiempo se habra puesto l mismo a prueba: entonces la
superchera de su posicin minscula le sera sbitamente revelada. El
nio en adelante, aunque sea en una escasa medida, se queda con la
frente pegada al vidrio a la espera de un momento fulgurante.
A esa espera responde el seuelo del sacrificio; lo que esperamos desde
la infancia es el trastorno del orden en que nos ahogamos. Un objeto
debe ser destruido (destruido en cuanto objeto, y si es posible
"separado"); nos deslizamos en la negacin de ese lmite de la muerte que
fascina como la luz. Pues el trastorno del objeto la destruccin no
tiene valor sino en la medida en que nos trastorna, en que trastorna al
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mismo tiempo al sujeto. No podemos sacar directamente de nosotros
mismos (el sujeto) el obstculo que nos "separa". Pero si eliminamos el
obstculo que separa al objeto (la vctima del sacrificio), podemos
participar de esa negacin de toda separacin. Por as decir, lo que nos
atrae en el objeto destruido (en el momento mismo de la destruccin) es
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En: Bataille, Georges El arte, el erotismo y la literatura. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001.
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