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El tema del sexo se ha tornado uno de los más debatidos en nuestra sociedad, sea por la
implementación de la educación sexual en los colegios, o por el uso que de aquel se
hace para vender todo tipo de productos, desde pantalones hasta gaseosas. El siguiente
artículo busca presentar una perspectiva budista acerca de ese aspecto tan importante
para la vida humana: la sexualidad.
Las diferentes culturas y sociedades a través de la historia han tratado el tema de las
conductas sexuales de muy diversas maneras; a veces, desde la ley; a veces, por la
costumbre; a veces, con sanciones contra aquellos que rompieran los códigos
establecidos. Los códigos morales se han transformado y evolucionado, y han decidido
siempre lo que puede ser catalogado como “correcto” o “natural” y lo que no puede
serlo; y la gente se ha visto compelida a aceptar unos u otros códigos, quizá, para
otorgarle un sentido a un tema que no deja de ser bastante confuso.
Dentro de los diferentes contextos, el del Budismo resulta sumamente refrescante, si
pensamos que no propone reglas sobre lo que está bien o lo que está mal, lo que es o no
apropiado en relación con la conducta sexual. No existe una lista de lo que deben y no
deben hacer aquellos que practican el Budismo de Nichiren Daishonin. Por el contrario,
la decisión recae completamente en cada uno de los individuos que practicamos esta
filosofía, quienes nos asumimos como responsables de todo lo que nos ocurre en nuestra
vida, incluso, de la forma en que decidimos vivir nuestra sexualidad.
El Budismo enseña que debemos tener un respeto fundamental por cada individuo y por
la dignidad de la vida en sí misma. No existe ningún mandamiento que nos obligue a
renunciar a nada para practicar el Budismo, ya que la sabiduría de cómo debemos
comportarnos emerge, justamente, de la práctica, cuando invocamos Nam-myoho-
renge-kyo; ello nos permite comprender que cada causa que realicemos tendrá un efecto
sobre nuestra vida. Es el mismo Daishonin quien nos dice que “todos podemos
manifestar la Budeidad tal como somos”.
Partiendo del principio de que nadie es incapaz de alcanzar la iluminación, está claro
que no existe lugar para la discriminación basada en el género o en la tendencia sexual
en las enseñanzas budistas. En términos del karma, somos quienes somos por las causas
realizadas, que nos llevaron a nacer en determinado ámbito cultural, en determinado
momento, con las características particulares que afectan nuestra personalidad, aptitudes
y capacidad mental y física (incluidos nuestros genitales). Nichiren Daishonin escribe:
“No debería existir discriminación entre aquellos que propagan los cinco caracteres de
Myoho-renge-kyo en el Último Día de la Ley, se trate de hombres o de mujeres. Si no
fueran Bodhisattvas de la Tierra, no podrían invocar el daimoku”.
Nuestra verdadera entidad no tiene forma, pero se manifiesta con las características que
nos individualizan. En términos de la visión budista de la eternidad de la vida, hemos
nacido en diferentes circunstancias y en diferentes tiempos, a veces como hombres y a
veces, como mujeres. Nuestra entidad no tiene género, no tiene sexualidad; de hecho, no
tiene forma alguna. De cualquier manera, al nacer en una existencia en particular,
manifestamos características físicas, mentales y emocionales propias, por medio de las
cuales nos relacionamos con el resto de la sociedad.
En el Budismo no existe el concepto de “pecado”, pues esta filosofía carece de una lista
de “mandamientos”, dado que considera que basar la conducta humana en reglas
externas puede generar una sensación de temor a una retribución negativa de origen
externo, a cargo de un “otro”, que decidiría nuestro destino, según nuestra respuesta al
código de conducta; eso va en contra de la filosofía de la causa y el efecto. En las
religiones que tienen ese tipo de mandamientos, romper tal código moral equivale a
“pecar”, y ello genera una sensación de “culpa”, concepto al que tampoco se le da una
entidad verdadera en el Budismo.
No podemos cambiar nuestras acciones pasadas (la serie de causas y efectos
correspondientes ya están grabados); pero podemos reconocer el daño que hemos
causado a la dignidad de nuestra propia vida o de otras, y orar al Gohonzon aceptando
plenamente la ley de causa y efecto. Eso ya es la causa para manifestar la Budeidad.
Cada entonación sincera del daimoku lo es. Y es importante también incorporar la idea
de que no existe fuerza externa que nos castigue, sino retribuciones “kármicas” de
nuestras propias acciones, de las cuales solo nosotros mismos somos responsables.
Como somos responsables de todo lo que nos ocurre.
Nam-myoho-renge-kyo, la Ley universal de la vida, abraza todas las cosas, por lo que es
absolutamente natural cantar daimoku por nuestra sexualidad. La pregunta que
necesitamos hacernos ante cada relación sexual es: “¿Crea valor?”. Esa pregunta vale
tanto para cuando uno está casado, comprometido o cuando mantiene una relación
informal.
Los códigos morales vigentes en la sociedad de la que somos parte nos pueden causar
dificultades en el plano personal, o no. En términos del Budismo, lo importante es
desarrollar sabiduría para comprender la mejor manera en que podemos vivir nuestro
“rol” y crear valor en la sociedad, más allá de las normas que prevalezcan. Cuando
logramos llevar nuestra naturaleza de Buda a todas las áreas de nuestra vida, podemos
sentir que nos estamos moviendo con “verdadera libertad”. Es a través de nuestra
práctica que encontraremos el coraje de expresarnos tal cual somos, seamos quienes
fuéramos.